RAMÓN BADARACCO
GONZALO DE OCAMPO
EL VERDUGO
CUMANÁ 2011
Autor Tulio Ramón Badaracco
Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra:
GONZALO DE OCAMPO, EL
VERDUGO
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta
R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
cronista40@hotmail .com
academia.sucre@gmail.com
Cel. 0416-8114374
INTRODUCCIÓN
El Capitán Gonzalo de Ocampo no fue el fundador de Cumaná, y es un
insulto tenerlo como tal; y no vino a tierra firma a fundar pueblos sino a
castigar a los indígenas, fue un verdugo implacable, que asesinó a los padres
de familia de nuestro pueblo. Él,
después de cumplir su sanguinaria misión, construyó un fuerte y un campamento
de 21 casas a más de una legua del pueblo que se desarrollaba, al lado de las
misiones dominicas y franciscanas, cerca de
Puerto de Perlas, que ya era un puerto importante, que se desarrollaba
en la isla que quedaba en la desembocadura del río Chiribichií (la última “i”
alargada), como dice Bartolomé de Las Casas,
a cuyo campamento, le dio el nombre de Villa de Toledo; y tuvo la suerte de que el emperador Carlos I,
la tomara como capital de la provincia porque no podía tomar como tal, al
pueblo de misiones, ni al Puerto de la isla de las Perlas, donde se construía
el fuerte de Santa Cruz de La Vista, que constituyen el verdadero origen de
Cumaná, porque debido a su crecimiento, a la permanencia de las misiones y los
misioneros, la aceptación de los indígenas que aceptaron poblar con los
españoles, allí se estableció y allí se organizó su verdadero gobierno; y la
Villa de Toledo duró muy pocos meses, ya que fue abandonada al partir Gonzalo
de Ocampo; y Gonzalo de Ocampo fue
enviado como verdugo y no reúne las condiciones morales ni espirituales como
para sustituir a Fray Pedro de Córdoba, el cual si se merecer el tratamiento de
fundador de nuestro pueblo, en la tierra de los primeros mártires del cristianismo
en el Nuevo Continente, el sembró la palabra de Cristo entre nosotros en el
continente y fue el que fundo las misiones y trajo a ellas a muchos misioneros
que dedicaron su vida a la enseñanza del evangelio y fundaron la primera
escuela de la tierra firme con los indígenas
de donde salieron los primeros sacerdotes católicos a evangelizar a sus
iguales en la zona oriental de Venezuela
que ya se conocía como la provincia de Paria. De tal suerte que iba a ser sede
apostólica en 1519 y por ser el único pueblo que tenía dos iglesias en esta provincia
y prueba de ello es que Pedro Barbirio su primer prelado debía venir a ocupar
su obispado junto con Bartolomé de las Casas en 1521, y por razones que no
vienen al caso señalar no pudo embarcarse y se frustró la impetración de la
sede apostólica
LA REBELIÓN DE TORONOIMA Y MARAGUEY.
El padre
Bartolomé de Las Casas, llamado el Protector de los indios, en su obra
“Historia de Las Indias” (1), da su versión de la rebelión en 1521, del cacique
de Maracapana, el indómito, sabio y valiente Toronoima, al cual según el Dr.
Salazar Cordero Cronista de Guanta, los españoles habían bautizado con el
nombre de Gil González, cuando estuvo en Quisqueya (2), isla de Santo Domingo o
La Española, donde residían para esa época, los poderes reales. Al parecer
muchos caciques de la costa oriental, fueron llevados a Santo Domingo, como el
cacique Cawaná, bautizado Alonso, y era tratado como rey, el Don se le dio como
atributo de su personalidad: “Don Alonso”
Las Casas,
arribó a la isla de Puerto Rico en 1521, probablemente el 15 de febrero
(3), dotado de poderes reales que le
confirió la Regencia en el reinado de Carlos I de España y V de Alemania, y se
enteró de las novedades del alzamiento de los indios caribe-Tagares que
poblaban un reino en las costas de Tierra Firme, en Chiripichi (4), Pedro de Córdoba, al
fundar la misión, lo llamó “Chiribiche de Santa Fe”, y para la fecha de la
rebelión, con permiso del Cacique,
habían construido una iglesia y una casa, y se dedicaban a la enseñanza
de los indios, a los cuales les enseñaban religión y también a sembrar y pescar
con redes, así las cosas, cuando surgieron, como solían hacer, unos
españoles que se dedicaban al comercio de esclavos.
