Ramón
Badaracco.
ALEJANDRO DE HUMBOLDT.
CRÓNICAS DE CUMANÁ
Cumaná en
1622.
Autor: Ramón Badaracco
LIBRO: ALEJANDRO DE
HUMBOLDT. CRÓNICAS DE CUMANÁ.
Copyright Ramón Badaracco-
2013
Primera edición 1997
1500 ejemplares
Hecho el depósito de ley
Derechos reservados.
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la
cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
tlf. 0416-811-4374
ALEJANDRO DE HUMBOLDT.
Perfil biográfico.
Federico Guillermo Enrique Alejandro de Humboldt, nació en el castillo de Tegel, de los Barones de Humboldt, en Berlín
(Alemania) el 14 de septiembre de 1769, fueron sus padres el Barón Alejandro Guillermo de Humboldt y Doña
María Isabel de Colomb, probablemente de la misma familia del genial marino Cristóbal
Colón, descubridor del Nuevo Mundo; con lo cual se unieron por la vía
sanguínea, el descubridor científico con el descubridor geográfico, según
advierte el propio Libertador.
Alejandro, al igual que su único hermano Guillermo
de Humboldt, recibió una educación esmerada a cargo de profesores privados. Muy dedicado al estudio,
recibe clases de Latín,
griego, francés, inglés, física, álgebra, geometría, agrimensura, filosofía,
cosmografía, retórica y otras materias complementarias; y para complacer los deseos de su madre, estudió también
Administración.
Poco más tarde tiene como guía al naturalista
Blumenbach y estudia Botánica con Willdenow. En esa misma época conoce a Jorge
Foster, quien le transmite las ideas liberales de su tiempo.
En 1793, terminados todos sus estudios, es
designado Superintendente de Minas, después de haber asistido durante dos años
a la Academia de Minería de Freiberg.
En 1795, una vez terminado este trabajo, se dedica
con entusiasmo a la colección plantas en los Alpes; y publica su primer trabajo valioso y científico
sobre flora subterránea.
Un año más tarde, 1796, muere su madre, y al
recibir una cuantiosa herencia, se retira de la Administración prusiana para
dedicarse a sus propios proyectos.
Entonces, el año de 1797, estudia Astronomía con
von Zach y Kohler, pero deseando ampliar y perfeccionar sus conocimientos, se
traslada a París, donde adquiere la sabiduría que buscaba. Sabio y rico, deseoso de emplear su herencia
en viajes de investigación y publicaciones, se relaciona con los intelectuales
más importantes de su tiempo. En París, conoce a los notables científicos
Cuvier, Laplace, Berthollet y Delambre; también hace amistad con un joven y
talentoso botánico y cirujano francés: Amadeo Bonpland, con quien se asocia en sus planes de viaje.
Humboldt y Bonpland, después de muchos paseos,
viajes y ver frustrados varios
proyectos, deciden viajar a España, quiso el destino que conocieran al barón
Forell, embajador de Sajonia, el cual los convenció de visitar las colonias
españolas en América, y les aconsejó visitar a los reyes de España en
Aranjuez.
Así fue que en marzo de 1799, con este objetivo, de pedir permiso al Rey Carlos IV, para viajar
a las colonias españolas en América, para lo que aprovecharon la ocasión del
traslado de La Corte a la ciudad de
Aranjuez, donde fue más propicia la oportunidad para suplicar a sus majestades,
la complacencia de sus intenciones, y se les concede el plácet, a Humboldt y
Bompland, con beneplácito de sus majestades, manifestado con cartas y un amplio
pasaporte; y, por fin el 5 de junio de 1799, zarpan del puerto de la Coruña
(España) en la corbeta “Pizarro” hacia el deseado destino en el Nuevo
Continente..
La travesía por el Atlántico se prolongó durante 40
días, incluyendo una escala en las Islas Canarias, que aprovecharon los
viajeros para realizar una excursión al Pico del Teide y efectuar otros
estudios locales.
La primera etapa del viaje tenía como destino la
Isla de Cuba, pero una epidemia a bordo obliga al Capitán de la nave a
dirigirse a Cumaná, puerto más cercano en la Tierra Firme, adonde llegan el 16
de julio de 1799.
Él mismo nos lo
cuenta graciosamente:
“Habíamos llegado al fondeadero, frente a la embocadura
del río Manzanares, 16 de julio de 1799, al despuntar el día; mas no pudimos
desembarcar sino muy tarde de la mañana, porque estábamos obligados a aguardar
la vista de los oficiales del puerto. Se fijaban nuestras miradas en los grupos
de cocoteros que ribeteaban la costa, cuyos troncos de más de sesenta pies de
altura dominaban el paisaje. La planicie estaba cubierta de conjuntos de
Casias, Cápparis, y de esas Mimosas arborescentes que, semejantes al pino de
Italia, extienden sus brazos en forma de quitasol. Las hojas pinadas de las palmeras
se destacan sobre el azul del cielo cuya pureza ningún vestigio de vapores
enturbiaba”.
El Barón de Humboldt
acompañado de Amadeo Bompland, surgen pues en Cumaná ese 16 de julio. Fue muy
duro el caminos que anduvieron los viajeros para llegar a Cumaná, atravesando
la sabana del Salado, sin embargo él lo cuenta científica y poéticamente.
De este viaje
deja escrito este extraordinario testimonio, un libro, una experiencia científica y poética, su obra “Viaje a las regiones equinocciales
del nuevo continente”, y en sus muchas cartas, en las cuales vierte el caudal
de su imaginación y su sabiduría.
Se residenció y
no se quería marchar hasta que se “terminaran las maravillas” que observó y
describió como solo él podía hacer.
Vivió en la provincia de Cumaná cuatro meses.
Fascinados por las bellezas de las costas de
Venezuela, deciden adentrarse en el país y casi cuatro meses después de
permanecer en la provincia de Cumaná o Nueva Andalucía, de cuya capital no se
quería desprender, el 4 de septiembre de 1799, se internan en el Valle de
Cumanacoa, y llegan a la antigua misión de San Fernando, donde pernoctan, y, al
otro día atraviesan las faldas del Turimiquire, hasta llegar al exuberante y formidable
Valle de Caripe.
Tuvieron que luchar contra una naturaleza hostil e
hicieron el viaje por el Macizo Oriental en mulas o a pie, en condiciones muy precarias, si se toma en cuenta que tenían
que colectar y estudiar plantas, animales, rocas y otras muestras, además de
transportar pesados y delicados instrumentos de medición.
En Caripe, se hospedan en el convento de los frailes
aragoneses, que los recibieron amablemente y pusieron a su disposición cuanto
necesitaban, tanto que convivieron con ellos durante una semana, y el 28 de septiembre de
1799, exploran la famosa Cueva del Guácharo, penetrando en sus galerías, una 2.800 varas de profundidad, convirtiéndose así Humboldt en
el precursor de la Espeleología científica de América Latina. También aporta para
la Ornitología, una valiosa contribución, al descubrir para el mundo un nuevo
género y especie de ave: “Steatornis caripensis”, conocida por el vulgo
como “Guácharo”. Humboldt pintó y dejó al mundo científico excelentes dibujos de este animal, -utilizando
dos guácharos que al parecer había matado el mismo Amadeo Bonpland.
Humboldt le dedica todo un libro a este viaje, para
el cual escribo este prólogo, por la Nueva Andalucía, donde desarrolla sus conocimientos sobre los
terremotos y sus experiencias personales en la ciudad de Cumaná; libro que incluye
en su obra “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente“ del cual
tengo un ejemplar en 5 tomos traducido por Eduardo Rohl.
En este perfil
del genio no puedo olvidar su amistad con Simón Bolívar el Libertador de
América, desarrollada cuando ambos frecuentaban la casa de Fanny Duvillars.
De esa amistad,
comentada por el propio Libertador resaltando los pensamientos de Humboldt,
acerca de la independencia de América, cuando no podía sospechar siquiera, que
aquel joven soñador de 21, podría ser el líder de esa gloriosa epopeya.
Veamos cómo nos
cuenta Eduardo Rohl, en el prefacio de su trabajo introductorio de la obra de
Humboldt: “Cordial fue la amistad que unió a Humboldt y Bolívar; éste era un
asiduo concurrente de aquellas selectas reuniones. El caraqueño deseaba
vivamente conocer la opinión de Humboldt relativas a sus titánicas ideas sobre
la emancipación de las Colonias de la América española. Humboldt, con avanzadas
ideas liberales, simpatizaba con la idea de dar libertad a estos países, pero
el sabio viajero no consideraba a Bolívar, que para la época solo contaba
veintiún años, capaz de realizar sus ardorosos proyectos; no obstante, Humboldt
se expresó así: “Creo que la fruta está ya madura, más no veo el hombre que sea
capaz de resolver tal problema”.
Tan enorme le
parecía tal empresa, que dudaba, dada la potencia y los medios que disponía
España, que surgiera el superhombre capaz de ejecutar tan magna obra”. El Libertador Simón Bolívar, le demostró su error.
Humboldt murió en Berlín el 6 de mayo de 1859 la ciudad que lo vio nacer y
dicen, que en su lecho de muerte, recordaba a
Cumaná, la ciudad de sus sueños.
FICHA TÉCNICA.
ALEJANDRO DE HUMBOLDT
Berlín
1769-1859. Naturalista y explorador alemán. Recibió excelente educación en el
castillo de Tegel y se formó intelectualmente en Berlín, Frankfurt del Oder y
en la universidad de Gotinga. Apasionado por la botánica, la geología y la
mineralogía, tras estudiar en la escuela de Minas de Freiberg y trabajar en un
departamento minero del gobierno prusiano, en 1799 recibió permiso para
embarcarse rumbo a las colonias españolas de América del Sur y
Centroamérica.
Acompañado por
el botánico francés Aimé Bonpland, con quien ya había realizado un viaje a
España, recorrió casi diez mil kilómetros en tres grandes etapas continentales.
Las dos primeras en Sudamérica, desde Cumaná hasta las fuentes del Orinoco y
desde Bogotá a Quito por la región Andina, y la tercera por las colonias
españoles en México.
Como
resultado de su esfuerzo, logró acopiar cantidades ingentes de datos sobre el
clima, la flora y la fauna de la zona, así como determinar longitudes y
latitudes, medidas del campo magnético terrestre y unas completas estadísticas
de las condiciones sociales y económicas que se daban en las colonias mexicanas
de España. Entre 1804 y 1827 se estableció en París, donde se dedicó a la
recopilación, ordenación y publicación del material recogido en su expedición, contenido
todo él en treinta volúmenes que llevan por título “Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo
Continente”.
De entre los hallazgos científicos derivados de sus
expediciones cabe citar el estudio de la corriente oceánica de la costa oeste
de Sudamérica que durante mucho tiempo llevó su nombre, un novedoso sistema de
representación climatológica en forma de isobaras e isotermas, los estudios
comparativos entre condiciones climáticas y ecológicas y, sobre todo, sus
conclusiones sobre el vulcanismo y su relación con la evolución de la corteza
terrestre. En 1827 regresó a Berlín, donde desempeñó un destacado papel en la
recuperación de la comunidad académica y científica alemana, maltratada tras
décadas de conflicto bélico. Fue nombrado chambelán del rey y se convirtió en
uno de sus principales consejeros, por lo que realizó numerosas misiones
diplomáticas. En 1829, por encargo del zar, efectuó un viaje por la Rusia
asiática, en el curso del cual visitó Dzhungaria y el Altai.
Durante los últimos veinticinco años de su vida, se
concentró principalmente en la redacción de Cosmos, monumental
visión global de la estructura del universo, de la que en vida vio publicados
cuatro volúmenes. Humboldt está considerado como uno de los últimos grandes
ilustrados, con una vasta cultura enciclopédica, cuya obra abarcaba campos tan
dispares como los de las ciencias naturales, la geografía, la geología y la
física.
HUMBOLDT EN
CUMANÁ.
Autor Alejandro de Humboldt
Traducción de Eduardo Rohl con
algunas glosas y adornos de Ramón
Badaracco.
ENTRADA A LA
CIUDAD DE CUMANÁ POR EL RÍO MANZANARES (Nombre primitivo Chiribichií)
Habíamos llegado al fondeadero, frente a la embocadura del
río Manzanares, 16 de julio de 1799, al despuntar el día; mas no pudimos
desembarcar sino muy tarde de la mañana, porque estábamos obligados a aguardar
la vista de los oficiales del puerto. Se fijaban nuestras miradas en los grupos
de cocoteros que ribeteaban la costa, cuyos troncos de más de sesenta pies de
altura dominaban el paisaje. La planicie estaba cubierta de conjuntos de
Casias, Cápparis, y de esas Mimosas arborescentes que, semejantes al pino de
Italia, extienden sus brazos en forma de quitasol. Las hojas pinadas de las
palmeras se destacan sobre el azul del cielo cuya pureza ningún vestigio de
vapores enturbiaba. Subía el sol rápidamente hacia el zenit. Difundíase una luz
deslumbradora por el aire, por colinas blanquecinas tapizadas de Nopales
cilíndricos, y por un mar siempre sosegado, cuyas riberas están pobladas de
Alcatraces (1), de Garzas y Flamencos. Lo brillante del día, el vigor de los
colores vegetales, la forma de las plantas, el variado plumaje de las aves,
todo anunciaba el carácter prominente de la naturaleza en las regiones
ecuatoriales.
