sábado, 8 de octubre de 2016

BARRIO DE SAN FRANCISCO DE CUMANÁ



RAMÓN BADARACCO



                                                     


 BARRIO DE SAN FRANCISCO CUMANÁ.









CUMANÁ, 2009














Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero.
Que firma Ramón Badaracco.
Copyright R. B.  2013
Primera edición 1995
Segunda edición 2013
Hecho el depósito de ley

Titulo original: BARRIO DE SAN FRANCISCO CUMANÁ

Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta  R. B.
Ilustración de la cubierta  R. B.
Telf. 0293-4324683 – cel. 0416-8114374



















BARRIO DE  SAN   FRANCISCO DE CUMANÁ.



Este barrio está lleno de historias de personajes y anécdotas, muchas de ellas las escuché en las tertulias que se formaban después de las siete de la noche frente a mi casa de San Francisco, cuando se reunían con papá, entre otras personas, Don Alberto Sanabria, Andrés Bruzual, Arturo Torres, Laureano Frontado, Luis Beltrán Sanabria, el Dr. Minguet, Manuel Isidro Badaracco y Don Ramón Madriz Sucre.

Antes de estas tertulias que conocí, mi padre da razón de otras en las cuales intervenían; “José Antonio Ramos Sucre, imberbe pero ya sabio, erudito a la manera de Menéndez Pelayo, Juan Miguel Alarcón, inspirado y romántico, el de las Rimas de Oro, José Fernando Núñez, verdadero bohemio que deliraba en versos, los hermanos Julián y Andrés de La Rosa, atildados, generosos, cultivadores de la métrica, Antonio Rafael Machado, satírico tremendo de la pluma y tinta, Rafael Antonio  Varela, de raras elucubraciones, Pedro Milá González, un atormentado retraído” y su “Alter Ego” Ramón David León, y otros…”

Nació y creció entre el Convento de San Francisco, el Castillo de Santa María de la Cabeza, el rio Manzanares y el castillo de San Antonio de la Eminencia. La fecha aproximada de la reconstrucción del Convento y por lo tanto de cuando se inició el Barrio, es de la Cédula Real de 25 de marzo de 1651.

Cuando yo era pequeño, las ruinas del Convento y el Cerro de la Línea, nos amurallaban. Por detrás del Convento se extendían las Charas de Cumaná, especie de paraíso donde los muchachos desarrollaban todas sus aptitudes. Fincas llenas de frutos y árboles silvestres.

Mi padre cita de los árboles: las guamas, cocales y mángales infinitos; especies forestales, muchas de las cuales extinguidas, como la Chara, que les da el nombre,  el Espinoso Pacurero, que se usaba para hacer bastones por lo fácil que era modelarlo al fuego; el Pachaco, Alatrique, Pariola, Pavorreal, Paují, Bobo, el duro Roble de esa especie cumanesa que aún podemos admirar, el Gallito o bucare que adornaba las riberas del Manzanares, Acacia, Candil, Copey, Aceitepalo, Manzanillo, Chaguararey, Caimito, Vera o Palosano, Cedro, Cautaro, Pardillo, Morao, Araguaney, Guayacán, Apamato, etc.

Entre los arbustos, cita el Caituco, Merey, Castaño, Guariare, y entre los frutales se encontraban guayabas, poncigué, melones de olor, patillas, hijos de cardón rojos y blancos, macos, cotoperíes, pirichaguas, pitahallas, mayas, curucujuros, chiguichigues, pichigueyes, charas, purgos, guapos, hícaros... y los pájaros: chirulíes, coloraditos, piquitos de plata, pericos, loros, paraulatas, azulejos, barriguitas, colibríes, pespés, gonzalitos, turpiales, moriches, arrendajos, golondrinas pequeñitas, cardenales, guacharacas, pizcuas, lechuzas, aguaitacaminos, angoletas, garrapateros, potoquitas, chocolateros, guaramas, guaramitas, palomas de monte, tordos, torditos y el cristofué… Luego el camino para Cumanacoa, las montañas azules e infinitas de la sierra de Bergantín, y el caudaloso Manzanares. 

San Francisco era la Plaza Ribero y la de Quetepe, la calle Sucre desde el Convento hasta el Castillo Santa María de la Cabeza. La Calle   de las Flores, Úrica hasta sus límites con Bajo Seco, la Lunetas y la calle del Cementerio hoy Badaracco Bermúdez. 

No nos proponemos contar la historia del Convento y sus clérigos; ni la del Castillo y la iglesia de Santa Inés, el cementerio de Quetepe, o de la Plaza Rivero, y otras cosas reservadas a otros estudios. Esta crónica, como la de la calle Bolívar, va dirigida a las familias.

Mamá llega a San Francisco después del terremoto de 1929, y recuerda a todas esas familias y personas que vivieron en esa época en el barrio  con sus alegrías y tristezas.

Para 1929, frente a la plaza Rivero, por el lado de la calle Sucre, vivían los Tobardía, los Badaracco y los Silva Zavala, que eran sus vecinos.

Otras familias de San Francisco, que estudiaremos son: Los Rojas, Bermúdez, Berrizbeitia, Aristeguieta, Bruzual, Valera, Silva Carranza, Falcón, Neri, Beauperthuy, Minguet, Sanabria, de La Rosa, Lares, Rodríguez, Tucker, Villalba, Noya, Acuña, Suárez, Moi, Cordero, López, Juliac, Chópite, Mayobre, Inserny, Torres, Meaño, Centeno, Fariñas, Bastardo, Cuerda, Núñez, Peretti, Carmona, Maíz, Guerra Olivieri, Ortiz y otros que luego veremos.

Nos ocuparemos primero de los vecinos. La casa que ocuparon los Tobardía fue la sede del Tribunal Eclesiástico, la famosa Inquisición. El General Tobardía vino a Cumaná precedido de fama de hombre de acción, y era el jefe de las fuerzas del Gobierno que el 11 de Agosto de 1929, enfrentó al General Román Delgado Chalbaud, y sus distinguidos acompañantes: Generales Rafael María Carabaño, Francisco Linares Alcántara y Luis López Méndez; y los Coroneles Francisco Angarita Arvelo, Luis Pimentel, Edmundo Urdaneta, Roseliano Pérez, Max Gil y Rafael Vegas, y el Dr. Carlos Julio Rojas, el Br. Armando Zuloaga Blanco y José Ramón Frontado, que murió de un certero disparo en la frente, al bajar de la lancha, llevando la bandera de la revolución, y  el estudiante Zuloaga Blanco, que cazaron en la Avenida Bermúdez. Pedro Elías llegó con tres horas de retraso, perfectamente justificables en una campaña de esta naturaleza, se imponía la espera por parte de Chalbaud. Conocía la magnitud del desastre se replegó con sus fuerzas y se mantuvo a la expectativa, reorganizándose, hasta el 13 de agosto, cuando atacó por varios frentes, y en el Parque Ayacucho, unido a las fuerzas comandadas por Pánfilo Castro, Juan de Dios Gómez Rubio, y Agustín Rodríguez Córdoba, derrotó al gobierno y tomó la plaza. 

Cuando se fueron los Tobardía, la casa la ocupó Bartolomé Inserny Noya, su esposa Lastenia y sus hijos Arcadio y Evaristo. Luego ocuparon esta casa los esposos Altuve-Aristeguieta. Los otros vecinos fueron Pedro Rafael Silva, María Zavala y sus hijas, entre las cuales Emira, fue inmortalizada por Sergio Martínez en un vals; y Nieves, a quien el Dr. Badaracco dedicó unos maravillosos pitorreos. Estas bellísimas mujeres, conjuntamente con Carlota, María Pina, Inés y Luz Badaracco, Rosario, Trina y Mireya Madriz, Lolita Bruzual, y Zoila Rosa Aristeguieta, llenaron de belleza a Cumaná de principios de siglo, que era la Cumaná de la música, del teatro, la poesía y el periodismo. De ellas Nieves Silva Peroné, conservó con mi madre, una amistad fraterna, hasta su muerte. Esta casa, el siglo pasado, perteneció a la familia de Pedro José Rojas, tal vez el periodista más importante de Venezuela de todos los tiempos, se inició en Cumaná como director de “El Manzanares” en 1843, y en Caracas, continuó su labor periodística con “El Independiente”. Ramón J. Velásquez, actual Presidente de la República, dice que el político venezolano que no lea a Pedro José Rojas no puede saber nada de política venezolana.

Mi padre amaba este barrio. Todas las mañanas lo recorría; conocía por su nombre a los parroquianos, entraba a todas las casas llevando alegría con su presencia, compraba arepas, empanadas, pasteles, huevos, cambures, mangos, uvas, chirimoyas, ciruelas, gallinas, conejos, cualquier cosa, él compraba todo lo que le ofrecían.

Observar a papá cuando se vestía para salir en la mañana era todo un poema; su traje blanco de lino inglés, su franela de algodón, camisa blanca,  corbata negra, sombrero Borsalino, marrón o gris, sus zapatos sin trenzas, un modelo especial que fabricaba Juan Gómez, el mejor zapatero de Cumaná. Papá era un hombre alto, con una hermosa cabeza calva. Atildado, de paso largo y sereno; además era un sabio, tal vez lo diga por lo mucho que lo amé, y tal vez porque era cierto.

Se detenía un rato en la placita Ribero, muchas veces a conversar con Don Andrés Bruzual; que abría muy tempranito la jabonería “Las Espadas” instalada en las ruinas del viejo convento de los franciscanos. Recorríamos la calle Las Flores dando los buenos días a los madrugadores de siempre, luego nos deteníamos en la bodega de Ño Mundo, para saborear el cafecito caliente y las empanadas de cazón, ocho por un bolívar.

Subíamos por la calle” El Chispero” y llegábamos a la chivera de Jerónimo, al pie de cerro del Antillano; íbamos hasta el corral y nos deleitábamos con el chorro de leche contra el cántaro de peltre. Recuerdo que Cruz Manuel Badaracco, mi tío, construyó para papá, un palomar que alzamos en la parte más alta del cerro “Miramar” y a los pocos días estaba repleto de palomas. También había muchas gallinas. Comprábamos un real de maíz en la bodega de Agustín Acuña, cuatro centavos el kilogramo. En este recorrido mañanero, nos acompañaban otros muchachos de San Francisco, Luis Amadeo Ciliberto, Jesús y Cheché Torres, Francisco José  Chópite, y a todos nos gustaba echarle maíz a las gallinas, entre los cardones, guazábanos y tunas. Papá construyó un  riego y fomentó un conuco. Primero construyó una casita para el Manco, un hombresote que desde entonces se encargó de cuidar y sembrar de cuanta cosa se le ocurría; y después mi padre, construyó muchas casas más. Juan Morocho las hizo todas, cantaba y trabajaba desde las cinco de la mañana, se sabía todos los galerones y los que no sabía los inventaba. Ese barrio maravilloso de Miramar, se construyó en los terrenos de papá, nunca hizo nada por impedirlo.


Recordar a la gente de San Francisco de mi tiempo, es un ejercicio lleno de nostalgias y gratísimas emociones, y cuando a este recuerdo contribuye nada menos que Don Víctor Díaz, mi viejo amigo de la infancia, que es la memoria histórica de nuestro barrio, entonces este ejercicio se convierte en poesía; vamos a intentar entrar con él en todas las casas de San Francisco de principios del siglo XX. Comencemos por la Calle Úrica, columna vertebral del barrio:

En la esquina de la calle Sucre con Úrica, estaba la bodega de Don Pablo Aristimuño, que antes fue de Tomás Díaz, y mucho antes fue la Jefatura Civil de Santa Inés, por cierto Jesús Ramón Villafañe recuerda una vez que el maestro Silverito le dio un bastonazo al Jefe Civil que era Antonio José Silva, porque recostado de la pared le echó humo en la cara.