Esta
partida esclavista iba bajo el mando de
un tal Alonso de Ojeda, homónimo del conquistador y se dice que era su padre, que
habían armado un navío para “rescatar” o
sea, capturar indios; dice Las
Casas: “corrían la costa que llamaban Tierra Firme, visitando
los pueblos indígenas, buscando indios
para llevarlos a Quisqueya y venderlos como esclavos, venían del Oeste
hacia el Este barriendo las costas,
hasta llegar a Chiribiche (Santa Fe), tierra del cacique Maraguey, donde
estaba la misión de predicadores de Pedro de Córdoba.
Los
misioneros recibieron a los expedicionarios de Alonso de Ojeda, el impostor, y
a su tripulación con ingenua alegría. Dice Las Casas que Ojeda preguntó por el
cacique y este se presentó. Lo interrogó: ¿Dónde están los indios que comen
carne humana? Eso bastó para que el
indio herido en su amor propio, se marchara protestando. Ojeda se dio cuenta de
que no iba a poder hacer sus tropelías en ese pueblo, por estar amparados por
los misioneros, y se marchó con rumbo a Maracapana, el reino de Toronoima,
donde estuvo algún tiempo
Ojeda se entendió con Toronoima, le compró 50 cargas
de maíz. Pidió a los indios que se los
llevaran a los barcos que les pagaría el acarreo con vinos españoles, a los
cuales eran aficionados. Cuenta Las
Casas que una vez en la playa, los españoles sacaron las armas, mataron a
varios indios y a los demás se los llevaron a los barcos.
Al otro día Ojeda volvió al pueblo de Toronoima,
como si nada hubiese pasado, pero allí lo estaba esperando el Cacique con sus
guerreros emboscados, los cuales a una orden del Cacique, atacaron sin
importarles las armas que llevaban los españoles, ni el riesgo que corrían, y
le dieron muerte al tal Ojeda, y a seis más de sus compañeros, algunos
esclavistas pudieron fugarse
milagrosamente y llevar a Santo Domingo su versión de los hechos,
iniciándose así en la tierra virgen americana, la guerra de resistencia
indígena.
“Se apellidó la tierra”, dice Las Casas, es decir
sonaron las maderas por toda la serranía, comunicando el suceso. Esto supone el
conocimiento de una especie de código con el cual se comunicaban los indígenas.
El 19 de septiembre
de 1520, estando los indígenas en pie de guerra, arriba a las costas de la
provincia de Cumaná una expedición de tratantes de esclavos, bajo el mando del
Capitán Hernando Ibáñez, y caen en una emboscada ejecutada por Maraguey y
Toronoima, estos caciques convocaron a todos los caciques indígenas de sus
reinos para la guerra contra los conquistadores.
“Se apellidó la tierra”, con ello quería
decir que las maderas sonaron a muerte y, aquellos hombres suscribieron el primer acto de
guerra contra los invasores, y la continuación
de la resistencia indígena, luego, miles de aborígenes
en los reinos de los Chaimas, Tagares y Cumanagotos, levantados en armas, defenderían su
territorio, con las armas que
tenían: flechas y cerbatanas
contra elementos de guerra desiguales; mosquetes espadas perros terribles y
caballos En estas acciones en el valle del Chiripiche, mueren decenas de
indígenas, pero también rinden
sus vidas el Capitán Ibáñez y todos sus hombres, y otros que arribaron a
nuestras tierras para capturar indígenas y perecieron en fieros combates.
La guerra continuó,
todos los caciques se unieron para defender su tierra, su civilización de 14
mil años, se iniciaba la primera guerra contra “los conquistadores” en tierra
firme del Continente Americano Otra
expedición de 46 hombres, bajo el mando de los capitanes Villafañe y Gregorio
Ocaña, con el mismo propósito de “rescatar” indios, también fue emboscada y
derrotada, íntegramente sacrificada en otra batalla planificada y ejecutada por
los mismos caciques, después de terrible
y dramático combate.
Estos heroicos
caciques fueron ejecutados, pero sus huestes nunca fueron derrotadas, Cayaurima
y cientos de caciques aglutinados bajo su mando se convierten en un ejército
indomable que mantuvo la resistencia por más de cien años.