La ciudad de Cumaná, capital de la Nueva Andalucía, dista una
milla del embarcadero o de la batería de la Boca, cerca de la cual bajamos a
tierra, después de haber pasado el alfaque del Manzanares. Hubimos de recorrer
una vasta llanura, el Salado, que separa el arrabal de los Guaiqueríes de las
costas del mar. Aumentábase el calor excesivo de la atmósfera con la
reverberación del suelo desnudo en parte de vegetación. El termómetro
centígrado, hundido en la arena blanca, subía a 37º, 7. En las pequeñas charcas
de agua salada se sostenía en 30º,5, bien que el calor del océano en su superficie
es generalmente de 25º,2 a 26º,3 en el puerto de Cumaná (2). La primera planta
que recogimos en el continente de la América, fue la Avicenia fomentosa (Mangle
prieto) que en este lugar apenas alcanza dos pies de altura. Este arbusto, el
Sesúvium, la Gonfrena amarilla y los Nopales cubren los terrenos impregnados de
muriato de sosa; a este pequeño número pertenecen vegetales que viven en
sociedad, como el brezo de Europa, y que en la zona tórrida solo se encuentran
en las riberas del mar y en las altiplanicies elevadas de los Andes (3). La
Avicenia de Cumaná se distingue por otra particularidad no menos notable: es el
ejemplo de una planta común a las playas de América meridional y a las costas
del Malabar.
El piloto indio nos hizo atravesar su sementera, que más
parecía una roza que un terreno cultivado. Mostrónos, como una prueba de la
fertilidad de ese clima, una Ceiba (Bombax heptaphyllum) cuyo tronco, a los
cuatro años, había llegado a unos dos y medio pies de diámetro. Hemos observado
en las orillas del Orinoco y del rio Magdalena, que los Bombax. Las Carolinea,
los Ochróma y otros árboles de la familia de las Malváceas, tienen un
crecimiento en extremo rápido. Pienso con todo, que hubo alguna exageración en
lo referido por el indio sobre la edad de la Ceiba; porque bajo la zona
templada en terrenos húmedos y cálidos de la América septentrional, entre el
Missisipí y los montes Aleghany, los
árboles en diez años no pasan de un pie de diámetro (4), y la vegetación no es
allí en general sino en un quinto más acelerada que en Europa, aun tomando como
ejemplo el Plátano de Occidente, el Tulipero y el Cupresus disticha, que
adquieren de nueve a quince pies de diámetro. Fue también en las playas de
Cumaná, en la cementera del piloto Guaiquerí, donde por primera vez vimos un
Guamo cargado de flores (5), y notable por la suma largura y brillo argentado
de sus numerosos estambres. Atravesamos el arrabal de los indios, cuyas calles
están muy bien alineadas y formadas con casitas nuevas todas y de un aspecto
risueño. Este barrio de la ciudad acababa de ser reconstruido, a causa del
terremoto que había arruinado a Cumaná dieciocho meses antes de nuestra
llegada. Apenas habíamos pasado por un puente de madera el rio Manzanares, que
alimenta algunas babas o cocodrilos de una especie pequeña, cuando vimos por
todas partes los vestigios de aquella horrible catástrofe. Nuevos edificios se
elevaban sobre los escombros de los antiguos.
HUMBOLDT Y DON VICENTE DE EMPARAN Y ORBE.
Fuimos conducidos por el capitán del
Pizarro a casa del gobernador de la provincia, Don Vicente de Emparan, para
presentarle los pasaportes que nos había dado la primera Secretaria de Estado.
Recibiónos con la franqueza y
noble sencillez que en todo tiempo han caracterizado a la nación vascongada. Antes
de haber sido gobernador de Portobello y de Cumaná, habíase distinguido como
capitán de navío en la marina real. Recuerda su nombre uno de los
acontecimientos más extraordinarios y pesarosos que presenta la historia de las
guerras marítimas. Cuando el último
rompimiento entre España e Inglaterra dos hermanos del Sr. Emparan se atacaron
durante la noche, a la vista del puerto de Cádiz, tomando el uno el buque del
otro como embarcación enemiga. Tan terrible fue el combate, que los dos navíos
se fueron a pique casi a un mismo tiempo. Fue salvada una parte muy reducida de
las tripulaciones, y los dos hermanos tuvieron la desdicha de reconocerse poco
antes de su muerte.
El gobernador de Cumaná nos manifestó
su mucha satisfacción con motivo de la resolución que habíamos tomado de
permanecer algún tiempo en la Nueva Andalucía, cuyo nombre, en aquella época,
era casi desconocido en Europa, y que encierra un gran número de objetos dignos
de merecer la atención de los naturalistas en sus montañas y a la orilla de sus
numerosos ríos. El Señor de Emparan nos mostró algodones teñidos con plantas
indígenas, y hermosos muebles en que se había empleado exclusivamente maderas
del país. Se interesó vivamente en todo lo que se relacionaba con la física, y
preguntó, con gran admiración nuestra, si pensábamos que bajo el hermoso cielo
de los trópicos contenía la atmósfera menos nitrógeno (azótico) que en España,
o si la rapidez con que se oxida el hierro en estos climas era únicamente
efecto de la mayor humedad indicada por el higrómetro de cabello.
El nombre de la Patria pronunciado en
una lejana costa, no hubiera sido más agradable al oído de un viajero que lo
fueron para nosotros las palabras nitrógeno, óxido de hierro, e higrómetro.
Sabíamos que a pesar de las órdenes de la Corte y las recomendaciones de un
ministro poderoso nuestra permanencia en las colonias españolas nos expondría a
innumerables desagrados, si no lográbamos inspirar un interés particular a los
que gobiernan esas vastas comarcas. Demasiado amaba las ciencias el Sr. Emparan
para que encontrase extraño que de tan lejos viniésemos a recoger plantas y a
determinar la posición de algunos lugares por medios astronómicos. No atribuyó
otros motivos a nuestro viaje que los que estaban enunciados en nuestros
pasaportes, y a las públicas señales de consideración que nos dio durante una
larga estada en su gobernación contribuyeron mucho a procurarnos una acogida
favorable en todos los territorios de la América meridional.
LA HOSPITALIDAD ANECDÓTICA DE LOS CUMANECES.
Hicimos bajar nuestros instrumentos
por la tarde, y tuvimos la satisfacción de hallar que ninguno había sido
estropeado. Alquilamos una casa espaciosa cuya orientación era favorable para
las observaciones astronómicas. Gozábase en ella de un fresco agradable cuando
soplaba la brisa; estaban desprovistas de vidrios las ventanas, y aun de esos
cuadros de papel que las más de las veces remplazan los vidrios en Cumaná.
Todos los pasajeros del “Pizarro” abandonaron el barco; pero la convalecencia
de los que habían sido atacados de la fiebre maligna era muy lenta. De ellos
vimos que al cabo de un mes, a despecho de los cuidados que les habían
dispensado sus compatriotas, mantenían una debilidad y flacura temerosas. Tal
es la hospitalidad en las colonias españolas, que un europeo recién llegado,
sin recomendación y sin recursos pecuniarios, está casi seguro de hallar
socorro si desembarca en un puerto cualquiera por motivo de enfermedad. Los
Catalanes, los Gallegos, los Vizcaínos, tienen las relaciones más frecuentes
con la América. Forman allí como tres corporaciones distintas que ejercen una
influencia notable en las costumbres, la industria y el comercio colonial. El
habitante más pobre de Sitges o de Vigo está seguro de ser recibido en la casa
de un Pulpero (Comerciante por menor) catalán o gallego ya llegue a Chile o México,
ya a las Filipinas. He visto los casos más conmovedores de estas atenciones
prestadas a desconocidos durante años enteros y siempre sin quejarse de ello.
Se ha dicho que la hospitalidad era fácil de ejercer en un clima feliz donde es
abundante la alimentación, donde los vegetales indígenas suministran remedios
saludables, y donde el enfermo, acostado en su hamaca, encuentra en un
cobertizo el abrigo que ha menester. ¿No se tendrá, sin embargo, en nada el
estorbo motivado en una familia con la llegada de un extranjero cuyo carácter
se ignora? ¿Será permitido olvidar esos testimonios de dulce compasión, esos
cuidados afectuosos de las mujeres, y esa paciencia que no se cansa en una
larga y penosa convalecencia? Se ha notado que, con excepción de algunas
ciudades muy populosas, no ha disminuido todavía la hospitalidad de una manera
sensible desde el primer establecimiento de los colonos españoles en el nuevo
mundo. Aflige pensar que ese cambio llegará cuando la población y la industria
colonial hagan más rápidos progresos, y cuando ese estado de la sociedad, que
se ha convenido en designar como civilización avanzada, haya desterrado poco a
poco "La vieja “franqueza castellana”.
Entre los enfermos que desembarcaron
en Cumaná había un negro que pocos días
después de nuestra llegada cayó en la demencia. Murió en este estado
deplorable, aunque su amo, anciano casi septuagenario, que había dejado la
Europa buscando modos de establecerse en San Blas, a la entrada del golfo de
California, le hubiese prodigado todos los auxilios imaginables. Cito este
hecho para probar que a veces ocurre que individuos nacidos bajo la zona
tórrida experimentan los perniciosos efectos del calor de los trópicos después
de haber habitado en los climas templados. El negro era un joven de diez y ocho
años, robustísimo y nacido en la costa de Guinea. Una permanencia de algunos
años en la altiplanicie de las Castillas había comunicado a su organización ese
grado de excitabilidad que hace a los miasmas de la zona tórrida tan peligrosos
para los habitantes de los países septentrionales.
DESCRIPCIÓN GEOGRAFICA DE CUMANÁ.
El suelo que ocupa la ciudad de
Cumaná es parte de un terreno muy notable desde el punto de vista geológico.
Como desde mi vuelta a Europa otros viajeros me han precedido en la descripción
de algunas partes de las costas que han visitado después de mí, debo limitarme
aquí a hacer un desarrollo de las observaciones hacia las cuales no estaban
enderezados sus estudios.
La cadena de los Alpes calcáreos del Bergantín y el Tataracuar
se prolongan al Este y al Oeste desde la cima del Imposible hasta el puerto de
Mochima y el Campanario. En tiempos muy remotos parece haber separado el mar
esta cortina de montañas de la costa rocosa de Araya y Manicuare. El vasto golfo de Cariaco es
debido a una irrupción pelágica, y es indudable que en esa época cubrieron las
aguas todo el terreno impregnado de muriato de sosa que por la orilla
meridional atraviesa el río Manzanares. Basta echar una ojeada en el plano
topográfico de la ciudad de Cumaná para demostrar tal hecho, tan indubitable
como la antigua morada del mar en la cuenca de Paris, Oxford y Roma. Una
retirada lenta de las aguas dejó en seco aquella playa amplia en la que se
eleva un grupo de montículos compuestos de yeso y brechas calcáreas de la más
reciente formación.
La ciudad de Cumaná está apoyada en
este grupo, que antaño fue una isla del golfo de Cariaco. La parte de la
llanura al Norte de la ciudad se llama Playa Chica; se continúa al Este hasta
Punta Delgada, donde un valle estrecho, cubierto de Gomphrena flava, marca
todavía el punto del antiguo escape de las aguas. Este valle cuya entrada no
está defendida por ninguna obra exterior, es el punto en que más está expuesta
la plaza a un ataque militar. El enemigo puede pasar con entera seguridad entre
Punta Arenas del Barrigón, al Sur del Castillo de Araya y la Boca del
Manzanares, donde el mar, cerca de la entrada del Golfo de Cariaco, tiene de
fondo 40 brazas, y 50, y aún más al Sur hasta 87. Puede desembarcar cerca de
Punta Delgada y tomar el fuerte de San Antonio y la ciudad de Cumaná por
retaguardia, sin temer el fuego de las baterías del Oeste construidas al Oeste
de los Cerritos en Playa Chica, en la boca del río y en el Cerro Colorado.