Estas bodegas eran el centro de reunión de la muchachada sanfracisquera a la hora de la merienda y también a la hora de los juegos de pelota, cuando Don Pablo prendía el Philco. Cómo podemos olvidar la jalea de mango, las delicadas, los bocadillos de guayaba, plátano y arroz, de las hermanas Bruzual; los huevos rusos, piñonatos, coquitos, turrones de coco, piña y lechosa, la torta burrera, el sánduche de cambur y casabe, esas eran las maravillas culinarias de la época; y las travesuras de la muchachada, los juegos de pichas, trompo, policía librado, la candelita; y en el río, quesele, panchojolo, toma la bala y no la des; y como no recordar al terrible Luis José Chópite, una vez simuló un asalto a Don Pablo, con un plátano. A eso de las 9 de la noche, cuando Don Pablo, con la puerta entreabierta, contaba el sencillo sobre el mostrador, Luis José entró sigilosamente y le dijo: ¡Manos arriba!, poniéndole el plátano en la frente. Pero el bodeguero se percató del fiasco. El recuerdo de este atrevimiento, que se han mantenido en secreto hasta ahora, nos ha proporcionado siempre sabrosos ratos de alegría. Úrica es la calle de Ismael y Amador Sanabria; del sabio Bachiller Luis Beltrán Sanabria, director del Liceo Antonio José de Sucre, de su esposa, Isabel Tucker y sus hijos Gustavo, profesor de inglés, Enrique, abogado eminente y honesto, Rosario y Luisa Elena; y las beatas Luisa Rosario y Macheché Sanabria. Don Julio Chópite con doña Carmen y sus hijos: Julito, Luis José y Francisco José, médico graduado en España, murió muy joven en un terrible accidente de tránsito, y sus bellas hijas, Irma y Rosario. Las Aguilarte, Ofelia y María Teresa, que tenían una escuelita de primeras letras, en esa casa también vivió mi amigo el profesor Antonio Lemus Pérez, de grato recuerdo. Su padre Don Antonio Lemus, fue un ejemplo de bondad, y las damas de esa distinguida familia; el Dr. Pérez Velásquez, que fue presidente de la federación de Médicos; María, la querida y eficiente enfermera y la maestra Corina de muchas generaciones; ahora la casa es una oficina de las arquitectas Cordero y Villegas. La familia de Rafael José Neri, donde se destacan el Dr Rafael José, médico y político de trayectoria destacada, ex rector de la Universidad de Venezuela, médico de Rómulo Betancourt; atendió en sus últimos momentos al poeta de América, nuestro Andrés Eloy Blanco, después del trágico accidente en México; y dejó escrito para la posteridad un documento dramático sobre este penoso suceso; y Nerio Neri, Ministro de Luis Herrera, presidente de la CANTV, construyó en Cumaná el edificio de la calle Montes, y la urbanización Santa Catalina, asociado con Domingo Mariani y Simón Berrizbeitia. Los Estaba, Gerardo, Gregorio y Luis, todos profesionales importantes; los Ciliberto que vinieron de Caripe a educar a sus hijos y se quedaron; Don Ángel y Doña Elvira, padres de Víctor y Luis Amadeo, Chavira la esposa de Francisco de Paula Gómez; y Manena, esposa de José Tobía, hogares honorables de Cumaná; el famoso Venancio Centeno, dentista y gallero, era el alma de las fiestas de San Francisco; organizaba las célebres carreras de saco, el palo encebado, y las piñatas. Frente a la plaza Ribero, en la esquina con Úrica, vivió el Dr. Ramón Mayobre, y su familia, allí tenía su farmacia, en esa casa nació José Antonio Mayobre, un gran Cumanés, ahijado de mi tío Domingo de quién conservó siempre un retrato en su cartera, y que merece una página completa de nuestra historia; fue un economista brillante, Ministro de Hacienda en el gobierno de Rómulo Betancourt; en esta misma esquina Julio Chópite instaló su famosa bodega que duró todo el tiempo de mi infancia. Saliendo de la calle Úrica, frente a la plaza también estuvo ubicado el Registro Principal, la oficina donde trabajó muchos años el Dr. Domingo Badaracco, para preservar la memoria de nuestro pueblo, y cuyo busto sustituyó la hermosa “pilita”, llena siempre de lirios y pájaros. Luego había un solar donde florecía un hermoso parral, allí cuidaban los caballos del General Perfecto Crespo. este general casó con mi prima la bella Leticia Bermúdez, y procrearon dos hijas; en ese corralón construyeron casa los Juliac y hoy es la casa de habitación de Irma Guevara: de la familia Juliac eran: Carmen Antonia, José Gregorio, Patricia y Bernardo, que murió siendo un niño, lo que nos causó profundo dolor. Luego estaba la casa de Pedro Regalado Rivero, abuelo de mi gran amigo Jesús Torres Rivero, luego estaba la casa de María Milá González, que fue el hogar de Don Silverio González, él y su hijo, el maestro Silverio González Varela, dos grandes maestros, buenos para el bronce, son responsables, de la generación de oro de Cumaná; luego la casa de Inés Mercedes Meaño (Ñeñe) y la escuelita donde estudié primeras letras –Kindergarten- como se decía entonces, y en la esquina con la calle Las Flores, está la casona de Bartolomé León, de la encantadora María Teresa y su hermano Luis José.

Continuando con la calle Úrica, que está íntegramente en el barrio de San Francisco, y según un mapa de Cumaná de Agustín Crame- 1777, es de las más antiguas de Cumaná; en la esquina con calle La Luneta estaba la panadería de Dominguito Guevara, y en la otra, el almacén de Goyo Estaba, estos dos personajes tienen un anecdotario particular. Luego seguían Domingo Ortiz, Margarita Boada y sus hijos: Dominguito, los morochos, uno de ellos es médico, Juan Pablo (profesor) y Chela; luego venía la casa de Antonio Morales; Manuela Codillo y sus célebres arepas; Cruz Barreto, el sepulturero (conocido como rubito o siete cojones). Luego las casas de la tabaquera Elvira Marcano, Cruz María Meza, Patricio Mendoza, María Concepción Rodríguez y sus hijas Ramona y Amparo; José Eugenio Mendoza (Tito Eugenio) hombre de mal carácter, Carmelita Rodríguez, y su hija Cruz casada con el carpintero Luis Rodríguez; Don Pedro Núñez, cuya amistad con mi padre se eterniza en lazos de cordialidad entre nuestras familias; bajando la calle Úrica, vivía nuestro primo Simón Badaracco, su mujer Concha Marchan y sus hijos: Rafael, Rafaela, Berta, Rosalía, Simón, Ana; luego Manuel Antonio (el piroco), Jerónimo Surga, famoso bateador del equipo Gran Mariscal;  Patricio Mendoza, que tenía una bodeguita conocida  por su ron de berros y ponsigué; Matías Flores, cuyo oficio, insuperable,  era de capador de Cochinos. Dominga Fuentes e hijas, tabaqueras de primera; luego Fulgencia y Luciano Vallejo con su tropa de hijos, casi todos buenos albañiles y tabaqueros; también tuvo casa en San Francisco el célebre Gonzalo Guevara y Atanasia Barreto, cuyos hijos se han hecho famosos: Gonzalo, Quintín, Estanislao Guevara y Melecio, y sus nietos que los han superado en popularidad; Juan Bautista Codillo (conocido como Juan Merí) casado con Constanza Gamboa, padre de Manuela, Eduvigis (Nelita) cuya hija se casó con Luis Mota, padres de mi amigo el abogado Mota Codallo, distinguido en el gremio. Luego Chucha Malaret, hija de Micaela Malaret (también tuvo otra hija casada con  don Félix Bastardo), otro que no podemos olvidar es Pedro Millán, buen albañil.

 En la esquina de Santa María con Úrica, donde es fama que nació el gran guerrero de la Independencia, General Domingo Montes Malaret; y en la esquina del frente, Agustín Acuña, que fundó la bodega, que le dio renombre a la esquina –Esquina de Agustín Acuña- la  más  famosa del barrio, por la venta de ron y cohetes, y por qué la atendía su hijo, apodado “Camarón” por el color rojo de su piel;   en la otra esquina, en una casa construida por mi abuelo Ramón Badaracco Rojas, estaba  la tabaquería de Antonio Miguel Aristeguieta, mi padrino. Antonio Miguel tuvo varios hijos con Doña Carmen Marchan; Jesús, Luis y Lourdes. Jesús era el gerente de la tabaquería. Cuando yo iba a pedirle la bendición a mi padrino me regalaba un fuerte. Luego, bajado hacia la plaza Ribero, estaba la casa de María Toker y Amadorcito Sanabria, hombre anecdótico, dueño de una productiva chara; se sentaba en la puerta de la calle con una mara de mangos manzanos, los últimos de la cosecha de cada año, por supuesto habia que encargarlos, eran los mejores, por lo menos  son los mejores que yo he probado.  Esta familia Toker emparentó con Williams Phelps, dueños de Caracas Radio y TV. Este norteamericano famoso contrajo el paludismo y pasó una temporada en mi casa bajo el auxilio de Domingo Badaracco; jamás lo olvidó. En mi casa conoció a su esposa y el negocio de la radio.  Luego la casa de Pané y la familia Inserny. En esta casa nació el senador Marcos López Inserny, Dueño de TELESOL y el diario Siglo XXI, periodista desde los 16 años, trabajó muy duro para triunfar, le dio a Cumaná el privilegio de la primera planta de televisión, que ha mantenido en permanente desarrollo. Es una larga historia.  Y por último la casa de Don Arturo Torres, casado con mi prima María Rivero, de cuyo matrimonio procrearon al Dr. Arturo Torres Rivero, abogado, conferencista y escritor con más de 30 títulos publicados; y el abogado y escritor. Jesús Torres Rivero, autor de varios títulos, con los cuales ha acrisolado su fama;  prestando un inestimable servicio cultural  a nuestra ciudad.

Hay tanto que decir de este barrio primigenio, pero no quiero agostar este tema, que voy a utilizar en mis otros libros. 




CONVENTO DE SAN FRANCISCO, EN DERREDOR DEL CUAL SE DESARROLLO EL BARRIO DE SAN FRANCISCO.



 Las ruinas venerables de este complejo de construcciones históricas, desde las cuales se inició uno de los procesos más humanos, organizado, proyectado y ejecutado en el continente americano, y en el mundo de aquellos tiempos, como fue la colonización pacífica y evangélica de la tierra firme, tienen una historia fascinante, que en cierta forma es la misma historia del desarrollo de Cumaná y su proceso cultural.

Desde el 27 de noviembre de 1515, la orden franciscana, inició en Nueva Córdoba –Cumaná- su trabajo misionero, es factible que haya sido desde un año antes, lo que no viene al caso.

Bartolomé de Las Casas encontró a los franciscanos establecidos en la desembocadura del rio Chiribichií, la última luenga, como dice Las Casas. en 1521; y, la mayor parte de los cronistas de indias, reconocen que para 1519, “florecían” los monasterios de los misioneros franciscanos y dominicos en Santa Fe de Chiribichi, y Cumaná, construidos con los famosos bloques de piedras ciclópea de las canteras de Araya, que aún podemos observar en sus ruinas.

No se ha podido comprobar la fecha en que los franciscanos se mudaron o abandonaron su primer convento de la Nueva Córdoba, o sea del Barbudo; y construyeron el otro, su segundo convento, entre los cerros de Quetepe y La Línea, en el barrio de San Francisco, pero es muy probable que haya sido a mediados del siglo XVII, entre 1641 y 1650.

También es probable que este edificio se encontrase abandonado para 1654, destruido por los piratas como se deduce de las notas en el Consectario de la Ciudad de Cumaná,  por eso la solicitud de reconstrucción.

De este centro de  evangelización franciscana sabemos que fue el primero de la tierra firme, iniciado en 1515, ubicado en principio en la Nueva Córdoba, -Cumaná- y estuvo en servicio hasta 1654, según nota de Ramos Martínez, y en “El Consectario” de Pedro Elías Marcano; cuando fue destruido por corsarios franceses; también sabemos que la reconstrucción de las  edificaciones cuyas ruinas conocemos, fue iniciada  a partir de 1641.