Notas.
1.- Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias. Editora Nacional, S.
A. México. D. F. 1951.
2.- Quisqueya, nombre originario de la Isla de
Santo Domingo,
3.- Dato de Don Vicente Rubio, en
su obra “Los primeros mártires dominicos de América”
4.- Chiripichi, Chiripiche,
Chiribichií, Chichiripichi, Chichiribiche, esta palabra de la lengua Caribe, ha
sido usado por diferentes autores en diferentes formas creando confusión entre
los cronistas. Es indudable que el río de Santa Fe se llama Chiripiche, porque
es el nombre que usa Pedro de Córdoba, y el río de Cumaná, se llama Chiribichií,
la última luenga, como dice Las Casas. Pichi o bichi quiere decir río, ver
Tavera Acosta. Venezuela Precoloniana. Pág. 22.
Nota. Uso la palabra “indio(s)”
porque es la usada por Las Casas, entiéndase aborigen.
GONZALO DE OCAMPO
El Capitán Gonzalo de Ocampo fue enviado a las misiones de la zona
oriental de a América que ya se conocía como la provincia de Paria en 1520 por
la Real Audiencia de Santo Domingo, con la finalidad de castigar a los
indígenas que se habían levantado contra el Imperio y le hacían cruda guerra.
“A vos capitán Gonzalo de Ocampo cometemos el
castigo de los indios de las provincias de Cumaná, Santa Fe, los Tagares,
Maracapana, a cuyos caciques é especialmente a los llamados Maraguey, Don
Diego, Gil González e Pasamonte e otros con sus indios, se había procurado dar
doctrina e regalar para que se convirtiesen. E ellos lejos de agradecerlo,
habrá un año que andando contratando con ellos ciertos capitanes españoles, los
mataron con 40 hombres, e habrá cuatro meses mataron también a los dos frailes
dominicos, el uno revestido para decir misa, &, luego mataron al capitán
Hernando Ibáñez con cinco españoles. Los de Maracapana mataron al capitán
Hojeda e a sus compañeros alevosamente, e del mismo modo a los capitanes
Villafañe e Gregorio de Ocaña con 46 hombres, e quemaron el monasterio de los
franciscanos de Cumaná. Después hecha una gran junta con gran alboroto, e tañido de cornetas,
armados con sus arcos e flechas, defendieron el agua a los de Cubagua en el río
de Cumaná e queriendo tomarla en la isla Margarita, fueron a defendérsela
también con muchas canoas; echaron ponzoña al agua, causas solas que obligaron
al alcalde mayor e gente a desamparar a Cubagua dejando sus casa e copia
de bastimentos, rescates, &, para
remedio de este, iréis vos el capitán
Gonzalo de Ocampo con esa flota directamente a Santa Fe; procuraréis prender a
Maraguey e a su hermano e a cuantos caciques e indios de esa provincia pudiéredes,
pues todos fueron concentrados en matar los dominicos o enviarlos heis acá para que se haga justicia. Hacerles, si
se resisten, cruda guerra, e captivarlos e pacificad la tierra. Lo mismo haréis
con los Tagares, que fueron en favorecer a los de Santa Fe. En Maracapana
requerid que os entreguen los caciques Gil González e Don Diego e cuantos
fueron en la muerte de dichos capitanes.
En Cariaco, Cumaná e La Margarita, aunque
inducidos por los otros, ayudaron también, decid que los perdonamos, pero que
entiendan que se les tratará con rigor si reinciden. En Cumaná especialmente
haced que les hable el Padre Fr. Juan Garceto, que con vos llevéis, pues sabe
la lengua e que van en paz. Generalmente lo dejaréis todo pacífico para que
pueda volver la contratación como antes, e los religiosos puedan ir a les
doctrinar, bautizar, &, como antes hacían sin riesgo. Para todo vos damos poder cumplido, &,
Santo Domingo a 20 de enero de 1521”
(33).
LA RESISTENCIA INDÍGENA
Los indígenas se levantaron al grito de guerra de Maraguey y Toronoima
contra los esclavistas, por crímenes y maltratos recibidos de los salteadores
españoles entonces procedieron a declarar la guerra Las Casas dice “Se apellidó
la tierra” sonaron incansables las maderas con el anuncio de la guerra contra
los invasores y procedieron a matar a los misioneros y sirvientes y a incendiar las misiones capuchinas y
franciscanas y se unieron en batallas contra ellos.
