lunes, 3 de octubre de 2016

GONZALO DE OCAMPO EL VERDUGO

RAMÓN BADARACCO











GONZALO DE OCAMPO
EL VERDUGO







CUMANÁ  2011














Autor Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra:
GONZALO DE OCAMPO, EL VERDUGO
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná

cronista40@hotmail .com
academia.sucre@gmail.com
Cel. 0416-8114374












INTRODUCCIÓN

El Capitán Gonzalo de Ocampo no fue el fundador de Cumaná, y es un insulto tenerlo como tal; y no vino a tierra firma a fundar pueblos sino a castigar a los indígenas, fue un verdugo implacable, que asesinó a los padres de familia de nuestro pueblo.  Él, después de cumplir su sanguinaria misión, construyó un fuerte y un campamento de 21 casas a más de una legua del pueblo que se desarrollaba, al lado de las misiones dominicas y franciscanas, cerca de  Puerto de Perlas, que ya era un puerto importante, que se desarrollaba en la isla que quedaba en la desembocadura del río Chiribichií (la última “i” alargada), como dice Bartolomé de Las Casas,  a cuyo campamento, le dio el nombre de Villa de Toledo;  y tuvo la suerte de que el emperador Carlos I, la tomara como capital de la provincia porque no podía tomar como tal, al pueblo de misiones, ni al Puerto de la isla de las Perlas, donde se construía el fuerte de Santa Cruz de La Vista, que constituyen el verdadero origen de Cumaná, porque debido a su crecimiento, a la permanencia de las misiones y los misioneros, la aceptación de los indígenas que aceptaron poblar con los españoles,  allí se estableció  y allí se organizó su verdadero gobierno; y la Villa de Toledo duró muy pocos meses, ya que fue abandonada al partir Gonzalo de Ocampo;  y Gonzalo de Ocampo fue enviado como verdugo y no reúne las condiciones morales ni espirituales como para sustituir a Fray Pedro de Córdoba, el cual si se merecer el tratamiento de fundador de nuestro pueblo, en la tierra de los primeros mártires del cristianismo en el Nuevo Continente, el sembró la palabra de Cristo entre nosotros en el continente y fue el que fundo las misiones y trajo a ellas a muchos misioneros que dedicaron su vida a la enseñanza del evangelio y fundaron la primera escuela de la tierra firme con los indígenas  de donde salieron los primeros sacerdotes católicos a evangelizar a sus iguales  en la zona oriental de Venezuela que ya se conocía como la provincia de Paria. De tal suerte que iba a ser sede apostólica en 1519 y por ser el único pueblo que tenía dos iglesias en esta provincia y prueba de ello es que Pedro Barbirio su primer prelado debía venir a ocupar su obispado junto con Bartolomé de las Casas en 1521, y por razones que no vienen al caso señalar no pudo embarcarse y se frustró la impetración de la sede apostólica 

LA REBELIÓN DE TORONOIMA Y MARAGUEY.


El padre Bartolomé de Las Casas, llamado el Protector de los indios, en su obra “Historia de Las Indias” (1), da su versión de la rebelión en 1521, del cacique de Maracapana, el indómito, sabio y valiente Toronoima, al cual según el Dr. Salazar Cordero Cronista de Guanta, los españoles habían bautizado con el nombre de Gil González, cuando estuvo en Quisqueya (2), isla de Santo Domingo o La Española, donde residían para esa época, los poderes reales. Al parecer muchos caciques de la costa oriental, fueron llevados a Santo Domingo, como el cacique Cawaná, bautizado Alonso, y era tratado como rey, el Don se le dio como atributo de su personalidad: “Don Alonso” 

Las Casas, arribó a la isla de Puerto Rico en 1521, probablemente el 15 de febrero (3),  dotado de poderes reales que le confirió la Regencia en el reinado de Carlos I de España y V de Alemania, y se enteró de las novedades del alzamiento de los indios caribe-Tagares que poblaban un reino en las costas de Tierra Firme,  en Chiripichi (4), Pedro de Córdoba, al fundar la misión, lo llamó “Chiribiche de Santa Fe”, y para la fecha de la rebelión, con permiso del Cacique,  habían construido una iglesia y una casa, y se dedicaban a la enseñanza de los indios, a los cuales les enseñaban religión y también a sembrar y pescar con redes, así las cosas, cuando surgieron, como solían hacer,  unos  españoles que se dedicaban al comercio de esclavos. 

