RAMON BADARACCO
LAS CONJURADAS
2009
INTROITO.
El 25 de mayo de 1813 el comandante
Carlos Manuel Piar (1), derrotó en la sabana de Maturín al jactancioso General
Domingo de Monteverde (2), cuyo ejército dejó
en el campo de batalla, además de cuantioso botín, el equipaje del
derrotado realista. Entre otras
cosas se encontró una valija
herméticamente cerrada, que contenía documentos importantes sobre
estrategias e intrigas, que luego fueron
utilizadas inteligentemente en los
planes revolucionarios; y un sobre
cerrado, discretamente oculto en
uno de los bolsillos de la valija.
1) Carlos Manuel Piar, aguerrido
jefe patriota, valiente entre los valientes, triunfador de mil combates, fue
brazo fuerte de la liberación del
oriente venezolano.
En 1797 participó en el intento revolucionario de Gual y España; en
1807 en la independencia de Haití; en
1810 en los acontecimientos de Caracas;
en 1813, bajo el mando de Santiago Mariño, forma parte del grupo de los
45 que invaden por Chacachacare. El 20 de marzo de 1813 se cubre de gloria en
Maturín, cuado derrota a los españoles
de Fernández de la Hoz ,
y repite la proeza al vencer, el 11 de
abril, al ejército español de Bobadilla y Zuazola; y rubrica sus triunfos
humillando al propio Monteverde, el 25 de mayo de de 1817, y ese mismo año
jefatura el bloqueo de Puerto Cabello y vence a la escuadra española en Cuspa.
En 1816 Piar es derrotado -relativamente, porque retardó la toma de la
ciudad lo que permitió a los patriotas, ponerse a salvo- por José Tomás Boves, en Cumaná, en la
batalla de El Salado, pero vence a Francisco Tomás Morales en la extraordinaria
batalla de El Juncal; desde allí parte hacia Guayana, pone sitio a la ciudad de
Angostura y vence en San Félix al futuro Mariscal Miguel de La Torre.
El 16 de octubre de 1817 fue fusilado, encontrado culpable de los
delitos de insubordinación,
deserción, sedición y conspiración.
2) El general Don Domingo de Monteverde, ya famoso por haber combatido
en Trafalgar, vino a Venezuela de
ayudante del general español Don Juan
Manuel de Cajigal con el grado de capitán de fragata, natural de las Islas
Canarias, proveniente de una familia
flamenca, los Groenemberg,
castellanizado con el tiempo; su
carrera militar en este país se inicia
con éxito debido a la colaboración del
indio Reyes Vargas, caudillo influyente de la provincia coriana, y por ello logró vencer a los patriotas de Don Miguel de
Ustáriz el 23 de abril de 1812.
La campaña fulgurante de Monteverde
por el control de la Capitanía General de Venezuela, a nuestro juicio
no tuvo nada de extraordinario, a no ser
las facilidades que encontró para su acción. Saquea a Carora, envía
destacamentos a Barquisimeto, que se rinde sin resistencia; y definitivamente
la providencia lo secunda, cuando en 1812
se produce el terremoto de Caracas.
Desde ese acontecimiento, además de la debilidad teórica de la revolución, todo sale a pedir de boca. Miranda, con todos los pronósticos favorables,
rinde el ejército patriota sin combatir. Se pierde Puerto Cabello; Barcelona con Joaquín Márquez al frente, ya estaba a su lado; Guayana era realista; el coronel José Martí lo secunda en Mérida; Gaspar González
traiciona la revolución en Barlovento; y Cumaná, último bastión patriota,
aislada, termina por capitular el 23 de
agosto de 1813, y entrega el gobierno al realista Ureña.
Una
vez con el poder absoluto, Monteverde inicia la persecución de los patriotas y
los golpea inmisericorde; el irrespeto a los tratados y la sevicia, producen la
reacción de los cuadros patriotas que
se unifican. En Curazao se unen
Bolívar, Ribas, Vicente Tejera,
Díaz Casado, Antonio Nicolás
Briceño, Francisco Javier Yánez, Fernando
Carabaño, Judas Tadeo Piñango,
Campomanes y otros; y en Trinidad, lo hacen los célebres 45 de Chacachacare, con Santiago Mariño al frente; unidos para iniciar la reconquista.
Monteverde no estuvo a la altura de las circunstancias. Las ventajas
obtenidas las perdió en Maturín frente a Piar y Bermúdez. La mayor parte de los
historiadores coinciden en señalar que Maturín fue la prueba de sus incapacidades. Monteverde perdió el
mando el 8 de enero de 1814 y abandonó la Capitanía General
de Venezuela. Murió en España en 1832, en un acomodado retiro con el grado de Brigadier.
ANTECEDENTES
DE LAS CONJURADAS.
Nos
interesa muy especialmente el contenido del sobre, identificado con el
sugestivo título de “LAS CONJURADAS ”, y que se refiere a la toma
de Cumaná por piratas ingleses y de diversas nacionalidades, reclutados en las islas antillanas y caribeñas para
servir al afamado corsario WALTER LAPING, de origen desconocido, el sanguinario Tuerto, terror de los mares y
los pueblos costaneros, quien nos invadió, precisamente el día de su
onomástico, 14 de abril de 1699. Sábado Santo.
Bastante
dolor de cabeza nos ha dado la traducción del legajo y no estoy seguro de su reproducción textual, porque el tiempo ha
destruido partes importantes del relato,
y he tenido que suplirlo con mis escasos recursos literarios. Para mostrar el trabajo que me ha dado,
transcribiré la carta que envió el Rey
al Gobernador de la provincia de Nueva
Andalucía:
“El Rey.
Don Sancho Fernández de Angulo y Sandoval.
Nuestrof Capitán General de la Provincia de Nueva
Andalucía. Nuestrof opfifialf que refidef
en Cumaná, ya faeif como por nof
of eftaf mandado que no
debeyf pfafar a las indiaf
armaf y efplofifov . Y porque en
nuestrof perfuifiof afi
fufede., y por no hef fido informadof
de la victoria oftenidaf contra
foragidof de lof de los que esperof
notifiaf e inventariof de laf armaf
cafturadaf. Fon laf inftrufionef
que of di de fedulf antef que
eftaf . En relafion con lof librof de
teología y cualquier enfechanfa, debe cumplir lo mandado. Fecha en Villa de Valladolif a finco díaf
de septiembre de 1670. (fdo) La Reina (3) por mandado de fu Mageftaf.
El Gobernador le contestó en latín,
por ser el idioma común en los despachos del reino:
“Don
Sancho Fernández de Angulo y Sandoval. El Rey.
Quam
plurismas e usmodi ad ademe. RDAM. Paternitatem dedi ad
prescripci in durnali meae navigationis, sed proh. Dolori gratia qumnavigus perditid perierunt spero in
infinita Dei pot. Mah: Providentia et
clemencia quod praesente meliorem
fortunem soertientur. Confido e etiam in
misericordiam et gratia Dei inmensa, quid
brevi plura, mejora et solatiora adm. Reave. Pat. Vestrae escriba ad
mejorem Dei Gloriam. Fecha. Cumaná, 2 de
Enero de 1671. (Fdo) Sancho enández de
Angulo y Sandoval. Gobernador y Capitán General de la Provincia de Nueva
Andalucía”.
Esta carta
la hemos traducido, para mejor entendimiento de este manuscrito, sin
cuidarnos mucho del estilo que del
contenido.
Don Sancho Fernández de Angulo y Sandoval. El Rey.
“Muchas
particularidades en relación con los sucesos,
he anotado y escrito que he enviado a su Reverencia, pero desgraciadamente, por
lo que S. M., dice,
estos relatos se han extraviado, porque los buques de que me servía para el envío, se perdieron.
Confío en la Divina
Providencia y en la
bondad del Altísimo, que esta narración tendrá mejor suerte. Confío así
mismo en la infinita misericordia, que
con la Divina Gracia podré
muy pronto relatar a Usía
Reverendísima, para mayor gloria de Dios,
particularidades mayores y más consoladoras. Cumaná 2 de abril de 1671” .
(3) DOÑA MARIANA. En estos tiempos críticos gobernaba el
Imperio Español, la viuda de Felipe IV, Doña Mariana de Asturias, mujer liviana e ignorante. Está mal decir algunas cosillas que pienso y
sé, pero de todas formas las diré como explicación de estos sucesos, ya que no
había en el Imperio voluntad de
enfrentar el vandalismo existente; yo diré
para que la posteridad juzgue, según
esta información, los datos que conozco de S.M.
Doña Mariana se unió en matrimonio
con Felipe IV, que había casado en primeras nupcias con Isabel de Borbón, con quien no tuvo
hijos. En segundas nupcias, se casó con la Mariana. Ya era
anciano cuando vinieron los hijos en
esta unión desigual, y para mayor ventura
y regocijo, todos fueron varones;
pero como todo no es perfecto, al poco
tiempo de nacidos, se morían, menos el último, que fue bautizado con el nombre
de Carlos II, en homenaje a su abuelo Carlos V de España y I de Alemania.
Este niño vivió pero era una birria
de hombre al que llamaban “El Hechizado”. Más pronto que tarde quedo
viuda La Mariana ,
y durante un tiempo gobernó bajo la regencia y estricta vigilancia de un
campesino tirolés, valido de confesionario, sin ningún conocimiento del
gobierno del vasto Imperio, el más extenso que se haya
conocido, el bueno y bondadoso fray
Nitherand, que dio a España un gobierno austero en demasía, de acuerdo con
su propia formación.
No duró mucho la situación creada por este gobierno
monacal, pues la reina dio por enamorarse
de su criado, que entró a servirla
de manos de una moza casquivana y
arribista; este chulo fue Don Fernando
de Valenzuela, que así se llamaba; y que,
según las malas lenguas, cotizaban que era valido de alcoba de la
reina y del heredero. Su gobierno, si así puede llamarse, fue permisivo en exceso; sin embargo, como este fulano era un depravado, Madrid se
rindió a sus pies, y se hizo de todo lo más bajo y contra la moral, todo lo
corrompido y podrido. Los dineros del
Estado andaban de la seca a la Meca , los valores morales se perdieron, la
ciudad capital del reino era un lupanar.
Las mujeres de vida alegre andaban por las calles dando y provocando
escándalos: bebidas, festines, teatro obsceno,
serenatas nocturnas escandalosas,
damas de la realeza embozadas que iban de una cita a otra; amen de las juergas,
los juegos de envite y azar y pare usted de contar…Sodoma y Gomorra. La capital imperial era un cachondeo. En especial se reiniciaron las corridas
de toros que estuvieron prohibidas en
Madrid. Este desbarajuste trajo como consecuencia un relajamiento de la moral pública y muchos
desaguisados en el Imperio, entre ellos, la
proliferación de la piratería que
infestaba los mares y lograba atacar y
tomar barcos y ciudadanos españoles en su propio territorio. En España no había gobierno, el imperio se
hundía.
EL PERGAMINO
Pues
bien, puesto en ello, escribiré mi versión
del manuscrito en mi mal castellano, y espero que en el futuro, otros más versados que yo, que no soy filólogo, lo puedan traducir y acomodar
con técnicas asaz acordes y depuradas. Dice más o menos así:
“Yo,
Francisco Dávila de Orejón, Ingeniero de la Junta de
Guerra de las Indias, que los
fechos que digo y expongo de seguidas,
son verdaderos porque fui testigo ocular
de’llos, que solo por milagro de la Santa Cruz de la Misericordia , he
podido hacerlo…” siguen las acostumbradas jaculatorias y juramentos, y luego
pasa resumidamente a la historia.
“Siendo
Capitán General y Gobernador de la provincia de Nueva Andalucía, Don Sancho
Fernández de Angulo y Sandoval (fue
Gobernador y Capitán General de Nueva Andalucía, Nueva Barcelona y San
Cristóbal de Cumanagoto, Alcalde del Castillo
de Santiago de Arroyo de la Real Fuerza de Araya) desde 1667 hasta 1673,
cuando pasaron los hechos que narra el pergamino. Este gobernador sucedió en el
mando a Don Juan Bravo de Acuña, 1665-1667.
Era Sábado
Santo, y apenas el sol salido se presentaron frente a las costas de Cumaná, capital de la
provincia, ocho navíos con bandera pirata, que así lo proclamaban. Cinco de
ciento cincuenta toneladas, tres de
sesenta toneladas y dos pinazas,
que fondearon cuasi frontero del fuerte
de San Juan e Santa Catherina (4), que
queda en la desembocadura del río Cumaná. Este acontecimiento inusitado
promovió en el fuerte, ipsofacto,
el correspondiente zafarrancho de combate. La Guarnición estaba bajo el mando del Sargento
Mayor Don Francisco Fernández Calvo y Matajudío, y su segundo era el
Capitán Don Evaristo de Lugo, a quien
correspondió, en ausencia del Sargento Mayor, dar las órdenes de formación para
el combate e luego, de atacar al enemigo.
El fuerte de San Juan e Sta. Catherina,
es una construcción de cal y canto, cuya construcción inició Don Juan Bravo de Acuña en 1665, en
cuyos planos que se anexan, puede observarse
su ubicación, dimensiones, la estacada que lo protege y el amurallado y
amplio patio de armas, desde el cual accede
a una estructura superior en la cual están las dependencias y
baluartes, la casa del Sargento Mayor, el almacén de artillería, alojamiento de artilleros
y almacén. Fue construido sobre
la rada que forma el mar y la embocadura
del río Cumaná, conocido como Puerto de
Ostia, en la cual rada puede surgir toda la fuerza sutil de esta comarca. Ha sido reconstruido durante este gobierno, por lo que lucía
reparado y limpio, ya que, aunque había
sido arruinado a poco tiempo por un
fuerte maremoto se estaban realizando en
él, importantes trabajos de
acomodamiento y pertrechage;
además se le construyó una buena
estacada de palo sano, madera muy dura
que era abundante en la zona, sólida y
difícil de abordar. También se repararon
los torreones y baluartes, dormitorios
y demás partes del fuerte, como el almacén de la pólvora y
el de la artillería. El fuerte esta dotado con cuatro cañones de calibre
doce, otro de calibre diez y otro de
cinco, todos en sus cureñas y listos
para disparar.
La construcción tiene forma
cuadrada hacia el mar, con muros de cal y canto de cincuenta pies de alto.
Mirando hacia el sur tiene dos lados en triángulo que dificultan la defensa. Se observa, a simple vista, que esta parte del
fuerte es más antigua; tal vez en el
diseño original tenía forma de estrella
para una mejor defensa de sus lados, lo cual evidentemente se abandonó, quedando este lado
indefenso.
FUERZAS
REGLADAS Y MILICIANOS
Para el momento de la acción, ese
mismo día 14 de abril de 1699,
a las 6 de la mañana, estaban de servicio activo trece
hombres de las fuerzas regladas: 10 fusileros y 2 artilleros, que formaban la
dotación regular de la brigada; pero
advertidos del peligro, se presentaron inmediatamente milicias voluntarias de
caballería de pardos y blancos en número mayor de ciento, provenientes de los
suburbios y el populoso barrio de Chiclana, hombres siempre prestos al combate.
Al frente de estas milicias estaba
Don Bernardo Bermúdez de Castro, recio hijodalgo y acaudalado hombre de
negocios, descendiente directo de Pero Bermúdez, capitán de uno de los barcos
de Cristóbal Colón, que desembarcaron en Cumaná, y formó familia en esta
tierra.
Al tener conocimiento de la
situación tomó sus bocachas, las municiones, su caballo y partió hacia el fuerte.
Al lado de Don Bernardo cabalgaba
un ayudante, el cabo Gustavo Barrios que, a medida que avanzaba hacía la
ciudad, sonaba una trompeta, que alertaba a los milicianos para que se
incorporaran urgentemente a su batallón, como en efecto lo hacían; ya se
habían incorporado, además de
milicianos, dos amazonas: Doña
Juana Isabel Márquez de Valenzuela y
Doña Diana Serpa Rendón, que lo escoltaban.
La casa de Don Bernardo queda en la
vía que va de Chiclana hacia el fuerte
de Aguasanta y las misiones de Güirintar, bastante alejadas; y tenía la
ventaja de que sus caminerías pasaban
por casi toda la ciudad, o por lo menos de las casas de las familias más
importantes.
Para cuando Don Bernardo llegó a la presencia de
Don Evaristo de Lugo, el batallón estaba formado por más de cincuenta
caballeros, bien armados y pertrechados; cada uno ceñía un sable y montaba un
mosquete con 20 cargas de munición. Casi de inmediato se le sumaron: Don Fabián
Golindano, al frente de 20 pardos y 30 hombres de las milicias guaiqueríes de
Chito Vásquez, todos de a caballo, venían desde las misiones de Altagracia, que
aportaron además, 10 poderosas mulas, absolutamente imprescindibles.
Don Evaristo de Lugo recibió a los
jefes y oficiales de estos batallones, constituyó su Estado Mayor y se trasladó
con ellos a la parte más alta del fuerte, una torre de madera que servía de baluarte para vigilancia de la mar,
construida sobre el almacén, desde donde se podían observar las maniobras de los filibusteros. Allí les
informó sobre los pormenores de la expedición y las medidas que pondrían en
práctica.
Don Bernardo, campechanamente,
comentó -Esos granujas son como los
topos, se empeñarán en pasar por medio de nosotros y si no lo logran por arriba
lo harán por debajo.
Pues... yo procuraré -replicó don Evaristo- que se queden abajo, a
dos metros bajo tierra…
Perdone usted, don Evaristo –
interrumpió Chito Vásquez – por lo que veo, ya debemos prepararnos para la
defensa, y, como usted podrá ver, le
traje las mulas, porsi considera bueno, llevar los cañones, las municiones y la
piedra.
“Ya vais a ver… amigo mío…
como lo fago”.
De inmediato y con absoluto dominio
de la situación, dispuso lo necesario para la defensa y el combate; y de
acuerdo a la recomendación de su mano derecha el cacique Chito Vásquez, mandó
cargar con municiones de hierro tres cañones por el frente que da al mar, y más
rápido que inmediatamente, sus artilleros lograron ponerlos a tiro. Supervisó
parsimoniosamente toda la operación, en compañía de los jefes y oficiales de las milicias, y
cuando quedó satisfecho, ordenó una descarga de advertencia al enemigo, con dos
de tres cañones de calibre doce, que estaban,
como dije, en la dotación del fuerte.
EL
TUERTO
En el otro lado, el Tuerto observó
el alcance de la artillería y exclamó: ¡Allá darás rayo…! -y mandó virar a
sotavento y a poco, se detuvieron las
naves frente al poblado de indios guaiqueríes de Altagracia, el más cercano del
fuerte; confiados en estar fuera del alcance del fuego de las baterías.
Ya le habían hecho otra descarga,
mientras se evadían, con buen suceso, hicieron diana en las cuadernas de la nao
que parecía la capitanía de la flota pirata.
¡Voto a Belcebú…! Vaya que tienen
puntería estos indios –Bramó El Tuerto… Luego, dirigiéndose a los marineros les gritó: ¡Vosotros… Idiotas…!
¿Que esperáis..?! ¡Id a ver como reparáis el daño, no vaya a ser cosa que nos
hundamos!.
Las naves invasoras se alejaron un
poco más hacia el oeste, más allá, a sotavento de la desembocadura de río
Cumaná, como a tres leguas del fuerte, cuasi frontero con la desembocadura de
“Río Tacar”, quedaron fuera de riesgo, e iniciaron las
maniobras para desembarcar.
Entre tanto, Don Evaristo de Lugo,
ordenó la formación de los batallones en el Patio de Armas: blancos, bajo el
mando de Don Bernardo Bermúdez; indios, bajo el mando del sargento Chito
Vásquez, y pardos, bajo el mando de Don Fabián Golindano. Les impartió las
órdenes pertinentes a la defensa y ataque, como luego se verá, no sin antes, con
voz vibrante, arengar a sus hombres:
“Soldados, pongamos en práctica lo que hemos
aprendido. En la batalla, porque hemos sido atacados, va nuestro honor y
nuestra vida y por eso se nos ha enseñado a defendernos. No es necesario morir
para demostrar que somos valientes, es necesario vencer para que nuestros
defendidos puedan disfrutar de libertad y nosotros de su reconocimiento.
Debemos, estamos obligados a destruir al enemigo y preservar nuestras vidas. En
este caso, el enemigo es muy poderoso, pero si logramos detenerlos muy pronto
seremos superiores al enemigo, y lo venceremos, solo se nos pide que lo
mantengamos distraído hasta que eso suceda y la victoria será nuestra. Muchos
de nosotros vamos a morir, hagámoslo con dignidad, cualquier momento es bueno
para morir, para eso nacemos, pero cuando se muere por la
Patria , la muerte se recibe entre cantos de victoria. Viva
España… Viva el Rey… Adelante…
Acercándose a Juana Isabel y Diana
Serpa, les dijo. “Como siempre, a vosotras os tocará la tarea más delicada, el
hospital. Id y preparadlo todo.
Solicitad la ayuda necesaria…
Diana Serpa, a quien apodaban
cariñosamente “La Griega ”,
envió a dos caballeros en busca de Doña Mariana Centeno del Solar, Doña Isabel
Merchán de Zapata, y Doña Catalina Arce
de Lugo, mujer de Don Evaristo, para formar el equipo que se encargaría
del hospital.
Luego las mujeres partieron en sus corceles, al galope, hacia el frente
de batalla en las playas del Salado,
donde establecerse. Al efecto ocuparon una ranchería o enramada ubicada entre
la playa y el puente. Con la ayuda de varios
indígenas desalojaron las redes, las piraguas y otros barquichuelos en
mal estado que se estaban reparando y carenando; limpiaron, colocaron algunas
mesas, y de inmediato, podría decirse milagrosamente, aparecieron los
implementos necesarios para atender a los heridos: médicos, practicantes de
medicina, enfermeras, monjas, sacerdotes, voluntarios de toda índole, todo,
todo apareció por obra de Dios
Sobre la marcha, más de cien
combatientes de a caballo, con poder y óptimas condiciones, salieron del fuerte
al encuentro de la gloria.
El capitán entró a la capilla del
fuerte acompañado por su ayudante el cacique Chito Vásquez. Se arrodillaron
frente al Santísimo y oraron quedamente…Luego salieron llenos de fe y entusiasmo. Erguido como siempre, templado con las
oraciones ante el Sagrario, en presencia del Señor, y decidido a ofrecer su vida por causa de la
libertad y el cumplimiento del
deber. Montó en su caballo y siguió a la
zaga de sus hombres que tomaron la delantera.
Eran las siete de la mañana, el sol
aun pintaba los colores aurorales en la
entrada del golfo; la fuerte brisa cuaresmal
soplaba implacable y el polvo de la sabana dificultaba los movimientos de las
tropas. Negros presagios traía el
aguaviento de abril. Los cien jinetes se formaron en los patios en perfecto
orden. Cabalgaron serenamente al trote, pasaron por la puerta de la
empalizada y se dirigieron hacia la
misión de los guaiqueríes. Atravesaron el puente de madera, sobre el brazo de
mar que separaba el fuerte del barrio de
leales guaiqueríes de Altagracia, importante suburbio de la ciudad, y se
dirigieron hacia la iglesia, donde ya había hombres armados y dispuesto a
defender su libertad a costa de la vida.
Detrás de los batallones, dos
cañones de doce pulgadas rodaban en sus cureñas, arrastrados por dos briosas
mulas; las otras cargaban las
municiones, la pólvora, piedras y balas
de hierro. Las fuerzas regladas, milicianos veteranos de muchas contiendas y
los novatos, adiestrados convenientemente por sus propios padres,
experimentados en las partidas de caza y en ejercicios de combate, marchaban al
paso. Paulatinamente fueron tomando
posiciones frente al enemigo, que ya se avizoraba. En la iglesia, inmutable, oficiaba la misa
fray Mateo de Luna Lazano, venerable párroco de Altagracia. Don Evaristo entró a la Iglesia y puso en autos al
oficiante, el sacerdote, que le dijo:
“Don Evaristo, si Dios, en su
infinita sabiduría, dispone de mi vida, bien servido sea. Que yo sepa todos
vamos a morir algún día, no será este el peor
momento. No dejaré por eso de dar
gracias al Señor… Haga usted lo que debe hacer que yo haré otro tanto”.
Don
Evaristo se despidió cortés y amistosamente, puso su mano sobre el
hombro del anciano sacerdote, y le dijo: -“No se vaya usted, será necesario
darle auxilio y extremaunción a muchos
hombres”.
“Cuente usted conmigo... en
ello irá mi vida”.
Después salió y dio las primeras
órdenes. Llamó a gritos a su ayudante Chito Vásquez, que se ocupaba en pasar revista al contingente de tropa que se alineaba
por detrás de la iglesia, con vista a la playa y al horizonte, y le dijo:
“Encárgate de la construcción de
las trincheras y parapetos, para esperar al enemigo confortablemente. Anda, ve, que los zamuros nos esperan”.
¡Vaya augurio! Su Señoría está muy lúgubre en esta mañana
soleada ¿No le parece?
Don Evaristo sonrió, le dio la
espalda y convocó a su Estado Mayor para una reunión de emergencia. Rápidamente se le unieron algunos oficiales y subieron a la torre de la Iglesia , desde donde se
podía ver todo el escenario. Entre tanto Chito Vásquez se dirigió al sargento Don Felipe Antón, Jefe
de uno de los batallones, y le dijo:
“Don Felipe haga el favor de dirigir la construcción de dos trincheras
frente a la playa, suficientes para albergar diez valientes en cada una, pónganlos en ellas bien armados y
pertrechados, para que cuando bajen los facinerosos, les disparen a quema ropa. Encárguese de que todo salga
bien. De ello depende la vida de todos.
Después de cumplir su cometido que las abandonen como puedan, mejor arrastrándose para que la
protección sea efectiva, que desde aquí se la daremos. Más atrás tendremos otra barricada por si se
hace necesario, que se protejan allí.
Luego llamó al cabo Mayor Don Pedro Alén, y le dijo: Cabo, movilice a todos los individuos del poblado
para construir rápidamente una gran trinchera en la retaguardia de esa gente,
por lo menos para 20 hombres. Ud. sabe como es... Debe cubrir el cuerpo del
soldado. Haga un llamado a los
güaiqueríes, hombres y mujeres, para que
ayuden, en ello van sus vidas. Monte
usted a los mejores artilleros en esa trinchera
y cuando los hombres de Felipe Antón
salgan de la suya, los protejan
con ráfagas de mosquetes hasta que
lleguen al refugio.
Al resto de los hombres los dividió en cinco grupos de diez cada uno
y los mandó esparcirse por la playa de los guaiqueríes hacia diferentes sitios en una operación
envolvente, de tal suerte que cada uno pudiese proteger a su prójimo.
La playa de los guaiqueríes, entre
médanos blanquísimos va bordeando toda
la extensión de playa que va desde la desembocadura del río Cumaná hasta la
desembocadura del río Tacar, forma una media luna de diez leguas, y es una de
las maravillas de la provincia de Nueva Andalucía. Desde la Iglesia hasta la orilla del mar hay 900 varas castellanas; y entre la Iglesia y la orilla esta clavada la Cruz de la Misericordia , que la
memoria oral afirma, llegó allí por obra
del propio Cristóbal Colón, Almirante del Mar Océano, Virrey del Imperio
Español, que al descubrir a Cumaná en 1494, la enterró allí para proteger
a nuestro pueblo.
Apenas aparecieron las barcazas de
combate y trataron de desembarcar, los
vándalos recibieron su ración de plomo, como había sido previsto; pero no cejaron los antillanos, gente curtida
en estos quehaceres de la guerra; los heridos graves y los muertos no importaba mucho, los guerreros limpian sus
heridas con un brebaje que debía ser
preparado con sábila, y continuaban avanzando entre carcajadas y chacoteras,
levantando en son de burlas, sus garrafas de aguardiente y las banderas del
sanguinario jefe, el terrible Walter Laping “El Tuerto”; que en medio de la
balacera, gritaba:
¡Avanzad granujas…! ¡No os acobardéis ante estos señoritos...!
¡Enseñadles quienes son los hombres de Walter Láping, los soberbios
conquistadores de Porto Bello, los dueños de la Isla Tortuga , incendiarios
de Darién y la Habana ,
y el más rico Señor de los mares…! ¡Avanzad sin miedo que ya son nuestros!
Cuatrocientos
rufianes, más o menos, en el mayor
desorden y atrevimiento, llegaban por
diferentes sitios de la inmensa playa, disparando sus mosquetes con endiablada
puntería, haciendo estragos entre los
defensores. Evaristo de Lugo estaba en
todas partes, y después de la estrategia
inicial, que se dio tal como había sido planeada, mantuvo a sus hombres
protegidos, unidos y cubiertos en las trincheras superiores pese a algunas pérdidas y un poco de
desorden en esas líneas. Su estrategia
para el suministro de pertrechos a esa dirección, fallaba. Sin embargo la situación se podía considerar
satisfactoria. Los invasores tenían muchos heridos y la fuerza de su avance
parecía disminuir.
Los
invasores cambiaron de repente su estrategia; a una orden de El Tuerto, sus
hombres empezaron a juntarse tras los médanos,
doscientas varas aproximadamente de la parte posterior de la iglesia,
donde los milicianos habían montado barricadas que le causaban muchos
problemas. La orden era destruir las
barricadas y eliminar a los defensores
“cueste lo que cueste”. La maniobra
parecía exitosa. Después de varios intentos, los invasores lograron fortalecer su línea de combate tras
los médanos, hasta se dieron el lujo de brindar con El Tuerto. Después del brindis los forajidos
salieron de sus posiciones
defensivas y atacaron con furia rompiendo nuestras defensas, matando pero
también perdiendo muchos hombres, la mayor parte heridos, ya que Don Evaristo
había ordenado dispararles a las piernas, para crearles problemas y neutralizar su intrepidez.
40 milicianos guaiqueríes, los
cuchilleros de Chito Vásquez, entraron
en acción, viniendo desde el caserío a reforzar las tropas protegidas en las
barricadas. Su acción detuvo el ímpetu de las hordas que se replegaron hacia los médanos.
A las damas del hospital se les
sumó el Dr. Sebastián de Conde, incansable médico de la fuerza de Araya, que por gracia divina
se encontraba en Cumaná, y dos hermanitas de la caridad duchas en esos
menesteres. Los heridos de ambos bandos llegaban por decenas y se les atendía
por igual.
El llanto, los gritos y el dramatismo encarnado por los parientes
de los indígenas muertos o heridos, sobre todo de los niños; la vocería
de los camilleros y el trajinar de las enfermeras y ayudantes, ponían una nota dolorosa y trágica.
De pronto un silencio tenso fue dominando la mañana. En su arremetida los corsarios habían llegado
hasta la Cruz de la Misericordia ,
a pocas varas delante de los médanos donde se protegían los
facinerosos y se interponía entre los
dos bandos. La Cruz parecía haber crecido
inconmensurablemente, ante los ojos
atónitos de los invasores.
Ante el silencio del vocerío y los mosquetes, Don Evaristo ordenó el
repliegue de los defensores, que sobre la marcha abandonaron las trincheras y
barricadas, recogieron sus heridos y se refugiaron en la Iglesia y en las casas
cercanas, esperando los refuerzos de los milicianos y las fuerzas regladas, que
empezaban a llegar.
No faltaron sorpresas, El
Tuerto, se coló entre los combatientes y
logró enfrentar a Don Evaristo, en
el jardincillo del traspatio de
la iglesia, que queda del lado de la playa, encubierto por almendrones y trinitarias. Un singular duelo en nuestro propio
terreno, muy pocos se percataron del percance.
Los dos jefes cruzaron sables, e iban a más, pero una andanada de plomo
de los defensores hacia ese sitio, los
separó…El Tuerto saltó un barandal que separaba la antigua construcción, de la
playa, y al huir, espetó:
¡Válgate el Diablo….! ¡Ya sois
mío…! ¡Os conozco…! En la próxima
ocasión os mataré, lo juro por Belcebú.
Me reconoceréis en el infierno…!
¡Mentecato…!
Don Evaristo, envainó su espada y mirando al vándalo que huía, le gritó: ¡Estáis a tiempo,
podemos medirnos aquí mismo y ahora! ¡No tenéis que huir! ¡Sois un cobarde y
moriréis como tal…! –Pero ya el
Tuerto no lo escuchaba.
Sin
embargo no fue El Tuerto el que hirió a Don Evaristo. Cuando trató de entrar a
la iglesia para asistir a los heridos y conocer su situación, una bala perdida
le desgarró el hombro izquierdo. Perdía
mucha sangre y lo trasladaron al hospital,
allí lo atendieron debidamente y le
ordenaron reposo. Diana Serpa trató de retenerlo con mimos y consejas, pero... ¡Quién podía impedir a
aquel hombre cumplir con sus obligaciones? Enseguida marchó a las trincheras,
donde habían quedado algunos heridos. Un soldado trató de sacarlo del campo de
batalla. Don Evaristo, mirándole
fijamente a los ojos, y con sublime
indignación, le dijo con fuerte voz:
¡Vive Dios…! ¡No será una bala la
que impida que cumpla con mi deber…!
¡Arriba soldado…! Saquemos a esos heridos de la trinchera, que nos queda mucho por
hacer… Esta es una oportunidad que me brinda mi Señor para limpiar mi alma de
tanto pecado.
Evaristo de Lugo, insensible al
dolor, alentaba a sus hombres y el mismo disparaba o luchaba cuerpo a cuerpo
con los facinerosos, cuando lograban romper sus filas. El fuego se reiniciaba en varios sitios
contra algunas partidas de forajidos que
habían rebasado nuestras defensas y
estaban dentro del poblado cometiendo toda clase de fechorías. Don Evaristo
ordenó la persecución y liquidación de
esos focos de perturbación. Por doquier aparecían los endemoniados piratas sin
temor a la muerte, despreciando la vida
y la de los defensores. Se
manifestaban con gran escándalo, riendo como locos, mostrando sus armas. Prendían fuego a las casas del barrio y
asesinaban a los ancianos y a los niños, en una orgía de sangre y muerte.
EL MILAGRO DE LA CRUZ DE LA MISERICORDIA
Don Evaristo había logrado
disipar los focos de perturbación dentro
del poblado, y sus fuerzas se concentraban
en las cercanías de la iglesia,
esperando el asalto final que preparaba El Tuerto, que concentraba sus fuerzas frente a la Cruz de la Misericordia , para
avanzar sobre la iglesia. Pero algo raro
pasaba. Estaban allí los forajidos
desconcertados, inactivos, indecisos. Un pesado silencio detuvo el tiempo. Ambos bandos dejaron de
disparar y luchar. Los filibusteros temerosos esperaban la reacción de Laping,
porque por más que lo intentaron y
pujaron no pudieron pasar delante de la Cruz de la Misericordia , que se
interponía, inmensa ante sus ojos. De un
solo golpe los piratas intuyeron que algo anormal pasaba. Los hombres presentaban síntomas de
cansancio, lo cual era insólito en aquella gente. Había muchos heridos y
muertos, y ahora esto, no podían sobrepasar la Cruz... Allí estaba
el madero, viejo desvencijado, que
crecía ante sus ojos y no podían
franquearlo.
Walter Laping, llegó hasta el
madero, lo observó, lo tocó y dijo: Pero….
¡¿Que os pasa a vosotros?! ¿¡A que
teméis!? ¡Derribadla ya, es solo una estaca!
-Entonces tomó su cuchillo en intentó
clavarlo en el madero y les dijo:
¡Hostia! ¡Miren lo que hago!…
-Lanzo un primer golpe y no dio en el blanco. La Cruz parecía esquivarlo. Un
segundo, y tampoco. –Se separó del madero
y volvió a intentarlo… Creyó que el sol lo encandilaba. Se colocó ambas
manos sobre los ojos a manera de anteojeras, y tampoco pudo. Gritaba ¡Me cago
en Belcebú! ¡Me cago en todos los santos!...