Entonces el capitán Ocampo partió en cumplimiento de su misión con seis navíos y doscientos cincuenta
hombres. En su empresa, ajustició a la mayor parte de los jefes de familia
Chaimas Caribes y capturó gran cantidad de indios que fueron enviados como
esclavos a Santo Domingo y Puerto Rico.
Siguiendo su proyecto y las órdenes reales, al año siguiente después de
haber reconstruido las misiones y logrado que los pescadores de perlas
volvieran a sus tareas normales en Puerto de Perlas y en Cubagua fundó el
pueblo de Nueva Toledo y construyó la
fortaleza. Ésta tuvo una corta duración y nunca se consolidó como ciudad.
Bartolomé de las Casas llegó al poblado de veintiuna casas probablemente en lo
que es hoy el barrio de San Francisco en 1521, y le fue entregado por Ocampo.
Pero Bartolomé de Las Casas se expresó despectivamente del pueblo construido
por Ocampo y dijo “Ni que lo llame Sevilla lo poblaran los indios”
Hasta 1520 se mantuvo el crecimiento de la ciudad
y la paz en la misión de Cumaná; en 6
años de duro trabajo los misioneros dominicos a cuyo frente se mantenía Pedro
de Córdoba y los franciscanos de Juan Garceto ya tenían
dos iglesias y dos monasterios logrados con su amor y la
palabra de Cristo y la colaboración de los descendientes del cacique Cawaná que
habían trabajado en la consolidación y
progreso de ese pueblo que en 1519 había sido escogido como sede del primer
obispado de la tierra firme,
Puerto de Perlas y luego Nueva Córdoba sin
embargo, todo hacía presagiar el peligro de la guerra.
El crecimiento de la ciudad de Nueva Cádiz con
todos los vicios que trajo la riqueza perlera en la Isla de Cubagua, la
explotación desenfrenada, el maltrato de los obreros indígenas y el tráfico de
esclavos indios y negros y la codicia, fueron los detonantes de la guerra.
Las Casas nos cuenta el primer episodio de esta
guerra. Él dice: Un tratante
de esclavos de nombre Alonso de Ojeda, capturó en Maracapana, muy cerca de
Chiribiche, a 15 leguas del pueblo de Cumaná, a un grupo de indios Tagares para
venderlos en Nueva Cádiz. Los caciques de la zona: Maraguey, Pasamonte,
Toronoima y Diego, juraron vengarse, y el 3 de octubre de ese año de 1520, asaltaron
el convento de Santa Fe de Chiribiche, y mataron a dos misioneros dominicos, y luego vinieron sobre Cumaná y
destruyeron el monasterio y las iglesias, y todo cuanto aquí había. El pueblo
opuso tenaz resistencia, muriendo en la
refriega los capitanes Ojeda, Villafañe,
Gregorio Ocampo y 26 soldados que componían la defensa de la ciudad,
pero los frailes y la gran mayoría de los habitantes de la ciudad pudieron huir
hacia la Nueva Cádiz
y la Margarita.
José Mercedes Gómez Cronista Oficial de Cumaná,
dice que: “Estos hechos corroboran, además del acto
criminal de Ojeda y la represalia indígena dos cosas: primero, que la misión de
Cumaná, era más importante que la de Santa Fe
pues tenía mayor número de frailes y segundo que para el año de 1520 habitaban
en Cumaná españoles provenientes de
Cubagua asentados en la costa firme, la
cual por razones de clima, seguridad y alimentación, les era más propicia que
la vecina isla…”(31).