La colina de brechas calcáreas que
acabamos de considerar como isla del antiguo golfo, está cubierta de una espesa
selva de Cardones y Tunas. Los hay de treinta y cuarenta pies de alto, cuyo
tronco, cubierto de Líquenes y dividido en varios brazos en forma de
candelabro, presenta un aspecto extraordinario. Cerca de Manicuare, en Punta de
Araya, hemos medido una Tuna cuyo tronco tenía más de cuatro pies y nueve
pulgadas de circunferencia (6). EL europeo que no conozca sino las Tunas de
nuestros invernaderos, se sorprenden al ver que la madera de este vegetal se
hace con la edad sumamente dura, que resiste por siglos al aire y la humedad, y
que los indios de Cumaná la emplean de preferencia para remos y umbrales de las
puertas. Cumaná, Coro, la isla de Margarita y Curazao so0n los lugares de la
América meridional que más abundan en vegetales de la familia de las Nopaleas.
Solamente allí podrían los botanistas, tras una larga permanencia, componer una
monografía de los Cactos, los cuales varían singularmente, no en sus flores y
frutos, sino en la forma de su tallo articulado, en el número de las aristas, y
en la disposición de las espinas. Veremos a continuación como estos vegetales,
que caracterizan un clima cálido y eminentemente seco semejante al de Egipto y
California, desaparecen poco a poco a medida que nos alejamos de la Tierra
Firme para penetrar en el interior de las tierras continentales.
Los grupos de Cirios y Nopales son
para las tierras áridas de América equinoccial lo que los pantanos, cubiertos
de juncáceas e Hidrocarideas para nuestros países del Norte. Se considera como
impenetrable un lugar en donde las Tunas espinosas de la especie grande se apiñan a montones.
Estos lugares llamados Tunales, no solo atajan al indígena que anda desnudo
cintura arriba, sino que son temibles igualmente para las castas provistas de
vestidos. En nuestros paseos solitarios intentamos penetrar algunas veces en el
tunal que corona la cumbre de la colina del castillo, una parte de la cual está
atravesada por un sendero. Allí es donde podría estudiarse, en miles de
individuos, la organización de este vegetal singular. En ocasiones nos
sorprendió lanche súbitamente, pues el crepúsculo es casi nulo en este clima.
Nos hallamos entonces en una situación tanto más apurada cuanto que la
Cascabel, o serpiente de cascabel (7), la Coral, y otras víboras, provistas de
ganchos ponzoñosos, frecuentan, al tiempo de la postura, estos lugares
ardientes y áridos para depositar en ellos sus huevos bajo la arena.
El castillo de San Antonio está construido en
la extremidad occidental de la colina. No está en el punto más elevado, en
cuanto se halla dominado al Este por una cumbre no fortificada. El Tunal es
mirado aquí y en todas las colonias españolas, como un medio bastante
importante de defensa militar. Cuando se construyen obras de tierra, los
ingenieros tratan de multiplicar los cardones espinosos y de favorecer su
crecimiento, tanto como cuidan de conservar los cocodrilos en los fosos de las
plazas de guerra. Bajo un clima en que la naturaleza orgánica es tan activa y
poderosa, el hombre llama en su defensa a los reptiles carniceros y a las
plantas armadas de formidables espinas.
El Castillo de San Antonio, en el
cual se enarbola el pabellón castellano los días de fiesta, no se eleva más de
treinta toesas sobre el nivel de las aguas en el gofo de Cariaco (8). Colocado
sobre una colina desnuda y calcárea, domina la ciudad y se exhibe de un modo
muy pintoresco a las naves que entran al puerto, destacándose a las claras
sobre la cortina sombría de las montañas que hasta la región de las nubes
llevan sus cumbres, cuyo matiz vaporoso y azulado se hermana con el azul del
cielo. Descendiendo de la fortaleza de San Antonio hacia el Suroeste se
encuentran sobre la cuesta del mismo peñón, las ruinas del viejo castillo de
Santa María. Es un sitio delicioso para los que quieren disfrutar, hacia la
puesta de sol, del frescor de la brisa del mar y del aspecto del golfo. Las
altas cimas del promontorio de Macanao, en la isla de Margarita, se presenta
por encima de la costa rocallosa del istmo de Araya; hacia el Oeste, las
isletas de Caracas, Picuíta y Borracha recuerdan las catástrofes que han
destrozado las costas de Tierra Firme. Estos islotes parecen obras de
fortificación, y por efecto del espejismo, mientras el sol calienta
desigualmente las capas inferiores del aire, el océano y el suelo, sus puntas
parecen solventadas, como el extremo de los grandes promontorios de la costa.
Agrada seguir, durante el día, estos fenómenos inconstantes (9); se ve, al caer
la noche estas masas pétreas suspendidas en el aire hirmarse sobre sus bases; y
al astro cuya presencia vivifica la naturaleza orgánica, parece, por la
inflexión variable de sus rayos, imprimir movimiento a la inmóvil roca, y hacer
ondulantes las llanuras cubiertas de áridas arenas.
LA CIUDAD DE CUMANÁ PROPIAMENTE.
La ciudad de Cumaná propiamente dicha
ocupa el terreno comprendido entre el Castillo de San Antonio y los pequeños
ríos del Manzanares y Santa Catalina. El delta formado por la bifurcación del
primero de estos ríos es un terreno fértil cubierto de Mammea, Achar, bananeros
y otras plantas cultivadas en los sembrados o charas de los indios. No posee la
ciudad ningún edificio notable, y la frecuencia de los temblores de tierra no
permite esperar que pueda poseerlos algún día. Es verdad que las sacudidas
fuertes en un mismo año se repiten con menos frecuencia en Cumaná que en Quito,
donde se halla sin embargo iglesias suntuosas y muy altas. Pero los temblores
de tierra de Quito no son violentos si
no en la apariencia, y por la naturaleza particular del movimiento y del suelo,
ningún edificio se desploma. En Cumaná, como en Lima y en varias ciudades sitas
lejos de la boca de los volcanes activos, sucede que la serie de las sacudidas
débiles es interrumpida, tras una larga sucesión de años, por grandes
catástrofes que se parecen a los efectos de la explosión de una mina. Tendremos
oportunidad varias veces de recurrir a
estos fenómenos para la explicación de los cuales se han imaginado tantas vanas
teorías, y que se han creído clasificarlos atribuyéndolos a movimientos
perpendiculares y horizontales, a la trepidación y la oscilación (10).
Los arrabales de Cumaná son casi tan
populosos como la vieja ciudad. Hay tres, el de los Cerritos, sobre el camino
de Playa-chica, donde se hallan algunos hermosos tamarindos; el de San
Francisco, hacia el Sureste; y el gran arrabal de los Guaiqueríes o
Guaigueríes. El nombre de esta tribu de indios era absolutamente desconocido
antes de la conquista. Los indígenas que lo llevan pertenecían antes a la
nación Guaraúnos, que ya no se encuentran sino en los terrenos pantanosos
encerrados entre los brazos del Orinoco. Ancianos de ellos me han asegurado que
la lengua de sus abuelos era un dialecto del guarauno; pero desde hacía un
siglo no existía en Cumaná ni en la isla de Margarita ningún indígena de esta
tribu que supiese hablar otro idioma que el castellano.
La denominación de Guaiquerí, lo
mismo que la de Perú y Peruano, debe su origen a una simple confusión. Los
compañeros de Cristóbal Colón, al costear la isla de Margarita, en cuya costa
septentrional reside todavía la porción más noble de la nación Guaiquerí (11) ,
encontraron algunos indígenas que arponeaban peces lanzando un asta sujeta a un
cordel y terminada en una punta sumamente aguda. Les preguntaron, en lengua de
Haití, como se llamaban; y los indios creyendo que la pregunta de los
extranjeros tenía que ver con los arpones hechos de la madera dura y pesada de
la palmera Macana, respondieron Guaike, Guaike que quiere decir “palo aguzado”.
Hoy existe una diferencia sorprendente entre los Guaiqueríes, tribu de
pescadores hábiles y civilizados, y esos Guaraúnos salvajes del Orinoco que
suspenden sus habitaciones de los troncos de la palmera Moriche.
LA POBLACIÓN DE CUMANÁ.
Se ha exagerado singularmente en
estos últimos tiempos la población de Cumaná. En 1800, varios colonos poco
habituados a las investigaciones de la economía política, hacían subir esa
población a 20.000 almas, al paso que oficiales del rey, empleados en la
administración del país, pensaban que la ciudad, con sus arrabales, no contenía
12.000 habitantes. El señor Depons, en su estimable obra sobre la provincia de
Caracas, daba en 1802 a Cumaná cerca de 28.000 habitantes; y otros han llevado
este número, para 1810, a 30.000. Considerando la lentitud con que crece la
población en Tierra Firme, no digo en los campos, sino en las ciudades, se debe
poner en duda que esté Cumaná ya un tercio más poblada que Veracruz, puerto
principal del vasto reino de la Nueva España. Y aun es fácil probar que en
1802, apenas excedía la población de 18.000 a 19.000 almas. Se me han
comunicado diferentes memorias que el gobierno ha hecho preparar sobre la
estadística del país en la época en que se discutía la cuestión de saber si la
renta del estanco del tabaco podía ser reemplazada con una contribución
personal, y me lisonjeo de que mi evaluación reposa en muy sólidos fundamentos.
Un censo hecho en 1792 no ha dado más
que 10.740 habitantes para la ciudad de Cumaná, sus arrabales, y las casas
esparcidas una legua a la redonda. Don Manuel Navarrete, oficial de la
tesorería, asegura que el error de este censo no podría ser de un tercio o un
cuarto de la suma total. Comparando los registros anuales de bautismos, no se
nota sino un débil aumento desde 1790 hasta 1800. Verdad es que las mujeres son
sumamente fecundas, sobre todo en la casta de los indígenas; pero, aunque las
viruelas son todavía desconocidas en este país, la mortalidad de los niños en
la primera edad es temerosa, en razón del extremado abandono en que viven y de
la mala costumbre que tienen de alimentarse con frutas verdes indigestas. El
número de nacimientos se eleva generalmente de 520 a 600, lo que indica a lo
más una población de 16.800 almas (12). Se puede reposar en la seguridad de que
todos los niños indios son bautizados e inscritos en los registros
parroquiales; y suponiendo que la población hubiese sido en 1800 de 26.000
almas, no hubiera habido más que un solo nacimiento sobre 43 individuos;
mientras que la razón de los nacimientos a la población total es en Francia
como 28 a 100, y en las regiones equinocciales de México como 17 a 100.
Es presumible que poco a poco el
arrabal indiano se extenderá hasta el embarcadero, teniendo a lo más 340 toesas
la llanura que no está todavía cubierta de casas o cabañas (13).
SOBRE EL CLIMA, EL RELIEVE Y OTROS DETALLES DE CUMANÁ.
El calor es un poco menos abrumador
del lado de la playa que en la ciudad vieja, donde la reverberación de un suelo
calcáreo y la proximidad del cerro San Antonio elevan singularmente la
temperatura del aire. En el arrabal de los Guaiqueríes tienen libre acceso los
vientos del mar; el suelo es allí arcilloso y menos expuesto por esta razón,
según se cree, a las violentas sacudidas de los temblores de tierra por las
casas apoyadas en peñascos y colinas en la margen derecha del Manzanares.
La playa cercana a la boca del
riachuelo Santa Catalina está orlada de Mangles
(14); pero estos manglares no tienen amplitud bastante para disminuir la
salubridad del aire en Cumaná. El resto de la llanura está en parte desnudo de
vegetación, y en parte cubierto de apiñamientos de Sesuvium portalacastrum,
Gomphrena flava, G. myrtifolia, Talinum cuspidatum, T. cumanense, y Portulaca
lanunginosa. Entre estas plantas herbáceas se elevan acá y allá la Avicennia
fomentosa, la Scoparia dulcis, una mimosa frutescente de hojas muy irritables
(15), y sobre todo Casias, cuyo número es tan grande en la América meridional,
que en nuestros viajes hemos recogido más de treinta especies nuevas.
Saliendo del arrabal indiano y
subiendo por el río hacia el Sur, se halla desde luego un bosquecillo de Tunas
y luego un lugar encantador sombreado por Tamarindos, Brasiletes, Ceibas, y
otros vegetales notables por su follaje y sus flores. El suelo brinda aquí
buenos apacentadores, donde hay lecherías construidas con cañas separadas unas de otras por grupos de árboles
esparcidos. Permanece fresca la leche cuando se la conserva, no en el fruto del
Totumo (crescentía Cujete) que es un tejido de fibras leñosas muy densas, sino
en vasos de arcilla porosa de Manicuares. Un prejuicio generalizado en los
países del Norte me había hecho creer que las vacas no daban leche muy gorda en
la zona tórrida; más la permanencia en Cumaná, y sobre todo el viaje por las
vastas llanuras de Calabozo cubiertas de gramíneas y sensitivas herbáceas, me
han enseñado que los rumiantes de Europa se habitúan perfectamente a los climas más ardientes, con
tal que encuentren agua y buena alimentación. La leche es excelente en la
provincia de Nueva Andalucía, Barcelona y Venezuela, y la manteca es a menudo
mejor en las llanuras de la zona equinoccial que en las alturas de los Andes,
donde no gozan las plantas alpinas en ninguna estación de una temperatura
bastante elevada y son menos aromáticas que en los Pirineos, las montañas de
Extremadura y las de Grecia.