De los datos que nos dejó Las Casas, cuando vino a poblar en Cumaná, en 1521, se desprende que el primer vicario del convento fue fray Juan Garceto, y que estaba aquí con un grupo de misioneros picardos y de otras naciones, asentado en el pueblo de la Nueva Córdoba, donde tenían muy buena casa y  huerta, Seis años después de fundado.

En 1562, cuarenta y siete años después, cuando llega a Cumaná fray Francisco de Montesinos, encontró el convento en plena actividad, con una comunidad de tres frailes. Nunca dejó de prestar servicios, ni durante las peores calamidades. Por muchos años los franciscanos atendieron los dos conventos, el de la Nueva Córdoba y el de la plaza y barrio de San Francisco.

En el primer plano de la Nueva Córdoba de 1601, en un medallón que se conserva, y, enviado por Don Pedro Suárez, a la sazón gobernador de la provincia de Nueva Andalucía, al Rey;  puede verse en todo su esplendor el primer edificio del convento, por lo cual no hay conjetura que pueda oponerse a esta realidad.  Por otra parte hay cédulas reales, en las cuales se hace dotación al convento y a la Iglesia hasta 1591.

Además existe toda la documentación por la cual queda probado -Libro Becerro-  Cédula Real de 25 de marzo de 1641, por la cual se permite la reconstrucción del Convento, y los franciscos continuaban en Cumaná. El Pbro. Don Antonio de Caulin, deja constancia de la actividad del convento servido entonces por 12 frailes, y el culto que daban a Nuestra Señora de la Soledad.

Para probar su importancia tenemos el informe dejado por fray Marcelino de Raigada, quien sostenía 94 Memorias de obras pías, cuyo capital ascendía a 29.261 pesos, 4 reales, según afirma Caulin.

El monasterio estaba formado por dos iglesias, la de Nuestra Señora de la Soledad y la iglesia de los Terciarios;  el seminario, los claustros, dos capillas  y el cementerio. La riqueza de este convento puede apreciarse en el inventario levantado por el Dr. Francisco Javier Mayz, Presidente de la Junta Suprema de Gobierno y el síndico don Antonio Aldecochea en 1823. La lista de alhajas  y ornamentos de oro y plata, los altares de puntilla de oro, las imágenes y cuadros, los decorados, llenaban muchos folios enteros.

Fue sede de las cátedras de Teología Moral y Filosofía Escolástica, fundada por Cédula Real de 20 de septiembre de 1782, pero venían funcionando desde años atrás, regentadas y auspiciadas por el padre Blas de Rivera, con el apoyo del gobernador don Pedro de Urrutia.

El 27 de octubre de 1824, por Decreto Ejecutivo Grancolombiano, firmado por el General  F. de P. Santander, fue creado el Colegio Nacional de Cumaná, con un pensum, que comprendía primaria, secundaria y universitaria, con cátedras de filosofía, matemáticas, derecho civil y público, y medicina; para que funcionara en el edificio del convento de San Francisco, sin embargo no pudo ser una realidad hasta 1934, bajo el rectorado de Don Andrés Level de Goda.

Las clases mayores de Medicina y Derecho,  fueron creadas  en 1850, solicitadas en el Congreso Nacional por don José Silverio González, regentadas  las primeras por los doctores José Joaquín Hernández, Sulpicio Frías, Modesto Urbaneja y Mauricio Berrizbeitia; y las de medicina, por el Dr. Calixto González, el sabio Dr. Luis Daniel Beauperthuy y Dr. Antonio José Sotillo.

Toda  esta maravillosa realidad quedó sepultada bajo el terremoto de 1853; pero el pueblo de Cumaná jamás perdió la esperanza y cien años después,  en 1958, el Dr. Edgar Sanabria, Presidente de la Republica, hijo de cumaneses, decretó la creación de la Universidad de Oriente con sede en Cumaná. Y después de ese largo período de abandono, la Universidad de Oriente  vive el sueño de rescatar las ruinas del Convento para darle un destino noble, a cuyos efectos protegió sus muros, construyó una dependencia a donde mudó  la dirección de cultura. Algún día lo veremos ostentar su historia y proseguir en la noble función de iluminar nuestro gentilicio.

El Barrio San Francisco, el más antiguo  invadido por españoles y poblado de indígenas chaimas cuando Gonzalo de Ocampo construyó su campamento en 1521 y más tarde cumpliendo con todas las leyes de indias   se organizó y  formó alrededor del Convento de San Francisco, el cual se impetró  en ese paraje  con un edificio nuevo sin abandonar su antigua sede en la Nueva Córdoba.  El sitio que hoy ocupan sus ruinas desde 1581 ha sufrido muchos terremotos,  pero también reconstrucciones y nuevas obras, con expansión sobre el territorio ocupado por populosas las tribus Chaimas, que acogieron a los frailes franciscanos como a sus verdaderos maestros en instructores de la nueva civilización. El  convento fue fundado por Juan Garcerto que vino en la expedición de fray Pedro de Córdoba en 1515, y se instalaron en la desembocadura del río Chiribichií, por el Golfo ce Cariaco,  al cual los españoles, más tarde  bautizaron con el nombre de “Manzanares” que es el nombre del río de Madrid-España, según afirma Bartolomé Tavera Acosta. Fray Juan Garceto construyó el primer convento de la tierra firme bajo las órdenes de fray Pedro de Córdoba, Vicario de las Indias,  fundador de las misiones dominicas y franciscanas  de Cumaná. 

Este barrio está lleno de historias de personajes y anécdotas, muchas de ellas las escuché en las tertulias que se formaban después de las siete de la noche frente a mi casa de San Francisco, cuando se reunían con papá, entre otras personas, Don Alberto Sanabria, Andrés Bruzual, Arturo Torres, Laureano Frontado, Luis Beltrán Sanabria, el Dr. Minguet, Manuel Isidro Badaracco y Don Ramón Madriz Sucre.

Antes de estas tertulias que conocí, mi padre da razón de otras en las cuales intervenían; “José Antonio Ramos Sucre, imberbe pero ya sabio, erudito a la manera de Menéndez Pelayo, Juan Miguel Alarcón, inspirado y romántico, el de las Rimas de Oro, José Fernando Núñez, verdadero bohemio que deliraba en versos, los hermanos Julián y Andrés de La Rosa, atildados, generosos, cultivadores de la métrica, Antonio Rafael Machado, satírico tremendo de la pluma y tinta, Rafael Antonio  Varela, de raras elucubraciones, Pedro Milá González, un atormentado retraído” y su “Alter Ego” Ramón David León, y otros…”

Nació y creció entre el Convento de San Francisco, el Castillo de Santa María de la Cabeza, el rio Manzanares y el castillo de San Antonio de la Eminencia. La fecha aproximada de la reconstrucción del Convento y por lo tanto de cuando se inició el Barrio, es de la Cédula Real de 25 de marzo de 1651.

Cuando yo era pequeño, las ruinas del Convento y el Cerro de la Línea, nos amurallaban. Por detrás del Convento se extendían las Charas de Cumaná, especie de paraíso donde los muchachos desarrollaban todas sus aptitudes. Fincas llenas de frutos y árboles silvestres.

Mi padre cita de los árboles: las guamas, cocales y mángales infinitos; especies forestales, muchas de las cuales extinguidas, como la Chara, que les da el nombre,  el Espinoso Pacurero, que se usaba para hacer bastones por lo fácil que era modelarlo al fuego; el Pachaco, Alatrique, Pariola, Pavorreal, Paují, Bobo, el duro Roble de esa especie cumanesa que aún podemos admirar, el Gallito o bucare que adornaba las riberas del Manzanares, Acacia, Candil, Copey, Aceitepalo, Manzanillo, Chaguararey, Caimito, Vera o Palosano, Cedro, Cautaro, Pardillo, Morao, Araguaney, Guayacán, Apamato, etc.

Entre los arbustos, cita el Caituco, Merey, Castaño, Guariare, y entre los frutales se encontraban guayabas, poncigué, melones de olor, patillas, hijos de cardón rojos y blancos, macos, cotoperíes, pirichaguas, pitahallas, mayas, curucujuros, chiguichigues, pichigueyes, charas, purgos, guapos, hícaros... y los pájaros: chirulíes, coloraditos, piquitos de plata, pericos, loros, paraulatas, azulejos, barriguitas, colibríes, pespés, gonzalitos, turpiales, moriches, arrendajos, golondrinas pequeñitas, cardenales, guacharacas, pizcuas, lechuzas, aguaitacaminos, angoletas, garrapateros, potoquitas, chocolateros, guaramas, guaramitas, palomas de monte, tordos, torditos y el cristofué… Luego el camino para Cumanacoa, las montañas azules e infinitas de la sierra de Bergantín, y el caudaloso Manzanares. 

San Francisco era la Plaza Rivero y la de Quetepe, la calle Sucre desde el Convento hasta el Castillo Santa María de la Cabeza. La Calle   de las Flores, Úrica hasta sus límites con Bajo Seco, la Lunetas y la calle del Cementerio hoy Badaracco Bermúdez. 

No nos proponemos contar la historia del Convento y sus clérigos; ni la del Castillo y la iglesia de Santa Inés, el cementerio de Quetepe, o de la Plaza Rivero, y otras cosas reservadas a otros estudios. Esta crónica, como la de la calle Bolívar, va dirigida a las familias.

Mamá llega a San Francisco después del terremoto de 1929, y recuerda a todas esas familias y personas que vivieron en esa época en el barrio  con sus alegrías y tristezas.

Para 1929, frente a la plaza Rivero, por el lado de la calle Sucre, vivían los Tobardía, los Badaracco y los Silva Zavala, que eran sus vecinos.

Otras familias de San Francisco, que estudiaremos son: Los Rojas, Bermúdez, Berrizbeitia, Aristeguieta, Bruzual, Valera, Silva Carranza, Falcón, Neri, Beauperthuy, Minguet, Sanabria, de La Rosa, Lares, Rodríguez, Tucker, Villalba, Noya, Acuña, Suárez, Moi, Cordero, López, Juliac, Chópite, Mayobre, Inserny, Torres, Meaño, Centeno, Fariñas, Bastardo, Cuerda, Núñez, Peretti, Carmona, Maíz, Guerra Olivieri, Ortiz y otros que luego veremos.

Nos ocuparemos primero de los vecinos. La casa que ocuparon los Tobardía fue la sede del Tribunal Eclesiástico, la famosa Inquisición. El General Tobardía vino a Cumaná precedido de fama de hombre de acción, y era el jefe de las fuerzas del Gobierno que el 11 de Agosto de 1929, enfrentó al General Román Delgado Chalbaud, y sus distinguidos acompañantes: Generales Rafael María Carabaño, Francisco Linares Alcántara y Luis López Méndez; y los Coroneles Francisco Angarita Arvelo, Luis Pimentel, Edmundo Urdaneta, Roseliano Pérez, Max Gil y Rafael Vegas, y el Dr. Carlos Julio Rojas, el Br. Armando Zuloaga Blanco y José Ramón Frontado, que murió de un certero disparo en la frente, al bajar de la lancha, llevando la bandera de la revolución, y  el estudiante Zuloaga Blanco, que cazaron en la Avenida Bermúdez. Pedro Elías llegó con tres horas de retraso, perfectamente justificables en una campaña de esta naturaleza, se imponía la espera por parte de Chalbaud. Conocía la magnitud del desastre se replegó con sus fuerzas y se mantuvo a la expectativa, reorganizándose, hasta el 13 de agosto, cuando atacó por varios frentes, y en el Parque Ayacucho, unido a las fuerzas comandadas por Pánfilo Castro, Juan de Dios Gómez Rubio, y Agustín Rodríguez Córdoba, derrotó al gobierno y tomó la plaza. 