No se hizo esperar la reacción del Imperio, ante
la destrucción de los pueblos españoles de Cumaná y Santa Fe, y la muerte de
los misioneros y soldados; el 21 de
enero de 1521 la Real Audiencia de Santo Domingo, envió una expedición punitiva bajo el mando del
Capitán Gonzalo de Ocampo, formada por tres carabelas y 200 hombres
de armas, con la orden expresa de castigar a los insurrectos. Veamos el informe
presentado por el Capitán Gonzalo de
Ocampo:
“Muy altos y poderosos señores: A V. A., se ha hecho reclamación como el Lcdo. Rodrigo
de Figueroa, por comisión de V. A. hizo
cierta declaración de las partes y provincias de las islas y Tierra Firme de
donde se podían traer por esclavos los
indios caribes que comen carne humana, y las otras partes donde declaró ser guatiaos y defendió que no se les hiciese guerra, de los cuales
guatiaos las principales partes y más pacíficas y usadas por los dichos
españoles eran en la dicha costa de Tierra Firme, desde la provincia de Cariaco
hasta la provincia de Maracapana, en que
podrá haber de costa al luengo 15
leguas, no embargante que más al poniente y al occidente había y hay indios
guatiaos que tienen amistad y
contratación con los españoles; desde dicho Cariaco hasta la dicha Maracapana
es lo que cae más en contra de la isla de Cubagua donde pescan y rescatan las perlas y donde vienen los indios más
generalmente a la pesquería.
En esa dicha Costa entra una provincia que se dice
Cumaná, que es donde los religiosos de San Francisco tenían más había de seis
años un monasterio con ciertos frailes de su Orden; cinco leguas por la dicha
costa más al occidente está la provincia de Chiribichí, que agora se llama
Santafé, en la cual los religiosos de la Orden de Santo Domingo tenían otro
monasterio, otras cinco leguas más abajo cabe dicha provincia de Maracapana, en
que está un pueblo de indios.
Después de
la dicha declaración por un tomador de las licencias que el dicho Lcdo.
Figueroa dió, y con ciertas instrucciones de que él habrá enviado el traslado a
V. A., han ido así de esta isla como de
la de San Juan a la dicha costa de Tierra Firme a rescate de perlas y guanines
y esclavos, y se ha multiplicado tanto
el trato a causa de esta negociación que certificamos a V. A., la perdición de esta isla si esto no hubiera,
que ha dado en que entender a todos
generalmente esta isla estuviera harto más perdida y no hubiera casi trato ninguno.
Agora hacemos saber a V. A., que, estando este
trato y negociación pacífica y muy más acrecentada que nunca estuvo, un
domingo, que se contaron tres días del
mes de septiembre pasado, habiendo los religiosos dominicos tañido a misa, como
los tenía de costumbre, y estando vestido el uno de ellos para la decir, vino a la dicha un cacique de la dicha provincia, que se llama Maraguey,
que era vecino muy cercano al dicho monasterio y a quien los frailes
hacía mejor tratamiento que a los otros y le había curado y hecho muchos
beneficios, según nos certificó el
viceprovincial de la dicha Orden que aquí está y otros religiosos: el cual
dicho cacique trajo consigo otros indios, así de la dicha provincia como de
otras provincias cercanas de allí, que se dicen los Tagares, y entraron al
dicho monasterio, so color que iban a misa, y mataron dos frailes que allí
hallaron, porque los otros dos estaban
en la isla de Cubagua a la sazón que aquello pasó, diciendo misa al alcalde
mayor y a los otros españoles que allí residen; mataron así mismo otras nueve personas que estaban en el dicho monasterio,
entre los cuales era un indio de la
misma provincia que era lengua con que los dichos religiosos les predicaban
nuestra santa fe católica; y robaron y
quemaron el dicho monasterio sin les quedar cosa alguna, y matáronles hasta un
caballo y un perro y un carnero que allí tenían los dichos frailes, y, según lo que el viceprovincial nos dice,
valía lo que les quemaron de ornamentos y otras cosas mil pesos de oro; solamente se escapó un indio natural de esta
isla que servía a los frailes, el cual
llevó la nueva a la dicha isla de Cubagua a Antonio Flores, alcalde mayor que
allí está, el cual dicho alcalde mayor luego que se enteró, proveyó de cinco barcos con 40 hombres que pudo haber
en la dicha isla y los envió con los religiosos que allí
estaban, y envió un teniente suyo,
porque a la sazón estaba enfermo; los cuales fueron a la dicha provincia de
Santafé y hallaron hecho todo el dicho
desbarato, y además hallaron un bergantín que había llegado allí con cinco españoles, que lo enviaba Hojeda,
capitán de una armada, desde dos leguas más abajo, lo habían tomado y
desfondado los mismos indios, y muerto los cuatro de ellos, a los cuales tenían
ahorcados, y al otro hallaron escondido en una ciénaga junto a la mar, el cual
les dijo lo que había pasado en este artículo del bergantín, y como los indios
los habían muerto estando en paz rescatando con ellos.