Prefiriendo los habitantes de Cumaná
la frescura de los vientos de mar al aspecto de la vegetación, casi no conocen
otro paseo que el de la Playa grande. Los castellanos, a quienes por lo general
se acusa de no gustar de los árboles ni el canto de los pájaros, han
transportado sus hábitos y prejuicio a las colonias. En Tierra Firme, en México
y en el Perú, es raro ver que un indígena plante un árbol con el sencillo
objeto de procurarse sombra; y exceptuando los alrededores de las grandes
capitales, las avenidas son casi desconocidas en estos países. La árida llanura
de Cumaná presenta, después de fuertes aguaceros, un fenómeno extraordinario.
Humedecida la tierra, exhala, al recalentarse con los rayos del sol, ese olor
de almizcle que en la zona tórrida es común a animales de clases muy
diferentes, al Jaguar, a las pequeñas especies de gatos-tigres, al Chigüire
(Cavia Capyhara, Lin.), al buitre Gallinazo (16), al cocodrilo, a las víboras y
serpientes de cascabel. Las emanaciones gaseosas, que son los vehículos de este
aroma, no parecen desprenderse sino a medida que el mantillo, que encierra
despojos de una cantidad innumerable de reptiles, gusanos e insectos, comienzan
a impregnarse de agua. He visto niños indios, de las tribus de los Chaimas,
sacar de la tierra para comérselos ciempiés o Escolopendras de 18 pulgadas de
largo y 7 líneas de ancho. Estas Escolopendras son muy ordinarias detrás del
castillo de San Antonio, en la cumbre de la colina. Donde quiera que se remueva
el suelo sorprende la masa de sustancias orgánicas que a su turno se
desarrollan, se trasforman o se descomponen. La naturaleza en estos climas
parece más activa, más fecunda, y diríamos, más pródiga de la vida.
En la playa y cerca de las vaquerías
de que acabamos de hablar, se goza, a la salida del sol sobre todo, de una
hermosísima vista sobre un grupo elevado de montes calcáreos (17). Como este
grupo solo subtiende un ángulo de tres grados, desde la casa que habitamos, me
ha servido por largo tiempo para comparar las variaciones de la refracción
terrestre en fenómenos meteorológicos.
Formase en el centro de esta cordillera las tormentas, y vence de lejos
grandes nubes resolverse en abundantes lluvias, mientras que en Cumaná, en
siete u ocho meses, no cae una gota de agua, El Bergantín que es la cima más
elevada de esta cadena, se presenta de un modo muy pintoresco detrás del Brito
y el Tataracuar. Debe su nombre a la forma de un valle muy profundo que se
encuentra en su cuesta septentrional que se parece al interior de un barco. La
cumbre de esta montaña está casi desnuda de vegetación y es achatada como la
del Mauna Loa, en las islas Sándwich: es una pared cortada a pico o, para
servirme de un término más expresivo de los navegantes españoles, una mesa.
Esta fisonomía particular y la disposición simétrica de algunos conos que
rodean al Bergantín, me habían hecho creer al principio que este grupo, que es
del todo calcáreo, incluía rocas de formación basáltica o trapeana.
DESCRIPCIÓN DEL SITIO DE CUMANÁ.
En 1797 envió el Gobernador de Cumaná
(Vicente Emparan y Orbe) hombres intrépidos que explorasen ese país enteramente
desierto, y con el propósito de abrir un camino directo a Nueva Barcelona por
la cumbre de la “mesa”. Suponíase con razón que tal camino sería más corto y
menos peligroso para la salud de los viajeros que el que siguen los correros de
Caracas, a lo largo de las costas; pero todas las tentativas para franquear la
cadena de montañas del Bergantín fueron inútiles. En esta parte de la América,
como en la Nueva Holanda, al Oeste de la ciudad de Sídney, no es tanto la
altura de la cordillera lo que opone obstáculos difíciles de vencer, sino la
forma de las rocas (18).
El valle longitudinal formado por las
altas montañas del interior y el declive meridional del Cerro de San Antonio
está atravesado por el río Manzanares. De todos los alrededores de Cumaná es la
única parte extremadamente selvosa; se la nombra el llano de las Charas (19), a
causa de las numerosas plantaciones que han comenzado los habitantes desde hace
algunos años a lo largo del río. Un estrecho sendero lleva de la colina de San
Francisco, al través de la selva, al hospicio de los capuchinos, casa de campo
muy agradable que han labrado los religiosos aragoneses para acoger ancianos
misioneros inválidos que ya no pueden cumplir con su ministerio. A medida que se avanza hacia el Este se
vuelven más vigorosos los árboles de la selva, encontrándose algunos monos (el
Machi común, o mono llorón), que son por lo demás muy raros cerca de Cumaná. Al
pie de los Cápparis, de las Bauhinias y del Zygophyllum de flores de un
amarillo dorado, extiéndese una alfombra de Bromelia (Chihuichiue, de la familia de las Ananas), vecina de la
Bromelia Karatas, que por su olor y la frescura de su follaje atrae la
serpiente de cascabel.
El río Manzanares es de aguas muy
claras, y felizmente no se parece en nada al Manzanares de Madrid, al cual da
una apariencia aún más angosta un suntuoso puente. Tiene su cabecera, como
todos los ríos de la Nueva Andalucía, en una parte de los llanos conocida con
el nombre de altiplanicie de Tonoro, Amana y Guanipa (20) la cual recibe, cerca
de la aldea indiana de San Fernando, las aguas del río Juanillo. Se ha
propuesto varias veces al gobierno, aunque siempre sin éxito, hacer construir
una presa en el primer Ipure para establecer irrigaciones artificiales en el
llano de las Charas, porque a pesar de su aparente esterilidad es allí la
tierra sumamente productiva como dondequiera que se auna la humedad al calor
del clima. Los labradores de Cumaná son
generalmente poco acomodados, debían restituir poco a poco los adelantos hechos
para la construcción de la esclusa. En espera de la ejecución de este proyecto se han establecido norias,
bombas movidas por mulas, y otras máquinas hidráulicas de construcción bastante
imperfecta.
Las orillas del Manzanares son muy
placenteras, y están sombreadas por mimosas, Eritrinas, Ceibas, y otros árboles
de porte gigantesco. Un río cuya temperatura desciende, en la época de las
crecidas, a 22º, cuando el aire está a 30 y 33 grados es un beneficio inapreciable en un país en que
los calores son excesivos durante el año entero, y en donde se desea bañarse
varias veces al día. Los niños pasan por decirlo así, una parte de su vida en
el agua; todos los habitantes, aun las mujeres de las familias más ricas, saben
nadar; y en un país en que el hombre está todavía tan próximo al estado
natural, una de las primeras preguntas que se dirigen en la mañana al
encontrarse es la de saber si el agua del rio esta más fresca que la víspera.
Es muy variada la manera de gozar del baño. Todas las tardes frecuentábamos una
sociedad de personas estimabilísimas en el arrabal de los Guaiqueríes. Haciendo
una bella claridad de la luna, colocábamos sillas en el agua, vestidos
ligeramente mujeres y hombres, como en algunos baños del Norte de Europa; y
reunidos en el río la familia y los extranjeros, gastábamos algunas horas
conversando, según la costumbre del país, sobre la extrema sequía de la
estación, sobre la abundancia de lluvias en los cantones vecinos, y ante todo
sobre el lujo de que acusaban las damas de Cumaná a las de Caracas y la Habana.
No era inquietado el círculo por las Babas o cocodrilos pequeños, que hoy son
sumamente raras y que se acercan al hombre sin atacarlo. Estos animales tienen
de tres a cuatro pies de largo, y nunca los hemos hallado en el Manzanares,
sino más bien delfines (Toninas) que a
veces remontaban el río durante la noche y asustaban a los bañistas haciendo
saltar el agua por sus narices.
El puerto de Cumaná es una rada que podría
recibir las escuadras de la Europa entera. Todo el golfo de Cariaco, que tiene
35 millas de largo por 6 u 8 de ancho, ofrece un excelente fondeadero. No es
más quieto ni pacífico el grande océano en las costas del Perú que lo es el mar
de las Antillas desde Puerto Cabello, y sobre todo desde el Cabo Codera hasta
la punta de Paria. Los huracanes de las islas Antillanas jamás se hacen sentir
en estos parajes en donde se navega en chalupas sin cubierta. El único peligro
del puerto de Cumaná consiste en un bajío, el del Morro Colorado (21), que de
Este a Oeste tiene 900 toesas de anchura, y es de tal modo acantilado, que
harta allí casi sin pensarlo.
Alguna extensión he dado a la
descripción del sitio de Cumaná, porque me pareció importante traer a conocimiento
un lugar que desde hace siglos ha sido el foco de los más temibles terremotos.
Antes de hablar de estos fenómenos extraordinarios será útil resumir las líneas
esparcidas del cuadro físico cuyo diseño acabo de trazar.
La ciudad, situada al pie de una
colina sin verdor está dominada por un castillo. Ningún campanario, ninguna
cúpula, que pueda atraer de lejos la mirada del viajero, sino más bien algunos
troncos de tamarindos, cocoteros y datileras que se elevan por sobre las casas,
cuyos techos son de azotea. Las llanuras circundantes, principalmente las del
lado del mar, tienen un aspecto triste, polvoriento y árido, al paso que una
vegetación fresca y vigorosa manifiesta desde lejos las sinuosidades del río
que separa la ciudad de los arrabales, la población de razas europea y mixta de
los indígenas de coloración cobriza. La colina del fuerte de San Antonio,
aislada, desnuda y blanca, despide al mismo tiempo gran masa de luz y de calor
radiante; está compuesta de brechas cuyas capas encierran petrificaciones
pelágicas. En lontananza, hacia el Sur, se prolonga una vasta y sombría cortina
de montañas. Son los Altos Alpes calcáreos de la Nueva Andalucía, rematados de
arenisca y otras formaciones más recientes. Selvas majestuosas cubren esta
cordillera interior y se enlazan mediante un valle arbolado a los terrenos
descubiertos, arcillosos y salinos de las inmediaciones de Cumaná. Algunas aves
de porte considerable contribuyen a dar una fisonomía particular a estas
comarcas. En las playas marítimas y en el golfo se hallan bandadas de garzas
pescadoras y de alcatraces de una forma tosca, que singlan como el cisne
alzando las alas. Cerca de las habitaciones humanas millares de buitres
“Gallinazos” verdaderos chacales entre los volátiles, se ocupan sin cesar en
desenterrar cadáveres de animales (22). Un golfo que contiene manantiales
calientes y submarinos separa las rocas secundarias de las rocas primitivas y
esquistosas de la península de Araya. Entrambas costas están bañadas por un mar
apacible, de un color azulado, y siempre agitado blandamente por un viento
uniforme. Un cielo puro, enjuto, que solo exhibe algunas ligeras nubes al ocaso
del sol, reposa sobre el océano, sobre la península destituida de árboles, y
sobre las planicies de Cumaná, mientras que se ven las tormentas formándose,
acumulándose, y resolviéndose en lluvias fecundas entre las cimas de las
montañas del interior. Así como al pie de los Andes, el cielo y la tierra en
estas costas presentan grades oposiciones de serenidad y neblinas, de sequedad
y chubascos, de esterilidad absoluta y verdor sin descanso renaciente. En el
nuevo continente las regiones bajas y marítimas difieren tanto de las montuosas
del interior, como las llanuras del Bajo Egipto de las altiplanicies elevadas
de Abisinia.
EL VULCANISMO. LOS TEMBLORES DE TIERRA.
Las relaciones que acabamos de
indicar entre el litoral de la Nueva Andalucía y el del Perú se alargan hasta
en la frecuencia de los temblores de tierra y en los límites que la naturaleza
parece haber prescrito a estos fenómenos. Hemos presenciado nosotros mismos muy
violentas sacudidas en Cumaná; y en los días en que se reconstruían los
edificios recientemente hundidos hemos
llegado también a recoger en los propios lugares las circunstancias exactamente
detalladas que acompañaron a la gran catástrofe
del 14 de diciembre de 1797. Tendrán tanto mayor interés estas nociones,
cuanto que los temblores de tierra han sido hasta ahora considerados más bien
con relación a los funestos efectos que ejercen sobre la población y el
bienestar de la sociedad que desde el punto de vista físico y geológico.