Cuando se fueron los Tobardía, la casa la ocupó Bartolomé Inserny Noya, su esposa Lastenia y sus hijos Arcadio y Evaristo. Luego ocuparon esta casa los esposos Altuve-Aristeguieta. Los otros vecinos fueron Pedro Rafael Silva, María Zavala y sus hijas, entre las cuales Emira, fue inmortalizada por Sergio Martínez en un vals; y Nieves, a quien el Dr. Badaracco dedicó unos maravillosos pitorreos. Estas bellísimas mujeres, conjuntamente con Carlota, María Pina, Inés y Luz Badaracco, Rosario, Trina y Mireya Madriz, Lolita Bruzual, y Zoila Rosa Aristeguieta, llenaron de belleza a Cumaná de principios de siglo, que era la Cumaná de la música, del teatro, la poesía y el periodismo. De ellas Nieves Silva Peroné, conservó con mi madre, una amistad fraterna, hasta su muerte. Esta casa, el siglo pasado, perteneció a la familia de Pedro José Rojas, tal vez el periodista más importante de Venezuela de todos los tiempos, se inició en Cumaná como director de “El Manzanares” en 1843, y en Caracas, continuó su labor periodística con “El Independiente”. Ramón J. Velásquez, actual Presidente de la República, dice que el político venezolano que no lea a Pedro José Rojas no puede saber nada de política venezolana.

Mi padre amaba este barrio. Todas las mañanas lo recorría; conocía por su nombre a los parroquianos, entraba a todas las casas llevando alegría con su presencia, compraba arepas, empanadas, pasteles, huevos, cambures, mangos, uvas, chirimoyas, ciruelas, gallinas, conejos, cualquier cosa, él compraba todo lo que le ofrecían.

Observar a papá cuando se vestía para salir en la mañana era todo un poema; su traje blanco de lino inglés, su franela de algodón, camisa blanca,  corbata negra, sombrero Borsalino, marrón o gris, sus zapatos sin trenzas, un modelo especial que fabricaba Juan Gómez, el mejor zapatero de Cumaná. Papá era un hombre alto, con una hermosa cabeza calva. Atildado, de paso largo y sereno; además era un sabio, tal vez lo diga por lo mucho que lo amé, y tal vez porque era cierto.

Se detenía un rato en la placita Ribero, muchas veces a conversar con Don Andrés Bruzual; que abría muy tempranito la jabonería “Las Espadas” instalada en las ruinas del viejo convento de los franciscanos. Recorríamos la calle Las Flores dando los buenos días a los madrugadores de siempre, luego nos deteníamos en la bodega de Ño Mundo, para saborear el cafecito caliente y las empanadas de cazón, ocho por un bolívar.

Subíamos por la calle” El Chispero” y llegábamos a la chivera de Jerónimo, al pie de cerro del Antillano; íbamos hasta el corral y nos deleitábamos con el chorro de leche contra el cántaro de peltre. Recuerdo que Cruz Manuel Badaracco, mi tío, construyó para papá, un palomar que alzamos en la parte más alta del cerro “Miramar” y a los pocos días estaba repleto de palomas. También había muchas gallinas. Comprábamos un real de maíz en la bodega de Agustín Acuña, cuatro centavos el kilogramo. En este recorrido mañanero, nos acompañaban otros muchachos de San Francisco, Luis Amadeo Ciliberto, Jesús y Cheché Torres, Francisco José  Chópite, y a todos nos gustaba echarle maíz a las gallinas, entre los cardones, guazábanos y tunas. Papá construyó un  riego y fomentó un conuco. Primero construyó una casita para el Manco, un hombresote que desde entonces se encargó de cuidar y sembrar de cuanta cosa se le ocurría; y después mi padre, construyó muchas casas más. Juan Morocho las hizo todas, cantaba y trabajaba desde las cinco de la mañana, se sabía todos los galerones y los que no sabía los inventaba. Ese barrio maravilloso de Miramar, se construyó en los terrenos de papá, nunca hizo nada por impedirlo.


Recordar a la gente de San Francisco de mi tiempo, es un ejercicio lleno de nostalgias y gratísimas emociones, y cuando a este recuerdo contribuye nada menos que Don Víctor Díaz, mi viejo amigo de la infancia, que es la memoria histórica de nuestro barrio, entonces este ejercicio se convierte en poesía; vamos a intentar entrar con él en todas las casas de San Francisco de principios del siglo XX. Comencemos por la Calle Úrica, columna vertebral del barrio:

En la esquina de la calle Sucre con Úrica, estaba la bodega de Don Pablo Aristimuño, que antes fue de Tomás Díaz, y mucho antes fue la Jefatura Civil de Santa Inés, por cierto Jesús Ramón Villafañe recuerda una vez que el maestro Silverito le dio un bastonazo al Jefe Civil que era Antonio José Silva, porque recostado de la pared le echó humo en la cara.

Estas bodegas eran el centro de reunión de la muchachada sanfracisquera a la hora de la merienda y también a la hora de los juegos de pelota, cuando Don Pablo prendía el Pilco. Cómo podemos olvidar la jalea de mango, las delicadas, los bocadillos de guayaba, plátano y arroz, de las hermanas Bruzual; los huevos rusos, piñonatos, coquitos, turrones de coco, piña y lechosa, la torta burrera, el sánduche de cambur y casabe, esas eran las maravillas culinarias de la época; y las travesuras de la muchachada, los juegos de pichas, trompo, policía librado, la candelita; y en el río, quesele, panchojolo, toma la bala y no la des; y como no recordar al terrible Luis José Chópite, una vez simuló un asalto a Don Pablo, con un plátano. A eso de las 9 de la noche, cuando Don Pablo, con la puerta entreabierta, contaba el sencillo sobre el mostrador, Luis José entró sigilosamente y le dijo: ¡Manos arriba!, poniéndole el plátano en la frente. Pero el bodeguero se percató del fiasco. El recuerdo de este atrevimiento, que se han mantenido en secreto hasta ahora, nos ha proporcionado siempre sabrosos ratos de alegría. Úrica es la calle de Ismael y Amador Sanabria; del sabio Bachiller Luis Beltrán Sanabria, director del Liceo Antonio José de Sucre, de su esposa, Isabel Tucker y sus hijos Gustavo, profesor de inglés, Enrique, abogado eminente y honesto, Rosario y Luisa Elena; y las beatas Luisa Rosario y Macheché Sanabria. Don Julio Chópite con doña Carmen y sus hijos: Julito, Luis José y Francisco José, médico graduado en España, murió muy joven en un terrible accidente de tránsito, y sus bellas hijas, Irma y Rosario. Las Aguilarte, Ofelia y María Teresa, que tenían una escuelita de primeras letras, en esa casa también vivió mi amigo el profesor Antonio Lemus Pérez, de grato recuerdo. Su padre Don Antonio Lemus, fue un ejemplo de bondad, y las damas de esa distinguida familia; el Dr. Pérez Velásquez, que fue presidente de la federación de Médicos; María, la querida y eficiente enfermera y la maestra Corina de muchas generaciones; ahora la casa es una oficina de las arquitectas Cordero y Villegas. La familia de Rafael José Neri, donde se destacan el Dr. Rafael José, médico y político de trayectoria destacada, ex rector de la Universidad de Venezuela, médico de Rómulo Betancourt; atendió en sus últimos momentos al poeta de América, nuestro Andrés Eloy Blanco, después del trágico accidente en México; y dejó escrito para la posteridad un documento dramático sobre este penoso suceso; y Nerio Neri, Ministro de Luis Herrera, presidente de la CANTV, construyó en Cumaná el edificio de la calle Montes, y la urbanización Santa Catalina, asociado con Domingo Mariani y Simón Berrizbeitia. Los Estaba, Gerardo, Gregorio y Luis, todos profesionales importantes; los Ciliberto que vinieron de Caripe a educar a sus hijos y se quedaron; Don Ángel y Doña Elvira, padres de Víctor y Luis Amadeo, Chavira la esposa de Francisco de Paula Gómez; y Manena, esposa de José Tobía, hogares honorables de Cumaná; el famoso Venancio Centeno, dentista y gallero, era el alma de las fiestas de San Francisco; organizaba las célebres carreras de saco, el palo encebado, y las piñatas. Frente a la plaza Ribero, en la esquina con Úrica, vivió el Dr. Ramón Mayobre, y su familia, allí tenía su farmacia, en esa casa nació José Antonio Mayobre, un gran Cumanés, ahijado de mi tío Domingo de quién conservó siempre un retrato en su cartera, y que merece una página completa de nuestra historia; fue un economista brillante, Ministro de Hacienda en el gobierno de Rómulo Betancourt; en esta misma esquina Julio Chópite instaló su famosa bodega que duró todo el tiempo de mi infancia. Saliendo de la calle Úrica, frente a la plaza también estuvo ubicado el Registro Principal, la oficina donde trabajó muchos años el Dr. Domingo Badaracco, para preservar la memoria de nuestro pueblo, y cuyo busto sustituyó la hermosa “pilita”, llena siempre de lirios y pájaros. Luego había un solar donde florecía un hermoso parral, allí cuidaban los caballos del General Perfecto Crespo. este general casó con mi prima la bella Leticia Bermúdez, y procrearon dos hijas; en ese corralón construyeron casa los Juliac y hoy es la casa de habitación de Irma Guevara: de la familia Juliac eran: Carmen Antonia, José Gregorio, Patricia y Bernardo, que murió siendo un niño, lo que nos causó profundo dolor. Luego estaba la casa de Pedro Regalado Rivero, abuelo de mi gran amigo Jesús Torres Rivero, luego estaba la casa de María Milá González, que fue el hogar de Don Silverio González, él y su hijo, el maestro Silverio González Varela, dos grandes maestros, buenos para el bronce, son responsables, de la generación de oro de Cumaná; luego la casa de Inés Mercedes Meaño (Ñeñe) y la escuelita donde estudié primeras letras –Kindergarten- como se decía entonces, y en la esquina con la calle Las Flores, está la casona de Bartolomé León, de la encantadora María Teresa y su hermano Luis José.

Continuando con la calle Úrica, que está íntegramente en el barrio de San Francisco, y según un mapa de Cumaná de Agustín Crame- 1777, es de las más antiguas de Cumaná; en la esquina con calle La Luneta estaba la panadería de Dominguito Guevara, y en la otra, el almacén de Goyo Estaba, estos dos personajes tienen un anecdotario particular. Luego seguían Domingo Ortiz, Margarita Boada y sus hijos: Dominguito, los morochos, uno de ellos es médico, Juan Pablo (profesor) y Chela; luego venía la casa de Antonio Morales; Manuela Codillo y sus célebres arepas; Cruz Barreto, el sepulturero (conocido como rubito o siete cojones). Luego las casas de la tabaquera Elvira Marcano, Cruz María Meza, Patricio Mendoza, María Concepción Rodríguez y sus hijas Ramona y Amparo; José Eugenio Mendoza (Tito Eugenio) hombre de mal carácter, Carmelita Rodríguez, y su hija Cruz casada con el carpintero Luis Rodríguez; Don Pedro Núñez, cuya amistad con mi padre se eterniza en lazos de cordialidad entre nuestras familias; bajando la calle Úrica, vivía nuestro primo Simón Badaracco, su mujer Concha Marchan y sus hijos: Rafael, Rafaela, Berta, Rosalía, Simón, Ana; luego Manuel Antonio (el piroco), Jerónimo Surga, famoso bateador del equipo Gran Mariscal;  Patricio Mendoza, que tenía una bodeguita conocida  por su ron de berros y ponsigué; Matías Flores, cuyo oficio, insuperable,  era de capador de Cochinos. Dominga Fuentes e hijas, tabaqueras de primera; luego Fulgencia y Luciano Vallejo con su tropa de hijos, casi todos buenos albañiles y tabaqueros; también tuvo casa en San Francisco el célebre Gonzalo Guevara y Atanasia Barreto, cuyos hijos se han hecho famosos: Gonzalo, Quintín, Estanislao Guevara y Melecio, y sus nietos que los han superado en popularidad; Juan Bautista Codillo (conocido como Juan Merí) casado con Constanza Gamboa, padre de Manuela, Eduvigis (Nelita) cuya hija se casó con Luis Mota, padres de mi amigo el abogado Mota Codallo, distinguido en el gremio. Luego Chucha Malaret, hija de Micaela Malaret (también tuvo otra hija casada con  don Félix Bastardo), otro que no podemos olvidar es Pedro Millán, buen albañil.

