viernes, 14 de octubre de 2016

ÁGUILA BLANCA. TOMO I


RAMÓN BADARACCO



ÁGUILA BLANCA









CUMANÁ 2013


Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Prólogo:
Copyright T. Ramón Badaracco R. 2013
Primera edición 2012
Ejemplares
Hecho el depósito de ley
Título original: AGUILA BLANCA
Primera edición
Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta T. R. B. R.
Ilustración de la cubierta  T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
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DEL GRAN  ORADOR CUMANÉS  JOSÉ FERNANDO NÚÑEZ.
De tal modo, que si alcanzáis a testar los hazañosos hechos del magnánimo vengador de los Incas, habréis quitado sus cúpulas al soberbio edificio del Semi Dios andino. Dad a Sucre la voluntad acerada, la inspiración reveladora, la encarnación de la idea que hay en el alma de Bolívar, y habréis hecho de Sucre la personalidad más acabada en todos los tiempos del Universo. Y viceversa, poned en Bolívar las virtudes republicanas de Sucre, y habréis hecho un Dios. José Fernando Núñez.
DE SIMÓN BOLÍVAR
SUCRE: “Se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor. En los campos de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de los más audaces rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas” Bolívar.
En el asedio de Cumaná, en la toma de Güiria, en los dos asaltos sobre Carúpano, en la ocupación de Río Caribe,  en la acción de Cantaura que jalonan los mayores acontecimientos  orientales de los años 18 y 19, Sucre está presente, y se le ve en los combates en los sitios donde el plomo  devoraba más víctimas. En todas partes hace prodigios de valor y con incansable actividad  vuela del hospital  de sangre  donde hace cuidar a los heridos  hasta las primeras trincheras  donde se hace necesario  alentar a los soldados” Bolívar 
DE LAUREANO VILLANUEVA.
Sucre combate en toda la campaña de 1813 bajo el mando de Mariño, nos dice Laureano Villanueva, uno de sus mejores biógrafos: “Unas veces como primer ayudante del General Mariño y otras como comandante del batallón de zapadores, formado por el mismo. Pelea en Irapa; asiste al encuentro en que sesenta republicanos derrotan cuatrocientos soldados de Cerveriz; concurre a tomar a Maturín y después a defenderlo en los tres asaltos que le dieron los españoles Brigadier Fernández de la Hoz, Capitán de Fragata Bobadilla y por último Monteverde. Mariño persigue a los rechazados y los desbarata en las acciones de Magueyes, Corosillo y Cumanacoa. Laureano Villanueva.



Yo digo como lo hizo…. R. B.
























ÁGUILA BLANCA, EL SOBRENOMBRE DE ANTONIO JOSE DE SUCRE.
Para la celebración del centenario de la batalla de Ayacucho, Marco Tulio Badaracco Bermúdez,   comenzó a calentar el ambiente en Cumaná, para el gran Aniversario, y publicó lo referente a la develación del gran monumento a Sucre en   Maracay, vemos:
El 27 de enero de 1924 publica en su periódico “El Disco” “HOMENAJE AL PALADIN AGUILA BLANCA”
  Como anunciamos en edición anterior de este bisemanario, el Ejecutivo del Estado Aragua, decretó días de fiesta, para aquella Entidad Federal, los días 20, y 22 del corriente, con motivo de la inauguración de la estatua del Gran Mariscal de Ayacucho, decretada por el General Juan Vicente Gómez,  para ser colocada  frente al espacioso y magnífico cuartel construido  en la ciudad de Maracay.
Las fiestas citadas han constituido  un extraordinario homenaje al preclaro paladín, “Águila Blanca”  en aquel vuelo de cóndores, que desde nuestras playas, fueron en vuelo esplendoroso de hazañas, a rendir sus vidas en pro de la emancipación de nuestros hermanos continentales del Sur, hasta la eminencia gloriosa de Ayacucho.
Expone el Benemérito General Juan Vicente Gómez, con este acto de admiración al eximio cumanés, unas de sus más nobles  y relevantes virtudes, cual es el tributar honores a los Héroes, forjadores de la nacionalidad y con ella del culto fervoroso de la Patria.
Entusiasmo insólito animó, según noticias de nuestro corresponsal, los actos todos de los festejos de Maracay, entre los que esplendió, como el más alto, la inauguración de la estatua y el desfile de las unidades de tropa por ante la efigie  broncínea del inmaculado adalid, dispuesto por el ciudadano Inspector General del Ejercito, Gral. José Vicente Gómez, en honor del ciudadano Presidente de la República Gral. Juan Vicente Gómez, que asistió a la inauguración.
El Discurso pronunciado por Don Laureano Vallenilla Lanz, fue una hermosa pieza  oratoria como debida a tan ilustrado orador.
El Disco, acoge con agrado estas noticias y felicita al Ejecutivo del estado Aragua por el brillante éxito de los festivales.   
Las fiestas citadas han constituido  un extraordinario homenaje al preclaro paladín, “Águila Blanca”  en aquel vuelo de cóndores, que desde nuestras playas, fueron en vuelo esplendoroso de hazañas, a rendir sus vidas en pro de la emancipación de nuestros hermanos continentales del Sur, hasta la eminencia gloriosa de Ayacucho.
                                                                           Marco Tulio Badaracco Bermúdez.





















JUNIO DEL AÑO 1812.
Corría el año de 1812. Venezuela toda estaba en una guerra cruel; los realistas, bajo el mando de Monteverde, avanzaron desde Coro y tomaron Valencia, antesala de Caracas. El Generalísimo  Francisco de Miranda, había desalojado a los realistas de Valencia, y comisionó al teniente comandante de ingenieros, ascendido al efecto, Antonio José de Sucre -al que la tropa conocía como  Águila Blanca- y le dio despachos para el capitán comandante José Antonio Anzoátegui, para enrolar y adiestrar tropas  en la provincia de Barcelona.
Miranda, magnífico, probado en los campos de Francia y en las empresas más difíciles de la Revolución Francesa y norte americana; de augusta presencia -los Alpes fue digno espejo de su espíritu- y le dijo: “Eres hijo de un varón famoso, cuya estirpe te obliga a defender el honor de la Patria. Tienes el fuego sagrado de los héroes. Los espíritus, los santos lares y los arcángeles que custodian el trono de la eterna gloria, guiarán tus pasos. Triunfarás y traerás las espadas rotas de nuestros enemigos. Ve y cumple con honor esta misión de la cual depende la libertad de la Patria”.
Águila Blanca... cual Héctor, el troyano inmortal, respondió: “Parto enseguida. Si tus palabras nacen de tu corazón, y ves en mi lo que no veo; si la Virgen de la Soledad me protege y puedo cumplir la comisión en la cual confías, me sentiré digno; y si por el contrario fracaso, usted sabrá que he dejado mi alma en algún lugar de peregrinación… y allí estarán mis armas”.
En aquellos tiempos de penuria se desató la tiranía en todo el territorio de la Capitanía General de Venezuela. Una guerra fratricida colmaba la copa de acíbar; un hombre, el Capitán de Navío don Domingo de Monteverde, otro Hernán Cortés redivivo, asumió todo el poder sobre la vida y la muerte de los patriotas, con el respaldo del ejército real. Venía de triunfo en triunfo, y quería posesionarse de la cuna de la libertad, Caracas, la ciudad del clima ideal, el perfume y la suave brisa, y todas las provincias se sometieron al clamor de sus lágrimas. Sin embargo, había partidas de patriotas repartidas en todo el territorio, que juraron derramar su sangre en pos de la libertad de su pueblo.
En el altar de esos hombres se cantaban las hazañas y los nombres de Bolívar y Mariño, y había un joven al que llamaban Águila Blanca, que hacía temblar al enemigo; y los juglares lo invocaban en versos heroicos a la luz de las fogatas, en los sórdidos campamentos de los llanos y montañas, y las mujeres soñaban con él, y el espíritu de la libertad lo acompañaba.
Antes de la triste capitulación del Generalísimo, el 25 de julio de 1812, Águila Blanca, con un grupo de jinetes salió de Valencia rumbo a Oriente, cumpliendo la misión que se le había confiado, en busca del audaz capitán Anzoátegui, gobernador militar de Barcelona, que sustituyó al arrojado capitán Agustín Arrioja Guevara, de augusto nombre; y fulgía entre los astros de la Venezuela inmortal. Con Anzoátegui, estaban otros inmortales: el coronel Sebastián de Bielsa, temible lidiador que manejaba los sables a dos manos con igual maestría en el combate, tanto en la infantería como en la caballería; y los tenientes coroneles: Pedro Flores, Manuel Matos y Juan José Arguíndegui, formidables luchadores patriotas A ellos les tocó recibir el contingente de 400 cumaneses que estaban bajo el mando del audaz coronel Martín Coronado.
En su marcha desde Valencia hacia Barcelona, Águila Blanca fue desbaratando nidos realistas que le cerraban el paso, y su fama de redentor crecía. Las banderas de la Patria salían a saludarlo y los jóvenes patriotas se incorporaban al batallón que se iba formando en derredor del improvisado adalid.
A la cabeza de los jóvenes, cubierta de guirnaldas, Águila Blanca iba cantando los himnos y las canciones de los juglares criollos, y coros de amazonas realzaban sus cantos de victoria.
El himno que repetían, decía:
El camino de la gloria
está pintado en la pared.
Es de sangre,
fuego, fuego,
que se atisba en el ocaso
al final, al final
de la jornada.
Camaradas,  ¡marchad!
Camaradas, ¡marchad!
Bis
Coro
Avanzad… avanzad milicianos,
¡en el altar la Patria nos espera!
Renunciad, renunciad
hijos de la perra hispana,
para el pueblo llegó la primavera.
II
Con sus garras poderosas
van rompiendo barricadas…
Juventud…
Levantad… ¡la patria nos espera!
Bis
Coro
Avanzad… avanzad milicianos,
¡en el altar la Patria nos espera!
Renunciad, renunciad
hijos de la perra hispana,
para el pueblo, llegó la primavera

A finales de junio, el 27 para ser más preciso, cuando los araguaneyes pintaban de oro todas las serranías, normalmente azules, que se levantan al Sur de los caminos que conducen por tierras de las provincias de Barlovento y Barcelona; 150 jinetes avanzaban reposadamente bajo el sol del mediodía.  Hicieron alto a dos leguas de la puebla de Píritu; Águila Blanca, que se adelantaba al trote de su brioso caballo, de improviso detuvo al zaino y levantó su inseparable fusil indicando peligro. Los 150 hombres que lo acompañaban obedecieron ipsofacto; un silencio de espera en la espesura, se rompió cuando apareció en la polvareda un jinete, que sofrenando su cabalgadura, con voz estentórea, preguntó:
¿Quién va?
Águila Blanca, reposadamente, como era su costumbre, sin separarse del fusil, levantando la voz, respondió en el acto:
¿Y… A quién voy a responder? 
Soy el sargento Francisco Policarpo Ortiz, aunque todos me llaman  Policarpo, de la guardia del capitán Anzoátegui, que ejerce la Jefatura Militar de esta Provincia, y que está al frente del destacamento de 400 hombres que cubren la defensa occidental de Barcelona;  y no pasareis de aquí si no os identificáis.
Yo soy el teniente comandante de artilleros e ingeniero militar Antonio José de Sucre, pero mis amigos me llaman Águila Blanca. Vengo al mando de un batallón de 150 bravos e invencibles luchadores a traer un mensaje del Generalísimo Francisco de Miranda, Jefe Supremo del Ejército,   para el capitán Anzoátegui.
Si sois quién decís, acompañadme, que el capitán Anzoátegui, está ansioso por saludaros, y os espera, pero vuestros hombres tendrán que permanecer aquí. 
Águila Blanca, inmutable, respondió: Mis hombres están cansados. Decidle al capitán Anzoátegui, que puede venir con sus hombres a reconocernos, pero no puedo arriesgarme a acompañaros ni a separarme de mis hombres por vuestra sola palabra.
Policarpo Ortiz, dudó un momento, pero viendo la majestad del joven con el que hablaba, dijo: 
¡Por el Señor Crucificado…! Creo que tenéis razón.   Se lo comunicaré de inmediato al Capitán, él os aguarda. O sea, sabe de vuestra comisión.
Id entonces… Esperaremos aquí… 
A poco apareció el sargento acompañado de un grupo de oficiales a cuya cabeza estaba el capitán Anzoátegui. Sus acompañantes eran: el coronel Martín Coronado, el coronel Sebastián Blesa, los tenientes coroneles: Pedro Flores y Manuel Matos, y el capitán Juan José de Arguíndegui; también estaban entre ellos, el diputado don José Ignacio Zenón Briceño y un portador de correo del Generalísimo: don Jorge Robertson, y la escolta.
Águila Blanca los saludó a todos marcialmente, con respeto, y dijo:
 Vengo cubierto de los despojos de muchos valientes… tengo sus armas y su valor; fui escogido para esta prueba; pero sin vuestra ayuda no podré conducir hasta el Generalísimo los refuerzos que necesita.
El capitán del ejército José Antonio Anzoátegui, que esperaba al ya afamado guerrero, dio un paso al frente y cortésmente, tendiendo la mano, se presentó:
Soy José Antonio Anzoátegui, Capitán Comandante del Ejército de Barcelona, que está bajo el mando, en estos momentos, del General don Manuel de Villapol y del capitán José María Sucre y Alcalá, que debe ser su hermano, si no me equivoco. Aunque no hace falta sino verlo para saber con quién hablo.  Sé cuánto es tú valor, muy pronto podré comprobarlo con estos ojos que se han de comer los gusanos. Muy pocos héroes han adquirido fama a tu edad. Sed bienvenido Águila Blanca. Todo lo que necesites te será dado en la medida de nuestras posibilidades.
Águila Blanca, estrechando la mano de Anzoátegui, respondió:
Así es capitán, yo soy Antonio José, hermano menor de quien decís. Soy comandante de ingenieros bajo las banderas de Miranda; salí en esta comisión, después de vencer a Monteverde en La Victoria, el 20 de junio pasado, y vengo a buscar refuerzos, que son necesarios para evitar la pérdida de la República.
Anzoátegui lo miró largamente, había escuchado de tantas acciones portentosas de aquel joven guerrero, y ahora lo tenía a su lado para luchar con un mismo propósito. Águila Blanca también lo miraba y admiraba: lucía perfecto dentro de la humildad de su vestidura, pero en su porte y en su rostro, se reflejaba la majestad, la determinación, la audacia y el temperamento del patricio revolucionario.
Anzoátegui, respiró profundo y dijo:
Comandante, sírvase ordenar a sus hombres que acompañen al sargento Policarpo Ortiz, de mi confianza absoluta, hasta el campamento; allí descansarán, conocerán a mis hombres y a las mujeres que los atenderán, pues ya veo que trae usted un buen contingente.
Águila Blanca en tono afable y amistoso, dijo: Todos son voluntarios, tan ardientes patriotas como los vuestros. Ellos familiarizaran, estoy seguro.
Bien… no se diga más, acompáñeme, tenemos asuntos que tratar en privado.
Águila Blanca, giró en sus talones hacia sus hombres, se acercó a su ayudante, el sub teniente Francisco de Asís Mejía, un jovencito de 15 años, pero fuerte como el aco, que estaba siempre a su lado. Le dijo:
Francisco, encárguese de llevar el batallón donde le diga el sargento Policarpo. Estamos en terreno patriota, no tienen que recelar nada, y, compórtense como en casa, todos estamos en la misma colmena y espero que se traten como las abejas.  No quiero una sola queja. No acepten provocaciones. Ya tendrán tiempo de pelear con el enemigo. 
Águila Blanca, Anzoátegui y sus acompañantes, cabalgaron hacia unos corrales, donde se veía el trabajo de aquellos guerreros previsivos. A él, cuya vocación era precisamente la logística, no se le escapó la prudente despensa y los campos de tiro, todo aquello le dio motivos para explorar a su nuevo amigo.
Águila Blanca, le dice: Me viene a la memoria un pasaje de la Eneida, que seguro también recuerdas, ahora que te  encuentro veo este fuerte:
Bien, te escucho:
¿Cual Dios te ha hecho arribar a nuestras playas?
¿Qué es del niño Ascanio?
¿Vive, respira aún?
Nació cuando ya Troya…
¿Se acuerda con dolor de su pérdida madre?
¿Le exita al culto de la antigua virtud
y al varonil esfuerzo el ejemplo
de su padre Eneas y de su tío Héctor?
  