Es opinión muy generalizada en las costas de
Cumaná y la isla de Margarita que el Golfo de Cariaco debe su existencia a un
desgarramiento de las tierras acompañado de irrupción del océano. La memoria de
esta gran revolución se ha conservado entre los indios hasta fines del siglo
XV, y se refiere que en la época del tercer viaje de Cristóbal Colón hablaban
de ello los indígenas como de un acontecimiento asaz reciente. En 1530 nuevas sacudidas
atemorizaron a los habitantes de las costas de Paria y Cumaná. El mar inundó
las tierras, y el pequeño fuerte que Jácome Castellón había construido en la
Nueva Toledo
Se hundió por completo (23). Hízose
al mismo tiempo una enorme abertura en las montañas de Cariaco, a orillas del
golfo de este nombre, de la que brotó del esquisto micáceo una gran masa de
agua salada mezclada con asfalto (24). Hasta fines del siglo XVI fueron muy
frecuentes los temblores de tierra; y según las tradiciones conservadas en
Cumaná el mar inundó con frecuencia las playas y se elevó a 15 o 20 toesas de
altura. Salváronse los habitantes en el cerro de San Antonio y en la colina
donde hoy se halla el pequeño convento de San Francisco. Créese aún que estas
frecuentes inundaciones determinaron a los habitantes para construir barrios de
la ciudad arrimado a los cerros, Pan de Azúcar y San Antonio, que ocupa una
parte de la cuesta.
EL TERREMOTO DE 1766.
Como no existe crónica ninguna acerca
de Cumaná, y como sus archivos, a causa de las continuas devastaciones de los
termites o comejenes, no contienen documento alguno que remonte a más de 150
años, no se conocen datos precisos sobre los antiguos temblores de tierra.
Sábese tan solo que en tiempos más inmediatos a nosotros, el del año 1766 fue a
una vez el más funesto para los colonos y el más notable para la historia
física del país. Desde hacía 15 meses habíase mantenido una sequía semejante a
la que se experimentan de vez en cuando en las islas de cabo Verde, cuando el
21 de octubre de 1766 fue enteramente destruida la ciudad de Cumaná. Renuévase
todos los años la memoria de ese día con una fiesta religiosa acompañada de una
procesión solemne. En el lapso de pocos minutos hundiéronse todas las casas y
repitiéronse las sacudidas durante catorce meses de hora en hora. En varias
´partes de la provincia se abrió la tierra vomitando agua sulfurosa. Estas
erupciones fueron frecuentes sobre todo en una llanura que corre hacia Casanay,
dos leguas al Este de la ciudad de Cariaco, conocida con el nombre de “tierra
hueca”, porque parece enteramente minada por fuentes termales. Durante los años
1766 y 1767 los habitantes de Cumaná acamparon en las calles, y empezaron a
reconstruir sus casas cuando no se sucedieron sino de mes en mes los temblores
de tierra. Sucedió entonces en estas costas lo que se experimentó en el reino
de Quito inmediatamente después de la gran catástrofe del 4 de febrero de 1797.
Mientras que oscilaba de continuo el suelo, parecía la atmósfera resolverse en
agua. Fuertes aguaceros hicieron henchirse los ríos; fue el año sumamente
fértil; y los indios, cuyas frágiles cabañas resisten fácilmente las más
fuertes sacudidas, celebraban, según las ideas de una vetusta superstición, con
fiestas y con danzas, la destrucción del mundo y la época próxima de su
regeneración.
Reza la tradición que en el temblor
de tierra de 1766, así como en otro muy notable de 1794, las sacudidas eran
simples oscilaciones horizontales; y que no fue sino el día malhadado del 14 de
diciembre de 1797 cuando por primera vez en Cumaná se hizo sentir el movimiento por soliviadura, de abajo
arriba. Entonces fueron destruidos por completo más de los cuatro quintos de la
ciudad, y el choque, acompañado de un ruido subterráneo fortísimo, pareció como
en Riobamba, la explosión de una mina colocada a gran profundidad. Dichosamente
la sacudida más violenta fue precedida
de un ligero movimiento de ondulación, de suerte que la mayor parte de los
habitantes pudo escarparse en las calles, no pereciendo sino un corto número de
los que estaban congregados en las iglesias. Es una opinión generalmente
aceptada en Cumaná que los temblores de tierra más destructores se anuncian por
oscilaciones muy débiles y por un zumbido que no se oculta a la sagacidad de
las personas habituadas a este género de fenómenos. ¡En ese momento fatal
resuenan por todas partes los gritos de “! ¡Misericordia! ¡Tiembla! ¡Tiembla!,
y es raro que falsas alarmas sean dadas por un indígena. Los más tímidos
observan con atención los movimientos de los perros, cabras y cerdos. Estos
últimos animales, dotados de un olfato sumamente fino, y acostumbrados a hozar
la tierra, advierten la proximidad del peligro con su inquietud y sus gruñidos.
No vamos a decidir si, colocados más cerca de la superficie del suelo, oyen más
pronto el ruido subterráneo, o si sus órganos reciben la impresión de alguna
emanación gaseosa que sale de la tierra.
No podría negarse la posibilidad de esta última causa. Durante mmi
permanencia en el Perú se observó, en el interior del país, un hecho que se
relaciona con este género de fenómenos y que se había presentado ya varias
veces. Después de violentos temblores de tierra, las yerbas que cubren las
sabanas del Tucumán adquirieron propiedades nocivas; hubo epizootia en el
ganado caballar; y gran número de ellos, parecían aturdidos o asfixiados por
las mofetas que exhalaba el suelo.
En Cumaná, media hora antes de la
catástrofe del 14 de diciembre de 1797, sintióse un fuerte olor a azufre cerca
de la colina del convento de San Francisco; y fue en ese mismo lugar donde el
ruido subterráneo, que pareció propagarse del Sureste al Noroeste, fue más
fuerte. Viéronse aparecer al propio tiempo llamas a orillas del río Manzanares,
cerca del hospicio de los Capuchinos y en el golfo de Cariaco, cerca de
Marigüitar. Veremos a continuación que este último fenómeno, tan extraño en un
país no volcánico, se presenta a menudo en las montañas de caliza alpina, cerca
de Cumanacoa, en el valle de Bordones, en la Isla de Margarita, y en medio de
las sabanas o llanos de la Nueva Andalucía (25). En estas sabanas se elevan a
una altura considerable haces de llamas; se observan por horas enteras en los
lugares más áridos y aseguran que al examinar el suelo que produce la materia
inflamable no se percibe ninguna grieta. Este fuego que recuerda los
manantiales de hidrógeno o “Salse de Módena” (26), y los fuegos fatuos
de nuestros pantanos, n se comunica a la yerba, sin duda porque la columna de
gas que se desarrolla está mezclada con nitrógeno y ácido carbónico, y no arde
hasta su base. El pueblo por lo demás, menos supersticioso aquí que en España,
designa estas llamas rojizas con el extraño nombre de “alma del tirano Aguirre”
imaginando que el espectro de Lope de Aguirre, perseguido por los
remordimientos, anda errante en estos mismo países que habia mancillado con sus
crímenes.
El gran temblor de tierra de 1797
produjo algunos cambios en la configuración del placel de Morro Colorado, hacia
la boca del río Bordones. Levantamientos análogos se han observado cuando la
ruina total de Cumaná, en 1766. En esa
época, sobre la costa meridional del golfo de Cariaco, la Punta Delgada se
aumentó sensiblemente; y en el río Guarapiche, cerca de la villa de Maturín, se
formó un escollo, sin duda por la acción de los fluidos elásticos que han
dislocado y solevantado el fondo del río.
No seguiremos describiendo al detal
los cambios locales producidos por los diversos temblores de tierra de Cumaná. Para seguir un
plan conforme al fin que nos hemos propuesto en esta obra, trataremos de
generalizar las ideas y de reunir en un mismo cuadro todo lo que concierne a
estos fenómenos tan temidos y al mismo tiempo tan difíciles de explicar. Si los
físicos que visitan los Alpes de Suiza o las costas de la Laponia deben
subvenir a nuestros conocimientos sobre los glaciares y las auroras boreales,
podrá exigirse de un viajero que ha recorrido la América española que fije
principalmente su atención en los volcanes y terremotos. Cada parte del globo
tiene objetos de estudio particulares; y cuando no se puede esperar que se
adivinen las causas de los fenómenos de la naturaleza, debe por lo menos
procurarse descubrir sus leyes y distinguir, mediante la comparación de numerosos
hechos, lo que es constante y uniforme de lo que es variable y accidental.
Los grandes temblores de tierra que
interrumpen la larga serie de pequeños sacudimientos no parecen tener nada de
periódicos en Cumaná. Se han sucedido a 80, a 100 y aun en ocasiones a menos de
30 años de distancia, mientras que en las costas del Perú, por ejemplo en Lima,
no es posible desconocer cierta regularidad en las épocas de total ruina para
la ciudad. La persuasión de los habitantes en la existencia de ese tipo allí, influye
aún de una manera feliz en la tranquilidad pública y en la conservación de la
industria. Generalmente se tiene por cierto que es menester un espacio de
tiempo azas prolongado para que las mismas causas puedan obrar con la mima
energía; pero este razonamiento no es justo sino mientras tanto que se
consideren los sacudimientos como un fenómeno local, y que se suponga un foco
particular para cada punto del globo expuesto a grandes trastornos. Dondequiera
que se levanten nuevos edificios sobre las ruinas de los antiguos, escucharemos
decir a quienes se niegan a reconstruir, que la destrucción de Lisboa el 1º de
noviembre de 1755 fue pronto seguida de otra no menos funesta el 31 de marzo de
1761.
En opinión antiquísima y muy común en
Cumaná, Acapulco y Lima (28), que existe una relación sensible entre los
temblores de tierra y el estado de la atmósfera que precede a estos fenómenos.
En las costas de la Nueva Andalucía se inquietan cuando durante un tiempo
cálido con exceso y después de larga sequía deja de soplar la brisa de repente,
y cuando el cielo, estando sereno y despejado en el zenit, presenta cerca del
horizonte, a 6 u 8 grados de altura, un vapor rojizo. Bien inciertos son, sin
embargo, estos pronósticos; y cuando se tiene en mientes el conjunto de
variaciones meteorológicas en épocas en que el globo ha estado más agitado, se
comprende que las sacudidas violentas se efectúan igualmente en tiempos húmedos
y secos, con viento muy vivo y durante una calma absoluta y sofocante. De
acuerdo con el gran número de temblores de tierra que he presenciado al Norte y
al Sur del ecuador, en el continente y en la cuenca de los mares, en las costas
y a 2500 toesas de altura, me ha parecido que las oscilaciones son por lo
general azas independientes del estado anterior de la atmósfera. Participan de
esta opinión muchas personas instruidas que habitan en las colonias españolas
cuya experiencia versa, si no en mayor extensión del globo, por lo menos en
mayor número de años que la mía. Al contrario, en regiones de Europa en que los
temblores de tierra son raros en comparación con la América, los físicos se
inclinan a admitir una conexión íntima entre las ondulaciones del suelo y algún
meteoro que accidentalmente se presenta en la misma época. Así en Italia se
sospecha una relación entre el Siroco y los temblores de tierra, y en Londres
se miró la frecuencia de las estrellas fugaces y esas auroras australes
observadas después varias veces por el Sr. Dalton, como precursores de los
sacudimientos que se hicieron sentir desde 1748 hasta 1756 (29).
Los días en que la tierra es
perturbada por las violentas sacudidas no se altera en los trópicos la
regularidad de las variaciones horarias del barómetro. He verificado esta
observación en Cumaná, el Lima y en Riobamba; y es tanto más digna de llamar la
atención de los físicos cuanto que en Santo Domingo, en la ciudad de Cabo
Francés, se pretende haber visto bajar un barómetro de agua dos pulgadas y
media inmediatamente antes del temblor de tierra de 1770 (30). Refiérese así
mismo que cuando la destrucción de Orán se salvó un boticario con su familia,
porque observando por casualidad pocos minutos antes de la catástrofe la altura
del mercurio en su barómetro reparó que la columna mermaba de un modo
extraordinario. Ignoro si se puede dar fe a esta aserción; pero como es más o
menos imposible examinar las variaciones de peso de la atmósfera durante las
sacudidas mismas, es preciso contentarse con observar el barómetro antes o
después de verificarse esos fenómenos. En la zona templada las auroras boreales
no siempre modifican la declinación del imán y la intensidad de las fuerzas
magnéticas (31). Quizá también los temblores de tierra no obran constantemente de la misma manera sobre el
aire que nos rodea.
Parece difícil poner en duda que
lejos de la boca de los volcanes activos todavía, la tierra, entreabierta y
conmovida por sacudimientos, exhala de tiempo en tiempo emanaciones gaseosas en
la atmósfera. En Cumaná, como arriba hemos indicado, del suelo más árido se
elevan llamas y vapores mezclados con ácido sulfuroso. En otras partes de la
misma provincia vomita la tierra agua y petróleo. En Riobamba sale una masa
cenagosa e inflamable llamada “Moya”, de grietas que vuelven a taparse, y se
acumula en colinas elevadas. A siete leguas de Lisboa, cerca de “Colares”, se
vio, durante el tremendo terremoto del 1º de noviembre de 1755, que salían
llamas y una columna de humo espeso de la falda de las peñas de Alvidras, y,
según algunos testigos, de dentro del mar (32). Este humo persistió por varios
días, y abundaba más cuanto más fuerte era el ruido subterráneo que acompañaba
los sacudimientos.
