RAMÓN
BADARACCO
ÁGUILA
BLANCA
CUMANÁ
2013
Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Prólogo:
Copyright T. Ramón Badaracco R. 2013
Primera edición 2012
Ejemplares
Hecho el depósito de ley
Título original: AGUILA BLANCA
Primera edición
Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta T. R. B. R.
Ilustración de la cubierta T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
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DEL
GRAN ORADOR CUMANÉS JOSÉ FERNANDO NÚÑEZ.
De
tal modo, que si alcanzáis a testar los hazañosos hechos del magnánimo vengador
de los Incas, habréis quitado sus cúpulas al soberbio edificio del Semi Dios
andino. Dad a Sucre la voluntad acerada, la inspiración reveladora, la
encarnación de la idea que hay en el alma de Bolívar, y habréis hecho de Sucre
la personalidad más acabada en todos los tiempos del Universo. Y viceversa,
poned en Bolívar las virtudes republicanas de Sucre, y habréis hecho un Dios.
José Fernando Núñez.
DE SIMÓN BOLÍVAR
SUCRE: “Se distinguía
por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor. En los campos
de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de los más audaces
rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o
cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas” Bolívar.
En el
asedio de Cumaná, en la toma de Güiria, en los dos asaltos sobre Carúpano, en
la ocupación de Río Caribe, en la acción
de Cantaura que jalonan los mayores acontecimientos orientales de los años 18 y 19, Sucre está
presente, y se le ve en los combates en los sitios donde el plomo devoraba más víctimas. En todas partes hace
prodigios de valor y con incansable actividad
vuela del hospital de sangre donde hace cuidar a los heridos hasta las primeras trincheras donde se hace necesario alentar a los soldados” Bolívar
DE LAUREANO VILLANUEVA.
Sucre
combate en toda la campaña de 1813 bajo el mando de Mariño, nos dice Laureano
Villanueva, uno de sus mejores biógrafos: “Unas veces como primer ayudante del
General Mariño y otras como comandante del batallón de zapadores, formado por
el mismo. Pelea en Irapa; asiste al encuentro en que sesenta republicanos
derrotan cuatrocientos soldados de Cerveriz; concurre a tomar a Maturín y
después a defenderlo en los tres asaltos que le dieron los españoles Brigadier
Fernández de la Hoz, Capitán de Fragata Bobadilla y por último Monteverde.
Mariño persigue a los rechazados y los desbarata en las acciones de Magueyes,
Corosillo y Cumanacoa. Laureano Villanueva.
Yo digo como lo hizo…. R. B.
ÁGUILA BLANCA, EL
SOBRENOMBRE DE ANTONIO JOSE DE SUCRE.
Para
la celebración del centenario de la batalla de Ayacucho, Marco Tulio Badaracco
Bermúdez, comenzó a calentar el
ambiente en Cumaná, para el gran Aniversario, y publicó lo referente a la
develación del gran monumento a Sucre en
Maracay, vemos:
El
27 de enero de 1924 publica en su periódico “El Disco” “HOMENAJE AL PALADIN
AGUILA BLANCA”
Como
anunciamos en edición anterior de este bisemanario, el Ejecutivo del Estado
Aragua, decretó días de fiesta, para aquella Entidad Federal, los días 20, y 22
del corriente, con motivo de la inauguración de la estatua del Gran Mariscal de
Ayacucho, decretada por el General Juan Vicente Gómez, para ser colocada frente al espacioso y magnífico cuartel
construido en la ciudad de Maracay.
Las fiestas citadas han constituido un extraordinario homenaje al preclaro
paladín, “Águila Blanca” en aquel vuelo
de cóndores, que desde nuestras playas, fueron en vuelo esplendoroso de
hazañas, a rendir sus vidas en pro de la emancipación de nuestros hermanos
continentales del Sur, hasta la eminencia gloriosa de Ayacucho.
Expone el Benemérito General Juan Vicente
Gómez, con este acto de admiración al eximio cumanés, unas de sus más
nobles y relevantes virtudes, cual es el
tributar honores a los Héroes, forjadores de la nacionalidad y con ella del
culto fervoroso de la Patria.
Entusiasmo insólito animó, según noticias de
nuestro corresponsal, los actos todos de los festejos de Maracay, entre los que
esplendió, como el más alto, la inauguración de la estatua y el desfile de las
unidades de tropa por ante la efigie
broncínea del inmaculado adalid, dispuesto por el ciudadano Inspector
General del Ejercito, Gral. José Vicente Gómez, en honor del ciudadano
Presidente de la República Gral. Juan Vicente Gómez, que asistió a la
inauguración.
El Discurso pronunciado por Don Laureano
Vallenilla Lanz, fue una hermosa pieza
oratoria como debida a tan ilustrado orador.
El Disco, acoge con agrado estas noticias y
felicita al Ejecutivo del estado Aragua por el brillante éxito de los
festivales.
Las fiestas citadas han constituido un extraordinario homenaje al preclaro
paladín, “Águila Blanca” en aquel vuelo
de cóndores, que desde nuestras playas, fueron en vuelo esplendoroso de
hazañas, a rendir sus vidas en pro de la emancipación de nuestros hermanos
continentales del Sur, hasta la eminencia gloriosa de Ayacucho.
Marco Tulio Badaracco Bermúdez.
JUNIO DEL AÑO 1812.
Corría
el año de 1812. Venezuela toda estaba en una guerra cruel; los realistas, bajo
el mando de Monteverde, avanzaron desde Coro y tomaron Valencia, antesala de
Caracas. El Generalísimo Francisco de
Miranda, había desalojado a los realistas de Valencia, y comisionó al teniente
comandante de ingenieros, ascendido al efecto, Antonio José de Sucre -al que la
tropa conocía como Águila Blanca- y le
dio despachos para el capitán comandante José Antonio Anzoátegui, para enrolar
y adiestrar tropas en la provincia de
Barcelona.
Miranda,
magnífico, probado en los campos de Francia y en las empresas más difíciles de
la Revolución Francesa y norte americana; de augusta presencia -los Alpes fue
digno espejo de su espíritu- y le dijo: “Eres hijo de un varón famoso, cuya
estirpe te obliga a defender el honor de la Patria. Tienes el fuego sagrado de
los héroes. Los espíritus, los santos lares y los arcángeles que custodian el
trono de la eterna gloria, guiarán tus pasos. Triunfarás y traerás las espadas
rotas de nuestros enemigos. Ve y cumple con honor esta misión de la cual
depende la libertad de la Patria”.
Águila Blanca... cual
Héctor, el troyano inmortal, respondió: “Parto enseguida. Si tus palabras nacen
de tu corazón, y ves en mi lo que no veo; si la Virgen de la Soledad me protege
y puedo cumplir la comisión en la cual confías, me sentiré digno; y si por el
contrario fracaso, usted sabrá que he dejado mi alma en algún lugar de
peregrinación… y allí estarán mis armas”.
En
aquellos tiempos de penuria se desató la tiranía en todo el territorio de la
Capitanía General de Venezuela. Una guerra fratricida colmaba la copa de
acíbar; un hombre, el Capitán de Navío don Domingo de Monteverde, otro Hernán
Cortés redivivo, asumió todo el poder sobre la vida y la muerte de los
patriotas, con el respaldo del ejército real. Venía de triunfo en triunfo, y
quería posesionarse de la cuna de la libertad, Caracas, la ciudad del clima
ideal, el perfume y la suave brisa, y todas las provincias se sometieron al
clamor de sus lágrimas. Sin embargo, había partidas de patriotas repartidas en
todo el territorio, que juraron derramar su sangre en pos de la libertad de su
pueblo.
En
el altar de esos hombres se cantaban las hazañas y los nombres de Bolívar y
Mariño, y había un joven al que llamaban Águila Blanca, que hacía temblar al
enemigo; y los juglares lo invocaban en versos heroicos a la luz de las
fogatas, en los sórdidos campamentos de los llanos y montañas, y las mujeres
soñaban con él, y el espíritu de la libertad lo acompañaba.
Antes
de la triste capitulación del Generalísimo, el 25 de julio de 1812, Águila
Blanca, con un grupo de jinetes salió de Valencia rumbo a Oriente, cumpliendo
la misión que se le había confiado, en busca del audaz capitán Anzoátegui,
gobernador militar de Barcelona, que sustituyó al arrojado capitán Agustín
Arrioja Guevara, de augusto nombre; y fulgía entre los astros de la Venezuela
inmortal. Con Anzoátegui, estaban otros inmortales: el coronel Sebastián de
Bielsa, temible lidiador que manejaba los sables a dos manos con igual maestría
en el combate, tanto en la infantería como en la caballería; y los tenientes
coroneles: Pedro Flores, Manuel Matos y Juan José Arguíndegui, formidables
luchadores patriotas A ellos les tocó recibir el contingente de 400 cumaneses
que estaban bajo el mando del audaz coronel Martín Coronado.
En
su marcha desde Valencia hacia Barcelona, Águila Blanca fue desbaratando nidos
realistas que le cerraban el paso, y su fama de redentor crecía. Las banderas
de la Patria salían a saludarlo y los jóvenes patriotas se incorporaban al
batallón que se iba formando en derredor del improvisado adalid.
A la
cabeza de los jóvenes, cubierta de guirnaldas, Águila Blanca iba cantando los
himnos y las canciones de los juglares criollos, y coros de amazonas realzaban
sus cantos de victoria.
El himno que repetían, decía:
El
camino de la gloria
está
pintado en la pared.
Es
de sangre,
fuego,
fuego,
que
se atisba en el ocaso
al
final, al final
de
la jornada.
Camaradas, ¡marchad!
Camaradas,
¡marchad!
Bis
Coro
Avanzad…
avanzad milicianos,
¡en
el altar la Patria nos espera!
Renunciad,
renunciad
hijos
de la perra hispana,
para
el pueblo llegó la primavera.
II
Con
sus garras poderosas
van
rompiendo barricadas…
Juventud…
Levantad…
¡la patria nos espera!
Bis
Coro
Avanzad…
avanzad milicianos,
¡en
el altar la Patria nos espera!
Renunciad,
renunciad
hijos
de la perra hispana,
para
el pueblo, llegó la primavera
A
finales de junio, el 27 para ser más preciso, cuando los araguaneyes pintaban
de oro todas las serranías, normalmente azules, que se levantan al Sur de los
caminos que conducen por tierras de las provincias de Barlovento y Barcelona;
150 jinetes avanzaban reposadamente bajo el sol del mediodía. Hicieron alto a dos leguas de la puebla de
Píritu; Águila Blanca, que se adelantaba al trote de su brioso caballo, de
improviso detuvo al zaino y levantó su inseparable fusil indicando peligro. Los
150 hombres que lo acompañaban obedecieron ipsofacto; un silencio de espera en
la espesura, se rompió cuando apareció en la polvareda un jinete, que sofrenando
su cabalgadura, con voz estentórea, preguntó:
¿Quién va?
Águila Blanca,
reposadamente, como era su costumbre, sin separarse del fusil, levantando la
voz, respondió en el acto:
¿Y… A quién voy a
responder?
Soy el sargento Francisco
Policarpo Ortiz, aunque todos me llaman
Policarpo, de la guardia del capitán Anzoátegui, que ejerce la Jefatura
Militar de esta Provincia, y que está al frente del destacamento de 400 hombres
que cubren la defensa occidental de Barcelona;
y no pasareis de aquí si no os identificáis.
Yo soy el teniente
comandante de artilleros e ingeniero militar Antonio José de Sucre, pero mis
amigos me llaman Águila Blanca. Vengo al mando de un batallón de 150 bravos e
invencibles luchadores a traer un mensaje del Generalísimo Francisco de
Miranda, Jefe Supremo del Ejército,
para el capitán Anzoátegui.
Si sois quién decís,
acompañadme, que el capitán Anzoátegui, está ansioso por saludaros, y os
espera, pero vuestros hombres tendrán que permanecer aquí.
Águila Blanca, inmutable,
respondió: Mis hombres están cansados. Decidle al capitán Anzoátegui, que puede
venir con sus hombres a reconocernos, pero no puedo arriesgarme a acompañaros
ni a separarme de mis hombres por vuestra sola palabra.
Policarpo Ortiz, dudó un
momento, pero viendo la majestad del joven con el que hablaba, dijo:
¡Por el Señor Crucificado…!
Creo que tenéis razón. Se lo comunicaré
de inmediato al Capitán, él os aguarda. O sea, sabe de vuestra comisión.
Id entonces… Esperaremos
aquí…
A poco apareció el sargento
acompañado de un grupo de oficiales a cuya cabeza estaba el capitán Anzoátegui.
Sus acompañantes eran: el coronel Martín Coronado, el coronel Sebastián Blesa,
los tenientes coroneles: Pedro Flores y Manuel Matos, y el capitán Juan José de
Arguíndegui; también estaban entre ellos, el diputado don José Ignacio Zenón
Briceño y un portador de correo del Generalísimo: don Jorge Robertson, y la
escolta.
Águila Blanca los saludó a
todos marcialmente, con respeto, y dijo:
Vengo cubierto de los despojos de muchos
valientes… tengo sus armas y su valor; fui escogido para esta prueba; pero sin
vuestra ayuda no podré conducir hasta el Generalísimo los refuerzos que
necesita.
El capitán del ejército José
Antonio Anzoátegui, que esperaba al ya afamado guerrero, dio un paso al frente
y cortésmente, tendiendo la mano, se presentó:
Soy
José Antonio Anzoátegui, Capitán Comandante del Ejército de Barcelona, que está
bajo el mando, en estos momentos, del General don Manuel de Villapol y del
capitán José María Sucre y Alcalá, que debe ser su hermano, si no me equivoco.
Aunque no hace falta sino verlo para saber con quién hablo. Sé cuánto es tú valor, muy pronto podré
comprobarlo con estos ojos que se han de comer los gusanos. Muy pocos héroes han
adquirido fama a tu edad. Sed bienvenido Águila Blanca. Todo lo que necesites
te será dado en la medida de nuestras posibilidades.
Águila Blanca, estrechando
la mano de Anzoátegui, respondió:
Así
es capitán, yo soy Antonio José, hermano menor de quien decís. Soy comandante
de ingenieros bajo las banderas de Miranda; salí en esta comisión, después de
vencer a Monteverde en La Victoria, el 20 de junio pasado, y vengo a buscar
refuerzos, que son necesarios para evitar la pérdida de la República.
Anzoátegui lo miró
largamente, había escuchado de tantas acciones portentosas de aquel joven
guerrero, y ahora lo tenía a su lado para luchar con un mismo propósito. Águila
Blanca también lo miraba y admiraba: lucía perfecto dentro de la humildad de su
vestidura, pero en su porte y en su rostro, se reflejaba la majestad, la
determinación, la audacia y el temperamento del patricio revolucionario.
Anzoátegui, respiró profundo
y dijo:
Comandante, sírvase ordenar
a sus hombres que acompañen al sargento Policarpo Ortiz, de mi confianza
absoluta, hasta el campamento; allí descansarán, conocerán a mis hombres y a
las mujeres que los atenderán, pues ya veo que trae usted un buen contingente.
Águila Blanca en tono afable
y amistoso, dijo: Todos son voluntarios, tan ardientes patriotas como los
vuestros. Ellos familiarizaran, estoy seguro.
Bien… no se diga más,
acompáñeme, tenemos asuntos que tratar en privado.
Águila Blanca, giró en sus
talones hacia sus hombres, se acercó a su ayudante, el sub teniente Francisco
de Asís Mejía, un jovencito de 15 años, pero fuerte como el aco, que estaba
siempre a su lado. Le dijo:
Francisco, encárguese de
llevar el batallón donde le diga el sargento Policarpo. Estamos en terreno
patriota, no tienen que recelar nada, y, compórtense como en casa, todos
estamos en la misma colmena y espero que se traten como las abejas. No quiero una sola queja. No acepten
provocaciones. Ya tendrán tiempo de pelear con el enemigo.
Águila Blanca, Anzoátegui y
sus acompañantes, cabalgaron hacia unos corrales, donde se veía el trabajo de
aquellos guerreros previsivos. A él, cuya vocación era precisamente la
logística, no se le escapó la prudente despensa y los campos de tiro, todo
aquello le dio motivos para explorar a su nuevo amigo.
Águila Blanca, le dice: Me
viene a la memoria un pasaje de la Eneida, que seguro también recuerdas, ahora
que te encuentro veo este fuerte:
Bien, te escucho:
¿Cual
Dios te ha hecho arribar a nuestras playas?
¿Qué
es del niño Ascanio?
¿Vive,
respira aún?
Nació
cuando ya Troya…
¿Se acuerda
con dolor de su pérdida madre?
¿Le
exita al culto de la antigua virtud
y al
varonil esfuerzo el ejemplo
de
su padre Eneas y de su tío Héctor?
Si lo recuerdo, es el
encuentro con Príamo, que reconociendo a los suyos los condujo alborozado a su
palacio. Es un recuerdo que me honra.
La Puebla
de Píritu, alojaba más de 300 familias mestizas católicas practicantes, en
pleno desarrollo, prosperaba por la abundancia de las pesquerías. Como muchos
pueblos españoles, al pie de sus montañas, en sus collados lucían molinos,
pequeñas huertas y rebaños de ganado dispersos;
su antigua iglesia bajo la advocación de Nuestra Señora de la Concepción
de Píritu. Capuchinos aragoneses se establecieron en 1659 al lado de un jagüey
que despues fue conocido como Pozo de los Frailes y construyeron el formidable
templo que fue bautizado en 1745, por el padre Francisco de Pamplona. Aparecía entre
neblinas con su blanca estampa, en una
meseta contra el cerro, luego de una sabana estéril, poblada de cardones,
tunas, cuicas, yaques y muchos chivos sueltos, ramoneando en las vegas, que
contrastaba con la exuberancia de la eminencia montañosa.
Los
alrededores carecen por completo de alamedas y bosques, pero con un toque de
gracia infinita, se ve de lejos el azul puro del mar que se confunda con un
cielo claro sin nubes; y todo armonizaba a la perfección.
Bajaron
de los caballos, dieron las riendas a los peones y caminaron. En gesto poco
acostumbrado, Águila Blanca pasó su brazo sobre el hombro del guerrero, y le
dijo:
Venía
de vuelta por estos caminos, recordando las enseñanzas del maestro Quesada, que nos traducía a Virgilio,
decía que un guerrero que quisiese llegar al centro del Averno, tiene que
cruzar el lago Estigio, para ello debe encontrar en el bosque profundo un árbol
consagrado a la diosa Juno, que oculta una hoja de oro, y solo aquel que logra
arrancar esa hoja le es dado penetrar en
las entrañas de la tierra y cruzar el Estigio.
Así…
así es amigo, pero recuerda que solo aquel que ha sido escogido podrá desgajar
la aurea rama. Si encuentras en el bosque profundo ese árbol solo tiendes que
extender la mano, y si eres el elegido podrás tenerlo, el ramo se desprenderá.
Proserpina lo tiene dispuesto.
Bueno…
buscaremos juntos ese árbol. Veo que eres muy previsivo, mantienes a tus
guerreros activos, ejercitados y bien alimentados. Y, ¿cómo haces con las
municiones? Tienes un buen campo de entrenamiento.
Ya
verás como hago, me ocupo en hacerles a mis hombres muy grata hasta la soledad;
los días de molicie, de amargura, de la separación de sus hogares; y, a los que
han perdido a sus seres amados, que son la mayoría… y no se conforman… Es difícil, amigo. Puedes ver que aquí no hay distinción de
razas: blancos, negros, mulatos, indios, todos se aceptan como hermanos. Todos
somos guerreros… nos respetamos. Todos nos ocupamos de la provisión y hasta
ahora no hemos carecido de nada… ¿Comprendes…?
Comprendo
muy bien a estos hombres, desafían virilmente las penalidades y desprecian las
complacencias. Sé lo que es eso. Lo
mismo puedes ver entre mis soldados… Es la nueva Patria, lo que estamos
construyendo… y creo que esta guerra es el crisol de una nueva visión de país…
Nos une el dolor y la soledad. Perdí a mi madre a los siete años, y aun no lo
he superado. Mejor no hablemos de eso, siento dolores intensos cuando la
recuerdo. Ella vive en mí.
Discúlpame
por haber hollado ese terrible momento. Perder un ser amado es terrible.
Dime
José Antonio ¿quién te ayuda en esta tarea? ¿cómo haces para recoger el ganado,
buscar armas, mantener la tropa organizada, unida, disciplinada y bien vestida?
Ya
va… hablemos un poco de ti, además de pelear que más haces tú, tienes acaso
alguna novia, que más haces, dime.
Bueno…
sabía que esa pregunta no faltaría… aprendí con el generalísimo a leer de todo,
antes solo me interesaba en las matemáticas y algunos textos griegos que me
emocionan mucho; él solía relajarse leyendo: “¡Oh libros de mi vida…” Decía…
“Qué recursos inagotables para alivio de la vida humana…! Era una verdadera
biblioteca viviente de clásicos griegos y latinos. Me dice en voz alta: “tienes
que aprenderte de memoria los textos de Publio Virgilio Marón, el discípulo
preferido de Catulo y Lucrecio...” Lo
considero el hombre mejor dotado de su tiempo. Aprendí mucho con él, y con las
lecturas que me recomendaba, para lo cual me prestaba libros que cuidaba como
tesoro.
Ya
veo… dijo reposadamente Anzoátegui, y agregó:
por eso quieres saberlo todo de una sola vez… Recuerdas la anécdota del héroe
troyano: cuando llegan a una playa desolada, con sus hombres fatigados; de inmediato
hace brotar chispas de un pedernal y enciende hojas y ramas para que sus
hombres se calienten, luego busca en el bosque cercano y divisa una manada de
venados, empuña su arco, y disparando certeramente las saetas cobra siete
ejemplares, uno para cada una de sus naves, con lo cual mitiga el hambre de sus
hombres.
Si
era Eneas, esa obra es un manantial de sabiduría.
Disculpa,
es una broma; pero sí te puedo decir que todo se hace con disciplina, con una
jefatura colegiada y muy capacitada. Mis hombres, y por supuesto, las mujeres,
que son como hormigas, se organizan ellos mismos. El Estado Mayor y ese
individuo súper eficiente y guasón … el sargento Policarpo, como has podido
ver, es mi hombre de confianza… y eso todos lo saben, aquí no hay celos de trato
ni de mando. El que quiere hacer algo grande o pequeño tiene espacio. Solo
tienen que esperar que lo respalden… Puedes constatarlo todo lo llevan en
orden, son muy laboriosos y perfeccionistas… sobre todo lo que se refiere al
rancho y a las comidas, que dan tanta lidia en todos los casos, pues aquí, en
el campamento, no tenemos ese problema, ya lo verás a la hora de comer; tendrás
que ir conmigo al comedor y te darás cuenta de muchas cosas que han resuelto
ellos mismos, para que no quede trabajo sin hacer… Por ejemplo se come la carne
con casabe; y de esa manera no quedan residuos; y los hombres están obligados a
engullir todo lo que se les sirva, nadie deja nada y no se usan platos ni
cubiertos. Las mujeres tienen pocos problemas con la comida. Cada quien busca
lo que quiere beber, normalmente toman ron, y ese ron lo hacen ellos mismos,
tienen sus cachicamos. Todos son buenos cazadores y pescadores. Nunca les falta
comida. Cuando no hay nada que comer sobran las iguanas, conejos, pájaros, los
cachicamos, las lapas, caimanes, babas y hasta serpientes. Siempre tienen que comer. Sobran las
ideas. Y fíjate en un detalle, a ninguno
de estos hombres les falta su machete. Sin él se sienten desnudos. ¡Hay que ver
cómo lo usan! Así como le cortan la cabeza a un enemigo, matan una guacharaca a
10 y hasta 15 metros de distancia.
Me gusta –acotó Águila
Blanca- que me refresques esos detalles, los he vivido, pero siempre se aprende
algo. Conversación saca conversación. Me gusta la logística. Creo que un
porcentaje alto de cada victoria está signada por la logística. Me preocupo
siempre por los detalles, a veces tengo que anotar mis obligaciones en mi
bitácora; esa es mi guía, no sólo lo que ha pasado sino lo que tengo que hacer…
puntualmente, y lo que pienso hacer… Aunque en la práctica se cambian muchas
cosas, se improvisan. Me esfuerzo por no dejar nada para después, sea la hora
que sea tengo que terminarlo. Y esto no lo digo por vanidad, más bien como para
radicalizarme, para estar alerta. Muchas veces la propia vida depende de lo que
dejamos pendiente.
Bueno, bueno… ¡Vaya que te
las traes, eres un maestro…! Por cierto,
amigo, tengo a un cumanés que vale por diez, no sé si lo conoces, es el
sargento Domingo Román. Es un guerrero de verdad, aunque es marino de nacimiento,
en la infantería se siente como perro en casa. ¡Míralo… allí está…!
No lo conozco… pero he oído
mucho de él… Llámalo para saludarlo.
¡Oye Domingo…! Ven para acá,
para que estreches la mano del comandante Sucre.
Domingo, un hombre recio,
que conversaba con otros soldados, se acercó sonriente, y enseguida alargando
la mano, dijo: ¡El célebre Águila Blanca…!
Sucre también sonrió, y
dijo:
No te digo yo… es la tropa
la que me llama así… ¡Conozco a tu familia, Domingo…! Ya sabía de tus
cualidades. Escuché comentarios de tus habilidades en el mar y con las armas…
Si… No me extraña… Don
Vicente tiene trenes de pesquería en Caigüire con don Fernando Aristeguieta
Alcalá… y mi papá trabajó con él durante mucho tiempo, era patrón de pesca, de
confianza.
Yo también trabajé desde
niño en esas faenas, y tuve el honor de conocer a tu papá… más de una vez me
regañó, con mucha razón… era muy entrépito.
Comandante, estoy a su
orden… en lo que mande y, disculpe, pero aquí esta otro cumanés que quiere
saludarlo, es el capitán Miguel Carabaño.
Sucre volteó instintivamente
y se encontró de frente con su antiguo compañero de colegio y de armas, con el
cual estuvo bajo las banderas de Miranda en varias batallas; abrazándolo le
dijo:
¡!Capitán Carabaño!... Qué
placer encontrarlo en esta circunstancia. La última vez que nos vimos peleamos
en La Victoria. ¡Cuántas acciones hicimos juntos!
Así es mi querido Águila
Blanca, ja. ja.