Esta partida esclavista iba  bajo el mando de un tal Alonso de Ojeda, homónimo del conquistador y se dice que era su padre, que habían armado un navío para “rescatar”  o sea,  capturar indios; dice Las Casas:  “corrían  la costa que llamaban Tierra Firme, visitando los pueblos indígenas, buscando indios  para llevarlos a Quisqueya y venderlos como esclavos, venían del Oeste hacia el Este barriendo las costas,  hasta llegar a Chiribiche (Santa Fe), tierra del cacique Maraguey, donde estaba la misión de predicadores de Pedro de Córdoba. 

Los misioneros recibieron a los expedicionarios de Alonso de Ojeda, el impostor, y a su tripulación con ingenua alegría. Dice Las Casas que Ojeda preguntó por el cacique y este se presentó. Lo interrogó: ¿Dónde están los indios que comen carne humana?   Eso bastó para que el indio herido en su amor propio, se marchara protestando. Ojeda se dio cuenta de que no iba a poder hacer sus tropelías en ese pueblo, por estar amparados por los misioneros, y se marchó con rumbo a Maracapana, el reino de Toronoima, donde estuvo algún tiempo
Ojeda se entendió con Toronoima, le compró 50 cargas de maíz.  Pidió a los indios que se los llevaran a los barcos que les pagaría el acarreo con vinos españoles, a los cuales eran aficionados.  Cuenta Las Casas que una vez en la playa, los españoles sacaron las armas, mataron a varios indios y a los demás se los llevaron a los barcos.

Al otro día Ojeda volvió al pueblo de Toronoima, como si nada hubiese pasado, pero allí lo estaba esperando el Cacique con sus guerreros emboscados, los cuales a una orden del Cacique, atacaron sin importarles las armas que llevaban los españoles, ni el riesgo que corrían, y le dieron muerte al tal Ojeda, y a seis más de sus compañeros, algunos esclavistas pudieron fugarse  milagrosamente y llevar a Santo Domingo su versión de los hechos, iniciándose así en la tierra virgen americana, la guerra de resistencia indígena.

“Se apellidó la tierra”, dice Las Casas, es decir sonaron las maderas por toda la serranía, comunicando el suceso. Esto supone el conocimiento de una especie de código con el cual se comunicaban los indígenas.

El 19 de septiembre de 1520, estando los indígenas en pie de guerra, arriba a las costas de la provincia de Cumaná una expedición de tratantes de esclavos, bajo el mando del Capitán Hernando Ibáñez, y caen en una emboscada ejecutada por Maraguey y Toronoima, estos caciques convocaron a todos los caciques indígenas de sus reinos para la guerra contra los conquistadores.

 “Se apellidó la tierra”, con ello quería decir que las maderas sonaron a muerte y, aquellos hombres suscribieron el primer acto de guerra contra los invasores, y la continuación  de  la resistencia indígena, luego, miles de aborígenes en los reinos de los Chaimas, Tagares y Cumanagotos, levantados en armas, defenderían su territorio, con las armas que tenían: flechas y cerbatanas contra elementos de guerra desiguales; mosquetes espadas perros terribles y caballos En estas acciones en el valle del Chiripiche, mueren decenas de indígenas, pero también rinden sus vidas el Capitán Ibáñez y todos sus hombres, y otros que arribaron a nuestras tierras para capturar indígenas y perecieron  en fieros combates. 

La guerra continuó, todos los caciques se unieron para defender su tierra, su civilización de 14 mil años, se iniciaba la primera guerra contra “los conquistadores” en tierra firme del Continente Americano  Otra expedición de 46 hombres, bajo el mando de los capitanes Villafañe y Gregorio Ocaña, con el mismo propósito de “rescatar” indios, también fue emboscada y derrotada, íntegramente sacrificada en otra batalla planificada y ejecutada por los mismos caciques,  después de terrible y dramático combate.

Estos heroicos caciques fueron ejecutados, pero sus huestes nunca fueron derrotadas, Cayaurima y cientos de caciques aglutinados bajo su mando se convierten en un ejército indomable que mantuvo la resistencia por más de cien años.