Desde la dicha provincia de Santafé, sabido lo
susodicho, la dicha gente con los dichos barcos bajaron a la provincia de
Maracapana, que es cinco leguas de allí, por saber lo que había sucedido del
dicho capitán Hojeda, y llegado que llegaron cerca del dicho capitán, que
estaba en tierra en la playa, un cuarto
de legua de su carabela con once españoles, como los indios vieran la dicha gente en los dichos barcos, conociendo
que venían en socorro del dicho capitán arremetieron con el dicho capitán y
gente, y los mataron, que solamente se escaparon dos de ellos que se acogieron
a los barcos, el uno herido, que murió
dende a dos días, lo cual visto por la gente de los dichos barcos, fueron a la
dicha carabela que estaba sola y la tomaron, y recogieron en sí más de 150 marcos de perlas que tenía dentro,
y la llevaron a la dicha isla de Cubagua.
A este capitán Hojeda había acaecido un caso, y es
que el mismo domingo que fue la muerte
de los religiosos dominicos en la tarde,
estando él en la provincia de Guanta, que es dos leguas más debajo de donde
está el dicho monasterio, él hizo un exceso que fue que había enviado por la
tierra adentro a rescatar maíz, y
trajeron el dicho maíz con ciertos indios que alquilaron para se lo traer hasta
la carabela, y llegados a ella, hizo por fuerza a 31 de los dichos indios
entrar en la barca, y los llevó por la costa abajo hasta Maracapana, adonde los
mataron como dicho es. Los cuales dichos
31 indios el dicho alcalde mayor los
tomó en sí y no sabiendo que hacer de ellos por lo que había sucedido, nos los
envió a este puerto con la misma carabela, para que viésemos lo que de ellos se
había de hacer, los cuales pusimos en depósito de ciertas personas que les dan
de comer.
El mismo día que dicho alcalde mayor supo en la
dicha isla de Cubagua de la muerte de dichos dominicos, temiendo no hiciesen
otro tanto a los frailes franciscos, proveyó de enviar gente en ciertos barcos
a la provincia de Cumaná a hacérselo saber y avisarles de lo que había acaecido
para que, si quisiesen venir a aquella isla, lo hiciesen hasta ver en qué
paraba el alboroto de los dichos indios:
lo cual sabido por los dichos frailes, temerosos no hiciesen con ellos lo mismo
que con los otros, se recogieron con todo lo más que pudieron y se fueron a la
dicha isla de Cubagua de donde juntamente con los otros dos frailes
dominicos que habían escapado, se
vinieron a esta isla: todo lo cual, como arriba decimos, pasó desde el dicho
domingo 3 de septiembre hasta seis días siguientes.
Después de lo cual, dende a diez días, sucedió que una carabela, que había partido
de esta isla armada para rescatar por la dicha costa, llegó a la dicha
provincia de Maracapana, que es donde mataron al dicho Hojeda, y no sabiendo
cosa ninguna de lo que allí había pasado, saltaron a tierra a contratar con los
dichos indios, como lo hacían en otros viajes; y los mismos indios, los más
principales de ellos, entraron en la carabela a comer y a beber de lo que
traían, fingiendo con ellos mucha paz y convidándolos que saliesen a tierra,
que tenía mucho que rescatar, y que no llevasen armas, porque los indios no se
escandalicen, pues eran tan sus amigos: lo cual hicieron así, y salieron en la
barca el capitán de la dicha carabela con nueve hombres, y no acabaron de
desembarcar cuando los mataron a todos e
incontinenti con sus canoas y piraguas fueron a la dicha carabela por la tomar,
y los que en ella estaban, visto lo susodicho, cortaron los cables y se
salieron huyendo a la vela y se fueron a la dicha isla de Cubagua.
Dende ocho días que lo sobredicho pasó, llegó a la
dicha provincia de Maracapana, donde lo susodicho había acaecido, otra carabela
de armada de esta isla, que iba a rescatar por la misma costa, y no sabiendo
casa alguna de lo que allí había pasado, saltó en tierra en el mismo puerto con
la gente: de la cual los dichos indios hicieron lo mismo que con la carabela
pasada, entrándose en ella a comer y beber, y convidándolos a rescate, e
hicieron que todos salieran en tierra, y después que los tuvieron todos juntos,
mataron 23 hombres de ellos, que solamente escapó el capitán que había quedado
en la carabela con otros cuatro hombres, que la trajeron a este puerto, de lo
cual por todos generalmente en esta isla
se ha recibido mucha tristeza, principalmente por la muerte de los
dichos religiosos españoles, y además por el daño que se sigue
en cesar al presente el dicho trato y contratación, que, como arriba
decimos, era lo que principalmente sostenía esta isla.