 En la esquina de Santa María con Úrica, donde es fama que nació el gran guerrero de la Independencia, General Domingo Montes Malaret; y en la esquina del frente, Agustín Acuña, que fundó la bodega, que le dio renombre a la esquina –Esquina de Agustín Acuña- la  más  famosa del barrio, por la venta de ron y cohetes, y por qué la atendía su hijo, apodado “Camarón” por el color rojo de su piel;   en la otra esquina, en una casa construida por mi abuelo Ramón Badaracco Rojas, estaba  la tabaquería de Antonio Miguel Aristeguieta, mi padrino. Antonio Miguel tuvo varios hijos con Doña Carmen Marchan; Jesús, Luis y Lourdes. Jesús era el gerente de la tabaquería. Cuando yo iba a pedirle la bendición a mi padrino me regalaba un fuerte. Luego, bajado hacia la plaza Ribero, estaba la casa de María Tuker y Amadorcito Sanabria, hombre anecdótico, dueño de una productiva chara; se sentaba en la puerta de la calle con una mara de mangos manzanos, los últimos de la cosecha de cada año, por supuesto habia que encargarlos, eran los mejores, por lo menos son los mejores que yo he probado.  Esta familia Tuker emparentó con Williams Phelps, dueños de Caracas Radio y TV. Este norteamericano famoso contrajo el paludismo y pasó una temporada en mi casa bajo el auxilio de Domingo Badaracco; jamás lo olvidó. En mi casa conoció a su esposa y el negocio de la radio.  Luego la casa de Pané y la familia Inserny. En esta casa nació el senador Marcos López Inserny, Dueño de TELESOL y el diario Siglo XXI, periodista desde los 16 años, trabajó muy duro para triunfar, le dio a Cumaná el privilegio de la primera planta de televisión, que ha mantenido en permanente desarrollo. Es una larga historia.  Y por último la casa de Don Arturo Torres, casado con mi prima María Rivero, de cuyo matrimonio procrearon al Dr. Arturo Torres Rivero, abogado, conferencista y escritor con más de 30 títulos publicados; y el abogado y escritor. Jesús Torres Rivero, autor de varios títulos, con los cuales ha acrisolado su fama;  prestando un inestimable servicio cultural  a nuestra ciudad.

Hay tanto que decir de este barrio primigenio, pero no quiero agotar este tema, que voy a utilizar en mis otros libros.  


LA   SANTA   PATRONA  DE  CUMANÁ

Tu Santa Inés Venerada,
que intercediste aquél día
cuando la sangre morena
con la blanca se batía:
hiere otra vez en tu herida
para que en amor se vuelva
toda bravura y contienda,
y el amor que tú nos des
llenen el cielo y la tierra

                                                           =\I=

El nuevo templo de Santa Inés, es decir el edificio que alberga a la Iglesia de Santa Inés,  para este año tiene 129 años consagrado a ella. A la Patrona de Cumaná,  sirviendo a nuestro pueblo, predicando en él la palabra de Dios Vivo, del Crucificado   muchos santos sacerdotes  y santos fieles, han dicho y escuchado la palabra de Dios en sus bancos sagrados. Esta  cátedra del Crucificado, es el manantial de sabiduría y santidad de muchas generaciones de cumaneses.

El templo de Santa Inés sustituyó en todo al de la Virgen del  Carmen, destruido por el terremoto de 1853, en esa iglesia fue bautizado Antonio José de Sucre. La construcción de la iglesia de Santa Inés, se inició en 1862, sobre las ruinas del templo del Carmen, en época de penurias, y se le debe al tesón del virtuoso padre José Antonio Ramos Martínez; agreguemos la acción de algunos cruzados, como el Dr. Mauricio Berrizbeitia, Mayordomo de Fabrica, y el Pbro.  Onofre Mariano Llompland, que lo secunda;  el general Rafael Adrián, y la Sociedad del Culto, constituida específicamente  para el desarrollo de la obra.
  
El templo, bajo la advocación de Santa Inés, Patrona de Cumaná,  se inauguró el 6 de octubre de 1866, siendo Presidente del Estado, que estrenaba el nombre de Nueva Andalucía, don Antonio Rusián, gran colaborador en el proyecto. Era  un templo de bahareque y mampostería, y sigue siéndolo en la mayor parte, en este año: con presbiterio, sacristía, coro, dos torres, artesonado de madera y piso de mosaico, el altar mayor de mármol blanco, donado por la señora Carmelita Berrizbeitia. La Cofradía del Santísimo Sacramento, en 1874,  por propuesta del Dr. Andrés Eloy Meaño,  aportó su patrimonio, y lo pasó a la Tesorería de la Comisión de Fabrica, con lo cual se pudo continuar y terminar la obra, más algunas donaciones significativas, tanto del gobierno como de particulares.     

El templo abrió su portal sin las torres, pero se continuó su construcción que concluyó en 1878 después del triunfo de la Revolución Reivindicadora, siendo Presidente del gran Estado Bermúdez, el general Nicolás Coraspe,  con cuyo nombre sustituyó el de Nueva Andalucía; el general Nicolás Coraspe, también fue un colaborador decidido de la obra, de grato recuerdo, por cierto.

La iglesia del Carmen se levantaba airosa al lado  de las murallas de la plaza de armas del castillo de Santa María de La Cabeza, el proyecto era una construcción de estilo gótico, que emergía como un castillo encantado en las frescas mañanas arboladas de la plaza de Santa Inés; pero alguien corrigió a los arquitectos de la colonia, modificaron el proyecto para el nuevo templo,  y le construyeron las célebres escalinatas que ocultan buena parte del fuerte. La obra la ordenó el propio presidente de la república, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, y el ingeniero constructor  fue Juan de Dios Monserrate.

             El artesonado, las columnas, todo en cedro, decorado y embellecido por el pintor cumanés José Luis Betancourt;  la dotación y todos los trabajos del interior y exterior del templo concluyeron, en sus más exigentes detalles para 1896, de tal forma que para la creación del Estado Sucre,  en 1898, el templo lucía en todo su esplendor; y el general Nicolás Rolando vino a Cumaná para asistir al más solemne y fastuoso Tedeum que recuerda nuestra historia eclesiástica. Poco tiempo después triunfa la revolución Liberal, y en la misma iglesia,  el General Manuel Morales, año de 1900, celebró pomposamente la creación del Estado Cumaná.

            El piso de mosaico italiano,  que luce el templo, se adquirió en 1901, siendo cura párroco el padre Manuel Arteaga Betancourt,   que andando el tiempo fuera Cardenal Primado de la Habana-Cuba, y por ende Príncipe de la Iglesia Católica. El padre Arteaga también puso la primera piedra de la histórica Gruta de Lourdes, que da ese toque de infinita gracia  al patio interior del templo. La Gruta de Santa Inés es una copia fiel y exacta de la francesa, el padre Arteaga la visitó en Francia  y la copió para hacerla en Cumaná, ella es el producto de  un acto de amor y devoción.

            Como la iglesia de Santa Inés está edificada en el patio de armas del castillo de Santa Maria de la Cabeza, que aún conserva la estructura colonial, que forma parte indivisible del formidable complejo arquitectónico que forma con el fuerte de Santa María de la Cabeza; de esta fortaleza  también fue aprovechada  la parte superior, donde estuvo la casa del Gobernador y las oficinas del Tesoro, como aparece en sus planos y dibujos; pues don Santos Emilio Berrizbeitia Bermúdez de Castro, construyó la capilla para la veneración de la imagen,  preciosa e histórica reliquia, de la Virgen del Carmen,  que se veneraba en el templo antiguo; y también es cierto que se levantó nuevamente el templo para venerar a la patrona de Cumana. En el terremoto de 1929 sufrió daños de consideración, y nuevamente fue reconstruida por el Presidente del Estado, Dr. Carlos Álamo, siendo el maestro constructor don Martín Pascual; posteriormente   volvió  a quedar en ruinas y esta vez, 2005,  fue levantada por orden del gobernador Dr. Ramón Martínez, aunque aún le faltan detalles.
   
            Las torres y los antiguos campanarios fueron sustituidos, por encargo del gobierno del Dr. José Salazar Domínguez –1954-1958- al ing. Fernando Aristeguieta, por las dos torres majestuosas de hormigón que ahora la engalanan; y sus famosos relojes, fueron donados  por don Emilio Berrizbeitia. La iglesia de Santa Inés guarda muchos tesoros, tangibles e intangibles; guarda celosamente los archivos de la provincia y muchas joyas donadas por ilustres hijos de Cumaná.


-II
Todos los años se ha debatido y explicado, que nuestra patrona es Santa Inés, la mártir romana patrona de la pureza, sin embargo, muchas personas e incluso periodistas desapercibidos, continúan llamándola Santa Inés del Monte o Santa Inés de Guaranache, u otras santas, que no aparecen en el Santoral católico, muy meritorias, pero que son  distintas a la nuestra.

Nuestra Patrona es una niña romana, heredera de acaudalados padres, consagrada a Jesús desde su tierna infancia. A los 13 años, linda como palma bendita, es pretendida por el hijo del Pretor Sufronio,  Prefecto de Roma, pero ella lo desaíra y le dice: “Yo estoy desposada con aquél a quien sirven los ángeles: con Jesús Cristo cuya belleza admiran el sol y la luna”.

Santa Inés es mártir de los primeros tiempos del cristianismo; para el siglo IV, año 304 dc., ya se le conocía y veneraba en muchas partes del orbe cristiano. Su riqueza, adornada con su propia belleza física y espiritual, era prenda codiciada por los jóvenes de su época.

Ella los rechazaba, y manifestaba públicamente, que  estaba casada; hablaba de su esposo celestial, invisible a los ojos del cuerpo, por eso fue denunciada ante el Prefecto de Roma, y padre de uno de los pretendientes. Al principio trataron de convencerla con halagos, pero el valor y la resolución de la joven enloqueció al tiranuelo. La apresaron y condujeron a lúgubres mazmorras;  le mostraron  instrumentos de tortura y pobres seres gimientes; pero su ánimo no decayó, sino que por el contrario, su fuerza y confianza en Jesús Cristo Dios, se hizo más fuerte.

Luego fue llevada a rastras delante de los ídolos para que los adorase, pero ella en respuesta hizo ante ellos la señal de los cristianos. Entonces, fue llevada a una casa de prostitución y la amenazaron con dejarla allí para que fuese violada, y ella les advirtió: -Cristo Jesús es demasiado celoso de mi pureza para permitir que mi cuerpo sea violado-, y agregó –puedes manchar tu espada con mi sangre, pero jamás profanar mi cuerpo consagrado a Jesús Cristo.

Cuentan que un joven intentó violarla, pero un rayo divino lo cegó, entonces sus amigos le pidieron a Inés, que lo curara, y ella elevó himnos de inusitada cadencia a Jesús misericordiosos y bendito, hasta que logró el milagro de sanación.

A pesar de las maravillas que obró la Santa, el Prefecto de Roma la condenó a morir decapitada. Inés fue al patíbulo con santificante alegría, convencida de la inmortalidad de su alma, de compartir el reino de los justos, de morir como su amo y Señor, por la gloria, por su causa, que es la causa del amor para revivir con su cuerpo inmortal.

Así fue sacrificada la dulce ama de Jesús. Su cuerpo santo fue enterrado en Roma, cerca de la vía Nomentana, donde Constantina hija del Emperador Constantino, le hizo construir una Basílica de la cual se conserva el ábside, que tiene una inscripción  en versos acrósticos (siglo IV) que recuerdan su martirio.