Si lo recuerdo, es el encuentro con Príamo, que reconociendo a los suyos los condujo alborozado a su palacio. Es un recuerdo que me honra.
La Puebla de Píritu, alojaba más de 300 familias mestizas católicas practicantes, en pleno desarrollo, prosperaba por la abundancia de las pesquerías. Como muchos pueblos españoles, al pie de sus montañas, en sus collados lucían molinos, pequeñas huertas y rebaños de ganado dispersos;  su antigua iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción de Píritu. Capuchinos aragoneses se establecieron en 1659 al lado de un jagüey que despues fue conocido como Pozo de los Frailes y construyeron el formidable templo que fue bautizado en 1745, por el padre Francisco de Pamplona. Aparecía entre neblinas con su blanca estampa,  en una meseta contra el cerro, luego de una sabana estéril, poblada de cardones, tunas, cuicas, yaques y muchos chivos sueltos, ramoneando en las vegas, que contrastaba con la exuberancia de la eminencia montañosa.
Los alrededores carecen por completo de alamedas y bosques, pero con un toque de gracia infinita, se ve de lejos el azul puro del mar que se confunda con un cielo claro sin nubes; y todo armonizaba a la perfección.  
Bajaron de los caballos, dieron las riendas a los peones y caminaron. En gesto poco acostumbrado, Águila Blanca pasó su brazo sobre el hombro del guerrero, y le dijo:
Venía de vuelta por estos caminos, recordando las enseñanzas del  maestro Quesada, que nos traducía a Virgilio, decía que un guerrero que quisiese llegar al centro del Averno, tiene que cruzar el lago Estigio, para ello debe encontrar en el bosque profundo un árbol consagrado a la diosa Juno, que oculta una hoja de oro, y solo aquel que logra arrancar esa hoja  le es dado penetrar en las entrañas de la tierra y cruzar el Estigio.
Así… así es amigo, pero recuerda que solo aquel que ha sido escogido podrá desgajar la aurea rama. Si encuentras en el bosque profundo ese árbol solo tiendes que extender la mano, y si eres el elegido podrás tenerlo, el ramo se desprenderá. Proserpina lo tiene dispuesto. 
Bueno… buscaremos juntos ese árbol. Veo que eres muy previsivo, mantienes a tus guerreros activos, ejercitados y bien alimentados. Y, ¿cómo haces con las municiones? Tienes un buen campo de entrenamiento.
Ya verás como hago, me ocupo en hacerles a mis hombres muy grata hasta la soledad; los días de molicie, de amargura, de la separación de sus hogares; y, a los que han perdido a sus seres amados, que son la mayoría… y no se conforman…  Es difícil, amigo.  Puedes ver que aquí no hay distinción de razas: blancos, negros, mulatos, indios, todos se aceptan como hermanos. Todos somos guerreros… nos respetamos. Todos nos ocupamos de la provisión y hasta ahora no hemos carecido de nada… ¿Comprendes…?
Comprendo muy bien a estos hombres, desafían virilmente las penalidades y desprecian las complacencias.  Sé lo que es eso. Lo mismo puedes ver entre mis soldados… Es la nueva Patria, lo que estamos construyendo… y creo que esta guerra es el crisol de una nueva visión de país… Nos une el dolor y la soledad. Perdí a mi madre a los siete años, y aun no lo he superado. Mejor no hablemos de eso, siento dolores intensos cuando la recuerdo. Ella vive en mí.
Discúlpame por haber hollado ese terrible momento. Perder un ser amado es terrible.
Dime José Antonio ¿quién te ayuda en esta tarea? ¿cómo haces para recoger el ganado, buscar armas, mantener la tropa organizada, unida, disciplinada y bien vestida?
Ya va… hablemos un poco de ti, además de pelear que más haces tú, tienes acaso alguna novia, que más haces, dime.
Bueno… sabía que esa pregunta no faltaría…  aprendí con el generalísimo a leer de todo, antes solo me interesaba en las matemáticas y algunos textos griegos que me emocionan mucho; él solía relajarse leyendo: “¡Oh libros de mi vida…” Decía… “Qué recursos inagotables para alivio de la vida humana…! Era una verdadera biblioteca viviente de clásicos griegos y latinos. Me dice en voz alta: “tienes que aprenderte de memoria los textos de Publio Virgilio Marón, el discípulo preferido de Catulo y Lucrecio...”  Lo considero el hombre mejor dotado de su tiempo. Aprendí mucho con él, y con las lecturas que me recomendaba, para lo cual me prestaba libros que cuidaba como tesoro.
Ya veo… dijo reposadamente Anzoátegui, y agregó:  por eso quieres saberlo todo de una sola vez… Recuerdas la anécdota del héroe troyano: cuando llegan a una playa desolada, con sus hombres fatigados; de inmediato hace brotar chispas de un pedernal y enciende hojas y ramas para que sus hombres se calienten, luego busca en el bosque cercano y divisa una manada de venados, empuña su arco, y disparando certeramente las saetas cobra siete ejemplares, uno para cada una de sus naves, con lo cual mitiga el hambre de sus hombres.
Si era Eneas, esa obra es un manantial de sabiduría.
Disculpa, es una broma; pero sí te puedo decir que todo se hace con disciplina, con una jefatura colegiada y muy capacitada. Mis hombres, y por supuesto, las mujeres, que son como hormigas, se organizan ellos mismos. El Estado Mayor y ese individuo súper eficiente y guasón … el sargento Policarpo, como has podido ver, es mi hombre de confianza… y eso todos lo saben, aquí no hay celos de trato ni de mando. El que quiere hacer algo grande o pequeño tiene espacio. Solo tienen que esperar que lo respalden… Puedes constatarlo todo lo llevan en orden, son muy laboriosos y perfeccionistas… sobre todo lo que se refiere al rancho y a las comidas, que dan tanta lidia en todos los casos, pues aquí, en el campamento, no tenemos ese problema, ya lo verás a la hora de comer; tendrás que ir conmigo al comedor y te darás cuenta de muchas cosas que han resuelto ellos mismos, para que no quede trabajo sin hacer… Por ejemplo se come la carne con casabe; y de esa manera no quedan residuos; y los hombres están obligados a engullir todo lo que se les sirva, nadie deja nada y no se usan platos ni cubiertos. Las mujeres tienen pocos problemas con la comida. Cada quien busca lo que quiere beber, normalmente toman ron, y ese ron lo hacen ellos mismos, tienen sus cachicamos. Todos son buenos cazadores y pescadores. Nunca les falta comida. Cuando no hay nada que comer sobran las iguanas, conejos, pájaros, los cachicamos, las lapas, caimanes, babas y hasta serpientes.   Siempre tienen que comer. Sobran las ideas.  Y fíjate en un detalle, a ninguno de estos hombres les falta su machete. Sin él se sienten desnudos. ¡Hay que ver cómo lo usan! Así como le cortan la cabeza a un enemigo, matan una guacharaca a 10 y hasta 15 metros de distancia.
Me gusta –acotó Águila Blanca- que me refresques esos detalles, los he vivido, pero siempre se aprende algo. Conversación saca conversación. Me gusta la logística. Creo que un porcentaje alto de cada victoria está signada por la logística. Me preocupo siempre por los detalles, a veces tengo que anotar mis obligaciones en mi bitácora; esa es mi guía, no sólo lo que ha pasado sino lo que tengo que hacer… puntualmente, y lo que pienso hacer… Aunque en la práctica se cambian muchas cosas, se improvisan. Me esfuerzo por no dejar nada para después, sea la hora que sea tengo que terminarlo. Y esto no lo digo por vanidad, más bien como para radicalizarme, para estar alerta. Muchas veces la propia vida depende de lo que dejamos pendiente.
Bueno, bueno… ¡Vaya que te las traes, eres un maestro…!  Por cierto, amigo, tengo a un cumanés que vale por diez, no sé si lo conoces, es el sargento Domingo Román. Es un guerrero de verdad, aunque es marino de nacimiento, en la infantería se siente como perro en casa. ¡Míralo… allí está…!
No lo conozco… pero he oído mucho de él… Llámalo para saludarlo.
¡Oye Domingo…! Ven para acá, para que estreches la mano del comandante Sucre.
Domingo, un hombre recio, que conversaba con otros soldados, se acercó sonriente, y enseguida alargando la mano, dijo: ¡El célebre Águila Blanca…!
Sucre también sonrió, y dijo:
No te digo yo… es la tropa la que me llama así… ¡Conozco a tu familia, Domingo…! Ya sabía de tus cualidades. Escuché comentarios de tus habilidades en el mar y con las armas…
Si… No me extraña… Don Vicente tiene trenes de pesquería en Caigüire con don Fernando Aristeguieta Alcalá… y mi papá trabajó con él durante mucho tiempo, era patrón de pesca, de confianza.
Yo también trabajé desde niño en esas faenas, y tuve el honor de conocer a tu papá… más de una vez me regañó, con mucha razón… era muy entrépito.
Comandante, estoy a su orden… en lo que mande y, disculpe, pero aquí esta otro cumanés que quiere saludarlo, es el capitán Miguel Carabaño.
Sucre volteó instintivamente y se encontró de frente con su antiguo compañero de colegio y de armas, con el cual estuvo bajo las banderas de Miranda en varias batallas; abrazándolo le dijo:
¡!Capitán Carabaño!... Qué placer encontrarlo en esta circunstancia. La última vez que nos vimos peleamos en La Victoria. ¡Cuántas acciones hicimos juntos!
Así es mi querido Águila Blanca, ja. ja.
¡Ah…! tú fuiste el que me puso ese sobrenombre.
¡No,..! No fui yo, fue el coronel Bolívar, que admiró tu avance sobre las montañas en Cerro del Puto.
¡Ese Bolívar…! ¡un líder sin igual! no sé qué admirar más en él, su valentía o su elocuencia.
Yo también admiro a ese patriota. Con que arrojo y sabiduría logró desalojar a los realistas del cuartel de Pardos y del Convento de San Francisco. Hasta el Generalísimo, que no oculta su antipatía por él, se vio obligado a reconocer su estrategia, y lo recomendó al Congreso para el ascenso.     
¡Vaya… qué recuerdos…! Con elementos como él no dudo que derrotaremos a los españoles…
Anzoátegui, interrumpiendo el diálogo. Bueno amigos… ¿No tienen hambre… o prefieren un trago?
Carabaño, que no paraba de reír, dijo:
No estaría mal un tabaco cumanés y un trago…
Sobre la marcha, Anzoátegui llamó a Policarpo, que andaba cerca.
 Le dijo: Amigo, ve si consigues unos tabacos y una botella de ron para estos antojosos.
Yo tengo mi comandante, no se preocupe… Ya se los voy a buscar.
Regresó sin demora, como siempre con una amplia sonrisa. Levantando una garrafa, exclamó:
 ¡Ron de penca, licor del maguey, el célebre cocuy… lo mejor de Coro! 
Mientras lo decía, exhibía una garrafa de aguardiente blanca… cristalina como un trofeo- no se cansaba de alabarla…
Decía:
¡Lo mejor del mundo en licores! ¡Se produce en este País…! ¡No hay nada igual! Fórmula original del ingenio Caribe de los llanos de Coro. Y agregaba: ¡Ésta garrafa la trae el valiente coronel José Tadeo Monagas, de los llanuras de Maturín, el propio Campeón de los llanos…!  Pero… es de más lejos, al parecer de los cocuisales del pie de monte andino.  No sé como hace para conseguirlo, y además, para mandarnos una garrafa.      
Caminando los camaradas, hablando y riendo de las ocurrencias de Anzoátegui y Policarpo, llegaron al comedor. Se escuchaba el alboroto de las conversaciones, sobre todo de las damas, cuando se presentó chorreando sangre, el joven oficial Juan Bautista Cova, uno de los jefes en turno, que traía un parte de las avanzadas de orden; se acercó a su jefe, herido en la cara y en el hombro derecho. Respetuosamente se cuadró ante Anzoátegui. 
¿Qué pasa Cova, estás herido y asustado?
Nada de eso mi Comandante… Vengo rompiendo monte… Hacia acá se dirige un batallón de Barcelona: son como 300 o 400 hombres bien armados… Ellos no saben que los vi,
Pero… ¿Te hirieron…?
No… fue una rama. Estaba viendo hacia atrás y el caballo tropezó. Pero… no es nada que me impida participar… ¿Qué vamos a hacer?  Usted es el que manda… No se preocupe por mí, unas damas me  van a remendar … y no me gusta dejar esperando a una mujer.
Espere, Cova. ¿Cuánto tiempo nos queda?
Póngale media hora.
Cundió la alarma. Hombres y mujeres con las armas en la mano, dispuestos siempre, se acercaron al Comandante para conocer la ocurrencia.  Tendríamos acción y pronto.
Anzoátegui en alta voz dijo: ¡Escuchen todos…!  Dejen la comida para después. Vamos a prepararle una emboscada al altanero español… y a ese grupo de novatos que lo acompañan.  Imagino que se trata de Morales, nadie más puede ser. Anda merodeando y jodiendo. Ya nos hemos visto la cara varias veces, le doy duro pero siempre me está siguiendo.   Esta vez descubrió mi guarimba. Ese va a atacarnos de frente, él no conoce otra forma y no le interesa si le matan hombres, así como los pierde, el también los elimina cuando la dan ganas. Nosotros le vamos a preparar una buena jugada; le mostraremos como es la guerra a lo criollo vernáculo; los haremos morder el polvo y correr hasta reventarse.  Vamos a trabajar que el tiempo se va volando.
Águila Blanca estaba expectante. Todos sabían lo que debían hacer.
Anzoátegui gritó a todo pulmón…!Aaa Policarpoo...!
El sargento salió del batallón, pegó un salto y sonó fuerte las botas, se cuadró ante su jefe como siempre… y en alta voz dijo: 
A su orden mi comandante…llegó la hora y vamos a probar…
A él le gustaba esta forma peculiar de presentarse, él sabía que era una nota cómica, y sonreía pícaramente, cuando hasta lo aplaudían sus compañeros. Más allá era una forma inteligente de ganarse la confianza de la tropa.  
Compórtate Policarpo compórtate… dijo Anzoátegui por centésima vez… Tú sabes lo que tienes que hacer…Quédate con 40 hombres y todas las mujeres, como si nada supieran, pero con las armas dispuestas. Hagan bastante bulla. Carmona tiene mis instrucciones. Nosotros saldremos afuera; y cuando ataquen, los cogeremos entre dos fuegos. Búscale un fusil al Comandante Sucre, el es campeón de artillería… ¿Entendiste…?
Sí… Mi comandante… Guerra nos traes, oh tierra hospitalaria; para la guerra se arman los caballos, esos brutos nos amenazan con la guerra…
Basta Policarpo, que no hay tiempo para discursos. Eso es para ayer, no vale: se me olvidó, me equivoqué; todo como lo hemos planeado.
Águila Blanca que lo observaba todo complacido, dijo: No te molestes por mi Policarpo, yo tengo mi máuser. Me siento mejor con él.
Bueno… es una lástima… yo tengo un arma para usted que es una especialidad…  Pero…
Una vez que se cumplieron las órdenes del sargento Francisco Carmona, y los jinetes estaban listos para el combate, salieron del campamento hacia la sabana, 200 jinetes armados con sus cananas, sesenta tiros cada uno y fusiles ingleses. Ya pasaban de las 6 de la tarde, había lloviznado y con la oscurana, recorrieron entre doscientas y cuatrocientas varas españolas, tal vez más, hasta encontrar las barricadas y trincheras, previamente construidas entre matorrales, donde se prepararon para la acción. Cada hombre sabía la posición que debía ocupar. Todo se había ensayado, no había cabo suelto.
De repente se oyó como un susurro, era el paso de los caballos que se acercaban muy despacio; no podía ser de otra manera, era una sorpresa y estaba bastante oscuro por los negros nubarrones. Anzoátegui esperó que se acercaran lo más, casi hasta tocarlos. Parece que Morales, embebido en su soberbia, sólo escuchaba la algazara en el comedor, eso lo tenía hipnotizado. Guiaba a su gente sin cuidarse lo más mínimo, la sed de sangre lo cegaba.  Ya estaba a tiro y los soldados del comedor, simulaban a la perfección, que ni se daban por enterados de su presencia. Entonces Morales hizo una señal. Era una orden para envolver a los alegres celebrantes; sus hombres se movieron; pero en ese momento, se escuchó la voz tonante y terrible de Anzoátegui:
¡Disparen a discreción!  ¡No tomen prisioneros!
El campo de batalla se convirtió ipsofacto en un maremágnum: el ruido ensordecedor de la metralla y los voceros, en el fragor de la contienda, se mezclaban en confusión y caos.
Se escuchaba la voz de Morales, que no entendía nada, con el tono altanero que lo caracterizaba considerándose triunfador. De repente se dio cuenta del desastre, sus hombres retrocedían. Entonces entró en una especie de locura, y gritaba:
!No retrocedan, ataquen al rancho! ¡Maten a todos los que están en la fiesta…! ¡Disparen…Disparen…! 
No se percataba de la celada en la que había caído tontamente, cogido en su propia estrategia, recibía castigo casi a quema ropa. Muchos de los españoles ni se dieron cuenta que estaban muertos sobre sus caballos.
Los diestros tiradores patriotas eligieron sus blancos a discreción y por cada disparo caía un hombre herido. Al cabo de 30 minutos de terror, por fin Morales cayó en cuenta, estaba perdido; pero tuvo la intuición del momento oportuno para escapar.
Anzoátegui lo identificó y gritó:
¡No lo dejen escapar! ¡Antonio José…! ¡Dispárale! ¡Dispárale…!
Los que quedaban de la tropa española se dispersaba aprovechando la oscuridad. Morales y un grupo de oficiales salieron velozmente hacia la sabana abierta, y se alejaron de aquel escenario de muerte, al que había conducido a sus hombres. Huyó cobardemente. Se dio cuenta de su falta de previsión en campaña. Ya no tenían nada que hacer. Era demasiado tarde. Había fracasado.
Muchos patriotas le dispararon, entre ellos Águila Blanca, ya era de noche, cayeron dos o tres oficiales entre los acompañantes de Morales, pero logro escapar.
 Por el lado patriota tenían mucho que celebrar de la emboscada, perfectamente planificada durante varios días, y sabiamente ejecutada. Fue una magnífica victoria. Cada hombre respondió a su entrenamiento. Supieron aprovechar el lugar ventajoso que ocuparon. El valor  y la mística dieron el resultado esperado.
Se escuchó una voz del lado de los atacantes:
¡Nos rendimos…! ¡No nos maten… por Dios!  Se oyeron más voces.  ¡Si, si, nos rendimos! ¡Aquí están las armas…!
Anzoátegui tronó...
¡Está Bien…! ¡Paren el fuego…! ¡Que nadie más dispare…! ¡Y ustedes…salgan con las manos en alto…! ¡El que venga con armas será fusilado!. ¡Hagan una sola fila, y caminen hacia el comedor!.
¡Coronel Matos, encárguese de los prisioneros!. ¡Escoja diez hombres para el chequeo!.
–Otro comandante levantó la voz- Era el vozarrón de Carmona:
¡Al que no cumpla las reglas será fusilado, sumariamente…! 
Y otra voz:
¡Sargento Román, forme un pelotón y encárguese de recoger armas y caballos!. ¡Utilice a los hombres que sean necesarios!. 
Durante veinte minutos sólo se escuchaban  las voces de Anzoátegui y Carmona, dando los nombres de los seleccionados; y las voces de éstos aceptando dar los toques finales de la hazañosa victoria.
En el campo quedaron muchos heridos. Algunos escaparon en la oscuridad, pero al comedor entraron más de cien prisioneros, entre soldados y oficiales.
Águila Blanca, buscó afanosamente a José Antonio, como siempre preocupado por los soldados, y le preguntó:
¿Qué vamos a hacer con los muertos y heridos?
El capitán con los ojos húmedos, no le respondió sin que le dijo entre sollozos: 
Entre los muertos esta el sargento Emiliano Freites, mi leal compañero, el que inflamaba de heroísmo a los soldados con su acento en el clarín; fue mi amigo, mi mano derecha, desde que salimos en campaña desde Barcelona. Manejaba la trompeta y la lanza con singular maestría. Imagino que al igual que Miseno, fue condenado a muerte por Tritón, que enloquecía por el sonido agudo de su trompeta.
Águila Blanca lo abrazó. Le dijo:
Para ti era un hermano, lo sé, ya te conozco. Somos iguales en el sentimiento. Tus lágrimas son un tributo justo.    
Está bien, así es la guerra, tenemos todo previsto. Verás las zanjas y trincheras están abiertas, allí los depositaremos. Los que tengan identificación se las dejamos, para que los deudos puedan rescatar sus restos y les den cristiana sepultura. Además los Reales tienen los nombres de todos los que vinieron. Tienen eso bien arreglado.  Les dejamos las señales para que los encuentren.
Luego, poniéndose las manos en la boca para realzar el sonido de la voz, gritó con toda su fuerza. 
¡Policarpoo! 
Vino corriendo el eficiente sargento, y por enésima vez éste se cuadró ante su jefe 
¡A la orden, mi comandante en jefe. Todo salió bien ¿Qué más tenemos que hacer?
Policarpo era un hombre alegre, le ponía mucha picardía a cuanto hacia. Daba como un brinquito antes de llegar frente al comandante. Todos le celebraban su modo de ser, y nunca decía que no, siempre tenía una salida simpática. Tal vez por eso su Comandante lo estimaba sobremanera. Se lo quedó mirando y le dijo:
Apura a esa gente…Terminen de comer. Da las órdenes correspondientes. Tenemos que abandonar este campamento en el término de la distancia. Ocúpate de los muertos. Ordénales a Román y a Carmona. Los recogen y entierran rápidamente. Para eso preparamos las barricadas. A los heridos los dejan bien acomodados, que ellos vendrán a buscarlos. 
Al otro día, despues del café… Uno de los guerreros, el cabo José Ribero, más conocido como El Bachaco, se acercó al coronel Anzoátegui, se cuadró y dijo: Permiso para hablar.
Lo tiene. 
Comandante: hay algunos prisioneros heridos de aquí mismo, de Píritu, que quieren quedarse con nosotros. Yo los conozco y otros que no están heridos, también lo manifiestan. Ellos no quieren seguir con Morales, ni con los realistas. Dicen que son llaneros, que el catire Monagas, los conoce y también el indio Zaraza.
Pero, y, ¿Los heridos pueden moverse? Porque nosotros no vamos a quedarnos aquí.
Bueno… Hay algunos que tendrán que quedarse, pero un buen grupo como de 50, están perfectamente bien, y varios que sólo tienen heridas superficiales, pequeños arañazos, que ya pasaron por las costureras y no tienen inconvenientes. Ellos dicen que cargarán con los heridos porque si vuelve Morales los matará. No quiere testigos.  ¿Qué les digo? 
Nunca se me había presentado algo así: ¿Qué opinas tú, amigo Sucre? Tengo entendido que eres bueno aplicando la justicia de  guerra. Por mi parte… díganles que los aceptamos, sobre todo a los venezolanos.
Entones Águila Blanca, dijo: Necesitamos voluntarios y allí los tenemos. Si los fuésemos a reclutar no preguntaríamos en qué bando están. Así es que estoy de acuerdo con aceptarlos a todos.
Usted perdone mi comandante. -interrumpió el Cabo- Pero también hay dos españoles. Uno de ellos es un cura, y… dice que no soporta a Morales. Dicen que darían con gusto la vida, en una guerra contra ese miserable.
Está bien, tenemos varios españoles con nosotros que son muy útiles… ¿Los aceptamos…? Y tú Águila Blanca… ¿Que dices?
Bueno… Al cura me lo traen a ver si quiere ser nuestro capellán. Los que quieran quedarse con nosotros los curaremos y los llevaremos. Que se preparen… Tenemos que salir antes del poniente.
El cura resultó ser el heroico padre cumanés Andrés Antonio Callejón, prisionero de Morales y obligado a servirle. Sucre lo conocía desde pequeño, y al verlo lo abrazó y lo llamó maestro, lo que quiere decir que fue su alumno en la escuela episcopal de Cumaná que funcionaba en el Convento de los Franciscanos.  Él le contó a Sucre toda la tragedia que había vivido como prisionero de Morales. Pasó muchos días encadenado y sin ninguna alimentación. Sólo pan y agua. En realidad no era pan sino un pedazo de yuca.  No murió por gracia divina, aunque le pidió al Señor con vehemencia que le mandara la muerte, pero sólo si no era pecado evitar tanto sufrimiento, según decía.  Atendió a muchos hombres y mujeres en sus últimos momentos y los consoló en su agonía, dentro de los insalubres calabozos de Morales en Barcelona; donde los prisioneros morían más de hambre que de las torturas que les infligían.
El padre y maestro le recitó a su alumno un poema para que lo recordara:
“Desde el principio del mundo un mismo espíritu interior anima el cielo y la tierra, y las líquidas llanuras y el luciente globo de la luna y el sol y las estrellas, difundiendo por los miembros, ese espíritu mueve la materia y se mezcla al gran conjunto de todas las cosas; de aquí el linaje de los hombres y de los brutos de la tierra, y las aves, y todos los monstruos  que cría el mar  bajo la tersa superficie de sus aguas. Esas emanaciones del alma universal conservan su ígneo vigor y su celeste origen mientras no estén cautivas en toscos cuerpos  y no las embotan terrenas ligaduras  y miembros destinados a morir”.
Ya recuerdo maestro. Eran tus lecciones de más hermosa lengua, que es el lenguaje de Dios.
Águila Blanca admiraba aquel espíritu superior y su figura crística, ahora torturada e irreconocible. Se encargó personalmente de atender al padre Andrés Callejón hasta dejarlo confortablemente en un sitio de reposo, y le advirtió que descansara porque tenían que marcharse y él no lo iba a dejar allí, en ninguna circunstancia.  
Anzoátegui se acercó a Sucre, y le preguntó:
¿Tú conoces al cura?
Fue mi maestro. Es un patriota, formó parte del gobierno revolucionario de Cumaná. Un gran maestro. Muy humilde para lo que significa.  En Cumaná, él hizo familiar la lectura de los clásicos griegos, con el padre Cristóbal de Quesada, traducían “La Odisea” y luego la recitaban para contentamiento de todos; y nos obligaban a traducir párrafos de la versión latina,  para que luego nosotros también los recitáramos. Todo eso lo llevo en mi corazón.   
Y bien… hablemos de lo nuestro -lo interrumpió Anzoátegui-  Ya hiciste lo que tenías que hacer. Nos viste en acción. ¿Qué te pareció la estrategia…?
Águila Blanca sonrió y respondió: Nunca pensé que viviría para ver corriendo a Morales. El feroz Morales, cayó fácilmente en su propia trampa, cuando pensaba satisfacer su ego con 300 muertos… Me lo imagino escribiendo a Monteverde, sobre esta acción. Puedes estar seguro que esto no ha pasado, Morales no estaba aquí, él estaba en
otro sitio eliminando a los enemigos del Rey. A menos que pongamos a los españoles prisioneros a escribir al Rey, contándole cómo perdió Morales tantos hombres, tantos caballos y armamento, como el que hemos capturado.
Anzoátegui captó la idea y dijo:
De repente lo hacemos. El mismo cura…Vamos a probar a estos españoles.
Robertson, que siempre guardaba respetuoso silencio, y escuchaba atentamente al capitán Anzoátegui, dijo:
Tenemos noticias muy precisas de los atropellos que cometió Morales en Píritu y en Cúpira, en esos sitios viven pocas familias, las más de ellas españolas. Creo que debemos ir a esos sitios para expurgar a los facciosos prepotentes, y restablecer el orden, antes de enviar nuestros hombres a Valencia.
Anzoátegui silenciosamente reflexionó, miró de soslayo a sus oficiales… -Águila Blanca permaneció inmutable-  especialmente al experimentado coronel Martín Coronado, que movió la cabeza afirmativamente, y luego remarcando las palabras, dijo: 
Es una opinión razonable ¿Qué dicen ustedes? Si lo hacemos es ya, mejor dicho es para ayer. Entonces vamos y entonó su grito de combate:
! Aaa Policarpooo…!
Presuroso, como de costumbre y cuadrándose, el sargento repitió: ¡A la orden, mi comandante… Ya era hora de movernos. Tengo el cuerpo entumecido.
Deja los cuentos… Llama a los hombres y mujeres a formación, todos a caballo. El que no pueda montar ni disparar, que se quede, no hay problema, y no hay tiempo que perder; si los nuevos, voluntarios, quieren participar y pueden cabalgar… y disparar, que formen con ustedes. Los vamos a necesitar. Y tú, Águila Blanca… ¿Vienes con nosotros?
Policarpo se retiró recitando un pasaje de de la Eneida acomodado por él.
Viene conmigo
enviado por el rey Archipo,
el caballero Águila Blanca,
ceñido el yelmo
de ramos de oliva,
para adormecer
hidras y víboras  
de ponzoñoso aliento
para aplacar sus iras.

Águila Blanca, escuchó asombrado la canción de Policarpo, y dudó un poco antes de responderle a Anzoátegui. 
No me perdería esta campaña por nada del mundo. Me encargaré de los artilleros. Dame unos minutos para probarlos.
El coronel Coronado, interviniendo en el diálogo:
Si me lo permiten, prepararé algunos grupos que pondré bajo el mando de estos jefes experimentados que nos acompañan. Formaremos un Estado Mayor, en el cual incluiremos a Sucre, por su experiencia en batallas de gran escala.
Estoy de acuerdo… Es una buena idea. –Asintió Anzoátegui-  y agregó:
Tenemos que poner orden en la acción, eso sí… sobre la marcha. Bueno… Aquí están además, el coronel Sebastián Blesa, los tenientes coroneles: Pedro Flores y Manuel Matos, y el capitán Juan José de Arguíndegui. Éste es nuestro Estado Mayor. Vamos a deliberar. Tenemos tabaco para masticar y una botella de Cocuy, regalo de la mejor lanza del llano, el coronel José Tadeo Monagas, que no sé porque se me antoja que pronto lo veremos. Al que quiera que se sirva, yo por mi parte me quito el frio con un buen trago.
En los preparativos de salida para la campaña sobre Píritu y Cúpira, tardaron 30 minutos, serían las 5 pm. Se movieron sin apuro. La tarde estaba fresca porque continuaba lloviendo.
Sucre se llevó 20 buenos tiradores, para el sitio que, cerca de los corrales, había sido habilitado como polígono de tiro. Allí, rápidamente, les explicó el mejor manejo de los fusiles. Los hombres muy experimentados, entendieron perfectamente la lección del especialista. Se trataba de la forma de tomar el fusil en diferentes posiciones y la de disparar en esas posiciones para un mejor aprovechamiento del arma. Águila Blanca daba las instrucciones mientras se movía con habilidad portentosa y los elegidos lo hacían al unísono.. 
Satisfecho después de la práctica los arengó. Les dijo:
“Cuando la Patria necesita de nosotros no hay sacrificio que pueda reservarse. La vida es lo menos que puede importar. Somos soldados, y no podemos escoger la hora ni el día, para ofrendarla. Cuando lleguemos al sitio en el cual vamos a actuar, yo daré las instrucciones para el ataque, lo primero,  preservar nuestras vidas y las de todos los que defendemos nuestra libertad”.
Anzoátegui risueño, se acercó al circunspecto estratega, y le preguntó:
¿Donde aprendiste tantas cosas amigo?
Águila Blanca pensativo, le respondió:

Es largo de contar. Pero siempre llevo conmigo el manual de la guerra.
Y… ¿Cuál es ese manual?
El Tratado de Re Militari, que es un dialogo entre el Gran Capitán Fernández de Córdoba y el Duque de Nájera, en su edición antigua de 1590, me la regaló el generalísimo. Tómala, te la regalo, me la sé de memoria. 
Me sorprendes Águila Blanca, pero no puedo aceptarlo.
Insisto. Me sentiría ofendido.
Si es así la tomaré, pero es demasiado. Esto es un tesoro, no sé como compensarlo.
Dijo esto estrechándolo  entre sus poderosos brazos, y éste le respondió:
Que te mereces amigo.
La salida del campamento fue silenciosa y ordenada. Tardaron un poco más de dos horas en llegar a las puertas de Píritu. Yendo de Oriente a occidente hay una gran explanada antes de entrar al pueblo; y ruinas de una antigua fortaleza, en la que los viajeros acostumbraban pernoctar. Tenía una amplia estructura mal techada y amplios corrales con posteadura en los cuales se podían colgar  los chinchorros de moriche, que cada soldado poseía y cuidaba con devoción.  Allí se acuartelaron.
Entonces se dejó escuchar la voz de Anzoátegui:
¡Atención… Atención! Acamparemos aquí. Tengo entendido que el capitán Carabaño tiene planificadas las guardias, por lo tanto, él se encargará de todo lo relacionado con ellas. Atacaremos a las seis de la mañana. Para esa hora todos deben estar preparados. Otra cosa, pueden hablar, porque estamos lejos del objetivo, pero sin algazara. Ya saben, el que se duerma en una guardia, será pasado por las armas… sumariamente. Aquél que no esté preparado físicamente para cumplir una guardia, tiene que decirlo ahora… Ya. Se lo comunica al Coronel Carabaño, y éste al Estado Mayor, el cual lo sustituirá con la reserva prevista.   
La noche transcurrió sin contratiempo.  A las cinco de la mañana las mujeres repartieron tabaco y café en abundancia. Ellas ya estaban despiertas.
Sucre se acercó a Anzoátegui, y
 le dijo:
No sé si lo que te voy a pedir cambia en algo tu plan de ataque.
No importa… dime lo que piensas.
Mostrándole un plano improvisado, le dijo:
Tengo 20 artilleros con los que quiero barrer el camino. La táctica es entrar al pueblo con ellos adelante, haciendo dos filas, calle de por medio, con una separación de quince varas entre ellos, para que se anticipen e impidan que los hieran. Píritu, al principio, es una sola calle larga, donde seguramente estarán esperándonos sobre los techos de las casa y en las esquinas…
Te entiendo perfectamente, así lo haremos. Si allí esta Morales lo veremos correr otra vez.
Cuando se divisaba la bella silueta colonial de la iglesia de Píritu, y pisaban los umbrales del poblado, un silencio sepulcral los sorprendió. Los normales arreos de mulas y burros, y las carretas de grandes y sus ruidosas ruedas de madera, cargando los productos que iban al mercado, no estaban. No se escuchaba ni el vuelo de las paraulatas entre los parrales que adornaban las ventanas y paredes de bahareque del poblado. Los puso sobre aviso. Los esperaban. Observaron las siluetas que se desplazaban y escucharon los susurros tras las paredes. Pero… Entraron, y como lo previó Sucre, desde los tejados se inició la balacera desafinada y sin concierto. Entonces escucharon las órdenes de los oficiales españoles animando a sus tiradores, pero no se atrevían a mostrarse. De repente vieron a un tirador, un hombre enloquecido por el odio, manipulando el fusil descaradamente en un tejado cercano, preparándose para disparar en forma burlesca. Águila Blanca, como era su costumbre, iba adelante, lo advirtió y, entonces se pudo ver cómo, con una destreza inigualable, le disparó al francotirador que se exhibía sin ningún reparo. El magistral disparo  lo hirió en la cabeza, y todos pudieron ver, que el hombre se desplomó herido de muerte.  Este fue el detonante. De inmediato aparecieron sobre las paredes y tejados, muchos tiradores enemigos disparando en la misma forma, sin ninguna precisión.  Todos se dieron cuenta, que se trataba de novatos reclutas. En cambio, los 20 tiradores de Sucre, iban cazándolos en cuanto se exponían, como se había previsto. Avanzaron limpiando el camino de francotiradores, para que las tropas patriotas ocuparan la ciudad  sin problemas serios.
Sin embargo, cuando las fuerzas de Anzoátegui llegaron a la Plaza Mayor,  apareció Morales al frente de una batallón de caballería, con innumerables jinetes, que atropelladamente trataban de ubicarse en el centro de la estratégica  plaza, para  coger a los patriotas  entre dos fuegos, porque habia dividido sus fuerzas al efecto y una parte debía estar pisando los talones insurgentes .  La infantería ya desplegada en buena parte de la plaza, aguardaba en perfecta formación;  pero la caballería de Morales que entraba por una bocacalle lateral y angosta, no conseguía moverse con la rapidez necesaria. Esa situación estaba prevista por Anzoátegui, y a una orden suya la caballería patriota, al detal, entró rápida y disciplinadamente en medio de la balacera, al propio centro de la Plaza Mayor de Píritu, donde se trabó un formidable combate a sables y lanzas. Morales, apoyado en el coronel Hurtado,  se puso al frente de la infantería y cargó con denuedo; pero Águila Blanca le salió al frente con sus 20 tiradores, descargó toda la potencia de sus fusiles, y los hizo retroceder. Bastaron 15 minutos de fuego para vencerlo en ese capítulo. Los soldados de la patria, sin perder un minuto, se lanzaron contra lo que quedaba del batallón de  Morales, logrando desordenarlo de tal forma, que, como acostumbraba, abandonó la pelea.  Nuestros hombres fueron superiores y demostraron su destreza. Y las mujeres de Píritu, que cargaban los fusiles de pistón para sus camaradas: dieron una verdadera lección de entusiasmo y patriotismo sin límites. Ni un paso atrás, y avance sostenido, fue la consigna. Otros grupos de infantería realista retrasados bajo el mando del capitán Cervériz, trataban de entrar por las otras tres bocacalles, cantando una victoria que estaban muy lejos de obtener, en forma tan desordenada que no podían disparar ni valerse de sus armas, ya que no tomaron en cuenta lo angosto de esas callejuelas,  arreados como iban, y los de Anzoátegui organizados bajo el mando de los Coroneles Coronado y Blesa; y los comandantes Pedro Flores, Manuel Matos y el capitán Juan José de Arguíndegui, apostados con sus hombres frente a cada bocacalle, les causaban un daño terrible. Águila Blanca, que estaba en todas partes, al frente de sus 20 tiradores, pese a varios  heridos que soportando el dolor continuaban combatiendo, cumpliendo su jornada hasta la última gota de sangre; esos héroes desplegados a conciencia, iban diezmando a sus opositores sin mayores pérdidas. Anzoátegui dueño del centro de la plaza mayor, con la caballería, despreciando la vida, y como remolino destructor, no permitió al enemigo aprovechar ningún descuido, los obligó a retroceder destruyendo sus avanzadas en las boca calles, lo cual les impedía entrar en la contienda. Se dio el odioso caso, en una de las bocacalles,  de formar barricadas con los cadáveres de sus propios soldados; y al desorganizarse tratando de entrar, se vieron obligados a retroceder y abandonar el escenario, por más que Morales y otros jefes realistas, los alentaban y cantaban victoria, sin darse cuenta que aquellos infelices sabían que iban a una muerte segura.
La batalla en el centro de la plaza no duró más de media hora, y otra vez vimos correr a Morales, y escaparse con sus oficiales; porque hay que reconocer que tenían muy buenos caballos y estaban a buen seguro, para escapar del combate.
Policarpo en un momento de calma en alta voz narro la acción
de Anzoátegui en estos términos:

Los hombres de Morales que quedaron con vida, en cuanto se dieron cuenta del abandono de su comandante, tiraron las armas y se rindieron. El poblado era nuestro. Todas las familias, tanto las venezolanas como las españolas, salieron a tributar su solidaridad y agradecimiento al capitán Anzoátegui. Las autoridades civiles también se presentaron ante el Estado Mayor, a pedir clemencia.
Por los patriotas todos salieron heridos de cierta consideración, lo cual mostraban con orgullo; perdimos 16 hombres en el combate y 9 más, entre ellos al intrépido Capitán Manuel José Guzmán, del círculo íntimo de Anzoátegui, que prácticamente se inmoló en la persecución de Morales. Fue una pérdida inestimable: cayó en una emboscada, Morales se dio cuenta de la maniobra de Guzmán, y a la salida del poblado dejaron varios buenos tiradores muy bien camuflados, que dispararon a quemarropa contra Guzmán y 8 guerreros que lo seguían. Fue una imprudencia del valiente guerrero en su ansiedad por eliminar al terrible realista.
            Una vez terminada la batalla, recogidos los despojos y pertrechos, muertos y heridos de ambos bandos; Anzoátegui, convocó al pueblo y a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas a un cabildo abierto en la Plaza Mayor de Píritu, frente a la iglesia, para escuchar sus opiniones sobre el destino de ese pueblo que había sido sometido por los realistas a crueles maltratos y vejaciones.
Sucre muy fatigado se sentó en una acera y Policarpo se le acercó inspirado como siempre, se paró frente al afortunado comandante, y le recito:

Unció Neptuno con arreos de oro
Sus fogosos caballos,
Soltoles los espumosos frenos
Ordenó, señalando con el dedo:
¡Vuelen ligeros
Por la superficie del piélago del mar!
¡Humíllense las olas
De la turgente superficie!
¡Humíllense del cielo los negras nubarrones!
¡Acudan los monstruos…! ¡Y Eolo, Dios de los vientos,
Las inmensas ballenas,
El coro de Glauco y Palemón,
Los rápidos tritones,
el ejército de Foroco
Y las deidades
Tetis, Melite, Panopea, y Talía!
No habrá fuerza
Que pueda derrotarlos.

Águila Blanca quedó petrificado; y, Policarpo se fue canturreando, caminandito, como si no hubiese roto un plato.
De repente, el trote de un caballo solitario les llamó la atención. Todos expectantes. Alguna noticia importante traía ese jinete.
Águila Blanca lo advirtió, y le dijo al Comandante Anzoátegui:
Mira: ¿Veis la polvareda? Alguien trae una noticia urgente, y por el trote del caballo, tiene que revestir cierta gravedad.
Esperaremos.  Nadie se muere en la víspera.
            En efecto, una vez congregados los convocados: todos los guerreros y el pueblo, reunido en Cabildo Abierto.  Cerca de allí en una alcabala improvisada por el sargento Policarpo Ortiz, a la entrada del pueblo por el camino de los españoles; llegó al trote el afamado capitán José Freites Bastardo. Al desmontar, entregó su cabalgadura a un soldado, y preguntó por el comandante.
El sargento se cuadró ante Freites, y lo interpeló con mucho tato:
Disculpe que le pregunte Capitán, cumplo órdenes del Comandante Anzoátegui, si no es un asunto privado: ¿Qué novedades trae? 
No tengo inconveniente en informarle, Sargento: vengo de Caracas, donde estuve en el Congreso Nacional, presentando un informe del terrible drama que vive esta provincia, rodeada por los realistas; y al pasar por Cúpira, vi gente huyendo, los detuve para pedir información, y me dijeron que el Comandante español Fernández de la Hoz,  al saber la derrota de Morales en Píritu, abandonó la plaza con el pelotón a su mando, con destino a una zona no especificada cerca de la Villa, en busca de Rossete que merodea por allí.
Con el respeto debido, Policarpo comentó:
Es una novedad que va a cambiar nuestro plan.  Ya todo estaba preparado para ir a Cúpira. Puede usted pasar. El comandante está en la Plaza Mayor –señalando con el índice- allá frente a la iglesia.
Freites montó de nuevo y salió a galope tendido. Estaba impaciente por hablar con Anzoátegui. En efecto, al llegar frente a él, éste bajó de la tribuna improvisada y se acercó hasta el caballo, lo tomó por las riendas y ayudó al jinete a bajar, y sobre la marcha le pregunto: ¿Qué es tan urgente…Freites?
Espere que le cuente.
Suéltelo de una vez.
Bueno al sargento le pareció importante. Es que Fernández de La Hoz, en cuanto supo la derrota de Morales aquí, tomó la decisión de desocupar Cúpira, y va con su gente a unirse a Rossete cerca de La Villa.
Entonces… -sobándose la barbilla, comento Anzoátegui- ¿Para donde correría Morales? Seguro que estará cerca de nosotros. Tengo que enviar gente para Cúpira y otros baquianos que hagan una recorrida por los alrededores. Desde aquí hasta Barcelona.
Águila Blanca, que estaba cerca y escuchó lo que se proponía Anzoátegui, dijo:
Puedo encargarme de Cúpira… Ir y venir en pocas horas con mis 20 tiradores. No me gusta la política. No hago nada aquí.
Ah…Muy bien… Pero un momento: primero celebraremos la victoria y luego pelearemos. Tengo entendido que el pueblo ha preparado un agasajo y un homenaje en la Plaza Mayor –Anzoátegui bautizó con este nombre el espacio que queda frente a la Iglesia de Píritu y el pueblo se congregó allí—
Levantando la voz dijo:
¡Vamos todos para la iglesia…! Allí el padre Castejón, oficiará una misa de campaña, y luego vendrá el joropo.
Todos los que acompañaban al Comandante asintieron y fueron tras él. Una vez en el sitio el padre Castejón ofició la misa, dijo una homilía apasionada y revolucionaria que arrancó aplausos de los feligreses. Terminada la misa, Anzoátegui, parado en el altar improvisando, dijo:
Esta celebración tiene un nombre: Águila Blanca. El no va aceptar este homenaje que le vamos a rendir; pero sépanlo todos, si aquí hay un triunfador, ese es Águila Blanca, como lo llamó el coronel Bolívar: el comandante de Ingenieros Antonio José de Sucre, que con su sabiduría nos condujo a una victoria sencilla y se podría decir fácil, si no fuera por los muertos y heridos que tuvimos. Pero en cada gota de sangre que derramemos por la Patria, ganamos un jalón para la libertad de nuestro pueblo… Nuestro pueblo será libre para siempre y nuestra sangre se verá recompensada por todos los siglos. Qué más puede pedir un hombre que va a entregar su vida, si logramos la gloria de la libertad.  Que suene la música y a bailar… y a beber todos.
Enseguida sonó la orquesta con un joropo llanero, y el primero que salió a bailar fue el comandante, y detrás de él todas las parejas salieron. Águila Blanca permaneció en silencio, hasta que una joven se le acercó y lo sacó a bailar casi a la fuerza, no se imaginaba lo bien que bailaba. Él tampoco sospechaba quien era aquella muchacha rubia y coqueta, que al bailar pegaba su cuerpo con el suyo, y sus ojos traslucían la pasión que sentía.
En medio del joropo, el padre Castejón tomó la palabra y en alta voz dijo: Me permito interrumpir este baile, porque una dama va a recitar unas décimas que le escribí al valiente Águila Blanca.
La joven que bailaba con el nombrado, le dijo: ahora voy a recitar para ti.
Águila Blanca trato de retenerla, pero la joven se soltó y se colocó al lado del sacerdote. Todo mundo aplaudió. Se escucharon los gritos:
¡Que recite, que recite…!
Hicieron silencio cuando se presentó en la tarima improvisada, la bella dama, toda una princesa cumanesa que vivía en Píritu con sus padres.   Su papá Diego de Serpa y Rojas, se casó con una piriteña: doña Inés María Freites de Serpa. La declamadora era la incomparable Inés Serpa Freites, una gacela blanca y arisca de mediana estatura, con la cara de la virgen María, pintada por Murillo.
Se levantó cual bella era, y dijo: Estas décimas las escribió el padre Andrés Antonio; pero yo colaboré con él, y me las aprendí inmediatamente, por eso se las voy a recitar.
Sonó la música y se escuchó claramente la voz de Inés Serpa…
A Sucre.
De vuestra dulce afluencia
he llegado a conocer
el buen fin que ha de tener
nuestra reñida pendencia.
Tú pericia y tú prudencia
en un equilibrio son:
que de amable discreción
llaneza, afabilidad,
se duda en vos, con verdad
cual es mayor perfección.
Aunque no eres general
serás un fiel instrumento
para nuestro vencimiento
por tu pericia marcial
de tu talento el raudal
a muchos lo comunicas
Y todo lo que practicas
es con tal ingenio y arte
que obligas no sólo a amarte
sino a entender cuanto explicas.
                                                Señores