Al rato se retiró confundido ante la expectación de sus hombres.
Desesperado les gritó:
-¡Haraganes…!
¡Sois unos haraganes! ¡Vamos, entre todos a tumbarla...!
Los facinerosos no se
movieron. Furioso repitió la orden y
sacó su arcabuz, para disparar a sus hombres.
Algunos de los que estaban cerca de El Tuerto, arremetieron contra el madero con hachas,
cuchillos y palos; poro la cruz ante sus ojos, se torno inmensa, como un
árbol que se perdía en el cielo. Los
piratas parecían pigmeos ante la cruz.
Tampoco pudieron, entonces Láping dijo:
Traigan cuerdas…inútiles, vayan al
barco y tráiganlas. ¡Coño...!
Y fueron, trajeron las cuerdas y
amarraron la cruz. Varios hombres la
templaron y no pudieron; más hombres la templaron y tampoco. Láping sudaba y
gritaba imprecaciones que asustaban hasta al mismo Belcebú. Fatigados, impotentes se dejaron caer en la arena. Muchos se
desmayaron y otros temblaban atacados de un extraño frío.
Entonces tronó El Tuerto:
-¡Holgazanes…! ¡No puedo
creerlo! ¡Oíd vosotros, hijos de
perra! Id y buscad leños. Ya veremos si
se salva del fuego, el maldito madero…
Presto, los filibusteros acumularon
grandes cantidades de leña y otros desperdicios al pie de la Cruz , y le prendieron
fuego. Largo rato estuvo ardiendo la
leña. Los piratas expectantes esperaban la victoria. Una fuerte brisa soplaba del nordeste y el fuego avivaba pero parecía desviarse. De vez en cuando se veía en la silueta de la Cruz , un extraño resplandor,
como llamas al viento, y eso los
alentaba; pero preferían guardar cauteloso silencio. Hasta el mismo
Láping, sobrecogido de sombrío temor aguardaba el final para manifestar su regocijo. La brisa se fue llevando las cenizas y
disipado el humo que impedía ver
con claridad el suceso. Todo fue inútil, la santa Cruz estaba allí,
ahora iluminada por el fuego que jugueteaba en sus brazos. El viento evadía las
llamas y el madero estaba indemne.
Por otra parte, los defensores
recibían contingentes de todas las
milicias y de las fuerzas regladas, hasta que superaron en mucho a los invasores.
Más de dos mil caballeros bien armados
se incorporaron disciplinadamente, y fueron a los frentes que les asignó Don Evaristo; sin embargo, todos aguardaban en
silencio sin comprender lo que ocurría.
El pueblo que oraba dentro de la
iglesia con su valiente párroco, fray
Mateo de Luna Lazano, al cual se le había agregado el padre Pedro Duque
Arduín, y otros parroquianos que
valientemente se mantenían en las cercanías de la iglesia, musitaban
tímidamente, al principio, y luego como un torrente desbordado
¡Milagro!...Milagro…Milagro…! y
cantaban: “Cantemos al amor de mis amores. Cantemos al Señor. Dios está aquí.
Venid adoradores, adoremos…
Al pueblo de leales güaiqueríes
llegaron los ecos del suceso, y
acudieron presurosos al templo y
sus cantos de alabanzas al creador plenaron el
espacio; y ante la evidente
intervención divina, sus cantos se escuchaban cada vez con más fuerza…
¡Milagro…Milagro…Milagro….!
La voz fue creciendo y llegó a
oídos de los piratas, que espantados, iniciaron la retirada, al final en desbandada. Evaristo de Lugo, se percató del suceso y
ordenó la persecución del enemigo, la
victoria era inevitable… Nuestras fuerzas llenas de entusiasmo y fortalecidas
con el auxilio divino, arremetieron contra los filibusteros, que dejaron más de cien muertos en el campo
de batalla.
MUERTE DE DON EVARISTO DE LUGO
El Capitán Don Evaristo de Lugo,
héroe indiscutido de aquella jornada, se
desangraba y no había remedio para sus heridas.
Cayó sin fuerzas, fue levantado por sus hombres y pudo caminar un
trecho en la procesión que se formó tras
el Santísimo y la Cruz de la Misericordia ; pero
Evaristo agonizaba…fue acostado en un catre que trajo un soldado Guaiquerí. Evaristo deliraba. Quizá sus pensamientos en
aquellos momentos lo trasladaron a sus seres queridos, a sus padres Don Hilario de Lugo y Doña María Martínez y
Gordon de Lugo; y al día en que arribó,
hacía más de 30 años, al puerto de la
Güayra …El Camino de los Españoles se hizo largo…recordaba con
frecuencia el nombre del río que atravesaron –Sanchórquiz- El usaba esa palabra muchas veces y como no
entendían lo que decía, se reía para sus adentros; por ello, en esos momentos de dolor, una
sonrisa iluminaba su rostro: “¡Sanchórquiz!”.
Por ese Camino de los Españoles
salió de la Güayra ,
y entró a Caracas por Catia; luego descendió por Torre Quemada hasta Salto de
Agua, y por fin, llegó a la casa que iba a ser su hogar por mucho tiempo. Aquella casa donde fue dichoso porque conoció
a Doña Catalina de Arce, la que fue
luego su única mujer, y con la cual procreó sus dos hijos “que le han dado
tanto orgullo”. La casa estaba situada
cerca del convento de los jesuitas.
Caracas le pareció la ciudad más católica del mundo por los nombres de
todas las calles que se referían a
santos y acontecimientos de la vida cristiana: La Santísima Trinidad ,
La Encarnación
del Hijo de Dios, El Calvario, San Felipe Neri, Triunfo de Jerusalén…Sus
pensamientos, por esta guisa, lo llevarían
al Colegio de la
Catedral , donde fue aceptado, gracias a la intervención del
Márquez Don Lorenzo de Meneses, a quién “Dios tenga en la gloria…” Luego todo
fue una lucha por la vida y la gloria…hasta ese momento…en que por gracia de
Dios….un sacerdote, el vicario foráneo
Don Agustín Centeno, se acercó, lo confesó, dio la comunión y púsole óleo y crisma; y
Don Evaristo de Lugo Martínez murió cristianamente, como él lo deseaba, en los
brazos de Jesús misericordioso, a través de aquel sacerdote que, por designios del Señor, se encontraba
cerca de él.
En el campo de batalla quedaron muchos amigos de
Don Evaristo; y en el poblado entre muertos
y heridos, había más de ciento.
La lista de oficiales dio cuenta de los mártires de la fe: el caballero
Fabián de Golindano, comandante de
pardos; Don Domingo Gamardo, sargento
de las milicias de pardos; el
Sargento Mayor Felipe Antón García
y Bermúdez, sargento de las milicias de blancos; y el Cabo Mayor Pedro Alén Rodríguez, de ese
mismo batallón; honor
también a los fusileros Francisco Abreu Carbonell, Tancredo Narváez
Castillo, y el teniente de ingenieros José
Antonio Cabezas Machado. Entre los heridos se encontraba el cacique Chito
Vásquez, líder de la comunidad Guaiquerí.
ORGIA DE SANGRE EN MOCHIMA
Sin embargo no habían terminado
para el pueblo de Cumaná los días aciagos. Es verdad que los demonios se
alejaron y perdieron en el horizonte;
pero traicioneramente entraron en la
bahía de Mochima, donde los indios de la etnia chaimagoto, tenían sus janocos y
pesquerías; allí las alimañas cobraron su derrota. No creo que en la historia
de la infamia se encuentre un episodio como este; aquellos bárbaros entraron con su flota hasta el pueblo
construido sobre las aguas del mar. Gran parte de los janocos fueron
destrozados con la quilla de los galeones, y los demonios bajaron sobre aquella
destrucción acuchillando a los ancianos, mujeres y niños y algunos hombres que cuidaban el poblado. Todos los que estaban en los janocos perecieron
a manos de los asesinos. Por suerte, la mayor parte de los hombres estaban en sus faenas habituales de pesquerías y recolección y por
ello milagrosamente salvaron sus vidas.
También en
las faldas del Mochima, subiendo el río
Nuto continuaron su trabajo de ruindad; entraron a todas las churuatas y secuestraron a las
mujeres que se refugiaron en ellas y a algunos hombres que las acompañaban; los amarraron por el cuello formando filas,
ataron sus manos y pies y los condujeron hasta los barcos, golpeándoles con
mandadores y látigos. El Tuerto ordenó que trajeran ron y prepararon una fiesta
macabra con bailes estrambóticos, cantos incomprensibles y sacrificios humanos;
y todo esto lo celebraron dando gritos salvajes, rompiendo botellas y
escenificando peleas entre ellos; luego, obligaron a los hombres a ver como violaban a sus mujeres,
para después, como jauría salvaje despanzurrarlas; a las preñadas le sacaron los fetos y los
cortaban en dos con sus espadones y los arrojaban al mar. Por último, el
Tuerto, simulando un juicio, interrogó a
los hombres que quedaban, sobre un pretendido tesoro escondido, y como no
obtuvo respuesta los mandó degollar a
todos. De aquel horrible episodio solo se salvó una joven, que aun vive,
testigo único de esta historia, la más salvaje que he oído.
Los
rufianes establecieron su Cuartel General en los pocos janocos que quedaron
habitables a orillas de la bahía. El Tuerto convocó su Estado Mayor, los
Almirantes: Lawriman, Rawling y Harper y los capitanes de navío: Dumas Duvale,
Luigi Mariani, Homero Meller, Príncipe y
El Asiático; se emborracharon, contaron los pasajes más horrendos del día, y
muy entrada la noche acordaron
tomar la ciudad de Cumaná y acuchillar a
toda la población. Poseían planos y también tenían información confidencial;
conocían detalles sobre las riquezas,
las defensas y debilidades del sistema político reinante. Laping estaba
satisfecho, era una venganza justa.
INFORMACION
SOBRE LA CIUDAD
La
información que tenían los bucaneros sobre la ciudad era verdaderamente
interesante y detallada; por ejemplo, decía un documento: “Los cumaneses tienen
inclinación por los negocios, ejercen el comercio con las islas caribeñas
inclinados como son a la navegación, haciendo pingües negocios en sus mercados:
exportan sal, ganado, tasajo, pescado salado, tabaco, copra, café, cacao,
muebles, tejidos y muchas cosas más. El mercado, muy surtidos de productos
importados, los alimentos son baratos, se adquieren 10 libras de pescado por
10 centavos; un cordero vale una dobla, un pavo 40 centavos, un capón gordo o
un pato 15 centavos, las piezas de cacería valen entre 10 y 20 centavos, etc.
En otra parte rezaba, que la
juventud tenía mucha cordura y aplicación; reciben buena educación de maestros
particulares de gramática y latín, y luego viajaban a Caracas o la Habana para continuarlos.
Les interesa mucho la economía, las artes y la industria. Gustan de las
corridas de toros, del teatro, de las peleas de gallos, de la cacería, la pesca
y la equitación.”
En otro
documento: “La capital de la provincia de Nueva Andalucía es una ciudad rica y organizada; tiene un Gobernador
y Capitán General, que ocupa una fortaleza en el propio centro de la ciudad. Es
fama que las construcciones son casi todas de dos pisos. Entre edificios y
habitaciones hay más de 900 construcciones, para una población de blancos
españoles y criollos de 10.000 almas aproximadamente; además, está la población
leal indígena, cercana a las 15.000
almas. Es actualmente el puerto más importante del Nuevo Mundo. Cuenta con
tribunales civiles y del crimen, un Vicario Superintendente, que suple al
Obispo de Puerto Rico, tiene cuatro iglesias principales, siete esplendidos
conventos y otras tantas capillas cuyo tesoro se mantiene expuesto a la veneración del pueblo,
abundante en caracaraes; tiene instalado un Tribunal Eclesiástico o Tribunal de
Santa Inquisición, representado por un Comisario que depende directamente de
Santo Domingo, y, así mismo, un Tribunal
de la Santa Cruzada.
Además del gran edificio de la
Aduana , en el casco central; tiene dos ayuntamientos, uno de
blancos y otro de indios. La población de la provincia pasa de los 40 mil
blancos y más de 100 mil indios guatiaos”.
En un
informe del Capitán General, don Juan Bravo de Acuña, para el Rey, fechado en Cumaná, 20 de febrero
de 1667, después de un gran terremoto, dice: “La ciudad de Cumaná cuenta con
950 hombres de fuerzas regladas muy bien dotadas, con las cuales pueden
formarse, desahogadamente, 9 compañías de blancos y 6 de pardos y morenos. A
esas compañías se les puede proporcionar un Comandante activo, podría ser un
Sargento Mayor venido de España. Estas compañías se dividirán en 3 cuerpos que
entrarán en servicio cada cuatro meses. De ellas entrará una de guardia,
mientras las otras dos se instruirán, mañana y tarde, en el ejercicio y las
reglas de la buena disciplina, sin que de esta tropa salga soldado para otro
destino. De este modo se extenderá el espíritu militar en la Provincia ”.
EL
FUERTE DE SANTIAGO DE ARROYO DE ARAYA
Continúa
un informe descriptivo, que dice: “La
ciudad tiene cuatro grandes fortalezas, varias baterías y otras defensas; la
más importante es el fuerte de Santiago de Arroyo de Araya, que es lo mejor que
tiene el Rey en el Nuevo Mundo; diseñado por el gran ingeniero militar Juan
Bautista Antonelli; construido en 1622,
por su hijo homónimo, según planos de Cristóbal de Roda Antonelli. Para esa
fecha era la unidad militar más poderosa del mundo conocido.
Es una
fortaleza de sillería y cal, ubicado estratégicamente para la protección de las
salinas de Araya y el Caribe mar, infestado de corsarios y conquistadores
holandeses, codiciosos de las salinas de Araya y los tesoros de la provincia. La Salina de Araya es una
riqueza inagotable menospreciada por España.
En este
territorio la corona tiene una cantera de piedra coralina muy dura, de fácil labrar, y trasladar,
porque tiene la propiedad de flotar en
el mar, y se hacen ristras que llevan por doquier; en dichas canteras trabajan fasta trescientos indios y su producción desde 1504 ha sido enviada a
Cumaná y Cubagua, para la construcción
de sus fortalezas, iglesias y edificios públicos, de tal suerte que
constituyen una poderosa industria”.
En
otra relación, sobre este fuerte que dio el Gobernador y Capitán General Don
Sancho Fernández de Angulo y Sandoval, al Rey, copio textualmente:
“Según
revista ejecutada por el Sargento mayor, Don Ángel García Ibáñez, la dotación
de este fuerte es suficiente y esta
preparada para entrar en combate. Su jefe es el propio Gobernador y Capitán
General de la Provincia ,
que no pude atenderlo personalmente y tiene como ayudantes: Un teniente Mayor,
2 Alférez, un Capitán de Artillería, un Condestable y dos
Sargentos: tiene 244 soldados armados y municionados, mosquetes suficientes,
garniel y 20 cartuchos con balas para cada uno, también tiene capellán, cirujano, un tambor, un pífano, un aljibero, un barrendero y un
organista”. Anexo plano de este fuerte.
Y en otro
documento:
“Araya es una
península que da frente a Cumaná,
separada por un gran golfo que llaman “Cariaco”, una de las formaciones más hermosas del mundo
conocido. Los holandeses trataron de
apoderarse de la Salina desde 1606,
con una escuadra de más de cien naves -noviembre del año 1622 y enero de 1623- en el intento perdieron casi toda su fuerza. Al frente de la
provincia de Nueva Andalucía estaba el Capitán General Don Diego de Arroyo y Daza,
héroe de aquella jornada, que organizó
un ejército de 4000 hombres, compuesto
con fuerzas regladas y milicianos, y los
enfrentó y venció en el sitio que hoy se
llama “Ancón de las Refriegas”. Luego de
esta victoria se construyó el fuerte de Santiago de Arroyo de Araya que se inició en 1622” .
“La
fortaleza tiene forma trapezoidal, con dos lados hacia el mar y baluartes en los cuatro
ángulos de sendas caras desiguales; sus altos y largos muros
y los pasillos abovedados, hablan de lo confortable que resultó
el diseño. Tiene su capilla en la cual se venera a la patrona del
pueblo, Nuestra Señora de Las Aguas Santas. Está dotado con 33 cañones, algunos de
hierro y la mayor parte de bronce de fabricación tudesca, debo decir los
mejores del mundo. El fuerte es
inexpugnable”.
FUERTE DE
SANTA MARIA DE LA CABEZA
Otro documento reza:
“El fuerte de Santa María de La Cabeza , recientemente
reconstruido y dotado por el Gobernador Don Sancho Fernández de Angulo y
Sandoval, es el primero
en importancia desde el punto de
vista político, del gobierno de la Capitanía General
de la Provincia
de Nueva Andalucía; pero es el tercero desde el punto de vista de la estrategia
militar. Enclavado en la prominencia de
“Quetepe”, en todo el centro de la
ciudad, sitio privilegiado que domina las dos partes principales de la
población, tiene fácil acceso al río mediante un puente levadizo, y al puerto
en el mar, a través del río; se comunica
fácilmente con el fuerte de San Antonio de la Eminencia , donde opera la guarnición y la jefatura de las
fuerzas regladas, mediante un pasadizo secreto.
Tiene
forma cuadrada con cuatro baluartes y cortinas iguales. Sus muros de sillería y
cal son bastante altos. Puede montar 16 cañones
de diferentes calibres. En estos
momentos esta defendido por nueve
cañones de 12, montados en sus cureñas y
listos para entrar en acción. En la terraza
tiene un edificio de tierra pisada y madera, de dos plantas, que sirve de residencia al Gobernador
y su familia, y a las dependencias de la Caja Real. Esta rodeado por una amplio patio de
armas, en el cual se llevan a cabo los ejercicios de guerra y también las
ejecuciones de los reos. Está protegido
por un foso y por el río, el puente que los une
sirve sobre todo para la
carga y descarga de los navíos de la Corona y de otras
nacionalidades. En el almacén de armas y
municiones, tiene en inventario: 6
cañones de 4 libras ,
más de 100 culebrinas de 12, de
mala calidad. Es fama maldiciente, que el cobre para su fabricación es de esta misma provincia; sin embargo
sabemos que el cobre que usa el Imperio
para sus fundiciones no viene de Cocorote, sino de Chile y Cuba. Anexo los
planos de este fuerte”.
FUERTE
DE SAN ANTONIO Y SANTA CLARA
El último
documento de este legajo, dice: “El
fuerte de San Antonio y Santa Clara es el más antiguo, ya existía a finales del
siglo XVI, pero era de tierra y paja, no
prestaba ninguna seguridad, a menos que fuera
la vigilancia y acomodo de una pequeña guarnición, ya que desde la colina de San Antonio se puede divisar todo el amplio territorio del valle
aluvional que ocupa la ciudad de Cumaná y el mar que la rodea.
Si entramos a la ciudad remontando el río, podemos apreciar
además de la hilera de casas blancas de platabanda, en el paseo de La Alameda que bordea el
río, donde se desarrolla el comercio, y
vibra el espíritu de su pueblo; tirando la mirada hacia el fondo, sobre los cerros amarillos de sol y la
exuberante vegetación, podemos apreciar
en todo su esplendor, la hermosa
arquitectura del fuerte de San Antonio y Santa Clara. Este magnífico fuerte fue
reconstruido, en 1664 por el gobernador Rivero Galindo, después de sufrir los
embates de varios terremotos. Es
inexpugnable, no tanto por sus defensores y construcciones, como por sus cactus
gigantes que cubren sus lados, formando una barrera infranqueable.
El fuerte en la
actualidad tiene forma de estrella de
cuatro puntas, de tal forma que sus
cuatro baluartes esquineros se protegen
entre si. Está dotado actualmente con
25 cañones de diferentes calibres; tiene una casa de poca consistencia, para la guardia; pero
el resto de las construcciones es de
bloques de piedras, traídas de las
canteras de Araya.
La
guarnición está bajo el mando de un Sargento Mayor, un teniente y un alférez; además hay un
Sargento de Fusileros, uno de
Artilleros, un Capellán, 25 fusileros y 10 artilleros. En caso de
necesidad, por cualquier causa, acuden al fuerte, 800 hombres de las diferentes
guarniciones regladas de la ciudad; y de ser necesario, hasta 4000 milicianos de vocación y preparación probada.
En efecto, en la ciudad hay más de 4000 caballeros perfectamente
equipados, dueños de sus caballos, armas y municiones, que han prestado servicio militar y son
voluntarios veteranos”.
COMBATE EN LA BATERIA DE CERRO
COLORADO
El tirano Don Francisco de Vides
inició la construcción de esta batería, después de enfrentar y derrotar a sir
Walter Raleigh el 24 de julio de 1593; abandonada por más de cien años, fue
reconstruida en 1562 por Don Diego de
Arroyo y Daza, y ahora, durante el
gobierno de Don Sancho Fernández de Angulo y Sandoval, se le hicieron
reparaciones y modificaciones importantes; y fue dotado y rebautizado con los
nombres protectores de San Luis y San Miguel, que le dan nombre a la hermosa
bahía y playas del norte.
Al día siguiente, en la madrugada,
después de la matanza y orgía, en la
bahía de Mochima, Domingo de Gloría, los 700 bucaneros que quedaban,
emprendieron la marcha hacia Cumaná, guiados por un indio al que sujetaron con
una cadena por el cuello, y de vez en cuando le daban latigazos para mantenerlo
despierto. Subieron la falda del
Mochima, siguiendo el curso del río Nuto y luego, bajaron el Mochima siguiendo el curso del río Tacar, buscando las misiones de Plan de la Mesa y Roldadillo, de que les
habían hablado, pero que, en conocimiento de los hechos acaecidos en
Mochima, sus moradores las había
abandonado. Los invasores se acercaron a ellas con mucho sigilo para
sorprenderlos, y ellos fueron los sorprendidos; recordaron entonces que toda la
noche se escuchó el tan tan de las maderas.
Laping le dijo a su perro faldero que no era otro que
Peter Harper - ¡Esos malditos nos
denunciaron…! Nos están esperando, debemos tener mucho cuidado.
Harper, era un tipo estrafalario de
elevada estatura, de aspecto bonachón, su rostro curtido y cobrizo se
prolongaba en una barba negra y corta; vestía
chaquetilla de terciopelo verde
adornada con botones dorados, llevaba calzones azules, botines de cuero, y
remataba su vestimenta con un corbatín negro amarrado al cuello; el pecho
siempre lo tenía descubierto, sin camisa ni franelilla, cruzado solo por una
banda de fina tela amarilla, y un maletín cargado de libros; este atuendo le
ganó el apodo de Predicador.
Harper se pasó la mano por la
espesa barba, y recordando a
Cervantes, comentó en alta voz, como
para que todos lo escucharan –
“Ellos que cuiden sus barbas que
nosotros haremos lo propio…
Recuerda que no estamos peleando
contra molinos de viento, y en cosas de la guerra, todo está sujeto a continuas
mudanzas, replicó El Tuerto.
Ya veo que es Ud. un nuevo Quijote
-y rubricó el aserto con una estentórea carcajada.
Láping también rió de buena gana.
Se detuvieron y descansaron una hora en la misión
abandonada, pocas horas antes, de Roldadillo; algunos aberrados quería
incendiar el poblado, pero era una
pérdida de tiempo y de energías, sin embargo algunas chozas que dificultaban el
paso de los facinerosos, fueron destruidas e incendiadas.
Continuaron la marcha siguiendo el
curso del río Tacar, también llamado “Bordones” por los hispanos, por los muchos cultivos de yuca y maíz en sus
riberas, por allí siguieron hasta alcanzar las playas de San Luis, que se
abrían en la propia desembocadura del río. El mismo sitio en el que acampó
Francisco Fajardo en 1562, antes de ser
ajusticiado por Cobos; el mismo, donde
Amias Preston acampó para recibir el tributo que le pagó la ciudad,
y el mismo, en el que se reunieron éste y Walter Raleigh, antes de que decidiera invadirla, y ser derrotado por el tirano Francisco de Vides, de donde
salvó la vida a cambio de la vida de don Antonio de Berríos,
Gobernador de Guayana, que tenía
prisionero.
El Tuerto, reunió allí su Estado
Mayor, y los instruyó con un ponderado
discurso, al pie de un cedro centenario. Apoyado en Harper, mirando a sus
hombres a los que consideraba invencibles, elevando la voz les dijo:
“Vosotros no conocéis esta
ciudad, que parece tranquila y aburrida.
No tenéis idea de sus riquezas y lo difícil que es apoderarse d’ellas, sólo les
diré que el gran John Hawakins, no lo
intentó jamás: Amias Preston se conformó con el pago de un rescate, y el gran
Walter Raleigh fue derrotado, casi
perdió su vida al procurar apoderarse d’ella y sus incontables riquezas.
Cometió el mismo error que nosotros experimentamos. Desembarcó 250 hombres en chalupas y bateles,
por el mismo sitio escogido por nosotros, y dio tiempo a las milicias para
pertrecharse y contraatacar… Es cierto que Raleigh incendió el pueblo, pero no
pudo completar su victoria; cayó prisionero del Gobernador Francisco de Vides,
y para salvar la vida, tuvo que humillarse, pactar, y entregar al Gobernador de
Guayana Don Antonio de Berríos, que tenia como rehén; se marchó humillado, sin
tesoro, y dejó el cadáver de un sobrino, al cual amaba y tenía bajo su
responsabilidad.
Muchas han sido las expediciones
contra esta ciudad, que han fracasado. Las he estudiado todas. Los holandeses,
con una flota de 109 barcos de guerra y
miles de marinos experimentados, perdieron todas las batallas en esta zona, su
flota se perdió y también el honor, tratando de apoderarse de las ricas salinas
de Araya, que le son tan necesarias para la conservación de sus pesquerías, y
ahora está reforzada con esa suntuosa fortaleza que evadimos hace algunos
días…”
“Todo eso pasó porque no tuvieron el conocimiento, el
coraje, la malicia, la astucia ni la
inteligencia necesaria, para escurrirse dentro de sus defensas. Nosotros si lo
vamos a lograr; y, sus mujeres, las más bellas del caribe; y, sus
tesoros serán nuestros. Aquí hay más de cien mil ducados solos en armas, vale la pena arriesgar la vida para
luego vivir como reyes”.
Harper felicitó a Laping, echándose
un paso a tras, díjole: “Usted me asombra con su erudición y olfato, me doy
cuenta, que es un verdadero jefe, un
fino estratega. Esto no es un asalto cualquiera, es toda una empresa. Al dinero
y al interés miraremos. Cuente usted con mi lealtad. Me gusta lo que hace. Lo
comparto”.
Lo tendré muy en cuenta “Amigo Sancho”–dijo Laping
apretando el hombro de Harper- ojalá
todos piensen como usted, así no tendré que matarlos.
Acamparon a unas cien varas de la orilla del río, en un claro de la espesa selva. Duvale se
encargó de las guardias. Muy de
madrugada el Tuerto envió dos hábiles
espías, a recorrer la playa de San Luis, partiendo de la embocadura del
Río Tacar, donde había instalado su cuartel general con todas las de ley; con
instrucciones de volver de inmediato con
información sobre las defensas que apreciaran por insignificantes que fuesen,
habidas en la zona de sabanas y cerros
que se veían desde allí. Al regreso, tres horas después, advirtieron sobre la Batería que estaba en el cerro a su derecha, que les
cortaría el paso, ya que sus cañones parecían tener alcance suficiente.
Esta batería no aparecía en los
mapas e informes que tenía el Tuerto,
tal vez los documentos estudiados no la
consideraron importante o desconocían su reciente reconstrucción.
Apareció el fuerte como un
obstáculo imprevisto. El Estado Mayor de El Tuerto se reunió de inmediato y
estudió dos opciones: exponerse al fuego de los cañones entrando por la playa y
atacar, o pasar por detrás del fuerte atravesado las serranías de Bordones, La Montañita del
Guaranache, Tumba Tortuga y Cerro Colorado, para lo cual deberían
subir río Tacar, buscar el Guaranache y
bajar luego por el camino de Maracapana.
Uno de los exploradores del Tuerto,
apodado Elgaviota, intervino, previo permiso del Estado Mayor, y dijo con una
risita muy peculiar, que disgustaba sobremanera a El Tuerto:
Yo opino… este… que… deberíamos dar
un rodeo por la playa, este… entrando
por el camino que llaman en el plano de guaiqueríes, este… que sería muy
fácil… porque puede haber un vado para atravesar el río y llegar a la
ciudad en la noche…
El Tuerto, rápido como felino, le dio un
bofetón e increpó al audaz explorador.
¡Pardiez…! Mal rayo os parta…
¡¿Quien creéis que sois para darnos consejos…?¡ … ¡Anda borrico, idos de mi
presencia…!
Además El Tuerto le dijo, tantas
lindezas de esta guisa, que el hombre se arrugó todo, retirándose de inmediato sobándose el pómulo derecho, donde había descargado su ira el mandamás, y para no colmarlo,
porque sabía a que atenerse.
De todas formas esperaron hasta el
otro día; y con las primeras luces del
15 de abril, a la hora en que Sevilla va a la misa, los filibusteros se pusieron en marcha hacia
Cumaná. Eran 700 bárbaros armados con arcabuces, espadas, cuchillos y
arrastraban el parque en carretas rústicas fabricadas por ellos mismos.
Desde las torres de vigilancia de
la batería de San Luis en Cerro
Colorado, los guardias observaron la polvareda, sin embargo esperaron un buen
rato para dar la novedad al sargento. Estaban alertas porque conocían la
presencia de los piratas en la zona. Una
vez convencidos de la situación de peligro, dieron la señal de alarma con un
toque de corneta.
La batería es una sólida
construcción de cal y canto, de altos murallones, en sitio inexpugnable. Da a un barranco de más de diez metros de
profundidad. Forma un cuadrilátero perfecto; tiene baluarte y casa de
bahareque, bastante cómoda para la
pequeña guarnición: dormitorios,
comedor, polvorín, patio de armas y 4 cañones de 12 montados en sus
cureñas y listos para disparar.
Desde el baluarte se domina el amplio
territorio de sabanas peladas, lagunas,
mar y serranías que llaman
“Sabana del Salado”.
El panorama que se extiende a sus
pies es desértico: las “Sabanas del Salado” por el norte; por el sur, las
serranías rojizas de Cerro Colorado, por donde es difícil, por no decir
imposible, el asalto; debido a la selva de cactus gigantescos que lo pueblan. Hacia el este, continúa la
sabana dividida por el río Cumaná que serpentea entre cocales, un caño
de poca profundidad en esta época de verano, pero las lluvias tempraneras de ese año
constituían un peligro porque hinchaban al río y los caños amenazaban
desbordarse. El río se abre en varias
vertientes y caños que dificultan el
camino; uno de estos infestado de
caimanes, pasa a 1200 varas al este de la batería.
Para este 15 de abril la batería
estaba recientemente dotada por el gobernador Don Sancho: 4 cañones de 12, varias culebrinas, suficiente pólvora,
municiones, piedras de chispa, granadas,
mosquetes. Cada hombre cuenta con el arma personal que mejor domina.
Entre soldados y oficiales hay 14 hombres
dispuestos a dar la vida en el
momento que sea necesario.
Al frente de estos hombres estaba
el sargento comandante don Antonio Mariño y Soto Mayor, joven condestable
recién llegado de Cartagena de
Indias. Vista la magnitud de los hechos reunió a sus hombres en el patio de
armas. Los puso en cuenta de la grave
situación, y sus hombres lo entendieron. De inmediato supo que hasta allí
llegaría su vida y su carrera, solo le quedaba morir con honor. Entonces les habló:
¡Soldados…! Resistiremos hasta que
vengan refuerzos. No nos
rendiremos. Si debemos perder la vida,
no hay momento más digno para un soldado que ofrecerla en cumplimiento de su
deber. Preparaos pues para luchar como fieras en defensa de lo que nos es
sagrado, la libertad. Derramar nuestra sangre por el bienestar de nuestro pueblo, es un honor.
Ármense lo mejor que puedan con las de su preferencia, y con aquellas con las
cuales puedan hacer daño al enemigo, y no desperdiciéis
municiones.
Encomendaos a vuestro protector en el cielo,
oren al Señor y que se haga su santa voluntad”.
Dio la mano a cada uno de sus
soldados y les ordenó, dulce y suavemente, que ocuparan sus puestos, que
no abandonaran bajo ninguna circunstancia, y en cuanto el
enemigo entrara en radio de fuego, que dispararan sin descanso y sin
tregua. Le hizo una seña al cabo Manolo
Montero, valiente y experto jinete,
capaz de burlar cualquier emboscada, alcabala o parapeto de guerra, para
dar aviso personal al Gobernador y entregarle un mensaje rápidamente escrito,
en relación con el peligro de la invasión pirata, y exponiendo su situación,
según la cual, cuando llegaran los
auxilios, ellos estarían muertos en
defensa del honor y de la ciudad.
E. S. Gobernador don Sancho Fernández de Angulo y
Sandoval, más de 500 hombres nos atacan y con toda seguridad rebasaran nuestras
menguadas fuerzas, preparaos para defenderos, y si es posible enviad cuanto
antes un batallón de caballería que nos refuerce y permita salir del fuerte. Que Dios os proteja. Viva
El Rey. Viva España y nuestro pueblo.
Fuerte de San Luis y San Miguel, a 15 de mayo de 1669.
Luego subió a la garita y desde
allí siguió las peripecias del enemigo.
El
cabo Manolo Montero salió con
buen augurio protegido por la metralla disparada desde la batería; salvando la balacera y los mil obstáculos
arbitrados por los sitiadores, que ya acampaban alrededor de la fortaleza;
siguió raudo hacia la ciudad, montando como cosaco, tomado de la montura del
lado opuesto al enemigo, pegado al pescuezo del noble animal para dar la
sensación de que había sido derribado; y así, al parecer lo creyeron, porque el
tiroteo amainó, y el jinete pasó ileso
entre ellos; buscó luego el camino de los margariteños, y al llegar al primer bohío Guaiquerí, el caballo, que había sido herido, cayó muerto;
sin embargo un oportuno miliciano que lo observaba, se acercó y le preguntó
por lo que sucedía. El valiente correo lo puso en auto de las circunstancias, y el miliciano,
Antonio de Madrid, cuyo nombre debe
pasar a la historia, procedió con
premura al auxilio debido, lo montó a la grupa de su corcel y ambos continuaron velozmente hacia el fuerte de Santa
María de la Cabeza , domicilio del gobernador. Siguieron por la vía de los indígenas,
llamada de Los Margariteños, porque por él entraron a Cumaná los vengadores de Francisco Fajardo. Llegaron por el lado de Altagracia frente al
fuerte de Santa María, donde había muchos barcos; solicitaron a uno de los barqueros, el Indio Tomás Mapoyo, amigo de Don Antonio de Madrid, a quien pusieron
igualmente en antecedentes de lo que ocurría, y este los llevó hasta el puente levadizo, frente a la plaza
de armas del fuerte. Una vez allí,
pidieron permiso para entrar, dando grandes voces porque no se veía
personal de guardia. Al poco rato dentro de la fortaleza se
percataron de la emergencia, un Sargento Mayor, Don Fernando Lares de Rojas, se
ocupó del asunto y bajaron el puente, y de inmediato fueron llevados a la
presencia del Gobernador.