¡Ah…! tú fuiste el que me
puso ese sobrenombre.
¡No,..! No fui yo, fue el
coronel Bolívar, que admiró tu avance sobre las montañas en Cerro del Puto.
¡Ese Bolívar…! ¡un líder sin
igual! no sé qué admirar más en él, su valentía o su elocuencia.
Yo también admiro a ese
patriota. Con que arrojo y sabiduría logró desalojar a los realistas del
cuartel de Pardos y del Convento de San Francisco. Hasta el Generalísimo, que
no oculta su antipatía por él, se vio obligado a reconocer su estrategia, y lo
recomendó al Congreso para el ascenso.
¡Vaya… qué recuerdos…! Con
elementos como él no dudo que derrotaremos a los españoles…
Anzoátegui, interrumpiendo
el diálogo. Bueno amigos… ¿No tienen hambre… o prefieren un trago?
Carabaño, que no paraba de
reír, dijo:
No estaría mal un tabaco
cumanés y un trago…
Sobre la marcha, Anzoátegui
llamó a Policarpo, que andaba cerca.
Le dijo: Amigo, ve si consigues unos tabacos y
una botella de ron para estos antojosos.
Yo tengo mi comandante, no
se preocupe… Ya se los voy a buscar.
Regresó sin demora, como
siempre con una amplia sonrisa. Levantando una garrafa, exclamó:
¡Ron de penca, licor del maguey, el célebre
cocuy… lo mejor de Coro!
Mientras lo decía, exhibía
una garrafa de aguardiente blanca… cristalina como un trofeo- no se cansaba de
alabarla…
Decía:
¡Lo mejor del mundo en
licores! ¡Se produce en este País…! ¡No hay nada igual! Fórmula original del
ingenio Caribe de los llanos de Coro. Y agregaba: ¡Ésta garrafa la trae el
valiente coronel José Tadeo Monagas, de los llanuras de Maturín, el propio
Campeón de los llanos…! Pero… es de más
lejos, al parecer de los cocuisales del pie de monte andino. No sé como hace para conseguirlo, y además,
para mandarnos una garrafa.
Caminando los camaradas,
hablando y riendo de las ocurrencias de Anzoátegui y Policarpo, llegaron al
comedor. Se escuchaba el alboroto de las conversaciones, sobre todo de las
damas, cuando se presentó chorreando sangre, el joven oficial Juan Bautista
Cova, uno de los jefes en turno, que traía un parte de las avanzadas de orden;
se acercó a su jefe, herido en la cara y en el hombro derecho. Respetuosamente
se cuadró ante Anzoátegui.
¿Qué pasa Cova, estás herido
y asustado?
Nada de eso mi Comandante…
Vengo rompiendo monte… Hacia acá se dirige un batallón de Barcelona: son como
300 o 400 hombres bien armados… Ellos no saben que los vi,
Pero… ¿Te hirieron…?
No… fue una rama. Estaba
viendo hacia atrás y el caballo tropezó. Pero… no es nada que me impida
participar… ¿Qué vamos a hacer? Usted es
el que manda… No se preocupe por mí, unas damas me van a remendar … y no me gusta dejar
esperando a una mujer.
Espere, Cova. ¿Cuánto tiempo
nos queda?
Póngale media hora.
Cundió la alarma. Hombres y
mujeres con las armas en la mano, dispuestos siempre, se acercaron al
Comandante para conocer la ocurrencia.
Tendríamos acción y pronto.
Anzoátegui en alta voz dijo:
¡Escuchen todos…! Dejen la comida para
después. Vamos a prepararle una emboscada al altanero español… y a ese grupo de
novatos que lo acompañan. Imagino que se
trata de Morales, nadie más puede ser. Anda merodeando y jodiendo. Ya nos hemos
visto la cara varias veces, le doy duro pero siempre me está siguiendo. Esta vez descubrió mi guarimba. Ese va a
atacarnos de frente, él no conoce otra forma y no le interesa si le matan
hombres, así como los pierde, el también los elimina cuando la dan ganas.
Nosotros le vamos a preparar una buena jugada; le mostraremos como es la guerra
a lo criollo vernáculo; los haremos morder el polvo y correr hasta
reventarse. Vamos a trabajar que el
tiempo se va volando.
Águila Blanca estaba
expectante. Todos sabían lo que debían hacer.
Anzoátegui gritó a todo
pulmón…!Aaa Policarpoo...!
El sargento salió del
batallón, pegó un salto y sonó fuerte las botas, se cuadró ante su jefe como
siempre… y en alta voz dijo:
A su orden mi
comandante…llegó la hora y vamos a probar…
A él le gustaba esta forma
peculiar de presentarse, él sabía que era una nota cómica, y sonreía
pícaramente, cuando hasta lo aplaudían sus compañeros. Más allá era una forma
inteligente de ganarse la confianza de la tropa.
Compórtate Policarpo compórtate…
dijo Anzoátegui por centésima vez… Tú sabes lo que tienes que hacer…Quédate con
40 hombres y todas las mujeres, como si nada supieran, pero con las armas
dispuestas. Hagan bastante bulla. Carmona tiene mis instrucciones. Nosotros
saldremos afuera; y cuando ataquen, los cogeremos entre dos fuegos. Búscale un
fusil al Comandante Sucre, el es campeón de artillería… ¿Entendiste…?
Sí… Mi comandante… Guerra
nos traes, oh tierra hospitalaria; para la guerra se arman los caballos, esos
brutos nos amenazan con la guerra…
Basta Policarpo, que no hay
tiempo para discursos. Eso es para ayer, no vale: se me olvidó, me equivoqué;
todo como lo hemos planeado.
Águila Blanca que lo
observaba todo complacido, dijo: No te molestes por mi Policarpo, yo tengo mi
máuser. Me siento mejor con él.
Bueno… es una lástima… yo
tengo un arma para usted que es una especialidad… Pero…
Una vez que se cumplieron
las órdenes del sargento Francisco Carmona, y los jinetes estaban listos para
el combate, salieron del campamento hacia la sabana, 200 jinetes armados con
sus cananas, sesenta tiros cada uno y fusiles ingleses. Ya pasaban de las 6 de
la tarde, había lloviznado y con la oscurana, recorrieron entre doscientas y
cuatrocientas varas españolas, tal vez más, hasta encontrar las barricadas y
trincheras, previamente construidas entre matorrales, donde se prepararon para
la acción. Cada hombre sabía la posición que debía ocupar. Todo se había
ensayado, no había cabo suelto.
De repente se oyó como un
susurro, era el paso de los caballos que se acercaban muy despacio; no podía
ser de otra manera, era una sorpresa y estaba bastante oscuro por los negros
nubarrones. Anzoátegui esperó que se acercaran lo más, casi hasta tocarlos.
Parece que Morales, embebido en su soberbia, sólo escuchaba la algazara en el
comedor, eso lo tenía hipnotizado. Guiaba a su gente sin cuidarse lo más
mínimo, la sed de sangre lo cegaba. Ya
estaba a tiro y los soldados del comedor, simulaban a la perfección, que ni se
daban por enterados de su presencia. Entonces Morales hizo una señal. Era una
orden para envolver a los alegres celebrantes; sus hombres se movieron; pero en
ese momento, se escuchó la voz tonante y terrible de Anzoátegui:
¡Disparen a discreción! ¡No tomen prisioneros!
El campo de batalla se
convirtió ipsofacto en un maremágnum: el ruido ensordecedor de la metralla y
los voceros, en el fragor de la contienda, se mezclaban en confusión y caos.
Se escuchaba la voz de
Morales, que no entendía nada, con el tono altanero que lo caracterizaba
considerándose triunfador. De repente se dio cuenta del desastre, sus hombres
retrocedían. Entonces entró en una especie de locura, y gritaba:
!No retrocedan, ataquen al
rancho! ¡Maten a todos los que están en la fiesta…! ¡Disparen…Disparen…!
No se percataba de la celada
en la que había caído tontamente, cogido en su propia estrategia, recibía
castigo casi a quema ropa. Muchos de los españoles ni se dieron cuenta que
estaban muertos sobre sus caballos.
Los diestros tiradores
patriotas eligieron sus blancos a discreción y por cada disparo caía un hombre
herido. Al cabo de 30 minutos de terror, por fin Morales cayó en cuenta, estaba
perdido; pero tuvo la intuición del momento oportuno para escapar.
Anzoátegui lo identificó y
gritó:
¡No lo dejen escapar!
¡Antonio José…! ¡Dispárale! ¡Dispárale…!
Los que quedaban de la tropa
española se dispersaba aprovechando la oscuridad. Morales y un grupo de
oficiales salieron velozmente hacia la sabana abierta, y se alejaron de aquel
escenario de muerte, al que había conducido a sus hombres. Huyó cobardemente.
Se dio cuenta de su falta de previsión en campaña. Ya no tenían nada que hacer.
Era demasiado tarde. Había fracasado.
Muchos patriotas le
dispararon, entre ellos Águila Blanca, ya era de noche, cayeron dos o tres
oficiales entre los acompañantes de Morales, pero logro escapar.
Por el lado patriota tenían mucho que celebrar
de la emboscada, perfectamente planificada durante varios días, y sabiamente
ejecutada. Fue una magnífica victoria. Cada hombre respondió a su
entrenamiento. Supieron aprovechar el lugar ventajoso que ocuparon. El
valor y la mística dieron el resultado
esperado.
Se escuchó una voz del lado
de los atacantes:
¡Nos rendimos…! ¡No nos
maten… por Dios! Se oyeron más
voces. ¡Si, si, nos rendimos! ¡Aquí
están las armas…!
Anzoátegui tronó...
¡Está Bien…! ¡Paren el
fuego…! ¡Que nadie más dispare…! ¡Y ustedes…salgan con las manos en alto…! ¡El
que venga con armas será fusilado!. ¡Hagan una sola fila, y caminen hacia el
comedor!.
¡Coronel Matos, encárguese
de los prisioneros!. ¡Escoja diez hombres para el chequeo!.
–Otro comandante levantó la
voz- Era el vozarrón de Carmona:
¡Al que no cumpla las reglas
será fusilado, sumariamente…!
Y otra voz:
¡Sargento Román, forme un
pelotón y encárguese de recoger armas y caballos!. ¡Utilice a los hombres que
sean necesarios!.
Durante veinte minutos sólo
se escuchaban las voces de Anzoátegui y
Carmona, dando los nombres de los seleccionados; y las voces de éstos aceptando
dar los toques finales de la hazañosa victoria.
En el campo quedaron muchos
heridos. Algunos escaparon en la oscuridad, pero al comedor entraron más de
cien prisioneros, entre soldados y oficiales.
Águila Blanca, buscó
afanosamente a José Antonio, como siempre preocupado por los soldados, y le
preguntó:
¿Qué vamos a hacer con los
muertos y heridos?
El
capitán con los ojos húmedos, no le respondió sin que le dijo entre
sollozos:
Entre
los muertos esta el sargento Emiliano Freites, mi leal compañero, el que
inflamaba de heroísmo a los soldados con su acento en el clarín; fue mi amigo,
mi mano derecha, desde que salimos en campaña desde Barcelona. Manejaba la
trompeta y la lanza con singular maestría. Imagino que al igual que Miseno, fue
condenado a muerte por Tritón, que enloquecía por el sonido agudo de su
trompeta.
Águila
Blanca lo abrazó. Le dijo:
Para
ti era un hermano, lo sé, ya te conozco. Somos iguales en el sentimiento. Tus
lágrimas son un tributo justo.
Está
bien, así es la guerra, tenemos todo previsto. Verás las zanjas y trincheras
están abiertas, allí los depositaremos. Los que tengan identificación se las
dejamos, para que los deudos puedan rescatar sus restos y les den cristiana
sepultura. Además los Reales tienen los nombres de todos los que vinieron.
Tienen eso bien arreglado. Les dejamos
las señales para que los encuentren.
Luego, poniéndose las manos
en la boca para realzar el sonido de la voz, gritó con toda su fuerza.
¡Policarpoo!
Vino corriendo el eficiente
sargento, y por enésima vez éste se cuadró ante su jefe
¡A la orden, mi comandante
en jefe. Todo salió bien ¿Qué más tenemos que hacer?
Policarpo era un hombre
alegre, le ponía mucha picardía a cuanto hacia. Daba como un brinquito antes de
llegar frente al comandante. Todos le celebraban su modo de ser, y nunca decía
que no, siempre tenía una salida simpática. Tal vez por eso su Comandante lo
estimaba sobremanera. Se lo quedó mirando y le dijo:
Apura a esa gente…Terminen
de comer. Da las órdenes correspondientes. Tenemos que abandonar este
campamento en el término de la distancia. Ocúpate de los muertos. Ordénales a
Román y a Carmona. Los recogen y entierran rápidamente. Para eso preparamos las
barricadas. A los heridos los dejan bien acomodados, que ellos vendrán a
buscarlos.
Al otro día, despues del
café… Uno de los guerreros, el cabo José Ribero, más conocido como El Bachaco,
se acercó al coronel Anzoátegui, se cuadró y dijo: Permiso para hablar.
Lo tiene.
Comandante: hay algunos
prisioneros heridos de aquí mismo, de Píritu, que quieren quedarse con
nosotros. Yo los conozco y otros que no están heridos, también lo manifiestan.
Ellos no quieren seguir con Morales, ni con los realistas. Dicen que son
llaneros, que el catire Monagas, los conoce y también el indio Zaraza.
Pero, y, ¿Los heridos pueden
moverse? Porque nosotros no vamos a quedarnos aquí.
Bueno… Hay algunos que
tendrán que quedarse, pero un buen grupo como de 50, están perfectamente bien,
y varios que sólo tienen heridas superficiales, pequeños arañazos, que ya
pasaron por las costureras y no tienen inconvenientes. Ellos dicen que cargarán
con los heridos porque si vuelve Morales los matará. No quiere testigos. ¿Qué les digo?
Nunca se me había presentado
algo así: ¿Qué opinas tú, amigo Sucre? Tengo entendido que eres bueno aplicando
la justicia de guerra. Por mi parte…
díganles que los aceptamos, sobre todo a los venezolanos.
Entones Águila Blanca, dijo:
Necesitamos voluntarios y allí los tenemos. Si los fuésemos a reclutar no
preguntaríamos en qué bando están. Así es que estoy de acuerdo con aceptarlos a
todos.
Usted perdone mi comandante.
-interrumpió el Cabo- Pero también hay dos españoles. Uno de ellos es un cura,
y… dice que no soporta a Morales. Dicen que darían con gusto la vida, en una
guerra contra ese miserable.
Está bien, tenemos varios
españoles con nosotros que son muy útiles… ¿Los aceptamos…? Y tú Águila Blanca…
¿Que dices?
Bueno… Al cura me lo traen a
ver si quiere ser nuestro capellán. Los que quieran quedarse con nosotros los
curaremos y los llevaremos. Que se preparen… Tenemos que salir antes del
poniente.
El cura resultó ser el
heroico padre cumanés Andrés Antonio Callejón, prisionero de Morales y obligado
a servirle. Sucre lo conocía desde pequeño, y al verlo lo abrazó y lo llamó
maestro, lo que quiere decir que fue su alumno en la escuela episcopal de
Cumaná que funcionaba en el Convento de los Franciscanos. Él le contó a Sucre toda la tragedia que
había vivido como prisionero de Morales. Pasó muchos días encadenado y sin
ninguna alimentación. Sólo pan y agua. En realidad no era pan sino un pedazo de
yuca. No murió por gracia divina, aunque
le pidió al Señor con vehemencia que le mandara la muerte, pero sólo si no era
pecado evitar tanto sufrimiento, según decía.
Atendió a muchos hombres y mujeres en sus últimos momentos y los consoló
en su agonía, dentro de los insalubres calabozos de Morales en Barcelona; donde
los prisioneros morían más de hambre que de las torturas que les infligían.
El padre y maestro le recitó
a su alumno un poema para que lo recordara:
“Desde
el principio del mundo un mismo espíritu interior anima el cielo y la tierra, y
las líquidas llanuras y el luciente globo de la luna y el sol y las estrellas,
difundiendo por los miembros, ese espíritu mueve la materia y se mezcla al gran
conjunto de todas las cosas; de aquí el linaje de los hombres y de los brutos
de la tierra, y las aves, y todos los monstruos
que cría el mar bajo la tersa
superficie de sus aguas. Esas emanaciones del alma universal conservan su ígneo
vigor y su celeste origen mientras no estén cautivas en toscos cuerpos y no las embotan terrenas ligaduras y miembros destinados a morir”.
Ya recuerdo maestro. Eran
tus lecciones de más hermosa lengua, que es el lenguaje de Dios.
Águila Blanca admiraba aquel
espíritu superior y su figura crística, ahora torturada e irreconocible. Se
encargó personalmente de atender al padre Andrés Callejón hasta dejarlo
confortablemente en un sitio de reposo, y le advirtió que descansara porque
tenían que marcharse y él no lo iba a dejar allí, en ninguna circunstancia.
Anzoátegui se acercó a Sucre, y le preguntó:
¿Tú conoces al cura?
Fue mi maestro. Es un
patriota, formó parte del gobierno revolucionario de Cumaná. Un gran maestro.
Muy humilde para lo que significa. En
Cumaná, él hizo familiar la lectura de los clásicos griegos, con el padre
Cristóbal de Quesada, traducían “La Odisea” y luego la recitaban para
contentamiento de todos; y nos obligaban a traducir párrafos de la versión
latina, para que luego nosotros también
los recitáramos. Todo eso lo llevo en mi corazón.
Y bien… hablemos de lo
nuestro -lo interrumpió Anzoátegui- Ya
hiciste lo que tenías que hacer. Nos viste en acción. ¿Qué te pareció la
estrategia…?
Águila Blanca sonrió y
respondió: Nunca pensé que viviría para ver corriendo a Morales. El feroz
Morales, cayó fácilmente en su propia trampa, cuando pensaba satisfacer su ego
con 300 muertos… Me lo imagino escribiendo a Monteverde, sobre esta acción.
Puedes estar seguro que esto no ha pasado, Morales no estaba aquí, él estaba en
otro sitio eliminando a los enemigos
del Rey. A menos que pongamos a los españoles prisioneros a escribir al Rey,
contándole cómo perdió Morales tantos hombres, tantos caballos y armamento,
como el que hemos capturado.
Anzoátegui captó la idea y
dijo:
De repente lo hacemos. El
mismo cura…Vamos a probar a estos españoles.
Robertson, que siempre
guardaba respetuoso silencio, y escuchaba atentamente al capitán Anzoátegui,
dijo:
Tenemos noticias muy
precisas de los atropellos que cometió Morales en Píritu y en Cúpira, en esos
sitios viven pocas familias, las más de ellas españolas. Creo que debemos ir a
esos sitios para expurgar a los facciosos prepotentes, y restablecer el orden,
antes de enviar nuestros hombres a Valencia.
Anzoátegui silenciosamente
reflexionó, miró de soslayo a sus oficiales… -Águila Blanca permaneció
inmutable- especialmente al
experimentado coronel Martín Coronado, que movió la cabeza afirmativamente, y
luego remarcando las palabras, dijo:
Es una opinión razonable
¿Qué dicen ustedes? Si lo hacemos es ya, mejor dicho es para ayer. Entonces
vamos y entonó su grito de combate:
! Aaa Policarpooo…!
Presuroso, como de costumbre
y cuadrándose, el sargento repitió: ¡A la orden, mi comandante… Ya era hora de
movernos. Tengo el cuerpo entumecido.
Deja los cuentos… Llama a
los hombres y mujeres a formación, todos a caballo. El que no pueda montar ni
disparar, que se quede, no hay problema, y no hay tiempo que perder; si los
nuevos, voluntarios, quieren participar y pueden cabalgar… y disparar, que
formen con ustedes. Los vamos a necesitar. Y tú, Águila Blanca… ¿Vienes con
nosotros?
Policarpo se retiró
recitando un pasaje de de la Eneida acomodado por él.
Viene
conmigo
enviado
por el rey Archipo,
el
caballero Águila Blanca,
ceñido
el yelmo
de
ramos de oliva,
para
adormecer
hidras
y víboras
de
ponzoñoso aliento
para
aplacar sus iras.
Águila
Blanca, escuchó asombrado la canción de Policarpo, y dudó un poco antes de
responderle a Anzoátegui.
No
me perdería esta campaña por nada del mundo. Me encargaré de los artilleros.
Dame unos minutos para probarlos.
El
coronel Coronado, interviniendo en el diálogo:
Si
me lo permiten, prepararé algunos grupos que pondré bajo el mando de estos
jefes experimentados que nos acompañan. Formaremos un Estado Mayor, en el cual
incluiremos a Sucre, por su experiencia en batallas de gran escala.
Estoy
de acuerdo… Es una buena idea. –Asintió Anzoátegui- y agregó:
Tenemos
que poner orden en la acción, eso sí… sobre la marcha. Bueno… Aquí están
además, el coronel Sebastián Blesa, los tenientes coroneles: Pedro Flores y
Manuel Matos, y el capitán Juan José de Arguíndegui. Éste es nuestro Estado
Mayor. Vamos a deliberar. Tenemos tabaco para masticar y una botella de Cocuy,
regalo de la mejor lanza del llano, el coronel José Tadeo Monagas, que no sé
porque se me antoja que pronto lo veremos. Al que quiera que se sirva, yo por
mi parte me quito el frio con un buen trago.
En
los preparativos de salida para la campaña sobre Píritu y Cúpira, tardaron 30
minutos, serían las 5 pm. Se movieron sin apuro. La tarde estaba fresca porque
continuaba lloviendo.
Sucre
se llevó 20 buenos tiradores, para el sitio que, cerca de los corrales, había
sido habilitado como polígono de tiro. Allí, rápidamente, les explicó el mejor
manejo de los fusiles. Los hombres muy experimentados, entendieron
perfectamente la lección del especialista. Se trataba de la forma de tomar el
fusil en diferentes posiciones y la de disparar en esas posiciones para un
mejor aprovechamiento del arma. Águila Blanca daba las instrucciones mientras
se movía con habilidad portentosa y los elegidos lo hacían al unísono..
Satisfecho
después de la práctica los arengó. Les dijo:
“Cuando
la Patria necesita de nosotros no hay sacrificio que pueda reservarse. La vida
es lo menos que puede importar. Somos soldados, y no podemos escoger la hora ni
el día, para ofrendarla. Cuando lleguemos al sitio en el cual vamos a actuar,
yo daré las instrucciones para el ataque, lo primero, preservar nuestras vidas y las de todos los
que defendemos nuestra libertad”.
Anzoátegui
risueño, se acercó al circunspecto estratega, y le preguntó:
¿Donde
aprendiste tantas cosas amigo?
Águila
Blanca pensativo, le respondió:
Es
largo de contar. Pero siempre llevo conmigo el manual de la guerra.
Y…
¿Cuál es ese manual?
El
Tratado de Re Militari, que es un dialogo entre el Gran Capitán Fernández de
Córdoba y el Duque de Nájera, en su edición antigua de 1590, me la regaló el
generalísimo. Tómala, te la regalo, me la sé de memoria.
Me
sorprendes Águila Blanca, pero no puedo aceptarlo.
Insisto.
Me sentiría ofendido.
Si
es así la tomaré, pero es demasiado. Esto es un tesoro, no sé como compensarlo.
Dijo
esto estrechándolo entre sus poderosos
brazos, y éste le respondió:
Que
te mereces amigo.
La
salida del campamento fue silenciosa y ordenada. Tardaron un poco más de dos
horas en llegar a las puertas de Píritu. Yendo de Oriente a occidente hay una
gran explanada antes de entrar al pueblo; y ruinas de una antigua fortaleza, en
la que los viajeros acostumbraban pernoctar. Tenía una amplia estructura mal
techada y amplios corrales con posteadura en los cuales se podían colgar los chinchorros de moriche, que cada soldado
poseía y cuidaba con devoción. Allí se
acuartelaron.
Entonces se dejó escuchar la
voz de Anzoátegui:
¡Atención… Atención!
Acamparemos aquí. Tengo entendido que el capitán Carabaño tiene planificadas
las guardias, por lo tanto, él se encargará de todo lo relacionado con ellas.
Atacaremos a las seis de la mañana. Para esa hora todos deben estar preparados.
Otra cosa, pueden hablar, porque estamos lejos del objetivo, pero sin algazara.
Ya saben, el que se duerma en una guardia, será pasado por las armas…
sumariamente. Aquél que no esté preparado físicamente para cumplir una guardia,
tiene que decirlo ahora… Ya. Se lo comunica al Coronel Carabaño, y éste al
Estado Mayor, el cual lo sustituirá con la reserva prevista.
La noche transcurrió sin
contratiempo. A las cinco de la mañana
las mujeres repartieron tabaco y café en abundancia. Ellas ya estaban
despiertas.
Sucre se acercó a
Anzoátegui, y
le dijo:
No sé si lo que te voy a
pedir cambia en algo tu plan de ataque.
No importa… dime lo que
piensas.
Mostrándole un plano
improvisado, le dijo:
Tengo 20 artilleros con los
que quiero barrer el camino. La táctica es entrar al pueblo con ellos adelante,
haciendo dos filas, calle de por medio, con una separación de quince varas
entre ellos, para que se anticipen e impidan que los hieran. Píritu, al
principio, es una sola calle larga, donde seguramente estarán esperándonos sobre
los techos de las casa y en las esquinas…
Te entiendo perfectamente,
así lo haremos. Si allí esta Morales lo veremos correr otra vez.
Cuando se divisaba la bella
silueta colonial de la iglesia de Píritu, y pisaban los umbrales del poblado,
un silencio sepulcral los sorprendió. Los normales arreos de mulas y burros, y
las carretas de grandes y sus ruidosas ruedas de madera, cargando los productos
que iban al mercado, no estaban. No se escuchaba ni el vuelo de las paraulatas
entre los parrales que adornaban las ventanas y paredes de bahareque del
poblado. Los puso sobre aviso. Los esperaban. Observaron las siluetas que se
desplazaban y escucharon los susurros tras las paredes. Pero… Entraron, y como
lo previó Sucre, desde los tejados se inició la balacera desafinada y sin
concierto. Entonces escucharon las órdenes de los oficiales españoles animando
a sus tiradores, pero no se atrevían a mostrarse. De repente vieron a un
tirador, un hombre enloquecido por el odio, manipulando el fusil descaradamente
en un tejado cercano, preparándose para disparar en forma burlesca. Águila
Blanca, como era su costumbre, iba adelante, lo advirtió y, entonces se pudo
ver cómo, con una destreza inigualable, le disparó al francotirador que se
exhibía sin ningún reparo. El magistral disparo
lo hirió en la cabeza, y todos pudieron ver, que el hombre se desplomó
herido de muerte. Este fue el detonante.