Los fluidos elásticos derramados en
la atmósfera pueden obrar localmente sobre el barómetro, no ya por su masa, que
es pequeñísima en comparación con la masa de la atmósfera, sino porque en el
momento de las grandes explosiones se forma verosímilmente una corriente
ascendente que disminuye la presión del aire. Me inclino a creer que en la
mayor parte de los temblores de tierra nada se escapa del suelo conmovido, y
que allí donde se efectúan emanaciones de gases y vapores, estas preceden a las
sacudidas con menor frecuencia de lo que las acompañan y las siguen. Esta
última circunstancia de la explicación de un hecho al parecer indubitable,
quiere decir, de esa influencia misteriosa que en la América equinoccial tienen
los temblores de tierra sobre el clima y el orden de las estaciones de lluvias
y sequía. Si generalmente no obra la tierra sobre el aire sino en el momento de
las sacudidas, se comprende por qué es tan raro que un cambio meteorológico
sensible sea el presagio de estas grandes revoluciones de la naturaleza.
La hipótesis según la cual, en los
temblores de tierra de Cumaná, tienden a escaparse de la superficie del suelo
fluidos elásticos, parece confirmada por la observación del ruido temeroso que
se observa durante los sacudimientos a la orilla de los pozos en el “llano de
las Charas”. A veces son arrojadas el agua y la arena a más de 20 pies de
altura. No han escapado fenómenos análogos a la sagacidad de los antiguos que
en la Grecia y el Asia menor habitaban parajes llenos de cavernas, de grietas y
de ríos subterráneos. En su andar uniforme la naturaleza hace nacer por todas
partes las mismas ideas sobre las causas de los temblores de tierra y sobre los
medios con que el hombre, olvidando la medida de sus fuerzas, pretende
disminuir el efecto de las explosiones subterráneas. Lo que dijo un gran
naturalista romano de la utilidad de los pozos y de las cavernas, lo repiten en
el Nuevo Mundo los indios más ignorantes de Quito cuando muestran a los
viajeros los guaicos o grietas del Pichincha (33).
El ruido subterráneo tan frecuente
durante los temblores de tierra, no está la más de las veces en relación con la
fuerza de las sacudidas. En Cumaná constantemente las precede, mientras que en
Quito, y luego, a poco en Caracas y en las Antillas, se escuchó un ruido
semejante a la descarga de una batería mucho tiempo después de haber cesado los
sacudimientos. Un tercer género de fenómenos, el más notable de todos, es el
retumbo de estos truenos subterráneos que duran varios meses sin ser
acompañados del menor movimiento oscilatorio del suelo (34).
En todos los países expuestos a los
temblores de tierra se mira como causa y foco de las sacudidas el punto en que,
debido verosímilmente a una disposición particular de las capas pétreas, son
los efectos más sensibles. Créese así en Cumaná que la colina del Castillo de
San Antonio, y principalmente la eminencia sobre la cual está construido el
convento de San Francisco, encierran una cantidad enorme de azufre y otras
materias inflamables. Olvídase que la rapidez con que se propagan las
ondulaciones a grandes distancias, aún a través de la cuenca del océano, prueba
que el centro de acción está muy apartado de la superficie del globo. Sin duda,
por esta misma causa los temblores de tierra no se ciñen a ciertas rocas, como
lo pretenden algunos físicos, sino que todas son adecuadas para propagar el
movimiento. Para no salir del círculo de mi propia experiencia, citaré aquí los
granitos de Lima y Acapulco, el gneis de Caracas, el esquisto micáceo de la
península de Araya, el esquisto primitivo de Tepecuacuileo en México, las
calizas secundarias del Apeninos, de España, y de la Nueva Andalucía, y en fin
los pórfidos trapeanos de las provincias de Quito y Popayán (35). En estos
diversos lugares se conmueve frecuentemente el suelo con las más violenta
sacudidas; pero algunas veces, en una misma roca, las capas superiores oponen
obstáculos invencibles a la propagación del movimiento. De esta suerte, en las
minas de Sajonia, se ha visto a los obreros salir asustados por oscilaciones
que no se habían sentido en la superficie del suelo de Marienberg, en el
Erzgeburge.
Si en las regiones más alejadas unas
de otras participan al igual de los movimientos convulsivos del globo las rocas
primitivas, secundarias o volcánicas, tampoco se puede dudar de que, en lo
tocante a un terreno poco extenso, ciertas clases de rocas se oponen a la
propagación de los sacudimientos. En Cumaná, por ejemplo, antes de la gran
catástrofe de 1797, los temblores de tierra no se sentían sino a lo largo de la
costa meridional y calcárea del golfo de Cariaco hasta la ciudad de este
nombre, mientras que en la península de Araya y en la aldea de Manicuare no
participaba el suelo de las mismas agitaciones. Los habitantes de esa costa
septentrional, que está compuesta de esquisto micáceo, construían sus cabañas
sobre un terreno inmóvil; un golfo de cuatro a cinco mil toesas de ancho los
separaba de una llanura cubierta de ruinas y trastornada por los temblores de
tierra. Esta seguridad, fundada en la experiencia de varios siglos, ha
desaparecido desde el 14 de diciembre de 1797 nuevas comunicaciones parecen
haberse abierto en el interior del globo. Hoy se experimentan las agitaciones
del suelo de Cumaná no solo en la península de Araya, sino que el promontorio
de esquisto micáceo se ha convertido a su turno en un centro particular de
movimientos. Ya la tierra se estremece en ocasiones fuertemente en la aldea de
Manicuare, cuando se disfruta de la más perfecta tranquilidad en la costa de
Cumaná. Sin embargo de esto, el golfo de Cariaco tiene solamente sesenta u
ochenta brazas de profundidad.
Se ha creído observar que, ya sea en
los continentes, ya en las islas, están más expuestas a los sacudimientos las
costas occidentales y meridionales (36). Se enlaza esta observación a las ideas
que se han formado los geólogos largo tiempo acerca de la posición de las altas
cordilleras de montañas y de la dirección de sus faldas más escarpadas; más
la existencia de la Cordillera de Caracas y la frecuencia de las oscilaciones
sobre las costas orientales y septentrionales de Tierra Firme, en el golfo de
Paria, en Carúpano, en Cariaco y en Cumaná, prueban lo incierto de aquella
opinión.
En Nueva Andalucía, lo mismo en Chile
y en el Perú, las sacudidas siguen el litoral y poco se extienden al interior
de las tierras. Esta circunstancia, como pronto lo veremos, indica una íntima
relación entre las causas que producen los temblores de tierra y las erupciones
volcánicas. Si fuese el suelo más agitado sobre las costas, porque son las
partes más bajas de la tierra ¿Por qué no serían igualmente fuertes y
frecuentes las oscilaciones en esas vastas sabanas o praderas que apenas se
elevan 8 o 10 toesas sobre el nivel del océano, en los llanos de Cumaná, de
Nueva Barcelona, de Calabozo, del Apure y del Meta?
Los temblores de tierra de Cumaná se
conexionan con los de las Antillas Menores, y aún se ha sospechado que tienen ciertas
relaciones con los fenómenos volcánicos de la cordillera de los Andes (37). El
4 de febrero de 1797 experimentó el suelo de la provincia de Quito un trastorno
tal, que a pesar de la suma escasez de la población de aquellos países, cerca
de 40.000 indígenas perecieron sepultados bajo los escombros de sus casas,
tragados por las grietas o ahogados en lagos que se formaron instantáneamente.
En esa misma época los habitantes de las Antillas orientales fueron alarmados
por sacudimientos que no cesaron sino a los 8 meses, cuando el volcán de la
Guadalupe vomitó piedra pómez, cenizas y bocanadas de vapores sulfurosos. Esta
erupción del 27 de septiembre, durante la cual se escucharon prolongadísimos
mugidos subterráneos, fue seguida el 14 de diciembre por el gran temblor de
tierra de Cumaná (38). Otro volcán de las Antillas, el de san Vicente, ha
ofrecido hace poco un nuevo ejemplo de estas relaciones extraordinarias (39).
No había él arrojado llamas desde 1718, cuando las lanzó de nuevo en 1812. La
ruina total de la ciudad de Caracas, el 28 de marzo de 1812, precedió en 34
días a aquella explosión, y se sintieron violentas oscilaciones del suelo al
mismo tiempo en las islas y en las costas de Tierra Firme.
Ha largo tiempo se ha notado que los
efectos de los grandes temblores de tierra se propagan mucho más lejos que los
fenómenos que presentan los volcanes en actividad. Estudiando las revoluciones
físicas de Italia, examinando con cuidado la serie de erupciones del Vesubio y
el Etna, hay dificultad para reconocer, a pesar de la proximidad de estos
montes, las huellas de una acción simultánea. Al contrario, es indudable que
cuando las dos últimas ruinas de Lisboa, fue violentamente agitado el mar hasta
el nuevo mundo, por ejemplo, la isla de Barbada, alejada en más de 1200 leguas
de las costas de Portugal (40).
Varios hechos tienden a probar que las causas que producen
los temblores de tierra tienen un estrecho enlace con las que obran en las
erupciones volcánicas (41). Hemos sabido en Pasto que la columna de humo negro
y espeso que en 1797 salía del volcán próximo a esa ciudad hacía varios meses,
desapareció a la hora misma en que, 60 leguas al Sur, fueron derribadas las
ciudades de Riobamba, Ambato y Tacunga por una enorme sacudida. Cuando en el
interior de un cráter inflamado se sienta uno cerca de esos montículos formados
por deyecciones de escorias y cenizas, se siente el movimiento del suelo varios
segundos antes de efectuarse cada erupción parcial. Hemos observado este
fenómeno en el Vesubio, en 1805, al tiempo que la montaña lanzaba escorias
incandescentes; y de ello hemos sido testigos en 1802 en el borde del inmenso
cráter del Pichincha, del cual sin embargo no salían entonces sino nubes de
vapores de ácido sulfuroso.
Todo parece indicar en los temblores de tierra la acción de
los fluidos elásticos que buscan una salida para esparcirse en la atmósfera. En
las costas del mar del Sur esta acción se comunica a menudo casi
instantáneamente desde Chile hasta el golfo de Guayaquil, en un trecho de 600
leguas; y, cosa más notable aún, las sacudidas parecen ser tanto más fuertes
cuanto que el País está más alejado de los volcanes activos. Los montes
graníticos de la Calabria, cubiertos de brechas muy recientes, la cadena
calcárea de os Apeninos, el condado de Pignerol, las costas de Portugal y de
Gracia, las del Perú y Tierra Firme, ofrecen pruebas sorprendentes de esta
aserción (42). Diríase que el globo es agitado con tanta mayor fuerza cuantos
menos respiraderos ofrece la superficie del suelo que se comuniquen con las
cavernas de lo profundo. En Nápoles y en Mesina, al pie del Cotopaxi y del
Tungurahua, no temen temblores sino por todo el tiempo que los vapores y las
llamas no salen ya de la boca de los volcanes. En el reino de Quito, la gran
catástrofe de Riobamba, de que arriba hemos hablado, ha despertado aún la
idea en muchas personas instruidas, de
que aquel desgraciado país sería con menos frecuencia trastornado si el fuego
subterráneo lograse romper la cúpula porfídica del Chimborazo y si esta montaña
colosal se convirtiese en un volcán activo. Hechos análogos han conducido en
todos los tiempos a las mismas hipótesis. Los griegos, que atribuían como
nosotros, a la tensión de los fluidos elásticos las oscilaciones del suelo,
citaban en favor de su opinión la cesación total de sacudimientos en la isla de
Eubea ´por la abertura de una grieta en la llanura Lelantina (43).
Hemos tratado de reunir al fin de este capítulo los fenómenos
generales de los temblores de tierra en diferentes climas. Hemos demostrado que
los meteoros subterráneos están sometidos a leyes tan uniformes como la mezcla
de fluidos gaseosos que constituyen nuestra atmósfera. Nos hemos abstenido de
toda discusión sobre la naturaleza de los agentes químicos causantes de los grandes trastornos que de
tiempo en tiempo experimenta la superficie de la tierra. Basta recordar aquí
que esas causas residen a inmensas profundidades, y que es menester buscarlas
en las rocas que llamamos primitivas, y aun quizás debajo de la corteza terrosa
y oxidada del globo, en los abismos que encierran las sustancias
metaloides de la sílice, la cal, la sosa y la potasa.