Inés hizo una graciosa inclinación y un ademán de saludo que  conmovió a todos. Los aplausos y los gritos no cesaron.  La dulce voz de Inés se coló como un elixir mágico entre los presentes, en un reverente silencio, y todos apreciaron la belleza de la declamadora y las dulces décimas; pero el que más quedó turbado por la belleza y el gentil modo de la declamadora, fue el joven comandante Águila Blanca, el cual no pudo contener el impulso de llegar hasta ella y besarla y, luego se separó un poco, la aplaudió fuerte y efusivamente, tomó una de sus manos, sintió una extraña sensación,  la levantó para que fuera aclamada. Luego se separó de Inés, caminó dos pasos hacia atrás, sin darle la espalda, hasta que se acercó al comandante y le dijo:
 Entonces José Antonio, que decides; ¿voy en comisión o me quedo?
Anzoátegui se revolvió como picado de culebra. En el fondo no quería que Sucre se arriesgara tanto, pero al fin, confiado en la pericia de Águila Blanca, acepto: La verdad es que aquí haces mucha falta, pero creo que tú necesitas acción… es lo que quieres… ¿verdad?
Así es, estoy entumecido, y los enemigos están de vacaciones.
Con cierta acrimonia y movimiento de los labios, resolvió:
Muy bien… encárgate de esa comisión, limpia ese territorio de enemigos y organiza a los nuestros. Busca al cacique Cipriano Guaiquirian, todo mundo lo conoce, es el mayor productor de Cacao de la zona; es patriota, pero se cuida mucho de los españoles… se hace respetar. Si no lo encuentras es porque está ayudando a Fernández de La  Hoz, a salir de su pueblo. Recuerda… -lo dijo remarcando las palabras- Es un amigo, y amigo mío, en lo personal…
No hay cuidado, basta que tú lo digas… Águila Blanca se volteó hacia el Capitán Freites y le preguntó… ¿usted quiere acompañarnos?
Éste se sorprendió ante la pregunta inesperada. Lo miró fijamente, lo pensó mucho antes de responder… De verdad… me gustaría; pero no estoy en las mejores condiciones… Vengo desde Caracas, y casi no he dormido en estos tres días. Sería una carga… No, de verdad no debo ir.
Déjamelo aquí –intervino Anzoátegui-  que ya con que tú te vayas, quedo casi desasistido…Todo mundo dice que Freites vale por diez.
Tú bromeas, tienes el mejor Estado Mayor que yo conozca… y te quejas.
Bueno el que no llora no mama, dice el refrán.
Está bien, basta de bromas, me voy, eso si… no se la coman toda, guárdenme mi parte de la ternera.
Carne fría no sabe a nada. Apunto Anzoátegui riendo a carcajadas.
Déjamela cruda, que yo me encargo…
Todos celebraron el diálogo… Águila Blanca ordenó al sargento León Mundarain que siempre estaba cerca, para que convocara a los 20 tiradores de su partida, y de paso, le trajera su caballo. Esta orden al Sargento se debió al hecho de formar parte del mismo grupo de los 20 famosos tiradores de que se componía la patrulla que había entrenado, y que se le había asignado; y además, había cabalgado con él a tempranas horas y conocía el patio donde los cuidaban.
Cuando se disponían a partir se asombraron al ver aparecer tres verdaderas amazonas:  Inés, Mónica y Leonor;   la principal de ellas doña Inés Altagracia Serpa y Freites, se acercó a Sucre y con aplomo le dijo:
Nosotras los acompañaremos en esta misión; y no aceptaremos que nos rechacen y digan que somos mujeres, eso ya lo sabemos, y sabemos disparar tan bien como ustedes. Somos soldados de la patria.
Águila Blanca iba a decir algo, pero el sargento Policarpo lo atajó y le dijo:
Mejor es que deje que vengan, usted no sabe el temple de esas mujeres. Es bueno para su salud que se acostumbre.  Doña Inés, la de largos cabellos rubios, es una guerrera, la más bella y poderosa de toda esta provincia. Sus compañeras inseparables: Mónica y Leonor, ya las conocerá… después que las vea en acción. Ahora que las veo vestidas de soldados, recuerdo aquel lance, cantado por el más grande poeta de la historia. Escuchen estos versos, tomó  posición declamó: 
“Ruedan los altares una tempestad de dardos oscurece el cielo, una lluvia de hierros cae sobre el ejército, la tropa invade los altares y saquean el templo. Huye el Rey. Las amazonas enganchan los carros, y espadas en mano embisten la caravana del rey Aulestes, el rey tirreno llevaba las insignias reales. El choque es terrible, cae el Rey, y es rodeado por las amazonas; cuando aparece el poderoso Masapo con su afilada lanza’; toma el rey que rodó debajo del carro, por los pies, sacándolo de donde era pisado por los caballos, y pegando un alarido, lo mata atravesándolo por la garganta con la misma espada del rey, y luego levantando los brazos gritó con su poderosa voz “Muerto es ya. Esta es la mejor victoria que hemos ofrecido a los grandes dioses”
Águila Blanca conciliador, dijo: Eres increíble Policarpo…. Muy bien…resolveremos… -y en alta voz para que lo escucharan los soldados y las amazonas- ¡Las trataremos como soldados. Incorpórense a la fila…!
Iremos adelante con usted, Comandante -Dijo Inés, con firmeza-.
Con una sonrisa y un gesto de incredulidad, el galante comandante, alcanzo decir- No tengo ningún inconveniente. Iremos a buen paso... y por lo bajito, que solo ella pudo escuchar:  Nunca he tenido una escolta más bella.   
Inés aparentó, no darse  por enterada y a su vez, en voz baja dijo: No creas que estamos aquí por capricho, queremos demostrar que las mujeres también podemos defender con las armas a nuestro pueblo.
Al contrario, soy partidario de incorporarlas previo entrenamiento. Esta pequeña prueba es un trabajo que puede servir de mucho en su formación militar señorita. Manténgase a mi lado y les serviré de instructor. No lo digo por vanidad, sino que he adquirido algunos conocimientos valiosos de muy buenos maestros.
No se preocupe, ya lo hemos visto actuar, para nosotras usted no tiene nada que envidiarle a Bayardo, es nuestro adalid, moriríamos por usted; Se que aprenderemos, por eso lo hemos buscado, y sabemos que no nos hemos equivocado.
La patrulla avanzó, son muchas leguas, pero el camino se hizo corto, cabalgaron más rápido de lo que esperaban; entraron al pueblo de Cúpira ya de noche, todo estaba en silencio. Vieron una luz en una casita a la vera del camino y hacia allá se dirigieron. Los vieron venir de lejos.  Una mujer los recibió, y pegó un grito de incontenible alegría…
¡Pedro Luis…! Águila Blanca está aquí…!
Desde el fondo del rancho se escuchó una voz ronca y fuerte que gritaba
¡Cómo es eso…!  ¡Repíteme eso…!
Un hombre corpulento salió del fondo de la casa, casi desnudo, acomodándose la camisa; y como pudo se cuadró ante el sorprendido Águila Blanca, que se estaba bajando del caballo.
¡Mi comandante… Mi Comandante…! ¿Se acuerda de mí? Soy el cabo Pedro… Apenas llegué ayer, debía salir a buscarlo, porque el General Miranda me envió  por usted…    
Pero… ¡Claro que me acuerdo…! ¡Quién se puede olvidar de tí, con ese tamaño descomunal! Pero… después hablaremos de eso. Necesito que me lleves inmediatamente a la hacienda de don Geroncio Fuentes.
Claro… ese tiene ahorita una fiesta en su casa. El grosero de Fernández de La Hoz lo tenía mortificado, y quería estar en la casa de don Geroncio todo el tiempo; parece que le gustaba una de las hijas, la que llaman la India, pero se le atoró en la garganta… dicen. Esa mujer es terrible… y terriblemente bella. Bueno, déjenme prepararme que ya salimos pa’llá… Anda, Teodora, prepárale aunque sea una totuma de café a esta gente.
No, no, no… pensándolo mejor… déjalo para mañana muy temprano.  No vamos a interrumpir una fiesta de don Geroncio.
Las tres damas se acercaron a Teodora, y doña Inés le dijo: Nosotras te ayudaremos con el café.
Teodora sorprendida dijo: Pero… y ¿ustedes de donde salieron…? ¿Muchachas ustedes van con esos hombres a pelear?
Así es -se adelantó otra de las amazonas, la llamada Mónica- vamos a pelear, vamos a vender muy cara nuestras vidas. No vamos a esperar a que nos maten y nos ultrajen. Moriremos con las botas puestas, como dice mi papá.  Él me enseñó a defenderme desde pequeña.
En medio del reparto del café Teodora observó como Inés miraba a Sucre, la llamó aparte. Conversaron largo y tendido, y entre otras cosas le dijo:
Mira muchacha…tú estás enamorada de ese joven, ten mucho cuidado, porque ese es un guerrero, y no te va a poder corresponder. Yo he sufrido mucho con Pedro, a él lo que le gusta es la guerra, y eso es porque le mataron a su papá. El se la tiene jurada a un gobernador de Barcelona, y dice que en cuanto se le presente una ocasión lo mata.
No le voy a negar que amo a ese hombre. Daría la vida por estar con él aunque sea una hora. Pero ni siquiera nos conocemos. Yo acabo de cruzar con él las primeras palabras.
Bueno… abórdalo, dile cuáles son tus sentimientos. A los hombres les gusta que nosotras demos el primer paso. Así me pasó a mí, y yo lo agarré desprevenido y se lo dije, y él me dijo que él sentía por mi lo mismo, pero que esperaba una mejor ocasión para decírmelo. Yo le dije que cuando pasa el cuarto de hora ya no hay remedio, y se pierde la vida y se pierde todo por falta de una palabra.
No lo haré, no ahora, puede creer que yo estoy aquí más por su amor que por la misión que me he impuesto. El se dará cuenta y si no esperaré con paciencia.
No, mi amor. Díselo, díselo ahora. Dile que tú lo amas, que estás aquí por él y por la Patria, pero que sería un insulto a su persona que no le confesaras tu amor. Agrégale que tú no esperas reciprocidad, porque él no te conoce, pero esa es tu verdad. 
Tienes razón: lo enfrentaré ya.
Sucre, estaba hablando con sus hombres frente a la casa. Inés se soltó el cabello, se desabotonó la guerrera, hasta donde se insinúan los senos, se le acercó y le dijo:
Águila Blanca, tengo algo importante que hablar con usted.
Bien, Inés, dime en que puedo ayudarte.
No, es en privado, acompáñame. Vamos a caminar.
Los dos salieron hacia el camino sin decirse nada. Inés habló primero, sin remilgos, como algo natural:
Yo estuve hablando con Teodora… le confesé que te amaba –espero la reacción de Águila Blanca, que contuvo una expresión. Inés tembló y se le notó en la voz, cuando dijo:  
Ella… me aconsejó que hablara contigo.
Cómo es eso, si apenas nos conocemos. Tú sabes que para mí lo primero es la libertad de mi Patria. El amor no está en mis planes. Yo pienso en la amarga situación que vivimos en esta pobre Patria. Veo destruida nuestra obra y las maldiciones que caen sobre nuestras cabezas por reclamar el derecho de ser libres. Y nuestros propios hermanos ofrecen sus vidas para esclavizarnos. Y tú me dices que me amas. Inés… ¿no comprendes el drama que estamos viviendo…?
Yo no te sé explicar cómo es eso. Nunca antes he estado enamorada. Sé que te amo, y que sería un insulto a tu persona no manifestártelo. No te estoy pidiendo nada a cambio. Simplemente te digo que te amo, y que mi amor por ti no tiene nada que ver con tu fama ni con tu hermosa presencia, es algo más fuerte, algo que no está dentro de mis facultades controlar. Simplemente, te amo con toda la fuerza y la pasión de mí ser, y es la primera vez que estoy enamorada. Quería decírtelo para estar tranquila, y saber que tú lo sabes. No espero nada a cambio, tu no me conoces, pero te amo y te amaré por siempre; estés o no estés a mi lado. Tú sabrás cuánto vale mi amor, aunque no te estoy pidiendo que lo valores. Eso es todo.
Inés hizo un ademán de irse, y Sucre la tomó por el brazo y la atrajo hasta él, y la besó en la boca. Fue un beso sangriento desgarrado y apasionado.
Inés lo apartó un poco, y le dijo: 
¡No hagas eso!
Y él le respondió.
Inés, ni tú ni yo sabemos si estaremos vivos mañana. El amor no permite diferimientos. Si nos amamos en la guerra, ese amor tiene que ser ya. Y tú eres tan bella, que es imposible que yo no te ame. Tendría que estar ciego para no amarte con delirio. Yo desde este momento te amo, Inés, y seré tuyo, pero solamente en presente. Óyeme… Solo en presente, como Dios… que es sólo presente. Déjame que te bese Inés, todas las veces que quiera y pueda. Nada es más sagrado que este amor que tú iniciaste; desde ahora te estaré amando para siempre, sin que ello signifique el abandono de mis obligaciones para con la Patria. Es el amor de un guerrero… Nada me apartara de mi deber… Ni tú puedes olvidar tus obligaciones, tu las tienes igual que yo… tienes que recordar eso permanentemente… y vas a llorar, lo sé, muchas veces… vas a llorar. Nuestro amor está signado por un compromiso superior. Ojalá superemos esta guerra y podamos amarnos después en paz.
Lo sé… pero peor sería que no supieras que te amo… Tú ni yo sabemos cuánto vamos a vivir… Un minuto de amor puede ser nuestra eternidad.
Esto me preocupa, me sonrojaría ante mis camaradas, si por ti por tu amor, huyera del combate. Si mi corazón me incitara a ello, si me acobardara… yo que siempre he sido valiente; ocupando los primeros puestos en el ataque, para mantener la gloria de mis padres, de mi Patria… y como ejemplo de mis hermanos, de mis amigos y de aquellos que lo esperan de mí… De ahora en adelante me cuidaré de ti, porque nada me importará tanto como tú…
Está bien… Vamos a casarnos nosotros mismos, sólo ante Dios y que nadie más lo sepa… Bésame, bésame como quieras… como quieras. Soy tuya, tómame, soy tuya y nada ni nadie me apartará de ti. Te seguiré como un soldado, estaré a tu lado mientras viva, y sé que voy a sufrir, pero lo haré en silencio.  Desde este momento mi vida te pertenece.
Esa noche sin luna fue testigo mudo de aquel pacto de amor, que no trascendería. Los dos lo sellaron en silencio. Sus almas se fundieron en una sola y sus cuerpos como dos animales en celo se revolcaron en la tierra húmeda. Luego se hundieron en el río sin poder desprenderse, como dos perros en celo.
Águila Blanca le susurró al oído: Tus oraciones llegaron a Cupido, Dios del amor, para que su llama me inflamara por ti, me pareció viajar a los montes sagrados de Idalia, lo vi en sueños.
Ella no respondió, solo lo miró y sonrió tímidamente.
Se quedaron viendo los luceros, y Águila Blanca, le dijo: Recuerdo un triste pasaje de la obra de Ovidio Las Metamorfosis. Que trata sobre el  amor frustrado de Ifis.
Y… ¿cómo fue eso, me lo puedes decir?
Si, escucha: Ifis, un guerrero humilde, conoció a la bella Anaxarete, de la ilustre descendencia de Teucro hijo de Talemón.  De solo verla quedó prendado de la bella mujer.  Durante mucho tiempo Ifis mantuvo guardado su secreto amor; pero no pudiendo soportar su pasión decidió buscar por todos los medios que la bella mujer supiera de su sufrimiento. Entonces decidió hablar con la servidumbre de la esquiva mujer, para que ablandasen su corazón. Pero nada de lo que hizo pudo llegar al corazón de su amada. Entonces decidió plantarse en el portal de la casa y llorar con la cabeza recostad en la dura piedra. La esquiva Anaxarete lo despreciaba, era más sorda que el mar cuando se embravece y más dura que el hierro nórico y que el peñasco vivo y aun no cortado y arrancado de la cantera. Más bien se burlaba, y llegó al extremo de echarlo del sitio que había elegido para mostrarle su amor. Ifis no pudo soportar por más tiempo el desprecio de Anaxarete, y logró exclamar ante ella: Has vencido, Anaxarete tú dureza se ha resistido a mi amor, no volveré a importunarte ni a causarte más molestias; prepara alegres y solemnes festejos, entona tus cantos y aclama a Apolo y ciñe tus sienes con laurel, pues me has vencido, yo muero como victima de tu desprecio. Y comprende que mi amor no se acaba con mi muerte pues a un mismo tiempo abre de carecer de ella  y del amor que te tengo.   
  Y,  ¿cómo murió Ifis?
El se suicido frente a Anaxarete
Horas después, jadeantes, salieron del rio, se vistieron sin decir palabra, y fueron a dormir separados en el sitio que les habían asignado.
La mayor parte de los hombres durmieron a la intemperie, buscaban sitio entre la maleza. Se acostaban sobre un lado de su capa y con la otra se protegían. Muchos usaban gorras militares y otros sombreros de paja con que se tapaban la cabeza y la cara. Estaban acostumbrados. Dormían como Bolívar les decía: con una oreja pegada de la tierra, para escuchar los pasos enemigos.  Las amazonas durmieron en hamacas colgadas en un largo corredor del lateral derecho de la casona.
A las cinco de la mañana, apenas cantaron los gallos de Pedro, más los del vecindario, que repetían el canto como un eco que se perdía en la lejanía, todos se despertaron.  Águila Blanca no había dormido, no se cansaba de recordar cada minuto de ese amor imprevisto pero sublime; pero, Inés si durmió, y muy a gusto, feliz, una sonrisa de triunfo la llenaba toda de gracia infinita. Era fácil descubrir lo que había hecho. Ella se dio cuenta y borró toda huella de la sonrisa, y cambio su faz. No podía descubrir lo que había pasado, nadie lo entendería y su Águila Blanca no se lo perdonaría. Sus mismas compañeras no se lo perdonarían. Tengo que controlarme, pensó, y así lo hizo. Nada, no podía traslucir su felicidad y el encuentro del amor cuando menos lo esperaba. Ella que había rechazado a tantos pretendientes, se entregó sin ninguna duda, como algo natural, como algo esperado, algo que tenía que suceder, y era un amor sagrado con un héroe, un dios. ¡María purísima! Pasó lo que ella quería, lo que había buscado y sucedió. Allí estaba su amor, a su lado, dormido como un niño en la hojarasca, y ella a su lado ¡Podría morirme ya! Lo dejaría todo por él, estaba decidido. Nadie podría separarlos, sus padres lo entenderían, era su decisión.   Además es una ley natural, el amor tiene que consumarse, así lo hice. No voy a pensar más en ello. Pasó lo que tenía que pasar. Voy a buscarlo…
            Se vistió otra vez de amazona, llamó a sus compañeras, buscó su caballo rucio y salió al trote. Lo vio de lejos y se dirigió hacia él.
 Águila Blanca la saludó cortésmente, pero se le acercó y le dijo al oído:
No pude dormir, aún te siento entre mis brazos.
Cuidado. –Contestó muy quedo- Ten paciencia. La tierra escucha lo que no debe. Ya tendremos oportunidad de hablar. Te amo. 
Rápidamente la comitiva llegó a la casa de don Geroncio que los estaba esperando, sabía todo lo que tenía que saber del proceso, y cortésmente los invitó.
Vengan para que se desayunen y hablamos entre tanto.
La mesa estaba servida. Café caliente, arepas, perico y huevos sancochados, chicharrones, chorizos, morcilla, queso blanco, leche recién ordeñada, aguacates y jugo de frutas.
Águila Blanca se levantó y dijo:
En nombre de todos, gracias don Geroncio, nadie miente cuando habla de su hospitalidad. Este desayuno llanero abre la puerta para una amena conversación. Nosotros no tenemos nada que ofrecerle, más que nuestra amistad y si es necesario, nuestra protección; y en ello va nuestro honor y nuestra vida. 
Don Geroncio, muy ceremonioso, se levantó, y dijo:
No esperaba nada menos de un patriota como usted; esas palabras que me honran, reflejan al ídolo de nuestro pueblo; tú eres el Águila de Bolívar, te veo remontar por las altas montañas de la Patria llevando la bandera de la libertad, como él te vio. Tú llevas esa bandera en tu espíritu y de allí no la arrancará nadie, ningún poder sobre la tierra. ¡Brindo por ti, Águila Blanca, y por Bolívar, que se dio cuenta de la fuerza que emana de ti!
Águila Blanca le dijo: Préstenos ahora su auxilio. Vamos a enfrentar a un imperio poderoso, estamos organizando una empresa desigual, en la cual solo tenemos nuestro amor al pueblo; será una lucha del amor contra el poder, solo nos conduce a esta guerra horrenda la búsqueda de la libertad.  Que es el bien más preciado y por el cual estamos jurados y rendiremos, si es necesario, nuestras vidas.
En silencio, los comensales escucharon, asimilaron y admiraron, a su joven comandante.  
El sargento Pedro Luis se levantó con dificultad, llevándose parte de la mesa, causando un revuelo, y excusándose dijo:
Les pido disculpas… pero así me hizo Dios. Y con una risa que le salía del estomago, dijo:
Por allí va Morales más bravo que sapo miao. El dirá si es mentira lo que dice don Geroncio.
Los comensales aplaudieron riendo a carcajadas.
Después del desayuno, Sucre acompañado por Inés y sus amigas, sentados en el corredor del traspatio, en sendas mecedoras, tomándose un cafecito recién colado conversaban con don Geroncio y sus hijas.
Águila Blanca, meciéndose en la mecedora, saboreando su cafecito, pero sin perder el hilo de su negocio, le preguntó a don Geroncio:  y... ¿Qué tal se portó con este pueblo el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz?
Don Geroncio se pasó la mano por la barba, y respondió:
Él no pasó mucho tiempo aquí… recuerdo cuando llegó… si…hace poco…  desde que Morales lo envió para acá, más era el tiempo que estaba de comisión… total que era muy difícil verlo. Llegó con 30 hombres; pero reclutó 15 jóvenes de 16 años y los entrenó como soldados. Por cierto se los llevó a la fuerza. Dejó esas familias desoladas, son unos niños… Pero lo que si hizo muy bien, fue robarnos descaradamente; quería llevárselo todo… de esta casa se llevó lo que le dio la gana: platos, cubiertos, joyas, todo. Dejó esta casa vacía. Llegaba con unas carretas y cargaba las cosas que ya había visto, medido y pesado… Porque llegaba como ladrón de noche, buscando morocotas y joyas. Yo tenía bolsas de morocotas, que no son mías, son de los productores de café y cacao, que las dejan para que se las guarden en mi caja fuerte. Cada bolsa tiene su nombre y la cantidad de pesos en números, por si acaso. Ese dinero lo usan para pagar a los jornaleros. Se las llevó. El dejaba recibos de todo eso, hacía un inventario en cada finca, porque decía que era para pagar los gastos de la guerra, que cuando termine, el Estado Español, pagará esos recibos… Yo te aviso chirulí… Allí puede ver los recibos, que se los hice firmar, los tengo en la Caja Fuerte, yo no sé qué le voy a decir a sus dueños. Es un tipo sin moral. El es un hombre casado y pretendía que mi hija, la más arrecha que tengo, La India, lo atendiera de todo. Un día mí hija le dio una cachetada y él la iba a matar. Menos mal que estaba acompañada de su madrina Marta, mi hermana, que es más brava que ella. Entre las dos lo desarmaron, y se fue sin decir ni pío.
Don Geroncio estaba disgustado. El relato lo devolvió al momento del doble atentado contra el honor de su hija y de él mismo.   
Entonces Águila Blanca, tratando de traerlo a la realidad, dijo: Estamos en guerra don Geroncio. No es raro que le sucedan estas cosas. Procuraremos estar pendientes. Ya veremos si podemos recuperar sus bienes. Lo intentaremos. Para mí es un principio de justicia militar en tiempos de guerra, que el soldado que tome el valor de un real, sufrirá la pena de doscientos palos, y el que robe una cantidad mayor, será castigado con la muerte. Ese es mi código, y creo que andando el tiempo me veré la cara con Fernández de La Hoz. Y, ¿Qué cree que podemos hacer entre tanto? ¿Podremos reunir a los hacendados?
En estos días es imposible -Atinó decir don Geroncio-Todos ellos están lejos de aquí.  Son patriotas conocidos y solicitados por la justicia española. Pero dentro de unos días, cuando estén más calmadas las cosas, y puedan regresar, yo los convocaré. Ellos y yo podemos colaborar. Por ejemplo, tengo más de cien caballos domados, que están a la orden para ustedes, y entre todos los productores podemos reunir entre 500 y 700 caballos, incluyendo muy buenas mulas. Esa es mi oferta… sólo para ustedes… José Antonio me conoce… hace tiempo.
Eso me parece una oferta inigualable que no se puede desechar… –Dijo Águila Blanca, mostrando un rasgo de su esmerada educación- y luego tendiendo la mano a don Geroncio como firmando un pacto entre caballeros, acompañando el gesto con una amplia sonrisa, continuó- Vendré por esos caballos dentro de siete días.
Muy bien… muy bien…  No se diga más. De inmediato me impondré la tarea de recogerlos y encorralarlos. Tiene mi palabra. Vamos a ver cuantos le reúno... Lo esperaré dentro de siete días.
Inés estaba inquieta, escuchaba y sentía que no participaba, entonces dijo:
A nosotras no nos han invitado, pero vendremos a recoger ese rebaño. No somos un adorno. Yo aprendí con mi padre a arriar ganado y caballos… y mis amigas también. Hemos atravesado juntas llanos y montañas, comido y dormido en el suelo a cielo abierto. Cantando galerones y folías en medio de la soledad de la noche en campamentos improvisados. A mí no me asustan los espantos ni el rugido del jaguar. Hemos participado en juicios contra cuatreros y los hemos ajusticiado. Cuando hay que celebrar celebramos y cuando hay que lamentar lamentamos… Hechura de una tierra bravía… Venezolanas de colcha y cobija… y somos voluntarias.
Muy bien… No se diga más…Ya son de la partida. Sentenció Águila Blanca.
Sin embargo, los acontecimientos políticos cambiaron todos los planes. Las cosas en la provincia de Barcelona iban de mal en peor. Los realistas tomaron el poder el 12 de julio. El coronel José María Hurtado, aceptó la insurrección de varias ciudades de la provincia y se sometió a los realistas. En Cumaná, el gobierno revolucionario organiza una expedición punitiva contra Barcelona, comandada por el General en Jefe, don Vicente de Sucre y García Urbaneja, padre de la emancipación; asistido por el teniente de infantería Diego de Vallenilla Guerra, segundo de a bordo, y el capitán José Francisco Bermúdez Figuera, cual Ayax Telamonio, cuya fama de guerrero indomable se la había ganado en los días genésicos de la revolución. La escuadra estaba formada con 18 buques de guerra y 1000 hombres bien armados, que formaban los batallones “Guaiquerí” ”Carúpano” y “Margarita”, para someter a los pueblos disidentes. La expedición arribó a Píritu el 22 de Julio, allí lo recibió su hijo Águila Blanca y el comandante Anzoátegui. 
La ciudad de Píritu, convertida en un campamento de guerra. Acababa de salir de una batalla cruenta y de terrible consecuencias; aun enterraban sus muertos y contaban sus despojos; los hospitales improvisados, abarrotados de heridos, médicos, enfermeras, monjas y sacerdotes. Gracias a Dios y al comandante Anzoátegui, las mujeres y los guerreros ayudaban en todo.
Por otra parte el puerto de Píritu era escenario de una ceremonia patriótica importante. A las fuerzas libertadoras del general en jefe Vicente de Succre y García Urbaneja, se les tributaba un merecido recibimiento.
Las fuerzas acantonadas en Píritu bajo el mando de José Antonio Anzoátegui, en perfecto orden, cumplieron el debido protocolo.
Después de los saludos, Anzoátegui invitó a Don Vicente a que lo acompañara hasta el Cuartel General, que estableció en la amplia casa de don Pedro José Trías, una de las familias más importantes del pueblo; este paladín, que formó parte de la Junta Patriótica de Barcelona, la puso a la orden.  
Todo mundo se enteró del surgimiento de la flota de guerra en el puerto de Píritu, en especial algunos miembros de la que fue  Junta de Gobierno de la Provincia de Barcelona,  la cual se trasladó a Píritu para conocer la magnitud de la fuerza y saber sus obligaciones, estaban entre ellos: los coroneles José Maria Sucre Alcalá, hijo mayor de don Vicente; el coronel José Antonio Freites de Guevara, Agustín Arrioja Guevara, don Manuel Matamoros y el licenciado Francisco Espejo, gobernador que fue de la Provincia.  
Anzoátegui hizo servir un refrigerio para don Vicente y sus acompañantes; el capitán de navío don Diego de Vallenilla, y a los representantes del gobierno de la Provincia.
El Lic. Francisco Espejo, dijo a Don Vicente: sus fuerzas ocuparon ayer El Morro de Barcelona. Tengo entendido que las fuerzas de Morales no le opusieron resistencia; tenga cuidado con ese malhechor, puede estar seguro de que está preparando una celada.
Por ahora, respondió don Vicente, dejé a mi hijo el coronel José María, encargado de la vigilancia. El conoce muy bien esta zona de la provincia donde forma parte el gobierno; y tengo aquí de guardaespaldas a mi hijo menor José Antonio.        ¿¡Qué más puedo pedir para que esta campaña tenga el éxito deseado!?
            Terminado el refrigerio, don Vicente le dijo al comandante Anzoátegui:
No podemos perder tiempo, tenemos que actuar con la mayor celeridad. Atacaremos a Barcelona y sacaremos a los rebeldes de sus casas y haciendas y los llevaremos a Cumaná donde serán juzgados. Ordena una reunión de emergencia con los ediles, para ver qué tenemos que nos pueda interesar, aunque vengo bien surtido de todo cuanto es necesario. Pero necesitamos formar un cuerpo de caballería suficiente para avanzar.
            Llamaré a don Pedro José Trías, para que se encargue de convocarlos -dijo Anzoátegui, y agregó: tengo un batallón de 400 jinetes bien entrenados, y tu hijo hizo un negocio por unos caballos y mulas, 700 en total, en el pueblo de Cúpira, con gente confiable, y que no está lejos de aquí, para cuando quieran ir a buscarlos.
            Tenemos que montar por lo menos 1500 jinetes para cubrir toda la provincia -recalcó don Vicente; y continuaron hablando sobre el tema.
También tengo –recalcó Anzoátegui- buena relación con unos cuantos caciques Kariñas, propietarios de buenas ganaderías y muchos caballos… eso es hacia el sur, en los límites con el Orinoco… en este inmenso territorio… y no será difícil traerlos a ellos y a sus ganaderías… si me dan tiempo los hago venir. A ellos les encanta participar, porque siempre se ganan algo, sobre todo, armas, que es lo que más les gusta despues del buen vino. Pero también porque los españoles les han causado mucho daño y les roban sus mujeres.
Don Vicente escuchaba al capitán y asentía con un suave movimiento de cabeza, él sabía todo eso, que se repetía en todas partes.
Un baquiano, Tomás Guatache, interrumpió la reunión. Se cuadró, saludó respetuosamente, y dijo:
Tengo un parte importante para usted… General en Jefe.
Hable usted, sin demora.
Mis hombres descubrieron cerca de aquí un campamento de Morales, muy activo, como si se preparan para atacar.
¿Tienen detalles de esa formación? –lo interrumpió Don Vicente-. ¿Cuántos elementos de guerra? ¿Cuántos caballos…? ¿Qué tipo de armas…? Denme números …
En detalle no… Pero son como 400 hombres de a caballo bien armados.
Ese es Morales, terció Anzoátegui, anda siempre con esa partida. Nunca pasa de 400 hombres, pero es muy peligroso. Se mueve con mucha velocidad y hace mucho daño. Propongo que lo enfrentemos en su patio, con un batallón igual, bajo el mando de su hijo, Antonio José, que lo conoce y sabe cuál es el lado flaco de Morales.
Pero… ese es un muchacho… ¿Cómo se va a enfrentar a Morales?
Ja, Ja… Yo lo admiro mucho a usted, porque lo considero el Padre de la Emancipación; pero no sabe nada de su hijo. Ya le ha dado dos palizas a Morales en estos días. Por algo lo llaman Águila Blanca.
Bermúdez que permanecía en silencio y tenía muchas ganas de entrar en acción: los interrumpió:
Si V.S. me lo permite…desearía acompañar a Antoñito en esta acción, me parece que puedo serle útil.
Discúlpame, José Francisco, pero te necesito aquí, no puedo quedarme solo con ésta armada de 18 barcos y mil hombres. Tú eres el responsable de la disciplina… No puedo darme ese lujo.
Está bien señor, tiene mucha razón. Esperaré otra oportunidad.
Bien José Antonio… ordene... ordene V.S., el ataque, no quiero tener a Morales en mis tobillos, perjudicando la campaña. Tenemos que dispersarlo… sacarlo de aquí.
Anzoátegui ensayó su grito favorito… ¡Policarpooo…!
Enseguida que escuchó el grito de pelea del Comandante. ¡Se presentó incontinente, y juntando los pies, dijo en clara e inteligible voz:
¡A su orden mi Comandante…!
Busque al comandante Águila Blanca, para que se presente al término de la distancia, en esta reunión.
A los pocos minutos se presentó Policarpo; y con respeto militar ante el General en Jefe, presente. Se cuadró y pidió permiso para hablar.
Lo tiene, mi viejo y apreciado amigo, hable usted...  ¿Qué pasa con mi hijo?
Ya está viniendo mi General en Jefe.
Águila Blanca entró presuroso. Se cuadró ante su papá y con esa humildad que lo caracterizó toda su vida, preguntó: ¿Qué quiere de mi, mi señor padre?
Hijo mío, no sabía cuánto has avanzado en tu carrera militar. Me dice el comandante Anzoátegui, que conoces muy bien a Morales y le has propinado dos derrotas en estos días. Por lo tanto te hemos asignado la peligrosa misión de destruirlo porque amenaza la campaña que estamos iniciando. Está acuartelado a poca distancia de aquí, y prepara acciones contra mis planes. Me informa el comandante de esta plaza que dispone de 400 jinetes que puedes conducir a la victoria. Pues si es así, te ordeno que dirijas el combate contra ese astuto jefe realista. De inmediato…
Bien… Lo haré… cuente usted con que pondré mi corazón para cumplir exitosamente esta primera misión bajo su mando y a su lado como jefe.  Y no se preocupe por mí, vendré personalmente a darle noticias del cumplimiento de esta misión por la salud de la patria. Al amanecer, pedí al Señor, que me permitiera hacer algo importante para satisfacerlo a usted, padre, por el orgullo que siento, porque usted esté al frente de esta campaña con el rango que se merece por tantos sacrificios que hace por esta patria naciente. 
Hijo, usted sabe que me queda muy grande este rango, que sólo he aceptado para esta campaña, jamás lo aceptaré como un regalo; sólo si lo gano en el campo de batalla, como lo hacen los grandes de la guerra, y yo no me lo he ganado. Vaya usted, hijo mío, y cumpla con este jalón, que puede ser decisivo para el triunfo de las armas de la libertad. Vierta su sangre gloriosamente en el campo del honor, por la patria. Venceremos.
Águila Blanca se despidió marcialmente lleno de orgullo y de amor por su padre, que en ese momento representaba el honor y la gloria de la patria naciente. En la puerta de salida encontró a sus amazonas, y les dijo.
Buenos días patritas. Vayan con don Policarpo, y pongan en marcha todo el batallón de caballería, con todos sus arreos, que les pasaré revista en 30 minutos. Vamos a corretear a Morales.
Pasados que fueron los 30 minutos, Águila Blanca estaba en el patio de armas frente al batallón.
Enseguida se presentó ante él, el sargento Policarpo, que se cuadró como siempre lo hacía, y le dijo:
Permiso para hablar, mi Comandante
Hable usted don Policarpo.
Frente a usted están 420 jinetes perfectamente preparados y ansiosos para derramar su sangre por usted y por la patria… 
Hágalos desfilar frente a mí, que ya veré si están en condiciones óptimas para servir en estas apremiantes circunstancias.
Los examinó detenidamente. Les ordenó que mostraran las armas y las manipularan y dispararan. Hizo algunas correcciones en el manejo del fusil; les ordenó salir al trote, lanzarse del caballo, saltar y montar, es decir probó todas las tretas de los llaneros en acción. Rechazó algunos jinetes por inexpertos en el uso del fusil y otros por no tener ningún entrenamiento. Pero en general quedó satisfecho. A los rechazados los consoló y les dijo que en la primera oportunidad marcharían con él. Luego gritó estentóreamente…
¡Soldados, la misión que se nos encomienda es vital para el triunfo de las armas a las cuales servimos...! Vamos a vencer, por el honor de nuestra patria, sin lugar a dudas; vamos a tratar de no perder ningún hombre. Nos acercaremos a los Reales lo más que podamos sin disparar; cuando escuchen mi voz, será una orden terminante, se abrirán en abanico frente a ellos, lo más separados unos de otros sin perderlos de vista, para que no sean blanco fácil de las balas disparadas al montón… Otra orden mía… y todos desmontarán y esperaremos fríamente el ataque del enemigo, y solo cuando lo tengamos en la mira y estemos seguros de no errar, dispararemos al detal, y a la vez atacaremos por varios flancos, que yo les indicaré en su oportunidad. Escuchen ante todo mi voz… Ninguno puede avanzar sin orden mía. Si conozco a Morales, este enviará a sus soldados al ataque frontal, sin importarle los muertos y los heridos. Traten de herir a los caballos primero, y después a los jinetes, preferiblemente por las piernas. Vamos a tratar de crearle problemas a Morales; cuando se vea perdido desaparecerá con sus oficiales. Trataremos de cazarlos en su huida; pero sin prisa y sin exponernos. Ya perdimos a uno de los oficiales más valientes y 9 hombres por una persecución innecesaria.  Vamos a salir ordenadamente y al baquiano, que se ponga al frente y nos lleve al campo de batalla. Soldados… a vencer o morir dignamente. Bien derramada estará la sangre por la Patria, por la familia, por sus camaradas o por nuestro Dios… lo demás es un crimen. Vamos a vencer a los que nos oprimen… Viva la libertad. 
Águila Blanca y sus amazonas salieron al frente con el baquiano. Los jinetes los siguieron en perfecto orden. Formidables guerreros se unieron al batallón, junto a muchos orientales recién llegados. Iban  en primera fila: José Tadeo y José Gregorio Monagas, el indio Zaraza, Vicente González, Ramón Machado, Manuel Isava, Jesús Barreto, Francisco Mejía, Vicente Parejo, Valentín García, Arguíndegui, Domingo Román, Agustín Armario, Juan Manuel Valdés, Carlos Peñalosa, Freites, José Leal, José Maria Certad, José Ribero, Manuel Inocencio Villarroel, Francisco Carmona y cientos de patriotas de toda la provincia cuyos nombres no aparecen en los partes de guerra.  
No habían recorrido dos leguas, cuando el baquiano hizo una señal. En una ladera de la montaña de Agua Caliente, se veía un vigía. Sucre ordenó detener el avance, y llamó al sargento Policarpo, que sigilosa e inmediatamente se presentó sin mucha formalidad, se acercó y desde la montura preguntó:
¿Qué se le ofrece mi Comandante?
Hay un vigilante en esa montaña. Lo –dijo observando con su catalejo- y agregó: Necesito cinco hombres rápidos, para capturar a ese vigía.  
Tengo los mejores… Ya se los traigo.
Policarpo salió castigando la grupa de su caballo, y a los pocos minutos se presentó con los cinco soldados.
Estos son los rastreadores, comandante; han volteado el llano  y por decir lo menos, son los mejores… y conozco demás.
Muy bien patriotas, vamos a cazar ese conejo. Voy a simular que estamos de tránsito, por supuesto… con nuestras armas dispuestas. Uno de ustedes tiene que adelantarse y ver que tan lejos esta Morales y su gente… o sea vista al campamento.  No hay que tener tanto cuidado porque a Morales no se le va a ocurrir que lo vamos a atacar en su guarimba. Y el vigía no nos puede ver a nosotros desde allí donde está apostado.  En cuanto sepan la ubicación de Morales, me hacen una seña: Águila Blanca los instruyó haciendo los movimientos que indicaba-  El brazo extendido hacia arriba, quiere decir bastante lejos; el brazo hacia delante, bastante cerca; mover el brazo hacia los lados quiere decir que no está por ese lado, que no se ve. Yo me ocuparé de capturar al guardia… No perdamos el tiempo… procedamos.
El rastreador, el caribe Takí Guatache, tardaría 30 minutos para ubicarse en una eminencia desde la cual podía ver el campamento de Morales, e hizo la seña a Sucre, con el brazo extendido, que indicaba que el campamento de Morales estaba cerca del vigía.
Con ese conocimiento, Águila Blanca y cuatro acompañantes simularon un grupo de jinetes que iban en comisión en trote regular. Cuando pasaron cerca del vigilante, este se interpuso apuntándolos con el fusil y les pidió el santo y seña. Sucre se hizo el desentendido, y le dijo en voz alta:
¿Qué quiere usted…? …No le entiendo.
El vigía repitió: identifíquese o disparo.
Y... ¿Quién es usted para pedirme identificación?
No se haga el burro, soy un soldado… y estoy aquí vigilando.
Y… ¿Usted es alguna autoridad? ¿Trabaja para el Gobierno? Yo soy un oficial de tránsito.
Mientras Sucre hablaba con el vigía el cazador destacado se acercó hábilmente por detrás del vigía, y apuntándolo con su arma, le dijo.
No se mueva… suelte el arma… está usted detenido. Baje con cuidado hasta donde está el comandante, y no se ponga nervioso que no le pasará nada. Si se resiste lo mato, y lo puyó por un costado con su cuchillo.
Está bien… pero… no le arriendo la ganancia; allí cerquita está el coronel Francisco Tomás Morales, que en cuanto se dé cuenta, me saldará a buscar y, ¿dónde se esconderán ustedes?
Vamos, vamos, déjate de pendejadas, y no pretendas ningún truco; nada, porque te traspaso con este cuchillo número cuatro.
Águila Blanca le dijo a Takí Guatache. Ocupa el puesto del vigía. Anda sube al cerro. Y tú Policarpo, llévate a los mejores hombres, eliminen a los vigías y los sustituyes por los nuestros. No será difícil…
Pierda cuidado… a mi gente le gusta el peligro… No se preocupe… delo por hecho… estos hombres lo harán como usted lo desea. Cuando todo esté seguro se la haré saber. Es un plan demasiado bueno…
Está bien, vayan… dense prisa…
 Se alejaron; y, Águila Blanca le preguntó al prisionero… ¿Oye, tú cómo te llamas?. Si me dices tu nombre te suelto, te dejo libre.
Y, ¿Para qué quiere mi nombre, si me va a soltar...?
Cada anécdota lleva sus nombres. Si no sé tu nombre… ¿Cómo lo voy a contar…?
Está bien… Me llamo Encarnación… Encarnación Guatacare, pero comúnmente me llaman Guaripete… pa’servirle.  Si me perdona la vida, sabré corresponder a su delicadeza.
Bueno… si no dices nada y salvas tu vida; me doy por bien pagado; porque si dices algo de este suceso… Morales no te va a perdonar y lamentablemente te matará.
Eso es verdad… Morales no perdona. Ténganlo ustedes también en cuenta. Yo lo he visto matar niños por puro placer.
Bueno vete. Te deseo suerte.
 El vigía se fue, era un llanero resabiado, se alejó por esos montes. A cada rato se paraba veía para atrás, pensaba que le dispararíamos, en cuanto se percató de que no tenía nada que temer, emprendió una carrera loca hacia el poblado.
Entonces se acercó el sargento Ortiz rascándose la cabeza, y razonando sobre el suceso, preguntó:
Oiga comandante, no entiendo nada. Tanto trabajo… para soltarlo… ¿Puede usted explicármelo…?
A un soldado desarmado no se le puede matar. Ya él me dijo todo lo que quería saber… y él no sabe nada de nosotros. Ahora prepararemos nuestro plan. Vamos a esperar a ver qué pasa con los vigías…
Reunió su Estado Mayor ampliado; es decir, se acercaron todos los oficiales que lo acompañaban. Les dijo:… esta noche vamos a tomar posiciones alrededor del campamento de Morales; y, para cuando escuchen mi voz, ya deben tener… cada uno debe tener… su blanco en la mira; ya saben, repito… cada soldado enemigo en la mira. Díganlo a su gente… Si logran reconocer a Morales, no lo piensen, dispárenle, es un sujeto peligroso, hasta muerto es peligroso.
Todo sucedió como lo había planificado Águila Blanca. Los vigías fueron eliminados y sustituidos. Águila Blanca y sus hombres se acercaron al campamento sigilosamente… Morales y los suyos estaban descuidados en conversaciones, tomando ron, jugando cartas, en fin confiados en la vigilancia… cada uno disfrutando el rato como podían.
Entre tanto, amparados en la oscuridad de una noche sin luna,  arrastrándose cuidadosamente entre tunas, retamas, cardones, cuicas, yaques, cascabeles, y otros bichos y obstáculos imprevisibles, los hombres de Águila Blanca tomaron posiciones   y pacientemente esperaron la orden de ¡Disparen!... Lo hicieron certeramente a matar. Se produjo el consiguiente zafarrancho de combate… Los realistas trataron de tomar sus armas, pero murieron en el intento… otros gritaban orden…orden; algunos heridos pedían auxilio, clamaban… los más trataban de huir: Se escuchaban voces alteradas… “!Nos disparan...! ¡Nos disparan…!”  Y los hombres de Morales no sabían de donde les venían los tiros, pero veían a sus compañeros caer muertos a su lado sin que tuviesen oportunidad de defenderse. No pudieron coger sus armas.  El desconcierto fue total, inesperado; huyeron dejándolo todo abandonado. Corrieron como perros asustados y se perdieron en la noche.
Al otro día muy temprano, Anzoátegui y don Vicente llegaron al campamento y Sucre les contó la escaramuza. Les dijo:
Morales es un zorro viejo, descubrió el plan, y cuando atacamos ya estaba lejos con su séquito. Nuestros hombres hirieron y mataron a todos los que levantaron las armas, o tenían oportunidad de levantarlas; ahora los estamos enterrando; muchos se rindieron a tiempo. Son muy disciplinados.
¿Podemos aprovechar a esos hombres…? Pregunto don Vicente.
Águila Blanca lucía cansado, titubeaba… Si.. Creo que si… Eran como 200 los que se rindieron… No sé cuantos… Muchos habrán escapado después. corrían como locos a través de los matorrales y sabanas… Los dejamos… Casi todos son españoles; y después de rendidos, por la poca atención de nuestros hombres y de la propia vigilancia nuestra… escaparon despues de rendidos; pero quedan… quedan algunos, seguramente criollos. Hay que hablar con ellos. Todos están muy cansados…no han dormido… todos… incluidos los nuestros… ha sido una larga jornada… Gracias a Dios no falta nada en este campamento… Pueden descansar y comer…
En ese momento aparecieron las bellas amazonas, que combatieron como panteras, y se mantenían tan frescas como si nada… llegaron sonriendo pícaramente… con una jarra de café caliente recién colado… y lo sirvieron sin interrumpir la conversación…
Pero… Hijo mío… ¿Cómo pudo suceder eso? Preguntó don Vicente… con la totuma de café en la mano…
Bueno… Te lo estoy diciendo… No se pudo hacer nada. Creo que los Reales se dieron cuenta de la huída de Morales antes que nosotros; y, se aprovecharon de la oscuridad para escapar de una muerte cierta… Intentamos perseguirlos, pero después que pasaban la sabana y entraban en los matorrales de la serranía de Agua Caliente, era imposible… Abrieron una vía de escape con mucha habilidad… 
¡¿Y de los prisioneros que quedan…?! ¿Será posible que nos informen ahora mismo?
No lo creo… De todas maneras, vamos a esperar al sargento Policarpo, a ver si tiene la información. 
Levantando la voz, como lo hace Anzoátegui, llamó a la Comandanta. ¡Comandanta Inés Serpa. Acérquese por favor…!
Inés disciplinadamente se acercó.
¡A la orden, mi comandante. En que le puedo servir…!
Por favor, comandante… busque al Sargento Policarpo Ortiz, que se presente de inmediato, que el General en Jefe, necesita sus servicios.
A los pocos minutos se presentó el sargento;
A su orden, para servirle como se les sirve a los héroes de la patria. Así me enseñó mi padre que Dios tenga en la gloria…
Basta, Policarpo, esa canción te la oigo a cada rato.
Bueno… Dígame lo que quiere y será bien servido… Us. me conoce…
Solo quiero saber cuántos prisioneros criollos quedan, porque los vamos a necesitar. 
Ahora mismo, el capitán Domingo Román, se encarga de hablar con ellos. También están haciendo el inventario del arsenal capturado… El botín es extraordinario. Hay de todo.  Además nos adueñamos del campamento; es un sitio confortable y excepcionalmente bien ubicado. Desde aquí se domina un espacio inmenso entre Boca de Uchire y Píritu, lo que le servirá al General en Jefe. Me imagino la rabia que tendrá Morales, que no esperaba jamás un ataque por sorpresa en este sitio.  
Gracias Policarpo. Después que Domingo termine su labor, me traes el chisme... Y dirigiéndose a Águila Blanca… Dame un abrazo amigo… -remarcando las palabras- Eres un ser excepcional… Águila Blanca… no sé cómo te sale todo tan bien. Ese bicho me ha dado mucho dolor de cabeza. Por doquiera le encuentro, y siempre me ataca. No nos libraremos de él fácilmente. Tú le has dado dos palizas seguidas
Dime, José Antonio… ¿sabes cazar venado?...
Claro hombre…
Pues… vamos a cazarlo. Vamos a montarle una “silenciosa” como dicen los cazadores del comandante Domingo Montes.
Siempre oigo hablar de ese intrépido comándate… Acaso… ¿Podré conocerlo alguna vez…?
Estoy seguro que escucharás mucho más de ese guerrero.
Y tú… ¿Crees que tendremos acciones más complicadas que las que ya tenernos…?
Los españoles no se rendirán fácilmente, ellos son guerreros. Prefieren la muerte a dejarnos libres. En realidad… somos iguales. Nosotros tampoco les dejaremos nuestro suelo… Cueste lo que nos cueste.  Mi padre es un ejemplo, porque él solo lucha por su pueblo… Él lo tiene todo, sin embargo, está dispuesto a perderlo por honor.  Hasta la vida si es necesario…Es una cuestión de eso…honor, patriotismo… No todos lo entienden…
A mi tendrán que matarme –replicó Anzoátegui- No volverán a esclavizar a nuestro pueblo…   Tengo que agradecerte todo lo que has hecho… Tú sabes lo que vale para mis hombres y para mí este campamento; aquí podemos montar con comodidad nuestro batallón… Esta posición nos da el dominio de la provincia. Verás como vienen los caciques que han sido ultrajados por los realistas. Ellos nos dotarán de todo cuanto necesitemos. Sobre todo caballos, mulas y ganado.   
Pero… vamos a inspeccionar el campamento, y mientras… continuamos conversando.
En eso llegó corriendo y alterado, el sargento Policarpo Ortiz, se cuadró ante Anzoátegui, pidió permiso para hablar, se le concedió, y dijo:
Hay muy malas noticias, pero prefiero que sea el coronel Francisco Illas, que se lo diga. Él está en el salón grande por la parte de atrás, vino en compañía del padre de Águila Blanca, del General en Jefe, don Vicente de Sucre.
¡ Ah carajo…!
Aligeraron el paso y se acercaron al coronel Francisco de Illas y a don Vicente, que estaba en animada conversación con su hijo José María, y el capitán José Francisco Bermúdez.
Buenos días mi General en Jefe, sien…
Don Vicente le cortó la palabra con un gesto, mientras abrazaba y besaba a su hijo Antonio José, luego se separó cuidadosamente  y dijo agravando el seño: comandante Anzoátegui, disculpe… no estamos en este momento con miramientos protocolares. Estamos en un grave asunto. Le ruego que preste mucha atención al coronel Francisco Illas. Nuestra Provincia tiene que tomar una decisión que nos puede costar la tranquilidad y hasta la vida.
Discúlpeme… General… pueden informarnos… por favor.
Bien…Ustedes saben que los realistas nos derrotaron en “Sorondo”, y que nuestra armada desapareció en manos del más afamado capitán que hemos tenido, me refiero al almirante González Moreno; pero hay algo mucho más grave ahora… el generalísimo Francisco de Miranda nos ha entregado miserablemente a los españoles mediante una capitulación vergonzosa e intolerable.
Mi General… y ¿Cuándo fue eso...?
Hace pocos días. Mejor dicho… el 25 de julio: sus representantes firmaron en el ingenio de los Bolívar, en San Mateo… Aquí está el coronel Francisco de Illas y Ferrer, que nos informará al respecto.   
Padre mío: ¿El coronel Bolívar está en esto?
Jamás… ese joven es un patriota, y más bien juró fusilar a Miranda y tratarlo como traidor a la Patria.
Tiene que ser así… yo lo conocí en Valencia… y estuve a su lado y lo observé atacando al enemigo de una forma inusual; aprendí mucho de las tácticas que deben emplearse en situaciones difíciles. Imagino que ya estará preparando algo idóneo a tales circunstancias.
No lo dudes hijo mío; además… tiene todo cuanto se necesita para emprender una guerra sin cuartel contra los enemigos de la Patria. Allí estaré… a su lado … y venceremos.
¡Venceremos…! ¡Viva la Patria libre…! Repitieron todos cuantos se habían reunido para escuchar al coronel Francisco de Illas y Ferrer.
Todos lo miraron, perplejos. Es un tipo alto, delgado, enjuto, rígido; un buen soldado, dispuesto a cumplir con sus obligaciones cueste lo que cueste. Él llevó el 27 de abril de 1810, los despachos del Ayuntamiento de Caracas al Ayuntamiento de Cumaná, y con su hermano José Antonio, fraguó el Golpe de Estado contra el gobernador don Eusebio Escudero.   Es un hombre de fiar.
Levantando la voz, dijo:
Señores, no me lisonjeo de esta misión, pero me comprometí a cumplirla y así lo haré. No voy a negarles que venga de parte del Ayuntamiento de la República de Cumaná, que se ha rendido. Toda la acción que emprendimos para someter a Guayana, fracasó. Aquí mismo, en la provincia de Barcelona, aunque ustedes han cumplido con su deber y han obtenido éxitos resonantes, de los que todo mundo habla; pero todos los pueblos más importantes, incluyendo Barcelona, se han rendido a los realistas… todos aclaman a Fernando… Es muy triste, pero es la verdad. Teníamos la esperanza puesta en el general don Manuel de Villapol, y éste valiente soldado de la patria, después de la terrible derrota de “Sorondo”, llegó con sus tropas, ordenadamente, hasta el Pao; allí recibió despachos de Miranda, exigiéndole que llevara sus batallones hasta Valencia. Así lo estaba haciendo cuando se enteró de la Capitulación.  Avergonzado regresó entonces, por la vía de Maturín, con la idea de reforzar a José Tadeo Monagas y otros valientes alzados en los llanos de Maturín; y no los encontró, y ahora no sabemos nada de él.   Tampoco logró el apoyo logístico que esperaba, ni siquiera para continuar la marcha hasta Cumaná… Todos se rindieron, y se vio obligado a licenciar sus tropas para evitar un amotinamiento.  El eminente General en Jefe, Francisco de Paula González Moreno, corrió la peor suerte; se quedó en el Pao al amparo de la Capitulación… es hecho prisionero; luego conducido… como un malhechor… llegó moribundo a las bóvedas de la Güaira. Malherido como estaba fue conducido a Caracas, donde según noticias… falleció. Ese hombre, que fue prez de nuestro gentilicio, tratado como un miserable; burlándose sus captores de la humillante Capitulación, él hubiese preferido morir de un lanzazo en la orgía de una batalla.
        Estos son mis sentimientos; sin embargo, traigo instrucciones para usted General, para que zarpe enseguida y lleve las tropas a Cumaná, y en el caso contrario se le declarara desertor y será perseguido como tal.
            Todos los oficiales y muchos soldados escucharon el discurso del coronel Francisco Illas. Se hizo un silencio sepulcral. Por varios segundos no se escuchó sino la respiración del General.
Don Vicente, de pies, con una mano sobre el hombro del coronel Illas, miró a sus hijos, luego vio el perfil inmutable de Anzoátegui. Su hijo José María, delgado, alto, ceñudo, con los puños apretados; a su lado, tal vez triste, el coronel Blesa, y Policarpo, muy inquieto; las tres amazonas imperturbables; sobre todo Inés, que en ese momento estaba pensando, que nada la separaría de su amado… solo la muerte… un rayo invisible pasó por sus ojos verdes- hizo un movimiento como quien se sacude de algo que la atormenta… dijo muy quedo ¡Ave María Purísima! Sus amigas a su lado la tomaron de la mano y la apretaron fuertemente.    
Don Vicente levantó la voz… y en un grito angustioso, dijo: ¡Todo se ha consumado, como dijo Cristo…! Y en un susurro… No hay nada más que hacer…Al amanecer partiremos para Cumaná. Como todo está preparado, recojan las cosas que tengan que recoger… y ya pueden embarcarse. Si algunos desean quedarse aquí, tienen mi permiso y autorización. El regreso para Cumaná no es obligatorio. Yo no estoy preparado para ir a las guerrillas, pero aquellos que se sientan capaces… no se los impediré… y les permitiré llevarse sus armas y cuantas municiones quieran y puedan cargar.
Anzoátegui se colocó al lado de don Vicente, y levantando la voz, dijo:
Aquéllos que quieran quedarse, aquí tendrán su puesto en mi División, porque ya es una División de más de 800 hombres. Les puedo garantizar que no les faltara nada. Yo no podré dejar las armas, no puedo entregar a mis hombres, con un sanguinario como Morales y un Fernández de La Hoz; en Cumaná es otra cosa, allá seguramente será respetada la Capitulación. El Ayuntamiento de Cumaná es muy fuerte, y con don Vicente no se juega. Además el gobernador designado, don Emeterio de Ureña, es un hombre correcto, que si hará respetar el texto de la Capitulación. Allá es posible que se respete la Ley. 
Águila Blanca llamó a Inés, y le dijo:
Permaneceré aquí unos días contigo, luego veremos qué rumbo tomamos. Aguárdame… hablaré con mi padre. Águila Blanca se acercó a don Vicente y le dijo:
Señor, he decidido quedarme unos días aquí y luego iré a Trinidad, allí me dedicaré al estudio del inglés y tácticas militares ingleses.  Esperaré sus noticias.
Me parece muy bien, nuestra casa está algo arruinada en Puerto España, me da gusto que vayas; enviaré a mi mujer, ella corre peligro en Cumaná… y no conoce la Isla. Enviaré con ella a mi capataz Severiano y un lote de esclavos, porque si es necesario puedes vender algunos, para que no pasen necesidades; aunque ella va bien dotada y creo que a ti no te falta nada, o sí.
Sin embargo puede ser que necesite algún dinero.
Pues sí…
¿Cuánto necesitas?
Unos mil pesos estarán bien.
Ven conmigo al barco, allí te los daré.
Entonces, andando…
            Pasaron esos días sin novedad en el pueblo de Píritu. Don Vicente se ocupó de preparar los barcos para el zarpe; pero los acontecimientos políticos se presentaban cada día más complicados; Monteverde se burla de la Capitulación, y se dedicó a la persecución de los patriotas. Se habían constituido dos partidos irreconciliables: patriotas y realistas, y estos días posteriores a la firma de la rendición de Miranda, los realistas vencedores reclamaban venganza en todas partes. Se escuchaban los gritos histéricos de los fanáticos pidiendo la muerte de los patriotas.
Cumaná tuvo suerte con la elección de don Emeterio Ureña, un hombre noble y correcto, aunque fue nombrado un poco tarde, el 14 de setiembre de 1812. Entre tanto había gobernado el Ayuntamiento cumanés bajo la presidencia del Dr. Francisco Javier Máyz, recio patriota de notable fortaleza y erudición.
Más allá, en Barcelona se complicaban las cosas. El Capitán General Domingo de Monteverde, nombró gobernador a un mal sujeto colmado de resentimientos, Don Lorenzo Fernández de La Hoz, que asumió el cargo el 15 de setiembre de 1812, un español del Valle de Soba, residenciado en Cumaná, donde se casó con Catalina Sotillo Verde, una dama de una familia muy importante, los Bermúdez de Castro, precisamente la del capitán patriota José Francisco Bermúdez Figuera.
Barcelona tuvo la desdicha de caer en manos de éste infame Capitán: vengativo y rencoroso. Preparó el terreno y sibilinamente ofreció cumplir las condiciones de la capitulación mientras perseguía, ajusticiaba y encarcelaba a los patriotas: el capitán Anzoátegui, Freites de Guevara, Agustín Arrioja, los hermanos Hernandez y otros, entraban y salían tranquilamente de la ciudad aparados por la capitulación. Todos fueron traicionados, hechos prisioneros y enviados a la tenebrosa cárcel de La Guaira.
El día del arresto de los patriotas de Barcelona, Inés y Sucre, estaban con Anzoátegui, y a eso de las cuatro de la tarde se despidieron y salieron con sus briosos corceles hacia Píritu. No había recorrido mucho trecho, y a la salida de Barcelona por el Oeste, un piquete de soldados españoles les salió al paso. A poca distancia del pelotón, Águila Blanca detuvo su cabalgadura e Inés lo imitó. Águila Blanca levantó la voz y preguntó:
¿Qué queréis?
Uno del grupo se adelantó un paso, y con voz altanera preguntó a su vez.
Y… ¿Quienes sois? ¿Para donde vais?
Águila Blanca con una mano levantando su arma y con la otra empuñando su espada, en voz alta respondió:
 ¿Quién lo pregunta?
El mismo oficial respondió, esta vez, con cierta cortesía.
Soy el capitán Antonio de Zuazola, al servicio de su Majestad, y tengo instrucciones de llevaros ante el Coronel don Lorenzo Fernández de la Hoz… y, vos ¿Quién sois… y, quién os acompaña?
Águila Blanca, movió el zaino y se le acercó despacio, con absoluta normalidad, tanto, que el capitán no se dio cuenta de sus intenciones, y cuando estuvo a su lado, sacó hábilmente su espada, no dio tiempo al capitán español de reaccionar, y poniéndole la punta de la espada en la garganta, en tono conminatorio, le dijo:
Ordene a sus hombres… que cojan la vía de Barcelona, si no… lo mato.
El español no se inmutó, se sentía seguro y replicó:
Y… si me mata ¿qué les pasará a ustedes?
Águila Blanca tampoco perdió el estribo y replicó
Y si no lo mato… ¿Qué cree que nos pasará…? Mejor no me ponga a prueba capitán… y salve su vida…
El capitán tomado por sorpresa atino decir.
Está bien… está bien… no me mates hombre… deja, deja… Yo arreglo esto.
¡Más te vale…! da la orden.. ya, antes de que empuje un poco más la espada.
Sucre se dio cuenta de una maniobra envolvente que intentaban un sargento y otro de los jinetes españoles… Nunca imaginaron la destreza del adalid, que desenfundado con la mano izquierda su pistola… tan rápido que no pudieron verlo… y le disparó al caballo del imprudente en la cabeza, sin desatender al oficial, al que tenía inmovilizado con la punta de su espada… Y como el imprudente jinete, mientras caía el caballo, sacaba su pistola y se disponía a disparar contra él desde el caballo, que herido de muerte se doblaba impidiéndole un mejor movimiento… Águila Blanca, sin pensarlo, accionó un segundo disparo que impacto en la cabeza del sargento, que se desplomó sin vida frente a la patrulla.  Inés velozmente apuntó al Capitán, y sosteniendo el arma con firmeza, le dijo:
No se mueva, Capitán… no es necesario que muera, y sepa que disparo tan bien como mi compañero.   No me ponga a prueba. ¡Entrégueme su arma…! 
Al Capitán español, pálido como la muerte, le corrió escalofrío por la columna vertebral, percibió la calidad de sus enemigos; no podía hacer nada contra esta pareja de patriotas… con un gesto de abatimiento, entregó a Inés su fusil y una pistola; y, sin esperar más, gritó:
Rompan filas y continúen la marcha… al trote, hacia Barcelona. ,,,No hay nada que hacer aquí… y dirigiéndose condescendiente a Águila Blanca, le preguntó… y.. ¿se puede saber con quién me enfrenté?
Usted lo sabrá capitán, no se anticipe - y casi le gritó al marchar- ¡Estoy seguro que lo sabrá…!
¡Nos veremos muchacho… lo juro…!
¡Lo esperaré con ansias…!
!Entonces… hasta la vista…!
El hombre al que se le enfrentó era nada menos que el cruel capitán Antonio de Zuazola, que iba rumbo a Cumaná., y lo acompañaban otros oficiales, un criminal inescrupuloso llamado Pascual Martínez, que alcanzó celebridad en Margarita; y el joven teniente Cayetano Speranza, que iba nombrado jefe de la guarnición de Carúpano. 
Águila Blanca e Inés, esperaron unos minutos hasta ver que los españoles avanzaban y se perdían por el camino a Barcelona; y, al galope tendido, continuaron hacia Píritu.
Llegaron a Píritu en la noche. Todo era movimiento, mucha gente quería abordar los barcos hacia Cumaná. Las tropas patriotas que estaban en el Morro, unos 400 jinetes estaban entrando al pueblo. Águila Blanca e Inés con el orgullo reflejado en sus rostros, los vieron desfilar. Eran jóvenes patriotas guerreros ardientes de la Patria. Luego continuaron su ruta para juntarse con la tropa, donde fueron recibidos con muestras de alegría, al parecer ya sabían del suceso con Zuazola.
Policarpo los detuvo: 
¿Qué pasa Sargento?
Hay novedad. Morales está rondando por aquí cerquita con ganas de echar una vaina. Nosotros estamos esperando por tí, porque tu papá es terco, no entiende el peligro. A cada novedad, dice, que se firmó una Capitulación y que los españoles tienen que atenerse a ella. No hay forma de que entienda que al Morales no le importa un carajo esa vaina.
Muy bien reúne un grupo, los más que puedas, que se armen convenientemente que los vamos a corretear. Manda unos baquianos para que lo ubiquen y me informas. Yo también saldré a espiar.
Y la comandanta… ¿También va con nosotros?
No creo… ella irá a su casa… Debe estar cansada. Después les contaré lo que nos pasó. Hágame el favor de traerme un buen caballo, este no aguanta más.  Busque uno que conozca este territorio; no se preocupe de la pinta… Buen corredor y que no le tenga miedo a las cascabeles.  No quiero que los llaneros se rían de mí… llévese éste mientras me tomo una totuma de café.
Tardaré poco… porque todos están pendientes.
Así espero… no quiero oxidarme…
Se corrió la voz entre los soldados: “Águila Blanca va tras Morales”; todos los hombres despertaron, prepararon sus equipos de guerra, y fueron más de 400 jinetes los que corrían por las calles de Píritu en busca de la gloria. Águila Blanca montó un caballo llanero, pequeño, pero muy fuerte. El cabo Taki Guatacare estaba de guardia, y le dejó dicho con él a Policarpo, que haría un recorrido y volvería en menos de una hora, que quería que todos estuviesen en formación para salir en cuanto regresara.
Guatacare contaba… que  vieron  comandante salir con dirección a los cerros que se levantan al Sur de Píritu…. Se perdió rápidamente de vista. Alguien me dijo: ¡Por algo lo llaman Águila Blanca…! por allaaa… va… solo se ve como un rayo de luz que lo ilumina...!Infeliz Morales… No sabe lo que le espera…!
Policarpo se apostó ante los soldados y les declamó una oración,  un texto,  que para él era sagrado, dijo
:
¡Oh Júpiter todopoderoso
A quien la mauritana gente
tendida ahora en pintados lechos
Ofrece en sus banquetes
El vino de las libaciones
¿Ves esto? ¿Será que rogamos en vano…
¡Oh padre! …cúando vibras tus rayos?
¿Será que estos relámpagos,
Envueltos en nubes,
Que aterran los ánimos
Solo producen vanos murmullos?
Esa gente que llegó errante
A nuestras fronteras
Y nos compró el derecho de fundar;
A quienes le dimos la tierra,
Y el dominio de aquellos sitios
Repelen ahora nuestra alianza
Y reciben en su reino
A todos los canallas y traidores.
Pero los venceremos para ello
Contamos con el más poderoso
Guerrero que sube  a las nubes
Calzándose los talares de oro.
Se une a Mercurio, llama a los céfiros
Y vuela por el firmamento
Empuña el caduceo
En busca del guerrero inmortal
Lo llaman Águila Blanca.