De inmediato aparecieron sobre las paredes y tejados, muchos tiradores enemigos
disparando en la misma forma, sin ninguna precisión. Todos se dieron cuenta, que se trataba de
novatos reclutas. En cambio, los 20 tiradores de Sucre, iban cazándolos en
cuanto se exponían, como se había previsto. Avanzaron limpiando el camino de
francotiradores, para que las tropas patriotas ocuparan la ciudad sin problemas serios.
Sin
embargo, cuando las fuerzas de Anzoátegui llegaron a la Plaza Mayor, apareció Morales al frente de una batallón de
caballería, con innumerables jinetes, que atropelladamente trataban de ubicarse
en el centro de la estratégica plaza,
para coger a los patriotas entre dos fuegos, porque habia dividido sus
fuerzas al efecto y una parte debía estar pisando los talones insurgentes
. La infantería ya desplegada en buena
parte de la plaza, aguardaba en perfecta formación; pero la caballería de Morales que entraba por
una bocacalle lateral y angosta, no conseguía moverse con la rapidez necesaria.
Esa situación estaba prevista por Anzoátegui, y a una orden suya la caballería
patriota, al detal, entró rápida y disciplinadamente en medio de la balacera,
al propio centro de la Plaza Mayor de Píritu, donde se trabó un formidable
combate a sables y lanzas. Morales, apoyado en el coronel Hurtado, se puso al frente de la infantería y cargó
con denuedo; pero Águila Blanca le salió al frente con sus 20 tiradores,
descargó toda la potencia de sus fusiles, y los hizo retroceder. Bastaron 15
minutos de fuego para vencerlo en ese capítulo. Los soldados de la patria, sin
perder un minuto, se lanzaron contra lo que quedaba del batallón de Morales, logrando desordenarlo de tal forma,
que, como acostumbraba, abandonó la pelea.
Nuestros hombres fueron superiores y demostraron su destreza. Y las
mujeres de Píritu, que cargaban los fusiles de pistón para sus camaradas:
dieron una verdadera lección de entusiasmo y patriotismo sin límites. Ni un
paso atrás, y avance sostenido, fue la consigna. Otros grupos de infantería
realista retrasados bajo el mando del capitán Cervériz, trataban de entrar por
las otras tres bocacalles, cantando una victoria que estaban muy lejos de
obtener, en forma tan desordenada que no podían disparar ni valerse de sus
armas, ya que no tomaron en cuenta lo angosto de esas callejuelas, arreados como iban, y los de Anzoátegui
organizados bajo el mando de los Coroneles Coronado y Blesa; y los comandantes
Pedro Flores, Manuel Matos y el capitán Juan José de Arguíndegui, apostados con
sus hombres frente a cada bocacalle, les causaban un daño terrible. Águila
Blanca, que estaba en todas partes, al frente de sus 20 tiradores, pese a varios heridos que soportando el dolor continuaban
combatiendo, cumpliendo su jornada hasta la última gota de sangre; esos héroes
desplegados a conciencia, iban diezmando a sus opositores sin mayores pérdidas.
Anzoátegui dueño del centro de la plaza mayor, con la caballería, despreciando
la vida, y como remolino destructor, no permitió al enemigo aprovechar ningún
descuido, los obligó a retroceder destruyendo sus avanzadas en las boca calles,
lo cual les impedía entrar en la contienda. Se dio el odioso caso, en una de
las bocacalles, de formar barricadas con
los cadáveres de sus propios soldados; y al desorganizarse tratando de entrar,
se vieron obligados a retroceder y abandonar el escenario, por más que Morales
y otros jefes realistas, los alentaban y cantaban victoria, sin darse cuenta
que aquellos infelices sabían que iban a una muerte segura.
La
batalla en el centro de la plaza no duró más de media hora, y otra vez vimos
correr a Morales, y escaparse con sus oficiales; porque hay que reconocer que
tenían muy buenos caballos y estaban a buen seguro, para escapar del combate.
Policarpo
en un momento de calma en alta voz narro la acción
de Anzoátegui
en estos términos:
Los
hombres de Morales que quedaron con vida, en cuanto se dieron cuenta del
abandono de su comandante, tiraron las armas y se rindieron. El poblado era
nuestro. Todas las familias, tanto las venezolanas como las españolas, salieron
a tributar su solidaridad y agradecimiento al capitán Anzoátegui. Las
autoridades civiles también se presentaron ante el Estado Mayor, a pedir
clemencia.
Por
los patriotas todos salieron heridos de cierta consideración, lo cual mostraban
con orgullo; perdimos 16 hombres en el combate y 9 más, entre ellos al
intrépido Capitán Manuel José Guzmán, del círculo íntimo de Anzoátegui, que
prácticamente se inmoló en la persecución de Morales. Fue una pérdida
inestimable: cayó en una emboscada, Morales se dio cuenta de la maniobra de
Guzmán, y a la salida del poblado dejaron varios buenos tiradores muy bien
camuflados, que dispararon a quemarropa contra Guzmán y 8 guerreros que lo
seguían. Fue una imprudencia del valiente guerrero en su ansiedad por eliminar
al terrible realista.
Una vez terminada la batalla, recogidos los despojos y
pertrechos, muertos y heridos de ambos bandos; Anzoátegui, convocó al pueblo y
a las autoridades civiles, militares y eclesiásticas a un cabildo abierto en la
Plaza Mayor de Píritu, frente a la iglesia, para escuchar sus opiniones sobre
el destino de ese pueblo que había sido sometido por los realistas a crueles
maltratos y vejaciones.
Sucre
muy fatigado se sentó en una acera y Policarpo se le acercó inspirado como
siempre, se paró frente al afortunado comandante, y le recito:
Unció
Neptuno con arreos de oro
Sus
fogosos caballos,
Soltoles
los espumosos frenos
Ordenó,
señalando con el dedo:
¡Vuelen
ligeros
Por
la superficie del piélago del mar!
¡Humíllense
las olas
De
la turgente superficie!
¡Humíllense
del cielo los negras nubarrones!
¡Acudan
los monstruos…! ¡Y Eolo, Dios de los vientos,
Las
inmensas ballenas,
El
coro de Glauco y Palemón,
Los
rápidos tritones,
el
ejército de Foroco
Y
las deidades
Tetis,
Melite, Panopea, y Talía!
No
habrá fuerza
Que
pueda derrotarlos.
Águila Blanca quedó
petrificado; y, Policarpo se fue canturreando, caminandito, como si no hubiese
roto un plato.
De
repente, el trote de un caballo solitario les llamó la atención. Todos
expectantes. Alguna noticia importante traía ese jinete.
Águila
Blanca lo advirtió, y le dijo al Comandante Anzoátegui:
Mira: ¿Veis la polvareda?
Alguien trae una noticia urgente, y por el trote del caballo, tiene que
revestir cierta gravedad.
Esperaremos. Nadie se muere en la víspera.
En efecto, una vez congregados los convocados: todos los
guerreros y el pueblo, reunido en Cabildo Abierto. Cerca de allí en una alcabala improvisada por
el sargento Policarpo Ortiz, a la entrada del pueblo por el camino de los
españoles; llegó al trote el afamado capitán José Freites Bastardo. Al
desmontar, entregó su cabalgadura a un soldado, y preguntó por el comandante.
El sargento se cuadró ante
Freites, y lo interpeló con mucho tato:
Disculpe que le pregunte
Capitán, cumplo órdenes del Comandante Anzoátegui, si no es un asunto privado:
¿Qué novedades trae?
No tengo inconveniente en
informarle, Sargento: vengo de Caracas, donde estuve en el Congreso Nacional,
presentando un informe del terrible drama que vive esta provincia, rodeada por
los realistas; y al pasar por Cúpira, vi gente huyendo, los detuve para pedir
información, y me dijeron que el Comandante español Fernández de la Hoz, al saber la derrota de Morales en Píritu,
abandonó la plaza con el pelotón a su mando, con destino a una zona no
especificada cerca de la Villa, en busca de Rossete que merodea por allí.
Con el respeto debido,
Policarpo comentó:
Es una novedad que va a
cambiar nuestro plan. Ya todo estaba
preparado para ir a Cúpira. Puede usted pasar. El comandante está en la Plaza
Mayor –señalando con el índice- allá frente a la iglesia.
Freites montó de nuevo y
salió a galope tendido. Estaba impaciente por hablar con Anzoátegui. En efecto,
al llegar frente a él, éste bajó de la tribuna improvisada y se acercó hasta el
caballo, lo tomó por las riendas y ayudó al jinete a bajar, y sobre la marcha
le pregunto: ¿Qué es tan urgente…Freites?
Espere que le cuente.
Suéltelo de una vez.
Bueno al sargento le pareció
importante. Es que Fernández de La Hoz, en cuanto supo la derrota de Morales
aquí, tomó la decisión de desocupar Cúpira, y va con su gente a unirse a
Rossete cerca de La Villa.
Entonces… -sobándose la
barbilla, comento Anzoátegui- ¿Para donde correría Morales? Seguro que estará
cerca de nosotros. Tengo que enviar gente para Cúpira y otros baquianos que
hagan una recorrida por los alrededores. Desde aquí hasta Barcelona.
Águila Blanca, que estaba
cerca y escuchó lo que se proponía Anzoátegui, dijo:
Puedo encargarme de Cúpira…
Ir y venir en pocas horas con mis 20 tiradores. No me gusta la política. No
hago nada aquí.
Ah…Muy bien… Pero un
momento: primero celebraremos la victoria y luego pelearemos. Tengo entendido
que el pueblo ha preparado un agasajo y un homenaje en la Plaza Mayor
–Anzoátegui bautizó con este nombre el espacio que queda frente a la Iglesia de
Píritu y el pueblo se congregó allí—
Levantando la voz dijo:
¡Vamos todos para la
iglesia…! Allí el padre Castejón, oficiará una misa de campaña, y luego vendrá
el joropo.
Todos los que acompañaban al
Comandante asintieron y fueron tras él. Una vez en el sitio el padre Castejón
ofició la misa, dijo una homilía apasionada y revolucionaria que arrancó
aplausos de los feligreses. Terminada la misa, Anzoátegui, parado en el altar
improvisando, dijo:
Esta
celebración tiene un nombre: Águila Blanca. El no va aceptar este homenaje que
le vamos a rendir; pero sépanlo todos, si aquí hay un triunfador, ese es Águila
Blanca, como lo llamó el coronel Bolívar: el comandante de Ingenieros Antonio
José de Sucre, que con su sabiduría nos condujo a una victoria sencilla y se
podría decir fácil, si no fuera por los muertos y heridos que tuvimos. Pero en
cada gota de sangre que derramemos por la Patria, ganamos un jalón para la
libertad de nuestro pueblo… Nuestro pueblo será libre para siempre y nuestra
sangre se verá recompensada por todos los siglos. Qué más puede pedir un hombre
que va a entregar su vida, si logramos la gloria de la libertad. Que suene la música y a bailar… y a beber
todos.
Enseguida sonó la orquesta
con un joropo llanero, y el primero que salió a bailar fue el comandante, y
detrás de él todas las parejas salieron. Águila Blanca permaneció en silencio,
hasta que una joven se le acercó y lo sacó a bailar casi a la fuerza, no se
imaginaba lo bien que bailaba. Él tampoco sospechaba quien era aquella muchacha
rubia y coqueta, que al bailar pegaba su cuerpo con el suyo, y sus ojos traslucían
la pasión que sentía.
En medio del joropo, el
padre Castejón tomó la palabra y en alta voz dijo: Me permito interrumpir este
baile, porque una dama va a recitar unas décimas que le escribí al valiente
Águila Blanca.
La joven que bailaba con el
nombrado, le dijo: ahora voy a recitar para ti.
Águila Blanca trato de
retenerla, pero la joven se soltó y se colocó al lado del sacerdote. Todo mundo
aplaudió. Se escucharon los gritos:
¡Que recite, que recite…!
Hicieron silencio cuando se
presentó en la tarima improvisada, la bella dama, toda una princesa cumanesa
que vivía en Píritu con sus padres. Su
papá Diego de Serpa y Rojas, se casó con una piriteña: doña Inés María Freites
de Serpa. La declamadora era la incomparable Inés Serpa Freites, una gacela
blanca y arisca de mediana estatura, con la cara de la virgen María, pintada
por Murillo.
Se levantó cual bella era, y
dijo: Estas décimas las escribió el padre Andrés Antonio; pero yo colaboré con
él, y me las aprendí inmediatamente, por eso se las voy a recitar.
Sonó la música y se escuchó
claramente la voz de Inés Serpa…
A
Sucre.
De
vuestra dulce afluencia
he
llegado a conocer
el
buen fin que ha de tener
nuestra
reñida pendencia.
Tú
pericia y tú prudencia
en
un equilibrio son:
que
de amable discreción
llaneza,
afabilidad,
se
duda en vos, con verdad
cual
es mayor perfección.
Aunque
no eres general
serás
un fiel instrumento
para
nuestro vencimiento
por
tu pericia marcial
de
tu talento el raudal
a
muchos lo comunicas
Y
todo lo que practicas
es
con tal ingenio y arte
que
obligas no sólo a amarte
sino
a entender cuanto explicas.
Señores
Inés hizo una graciosa
inclinación y un ademán de saludo que
conmovió a todos. Los aplausos y los gritos no cesaron. La dulce voz de Inés se coló como un elixir
mágico entre los presentes, en un reverente silencio, y todos apreciaron la
belleza de la declamadora y las dulces décimas; pero el que más quedó turbado
por la belleza y el gentil modo de la declamadora, fue el joven comandante
Águila Blanca, el cual no pudo contener el impulso de llegar hasta ella y
besarla y, luego se separó un poco, la aplaudió fuerte y efusivamente, tomó una
de sus manos, sintió una extraña sensación,
la levantó para que fuera aclamada. Luego se separó de Inés, caminó dos
pasos hacia atrás, sin darle la espalda, hasta que se acercó al comandante y le
dijo:
Entonces José Antonio, que decides; ¿voy en
comisión o me quedo?
Anzoátegui se revolvió como
picado de culebra. En el fondo no quería que Sucre se arriesgara tanto, pero al
fin, confiado en la pericia de Águila Blanca, acepto: La verdad es que aquí
haces mucha falta, pero creo que tú necesitas acción… es lo que quieres…
¿verdad?
Así es, estoy entumecido, y
los enemigos están de vacaciones.
Con cierta acrimonia y
movimiento de los labios, resolvió:
Muy bien… encárgate de esa
comisión, limpia ese territorio de enemigos y organiza a los nuestros. Busca al
cacique Cipriano Guaiquirian, todo mundo lo conoce, es el mayor productor de
Cacao de la zona; es patriota, pero se cuida mucho de los españoles… se hace
respetar. Si no lo encuentras es porque está ayudando a Fernández de La Hoz, a salir de su pueblo. Recuerda… -lo dijo
remarcando las palabras- Es un amigo, y amigo mío, en lo personal…
No hay cuidado, basta que tú
lo digas… Águila Blanca se volteó hacia el Capitán Freites y le preguntó…
¿usted quiere acompañarnos?
Éste se sorprendió ante la
pregunta inesperada. Lo miró fijamente, lo pensó mucho antes de responder… De
verdad… me gustaría; pero no estoy en las mejores condiciones… Vengo desde
Caracas, y casi no he dormido en estos tres días. Sería una carga… No, de
verdad no debo ir.
Déjamelo aquí –intervino
Anzoátegui- que ya con que tú te vayas,
quedo casi desasistido…Todo mundo dice que Freites vale por diez.
Tú bromeas, tienes el mejor
Estado Mayor que yo conozca… y te quejas.
Bueno el que no llora no
mama, dice el refrán.
Está bien, basta de bromas,
me voy, eso si… no se la coman toda, guárdenme mi parte de la ternera.
Carne fría no sabe a nada.
Apunto Anzoátegui riendo a carcajadas.
Déjamela cruda, que yo me
encargo…
Todos celebraron el diálogo…
Águila Blanca ordenó al sargento León Mundarain que siempre estaba cerca, para
que convocara a los 20 tiradores de su partida, y de paso, le trajera su
caballo. Esta orden al Sargento se debió al hecho de formar parte del mismo
grupo de los 20 famosos tiradores de que se componía la patrulla que había
entrenado, y que se le había asignado; y además, había cabalgado con él a
tempranas horas y conocía el patio donde los cuidaban.
Cuando se disponían a partir
se asombraron al ver aparecer tres verdaderas amazonas: Inés, Mónica y Leonor; la principal de ellas doña Inés Altagracia
Serpa y Freites, se acercó a Sucre y con aplomo le dijo:
Nosotras
los acompañaremos en esta misión; y no aceptaremos que nos rechacen y digan que
somos mujeres, eso ya lo sabemos, y sabemos disparar tan bien como ustedes.
Somos soldados de la patria.
Águila Blanca iba a decir
algo, pero el sargento Policarpo lo atajó y le dijo:
Mejor es que deje que
vengan, usted no sabe el temple de esas mujeres. Es bueno para su salud que se
acostumbre. Doña Inés, la de largos
cabellos rubios, es una guerrera, la más bella y poderosa de toda esta provincia.
Sus compañeras inseparables: Mónica y Leonor, ya las conocerá… después que las
vea en acción. Ahora que las veo vestidas de soldados, recuerdo aquel lance,
cantado por el más grande poeta de la historia. Escuchen estos versos,
tomó posición declamó:
“Ruedan
los altares una tempestad de dardos oscurece el cielo, una lluvia de hierros
cae sobre el ejército, la tropa invade los altares y saquean el templo. Huye el
Rey. Las amazonas enganchan los carros, y espadas en mano embisten la caravana
del rey Aulestes, el rey tirreno llevaba las insignias reales. El choque es
terrible, cae el Rey, y es rodeado por las amazonas; cuando aparece el poderoso
Masapo con su afilada lanza’; toma el rey que rodó debajo del carro, por los
pies, sacándolo de donde era pisado por los caballos, y pegando un alarido, lo
mata atravesándolo por la garganta con la misma espada del rey, y luego
levantando los brazos gritó con su poderosa voz “Muerto es ya. Esta es la mejor
victoria que hemos ofrecido a los grandes dioses”
Águila
Blanca conciliador, dijo: Eres increíble Policarpo…. Muy bien…resolveremos… -y
en alta voz para que lo escucharan los soldados y las amazonas- ¡Las trataremos
como soldados. Incorpórense a la fila…!
Iremos adelante con usted,
Comandante -Dijo Inés, con firmeza-.
Con una sonrisa y un gesto
de incredulidad, el galante comandante, alcanzo decir- No tengo ningún
inconveniente. Iremos a buen paso... y por lo bajito, que solo ella pudo
escuchar: Nunca he tenido una escolta
más bella.
Inés aparentó, no darse por enterada y a su vez, en voz baja dijo: No
creas que estamos aquí por capricho, queremos demostrar que las mujeres también
podemos defender con las armas a nuestro pueblo.
Al contrario, soy partidario
de incorporarlas previo entrenamiento. Esta pequeña prueba es un trabajo que
puede servir de mucho en su formación militar señorita. Manténgase a mi lado y
les serviré de instructor. No lo digo por vanidad, sino que he adquirido
algunos conocimientos valiosos de muy buenos maestros.
No se preocupe, ya lo hemos
visto actuar, para nosotras usted no tiene nada que envidiarle a Bayardo, es
nuestro adalid, moriríamos por usted; Se que aprenderemos, por eso lo hemos
buscado, y sabemos que no nos hemos equivocado.
La
patrulla avanzó, son muchas leguas, pero el camino se hizo corto, cabalgaron
más rápido de lo que esperaban; entraron al pueblo de Cúpira ya de noche, todo
estaba en silencio. Vieron una luz en una casita a la vera del camino y hacia
allá se dirigieron. Los vieron venir de lejos.
Una mujer los recibió, y pegó un grito de incontenible alegría…
¡Pedro Luis…! Águila Blanca
está aquí…!
Desde el fondo del rancho se
escuchó una voz ronca y fuerte que gritaba
¡Cómo es eso…! ¡Repíteme eso…!
Un hombre corpulento salió
del fondo de la casa, casi desnudo, acomodándose la camisa; y como pudo se
cuadró ante el sorprendido Águila Blanca, que se estaba bajando del caballo.
¡Mi comandante… Mi
Comandante…! ¿Se acuerda de mí? Soy el cabo Pedro… Apenas llegué ayer, debía
salir a buscarlo, porque el General Miranda me envió por usted…
Pero… ¡Claro que me
acuerdo…! ¡Quién se puede olvidar de tí, con ese tamaño descomunal! Pero…
después hablaremos de eso. Necesito que me lleves inmediatamente a la hacienda
de don Geroncio Fuentes.
Claro… ese tiene ahorita una
fiesta en su casa. El grosero de Fernández de La Hoz lo tenía mortificado, y
quería estar en la casa de don Geroncio todo el tiempo; parece que le gustaba
una de las hijas, la que llaman la India, pero se le atoró en la garganta…
dicen. Esa mujer es terrible… y terriblemente bella. Bueno, déjenme prepararme
que ya salimos pa’llá… Anda, Teodora, prepárale aunque sea una totuma de café a
esta gente.
No, no, no… pensándolo
mejor… déjalo para mañana muy temprano.
No vamos a interrumpir una fiesta de don Geroncio.
Las tres damas se acercaron
a Teodora, y doña Inés le dijo: Nosotras te ayudaremos con el café.
Teodora sorprendida dijo:
Pero… y ¿ustedes de donde salieron…? ¿Muchachas ustedes van con esos hombres a
pelear?
Así es -se adelantó otra de
las amazonas, la llamada Mónica- vamos a pelear, vamos a vender muy cara
nuestras vidas. No vamos a esperar a que nos maten y nos ultrajen. Moriremos
con las botas puestas, como dice mi papá.
Él me enseñó a defenderme desde pequeña.
En medio del reparto del
café Teodora observó como Inés miraba a Sucre, la llamó aparte. Conversaron
largo y tendido, y entre otras cosas le dijo:
Mira muchacha…tú estás
enamorada de ese joven, ten mucho cuidado, porque ese es un guerrero, y no te
va a poder corresponder. Yo he sufrido mucho con Pedro, a él lo que le gusta es
la guerra, y eso es porque le mataron a su papá. El se la tiene jurada a un
gobernador de Barcelona, y dice que en cuanto se le presente una ocasión lo
mata.
No le voy a negar que amo a
ese hombre. Daría la vida por estar con él aunque sea una hora. Pero ni
siquiera nos conocemos. Yo acabo de cruzar con él las primeras palabras.
Bueno… abórdalo, dile cuáles
son tus sentimientos. A los hombres les gusta que nosotras demos el primer
paso. Así me pasó a mí, y yo lo agarré desprevenido y se lo dije, y él me dijo
que él sentía por mi lo mismo, pero que esperaba una mejor ocasión para
decírmelo. Yo le dije que cuando pasa el cuarto de hora ya no hay remedio, y se
pierde la vida y se pierde todo por falta de una palabra.
No lo haré, no ahora, puede
creer que yo estoy aquí más por su amor que por la misión que me he impuesto.
El se dará cuenta y si no esperaré con paciencia.
No, mi amor. Díselo, díselo
ahora. Dile que tú lo amas, que estás aquí por él y por la Patria, pero que
sería un insulto a su persona que no le confesaras tu amor. Agrégale que tú no
esperas reciprocidad, porque él no te conoce, pero esa es tu verdad.
Tienes razón: lo enfrentaré
ya.
Sucre, estaba hablando con
sus hombres frente a la casa. Inés se soltó el cabello, se desabotonó la guerrera,
hasta donde se insinúan los senos, se le acercó y le dijo:
Águila Blanca, tengo algo
importante que hablar con usted.
Bien, Inés, dime en que
puedo ayudarte.
No, es en privado, acompáñame. Vamos a caminar.
Los dos salieron hacia el camino sin decirse nada. Inés
habló primero, sin remilgos, como algo natural:
Yo estuve hablando con Teodora… le confesé que te amaba
–espero la reacción de Águila Blanca, que contuvo una expresión. Inés tembló y
se le notó en la voz, cuando dijo:
Ella… me aconsejó que hablara contigo.
Cómo es eso, si apenas nos
conocemos. Tú sabes que para mí lo primero es la libertad de mi Patria. El amor
no está en mis planes. Yo pienso en la amarga situación que vivimos en esta
pobre Patria. Veo destruida nuestra obra y las maldiciones que caen sobre
nuestras cabezas por reclamar el derecho de ser libres. Y nuestros propios
hermanos ofrecen sus vidas para esclavizarnos. Y tú me dices que me amas. Inés…
¿no comprendes el drama que estamos viviendo…?
Yo no te sé explicar cómo es
eso. Nunca antes he estado enamorada. Sé que te amo, y que sería un insulto a
tu persona no manifestártelo. No te estoy pidiendo nada a cambio. Simplemente
te digo que te amo, y que mi amor por ti no tiene nada que ver con tu fama ni
con tu hermosa presencia, es algo más fuerte, algo que no está dentro de mis
facultades controlar. Simplemente, te amo con toda la fuerza y la pasión de mí
ser, y es la primera vez que estoy enamorada. Quería decírtelo para estar
tranquila, y saber que tú lo sabes. No espero nada a cambio, tu no me conoces,
pero te amo y te amaré por siempre; estés o no estés a mi lado. Tú sabrás
cuánto vale mi amor, aunque no te estoy pidiendo que lo valores. Eso es todo.
Inés hizo un ademán de irse,
y Sucre la tomó por el brazo y la atrajo hasta él, y la besó en la boca. Fue un
beso sangriento desgarrado y apasionado.
Inés lo apartó un poco, y le dijo:
¡No hagas eso!
Y él le respondió.