El Asalto
El Tuerto, guarecido bajo una
frondosa ceiba, donde tenía reunido a su estado mayor, ordenó a un grupo de 8 escaladores, veteranos
y acostumbrados a tomar por asalto
embarcaciones en alta mar, para que se ocuparan de ese asunto. Inmediatamente
se presentaron voluntariosos. El grupo
que se formó quedó bajo el mando del
caribe Cinda, un asiático
descomunal que tenía una cicatriz
en el pectoral izquierdo, totalmente cercenado de un tajo que recibió en duelo de cimitarras contra seis asesinos iguales que él; era fama que Cinda le había cortado la cabeza a sus oponentes después de recibir
el golpe y como se desangraba, pidió a
una bruja que andaba por allí, hilo y
aguja, y el mismo se coció la herida sin
proferir el más mínimo quejido.
Los 8 hombres partieron equipados solo con cuerdas y cuchillos. Reinaba tanta paz en derredor,
que los forajidos pensaban que la batería
de San Luis y San Miguel Arcángel, había
sido desocupada. Don Antonio Mariño y
Soto Mayor, desde la garita aguaitaba y
calmaba a sus hombres. Todos estaban en sus puestos, prestos a pelear hasta la
muerte y ejercer la defensa del fuerte. Don Antonio los vio subir
por la escarpada pendiente del Norte. La brisa cuaresmal soplaba sobre la sabana recalentada por el
inclemente sol, y las piedras calichosas del pie de cerro brillaban bajo el sol
vertical; un polvillo fino como humo, se
levantaba de las pisadas de los forajidos y delataba su presencia. Don Antonio
hubiese podido dar la orden de disparar, pero prefirió observarlos, conocer su
estrategia y su poder.
Imaginó que las cosas sucederían
así: los escaladores, aunque
sorprendidos por la pasividad
de los defensores, pensaban que
no habían sido avistados y continuaron
su ascenso con absoluta obstinación.
Lanzaron los garfios que encajaron en las murallas, y así fue que
penetraron en el fuerte con gran facilidad. Vinieron a dar a un espacio bastante
amplio, entre la casa y la muralla donde
al parecer no había nadie. El asiático,
dijo:
“Esto me huele mal. Tengan mucho cuidado. Al parecer no hay
nadie, pero no podemos confiar… “
Pegados a la muralla, sigilosamente
se acercaron a la esquina Norte de la casa del Fuerte. Llegaron a la puerta
principal, la empujaron y penetraron tres de ellos, siguiendo las órdenes
perentorias de Cinda: cinco filibusteros quedaron afuera. Don Antonio Mariño y Soto Mayor, hizo la señal convenida y seis hombres en el
interior de la casa accionaron sus
mosquetes sobre los vándalos hiriéndoles mortalmente. Afuera convergieron los
demás defensores y acribillaron a los que habían quedado afuera de la casa. El
único que resistió la balacera fue el descomunal asiático, que aun recibiendo
las descargas de mosquete, se abalanzó
sobre el soldado José Luis Almoine, y lo
apuñaleó, pese a que el soldado le disparó a boca de jarro destrozándole las
entrañas; pero el bárbaro tuvo fuerzas para asestarle varias puñaladas, y el
valiente defensor sucumbió bajo el peso de aquel gigantesco gladiador.
Luego de esta refriega, los
defensores arrojaron los cadáveres por sobre la muralla del norte para que el
Tuerto los enterrara; ellos por su parte cargaron ceremoniosamente el cadáver
del soldado José Luis Almoine, lo colocaron en un mesón alrededor del cual se
reunía el destacamento dentro de la casa, y
el sargento Don Antonio Mariño y Soto Mayor, leyó las oraciones; y dijo a sus hombres…
”Soldados, no es momento de llantos y recuerdos, eso lo
dejaremos para después; ahora nos interesa la defensa de este baluarte, que es de nuestra
responsabilidad, y si es posible, porque lo es, obtener una victoria contra
este enemigo salvaje que no respetará nada si nos descuidamos…¡Todos a sus
puestos, y que sea lo que Dios y la patria, quieran!.
El Tuerto y su Estado Mayor,
observaban los sucesos con sus catalejos, hasta el momento en que fueron
lanzados los cadáveres por encima de las
murallas del fuerte. Entonces aparentó entrar en crisis de furor y odio.
Pataleaba y rumiaba. Gritaba a todo pulmón miles de amenazas, injurias e
improperios contra los defensores del fuerte… Llamó a gritos a sus hombres,
también murmuraba y se mesaba los cabellos…
¡Malditos…Voto a Belcebú…Los
exterminaré…! ¡Quiero 100 voluntarios
para asaltar esa batería y matar a esos perros…! Los aplastaremos como
cucarachas…lo que son…soldados asalariados de la Viudita …¡Lo juro por
Satanás…! Sí ¡el mismo Diablo que es mi hermano…! ¡Lo juro…! ¡Con mis propias
manos los destriparé…! ¿Dónde están mis hombres…?
Se arrancó la camisa y desgarró el
pecho bañándose de sangre, y como se pasó las manos por la cara se veía como el
mismo demonio. Sus hombres de confianza espantados trataban de calmarlo, pero
lo que lograban era enfurecerlo más. Los empujaba y golpeaba…Hasta que pasada una hora larga, por
fin fingió serenarse y frente a él estaban los 100 hombres que pedía a gritos.
Cien hombres entre los más detestables y ruines de este mundo estaban formados
ante él. Eran de verdad los más formidables
forajidos que podamos imaginar. De cada uno de ellos se podría escribir
una larga historia de infamias y crueldades como nunca se ha escrito. Allí
estaba Príncipe, cuyo nombre verdadero
era Troy Amerstrong, gigante escocés de fuerza descomunal que prefería matar a
sus víctimas con sus propias manos de forma sui géneris, le apretaba el cuello
con el brazo izquierdo y con el derecho, con el puño cerrado, le daba un golpe en la cabeza, matándolo
ipsofacto –hay testimonios de personas que lo vieron en acción en el asalto
frustrado de Cumaná; y otros más de esa
misma índole que iremos nombrando en el curso de esta historia. Príncipe se adelantó hacia El Tuerto, como
gustaba hacerlo, y mirándolo de hito en
hito, le dijo: -
¡Oye Tuerto! Quiero comandar este pelotón,
porque ese Asiático que murió me duele; no se como ni con que arte pudieron
matarlo…por que ese asiático era inmortal, y…me salvó muchas veces la
vida…Quiero vengarlo con mis propias manos… Quiero arrancarle la cabeza al maldito que me deshonró matando a mi
amigo… Mi enemigo está allá arriba…
El Tuerto miró con repugnancia
al sujeto, por la forma descortés del
trato que le daba el subalterno, y por sus gestos irrespetuosos, pero no
reaccionó como se podría esperar, más bien en tono conciliador, sobando
descuidadamente la cacha de la pistola, le dijo: -
Bien Príncipe… Seréis el jefe de
estos cien hombres. Pero me responderéis con vuestra vida si fracasáis. ¡Salgan
de inmediato, antes de que reciban refuerzos…!
Príncipe esperó que El Tuerto
impartiera las órdenes correspondientes, se le acercó y le dijo al oído: “Si eso sucediera quedaré muerto allá junto
con mi amigo… No te daré el gusto de matarme… El Tuerto lo empujó con violencia,
el gigante no se movió ni una pulgada e improvisó una carcajada despiadada que
resonó en todo el ámbito que ocupaban la sabana y los cerros, y el eco repitió siniestramente muchas veces
más.
Estos hombres hicieron lo mismo que
el grupo anterior y recibieron el mismo tratamiento. El Sargento Don Antonio
Mariño y Soto Mayor, avistó la avanzada, se dio cuenta de la magnitud de su
compromiso. Bajó de la garita y dijo a sus hombres:
“Los invasores pasan de ciento, no
vendrán refuerzos todavía, tenéis que afinar la puntería. Tenéis que cobrara
vida por disparo. Fijaos, desde que aparezcan sobre las murallas, sólo entonces
iniciaréis los disparos. Cada uno de vosotros debéis tener por lo menos tres
armas dispuestas para disparar. Tal vez
retrocedan, en ello nos va la vida. Ocupad vuestros puestos.
El Tuerto estaba atento a los
movimientos de sus hombres. Luego que salió la avanzada llamó al General
Lawriman, segundo jefe, el de mayor
confianza, y le dijo:
General prepare el resto de los
hombres que vamos a tomar ese fuerte cueste lo que cueste. En cuanto mi avanzada suban las murallas
nosotros también entraremos. Que cada hombre se provea de una cuerda porque
vamos al asalto…
La escalada se produjo como lo
había previsto El Tuerto, pero nunca se imaginó lo que le iba a costar su
osadía. El comandante, don Antonio Mariño, guardó toda la pólvora que tenía en un sotanillo que había
bajo el piso de la casa del fuerte y
ordenó a sus hombres que huyeran, pero ninguno quiso huir, sabían lo que iba a
pasar. Cada hombre buscó su acomodo, bien pertrechados para disparar contra los
vándalos. Esperaron pacientemente, y cuando los forajidos lograron subir,
dispararon con certera puntería a todos los que aparecían en la muralla; pero
el número crecía y se hizo
imposible cargar los mosquetes con la rapidez
necesaria, por lo que usaron las pistolas, hachas, espadas y puñales. Con destreza y desenfado disparaban contra los
malhechores, cortaban las cuerdas engarfiadas
en las murallas, atacaban con espadas y puñales y con sangre fría
observaban la caída de los heridos en el
abismo. Volaban de un lado a otro y se multiplicaban sin cansancio causando
asombro e incalculable daño entre los
enemigos. Nunca un número tan pequeño de defensores pudo causar tanto espanto
entre las filas enemigas. Por fin, después de largas horas de combate,
diezmados por un número tan superior, los defensores cedieron y los asaltantes
se declararon dueños del fuerte. Hicieron las señales convenidas con el Tuerto,
y Príncipe ordenó atender a sus heridos,
rematar a los vencidos y registrar el lugar. Sin embargo encontraron la puerta
de la casa cerrada herméticamente.
Príncipe con voz atronadora gritó:
¡Tumben esa puerta, qué esperan
hideputas!
Toda la partida de invasores, los
que quedaban con vida, estaba allí.
Holgazaneaban, se contaban sus hazañas, se reían a carcajadas, reunían armas y
pertrechos y hacían montoncitos con las municiones; bajaban los cañones de sus
cureñas, reunían las piedras y discutían por la propiedad de cualquier
bagatela.
Por fin, los que se ocuparon,
tumbaron la puerta de la casa del fuerte, y de repente detrás de la mesa estaba
la figura hermética del Sargento Mayor Antonio Mariño, con una antorcha
encendida en la mano. A los forajidos se les congeló la sangre, un grito que apenas salió de la garganta de
uno de aquellos buitres, informó en pocos segundos a Príncipe, del drama que
iban a vivir, cuando la voz de Mariño tronó contra las paredes de la casa y se
escuchó en todo el territorio… Hasta el
Tuerto, dijo luego, que la había oído.
¡Mueran malditos cobardes…!
Seguida de explosión
fantástica…Todo el fuerte voló por los aires…La casa entera desapareció con
todos los hombres que estaban en su interior…Las paredes del fuerte se abrieron
como si una fuerza sobrenatural los empujara desde el fondo del abismo.
Las murallas cayeron hechas añicos. No
se salvó nadie. El Tuerto que venía con el resto de sus hombres se quedó
paralizado como a seiscientas varas de
la fortaleza. Lo que vio lo dejó anonadado, perplejo, sin voz, sin reflejos,
frío. No había calculado… no atinaba
decir ninguna palabra. El fuerte había desaparecido dentro de una columna de
humo negro que se elevaba hacia el cielo, más claro que nunca, pero para él
como un negro abismo insondable. ¿Y sus hombres? ¿Dónde estaban sus hombres?
EL PASTOR.
Varias horas después, estando más
sosegados, El Tuerto en un gesto que le era muy característico, ordenó recoger
los cadáveres de ambos bandos y darles cristiana sepultura.
Estaba entre los más
afligidos, el terrible y sanguinario
Peter Harper, perro guardián de El Tuerto, que se lamentaba
estentóreamente, había sido pastor en
una iglesia de Jamaica, sabía de memoria los salmos y el eclesiástico, en situaciones dramáticas,
se ocupaba de predicar, declamar con voz estentórea algunas palabras
“consoladoras”, como él decía; y a cada suceso aplicable una lección de los
libros sagrados.
Luego que los hombres de Laping
recogieron algunos cadáveres y los restos de otros, y habían excavado dos
grandes fosas, los fueron echando y cubriendo con poca tierra, de tal suerte que para la fosa
de los defensores no hubo tierra ni el más mínimo interés. Una vez terminada la
macabra tarea, se alzó de entre todos, la estrafalaria figura del tal Peter
Harper, Guacamayo, y levantando los bazos clamó:
¡Silencio, escuchadme todos! Con la
venia de nuestro sagrado y benemérito Jefe, el más rico y poderoso señor de los
mares, el almirante Walter Laping, voy a
deciros una oración como homenaje póstumo a nuestros valientes compañeros de
armas… que murieron por nosotros en heroico combate en el Campo de Agramante,
como deben morir los hombres …
Y con voz reposada y dulce dijo, repitan
conmigo:
”El Señor es mi pastor… nada me
falta… en verdes praderas me hace reposar… donde brotan manantiales de agua
fresca y cristalina, me conduce… Fortalece mi alma en el camino y me guía sin
cansancio… Aunque pase por quebradas oscuras no temo ningún mal, porque El
estará conmigo por siempre… Me acompañan su favor y su bondad. Mi mansión es la
casa del Señor…Amén.
Luego de este discurso, Peter
Harper, permaneció en silencio, meditando
con las manos unidas sobre el pecho, vinculado, indudable y
misteriosamente, con el Señor. La brisa
de la tarde peinaba sus cabellos color de trigo y las lágrimas corrían por sus
mejillas. Nadie sabe qué pensamientos torturaban su alma, y si verdaderamente
sentía su apasionada oración…Muchos
forajidos lloraron y se abrazaron hermanando su dolor; hasta el Tuerto se
limpió varias veces los ojos, e intentaba resistirse a las lágrimas que afloraban entre sus pestañas; caminó sin
rumbo unos segundos y entre sollozos convulsos,
se acercó ritualmente a Harper, lo abrazó y consoló, demostrando ante
sus hombres un sentimiento inusitado. Harper le dijo: -Hermano tenemos que ser
fuertes– Lo separó empujándolo suavemente hasta tenerlo a la altura de sus
ojos, lo sondeó intensamente- El Tuerto le respondió- Los vengaremos… Ya sabrán de nosotros esos
hijos de perra.
Los cadáveres de los valientes
defensores quedaron insepultos, y como sentenció El Tuerto…”Esos apestosos
servirán de carroña para los buitres”.
La noticia de la llegada del correo
enviado por el Sargento Mayor Antonio Mariño, al fuerte de Santa María de la Cabeza , y la alarma que
proclamaba, corrió como pólvora en la ciudad. De inmediato una variopinta
muchedumbre se agolpó fuera del patio de armas de la fortaleza, bajo la
techumbre de un viejo molino que aun surtía agua cristalina del río y era
refugio de mulateros y lugar de partida
de caravaneros: dentro del patio de armas estaban los representantes de los
poderes públicos, de las fuerzas regladas y milicias, del clero, y del
comercio; representantes de blancos, pardos e indios, y el pueblo llano, que
acudieron presurosos a palacio. Por todas partes se veían mujeres y hombres a caballo y otros con acémilas,
presurosos, con rumbo a diferentes direcciones, arreglando sus asuntos para
salir de la ciudad. En la calle del Comercio y en la plaza del Coliseo cerraban
las puertas, y en los corrillos tradicionales comentaban en voz alta los
acontecimientos.
El Gobernador Don Sancho Fernández
de Angulo y Sandoval, personalmente ordenó la evacuación de la población civil.
La orden escueta pero firme fue:
“PELIGRO INMINENTE. Que nadie quede en la ciudad. Sólo podrán llevar
lo imprescindible. Acatar de inmediato”;
envió Bandos para anunciarla en
todas las esquinas, y ordenó emplear la fuerza, de ser necesario, para someter
a los que se resistan y pretendan permanecer en sus casas.
Esta medida se tomó y ejecutó para
que todos pudiesen abandonar la ciudad en los escasos medios de trasporte existentes. “Sólo lo necesario y
rápido, -repetía el Gobernador- porque el asalto se producirá en pocas
horas. En tanto atendía esta emergencia,
también se ocupó de la defensa, que dispuso apresuradamente con los elementos
disponibles. Envió a uno de sus
ayudantes, a buscar al Sargento Mayor Don Juan de Alcalá, que estaba
al frente de la Guarnición
en el Castillo de San Antonio. A otros oficiales les mandó concentrar las
fuerzas regladas, en los diferentes fuertes. A las milicias les encomendó la custodia y protección de
los civiles durante la evacuación, y el desalojo de las viviendas, que es la
parte más difícil, y la movilización de la caballería hacia las sabanas del
Salado, por donde entrarían los rufianes.
“Que salga la caballería
inmediatamente, que luego organizaremos mejor el frente de combate. Que alguien
se haga cargo, bajo mi responsabilidad,
si no está el coronel don Augusto Serpa y Forjonel …”
Con la mayor diligencia se tomaron
estas previsiones…Se organizó y produjo la evacuación de la ciudad, sin mayores
consecuencias; el pueblo de Cumaná estaba prevenido por experiencias anteriores.
A
buena parte de la población se le ordenó refugiarse en la población de
Araya bajo la protección del fuerte de Santiago; otro contingente se envió por el río en ligeras curiaras indígenas, siempre
dispuestas, con rumbo a “Puerto de la
Madera ”, desde donde era fácil trasladarse al piedemonte del
Tataracuar o los fértiles valles de Guaranache y Cancamure; otras familias, en
sus propios coches de briosos caballos, se internaron por el camino de los
españoles hacia Camacuey, Quetepe, los Frailes y Marigüitar. Muchos más
llegarían a sus fincas en los abundosos valles de San Fernando, Aricagua,
Arenas, Cumanacoa, San Lorenzo, Cocollar y otros sitios de temperar. El pueblo
acató la orden, desde ese momento todo se movió: embarcaciones de todo tipo,
incluyendo los de la fuerza sutil de la Comandancia General
de Marina, salieron hacia el norte desde el puerto de Altagracia, buscando la
protección de la Real
Fuerza de Santiago de Araya, o de la gobernación de
Margarita, pero también dispuesta para el combate. Centenares de curiaras
surcaron las aguas del río hacia el oeste, ahora en pleno verano; carrozas,
carretas y mulas salieron hacia el este, por la vía de Chiclana hacia Güirintar
vía Marigüitar, o la Cruz
del Maguellar, todos los medios fueron
utilizados para huir de los bárbaros…Cumaná quedó sola… Las casas con sus puertas abiertas hacia la
calle, según costumbre centenaria, le
daban un aspecto fantasmal… El viento de cuaresma, el polvo de las sabanas, el
calor del mediodía…y, el silencio, solo interrumpido de vez en cuando por el
sonido de la metralla, que se acercaba cada vez más. Sin embargo la defensa
había sido preparada minuciosamente.
El gobernador don Sancho Fernández
de Angulo y Sandoval, no se cruzó de brazos, convocó a los alcaldes de la
ciudad: don Diego de Vallenilla y Arana,
al cacique don Pedro Gámez García, también convocó al alférez mayor don
Julián Domingo Atencio, a los alcaldes de la Santa Hermandad
don Juan Gómez de San Martín, Dr.
Rodrigo Rendón de Sevilla, al comisario de la Santa Cruzada , fray
Lorenzo Márquez de Valenzuela, al comisario del Santo Oficio, fray Pedro
Centeno, al vicario foráneo y Juez
eclesiástico don Fernando de Meza y Berrío, al párroco de Altagracia, fray
Pedro Duque Arduín, los miembros del
ayuntamiento, y del gremio de comerciantes, acudieron don Agustín de Coll, don
José de Lerma y don Mauricio Berrizbeitia.
Todos se reunieron de emergencia en
el salón principal del fuerte de Santa María de La Cabeza , sede del Gobierno,
para analizar la situación y tomar las medidas que fueren necesarias y
convenientes, y a tal efecto se constituyeron en Junta Provisoria de Gobierno
de la provincia de Nueva Andalucía, que podrá despachar desde cualquier sitio,
atribuyéndose facultades extraordinarias y dictatoriales, que ejercerían,
actuando conjunta o separadamente, según las circunstancias; levantando al efecto
un Acta que firmaron todos los presentes, cuyo original enviaron al Rey, y en
cuya Acta detallaron las circunstancias
de facto que justificaban la medida
excepcional, exponiendo como fundamento, que el propósito de dicho acto lo
ameritaba por el hecho más que probable, de la muerte de uno o varios de los miembros del gobierno, y porque si
alguno o varios de ellos murieran en las
acciones que se avecinaban, la provincia no quede sin gobierno.
El gobernador expresó,
absolutamente convencido: “Creo que los piratas tomarán fácilmente la ciudad,
pero si tienen un errado concepto de lo que es la provincia y su sistema defensivo, lo perderán todo. Si
vienen con batería gruesa podrán destruir los fuertes, de eso no cabe duda,
pero creo que si se los dejamos no los
destruirán. Contemos con los mil accidentes que suelen ocurrir en estas
invasiones corsarias. Les dejaremos la ciudad, mantendremos los hombres que
sean necesarios en los fuertes de San Antonio y este de Santa María,
aparentaremos una vigorosa resistencia y
luego los abandonaremos. Nos retiraremos tranquilamente hacia el interior. Allí
nos organizaremos, los esperaremos y los derrotaremos, sin lugar a dudas. Y si
ellos no nos atacan nosotros los vendremos a buscar. Vamos a trabajar sin descanso y dará frutos”.
Usted me perdonará –interrumpió el
alcalde don Diego de Vallenilla- que disienta de Usía. La experiencia que
tenemos es otra. Siempre hemos tenido que pagar rescate, y creo que esta
solución es la más aconsejable. Nos ahorraremos muchas vidas y salvaremos la
ciudad. Si no pagamos esos miserables no se irán sin perseguirnos, sin
incendiar los edificios públicos, las iglesias y nuestras casas. Usted debe
buscar por todos los medios un arreglo
pacífico…
Eso no está descartado –respondió el
Gobernador- nombraremos un embajador para que procure un arreglo, pero de todas
formas tendremos que estar preparados
para cualquier eventualidad. Dios mediante, es posible que esa gente ponga un precio, ya veremos…
Monseñor Fernando de Meza, se
levantó y dijo: Cuando este pueblo estuvo a merced del Corsario Inglés Amías
Preston, se llegó rápidamente a un arreglo y se conformó con lo que se le pagó
y no ha regresado nunca más. Considero muy afortunada la posición del Alcalde.
No creo que sea necesario el derramamiento de sangre.
Sin embargo –terció don Julián
Domingo Atencio- no ocurrió lo mismo cuando el sanguinario Nicolás Vallier
asaltó la benemérita ciudad de Coro…Cobró el rescate y luego entró a sangre y
fuego para vengar la muerte de algunos
de sus hombres, y debemos tener en cuenta que este bárbaro a quien llaman El Tuerto, ha perdido más de
doscientos hombres …
Bien…bien…Tengamos calma…-protestó
el gobernador- se deben tomar en cuenta todas estas circunstancias.
Se hizo un pesado silencio, que
interrumpió el cacique Don Pedro Gómez García, alcalde de los indígenas:
Debemos aceptar el plan de Don Sancho, es
más seguro y conveniente. Con esa gente no se podrá pactar, ellos se
consideran vencedores, entrarán a sangre y fuego, no dejaran alternativa, tampoco nos darán la
oportunidad de parlamentar. Eso lo veremos.
Por fin todos aquellos hombres,
veteranos de muchos conflictos, entendieron
y aceptaron la posición del Gobernador; por eso la primera orden que
emanó de aquella junta fue la de: acuartelamiento de tropas y preparémonos para
la contingencia. Por supuesto se impartieron órdenes en todos los sentidos,
especialmente en cuanto a las reservas de agua y alimentos, para lo cual se
abrió una vía protegida y segura hacia el río. El gobernador mandó llamar para
que se presentara inmediatamente en su despacho, al sargento mayor, don Juan de
Alcalá, comandante de las fuerzas regladas y del fuerte de San Antonio, para
ponerlo en autos y oír su opinión. A poco rato se presentó el pundonoroso oficial,
individuo de carera con fama de valiente, que le tocó pelear y vencer contra corsarios franceses e ingleses en el puerto de La Habana , y en quien tenia
harta confianza el Gobernador.
Don Juan, como era de su natural
condición, escuchó reposadamente la relación de los hechos, y las decisiones
tomadas por aquella junta de facto, después de algunas consideraciones menores, convino en que lo decidido era lo
más conveniente en aquellas circunstancias, y así mismo convino en que se encargaría de organizar y explicar
a sus oficiales las providencias que se recomendaban. Por supuesto también, la Junta , ordenó aplicar las medidas de emergencia del estado de guerra: el toque de queda, la
vigilancia bajo pena de muerte, acordar y guardar el santo y seña para las
misiones secretas, y demás medidas necesarias a tal situación.
Don Sancho hizo comparecer, con la urgencia del caso, al
capitán don Augusto Serpa y Forjonel,
Jefe del batallón de Caballería, y después de ponerlo en conocimiento de la
situación con lujo de detalles, sin vacilación, le ordenó diciéndole:
Capitán, tan rápido como sea
posible, movilice sus fuerzas hacia la Sabana del Salado en donde, tengo entendido,
están acampadas las fuerzas
invasoras y se preparan para
atacarnos. Tome Ud. las medidas que crea convenientes para batirlos, pero sin
arriesgar demasiado; nunca malgastando fuerzas ni municiones, pero, procurando
causar bajas en el enemigo. Debe Usía. desconcertarlos y si fuese posible
separarlos, que si esto se logra podrá derrotarlos. Como
he explicado tenemos un plan y creemos que es una forma de ahorrarnos
vidas y vencer. Cumpla Ud. con nobleza, como siempre lo ha hecho, y, dígales
a sus hombres de mi parte, que de los esfuerzos de hoy pende la libertad
de su pueblo.
El oficial se despidió con la
cortesía acostumbrada. Don Juan de Alcalá hizo lo propio y ambos salieron
juntos del fuerte, charlando sobre los sucesos. Como cada uno de aquellos
hombres tenía una misión que cumplir, el salón se fue quedando solo. Don Sancho
y sus ayudantes inmediatos se dedicaron a inspeccionar las defensas, y ver y
corregir cualquier problema.
Al mediodía llegó al fuerte un
correo de don Juan de Alcalá, portador de noticias para el gobernador,
relacionado con los invasores, decía:
“Don Juan de Alcalá, sargento mayor
de la Provincia
de Nueva Andalucía. Gobernador y capitán general, don Sancho Fernandes de
Angulo y Sandoval. Cumaná, 20 de abril de 1669.
Doy a su conocimiento datos
relacionados con los invasores. El jefe de la expedición es el corsario Walter
Laping, a quien apodan “El Tuerto”, y es el comandante de la nao capitana “Prudencce II” de 100
toneladas, con una tripulación de 150 hombres. Otros navíos son: el galeón
“Pearle” de las mismas características, cuyo capitán es John Rawling; el galeón
“Victory” de similares características, cuyo capitán es Peter Lawriman; más
tres navíos de 60 toneladas y 2 pinazas.
Uno de cuyos capitanes es el sanguinario pirata Edmund Baker. No tenemos ahora
noticias de los otros capitanes, pero son de la misma escuela de los
anteriormente nombrados. Son gente de la peor especie, no obedecen ningún
código ni pertenecen a ningún país. Además de los conocidos hay otros elementos
más peligroso entre los invasores, son asesinos reclutados entre lo peor de las
Antillas. Hay un escocés de tamaño impresionante a quien apodan Príncipe,
disque porque es hijo de un rey. Me cuentan que él solo atacó un navío y
después de matar con sus manos a todos los tripulantes, lo destrozó a puñetazos, y todo por una deuda de juego.
Calculo que la fuerza invasora pasaba al principio de 700 hombres pero han
perdido cerca de 200, y en este momento, en que luchan con nuestra caballería,
tendrán bajas significativas. Por esta misma vía le estaré informando
permanentemente. Soy suyo. S.M. Juan de Alcalá Rendón y Sevilla.
Al caer la noche, después de haber
dado por muertos a 20 hombres y perdido
otros tantos en encarnizados combates entre la maleza y los profundos caños del
río, el Tuerto hizo una señal y los filibusteros abandonaron las acciones, se
escurrieron detrás de un baquiano, por un caño profundo que pasa por el
desolado caserío de indios chaimagotos del oeste de la ciudad, que también
emigraron, no sin haber pagado con vidas al miserable caudillo, que encontró
una partida de siete jóvenes retrasados de esa tribu, a los cuales acorraló,
apresó y los mandó matar únicamente para
satisfacer sus instintos criminales.
Los filibusteros eran expertos en
escapatorias que luego celebraban entre carcajadas y bochinches interminables.
El caño los llevó a las mismas orillas del río de Cumaná arriba, cerca de
Puerto de la Madera
y allí acamparon. Si hubiesen llegado
poco antes, habrían observado
parte de la emigración.
Cuando las fuerzas del capitán
Serpa y Forjonel, se percataron de la desaparición de los filibusteros,
enviaron exploradores y baquianos a buscar información y no encontraron ni
rastro, solo muertos y heridos de ambos bandos. Los exploradores recorrieron el trayecto del caño que pasa por la sabana
de El Salado, sin internarse en el bosque que llega a lo que llaman los
españoles El Portachuelo, precisamente la ruta que utilizó el baquiano y El
Tuerto; pero tenían muchas bajas, y sus órdenes eran muy claras: “No arriesgar
demasiado”, y en la oscuridad era temerario e inconveniente continuar el
rastreo por temor a una muy probable emboscada que daría un resultado
presumiblemente fatal. Don Augusto Serpa
y Forjonel, ordenó entonces la retirada de sus efectivos, recoger los heridos,
y enterrar dignamente los muertos de
ambos bandos, y así se hizo, para lo cual se formó una cuadrilla a la
cual se agregaron varios indígenas que buscaban a sus deudos.
A una hora bastante avanzada de la
noche entró la caballería al fuerte de Santa María, y enseguida dieron parte
pormenorizada al gobernador, que los esperaba
en vigilia en la Plaza de Armas del fuerte, y
que estableció ipsofacto un estricto operativo de defensa.
Luego se procedió a la atención de
los heridos y a presentar el informe sobre la sepultura de los caídos en
acción, lamentable y provisionalmente en una fosa común, pero suficientemente
identificados, para luego, con sus parientes, hacer los oficios religiosos
cuando conviniere.
Se había organizado un hospital de
emergencia en el patio de armas del fuerte, en el cual trabajaban
diligentemente tres practicantes de medicina bajo la dirección del Dr.
Sebastián de Conde, y una legión de damas voluntarias bajo el liderazgo de
aquella mujer llena de virtudes que llamaban por su estilizada figura “La Griega ”, doña Diana Serpa Rendón,
y su inseparable compañera doña Juana Isabel Dávila Ortiz de Aguilera. Debido a sus cuidados,
entre los heridos no hubo bajas que lamentar.
Al amanecer la ciudad abandonada estaba en poder de los
facinerosos. Solo quedaba a las fuerzas
regladas y milicias, el fuerte de Santa María de la Cabeza y el de San Antonio
de la Eminencia. En
el primero fueron aceptados 100 soldados veteranos y en segundo 240 de las
mismas condiciones; en el fuerte de Santa Catherina o de la Boca , como era más conocido,
quedaron 13 hombres y la flota sutil, surta en el puerto de Hostia, lista para
el combate, formada por varios bergantines, goletas y lanchas bien dotadas.
Todos los demás elementos de guerra incluyendo la caballería, fueron enviados
tras los emigrantes, para su defensa y protección en la marcha hacia sitios
seguros, y con instrucciones de construir y proveer elementos de defensa y
guerra.
El sitio más cercano y seguro es el
convento de los frailes, ubicado en el camino de Barranquín, en el pueblo de
indios de Güirintar. Este convento es bastante seguro, presenta la conveniente
dificultad de estar al final de una estrechura que forma la montaña, que
permite la entrada de muy pocos hombres a la vez, de tal suerte, que un pequeño
grupo de francotiradores es suficiente para evitar un asalto por sorpresa, y en
consecuencia la penetración de intrusos hasta el Convento.
EL SAQUEO DE CUMANA
Los hombres de Walter Laping, se
dedicaron al parsimonioso saqueo y
desmantelamiento de los edificios públicos, iglesias y conventos, entre ellos y
principalmente el convento de Nuestra Señora de Las Aguas Santas y la capilla
de Los Terciarios, conocido comúnmente como Convento de San Francisco, cuyos
tesoros no imaginaron jamás. De allí reunieron en los patios varias carretas con objetos de oro y plata, la mayor parte
tomados del altar de la virgen de La
Soledad , favorita de los cumaneses; luego hicieron lo propio
en el convento de Los Dominicos, después en la iglesia Matriz y en la ermita
del Carmen. Pasaron varios días inventariando el botín.
Harper, con no disimulada euforia,
anunciaba ante los expectantes ladrones: Un sol de custodia de plata; y el
Tuerto, respondía: páselo Usía, anótelo
y séllelo en el pergamino. Los forajidos celebraban cada anuncio con carcajadas
y aplausos… 2 cruces de plata. Páselo Usía y anótelo y séllelo en el pergamino.
2 incensarios de plata…Un copón de purificar de oro…una corona de plata con
piedras preciosas…7 cálices de plata…8 campanillas de plata … y así
inventariaron 118 libras
de oro y plata, y desecharon 380
libras de otros materiales.
Al otro día acometieron las casas
de familia de donde se llevaron las joyas, las vajillas de plata y oro, armas
cortas y todo dinero que encontraron en gran abundancia, sobre todo en la zona
comercial de la ciudad, que los fugitivos dejaron por la premura en la huída.
Pero los buitres no estaban satisfechos, pasaron 30 días en su afán depredador;
todo el botín lo acumulaban en el patio del convento de los Franciscanos, y
hasta ese sitio sagrado llevaban las carretas
con el producto de su rapiña para luego embarcarlo, después de
inventariado y repartido.
Walter Laping consideraba que el
trabajo no había terminado porque faltaban los conventos en las orillas de los
ríos, los fuertes y la casa del gobernador, que era la casa del Tesoro Real. Y
no sólo por la riqueza sino por la venganza de sus hombres que murieron
heroicamente, y el reto que significaba la toma de esos baluartes donde estaban
sus enemigos. El se paseaba por los patios del Convento, admiraba el tesoro que
pasaba de 10 toneladas de artesanías de
oro, cara curíes, monedas y piezas de plata y joyas, en su mayoría obras de arte de singular
belleza; de todos los tamaños y medidas:
lingotes de oro y plata, palios de plata, imágenes de oro y piedras preciosas;
collares de perlas dignos regalos de las princesas y reinas; sortijas de
brillantes, gargantillas de esmeraldas y diamantes; nada le parecía suficiente,
y sus hombres estaban preocupados por la soberbia y ambición de su jefe.
El Tuerto se vistió de caballero
con un traje que sustrajeron en la casa del gobernador o de un rico
comerciante, y se paseaba entre sus hombres, pavoneándose. Era un tipo de
elevada estatura, y se veía aun más alto porque calzaba botines de tacón.
Barbilampiño, tenía un escaso bigotillo rubio que le daba aire risueño; usaba el cabello castaño y
abundante un poco largo, que le caía sobre los hombros. Días antes parecía un
loco con el pelambre enmarañado de una bestia; ahora, después de lavarse
concienzudamente, la mostraba sana y hermosa. Si no fuera por el odioso
tapaojo, diría que, ciertamente era bien parecido.
Dos de sus generales a sabiendas
del disgusto que provocarían, se acercaron a él y le dijeron:
Señor han pasado 30 días desde que
tomamos esta ciudad, tenemos un botín más que suficiente. Hay más de cien
millones de escudos de oro allí
acumulados. No creo que ningún otro corsario haya obtenido jamás un tesoro más
grande. Debemos tomar una decisión.