Desde lo alto del Cerro de la Lluvia, catalejo en mano, Águila Blanca divisó a Morales, con sus tropas, se desplazaba lentamente hacia el pueblo de pescadores “El Hatillo”; al Norte de la laguna de Píritu, una franja larga y delgada entre la laguna y el mar.  Llevaba muchos prisioneros, sobre todo mujeres, las mantenía como escudo. Águila Blanca, de solo ver a Morales y su ubicación, concibió el plan, volvió grupas, ya tenía el esquema de su ataque.
Policarpo, preparó el batallón, todos estaban ansiosos de participar y se congregaron en la Plaza Mayor frente a la Iglesia. Águila Blanca entró a la plaza y enseguida se le unieron los coroneles Sebastián Blesa, Arguíndegui, Coronado, José Freites Bastardo, y el sargento Domingo Román, al cual Sucre le dijo.
No soy quién para darte un ascenso, pero para esta acción bajo mi mando, has demostrado pericia y valor, lucirás los galones de Comandante; y que lo sepan todos –levantando la voz- Su nuevo Comandante se llama Domingo Román. – Todos manifestaron su aprobación, porque en la práctica Domingo Román se comportaba como tal- escúchenme todos: haremos dos batallones: el primero bajo el mando del Coronel Moreno, con el comandante Domingo Román, de segundo; y el otro, bajo el mando del Coronel Bielsa, y conmigo de segundo; saldremos enseguida para tomar posiciones ante el enemigo en una operación tenaza. El batallón bajo mi mando saldrá por el camino del Este, y entraremos al caserío de El Hatillo, desocupado por Morales, donde nos atrincheraremos y esperaremos al enemigo; y el otro batallón, del coronel Moreno,  entrará por el Oeste, por el pueblo de “Boca de Uchire”, donde aun no habrá llegado Morales, porque va lentamente;  y seguirá el camino hacia el Hatillo, a las seis de la mañana, avistaremos al enemigo, si hay algún retardo inesperado, hipótesis descartada, trataremos de distraer al enemigo hasta que estemos a tiro de fusil los dos batallones. Pero confío en que se dé todo como lo he planificado si Dios quiere.  Morales, al darse cuenta de nuestra presencia, tal vez decida tomar el caserío a sangre y fuego, de ser así, ustedes… sin perder un segundo atacaran, y así lo creo, porque yo optaría por ese destino. Pero si vuelven caras para enfrentar el batallón que va tras él, o sea ustedes; entonces nosotros saldremos del caserío y lo cogeremos, de todas maneras, entre dos fuegos. Ellos se dispersarán, muchos se tirarán a la laguna y allí los cazaremos como patos. No hay nada que explicar, esta vez Morales no tendrá alternativa, deberá rendirse.  Y recuerden… no maten a los que se rindan, ésos serán nuestros.
  Todo salió a pedir de boca, la batalla se dio en los términos previstos, cuando Morales se vio atacado por el batallón del Oeste, se ordenó en batalla, y apenas sonaron los primeros tiros salieron las fuerzas de Águila Blanca, y lo cogieron entre dos fuegos. Morales se dio cuenta de que era imposible defenderse y ordenó la rendición.
Pidió un Consejo de Guerra según la Capitulación. Águila Blanca, procedió según sus principios, ordenó una junta de inmediato con su Estado Mayor, y ordenó traer a los oficiales españoles. Estos llegaron desarmados pero tratados con respeto, y ordenó devolverles sus espadas y armas. Águila Blanca, les preguntó si tenían algo que reclamar del tato de guardias. Morales habló: Nosotros representamos la Ley, ustedes son facciosos. Si nos van a fusilar cometerán un delito que será juzgado en su oportunidad. No le reconozco a esta Junta ninguna autoridad. La única autoridad en este territorio la tiene el general Fernández de la Hoz. 
Águila Blanca le respondió: Usted puede decir lo que le plazca, para eso nos hemos reunido. Si fuésemos lo que usted dice ya estarían muertos. No. No los vamos a fusilar. En nuestra Patria no matamos a los soldados que se rinden, por lo menos siendo yo su comandante. Lo que hay es que soy respetuoso de la ley, y la ley en este momento es el texto de la Capitulación, que usted viola cada vez que sale a matar a corretear o apresar niños y mujeres como esas que acabo de liberar.  
Estoy en el deber de preservar la paz contra tantos traidores al Rey, y hombres como ustedes levantados en armas.
Venezuela se declaró libre, ya no es una colonia española.
Nosotros recuperamos la soberanía de este país.
Usted nos ha atacado cuando estábamos preparándonos para embarcarnos para Cumaná. Usted no ha respetado la Ley. Esta al margen de la Ley.
Sin embargo le vamos a dar otra oportunidad pero si cae otra vez en nuestras manos lo fusilaremos sumariamente.  
 El coronel Moreno le pidió una explicación sobre la captura de los soldados de Cumaná, y el confesó que se excedió en ello.
El Consejo de Guerra decidió dejarlo en libertad pero dispuso trasladar hasta Píritu las fuerzas que lo acompañaban y a los prisioneros.
Se le permitió a Morales salir con sus oficiales hacia Barcelona. El Consejo de Guerra le participó que todas las fuerzas irían de inmediato para Cumaná, y que iban a refrescar a sus bases conforme la capitulación, y que esperaban no ser molestadas en lo absoluto.
No permitiremos ninguna interferencia, y nos veremos obligados a defender los fueros pactados -dijo el coronel.  
En el éxito de la jornada no solo contribuyó la oscuridad sino el descuido de Morales, que iba con su botín, como perro por su casa, sin importarle absolutamente nada lo que pudiesen hacer los patriotas.
De todas formas a Morales lo llevaron nuevamente ante Sucre porque no firmó el acta de la Junta.  Este alegó los términos de la Capitulación y la decisión del Consejo de Guerra. En vista de lo cual Morales y su Estado Mayor, decidieron acatar, los términos de la rendición y la decisión del Consejo.
Sucre le dijo a Morales.
Esta vez, Coronel, vamos a aceptar sus alegato, pero le voy a advertir, que estaremos pendientes de sus actividades, y si lo volvemos a apresar violando la Ley, lo vamos a someter a juicio sumario por crímenes de guerra.
Morales tuvo arresto para responderle, le dijo:
De ahora en adelante me cuidaré mucho de usted. No olvidaré las lecciones que he recibido en estos últimos días. Tal vez el futuro me brinde más oportunidades para conocerlo mejor.
Creo que será posible coronel. La guerra terminó, pero uno nunca sabe. Más bien desearía conocerlo civilmente, a lo mejor usted resulta un buen anfitrión. Estaré a su orden en Cumaná. Esa es mi Patria. Usted debería irse a España.
Nunca… esta es mi tierra, aquí están todos mis intereses y los defenderé a como dé lugar.
Usted no se rinde fácilmente. Esta tierra tiene dueños que la defenderán a costa de sus vidas. Tenga eso en cuenta. Ustedes son invasores indeseables y se portan como dueños de lo que no les pertenece.
Estas tierras y sus habitantes son del Rey de España.  Y ustedes le deben reconocimiento. Todo lo que son se lo deben al Rey. Sin el Rey no serían nada.
Cual Rey. ¿Pepe Botella es su Rey? 