Inés, ni tú ni yo sabemos si
estaremos vivos mañana. El amor no permite diferimientos. Si nos amamos en la
guerra, ese amor tiene que ser ya. Y tú eres tan bella, que es imposible que yo
no te ame. Tendría que estar ciego para no amarte con delirio. Yo desde este
momento te amo, Inés, y seré tuyo, pero solamente en presente. Óyeme… Solo en
presente, como Dios… que es sólo presente. Déjame que te bese Inés, todas las
veces que quiera y pueda. Nada es más sagrado que este amor que tú iniciaste;
desde ahora te estaré amando para siempre, sin que ello signifique el abandono
de mis obligaciones para con la Patria. Es el amor de un guerrero… Nada me
apartara de mi deber… Ni tú puedes olvidar tus obligaciones, tu las tienes
igual que yo… tienes que recordar eso permanentemente… y vas a llorar, lo sé,
muchas veces… vas a llorar. Nuestro amor está signado por un compromiso superior.
Ojalá superemos esta guerra y podamos amarnos después en paz.
Lo sé… pero peor sería que
no supieras que te amo… Tú ni yo sabemos cuánto vamos a vivir… Un minuto de
amor puede ser nuestra eternidad.
Esto me preocupa, me
sonrojaría ante mis camaradas, si por ti por tu amor, huyera del combate. Si mi
corazón me incitara a ello, si me acobardara… yo que siempre he sido valiente;
ocupando los primeros puestos en el ataque, para mantener la gloria de mis
padres, de mi Patria… y como ejemplo de mis hermanos, de mis amigos y de
aquellos que lo esperan de mí… De ahora en adelante me cuidaré de ti, porque
nada me importará tanto como tú…
Está bien… Vamos a casarnos
nosotros mismos, sólo ante Dios y que nadie más lo sepa… Bésame, bésame como
quieras… como quieras. Soy tuya, tómame, soy tuya y nada ni nadie me apartará
de ti. Te seguiré como un soldado, estaré a tu lado mientras viva, y sé que voy
a sufrir, pero lo haré en silencio.
Desde este momento mi vida te pertenece.
Esa noche sin luna fue
testigo mudo de aquel pacto de amor, que no trascendería. Los dos lo sellaron
en silencio. Sus almas se fundieron en una sola y sus cuerpos como dos animales
en celo se revolcaron en la tierra húmeda. Luego se hundieron en el río sin
poder desprenderse, como dos perros en celo.
Águila Blanca le susurró al
oído: Tus oraciones llegaron a Cupido, Dios del amor, para que su llama me
inflamara por ti, me pareció viajar a los montes sagrados de Idalia, lo vi en
sueños.
Ella no respondió, solo lo
miró y sonrió tímidamente.
Se quedaron viendo los
luceros, y Águila Blanca, le dijo: Recuerdo un triste pasaje de la obra de
Ovidio Las Metamorfosis. Que trata sobre el
amor frustrado de Ifis.
Y… ¿cómo fue eso, me lo
puedes decir?
Si, escucha: Ifis, un
guerrero humilde, conoció a la bella Anaxarete, de la ilustre descendencia de
Teucro hijo de Talemón. De solo verla
quedó prendado de la bella mujer.
Durante mucho tiempo Ifis mantuvo guardado su secreto amor; pero no
pudiendo soportar su pasión decidió buscar por todos los medios que la bella
mujer supiera de su sufrimiento. Entonces decidió hablar con la servidumbre de
la esquiva mujer, para que ablandasen su corazón. Pero nada de lo que hizo pudo
llegar al corazón de su amada. Entonces decidió plantarse en el portal de la
casa y llorar con la cabeza recostad en la dura piedra. La esquiva Anaxarete lo
despreciaba, era más sorda que el mar cuando se embravece y más dura que el
hierro nórico y que el peñasco vivo y aun no cortado y arrancado de la cantera.
Más bien se burlaba, y llegó al extremo de echarlo del sitio que había elegido
para mostrarle su amor. Ifis no pudo soportar por más tiempo el desprecio de
Anaxarete, y logró exclamar ante ella: Has vencido, Anaxarete tú dureza se ha
resistido a mi amor, no volveré a importunarte ni a causarte más molestias;
prepara alegres y solemnes festejos, entona tus cantos y aclama a Apolo y ciñe
tus sienes con laurel, pues me has vencido, yo muero como victima de tu
desprecio. Y comprende que mi amor no se acaba con mi muerte pues a un mismo
tiempo abre de carecer de ella y del
amor que te tengo.
Y,
¿cómo murió Ifis?
El se suicido frente a
Anaxarete
Horas
después, jadeantes, salieron del rio, se vistieron sin decir palabra, y fueron
a dormir separados en el sitio que les habían asignado.
La mayor
parte de los hombres durmieron a la intemperie, buscaban sitio entre la maleza.
Se acostaban sobre un lado de su capa y con la otra se protegían. Muchos usaban
gorras militares y otros sombreros de paja con que se tapaban la cabeza y la
cara. Estaban acostumbrados. Dormían como Bolívar les decía: con una oreja
pegada de la tierra, para escuchar los pasos enemigos. Las amazonas durmieron en hamacas colgadas en
un largo corredor del lateral derecho de la casona.
A
las cinco de la mañana, apenas cantaron los gallos de Pedro, más los del
vecindario, que repetían el canto como un eco que se perdía en la lejanía,
todos se despertaron. Águila Blanca no
había dormido, no se cansaba de recordar cada minuto de ese amor imprevisto
pero sublime; pero, Inés si durmió, y muy a gusto, feliz, una sonrisa de
triunfo la llenaba toda de gracia infinita. Era fácil descubrir lo que había
hecho. Ella se dio cuenta y borró toda huella de la sonrisa, y cambio su faz.
No podía descubrir lo que había pasado, nadie lo entendería y su Águila Blanca
no se lo perdonaría. Sus mismas compañeras no se lo perdonarían. Tengo que
controlarme, pensó, y así lo hizo. Nada, no podía traslucir su felicidad y el
encuentro del amor cuando menos lo esperaba. Ella que había rechazado a tantos
pretendientes, se entregó sin ninguna duda, como algo natural, como algo
esperado, algo que tenía que suceder, y era un amor sagrado con un héroe, un
dios. ¡María purísima! Pasó lo que ella quería, lo que había buscado y sucedió.
Allí estaba su amor, a su lado, dormido como un niño en la hojarasca, y ella a
su lado ¡Podría morirme ya! Lo dejaría todo por él, estaba decidido. Nadie
podría separarlos, sus padres lo entenderían, era su decisión. Además es una ley natural, el amor tiene que
consumarse, así lo hice. No voy a pensar más en ello. Pasó lo que tenía que
pasar. Voy a buscarlo…
Se
vistió otra vez de amazona, llamó a sus compañeras, buscó su caballo rucio y
salió al trote. Lo vio de lejos y se dirigió hacia él.
Águila Blanca la saludó cortésmente, pero se
le acercó y le dijo al oído:
No pude dormir, aún te
siento entre mis brazos.
Cuidado. –Contestó muy
quedo- Ten paciencia. La tierra escucha lo que no debe. Ya tendremos
oportunidad de hablar. Te amo.
Rápidamente la comitiva
llegó a la casa de don Geroncio que los estaba esperando, sabía todo lo que
tenía que saber del proceso, y cortésmente los invitó.
Vengan para que se desayunen
y hablamos entre tanto.
La mesa estaba servida. Café
caliente, arepas, perico y huevos sancochados, chicharrones, chorizos,
morcilla, queso blanco, leche recién ordeñada, aguacates y jugo de frutas.
Águila Blanca se levantó y
dijo:
En nombre de todos, gracias
don Geroncio, nadie miente cuando habla de su hospitalidad. Este desayuno
llanero abre la puerta para una amena conversación. Nosotros no tenemos nada
que ofrecerle, más que nuestra amistad y si es necesario, nuestra protección; y
en ello va nuestro honor y nuestra vida.
Don Geroncio, muy
ceremonioso, se levantó, y dijo:
No esperaba nada menos de un
patriota como usted; esas palabras que me honran, reflejan al ídolo de nuestro
pueblo; tú eres el Águila de Bolívar, te veo remontar por las altas montañas de
la Patria llevando la bandera de la libertad, como él te vio. Tú llevas esa
bandera en tu espíritu y de allí no la arrancará nadie, ningún poder sobre la
tierra. ¡Brindo por ti, Águila Blanca, y por Bolívar, que se dio cuenta de la
fuerza que emana de ti!
Águila Blanca le dijo:
Préstenos ahora su auxilio. Vamos a enfrentar a un imperio poderoso, estamos
organizando una empresa desigual, en la cual solo tenemos nuestro amor al
pueblo; será una lucha del amor contra el poder, solo nos conduce a esta guerra
horrenda la búsqueda de la libertad. Que
es el bien más preciado y por el cual estamos jurados y rendiremos, si es
necesario, nuestras vidas.
En silencio, los comensales
escucharon, asimilaron y admiraron, a su joven comandante.
El sargento Pedro Luis se
levantó con dificultad, llevándose parte de la mesa, causando un revuelo, y
excusándose dijo:
Les pido disculpas… pero así
me hizo Dios. Y con una risa que le salía del estomago, dijo:
Por allí va Morales más
bravo que sapo miao. El dirá si es mentira lo que dice don Geroncio.
Los comensales aplaudieron
riendo a carcajadas.
Después del desayuno, Sucre
acompañado por Inés y sus amigas, sentados en el corredor del traspatio, en
sendas mecedoras, tomándose un cafecito recién colado conversaban con don
Geroncio y sus hijas.
Águila Blanca, meciéndose en
la mecedora, saboreando su cafecito, pero sin perder el hilo de su negocio, le
preguntó a don Geroncio: y... ¿Qué tal
se portó con este pueblo el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz?
Don Geroncio se pasó la mano
por la barba, y respondió:
Él no pasó mucho tiempo
aquí… recuerdo cuando llegó… si…hace poco…
desde que Morales lo envió para acá, más era el tiempo que estaba de
comisión… total que era muy difícil verlo. Llegó con 30 hombres; pero reclutó
15 jóvenes de 16 años y los entrenó como soldados. Por cierto se los llevó a la
fuerza. Dejó esas familias desoladas, son unos niños… Pero lo que si hizo muy
bien, fue robarnos descaradamente; quería llevárselo todo… de esta casa se
llevó lo que le dio la gana: platos, cubiertos, joyas, todo. Dejó esta casa
vacía. Llegaba con unas carretas y cargaba las cosas que ya había visto, medido
y pesado… Porque llegaba como ladrón de noche, buscando morocotas y joyas. Yo
tenía bolsas de morocotas, que no son mías, son de los productores de café y
cacao, que las dejan para que se las guarden en mi caja fuerte. Cada bolsa
tiene su nombre y la cantidad de pesos en números, por si acaso. Ese dinero lo
usan para pagar a los jornaleros. Se las llevó. El dejaba recibos de todo eso,
hacía un inventario en cada finca, porque decía que era para pagar los gastos
de la guerra, que cuando termine, el Estado Español, pagará esos recibos… Yo te
aviso chirulí… Allí puede ver los recibos, que se los hice firmar, los tengo en
la Caja Fuerte, yo no sé qué le voy a decir a sus dueños. Es un tipo sin moral.
El es un hombre casado y pretendía que mi hija, la más arrecha que tengo, La
India, lo atendiera de todo. Un día mí hija le dio una cachetada y él la iba a
matar. Menos mal que estaba acompañada de su madrina Marta, mi hermana, que es
más brava que ella. Entre las dos lo desarmaron, y se fue sin decir ni pío.
Don Geroncio estaba
disgustado. El relato lo devolvió al momento del doble atentado contra el honor
de su hija y de él mismo.
Entonces Águila Blanca,
tratando de traerlo a la realidad, dijo: Estamos en guerra don Geroncio. No es
raro que le sucedan estas cosas. Procuraremos estar pendientes. Ya veremos si
podemos recuperar sus bienes. Lo intentaremos. Para mí es un principio de
justicia militar en tiempos de guerra, que el soldado que tome el valor de un
real, sufrirá la pena de doscientos palos, y el que robe una cantidad mayor,
será castigado con la muerte. Ese es mi código, y creo que andando el tiempo me
veré la cara con Fernández de La Hoz. Y, ¿Qué cree que podemos hacer entre
tanto? ¿Podremos reunir a los hacendados?
En estos días es imposible
-Atinó decir don Geroncio-Todos ellos están lejos de aquí. Son patriotas conocidos y solicitados por la
justicia española. Pero dentro de unos días, cuando estén más calmadas las
cosas, y puedan regresar, yo los convocaré. Ellos y yo podemos colaborar. Por
ejemplo, tengo más de cien caballos domados, que están a la orden para ustedes,
y entre todos los productores podemos reunir entre 500 y 700 caballos,
incluyendo muy buenas mulas. Esa es mi oferta… sólo para ustedes… José Antonio
me conoce… hace tiempo.
Eso
me parece una oferta inigualable que no se puede desechar… –Dijo Águila Blanca,
mostrando un rasgo de su esmerada educación- y luego tendiendo la mano a don
Geroncio como firmando un pacto entre caballeros, acompañando el gesto con una
amplia sonrisa, continuó- Vendré por esos caballos dentro de siete días.
Muy
bien… muy bien… No se diga más. De
inmediato me impondré la tarea de recogerlos y encorralarlos. Tiene mi palabra.
Vamos a ver cuantos le reúno... Lo esperaré dentro de siete días.
Inés
estaba inquieta, escuchaba y sentía que no participaba, entonces dijo:
A
nosotras no nos han invitado, pero vendremos a recoger ese rebaño. No somos un
adorno. Yo aprendí con mi padre a arriar ganado y caballos… y mis amigas
también. Hemos atravesado juntas llanos y montañas, comido y dormido en el
suelo a cielo abierto. Cantando galerones y folías en medio de la soledad de la
noche en campamentos improvisados. A mí no me asustan los espantos ni el rugido
del jaguar. Hemos participado en juicios contra cuatreros y los hemos
ajusticiado. Cuando hay que celebrar celebramos y cuando hay que lamentar
lamentamos… Hechura de una tierra bravía… Venezolanas de colcha y cobija… y
somos voluntarias.
Muy
bien… No se diga más…Ya son de la partida. Sentenció Águila Blanca.
Sin
embargo, los acontecimientos políticos cambiaron todos los planes. Las cosas en
la provincia de Barcelona iban de mal en peor. Los realistas tomaron el poder
el 12 de julio. El coronel José María Hurtado, aceptó la insurrección de varias
ciudades de la provincia y se sometió a los realistas. En Cumaná, el gobierno
revolucionario organiza una expedición punitiva contra Barcelona, comandada por
el General en Jefe, don Vicente de Sucre y García Urbaneja, padre de la
emancipación; asistido por el teniente de infantería Diego de Vallenilla
Guerra, segundo de a bordo, y el capitán José Francisco Bermúdez Figuera, cual
Ayax Telamonio, cuya fama de guerrero indomable se la había ganado en los días
genésicos de la revolución. La escuadra estaba formada con 18 buques de guerra
y 1000 hombres bien armados, que formaban los batallones “Guaiquerí” ”Carúpano”
y “Margarita”, para someter a los pueblos disidentes. La expedición arribó a
Píritu el 22 de Julio, allí lo recibió su hijo Águila Blanca y el comandante Anzoátegui.
La
ciudad de Píritu, convertida en un campamento de guerra. Acababa de salir de
una batalla cruenta y de terrible consecuencias; aun enterraban sus muertos y
contaban sus despojos; los hospitales improvisados, abarrotados de heridos,
médicos, enfermeras, monjas y sacerdotes. Gracias a Dios y al comandante
Anzoátegui, las mujeres y los guerreros ayudaban en todo.
Por
otra parte el puerto de Píritu era escenario de una ceremonia patriótica
importante. A las fuerzas libertadoras del general en jefe Vicente de Succre y
García Urbaneja, se les tributaba un merecido recibimiento.
Las
fuerzas acantonadas en Píritu bajo el mando de José Antonio Anzoátegui, en
perfecto orden, cumplieron el debido protocolo.
Después
de los saludos, Anzoátegui invitó a Don Vicente a que lo acompañara hasta el
Cuartel General, que estableció en la amplia casa de don Pedro José Trías, una
de las familias más importantes del pueblo; este paladín, que formó parte de la
Junta Patriótica de Barcelona, la puso a la orden.
Todo
mundo se enteró del surgimiento de la flota de guerra en el puerto de Píritu,
en especial algunos miembros de la que fue
Junta de Gobierno de la Provincia de Barcelona, la cual se trasladó a Píritu para conocer la
magnitud de la fuerza y saber sus obligaciones, estaban entre ellos: los
coroneles José Maria Sucre Alcalá, hijo mayor de don Vicente; el coronel José
Antonio Freites de Guevara, Agustín Arrioja Guevara, don Manuel Matamoros y el
licenciado Francisco Espejo, gobernador que fue de la Provincia.
Anzoátegui
hizo servir un refrigerio para don Vicente y sus acompañantes; el capitán de
navío don Diego de Vallenilla, y a los representantes del gobierno de la
Provincia.
El
Lic. Francisco Espejo, dijo a Don Vicente: sus fuerzas ocuparon ayer El Morro de
Barcelona. Tengo entendido que las fuerzas de Morales no le opusieron
resistencia; tenga cuidado con ese malhechor, puede estar seguro de que está
preparando una celada.
Por
ahora, respondió don Vicente, dejé a mi hijo el coronel José María, encargado de
la vigilancia. El conoce muy bien esta zona de la provincia donde forma parte
el gobierno; y tengo aquí de guardaespaldas a mi hijo menor José Antonio. ¿¡Qué más puedo pedir para que esta
campaña tenga el éxito deseado!?
Terminado el refrigerio, don Vicente le dijo al
comandante Anzoátegui:
No podemos perder tiempo,
tenemos que actuar con la mayor celeridad. Atacaremos a Barcelona y sacaremos a
los rebeldes de sus casas y haciendas y los llevaremos a Cumaná donde serán
juzgados. Ordena una reunión de emergencia con los ediles, para ver qué tenemos
que nos pueda interesar, aunque vengo bien surtido de todo cuanto es necesario.
Pero necesitamos formar un cuerpo de caballería suficiente para avanzar.
Llamaré a don Pedro José Trías, para que se encargue de
convocarlos -dijo Anzoátegui, y agregó: tengo un batallón de 400 jinetes bien
entrenados, y tu hijo hizo un negocio por unos caballos y mulas, 700 en total,
en el pueblo de Cúpira, con gente confiable, y que no está lejos de aquí, para
cuando quieran ir a buscarlos.
Tenemos que montar por lo menos 1500 jinetes para cubrir
toda la provincia -recalcó don Vicente; y continuaron hablando sobre el tema.
También
tengo –recalcó Anzoátegui- buena relación con unos cuantos caciques Kariñas,
propietarios de buenas ganaderías y muchos caballos… eso es hacia el sur, en
los límites con el Orinoco… en este inmenso territorio… y no será difícil
traerlos a ellos y a sus ganaderías… si me dan tiempo los hago venir. A ellos
les encanta participar, porque siempre se ganan algo, sobre todo, armas, que es
lo que más les gusta despues del buen vino. Pero también porque los españoles
les han causado mucho daño y les roban sus mujeres.
Don Vicente escuchaba al
capitán y asentía con un suave movimiento de cabeza, él sabía todo eso, que se
repetía en todas partes.
Un
baquiano, Tomás Guatache, interrumpió la reunión. Se cuadró, saludó
respetuosamente, y dijo:
Tengo un parte importante
para usted… General en Jefe.
Hable usted, sin demora.
Mis hombres descubrieron
cerca de aquí un campamento de Morales, muy activo, como si se preparan para
atacar.
¿Tienen detalles de esa
formación? –lo interrumpió Don Vicente-. ¿Cuántos elementos de guerra? ¿Cuántos
caballos…? ¿Qué tipo de armas…? Denme números …
En detalle no… Pero son como
400 hombres de a caballo bien armados.
Ese es Morales, terció
Anzoátegui, anda siempre con esa partida. Nunca pasa de 400 hombres, pero es
muy peligroso. Se mueve con mucha velocidad y hace mucho daño. Propongo que lo
enfrentemos en su patio, con un batallón igual, bajo el mando de su hijo,
Antonio José, que lo conoce y sabe cuál es el lado flaco de Morales.
Pero… ese es un muchacho…
¿Cómo se va a enfrentar a Morales?
Ja, Ja… Yo lo admiro mucho a
usted, porque lo considero el Padre de la Emancipación; pero no sabe nada de su
hijo. Ya le ha dado dos palizas a Morales en estos días. Por algo lo llaman
Águila Blanca.
Bermúdez que permanecía en
silencio y tenía muchas ganas de entrar en acción: los interrumpió:
Si V.S. me lo
permite…desearía acompañar a Antoñito en esta acción, me parece que puedo serle
útil.
Discúlpame, José Francisco,
pero te necesito aquí, no puedo quedarme solo con ésta armada de 18 barcos y
mil hombres. Tú eres el responsable de la disciplina… No puedo darme ese lujo.
Está bien señor, tiene mucha
razón. Esperaré otra oportunidad.
Bien José Antonio… ordene...
ordene V.S., el ataque, no quiero tener a Morales en mis tobillos, perjudicando
la campaña. Tenemos que dispersarlo… sacarlo de aquí.
Anzoátegui ensayó su grito
favorito… ¡Policarpooo…!
Enseguida que escuchó el
grito de pelea del Comandante. ¡Se presentó incontinente, y juntando los pies,
dijo en clara e inteligible voz:
¡A su orden mi Comandante…!
Busque al comandante Águila
Blanca, para que se presente al término de la distancia, en esta reunión.
A los pocos minutos se
presentó Policarpo; y con respeto militar ante el General en Jefe, presente. Se
cuadró y pidió permiso para hablar.
Lo tiene, mi viejo y
apreciado amigo, hable usted... ¿Qué
pasa con mi hijo?
Ya está viniendo mi General
en Jefe.
Águila Blanca entró
presuroso. Se cuadró ante su papá y con esa humildad que lo caracterizó toda su
vida, preguntó: ¿Qué quiere de mi, mi señor padre?
Hijo mío, no sabía cuánto
has avanzado en tu carrera militar. Me dice el comandante Anzoátegui, que
conoces muy bien a Morales y le has propinado dos derrotas en estos días. Por
lo tanto te hemos asignado la peligrosa misión de destruirlo porque amenaza la
campaña que estamos iniciando. Está acuartelado a poca distancia de aquí, y
prepara acciones contra mis planes. Me informa el comandante de esta plaza que
dispone de 400 jinetes que puedes conducir a la victoria. Pues si es así, te
ordeno que dirijas el combate contra ese astuto jefe realista. De inmediato…
Bien… Lo haré… cuente usted
con que pondré mi corazón para cumplir exitosamente esta primera misión bajo su
mando y a su lado como jefe. Y no se
preocupe por mí, vendré personalmente a darle noticias del cumplimiento de esta
misión por la salud de la patria. Al amanecer, pedí al Señor, que me permitiera
hacer algo importante para satisfacerlo a usted, padre, por el orgullo que
siento, porque usted esté al frente de esta campaña con el rango que se merece
por tantos sacrificios que hace por esta patria naciente.
Hijo, usted sabe que me
queda muy grande este rango, que sólo he aceptado para esta campaña, jamás lo
aceptaré como un regalo; sólo si lo gano en el campo de batalla, como lo hacen
los grandes de la guerra, y yo no me lo he ganado. Vaya usted, hijo mío, y
cumpla con este jalón, que puede ser decisivo para el triunfo de las armas de
la libertad. Vierta su sangre gloriosamente en el campo del honor, por la
patria. Venceremos.
Águila Blanca se despidió
marcialmente lleno de orgullo y de amor por su padre, que en ese momento
representaba el honor y la gloria de la patria naciente. En la puerta de salida
encontró a sus amazonas, y les dijo.
Buenos días patritas. Vayan
con don Policarpo, y pongan en marcha todo el batallón de caballería, con todos
sus arreos, que les pasaré revista en 30 minutos. Vamos a corretear a Morales.
Pasados que fueron los 30
minutos, Águila Blanca estaba en el patio de armas frente al batallón.
Enseguida se presentó ante
él, el sargento Policarpo, que se cuadró como siempre lo hacía, y le dijo:
Permiso para hablar, mi
Comandante
Hable usted don Policarpo.
Frente a usted están 420
jinetes perfectamente preparados y ansiosos para derramar su sangre por usted y
por la patria…
Hágalos desfilar frente a
mí, que ya veré si están en condiciones óptimas para servir en estas apremiantes
circunstancias.
Los examinó detenidamente.
Les ordenó que mostraran las armas y las manipularan y dispararan. Hizo algunas
correcciones en el manejo del fusil; les ordenó salir al trote, lanzarse del
caballo, saltar y montar, es decir probó todas las tretas de los llaneros en
acción. Rechazó algunos jinetes por inexpertos en el uso del fusil y otros por
no tener ningún entrenamiento. Pero en general quedó satisfecho. A los
rechazados los consoló y les dijo que en la primera oportunidad marcharían con
él. Luego gritó estentóreamente…
¡Soldados,
la misión que se nos encomienda es vital para el triunfo de las armas a las
cuales servimos...! Vamos a vencer, por el honor de nuestra patria, sin lugar a
dudas; vamos a tratar de no perder ningún hombre. Nos acercaremos a los Reales
lo más que podamos sin disparar; cuando escuchen mi voz, será una orden
terminante, se abrirán en abanico frente a ellos, lo más separados unos de
otros sin perderlos de vista, para que no sean blanco fácil de las balas
disparadas al montón… Otra orden mía… y todos desmontarán y esperaremos
fríamente el ataque del enemigo, y solo cuando lo tengamos en la mira y estemos
seguros de no errar, dispararemos al detal, y a la vez atacaremos por varios
flancos, que yo les indicaré en su oportunidad. Escuchen ante todo mi voz…
Ninguno puede avanzar sin orden mía. Si conozco a Morales, este enviará a sus
soldados al ataque frontal, sin importarle los muertos y los heridos. Traten de
herir a los caballos primero, y después a los jinetes, preferiblemente por las
piernas. Vamos a tratar de crearle problemas a Morales; cuando se vea perdido
desaparecerá con sus oficiales. Trataremos de cazarlos en su huida; pero sin
prisa y sin exponernos. Ya perdimos a uno de los oficiales más valientes y 9
hombres por una persecución innecesaria.
Vamos a salir ordenadamente y al baquiano, que se ponga al frente y nos
lleve al campo de batalla. Soldados… a vencer o morir dignamente. Bien
derramada estará la sangre por la Patria, por la familia, por sus camaradas o
por nuestro Dios… lo demás es un crimen. Vamos a vencer a los que nos oprimen…
Viva la libertad.