El Tuerto los escuchó con
indiferencia, y les dijo:
¡Muy bien…! Vamos a convocar una
asamblea… a todos los capitanes y todos los que quieran asistir. Que no se diga
que Walter Laping es un dictador. Eso sí, para asistir tendrán que vestirse
convenientemente, como lo demanda el protocolo. Y esto es una orden, ya no
quiero miraros con odio y repugnancia, sino con complacencia. Acicalaos y
hablaremos.
Al otro día, muy temprano, se
reunieron en el gran salón consistorial del convento. Dispusieron de una
gran mesa oval de caoba, bellamente labrada que servía a los franciscanos en
ocasiones muy especiales. Todos los asistentes estaban elegantemente vestidos
con trajes escamoteados en las casas de la ciudad. Menos uno al que llaman
“Alcatraz”, por sus modos, caminaba moviendo los brazos y la cabeza igual que la ridícula ave marinera cuando
camina en tierra.
El Tuerto se enfureció y le gritó al tipejo: ¡Oye tú,
Alcatraz! ¡Vete de aquí si no quieres que te mate…! ¡Vete…vete a bañar…y
vestirte como debe ser…! ¿Qué crees tú que es esto…bribón miserable…?
Varios oficiales se apresuraron a
sacar al individuo. Ellos conocían las rabietas de Laping, y si el tipo le
respondía, seguro que lo mataba allí mismo.
Bueno… -bramó más calmado- Yo
quiero que el predicador diga unas palabras antes de iniciar esta asamblea, que
es la primera que hago como Jefe de Estado… Porque yo soy el jefe de esta
ciudad. Soy el Capitán General y Gobernador de esta Provincia, que vengo a
sustituir al lacayo de la viudita, la puta de Mariana… Soy el Capitán General
de esta Provincia de Nueva Andalucía, Barcelona y Guayana, como dice el sello
Real. De toda la Provincia.
¿Hay alguien que lo dude?
El silencio fue la respuesta. Peter
Harper, el aludido, se levantó pesadamente y dijo:
“Gracias señor por permitirme
iniciar esta Asamblea de paladines, más bien debería decir de libertadores, que
tengo el honor de compartir con tan
ilustres capitanes. Con la venia de su eminencia reverendísima, señor Walter
Laping, jefe indiscutido de esta ciudad; Almirante Lawriman, General Barker,
señores… Voy a recitarles un párrafo del
Versículo 24 del Eclesiástico, para que lo tengan muy en cuenta y le saquen provecho… -con voz
muy calmada, dijo así:
“El Capitán es como un canal salido
del río… como un arroyo que nos lleva al Paraíso… El Señor dijo… voy a regar mi
jardín, mis flores… y el canal se convirtieron en río y en mar. Haré brillar
vuestras riquezas… llevaré su luz lo más lejos que pueda… -y Harper continuó
sollozando- Derramaré vuestras riquezas y las trasmitiréis a vuestros hijos y
generaciones incontables… Él dijo: No he trabajado para mí sólo, sino para
todos los que busquen la sabiduría… Amén.
Todos aquellos hombres sollozando
respondieron al unísono: ¡Amen!
Walter Laping, con lágrimas en las
mejillas, abrazó a Harper, y díjole:
Gracias hermano predicador… -y de pie en voz alta, dirigiéndose a los
conjurados, arrastrando las palabras –
Hemos perdido muchos hermanos… es cierto… así es la guerra. Nosotros
somos soldados de una justa causa, no lo olvidéis… la de los pobres, marginados
y perseguidos… y así debe ser… debemos preservar nuestras vidas… no os
descuidéis… para poder disfrutar de las
riquezas que hemos ganado… con tanto sacrificio… Debemos tener más cuidado…
Ahora hemos estado muy cómodos recogiendo este tesoro que nos han puesto como
un bocado lujurioso, estos indios estúpidos… Pero nosotros no somos mendigos ni
cobardes contentadizos… para satisfacernos con esta basura que ellos pueden
tirar al río, tenemos que asaltar los fuertes y allí, solo en armas, hay más dinero… y poder… que
todo lo que podáis imaginaros. Así es que mañana, muy temprano, apenas haya
luz, atacaremos y tomaremos esos Castillitos de papel… Preparen los cañones que
les vamos a dar una rociada de su propia medicina… para ablandarlos; pero esta
vez no perderemos más hombres como en las acciones anteriores, donde fuimos
temerarios. Les daremos plomo y cuando estén escondidos como gallinas, los
sorprenderemos y los pasaremos a cuchillo… Eso será una venganza ejemplar por
la que claman las almas de nuestros compañeros muertos en acción, que aun velan
alrededor nuestro… No quedará uno solo vivo de esos bastardos… -Hizo una larga
pausa. Repasó con la vista a cada uno de aquellos buitres, y terminó diciendo-
Aquellos hideputas… que quieran huir, que tomen la parte que le corresponde del
tesoro y que se vayan, no los necesitamos…
Varios conjurados se pararon y
aplaudieron a rabiar al jefe, y gritaron
vivas al Tuerto y estuvieron a punto de sacarlo en hombros. El Tuerto sensiblemente emocionado, dignamente
les dijo: No… no es necesario, creo que todos se quedarán, no van a despreciar
la riqueza, porque para ella hemos nacido y no la vamos a perder.
Harper se paró y dijo:
Señor, usted es un pico de oro,
podríais ser un político brillante y llegar lejos en cualquier país… Yo os lo
digo y lo proclamo. Nunca hemos tenido un capitán como vos. Sois más grande que
Alejandro, más benigno y espléndido… Más terrible también. En la izquierda
tenéis la balanza de la justicia y en la derecha la espada de Zeus… Contad
conmigo hasta la muerte… y de mis hombres también…
Gracias Predicador… lo interrumpió
El Tuerto- pensaré eso de la política… -luego lo tomó de la mano, le pasó el brazo derecho por sobre el hombro, lo apretó con fuerza y se lo
llevó hasta el patio caminando y conversando… Allí se quedaron los dos
contemplando el inmenso tesoro, ahora esparcido por todo el patio del convento,
en porciones casi iguales.
EL ATAQUE AL FUERTE DE SANTA MARIA DE LA CABEZA
El 16 de mayo, al amanecer, a la
hora en que Sevilla se despierta y va a la misa, se inició el ataque al fuerte
de Santa María, domicilio del gobernador Don Sancho Fernandes de Angulo y
Sandoval, y de las Cajas Reales. Los
forajidos colocaron varios cañones de doce, que habían sacado de algunas baterías
pequeñas que habían sido apresuradamente abandonadas; los cañones estaban
montados en sus cureñas, listos para disparar y con suficientes municiones de
plomo y piedras.
Los ubicaron en la plaza de San
Francisco frente al convento, al lado de
un patíbulo activo, de toda la ingeniería se encargó el general Lawriman,
experto en el arte, pero sin mayor
protección, también se encargó de la
maniobra de los disparos, bastante complicada en aquellos tiempos; sin embargo
el Tuerto no quedó satisfecho y tomó en persona la responsabilidad. Cambió el sitio señalado por Lawriman, y
discutió con él sobre el daño que querían causar. Deberían hacer diana en el segundo piso de la casa del fuerte,
para no dañar las Cajas Reales, y como no se veía desde la plaza, lo calcularían por la fila
del cerro de Quetepe, con lo cual no estaba de acuerdo Lawriman, porque en ello
no se podía aventurar, tenía que ser preciso, lo más preciso que se pudiera.
Como no lograban ponerse de
acuerdo, El Tuerto mandó a un marino que
llamaban “Águila Bizca”, que y que tenía
visiones porque se le incorporaba un espíritu perverso y podía dirigir balas
con brujería, a que se subiera en la torre de la Iglesia de nuestra señora
de las Aguas Santas, que era la iglesia principal del Convento de los
Franciscos, y les indicara con precisión la posición de la casa del Fuerte. Al
parecer este sujeto podía indicar con los brazos, haciendo ciertos gestos y
pases, la ubicación del cañón y no fallaba, pero para ello otro artillero al
que llamaban “Piloto” debería operar el cañón, porque era el único que
interpretaba sus señales. El Tuerto admitió esta maniobra, pese a su
disgusto. Piloto, pues, tomó el puesto de artillero principal, se
colocó en posición en medio de la plaza y observó los movimientos que hacia con
los brazos “Águila Bizca”, al parecer los interpretó, fue colocando a tiro uno
de los cañones, y los otros tres,
manejados por expertos artilleros, hicieron lo mismo. Una vez puestos a tiro,
se lo comunicaron a Laping, que estalló en siniestra carcajada.
Laping se fue a la plaza, y
encontró satisfactorio los movimientos de los dos artilleros, y aprobó lo que
estaban haciendo.
¡Bien…! Artillero uno, dispare cuando lo indique “Águila Bizca”, que en efecto, hizo la señal
y Piloto encendió la mecha”, artillero dos listo para disparar… era un tal
Lorenzo al que llamaban “El Magnífico”, porque y que jamás erraba un disparo…
por cierto un hombre muy fiel al Tuerto… Artillero tres listo para
disparar… Todo marcha a pedir de boca.
Pronto… pronto… rugió El Tuerto,
que empiece la función… Disparen…
Pero… apenas había comenzado el
bombardeo, cuando recibieron una contundente respuesta desde el fuerte de San
Antonio, don Juan de Alcalá, que había
seguido la secuencia y vigilaban paso a paso lo que hacían los forajidos, desde
que salieron del convento y armaron los cañones, no esperó más y se adelantó;
sus hombres reaccionaron con harta
puntería, de tal suerte que destrozaron
dos cañones con saldo de dos muertos y varios heridos, que cayeron destrozados
a los pies del Tuerto, un tal Serapio Salina y Lorenzo estaban muertos. Lorenzo murió con la sonrisa
en los labios, sonrisa que más bien era una mueca de dolor que desdibujaba su
rostro ensangrentado. El Tuerto lleno de santa ira mirando hacia el fuerte de San Antonio, impotente gritó:
¡Hideputas… miserables… me las
pagaréis! ¡Habéis matado a mi mejor
amigo... ya nos veremos las caras…! ¡No
os lo perdonaré… Vosotros estáis
acostumbrados a matar en la oscuridad… Cobardes… mil veces cobardes... ¡
Enseguida, desde el castillo de la Eminencia , le
respondieron con una granizada de
piedras y plomo que los obligó a
guarecerse en el convento, al cual llegaron como pudieron, después de una alocada carrera.
El Tuerto se dio cuenta del error y
ordenó desalojar la plaza inmediatamente, ya que era un blanco perfecto para la metralla. En el Convento estarían
seguros, porque a los cumaneses lo que
no se le podría ocurrir, bajo ningún
respecto, sería dañar aquel santuario.
Ipsofacto El Tuerto se reunió con
su Estado Mayor, para discutir una nueva
estrategia…
El Tuerto bramaba… estaba
ciertamente desconsolado, pero por otras razones que no alcanzaban sus
oficiales. De su boca solo salían
palabrotas, blasfemias y juramentos,
puro fuego. Sus hombres trataban de
calmarlo y alguien le trajo un jarro de buen vino robado en las bodegas de la
ciudad. El Tuerto lo agradeció con una
rápida inclinación de cabeza y una sonrisa de satisfacción, echándose para
atrás en la poltrona donde se había sentado, al parecer agobiado por los
sucesos. Sus largas piernas con sus botines nuevos, montados sobre la mesa
sagrada de los franciscanos, un largo tabaco Guácharo de Cumanacoa y una jarra
de vino.
Todos se preocupaban por el jefe,
pero para un buen observador, como era el general Lawriman, al Tuerto no le
importaba un comino la muerte de sus secuaces, ni el tesoro acumulado. Lawriman
estaba decidido a averiguarlo y lo observaba. El Tuerto se regodeaba en la
butaca; bebía y fumaba, sonreía
socarronamente, halagaba a sus secuaces, hacía chistes y contaba
anécdotas. Lawriman pensaba… “No, no es
la riqueza… es el poder, tiene el aguijón de la política metido en el pecho,
eso es. El hombre es un político frustrado, es peligroso, vamos a ver como
salimos de esto… Pero no lo voy a enfrentar, más bien lo ayudaré, en ello me va
la vida…
Edmund Baker, capitán de uno de los
navíos, veterano de las Bermudas y del puerto de Amberes, se acercó a Laping, y
atrevió a darle un consejo. –Vea Usted Señor, ya tenemos un botín más que
suficiente, somos ricos, para que exponernos: ya veis, perdimos dos hombres sin
necesidad… Debemos marcharnos con lo recaudado.
Recordad que Francis Drake obtuvo solo un millón de libras en la
excursión más fantástica de su vida, y lo más que se ha podido obtener en Porto
Bello, son 20 millones de escudos de oro. Aquí tenemos el doble o el triple…
El Tuerto se puso rojo de ira. Se
levantó cual alto era y le propinó un golpe a Baker, con el dorso de la mano
derecha, su gancho preferido, que lo
lanzó al suelo casi sin sentido… Baker cayó al suelo, sacudió la cabeza como un
toro de lidia, sacó el cuchillo que levaba enfundado en la cintura, y embistió contra El Tuerto. Baker recibió
otro golpe certero en el mentón y volvió a caer. Se levantó nuevamente, engañó
al Tuerto, haciendo como que evadía el
combate, y tomándolo desprevenido se le fue encima y dio con él en el suelo, logró voltearlo y
ponerlo indefenso con una llave maestra, zafó la mano derecha en la que llevaba
el puñal… El Tuerto difícilmente podía evitar el golpe mortal, y de no ser por
la oportuna intervención del general
Lawriman, que descargó un pistoletazo en
la cabeza de Baker, matándolo en el acto, hasta allí hubiese llegado la vida sanguinaria del temible Tuerto.
Walter Laping, bañado en sangre, se
levantó empujando el cadáver de Baker; se sacudió el polvo de su traje nuevo,
dio unas palmadas en la espalda de Lawriman, y le dijo: -¡Gracias amigo! Estoy
en deuda con Vos… Lo tendré en cuenta… Tened por seguro que nunca os
arrepentiréis de haberme salvado la
vida… Luego tomó la jarra de vino y
bebió un largo trago… Se la pasó a Lawriman que también bebió a placer… y
ordenó: ¡Sacad esa carroña de aquí…! Varios hombres se apresuraron a cumplir la
orden. Luego El Tuerto pasó el brazo sobre los hombros de Lawriman y le preguntó
socarronamente: ¿Qué opináis sobre la estrategia que debemos seguir de ahora en
adelante?
Lawriman se sintió complacido.
Estaba donde quería. Se tomó la confianza que le brindaba El Tuerto. Se pavoneó… Levantó el pecho… Todos lo
miraban y esperaban sus palabras con ansiedad…Miró a sus lados, miró a los ojos
de Laping y en alta voz dijo: “Me parece que debemos atacar, dar un rodeo por
el cerro que llaman de “Los Chaimas”. Entraremos por la calle real del barrio
de San Francisco… Será Glorioso…
Extendió sobre la mesa un plano de la ciudad y señaló con un apuntador… Esta callejuela “Las
Infantas” que sale de la ciudad hacia los valles de Cumanacoa… Apuntó
nuevamente y dio tres golpecitos sobre el mapa… Señaló el pie de cerro que caía
sobre el río… Por aquí subiremos sin ser molestados. Subiremos calmadamente las
fuerzas y todo nuestro arsenal… Vamos a salir cuasi frontero del fuerte de San
Antonio por el lado del cerro de los Chaimas que ahora llaman de “Miramar…” Hay
una meseta ocupada por una aldea chaima,
que son indios pacíficos… no nos darán
lidia… la desalojaremos si es necesario, allí colocaremos nuestros cañones de
18 y otros menores… Creo que podemos barrer fácilmente la empalizada… luego
unos buenos escaladores, protegidos por nuestra artillería, harán el resto… Una
vez que tomemos la fortaleza… destruiremos por completo el otro fuerte de Santa
María… será de menos cuidado que disparar contra el suelo.
El Tuerto sonrió socarronamente, y
observó: Amigo, estamos hablando el mismo idioma. Creo, de verdad, que entre
nosotros ha nacido una sociedad indestructible…
Las palabras de El Tuerto, por muy
poco confiables que fuesen, fueron acogidas por todos los del Estado Mayor con
hilarantes muestras de regocijo. Uno de ellos pidió que acercaran un barril de
buen vino para celebrarlo; por cierto de las mejores cosechas españolas de que
estaba provista la despensa de la ciudad, y que habían sustraído del edificio
de la Aduana
donde estaban almacenas… Dos hombres arrimaron el barril de vino y enseguida se
oyó la estruendosa voz de El Tuerto…
¡Vamos amigos! ¡Vamos a beber!
¡Vamos a celebrar, a celebrar en nombre
del rey de España que así nos trata! ¡Vamos a cantar y a bailar…!
El Tuerto improvisó un paso de
danza, pero no pudo continuar, las carcajadas no se lo permitieron, le dolía la
barriga de tanto reírse. Los forajidos lo imitaron e iniciaron el baile, un baile grotesco en medio de
gritos destemplados, empujones, carcajadas, blasfemias, maldiciones y, un verdadero pandemónium.
Ha debido ser impresionante, en
aquella soledad, en aquel silencio oír los cantos y berrinches de aquellos
hombres endiablados, sin más oficio que el de robar y matar.
Un poco apartado de aquel
bochinche, se llevaba a cabo otro rito; el predicador, Peter Harper, y un grupo
de tripulantes de la nave y amigos de Edmund Barker, le daban cristiana
sepultura. Abrieron una fosa en el patio del convento, envolvieron el cadáver
en un mantón bastante amplio que tomaron de la iglesia, y entre gimoteos y
llantos lo introdujeron en su morada definitiva. Harper recitó un párrafo del
Eclesiastés, el versículo 14, pero antes dijo: Pablo, al que todos conocemos,
en su carta a los Tesalonicenses, dice: Vosotros hermanos no vivís en las
tinieblas sino en la luz, para que ese
día no nos sorprenda como un ladrón,
siendo nosotros hijos de la luz. Hay que estar preparados, el Señor Jesús se
encargó de anunciarlo, él murió para dar testimonio de la verdad. Escuchad del
libro de la sabiduría:
“Feliz el hombre que se dedica a la
sabiduría y que razona según ella; que reflexiona en sus cambios y piensa en sus secretos; que la persigue
como el cazador, acecha sus pasos, atisba por sus ventanas y escucha tras sus
puertas; él fija su carpa cerca de las
murallas y se aloja en el mejor lugar; bajo su sombra se protege y establece su
gloria y la vida eterna. Amén…
Todos los presentes con la mayor
seriedad arrojaron un puñado de tierra, sobre los restos de Baker… Harper dijo:
Polvo eres y en polvo te convertirás… vuelve el polvo al polvo… amen. Vamos
amigos, dejemos a los muertos que descansen en paz…
ASALTO AL FUERTE DE SAN ANTONIO DE LA EMINANCIA
El fuerte de San Antonio y Santa
Clara era todo un hormiguero. Los
hombres de Juan de Alcalá, incansables, cumplían sus obligaciones sin dilación.
Se establecieron las guardias, asignadas solo a veteranos, bajo estrictas reglas que incluían la pena de
muerte sumariamente ejecutada. Don Juan,
revisaba personal y los detalles del
plan defensivo que mantenía en riguroso secreto, y sólo daba nuevas órdenes
cuando era estrictamente necesario. Todo estaba preparado para recibir la
muerte con dignidad, si ese era el precio a pagar por el cumplimiento del deber. Aun así los
soldados desarmaban los cañones y mosquetes y los dejaban listos para disparar,
y volvían en ello incansablemente. Acomodaban y acumulaban las municiones
piedras, por cierto, canto rodado de un material ciclópeo muy fuerte y
resistente, algunos de forma redonda que superaban a las balas de plomo, y que
se encontraba por millares en las playas de Cumaná. Don Juan dispuso
convenientemente de las municiones, de la pólvora y de las máquinas de guerra,
algunas de ellas improvisadas y ocultas hechas para sorprender al enemigo.
Instruyó a los jóvenes que habían sido aceptados por su magnificas condiciones
y experiencias, para que llegado el momento,
no sufrieran inhibiciones ni temores fatales ante el enemigo.
El momento de la verdad se
acercaba. Los vigías acechaban cada movimiento del enemigo. Los artilleros
tomaron posiciones de conformidad con el plan. Los carteros y exploradores entraban y salían del fuerte sin ser vistos,
más bien parecían sombras que se movían en la noche, traían los partes de guerra para don Juan,
que los leía a la tenue luz de una vela que tenía en una mesa llena de planos,
la cual había colocado detrás de la
empalizada, para seguir las acciones y dar las órdenes pertinentes a través del
enjambre de ayudantes que lo rodeaban permanentemente. Con él trabajaba su
estado mayor y dos ingenieros militares; entre estos se destacaban dos hijosdalgos, cuyos padres fueron héroes del
“Ancón de Las Refriegas” en 1622: Don Pedro Onís de Lusua, y el capitán Don
Domingo de Hurribalzaga, ellos aportaron su ingenio en unos artilugios en los
cuales confiaban para derrotar a los enemigos o burlarlos.
La comunicación con Santa María
podía calificarse de fluida. Incluso el gobernador visitó el fuerte de San
Antonio, tomando un angosto pasadizo que serpenteaba entre las viejas murallas,
lucía abandonado, más bien camuflado entre la agreste ramazón, la mejor parte era subterránea, partía del
lado oeste del Patio de Armas por donde
estaba la capilla del Carmen, y subía
600 varas por el cerro de la Eminencia , hasta cierto punto cerrado de cardones
en la plazoleta del aljibe, cercano al puente levadizo. Desde allí daba la
contraseña y le permitían entrar. Subía una escalera que daba al adarve de la torre donde se
sentía seguro y protegido. Era todo un alarde de confianza, y lo hizo en
diversas oportunidades, para ultimar detalles con su sargento mayor; y así
mismo éste y uno de sus ayudantes fueron a Santa María en los mismos menesteres
utilizando la misma vía.
En el esplendor de la tarde cuando
el sol hundía su cabezota en el horizonte azul tras la fila del Mochima, los
forajidos estaban en posición de ataque.
El cerro de Los Chaimas al oeste del fuerte, poblado por una numerosa
encomienda ha sido abandonada. Los
indios al presentir peligro se escurrieron hacia el río cuyas orillas quedan al
bajar el cerro. Bajan por una calzada de piedras que da a una plantación
de coca,
de una especie diferente que llaman “Haysh”, un alucinógeno prohibido
por el Rey, un arbusto camuflado entre el boscajes de Charas, una castaña
pequeñita muy apreciada que se presta muy bien a tales ilegales
propósitos. En las playas del río
tomaron sus curiaras y desaparecieron con sus mujeres e hijos vía “Puerto de la Madera ”; desde donde se
internarían por las vertientes de los ríos
hacia las montañas de Ture Maquire donde habitan los sabios piachas,
ancianos que cuidan d’ellos y habitan
grandes cavernas en sitios inaccesibles.
La vegetación del cerro de los
chaimas es muy peligrosa y difícil, esta formada principalmente por cactus
gigantescos que hacen murallas inaccesibles. Entre los cactus crecen unos
árboles que llaman cuicas y yaques
espinosos. Las tunas y guazábanos son abundantísimos, y unas matas ponzoñosas y
temibles, guaritotos, que no sólo producen urticarias y fiebres, sino que
impiden entrar en los caminos y dificultan en extremo la marcha de las tropas.
El Tuerto decidió pedir opinión y
llamó a su lado a sus hombres de confianza:
Lawriman, Rawling, un baquiano al
que llaman Cocote, y a quien no habían tomado muy en cuenta, pero este jíbaro
era hombre de mucha experiencia,
comandaba uno de los galeones de 60 toneladas; hombre discreto y taimado que se venía haciendo notar de “El Tuerto”, por su audacia y la forma certera de atacar; y otro hombre
del que pudiéramos decir otro tanto, y que también fue llamado por el Tuerto
para la consulta: un negrazo cruel, el general Melchor Pitt, cuya opinión a
veces era imprescindible.
Al amanecer del 27 de mayo, apenas cantaron los
cucaracheros y la luz solar se esparcía por el horizonte, Laping y sus hombres
tomaban café en su Cuartel General, instalado en una amplia churuata de la
aldea indígena. Desde allí observaban displicentemente las murallas del viejo
fuerte por el lado oeste, que daba frente a ellos. Los artilleros de Laping
esperaban ansiosos sus órdenes para disparar, pero Laping no tenía ningún apuro.
Sin embargo, en esos momentos sonó la trompeta en el fuerte llamando a
formación… El Tuerto miró con rabia al trompetero que se destacaba de perfil
sobre la blanca y sobria platabanda de la casa del Fuerte, un descanso al final
de un tipo de escalerilla de uso para
subir a la parte más alta donde se coloca la bandera Real, que en ese momento
había sido izada por celebrarse el
onomástico de la Reina , Doña Mariana, a la
cual Laping detestaba, como casi todo mundo.
Laping, en un arrebato de cólera,
dijo: Esos estúpidos, al parecer no se percatan de lo poco que les queda de
vida… y van a formación…
Al parecer –intervino Melchor Pitt,
rubricando sus palabras con una estentórea carcajada- Y también van a merendar…
Tienen buen sentido del humor…
Yo los vi con mi catalejo –
masculló Cocote, que estaba sentado sobre un peñón limpiándose las uñas con su
enorme cuchillo- a uno de esos desgraciados, mirando nuestros movimientos y
bostezando… al parecer los aburrimos.
Será que no les importa morir
–reflexionó Rawling, que por cierto no gozaba del aprecio de El Tuerto- Puede
ser, que no les importe morir con tal de producirnos más bajas…
“Vamos a ver lo valiente que son
–intervino El Tuerto, desagradado, y
dirigiéndose a Rawling, gritó: ¡General! Ordene que les den una ración de plomo
a esos infelices…
Diligentemente Rawling, se separó
del grupo y fue hacia los artilleros, colocados en la aldea, muy bien
protegidos y camuflados, para hacer cumplir las órdenes de El Tuerto. Una vez
frente a los artilleros que holgazaneaban, y los exhortó de esta manera:
Señores… Ha llegado el hora que
esperrábamos en ansia… Esta hora de
gloria, por nuestras enemigas solo esperran la muerte... perro nosotras deber
esforzar par hacer lo más pronta que
poder, parra regresar nuestras
casas… disfruten ricos que tener conquistado. Ustedes ser héroes de estas
jornadas… nada puede ser comparar con lo
que hemos logrado. No existe Jefe como un Almirante Laping, y ningún
tesoro del mundo es iguala, que habremos conseguido, a costa de sangre
inocente. También tener venganza ser buena cosa: ¿Quién podrá pagar muerte del Príncipe, ser hermano, que nos
proteja a costa cualquier sacrificar?... El asiático ser otro más, algo
increíble… suceder, y nos quitaron. Y
hablemos de frater… todos… fue
“El Magnífica”. Well frater, para que vamos
decir todos nombres… nuestros
hermanos… Vamos vengarlos.
Haber llegado el hora y el momenta… Disparen la empalizada… según ordenar de El Tuerta. Después disparar contra cardones para abrir camino a
escaladores. Es necesaria que
todos cañones entren en pelea. Atencion plis… Prendan mechas…
Enseguida se inició el bombardeo.
El sol resplandecía por el este y ambos fuegos se confundían. Los cañones bien
ubicados y protegidos, invisibles para
los defensores, hacían su trabajo demoledor.
Don Juan se mostraba imperturbable. Dio órdenes precisas de no responder
al bombardeo. Solo responderán cuando el
blanco sea visible. Dentro del fuerte, pese a la molestia del bombardeo, la
vida seguía su curso normal.
Desde el otro bando el fuego no
amainaba, pero el sol hacía su recorrido. A la una del mediodía el calor era
insoportable. El Tuerto ordenó un descanso, y convocó al Estado Mayor, y sobre
todo a Águila Bizca, encargado de la artillería. .
Reunido nuevamente de emergencia
para estudiar la situación difícil que se presentaba porque el fuerte se les
hacía inaccesible, por eso se dio la orden de suspender provisionalmente el bombardeo.
Habían llegado a conclusiones tácticas muy interesantes, porque a pesar
de haber destruido buena parte de la
empalizada, aun no podían hacer diana en
la muralla y se perdía material y esfuerzo,
puesto que, debido a la posición
que ocupaba la artillería, los disparos pasaban
sobre el fuerte, además tenían que pensar muy seriamente, en la muralla de cactus que
se interponía entre ellos.
Eso lo sabía don Juan, por eso
estaba tan tranquilo, ya le llegaría su oportunidad, para la cual estaba consistentemente preparado. El tiempo
transcurrió lento y tenso, aunque el aguaviento de la época mitigaba el calor.
En la madrugada llovía copiosamente, y algunas veces en la tarde antes del
ángelus. Desde marzo de ese año las
cortinillas de lluvia pronosticaban un
abundante y fuerte invierno. Al Tuerto no le gustó para nada el mal
tiempo, sus hombres no se sentían bien, estaban francamente disgustados, no se
movían con ánimo. Muchos engriparon y otros se quejaban de sus heridas. Por
otra parte, habían adquirido el vicio del tabaco y el Run Run antillano, y se
les estaban agotando las reservas, de tal suerte que El Tuerto, que participaba
de esos vicios se vio obligado a
restringir su consumo, y les fijó una pequeña cantidad para cada uno.
Por eso el mal talante, respondían con enojo, los cocineros preparaban mucho
cacao y café para aliviar la tensión y estimularlos, pero de poco valía…
Pasaban las horas y no encontraban la
forma de iniciar el ataque. En la aldea encontraron petates y chinchorros de
moriche y holgaban lindamente.
Entre tanto el estado mayor del
Tuerto se reunió en una churuata más espaciosa, que tal vez era una escuela. En
una mesa suficientemente grande, sentados todos alrededor en “tures”, que así
llamaban los chaimas a una banqueta sin
espaldar, cómoda y liviana, hecha de madera y cuero de venado, parlamentaron.
Al final, sobre la mesa, El Tuerto extendió un plano del fuerte de San Antonio y Santa Clara, y
explicó a su estado mayor, el plan que había concebido para asaltarlo con
éxito.
Quiero que observéis bien este
plano, porque cualquier descuido con este fuerte nos puede costar la vida. Está
dotado de 21 cañones útiles y 250 veteranos, entre artilleros y fusileros, que
son los que deben preocuparnos. Como vosotros podéis ver, en las murallas hay
multitud de aspilleras, que son
aberturas rectangulares horadadas en las murallas, desde donde los
fusileros disparan a quemarropa, y el
escalador que pase frente a ellas esta muerto… enfatizó el Tuerto con la mueca
de costumbre… Ustedes saben que una vez que estemos bajo las murallas los
cañones no les servirán para nada… de tal suerte que vosotros procuraréis, por
todos los medios, llegar a las murallas, después todo será más fácil… porque
contaréis con la protección de mi
artillería que peinará permanentemente
esas murallas.
CAMBIO DE PLANES
Habían trascurrido varios días de
bombardeo de la empalizada que se encontraba parcialmente destruida; sin
embargo, don Juan de Alcalá, aprovechó la noche para trasladarse a la casa del
gobernador, en compañía del alférez don Ignacio Duarte y Pedroza, y el cabo comandante,
Antolín del Valle Villarroel, margariteño de pura sepa.
Dieron el santo y seña: “La
victoria es siempre del Rey”.
Desde el fondo del subterráneo una
voz respondió: “Y de la Reina
de España”.
Se abrió una pesada puerta. Un
guardia les dio las buenas noches: Dios guarde a Ud. don Juan y a vuestros
acompañantes.
El Señor es nuestra esperanza
–respondió don Juan.
Entraron por el subterráneo hasta
el Patio de Armas. Diez guardias en posición de firmes franquearon el paso.
Desde lo alto de las murallas del fuerte una voz inquirió: “¿Quién va?
¡Es don Juan de Alcalá! ¡Abrid la puerta…!
Se sintió el ruido de las cadenas
dando vueltas en la máquina; los goznes
crujieron, don Juan y sus acompañantes subieron
la escalera que lleva a la casa
de don Sancho Fernandes de Angulo y Sandoval, y su mujer, Marianela Gómez
de Fernandes y Sandoval. Los dos hombres
se abrazaron, como solían, y después de los saludos de estilo, díjole el
gobernador a don Juan.
Algo muy importante os trae esta
vez.
No os equivocáis don Sancho.
A ver, a ver… de qué se trata,
estoy impaciente.
Pues… creo que mañana muy temprano
se iniciará el abordaje del castillo.
Bien, muy bien… como está
convenido, alertad a vuestros hombres y escapáis… todo ha sido previsto en la
junta… esos forajidos no se enterarán sino varias horas después… ya los tenéis
acostumbrados al silencio…
Precisamente, excelencia, venía a pediros autorización para
hacer un pequeño escarmiento a esos bellacos, que he preparado
concienzudamente…
Pero… don Juan… recordad lo que
hemos acordado…
Por favor… permitidme que os lo
explique, y si lo consideráis afortunado, sea…
Bien, no os puedo negar nada, no
tengo otro hombre como usted, ni creo
que el Rey en todos sus dominios…
Don Juan explicó al gobernador el
plan, punto por punto, sin omitir detalles, y al final, el gobernador, aceptó.
Creo firmemente –razonó el
gobernador- que no hay ningún peligro en ejecutarlo, y sus hombres se sentirán
recompensados por estos días tortuosos…
Lo autorizo absolutamente, y le daré un despacho absolviéndolo de toda
responsabilidad.
Luego de esta oficiosa
conversación, los cuatro hombres fueron
al salón invitados por doña Marianela, la dueña de la casa, que los obsequió
con un concierto de guitarra… les sirvió buen vino y jugaron tresillo hasta el amanecer.
EL TUERTO DECIDE ATACAR
Al parecer el Tuerto no se había
percatado del obstáculo insuperable que representaban los grandes cactus. Entonces, el 2 de junio, quiso aprovecharse
de la lluvia para lo que él creía que era el abordaje final. Ordenó a sus
hombres proveerse de armas livianas
tales como pistolas y cuchillos, que
ahora tenían en abundancia, después del saqueo de la ciudad. Pero sus órdenes
no se cumplieron. Esperó más de una hora, y se impaciento. Llamó a Lawriman, el
cual se excusó diciendo que ya lo había ordenado y no sabía que pasaba. El Tuerto preguntó, más bien gritó:
¡Hostia…! Qué pasa… dónde están los
malditos hideputas… ¡¿alguien me lo puede decir?!
Se están haciendo los enfermos
–musitó el negrazo Pitt, al oído de el
Tuerto. Este, hecho una furia, se dirigió al campamento, seguido por Pitt,
Cocote y Lawriman. Lo que vio le
revolvió la sangre. La vena de la frente se le inflamó de tal suerte que iba a
estallar… Sus hombres estaban folgando, recostados unos en chinchorros y otros
en petates. El Tuerto se acercó a un
chinchorro y levantó por la pechera a un desgraciado malencarado, conocido como Williams the Cat…
lo soltó, sacó la pistola y le disparó al pecho matándolo instantáneamente,
ante la sorpresa, asombro y terror de los forajidos. Luego gritó con voz
atronadora…
“Si no se presentan inmediatamente
al frente de de batalla, los mataré a todos con mis propias manos… ¡Gusanos!
Dio la espalda y se fue con su comitiva. Los malhechores, más rápido que
inmediatamente, corrieron a cumplir la orden de el Tuerto. Fue entonces que se
inició el avance hacia el fuerte de San Antonio.