Luego que la dicha nueva vino, nos juntamos los
jueces y oficiales de V. M., y,
platicando sobre el remedio de ello, acordamos ser muy necesario el socorro que
dicho alcalde pedía, y para ello determinados que en nombre de V. M., se
hiciese una armada para la dicha costa de Tierra Firme.
Estando despachando la dicha armada, tornó a
escribir el dicho alcalde porque los dichos indios habían puesto en les
defender el agua, y habían quemado el monasterio de los frailes franciscos, que
hasta entonces no le habían quemado, y había cesado el dicho rescate: lo cual sabido,
tornamos a platicar en el dicho negocio y acordamos enviar las dichas tres
carabelas, y en otra, si fuere necesario, hasta doscientos hombres para que
allí se haga lo que conviene a esta negociación, que consiste en tres cosas: la
una, socorrer los que allí están en tanto riesgo y peligro, la otra, castigar a
los dichos indios que ha hecho los dichos maleficios tan traidora y
alevosamente, porque cuando mataron a los dichos frailes dominicos y les
robaron y quemaron el monasterio no había acaecido lo que el capitán Hojeda
había hecho la costa abajo, ni aunque
hubiera acaecido había de ser bastante para tan gran mal, antes dice el
viceprovincial y los otros frailes que ellos temían que había de acaecer así
mismo; la otra, procurar pacificar la dicha costa porque no cese el trato y
procurar el agua en Cubagua, sin la cual allá no se puede estar, la cual
pacificación no se podría buenamente hacer sin que ellos conozcan que los
españoles, cuando quieren, tienen fuerza para les castigar y subjetar, porque hasta
aquí, con los haber tratado muy blandamente, sin hacerles mal, por no quebrar
los mandamientos de su V. M., los tienen en poco a los españoles, y dicen que
somos mujeres y gallinas.
En el cual castigo nos ha parecido que se debe
trabajar como se hallan los principales de aquellas provincias que fueron en
hacer los dichos delitos, y en ellos ejecutar las penas que merecen, y de los
demás que con ellos fueron en los delitos prenderlos y cautivar los que
pudieren y traerlos a esta isla y hecho esto, tomar a enviar allá los 31 indios
que injustamente fueron traídos, y hacer mucha honra a los guatiaos que son en
paz: con lo cual, y con el dicho castigo, creemos que la dicha costa quedará
pacífica como de antes, no embargante, todavía nos parece que V. M., debe
mandar hacer una fortaleza en la dicha provincia de Cumaná, junto al agua, así
para que no impidan el tomar de ella, para su seguridad de los españoles”. (32)
Es bastante lo que se puede decir de este capitán
Gonzalo de Ocampo, pero en los documentos que estamos trascribiendo se puede
constatar mucho más, y al detalle, sobre la personalidad del capitán y la
realidad de los hechos en los cuales participó, y que estudiamos.
El oficio emanado de la Real Audiencia de Santo
Domingo de fecha 20 de enero de 1521,
para Gonzalo de Ocampo, dice:
Hemos visto
en estos documentos, que no se pueden modificar, como fue nombrado por la Audiencia de Santo
Domingo el capitán Gonzalo de Ocampo, jefe de la expedición de tres carabelas y
doscientos hombres, que vinieran a
pacificar por las costas de Cumaná, que eran pueblos de misión; sin
embargo muchos historiadores, al contar estos hechos cambian todos los
términos, por ejemplo el más luminoso de ellos, Arístides Rojas, dice que la Audiencia mandó alistar
una escuadra de cinco navíos tripulados con 300 hombres, y que al pasar por
Cubagua dejó tres carabelas para no
alarmar a los indios, y concluye con un panorama de desolación que incluye la
desaparición de la misión de los franciscanos, cuando el mismo dice y así consta
en los documentos que acabamos de transcribir, que los franciscanos volvieron
con el mismo Gonzalo de Ocampo en esa expedición y que en ese mismo año
reciben en ella a Bartolomé de las
Casas, y que Ocampo reconstruye lo que los indios habían destruido en Cumaná
(Nueva Córdoba) donde llegó con orden de perdonar a los indios de esta
provincia, y funda, con ellos, media legua del río arriba, un pueblo al cual
bautiza Nueva Toledo, tal como aparece en mapas de 1601 que van en el apéndice
de esta obra.