Águila Blanca y sus amazonas
salieron al frente con el baquiano. Los jinetes los siguieron en perfecto
orden. Formidables guerreros se unieron al batallón, junto a muchos orientales
recién llegados. Iban en primera fila:
José Tadeo y José Gregorio Monagas, el indio Zaraza, Vicente González, Ramón
Machado, Manuel Isava, Jesús Barreto, Francisco Mejía, Vicente Parejo, Valentín
García, Arguíndegui, Domingo Román, Agustín Armario, Juan Manuel Valdés, Carlos
Peñalosa, Freites, José Leal, José Maria Certad, José Ribero, Manuel Inocencio
Villarroel, Francisco Carmona y cientos de patriotas de toda la provincia cuyos
nombres no aparecen en los partes de guerra.
No habían recorrido dos
leguas, cuando el baquiano hizo una señal. En una ladera de la montaña de Agua
Caliente, se veía un vigía. Sucre ordenó detener el avance, y llamó al sargento
Policarpo, que sigilosa e inmediatamente se presentó sin mucha formalidad, se
acercó y desde la montura preguntó:
¿Qué se le ofrece mi
Comandante?
Hay un vigilante en esa
montaña. Lo –dijo observando con su catalejo- y agregó: Necesito cinco hombres
rápidos, para capturar a ese vigía.
Tengo los mejores… Ya se los
traigo.
Policarpo salió castigando
la grupa de su caballo, y a los pocos minutos se presentó con los cinco
soldados.
Estos
son los rastreadores, comandante; han volteado el llano y por decir lo menos, son los mejores… y
conozco demás.
Muy
bien patriotas, vamos a cazar ese conejo. Voy a simular que estamos de
tránsito, por supuesto… con nuestras armas dispuestas. Uno de ustedes tiene que
adelantarse y ver que tan lejos esta Morales y su gente… o sea vista al
campamento. No hay que tener tanto
cuidado porque a Morales no se le va a ocurrir que lo vamos a atacar en su
guarimba. Y el vigía no nos puede ver a nosotros desde allí donde está
apostado. En cuanto sepan la ubicación
de Morales, me hacen una seña: Águila Blanca los instruyó haciendo los
movimientos que indicaba- El brazo
extendido hacia arriba, quiere decir bastante lejos; el brazo hacia delante,
bastante cerca; mover el brazo hacia los lados quiere decir que no está por ese
lado, que no se ve. Yo me ocuparé de capturar al guardia… No perdamos el
tiempo… procedamos.
El rastreador, el caribe
Takí Guatache, tardaría 30 minutos para ubicarse en una eminencia desde la cual
podía ver el campamento de Morales, e hizo la seña a Sucre, con el brazo
extendido, que indicaba que el campamento de Morales estaba cerca del vigía.
Con ese conocimiento, Águila
Blanca y cuatro acompañantes simularon un grupo de jinetes que iban en comisión
en trote regular. Cuando pasaron cerca del vigilante, este se interpuso
apuntándolos con el fusil y les pidió el santo y seña. Sucre se hizo el
desentendido, y le dijo en voz alta:
¿Qué quiere usted…? …No le
entiendo.
El vigía repitió:
identifíquese o disparo.
Y... ¿Quién es usted para
pedirme identificación?
No se haga el burro, soy un
soldado… y estoy aquí vigilando.
Y… ¿Usted es alguna
autoridad? ¿Trabaja para el Gobierno? Yo soy un oficial de tránsito.
Mientras Sucre hablaba con
el vigía el cazador destacado se acercó hábilmente por detrás del vigía, y
apuntándolo con su arma, le dijo.
No se mueva… suelte el arma…
está usted detenido. Baje con cuidado hasta donde está el comandante, y no se
ponga nervioso que no le pasará nada. Si se resiste lo mato, y lo puyó por un
costado con su cuchillo.
Está bien… pero… no le
arriendo la ganancia; allí cerquita está el coronel Francisco Tomás Morales,
que en cuanto se dé cuenta, me saldará a buscar y, ¿dónde se esconderán
ustedes?
Vamos, vamos, déjate de
pendejadas, y no pretendas ningún truco; nada, porque te traspaso con este
cuchillo número cuatro.
Águila Blanca le dijo a Takí
Guatache. Ocupa el puesto del vigía. Anda sube al cerro. Y tú Policarpo,
llévate a los mejores hombres, eliminen a los vigías y los sustituyes por los
nuestros. No será difícil…
Pierda cuidado… a mi gente
le gusta el peligro… No se preocupe… delo por hecho… estos hombres lo harán
como usted lo desea. Cuando todo esté seguro se la haré saber. Es un plan
demasiado bueno…
Está bien, vayan… dense
prisa…
Se alejaron; y, Águila Blanca le preguntó al
prisionero… ¿Oye, tú cómo te llamas?. Si me dices tu nombre te suelto, te dejo libre.
Y, ¿Para qué quiere mi
nombre, si me va a soltar...?
Cada anécdota lleva sus
nombres. Si no sé tu nombre… ¿Cómo lo voy a contar…?
Está bien… Me llamo
Encarnación… Encarnación Guatacare, pero comúnmente me llaman Guaripete…
pa’servirle. Si me perdona la vida,
sabré corresponder a su delicadeza.
Bueno… si no dices nada y
salvas tu vida; me doy por bien pagado; porque si dices algo de este suceso…
Morales no te va a perdonar y lamentablemente te matará.
Eso es verdad… Morales no
perdona. Ténganlo ustedes también en cuenta. Yo lo he visto matar niños por
puro placer.
Bueno vete. Te deseo suerte.
El vigía se fue, era un llanero resabiado, se
alejó por esos montes. A cada rato se paraba veía para atrás, pensaba que le
dispararíamos, en cuanto se percató de que no tenía nada que temer, emprendió
una carrera loca hacia el poblado.
Entonces se acercó el
sargento Ortiz rascándose la cabeza, y razonando sobre el suceso, preguntó:
Oiga comandante, no entiendo
nada. Tanto trabajo… para soltarlo… ¿Puede usted explicármelo…?
A un soldado desarmado no se
le puede matar. Ya él me dijo todo lo que quería saber… y él no sabe nada de
nosotros. Ahora prepararemos nuestro plan. Vamos a esperar a ver qué pasa con
los vigías…
Reunió su Estado Mayor
ampliado; es decir, se acercaron todos los oficiales que lo acompañaban. Les
dijo:… esta noche vamos a tomar posiciones alrededor del campamento de Morales;
y, para cuando escuchen mi voz, ya deben tener… cada uno debe tener… su blanco
en la mira; ya saben, repito… cada soldado enemigo en la mira. Díganlo a su
gente… Si logran reconocer a Morales, no lo piensen, dispárenle, es un sujeto
peligroso, hasta muerto es peligroso.
Todo sucedió como lo había
planificado Águila Blanca. Los vigías fueron eliminados y sustituidos. Águila
Blanca y sus hombres se acercaron al campamento sigilosamente… Morales y los
suyos estaban descuidados en conversaciones, tomando ron, jugando cartas, en
fin confiados en la vigilancia… cada uno disfrutando el rato como podían.
Entre
tanto, amparados en la oscuridad de una noche sin luna, arrastrándose cuidadosamente entre tunas,
retamas, cardones, cuicas, yaques, cascabeles, y otros bichos y obstáculos
imprevisibles, los hombres de Águila Blanca tomaron posiciones y pacientemente esperaron la orden de
¡Disparen!... Lo hicieron certeramente a matar. Se produjo el consiguiente
zafarrancho de combate… Los realistas trataron de tomar sus armas, pero
murieron en el intento… otros gritaban orden…orden; algunos heridos pedían
auxilio, clamaban… los más trataban de huir: Se escuchaban voces alteradas…
“!Nos disparan...! ¡Nos disparan…!” Y
los hombres de Morales no sabían de donde les venían los tiros, pero veían a
sus compañeros caer muertos a su lado sin que tuviesen oportunidad de
defenderse. No pudieron coger sus armas.
El desconcierto fue total, inesperado; huyeron dejándolo todo
abandonado. Corrieron como perros asustados y se perdieron en la noche.
Al otro día muy temprano,
Anzoátegui y don Vicente llegaron al campamento y Sucre les contó la escaramuza.
Les dijo:
Morales
es un zorro viejo, descubrió el plan, y cuando atacamos ya estaba lejos con su
séquito. Nuestros hombres hirieron y mataron a todos los que levantaron las
armas, o tenían oportunidad de levantarlas; ahora los estamos enterrando; muchos
se rindieron a tiempo. Son muy disciplinados.
¿Podemos
aprovechar a esos hombres…? Pregunto don Vicente.
Águila
Blanca lucía cansado, titubeaba… Si.. Creo que si… Eran como 200 los que se
rindieron… No sé cuantos… Muchos habrán escapado después. corrían como locos a
través de los matorrales y sabanas… Los dejamos… Casi todos son españoles; y
después de rendidos, por la poca atención de nuestros hombres y de la propia
vigilancia nuestra… escaparon despues de rendidos; pero quedan… quedan algunos,
seguramente criollos. Hay que hablar con ellos. Todos están muy cansados…no han
dormido… todos… incluidos los nuestros… ha sido una larga jornada… Gracias a
Dios no falta nada en este campamento… Pueden descansar y comer…
En
ese momento aparecieron las bellas amazonas, que combatieron como panteras, y
se mantenían tan frescas como si nada… llegaron sonriendo pícaramente… con una
jarra de café caliente recién colado… y lo sirvieron sin interrumpir la
conversación…
Pero…
Hijo mío… ¿Cómo pudo suceder eso? Preguntó don Vicente… con la totuma de café
en la mano…
Bueno…
Te lo estoy diciendo… No se pudo hacer nada. Creo que los Reales se dieron
cuenta de la huída de Morales antes que nosotros; y, se aprovecharon de la
oscuridad para escapar de una muerte cierta… Intentamos perseguirlos, pero
después que pasaban la sabana y entraban en los matorrales de la serranía de
Agua Caliente, era imposible… Abrieron una vía de escape con mucha
habilidad…
¡¿Y de los prisioneros que
quedan…?! ¿Será posible que nos informen ahora mismo?
No lo creo… De todas
maneras, vamos a esperar al sargento Policarpo, a ver si tiene la
información.
Levantando la voz, como lo
hace Anzoátegui, llamó a la Comandanta. ¡Comandanta Inés Serpa. Acérquese por
favor…!
Inés disciplinadamente se
acercó.
¡A la orden, mi comandante.
En que le puedo servir…!
Por favor, comandante…
busque al Sargento Policarpo Ortiz, que se presente de inmediato, que el
General en Jefe, necesita sus servicios.
A los pocos minutos se
presentó el sargento;
A su orden, para servirle
como se les sirve a los héroes de la patria. Así me enseñó mi padre que Dios
tenga en la gloria…
Basta, Policarpo, esa
canción te la oigo a cada rato.
Bueno… Dígame lo que quiere
y será bien servido… Us. me conoce…
Solo quiero saber cuántos
prisioneros criollos quedan, porque los vamos a necesitar.
Ahora mismo, el capitán
Domingo Román, se encarga de hablar con ellos. También están haciendo el
inventario del arsenal capturado… El botín es extraordinario. Hay de todo. Además nos adueñamos del campamento; es un
sitio confortable y excepcionalmente bien ubicado. Desde aquí se domina un
espacio inmenso entre Boca de Uchire y Píritu, lo que le servirá al General en
Jefe. Me imagino la rabia que tendrá Morales, que no esperaba jamás un ataque
por sorpresa en este sitio.
Gracias Policarpo. Después
que Domingo termine su labor, me traes el chisme... Y dirigiéndose a Águila
Blanca… Dame un abrazo amigo… -remarcando las palabras- Eres un ser
excepcional… Águila Blanca… no sé cómo te sale todo tan bien. Ese bicho me ha
dado mucho dolor de cabeza. Por doquiera le encuentro, y siempre me ataca. No
nos libraremos de él fácilmente. Tú le has dado dos palizas seguidas
Dime, José Antonio… ¿sabes
cazar venado?...
Claro hombre…
Pues… vamos a cazarlo. Vamos
a montarle una “silenciosa” como dicen los cazadores del comandante Domingo
Montes.
Siempre oigo hablar de ese
intrépido comándate… Acaso… ¿Podré conocerlo alguna vez…?
Estoy seguro que escucharás
mucho más de ese guerrero.
Y tú… ¿Crees que tendremos
acciones más complicadas que las que ya tenernos…?
Los españoles no se rendirán
fácilmente, ellos son guerreros. Prefieren la muerte a dejarnos libres. En
realidad… somos iguales. Nosotros tampoco les dejaremos nuestro suelo… Cueste
lo que nos cueste. Mi padre es un
ejemplo, porque él solo lucha por su pueblo… Él lo tiene todo, sin embargo,
está dispuesto a perderlo por honor.
Hasta la vida si es necesario…Es una cuestión de eso…honor, patriotismo…
No todos lo entienden…
A mi tendrán que matarme
–replicó Anzoátegui- No volverán a esclavizar a nuestro pueblo… Tengo que agradecerte todo lo que has hecho…
Tú sabes lo que vale para mis hombres y para mí este campamento; aquí podemos
montar con comodidad nuestro batallón… Esta posición nos da el dominio de la
provincia. Verás como vienen los caciques que han sido ultrajados por los
realistas. Ellos nos dotarán de todo cuanto necesitemos. Sobre todo caballos,
mulas y ganado.
Pero… vamos a inspeccionar
el campamento, y mientras… continuamos conversando.
En eso llegó corriendo y
alterado, el sargento Policarpo Ortiz, se cuadró ante Anzoátegui, pidió permiso
para hablar, se le concedió, y dijo:
Hay muy malas noticias, pero
prefiero que sea el coronel Francisco Illas, que se lo diga. Él está en el
salón grande por la parte de atrás, vino en compañía del padre de Águila
Blanca, del General en Jefe, don Vicente de Sucre.
¡ Ah carajo…!
Aligeraron el paso y se
acercaron al coronel Francisco de Illas y a don Vicente, que estaba en animada
conversación con su hijo José María, y el capitán José Francisco Bermúdez.
Buenos días mi General en
Jefe, sien…
Don Vicente le cortó la
palabra con un gesto, mientras abrazaba y besaba a su hijo Antonio José, luego
se separó cuidadosamente y dijo
agravando el seño: comandante Anzoátegui, disculpe… no estamos en este momento
con miramientos protocolares. Estamos en un grave asunto. Le ruego que preste
mucha atención al coronel Francisco Illas. Nuestra Provincia tiene que tomar
una decisión que nos puede costar la tranquilidad y hasta la vida.
Discúlpeme… General… pueden
informarnos… por favor.
Bien…Ustedes saben que los
realistas nos derrotaron en “Sorondo”, y que nuestra armada desapareció en
manos del más afamado capitán que hemos tenido, me refiero al almirante
González Moreno; pero hay algo mucho más grave ahora… el generalísimo Francisco
de Miranda nos ha entregado miserablemente a los españoles mediante una
capitulación vergonzosa e intolerable.
Mi General… y ¿Cuándo fue
eso...?
Hace pocos días. Mejor
dicho… el 25 de julio: sus representantes firmaron en el ingenio de los
Bolívar, en San Mateo… Aquí está el coronel Francisco de Illas y Ferrer, que
nos informará al respecto.
Padre mío: ¿El coronel
Bolívar está en esto?
Jamás… ese joven es un
patriota, y más bien juró fusilar a Miranda y tratarlo como traidor a la
Patria.
Tiene que ser así… yo lo
conocí en Valencia… y estuve a su lado y lo observé atacando al enemigo de una
forma inusual; aprendí mucho de las tácticas que deben emplearse en situaciones
difíciles. Imagino que ya estará preparando algo idóneo a tales circunstancias.
No lo dudes hijo mío;
además… tiene todo cuanto se necesita para emprender una guerra sin cuartel
contra los enemigos de la Patria. Allí estaré… a su lado … y venceremos.
¡Venceremos…! ¡Viva la
Patria libre…! Repitieron todos cuantos se habían reunido para escuchar al
coronel Francisco de Illas y Ferrer.
Todos lo miraron, perplejos.
Es un tipo alto, delgado, enjuto, rígido; un buen soldado, dispuesto a cumplir
con sus obligaciones cueste lo que cueste. Él llevó el 27 de abril de 1810, los
despachos del Ayuntamiento de Caracas al Ayuntamiento de Cumaná, y con su
hermano José Antonio, fraguó el Golpe de Estado contra el gobernador don
Eusebio Escudero. Es un hombre de fiar.
Levantando la voz, dijo:
Señores, no me lisonjeo de
esta misión, pero me comprometí a cumplirla y así lo haré. No voy a negarles
que venga de parte del Ayuntamiento de la República de Cumaná, que se ha
rendido. Toda la acción que emprendimos para someter a Guayana, fracasó. Aquí
mismo, en la provincia de Barcelona, aunque ustedes han cumplido con su deber y
han obtenido éxitos resonantes, de los que todo mundo habla; pero todos los
pueblos más importantes, incluyendo Barcelona, se han rendido a los realistas…
todos aclaman a Fernando… Es muy triste, pero es la verdad. Teníamos la
esperanza puesta en el general don Manuel de Villapol, y éste valiente soldado
de la patria, después de la terrible derrota de “Sorondo”, llegó con sus
tropas, ordenadamente, hasta el Pao; allí recibió despachos de Miranda, exigiéndole
que llevara sus batallones hasta Valencia. Así lo estaba haciendo cuando se
enteró de la Capitulación. Avergonzado
regresó entonces, por la vía de Maturín, con la idea de reforzar a José Tadeo
Monagas y otros valientes alzados en los llanos de Maturín; y no los encontró,
y ahora no sabemos nada de él. Tampoco
logró el apoyo logístico que esperaba, ni siquiera para continuar la marcha
hasta Cumaná… Todos se rindieron, y se vio obligado a licenciar sus tropas para
evitar un amotinamiento. El eminente
General en Jefe, Francisco de Paula González Moreno, corrió la peor suerte; se
quedó en el Pao al amparo de la Capitulación… es hecho prisionero; luego
conducido… como un malhechor… llegó moribundo a las bóvedas de la Güaira.
Malherido como estaba fue conducido a Caracas, donde según noticias… falleció.
Ese hombre, que fue prez de nuestro gentilicio, tratado como un miserable;
burlándose sus captores de la humillante Capitulación, él hubiese preferido
morir de un lanzazo en la orgía de una batalla.
Estos son mis sentimientos; sin
embargo, traigo instrucciones para usted General, para que zarpe enseguida y
lleve las tropas a Cumaná, y en el caso contrario se le declarara desertor y
será perseguido como tal.
Todos los oficiales y muchos soldados escucharon el
discurso del coronel Francisco Illas. Se hizo un silencio sepulcral. Por varios
segundos no se escuchó sino la respiración del General.
Don Vicente, de pies, con
una mano sobre el hombro del coronel Illas, miró a sus hijos, luego vio el perfil
inmutable de Anzoátegui. Su hijo José María, delgado, alto, ceñudo, con los
puños apretados; a su lado, tal vez triste, el coronel Blesa, y Policarpo, muy
inquieto; las tres amazonas imperturbables; sobre todo Inés, que en ese momento
estaba pensando, que nada la separaría de su amado… solo la muerte… un rayo
invisible pasó por sus ojos verdes- hizo un movimiento como quien se sacude de
algo que la atormenta… dijo muy quedo ¡Ave María Purísima! Sus amigas a su lado
la tomaron de la mano y la apretaron fuertemente.
Don Vicente levantó la voz…
y en un grito angustioso, dijo: ¡Todo se ha consumado, como dijo Cristo…! Y en
un susurro… No hay nada más que hacer…Al amanecer partiremos para Cumaná. Como
todo está preparado, recojan las cosas que tengan que recoger… y ya pueden
embarcarse. Si algunos desean quedarse aquí, tienen mi permiso y autorización.
El regreso para Cumaná no es obligatorio. Yo no estoy preparado para ir a las
guerrillas, pero aquellos que se sientan capaces… no se los impediré… y les
permitiré llevarse sus armas y cuantas municiones quieran y puedan cargar.
Anzoátegui
se colocó al lado de don Vicente, y levantando la voz, dijo:
Aquéllos
que quieran quedarse, aquí tendrán su puesto en mi División, porque ya es una
División de más de 800 hombres. Les puedo garantizar que no les faltara nada.
Yo no podré dejar las armas, no puedo entregar a mis hombres, con un
sanguinario como Morales y un Fernández de La Hoz; en Cumaná es otra cosa, allá
seguramente será respetada la Capitulación. El Ayuntamiento de Cumaná es muy
fuerte, y con don Vicente no se juega. Además el gobernador designado, don
Emeterio de Ureña, es un hombre correcto, que si hará respetar el texto de la
Capitulación. Allá es posible que se respete la Ley.
Águila Blanca llamó a Inés,
y le dijo:
Permaneceré aquí unos días
contigo, luego veremos qué rumbo tomamos. Aguárdame… hablaré con mi padre.
Águila Blanca se acercó a don Vicente y le dijo:
Señor,
he decidido quedarme unos días aquí y luego iré a Trinidad, allí me dedicaré al
estudio del inglés y tácticas militares ingleses. Esperaré sus noticias.
Me
parece muy bien, nuestra casa está algo arruinada en Puerto España, me da gusto
que vayas; enviaré a mi mujer, ella corre peligro en Cumaná… y no conoce la
Isla. Enviaré con ella a mi capataz Severiano y un lote de esclavos, porque si
es necesario puedes vender algunos, para que no pasen necesidades; aunque ella
va bien dotada y creo que a ti no te falta nada, o sí.
Sin
embargo puede ser que necesite algún dinero.
Pues
sí…
¿Cuánto
necesitas?
Unos
mil pesos estarán bien.
Ven
conmigo al barco, allí te los daré.
Entonces,
andando…
Pasaron
esos días sin novedad en el pueblo de Píritu. Don Vicente se ocupó de preparar
los barcos para el zarpe; pero los acontecimientos políticos se presentaban
cada día más complicados; Monteverde se burla de la Capitulación, y se dedicó a
la persecución de los patriotas. Se habían constituido dos partidos
irreconciliables: patriotas y realistas, y estos días posteriores a la firma de
la rendición de Miranda, los realistas vencedores reclamaban venganza en todas
partes. Se escuchaban los gritos histéricos de los fanáticos pidiendo la muerte
de los patriotas.
Cumaná tuvo suerte con la
elección de don Emeterio Ureña, un hombre noble y correcto, aunque fue nombrado
un poco tarde, el 14 de setiembre de 1812. Entre tanto había gobernado el
Ayuntamiento cumanés bajo la presidencia del Dr. Francisco Javier Máyz, recio
patriota de notable fortaleza y erudición.
Más allá, en Barcelona se
complicaban las cosas. El Capitán General Domingo de Monteverde, nombró
gobernador a un mal sujeto colmado de resentimientos, Don Lorenzo Fernández de
La Hoz, que asumió el cargo el 15 de setiembre de 1812, un español del Valle de
Soba, residenciado en Cumaná, donde se casó con Catalina Sotillo Verde, una
dama de una familia muy importante, los Bermúdez de Castro, precisamente la del
capitán patriota José Francisco Bermúdez Figuera.
Barcelona tuvo la desdicha
de caer en manos de éste infame Capitán: vengativo y rencoroso. Preparó el
terreno y sibilinamente ofreció cumplir las condiciones de la capitulación
mientras perseguía, ajusticiaba y encarcelaba a los patriotas: el capitán
Anzoátegui, Freites de Guevara, Agustín Arrioja, los hermanos Hernandez y
otros, entraban y salían tranquilamente de la ciudad aparados por la
capitulación. Todos fueron traicionados, hechos prisioneros y enviados a la
tenebrosa cárcel de La Guaira.
El día del arresto de los
patriotas de Barcelona, Inés y Sucre, estaban con Anzoátegui, y a eso de las
cuatro de la tarde se despidieron y salieron con sus briosos corceles hacia
Píritu. No había recorrido mucho trecho, y a la salida de Barcelona por el
Oeste, un piquete de soldados españoles les salió al paso. A poca distancia del
pelotón, Águila Blanca detuvo su cabalgadura e Inés lo imitó. Águila Blanca
levantó la voz y preguntó:
¿Qué queréis?
Uno del grupo se adelantó un
paso, y con voz altanera preguntó a su vez.
Y… ¿Quienes sois? ¿Para
donde vais?
Águila Blanca con una mano
levantando su arma y con la otra empuñando su espada, en voz alta respondió:
¿Quién lo pregunta?
El mismo oficial respondió,
esta vez, con cierta cortesía.
Soy el capitán Antonio de
Zuazola, al servicio de su Majestad, y tengo instrucciones de llevaros ante el
Coronel don Lorenzo Fernández de la Hoz… y, vos ¿Quién sois… y, quién os
acompaña?
Águila Blanca, movió el
zaino y se le acercó despacio, con absoluta normalidad, tanto, que el capitán
no se dio cuenta de sus intenciones, y cuando estuvo a su lado, sacó hábilmente
su espada, no dio tiempo al capitán español de reaccionar, y poniéndole la
punta de la espada en la garganta, en tono conminatorio, le dijo:
Ordene a sus hombres… que
cojan la vía de Barcelona, si no… lo mato.
El español no se inmutó, se
sentía seguro y replicó:
Y… si me mata ¿qué les
pasará a ustedes?
Águila Blanca tampoco perdió
el estribo y replicó
Y si no lo mato… ¿Qué cree
que nos pasará…? Mejor no me ponga a prueba capitán… y salve su vida…
El capitán tomado por
sorpresa atino decir.
Está bien… está bien… no me
mates hombre… deja, deja… Yo arreglo esto.
¡Más te vale…! da la orden..
ya, antes de que empuje un poco más la espada.
Sucre
se dio cuenta de una maniobra envolvente que intentaban un sargento y otro de
los jinetes españoles… Nunca imaginaron la destreza del adalid, que
desenfundado con la mano izquierda su pistola… tan rápido que no pudieron
verlo… y le disparó al caballo del imprudente en la cabeza, sin desatender al
oficial, al que tenía inmovilizado con la punta de su espada… Y como el
imprudente jinete, mientras caía el caballo, sacaba su pistola y se disponía a
disparar contra él desde el caballo, que herido de muerte se doblaba
impidiéndole un mejor movimiento… Águila Blanca, sin pensarlo, accionó un
segundo disparo que impacto en la cabeza del sargento, que se desplomó sin vida
frente a la patrulla. Inés velozmente
apuntó al Capitán, y sosteniendo el arma con firmeza, le dijo:
No se mueva, Capitán… no es
necesario que muera, y sepa que disparo tan bien como mi compañero. No me ponga a prueba. ¡Entrégueme su
arma…!