Notas.
1.- Bartolomé de Las Casas.  Historia de las Indias. Editora Nacional, S. A.  México. D. F. 1951.
2.-    Quisqueya, nombre originario de la Isla de Santo Domingo,
3.- Dato de Don Vicente Rubio, en su obra “Los primeros mártires dominicos de América”
4.- Chiripichi, Chiripiche, Chiribichií, Chichiripichi, Chichiribiche, esta palabra de la lengua Caribe, ha sido usado por diferentes autores en diferentes formas creando confusión entre los cronistas. Es indudable que el río de Santa Fe se llama Chiripiche, porque es el nombre que usa Pedro de Córdoba, y el río de Cumaná, se llama Chiribichií, la última luenga, como dice Las Casas. Pichi o bichi quiere decir río, ver Tavera Acosta. Venezuela Precoloniana. Pág. 22. 
Nota. Uso la palabra “indio(s)” porque es la usada por Las Casas, entiéndase aborigen.






GONZALO DE OCAMPO



El Capitán Gonzalo de Ocampo fue enviado a las misiones de la zona oriental de a América que ya se conocía como la provincia de Paria en 1520 por la Real Audiencia de Santo Domingo, con la finalidad de castigar a los indígenas que se habían levantado contra el Imperio y le hacían cruda guerra.

“A vos capitán Gonzalo de Ocampo cometemos el castigo de los indios de las provincias de Cumaná, Santa Fe, los Tagares, Maracapana, a cuyos caciques é especialmente a los llamados Maraguey, Don Diego, Gil González e Pasamonte e otros con sus indios, se había procurado dar doctrina e regalar para que se convirtiesen. E ellos lejos de agradecerlo, habrá un año que andando contratando con ellos ciertos capitanes españoles, los mataron con 40 hombres, e habrá cuatro meses mataron también a los dos frailes dominicos, el uno revestido para decir misa, &, luego mataron al capitán Hernando Ibáñez con cinco españoles. Los de Maracapana mataron al capitán Hojeda e a sus compañeros alevosamente, e del mismo modo a los capitanes Villafañe e Gregorio de Ocaña con 46 hombres, e quemaron el monasterio de los franciscanos de Cumaná. Después hecha una gran junta  con gran alboroto, e tañido de cornetas, armados con sus arcos e flechas, defendieron el agua a los de Cubagua en el río de Cumaná e queriendo tomarla en la isla Margarita, fueron a defendérsela también con muchas canoas; echaron ponzoña al agua, causas solas que obligaron al alcalde mayor e gente a desamparar a Cubagua dejando sus casa e copia de  bastimentos, rescates, &, para remedio de este, iréis vos  el capitán Gonzalo de Ocampo con esa flota directamente a Santa Fe; procuraréis prender a Maraguey e a su hermano e a cuantos caciques e indios de esa provincia pudiéredes, pues todos fueron concentrados en matar los dominicos o enviarlos heis  acá para que se haga justicia. Hacerles, si se resisten, cruda guerra, e captivarlos e pacificad la tierra. Lo mismo haréis con los Tagares, que fueron en favorecer a los de Santa Fe. En Maracapana requerid que os entreguen los caciques Gil González e Don Diego e cuantos fueron en la muerte de dichos capitanes.