Cuide sus palabras. Usted no sabe lo que dice.
Mejor váyase coronel. Tenemos opiniones totalmente contrarias, no vale la pena conversar amigablemente. Entraríamos, más bien, en una discusión interminable. Usted no me convencería y yo menos lo convencería a usted.  Soy un patriota cumanés, mi vida y mi honor, no aceptarán jamás que nos gobierne un rey extranjero. Se dio un paso hacia la paz. Trataremos de evitar los horrores de la guerra y cicatrizar las heridas. Tal vez podamos convivir en paz.
Eso veremos. 
Morales y sus oficiales salieron del campamento, abatidos, sin saber lo que había pasado.  Morales le dijo al Coronel Tomás de Cires, que cabalgaba a su lado.
Oye Tomás, en esta guerra no podemos dormir. Me parece que caímos en manos de un joven honorable. Si soy yo el que resulta victorioso, los fusilo a todos… sin ninguna duda. Me parece increíble que estemos vivos.
¿Cómo vamos a explicar a don Lorenzo, lo que ha pasado?
No le diremos nada.
¿Y si nos preguntan por la tropa?
Diremos que la tropa está por los lados de Píritu bajo el mando del comandante Zuazola.
Pero… ese teniente está por Cumaná.
Nadie sabe nada de él. No te preocupes… yo me encargaré de ese asunto… Él asumirá la responsabilidad.  
En Barcelona el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz, nombrado por Monteverde Gobernador de la Provincia, se comportó peor que un tirano, persiguiendo a todos los patriotas, torturando, asesinando, en fin, violando la Capitulación. Persigue y apresa a los líderes y jefes de las familias más importantes de Barcelona, y en todos los pueblos de la provincia; empezando por los Freites, los Arrioja Guevara, el Dr. Carlos Padrón, los Hernández, y hasta sacerdotes como Fr. Vicente Grimón.
José Antonio Anzoátegui cayó en una trampa que le tendió el propio don Lorenzo. Envió a su casa en Barcelona, a una persona de su confianza; el anciano Dr. Remigio Padrón, que sirvió inocentemente a la perdición del líder; el cual fue portador de una   tarjeta amable, invitándolo a una entrevista, para hablar sobre algunos detenidos, “que al parecer” no participaron en el movimiento sedicente; y todos sus amigos lo mencionaron a él como conocedor de su actuación. En el caso de no asistir, decía, se le tendría como sedicioso, y los inculpados serían enviados prisioneros a La Guaira. Anzoátegui no lo dudó, con sus puños crispados, se dijo: si no voy no sabré de que se trata, pero si voy: puede ser que sea verdad y, por tanto, ayudaré a mis amigos y evitaré que sean torturados inútilmente.  Asistió a la cita en la cual iba su vida. Lo esperaban, era una emboscada propia de aquellos espíritus revanchistas, de inmediato quedó prisionero y fue a parar a las bóvedas de la Guaira. Dicen que Fernández de la Hoz, disfrutó de su venganza, no se cansaba de contar su hazaña, y se reía a mandíbula batiente. La prisión de Anzoátegui causó un malestar terrible en Barcelona; los patriotas y todo el pueblo se indignaron y protestaron. Muchas diligencias se hicieron ante el tirano; pero la represión que desarrolló aquel bárbaro, asesinando impunemente a todo el que levantaba la voz, aplacó las protestas rápidamente.  Contra aquel bárbaro nada se podía hacer. Estaba dispuesto a exterminar a todo el pueblo de Barcelona, y tenía los medios.
Cuando se reventaba de la risa llegó un correo, pidió permiso para hablar, no se lo querían dar pero les dijo: traigo malas noticias del general Morales.
El correo, un tal José García de Sevilla, sargento español de los que escaparon con vida del campamento de Morales, se cuadró ante don Lorenzo… que no dejaba de reírse.
Hable hombre no se quede parado allí con esa cara de estúpido.
Disculpe Coronel… pero tengo malas noticias.
Bueno… desembucha… Dilo de una vez.
Hay un comandante al que llaman Águila Blanca, que nos está dando guerra… y, tiene a Morales por el suelo. Usted me disculpa… Lo ha derrotado tres veces. Lo desalojó del campamento del Sur de Píritu… y ahora… después de cazarlo… le perdonó la vida en el Hatillo, y lo dejó libre… para que le cuente a usted toda la historia de sus derrotas. Disculpe usted si no le gusta lo que le digo, pero lo que le digo es la verdad. Que Dios me ampare. Si miento que me corten la lengua. Yo digo lo que he vivido en estos días en que he andado muchas leguas de a pie. Mientras pude… no sé cómo me salvé… ya no tenía pies… por momentos me arrastraba… no sé… no sé.
Bueno… bueno… cállese… ya estoy enterado… pero muy a medias. Usted habla y habla y no dice nada que pueda entender…
Usted perdone... Sé que llegué en mal momento. Pero no puedo remediar lo que sucedió… sucedió.
Está bien… puede irse… No diga nada más…
El sargento dio media vuelta y se marchó mascullando las palabras.  Caminaba y no se daba cuenta de lo que decía, y ese parloteo indignó al coronel don Lorenzo Fernández de La Hoz… Que gritó: ¡Sáquenlo de aquí…! El sargento echó a correr empavorecido
El Dr. Remigio Padrón lo acompañaba y trataba de calmarlo. Luego Fernández de La Hoz meditaba… se preguntaba y a la vez respondía: ¿Derrotó a Morales…? No lo creo –pero bajo las negras cejas, se marcó un surco de oscuros presagios-  Y… ¿Quién es ese bicho que puede derrotar a Morales…? Dígamelo usted doctor.
El doctor comentó: Nadie sabe nada de él, lo que le puedo decir es que yo lo he visto pelear… y no hay nadie como él… que yo conozca.
 Se le borró la risa a don Lorenzo… Y dijo como pensando…Yo sé quien es… ese carajo tomó Píritu, y ahí está… vive cómodamente con una novia… se pasea todo el día por sus calles, va a la iglesia… se baña en el río y en la playa… parece un príncipe con una cabellera negra de crespos que le caen sobre la cara, tiene una sonrisa de niño travieso, pero de temple de acero y brazo de hierro, lo quiero vivo, quiero verlo derramar lágrimas de sangre.
Tiene que apurarse su excelencia, porque está por salir hacia Trinidad, ya toda la flota está preparada para zarpar. Mejor dicho, muchos barcos a esta hora, van rumbo a Cumaná. No tendría nada de raro que el pichón se haya escapado.
Ave de mal agüero en mi conuco… Vamos, vamos… que ese no se va… La peor diligencia es la que no se hace…Tenemos que preparar un ejército para cazar águilas como  conejos… ja ja ja Muévanse…Tráiganme al padre Márquez, que tiene muchas ganas de darle la extremaunción… y a Hurtado, que tiene todos los contactos políticos y militares… esa es la gente con la que cuento… para que formen y doten un ejército invencible; y a Morales… tráiganme a Morales… yo confío en ese bicho… lo conozco;  lo buscará bajo las piedras y le dará su merecido: ese traidor al Rey, ya está juzgado… Payaso.. Ay si… Águila Blanca… Ese es el calificativo de ese estúpido, que no sabe ni por qué está peleando… lo humillaré y después, descuartizaré sus restos. No quedará nada de él… ni el recuerdo entre su familia… ignorante… Morales… Morales… ese es el hombre que necesito… él mismo lo va a buscar… pero con 4000 hombres, los mejores del Rey en esta tierra. Ya veremos  si  “podemos o no podemos”, como dice el teniente García. Tienen que salir ya… eso es ya…
Entre tanto Águila Blanca no perdió tiempo, sabía que vendrían por él, con todo lo que tienen. Reunió una veintena de hombres y les dijo:
Vamos a preparar el terreno para una acción de grandes proporciones. Vendrán a buscarnos con todo… y les causaremos mucho daño. Todo mundo debe abandonar el pueblo, porque lo van a incendiar por los cuatro costados si se quedan, pero si se percatan que lo hemos abandonado, seguro que no lo hacen, así es que todo mundo debe abandonar y llevar solo lo imprescindible, que se internen en el bosque, que busquen su guarida, eso no durará mucho., Esa gente es comodona, y le causaremos muchas molestias.
Capitán Domingo Román, necesito que busque al cacique Tamanaico, dígale que va de mi parte, llévele este cuchillo y se lo entrega, él sabrá. Que venga con sus guerreros para que se lleve una buena partida de caballos. Que se cuide mucho por el camino. Hay vigilancia del ejército español por todas partes. Que venga cuanto antes por que los acontecimientos ya van a comenzar. Explíquele todo y no le mienta en nada. Responda sus preguntas, pero adviértale que no se puede perder el tiempo reuniendo a los viejos ni a los piachas… ¿Cree que puede encontrarlo a tiempo…?
No se preocupe… yo sé dónde encontrarlo. Tengo conmigo al mejor rastreador de los llanos del Norte. Es de Valle Guanape. Se llama Isidro Guanipa, recuerde ese nombre, será un buen sargento. No hay nada por esos trotes que él no conozca.
 Salga de inmediato.
Puede contabilizarlo. Lo traeré.
Coronel Blesa… ocúpese VS. Personalmente, de sacar a la gente del pueblo… a todos… mujeres niños, ancianos, todo mundo. No debe quedar nadie que le dé gusto a don Lorenzo, de practicar sus sádicas torturas y crímenes abominables. Y VS. Coronel Moreno, de las órdenes para que todos los oficiales y soldados, se presenten con sus armas y municiones en la Plaza Mayor, dispuestos a rendir la vida de ser necesario, en defensa del honor de la Patria… ¡En el término de la distancia…! los vamos a necesitar. Por mi parte, iré a prepararles una buena acogida a los españoles en el campamento que abandonó Morales. El vendrá a recuperarlo. 
El coronel Moreno, observó atentamente los rasgos del joven comandante. Admiró su altivez y arrogancia, el dominio de los elementos disponibles en aquel momento crucial en el cual se jugaba el destino de todos los que quedaban en aquel último refugio de la Patria vencida. Y dijo en alta voz: Así será… Por la Patria. Venceremos… Me encargaré personalmente de todo, no faltará nadie a la cita… Nos encontraremos en el campamento.
  Por otra parte el coronel Blesa, aquel guerrero que probó en Sorondo su destreza y valor, entendiendo la nobleza de quien aun siendo joven, asumía en ese momento la autoridad suprema, hizo un gesto de asentimiento  movió su caballo y salió hacia el pueblo. A los pocos minutos todo era movimiento. Todas las carretas, mulas y caballos empezaron a salir del pueblo con rumbo Oeste.
Águila Blanca con un batallón de zapadores partió hacia el campamento. Una vez allí les dijo a sus hombres”
Vamos a sembrar pólvora, muchachos… Atención Sargento Félix Vila…
A su orden, mi comandante.
Sin protocolo sargento. Ocúpese de los explosivos… Tengo entendido que es su especialidad –y entregándole un plano, continuó- Este es un plano improvisado, que usted debe mejorar. Pinté ese tejido – mostrándole con el dedo el dibujo- véalo bien, de tal suerte, que encendiendo una mecha en este punto –Señaló con el dedo en el mapa un punto hacia el Sur del campamento- toda la dinamita explote sincronizadamente alrededor del campamento y en el polvorín. El batallón de Morales llegará aquí por la noche, así es que no te preocupes mucho por tapar las mechas; ubícalas como te plazca, eso sí, siguiendo el plano, porque de otra forma no se obtendrán los resultados apetecidos.
Lo entiendo perfectamente, mi comandante.
Repítalo otra vez con más fuerza
Tomó aliento y casi gritó: ¡Lo entiendo perfectamente mi comandante!
Quiero hacer hincapié, en lo más importante… es el edificio principal. Tú eres el experto.  Ordena  muy bien el polvorín y las cargas explosivas en madejas, que colocarás a tu arbitrio,  para que surta el efecto perseguido y produzca la acción desencadenante deseada en toda la estructura. La explosión debe ser suficiente para que no quede piedra sobre piedra. Ingéniate para que no se vea la mecha  que saldrá del polvorín hasta cien metros fuera del edificio. Como puedes ver aquí, es la principal. Si necesitas más información, no te preocupes, yo estaré a tu lado.
Don Lorenzo no pudo formar el ejército que deseaba, y solo alcanzó reunir y formar un poco más de 800 hombres, la mayor parte de infantería. Morales llegó a Barcelona en las primeras horas de la mañana del 8 de julio de ese año,  pero no quiso ver al coronel don Lorenzo Fernández de La Hoz; se quedó con el padre Márquez, en el convento de San Francisco, habilitado como cuartel general del ejército realista en  Barcelona, el cual lo puso en autos.  Y Morales le preguntó:
Y… ¿Cuándo se supone que debo partir a tomar Píritu…? Le digo que no será nada fácil. Esa gente pelea como tigres. Yo lo puedo decir, porque no les he podido ganar ninguna de las escaramuzas que he intentado… y me dejaron sin hombres. Encima los usan en contra nuestra… y los muy cobardes nos atacan, como si fueran del bando contrario. Nos disparan a matar, parece que más bien nos odiaran y se formaron aquí con nosotros. Eso es imperdonable... Nos sacaron del campamento, que me costó tanto hacer, porque el vigía de mi confianza brincó la talanquera, y me dejó en descubierto.  Salvamos la vida milagrosamente, gracias a un oficial, el teniente Indriago Villarroel… Hágame el favor y lo asciende a Capitán porque lo tiene más que merecido… nos salvo la vida a todos los oficiales, y, muchos soldados pudieron huir y están prestando servicios con nosotros. Ese teniente nos dio la alerta a tiempo… Si logro agarrar a ese vigía traidor, lo fusilaré ipsofacto.
Creo que VS. Debe salir por la mañana antes de que salga el sol.  El batallón ya está preparado. Los dejaremos dormir esta noche y puede usted hacer lo mismo. Venga a comer un poco conmigo. Tengo un buen hervido de frijoles con cochino salpreso. Le va a gustar. Tengo buenas bolas de plátano y yuca muy buena que me trajeron de Maturín.
No se diga nada más, que ya me tentó y las tripas me crujen. 
No estaba todo preparado como dijo el padre Márquez. Los hombres que pudieron asistir estaban listos para partir y combatir, pero les faltaba de todo y Morales no se andaba con cuentos, sabía lo que le esperaba, una batalla larga y a muerte. Muy buenos jefes patriotas estaba reunidos en Píritu, no se podía descuidar. Revisó las vituallas, el material ofensivo y defensivo: armas y municiones; los caballos, las sillas de montar, las botas, los fusiles, los sables, las espadas, todo concienzudamente. Él y sus ayudantes revisaron a los soldados uno por uno. De esa revisión retiró a 40 hombres, algunos porque no habían dormido ni comido y se desmayaban, por más que quisieran no podían con su cuerpo; otros por presentar síntomas de gripe u otros males peores, como gonorrea; los pasó a la enfermería.  La partida se hizo con toda solemnidad en presencia del Gobernador don Lorenzo Fernández de La Hoz, que lucía esplendorosamente uniformado con todos los arreos y condecoraciones. A las 4 de la tarde, más de 800 hombres de los mejores que tenía el Rey en la provincia de Barcelona desfilaron con bandas de música, banderas y estandartes por la calle San Carlos frente a la catedral: 400 jinetes espléndidamente uniformados de la caballería real, y 430 de infantería. Entre los oficiales de Morales se destacaban: Rosete, Zuazola, Cerveriz, Antoñanza y el terrible José Tomás Rodríguez Boves, que era un pichón de monstruo.
En la tribuna donde brillaban las condecoraciones y el oro, se levantó el gobernador don Lorenzo Fernández de la Hoz, y en voz que todos escucharon, dijo:  
Ilustre capitán don Francisco Tomás Morales, tú eres el guía de la victoria, y llevas a tu lado los mejores guerreros de esta provincia. Trae las cabezas de Moreno y de Blesa, para mostrarlas a los inicuos y la de ese tal Águila Blanca, que al parecer no tiene nombre, es un insensato, que se atreve a retar al Imperio. Tus veloces jinetes invictos, que saben manejar la pica te darán la victoria. Deja sus restos esparcidos para los buitres. Vuelve pronto que tengo para ti una sorpresa del Virrey de la Nueva Granada.  Vamos a establecer juntos el imperio de la paz y la justicia. Me propongo hacer en esta provincia un modelo que guste al Rey. Nuestro Rey no quiere guerra, pero los que están en armas deben ser castigados para dar ejemplo de fuerza y poder. Benditos sean los que acatan las sabias lecciones de la historia de estos 300 años del Nuevo Mundo, que antes vivió la terrible experiencia de la prehistoria, de la barbarie. No permitiremos volver a esas etapas de atraso y de muerte. Ahora viviremos, disfrutaremos de la paz de nuestro soberano. No permitiremos bajo ningún respecto volver atrás. Adelante Comandante invencible, cumple tu papel que nosotros cumpliremos el nuestro. Salud… Viva el Rey… Viva la provincia de Barcelona. Viva el pueblo.
El aplauso no se hizo esperar, los gritos histéricos de los fanáticos, los vítores de los jóvenes cadetes y estudiantes; y la música. Mientras el ejército marchaba y Morales con un caballo colombiano de paso, se lucía ante la concurrencia haciéndolo caracolear, y las barras lo aclamaban. Todo esto hizo retrasar mucho más la partida.  
La caballería llegó a Píritu, a la Plaza Mayor de Píritu, a las 7 de la noche.  Morales bajó del caballo y con una piedra tocó en la puerta del templo, esperó un rato, volvió tocar, nadie respondió; y, molesto exclamó:
¡Carajo…! Mire osté…Ni el cura se quedó…!
El presentía que toda la población lo había abandonado. Todo estaba en la más completa oscuridad, no brillaba ni un cocuyo, y además no había luna. El tiempo amenazaba tempestad. Morales, con cara de angustia,  ordenó  a uno de sus ayudantes:
Sargento Carrillo…
Un moreno alto, fuerte y malencarado se presentó ante él se cuadro y dijo:
A su orden mi comandante
Sin protocolo…Busque Ud. una buena casa donde podamos descansar cómodamente, y un corral apropiado para los caballos. Si la casa está cerrada eche abajo la puerta… ¿para qué nos van a servir…? a lo mejor tenemos que abortar la campaña y volver a Barcelona.  Si encuentra gente no titubee, fusílenlos sin más explicaciones, esos no sirven sino para estorbar.
Comandante Zerveriz.
A la orden, Coronel.
Forme un grupo y espere a la salida del pueblo la llegada de la infantería. Lleve a esa gente a ocupar mi campamento. Usted lo conoce. Seguramente también estará desocupado, pero vaya con cuidado, ponga mucha atención, porque puede estar emboscada la gente de Águila Blanca. Ese forajido es muy peligroso. 
Si usted supiera coronel, tengo experiencia cazando águilas.
Cervériz es un joven de 23 años, impetuoso y cruel, que combatió al lado de Monteverde. Se le conoció desde un principio por el odio con que perseguía a los patriotas. 
Pues use esa experiencia. La va a necesitar. Vaya con Dios Comandante.
Todo salió como Morales dijo. Los 430 hombres llegaron a las puertas de Píritu un poco después de Morales. Cerveriz los detuvo y preguntó:
¿Quién está a cargo?
El Padre Márquez. Un hombre alto muy blanco, con una barba canosa recortada, estilo de Armand Jean du Plessis Cardenal duc de Richelieu, con vestimenta de soldado raso, salió del medio del batallón, y dijo:
¿Cómo está comandante? Disculpe usted, yo hago las veces de jefe de infantería… pero yo soy un cura… no sé nada de esto: en realidad los oficiales que dirigen las operaciones que estamos realizando, son el capitán Antonio Zuazola, y los tenientes comandantes: el catalán Agustín Coll y José Gregorio Fernández, al que todos nombran Comandante Pepe. Pero…Usted dirá, lo que tenemos que hacer.
Tengo las instrucciones del coronel Morales, para que la infantería ocupe el campamento del cerro de Agua Caliente. Este campamento lo tienen las fuerzas rebeldes… Al parecer está desocupado. Sin embargo Morales piensa que aun pueden estar por allí emboscados los hombres de Anzoátegui, porque desalojaron Píritu apresuradamente…
Pero… -inquirió el padre Márquez-  ¿No será mejor que entremos a Píritu, y después salgamos descansados en horas de la mañana para ese campamento?
Lo siento, padre, son las órdenes que tengo. Si usted lo desea, puede ir Píritu con una escolta. Ya que no tiene por qué entrar en batalla. ¡Si le parece…!
Sí me parece… Es mejor que vaya con Morales. Tengo otras cosas que tratar con él. Llame usted al Comandante Pepe, y dele las órdenes de Morales. 
Entonces elevando la voz gritó:
¡Comandante Pepe…!
Un hombre alto y fuerte se destacó del batallón y se acercó.
A la orden Comandante.
Tengo las instrucciones del coronel Morales, para que la infantería tome por asalto el campamento del cerro de Aguas Calientes, y creo que usted es el hombre indicado para hacerlo, ya que tengo entendido que lo conoce muy bien, porque participó en su construcción. ¿Es así…?
Es correcto… Solo diga cuando podemos actuar.
Eso es para ayer comandante. Usted me entiende. El coronel Morales cree que tiene que ir  con el “ojo pelao”, a  ese campamento; porque le da muy mala espina tanto silencio, de parte de un tipo tan astuto como Águila Blanca. No le extrañaría un ataque por sorpresa de sus fuerzas, aunque no se vean por la oscuridad de la noche.
¿ Y… entonces?  ¿Por qué no dejamos eso para  mañana muy temprano?
Porque Morales piensa distinto de Usted…Por algo es el que manda.  Morales dice… que no debemos dejar para mañana lo que podemos hacer hoy.  ¡ Entiendes…!
Pero…
No hay pero que valga. Es una orden… y yo no tengo autoridad para enmendarla. Salga de inmediato.
El comandante Pepe, dio media vuelta y comunicó, con cierto disgusto, las instrucciones recibidas a través de sus ayudantes.  De inmediato se hicieron los preparativos para la marcha. Luego en alta voz, para que todos lo escucharan -voz estentórea- les informó:   
Batallón… tenemos acción. Creo que todos lo deseamos. Vamos a tomar por asalto el campamento del coronel Morales, que está en manos enemigas. Aprovecharemos la oscuridad. Cuando lleguemos al campamento les daré las demás instrucciones… Por ahora… solo vamos a marchar hasta el sitio… Lo haremos con mucho cuidado. No sabemos nada del enemigo. En cada paso nos jugamos la vida. ¡Ténganlo en cuenta…! Estén preparados para disparar en cualquier momento.
Subieron lentamente por una caminera de animales, entre cardones y tunas.  Ya era la una de la mañana cuando divisaron el campamento. Varias luces estaban encendidas, y por sobre su estructura se veía una columna de humo, que indicaba, que estaba ocupado y seguramente, a esa hora, preparaban café para la tropa. El comandante Pepe, sin embargo se extraño… que no había vigilancia.  Los otros jefes, lo advirtieron y se acercaron a comentarlo con Pepe, antes de iniciar el asalto. Por precaución enviaron baquianos que se adelantaran para informar cualquier novedad. Se movieron sigilosamente, se fueron acercando, llegaron como a 300 varas del objetivo. No vieron nada irregular, avanzaron, tampoco observaron ningún movimiento ni había vigilancia. Todo parecía como si se hubiese desocupado precipitadamente o que los ocupantes dormían plácidamente.  Pepe ordenó hacer algunos disparos para ver si recibían respuesta. Se hicieron los disparos y nadie respondió. Pepe dijo… ¡Está abandonado…! Gritó.. ¡Vamos a ocuparlo…! ¡Adelante…! Y enseguida…
¡Coronel Leandro López…! Vaya con un pelotón y entre al Campamento, y diga si hay seguridad para que el batallón entre a ocuparlo.
El coronel Leandro López, dio un paso al frente y llamó a diez voluntarios, para cumplir la comisión. Se levantaron más de 20, todos querían participar.
Leandro les dijo:
Bueno… Soldados, pelen los ojos, no se confíen. Puede ser una emboscada. No duden en disparar si algo se mueve, si algo suena. En ello van nuestras vidas.
Los hombres se movieron como caimanes. Avanzaron hasta el edificio. Uno de ellos arrastró una mecha, la levantó y la soltó como picado de culebra… y gritó:
¡Es una emboscada… Está dinamitado…!
Fue lo único que atinó decir… enseguida una explosión atronadora  se escuchó en toda de la serranía. El campamento voló  y se esparció causando muchos muertos y heridos en las filas de la infantería.
Morales escuchó la explosión en su chinchorro, y pudo ver el relámpago en la cresta del cerro. Con una rabia infinita exclamo:
¡Ño… La Madre…!... ¡Maldito Águila Blanca…! ¡Debía suponerlo…! ¡Maldito mil veces maldito…! Tengo que rastrearlo y matarlo como un perro. Mesándose la cabeza con las dos manos, reclinado, en su impotencia mascullaba- Como es posible que ese individuo pueda causarme tanto daño, y yo no pueda hacer nada. Voy a mover cielo y tierra… pero lo voy a cazar… Lo voy a matar… Maldito… Mil veces maldito..
Estando en esas cavilaciones, llegó corriendo uno de los vigilantes y le gritó:
¡ Coronel… se están robando los caballos…!
Morales que estaba en interiores, salió corriendo a la calle y vio una partida de indios que volaban con sus caballos… Más de cincuenta indios sorprendieron al vigilante del corral, lo ataron a un árbol de esos que llaman indio desnudo, y se llevaron todos los caballos, montados en pelo y otros espantados.
Morales estaba desesperado. Las cosas que le estaban pasando no eran normales: descuidaba las instrucciones, no atinaba en nada. Todo le salía mal. Corría de un lado a otro y gritaba…
Entre tanto Policarpo sentado en la talanquera con Anzoátegui y Águila Blanca, les dijo voy a improvisarles un poema.
Anzoátegui lo atajó:
Déjate de esas majaderías Policarpo.
No… yo sé que Águila Blanca se va esta noche y quiero que me recuerde por si acaso no volvemos a vernos.
Déjalo que recite José Antonio,
Está bien, te escucho…
Policarpo carraspeó la garganta y apuntillando la voz dijo:

Viendo a Morales retirarse del campo de batalla,
el divino Anzoátegui con el soberbio Águila Blanca,
piden  caballos y sus armas, y de un salto se precipitan
sobre sus indomables corceles,  poderosos como el céfiro;
corren tras ellos en intrépida arremetida,
a una multitud de enemigos tracios bárbaros; 
y los empujan hasta sus últimos confines;
prosiguen su marcha y enfrentan 
monstruos que salen a su paso.
 Usaron las lanzas que arrebataron a Marte,
cuando en la margen del helado Ebro
 golpearon enfurecidos sus escudos provocando
la venganza  del negro Miedo, las  Iras y las Acechanzas.
Libre de enemigos invitaron a los dioses
a celebrar la victoria, con un coro de ángeles.

Eres increíble Policarpo, nunca te olvidaré. Dame un abrazo amigo. La guerra ni la vida terminan aquí. Volveremos a vernos, y pelearemos juntos por la Patria. Venceremos.   
Ahora estaban llegando los heridos; menos mal que tenían dos médicos, varias enfermeras y el hospital estaba bien surtido. El padre Márquez se ocupaba, sobre todo de las extremaunciones. Pero no era suficiente.  Tendrían que pasar varios días en ese pueblo y seguramente Águila Blanca aprovecharía para atacarlo y si es posible darle muerte.   Sentía que su fin estaba muy próximo. Cuando estaba en esas cavilaciones un colaborador Rómulo de la Torre,  le dijo:
            Usted perdone, Coronel, pero creo que Águila Blanca salió para la isla inglesa de Trinidad esta mañana. Se embarcó con otras personas, aquí mismo, en Puerto Píritu; lo vino a buscar un  corsario francés llamado Juan Bautista Videau. Van en la goleta “Carlota”, para más señas.  Ya ese hombre no significa un peligro para usted. Ahora  puede cazarlo en esa isla, puedo proporcionarle el nombre y la dirección del Gobernador Inglés, Wodford,  muy amigo de España. Recuerde como matamos a Don Manuel Gual, allá en Trinidad. Eso puede repetirse, amigo mío.
¡No…! Yo no uso esas artimañas. Quiero enfrentarlo y matarlo con mis propias manos. Además ni siquiera se su nombre… Sería estúpido… Pensarlo ya es estúpido… Eso que usted dice es deshonesto para mí. No sé para otros. Ese joven guerrero me las ha ganado todas, pero yo le ganaré la mejor. Ya lo verá.
            Águila Blanca e Inés decidieron viajar a Cumaná, donde gobernaba su padre. En realidad don Vicente fue gobernador alterativo, hasta el 7 de setiembre de 1812, como miembro principal de un triunvirato, conformado además, por el  padre Gaspar Botino y el coronel José Leonardo de Alcalá, y fueron suplentes: el Dr. Jaime Mayz, el ingeniero Casimiro Isava y el Pbro. Diego de Vallenilla;  y fue Secretario el Dr. José Graü
El Ayuntamiento de Cumaná le entregó el poder al enviado de Monteverde don Emeterio Ureña; que fue nombrado gobernador de la Provincia de Nueva Andalucía, por el general Domingo de Monteverde, jefe de las fuerzas realistas triunfantes en Venezuela.
Derrotada así la primera república. Rendidas las fuerzas de Oriente, y en el centro y en el occidente, pacificada toda Venezuela; toma Ureña posesión del mando el 7 de septiembre de ese mismo año. Sin embargo no habría de durar mucho en el ejercicio de su cargo el respetuoso gobernador, al sentir el desprecio de Monteverde a los acuerdos firmados con Miranda.
El Comodoro Jean Baptiste Videau, en uno de sus barcos, les facilitó el tránsito a la pareja, que les simpatizó desde el primer momento, fue verdaderamente agradable el encuentro con el galante marino. En la Goleta, les acondicionó un camarote que era un desastre, convirtiéndolo en uno de lujo; además, en la cocina demostró su origen, aprovechando los productos del mar, preparó comidas del mediterráneo francés, una bullavé del pequeño pueblo de Le Madrague cerca de Marceille, una verdadera exquisitez de esos puertos donde se educó;  y de noche los deleitaba con dulces y delicadas canciones de la Francia revolucionaria de 1789.
Por su parte, Águila Blanca, mostrando sus virtudes con la guitarra, por algo era amigo y compañero de aula de los geniales músicos cumaneses de la familia  Gómez Cardiel y de los Gutiérrez; entonces se divertía entonando con Inés, fulias y baladas de los guaiqueríes. Se puede decir que su luna de miel fue imperial.  Llegaron a Cumaná el 22 de septiembre de 1812, la ciudad estaba en paz, idílica… Van a la casa de don Vicente, construida por él en la otra banda, a orilla del río, entre un bosque de cocales. Un lugar privilegiado en la cabecera del puente Urrutia; el romántico puente construido por el Capitán General don Pedro de Urrutia, que atravesaba el río Chiribichi o Cumaná. Eligió la esquina derecha de la calle La Marina, una formidable casa de dos plantas, con su frente mirando hacia el río, en la primera esquina donde empieza la Calle. Aquella estructura sobre el Chiribichií, es de madera, sus diez arcos se afirman sobren ocho cimientos de tierra firme, dándole un aspecto notable. Estos cimientos están sobre estacadas que tienen dos brazas de ancho, con formas de proa que avanzan sobre el río para moderar la fuerza de la corriente. El espacio comprendido entre las estacas se aprovechó para sembrar sauces, cuyo ramaje sobrepasa el puente dando sombra a los que transitan por él. Es el lugar preferido de los cumaneses, por eso Águila Blanca invitó a Inés a pasear por el puente y sentarse en la glorieta donde se reunieron con sus amigos y familiares.
La casa grande pintada de blanco siena, como casi todas las casas de Cumaná; servida con elegancia  por multitud de esclavos vestidos de blanco, donde los recibieron con muestras de alegría incontenible. Sus padres, hermanos y hermanas, sus tíos, toda la familia se reunió para abrazarlos y besarlos. Estaban enterados de sus anécdotas en detalles. Inés y Antonio parecían satisfechos.  Esperaron que todos estuviesen reunidos. Entonces, sin rodeos; Antonio José –Antoñito- como le decían todos, les comunicó la intención de casarse de inmediato, porque Inés, es ya su mujer. Entonces dijo en alta voz ante todos:
Papá y Mamá Narcisa, y todos ustedes…Tengo el placer de decirles que me caso con esta mujer. He venido a Cumaná expresamente a casarme con Inés Serpa Alcalá, a quien amo y a quien dedicaré el resto de mi vida. 
La alegría incontenible por el regreso de Antoñito, afloró en risas y llantos y aplausos y gritos. Don Vicente y doña Narcisa, que simpatizaron con la bella amazona, manifestaron su conformidad y simpatía, pero les aconsejaron que viajaran de inmediato para Cumanacoa, porque los están buscando afanosamente, no vaya a ser cosa que se presente un inconveniente fatal. Don Vicente reposadamente dijo:
De todo corazón los felicito. Es más; puedo agregar que mi hijo escogió una gran mujer, no hace falta sino verla para saber su temple y su personalidad; pero, deben salir inmediatamente para Cumanacoa, y allá se casarán… Aquí es muy peligroso… y a ustedes los están buscando afanosamente. Yo sé lo que les digo:  sus vidas corren peligro y no es necesario abusar de la suerte. Aunque los enemigos no imaginan quien es Águila Blanca;  pero… pueden averiguarlo… y en cualquier momento… sobre todo… que lo buscan por petición de don Lorenzo Fernández de La Hoz, poderoso señor de Barcelona, y unos cuantos sabuesos andan sueltos por allí.   En Cumanacoa pueden hablar con el padre Márquez, tan allegado a nuestra familia,  que no tendrá inconveniente en casarlos porque es un patriota a carta cabal,  y allá  están fuera de peligro. Cumanacoa es nuestra.
Usted tiene razón padre –le dijo- y así lo haremos. Mañana partiremos para Cumanacoa a primera hora. Puede ordenar que nos preparen los caballos. Inés es muy buena amazona.  
Doña Narcisa les preparó una habitación para que descansaran; y después de un baño refrescante en el río -el mes de marzo es la mejor temporada para bañarse en el río, que discurría frente a la casona de Altagracia- luego se fueron a descansar, y se sintieron solos por primera vez en mucho tiempo. Esa soledad amada la necesitaban más que nada en el mundo. Doña Narcisa auspició  ese momento y lo aprovechó para bordar al lado de la puerta.
En la madrugada Don Vicente y doña Narcisa los despidieron en la cochera con una buena jarra de café y una cesta llena de comida.
Antoñito le dijo a su madre: Mamá, por favor, no hace falta…. Para qué te molestaste… Comeremos por el camino cualquier cosa. Ella insistió; 
Inés, más precavida, dijo:
Si hace falta, además a mi no me cuesta nada llevarla. Tengo espacio en la faltriquera.
Doña Narcisa sonrió y besó a la linda amazona, y le dijo al oído:
“Antoñito es muy tímido…
Así es. Me he dado cuenta en el poco tiempo que lo conozco. Lo amo por eso.
Yo lo crié desde los 7 años… Soy su verdadera madre.  No le digas nada de esto. Déjalo ser como es… El es un Dios… Guárdame el secreto…”
No había ningún peligro en Cumaná bajo el gobierno del coronel don Emeterio Ureña, famoso héroe de la batalla de Bailén. Había sido comandante militar de La Güaira. Era visita obligada en la casa de Don Vicente. Muy temprano iba a tomar café y era recibido con mucha simpatía por todo mundo; pero sin embargo, era mucho mejor el traslado a Cumanacoa de los dos jóvenes, como lo propusieron sus padres. En efecto salieron antes de las seis de la mañana. El cielo estaba despejado, no había peligro de lluvias y los caminos estaban frescos. Las vegas opimas, tiempo de mangos, mameyes, guanábanas, guayabas, poncigué, cocos tiernos  y piñas. Olían a estiércol y azahares. Los dos jinetes avanzaron a buen paso por el antiguo camino de los españoles hasta llegar  a la Cruz de Maguellar, allí se detuvieron a tomar café en la bodega de Brígido Mendoza; luego siguieron hasta Gamero, a dos leguas de la ciudad, la chara de los Blondell. 
José, compadre de don Vicente, los recibió alborozado. No sabía nada de este viaje. No le avisaron… dijo.
Águila Blanca le explicó todo, y ya se iba cuando salió Polonia, la mujer de José, y le gritó:
¡Antoñito...! ¿No me vas a dar un beso? ¡Que ingrato eres…!
Tuvo que bajar del caballo y ayudar a Inés, porque era imposible pasar de allí sin bajarse a conversar con los compadres. Tomaron café otra vez y comieron chorizo, morcilla y arepas con chicharrón… entre los aspavientos de Polonia y las anécdotas de José.
¡Caramba, Polonia!  ¡Ya nos hemos desayunado dos veces…!
Espérense para que se lleven unos huevos y unas cachapas acabadas de hacer…
Está bien Polonia… Oiga, Don José, nosotros estamos recién casados, y vamos para Cumanacoa ¿Tiene alguna recomendación que hacernos?...
¡Claro… que tengo…!   Por allá esta mi compadre Domingo Montes, ese es el hombre que tienes que contactar. Estoy seguro que lo que sea que necesiten, él se lo resolverá. Es fácil encontrarlo… porque tiene un trapiche papelonero en Arenas, a la entrada de Cumanacoa. Además… tú mencionas ese nombre por allá… y ya tienes la mitad de la pelea ganada. Sé de muy buena fuente que te aprecia en todo lo que vales. Ayer no más pasó por aquí y me dijo todo lo que sabía de ti y de las palizas que les diste a Morales.
¡Carajo…! No hace falta correo para estar al tanto ¡Dios mío…! Eso pasó ayer y ya tú sabes todo…
Todo lo que debo saber nada más, porque no me dijeron nada de esa preciosura con la que andas.
José, no seas mal intencionado. Vamos a casarnos en Cumanacoa, en la casa de mi tío Manuel.
¡Ah…! Esa es otra cosa… Buen muchacho… Así proceden los hombres de honor… y tú tienes a quién salir; tu padre que es el padre de la emancipación, el hombre más honorable de este pueblo. Si señor  ¡Qué bendiciones no le faltan…!
Bueno… Don José… ¿Qué camino debemos tomar…?
El viejo amigo se estrujó la barba, miró hacia el río y luego de reojo miró al joven y por fin  le dijo:
Hay dos caminos…Yo me iría por la orilla del río. Porque por la parte de arriba es muy peligrosa para los caballos. Hay una  buena vereda… muy antigua, bordeando el río, que aquí llamamos: el camino de los indios, en contraposición con el camino de los españoles, que es por el “Imposible”.  Hay un desvío, aquí mismito, hacia las montañas; ya que el río no permite el paso en algunos puntos. Pero eso es cuando está muy alto o muy crecido, sobre todo en esta época de lluvias; pero como hace días que no llueve; sé que pueden pasar sin inconvenientes. Vete por ahí, aquí mismo lo coges al salir del lindero.  Vas a llegar a Cedeño… y desde allí hasta Arenas no tendrás inconvenientes. Por cierto no se pierdan la poza de Río Brito, dense un buen baño para que anden fresquecitos hasta Arenas. Ahí se pueden comer las cachapas con los chicharrones de Polonia.
Don José no terminaba de dar consejos. Por fin montaron en sus caballos y continuaron el viaje –Águila Blanca  tuvo que interrumpir la despedida de Inés y Polonia… les dijo:
Bueno… bueno…. la despedida no puede  ser más larga que la visita… Vamos…vamos Inés- se nos hace tarde, y el viaje es urgente. Tenemos que llegar acomodando la casa que tiene tiempo desocupada.
¡ Muchacho… No seas impertinente…!  Déjamela un ratico más…
¡Déjate de cosas…Polonia! Te prometo que regresaremos…
Tal como lo indicó don José, se fueron serpenteando el río hacia Cumanacoa, por el camino de los indios. Muchas veces necesitaron desmontar y llevar los caballos por la brida entre las piedras del río y los latales interminables, que muchas veces tuvieron que cortar con sus machetes… Entonces se sentaban en la hierba, se revolcaban, se besaban, tenían sexo dentro del río  y se reían a carcajadas como dos loquitos. Eran jóvenes libres, llenos de vida abundante, en medio de un bosque impenetrable pero amable. A las 3 de la tarde llegaron al poblado de Cedeño. Se componía de cuatro casas y varios ranchos a la orilla del camino de los españoles. La casa de Eduvigis Acuña, otro compadre de Don Vicente, ocupaba  un espacio alto a salvo de las crecientes del río.
Don Eduvigis los vio de lejos, pero se sorprendió cuando vio a los dos jóvenes venir hacia su casa.
Emocionado gritó… !Emérita Castro…! ¡Prepárate para una sorpresa…!  ¡El propio Antoñito viene para acá…!
Emérita era de la familia del capitán José Francisco Bermúdez, y por supuesto, pariente de Águila Blanca, y comadre de don Vicente que era el padrino de su hijo Eduvigis José, porque don Eduvigis siguió el ejemplo de su compadre y a todos sus once hijos les puso el José.
Doña Emérita no podía creerlo. Estaba muy nerviosa. Hablaba sin parara y decía:
-¡Dios mío…Dios mío…!- Yo lo vi nacer, lo cargué y me mió muchas veces… Ese niño era el más malcriado que nació en este mundo… -¡Dios mío…! Y, -¿Como lo voy a recibir como una percusia?- No… no puede ser… No me avisó nadie… Ayer  pasó por aquí Domingo Montes y no me avisó…  Tengo que vestirme para que tenga una buena impresión de esta vieja que no sirve para nada… Tampoco tengo nada que ofrecerle… a menos que sea un guarapo de papelón con limón, que ojala le guste… Si no que voy a hacer… -¡Dios mío, que tragedia…! Y si llamo a mi vecina Ana Maria, para que lo atienda mientras me visto…
Pero Ana María ya estaba en la puerta de la casa… y le gritó:
Aquí estoy vecina…Usted cree que la iba a abandonar… yo la conozco como si fuera su madre de usted…
¡Mujer…! Me leíste el pensamiento…
Ana Maria siempre tenía un tabaco tipo calilla, en la boca, pero no se le veía porque lo fumaba con la “candela pa dentro”.
Ya lo sé… Anda… vístete, que pareces la propia; y ya Águila Blanca está en la puerta y pregunta por ti…
Anda mi amor… Atiéndelo dile que ya salgo.
No te preocupes, mujer…él espera… no estará desesperado por irse…
Sabiendo cómo era la comadre Á Blanca demoró más de lo necesario, retozando con Inés en la orilla del río, ocultos dentro de un bosquecillo de hicacos. Cuando llegó a la puerta de la casa todo mundo estaba allí esperándolos; y la comadre estaba emperifollada con su traje de fiesta que tenía mucho tiempo guardado, y una gran peineta con su mantilla, y muy perfumada.  Además, lucía un abanico que le había traído de España el padre Antonio Patricio de Alcalá, el mismo padrino de Antoñito,  hacía bastante tiempo, eso sí, bien cuidado, estaba como nuevo.
Águila Blanca se dio cuenta de todo, pero los aspavientos que hizo fueron estudiados.
La comadre no esperaba menos, estaba encantada con los piropos y las chanzas del apuesto caballero.
Águila Blanca, abrazando a Emérita, dijo:
¡Comadre usted parece una muchacha  de 25 años…! ¡Y vestida como una faraona andaluza, está adorable…!
Águila Blanca… gozaba de aquel rato, más enamorado que muchacho primerizo, miraba a Inés y se reía;  se dio cuenta de la presencia de la vecina, y pregunto- Y… ¿Esta bella dama quién es?
Doña Emeteria, abrumada como estaba, apenas pudo decir:
Ella es mi vecina… decía mientras la agarraba, la estrujaba y besaba -de puro nervio- La quiero mucho… mucho.
La visita pretendió ser muy corta, ya era tarde para ellos  que querían llegar a Cumanacoa temprano, preocupados por arreglar la casa de la hacienda “Cuchivano”, que estaba muy descuidada. La despedida no fue fácil, porque la gente de las cercanías al saber que Águila Blanca estaba en casa de los Acuña, se alborotó…  llegó gente de donde nadie se imaginaba, al rato había no menos de 50 personas que querían saludar al héroe, y todos eran conuqueros y hacendados de prestigio en la zona, sus cabalgaduras lo denotaban. Un hombre alto, moreno de porte solemne, pidió hablar con Águila Blanca. Dígale que el sargento León Prada, quiere saludarlo, el sabe quién soy. En Efecto Águila Blanca al oír el nombre del pundonoroso sargento que estuvo con él en La Victoria, salió a saludarlo, lo abrazó con respeto, y le dijo:
-¡León…!  ¿Qué haces por aquí…? ¿Cuándo saliste de La Victoria?  Yo pensé que nos veníamos juntos. Nunca creí que saldrías con vida de aquella arremetida por el centro, arriesgaste mucho…
¡Ya ni me acuerdo de eso… Mi Comandante! Logró decir el valiente guerrero, entre los brazos de su amigo. Respiró profundo y pudo articular otras palabras, la emoción lo traicionaba. Ahora estoy con el comandante Domingo Montes, estamos preparando un batallón para hacerles la vida imposible a los españoles.
Despegándose un poco A. B. le dijo:
Ya sé lo que hacen, tengo las mejores referencias de Domingo Montes. En mi casa tenemos una gran devoción por ese patriota. Si no lo veo, dígale que si me necesita me envié un mensaje. Estaré algún tiempo en Cumanacoa. Me gustaría reunirme con ustedes en cualquier sitio que me indiquen. 
Águila Blanca se dio cuenta de la cantidad de gente que quería saludarlo, y acercándose les dijo:
Amigos, yo pensé que venía de incognito, pero ya veo que todos saben de mi tránsito hacia Cumanacoa… Deseo saludarlos a todos personalmente, con el permiso de mi viejo amigo y compañero de muchas batallas, el sargento León Prada… Gracias por venir…Pueden acercarse para tener la satisfacción de estrechar sus manos, y decirles… que cuentan  con un amigo, que está dispuesto a luchar con ustedes… por ustedes y por sus familias y por lo que les pertenece.
Todos aquellos caballeros pasaron a saludarlo respetuosamente,  que, elevando la voz les dijo:
De verdad lamento tener que dejarlos- Me gustará reunirme con ustedes cuando quieran, cuando lo dispongan. Vendré aquí… tengan la absoluta seguridad de eso. Entonces les contaré lo que estamos haciendo para liberarnos de los españoles. La guerra apenas comienza… Cuenten con un amigo, con mi brazo, si es que sirve para algo; este brazo llevará siempre la espada de la libertad de mi pueblo.
Momentos como éste se repitieron en varias partes durante ese trayecto. Todos por esa vía sabían hasta la hora en que pasaría A.B. por ahí. Lo detenían, lo saludaban por su nombre, y lo siguieron a caballo hasta el trapiche de Arenas, donde A.B. buscó a Domingo Montes, pero no lo encontró; le dejó dicho con el capataz, que si podía ir a Cuchibano, se lo agradecería.
Entrada la noche, llegaron a la casona de la hacienda Cuchivano, todo parecía en orden. A. B. dio alguna instrucciones, una negra muy graciosa les trajo una merienda y la sirvió en una mesita redonda frente a la habitación principal. Los jóvenes se sentaron y enseguida llegó un esclavo muy joven y procedió a quitarle las botas, y otra muchacha hizo lo mismo con Inés. Esta estuvo a punto de negarse pero un gesto de Águila Blanca la tranquilizó.
Uno de los esclavos le trajo una carta. Era un sobre pequeño. A.B. lo abrió vio la firma, y le dijo a Inés: es de Domingo Montes. Léelo. Vamos a ver qué dice.
Inés leyó: “Águila Blanca, hoy no puedo ir a verte. Espérame mañana para almorzar juntos, llevo dos oficiales que quieren saludarte. Uno de ellos, el comandante Jesús Barreto, acaba de llegar. El estuvo contigo en Píritu. D. M.”