Al Capitán español, pálido
como la muerte, le corrió escalofrío por la columna vertebral, percibió la
calidad de sus enemigos; no podía hacer nada contra esta pareja de patriotas…
con un gesto de abatimiento, entregó a Inés su fusil y una pistola; y, sin
esperar más, gritó:
Rompan filas y continúen la
marcha… al trote, hacia Barcelona. ,,,No hay nada que hacer aquí… y
dirigiéndose condescendiente a Águila Blanca, le preguntó… y.. ¿se puede saber
con quién me enfrenté?
Usted lo sabrá capitán, no
se anticipe - y casi le gritó al marchar- ¡Estoy seguro que lo sabrá…!
¡Nos veremos muchacho… lo
juro…!
¡Lo esperaré con ansias…!
!Entonces… hasta la vista…!
El
hombre al que se le enfrentó era nada menos que el cruel capitán Antonio de Zuazola,
que iba rumbo a Cumaná., y lo acompañaban otros oficiales, un criminal
inescrupuloso llamado Pascual Martínez, que alcanzó celebridad en Margarita; y
el joven teniente Cayetano Speranza, que iba nombrado jefe de la guarnición de
Carúpano.
Águila
Blanca e Inés, esperaron unos minutos hasta ver que los españoles avanzaban y
se perdían por el camino a Barcelona; y, al galope tendido, continuaron hacia
Píritu.
Llegaron
a Píritu en la noche. Todo era movimiento, mucha gente quería abordar los
barcos hacia Cumaná. Las tropas patriotas que estaban en el Morro, unos 400
jinetes estaban entrando al pueblo. Águila Blanca e Inés con el orgullo
reflejado en sus rostros, los vieron desfilar. Eran jóvenes patriotas guerreros
ardientes de la Patria. Luego continuaron su ruta para juntarse con la tropa,
donde fueron recibidos con muestras de alegría, al parecer ya sabían del suceso
con Zuazola.
Policarpo los detuvo:
¿Qué pasa Sargento?
Hay novedad. Morales está
rondando por aquí cerquita con ganas de echar una vaina. Nosotros estamos
esperando por tí, porque tu papá es terco, no entiende el peligro. A cada
novedad, dice, que se firmó una Capitulación y que los españoles tienen que
atenerse a ella. No hay forma de que entienda que al Morales no le importa un
carajo esa vaina.
Muy bien reúne un grupo, los
más que puedas, que se armen convenientemente que los vamos a corretear. Manda
unos baquianos para que lo ubiquen y me informas. Yo también saldré a espiar.
Y la comandanta… ¿También va
con nosotros?
No creo… ella irá a su casa…
Debe estar cansada. Después les contaré lo que nos pasó. Hágame el favor de
traerme un buen caballo, este no aguanta más.
Busque uno que conozca este territorio; no se preocupe de la pinta… Buen
corredor y que no le tenga miedo a las cascabeles. No quiero que los llaneros se rían de mí… llévese
éste mientras me tomo una totuma de café.
Tardaré poco… porque todos
están pendientes.
Así espero… no quiero
oxidarme…
Se corrió la voz entre los
soldados: “Águila Blanca va tras Morales”; todos los hombres despertaron,
prepararon sus equipos de guerra, y fueron más de 400 jinetes los que corrían
por las calles de Píritu en busca de la gloria. Águila Blanca montó un caballo
llanero, pequeño, pero muy fuerte. El cabo Taki Guatacare estaba de guardia, y le
dejó dicho con él a Policarpo, que haría un recorrido y volvería en menos de
una hora, que quería que todos estuviesen en formación para salir en cuanto
regresara.
Guatacare contaba… que vieron comandante salir con dirección a los cerros
que se levantan al Sur de Píritu…. Se perdió rápidamente de vista. Alguien me dijo:
¡Por algo lo llaman Águila Blanca…! por allaaa… va… solo se ve como un rayo de
luz que lo ilumina...!Infeliz Morales… No sabe lo que le espera…!
Policarpo
se apostó ante los soldados y les declamó una oración, un texto, que para él era sagrado, dijo
:
¡Oh
Júpiter todopoderoso
A
quien la mauritana gente
tendida
ahora en pintados lechos
Ofrece
en sus banquetes
El
vino de las libaciones
¿Ves
esto? ¿Será que rogamos en vano…
¡Oh
padre! …cúando vibras tus rayos?
¿Será
que estos relámpagos,
Envueltos
en nubes,
Que
aterran los ánimos
Solo
producen vanos murmullos?
Esa
gente que llegó errante
A
nuestras fronteras
Y
nos compró el derecho de fundar;
A
quienes le dimos la tierra,
Y el
dominio de aquellos sitios
Repelen
ahora nuestra alianza
Y
reciben en su reino
A
todos los canallas y traidores.
Pero
los venceremos para ello
Contamos
con el más poderoso
Guerrero
que sube a las nubes
Calzándose
los talares de oro.
Se
une a Mercurio, llama a los céfiros
Y
vuela por el firmamento
Empuña
el caduceo
En
busca del guerrero inmortal
Lo
llaman Águila Blanca.
Desde
lo alto del Cerro de la Lluvia, catalejo en mano, Águila Blanca divisó a
Morales, con sus tropas, se desplazaba lentamente hacia el pueblo de pescadores
“El Hatillo”; al Norte de la laguna de Píritu, una franja larga y delgada entre
la laguna y el mar. Llevaba muchos
prisioneros, sobre todo mujeres, las mantenía como escudo. Águila Blanca, de
solo ver a Morales y su ubicación, concibió el plan, volvió grupas, ya tenía el
esquema de su ataque.
Policarpo, preparó el
batallón, todos estaban ansiosos de participar y se congregaron en la Plaza
Mayor frente a la Iglesia. Águila Blanca entró a la plaza y enseguida se le
unieron los coroneles Sebastián Blesa, Arguíndegui, Coronado, José Freites
Bastardo, y el sargento Domingo Román, al cual Sucre le dijo.
No soy quién para darte un
ascenso, pero para esta acción bajo mi mando, has demostrado pericia y valor,
lucirás los galones de Comandante; y que lo sepan todos –levantando la voz- Su
nuevo Comandante se llama Domingo Román. – Todos manifestaron su aprobación,
porque en la práctica Domingo Román se comportaba como tal- escúchenme todos:
haremos dos batallones: el primero bajo el mando del Coronel Moreno, con el
comandante Domingo Román, de segundo; y el otro, bajo el mando del Coronel
Bielsa, y conmigo de segundo; saldremos enseguida para tomar posiciones ante el
enemigo en una operación tenaza. El batallón bajo mi mando saldrá por el camino
del Este, y entraremos al caserío de El Hatillo, desocupado por Morales, donde
nos atrincheraremos y esperaremos al enemigo; y el otro batallón, del coronel
Moreno, entrará por el Oeste, por el
pueblo de “Boca de Uchire”, donde aun no habrá llegado Morales, porque va
lentamente; y seguirá el camino hacia el
Hatillo, a las seis de la mañana, avistaremos al enemigo, si hay algún retardo
inesperado, hipótesis descartada, trataremos de distraer al enemigo hasta que
estemos a tiro de fusil los dos batallones. Pero confío en que se dé todo como
lo he planificado si Dios quiere.
Morales, al darse cuenta de nuestra presencia, tal vez decida tomar el
caserío a sangre y fuego, de ser así, ustedes… sin perder un segundo atacaran,
y así lo creo, porque yo optaría por ese destino. Pero si vuelven caras para
enfrentar el batallón que va tras él, o sea ustedes; entonces nosotros
saldremos del caserío y lo cogeremos, de todas maneras, entre dos fuegos. Ellos
se dispersarán, muchos se tirarán a la laguna y allí los cazaremos como patos.
No hay nada que explicar, esta vez Morales no tendrá alternativa, deberá
rendirse. Y recuerden… no maten a los
que se rindan, ésos serán nuestros.
Todo salió a pedir de boca, la batalla se dio
en los términos previstos, cuando Morales se vio atacado por el batallón del
Oeste, se ordenó en batalla, y apenas sonaron los primeros tiros salieron las
fuerzas de Águila Blanca, y lo cogieron entre dos fuegos. Morales se dio cuenta
de que era imposible defenderse y ordenó la rendición.
Pidió un Consejo de Guerra
según la Capitulación. Águila Blanca, procedió según sus principios, ordenó una
junta de inmediato con su Estado Mayor, y ordenó traer a los oficiales
españoles. Estos llegaron desarmados pero tratados con respeto, y ordenó
devolverles sus espadas y armas. Águila Blanca, les preguntó si tenían algo que
reclamar del tato de guardias. Morales habló: Nosotros representamos la Ley,
ustedes son facciosos. Si nos van a fusilar cometerán un delito que será
juzgado en su oportunidad. No le reconozco a esta Junta ninguna autoridad. La
única autoridad en este territorio la tiene el general Fernández de la
Hoz.
Águila Blanca le respondió:
Usted puede decir lo que le plazca, para eso nos hemos reunido. Si fuésemos lo
que usted dice ya estarían muertos. No. No los vamos a fusilar. En nuestra
Patria no matamos a los soldados que se rinden, por lo menos siendo yo su
comandante. Lo que hay es que soy respetuoso de la ley, y la ley en este
momento es el texto de la Capitulación, que usted viola cada vez que sale a
matar a corretear o apresar niños y mujeres como esas que acabo de liberar.
Estoy en el deber de
preservar la paz contra tantos traidores al Rey, y hombres como ustedes
levantados en armas.
Venezuela se declaró libre,
ya no es una colonia española.
Nosotros recuperamos la
soberanía de este país.
Usted nos ha atacado cuando
estábamos preparándonos para embarcarnos para Cumaná. Usted no ha respetado la
Ley. Esta al margen de la Ley.
Sin embargo le vamos a dar
otra oportunidad pero si cae otra vez en nuestras manos lo fusilaremos
sumariamente.
El coronel Moreno le pidió una explicación
sobre la captura de los soldados de Cumaná, y el confesó que se excedió en
ello.
El Consejo de Guerra decidió
dejarlo en libertad pero dispuso trasladar hasta Píritu las fuerzas que lo
acompañaban y a los prisioneros.
Se le permitió a Morales
salir con sus oficiales hacia Barcelona. El Consejo de Guerra le participó que
todas las fuerzas irían de inmediato para Cumaná, y que iban a refrescar a sus
bases conforme la capitulación, y que esperaban no ser molestadas en lo
absoluto.
No permitiremos ninguna
interferencia, y nos veremos obligados a defender los fueros pactados -dijo el
coronel.
En el éxito de la jornada no
solo contribuyó la oscuridad sino el descuido de Morales, que iba con su botín,
como perro por su casa, sin importarle absolutamente nada lo que pudiesen hacer
los patriotas.
De todas formas a Morales lo
llevaron nuevamente ante Sucre porque no firmó el acta de la Junta. Este alegó los términos de la Capitulación y
la decisión del Consejo de Guerra. En vista de lo cual Morales y su Estado
Mayor, decidieron acatar, los términos de la rendición y la decisión del
Consejo.
Sucre le dijo a Morales.
Esta vez, Coronel, vamos a
aceptar sus alegato, pero le voy a advertir, que estaremos pendientes de sus
actividades, y si lo volvemos a apresar violando la Ley, lo vamos a someter a
juicio sumario por crímenes de guerra.
Morales tuvo arresto para
responderle, le dijo:
De ahora en adelante me
cuidaré mucho de usted. No olvidaré las lecciones que he recibido en estos
últimos días. Tal vez el futuro me brinde más oportunidades para conocerlo
mejor.
Creo que será posible
coronel. La guerra terminó, pero uno nunca sabe. Más bien desearía conocerlo
civilmente, a lo mejor usted resulta un buen anfitrión. Estaré a su orden en
Cumaná. Esa es mi Patria. Usted debería irse a España.
Nunca… esta es mi tierra,
aquí están todos mis intereses y los defenderé a como dé lugar.
Usted no se rinde
fácilmente. Esta tierra tiene dueños que la defenderán a costa de sus vidas.
Tenga eso en cuenta. Ustedes son invasores indeseables y se portan como dueños
de lo que no les pertenece.
Estas tierras y sus
habitantes son del Rey de España. Y
ustedes le deben reconocimiento. Todo lo que son se lo deben al Rey. Sin el Rey
no serían nada.
Cual Rey. ¿Pepe Botella es
su Rey?
Cuide sus palabras. Usted no
sabe lo que dice.
Mejor váyase coronel.
Tenemos opiniones totalmente contrarias, no vale la pena conversar
amigablemente. Entraríamos, más bien, en una discusión interminable. Usted no
me convencería y yo menos lo convencería a usted. Soy un patriota cumanés, mi vida y mi honor,
no aceptarán jamás que nos gobierne un rey extranjero. Se dio un paso hacia la
paz. Trataremos de evitar los horrores de la guerra y cicatrizar las heridas.
Tal vez podamos convivir en paz.
Eso veremos.
Morales y sus oficiales
salieron del campamento, abatidos, sin saber lo que había pasado. Morales le dijo al Coronel Tomás de Cires,
que cabalgaba a su lado.
Oye Tomás, en esta guerra no
podemos dormir. Me parece que caímos en manos de un joven honorable. Si soy yo
el que resulta victorioso, los fusilo a todos… sin ninguna duda. Me parece
increíble que estemos vivos.
¿Cómo vamos a explicar a don
Lorenzo, lo que ha pasado?
No le diremos nada.
¿Y si nos preguntan por la
tropa?
Diremos que la tropa está
por los lados de Píritu bajo el mando del comandante Zuazola.
Pero… ese teniente está por
Cumaná.
Nadie sabe nada de él. No te
preocupes… yo me encargaré de ese asunto… Él asumirá la responsabilidad.
En
Barcelona el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz, nombrado por Monteverde
Gobernador de la Provincia, se comportó peor que un tirano, persiguiendo a
todos los patriotas, torturando, asesinando, en fin, violando la Capitulación.
Persigue y apresa a los líderes y jefes de las familias más importantes de
Barcelona, y en todos los pueblos de la provincia; empezando por los Freites,
los Arrioja Guevara, el Dr. Carlos Padrón, los Hernández, y hasta sacerdotes
como Fr. Vicente Grimón.
José
Antonio Anzoátegui cayó en una trampa que le tendió el propio don Lorenzo.
Envió a su casa en Barcelona, a una persona de su confianza; el anciano Dr.
Remigio Padrón, que sirvió inocentemente a la perdición del líder; el cual fue
portador de una tarjeta amable, invitándolo a una entrevista,
para hablar sobre algunos detenidos, “que al parecer” no participaron en el
movimiento sedicente; y todos sus amigos lo mencionaron a él como conocedor de
su actuación. En el caso de no asistir, decía, se le tendría como sedicioso, y
los inculpados serían enviados prisioneros a La Guaira. Anzoátegui no lo dudó,
con sus puños crispados, se dijo: si no voy no sabré de que se trata, pero si
voy: puede ser que sea verdad y, por tanto, ayudaré a mis amigos y evitaré que
sean torturados inútilmente. Asistió a
la cita en la cual iba su vida. Lo esperaban, era una emboscada propia de
aquellos espíritus revanchistas, de inmediato quedó prisionero y fue a parar a
las bóvedas de la Guaira. Dicen que Fernández de la Hoz, disfrutó de su
venganza, no se cansaba de contar su hazaña, y se reía a mandíbula batiente. La
prisión de Anzoátegui causó un malestar terrible en Barcelona; los patriotas y
todo el pueblo se indignaron y protestaron. Muchas diligencias se hicieron ante
el tirano; pero la represión que desarrolló aquel bárbaro, asesinando
impunemente a todo el que levantaba la voz, aplacó las protestas
rápidamente. Contra aquel bárbaro nada
se podía hacer. Estaba dispuesto a exterminar a todo el pueblo de Barcelona, y
tenía los medios.
Cuando
se reventaba de la risa llegó un correo, pidió permiso para hablar, no se lo
querían dar pero les dijo: traigo malas noticias del general Morales.
El
correo, un tal José García de Sevilla, sargento español de los que escaparon
con vida del campamento de Morales, se cuadró ante don Lorenzo… que no dejaba
de reírse.
Hable
hombre no se quede parado allí con esa cara de estúpido.
Disculpe
Coronel… pero tengo malas noticias.
Bueno…
desembucha… Dilo de una vez.
Hay
un comandante al que llaman Águila Blanca, que nos está dando guerra… y, tiene
a Morales por el suelo. Usted me disculpa… Lo ha derrotado tres veces. Lo
desalojó del campamento del Sur de Píritu… y ahora… después de cazarlo… le
perdonó la vida en el Hatillo, y lo dejó libre… para que le cuente a usted toda
la historia de sus derrotas. Disculpe usted si no le gusta lo que le digo, pero
lo que le digo es la verdad. Que Dios me ampare. Si miento que me corten la
lengua. Yo digo lo que he vivido en estos días en que he andado muchas leguas
de a pie. Mientras pude… no sé cómo me salvé… ya no tenía pies… por momentos me
arrastraba… no sé… no sé.
Bueno…
bueno… cállese… ya estoy enterado… pero muy a medias. Usted habla y habla y no
dice nada que pueda entender…
Usted
perdone... Sé que llegué en mal momento. Pero no puedo remediar lo que sucedió…
sucedió.
Está
bien… puede irse… No diga nada más…
El
sargento dio media vuelta y se marchó mascullando las palabras. Caminaba y no se daba cuenta de lo que decía,
y ese parloteo indignó al coronel don Lorenzo Fernández de La Hoz… Que gritó:
¡Sáquenlo de aquí…! El sargento echó a correr empavorecido
El
Dr. Remigio Padrón lo acompañaba y trataba de calmarlo. Luego Fernández de La
Hoz meditaba… se preguntaba y a la vez respondía: ¿Derrotó a Morales…? No lo
creo –pero bajo las negras cejas, se marcó un surco de oscuros presagios- Y… ¿Quién es ese bicho que puede derrotar a
Morales…? Dígamelo usted doctor.
El
doctor comentó: Nadie sabe nada de él, lo que le puedo decir es que yo lo he
visto pelear… y no hay nadie como él… que yo conozca.
Se le borró la risa a don Lorenzo… Y dijo como
pensando…Yo sé quien es… ese carajo tomó Píritu, y ahí está… vive cómodamente
con una novia… se pasea todo el día por sus calles, va a la iglesia… se baña en
el río y en la playa… parece un príncipe con una cabellera negra de crespos que
le caen sobre la cara, tiene una sonrisa de niño travieso, pero de temple de
acero y brazo de hierro, lo quiero vivo, quiero verlo derramar lágrimas de
sangre.
Tiene
que apurarse su excelencia, porque está por salir hacia Trinidad, ya toda la
flota está preparada para zarpar. Mejor dicho, muchos barcos a esta hora, van
rumbo a Cumaná. No tendría nada de raro que el pichón se haya escapado.
Ave de
mal agüero en mi conuco… Vamos, vamos… que ese no se va… La peor diligencia es
la que no se hace…Tenemos que preparar un ejército para cazar águilas como conejos… ja ja ja Muévanse…Tráiganme al padre
Márquez, que tiene muchas ganas de darle la extremaunción… y a Hurtado, que
tiene todos los contactos políticos y militares… esa es la gente con la que
cuento… para que formen y doten un ejército invencible; y a Morales… tráiganme
a Morales… yo confío en ese bicho… lo conozco;
lo buscará bajo las piedras y le dará su merecido: ese traidor al Rey,
ya está juzgado… Payaso.. Ay si… Águila Blanca… Ese es el calificativo de ese
estúpido, que no sabe ni por qué está peleando… lo humillaré y después,
descuartizaré sus restos. No quedará nada de él… ni el recuerdo entre su
familia… ignorante… Morales… Morales… ese es el hombre que necesito… él mismo
lo va a buscar… pero con 4000 hombres, los mejores del Rey en esta tierra. Ya
veremos si “podemos o no podemos”, como dice el teniente
García. Tienen que salir ya… eso es ya…
Entre
tanto Águila Blanca no perdió tiempo, sabía que vendrían por él, con todo lo
que tienen. Reunió una veintena de hombres y les dijo:
Vamos
a preparar el terreno para una acción de grandes proporciones. Vendrán a
buscarnos con todo… y les causaremos mucho daño. Todo mundo debe abandonar el pueblo,
porque lo van a incendiar por los cuatro costados si se quedan, pero si se
percatan que lo hemos abandonado, seguro que no lo hacen, así es que todo mundo
debe abandonar y llevar solo lo imprescindible, que se internen en el bosque,
que busquen su guarida, eso no durará mucho., Esa gente es comodona, y le
causaremos muchas molestias.
Capitán
Domingo Román, necesito que busque al cacique Tamanaico, dígale que va de mi
parte, llévele este cuchillo y se lo entrega, él sabrá. Que venga con sus
guerreros para que se lleve una buena partida de caballos. Que se cuide mucho
por el camino. Hay vigilancia del ejército español por todas partes. Que venga
cuanto antes por que los acontecimientos ya van a comenzar. Explíquele todo y
no le mienta en nada. Responda sus preguntas, pero adviértale que no se puede
perder el tiempo reuniendo a los viejos ni a los piachas… ¿Cree que puede
encontrarlo a tiempo…?
No
se preocupe… yo sé dónde encontrarlo. Tengo conmigo al mejor rastreador de los
llanos del Norte. Es de Valle Guanape. Se llama Isidro Guanipa, recuerde ese
nombre, será un buen sargento. No hay nada por esos trotes que él no conozca.
Salga de inmediato.
Puede contabilizarlo. Lo
traeré.
Coronel Blesa… ocúpese VS.
Personalmente, de sacar a la gente del pueblo… a todos… mujeres niños,
ancianos, todo mundo. No debe quedar nadie que le dé gusto a don Lorenzo, de
practicar sus sádicas torturas y crímenes abominables. Y VS. Coronel Moreno, de
las órdenes para que todos los oficiales y soldados, se presenten con sus armas
y municiones en la Plaza Mayor, dispuestos a rendir la vida de ser necesario,
en defensa del honor de la Patria… ¡En el término de la distancia…! los vamos a
necesitar. Por mi parte, iré a prepararles una buena acogida a los españoles en
el campamento que abandonó Morales. El vendrá a recuperarlo.
El
coronel Moreno, observó atentamente los rasgos del joven comandante. Admiró su
altivez y arrogancia, el dominio de los elementos disponibles en aquel momento
crucial en el cual se jugaba el destino de todos los que quedaban en aquel
último refugio de la Patria vencida. Y dijo en alta voz: Así será… Por la
Patria. Venceremos… Me encargaré personalmente de todo, no faltará nadie a la
cita… Nos encontraremos en el campamento.
Por otra parte el coronel Blesa, aquel
guerrero que probó en Sorondo su destreza y valor, entendiendo la nobleza de
quien aun siendo joven, asumía en ese momento la autoridad suprema, hizo un
gesto de asentimiento movió su caballo y
salió hacia el pueblo. A los pocos minutos todo era movimiento. Todas las
carretas, mulas y caballos empezaron a salir del pueblo con rumbo Oeste.
Águila Blanca con un
batallón de zapadores partió hacia el campamento. Una vez allí les dijo a sus
hombres”
Vamos a sembrar pólvora,
muchachos… Atención Sargento Félix Vila…
A su orden, mi comandante.
Sin protocolo sargento.
Ocúpese de los explosivos… Tengo entendido que es su especialidad –y
entregándole un plano, continuó- Este es un plano improvisado, que usted debe
mejorar. Pinté ese tejido – mostrándole con el dedo el dibujo- véalo bien, de
tal suerte, que encendiendo una mecha en este punto –Señaló con el dedo en el
mapa un punto hacia el Sur del campamento- toda la dinamita explote
sincronizadamente alrededor del campamento y en el polvorín. El batallón de
Morales llegará aquí por la noche, así es que no te preocupes mucho por tapar
las mechas; ubícalas como te plazca, eso sí, siguiendo el plano, porque de otra
forma no se obtendrán los resultados apetecidos.
Lo entiendo perfectamente,
mi comandante.
Repítalo otra vez con más
fuerza
Tomó aliento y casi gritó:
¡Lo entiendo perfectamente mi comandante!
Quiero hacer hincapié, en lo
más importante… es el edificio principal. Tú eres el experto. Ordena
muy bien el polvorín y las cargas explosivas en madejas, que colocarás a
tu arbitrio, para que surta el efecto
perseguido y produzca la acción desencadenante deseada en toda la estructura.
La explosión debe ser suficiente para que no quede piedra sobre piedra.
Ingéniate para que no se vea la mecha
que saldrá del polvorín hasta cien metros fuera del edificio. Como
puedes ver aquí, es la principal. Si necesitas más información, no te
preocupes, yo estaré a tu lado.
Don Lorenzo no pudo formar
el ejército que deseaba, y solo alcanzó reunir y formar un poco más de 800
hombres, la mayor parte de infantería. Morales llegó a Barcelona en las
primeras horas de la mañana del 8 de julio de ese año, pero no quiso ver al coronel don Lorenzo
Fernández de La Hoz; se quedó con el padre Márquez, en el convento de San
Francisco, habilitado como cuartel general del ejército realista en Barcelona, el cual lo puso en autos. Y Morales le preguntó:
Y… ¿Cuándo se supone que
debo partir a tomar Píritu…? Le digo que no será nada fácil. Esa gente pelea
como tigres. Yo lo puedo decir, porque no les he podido ganar ninguna de las
escaramuzas que he intentado… y me dejaron sin hombres. Encima los usan en
contra nuestra… y los muy cobardes nos atacan, como si fueran del bando
contrario. Nos disparan a matar, parece que más bien nos odiaran y se formaron
aquí con nosotros. Eso es imperdonable... Nos sacaron del campamento, que me
costó tanto hacer, porque el vigía de mi confianza brincó la talanquera, y me
dejó en descubierto. Salvamos la vida
milagrosamente, gracias a un oficial, el teniente Indriago Villarroel… Hágame
el favor y lo asciende a Capitán porque lo tiene más que merecido… nos salvo la
vida a todos los oficiales, y, muchos soldados pudieron huir y están prestando
servicios con nosotros. Ese teniente nos dio la alerta a tiempo… Si logro
agarrar a ese vigía traidor, lo fusilaré ipsofacto.