Sobre el altar que guarda los restos de Inés, el 21 de enero de cada año, son depositados los corderos, símbolos de su inocencia, cuya lana es recogida para fabricar los palios de todos los Obispos Metropolitanos del mundo. Esos Palios son bendecidos por el Papa, que los deposita en el sepulcro de Pedro y Pablo, antes de enviarlos. Constituyen el albo símbolo de la pureza que reinará siempre en el corazón de los patriarcas
San Agustín, San Ambrosio, Prudencio y San Dámaso, la elogian y dan testimonio de su heroico tránsito; ellos elevaron en su honor y homenaje, himnos y epigramas que se conservan.

La fama de santidad de la niña se extendió por todo el mundo cristiano con increíble velocidad y permanencia; en todo el orbe se elevan oraciones y se invoca su intercesión ante el Santísimo. En Cumaná la fe en ella no ha decaído en más de 500 años, sino que por el contrario crece cada día, ella mantiene permanentemente su magisterio desde la amada iglesia de Santa Inés sobre todos nosotros. El 21 de enero, aniversario de su martirio, celebra el pueblo de Cumaná sus fiestas patronales; entonces, durante toda nuestra historia, se han elevado plegarias y se escriben poemas a la Santa.

El poeta de Cumaná laureado, José Agustín Fernández, le dedicó versos muy hermosos:

Que las campanas a coro
desde sus torres esbeltas
echen a volar sus voces
hacia nuestro cielo en fiesta
para proclamar la gloria
de nuestra patrona excelsa.
en el trono de su gloria
en la tarde de oro y seda
ante la vista del pueblo
que con fervor la venera
entre rosas y albos lirios
la virgen se hace más bella.

¡Todo un divino poema!

Don Silverio González Varela, el maestro de la generación de oro de Cumaná,  y el gran músico Salvador Llamosas, le compusieron el himno, que es hermoso y perfecto.

Azucena pura, angélica
virgen mártir, Santa Inés
tu favor implora férvido
hoy el pueblo cumanés.

Del Empíreo descendiste
noble, bella y pudorosa
a ser sólo fiel esposa
del Divino Redentor.

Y el martirio preferiste
al poder y la opulencia
que brinda a tu inocencia
falaz genio tentador.

Virgen mártir, nuestros votos

y plegarias patrocina
que la Majestad Divina
nada niega a tu clamor.

Y tus míseros devotos
siempre unidos como hermanos
vivirán como cristianos
en justicia, paz y amor.

Y la palabra anónima del pueblo, le compuso una comparsa que se baila todos los años. Esa mágica dama del folklore, María Rodríguez, la universaliza con el nombre de “La Culebra

Hoy día de Santa Inés
patrona de Cumaná
venimos con gran placer
la culebra a bailar

Este maldito animal
que a mi niñito picó
si no me lo cura usted
con limón lo curo yo.

Estribillo.

Si me pica a mí ese animal
y no llega a tiempo el doctor
Señores dueños de casa
vamos a echano un palo e’ ron

El poeta Santos Barrios, para una comparsa de su tiempo, modificó la primera cuarteta, así: 

Hoy día de Santa Inés
hoy día que se celebra
venimos con gran placer
a bailarles la culebra.




La noche buena de Santa Inés y las comparsas han desaparecido, pero otras manifestaciones de igual o mayor relevancia ocupan su lugar, y obran el milagro de la fe por otros caminos.

Conocemos la historia de Santa Inés, a través de las crónicas del padre Ramos Martínez, Don Alberto Sanabria, José Mercedes Gómez y también por documentados y valiosos artículos de prensa, y en “La Vida de los Santos”, que es la fuente más segura.

Su historia como patrona de Cumaná se hunde en sus orígenes. Hay una antigua carta dirigida al Monarca Español Don Felipe II, por el Presidente y Oidores de la Real Audiencia de Santo Domingo, de fecha 2 de abril de 1572 en la cual le comunican los acontecimientos ocurridos en Cumaná, capital de la Provincia de la Nueva Andalucía, que tienen que ver con nuestra Patrona. En efecto, el 21 de enero de 1572, aniversario del martirio de Inés, 600 aguerridos indígenas atacan al pueblo de Cumaná. Los alcaldes ordinarios, entre ellos Juan Rengel Durán, asumen el mando en ausencia del gobernador, Garci Fernández de Serpa. Dividen el pueblo en cuarteles, y delegan mando en los más experimentados soldados; congregan a las mujeres, niños y ancianos en la iglesia matriz, porque era el lugar más seguro y afrontan el asalto.

Tres días duró el asalto, tres días  de lucha, de hechos heroicos de parte y parte, pero los invasores son numerosos y agresivos, los defensores ven menguadas sus fuerzas, la lucha se hace cada vez más terrible; Juan Rengel Durán, el guía, el capitán de los colonos, muere en el campo de batalla; los indígenas han salvado las defensas y obstáculos, llegan a las puertas de la iglesia, donde sólo oyen los cánticos de las mujeres y los niños, y entonces, respetuosos del heroísmo de aquellos pobladores ordenan la retirada. ¡Milagro! Grita el pueblo congregado.

El pueblo de Cumaná, tenía su patrono que era San Juan, pero seguramente como el ataque se produjo el 21 de enero, que es el aniversario del martirio de la Santa, y ante la inminencia, la inmediatez de la muerte, el pueblo congregado bajo promesas, oró con devoción, con lágrimas fervorosas; todos unidos elevaron sus cánticos en la iglesia, suplicándole a ella; y luego del milagro de la retirada de los invasores, decidió el pueblo de Cumaná, nombrarla Patrona, y por eso, como un himno de amor y devoción la eligieron conjuntamente con San Juan, Patronos de Cumaná. La tradición se encargó de dejarle a ella sola la protección de nuestro pueblo, y Santa Inés vino a ser nuestro ángel de la guarda, nuestra madrina, devoción e inspiración.



CELEBRACIÓN DE LA FESTIVIDAD DE LA PATRONA EN 1924 EN UN PITORREO DEL GRAN POETA HUMBERTO GUEVARA.

Con el mismo entusiasmo de otras veces,
los buenos habitantes cumaneses
celebraron las fiestas patronales.
En la Salve, retreta de costumbre
y repiques de sobra. Muchedumbre
en las escalinatas parroquiales;
cohetes de Oliveira en abundancia,
y alguna Boda, otra circunstancia:
debido a un accidente no pequeño,
quedó un buen rato la ciudad obscura
a eso de las 11   -conjeturas-
Malas lenguas: Por qué tenéis empeño
En echarle las culpas a Briceño!

El domingo, dos misas, la primera
lo usual, viejecitas trasnochadas
con sus ropitas pobres y anticuadas
y sus tocados de cualquier manera.

La segunda de lujo. Estaba pleno
el templo, todo allí resultó bueno;
el coro magistral; un famoso sermón;
gran consumo de crema y vigorón
y otros artículos de carnaval

A las diez y cuarto, reunión
en el Club, con objeto de nombrar
la eterna e inevitable Dirección
para que quede bueno el carnaval.

Durante el día comparsas. Como ahora
no se estila el Tumbé, tan recordado,
la divertida gente bailadora
ejecutó la Danza de las Horas
(M. Pérez estuvo encantadora
vestida de varón.)

A las 5 p. m. procesión.
Todo del mismo modo.
Morenas hijas del agua de yodo
rubias improvisadas con dioxógen,
faltos de Fellows de Sanatoges,
patiquines hablando tonterías
trajes de extravagante confección
como las complicadas fantasías
mongólicas de Antón.

Traslado a la parroquia de Altagracia
Benito que lamenta la desgracia
De tocar tamborón,
Deseaba arrojarlo al Manzanares.

Por ser Domingo y no por religión
a las 6 no pitaron los Telares
que solo rinden culto al algodón.
para evitar perjuicios
fuerza de la consonante, o bien del lápiz
se opina que la Marcha, es creación
y la tocaban mucho los egipcios
cuando salía por Tebas el buey Apis.

De regreso a las 7  un estupendo
cáliz de fuego de Oliveira Ortiz;
en el juego de luces y el estruendo
resultó Dominguito muy feliz.

A las 8 retreta en Ayacucho.
El maestro Espinal que es hombre ducho
obsequió a la selecta concurrencia
que lo escuchó con gran complacencia
con la muy aplaudida sinfonía
algo de lo muy bueno que se ha escrito
la zarzuela del padre de Quinito
Valverde, titulada “La Gran Vía”.
Los botiquines llenos
alocadas carreras de automóviles
con personas inmóviles
sufriendo la modorra del veneno.

Luego películas en La Glaciere
de las que siempre suelen exhibir
y a las 11 y minutos a dormir.
Eso fue todo lo que pude ver.








EL TEMPLO Y LA IGLESIA DE SANTA INE


En este segmento hago una diferencia, como tiene que ser, entre la Iglesia con mayúscula, que somos nosotros los fieles, y el templo que es el edificio donde se ofician los servicios religiosos. El templo puede cambiar, pero no los files, somos los mismo desde la fundación de Cumaná.

El nuevo  templo de Santa Inés, se construyó también sobre el patio de armas del fuerte de Santa María de La Cabeza, sobre las ruinas de templo del Carmen, destruido por el terremoto de 1853,  y por supuesto  heredera de aquel glorioso templo en el cual fueron bautizados todos los hijos de don Vicente de Sucre y García Urbaneja y Maria Manuela Alcalá y Sánchez de Sucre y García Urbaneja; el arquitecto  lo  pensó, como una construcción gótica, suspendida sobre la muralla del viejo fuerte colonial. Fue una visión que nunca se pudo ejecutar debido a los terremotos.   

El padre José Antonio Ramos Martínez, nos dice que: “En el lugar que ocupaba antiguamente la Plaza de Armas del castillo de Santa María, donde, según hemos advertido, se había reedificado  la ermita de Nuestra Señora del Carmen, se comenzaron,  en noviembre de 1862, las obras del nuevo templo  parroquial de Santa Inés, después de haber recolectado los fondos  necesarios  en los años siguientes al terremoto (de 1853)


El nuevo templo de Santa Inés, se construyó sobre el patio de armas del fuerte de Santa María de La Cabeza, sobre las ruinas de la Iglesia del Carmen, y por supuesto es la heredera de aquel glorioso templo en el cual fueron bautizados todos los hijos de don Vicente de Sucre y García Urbaneja y Maria Manuela Alcalá y Sánchez de Sucre y García Urbaneja, el arquitecto la pensó, como una construcción gótica, suspendida sobre la muralla del viejo fuerte colonial.

El padre José Antonio Ramos Martínez, nos dice que: “En el lugar que ocupaba antiguamente la Plaza de Armas del castillo de Santa María, donde, según hemos advertido, se había reedificado  la ermita de Nuestra Señora del Carmen, se comenzaron,  en noviembre de 1862, las obras del nuevo templo  parroquial de Santa Inés, después de haber recolectado los fondos  necesarios  en los años siguientes al terremoto (de 1853)




Ilustración 13. El templo de Santa Inés luciendo el nuevo frente, con las dos formidables torres construidas siendo gobernador del Estado el Dr. José Salazar Domínguez, el constructor fue el Dr. Fernando Luis Aristeguieta.


En la construcción de Santa Inés empleose bajareque  con excelentes maderas  y sólidas bases de mampostería; y que esto haya sido un acierto, se ha comprobado en el último terremoto (1929) que no pudo derribarla  a pesar de los daños por él ocasionados”.

“Posteriormente  fueron agregándose a la iglesia Matriz nuevos elementos decorativos que necesitaba para su embellecimiento, a saber: el artesonado de la nave mayor en 1893 y el de las laterales en 1907; la portada principal en 1901, el pavimento de mosaico en 1909, la hermosa gruta de Lourdes al año siguiente, etc.  etc.”

“Las escalinatas  que rodean el templo fue mandada a construir por el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, Presidente de la República  en 1889, importando la obra 6.000 pesos, de los cuales mandó él 5.000. La dirección  técnica estuvo a cargo del Dr. Monserrate, el mismo que hizo el parque Ayacucho y el monumento a Sucre”.