En el baluarte dormían o se hacían los que dormían. El
Tuerto apuraba a sus hombres y les advertía a cada instante: - No os confiéis…
Barreos entre los abrojos y retamas… esto no es el mar… - Los malhechores
avanzaron hasta un punto en el cual les era imposible continuar por la espesura
de la muralla de cactus gigantes. De vez en cuando un disparo les advertía el
peligro. El General Lawriman, atento a todo cuanto sucedía, ordenó sobre la
marcha que trajeran hachas y cimitarras, para ampliar el camino. Varios hombres
se movilizaron hacia el arsenal en el poblado, donde indicaba el que, sin duda,
asumía el mando en calidad de segundo jefe.
Al parecer había una vía de acceso
hasta la empalizada, hecha por las cabras, que convenía muy bien para hacer el
callejón como se proponían, porque la brecha de las cabras no era suficiente
para que la tropa se movilizara y menos para subir los cañones y demás
pertrechos. Tampoco garantizaba una vía de escape si eran sorprendidos entre
fuegos; pero si facilitaba el trabajo de las hachas y cimitarras.
Una vez que trajeron el material
solicitado, Lawriman, en voz alta, llamó a varios comandantes y cabos de escaladores
y les ordenó: “Preparrad una cuadrilla. Andar todo arriba sobre camino de
chivos. Tener que anchar lo más grande que poder, 12 varas más o menor. Todos
tumbar cardones más grandes, en menos tiempo. Manos a la obra.
Como los hombres no se movieron;
estaban allí mirándose las caras, Cocote que estaba al lado del general, les
dijo, tratando de traducirlo: “¡Oigan todos!
El general ordena que empiecen a cortar cardones por el camino que sube
al fuerte, sobre un frente de 12 varas, para que pueda subir la tropa y las
carretas. Empiecen ya”.
Lawriman personalmente había
seleccionado las cuadrillas, escogió a los hombres entre los más sanos y fuertes, sin embargo el
trabajo avanzaba lentamente para la desesperación del Tuerto. No era tan
sencillo abrir la pica. Debían cortar y trasladar los inmensos cactus, lo que
requería un penoso proceso. Para trasladarlos tenían que despojarlos de sus
terribles púas, luego amarrarlos con cuerdas y arrastrarlos por la estrecha y
zigzagueante vereda. Todo en forma tan incómoda, debido a que por los lados de
la vía, no tenían alternativas por lo espeso
de aquella vegetación endiablada.
Siete largos días duró aquella
operación. Los forajidos blasfemaban y maldecían; estaban cansados, magullados y espinados;
entre turnos, unos con otros se sacaban
las espinas y se untaban sábila, que “gracias a Dios” -como sentenciaba
Harper- había en abundancia para
apaciguar el doloroso y fastidioso escozor.
El Tuerto prestaba mucha atención a
las expresiones de su gente, y no le gustaba nada lo que estaba ocurriendo. En
el fuerte, aparentemente, sus moradores no se daban por enterados del trabajo
que hacían y sufrían los vándalos, más bien mostraban una tranquilidad
indignante, y lo que es peor, le cantaban saetas al Tuerto y a la vida tan
difícil de los filibusteros, que al parecer conocían bastante bien; también se
referían al trabajo que les costaba la
preparación del asalto, sobre todo un tal Mairena, andaluz o gitano, que
improvisaba muy bien acompañado de su guitarra, de esta suerte:
Aayayaiii… aaaiii ayayaiiii
Lawriman… potro y pastoruuu aiii
Un capitannn industrioso aiii
Por un penique tramposo
Se mataraaaa el unooo al otroooo
Ole ole –coreaba la barra
Ayayaiiii aaaiiii ayayaiiii
La mortajaaaa esta dispuesta aiii
Juan de Alcalaaaa lo dispusooooo
Porqueeeee Laping duerme siesta
aiiii
Y su arsenal esta en desusoooo
Ayayaiii aiiii ayayaiiii
Se escucharon oles y más oles…
Maldito! ¡Maldito!
-Pateaba y gritaba el Tuerto- ¡Ya veréis… Os abriré el corazón con mis
propias manos…! ¡Hijo de perra!… ¡Cantante de burdelillo!… ¡Cuánto os pagan!
¡No valéis un penique hideputa!…
Y desde el fuerte se
escuchaban carcajadas…
Los hombres de confianza de Laping
tenían que contenerlo, quería subir solo
al fuerte para castigar al desgraciado que se atrevía a mofarse de él.
¡Dejadlos que griten -le decía
Pitt- ya les llegará su hora…!
Peter Harper era otro que estaba
encolerizado, y de otra forma, con su vozarrón, gritaba al saetero:
¡Recuerda bribón lo que decía
Sancho…! “Nadie sabe lo que está por venir, de aquí a mañana muchas horas hay.
He visto llover y escampar, todo en un mesmo punto… “
Enseguida se oyó la saeta de
Mairena
Ayayaiii en un mesmo puntoooo
En un mesmooo puntoooo
Te vas a quedar ayayaiii Harper de
mi armaaaa
Porque no hay iii iiii
dia ni nocheee
Después que la parcaaaaa te vengaa
a buscarr aiii iiii
Y después de un tenso silencio
volvía Harper con otro salmo y voz más alta:
“El vengador también sufrirá la
venganza del Señor: ¿Quién lleva la cuenta de sus pecados…? Perdona a tu prójimo y así, cuando lo pidas,
te serán perdonados los tuyos…
Arrepiéntete miserable antes que sea tarde… y acuérdate de tu prójimo; abandona
tu odio… Lee los salmos que allí encontraras calma para tu espíritu… Atentas contra el Señor y
su escogido… El levantará la vara de la justicia… Acuérdate de estas palabras a
la hora de la muerte.
Y desde la muralla el saetero le
respondía:
Ayayaiii aiii aiiii ayayaiiii
Predicador ooo del salmooooo
benditooooo
Mi fin nooooo esta anotadooooo
ooooo
Aunque en tu bocaaaaa suenaaaaa
bonitooooo
Perooooo la pelona busca un
tuerticooooo
La muralla apiñada de soldados y
oficiales gritaban ole y bailaban… y
aclamaban a Mairena… Otra …otra… ole.
Así trascurrió aquella y otras
tardes entre chanzas arriba y rabietas abajo…
Por fin el trabajo de demolición de
parte de la empalizada y la vía de acceso al fuerte estaban concluidos. El
resultado podía apreciarse. Un buen camino con ancho de 12 varas y en algunas
partes de 18, entre cactus gigantescos que los defendían de la artillería del
fuerte, y sobre todo de disparos laterales que eran los más peligrosos, puesto
que por el frente a los forajidos les era fácil disparar sus cañones y mantener a los defensores a raya.
Muy de mañana, el día 15 de junio, Laping
ordenó montar los cañones pequeños en sus cureñas y arrastrarlos hasta el paso
y ubicarlos en lugar óptimo, para que sirviera de defensa contra posibles incursiones de los defensores, que se atrevieran a
bajar y emboscarlos. Pero arriba no había
ningún movimiento.
Los hombres del Tuerto amanecieron
preparándose e iniciaron el ascenso después del toque de corneta en el fuerte.
Los 300 hombres de Lawriman, bien
armados ascendieron por la vía protegidos por los cardones gigantes, y llegaron
hasta la muralla pese a la lluvia de
plomo que descargaron contra ellos los defensores, que descargaban los
mosquetes con harto desprecio de su salud, arriesgándolo todo, y los invasores no se molestaban en escudarse
por sentirse protegidos.
Dentro de la fortaleza algo
ingenioso se fraguaba. Todos los hombres acarreaban unas pailas y una suerte de
ingenios de madera con ruedas y poleas, que las movían. El sargento mayor, don Juan de Alcalá, dio
los toques finales al sistema, nada podía fallar. Con un espejo y una clave
informaba permanentemente al gobernador
en el fuerte de Santa María, del curso de los acontecimientos para que se
mantuvieran atentos a cuanto ocurría y a
cualquier eventualidad.
El Tuerto también tenía todo
coordinado, a su lado el Estado Mayor estaba pendiente del más mínimo detalle,
y muy nervioso le molestaba la pasividad de don Juan, del cual tenia noticias
desde la toma de la Habana.
Su merced, le dijo Harper, se da
cuenta de la gravedad de la situación, esa gente se burla de la muerte, nunca
había visto nada igual. Esos perros saben que van a morir y cantan, bailan y se
mofan de nosotros ¿Pensaran que pueden
batirnos? ¿Será eso posible?
Amigo mío no os fiéis de las
apariencias –sentenció el Tuerto- Esos malditos están asustados
y escondidos; y las cancioncillas… ¡Que un rayo me parta!... Es el único
medio que tienen para disuadirnos. Vamos a batirlos de una buena vez, nuestros
hombres están ansiosos por combatir… Laping hizo una mueca, al parecer se trataba de una sonrisa. Caminó un
trecho protegido por la muralla, hasta colocarse cerca de sus hombres, y les
ordenó el asalto, les dijo:
¡Oiganme ustedes… raza de chacales!
Encima de esas murallas está la muerte o la fortuna. Solo los cobardes
desprecian la vida y el dinero. Es verdad que hoy somos ricos y nos podemos dar
una buena vida sin mayores sacrificios, pero… ¿Vale la pena vivir sabiendo que estuvimos cerca de un
tesoro y no hicimos nada por apoderarnos de él?... Todo lo que está allí es
nuestro… Vamos a tomarlo… al abordaje mis buitres… Acabemos con esos malditos…
Voto a Belcebú que son nuestros… Adelante…
Don Juan de Alcalá ordenó a su vez
disparar contra los invasores. Observaba el desarrollo de los acontecimientos
desde una garita junto a su Estado Mayor, en el que se destacaban don Pedro de
Onís y don Domingo de Hurribalzaga, y
otros militares como el oficial real,
don Francisco de la Cabrera ;
el alférez mayor, don Josef de Candía, el capitán Gaspar Morales de
Rivero; y el sargento mayor José de La Carrera , que habían solicitado
al gobernador, autorización para prestar servicios en hora tan menguada, y se
les había concedido.
Sin embargo, para los artilleros
era muy difícil hacer blanco sin exponer mucho, por la endiablada puntería de los asaltantes… Varios hombres resultaron
heridos en esos escarceos, aunque no de gravedad.
Los forajidos iniciaron la
escalada, lanzaron los garfios hacia las murallas e iniciaron el ascenso, los
fusileros dispararon otra vez sin éxito
contra varios asaltantes. Las murallas estaban ocupadas por centenares de
rufianes que subían por todas partes,
disparando sus mosquetes y pistolas y
alcanzando casi las terrazas. Subían en medio de gran algazara y jolgorio, jamás
imaginaron la sorpresa que les tenia reservada el ingenioso don Juan.
De repente, por encima de las
murallas, aparecieron los artilugios con grandes pailas de aceite hirviente,
que fue derramado meticulosamente sobre
los invasores. Miles de galones de aceite llovió sobre ellos, y a la vez la
artillería del fuerte de Santa María, colocada en la explanada de Quetepe,
comenzó a barrerlos con descargas inesperadas de fusilería… Y tal fue el pánico
que cundió ente los facinerosos, que se lanzaban desde lo alto de las murallas,
descolgándose de las cuerdas. Aullaban como perros tocados por el aceite
hirviente, maldecían, blasfemaban, se revolcaban en el salitre y muchos saltaron sobre los cardonales como
almas que lleva el diablo, y en ellos
quedaban pedazos de piel y carne hecha jirones. No fue posible
restablecer el orden.
El Tuerto gritaba… “Voto a Belcebú!
¡No huyáis cobardes que son nuestros… ¡Os mataré a todos con mis propias
manos!… ¡Fijaos… ya se les terminó el aceite!… Volvamos a intentarlo ¡Oh Dios… he sido burlado por unos inútiles!…
El Tuerto se arrancaba los cabellos v lloraba como un niño al que han robado un
juguete
No fue posible restablecer el
asalto. Los filibusteros, casi todos heridos, se retiraron espantados. Mientras
los fusileros del fuerte remataban a los que quedaron atrapados entre los
cactus. Pero la gran mayoría, después de una carrera desenfrenada, se refugió
en la encomienda de los chaimas. Se quitaban las ropas y se bañaban en sábila,
que tenían en gran cantidad; se aliviaban inmediatamente, pero sus gimoteos no
terminaron, más bien arreciaron y exasperaban al Tuerto.
Estaba verdaderamente desconsolado.
Preguntaba a su Estado Mayor: ¿”Cuántos muerto hay?... ¿Cuántos heridos? Y
luego volvía a gritar: “¡Malditos… mil veces malditos!. Su mirada quedó colgada
y su mente alucinada, prendida en el
paisaje gris de la tarde.
Mucho tiempo estuvo Laping con esta
paranoia. De repente se levantaba del
ture y gritaba… sacaba la espada y lanzaba golpes contra fantasmas… Sus hombres lo calmaban.
Duval tuvo la suerte de traerle un vaso de Run Run. Se lo tomó de un solo
trago, y agradecido se levantó del ture
y abrazo al gigantesco haitiano, y le dijo: Gracias amigo… hermano
Duval… y agregó llorando –No hay aventura en el mundo que no tenga sus
altibajos… recuerda a Odiseo… hay tantos ejemplos en la historia… Duval, tenlo por cierto, estarás a mi lado el
día de la victoria… Ya me siento más reconfortado… buscadme sábila que tengo
las piernas destrozadas… Ocupáos de los heridos y así me serviréis mejor… Que
mis hombres se mantengan unidos… Nos vengaremos… mi venganza será terrible… los
perseguiré hasta la muerte, hasta los mismos infiernos… ¡Malditos… malditos!...
En verdad no estaba tan loco, pero lo parecía, se mesaba los cabellos
impregnados de tierra y sangre, cualquiera que lo veía pensaría que era el
mismo demonio.
Nadie se atrevía a decir nada al
Tuerto por temor a la furia que desencadenaba en situaciones como ésta. Peter
Harper que también se movió a consolarlo, se puso de pie frente a él, que
estaba sentado en el ture con la cabeza entre las manos ensangrentadas, rodeado
por algunos de su Estado Mayor, que habían salvado milagrosamente la vida, tomó
su inseparable libro de oraciones y leyó en alta voz el Salmo 50:
“Ten piedad de mí Señor, por tu
bondad y gran generosidad, borra mis faltas. Que mi alma quede limpia de
pecados. Purifícame, pues mi pecado yo bien lo conozco, mi falta no se aparta
de mi corazón. Contra ti pequé Señor,
sólo contra ti. Lo que es malo a tus ojos, lo hice… Por eso en tu sentencia
eres justo, no hay reproches en el juicio de tu boca. Tú sabes que soy malo de
nacimiento, porque en pecado me concibió mi madre. Enséñame en secreto tu
justicia. Rocíame con agua de vida eterna. Lávame y seré blanco como la nieve.
No me rechaces, Señor, ten piedad de mí
y consuélame.. Amen.
El Tuerto gimoteaba, levantaba el
brazo y tocaba a Harper… y entre sollozos balbuceaba:
“¿Qué podemos hacer?… decididlo
vosotros… ¡Lawriman, plis!... Duval… El Tuerto hablaba en tono vacilante-
trasladáos al campamento y ved cuántos hombres quedan con vida… ordenad lo que
deba hacerse con los heridos… A los que estén agonizando abreviadles la vida….
Usted general Pitt, preparad lo necesario para volver al cuartel en el
convento, que allá podemos recuperarnos y organizarnos mejor…
Poco tiempo después, ya recuperados,
unos 400 hombres que quedaron y se instalaron en el convento de San Francisco,
estaban preparados para entrar en acción.
El 11 de julio, a las 7 de la mañana, se reunió el Estado Mayor en la mesa oval: El Tuerto,
presidiendo la Junta ,
los almirantes Peter Lawriman, John
Rawling, Peter Harper, André Duvale, Cocote, Melchor Pitt, y 8 oficiales, uno por cada barco, cuyos
nombres no aparecen en el pergamino, conversaban pero sin decidir nada,
esperaban a que el Tuerto hablara. Tenían un tesoro incalculable, lo lógico era
marcharse, pero la sed de venganza que cegaba al Tuerto, lo impedía; y presumían que continuarían
hasta el final. Por fin el Tuerto habló:
-Deseo escuchar vuestras opiniones…
Después de un día de
deliberaciones, forcejeos, propuestas de parte y parte con entera libertad, El
Tuerto reaccionó:
No estamos vencidos, tenemos la
ciudad. Los sitiaremos hasta que mueran de hambre… Esa es mi decisión… El que
quiera marcharse que se vaya… Aquí cuidaremos de nuestros heridos hasta que
sanen completamente… Aguardaremos lo que sea necesario… Ya veremos quién ríe de
último… Me encargaré personalmente de ese sargento Juan de Alcalá… le haré
pagar sus cancioncillas. Que nadie lo toque si cae prisionero… Es mío… el que
lo mate se las verá conmigo…
No había más que hacer, lo que el
Tuerto decidió, eso era lo que se haría. El Estado Mayor unánimemente lo
acogió, estarían con él hasta la muerte, lo seguirían al infierno si fuera el caso.
Harper dijo: Recuerden el mandato
bíblico, porque estamos tomando una ciudad: “Pondré la llave de David sobre su
hombro… Jueces y dignatarios harás en
todas sus puertas, y ellos juzgara al pueblo con justicia…”
Todos decidieron acatar al Tuerto y
se lo comunicaron. Entonces les dijo:
“Para que veáis lo magnánimo que soy
y el aprecio que os tengo –señalando con el dedo índice hacia el patio
contiguo, donde estaba el tesoro- de ese
tesoro del que me pertenece la mitad por ser vuestro jefe, y que aún no hemos
contabilizado, lo repartiremos ahora mismo en partes iguales, no quiero
preferencia de ninguna clase; repartíoslo entre jefes, son ocho grandes partes,
y cada uno a su vez hará lo mismo equitativamente con sus hombres… Podéis hacerlo de inmediato, repartíos el botín; y si queréis lo lleváis a
vuestros barcos… Sólo exijo que lo que me corresponde, sea trasladado a mis
habitaciones, bien empacado y con la mayor seguridad. Pónganse de acuerdo todos
los capitanes y hagan la selección.
Ojalá que el reparto no traiga problemas entre vosotros, eso va en la inteligencia de cada uno y el
trato de sus hombres. Id y hacedlo bien…
Seguidamente los almirantes y sus
oficiales se retiraron, llamaron varios ayudantes e iniciaron el reparto.
LAS CONJURADAS
Lejos de este escenario, cerca del
poblado de indios de Güirintar, al este de la ciudad, en el convento de la
orden de los Jerónimos, que se conoce con el nombre de “Convento de los
Frailes”, construido en 1591 en las faldas del Quetepe, llegó un grupo de damas
de la sociedad cumanesa, que habían emigrado en vista de la gravedad de la
situación. Varios coches tirados por briosos y fuertes caballos percherones que
denotaban su rango, se detuvieron a las puertas del convento. Una de las damas, bastante conocida, doña
Juana Isabel Márquez de Valenzuela, con traje de amazona, no esperó que el quitrín se detuviera, se bajó con habilidad y corrió hasta la gran puerta
principal de estilo plateresco, en el centro del muro del convento, que queda a
la vera del camino que pasa frente al convento y se interna en las montañas de
Quetepe y Camacuey. Es una sobria construcción de estilo romano, con detalles
como la puerta, muy sólida, labrada en cedro, con detalles del bautizo de
Jesús, y espacios abiertos que semejan
un paraje campestre, protegida a cada lado con fuertes columnas rectangulares
de granito, y altas murallas de cal y
canto. En el interior un patio central de amplios corredores, adornado con
parrales y un aljibe. Al final del corredor principal tiene una pequeña pero cómoda y limpia
capilla, avocada al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que es el patrono de
la encomienda, constituida por más de 300 indígenas chaimas y guaiqueríes,
cuyas chozas están dispersas por las
orillas del río Güirintar, que atraviesa los terrenos del convento.
Dentro de aquellas murallas está el
Seminario y los claustros, de largos y amplios corredores, 300 varas de
galerías, con ventilados salones y dormitorios. En las vegas, aprovechando un
manantial que salta de las laderas del Quetepe, los frailes han fomentado una
huerta rica en hortalizas, hierbas medicinales y gran variedad de frutales. Por año se dan tres cosechas de uvas blancas,
más dulce que la miel, de donde producen su propio vino. Además en el infinito
morichal y las márgenes del río, hay naranjas, limones, melones, patillas, lechosas. Tienen otro
huerto al otro lado del río, donde hay
piñas silvestres, anones, maíz, caña de azúcar, ocumo y yuca. La despensa siempre está llena, alcanza
para intercambiar con los indígenas, para lo cual mantienen un almacén donde se
encuentra de todo lo necesario e imaginable. Tanto
la administración como la Orden
dependen del gobierno eclesiástico de Puerto Rico. El Rector del Convento es
fray Manuel Bartolomeo de la Peza , bajo cuyas órdenes
trabajan 11 frailes, entre indígenas y españoles; seis monjas y 80
seminaristas, todos nativos de la encomienda. A poca distancia del convento
está el pueblo de El Peñón con sus playas cristalinas, ricas en pesquerías.
Doña Juana Isabel, con otras damas
de Cumaná, se agolparon a las puertas del convento para solicitar refugio. El momento era intenso y dramático, las mujeres tenían el miedo en el
corazón.
Aquel día, ya entrada la tarde
–escribió en el libro diario el Rector Fray Manuel Bartolomeo: “sentí fuertes
golpes en la puerta principal, y como los demás sacerdotes, monjas y
seminaristas estaban orando en la capilla, pues era la hora de oraciones, fui hasta la puerta, y al abrir me llevé una
grata sorpresa… Allí estaba nada menos que mi gran amiga doña Juana Isabel
Márquez de Valenzuela, esposa del jefe
de las fuerzas regladas de la
Capital ”.
Pase Ud. doña Juana Isabel… y
vosotras… pasad… ¿Qué os trae por aquí a estas horas?... Al parecer, estáis
asustadas… ¡Venid… venid! vamos al salón para que hablemos, pues debe ser algo
muy serio… vosotras al parecer, estáis
preparadas para un largo viaje… No es usual recibir gente tan importante en
esta su humilde casa –El buen fraile hablaba mientras caminaba rápidamente por
el amplio corredor; las damas escuchaban
al buen padre con respetuoso silencio sin ocultar su nerviosismo. Pasaron al
salón.
A Juana Isabel la acompañaban siete
damas distinguidas de la ciudad, a saber: Diana Serpa Rendón, María Providencia
del Cristo y Rivero, Tulia Correa de
Guzmán y Matajudíos, Josefina Requena de Zea, Natalia Silva y Guerra de
Aristeguieta, Rosa Berrizbeitia de Alcalá, Elena Tepe de Serpa, Josefina de la Rosa Arce y Rojas.
Sentáronse alrededor del padre Manuel, a quien conocían
y protegían hacía bastante tiempo.
¡A ver… a ver! Contadme por favor -inquirió el sacerdote frotándose las manos
como acostumbraba, y mirando fijamente a Doña Juana Isabel.
Juana Isabel, muy nerviosa, tomada
de la mano de Diana Serpa, contó al padre Manuel, con lujo de detalles, todo el
drama que estaban viviendo en Cumaná y lo que podía pasar si los forajidos decidieran asaltar el Convento.
El buen padre entendió de inmediato
el drama que estaban viviendo en Cumaná, y dijo: Bien, hijas mías, por ahora lo
inmediato es que os acomodéis lo mejor
que podáis, y de cierto os digo que aquí
podréis descansar tranquilas… no os
faltará nada. Para nosotros es un honor
tenerlas bajo este techo… Ya me ocuparé de la protección de este sagrado
lugar. No temáis… Dios está con nosotros.
El Padre Manuel dio unas palmadas y
a poco se presentó un joven, indudablemente seminarista aborigen, de más que
mediana estatura y agradable presencia… al cual dijo:
¡Agustín, por favor!... ocupáos
personalmente de alojar a estas damas y procurad que nada les falte…Estaréis a
cargo d’ellas mientras estén hospedadas aquí. Podéis pedir la colaboración de
algunas jóvenes para el servicio… -luego, dirigiéndose a las damas- Las dejo en
muy buenas manos; si queréis orar con nosotros venid a la capilla, y luego
merendaremos juntos; debéis estar muy cansadas; os enviaremos el refrigerio
acostumbrado a vuestras habitaciones si queréis. Me disculpáis debo continuar
mis ejercicios espirituales.
Gracias padre Manuel… vaya Ud. con
Dios… Gracias…
Den las gracias al Señor… Que estén
bien… será suficiente para mi…
Mas tarde llegaron otras damas, muy
relacionadas con el convento, que recibieron el mismo trato, ellas eran: Juana
Fortiño de León, Josefa Sánchez de Torres y Mariana Centeno de Vargas, todas de
familias importantes de la ciudad y de la misma comunidad, por lo cual fueron muy
bien recibidas por sus compañeras.
Pasaron al mismo amplio dormitorio que les asigno Agustín, en el cual
estaban alineados 20 catres eficientemente arreglados.
Al lado de cada catre había un
ture. Las damas se desvistieron ceremoniosa y tímidamente; desabrocharon sus
chaquetillas de viaje; se observaban con disimulo, en absoluto silencio; para ellas era un poco embarazoso
desvestirse, estaban cohibidas. Colocaron sus prendas en los catres, se miraban
con disimulo, no sabían que hacer… hasta que Juana Isabel dijo, en alta voz, rompiendo el silencio…
¡Señoras… mientras nos desvestimos
vamos a conversar! ¡Dejémonos de gazmoñerías… El momento es terrible y nos
estamos jugando la vida…!
¡Sí… tenemos que hablar -ratificó
Diana Serpa, levantándose cuan alta y
hermosa era…¡Vamos, tomemos los tures y hagamos una mesa redonda…!
Diana Serpa, a quien llaman la Griega , sabía que había
llegado el momento de demostrar lo que todos pensaban de ella. Debía asumir el
liderazgo para el cual había nacido.
Cada mujer cogió su ture y avanzó
hacia el sitio que indicaba Juana Isabel con el dedo y formaron un corrillo en
un extremo del amplio salón, frente a la
puerta que da al patio central del
convento. Nadie podía imaginar lo importante que era aquella reunión informal,
allí se estaba decidiendo la vida de aquellas mujeres y el futuro de la ciudad. Las damas estaban en
bragas, tal vez era la primera vez en su vida que se desnudaban ante extraños,
y no se percataban de ello. Eran mujeres altas, fuertes y hermosas. La puerta,
por descuido había quedado abierta y por el pasillo circulaban algunas
personas…
¡Cierren esa puerta, por favor…!
-rogó con cierto rubor, Juana Isabel…
Doña Rosa, que estaba más cerca, se
levantó rápidamente, protestó por el calor, miró hacia el pasillo y cerró la
puerta… No sin antes decir –¡No hay nadie!... -Ya había más confianza y las
damas se contaban sus angustias y chismes.
Amigas, atención… por favor…
-solicitó Juana Isabel apenas cerrada la puerta. Estaba nerviosa, moviendo las
manos con cierta excitación- Tenemos que hacer algo y rápido… No hay mucho que
pensar… Esos piratas son de lo peor… Son asesinos… Ellos nos matarán tarde o
temprano… Nos violarán y asesinarán a sangre fría y de la manera más cobarde…
Ustedes están enteradas de lo que
hicieron en el pueblo de Mochima… Pues
bien, es hora de actuar… tengo un
plan, algo que proponerles…
Todas las damas estaban
expectantes, especialmente la
Griega , que se destacaba por su noble talante. Era algo
inesperado, ninguna de aquellas damas podían imaginar a Juana Isabel
presentando un plan para salvarlas. En ese instante, un rayo no las hubiese
impactado más. Se acercaron lo más que podían a aquella mujer, cuya dignidad y
personalidad de repente se revelaba. Ya
no se trataba de su elegancia, sus facciones finas y definidas, su carácter
firme, ni el hecho mismo de tener un plan, sino que su voz se metió dentro, muy dentro del corazón de
aquellas mujeres enloquecidas de miedo que dentro del túnel veían una salida. Un denso silencio acogió la intervención de
Juana Isabel… pero era un silencio esperanzador, de sus gargantas casi se
escapó un grito de aleluya… Sí, aleluya… vamos a actuar.
Antes de hablar Juana Isabel
recorrió los rostros de aquellas mujeres, y aunque no quedó muy conforme, eso
era lo que tenía y con eso iba a actuar,
levantando la voz dijo:
Reconozco que es muy peligroso lo
que voy a proponeros, pero es lo que se me ha ocurrido… lo que he venido
meditando… eso si, si alguna de vosotras tiene ideas mejores, que lo diga, estoy
dispuesta a participar en cualquier proyecto aceptado por vosotras.
Vamos al grano –interrumpió La Griega. Decidnos
lo que habéis pensado hacer y lo haremos. No podemos perder el tiempo en discusiones, en esto va la vida de nuestros hijos, de nuestros esposos y de
nosotras mismas. Es hora de actuar y no de discutir. Todas estamos con vos –y
dirigiéndose a las demás, les pregunto… ¿Es no es así…?
Todas las damas asintieron… Otra
vez tomó la palabra Juana Isabel… con voz grave y pausada explicó punto por
punto su proyecto. Las damas formaron una mesa
redonda y discutieron todos los pormenores del plan. Se discutió hasta
el cansancio, se hizo una larga lista de mujeres entre los 20 y los 40 años que
podían formar parte del plan; se corrigieron detalles, se nombraron las
comisiones, se inventariaron recursos,
se decidieron cuestiones
relativas a las armas que podían
usar, a los sitios de reunión, etc. etc. pero, ya en la madrugada, habían
aprobado un proyecto con todos su
detalles.
Amigas, me conocéis desde ha mucho tiempo sabéis que soy tenaz,
católica y romana, y buena esposa; ahora estoy con vosotras hasta la muerte,
que si ha de venir no la temo, porque mi
alma pertenece a mi Señor y el sabr;a cuidar d’ella. Lo que habéis escuchado es y debe ser, para siempre un secreto
sagrado, que no podéis divulgar, ni siquiera a nuestros hombres… se lo podréis
decir. Ellos no lo sabrán nunca, está de por medio su honor y el nuestro. No lo
entenderían…Ahora bien, parte principal de este plan es reclutar por lo menos
600 mujeres, y si Dios quiere, muchas más. No importa que sean solteras,
viudas, gordas, flacas, altas o bajas, lo único que hace falta es que sean
valientes, amen a su pueblo y estén dispuestas
al sacrificio. Yo saldré inmediatamente para la vía de Cumanacoa y
pueblos aledaños, las que me quieran seguir tomen su caballo, algunas cosillas
y síganme…
Juana Isabel –reposadamente dijo a la Griega- “Aquí somos un
puñado, y cada una de nosotras ira por un camino diferente… Vete a Cumanacoa,
con uno de los sacerdotes; y si no
pudiera ir alguno d’ellos, habla con el padre Manuel que él enviará a alguien
contigo. No puedes ir sola. Estoy segura que encontrarás a más de una en el
camino que quiera seguirte… Como tendrás que ir a caballo, hablaré con el padre
para que lo tenga dispuesto después que descanses y puedas ir a cumplir con
éxito tu misión… ¡Ve con Dios…! La Griega abrazó y besó a
Juana Isabel, y le dijo: ¡Estaré contigo hasta la muerte… hermana…!
Juana Isabel se encargó de nombrar
las comisiones para los diferentes puntos de la provincia y se lo participó al
padre Manuel Bartolomeo, sin mayores explicaciones, el sacerdote autorizó la
salida, les asignó algunos acompañantes,
proporcionó las vituallas necesarias para el camino, les impartió la
bendición y les dijo: “Hijas mías podéis regresar cuantas veces lo deseéis, y
perded cuidado, que aquí nos sabemos defender… y agregó:
Todo lo que tengo en este convento
está a vuestras órdenes ¡no dudéis en
pedirlo! Dios concede todo al que lo
pide, el que guarda silencio no necesita nada. Espero que ese no sea el caso de
vosotras… Todos los riesgos que corréis los correremos todos y todo lo que obtengáis lo obtendremos todos…
Si perdemos la vida no será por no haber hecho nada para salvarla. Aquí también
combatiremos a los desalmados invasores… Todos nos armaremos… nos defenderemos,
porque no son únicamente nuestras vidas
las que corren peligro, sino las de todo un pueblo. La de los niños y
mujeres, los ancianos, los enfermos, todos estamos en peligro. Cuenten conmigo
y con todos los de esta, su casa… ¡Dios las bendiga…!
Doña María Providencia tenía
hacienda en Cachamaure, y de antemano sabía quiénes la acompañarían, de tal
suerte que se despidió de sus
compañeras… y muy de madrugada tomó sus caballos y partió al galope por la vía de Güirintar,
buscando las pesquerías de los Cabellos y Aristeguieta, en La Chica y Marigüitar, donde
estaban, con toda seguridad, sus familiares y amigos, propietarios como ellos
de trenes de pesquerías y haciendas de coco y caña melar. Viajaba escoltada por
dos mancebos que le asignó el padre Manuel.
Doña Rosa y doña Josefina de La Rosa , tenían haciendas en Aricagua, partieron muy
tempranito, con la aurora, por la vía de Barranquín hacia la Cruz del Maguellar, bajarían
al Puerto de la Madera ,
buscarían el curso del río Cancamure y subirían por el camino de los españoles
hacia San Fernando Viejo y de allí
descansadamente hasta las fértiles tierras y trapiches de los ricos valles del río
Guasduas.
Doña Natalia y doña Josefina
Requena salieron vía Manicuare, hacia la fortaleza de Santiago de Araya donde
tenían familia. El Sargento Mayor, Pedro
León Silva, veterano de mil combates contra
corsarios que infestaban las
costas de la provincia, se haría cargo de ellas, y les prestarían apoyo para toda urgencia, de eso estaban
seguras. El padre Manuel las llevó hasta el puerto del Peñón y las embarcó en una balandra muy marinera
del capitán Fucho Maneiro, después de explicarle lo que estaba
sucediendo, el bueno de Fucho no se había enterado de nada porque estaba
arranchado esperando el paso de Jurel; de inmediato llamó a sus ayudantes,
recogieron los rezones, el ancla, soltaron las amarras y partieron.
Todas las damas fueron a cumplir su
misión. Después de una semana de fatigosa búsqueda, las conjuradas se reunieron
en Cumanacoa bajo un frondoso samán, al lado de la iglesia, un bello templo
construido recientemente por los frailes aragoneses de Cumaná. Ya el sol se
había colocado sobre sus cabezas y parte
de las convocadas oraban en el templo. Juana Isabel envió a por ellas.
Eran 600 mujeres, todas casadas,
reunidas bajo el samán. Juana Isabel dijo a la Griega : “Os ruego que les
habléis. Vos tenéis un don especial que
os ha dado Dios… para comunicaros en circunstancias difíciles…
Está bien, lo intentaré… -fue la
escueta respuesta. La Griega
se abrió paso entre la multitud. Avanzó
hacia el Samán y subió un montículo que se levantaba sobre una raíz. Levantó la
voz, de por sí audible… Escúchenme todas, por favor –cesó el murmullo. Logró de
inmediato atención y silencio. Su forma
insinuante de hablar, el acento peculiar de las cumanesas, encajaba
perfectamente en aquel ambiente, sobre todo para aquella gente dispuesta a todo
sacrificio-
Amigas… préstenme atención… es
importante… No vamos a discutir el plan… Todas ustedes lo conocen… ya lo hemos
aprobado… Vamos a jurar solemnemente ante Dios Nuestro Señor y ante nuestra conciencia,
que lo que aquí discutamos y aprobemos
quedará en secreto para siempre. Va en ello nuestro honor y la vida de
nuestras familias y de todo nuestro pueblo…Voy a tomarles juramento… La Griega alzó un poco más la
voz:
“Juran ustedes por Dios que
guardarán respetuoso silencio sobre todo lo que digamos y aprobemos en esta
asamblea... “
La multitud gritó con fuerza
¡Lo juramos… lo juramos!