En Cariaco, Cumaná e La Margarita, aunque inducidos por los otros, ayudaron también, decid que los perdonamos, pero que entiendan que se les tratará con rigor si reinciden. En Cumaná especialmente haced que les hable el Padre Fr. Juan Garceto, que con vos llevéis, pues sabe la lengua e que van en paz. Generalmente lo dejaréis todo pacífico para que pueda volver la contratación como antes, e los religiosos puedan ir a les doctrinar, bautizar, &, como antes hacían sin riesgo.  Para todo vos damos poder cumplido, &, Santo Domingo a 20 de enero de 1521” (33).
LA RESISTENCIA INDÍGENA
Los indígenas se levantaron al grito de guerra de Maraguey y Toronoima contra los esclavistas, por crímenes y maltratos recibidos de los salteadores españoles entonces procedieron a declarar la guerra Las Casas dice “Se apellidó la tierra” sonaron incansables las maderas con el anuncio de la guerra contra los invasores y procedieron a matar a los misioneros y sirvientes  y a incendiar las misiones capuchinas y franciscanas y se unieron en batallas contra ellos.
Entonces el capitán Ocampo partió en cumplimiento de su  misión con seis navíos y doscientos cincuenta hombres. En su empresa, ajustició a la mayor parte de los jefes de familia Chaimas Caribes y capturó gran cantidad de indios que fueron enviados como esclavos a Santo Domingo y Puerto Rico.
Siguiendo su proyecto y las órdenes reales, al año siguiente después de haber reconstruido las misiones y logrado que los pescadores de perlas volvieran a sus tareas normales en Puerto de Perlas y en Cubagua fundó el pueblo de Nueva Toledo y construyó  la fortaleza. Ésta tuvo una corta duración y nunca se consolidó como ciudad. Bartolomé de las Casas llegó al poblado de veintiuna casas probablemente en lo que es hoy el barrio de San Francisco en 1521, y le fue entregado por Ocampo. Pero Bartolomé de Las Casas se expresó despectivamente del pueblo construido por Ocampo y dijo “Ni que lo llame Sevilla lo poblaran los indios”

Hasta 1520 se mantuvo el crecimiento de la ciudad y la paz en la misión de Cumaná;  en 6 años de duro trabajo los misioneros dominicos a cuyo frente se mantenía Pedro de Córdoba y los franciscanos de Juan Garceto  ya tenían dos iglesias y dos monasterios logrados con su amor y la palabra de Cristo y la colaboración de los descendientes del cacique Cawaná que  habían trabajado en la consolidación y progreso de ese pueblo que en 1519 había sido escogido como sede del primer obispado de la tierra firme,

Puerto de Perlas y luego Nueva Córdoba sin embargo, todo hacía presagiar el peligro de la guerra.

El crecimiento de la ciudad de Nueva Cádiz con todos los vicios que trajo la riqueza perlera en la Isla de Cubagua, la explotación desenfrenada, el maltrato de los obreros indígenas y el tráfico de esclavos indios y negros y la codicia, fueron los detonantes de la guerra.
 
Las Casas nos cuenta el primer episodio de esta guerra. Él dice:  Un tratante de esclavos de nombre Alonso de Ojeda, capturó en Maracapana, muy cerca de Chiribiche, a 15 leguas del pueblo de Cumaná, a un grupo de indios Tagares para venderlos en Nueva Cádiz. Los caciques de la zona: Maraguey, Pasamonte, Toronoima y Diego, juraron vengarse, y el 3 de octubre de ese año de 1520, asaltaron el convento de Santa Fe de Chiribiche, y mataron a dos misioneros  dominicos, y luego vinieron sobre Cumaná y destruyeron el monasterio y las iglesias, y todo cuanto aquí había. El pueblo opuso tenaz resistencia, muriendo  en la refriega los capitanes Ojeda, Villafañe,  Gregorio Ocampo y 26 soldados que componían la defensa de la ciudad, pero los frailes y la gran mayoría de los habitantes de la ciudad pudieron huir hacia la Nueva Cádiz y la Margarita.  

José Mercedes Gómez Cronista Oficial de Cumaná, dice que:  “Estos hechos corroboran, además del acto criminal de Ojeda y la represalia indígena dos cosas: primero, que la misión de Cumaná, era más importante que la de Santa Fe  pues tenía mayor número de frailes y segundo que para el año de 1520 habitaban en Cumaná españoles  provenientes de Cubagua asentados  en la costa firme, la cual por razones de clima, seguridad y alimentación, les era más propicia que la vecina isla…”(31).