Recientemente se ha intentado considerarlos fenómenos de los volcanes y
los de los temblores de tierra como efecto de la electricidad voltaica,
desarrollada por una disposición particular de estratos heterogéneos. No podría
negarse que a menudo, cuando se suceden fuertes sacudidas en el espacio de
algunas horas, la tensión eléctrica del aire aumenta sensiblemente en el
instante en que está más agitado el suelo (44); mas para explicar este fenómeno
no es necesario recurrir auna hipótesis que está en directa contradicción con
todo lo que hasta aquí se ha observado sobre la estructura de nuestro planeta y
sobre la disposición de sus capas pétreas.
NOTAS.
1.- Pelicano moreno de la talla del
cisne; Buffon, Pl, enlum., No 957, pelicanus fuscus, lin. (Oviedo, lib. XIV, c,
6).
2.- Reuniendo un gran número de experimentos hechos de
1799 a 1800, en diferentes estaciones, hallo que en el puerto de Cumaná, al
Norte del Cerro Colorado, el mar es, durante la bajamar 0º,8 más cálido que
durante la pleamar, cualquiera que sea la hora de la marea, Consignaré aquí la
observación del 20 de octubre que casi puede servir de tipo, y que ha sido
practicada en un punto de las costas en que el mar, a 150 toesas de distancia,
tiene ya de 30 a 40 brazas de hondo. A las 10 de la mañana: bajamar 26º,1; aire
cerca de la costa, 27º,4; aire, cerca de la ciudad, 30º; agua del Manzanares,
25º 2, a las 4 de la tarde; mar montante, 25º ,2. A las 4 de la tarde: mar
montante 25º ,3; aire cerca de la costa, 26º ,2; aire en Cumaná, 28º ,1; agua
del Manzanares, 25º ,7.
3.- Sobre la suma rareza de las plantas sociales entre
los trópicos, véase el Essal sur Géog, des plantes, p. 19, y una Memoria del
Sr. Brown, sobre las proteáceas (Trans of the Lin, Soc. vol. X, P. 1, p. 23) en
a que este gran botanista ha ampliado y confirmado con numerosos hechos mis
ideas sobre las asociaciones de los vegetales de una misma especie.
4.- A cinco pies del suelo. Estas medidas son de un
excelente observador, el Sr. Michaux.
5.- Inga spuria, que conviene no confundir con la Inga
común o Inga vera, Willd. (Mimosa Inga, Lin.), Los estambres blancos, en número
de 60 a 70, están adheridos a una corola verdosa, tienen un brillo sedoso y
rematan en una antera amartilla. La flor de la Guama tiene 18 líneas de largo.
La común altura de este hermoso árbol, que prefiere los lugares húmedos, es de
8 a 10 metros.
6.- Tuna macha. Se distinguen en la
madera del cactus las prolongaciones medulares como lo ha observado el Sr.
Desfontalnes (Jour. De Phys., t. XLVIII, P.153).
7.- Crotalus Cumanensis y C.
Leofflngli, dos especies nuevas. Véase mi Recueil d´Observ. Zoologiques, t. II,
p. 8.
8.- Esta elevación ser ha concluido
de la distancia zenital del mástil en que se pone el fuego que sirve de señal.
En la plaza mayor de Cumaná he hallado este ángulo, no corregido, por la
refracción de 83´02´10”, según el pleno topográfico de Cumaná levantado por el
Sr. Fidalgo en 1793, la distancia horizontal de la Gran Plaza al Castillo de
San Antonio, es de 220 toesas.
9.-
La verdadera causa del espejismo o de la refracción extraordinaria que
sufren los rayos, cuando se hallan superpuestas unas sobre otras capas de aire
de diferentes densidades, ha sido entrevista por Hooke. Véase sus Posth, Works,
p. 472.
10.- Esta clasificación data del
tiempo de Posidonio. Es la succusio y la inclinatio de Séneca (Nat.
Queste., lib. VI, c. 21). Pero los
antiguos habia ya notado juiciosamente que la naturaleza de las sacudidas es
demasiado variable para que se pueda ceñir en estas leyes imaginarias (Platón,
en Plut, de placit, pitos., lib. III, c. 15, ed. Reiske, p. 551).
11.-
Los Guaiqueríes de la Banda del Norte se consideran como de raza más
noble, porque creen que están menos mezclados con los indios chaimas y otras
castas cobrizas. Se distinguen de los Guaiqueríes del continente en la manera
de pronunciar el español, que lo hablan casi sin apartar los dientes. Señalan
con orgullo a los europeos la Punta de la Galera, llamada así a causa del bajel
de Colón que había fondeado en esos parajes, y al puerto de Manzanillo, donde
por primera vez juraron a los blancos en 1498 la amistad que jamás han violado
y que les ha hecho conceder, en estilo palaciego, el titulo de fieles.
12.- He aquí el resultado que he
sacado de los registros que me han facilitado los curas de Cumaná: nacimientos
del año 1798 en el distrito de Curas rectores, 237; en el distrito de Curas
castrenses, 57; en el arrabal de los Guaiqueríes o Parroquia de Altagracia,
209; en el arrabal de los Cerritos o parroquia del Socorro, 19. Total, 522. Se ve
por estos registros parroquiales la gran fecundidad de los matrimonios indios;
porque aunque el arrabal de los Guaiqueríes incluya muchos menos
individuos de otras castas, sorprende la
cantidad de niños nacidos en la orilla izquierda del Manzanares. Su número se
eleva a dos quintos del total de los nacimientos.
13.- He deducido esta distancia de
los ángulos de altura y los azimuts de varios edificios cuya altura habia
medido con cuidado. Del lado del río había, en 1800, desde la primera cabaña
del arrabal de los Guaiqueríes a la Casa Blanca, de don Pascual de Goda, 538
toesas; y de esa primera cabaña, al puente sobre el Manzanares, 210 toesas.
Algún día tendrán estos datos cierto interés, cuando se quiera conocer el
progreso de la industria y la prosperidad de Cumaná desde el principio del
siglo XIX.
14.- Rhizophora Mangle. El Sr.
Bompland volvió a encontrar en Playa Chica la Allionia Incarnata, en el mismo
lugar donde el infortunado Löfling, había descubierto este nuevo género de las
Nictagináceas.
15.- Los españoles designan con el
nombre de Dormideras (vegetales durmientes), el pequeño número de Mimosas de
hojas irritables al tacto. Hemos aumentado este número en tres especies antes
desconocidas de los botanistas, a saber: la Mimosa humilis de Cumaná, la M. pellita
de las sabanas de Calabozo y la M. dormiens de las márgenes del Apure.
16.- Vultur Aura, Lin.; Zamuro o
Gallinazo, el buitre del Brasil, de Buffón. No podría resolverme a adoptar
nombres que designan, como propios de un solo país, animales que pertenecen a
todo un continente.
17.- Si el cerro del Bergantín está
alejado efectivamente de Cumaná en 24 millas o 22.800 toesas, como lo indica el
mapa del Sr. Fidalgo publicado por el Depósito Hidrográfico de Madrid en 1805,
ángulos de altura que tomé en Playa Grande dan a ese cerro 1255 toesas de
altura. Pero este mismo mapa, menos exacto para las posiciones alejadas de las
costas que para las costas mismas, asigna a la ciudad de Cumanacoa una latitud
de 10º ,5 mientras que esta es, según mis observaciones directas, de 10º
16´11” (Obs, astron., t, I, p.96) Si esa
posición demasiado meridional influye en la del Bergantín, es preciso concluir
que esta cima es mucho menos elevada. Ella se presenta en Playa grande bajo un
ángulo de altura corregido por la refracción de la curva de la tierra, 3º
6´12”. Otros ángulos apoyados en una base de 196 toesas medidas en un terreno
en que las aguas se han posado largo tiempo, me hicieron creer que la altura y
la distancia del Bergantín no son mucho más de 800 toesas, y de 14 a 16 millas:
pero no se puede tener confianza en una base tan corta, y en una operación cuyo
objeto no era la medición del Bergantín.
18.- Las Montañas Azules de la Nueva
Holanda, las Camarthen y Lansdown, no son ya visibles, en tiempo sereno, más
allá de 50 millas de distancia (Perón, Voyage aux Terres australes, p. 389).
Suponiendo de medio grado el ángulo de altura, la altura absoluta de esas
montañas sería cosa de 620 toesas.
19.- Chacra, por corrupción chara,
choza o cabaña cercada por una labranza.
La voz Ipure tiene la misma significación. Nota de Ramón Badaracco. No es así.
Chara es nombre indígena de una especie pequeña de castaña que se daba mucho en
esa zona de Cumaná. El nombre de “Ipure” también indígena, se le da a las
charas rio Manzanares o Cumaná, aguas arriba, que tienen parte en los
cerros.
20.- Estas tres elevaciones llevan el
nombre de Mesas. Una llanura inmensa se alza insensiblemente rodeada de
laderas, sin mostrarse apariencia alguna de cerros o collados.
21.- Bajo del Morro Colorado. Hay de
una y media a tres brazas en este bajío, mientras que más allá de los varales
hay 18, 30 y aún 38. Los restos de una antigua batería situada al Nornoreste
del Castillo de San Antonio, muy cerca de este último, sirven de marca para
evitar el placel del Morro Colorado. Hay que virar de bordo antes de que esta
batería tape un monte muy elevado de la península de Araya, el cual ha sido
determinado por el Sr. Fidalgo, desde el castillo de San Antonio, N, 66º 30´E., a 6 leguas de distancia. Si se descuida esta
maniobra, se arriesga encallar, tanto más cuanto que las alturas de Bordones
roban el viento al barco que se dirige a puerto.
22.-
Buffon, Hist, nat, oiseaux, t, l, p, 114.
23.- Fue el primer nombre dado a la
ciudad de Cumaná (Girolano Benzoni, Hist. Del Mondo Nuovo, pp. 3, 31 y 33)
(Nota. Ocampo se estableció lejos de la Nueva Córdoba y construyó un campamento
al cual dio el nombre de Nueva Toledo, duró muy poco tiempo; este campamento
jamás sustituyó a la Nueva Córdoba. El primer nombre de Cumaná fue “Puerto de
Perlas”, desde 1504. Ramón Badaracco. Cronista oficial de Cumaná). Jácome Castellón había llegado de Santo
Domingo en 1521, después de la aparición que el famoso Bartolomé de Las Casas
había hecho en estas comarcas. Leyendo con atención las relaciones de Benzoni y
de Caulín, se ve que el fuerte de Castellón estaba construido cerca de la boca
del Manzanares (alla ripa del flume de Cumaná), y no, como lo han afirmado
algunos viajeros modernos, en el monte donde hoy se halla el castillo de San
Antonio (Caulin, Hist. Corográfica, p. 126)
24.- Herrera. Descripción de las
Indias, p. 14.
25.- En la mesa de Caris, al Norte de
Aguasai y en la Mesa de Guanipa, lejos
de los Morichales, que son los sitios húmedos donde vegeta la palmera Mauritia.
26.- Breislak, Geología, t, II, p.
284.
27.- Cuando en Cumaná y en la isla de
Margarita pronuncia el pueblo la palabra “tirano” es siempre para designar al
infame López de Aguirre, quien después de haber tomado parte en 1560 en el
motín de Fernando de Guzmán contra Pedro de Ursúa, gobernador de los Omeguas y
el Dorado, se dio a sí mismo el título de El Traidor. Bajó con su banda por el
río de las Amazonas y llegó, por una comunicación de los ríos de la Guayana, de
la cual hablaremos adelante, a la isla de Margarita. El puerto de Paraguache
lleva todavía en esta isla el nombre de Puerto del Tirano.
28.- Aristóteles, Meteor., lib. II
(ed. Duval. T. I. p. 708). Séneca. Nat. Quaest., lib.VI, c. 12.
29.-
Phil. Trans., t. XLVI, pp. 642, 663 y 743. El aspecto de estos meteoros inspiró casi al mismo tiempo a
dos sabios distinguidos teorías diametralmente opuestas. Hales, fijándose en
sus experimentos sobre la descomposición del gas nitroso cuando entra en
contacto con el aire atmosférico, imaginó una teoría química según la cual los
temblores de tierra eran efecto “de una pronta condensación de exhalaciones
sulfurosas y nitrosas” (ib., p. 678), Stuckeley, familiarizado con las ideas de
Franklin, sobre la distribución de la electricidad en las capas de la atmósfera,
consideró el movimiento oscilatorio de la superficie del globo como efecto de
un choque eléctrico que se propaga del aire a la tierra (Ib., p. 642). Según la
una y la otra de estas teorías, se admitía la existencia de una gran nube negra
que separaba capas de aire desigualmente cargadas de electricidad o de vapores
nitrosos y esta nube había sido vista en Londres en el momento de las primeras
sacudidas. Cito estas fantasías para recordar a cuantos errores se está
expuesto en física y en geología si en lugar de apoderarse del conjunto de los fenómenos se hace
hincapié en circunstancias accidentales.