A este trabajo del sabio cronista debe agregársele la sustitución del antiguo frente por las dos formidables torres que luce ahora, construidas durante el gobierno del general Pérez Jiménez, siendo gobernador del Estado el Dr. José Salazar Domínguez y el constructor, el Ing. Fernando Luis Aristeguieta.

Entre los grandes benefactores de esta iglesia después del terremoto de 1853, durante su construcción están el Dr. Mauricio Berrizbeitia, mayordomo de fábrica, el general Rafael Adrián y la sociedad del culto, pero el gran animador de esta obra fue el padre José Antonio Ramos Martínez. También debe recordarse que al Padre Arteaga, su párroco desde 1905, que después fue Cardenal Primado de la Habana,  se debe la construcción del piso de mosaico y la gruta de Lourdes, que personalmente copió para traerla a su iglesia.

La iglesia es inseparable de su historia y del fuerte de Santa María, él le da su carácter de joya colonial, prueba  su antigüedad, la piedra,  la historia. La iglesia es otra cosa, es nuestro pueblo, es la misma, está en sus archivos, en los nombres de los maestros, los santos padres que han ocupado su catedra, y en el espíritu de su pueblo, el espíritu, su amor, su devoción. En cada piedra resuena la voz de los  maestros de nuestro cristianismo, y evocan la Cumaná madre de todos los tiempos del oriente venezolano. Su cátedra excelsa ha sido perfumada por santos varones entre ellos el Cardenal Arteaga, primado de Cuba, que fue su párroco, y el excelso maestro José Antonio Ramos Martínez, su reconstructor.

En la construcción de Santa Inés empleóse bajareque  con excelentes maderas  y sólidas bases de mampostería; y que esto haya sido un acierto, se ha comprobado en el último terremoto (1929) que no pudo derribarla  a pesar de los daños por él ocasionados”.

“Posteriormente  fueron agregándose a la iglesia Matriz nuevos elementos decorativos que necesitaba para su embellecimiento, a saber: el artesonado de la nave mayor en 1893 y el de las laterales en 1907; la portada principal en 1901, el pavimento de mosaico en 1909, la hermosa gruta de Lourdes al año siguiente, etc.  etc.”

“Las escalinatas  que rodean el templo fue mandada a construir por el Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, Presidente de la República  en 1889, importando la obra 6.000 pesos, de los cuales mandó él 5.000. La dirección  técnica estuvo a cargo del Dr. Monserrate, el mismo que hizo el parque Ayacucho y el monumento a Sucre”.

A este trabajo del sabio cronista debe agregársele la sustitución del antiguo frente por las dos formidables torres que luce ahora, construidas durante el gobierno del general Pérez Jiménez, siendo gobernador del Estado el Dr. José Salazar Domínguez y el constructor, el Ing. Fernando Luis Aristeguieta.

Entre los grandes benefactores de esta iglesia después del terremoto de 1853, durante su construcción están el Dr. Mauricio Berrizbeitia, mayordomo de fábrica, el general Rafael Adrián y la sociedad del culto, pero el gran animador de esta obra fue el padre José Antonio Ramos Martínez. También debe recordarse que al Padre Arteaga, su párroco desde 1905, que después fue Cardenal Primado de la Habana,  se debe la construcción del piso de mosaico y la gruta de Lourdes, que personalmente copió para traerla a su iglesia.

La iglesia es inseparable de su historia y del fuerte de Santa María, él le da su carácter de joya colonial, prueba  su antigüedad, la piedra,  la historia. La iglesia es otra cosa, es nuestro pueblo, es la misma, está en sus archivos, en los nombres de los maestros, los santos padres que han ocupado su catedra, y en el espíritu de su pueblo, el espíritu, su amor, su devoción. En cada piedra resuena la voz de los  maestros de nuestro cristianismo, y evocan la Cumaná madre de todos los tiempos del oriente venezolano. Su cátedra excelsa ha sido perfumada por santos varones entre ellos el Cardenal Arteaga, primado de Cuba, que fue su párroco, y el excelso maestro José Antonio Ramos Martínez, su reconstructor.

 Si fuésemos a dedicarle en este corto texto, la historia de los maestros que han entregado su vida al magisterio sagrado en este templo, necesitaríamos escribir cientos de páginas de alabanzas.




EL FUERTE DE SAN ANTONIO Y SANTA CLARA



Don Alberto Sanabria me entregó en dos manuscritos que conservo, su investigación sobre algunos detalles de la historia del fuerte, dice:

“El Castillo de San Antonio de la Eminencia se terminó de construir en el año de 1686 y desde tan remota época ha estado siempre como mudo testigo de nuestras glorias
y de nuestros sacrificios. El gobernador de la provincia de nueva And o Cumaná 
Don Gaspar Mateo de Acosta, proveyó al Castillo de la artillería necesaria, y lo fortificó con una estacada en circunferencia, que hasta hoy se conserva, para su mayor estabilidad y defensa. Esto es lo que normalmente creen los cronistas, sin embargo, ustedes pueden ver el fuerte en el dibujo de la ciudad de 1676, y pueden verlo señalado en la pintura de Jácome Castellón de 1534. Ambas pinturas están en este libro. Pueden verlas a placer.



            El Virrey de Santa Fe, Don Jorge de Villalonga, en la descripción de la Provincia de Cumaná, que hizo el 20 de noviembre de 1720, die lo siguiente: que la población solo se reduce a dos castillos, el uno llamado Santa María de La Cabeza, donde habita el Gobernador, que está situado en un bajo donde no puede ofender invasión de enemigos, el otro San Antonio, fabricado en una eminencia; tiene 8 cañones, 4 de bronce, y 4 de fierro de los mismos calibres y un reducto inmediato a éste con cañones de fierro y de 4 libras de balas.

            Refiriéndose al Castillo de San Antonio de la Eminencia, dice el gobernador Diguja y Villagómez -1757-1765-, lo siguiente:

“La serranía que, como dicho es resguarda la ciudad, forma sobre ella tres cerros, en el más elevado está el castillo de San Antonio de la Eminencia

            La figura de esta fortificación es así misma quebrada, compuesta de cuatro cortinas iguales, y los ángulos que forman son más salientes que el centro de las cortinas, su fábrica es de sillería y cal, defiéndelo una pequeña estacada sin foso: tiene montados 21 cañones de los calibres y circunstancias que constan por su estado en el mapa, y está provisto de los demás utensilios expresados en su inventario, al folio 719 de la referida primera pieza de Autos. Dicho castillo puede montar 8 cañones de a 18: 8 de a 12, y 8 de menores calibres en lo más estrecho de sus ángulos. Tiene un pequeño, pero suficiente aljibe, una casa de madera y barro en la que se aloja la guardia;   a un lado del cuartel está el Almacén de la pólvora y al otro la Capilla, en la que se celebra el Santo Sacrificio de la Misa todos los días de precepto por el capellán de tropa’’

           
Entre los sucesos importantes habidos en el castillo, debemos reseñar  Siete años antes que Humboldt -1793-  llega a Cumaná el notable científico y marino español don Cosme Damián de Churruca y Elorza, junto con  el teniente  de Fragata don Salvador  de Fidalgo y joven científico sueco,   Pitor Löfling, que son comisionados por el gobierno español para formar el atlas marítimo de América, levantar el mapa de Venezuela y determinar el primer meridiano de la América Española, precisamente en el  Castillo de San Antonio de la Eminencia, como en efecto se hizo, y donde debería estar un monumento conmemorativo de tal acontecimiento científico.

El Barón Alejandro de Humboldt en 1799,  visitó el fuerte de San Antonio,  y estableció en él, su observatorio  dada su posición y  destacada altura. Maravillado por la claridad del firmamento,  dice que podía leer en el sextante con la luz de Venus.

            El 1 de noviembre de 1849 llegó al Castillo de San Antonio, en calidad de preso político, el ilustre prócer de la Independencia General en Jefe José Antonio Páez, quien permaneció allí hasta el 23 de mayo de 1850, día en que salió para el exilio, habiéndole rendido la sociedad y el pueblo cumanés una grandiosa manifestación.

            El Castillo de San Antonio resistió las terribles sacudidas de nuestros terremotos, pero los que más daño les hicieron los de 1853 y 1929.

            El Presidente de la República general Cipriano Castro, en su viaje a Cumaná, en 1905, al visitar la vieja fortaleza, ordenó la completa reconstrucción del Castillo, cuya obra fue encomendada al destacado ingeniero Cumanés Bartolomé Milá de la Roca , resultado dicha obra de reconocida elegancia arquitectónica, y a la vez se conservaron todos sus viejo detalles tales como el calabozo donde estuvo preso el General Páez, el cual tenía piso de mosaico y lucía una gran lápida de mármol, recordatoria de su prisión en tan histórico sitio. La reconstrucción del Castillo fue inaugurada el 23 de mayo de 1906. Para el turista extranjero o el visitante criollo era casi una obligación la visita al Castillo.

            El terremoto del 17 de enero de 1929 lo dejó convertido en un acervo de ruinas, y algún timepo después, se le hiceron mejras y reparaciones de pésimo gusto.

            Que continúe el Castillo de san Antonio de la Eminencia, a través de los tiempos, como el fiel centinela de la ciudad Primogénita cuya vida ha transcur5trido entre las glorias y el sacrificio. Fin de la cita.   

Yo tengo otra historia, porque nuestros cronistas no tuvieron acceso a muchos elementos que dan otra idea más elevada de la historia de esta ciudad y de su pueblo. por ejemplo, se cuidan mucho de mencionar su numerosa población indígena, que era lo más importante, porque sin pueblo indígena no se podía “poblar”, también se cuidaban de no decir mucho de la ciudad; de su pujanza, de su cultura, de sus 13 fortalezas. Porque no se preguntaban: ¿Qué podía hacer una ranchería como presentaban a Cumaná, con 13 fortalezas…?  y las maravillas de que habló Humboldt y otros grandes investigadores; nosotros si lo vamos a decir.

Menos se ocupan de los heroísmos de que están plagados sus días; las defensas exitosas contra los holandeses y piratas, sobre los cuales casi siempre obtuvimos resonantes victorias que deberían ser de toda la nación.

Y nos dejamos engañar por gobernadores, obispos de Puerto Rico y cronistas interesados en mantener alejados de Cumaná y sus riquezas, aprovechadas por disfrazados enemigos que complotaban para aprovecharse de ellas.

Tenemos muchos enemigos que envidian nuestros valores y desean que desaparezcan o se desvanezcan por el olvido. Pero la historia se va nutriendo como un rompecabezas gigantesco, así va apareciendo una verdad contrastable. Tenemos que escudriñar sacar a la luz los templos de la Nueva Córdoba, las trece fortalezas de Cumaná, la explotación de la sal y las perlas, los grandes valores que nos antecedieron: los maestros del Convento de San Francisco y de Los Dominicos; tenemos que sacar a la luz la magnificencia de la fortaleza de Araya, que fue la más poderosa unidad militar del mundo de aquella época, la guirnalda del Imperio Español en América. Son muchas cosas que debemos emprender juntos.

En relación con la antigüedad del castillo de la Eminencia, se debe ver con bastante curiosidad los dibujos de Castellón, donde se ve que la Eminencia ya estaba ocupada y señalada con una cruz, que indica que estaba allí la fortaleza, aunque convenimos que esta fuera de bahareque, pero es parte de la historia de la defensa de Cumaná.    
s
Sabemos que el fuerte fue reconstruido en el cerro de San Antonio de la Eminencia, en el siglo XVII, después de ser seriamente dañado por el terremoto de 1682; pero, qué había antes de este terremoto, es lo que más nos interesa, porque ese fuerte, del material que sea su construcción, forma parte de las defensas de nuestro pueblo y de su historia. 

Aun no estoy preparado para decirlo, me contentaré con lo que dice Alberto Sanabria y algunos agregados míos.