No se hizo esperar la reacción del Imperio, ante la destrucción de los pueblos españoles de Cumaná y Santa Fe, y la muerte de los misioneros y  soldados; el 21 de enero de 1521 la Real Audiencia de Santo Domingo, envió  una expedición punitiva bajo el mando del Capitán Gonzalo de Ocampo, formada por tres carabelas y  200  hombres de armas, con la orden expresa de castigar a los insurrectos. Veamos el informe presentado por  el Capitán Gonzalo de Ocampo:

“Muy altos y poderosos señores: A V. A.,  se ha hecho reclamación como el Lcdo. Rodrigo de Figueroa, por comisión de V. A.  hizo cierta declaración de las partes y provincias de las islas y Tierra Firme de donde se podían traer  por esclavos los indios caribes que comen carne humana, y las otras partes donde declaró  ser guatiaos y defendió  que no se les hiciese guerra, de los cuales guatiaos las principales partes y más pacíficas y usadas por los dichos españoles eran en la dicha costa de Tierra Firme, desde la provincia de Cariaco hasta la provincia de  Maracapana, en que podrá haber de costa al luengo  15 leguas, no embargante que más al poniente y al occidente había y hay indios guatiaos que tienen amistad  y contratación con los españoles; desde dicho Cariaco hasta la dicha Maracapana es lo que cae más en contra de la isla de Cubagua donde pescan y rescatan  las perlas y donde vienen los indios más generalmente  a la pesquería.

En esa dicha Costa entra una provincia que se dice Cumaná, que es donde los religiosos de San Francisco tenían más había de seis años un monasterio con ciertos frailes de su Orden; cinco leguas por la dicha costa más al occidente está la provincia de Chiribichí, que agora se llama Santafé, en la cual los religiosos de la Orden de Santo Domingo tenían otro monasterio, otras cinco leguas más abajo cabe dicha provincia de Maracapana, en que está un pueblo de indios.

Después  de la dicha declaración por un tomador de las licencias que el dicho Lcdo. Figueroa dió, y con ciertas instrucciones de que él habrá enviado el traslado a V. A.,  han ido así de esta isla como de la de San Juan a la dicha costa de Tierra Firme a rescate de perlas y guanines y esclavos, y se ha multiplicado tanto  el trato a causa de esta negociación que certificamos a V. A.,  la perdición de esta isla si esto no hubiera, que ha dado en que entender  a todos generalmente esta isla estuviera harto más perdida y no hubiera casi  trato ninguno.

Agora hacemos saber a V. A., que, estando este trato y negociación pacífica y muy más acrecentada que nunca estuvo, un domingo,  que se contaron tres días del mes de septiembre pasado, habiendo los religiosos dominicos tañido a misa, como los tenía de costumbre, y estando vestido el uno de ellos para la decir,  vino a la dicha un cacique  de la dicha provincia, que se llama Maraguey, que era vecino  muy cercano  al dicho monasterio y a quien los frailes hacía mejor tratamiento que a los otros y le había curado y hecho muchos beneficios, según  nos certificó el viceprovincial de la dicha Orden que aquí está y otros religiosos: el cual dicho cacique trajo consigo otros indios, así de la dicha provincia como de otras provincias cercanas de allí, que se dicen los Tagares, y entraron al dicho monasterio, so color que iban a misa, y mataron dos frailes que allí hallaron, porque los otros dos  estaban en la isla de Cubagua a la sazón que aquello pasó, diciendo misa al alcalde mayor y a los otros españoles que allí residen; mataron así mismo  otras nueve personas que estaban en el dicho monasterio, entre los cuales era un indio  de la misma provincia que era lengua con que los dichos religiosos les predicaban nuestra santa fe católica;  y robaron y quemaron el dicho monasterio sin les quedar cosa alguna, y matáronles hasta un caballo y un perro y un carnero que allí tenían los dichos frailes, y, según lo que el viceprovincial nos dice, valía lo que les quemaron de ornamentos y otras cosas mil pesos de oro;  solamente se escapó un indio natural de esta isla que servía  a los frailes, el cual llevó la nueva a la dicha isla de Cubagua a Antonio Flores, alcalde mayor que allí está, el cual dicho alcalde mayor luego que se enteró, proveyó  de cinco barcos con 40 hombres que pudo haber en  la dicha isla y  los envió con los religiosos que allí estaban, y envió  un teniente suyo, porque a la sazón estaba enfermo; los cuales fueron a la dicha provincia de Santafé y hallaron hecho todo  el dicho desbarato, y además hallaron un bergantín que había llegado allí  con cinco españoles, que lo enviaba Hojeda, capitán de una armada, desde dos leguas más abajo, lo habían tomado y desfondado los mismos indios, y muerto los cuatro de ellos, a los cuales tenían ahorcados, y al otro hallaron escondido en una ciénaga junto a la mar, el cual les dijo lo que había pasado en este artículo del bergantín, y como los indios los habían muerto estando en paz rescatando con ellos.
Desde la dicha provincia de Santafé, sabido lo susodicho, la dicha gente con los dichos barcos bajaron a la provincia de Maracapana, que es cinco leguas de allí, por saber lo que había sucedido del dicho capitán Hojeda, y llegado que llegaron cerca del dicho capitán, que estaba en tierra en la playa,  un cuarto de legua de su carabela con once españoles, como los indios vieran  la dicha gente en los dichos barcos, conociendo que venían en socorro del dicho capitán arremetieron con el dicho capitán y gente, y los mataron, que solamente se escaparon dos de ellos que se acogieron a los barcos, el uno herido,  que murió dende a dos días, lo cual visto por la gente de los dichos barcos, fueron a la dicha carabela que estaba sola y la tomaron, y recogieron en sí  más de 150 marcos de perlas que tenía dentro, y la llevaron a la dicha isla de Cubagua.
A este capitán Hojeda había acaecido un caso, y es que el mismo domingo  que fue la muerte de los religiosos dominicos en la tarde,  estando él en la provincia de Guanta, que es dos leguas más debajo de donde está el dicho monasterio, él hizo un exceso que fue que había enviado por la tierra adentro a rescatar maíz,  y trajeron el dicho maíz con ciertos indios que alquilaron para se lo traer hasta la carabela, y llegados a ella, hizo por fuerza a 31 de los dichos indios entrar en la barca, y los llevó por la costa abajo hasta Maracapana, adonde los mataron como dicho es.  Los cuales dichos 31 indios el dicho alcalde mayor  los tomó en sí y no sabiendo que hacer de ellos por lo que había sucedido, nos los envió a este puerto con la misma carabela, para que viésemos lo que de ellos se había de hacer, los cuales pusimos en depósito de ciertas personas que les dan de comer.