“Si así lo hiciereis que Dios y
vuestra conciencia os lo premien y si no que os lo demanden”… Luego continuó…
Ya ustedes están enteradas de las líneas generales del plan que vamos a poner
en ejecución de inmediato, a menos que os opongáis… (Un silencio comprensivo
fue la respuesta). Perfecto, haremos un
breve recuento nada más…”
LAS EMBAJADORAS
Las damas se dispersaron y la Griega , apartándose de la
multitud, dijo: –Necesito tres voluntarias que vayan a parlamentar con los
forajidos… tengo entendido que entre vosotras hay unas damas que dirigen un
grupo de teatro y que, muy bueno, porque han montado varias obras… me gustaría
saber si podemos contar con ellas.
Casi inmediatamente se produjo un
rebullicio, y tres mujeres se adelantaron hasta el samán, donde Juana Isabel, La Griega , Rosanieves, Pipina,
Natalia, Evelia, Providencia, Enma, Cecilia y Josefina, las recibieron.
Teresa de Jesús, una rubia hermosa
y fuerte, se adelantó, y dijo -Nosotras somos de sangre gitana, y podemos
hacerlo–Era una mujer de mediana estatura, cabellos recortados al rape, por la
costumbre de usar pelucas –Si… estas tres que aquí estamos… preparadas para lo
que sea. ¡Jolines! No nos gusta que nos maten sin hacer nada para evitarlo.
Somos voluntarias para lo que guste mandarnos, aunque en ello nos vaya la vida…
“
¿Como te llamas…?
“Teresa de Jesús, para servir a
Dios y a usted… Margariteña para más señas, y mejor decirlo. Y éstas mis
compañeras: Marta y Leonor…Mismamente.
“¡Pardiez! No puede haber mejor elección… Vengan
conmigo…”
Las tres mujeres fueron tras la Griega. Se reunieron
con Juana Isabel y el grupo dirigente, frente a la iglesia, apartándose un poco
del batallón de mujeres, que conversaban animadamente y hacían sus propios
planes. Sentáronse en la acera y en unos banquitos de madera que les prestó el
cura misionero de San Baltasar, Don Antonio de Figueroa…
Teresa de Jesús, Marta y Leonor,
escuchen… la Griega habló con voz apenas
audible, como para que nadie más la escuchara… La tarea más difícil os toca a
vosotras. Iréis de inmediato a Cumaná… Os entrevistaréis con los piratas.
Buscad al jefe. Un sujeto al que llaman El Tuerto, es un tipo bestial, inmisericorde. Tenéis que usar
las artimañas que sabéis y, las que no sabéis, las inventáis. Vuestra misión es
ofrecernos a los forajidos. Inventad lo que se os ocurra: que estamos solas,
que perdimos nuestros maridos, que desesperamos por tener hombres… que queremos
estar en nuestras casas, que somos hermosas, lo que se os ocurra, pero
convencedlos de que no soportamos más estar sin hombres y sin casas, y que los
complaceremos en todo lo que deseen… En fin, que seremos sus esclavas… No les
preguntéis cuántos son ellos, sino cuántas mujeres quieren. Hagan su papel de
celestinas y maritornes… que esos hombres tienen muchos meses sin mujeres,
cualquier argumento servirá… Y si el jefe no os atiende, si os desprecia,
buscad a los demás jefes que debe haber otros; poned de manifiesto vuestra
oferta entre ellos, que ellos mismos se encargarán de su jefe. Por nosotras
serán capaces hasta de matarlo… Vestíos provocativamente. Ya sabéis cómo
hacerlo…
Al terminar la Griega su arenga, se
levantó Juana Josefa y se dirigió a todas las mujeres “Escuchadme amigas, es
necesario que os proveáis de una daga… aquella cuyos maridos son militares o
milicianos, no tendréis problemas porque todo militar tiene una daga toledana
especialmente apropiada para la misión que vosotras cumpliréis. No podéis ir a
la misión sin esa daga, así que aquella de vosotras que no la tenga no irá… Y
lo sentiré mucho, pero esa es una decisión imprescindible para lograr el
objetivo que buscamos… Es posible sustituir la daga por un puñal o una daga
corta, vosotras veréis y por supuesto ante cualquier contrariedad os comunicáis
conmigo para buscar una solución aceptable. No desmayéis, esas dagas me las
entregaréis a mi… es parte del plan”.
Todas entendieron a Juana Isabel, y
Teresa de Jesús que se había apartado con Marta y Leonor, para discutir su plan
particular, se le acercó a La Griego y le dijo:
“Señora, escuchadme, creo que
entiendo perfectamente… y mis amigas también. Dejadlo por nuestra cuenta, ya lo
veréis… Diga cómo y cuando nos
trasladaremos a Cumaná. ..Ya estoy impaciente por comenzar este drama, que tal
vez sea el último de mi vida… pero de algo tiene uno que morir… más pronto que
tarde… Esta será la representación más importante de nuestra vida, os lo
aseguro… Os doy las gracias por este papel estelar… Ya pensaba que mi vida
pasaría sin hacer nada útil, no hay mal que por bien no venga… “
“¿Tus caballos están listos, se los
puedes dar a estas mujeres?
“Tengo algo mejor para ellas
-respondió María Providencia, y señalando con el dedo hacia un bosquecillo
cercano, díjole –“Veis aquella carreta. Pueden viajar las tres cómodamente…Se
la pueden llevar, y mis peones las acompañarán hasta Gamero, que es un sitio de
postas en la orilla del río de Cumaná, a una hora de carretas. No les faltará
nada… mis hombres son baquianos“
“Los preparativos del viaje se
hicieron aceleradamente, como lo exigía Juana Josefa. La carreta, tirada por
una buena mula era bastante cómoda, dotada con cuatro ruedas nuevas de arco y
un techo alto de tela encerada. La carreta tenía además capacidad suficiente
para llevar el complicado equipaje de las gitanas.
La caravana que se formó tras las
gitanas, partió al otro día muy
temprano, antes de salir el sol, tomaron la vía del convento de San Fernando,
desde allí partirían por la ruta de los arrieros hacia el fuerte del Imposible,
donde cambiarían la mula; seguirían por
Salsipuedes, la Soledad ,
el Potrero, el pie del Tataracuar; luego
bajarían hasta Gamero y Puerto de La Madera. El
camino es largo y peligroso; hay indios
amotinados en todas partes. Los ríos son abundantes, por estos meses salidos de madre. El viaje dura normalmente dos días. Durante
la noche se puede acampar en varias postas, reforzadas con fuerzas regaladas
debido a la emergencia. Todo estaba previsto y por supuesto, se les dio
salvoconducto para estas contingencias.
En realidad no es nuestro prepósito
escribir sobre las incidencias de este viaje, indudablemente interesante.
Lo importante es que algunos días
después las mujeres llegaron a su destino. Detuvieron su carruaje sin ningún
inconveniente frente al convento de los franciscanos, como si fuese lo más
normal del mundo y cuando amarraban el carruaje, se les acercó un rufián, que
blandiendo un cuchillo, espetó:
¡Hideputas¡ ¡¿Pero que hacéis agora, tenéis acaso permiso del capitán
para andar por aquí como perro por vuestra casa?.
Teresa de Jesús, sin temor, como
era de su natural forma de ser, se adelantó, estaba preparada para aquella
eventualidad. Sacó un pergamino lacrado, que llevaba escondido debajo de la
blusa y poniéndoselo muy cerca de los ojos al interfecto, díjole al forajido:
¡Lee estúpido…! ¿No veis la firma
de vuestro capitán? Esto se llama salvoconducto… ¡Anda majo… ¡ Llevadnos a la
presencia del fiero Walter Laping, que puede partiros los sesos –y ensayado su
mejor y pícara sonrisa, agrego: “Que por otra parte de nada os sirven… ¡Anda hombre… ¡ Manda un esclavo que se
encargue de la carreta y den pasto a la mula…“
El rufián ni siquiera vio la carta.
Guardó el cuchillo en el tahalí… mandó hacer lo que se le pidió, y dijo:
¡Venid conmigo… malditas… ¡
El rufián y las tres mujeres se
dirigieron hacia la puerta principal del convento. Los forajidos se amontonaron
a su paso. Los piropos más grotescos las acompañaron, mientras sus cuerpos ondulantes, sus sonrisas y miradas
envolventes hicieron las delicias de la turba. En verdad aquellas mujeres eran
hermosas, y con aquellos trajes provocativos… ¿quién iba a atentar contra
ellas, sobre todo en aquellas circunstancias?
Llegaron a la barbacana del
convento, se detuvieron, se les acercó un tipo mal encarado, pero quién lo
enfrentó fue el rufián que las acompañaba.
¡Oye, dormilón…! abrid la puerta
que estas damiselas son invitadas del Tuerto…
¿Cómo decís…?
¡¿Estáis sordo…? ! Son invitadas…
tienen sus documentos en regla…!
¡Mirad zopenco…! No recibo órdenes vuestras, y no las voy a
dejar pasar… ¡Entendido…!
¡Bueno… seréis carne para los
buitres… tienen salvoconducto…!
Mostrádmelo idiota y hablad menos…
Teresa de Jesús le presentó el
pliego al vigilante y se lo acercó tanto a los ojos que el tipejo tampoco pudo ver nada.
Bueno… bueno, si es así que pasen… total
si es falso el Tuerto las matará… y a mí ni me va ni me viene…. Quien se mete
en la boca del tiburón… pues… ¡anden… anden… ¡
es por allí… pregunten por él… lo vi pasar para la enfermería…
Las gitanas, sin más ni más,
pasaron adelante y se plantaron ante el Tuerto…
Los forajidos se habían retirado
del cerro de los Chaimas para refugiarse en el convento de los Franciscos. Toda
la ciudad estaba bajo su dominio. Las autoridades, aprovechado su éxito, habían
desalojado los fuertes de Santa Catherina, San Antonio y Santa María, utilizando el
sistema de túneles que comunicaban a estos dos últimos con el Polvorín, que
quedaba en un sótano camuflado en el mismo cerro de los Chaimas, al este de la
aldea, como a 500 varas del fuerte. Por allí salieron hacia el río, utilizando
la misma calzada y los mismos medios que utilizaron los indígenas. Los piratas
nunca se dieron cuenta de esa maniobra ejecutada frente a sus propias narices. Los soldados se
aburrían. Todas las noches intercambiaban los mismos saludos entre los dos fuertes. De noche el gobernador
iba al San Antonio y holgaba de lo lindo
con don Juan, jugaban largas partidas de tresillo, para lo cual casi siempre se
les unía el ing. Domingo de
Hurribalzaga, inventor de los
artilugios con que derrotaron a los
malhechores. Entre juegos y
conversaciones prepararon toda la
estrategia de la fuga, ya no se justificaba estar allí sin hacer nada; se
consideraban prisioneros, por eso escaparon. Se fueron hacia Cumanacoa,
llevándose todo el parque. La fuga fue toda una epopeya. En los fértiles campos
de Cumanacoa instalarían su cuartel
general. Aglutinarían las fuerzas y las pondrían en óptimo estado de
preparación, para batir al Tuerto y sus rufianes.
Ahora Laping, dueño de la ciudad y
líder de aquella chusma, se ocupaba en
aquellos precisos momentos de visitar
como Jefe de Estado a sus heridos… cuando vio venir hacia él a las tres bellas
mujeres. Por un instante perdió la noción del tiempo, pero rápido se recuperó…
pensó: Pero… que está pasando… No tengo médicos ni enfermeras… sólo conozco el
secreto de la sábila, que gracias a Dios se da abundantemente en estos parajes.
Será esto una cura milagrosa… o estoy viendo visiones… serán brujas, piachas…
hechiceras…con la sábila nos iba bien… una porción preparada con alguna que otra hierba y las heridas y quemaduras desaparecían… ¿Para qué las
mujeres? … Laping se recostó de un armario en el que se guardaban medicinas y
artefactos quirúrgicos. Esperó que las mujeres se le acercaran… Admiró la
belleza de Teresa de Jesús… Cuando estuvieron frente a él, iba a decir algo,
pero Teresa de Jesús se le adelantó. Se le plantó delante y soportó la mirada
terrible del Tuerto, que no encontró nada que decir…
Teresa de Jesús no se amilanó ante
la mirada escrutadora. Dejó que la observara a gusto. No habló, no dijo esta
boca es mía. Laping sí, más bien gritó:
Qué carajo hacéis vosotras aquí…
Teresa de Jesús se le acercó melosa y díjole muy quedo al oído, rozando coqueta
su pecho y sus piernas con el cuerpo ansioso de Laping: Nosotras hacemos
nuestro trabajo… Donde hay hombres estamos nosotras… ¿A vosotros no os gustan
las mujeres?
¡Claro que nos gustan…! tronó el
Tuerto- pero a mis hombres también les gustan... y vosotras sois muy pocas…
ja ja ja… -Láping pasó su brazo por la
cadera de Teresa de Jesús y la apretó por las nalgas contra su cuerpo- yo no voy a tener una mujer mientras mis
hombres se chupan el dedo… -Los labios de Teresa de Jesús rozaban los de
Laping…
Bueno, eso se puede arreglar…
-murmuró Teresa de Jesús, al oído de El
Tuerto.
¡¿Cómo es eso?!¡ -bramó Laping saltando sobre ella- ¿Os
queréis burlar de mí? ¡Sois una
mentirosa… bruja…! Si descubro que mentís os descuartizaré y echaré vuestro
saldo a los perros… O… ¿es que acaso tenéis una tropa de mujeres? Joder… Aquí hay más de 400 hombres…
Teresa de Jesús no soltó a Laping,
se dio cuenta de su victoria y zalamera le dijo: ¿Vos habéis visto brujas como
yo?... Podéis hacer conmigo una prueba y una apuesta… Sé que sois rudo, pero no
estúpido. Mira majo… Necesitáis confiar…
¡Claro que las tengo… 400 y más… ¡ Puedo probarlo… son las damas de esta
ciudad… ¡ pues… dadme tiempo… os dejaré como rehenes a mis pupilas… para
vuestro servicio… pero cuidado, os quiero para mí… Podéis hacer con ellas lo que vos
quisiéredes… como esclavas vuestras, y yo voy a por las otras, y si no regreso
en 7 días, disponed de ellas como
queráis… Teresa de Jesús lo observó, moviendo
las caderas nerviosamente, una
cierta sonrisa en sus labios carnosos y sensuales, y agregó: Si me garantizáis
sus vidas, os puedo proporcionar todas
las mujeres que deseéis… y… son jóvenes y hermosas… pero eso podemos platicarlo
más tarde… Estamos cansadas, necesitamos dormir un rato, comer algo, asearnos… no creo que seáis tan descortés
como para echarnos ahora…
Está bien, me rindo, no os voy a
matar hasta que me digáis todo lo que
estáis tramando… pero si mentís aunque solo sea así –casi unió el pulgar y el
índice ante los ojos traviesos de Teresa de Jesús- seréis pasto de los tiburones…
Os lo aseguro.
Luego el Tuerto dio instrucciones
para alojar a las gitanas en una casa cercana del convento. El mismo rufián que
las condujo se encargó de ello… Se pavoneaba al salir en compañía de las damas,
y se propasaba de hechos y palabras; pero Teresa de Jesús mantuvo la compostura
y sus compañeras la imitaron. Caminaban erguidas frente a las tropas
esquizofrénicas, que proferían palabrotas entre sonoras carcajadas, piropos
obscenos y gestos inmorales.
Al llegar a la casa y dar las
gracias al risueño acompañante, Marta, que no aguataba las ganas de hablar con
el tipejo, le preguntó: Dime majo… si no es un secreto… ¿Cómo os llamáis?”.
Y… para que queréis saberlo…?
Porque nos vais
a cuidar, y tendremos que llamaros… Acaso ¿no es suficiente…?
Está bien, podéis llamarme
Pájarobuchón… así me dicen todos, pero ese es mi sobrenombre, porque mi nombre
de pila es Hugo Acosta Rodríguez del Monte, como me bautizó mi padre… para
servirle en lo que mandéis.
Al otro día, muy temprano, el
Tuerto mandó llamar a las gitanas; había sido tocado donde mordía, aquella
mujer tenía algo que lo trastornaba, pero la duda lo llevaba a ser
extremadamente cauto, por eso apremiaba una nueva conversación. Pájarobuchón,
que no las desamparaba, las condujo hasta el patio principal del convento donde aguardaba Láping con el desayuno servido, bajo la sombra del opimo parral enracimado, enredado
armoniosamente al techo de palos y latas
que queda al lado del aljibe que
surte de agua cristalina al
venerable recinto. Al verlas venir, elegantemente ataviadas, se les acercó
ceremonioso, con absoluta confianza tomó
de la mano a Teresa de Jesús, luego pasó
su brazo sobre el hombro descubierto de la dama, y ella se dejó llevar. Se
alejaron de las otras dos damas que coquetamente se acomodaron en sendas
butacas, dispuestas convenientemente frente a la mesita dispuesta ya con el
desayuno.
Laping dijo a Teresa de Jesús:
“No se por qué confío en vos… Hasta
ahora todas las mujeres que he conocido me han traicionado, y lo han pagado muy
caro… No creo nada de lo que decís. Es francamente imposible, sin embargo, no
logro imaginar que podáis engañarme, cuando sabéis que en ello os va la vida,
la vuestra y la de esas otras dos hermosas jóvenes… ¿Qué podéis ganar con
ello?... ¿Qué os va que tenga o no tenga mujer?
Teresa de Jesús tenía todo muy bien
pensado y no iba a caer en trampas, de inmediato respondió:
“Os conozco muy bien Walter Láping,
Sé que sois largo con vuestros hombres y mujeres, no creo que seréis menos
conmigo… Voy a daros lo que nadie más
puede, en estas circunstancias… alegría…
música y hembras…muchas hembras… todas las que queráis. Es lo único que falta a
vuestros hombres para ser dichosos… Tenéis la ciudad, sus tesoros, y sólo os
faltan mujeres… yo os las puedo proporcionar… ese es mi negocio… Nadie podrá
decir que el gran Walter Láping le negó a sus hombres, que todo lo sacrifican
por él, las hembras más hermosas del Caribe mar, que les fueron ofrecidas en Cumaná, el puerto
más importante del imperio español en su América… Esta acción sólo podrá ser
comparada en el futuro con el rapto de las Sabinas… Vos no tenéis nada que
perder y sí mucho que ganar…
Y ellas… ¿qué ganarán…?
“Vos sabéis que una mujer bella no
puede vivir en el monte… Y estas tienen aquí sus casas y todo lo que allá les
falta…
“La verdad –susurró el Tuerto,
poniéndose las manos en la frente- es que una ciudad sin mujeres no vale nada.
Los tesoros, las riquezas... sin mujeres no valen la pena… Yo estoy harto de
andar con tanto marrano hediondo… ¡Ea pues, hagamos el negocio ¿Cuánto vale
vuestra faena… que necesitáis…?
“No os voy a cobrar nada
adelantado, pues mi vida está en vuestras manos; si vos después de serviros
quedáis satisfecho, sé que me pagaréis con largueza… si no… me quitaréis la
vida, que es lo único que tengo. Vos sabréis
si vale la pena que continúe viviendo. Dejémoslo para luego…”
Láping no pudo más, vencido aceptó
la propuesta de Teresa de Jesús, y agregó:
Vamos a hacer una cosa doña Teresa,
acepto, os doy los siete días que pedís y tres más de ñapa para que cumpláis
vuestras promesas y negocio. Podéis partir cuando queráis… Partid pronto,
porque no quiero problemas con mis hombres… Si es cierto lo que ofrecéis
bienvenida seáis… os recibiremos como a los ángeles, y os prometo que nos portaremos
bien con esas damas… Pero no regreséis sin las mujeres; porque si lo hacéis
ordenaré que os maten… Que esto quede muy claro y muy bien entendido… váyanse
cuanto antes, no quiero problemas… y me avisan con anticipación para prepararlo
todo… manteneos en contacto conmigo… que tengo con vos buenos pensamientos… buscad la forma… sé que
lo haréis.
Una cosa más Walter Laping, quiero
que vuestros hombres se acicalen, que usen el jabón y se perfumen y vistan bien
cuando vengan las damas… para eso tienen el río. Instrúyanlos, aquí las mujeres
se bañan no menos de dos veces al día y huelen muy bien. Que no les hagan daño,
ellas solo quieren hombres porque perdieron los suyos… y estar y sentirse bien…
a cambio os atenderán en todo… ellas saben lo que vosotros queréis y os
complacerán…”
Walter Láping sacó de su
faltriquera una bolsa llena de doblones de oro y se la dio a Teresa de Jesús,
que se apresuró a recibirla con aspavientos y servilismo aparente. Sus
compañeras parecieron alborozarse y se
acercaron a ella entusiasmadas ante la demostración principesca de Laping, que
las observaba complacido, y se pavoneaba ante ellas y ante los hombres que se
acercaron y lo rodearon. Entonces el
Tuerto levantó la voz y con un dejo de largueza, dijo:
Eso es para que mostréis ante las
damas de esta ilustre ciudad, que tengáis a bien invitar, cuan largo, bueno y
generoso puede ser Walter Láping, vuestro nuevo gobernador y capitán general”.
Las
tres mujeres despertaron con la aurora y se dispusieron a partir; escucharon
las campanas de la iglesia de Nuestra Señora de las Aguas Santas, que repicaban
a maitines todos los días a las seis por orden de Láping, para que todo mundo
despertara. Todo había sido escrupulosamente preparado. Sintieron unos
golpecitos en la puerta de la casa y allí estaba Pájarobuchón, para sorpresa de
las damas, acicalado como para ir a misa. Trajo una perfumada jarra de café con
sus correspondientes tacitas y abundante papelón rayado. Las mujeres sonrieron
satisfechas. Marta, la más atrevida, le acarició el rostro, le dio un sonoro
beso en los labios y le dijo:
“Eres un encanto gallito… te
recordaré en el viaje y cuando regrese… ya verás lo que puedo hacer contigo…”
El rufián casi se desmaya. Se puso
rojo como tomate, y no supo qué hacer. Dio vueltas como sonámbulo, se le cayó
la jarra, pero pudo recuperarla antes de estrellarse, pero él se revolcó como
culebra apaleada. Dio una voltereta y luego no quiso levantarse. Simplemente
atolondrado se quedó en el suelo,
mientras las damas se alejaban.
Teresa de Jesús, Marta y Leonor
partieron al galope. Atravesaron la
plaza de San Francisco, subieron por la calle de Las Infantas hacia el
cerro de La Tumba y por la fila del
cerro de los Chaimas, bajaron hacia el río y se perdieron por el camino de las
charas hacia los Ipures y Puerto de La Madera , donde las esperaba el quitrín que las
conduciría a Cumanacoa.
El camino se les hizo corto por la
emoción contenida en sus corazones. El pueblo era todo en movimiento y se
organizó rápidamente; a las pocas horas estaba lista la expedición: 500 mujeres seleccionadas, todas casadas, solo las más fuertes y decididas. Entre ellas
se destacaban algunas por su belleza,
otras menos agraciadas, por su inteligencia: había mujeres de estatura elevada, medianas y pequeñas;
discretas, coquetas, tristes, alegres, otras cuya simpatía se desbordaba y otras cuya coquetería fascinaba; las más
tenían el don de la feminidad que vence a todos los encantos y enamora mucho más.
Este batallón tenía su ideal, su punto de cohesión, su unidad,
en la libertad de su pueblo; estaban dispuestas a ofrendar su vida, su
honestidad, todo, y no les importaba su suerte o el tipo de muerte que les
esperaba en manos de los forajidos, eran antorchas vivas…
Cuando llegó el momento de partir,
las gitanas comparecieron ante Juana Isabel, La Griega , Rosanieves.
Natalia, Elena, Pipina y otras damas, en el Cuartel General. Se había
habilitado una carpa circense, muy apropiada a tales efectos. La Griega se encargó de
establecer la disciplina militar, sobre todo
la vigilancia, las guardias, y los protocolos. Vieron entrar a las tres comisionadas, y se
levantaron de sus asientos. Juana Isabel de pie, puso las manos sobre la mesa
que le servía de escritorio, y las dejó avanzar. Estaba satisfecha, en la cara
de todas se reflejaba el éxito, sana alegría de quienes aprueban a sus
subalternos y viceversa.
Estoy a sus órdenes, dijo Teresa de
Jesús, adelantándose… y lo mismo repitieron Marta y Leonor… Y las tres al
unísono- Misión cumplida… Señoras… Esperamos instrucciones…
Siéntense, por favor… -rogó Juana
Isabel con toda formalidad- Sé que han trabajado muy duro y han logrado la parte que consideré más
difícil de este proyecto. Ahora nos
vais a decir como procederemos. Será
difícil pero lo lograremos, todo está listo y previsto para que partamos…
-levantando la voz y los ojos,
agregó- Esta mañana pasé revista al
batallón de 500 mujeres, pese a que no he logrado un grado mínimo de
disciplina, todas están dispuestas a sacrificar lo que sea para lograr el
objetivo. Sabemos que la mayor parte del trabajo habrá que improvisarlo sobre
la marcha, pero hay algunas cosas que tendrán que hacerse con mucha cohesión…
ya veremos…
Nosotras… -dijo Leonor- haremos lo
que tenga que hacerse con el mismo espíritu que hasta ahora hemos demostrado.
Todas estamos ansiosas por iniciar esta aventura que tal vez sea lo último que hagamos en esta
vida.
Nosotras -dijo Marta- correremos la
misma suerte. Dénos esa oportunidad. No
estamos cansadas, queremos participar.
Es nuestra decisión…
Juana Isabel interrumpiendo- Os lo
iba a pedir, son absolutamente necesarias en esta operación.
Estamos dispuestas – ratificó
Teresa de Jesús. Si tenemos que morir en el intento… moriremos por una causa
justa… Por cierto… -dijo sacando la bolsa de dinero, que tenía amarrada a la
cadera- este es el pago adelantado por nuestro servicio, que manda el señor
Walter Laping… El Tuerto. Una leve sonrisa de Juana Isabel contagió a las tres
mujeres, que también sonrieron con malicia.
Juana Isabel abrazó a las tres
mujeres, y para terminar la plática, dijo: A lo mejor nos hace falta… quién
sabe… Es suficiente… Ustedes no tienen precio… Harán lo que acordamos al pie de
la letra.
Leonor, interrumpiendo, observó:
Sí… debemos avisar al Tuerto cuanto antes: hora y fecha de partida y hora y
fecha de llegada al puerto de Cumaná… Debemos hacer contacto con el
cacique Chito Vásquez que espera instrucciones…
Si
-respondió Leonor.
Marta también intervino
atropelladamente: Reunir tantas curiaras en Puerto de La Madera es laborioso… deben
esperarnos, y nosotras mismas las llevaremos… será muy trabajoso… no puede ir
ningún hombre…
Juana Isabel interrumpió este
diálogo, e inquirió: Explíqueme… ¿Cómo entraremos a Cumaná…?... ¿Creen que no
correremos peligro?
“Peligro siempre hay… -Dijo Teresa
de Jesús- podemos ir a pie, dando un rodeo por la fila del cerro de los
Chaimas; la caminata es muy larga… tendríamos que surgir en el puerto de los
Capuchinos, subir el cerro por detrás del convento y bajar por la vía que da a
la calle de Las Infantas.
Otra vez Marta se hizo
escuchar: “Es irrelevante cualquier vía,
porque en la ciudad solo quedan los piratas, y, entrar a pie o por el puerto da
igual; podemos llegar hasta el fuerte de Santa María, o hasta el puerto del
Coliseo. Usted verá lo mejor y más conveniente.
Juana Isabel, sentenció: “Creo que
es mejor llegar directamente por el puerto del Coliseo, el propio centro de la
ciudad. Está decidido… Entrar a pie es
fatigoso y complicado… Haremos las cosas lo más placentero posible… Llegaremos
puntuales hasta Puerto de La
Madera y nos informaremos de todo; descansaremos un poco en
las lagunas, tomaremos un buen baño para estar frescas cuando lleguemos a la ciudad. Ojalá consigamos las
embarcaciones de los chaimas. Pienso que somos demasiadas… a lo mejor surgen
complicaciones… Todo debe estar previsto… Poneos pues, de acuerdo con la Griega para esos pormenores… Sí…
Ellos estarán allí… estoy segura… escribiré
una nota al excelentísimo señor Walter Laping, gobernador de la ciudad –dijo
Teresa de Jesús, con una encantadora y pícara sonrisa.
Aquí tienes pergamino, sello y laca
– indicó Juana Isabel, en tono amable, y levantándose, agregó- Puedes utilizar
esta mesa. -Teresa de Jesús siguió las instrucciones; arrimó una silla, se
acomodó a un lado de la mesa, miró unos segundos el rostro expresivo y
complacido de Juana Isabel; luego extendió el pergamino, tomó una pluma de
garza, la introdujo en el tintero mientras meditaba, y escribió:
“Excelentísimo señor gobernador de
Cumaná, almirante Walter Láping. Distinguido Señor. Como os lo prometí, llevo
500 mujeres, cual más hermosa. No hay nada que les iguale como comprobaréis.
Ellas desean llegar a sus casas, y ruegan a S. M., en lo posible, aseen y acomoden los muebles en sus hogares
lo mejor que puedan, para no tener que llegar ocupándose en esos
menesteres. Os envío las direcciones de
cada una de sus casas. Saldremos mañana con la aurora
y debemos llegar a Cumaná dentro de tres días. Dios guarde a S. M.
muchos años. Teresa de Jesús Díaz Sanabria y Forjonel.
¡A ver, a ver! Teresa de Jesús, lee
el pergamino –pidió Juana Isabel; y así lo hizo la gitana, tomando una pose
retadora, colocando las manos sobre sus
muslos luego de un mohín, y con la mano izquierda mesándose los pocos pelos de
la cabeza, lo leyó con voz engolada y alta. La Griega que estaba a su
lado, le dio un golpecito en la cabeza, y díjole: Teresa de Jesús, tu cabeza,
como decía mi tía Micaela, es un nido de pájaros.
Y… ¿eso es bueno?
Hay pájaros –dijo Juana Isabel- que
guardan muchas cosas en sus nidos. Creo que es un cumplido. -La Griega asintió
con leve gesto de su enigmático rostro, y advirtió: Amiga, tenemos una posta lista para
partir, podéis entregarle la misiva que él se ingeniará para hacerla llegar a
su destino.
No… él no conoce al señor Tuerto…
es arriesgado, una misión peligrosa para él…
le costaría la vida – Ripostó Teresa de Jesús, y agregó: Enviaré a
Marta… muy buen jinete, acostumbrada a correr largas distancias. Ella llevará
el mensaje y me esperará en Cumaná… Ordena que le den buena cabalgadura… Puedes estar segura que la misión se cumplirá al pie de la letra.
Laping recibió la carta con sonora
carcajada. Sus adláteres no entendieron nada al principio, pero Laping les
gritó:
¡Señores… poned atención!...
¡Vienen las 500 mujeres de que os hablé…! Ante el anuncio hubo un momento de
locura colectiva. Gritó nuevamente- ¡Son
para nosotros idiotas…! ¡Es un regalo que os voy a ofrecer con ciertas condiciones
por vuestro sacrificio y valentía…! -Estas palabras fueron recibidas con
aplausos, risotadas, blasfemias y vivas al Tuerto… Cálmense, cálmense, tenemos
que trabajar… Venid acá general Lawriman… -con un gesto de la mano y el dedo
índice que no satisfizo al inglés pero
se acercó disciplinadamente; Láping le entregó la lista de las casas con direcciones y detalles adjuntos, y le
ordenó: Haced esto cumplidamente, llevaos
los hombres que necesitéis. Acomodad las casas de las señoras… que todo quede
en orden, para que las damas se sientan bien… Buscad todo el vino y el runrún,
que esté en los barcos y en la ciudad; y a los cocineros que vayan preparando
un gran banquete para recibirlas. El Tuerto eufórico, agregó con cierto aire
autoritario que disgustó más al general Lawriman- Encargaos de todo… me
responderéis personalmente…
Apenas iniciado el trabajo de limpieza de las
casas, calles y aceras, se percataron asombrados los hombres de Láping, que los
fuertes habían sido abandonados; sin
embargo estaban herméticamente cerrados. Láping fue informado ipsofacto de
aquella eventualidad. En principio mostró asombro y decepción, hubiese querido
que aquellos “señoritos y patiquines”, según sus expresiones, se le enfrentaran, como debía ser, entre
“caballeros”. Por las noches había soñado con la dulce venganza contra aquellos
que lo habían menospreciado, se sintió herido, pero no lo demostró ante sus
hombres; más bien, como un gran jefe, decidió tomar los fuertes e instalarse en
ellos con sus hombres, aprovecharía para manifestar a sus leales capitanes,
como era su magnanimidad. Mudó su estado
mayor para el fuerte de Santa María de La Cabeza , residencia de los gobernadores de la
capitanía general de Nueva Andalucía; por cierto, recientemente acondicionada y
acicalada por el Capitán General, don Sancho Fernandes de Angulo y Sandoval; el
cual había traído de España un mobiliario especialmente fabricado para la real residencia. Destacó un batallón bajo el mando del
Comodoro John Rawling, para que se hiciera cargo del fuerte de Santa Catherina,
en la desembocadura del río, con la delicada misión de vigilar, 24 horas, los
movimientos del fuerte de Santiago de Arroyo y Araya; otro de doscientos hombres bajo el mando del general André Duvale, para ocupar el fuerte de San
Antonio y Santa Clara, en el cerro de la Eminencia , desde donde cubrirían casi todo el
territorio, y lo más importante, las extensas costas, por donde vendrían los
refuerzos para la plaza, que seguramente ya estaba en marcha.
Instalado con el estado mayor en el
fuerte de Santa María, en la amplia sala
de la casa de gobierno; vestidos todos con atuendos apropiados a los
cargos que ocupaban, fumando largos tabacos Habanos, que había dejado don
Sancho, experto conocedor, y que el Tuerto repartía entre ellos con largueza,
sentado ya en el escritorio del gobernador, dijo:
Como verán, he cumplido la promesa
que hice; prometí hacerlos inmensamente ricos si me
acompañabais en esta expedición, y lo he hecho. No podréis decir que Walter
Láping es un fraude. No me podréis comparar con Amias Preston ni Walter
Raleigh, que robaron y engañaron a sus
hombres, y aunque tal vez ostenten mayor fama que yo, y pasen a la historia
como grandes aventureros, viajantes y corsarios, jamás se podrán ufanar de una
expedición tan exitosa como ésta. Espero
que estéis satisfechos y si no, díganlo
ahora, con toda libertad, que tengo el ánimo sereno y dispuesto a escucharos…
Todos se miraron y al parecer no había nada
que contradijera al jefe. Lawriman consideró oportuno proponer un negocio a su
jefe, y levantándose cuan alto era, poniendo su mano izquierda sobre el hombro
de Láping, dijo:
Amigo mío quiero proponer algo, si
me lo permitís… -Láping asintió con la cabeza. Lawriman tomó aliento, inquirió
con la mirada, y continuó- vamos a
repartirnos los negocios de esta ciudad, si lo consideráis justo… Siempre he
querido ser dueño de una joyería y de
hecho lo fui, tengo harta experiencia, fue mi trajo en la Española y en Panamá.
Aquí hay varios establecimientos de artesanía con base en las perlas de
Cubagua, que son muy abundantes, podría
juntarlos y tener el monopolio del Caribe… ¿Qué os parece?