Creo que VS. Debe salir por
la mañana antes de que salga el sol. El
batallón ya está preparado. Los dejaremos dormir esta noche y puede usted hacer
lo mismo. Venga a comer un poco conmigo. Tengo un buen hervido de frijoles con
cochino salpreso. Le va a gustar. Tengo buenas bolas de plátano y yuca muy
buena que me trajeron de Maturín.
No se diga nada más, que ya
me tentó y las tripas me crujen.
No
estaba todo preparado como dijo el padre Márquez. Los hombres que pudieron
asistir estaban listos para partir y combatir, pero les faltaba de todo y
Morales no se andaba con cuentos, sabía lo que le esperaba, una batalla larga y
a muerte. Muy buenos jefes patriotas estaba reunidos en Píritu, no se podía descuidar.
Revisó las vituallas, el material ofensivo y defensivo: armas y municiones; los
caballos, las sillas de montar, las botas, los fusiles, los sables, las
espadas, todo concienzudamente. Él y sus ayudantes revisaron a los soldados uno
por uno. De esa revisión retiró a 40 hombres, algunos porque no habían dormido
ni comido y se desmayaban, por más que quisieran no podían con su cuerpo; otros
por presentar síntomas de gripe u otros males peores, como gonorrea; los pasó a
la enfermería. La partida se hizo con
toda solemnidad en presencia del Gobernador don Lorenzo Fernández de La Hoz,
que lucía esplendorosamente uniformado con todos los arreos y condecoraciones.
A las 4 de la tarde, más de 800 hombres de los mejores que tenía el Rey en la
provincia de Barcelona desfilaron con bandas de música, banderas y estandartes
por la calle San Carlos frente a la catedral: 400 jinetes espléndidamente
uniformados de la caballería real, y 430 de infantería. Entre los oficiales de
Morales se destacaban: Rosete, Zuazola, Cerveriz, Antoñanza y el terrible José
Tomás Rodríguez Boves, que era un pichón de monstruo.
En
la tribuna donde brillaban las condecoraciones y el oro, se levantó el
gobernador don Lorenzo Fernández de la Hoz, y en voz que todos escucharon,
dijo:
Ilustre capitán don
Francisco Tomás Morales, tú eres el guía de la victoria, y llevas a tu lado los
mejores guerreros de esta provincia. Trae las cabezas de Moreno y de Blesa,
para mostrarlas a los inicuos y la de ese tal Águila Blanca, que al parecer no
tiene nombre, es un insensato, que se atreve a retar al Imperio. Tus veloces
jinetes invictos, que saben manejar la pica te darán la victoria. Deja sus
restos esparcidos para los buitres. Vuelve pronto que tengo para ti una
sorpresa del Virrey de la Nueva Granada.
Vamos a establecer juntos el imperio de la paz y la justicia. Me
propongo hacer en esta provincia un modelo que guste al Rey. Nuestro Rey no
quiere guerra, pero los que están en armas deben ser castigados para dar
ejemplo de fuerza y poder. Benditos sean los que acatan las sabias lecciones de
la historia de estos 300 años del Nuevo Mundo, que antes vivió la terrible
experiencia de la prehistoria, de la barbarie. No permitiremos volver a esas
etapas de atraso y de muerte. Ahora viviremos, disfrutaremos de la paz de
nuestro soberano. No permitiremos bajo ningún respecto volver atrás. Adelante
Comandante invencible, cumple tu papel que nosotros cumpliremos el nuestro.
Salud… Viva el Rey… Viva la provincia de Barcelona. Viva el pueblo.
El aplauso no se hizo
esperar, los gritos histéricos de los fanáticos, los vítores de los jóvenes
cadetes y estudiantes; y la música. Mientras el ejército marchaba y Morales con
un caballo colombiano de paso, se lucía ante la concurrencia haciéndolo
caracolear, y las barras lo aclamaban. Todo esto hizo retrasar mucho más la
partida.
La caballería llegó a
Píritu, a la Plaza Mayor de Píritu, a las 7 de la noche. Morales bajó del caballo y con una piedra
tocó en la puerta del templo, esperó un rato, volvió tocar, nadie respondió; y,
molesto exclamó:
¡Carajo…! Mire osté…Ni el
cura se quedó…!
El presentía que toda la
población lo había abandonado. Todo estaba en la más completa oscuridad, no
brillaba ni un cocuyo, y además no había luna. El tiempo amenazaba tempestad.
Morales, con cara de angustia,
ordenó a uno de sus ayudantes:
Sargento Carrillo…
Un moreno alto, fuerte y
malencarado se presentó ante él se cuadro y dijo:
A su orden mi comandante
Sin protocolo…Busque Ud. una
buena casa donde podamos descansar cómodamente, y un corral apropiado para los
caballos. Si la casa está cerrada eche abajo la puerta… ¿para qué nos van a
servir…? a lo mejor tenemos que abortar la campaña y volver a Barcelona. Si encuentra gente no titubee, fusílenlos sin
más explicaciones, esos no sirven sino para estorbar.
Comandante Zerveriz.
A la orden, Coronel.
Forme un grupo y espere a la
salida del pueblo la llegada de la infantería. Lleve a esa gente a ocupar mi
campamento. Usted lo conoce. Seguramente también estará desocupado, pero vaya
con cuidado, ponga mucha atención, porque puede estar emboscada la gente de
Águila Blanca. Ese forajido es muy peligroso.
Si usted supiera coronel,
tengo experiencia cazando águilas.
Cervériz es un joven de 23
años, impetuoso y cruel, que combatió al lado de Monteverde. Se le conoció
desde un principio por el odio con que perseguía a los patriotas.
Pues use esa experiencia. La
va a necesitar. Vaya con Dios Comandante.
Todo salió como Morales
dijo. Los 430 hombres llegaron a las puertas de Píritu un poco después de
Morales. Cerveriz los detuvo y preguntó:
¿Quién está a cargo?
El Padre Márquez. Un hombre
alto muy blanco, con una barba canosa recortada, estilo de Armand Jean du
Plessis Cardenal duc de Richelieu, con vestimenta de soldado
raso, salió del medio del batallón, y dijo:
¿Cómo
está comandante? Disculpe usted, yo hago las veces de jefe de infantería… pero
yo soy un cura… no sé nada de esto: en realidad los oficiales que dirigen las
operaciones que estamos realizando, son el capitán Antonio Zuazola, y los tenientes
comandantes: el catalán Agustín Coll y José Gregorio Fernández, al que todos
nombran Comandante Pepe. Pero…Usted dirá, lo que tenemos que hacer.
Tengo
las instrucciones del coronel Morales, para que la infantería ocupe el
campamento del cerro de Agua Caliente. Este campamento lo tienen las fuerzas
rebeldes… Al parecer está desocupado. Sin embargo Morales piensa que aun pueden
estar por allí emboscados los hombres de Anzoátegui, porque desalojaron Píritu
apresuradamente…
Pero… -inquirió el padre
Márquez- ¿No será mejor que entremos a
Píritu, y después salgamos descansados en horas de la mañana para ese
campamento?
Lo siento, padre, son las
órdenes que tengo. Si usted lo desea, puede ir Píritu con una escolta. Ya que
no tiene por qué entrar en batalla. ¡Si le parece…!
Sí me parece… Es mejor que
vaya con Morales. Tengo otras cosas que tratar con él. Llame usted al
Comandante Pepe, y dele las órdenes de Morales.
Entonces elevando la voz
gritó:
¡Comandante Pepe…!
Un hombre alto y fuerte se
destacó del batallón y se acercó.
A la orden Comandante.
Tengo las instrucciones del
coronel Morales, para que la infantería tome por asalto el campamento del cerro
de Aguas Calientes, y creo que usted es el hombre indicado para hacerlo, ya que
tengo entendido que lo conoce muy bien, porque participó en su construcción.
¿Es así…?
Es correcto… Solo diga
cuando podemos actuar.
Eso es para ayer comandante.
Usted me entiende. El coronel Morales cree que tiene que ir con el “ojo pelao”, a ese campamento; porque le da muy mala espina
tanto silencio, de parte de un tipo tan astuto como Águila Blanca. No le
extrañaría un ataque por sorpresa de sus fuerzas, aunque no se vean por la
oscuridad de la noche.
¿ Y… entonces? ¿Por qué no dejamos eso para mañana muy temprano?
Porque Morales piensa
distinto de Usted…Por algo es el que manda.
Morales dice… que no debemos dejar para mañana lo que podemos hacer
hoy. ¡ Entiendes…!
Pero…
No hay pero que valga. Es
una orden… y yo no tengo autoridad para enmendarla. Salga de inmediato.
El comandante Pepe, dio
media vuelta y comunicó, con cierto disgusto, las instrucciones recibidas a
través de sus ayudantes. De inmediato se
hicieron los preparativos para la marcha. Luego en alta voz, para que todos lo
escucharan -voz estentórea- les informó:
Batallón… tenemos acción.
Creo que todos lo deseamos. Vamos a tomar por asalto el campamento del coronel
Morales, que está en manos enemigas. Aprovecharemos la oscuridad. Cuando
lleguemos al campamento les daré las demás instrucciones… Por ahora… solo vamos
a marchar hasta el sitio… Lo haremos con mucho cuidado. No sabemos nada del
enemigo. En cada paso nos jugamos la vida. ¡Ténganlo en cuenta…! Estén
preparados para disparar en cualquier momento.
Subieron lentamente por una
caminera de animales, entre cardones y tunas.
Ya era la una de la mañana cuando divisaron el campamento. Varias luces
estaban encendidas, y por sobre su estructura se veía una columna de humo, que
indicaba, que estaba ocupado y seguramente, a esa hora, preparaban café para la
tropa. El comandante Pepe, sin embargo se extraño… que no había
vigilancia. Los otros jefes, lo
advirtieron y se acercaron a comentarlo con Pepe, antes de iniciar el asalto.
Por precaución enviaron baquianos que se adelantaran para informar cualquier
novedad. Se movieron sigilosamente, se fueron acercando, llegaron como a 300
varas del objetivo. No vieron nada irregular, avanzaron, tampoco observaron
ningún movimiento ni había vigilancia. Todo parecía como si se hubiese
desocupado precipitadamente o que los ocupantes dormían plácidamente. Pepe ordenó hacer algunos disparos para ver
si recibían respuesta. Se hicieron los disparos y nadie respondió. Pepe dijo…
¡Está abandonado…! Gritó.. ¡Vamos a ocuparlo…! ¡Adelante…! Y enseguida…
¡Coronel Leandro López…! Vaya
con un pelotón y entre al Campamento, y diga si hay seguridad para que el
batallón entre a ocuparlo.
El coronel Leandro López,
dio un paso al frente y llamó a diez voluntarios, para cumplir la comisión. Se
levantaron más de 20, todos querían participar.
Leandro les dijo:
Bueno… Soldados, pelen los
ojos, no se confíen. Puede ser una emboscada. No duden en disparar si algo se
mueve, si algo suena. En ello van nuestras vidas.
Los hombres se movieron como
caimanes. Avanzaron hasta el edificio. Uno de ellos arrastró una mecha, la
levantó y la soltó como picado de culebra… y gritó:
¡Es una emboscada… Está
dinamitado…!
Fue lo único que atinó
decir… enseguida una explosión atronadora
se escuchó en toda de la serranía. El campamento voló y se esparció causando muchos muertos y
heridos en las filas de la infantería.
Morales escuchó la explosión
en su chinchorro, y pudo ver el relámpago en la cresta del cerro. Con una rabia
infinita exclamo:
¡Ño… La Madre…!... ¡Maldito
Águila Blanca…! ¡Debía suponerlo…! ¡Maldito mil veces maldito…! Tengo que
rastrearlo y matarlo como un perro. Mesándose la cabeza con las dos manos,
reclinado, en su impotencia mascullaba- Como es posible que ese individuo pueda
causarme tanto daño, y yo no pueda hacer nada. Voy a mover cielo y tierra… pero
lo voy a cazar… Lo voy a matar… Maldito… Mil veces maldito..
Estando en esas
cavilaciones, llegó corriendo uno de los vigilantes y le gritó:
¡ Coronel… se están robando
los caballos…!
Morales que estaba en
interiores, salió corriendo a la calle y vio una partida de indios que volaban
con sus caballos… Más de cincuenta indios sorprendieron al vigilante del
corral, lo ataron a un árbol de esos que llaman indio desnudo, y se llevaron
todos los caballos, montados en pelo y otros espantados.
Morales estaba desesperado.
Las cosas que le estaban pasando no eran normales: descuidaba las
instrucciones, no atinaba en nada. Todo le salía mal. Corría de un lado a otro
y gritaba…
Entre tanto Policarpo
sentado en la talanquera con Anzoátegui y Águila Blanca, les dijo voy a
improvisarles un poema.
Anzoátegui lo atajó:
Déjate de esas majaderías
Policarpo.
No… yo sé que Águila Blanca
se va esta noche y quiero que me recuerde por si acaso no volvemos a vernos.
Déjalo que recite José
Antonio,
Está bien, te escucho…
Policarpo carraspeó la
garganta y apuntillando la voz dijo:
Viendo
a Morales retirarse del campo de batalla,
el
divino Anzoátegui con el soberbio Águila Blanca,
piden caballos y sus armas, y de un salto se
precipitan
sobre
sus indomables corceles, poderosos como
el céfiro;
corren
tras ellos en intrépida arremetida,
a una
multitud de enemigos tracios bárbaros;
y
los empujan hasta sus últimos confines;
prosiguen
su marcha y enfrentan
monstruos
que salen a su paso.
Usaron las lanzas que arrebataron a Marte,
cuando
en la margen del helado Ebro
golpearon enfurecidos sus escudos provocando
la
venganza del negro Miedo, las Iras y las Acechanzas.
Libre
de enemigos invitaron a los dioses
a
celebrar la victoria, con un coro de ángeles.
Eres increíble Policarpo,
nunca te olvidaré. Dame un abrazo amigo. La guerra ni la vida terminan aquí.
Volveremos a vernos, y pelearemos juntos por la Patria. Venceremos.
Ahora
estaban llegando los heridos; menos mal que tenían dos médicos, varias
enfermeras y el hospital estaba bien surtido. El padre Márquez se ocupaba,
sobre todo de las extremaunciones. Pero no era suficiente. Tendrían que pasar varios días en ese pueblo
y seguramente Águila Blanca aprovecharía para atacarlo y si es posible darle
muerte. Sentía que su fin estaba muy
próximo. Cuando estaba en esas cavilaciones un colaborador Rómulo de la
Torre, le dijo:
Usted
perdone, Coronel, pero creo que Águila Blanca salió para la isla inglesa de
Trinidad esta mañana. Se embarcó con otras personas, aquí mismo, en Puerto
Píritu; lo vino a buscar un corsario
francés llamado Juan Bautista Videau. Van en la goleta “Carlota”, para más
señas. Ya ese hombre no significa un
peligro para usted. Ahora puede cazarlo
en esa isla, puedo proporcionarle el nombre y la dirección del Gobernador
Inglés, Wodford, muy amigo de España.
Recuerde como matamos a Don Manuel Gual, allá en Trinidad. Eso puede repetirse,
amigo mío.
¡No…!
Yo no uso esas artimañas. Quiero enfrentarlo y matarlo con mis propias manos.
Además ni siquiera se su nombre… Sería estúpido… Pensarlo ya es estúpido… Eso
que usted dice es deshonesto para mí. No sé para otros. Ese joven guerrero me
las ha ganado todas, pero yo le ganaré la mejor. Ya lo verá.
Águila Blanca e Inés decidieron viajar a Cumaná, donde
gobernaba su padre. En realidad don Vicente fue gobernador alterativo, hasta el
7 de setiembre de 1812, como miembro principal de un triunvirato, conformado
además, por el padre Gaspar Botino y el
coronel José Leonardo de Alcalá, y fueron suplentes: el Dr. Jaime Mayz, el
ingeniero Casimiro Isava y el Pbro. Diego de Vallenilla; y fue Secretario el Dr. José Graü
El
Ayuntamiento de Cumaná le entregó el poder al enviado de Monteverde don
Emeterio Ureña; que fue nombrado gobernador de la Provincia de Nueva Andalucía,
por el general Domingo de Monteverde, jefe de las fuerzas realistas triunfantes
en Venezuela.
Derrotada
así la primera república. Rendidas las fuerzas de Oriente, y en el centro y en
el occidente, pacificada toda Venezuela; toma Ureña posesión del mando el 7 de
septiembre de ese mismo año. Sin embargo no habría de durar mucho en el
ejercicio de su cargo el respetuoso gobernador, al sentir el desprecio de
Monteverde a los acuerdos firmados con Miranda.
El
Comodoro Jean Baptiste Videau, en uno de sus barcos, les facilitó el tránsito a
la pareja, que les simpatizó desde el primer momento, fue verdaderamente
agradable el encuentro con el galante marino. En la Goleta, les acondicionó un
camarote que era un desastre, convirtiéndolo en uno de lujo; además, en la
cocina demostró su origen, aprovechando los productos del mar, preparó comidas
del mediterráneo francés, una bullavé del pequeño pueblo de Le Madrague cerca
de Marceille, una verdadera exquisitez de esos puertos donde se educó; y de noche los deleitaba con dulces y
delicadas canciones de la Francia revolucionaria de 1789.
Por
su parte, Águila Blanca, mostrando sus virtudes con la guitarra, por algo era
amigo y compañero de aula de los geniales músicos cumaneses de la familia Gómez Cardiel y de los Gutiérrez; entonces se
divertía entonando con Inés, fulias y baladas de los guaiqueríes. Se puede
decir que su luna de miel fue imperial.
Llegaron a Cumaná el 22 de septiembre de 1812, la ciudad estaba en paz,
idílica… Van a la casa de don Vicente, construida por él en la otra banda, a
orilla del río, entre un bosque de cocales. Un lugar privilegiado en la
cabecera del puente Urrutia; el romántico puente construido por el Capitán
General don Pedro de Urrutia, que atravesaba el río Chiribichi o Cumaná. Eligió
la esquina derecha de la calle La Marina, una formidable casa de dos plantas,
con su frente mirando hacia el río, en la primera esquina donde empieza la
Calle. Aquella estructura sobre el Chiribichií, es de madera, sus diez arcos se
afirman sobren ocho cimientos de tierra firme, dándole un aspecto notable.
Estos cimientos están sobre estacadas que tienen dos brazas de ancho, con
formas de proa que avanzan sobre el río para moderar la fuerza de la corriente.
El espacio comprendido entre las estacas se aprovechó para sembrar sauces, cuyo
ramaje sobrepasa el puente dando sombra a los que transitan por él. Es el lugar
preferido de los cumaneses, por eso Águila Blanca invitó a Inés a pasear por el
puente y sentarse en la glorieta donde se reunieron con sus amigos y
familiares.
La
casa grande pintada de blanco siena, como casi todas las casas de Cumaná; servida
con elegancia por multitud de esclavos
vestidos de blanco, donde los recibieron con muestras de alegría incontenible.
Sus padres, hermanos y hermanas, sus tíos, toda la familia se reunió para
abrazarlos y besarlos. Estaban enterados de sus anécdotas en detalles. Inés y
Antonio parecían satisfechos. Esperaron
que todos estuviesen reunidos. Entonces, sin rodeos; Antonio José –Antoñito-
como le decían todos, les comunicó la intención de casarse de inmediato, porque
Inés, es ya su mujer. Entonces dijo en alta voz ante todos:
Papá
y Mamá Narcisa, y todos ustedes…Tengo el placer de decirles que me caso con
esta mujer. He venido a Cumaná expresamente a casarme con Inés Serpa Alcalá, a
quien amo y a quien dedicaré el resto de mi vida.
La
alegría incontenible por el regreso de Antoñito, afloró en risas y llantos y
aplausos y gritos. Don Vicente y doña Narcisa, que simpatizaron con la bella
amazona, manifestaron su conformidad y simpatía, pero les aconsejaron que
viajaran de inmediato para Cumanacoa, porque los están buscando afanosamente,
no vaya a ser cosa que se presente un inconveniente fatal. Don Vicente
reposadamente dijo:
De
todo corazón los felicito. Es más; puedo agregar que mi hijo escogió una gran
mujer, no hace falta sino verla para saber su temple y su personalidad; pero,
deben salir inmediatamente para Cumanacoa, y allá se casarán… Aquí es muy
peligroso… y a ustedes los están buscando afanosamente. Yo sé lo que les
digo: sus vidas corren peligro y no es
necesario abusar de la suerte. Aunque los enemigos no imaginan quien es Águila
Blanca; pero… pueden averiguarlo… y en
cualquier momento… sobre todo… que lo buscan por petición de don Lorenzo Fernández
de La Hoz, poderoso señor de Barcelona, y unos cuantos sabuesos andan sueltos
por allí. En Cumanacoa pueden hablar
con el padre Márquez, tan allegado a nuestra familia, que no tendrá inconveniente en casarlos
porque es un patriota a carta cabal, y
allá están fuera de peligro. Cumanacoa
es nuestra.
Usted
tiene razón padre –le dijo- y así lo haremos. Mañana partiremos para Cumanacoa
a primera hora. Puede ordenar que nos preparen los caballos. Inés es muy buena
amazona.
Doña
Narcisa les preparó una habitación para que descansaran; y después de un baño
refrescante en el río -el mes de marzo es la mejor temporada para bañarse en el
río, que discurría frente a la casona de Altagracia- luego se fueron a
descansar, y se sintieron solos por primera vez en mucho tiempo. Esa soledad
amada la necesitaban más que nada en el mundo. Doña Narcisa auspició ese momento y lo aprovechó para bordar al
lado de la puerta.
En
la madrugada Don Vicente y doña Narcisa los despidieron en la cochera con una
buena jarra de café y una cesta llena de comida.
Antoñito
le dijo a su madre: Mamá, por favor, no hace falta…. Para qué te molestaste…
Comeremos por el camino cualquier cosa. Ella insistió;
Inés, más precavida, dijo:
Si hace falta, además a mi
no me cuesta nada llevarla. Tengo espacio en la faltriquera.
Doña Narcisa sonrió y besó a
la linda amazona, y le dijo al oído:
“Antoñito es muy tímido…
Así es. Me he dado cuenta en
el poco tiempo que lo conozco. Lo amo por eso.
Yo
lo crié desde los 7 años… Soy su verdadera madre. No le digas nada de esto. Déjalo ser como es…
El es un Dios… Guárdame el secreto…”
No
había ningún peligro en Cumaná bajo el gobierno del coronel don Emeterio Ureña,
famoso héroe de la batalla de Bailén. Había sido comandante militar de La
Güaira. Era visita obligada en la casa de Don Vicente. Muy temprano iba a tomar
café y era recibido con mucha simpatía por todo mundo; pero sin embargo, era
mucho mejor el traslado a Cumanacoa de los dos jóvenes, como lo propusieron sus
padres. En efecto salieron antes de las seis de la mañana. El cielo estaba
despejado, no había peligro de lluvias y los caminos estaban frescos. Las vegas
opimas, tiempo de mangos, mameyes, guanábanas, guayabas, poncigué, cocos
tiernos y piñas. Olían a estiércol y
azahares. Los dos jinetes avanzaron a buen paso por el antiguo camino de los
españoles hasta llegar a la Cruz de
Maguellar, allí se detuvieron a tomar café en la bodega de Brígido Mendoza;
luego siguieron hasta Gamero, a dos leguas de la ciudad, la chara de los
Blondell.
José,
compadre de don Vicente, los recibió alborozado. No sabía nada de este viaje.
No le avisaron… dijo.
Águila
Blanca le explicó todo, y ya se iba cuando salió Polonia, la mujer de José, y
le gritó:
¡Antoñito...! ¿No me vas a
dar un beso? ¡Que ingrato eres…!
Tuvo
que bajar del caballo y ayudar a Inés, porque era imposible pasar de allí sin
bajarse a conversar con los compadres. Tomaron café otra vez y comieron
chorizo, morcilla y arepas con chicharrón… entre los aspavientos de Polonia y
las anécdotas de José.
¡Caramba,
Polonia! ¡Ya nos hemos desayunado dos
veces…!
Espérense
para que se lleven unos huevos y unas cachapas acabadas de hacer…
Está bien Polonia… Oiga, Don
José, nosotros estamos recién casados, y vamos para Cumanacoa ¿Tiene alguna
recomendación que hacernos?...
¡Claro…
que tengo…! Por allá esta mi compadre
Domingo Montes, ese es el hombre que tienes que contactar. Estoy seguro que lo
que sea que necesiten, él se lo resolverá. Es fácil encontrarlo… porque tiene
un trapiche papelonero en Arenas, a la entrada de Cumanacoa. Además… tú
mencionas ese nombre por allá… y ya tienes la mitad de la pelea ganada. Sé de
muy buena fuente que te aprecia en todo lo que vales. Ayer no más pasó por aquí
y me dijo todo lo que sabía de ti y de las palizas que les diste a Morales.
¡Carajo…!
No hace falta correo para estar al tanto ¡Dios mío…! Eso pasó ayer y ya tú
sabes todo…
Todo
lo que debo saber nada más, porque no me dijeron nada de esa preciosura con la
que andas.
José,
no seas mal intencionado. Vamos a casarnos en Cumanacoa, en la casa de mi tío
Manuel.
¡Ah…!
Esa es otra cosa… Buen muchacho… Así proceden los hombres de honor… y tú tienes
a quién salir; tu padre que es el padre de la emancipación, el hombre más
honorable de este pueblo. Si señor ¡Qué
bendiciones no le faltan…!
Bueno… Don José… ¿Qué camino
debemos tomar…?
El viejo amigo se estrujó la
barba, miró hacia el río y luego de reojo miró al joven y por fin le dijo:
Hay
dos caminos…Yo me iría por la orilla del río. Porque por la parte de arriba es
muy peligrosa para los caballos. Hay una
buena vereda… muy antigua, bordeando el río, que aquí llamamos: el
camino de los indios, en contraposición con el camino de los españoles, que es
por el “Imposible”. Hay un desvío, aquí
mismito, hacia las montañas; ya que el río no permite el paso en algunos
puntos. Pero eso es cuando está muy alto o muy crecido, sobre todo en esta
época de lluvias; pero como hace días que no llueve; sé que pueden pasar sin
inconvenientes. Vete por ahí, aquí mismo lo coges al salir del lindero. Vas a llegar a Cedeño… y desde allí hasta
Arenas no tendrás inconvenientes. Por cierto no se pierdan la poza de Río
Brito, dense un buen baño para que anden fresquecitos hasta Arenas. Ahí se pueden
comer las cachapas con los chicharrones de Polonia.