El mismo día que dicho alcalde mayor supo en la dicha isla de Cubagua de la muerte de dichos dominicos, temiendo no hiciesen otro tanto a los frailes franciscos, proveyó de enviar gente en ciertos barcos a la provincia de Cumaná a hacérselo saber y avisarles de lo que había acaecido para que, si quisiesen venir a aquella isla, lo hiciesen hasta ver en qué paraba el alboroto  de los dichos indios: lo cual sabido por los dichos frailes, temerosos no hiciesen con ellos lo mismo que con los otros, se recogieron con todo lo más que pudieron y se fueron a la dicha isla de Cubagua de donde juntamente con los otros dos frailes dominicos  que habían escapado, se vinieron a esta isla: todo lo cual, como arriba decimos, pasó desde el dicho domingo 3 de septiembre hasta seis días siguientes.

Después de lo cual, dende a diez días,  sucedió que una carabela, que había partido de esta isla armada para rescatar por la dicha costa, llegó a la dicha provincia de Maracapana, que es donde mataron al dicho Hojeda, y no sabiendo cosa ninguna de lo que allí había pasado, saltaron a tierra a contratar con los dichos indios, como lo hacían en otros viajes; y los mismos indios, los más principales de ellos, entraron en la carabela a comer y a beber de lo que traían, fingiendo con ellos mucha paz y convidándolos que saliesen a tierra, que tenía mucho que rescatar, y que no llevasen armas, porque los indios no se escandalicen, pues eran tan sus amigos: lo cual hicieron así, y salieron en la barca el capitán de la dicha carabela con nueve hombres, y no acabaron de desembarcar  cuando los mataron a todos e incontinenti con sus canoas y piraguas fueron a la dicha carabela por la tomar, y los que en ella estaban, visto lo susodicho, cortaron los cables y se salieron huyendo a la vela y se fueron a la dicha isla de Cubagua.