Amigo y leal compañero –respondió
Láping- creo que pasaremos una larga temporada en esta ciudad. Mejor dicho,
creo que nos quedaremos… Vos habéis sido leal conmigo… Tenéis mi autorización
para ello. Desde este momento sois el
dueño de ese ramo; si alguien pretende disputároslo… ese hombre está muerto…
¡Os lo juro…!
Peter Harper, aprovechó la
oportunidad que se le brindaba, también se levantó, pavoneándose y mirándose
los zapatos y el hábito obispal que
vestía, con un muy bien pensado discurso,
expresó:
Creo señor, que Lawriman se merece
lo que ha pedido… por mi parte tengo una vieja ambición, y os lo voy a decir…
He visto en esta ciudad muchas iglesias y ricos conventos. Vosotros sabéis que mi pasión es predicar, y de hecho predico
casi todos los días, nací para ello. Me harté de ser cura en Jamaica, La Española , y Cuba, por la
pobreza de mi oficio, y di motivos sobrados con mujeres para que me echaran los
malditos. Esta vez con la venia de
nuestro gobernador, seré yo el que diga quien se va y quien queda. Deseo, su excelencia, ser el primer
obispo de esta Diócesis, sede vacante desde 1519. Si accedéis no os
arrepentiréis, sé compartir y pagar con puntualidad porque soy hombre de
palabra, soy un ciudadano honesto y pago mis deudas. ¡Hostia! Tengo
referencias, esta gente me conoce…Pagaros o compartir con vos será un
honor…
Láping, acicalado con ayuda de Marta, a quien había tomado bajo su
protección, se sentía como un verdadero jefe de estado; aseado y perfumado, lucía elegante, de finos y cuidadosos
modales. Vestía impecablemente. Un sastre francés, renegado de Martinica, le
había seleccionado sus vestidos en una de las casas más aristocráticas de
Cumaná, la mansión de Don Gabriel de Uría Mungio y Barreto; sin embargo el
parche negro que tapaba su ojo izquierdo, con las cejas arqueadas le daba un aspecto ruin, pero noble y fiero.
Ahora actúa como un Rey que concede favores a sus súbditos. En aquel momento,
escuchando a Harper, se estiró cuan largo era,
y elevó el tono de voz, para que
todos lo oyeran:
Me parece muy bien y merecido… Te
nombraré primer obispo de esta ciudad como lo pides, con poderes absolutos
sobre las iglesias y limosnas. Pero quiero hacer esto formalmente, en un acto
en el cual estén presentes todos mis hombres, para otorgarles favores
según sus méritos. No quiero que se diga que Walter Láping tiene favoritos.
Para mí todos sois iguales y merecéis por igual. Esto no quiere decir que lo
dado cambiará. Tengo una sola palabra y esa esta empeñada con vosotros. Eso lo
refrendaré por escrito porque sé que es justo. Ahora soy el gobernante de
todos. Lo quiero refrendar en asamblea plenaria, como debe ser; no quiero
gallos tapados… Soy el gobernante magnánimo de una gran ciudad. Sus tesoros me
pertenecen y debo cuidar de repartirlos
con provecho para todos y con equidad.
Que no se diga, que no lo proclame la Diosa Fama , que Walter Láping fue injusto con sus oficiales y
soldados. Que se repartió los tesoros
conquistados a escondidas, beneficiando a unos y olvidando a otros. Quiero ser
como El Gran Capitán o como el sabio Salomón, sé que ustedes cuidadores de mi
fama no lo aceptarían. Nada escondido, todo a la luz del sol. Así se hará…
¡Así se habla…! -gritó alborozado
Peter Harper, y levantándose, agregó: Como dice el Eclesiástico: “Si haces el
bien, mira a quien lo haces y sus beneficios no se perderán”…
“Pues bien –lo interrumpió Láping,
haciendo un gesto con la mano para que Harper se sentara- Convocad a mis
hombres para ver que es lo que cada uno desea de esta ciudad… ya veré de
otorgárselo…
EL RECIBIMIENTO.
Cuado todo estuvo preparado
para recibir a las mujeres, Láping salió
con su Estado Mayor, y algunos oficiales de confianza, a recorrer la ciudad y
ver, por sí mismo, cómo quedaron las casas. Aquella mañana Cumaná presentaba un
triste aspecto, una llovizna y un viento helado que soplaba del noreste,
impedían una buena inspección; las puertas de las casas abiertas hacia afuera
golpeaban contra sus marcos; abundantes hojas arrastradas por el viento
silbaban y arremolinaban en las calzadas y en las charcas. La soledad hablaba,
se burlaba de aquellas autoridades. Laping sintió frío en los huesos y se estremeció. Lawriman
aguzó su sexto sentido y se le acercó, le dio su botella de runrún, y le dijo:
Almirante… caliéntese el cuerpo…
Láping tomó un largo trago… le dio una palmada en el hombro y le dijo:
Gracias, es Ud. muy oportuno…
El cortejo avanzaba alborozado,
haciendo chistes pesados y contando anécdotas hiperbólicas, entre risotadas y
cherchas. Al lado de Láping se colocó Lawriman, confirmado como mano derecha; a
la izquierda Peter Harper, pero el comodoro John Rawling lo tomó por el brazo y lo echó hacia atrás; Harper no se dio por
enterado, perdonó la osadía de Rawling aunque sabía que aquel no gozaba del
aprecio de Láping; y además un negrazo
muy alegre el famoso Goliat, se puso a
su lado y le dijo:
“¡Déjelo Harper…! Esa gente es muy prepotente, demasiado seria
para nosotros. Desde aquí podemos
conversar, disfrutar el rato, reírnos d’ellos, es más deleitoso. Además es
probable que el Tuerto te llamé, es mejor ser llamado que rechazado por el que
puede… Si hay muertos… _y Goliat ensayó
una sonora carcajada que llamó la atención de todos, sin poder contener la
risa, agregó: … Seguro te llama… te
llama…
El Maestro dijo… los últimos serán
los primeros –sentenció Harper- has
juzgado con sensatez, querido amigo… además… tengo que reconocer que el
comodoro es demasiado importante para Láping; yo soy útil en otro orden – y
sonriendo, agregó- sobre todo, por cierto, cuando mueren…
Detrás de ellos se formó un
numeroso grupo muy desordenado, al que Láping tuvo que reprender y disciplinar
varias veces, y hasta sacó la espada
para contenerlos. Disgustado les gritó…
“¡Pero… ¿qué hacéis, miserables
hideputas, es que no sabéis comportaros?!... ¡¿No tenéis sentido de
responsabilidad?! ¡¿Qué creéis que es esto, un flamenco…?!... Os voy a decir lo
que es esto con mi espada…ya veréis… Esto es un acto de gobierno y tenéis que
respetar las reglas. Os calmáis u ordeno que os diezmen…
Eso bastó para que todos se
calmaran y ordenaran, tomando distancia como reclutas, y caminando
disciplinadamente en el cortejo. Desde ese momento el temible y gigantesco
capitán André Dumas Duvale, miembro destacado del estado mayor y hombre de
confianza del Tuerto, se encargó de la disciplina, y con la cimitarra en la
mano caminaba altivo y vigilante al lado del grupo.
Habían salido muy temprano del
fuerte de Santa María con la solemnidad, el atuendo y protocolo de un Jefe de
Estado. Colocaron la alfombra roja hasta el puente levadizo que da al río y
acceso a la calle de San Carlos. Caminaron solemnemente sobre ella y salieron.
Entraron en todas las casas solariegas de los ricos mantuanos, para ver el
estado en que quedaron después del saqueo a que fueron sometidas. Muchas de
ellas habían sido aseadas y ordenadas conforme a las órdenes de Laping. La
delegación enrumbó hacia la plaza de Santo Domingo, donde está el mercado y el
convento de los Dominicos, ahora desolados. Su aspecto discreto disimulaba su
importancia. El mercado ocupa toda la
plaza que se extiende frente al convento. No había en la plaza ninguna otra
edificación, solo pudieron apreciar los esqueletos de los puestos de venta y restos esparcidos
de mercancías que no pudieron llevarse los vendehúmos en su huida.
El cortejo cruzó frente al edificio
del ayuntamiento hacia la plaza Felipe II también llamada “Caño Viejo”, donde se alzaba la enorme construcción abandonada
de, La Seo
(Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús) que serviría de Catedral a la prometida
diócesis; sus ruinosos muros se construían
sobre un raro montículo amurallado a cuyo lado corría un arroyo de
rumorosas aguas cristalinas. Se alzaban los
majestuosos muros, prometedores de un futuro auspicioso, correspondiendo a la importancia
que había adquirido la urbe, que se consolidaba como la ciudad portuaria más importante del Imperio en América
meridional.
Atravesaron la muralla y
recorrieron el paseo de la
Alameda que bordeaba el río, desde las ruinas del fuerte que
inició Gonzalo de Ocampo en 1520,
a cuyo lado se levanta el Coliseo, en el cual se lidian toros bravos de los llanos de
Maturín, hasta el populoso barrio de
Toporo, barrio extramuros habitado por mantuanos, funcionarios españoles y
ricos comerciantes. Apreciaron en este barrio
el aspecto más risueño de la ciudad,
porque está construido en tierras aledañas a la bifurcación de las
aguas, donde el río se divide y crecen
varios ramales que pasan atravesando
los patios de las casas, en un llano extenso poblado de frutales, muy
bien cuidados al lado de las sementeras de los indios chaimas de Las
Palomas.
En cada casa hay un parral, mangos,
cocos, magníficos bananos, lechosas, nísperos, higos, naranjas y otras
delicias.
Láping lo disfrutaba intensamente.
Desde la orilla del río observó el puerto de Toporo. Allí estaba la magnífica
obra del Creador, el puerto de Cumaná,
extensa abra donde se divide el Manzanares, y está la dársena donde
surgió la flota de Láping, con sus ocho
poderosas naves. Muy pocos hombres la vigilan.
La verdad es, que no hace falta, todo está en paz.
Láping llamó a un sujeto que estaba de guardia. Lo llamó por el apodo,
cosa que no acostumbraba: ¡Oiga Buitre…! ¡Buitre…! – El sujeto no escuchaba… y
otro de sus compinches le dijo: Buitre… tú sabes quien te llama… es el Tuerto…
El hombre que estaba en la popa
de la nave capitana, instintivamente
volteó, se dio cuenta que en verdad era el Tuerto, y sin pensarlo saltó hacia
el muelle donde estaba, y se dio un
porrazo que lo dejó más turulato de lo que realmente era. Laping lo reprendió:
¿Hombre, qué bruto sois, no os dais
cuenta de la altura en que estabais?.
¡No, no se preocupe su Majestad…!
Yo estoy bien… mande lo que guste, lo que quiera, que si está en mis manos lo
haré cueste lo que cueste.
Pues bien… necesitamos varias
barquichuelas para visitar los conventos que están a orillas del río. Buscad
otros hombres y traedlas inmediatamente… No me gusta esperar…
El Buitre salió disparado dando
gritos, llamando a sus compinches por sus motes: ¡Oye Cachelo, no te das
cuenta… hombre…! Es de urgencia… Ea… tú,
Cambao… venid… y tú Patecatre, León, Claudio, Cataco… venid, venid…es el jefe
que os llama, apuraos…
En poco tiempo reunieron seis
curiaras que estaban cerca, abandonadas por los indios en las playas del río, y
en las cuales se instaló cómodamente el Estado Mayor y sus acompañantes. El resto de la gente del
séquito se quedó en tierra bajo la supervisión
del gigante francés.
El paseo fue deleitoso en sumo
grado. Laping y sus hombres admiraron la cantidad infinita de caimanes e
iguanas que se lanzaba al agua al percibir la presencia de las barquichuelas.
Los delfines jugueteaban al lado de las frágiles curiaras; los manatíes se
sumergían voluptuosamente y los perros de agua hacían cómicas piruetas y
travesuras por llamar la atención de los viajeros. Los monos huían chillando
por la ramazón de guamales, y las cotorras alarmadas se espantaron creando un
ruido ensordecedor. Láping llamó a Harper, y le pidió que se sentara a su lado
y le hablara de aquellas maravillas.
Harper le dijo: “Es el Paraíso
señor… No hay nada igual… El clima, la lluvia… Los ríos del Génesis, los animales
más bellos que creó el Señor para deleite del hombre, la mayor variedad nunca
habida en otro lugar, todo esta claro… hemos llegado al Paraíso. Mirad señor el
agua es de cristal –con la mano tomó agua del rió y la lanzó al aire- y los
pájaros… En fila, rozando el manto sutil
del agua, las cotúas pasaron a su lado,
más allá los garzones, alcatraces y garzas azules que nunca había visto,
infinitos pájaros.
Laping embelesado exclamó: -¡Jamás
pensé que esta ciudad me iba a producir tantas satisfacciones…! –
Y después de aquel recorrido, de admirar las plantaciones, construcciones y
riquezas de los cinco conventos que había visitado en las márgenes del río,
sentado sobre unos maderos en la arena blanquísima, celebraba su fortuna en medio de una grotesca carcajada, y dándole una palmada
en la espalda a Harper, exclamó:
¡Pardiez… Creo que el obispo aquí…
voy a ser yo…!
Harper adelantando la cabeza en la
fila de adoradores, cordialmente lo
reprendió: obispo no, arzobispo… Yo seré
tu obispo.
Era ya tarde cuando los
inspectores, remontando la corriente en las ágiles curiaras chaimas, arribaron
al puerto del fuerte de Santa María de La Cabeza. Bajaron el puente
levadizo, dieron la contraseña y subieron al fuerte. El sargento Luis Adonis
Pérez, en la Plaza
de Armas, rindió los honores debidos al Almirante. La guarnición se cuadró al
toque de trompetas. Todo en orden.
Ya en su despacho, Láping llamó a
sus asistentes, y ordenó: General Duval,
escoja cuanto hombres necesite y vaya a los barcos y bodegones de la
ciudad, a buscar vino y el runrún, todo el que encuentre, para
hacer una verdadera fiesta, como nunca se ha visto en esta ciudad.
Lawriman, se sintió ignorado por su
jefe, y dijo con cierta aprensión: lo
acompañaré Duval. Aún me siento útil.
Láping dándose cuenta de la
molestia de Lawriman, lo apremió un poco
más, y le dijo:
General Lawriman, cargad una pinaza
con todo el vino que tenemos en los barcos y lo traéis hasta este puerto…
veréis que no es mucho el esfuerzo. Aquí todo resulta fácil.
Y con cierto dejo de ironía, agregó: Si acaso necesitáis más hombres
para la maniobra de amarrar la pinaza, me avisáis, que yo mismo os socorreré…
Lawriman, comprendiendo que Láping
le tomaba el pelo, replicó en el mismo tono, pero ahora muy sonreído: No hará
falta que os molestéis, señor, yo cumpliré al pie de la letra lo que ordenáis…
Vamos Duval.
Luego Laping se ocupó de sus
hombres, a los que había ordenado
acicalarse convenientemente para atender a las damas que estaban por llegar.
Sargento, ordene formar al personal
disponible en la Plaza
de Armas, necesito pasar revista urgentemente. Tengo mi palabra empeñada, y no
acostumbro fallar.
Sobre la marcha se organizó la
formación. El Tuerto, como un general en campaña, pasó revista con el comodoro
John Rawling y el general Melchor Pitt.
El Tuerto miró alrededor y al darse
cuenta de los vestidos de sus hombres, les gritó:
¡Pero… bastardos…! ¿Cómo es que aun
estáis vestidos con andrajos, como marranos…? Id a bañaros y, vestíos con ropas
apropiadas, como la gente rica… Escoged los mejores trajes en esas casas que os
he dado… No quiero harapientos a mí alrededor… No quiero gente hedionda, para
eso está el río, para que os bañéis. Los
que no se acicalen no irán a la fiesta ni tendrán mujeres, y si me provocáis os
castigaré con 40 latigazos que yo mismo os daré; y para casos de cierta
gravedad, en juicio sumario se os aplicará la pena de garrote vil, según que la afrenta sea a mí o a una dama… Vuestras vidas
dependerán del comportamiento que tengáis, este es un
Estado soberano regido por
tribunales de justicia y no permitiré que relajéis la aplicación de la
ley. No os diré nada más…”
Duval interrumpió al Tuerto,
díjole: “Señor… ¿por qué no elegís un Juez que se encargue de imponer la
disciplina que merece vuestro reino?
Tenéis razón… -dijo el Tuerto
mirando a Duval; y dirigiéndose a sus hombres… Quiero nombrar un juez de
primera instancia, y yo me reservo la última instancia…Que seáis vos el juez.
Escuchad todos… Desde hoy el general André Duvale, será Juez de primera instancia, para
todos los delitos que cometáis. Vigilad vuestro comportamiento, sobre todo
cuando estén aquí las damas que he invitado y que serán vuestras mujeres…
Cuidad de ofenderlas…En ello os va la
vida.
Atención todos… voy a tomar
juramento…
General André Duvale ¿Sois
cristiano?
No Señor.
No importa. Levantad la mano
derecha. ¿Juráis cumplir y hacer cumplir las leyes que sancione este reino?.
Lo juro.
Si así lo hiciereis que Dios y la
ciudad de Cumaná, os lo premien y si no, que os lo demanden.
A los forajidos, no les gustó mucho
la elección, sabían que Duval era el peor
animal que existía sobre la faz de la tierra.
Lawriman, un poco afligido, se
acercó a Laping y le dijo:
Cumpliré con la misión que me
acabáis de confiar, aunque no es de mi agrado. Solo espero que sepáis premiar
mi trabajo y lealtad. Me gusta trabajar para vos, sois hombre de una sola
palabra y no os defraudaré. Mañana tendréis todo el vino y el runrún, que quede
en los barcos. Luego iré a Bonaire o Tortuga
a comprar para llenar otra vez las
bodegas. Por ahora esto es lo más importante, no podemos vivir todo el
tiempo sin vino y sin mujeres…
Así es la verdad -confirmó el
Tuerto- Y se volteó hacia Duval, que le preguntaba a Harper, sobre el origen
del runrún.
Al parecer Duval, que estaba al
lado de Laping, estaba interesado en la bebida y no conocía el origen del
runrún entonces Laping aprovechó para
explicárselo – díjole: El runrún, es un
vino de caña de azúcar, destilado por un
irlandés que se estableció, cuando la expedición de Buttler, en una de las cuatrocientas islas
que comprenden el archipiélago de las Bermudas, llamado por los ingleses
“Summers”, por recordar el naufragio que
padeció cerca de ellas el caballero George Summers. Esta bebida en principio se
llamó “Killer Devil”, luego Robillón, que significaba “jaleo”. Parece que este
aguardiente envejecido como el vino, en barricas de roble, embriaga rápidamente
y alegra a sus fanáticos, que terminan sus borracheras en grandes peleas; y por
esta razón ha prevalecido el nombre de “runrún”.
Su señoría es muy sabio –dijo Duval
con cierta zalamería- No creo que estos ignorantes sepan algo d’eso, ni de
otras cosas. Os aseguro que les impondré una severa disciplina.
A las 4 de la tarde comenzaron a
llegar las mujeres. Las piraguas bellamente adornadas con guirnaldas de
margaritas llegaron al puerto frente al coliseo; las mujeres parecían
andaluzas, vestían basquiñas de seda negra con franjas de cañutillos. Los hombres de Laping las esperaban con ramos
de rosas. Aseados, perfumados y correctamente vestidos, parecían caballeros
invitados a un matrimonio. Una vez que las señoras bajaron de las curiaras y
plenaron el andén del puerto, los caballeros se acercaron cortésmente a
seleccionar su preferida. Hubo algunos pequeños incidentes por cuestión de
gustos, pero la estricta vigilancia que impuso Duval, evitó más de un duelo.
Las damas esperaban a los caballeros con
timidez y cierta coquetería que se
manifestaba en las miradas y sonrisas que se cruzaban entre ellas; pero una vez
enlazadas con su pareja, se mostraban complacidas, sonrientes, con cierto
desenfado muy bien calculado. Un grupo de damas quedó sin parejas, pero Luigi
Quatella, un genovés, famoso espadachín, que no salía para nada de su barco
porque siempre se peleaba y tenía que matar a sus rivales; atildado y gracioso,
usaba un sombrero de tres picos y era de los más galantes bucaneros de las
Antillas, se les acercó, se quitó el sombrero ceremoniosamente y las saludó,
con zalamería y una muy buena y estudiada reverencia, y les dijo:
Bellas damiselas… per favore… -y
con ademán de extrema cortesía, tomó el sombrero con la mano derecha y se
inclinó- Non os precupare…vuestras parejas están cumpliendo órdenes superiores…
vendrán un po más tardi. Tuti nos reuniremos en la mansione del gobernatore… en
il forte de Sancta María de la
Testa …dobe os espera el almirante gobernatore, Walter Laping, el piu grande e generoso
navengati de cuestos mares, e de tuti los tempos… capici…
Entre las damas se escuchó un
murmullo que parecía de admiración, pero que, pensándolo bien, era toda una burla. Luego de su
discurso, del aparentemente afeminado disfraz de caballero, que es nada menos
que el feroz y sanguinario capitán del galeón
“Victory”, se dirigió nuevamente
a las damas, y en alta voz, entre exagerados gestos cortesanos, les dijo:
Ahora mesmo, damas piu belas,
estano dando los toques finales a la cena que se servirá en vuestro honore,
antes que il sole se oculte tras esos cocales. Luego de la cena podéis ir a
vuestras casas. La festa será regia, ya
lo veréis… -señalando con el sombrero a tres damas de hermosura sobresaliente,
y luego con el dedo índice dando vueltecillas, preguntaba y repreguntaba… ¿Con
cuale de vosotras bailaré… con cuale…? Ellas reían coquetonas… Las damas
señaladas le brindaron la mejor de sus sonrisas… sobre todo Natalia Silva, coqueta incorregible, que se le acercó y regaló un pañuelo blanco de batista suiza, y
díjole: -Si lo ponéis en lo alto de vuestro sombrero, bailaré con vos…
Lo haré…os lo juro…
A una orden del general Duval, los
hombres formaron dos filas cruzando sables en alto, y las damas gozosas pasaron
por debajo, haciendo mohines para deleite de los forajidos. Por cierto que
nadie osó propasarse, tal era el temor que profesaban a su capitán. Luego
rompieron la formación y echaron juntos a andar por la Alameda hasta el inmenso
Coliseo. Pasaron frente a las ruinas del fuerte de Gonzalo de Ocampo,
llamado “Cabecera del Puente”;
penetraron por la puerta del oeste a la ciudadela amurallada, recorrieron toda la calle del
Alacrán, hasta llegar al fuerte de Santa María, que lucía imponente. El Tuerto
y parte de su Estado Mayor, estaban en el puente levadizo, donde aguardaban la
llegada de las mujeres. Apenas aparecieron
con sus acompañantes, en la bifurcación de las calles San Carlos y el
Alacrán, Walter Laping hizo una seña, y la orquesta improvisada comenzó a
tocar. Por vez primera y ante la sorpresa de Harper, se escuchó en la ciudad,
parte de una sinfonía de Claudio Monteverdi, seguida de una “chansons” de
Clément Janequin.
La orquesta se había formado
rápidamente -había buenos músicos entre los rufianes- con instrumentos de calidad encontrados en la
iglesia matriz, en los conventos y en las casas de los mantuanos, muy
aficionados en la buena música; también encontraron partituras de los músicos
nombrados y de los más famosos de la época: Francisco de Vitoria, Orlando di
Lassus, Giovanni Pierluigi Palestrina. Había una gran variedad de instrumentos
de cuerda, percusión, viento y una pianola;
aunque los músicos eran un grupo de tunantes de la peor especie, pero,
la orquesta sonaba bastante bien.
Las damas fueron conducidas a la
mansión del gobernador dentro del fuerte. El ambiente era de fiesta, la alegría
de los forajidos, los abrazos, las felicitaciones y el coqueteo de las damas,
el perfume, todo indicaba el éxito del Tuerto, y la consolidación de su
poder. Una vez que todos los comensales
estuvieron dentro del recinto, Peter Harper, ubicado en un sitio estratégico,
al lado de la puerta de entrada a la
mansión, dijo con voz potente:
Amigos, escuchadme, si me lo
permitís, quiero recitaros un versículo en esta hora de alegría:
Muchas voces gritaron: ¡Que hable… que hable…!
Peter Harper se estiró cuan largo era y con el vozarrón
que tenía, espetó:
Dice el eclesiástico: … “No hay
peor cabeza que la de la serpiente. No hay peor odio que el de la mujer (se
oyeron carcajadas). Preferiría mejor vivir con un león o una serpiente que
vivir bajo el mismo techo con una mujer
malvada (más carcajadas). Feliz el marido
de una buena mujer, porque el número de sus días se duplicará. Una mujer valiente es su
alegría. Pasará en la paz de los años su vida.
Una mujer buena es un don reservado
para el que teme al Señor. Rico o pobre su corazón es dichoso, muestra
siempre alegre el rostro (aplausos y hurras).
Tres cosas me alteran y una me espanta: una ciudad dividida, un motín del pueblo y una acusación falsa,
todo esto es malo pero una mujer celosa es peor que la muerte, su lengua es un
azote que a todos alcanza…” Fin del versículo.
No toméis estas palabras
literalmente… no soy aguafiestas… sé que estas damas de finos modales y cultas
nos traerán muchos ratos de alegría. Ojalá que cada pareja encuentre felicidad
en sus relaciones, y que ninguno de vosotros tenga que arrepentirse de haberse
conocido. Por ahora, vamos a beber, comer y bailar… ¡Que seáis muy felices…!
Este discurso fue recibido con fuertes aplausos y hurras. Todo transcurría
dentro de un marco de tolerancia. Las
bebidas y las viandas no cesaban. Los cocineros se habían esmerado.
Las damas aceptaban los galanteos y hasta
ciertas lisuras y atrevimientos de
aquellos bandidos, con la mayor desenvoltura, como si lo hubiesen tenido por costumbre.
Era de admirar la sangre fría de aquellas damas en tan singular momento. Sin
embargo hubo varios conatos de riña que terminaban apenas Laping levantaba la
ceja. Le bastaba una mirada para controlar esos brotes inevitables. Un escarceo
se produjo cuando el bruto de Gavilán le quitó la dama muy hermosa por cierto a un hideputa, como lo
llamó, porque su pareja era “pequeñaja”
y a él le gustaban altas y bien proporcionada; sin embargo este escarceo
contó con la protección del Tuerto, y el hideputa se conformó con la
“pequeñaja”, y por eso no pasó a mayores, Otras situaciones se produjeron cuando los facinerosos pretendieron basuquear y manosear a las
féminas y estas se resistieron; la calma
volvió cuando Láping se levantó y dijo:
Amigos… portáos bien, ya tendréis
tiempo en vuestras casas para estas u otras delicadezas; recordad que estas
damas no están acostumbradas a esta situación, y que serán vuestras mujeres
durante mucho tiempo. Quiero que todo salga bien, no me obliguéis a imponer mi
autoridad. Os recomiendo que os mantengáis en forma para la noche… Id y
divertíos sanamente…
Es de contar las viandas que sirvieron aquellos facinerosos. Los cocineros
buscaron cuantas piezas de cacería o
aves de corral se encontraran, y eran abundantes en la ciudad, y ¡vaya que
encontraron…! en cada casa hallaron: gallinas, patos, cochinos, chivos, conejos, palomas… una variedad infinita de
vituallas, frijoles silvestres, que eran muy abundantes; frutas variadas y otras
maravillas que son silvestres en este suelo.
Y vino, mucho vino español del mejor, en barricas y botellas de que los
cumaneses son muy aficionados. En fin, las “Bodas de Camacho se quedaron
cortas”, según expresión de Peter
Harper.
Todo salía a pedir de boca. A las 6
y 30 de la tarde, caído el sol, las
damas pidieron permiso para ir a sus casas
y acicalarse para el baile, que con tanto esmero preparó y
ofreció el Gran Capitán, Walter Láping.
Hasta
bien entrada la tarde Juana Isabel y la Griega , se quedaron en
Puerto de la Madera
en la casa de Chito Vásquez, a quién pusieron en autos del plan que
llevaban.
Antes de salir, Juana Isabel le
dijo a Chito Vásquez, ya sabes Chito, necesito 20 guerreros, los mejores que
tengas, entrégale estas 20 dagas, ellos limpiarán lo que quede de los piratas. Tienes que estar
en el puerto de Toporo a las 7 de la noche, allí te esperaremos.
“No te preocupes niña, yo mismo iré
con ellos, tu solo nos dices que debemos hacer”.
No faltaré…Nunca he faltado a mi palabra…
Luego, subrepticiamente, partieron en una curiara que se deslizaba como cuchillo
sobre la tersa piel del río. Dos indios de su confianza: Antón Cagüé y Eliseo
Tunata se encargaron de cargar el equipaje y conducirlas hasta el puerto de
Toporo. Todo en silencio, nadie habló, nadie dijo nada, no hacía falta. Llegaron como estaba previsto a las 6 de la
tarde, las damas bajaron de la curiara, en la oscuridad, no se veía nada; los indios se ocuparon del equipaje, lo
bajaron y enseguida partieron sin decir ni esta boca es mía. Se perdieron en la
inmensidad de la noche.
En la dársena las esperaban: Teresa
de Jesús, Marta y Leonor.
Juana Isabel, nerviosa les
preguntó:
¿Trajeron la caretilla?
Tal como fue convenido –fue la
queda respuesta-
Muy bien, vamos a cargar las dagas… Trajimos 500. Fue un trabajo
fatigoso… pero aquí están… son las dagas toledanas que usan nuestros
milicianos, de hojas largas como espadillas. Tienen dos cortes con su
guarnición para cubrir el puño de cruz. Van embutidas en su vaina de lona,
confeccionadas por nuestras amigas. No nos preguntéis como las obtuvimos,
después os contaremos.
Teresa de Jesús tomó en sus manos
una daga, y pensando y mirándola, acotó con una leve sonrisa: Bien, no creo que
haya nada mejor. Es el arma perfecta…
Luego acercó la carretilla y las
cinco mujeres diligentemente acomodaron las bolsas de cuero en las cuales
venían las dagas, en una especie de
cajón de madera rectangular, que había sido adaptado al chasis del vehículo
para trasportar botellas de vino. Se
internaron por la Alameda
hacia el centro de la ciudad. En una callejuela al lado de una acequia que
fluye hacia el río, que allí se llama Santa Catherina, se detuvieron frente a la casa de don Antonio
Peinado y Rocafuerte, donde las aguardaban doña Carmen Lourdes Rengel y dos
damas del mismo vecindario: doña Rebeca Ramírez de Arellano y doña Enma
Sebastián Gutiérrez Coll y Bermúdez. Dos
de las conjuradas, Marta y Leonor, bajaron una bolsa con 100 dagas y la lista de mujeres que las
recibirían, cada una con sus instrucciones escritas, que deberían seguir al pie
de la letra y de inmediato. Cualquier
error abortaría el plan y sus vidas no valdrían nada. Cada conjurada recibiría una daga que
clavetearían bajo la cama en el lateral izquierdo, con la empuñadura hacia los
pies, de tal suerte que volteándose
pudieran alcanzarla con la mano derecha, sacarla, levantarla y usarla sin ningún inconveniente. Las zurdas
lo harían por el lado contrario. Se les recomendó ejercitarse convenientemente,
aunque ya lo habían practicado bajo la vigilancia de La Griega. Estas tres damas
contactarían tres más y estas tres más, y así sucesivamente, en 30 minutos
calcularon que todas las dagas estarían en poder de las conjuradas.
Luego las cinco mujeres
traspusieron la muralla protegidas por las sombras y por el movimiento de las
damas viajando escoltadas hacia sus casas. Llegaron a la calle San Carlos,
pasando La Catedral
en construcción, y la plaza Felipe II, y fueron directamente a la casa de don
Laureano Frontado y Pedroza, donde impaciente esperaba doña Gilda Acosta
Ramírez de Frontado, en compañía de doña Carmencita Gómez Bruzual de Toledo, y
doña Pirucha Silva de León, con las cual repitieron la misma operación. Desde
allí partieron hacia la ermita del Carmen, donde aguardaban varias damas, entre
las cuales se destacaban por su talante y valentía: Doña Gracia Guerra Madriz
de San Martín, Doña Elsa Jacinta Sánchez Guerra de Bruzual y Matajudíos, y Doña Tita Bermúdez de
Castro y Rivero. Continuaron su marcha hacia la iglesia Matriz, para poner
otras cien dagas en manos de Doña Nora Madrid y Román Figueras de Salaverría,
Doña Victoria Alejandra López de Brito y Vallenilla, Doña Ana Teresa Lares y Level de Goda, y Doña
María Alejandra Correa de Alcalá. Entregadas las dagas, las cinco mujeres se
dirigieron a sus aposentos, a acicalarse para el baile.
Llegó la noche confabulada con la luna y el cielo clarísimo, al fuerte
de Santa María. Nunca estuvo mejor iluminado. Se colocaron luminarias en el
espacioso patio de armas, se colgaron en los vetustos muros, en las garitas y
almenas, en las amplias salas de las oficinas, desocupadas al efecto, y en los
almacenes y dormitorios, igualmente habilitados para la gran fiesta.
Por cierto que en Cumaná, además de
velones, hay cierto aceite que mana de la tierra que llaman betún que da muy
buena iluminación, con el solo defecto de producir mucho humo, por eso las
luminarias de betún las colocaron lo más
alto posible y en espacios abiertos. En
los salones se usó solo velones, muy buenos fabricados en Cumaná por cierto y
hermosamente decorados. También hay una
madera que llaman “hacho”, que da muy buena luz y se usa como antorcha. Es muy
común ver a los transeúntes alumbrándose con ellas.
Era bastante tarde cuado la
orquesta inició el baile con una chacona, y las parejas salieron a bailar.
Duval levantó la voz y dijo -un
momento rufianes, a mí me toca escoger primero, porque soy vuestro
superior. Esa rubia alta -señalando con el dedo a la Griega- es mía… y sacando
la espada agregó: ¡Voto a Belcebú!... Si alguno de vosotros la pretende debe
ponerse frente a mi espada… -Nadie osó disputarle a Duval la dama, el cual
tenía bien ganada su fama de espadachín. Luego se abrió paso entre los rufianes
y elegantemente tendió su bazo a la
Griega , la cual con una hermosa sonrisa, se engarzó en él y
salieron a bailar.
En una mesa, al final del salón de
baile, estaba el Tuerto con Teresa de Jesús abrazado con desenfado. Laping
vestía etiqueta: chaqué gris pálido, chaleco blanco, calzón negro, banda
azul y botines negros relucientes. El parche ordinario sobre el ojo izquierdo
desentonaba. Cuando entró Juana Isabel,
el Tuerto quedó como hipnotizado, envarado. Entonces dijo a su compañera:
¿Cómo es esto?... ¿Quién es esa
mujer?... ¿Quién la tiene?... Esa mujer tiene que ser para mi, -y muy quedo
agregó- Es lo más hermoso que han visto mis ojos… ¡Anda, traedla aquí…!
Teresa de Jesús se revolvió como
una gata en celo, y clavando los ojos en El Tuerto, le gritó:
¡Oye tú…! ¡Hijo de perra…! ¡¿No os
conformáis conmigo…?!
Láping, se paró y replicó- Vos
dijísteis que todo lo que quisiera sería para mí… ¡No me discutáis…! ¡No deseo oír
vuestras razones…!
Teresa de Jesús se enterró las uñas
en las manos hasta sangrar, pero comprendió que se estaba dejando llevar por
los celos y un sentimiento peligroso, recapacitó y humildemente dijo: Está
bien… Creí que estábais conforme conmigo, pero vos sois el que manda… esperad
un momento.