Don José no terminaba de dar
consejos. Por fin montaron en sus caballos y continuaron el viaje –Águila Blanca
tuvo que interrumpir la despedida de
Inés y Polonia… les dijo:
Bueno… bueno…. la despedida
no puede ser más larga que la visita…
Vamos…vamos Inés- se nos hace tarde, y el viaje es urgente. Tenemos que llegar
acomodando la casa que tiene tiempo desocupada.
¡ Muchacho… No seas impertinente…! Déjamela un ratico más…
¡Déjate de cosas…Polonia! Te
prometo que regresaremos…
Tal
como lo indicó don José, se fueron serpenteando el río hacia Cumanacoa, por el
camino de los indios. Muchas veces necesitaron desmontar y llevar los caballos
por la brida entre las piedras del río y los latales interminables, que muchas
veces tuvieron que cortar con sus machetes… Entonces se sentaban en la hierba,
se revolcaban, se besaban, tenían sexo dentro del río y se reían a carcajadas como dos loquitos.
Eran jóvenes libres, llenos de vida abundante, en medio de un bosque
impenetrable pero amable. A las 3 de la tarde llegaron al poblado de Cedeño. Se
componía de cuatro casas y varios ranchos a la orilla del camino de los
españoles. La casa de Eduvigis Acuña, otro compadre de Don Vicente,
ocupaba un espacio alto a salvo de las
crecientes del río.
Don Eduvigis los vio de
lejos, pero se sorprendió cuando vio a los dos jóvenes venir hacia su casa.
Emocionado gritó… !Emérita
Castro…! ¡Prepárate para una sorpresa…!
¡El propio Antoñito viene para acá…!
Emérita
era de la familia del capitán José Francisco Bermúdez, y por supuesto, pariente
de Águila Blanca, y comadre de don Vicente que era el padrino de su hijo
Eduvigis José, porque don Eduvigis siguió el ejemplo de su compadre y a todos
sus once hijos les puso el José.
Doña
Emérita no podía creerlo. Estaba muy nerviosa. Hablaba sin parara y decía:
-¡Dios
mío…Dios mío…!- Yo lo vi nacer, lo cargué y me mió muchas veces… Ese niño era
el más malcriado que nació en este mundo… -¡Dios mío…! Y, -¿Como lo voy a
recibir como una percusia?- No… no puede ser… No me avisó nadie… Ayer pasó por aquí Domingo Montes y no me
avisó… Tengo que vestirme para que tenga
una buena impresión de esta vieja que no sirve para nada… Tampoco tengo nada
que ofrecerle… a menos que sea un guarapo de papelón con limón, que ojala le
guste… Si no que voy a hacer… -¡Dios mío, que tragedia…! Y si llamo a mi vecina
Ana Maria, para que lo atienda mientras me visto…
Pero Ana María ya estaba en
la puerta de la casa… y le gritó:
Aquí estoy vecina…Usted cree
que la iba a abandonar… yo la conozco como si fuera su madre de usted…
¡Mujer…! Me leíste el
pensamiento…
Ana Maria siempre tenía un
tabaco tipo calilla, en la boca, pero no se le veía porque lo fumaba con la
“candela pa dentro”.
Ya lo sé… Anda… vístete, que
pareces la propia; y ya Águila Blanca está en la puerta y pregunta por ti…
Anda mi amor… Atiéndelo dile
que ya salgo.
No te preocupes, mujer…él
espera… no estará desesperado por irse…
Sabiendo cómo era la comadre
Á Blanca demoró más de lo necesario, retozando con Inés en la orilla del río,
ocultos dentro de un bosquecillo de hicacos. Cuando llegó a la puerta de la
casa todo mundo estaba allí esperándolos; y la comadre estaba emperifollada con
su traje de fiesta que tenía mucho tiempo guardado, y una gran peineta con su
mantilla, y muy perfumada. Además, lucía
un abanico que le había traído de España el padre Antonio Patricio de Alcalá,
el mismo padrino de Antoñito, hacía
bastante tiempo, eso sí, bien cuidado, estaba como nuevo.
Águila Blanca se dio cuenta
de todo, pero los aspavientos que hizo fueron estudiados.
La comadre no esperaba
menos, estaba encantada con los piropos y las chanzas del apuesto caballero.
Águila Blanca, abrazando a
Emérita, dijo:
¡Comadre usted parece una
muchacha de 25 años…! ¡Y vestida como
una faraona andaluza, está adorable…!
Águila Blanca… gozaba de
aquel rato, más enamorado que muchacho primerizo, miraba a Inés y se reía; se dio cuenta de la presencia de la vecina, y
pregunto- Y… ¿Esta bella dama quién es?
Doña Emeteria, abrumada como
estaba, apenas pudo decir:
Ella es mi vecina… decía
mientras la agarraba, la estrujaba y besaba -de puro nervio- La quiero mucho…
mucho.
La
visita pretendió ser muy corta, ya era tarde para ellos que querían llegar a Cumanacoa temprano,
preocupados por arreglar la casa de la hacienda “Cuchivano”, que estaba muy
descuidada. La despedida no fue fácil, porque la gente de las cercanías al
saber que Águila Blanca estaba en casa de los Acuña, se alborotó… llegó gente de donde nadie se imaginaba, al
rato había no menos de 50 personas que querían saludar al héroe, y todos eran
conuqueros y hacendados de prestigio en la zona, sus cabalgaduras lo denotaban.
Un hombre alto, moreno de porte solemne, pidió hablar con Águila Blanca. Dígale
que el sargento León Prada, quiere saludarlo, el sabe quién soy. En Efecto
Águila Blanca al oír el nombre del pundonoroso sargento que estuvo con él en La
Victoria, salió a saludarlo, lo abrazó con respeto, y le dijo:
-¡León…! ¿Qué haces por aquí…? ¿Cuándo saliste de La
Victoria? Yo pensé que nos veníamos
juntos. Nunca creí que saldrías con vida de aquella arremetida por el centro,
arriesgaste mucho…
¡Ya ni me acuerdo de eso… Mi
Comandante! Logró decir el valiente guerrero, entre los brazos de su amigo.
Respiró profundo y pudo articular otras palabras, la emoción lo traicionaba.
Ahora estoy con el comandante Domingo Montes, estamos preparando un batallón
para hacerles la vida imposible a los españoles.
Despegándose un poco A. B.
le dijo:
Ya
sé lo que hacen, tengo las mejores referencias de Domingo Montes. En mi casa
tenemos una gran devoción por ese patriota. Si no lo veo, dígale que si me
necesita me envié un mensaje. Estaré algún tiempo en Cumanacoa. Me gustaría
reunirme con ustedes en cualquier sitio que me indiquen.
Águila
Blanca se dio cuenta de la cantidad de gente que quería saludarlo, y
acercándose les dijo:
Amigos,
yo pensé que venía de incognito, pero ya veo que todos saben de mi tránsito
hacia Cumanacoa… Deseo saludarlos a todos personalmente, con el permiso de mi
viejo amigo y compañero de muchas batallas, el sargento León Prada… Gracias por
venir…Pueden acercarse para tener la satisfacción de estrechar sus manos, y
decirles… que cuentan con un amigo, que
está dispuesto a luchar con ustedes… por ustedes y por sus familias y por lo
que les pertenece.
Todos
aquellos caballeros pasaron a saludarlo respetuosamente, que, elevando la voz les dijo:
De
verdad lamento tener que dejarlos- Me gustará reunirme con ustedes cuando
quieran, cuando lo dispongan. Vendré aquí… tengan la absoluta seguridad de eso.
Entonces les contaré lo que estamos haciendo para liberarnos de los españoles.
La guerra apenas comienza… Cuenten con un amigo, con mi brazo, si es que sirve
para algo; este brazo llevará siempre la espada de la libertad de mi pueblo.
Momentos
como éste se repitieron en varias partes durante ese trayecto. Todos por esa
vía sabían hasta la hora en que pasaría A.B. por ahí. Lo detenían, lo saludaban
por su nombre, y lo siguieron a caballo hasta el trapiche de Arenas, donde A.B.
buscó a Domingo Montes, pero no lo encontró; le dejó dicho con el capataz, que
si podía ir a Cuchibano, se lo agradecería.
Entrada
la noche, llegaron a la casona de la hacienda Cuchivano, todo parecía en orden.
A. B. dio alguna instrucciones, una negra muy graciosa les trajo una merienda y
la sirvió en una mesita redonda frente a la habitación principal. Los jóvenes
se sentaron y enseguida llegó un esclavo muy joven y procedió a quitarle las
botas, y otra muchacha hizo lo mismo con Inés. Esta estuvo a punto de negarse
pero un gesto de Águila Blanca la tranquilizó.
Uno
de los esclavos le trajo una carta. Era un sobre pequeño. A.B. lo abrió vio la
firma, y le dijo a Inés: es de Domingo Montes. Léelo. Vamos a ver qué dice.
Inés
leyó: “Águila Blanca, hoy no puedo ir a verte. Espérame mañana para almorzar
juntos, llevo dos oficiales que quieren saludarte. Uno de ellos, el comandante
Jesús Barreto, acaba de llegar. El estuvo contigo en Píritu. D. M.”
Bueno...Inés…
Mañana estará con nosotros Domingo, y trae dos oficiales; así es que tú te
encargarás para que todo salga bien.
No
te preocupes. En mi casa me ocupaba de todo… Yo me encargo.
Inés
salió de la habitación y le dijo a uno de los esclavos de don Vicente, que
estaba de guardia.
Por
favor, ¿Cómo se llama usted?
El
amo me llama Vicente, dice que me parezco a él… Me da mucha risa, yo soy muy
negro y el es blanco. Mejor es que me llame Baku que es el nombre que me dio mi
mama.
Bien,
Baku… Vaya y dígale a toda la
servidumbre que se reúnan en la cocina que ya voy para allá.
Baku
salió a la carrera y al ratico volvió y le informó.
Misia
Inés, ya todos los sirvientes están en la cocina esperándola.
Inés
fue para la cocina y se encontró con tres mujeres y diez hombres, y les
preguntó:
¿Quién
se ocupa de la cocina…?
Una
negra gorda, pero muy buenamoza, viéndola como quien ve una aparición, le dijo.
Soy
yo amita…
Inés
le preguntó.
Y, -
¿Cómo te llamas?
Me
llamo Ifigenia, pero mayormente me llaman Negra Ifi.
Bien,
Negra Ifi, mañana vienen para esta casa a almorzar, el comandante Domingo Montes
y dos oficiales de su batallón... El Señor de la casa quiere que los atendamos
lo mejor que podamos… Ahora dime
¿Estamos preparados para atenderlos como se debe?
Negra
Ifi, respondió:
Aquí
tenemos lo que hace farta para preparar cuatro gallinas bien goldas, mucha
vitualla, ramas, mejor dicho monte y mazorcas… demás… para ustedes, los
invitados y para el personal. Usted
puede ver el tamaño del canarín y me dirá si arcanza. Por otra parte el
personal siempre tiene su comida aparte, ellos mismos la preparan todos los días… y no me dan
lidia. Así es que yo me ocuparé de que ustedes no tengan ninguna molestia.
La
negrita ésta, que llaman Rosarito, pero que ese no es su nombre, se encargará
de decirles cuándo estará el hervido, y la mesa bien servida… como debe ser. De
eso se ocupa el negro Pablo Adusto, que es el Mayordomo; pero que ayuda mucho
en estos casos, porque él sabe atender una mesa principal; el maneja todo lo
que es cubiertos, platos y platillos; además se viste como mayordomo de verdad
verdad. Sepa que recibí una carta de ñora Narcisa, y me dice que los atienda
como si fuesen ellos mismos, es decir el coronel don Vicente y ella. Cuando esa señora viene hay que caminar
derechito y rápido; y no se cansa… Si usted la viera... Usted no ha visto nada
amita… ¡Porque usted no se ha casado todavía! Y no puedo llamarla señora o
doña, como le gusta a doña Teresa la hermana del Coronel, y…
Bueno… Bueno… no me cuentes
toda la historia de la familia de una sola vez… dame tiempo mujer… sólo vine
para hablar del hervido ¡Virgen Santísima…!. Ya tendrás tiempo de contarme,
porque hablaremos, Negra Ifi… Hablaremos…
Ah oye… y… ¿cómo vas preparar el hervido?
Muy fácir amita… mire cojo cuatro
gallinas gordas del corral. Busco las mejores pa usté. Luego las desplumo en er
patio. Las lavo muy bien con limón, se lo restregó por todo er cuerpo de cada
una. Encima le unto bastante sal por dentro y por fuera der cuerpo, con aceite
de oliva. Anjá… ¿Usted me sigue…? Bueno, luego, las pico en piezas pequeñas,
las echo en la paila grande con agua abundante y pongo la paila en la candela, que normalmente
enciende por la mañana Pablo Adusto, él se ocupa de’so, y está allí hasta que
comienza a hervir . ¡Ah…! se me orvidaba, le pongo lechoza verde pelada y
picada en trocitos, para que ablanden las gallinas, eso da muy buen resultado; porque
muchas veces estas gallinas resurtan muy duras, pero Pablo Adusto, las golpea con
un palo para que suerten el poder, porque él las conoce, y él las ablanda antes
de picarlas y ponerlas en la candela… porque sino deben hervir bastante rato,
horas…; y cuando están blanditas, es que le pongo las vituallas: ahuyamas,
ocumo blanco, yuca, mazorca tierna picada en trocitos, y abundante apio, que le
da muy buen sabor. Aparte hiervo en er cardo de las gallinas: el culantro, la
yerba buena, o sea el monte que encuentre, con el pimentón, la cebolla y ajo; y
se lo agrego a las gallinas que ya han hervido bastante, y hasta que huela como
debe oler un hervido ansí.
Muy bien, pero a Antonio
José le gusta picante.
Tenemos un ajicero muy bueno
preparado con el propio pinguita e’perro, y suero de naranja cajera. No hay
ninguno mejor, pero el amo se lo pondrá a su gusto, porque a muchos no les
gusta el picante. A mí si me gusta y ese ajicero lo hice yo.
Está bien, creo que todo
saldrá muy bien en tus manos. Anda Negra Ifi, ve a trabajar en eso. Me informas
de cualquier detalle que falte o se te ocurra.
Levantándose Inés llamó, con respeto, al noble
negro que estaba al tanto de todo lo que se hablaba.
¡Pablo Adusto, tenga la
bondad…!
A la orden amita…
Cuénteme usted -¿Cómo andan
de dinero? -¿Hay suficiente para los gastos que con nosotros vamos tener…?
Disculpe amita no la
entiendo… Pero creo que sí amita. Solo depende de lo que ustedes necesiten… Don
Vicente tiene cuenta aquí, porque vendemos el cacao y reservamos para el
mantenimiento de la casa… Aquí no falta nunca nada, y si así fuera, tenemos un
pagaré ilimitado con el Don Eulogio, que es hacendado y dueño del almacén… Y,
-¿Por qué pregunta eso, amita? Es que le
falta algo, le falta dinero…?
Nada de eso, Pablo Adusto,
más bien si algo faltaba yo se lo iba a ofrecer. Águila Blanca tiene una buena
cantidad para disponer de lo necesario. Pero si no hace falta, pues no he dicho
nada. Y no quiero ningún comentario sobre esta conversación. Mire que la
servidumbre inventa cosas…
No se preocupe, amita, yo lo
sé, y me cuido mucho de eso.
Al otro día, a eso de las 12
y media de la mañana, llegaron los
invitados: Domingo Montes Malaret, el cumanés que al igual que Águila Blanca se
presentó desde 1810 al servicio de su patria, le lleva diez años a Sucre, pero
parece de su misma edad: alto bien formado, hermoso, recio, varonil, dueño de
sí mismo, alborotador y muy ocurrente: Barreto, un hombre fuerte, amarrado de
rostro, sobrio, de pocas palabras pero gentil, educado en extremo; y el
sargento León Prada, hombre de confianza de Domingo.
En la puerta de la casa, que
daba a un jardín verdaderamente primoroso, los anfitriones: Águila Blanca e
Inés, y la servidumbre, esperaban. Inmediatamente los invitaron a
entrar, y pasaron a un patiecito, al cual se accedía por una veredita llena de
flores, que pasando por el interior de la casa, llegaba a un frondoso cotoperí,
que derramaba sus racimos dorados y ya maduros, sobre las mesas como ramos de
uvas.
Inmediatamente apareció el
negro Pablo Adusto con una garrafa de vino español de Valdepeñas que escanció
en las copas, con toda la prosopopeya de
ese servicio; y le pidió a Domingo que le diera el visto bueno. Domingo lo
probó e hizo el ademán aprobatorio, con un gesto ritual y natural; y, dijo: es un vino justo, de buen tiempo, un
poco afrutado; tiene mucho cuerpo y buen bouquet. Bebamos… Enseguida trajeron
entremeses: aceitunas, diferentes tipos de queso, y pan. La conversación recayó
sobre los actos vandálicos de los españoles, el complaciente sicario de
Monteverde, un joven aprendiz de tirano, un tal Zervériz. Con este hombre
volveremos a la guerra, y lo que se avecina se ve muy negro… y lo que debería
hacerse. Domingo dijo: tengo cien hombres perfectamente entrenados para darle
guerra a los españoles, espero poder formar varios batallones en estas montañas
que quieren ser impenetrables y las
haremos impenetrables.
Águila Blanca estaba atento
e inquieto, y lo interrumpió.
Cuéntame ese chisme… -¿Cómo
es eso de que las vas a hacer impenetrables…?
Me embarco en esa goleta…
No te lo voy a decir… te lo
voy a enseñar; tienes que venir conmigo para explicarte sobre el terreno. Ahora
tengo 100 hombres, pero cada hombre de los míos vale por 10… y formaré otros
más.
Anótame… y desde ya me das
las instrucciones. ¿Cómo hago para llegar al campamento…?
Inés que escuchaba
atentamente, se le acercó y lo abrazó.
Irás conmigo…No te dejaré
aquí si es lo que quieres.
¿Cuando quieren ir…?
Si por mi fuera… ya mismo.
Pero tengo que convencer a Inés, ella va conmigo.
No vale… ahí no van mujeres.
Ésta si va… si la ves pelear
no digo la llevas si no te la quedas. No te das una idea de lo que es esa mujer
como soldado… No la puedo dejar sola aquí… Se moriría de vergüenza… Ya es parte
mía… irá conmigo, y no te opongas porque yo sabré donde encontrarte.
Así es la cosa… Lo
comprobaremos. Está bien… llévala. Y
¿Cuando puede ser?
Pasado mañana. Saldremos
antes de que salga el sol… te pasaré buscando.
Está bien. Te esperaré en el
trapiche a la hora que sea.
Inés que se había retirado
los estaba escuchando desde la cocina, porque hablaban en voz alta, no tenían
nada que ocultar. Ella se acercó y les dijo:
Con tu permiso, Domingo,
entiendo lo que tú dices y me parece lo mejor que se puede hacer por ahora.
Pero también hay que pensar en levantar un ejército que pueda tomar Cumaná. Y
eso no puede esperar… Tú te propones esperar que ellos te ataquen y eso no es
suficiente. Pero te entiendo. Yo te diría que cuando estés preparado ataques.
Ten cuidado con quedarte atrapado en estas montañas y no avances como debe ser.
Señorita, usted me abruma.
Tiene toda la razón. Veré como hago para no quedar prisionero de mi propia
habilidad. Me ha propuesto un cambio de mentalidad… y eso lo acogeré de
inmediato. Por eso es que quiero hablar con Águila Blanca. Tienen que ayudarme.
Siempre se ha dicho y es verdad que seis ojos ven más que dos.
Otra vez apareció Pablo
Adusto.
Señores: el almuerzo está
servido. Deben pasar a la mesa y allí pueden continuar hablando. Ese hervido
frío pierde sabor y calorías.
Inés levantándose,
dijo:
Les tengo una sorpresa para
alegría de este día tan hermoso; pero tengo que prepararla muy bien: bueno se
trata de mujeres… invité a mis vecinas las señoritas: Louis Carvajal, Milagros
Arias y Amorcito Palomo. Además, dispuse que cada uno de ustedes se siente al
lado de cada una de ellas, de tal suerte que puedan conversar con ellas; y
olvidarse de sus problemas y tragedias. No pueden enfrascarse en conversaciones
de política y de guerras nada más. Por cierto, son tan repulsivas, tan
antipáticas… como si no hubiese otros temas; empiecen a contarse sus aventuras
y olvídense de sus preocupaciones. Queda prohibido hablar de política durante
el almuerzo
Todos
rieron de la ocurrencia de Inés, pero quedaron complacidos. Las muchachas
bellas y muy agradables… mujeres hermosas y confiables… todos aceptaron la
treta para que esas parejas se conocieran, como en efecto sucedió.
Después de comer y beberse casi un barril de vino español
de Valdepeñas, de la reserva de Don Vicente, a disgusto de Pablo Adusto; y la
tizana, que tanto gustó a las damas, las parejas montaron un joropo y bailaron
hasta bien tarde de la noche.
Borrachos y cansados se fueron a bañar a la poza que
formaba el río Cuchivano en el fondo de la hacienda, un remanso de aguas
cristalinas entre naranjales.
Águila Blanca e Inés, se quedaron dormidos en la orilla
de la poza hasta bien entrada la mañana… De repente escucharon la voz de Pablo
Adusto, que los llamaba para que tomaran el café. Inés se movió rápidamente,
estaba casi desnuda, y Juan Adusto se acercaba. Como pudo se arrastró hasta
donde tenía sus vestidos y medio pudo ponerse la ropa interior y se cubrió con
el empapado vestido. Águila Blanca permaneció desnudo y desconcertado, y no
sabiendo qué hacer se quedó en pelota como estaba, y solo pudo medio cubrirse la cadera con lo que quedaba de la camisa. Pablo Adusto
no sabía qué decir, jamás imaginó lo que había pasado. Las otras parejas se
habían marchado.
Por fin Águila Blanca pudo
hablar aunque muy torpemente...
Está bien… Pablo… sirve el
café… y ya sabes…tú no has visto nada... No veas para donde está Inés. Hazte la
cuenta que no existe…
Así es señor, no he visto
nada… Pero… ¿Teniendo usted tan buena cama…? No entiendo…
Que es lo que no entiendes…
¿Tu nunca te has emborrachado…?
No señor, jamás…
Pues prepárate… porque te
vas a emborrachar conmigo en cualquier día de estos…
Si usted lo ordena lo haré,
no me faltan ganas…
Escríbalo… En cuanto regrese
del campamento nos emborracharemos. Pero no se te ocurra contárselo a doña
Narcisa.
Jamás señor…
A la una de la tarde unos
parranderos entraron a la casa y le dedicaron unas canciones a la pareja. Ya
habían almorzado y descansado. Se tomaron un buen vaso de agua con bicarbonato
y limón y se sentían perfectamente bien.
Inés
tenía ganas de seguir bailando y como Águila Blanca no se levantaba, ella
bailaba sola. Los muchachos de la música le dedicaron un galerón: Rafael
Emilio Barrios, Santiago Pietrini y
Lorenzo Martel, fueron los cantantes.
El primero, famoso músico,
compositor y cantante, arrancó con estos versos:
Ama todo ser viviente:
el universo es amor,
da a los cielos esplendor,
rico perfume al ambiente…
Soberana es la pasión
del amor que por ti siento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
El
Segundo respondió
Digna del sabio la gloria,
de lauros digno el guerrero;
a gloria y lauros prefiero
el vivir en tu memoria;
Porque cifro mi ambición
en tu amor, que es mi contento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
El tercero no se hizo esperar
Si con riquezas creyera
que yo tu amor conquistara,
a Tiro u Ofir volara
y opulento volviera.
Más tan vil inclinación,
l suponértela,
miento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón
.
Volvió el primero y dijo
Y luego, de tu presencia,
único bien de mi vida,
no sufro la despedida,
no sobrevivo a la ausencia.
Para mi tierna afición
siempre la ausencia es tormento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
Y el segundo lo siguió
A cada hora, a cada instante
tu imagen es mi alegría,
ocupa mi fantasía,
velo y sueño delirante.
En mi febril ilusión
solo tu amor es mi aliento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
Y el tercero terminó así
Cuando a Dios elevo el alma,
por ambos amor le imploro:
por tí, que eres mi tesoro,
por mí, que busco la calma;
Y solo tu posesión
calmará mi sufrimiento;
tu reino mi pensamiento,
tu trono mi corazón.
El aplauso y la admiración
merecieron los besos de Inés, que se esmeró tanto en ello que Águila Blanca se
levantó de la silla, la tomó por el
talle y la besó apasionadamente… como quien toma posesión de lo que le
pertenece, y dijo a los jóvenes
cantantes y guerreros:
De verdad son versos
hermosos, dignos de ustedes, de la Patria que se levanta, representan valores
intangibles de esta Patria Nueva. Nos van a hacer falta en el campamento.
Espero que estén preparados para lo que viene, porque necesitamos soldados con
sus cualidades. Los campamentos no tienen por qué ser tumbas; necesitamos alegría,
música y poesía. Sé que ustedes conocen
a Domingo Montes, es un hombre alegre, aunque es duro con el enemigo, pero
blandengue con los camaradas. Disciplinado, pero inteligente para sobrellevar
las buenas y las malas, las angustias de la guerra, las cargas y
tropiezos. Nosotros, Inés y yo, vamos
para su campamento mañana… si ustedes quieren se van con nosotros… ¿Qué dicen?
Rafael Emilio, tomó la
palabra.
Gracias camaradas. Nos
gustaría ir con ustedes pero ya tenemos todo preparado para subir al campamento
el sábado, a las seis de la mañana. Más bien…únanse a nosotros. Tenemos de todo
para sobrevivir…
Águila Blanca, respondió
Lo sentimos, tampoco podemos ir con ustedes.
Ya nos comprometimos con Domingo para buscarlo mañana… Vamos a subir juntos.
Entonces nos veremos arriba,
allá en la montaña. Vayan bien preparados, hace mucho frio.
Sobreviviremos…
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