Dende ocho días que lo sobredicho pasó, llegó a la dicha provincia de Maracapana, donde lo susodicho había acaecido, otra carabela de armada de esta isla, que iba a rescatar por la misma costa, y no sabiendo casa alguna de lo que allí había pasado, saltó en tierra en el mismo puerto con la gente: de la cual los dichos indios hicieron lo mismo que con la carabela pasada, entrándose en ella a comer y beber, y convidándolos a rescate, e hicieron que todos salieran en tierra, y después que los tuvieron todos juntos, mataron 23 hombres de ellos, que solamente escapó el capitán que había quedado en la carabela con otros cuatro hombres, que la trajeron a este puerto, de lo cual por todos generalmente en esta isla  se ha recibido mucha tristeza, principalmente por la muerte de los dichos religiosos españoles, y además por el daño  que se sigue  en cesar al presente el dicho trato y contratación, que, como arriba decimos, era lo que principalmente sostenía esta isla.

Luego que la dicha nueva vino, nos juntamos los jueces y oficiales de V. M.,  y, platicando sobre el remedio de ello, acordamos ser muy necesario el socorro que dicho alcalde pedía, y para ello determinados que en nombre de V. M., se hiciese una armada para la dicha costa de Tierra Firme.

Estando despachando la dicha armada, tornó a escribir el dicho alcalde porque los dichos indios habían puesto en les defender el agua, y habían quemado el monasterio de los frailes franciscos, que hasta entonces no le habían quemado, y había cesado el dicho rescate: lo cual sabido, tornamos a platicar en el dicho negocio y acordamos enviar las dichas tres carabelas, y en otra, si fuere necesario, hasta doscientos hombres para que allí se haga lo que conviene a esta negociación, que consiste en tres cosas: la una, socorrer los que allí están en tanto riesgo y peligro, la otra, castigar a los dichos indios que ha hecho los dichos maleficios tan traidora y alevosamente, porque cuando mataron a los dichos frailes dominicos y les robaron y quemaron el monasterio no había acaecido lo que el capitán Hojeda había hecho la costa abajo,  ni aunque hubiera acaecido había de ser bastante para tan gran mal, antes dice el viceprovincial y los otros frailes que ellos temían que había de acaecer así mismo; la otra, procurar pacificar la dicha costa porque no cese el trato y procurar el agua en Cubagua, sin la cual allá no se puede estar, la cual pacificación no se podría buenamente hacer sin que ellos conozcan que los españoles, cuando quieren, tienen fuerza para les castigar y subjetar, porque hasta aquí, con los haber tratado muy blandamente, sin hacerles mal, por no quebrar los mandamientos de su V. M., los tienen en poco a los españoles, y dicen que somos mujeres y gallinas.

En el cual castigo nos ha parecido que se debe trabajar como se hallan los principales de aquellas provincias que fueron en hacer los dichos delitos, y en ellos ejecutar las penas que merecen, y de los demás que con ellos fueron en los delitos prenderlos y cautivar los que pudieren y traerlos a esta isla y hecho esto, tomar a enviar allá los 31 indios que injustamente fueron traídos, y hacer mucha honra a los guatiaos que son en paz: con lo cual, y con el dicho castigo, creemos que la dicha costa quedará pacífica como de antes, no embargante, todavía nos parece que V. M., debe mandar hacer una fortaleza en la dicha provincia de Cumaná, junto al agua, así para que no impidan el tomar de ella, para su seguridad de los españoles”. (32)

Es bastante lo que se puede decir de este capitán Gonzalo de Ocampo, pero en los documentos que estamos trascribiendo se puede constatar mucho más, y al detalle, sobre la personalidad del capitán y la realidad de los hechos en los cuales participó, y que estudiamos.

El oficio emanado de la Real Audiencia de Santo Domingo de fecha 20 de enero de 1521,  para Gonzalo de Ocampo, dice:

 Hemos visto en estos documentos, que no se pueden modificar, como fue nombrado por la Audiencia de Santo Domingo el capitán Gonzalo de Ocampo, jefe de la expedición de tres carabelas y doscientos hombres, que vinieran a  pacificar por las costas de Cumaná, que eran pueblos de misión; sin embargo muchos historiadores, al contar estos hechos cambian todos los términos, por ejemplo el más luminoso de ellos, Arístides Rojas, dice que la Audiencia mandó alistar una escuadra de cinco navíos tripulados con 300 hombres, y que al pasar por Cubagua  dejó tres carabelas para no alarmar a los indios, y concluye con un panorama de desolación que incluye la desaparición de la misión de los franciscanos, cuando el mismo dice y así consta en los documentos que acabamos de transcribir, que los franciscanos volvieron con el mismo Gonzalo de Ocampo en esa expedición y que en ese mismo año reciben  en ella a Bartolomé de las Casas, y que Ocampo reconstruye lo que los indios habían destruido en Cumaná (Nueva Córdoba) donde llegó con orden de perdonar a los indios de esta provincia, y funda, con ellos, media legua del río arriba, un pueblo al cual bautiza Nueva Toledo, tal como aparece en mapas de 1601 que van en el apéndice de esta obra.