Al rato volvió con Juana Isabel, a
la que encontró rodeada de hombres que se la disputaban. Se la presentó. El Tuerto la esperaba de pié, una sonrisa de
suficiencia alegrábale el rostro. Juana Isabel se mostró humilde al extender su
mano. Laping, con extremada delicadeza, la tomó mirándole fijamente a los
ojos, besó la delicada mano
apasionadamente, pero no dijo nada.
Yo soy Juana Isabel, para mis
amigos Nuna, que quiere decir en
dialecto guaraní Luna.
Laping no soltó la perfumada mano,
y replicó –Entonces serás mi luna –la tomó del brazo y la rogó que se sentara a
su lado y luego de cruzar algunas palabras, salieron a bailar para deleite de
la concurrencia, que los aplaudió alborozada.
Ya en la sala de baile donde sonaba
la orquesta, cuando iniciaban un giro, se oyó detrás de la pareja una voz cavernosa de un hombretón al que
llamaban “Hornero”, dizque porque una vez, siendo panadero mató al dueño del
negocio, metiéndolo en el horno; pero cuyo nombre era Homero Weller. Estaba borracho
y había conversado con Juana Isabel durante la comida de la tarde, y ya se
creía su dueño.
DUELO A ESPADAS
“¡Oye Tuerto…! ¡Deja quieta a mi
mujer…! ¡Esa mujer, esa que tú tienes, es mía…!
-Homero Weller daba grandes voces- ¡Todos saben que esa es mi mujer…! ¡A mi nadie me
hace un desaire…! ¡Todo mundo sabe quien es Homero Weller… El Hornero…! ¡Todos
saben que esa mujer es mía y a mi… no me la quita nadie…! ¡Y tú menos… chulo… marica…! ¡Escuchen todos… No quiero ser aguafiestas…
pero me siento burlado por este hombre y quiero una satisfacción…! ¡Reto a
duelo al Tuerto… Que escoja el arma que quiera… ¡ ¡Se dice jefe de esta expedición y no es más
que un cabrón, que ha causado la muerte
a más de doscientos hombres… ¡ ¡Me cago en su alma… ¡ ¡Maldito cabrón…!
Ya no soporto más tus atropellos y traiciones… ¡Eres un hideputa y escupo el
suelo que pisas… te voy a matar…Maldito… Mil veces maldito…! -Homero Weller
sacó la espada y se le fue encima al Tuerto… Varios amigos trataron de
calmarlo. El baile se detuvo… Todo mundo quedó expectante. Las miradas se
concentraron en Walter Laping, que lucía sereno en medio del salón.
El Tuerto, alto, arrogante. Una
palidez de muerte subió hasta su rostro. El solo ojo, normalmente azul
profundo, cobró un color amarillo fuego, despedía chispas. Lentamente sacó la
espada vigilando los movimientos del Hornero; mientras los amigos del
contrincante, Homero Weller, trataban inútilmente de calmarlo y someterlo; pero
el Homero respondió con la punta de la
espada, se la pasó a todos por los ojos, diciendo: “El que trate de
detenerme morirá, os lo juro…”; sin
embargo lograron desarmarlo… hablaron
con el Tuerto, para aplacarlo, pero ya estaba fuera de sí. En ese estado no era
posible controlarlo. Una ira sorda le subió desde los pies hasta la cabeza.
Apartó a Juana Isabel, que temerosa se apegaba a él… y grito:
Denle una espada a ese malnacido,
que le voy a enseñar buenos modales… A morderse la lengua viperina que heredó
de su maldita madre… ¡Puerco borracho…! ¡Por Belcebú… ¡ Te mataré como lo que
eres, un inútil…!
Juana Isabel aun trató de
detenerlo, aferrándose a su brazo pero Laping la empujó brutalmente, y Juana…
dando traspiés retrocedió, viniendo a caer en la misma silla de donde se había
levantado a bailar, y allí se quedó atónita.
Homero tomó la espada que alguien
le ofreció, y dijo: En guardia… vas a morir Walter Láping… ¡Hideputa,
maricón…! Soy mejor que tú… No sabes con
quién te has metido…
Los forajidos son respetuosos de
los duelos. Los divierten más que nada
en este mundo; cruzan apuestas, se ríen a carcajadas. Lentamente fueron
formando un círculo alrededor de los contrincantes. Ahora los estudiaban
detenidamente. Alguien grito: ¡Voy al Tuerto! Cojo apuestas contra mi fortuna.
Así se inició el duelo. Llovieron las apuestas.
Los dos contrincantes, fijas las
miradas cruzaron los aceros con dominio absoluto del arte. Laping derecho,
imperturbable. Un poco inclinado hacia el hombro derecho. El brazo firme pero
estirado. Homero un tanto encorvado hacia delante con la espada recogida,
diestro en la defensa y en el manejo del acero. Repentinamente saltó hacia
delante, atacó con furia, tirando golpes técnicos, repetidos y acompasados como
quien estudia al adversario. Láping los
rechazaba diestramente y repelía con igual contundencia. Se reconocían mientras
avanzaban las incidencias. Se desplazaban por la sala que se hizo pequeña. Homero golpeó a un forajido
con el puño de la espada, cundo le impidió un movimiento; le dio en la frente
con tanta violencia que el hombre cayó
mal herido en medio de los que formaban el óvalo. Sus amigos lo recogieron
entre risotadas y gritos endemoniados y lo dejaron en el suelo fuera del círculo; luego Homero con nuevos
bríos y una carcajada estentórea, se lanzó a la lid buscando herir a Laping.
Este esperó la arremetida, que fue tan violenta, que le hizo resbalar y caer
por una corta escalinata que separaba los dos salones en los que se
desarrollaba el baile. Ambos gladiadores ya estaban tocados y sangraban
abundantemente. Homero salvó las escalinatas de un salto, y se preparaba para
el acto final, creía tener al Tuerto cansado y rendido, pero al lanzar el
espadazo final, el Tuerto dio un salto increíble y lo tocó en el hombro
izquierdo, sacándole un grito de dolor. Homero gritó: ¡Maldito hideputa… No
escaparás…! -Laping sonreído lo animaba a atacarlo- No caeré en tu trampa, tú
ya no vales nada… eres mío Laping… Volvió a atacarlo mejorando la estrategia,
su idea ahora era cansar al Tuerto; sin embargo el que parecía cansado era él,
jadeaba. Laping lucía tranquilo aunque no encontraba el cuerpo de Homero, que
se defendía con gran habilidad. Laping saltó un banco que maliciosamente
colocaron detrás de él, y Homero aprovechó para empujar el banco y darle a
Laping en la pierna izquierda haciéndolo perder el equilibrio, Homero se
abalanzó contra él, pero al lanzar el espadazo, en trance mortal, los ojos de
Láping se cruzaron con los ojos de Juana Isabel, que emocionada se levantó de
su asiento y le dio con el pie sin querer
a un banquillo pequeño, lo que llamó la atención de Homero, fracciones
de segundos que aprovechó Laping para
reponerse y levantar el banquillo, y el espadazo mortal lanzado por Homero se
clavó en la madera. La hoja de la espada de Homero se partió contra el
improvisado escudo dejándolo en precarias condiciones. Sin embargo un amigo de
Homero lo alertó y le lanzó una espada, que ya Homero iba a tomar en el aire, cuando Laping, con la
fuerza y la furia que lo caracterizaba, se le fue encima con una siniestra y
terrible carcajada, que ha debido ser lo último que oyó Homero, porque entonces
Laping lo atacó sin tregua, impidiendo que tomara la espada que viajaba en el
aire hacia la mano abierta de Homero. Laping levantó el acero a la altura de la
cara de su contrincante y se la clavó en el corazón, en el centro del pecho,
matándolo ipsofacto. Un murmullo
sobrecogedor fue el epitafio de aquel terrible duelo.
Casi de inmediato, como si todo
estuviese previsto recogieron el cadáver de Homero y lo sacaron del fuerte.
Láping parado en medio de la turba que lo ovacionaba, gritó:
¡Pardiez…! ¡Que siga la fiesta…
aquí no ha pasado nada… ¡
EL GUACAMAYO.
Juana Isabel, al lado de Láping,
muy nerviosa, aprovechó para hacer su teatro, aplaudió, lo besó en los labios,
y le dijo:
Señor… yo no fui nunca de ese
tipejo, ni lo hubiese sido jamás porque me dio asco. Yo seré suya cuando
quiera, aunque me da pena con Teresa de Jesús… Ella se hizo muchas ilusiones
con vos…
Laping la tomó por la cintura, la
atrajo y besó apasionadamente en los
labios. Luego mirando al lado derecho, donde había varias parejas, dijo
señalándolas…
“Pierde cuidado por tu amiga Teresa
de Jesús, mire usted misma, ya encontró su pareja, que va mucho mejor con ella…
En efecto, Teresa de Jesús estaba
en los brazos de general Lawriman. Por cierto que este veterano bucanero, de
mediana estatura, usaba siempre una pañoleta que le cubría la calva cabeza, y a
un lado siempre llevaba unas plumas de loro, por lo cual sus íntimos amigos lo
llamaban “Guacamayo”, pero muy pocos se atrevían a darle ese trato, por qué si estaba irritado
o el tipo le caía mal, seguro que lo consideraba un insulto, que siempre
terminaba en duelo. Cuando Laping le dijo a Juana Isabel, con una picarísima
sonrisa, que Teresa de Jesús estaba con Lawriman, le causó tanta risa que dijo en voz alta:
“¡Guacamayo… cómo Guacamayo…!
Láping, con un gesto rápido le tapó
la boca a Juana Isabel, pero el mal ya estaba hecho. Lawriman, se puso rojo
como un tomate y se acercó a Juana Isabel por detrás y de mal talante le dijo:
“¡Señora, usted me llama…!”
Juana Isabel se volteó. Se lo quedó
mirando, levantó su delicada mano y dándole un pequeño golpecito en las plumas
de la pañoleta. Con un mohín encantador, le respondió:
“Pero si es solo un lorito” -Luego
se le acercó y lo besó en las mejillas. Lawriman quedó desarmado y volvió
sonriente a su sitio al lado de Teresa de Jesús.
Pero Juana Isabel se jugó otra
carta, estaba al lado de Laping, que era todo el poder, y le dijo:
Señor, no será mejor suspender esta
fiesta. Después de este hecho tan lamentable… No os parece prudente…mucha gente
esta dolida. A lo mejor quieren decir algunas oraciones, no sé, debe tener
muchos dolientes entre esta gente…
“¡Callaos…! Dijo Laping, y agregó:
“No sabéis lo que decís… ¿cómo creéis que voy a paralizar mi fiesta por esa
carroña…?
Juana Isabel sonreía, la noche avanzaba y no llegaba la bebida, de
repente hubo una gritería en los salones,
y Laping dijo:
“Llegaron los hombres con las
bebidas… Ahora brindaremos por nosotros…
Marta se refugió en los brazos de
Harper; la música sonaba, y Harper seguía el compás. Como quien dirige una
orquesta imaginaria. Marta le dijo:
Peter… ¿Acaso tocáis la pianola?
Aunque usted no lo crea,
distinguida Señora, fui alumno de Arcángelo Corelli. Tengo algún conocimiento
de música sacra, recuerde que fui sacerdote.
Yo también soy aficionada a la
música mi instrumento favorito es el violín. Me gusta la música de Corelli, sus
sonatas y el concerti Grossa.
¡Oh señora…! Usted me trae
recuerdos que creí olvidados… - Harper sin darse cuenta tarareaba al oído de
Marta el “Concerto Fatto per la
Notte di Natale”. Cuando Harper terminó su canto, Marta le
preguntó:
“¿Acaso conocéis la música de
Heinrich Schütz?
¡Señora… por favor…! Tengo todas sus partituras, es el gran
realizador de la música nueva, de la cual soy “habitué…” Luego hablaremos de
todo esto… mientras, escuchemos a estos bárbaros que no lo hacen del todo mal…
hablaré con ellos.
“Yo puedo ayudar… soy maestra de
música…
Usted y yo haremos una buena
pareja…
Así espero…
Le gustaría bailar…
A eso vine… y su compañía me agrada
mucho…
Uno de los aduladores de Láping, le
llevó dos copas de cristal veneciano llenas hasta el borde del runrún de las
islas Summers. Juana Isabel jamás había
tomado de aquella bebida, pero tenía que hacerlo; llegó el momento de probar su
temple. Láping a su lado, le obsequiaba una copa. Interiormente se encomendó a la Santísima Virgen
de la Soledad ,
porque esa copa podría trastornar sus planes; le pidió fuerzas para soportarla
y salir bien de aquel trance, el más difícil por el que tenía que pasar, para
ella terrible por que nunca lo había hecho. Tomó la copa, cerró los ojos y
bebió. La garganta se le trancó. Respiro profundo, pero se mareó e iba a
caerse. Láping caballeroso la sostuvo.
Durante unos segundos perdió el dominio sobre su voluntad, apretó los labios.
Sentía las manos de Laping que la sostenían, se dio ánimo y en el interior de
su alma, escuchó una voz que le gritaba: “Ten valor, no te desanimes, todo
saldrá bien… Poco a poco fue tomando piso y dominando la situación. Tosió un
poco y por fin exclamó:
¡Dios mío!… ¿Qué bebida es ésta…?
Láping la tranquilizó, le dijo muy
quedito:
No os preocupéis, no la beberéis
más, os lo prometo. Esta es una bebida para hombres curtidos, lobos de mar,
trabajadores del campo, para gente ruda… no para vos…
El runrun volvió locos a los
hombres, por que las mujeres no lo bebieron. Daban voces destempladas; aquellos
bárbaros cantaban canciones vulgares y bailaban cómicamente unos con otros;
hacían ruedas y seguidillas; disparaban
sus mosquetes; escenificaban riñas por doquier, se acuchillaban. Era la locura.
El fuerte parecía un manicomio. Así trascurrió casi toda la noche.
Como a la medianoche, a una orden
de la Griega ,
las mujeres comenzaron a llevarse a los hombres a sus casas… porfiaban con
ellos, les quitaban la bebida y la derramaban; pero al fin lograban calmarlos y
llevárselos casi a rastras, en muchos casos con ayuda de otros más sobrios.
También hubo algunos que no bebieron runrún sino vinos, estos se quedaron
bailando un tiempo más hasta la madrugada, entre los que estaban Láping y Juana Isabel, Duval y La Griega.
A eso de las tres de la mañana,
Juana Isabel melosamente y después de un apasionado beso, le dijo a Láping:
Mi amor, vamos a casa, estoy
cansada y ansiosa… ¿Hasta cuándo beberéis? Si os emborracháis no podréis amarme
como decís que amáis.
Láping, dirigiéndose a Duval,
preguntó:
Qué decís Duval… ¿Nos vamos o nos
quedamos?
Duval mirando a Láping, haciendo
abstracción de la dama: Yo digo lo que vos, y hago lo que mandéis. No tengo
opinión…Estoy aquí sobre todo para acompañaros…
¿Cómo es eso… -terció irritada la
Griega- soy tan poca cosa…?
Por favor señora, no os ofendáis.
Su señoría es mi jefe y le debo obediencia… Sólo a eso me refiero, no tiene
nada que ver con vos… os ruego que me perdonéis, pero esa es nuestra realidad…
Su señoría es nuestro gobernador y le debemos obediencia…
Usted misma debe entenderlo así…
Bien, no se hable más del asunto
–interrumpió Láping- y complazcamos a las damas… Esperan y tienen razón… Creo
que tienen toda la razón del mundo… Brindemos el último trago por esta noche
mágica e inolvidable –Láping levantó la copa hacia las estrellas y tocando con
la suya la copa de Duval, agregó: ¡Brindo por estas mujeres que nos han traído
la felicidad que faltaba…
Duval dijo: Creo que su señoría ha
hablado por mí, porque abrigo los mismos sentimientos.
Entonces vamonós…A las damas que
nos guíen hasta sus casas… -y dirigiéndose a ellas preguntó- ¿Quedan muy lejos
vuestras casas?... Porque de ser así pediremos un coche...
No os preocupéis –intervino La Griega- nuestras casas son
colindantes de este mismo vecindario. Están al bajar la colina de Quetepe,
frente al convento de los franciscos, donde vosotros tenéis el Cuartel General.
Entonces… andando… -Sobre la
marcha, Láping engarzó a Juana Isabel y Duval hizo lo mismo con La Griega.
Las parejas salieron de la casa del
gobernador, atravesaron el Patio de Armas, pasaron el puente sobre el foso y se
dirigieron a la salida de la izquierda que da a una calzada de piedras que
evade el cerro de Quetepe por la orilla del río, lado noroeste, y cae al barrio
de San Francisco, atravesando una finca de cocos y charas, y sigue por una vía
amplia que va del río hasta el fondo del barrio, en el cerro de los
Chaimas; cuya vía se conoce con el
nombre de calle de Las Infantas, que es una de las más importantes de la ciudad.
PACTO DE AMOR
Y MUERTE.
El barrio de San Francisco tiene
una ubicación estratégica, está en un abra, en el centro de dos filas de cerros
que se cierran sobre el río, el cerro que ahora llaman de la Virgen de la Soledad -Nuestra Señora de la Soledad o de los Dolores
se venera también en el templo de San Francisco de Caracas- por una Cruz
señalada para construir una iglesia; y el Quetepe, son dos murallas naturales
que lo protegen de toda perturbación. Las viviendas de las dos damas son
mansiones contiguas, de dos plantas y cuatro ventanas, construidas con permiso
real frente al Convento, muchos años ha. Cada pareja entró a la casa
correspondiente y subieron al piso alto, a la alcoba matrimonial. Ambas
mujeres, como seguramente todas, más de 400, se desvistieron con ayuda de
aquellos hombres, sin remilgos, como si fuesen sus esposos legítimos, estaban
decididas a todo, y luego hicieron el amor apasionadamente, sin término ni
pausa, hasta el agotamiento. Las dos mujeres, cansadas fingieron dormir, y los
hombres cayeron extenuados en profundo sueño.
Juana Isabel observó al hombre
desnudo, tendido boca abajo. Un ronquido característico denotaba la profundidad
del sueño. Pasaron lentos algunos minutos. Juana Isabel con la determinación
que da el acto heroico, fríamente, tal como lo había concebido se levantó
sigilosamente, se vistió con toda calma, buscó
bajo la cama el alero y tomó la toledana. Calculó exactamente el sitio
del corazón de Walter Láping, que dormía
satisfecho su ego. Levantó la daga con su mano derecha, no tanto, sino lo necesario, y descargó el
golpe mortal. No hubo grito. Láping trató de incorporarse. No vio nada y se
desplomó sin vida. Cayó pesadamente en la misma posición en que estaba con su
solo ojo abierto y un grito seco en la garganta. Juana Isabel estuvo a punto de
desfallecer. Como pudo escapó de la escena, se ocultó largo rato tras la
puerta. Se le paralizó el corazón. Tomó la mantilla negra y se cubrió el rostro para que el
herido no pudiese verla, no supiese que había pasado, no pudiera sentirla,
identificar la mano que lo hería. Nunca podría saber cuanto tiempo pasó sin
pensar, aunque, lentamente se repuso; respiró, abrió los
ojos, se arrodilló, rezó muchos padrenuestros y avemarías; se encomendó a la
virgencita de la
Soledad. Después volvió a la habitación, fue a ver el
cadáver, estaba en la misma posición, se acercó, lo volteó, le cerró el único
ojo y lo cubrió con la sábana. Ya no podía soportar más, huyó despavorida, bajó
las escaleras que le parecieron interminables, corrió sin aliento por el
pasillo que daba al zaguán. El corazón parecía saltar de su pecho, salió a la
calle y corrió, atravesó la plaza de San Francisco, entró al templo de Nuestra
Señora de las Aguas Santas, cuyas puertas estaban abiertas, y cayó frente a la
imagen de la venerada virgencita de Soledad. No podía articular palabra, su
mente estaba en blanco, no tenía ningún recuerdo ni la turbaba pensamiento
alguno, sólo era capaz de sollozar, las lágrimas corrían libremente por sus
mejillas.
Casi detrás de ella llegó la Griega , que la vio pasar
cuando iba alocada, sin control, caminando hacia ninguna parte. Se colocó
detrás, susurró algo para calmarla, le pasó la mano dulcemente por el hombro, y
le dijo:
Amiga… no te atormentes… hemos
cumplido un rito, doloroso pero necesario… ya todo pasó… salvé mi vida
milagrosamente… Duval tuvo fuerzas para
atraparme, golpearme y acorralarme… casi me mata…pero yo tenía la espada de mi
esposo como último recurso, la había colgado en la pared detrás de un vestido,
la tomé como pude, aprovechando un desfallecimiento de Duval, me zafé de sus
garras y tuve el valor de atravesarlo… en ese momento casi me desmayo… sentí
que me atravesaba el corazón… No sé cómo salí de la habitación… Estoy bañada en
la sangre de Duval y no tengo consuelo… cuando saliste corriendo, tenía tiempo
sentada en el “quicio” de la puerta de mi casa sin respirar, sin poder hacer
nada, impotente, esperándote.
Poco a poco se fue poblando el
templo. Las mujeres como espectros, temblando, gimiendo, fueron llegando como
sombras. Nadie hablaba. Todas temían que algo pudiese haber salido mal.
Esperaban las represalias de los forajidos… Teresa de Jesús avanzó hacia Juana
Isabel, y compungida le preguntó:
¿Él… está muerto?
Si… -fue la parca respuesta-
Teresa de Jesús reprimió un
sollozo, se arrodilló al lado de Juana Isabel, y le dijo:
Gracias… yo no hubiese podido…
Lo sé…
Las dos mujeres se abrazaron y
lloraron largo rato. Teresa de Jesús entre sollozos dijo:
“Hubiese querido conocerlo en otras
circunstancias”
Juana Isabel no dijo nada. Sus ojos negros se
elevaron hacia la imagen de la Virgen y oró en silencio.
Pasó un tiempo prudencial, y se pudo comprobar que todas las mujeres estaban
presentes, habían cumplido su misión, sin embargo faltaban los guardias, le
dijo a la Griega :
“Comprueba si la gente de Chito
Vásquez llegó, y ordénales que cumplan su misión, deben rastrear y eliminar a cualquier
forajido que quede con vida. Entrarán a los fuertes con prudencia, es probable
que estén todos borrachos, pero no se sabe.
Dales el santo y seña, para que no tengan problemas. Ninguno puede quedar con vida…
Dónde está la gente… ¿Vinieron…?
Eso no se pregunta niña…
Bien… llámalos que vamos a cumplir
una misión muy delicada.
Ya lo sé, niña… Vamos andando… -Chito se puso las manos
sobre la boca y emitió un sonido poco audible y enseguida aparecieron los
guerreros chaimas.
“¡Chito! … Vamos hacia el fuerte de
Santa María.
Todos partieron sigilosamente. Al
llegar al puente del fuerte, la
Griega , en alta voz dio el santo y seña:
¡La Victoria es del rey!
Nadie respondió, deberían
decir: Aquí no hay más rey que Walter
Laping. La Griega le dijo a Chito:
Manda a tus hombres que suban la muralla y abran la puerta, que vamos a entrar…
Si hay guardias vivos, los quiero muertos.
Así lo
hicieron. Había dos guardias dormidos, borrachos, que nunca sabrían lo que les
pasó. Entraron en los salones y no había nadie, pero en la cocina encontraron
tres hombres dormidos, también los eliminaron. En la puerta del polvorín, había
otro y también lo eliminaron. Subieron a los dos baluartes, y allí eliminaron
a dos
guardias más. Cuando no quedó nadie con vida se trasladaron al fuerte de
San Antonio y Santa Clara, eran las cinco de la mañana, todo mundo dormía; y
allí hicieron la misma operación, eliminaron cinco hombres, sin ningún
inconveniente, no quedó nadie más.
Queda el
fuerte de Santa Catherina, eso lo dejo en tus manos. Tengo que regresar, hay
mucho por hacer y tenemos poco tiempo.
Vaya niña,
yo me encargo de todo, confíe en mí; además ese es mi terreno…
“Amigas…
escuchadme. Creo, mejor dicho estoy segura, porque todas estamos aquí… Quiero
decir que se ha cumplido totalmente la misión y los forajidos están muertos… En
cada caso se ha cumplido un acto sublime. Matar un hombre no es un acto que
pueda sobrellevarse en paz… Lo sé… En mi corazón luché, como sé que vosotras luchasteis
para evitar ese trance terrible… El Señor también quiso evitar beber el cáliz… No tenía otra alternativa… Por
nuestros hijos somos capaces de darlo todo… Pensemos en eso… Pensemos que si
esos asesinos los hubiesen apresado ya estarían muertos y nuestras vidas secas…
Hemos llorado… Si, a lo mejor
continuaremos llorando… Pero… revisemos la historia y busquemos… ¿Qué otra
alternativa nos quedaba? Hablo de la
fortaleza que debemos tener… Eso es lo que os pido y no os torturéis… Si nos
hemos sentido culpables… Somos mujeres, eso hace la diferencia… Sé que estos hechos
nos afectan profundamente, pero tenemos mucho que hacer… La tarea que tenemos
por delante no espera… es muy difícil. No sólo es reconocer y recoger los
cadáveres, sino después limpiar y
organizar nuestras casas y la misma ciudad; tenemos que dejarlo todo como
estaba antes de llegar los forajidos, para que cuando lleguen nuestras
familias no sientan el espanto ni el terror por el que hemos pasado
nosotras… Ustedes tienen las instrucciones… Hay que salir, hay que recoger los
cadáveres y trasladarlos, tal vez hasta las sabanas de Chiclana para
incinerarlos… No nos hemos puesto de acuerdo
en ello… Hay que enterrarlos o esparcir las cenizas… lo que quede de
ellos… mis amigas del alma… no tenemos derecho a llorar… Doña Josefa Mariana
Gómez de Seans, Graciela de los Ángeles de la Portilla y Doña Arelis
Gómez de Serpa, tienen conocimiento de un sistema de incineración que
aplicaban los romanos a los
crucificados… Pues es el momento de probarlo… Doña Susana Bruzual de Aguilera, doña Rosa García de Urbaneja, doña Natalia Silva de
Salaverría, deben partir, como lo hemos convenido, con su grupo a buscar las
bestias de carga que ya deben estar en Gamero. Doña Maria Elisa Berris de San
Martín, doña Bety Barrios de Hernández y Vallejos, doña Araceli Bruzual y De La Rosa , con su grupo, deben
partir a buscar los maderos y llevarlos hasta Chiclana u otro sitio que ahora
mismo vamos a determinar. Y otra comisión formada por doña María Gabriela Rincón de Vélez, doña Victoria Alejandra
Mejía Centeno, y doña María Elena de
Azeros y Amundaray, responderán de la comida. De todas formas aquí en la ciudad hay todo lo necesario para
lo que nos proponemos, y tenemos la ayuda de Chito Vásquez y sus hombres, por
lo tanto deben movilizarse de inmediato. Todas las comisiones deben salir a
cumplir su papel… Basta de lloriqueos…
Juana
Isabel, la heroína indiscutible de aquella jornada, se levantó de su asiento y
pidió la palabra. Se produjo un silencio seco, pero el mismo templo pareció cobrar vida y de sus paredes brotaba,
algo así como una música insondable, se escuchaba el latido del corazón de
aquella mujer, aquella efigie levantada, ahora inmóvil, esperando para hablar
sólo una señal. La Griega con un gesto la
invitó a subir al púlpito, ella aceptó y se dirigió al sitio indicado –todas las miradas la
siguieron- subió la escalerilla de
madera ricamente labrada, y desde el púlpito, cuando todos los corazones latían
con ella, mansamente dijo:
Amigas…
perdonadme que otra vez os abrume con mis pensamientos, ruego a ustedes y a mi
Dios que perdone mi soberbia, pero no puedo callar ahora, estoy de acuerdo con
casi todo lo expuesto por mi amiga, a quien todas cariñosamente llamamos La Griega. Ella encarna
todo lo que hemos hecho hasta ahora, sin su valor, creo muy difícil que
hubiésemos logrado esta victoria; sin
embargo, creo que podemos deshacernos de los cadáveres y de todo vestigio de
esta historia, simplemente quemándolos conjuntamente cos sus barcos y sus
armas. Todos sabemos que frente a nosotros, en la boca del mismo golfo, hay un abismo infinito, y lo
que allí se hunde desaparece para siempre, me refiero a lo que llamamos “El
Canto”, casi en la desembocadura del río... Pues propongo que llevemos los
cadáveres de los forajidos, y todo
cuanto a ellos pertenece, a sus barcos y les prendemos fuego en el mar, en el
sitio indicado, hasta que desaparezcan en sus profundidades. No es necesario llevar maderos, ni
herramientas, ni exponernos a un espectáculo macabro. Simplemente, simplificamos
la tarea y de una sola vez borramos todo vestigio de esos infelices; ellos
vinieron del mar y al mar vuelven convertidos en cenizas, tal vez de esa
forma el Creador se apiade de ellos y de
nosotras, y nos conceda la paz y el perdón que necesitamos… De todas formas someto a vuestra consideración
esta proposición.
Es muy
cierto lo que dice Juana Isabel… la verdadera y única líder de esta experiencia
insólita… Ella y no yo, ni ninguna otra, nos ha dirigido con tanto tino y
responsabilidad; con aplomo, con sabiduría, aunque por su modestia lo quiere
compartir con nosotras… Eso no quiere decir
que no hemos hecho nuestra parte… la victoria se obtiene juntando
pequeños éxitos, a cada una le correspondió hacer su parte con absoluta entrega
de su vida y de su fuerza, y dado el caso, exponiendo más, su miedo,
honestidad, espiritualidad, todo… Y… por
otra parte, que no estaba planteado, teníamos que salir de los barcos… y tal
como lo ve ella, se simplifica la operación. En realidad no había pensado en la
forma de deshacernos de los forajidos y sus pertenencias de una sola vez…
Considero que la proposición de Juana Isabel llena esos extremos… es muy
afortunada y desde ahora la apruebo incondicionalmente… pero si hay algo mejor
y más sencillo, pues… que se diga y seguro contará con nuestro apoyo.
Varias damas se levantaron para apoyar la
proposición de Juana Isabel, y después, todas por unanimidad la aprobaron, y la Griega continuó en uso de la palabra.
“Ahora bien, aprobado el “modus
operandi” tenemos que sacar nuestras pertenencias de esos barcos, pues los
forajidos, al parecer, las ocultaron en ellos, por lo tanto… vamos a trabajar…”
Aquellas mujeres salieron del
templo reconfortadas a sepultar aquella terrible historia… Una comisión se
encargó de verificar las ejecuciones una por una, Algunas salieron a pie porque
sus casas y obligaciones, estaban cercanas del Convento. Pero otras buscaron
caballos y carretas de las milicias que estaban abandonados por toda la ciudad.
Todo fue actividad. Cada comisión cumplió sus instrucciones al pie de la letra. Tomaron las caretas e improvisaron
otras y fueron recogiendo los cuerpos
para llevarlos al puerto de Toporo; algunas cargaron los cadáveres en
mulas y caballos, de muchas maneras fueron acarreándolos hasta la dársena.
Muchas horas se dedicaron a la macabra tarea que terminó muy avanzada la noche.
Un grupo de intrépidas mujeres se ocuparon en fabricar un artilugio con una
polea y una gúmena para izar los cadáveres hasta el interior de los barcos, y desde allí otras mujeres se
encargaban de arrastrarlos hasta las
bodegas; otro grupo se encargo de recuperar las partencias y tesoros aculados
por los facinerosos depredadores en los barcos y otros sitios de la ciudad; y por último, la
tarea más difícil, dirigida personalmente por La Griega , fue sacar los
barcos del río y llevarlos al sitio escogido, al Oeste de la península de
Araya, en “El Canto”, profundidad mítica
que dicen los indígenas, queda en ese
sitio. Y una vez allí asegurados unos
barcos con otros, con gruesas gúmenas, les prenderían fuego, tal como se hizo,
para que no quedaran rastros de aquellos malhadados acontecimientos.
El trabajo fue muy duro, desde la
madrugada hasta la tarde, haciendo guardias, sin alimentos suficientes,
guardando espaciados y pequeños reposos, según órdenes estrictas de La Griega.
No podemos decir cual, quien, fue la que más
sacrificios hizo, fue una labor de conjunto, disciplinada, constante, dentro de
un terrible drama, entre llantos inimaginables, con flaquezas y desmayos, y un
dolor como una daga en el corazón. Cada mujer vivió su propio drama, porque
nunca, que se recuerde y esté escrito,
unas mujeres se hayan concertado para matar a los hombres a los
que se habían entregado voluntariamente.
Al anochecer, los 8 barcos ardían
frente a la ciudad, iluminando el mar; todas aquellas valientes mujeres,
expectantes, contemplaron el espectáculo desde las orillas blanquísimas de San
Luis. Muchas de ellas lloraron sin poderlo evitar… No se perdonaban su audacia…
En el fondo de su alma un dolor de amante, se clavaba hasta la empuñadura.
Al otro día se inició la limpieza
de las casas y de la ciudad para que
todo volviese a la normalidad. Todas
trabajaron en todas partes: Juana Isabel y La Griega , comandaron batallones de mujeres que
recorrían las calles arreglándolo todo.
Dejaron pasar varios días, en los cuales solo se dedicaron a la
vigilancia y a revisar las oficinas de gobierno, los negocios que habían sido
destruidos y saqueados, acomodar una que otra cosa en ellos; a las iglesias les devolvieron sus joyas e
imágenes, todo para que no quedara vestigio
de los hechos ni del paso de los forajidos por la ciudad; y Juana Isabel
más calmada, convocó una asamblea plenaria en el Convento de San Francisco.
Todas asistieron. Juana Isabel, en
un discurso improvisado, anunció, que había llegado el momento de avisar a sus
familiares y al pueblo de Cumaná, que la ciudad había sido evacuada por los
forajidos. Recordó a todas, el juramento
de guardar el secreto, a toda costa, y ordenó a las mujeres que se trasladaran
unas para el Convento de los Frailes y otras para sus haciendas y pueblos cercanos, porque desde allí
enviarían aviso a las autoridades dándoles la buena nueva de la desaparición de
los piratas. Así se cumplió.
UN DIA CUALQUERA.
En una lluviosa noche de agosto,
Don Sancho, Don Juan y Chito Vásquez, jugaban una partida de Tresillo en la Casa de Gobierno, y
preguntaba el Gobernador:
Don Juan… ¿Y que dice su mujer de
las cosas que hizo o no hizo durante la invasión de los corsarios?
“Esa mujer, al parecer se refugió
en el Convento de Los Frailes, y allá la atendieron muy bien. Tengo que hacerle
una visita al padre Manuel Bartolomeo, para agradecerle las atenciones que tuvo
para con ella… ¿Y su mujer, Don Sancho, que dice…?
“Más o menos lo mismo, tal vez
tengamos que ir juntos a ver a fray
Manuel Bartolomeo… Por favor Juana Isabel… por favor… sírvenos… vamos a disfrutar ese vino fresco… no me dejaron
mis tabacos Habanos, esos malandrines… ese vino que nos trajo el edecán Don
Bernardo Bermúdez… ¡Anda mujer… anda…!
¡Por supuesto, no faltaba… más…!
¡Espérese un momento…!
Pero hay algo que me perturba, Don
Juan…
¿Y que será?
“Es que esos piratas no se llevaron
nada, y más bien todas las cosas las dejaron en su sitio, y al parecer se
pusieron a limpiar las casas y la
ciudad, como para quedarse en ella y
luego desaparecieron… No…no lo entiendo… verdaderamente no lo entiendo…
“Tal vez se cansaron de esperarnos…
consumieron todo nuestro vino... Se robaron nuestros vestidos… esa gente pelea
por gusto…
“Eso debe ser… pero… ¿Cómo se lo
explico al Rey…Dios Mío…?
Desde entonces las mujeres de
Cumaná se cruzan miradas que disimulan el secreto… de La Noche de los Cuchillos…
FIN
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