30.- Currejolles, en el Journ, de
Phys., t. LIV. P. 106. Este descenso no corresponde a 2 líneas de mercurio. El
barómetro permaneció asaz inmóvil en Pignerol, en abril de 1808 (Ib., t. LXVII,
p.292).
31.- Tuve oportunidad de observar,
junto con el Sr. Oltmanns, en Berlín, la noche del 20 de diciembre de 1806, un
cambio de intensidad magnética. El punto de convergencia de los rayos de la
aurora boreal fue determinado astronómicamente por azimuts (Gilbert, Annalen,
1811, p. 274).
32.-
Phil. Trans., t. XLIX, p. 414,
33.-
In puteis est remedium, quale et crebri specus praebent: conceptum enim
spiritum exhalant: quod in certis notatur oppidis, quae minus quantintur,
crebris ed eluviem cuniculis cavata. Plinio, lib. II, c. 82 (ed.Par. 1723, t. I. p.112). Todavía
hoy día, en la capital de santo Domingo, se cree que los pozos disminuyen la
violencia de las sacudidas. Observaré con este motivo que la teoría de los temblores
de tierra emitida por Séneca (Nat. Quaeste., lib. VI. C. 4-31) contiene el
germen de todo cuanto se ha dicho en nuestros tiempos sobre la acción de los
vapores elásticos encerrados en lo interior del globo (Compárece Michell, en
las Phil. Trans., t. II. P. 566-634; y Tomás Young, en Rees. New
Cyclopaedia, vol. XII,
p. 2. Art. Earthquake).
34.- Los bramidos y truenos subterráneos
de Guanajuato serán descritos a continuación de esta obra (Nouv-Espa.). El
fenómeno de un ruido sin sacudidas habia sido ya observado por los antiguos
(Aristóteles, Meteor., lib. II. Ed. Duval, p. 802. Plinio, lib. II. c. 80).
35.- Hubiera podido añadir a esta
lista de rocas secundarias los yesos de novísima formación, por ejemplo, el de
Montmartre, colocado encima de una
caliza marina que es posterior a la creta. Véase, sobre el temblor de
tierra sentido en París y en sus cercanías, en 1681, las Mem. De l´Academie, t.
I. p. 341.
36.- Courrejolles, en el Journ. De
Phys., t. LIV. P. 104.
37.-
Véase mi Cuadro geológico de la América meridional, Journ. De Phys., t.
LIII, p. 58.
38.- Raport fait aux generaux Victor
Hugues et Lebas, par Amie, Peyre, Hapel, Fontelliau et Codé, charges d´examiner
la situation du volcán de la Basse Terre, et les effets qui ont eu lieu dans la
nuit du 7 au 8 vendimiaire an 6, p. 46. Esta relación de una ascensión hecha a
la cima del volcán contiene muchas observaciones curiosas. Fue impresa en la Guadalupe en 1798.
39.-
Letter of M. Hamilton to Sir Joseph Banks, 1813. La erupción comenzó el 30 de abril de 1812; fue
precedida de temblores de tierra que se repitieron durante once meses (Phil.
Trans ., 1785. P. 16).
40.- El 1º de noviembre de 1755 y el
31 de marzo de 1761. Durante el primero de estos terremotos inundó el océano,
en Europa, las costas de Suecia, de Inglaterra y de España; en América, las
islas Antigua, Barbada y Martinica. En Barbada, donde no tiene generalmente las
mareas más de 24 a 28 pulgadas de alto, las aguas se elevaron a veinte pies en
la bahía de Carlisle. Se pusieron al mismo tiempo “negras como la tinta” sin
duda porque se habían mezclado con petróleo o asfalto que abunda en el fondo
del mar, tanto en las costas del golfo de Cariaco como cerca de la isla de
Trinidad. En las Antillas y en varios lagos de Suiza, este movimiento
extraordinario de las aguas fue observado seis horas después de la primera sacudida
que se sintió en Lisboa (Phil. Trans., vol. XLIX, pp. 403, 410, 544, 668: Ib.,
vol. LII. P. 424) En Cádiz se vio venir de alta mar, a 8 millas de distancia
una montaña de agua de setenta pies de alto, que se arrojó impetuosamente sobre
las costas y7 arruinó gran número de edificios, parecida a la onda de 84 pies
de alto que el 9 de junio de 1586 cuando el gran terremoto de Lima habia
cubierto el puerto de Callao (Acosta, Hist Natural de las indias ed. De 1591,
p.123). En el lago Ontario, de la América septentrional, se habían observado
fuertes agitaciones del agua desde el mes de octubre de 1775. Prueban estos
fenómenos comunicaciones subterráneas a enormes distancias. Comparando las
épocas de las grandes ruinas de Lima y Guatemala, que generalmente se suceden a
grandes intervalos, se ha creído reconocer a veces el efecto de una acción que
se propaga lentamente a lo largo de las cordilleras, ora de Norte a Sur, ora de
Sur a Norte (Cosme Bueno, Descripción del Perú, ed. De Lima, p. 67) He aquí
cuatro de esas épocas notables…
México (Lat. 13º 32´ N. ) Perú (Lat. 12º 2´ S. )
30
noviembre 1577 17 junio 1578
4
marzo 1679 17 junio 1678
12
febrero 1689
10 octubre 1688
27 septiembre 1717
8 febrero 1716
Confieso que cuando las sacudidas no
son simultaneas, o que no se suceden en intervalos de poco tiempo, da mucho que
pensar sobre la pretendida comunicación del movimiento.
41.- La conexión de estas causas, ya
reconocida por los antiguos maestros, chocó de nuevo a los espíritus, en la
época del descubrimiento de la América (Acosta, p. 121) No solamente ofreció
este descubrimiento nuevas producciones a la curiosidad de los hombres, sino
que también dio auge a sus ideas sobre la geografía física, sobre las
variedades de la especie humana y sobre las migraciones de los pueblos. Es
imposible leer las primeras relaciones de los viajeros españoles, sobre todo
del jesuita Acosta, sin quedar a cada momento sorprendido por esa feliz
influencia que han ejercido sobre los progresos de las luces en Europa el
aspecto de un gran continente, el estudio de una naturaleza maravillosa y el contacto
con hombres de razas diversas. El germen de un gran número de verdades físicas
se halla en las obras del siglo XVI y ese germen habría fructificado si no lo
hubiesen ahogado el fanatismo y la superstición.
CARTAS DESDE CUMANÁ.
Cumaná, 16 (17) de julio de 1799
Con la misma ventura que llegamos a
la vista de los ingleses en Tenerife hemos terminado nuestro viaje marítimo. En
el camino he trabajado mucho y recogido observaciones, sobre todo astronómicos.
Nos quedaremos algunos meses en Caracas; (18) de entrada estamos aquí en el más
divino y rico país. Plantas maravillosas; gimnotos,
tigres, armadillos, monos, loros y cantidad de indígenas semisalvajes, raza
humana muy bella e interesante. Caracas, a causa de la proximidad de montañas
nevadas, es el lugar más fresco y más sano de América, un clima como el de
México, y a pesar de haber sido recorrido por Jacquin, es una de las partes del
mundo más desconocidas todavía, apenas se penetra un poco en el interior de las
montañas. Aparte el encantamiento de
semejante naturaleza (Desde ayer no hemos encontrado un solo ejemplar vegetal o
animal de Europa), nos decide completamente a quedarnos en Caracas – a dos días
de viaje de Cumaná por agua- la noticia de que, en estos mismos días deben
atravesar estas regiones navíos de guerra ingleses. De ahí hasta La Habana
tenemos solo un viaje apenas de 8 a 10
días; y como todos los convoyes europeos abordan aquí, los contactos son
fáciles aparte de las ocasiones privadas. De setiembre a octubre el calor es
precisamente de los más perniciosos en Cuba. Pasamos aquí ese tiempo en la
frescura y una atmosfera más sana; hasta se puede dormir al aire libre.
Un antiguo comisario de la marina que
vivió mucho tiempo en parís, en santo Domingo y en Filipinas, vive igualmente
aquí con una negra y dos negros. Hemos alquilado por 20 piastras al mes una
casa agradable toda nueva con dos criadas negras una de las cuales se ocupa de
cocinar. Aquí no falta comida; desgraciadamente no se encuentra todavía nada
que se parezca al pan, la harina y los bizcochos.
La ciudad está aún medio hundida en los
escombros, porque el terremoto de Quito, el famoso de 1797, ha destruido
también a Cumaná, (19) La ciudad está situada en un golfo, tan bello como el de
Tolón, detrás de un anfiteatro de 5 a 8.000 pies de altura, rodeado de montañas
adornadas de bosques. Todas las casas están construidas en Sina blanco y en
madera de atlas, a lo largo del riachuelo (río de Cumaná) que es como el Sale
en Jena, se encuentran siete conventos, con plantaciones que recuerdan
verdaderos jardines ingleses.
Fuera de la Ciudad habitan los indios
cobrizos, cuyos hombres andan casi desnudos; las chozas son de bambú
adornadas de palmas de coco. Entré en
una de esas chozas,
La madre estaba sentada con sus
hijos, sobre ramas de coral a guisa de asientos, que arroja al mar; cada uno
tenía ante sí un coco, a modo de plato, en el cual comían pescado. Las
plantaciones son abiertas, y se entra y sale libremente; en la mayoría de las
casas no se cierra la puerta ni siquiera de noche: así es de dócil la
población. Aquí hay asimismo más indígenas auténticos que negros.
¡Que árboles! Cocoteros de 50 a 60
pies de altura, la Poinciana pulcherrima con ramilletes de un pie de altura de
flores de un rojo vivo magnífico; plátanos y una masa de árboles con hojas
monstruosas y flores perfumadas de tamaño de una mano, de las que no sabemos
nada. Solo recalco que este país es tan desconocido que un nuevo género que
Mutis (Ver Cavanilles, Icones, tom. IV) ha publicado hace solo dos años, es un árbol de gran sombra de 60
pies de altura. ¡Estuvimos tan felices de encontrar ayer esta magnífica plata
(Tenia estambres de un dedo de largo) ¡Que numerosas son también las plantas
más pequeñas aún no examinadas! Y qué colores poseen los pájaros, los peces,
hasta los cangrejos (azul cielo y
amarillo)! Hasta ahora nos hemos paseado como locos; en los tres primeros días
no pudimos decidir nada, porque se rechaza un tema para interesarse por otro.
Bompland asegura que se volverá loco si no terminan pronto de aparecer las
maravillas.
Pero lo que es más bello aún que estas maravillas vistas particularmente, es la impresión que
produce el conjunto de esta naturaleza vegetal poderosa, exuberante, y sin
embargo tan dulce, tan fácil, tan serena. Siento que sería muy feliz aquí y que
esas impresiones me alegrarán frecuentemente todavía en lo porvenir.
No se aún cuanto tiempo me quede;
tres meses, pienso, aquí y en Caracas; pero también puede ser por más tiempo.
Hay que aprovechar lo que se tiene entre las manos. Si el invierno termina aquí
el mes próximo y si el tiempo se vuelve muy caluroso, induciendo al ocio,
posiblemente haga un viaje a la desembocadura del Orinoco, llamada Boca del
Drago, hacia la cual parte de aquí una ruta segura y bien trazada. Hemos cruzad
ante esa desembocadura: ¡Es un terrible encuentro de aguas!
La noche del 4 de julio he visto por
primera vez y enteramente clara La Cruz del Sud.
AL BARON FORELL. Cumaná 16 de julio.
Señor barón, Espero que las breves líneas que os
he escrito en Tenerife con fecha 25 de junio os hayan llegado. Donde os digo
que he estado en el cráter del famoso
del volcán del Teide; que he
gozado del imponente espectáculo al subir has 1904 toesas en medio de los
mares; envié a C. Clavijo, una pequeña colección de minerales para usted, que prueban que el
cerro es una montaña de basalto, Porphyrschiefer y Obsidian porphyr que (como
la formación basáltica de Portugal) reposa sobre la piedra calcárea; piedra
pómez cuyo origen se atribuía antiguamente al feldespato, no es más que la
obsidiana descompuesta por el fuego… El aire atmosférico de la cima del pico.
que he analizado, no contenía (tendréis la gentileza de participárselo a
nuestro amigo Proust) más que 0,18 de oxígeno. Mientras que el aire de la llanura tenía 0,27, (20) (na embarcación que parte para la España y
que se pone a la vela hoy mismo, me obliga a escribiros estas líneas con la
misma premura que en Tenerife. Pero es u7n deber tan caro y sagrado para mí, -
el testimonio la seguridad de mi adhesión y un reconocimiento sin límites- que
debo al menos daros una señal de vida.
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