Ramos Martínez dice:  “Cuando a principios de 1521 vino a Cumaná el capitán Gonzalo de Ocampo a castigar y pacificar a los indios sublevados, regresaron los franciscanos a su destruido convento con el P. Fr. Juan Garceto, su prelado, el mismo que ya  antes había tenido igual cargo y que sabía la lengua  de los naturales.

 El Capitán llega más arriba, río arriba, entrando por la boca principal lejos de la Nueva Córdoba, donde estaba la misión franciscana de Cumaná y el pueblo ya en desarrollo de Puerto de Perlas cerca de donde los dominicos se habían establecido hacía más de seis años, en los cerritos que estaban en  la boca del río, con pocas casas como la pinta Castellón; y su monasterio, escuela y sus dos iglesias, donde continuó la obra civilizadora de los misioneros como veremos más adelante; y de ese pueblo que fundó Ocampo, media legua del río arriba, e insisto en ello, porque en este punto también se ha creado confusión, sobre todo por lo difícil que se advertía que pudiese poblarse,  como lo manifestaba Las Casas, que dijo “Ni que lo llamase Sevilla, lo han de poblar”,  esta expresión se debe interpretar, según lo difícil que había sido hacerlo en  la Nueva Córdoba, que quedaba en un puerto seguro a la boca del río, bien defendida;  fundar otro pueblo más adentro del territorio, sumamente poblado de indios indómitos, lo consideraba imposible.  Sin embargo estos dos pueblos inician una etapa de desarrollo, protegidos por Castellón, como podemos apreciar en los documentos y mapas citados y otros que van en el apéndice. Andando el tiempo estos dos polos  se unen y forman la ciudad de Cumaná.     

         De Gonzalo de Ocampo se han escrito muchas cosas que más bien suenan a la magnificación de una gesta que fue despreciable, y la mayor parte inventada por gente interesada en el tráfico de perlas y esclavos. Se dice que,  con una de sus naves, entró por Maracapana, tierra del valiente cacique Toronoima, castellanizado  “Gil González”, al cual Ocampo tiende una celada; lo invita a la nave, a la cual va pacíficamente con otros hombres que lo acompañaban, y súbitamente, un marinero, tal vez entrenado en el arte de matar,  armado con un puñal, se lanza en pos del cacique, y en una lucha desigual, en las aguas virginales, le da muerte al guerrero indómito, que había derrotado a los españoles en varias ocasiones. Ocampo entra luego al pueblo de Maracapana a sangre y fuego, sacrifica a la mayor parte de sus moradores, que habían acudido a recibirlo como acostumbraban, y a los que no asesinó los embarcó para Cubagua, para venderlos como esclavos. Esa fue una de sus proezas.

         Arístides Rojas dice en relación con esta onda destructiva, que: “Pacifica toda la comarca, cubierta, puede decirse, de funeral desolación, talados los campos, en ruina los poblados, en fuga los moradores, y en escombros los monasterios todavía humeantes” (34). 

En realidad es una visión fugaz  de lo que pasó; porque también Ocampo, hace la paz con los indígenas de Cumaná, reconstruye la misión de los franciscanos y funda un pueblo con la ayuda de Don Diego cacique de Maracapana;  a cuyo pueblo  nombra Nueva Toledo, fundado media legua del río Cumaná arriba, entrando por el cauce principal muy lejos de Nueva Córdoba done  estaban las misiones, 


No en otra parte como sugieren  muchos historiadores y cronistas, tal como puede comprobarse en el mapa de 1601, que va en el apéndice;   construyó 21 casas y un fuerte donde pensaba gobernar y permanecer algún tiempo, y lo hubiese hecho, de no ser por la llegada a Cumaná de fray Bartolomé de Las Casas, con  Cédulas Reales que revocaban su mandato,  como luego veremos.  

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