Bueno...Inés… Mañana estará con nosotros Domingo, y trae dos oficiales; así es que tú te encargarás para que todo salga bien.
No te preocupes. En mi casa me ocupaba de todo… Yo me encargo.
Inés salió de la habitación y le dijo a uno de los esclavos de don Vicente, que estaba de guardia.
Por favor, ¿Cómo se llama usted?
El amo me llama Vicente, dice que me parezco a él… Me da mucha risa, yo soy muy negro y el es blanco. Mejor es que me llame Baku que es el nombre que me dio mi mama.
Bien, Baku… Vaya y dígale a toda  la servidumbre que se reúnan en la cocina que ya voy para allá.
Baku salió a la carrera y al ratico volvió y le informó.
Misia Inés, ya todos los sirvientes están en la cocina esperándola.
Inés fue para la cocina y se encontró con tres mujeres y diez hombres, y les preguntó:
¿Quién se ocupa de la cocina…?
Una negra gorda, pero muy buenamoza, viéndola como quien ve una aparición,  le dijo.
Soy yo amita…
Inés le preguntó.
Y, - ¿Cómo te llamas?
Me llamo Ifigenia, pero mayormente me llaman Negra Ifi.
Bien, Negra Ifi, mañana vienen para esta casa a almorzar, el comandante Domingo Montes y dos oficiales de su batallón... El Señor de la casa quiere que los atendamos lo mejor que podamos… Ahora dime  ¿Estamos preparados para atenderlos como se debe? 
Negra Ifi, respondió:
Aquí tenemos lo que hace farta para preparar cuatro gallinas bien goldas, mucha vitualla, ramas, mejor dicho monte y mazorcas… demás… para ustedes, los invitados  y para el personal. Usted puede ver el tamaño del canarín y me dirá si arcanza. Por otra parte el personal siempre tiene su comida aparte, ellos mismos  la preparan todos los días… y no me dan lidia. Así es que yo me ocuparé de que ustedes no tengan ninguna molestia.
La negrita ésta, que llaman Rosarito, pero que ese no es su nombre, se encargará de decirles cuándo estará el hervido, y la mesa bien servida… como debe ser. De eso se ocupa el negro Pablo Adusto, que es el Mayordomo; pero que ayuda mucho en estos casos, porque él sabe atender una mesa principal; el maneja todo lo que es cubiertos, platos y platillos; además se viste como mayordomo de verdad verdad. Sepa que recibí una carta de ñora Narcisa, y me dice que los atienda como si fuesen ellos mismos, es decir el coronel don Vicente y ella.  Cuando esa señora viene hay que caminar derechito y rápido; y no se cansa… Si usted la viera... Usted no ha visto nada amita… ¡Porque usted no se ha casado todavía! Y no puedo llamarla señora o doña, como le gusta a doña Teresa la hermana del Coronel, y…
Bueno… Bueno… no me cuentes toda la historia de la familia de una sola vez… dame tiempo mujer… sólo vine para hablar del hervido ¡Virgen Santísima…!. Ya tendrás tiempo de contarme, porque hablaremos, Negra Ifi… Hablaremos…
Ah oye… y…  ¿cómo vas preparar el hervido?
Muy fácir amita… mire cojo cuatro gallinas gordas del corral. Busco las mejores pa usté. Luego las desplumo en er patio. Las lavo muy bien con limón, se lo restregó por todo er cuerpo de cada una. Encima le unto bastante sal por dentro y por fuera der cuerpo, con aceite de oliva. Anjá… ¿Usted me sigue…? Bueno, luego, las pico en piezas pequeñas, las echo en la paila grande con agua abundante y  pongo la paila en la candela, que normalmente enciende por la mañana Pablo Adusto, él se ocupa de’so, y está allí hasta que comienza a hervir . ¡Ah…! se me orvidaba, le pongo lechoza verde pelada y picada en trocitos, para que ablanden las gallinas, eso da muy buen resultado; porque muchas veces estas gallinas resurtan muy duras, pero Pablo Adusto, las golpea con un palo para que suerten el poder, porque él las conoce, y él las ablanda antes de picarlas y ponerlas en la candela… porque sino deben hervir bastante rato, horas…; y cuando están blanditas, es que le pongo las vituallas: ahuyamas, ocumo blanco, yuca, mazorca tierna picada en trocitos, y abundante apio, que le da muy buen sabor. Aparte hiervo en er cardo de las gallinas: el culantro, la yerba buena, o sea el monte que encuentre, con el pimentón, la cebolla y ajo; y se lo agrego a las gallinas que ya han hervido bastante, y hasta que huela como debe oler un hervido ansí.
Muy bien, pero a Antonio José le gusta picante.
Tenemos un ajicero muy bueno preparado con el propio pinguita e’perro, y suero de naranja cajera. No hay ninguno mejor, pero el amo se lo pondrá a su gusto, porque a muchos no les gusta el picante. A mí si me gusta y ese ajicero lo hice yo.
Está bien, creo que todo saldrá muy bien en tus manos. Anda Negra Ifi, ve a trabajar en eso. Me informas de cualquier detalle que falte o se te ocurra.
 Levantándose Inés llamó, con respeto, al noble negro que estaba al tanto de todo lo que se hablaba. 
¡Pablo Adusto, tenga la bondad…!
A la orden amita…
Cuénteme usted -¿Cómo andan de dinero? -¿Hay suficiente para los gastos que con nosotros vamos tener…?
Disculpe amita no la entiendo… Pero creo que sí amita. Solo depende de lo que ustedes necesiten… Don Vicente tiene cuenta aquí, porque vendemos el cacao y reservamos para el mantenimiento de la casa… Aquí no falta nunca nada, y si así fuera, tenemos un pagaré ilimitado con el Don Eulogio, que es hacendado y dueño del almacén… Y, -¿Por qué pregunta eso, amita?  Es que le falta algo, le falta dinero…?
Nada de eso, Pablo Adusto, más bien si algo faltaba yo se lo iba a ofrecer. Águila Blanca tiene una buena cantidad para disponer de lo necesario. Pero si no hace falta, pues no he dicho nada. Y no quiero ningún comentario sobre esta conversación. Mire que la servidumbre inventa cosas…
No se preocupe, amita, yo lo sé, y me cuido mucho de eso.
Al otro día, a eso de las 12 y media de la mañana,  llegaron los invitados: Domingo Montes Malaret, el cumanés que al igual que Águila Blanca se presentó desde 1810 al servicio de su patria, le lleva diez años a Sucre, pero parece de su misma edad: alto bien formado, hermoso, recio, varonil, dueño de sí mismo, alborotador y muy ocurrente: Barreto, un hombre fuerte, amarrado de rostro, sobrio, de pocas palabras pero gentil, educado en extremo; y el sargento León Prada, hombre de confianza de Domingo.
En la puerta de la casa, que daba a un jardín verdaderamente primoroso, los anfitriones: Águila Blanca e Inés, y la  servidumbre,  esperaban. Inmediatamente los invitaron a entrar, y pasaron a un patiecito, al cual se accedía por una veredita llena de flores, que pasando por el interior de la casa, llegaba a un frondoso cotoperí, que derramaba sus racimos dorados y ya maduros, sobre las mesas como ramos de uvas.  
Inmediatamente apareció el negro Pablo Adusto con una garrafa de vino español de Valdepeñas que escanció en las copas, con toda la prosopopeya  de ese servicio; y le pidió a Domingo que le diera el visto bueno. Domingo lo probó e hizo el ademán aprobatorio, con un gesto ritual y natural;  y, dijo: es un vino justo, de buen tiempo, un poco afrutado; tiene mucho cuerpo y buen bouquet. Bebamos… Enseguida trajeron entremeses: aceitunas, diferentes tipos de queso, y pan. La conversación recayó sobre los actos vandálicos de los españoles, el complaciente sicario de Monteverde, un joven aprendiz de tirano, un tal Zervériz. Con este hombre volveremos a la guerra, y lo que se avecina se ve muy negro… y lo que debería hacerse. Domingo dijo: tengo cien hombres perfectamente entrenados para darle guerra a los españoles, espero poder formar varios batallones en estas montañas que quieren ser impenetrables y  las haremos impenetrables.
Águila Blanca estaba atento e inquieto, y lo interrumpió.
Cuéntame ese chisme… -¿Cómo es eso de que las vas a hacer impenetrables…?  Me embarco  en esa goleta…
No te lo voy a decir… te lo voy a enseñar; tienes que venir conmigo para explicarte sobre el terreno. Ahora tengo 100 hombres, pero cada hombre de los míos vale por 10… y formaré otros más.
Anótame… y desde ya me das las instrucciones. ¿Cómo hago para llegar al campamento…?
Inés que escuchaba atentamente, se le acercó y lo abrazó.
Irás conmigo…No te dejaré aquí si es lo que quieres.
¿Cuando quieren ir…?
Si por mi fuera… ya mismo. Pero tengo que convencer a Inés, ella va conmigo.
No vale… ahí no van mujeres.
Ésta si va… si la ves pelear no digo la llevas si no te la quedas. No te das una idea de lo que es esa mujer como soldado… No la puedo dejar sola aquí… Se moriría de vergüenza… Ya es parte mía… irá conmigo, y no te opongas porque yo sabré donde encontrarte.
Así es la cosa… Lo comprobaremos. Está bien… llévala. Y  ¿Cuando puede ser?
Pasado mañana. Saldremos antes de que salga el sol… te pasaré buscando.
Está bien. Te esperaré en el trapiche a la hora que sea.  
Inés que se había retirado los estaba escuchando desde la cocina, porque hablaban en voz alta, no tenían nada que ocultar. Ella se acercó y les dijo:
Con tu permiso, Domingo, entiendo lo que tú dices y me parece lo mejor que se puede hacer por ahora. Pero también hay que pensar en levantar un ejército que pueda tomar Cumaná. Y eso no puede esperar… Tú te propones esperar que ellos te ataquen y eso no es suficiente. Pero te entiendo. Yo te diría que cuando estés preparado ataques. Ten cuidado con quedarte atrapado en estas montañas y no avances como debe ser.
Señorita, usted me abruma. Tiene toda la razón. Veré como hago para no quedar prisionero de mi propia habilidad. Me ha propuesto un cambio de mentalidad… y eso lo acogeré de inmediato. Por eso es que quiero hablar con Águila Blanca. Tienen que ayudarme. Siempre se ha dicho y es verdad que seis ojos ven más que dos.
Otra vez apareció Pablo Adusto.
Señores: el almuerzo está servido. Deben pasar a la mesa y allí pueden continuar hablando. Ese hervido frío pierde sabor y calorías.
Inés levantándose, dijo:  
Les tengo una sorpresa para alegría de este día tan hermoso; pero tengo que prepararla muy bien: bueno se trata de mujeres… invité a mis vecinas las señoritas: Louis Carvajal, Milagros Arias y Amorcito Palomo. Además, dispuse que cada uno de ustedes se siente al lado de cada una de ellas, de tal suerte que puedan conversar con ellas; y olvidarse de sus problemas y tragedias. No pueden enfrascarse en conversaciones de política y de guerras nada más. Por cierto, son tan repulsivas, tan antipáticas… como si no hubiese otros temas; empiecen a contarse sus aventuras y olvídense de sus preocupaciones. Queda prohibido hablar de política durante el almuerzo
Todos rieron de la ocurrencia de Inés, pero quedaron complacidos. Las muchachas bellas y muy agradables… mujeres hermosas y confiables… todos aceptaron la treta para que esas parejas se conocieran, como en efecto sucedió. 
            Después de comer y beberse casi un barril de vino español de Valdepeñas, de la reserva de Don Vicente, a disgusto de Pablo Adusto; y la tizana, que tanto gustó a las damas, las parejas montaron un joropo y bailaron hasta bien tarde de la noche.
            Borrachos y cansados se fueron a bañar a la poza que formaba el río Cuchivano en el fondo de la hacienda, un remanso de aguas cristalinas entre naranjales.
            Águila Blanca e Inés, se quedaron dormidos en la orilla de la poza hasta bien entrada la mañana… De repente escucharon la voz de Pablo Adusto, que los llamaba para que tomaran el café. Inés se movió rápidamente, estaba casi desnuda, y Juan Adusto se acercaba. Como pudo se arrastró hasta donde tenía sus vestidos y medio pudo ponerse la ropa interior y se cubrió con el empapado vestido. Águila Blanca permaneció desnudo y desconcertado, y no sabiendo qué hacer se quedó en pelota como estaba, y solo pudo medio  cubrirse la cadera  con lo que quedaba de la camisa. Pablo Adusto no sabía qué decir, jamás imaginó lo que había pasado. Las otras parejas se habían marchado.
Por fin Águila Blanca pudo hablar aunque muy torpemente...
Está bien… Pablo… sirve el café… y ya sabes…tú no has visto nada... No veas para donde está Inés. Hazte la cuenta que no existe…
Así es señor, no he visto nada… Pero… ¿Teniendo usted tan buena cama…? No entiendo…
Que es lo que no entiendes… ¿Tu nunca te has emborrachado…?
No señor, jamás…
Pues prepárate… porque te vas a emborrachar conmigo en cualquier día de estos…
Si usted lo ordena lo haré, no me faltan ganas…
Escríbalo… En cuanto regrese del campamento nos emborracharemos. Pero no se te ocurra contárselo a doña Narcisa.
Jamás señor…
A la una de la tarde unos parranderos entraron a la casa y le dedicaron unas canciones a la pareja. Ya habían almorzado y descansado. Se tomaron un buen vaso de agua con bicarbonato y limón y se sentían perfectamente bien.
Inés tenía ganas de seguir bailando y como Águila Blanca no se levantaba, ella bailaba sola. Los muchachos de la música le dedicaron un galerón: Rafael Emilio  Barrios, Santiago Pietrini y Lorenzo Martel, fueron los cantantes.
El primero, famoso músico, compositor y cantante, arrancó con estos versos:

Ama todo ser viviente:
el universo es amor,
da a los cielos esplendor,
rico perfume al ambiente…
Soberana es la pasión
del amor que por ti siento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
 El Segundo respondió
Digna del sabio la gloria,
de lauros digno el guerrero;
a gloria y lauros prefiero
el vivir en tu memoria;
Porque cifro mi ambición
en tu amor, que es mi contento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.

El tercero no se hizo esperar

Si con riquezas creyera
que yo tu amor conquistara,
a Tiro u Ofir volara
y opulento volviera.
Más tan vil inclinación,
l suponértela,  miento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón
.
Volvió el primero y dijo

Y luego, de tu presencia,
único bien de mi vida,
no sufro la despedida,
no sobrevivo a la ausencia.
Para mi tierna afición
siempre la ausencia es tormento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.

Y el segundo lo siguió

A cada hora, a cada instante
tu imagen es mi alegría,
ocupa mi fantasía,
velo y sueño delirante.
En mi febril ilusión
solo tu amor es mi aliento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.

Y el tercero terminó así
Cuando a Dios elevo el alma,
por ambos amor le imploro:
por tí, que eres mi tesoro,
por mí, que busco la calma;
Y solo tu posesión
calmará mi sufrimiento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.

El aplauso y la admiración merecieron los besos de Inés, que se esmeró tanto en ello que Águila Blanca se levantó  de la silla, la tomó por el talle y la besó apasionadamente… como quien toma posesión de lo que le pertenece, y  dijo a los jóvenes cantantes y guerreros:
De verdad son versos hermosos, dignos de ustedes, de la Patria que se levanta, representan valores intangibles de esta Patria Nueva. Nos van a hacer falta en el campamento. Espero que estén preparados para lo que viene, porque necesitamos soldados con sus cualidades. Los campamentos no tienen por qué ser tumbas; necesitamos alegría, música y  poesía. Sé que ustedes conocen a Domingo Montes, es un hombre alegre, aunque es duro con el enemigo, pero blandengue con los camaradas. Disciplinado, pero inteligente para sobrellevar las buenas y las malas, las angustias de la guerra, las cargas y tropiezos.   Nosotros, Inés y yo, vamos para su campamento mañana… si ustedes quieren se van con nosotros… ¿Qué dicen?
Rafael Emilio, tomó la palabra.
Gracias camaradas. Nos gustaría ir con ustedes pero ya tenemos todo preparado para subir al campamento el sábado, a las seis de la mañana. Más bien…únanse a nosotros. Tenemos de todo para sobrevivir…
Águila Blanca, respondió
 Lo sentimos, tampoco podemos ir con ustedes. Ya nos comprometimos con Domingo para buscarlo mañana… Vamos a subir juntos.
Entonces nos veremos arriba, allá en la montaña. Vayan bien preparados, hace mucho frio. 

Sobreviviremos…

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