Ramos Martínez dice: “Cuando a principios de 1521 vino a Cumaná el
capitán Gonzalo de Ocampo a castigar y pacificar a los indios sublevados,
regresaron los franciscanos a su destruido convento con el P. Fr. Juan Garceto,
su prelado, el mismo que ya antes había
tenido igual cargo y que sabía la lengua
de los naturales.
El Capitán
llega más arriba, río arriba, entrando por la boca principal lejos de la Nueva
Córdoba, donde estaba la misión franciscana de Cumaná y el pueblo ya en
desarrollo de Puerto de Perlas cerca de donde los dominicos se habían
establecido hacía más de seis años, en los cerritos que estaban en la boca del río, con pocas casas como la
pinta Castellón; y su monasterio, escuela y sus dos iglesias, donde continuó la
obra civilizadora de los misioneros como veremos más adelante; y de ese pueblo
que fundó Ocampo, media legua del río arriba, e insisto en ello, porque en este
punto también se ha creado confusión, sobre todo por lo difícil que se advertía
que pudiese poblarse, como lo manifestaba
Las Casas, que dijo “Ni que lo llamase Sevilla, lo han de poblar”, esta expresión se debe interpretar, según lo
difícil que había sido hacerlo en la Nueva Córdoba, que quedaba en un puerto
seguro a la boca del río, bien defendida;
fundar otro pueblo más adentro del territorio, sumamente poblado de
indios indómitos, lo consideraba imposible.
Sin embargo estos dos pueblos inician una etapa de desarrollo,
protegidos por Castellón, como podemos apreciar en los documentos y mapas
citados y otros que van en el apéndice. Andando el tiempo estos dos polos se unen y forman la ciudad de Cumaná.
De Gonzalo de Ocampo se han escrito
muchas cosas que más bien suenan a la magnificación de una gesta que fue
despreciable, y la mayor parte inventada por gente interesada en el tráfico de
perlas y esclavos. Se dice que, con una
de sus naves, entró por Maracapana, tierra del valiente cacique Toronoima,
castellanizado “Gil González”, al cual
Ocampo tiende una celada; lo invita a la nave, a la cual va pacíficamente con
otros hombres que lo acompañaban, y súbitamente, un marinero, tal vez entrenado
en el arte de matar, armado con un
puñal, se lanza en pos del cacique, y en una lucha desigual, en las aguas
virginales, le da muerte al guerrero indómito, que había derrotado a los españoles
en varias ocasiones. Ocampo entra luego al pueblo de Maracapana a sangre y
fuego, sacrifica a la mayor parte de sus moradores, que habían acudido a
recibirlo como acostumbraban, y a los que no asesinó los embarcó para Cubagua,
para venderlos como esclavos. Esa fue una de sus proezas.
Arístides
Rojas dice en relación con esta onda destructiva, que: “Pacifica toda la
comarca, cubierta, puede decirse, de funeral desolación, talados los campos, en
ruina los poblados, en fuga los moradores, y en escombros los monasterios
todavía humeantes” (34).
En realidad es una visión fugaz de lo que pasó; porque también Ocampo, hace
la paz con los indígenas de Cumaná, reconstruye la misión de los franciscanos y
funda un pueblo con la ayuda de Don Diego cacique de Maracapana; a cuyo pueblo
nombra Nueva Toledo, fundado media legua del río Cumaná arriba, entrando
por el cauce principal muy lejos de Nueva Córdoba done estaban las misiones,
No en otra parte como sugieren muchos historiadores y cronistas, tal como
puede comprobarse en el mapa de 1601, que va en el apéndice; construyó 21 casas y un fuerte donde pensaba
gobernar y permanecer algún tiempo, y lo hubiese hecho, de no ser por la
llegada a Cumaná de fray Bartolomé de Las Casas, con Cédulas Reales que revocaban su mandato, como luego veremos.
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