De acuerdo con documentos de la época, Don Bautista de Utarte -1667-1670- denuncia por vez primera que el castillo no es una construcción firme, por su redondez y circuito que ocupa, es de barro y piedra… ”Fábrica de tanta flaqueza”, la llamaba; pero eso significa que ya existía para 1667. Don Sancho Fernández de Angulo (1669-1674), propuso su destrucción. Don Juan de Padilla y Guardiola (1686-1690) presenta un proyecto de reconstrucción, aprobado el 31 de julio de 1682. Francisco Rivero y Galindo, propuso modificaciones al proyecto sustituyendo la forma cuadrangular por la forma de estrella de cuatro puntas; Gaspar Mateo de Acosta (1690-1695), también presentó un proyecto de reconstrucción. En 1773 el Ing. Pablo Díaz Fajardo, insiste y envía al Rey nuevos planos. Es de suponer que la construcción del fuerte fue un proceso complicado,  que supuso deliberaciones  y conflictos, se trataba de la construcción más importante y emblemática de la ciudad. José Ramírez de Arellano (1701) le construyó una estacada alrededor del fuerte, hecha con tal solidez, “que en caso de ataque podía resistir cualquier embate”. El Gobernador Diguja y Villagómez, famoso por el informe de su gobernación, (1761), lo describe como una fortificación cuadrada. A ciencia cierta nadie sabe cuándo se construyó, ni cuando se modificó.
  

En 1810 los patriotas toman el fuerte y nombran primer comandante al  capitán Carlos Guinett de origen antillano.   En 1811 volvió el fuerte a manos de los realistas por breve tiempo; en lo que se llamó la sublevación de los catalanes.  Devuelto a los patriotas lo mantuvieron hasta 1812; después de la capitulación de Miranda, ese año, fue entregado a los realistas que lo mantuvieron hasta 1813, cuando fue ocupado por Santiago Mariño,  hasta 1814, cuando fue tomado por las fuerzas de Boves, y permaneció bajo mando realista hasta 1821, cuando fue entregada la ciudad, por el realista Caturla, al general José Francisco Bermúdez. Luego ha pasado de bando en bando, durante el largo tiempo de combustiones internas, que sobrevino después de la independencia,  desde 1821 hasta 1935, año de la muerte de Juan Vicente Gómez.

Los terremotos de 1853 y 1929, lo dejaron en ruinas, desde entonces se han realizado importantes trabajos de reconstrucción, José Antonio Ramos Martínez, el gran cronista de Cumaná, dice que: “La situación de este fuerte es la mejor y más estratégica de la ciudad, porque no solamente domina  completamente a ésta,  sino tambien sus alrededores en una gran extensión. Debido a esta circunstancia  y también a la celebridad de la fortaleza.

El general Cipriano Castro,  siendo Presidente de la República, ordenó su total reedificación,  la que se llevó a feliz término bajo la dirección del General .Bartolomé Milá de la Roca Himiob,  ingeniero entonces del Estado Bermúdez. Sobre los viejos muros coloniales levantose un segundo cuerpo de sillería, con sus torreones, almenas y otros adornos de la arquitectura militar obra que fue inaugurada el 23 de mayo de 1906;  También se realizaron reparaciones importantes durante el gobierno del Dr. José Salazar Domínguez, 1956, a cargo del ing. Jesús Salazar Boada; después con otros gobernadores,  el Dr.  Arquímedes Fuentes Serrano y Ramón Martínez Abdenour, con asesoría del arquitecto Gasparini, y la jardinería, a cargo  de don Eliseo Acosta Rodríguez.

Muy larga es la historia de este fuerte. Hoy es uno de los sitios más visitados de la ciudad de Cumaná. Dato importante: en 1792 se determinó el primer meridiano de América Española, en el fuerte de San Antonio. 




EL FUERTE DE SANTA MARIA DE LA CABEZA.



            En la descripción de Cumaná que hizo el 20 de noviembre de 1720 el Virrey de Santa Fe, don Jorge de Villalonga, se habla acerca del castillo de Santa María de la Cabeza, y para esa época era residencia de los Gobernadores de la Nueva Andalucía.

            En las notas del gobernador Don José Diguja y Villagómez, escritas en 1761, encontramos la siguiente descripción del Castillo: “En medio de la ciudad hay un terreno elevado en que se halla situado el castillo de Santa María de La Cabeza, que domina la mayor parte de la ciudad de forma cuadrada con sus cuatro baluartes iguales. Su material de sillería y cal sin estacada que lo resguarde, bien que al frente queda un pequeño y abierto foso que solo sirve para facilitar la entrada por el puente levadizo. Tiene montados 16 cañones, cuyos calibres, pólvora con que están cargados y Batería constan individualmente por el estado de este castillo que se haya en el mapa, en el que no se pude colocar sus demás pertrechos y utensilios, pero están en su inventario al folio 709 de la primera pieza de los autos de vista. En este castillo se hayan las ajas Reales y dos pequeños almacenes de pertrechos, y sobre ellos la casa que habita el Gobernador, esta es de madera y barro que en el país dice “Bahareque”.


Después de largos años de abandono, el terremoto del 15 de julio de 1853, lo arruinó bastante, hasta que el señor Santos Berrizbeitia, en 1912, restauró en parte los viejos muros y levantó allí una hermosa capilla, donde fue colocada la imagen de Nuestra Señora del Carmen, una de las más antiguas de Cumaná, que estuvo en la primitiva Ermita del Carmen, situada en la calle que popularmente lleva su nombre. El terremoto del 17 de Enero de 1929 destruyó la capilla y daño en parte el viejo Castillo, pero gracias al padre Antonio de Vegamián, cura de Santa Inés, se levantó de nuevo.

La construcción del Castillo de Santa María de La Cabeza  se hizo con piedras de sillería de las ricas canteras que posee la península de Araya”. Fin de la cita.  
    

Según afirma José Antonio Ramos Martínez, en su obra citada tantas veces, que este fuerte, Palacio de los Gobernadores, fue construido durante el gobierno de Sancho Fernández de Angulo, 1669-1675. Porque esta información se desprende de una carta del ingeniero militar don Francisco Dávila de Orejón de 1674,  en donde informa a la Junta de Guerra de las Indias, sobre la fortaleza; y en 1682, el gobernador Juan de Padilla y Guardiola, informa al Rey, sobre el fuerte en forma minuciosa. Pero lo que demuestra la paternidad de la fortaleza, es la carta de 27 de mayo 1672, en que se  deja constancia de la carta de Don Sancho al Rey, informándole sobre la construcción de la fortaleza.

El fuerte de Santa María, es el segundo en antigüedad de la ciudad de Cumaná; fue en su tiempo útil, un formidable complejo militar dotado de todos sus elementos militares, con un inmenso patio de armas, donde hoy está construido, estuvo desde un principio, la Iglesia Parroquial, después Iglesia del Carmen, y a partir de 1853, ocupó ese espacio en el mismo templo, la iglesia de Santa Inés, Patrona de Cumaná  (es decir que desde tiempo inmemorial estuvo en ese espacio el templo parroquial bajo distintas advocaciones: aunque solo lo conocemos bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen y luego de Santa Inés.  El templo del Carmen, era de tres naves, de estilo gótico.

 Para Cumaná fue siempre un espacio sagrado, también un lugar privilegiado ya que para 1908 era párroco de Santa Inés el padre Manuel Arteaga Betancourt, que luego fue Cardenal Primado de la Habana, este hecho por demás histórico, debería plasmarse en una placa de broce; y a él se le debe la hermosa e histórica: Gruta de Lourdes” y el piso de mosaicos importados de Alemania, que aún se conserva.   

El fuerte donde está ubicado el templo, formaba parte del sistema defensivo de la ciudad, y sirvió de residencia a los Gobernadores coloniales, que ocupaban el segundo piso de la casa de habitación en la parte superior de la fortaleza, mientras que en la planta baja funcionaba la administración y las Cajas Reales; también fue sede del gobierno colonial, y accidentalmente y fue sala consistorial del Ayuntamiento.

Actualmente podemos visitarlo entrando por el jardín que da a la Gruta de Lourdes; este jardín está ubicada del lado derecho de la iglesia de Santa Inés; donde luce su construcción de piedras ciclópeas remozado después del terremoto del 1929, traídas de las canteras de la península de Araya, trabajadas con el sistema español, muy característico, que se conoce como “Cal y Canto”. Durante la colonia fue brevemente ocupado como residencia de los gobernadores, porque los terribles terremotos, tempranamente lo dejaron inhabitable.

Durante la guerra de independencia, fue utilizado tanto por lo realistas como por los patriotas.

El terremoto de 1853, lo convirtió en ruinas, hasta que en 1912, como dice don Alberto Sanabria, fueron  rescatados sus muros  por don Santos Berrizbeitia, que también construyó la capilla para la imagen de la milagrosa y protectora Virgen del Carmen.

Hace poco tiempo, en el año 2003, fue restaurada la capilla, lo que sirve para rendir un homenaje silencioso a Don Santos.


SANTA MARIA DE LA CABEZA

En otra crónica digo algunas otras cosas más, veamos.

El fuerte de Santa María de La Cabeza, ubicado en el cerro de Quetepe,  es el segundo en antigüedad e importancia de la ciudad de Cumaná, Primogénita de América; éste fuerte fue en su tiempo útil, un formidable complejo militar, dotado de todos sus elementos militares, un edificio de forma cuadrada entre murallas de piedra ciclópea, con un inmenso patio de armas, donde hay algunas obras importantes: el Templo, La Gruta de Lourdes, Las escalinatas. El templo estuvo allí, en ese espacio, desde un principio, Siglo XVI,  es un templo colonial que puede verse en los mapas antiguos de la ciudad.

El fuerte formaba parte del sistema defensivo, y sirvió también de residencia a los Gobernadores, una casa de dos plantas, los gobernadores  ocupaban el segundo piso, mientras que en la planta baja  funcionaba la administración y las Cajas Reales; también fue sede del  gobierno colonial, y  accidentalmente fue  sala consistorial del  Ayuntamiento.

Según ratifica y afirma José Antonio Ramos Martínez (Ob.cit), este fuerte o Palacio de los Gobernadores, fue definitivamente  construido durante el gobierno de Sancho Fernández de Angulo (1669-1675),  lo que se desprende, entre otros documentos,  de una importante carta del ingeniero militar don Francisco Dávila de Orejón de 1674,  en la cual informa a la Junta de Guerra de las Indias, sobre la dicha  la fortaleza; y fue confirmada,  en 1682, por el gobernador Juan de Padilla y Guardiola, que informa al Rey, sobre el fuerte de Santa María de La Cabeza, en forma minuciosa.

En definitiva, pues, no nos cabe dudas sobre ello, pero a pesar de que pudiera ser y debe ser así, que el inicio de la obra, y el proyecto es de 1622, cuando gobernaba Don Diego de Arroyo y Daza, cuya mujer se llamaba Maria de La Cabeza, y ese fue el nombre que prevaleció; lo mismo hizo en Araya, cuya fortaleza se llama Santiago de Arroyo de Araya;  pero aceptamos que la conclusión de la fortaleza y puesta en servicio,  se desprende  de la carta de 27 de mayo 1672, en que se  deja constancia de la carta de Don Sancho Fernández de Angulo al Rey, informándole sobre la terminación de la obra.

Es importante para Cumaná, patrimonio de la humanidad, señalar estos datos,  porque este castillo ha ocupado el centro de nuestra ciudad por muchos siglos, ha sido testigo de nuestra historia, y en él se han sucedido hechos relevantes que han sido reseñados por muchos historiadores, y porque fue la sede del gobierno y Caja del Tesoro, la Casa de los Gobernadores Coloniales, sede del Ayuntamiento, y su estructura fue violada por guerras y terremotos. Construida y reconstruida; abandonada y vuelta a la vida muchas veces, con hechos dramáticos y solemnes, hechos gloriosos, traiciones y heroísmos.  

Desde un principio los terremotos hicieron estragos en él. Entre sus ruinas perdieron la vida muchos de nuestros abuelos. Sobre todo el de junio de  1698, que arruinó tanto al templo como al castillo, pero fueron rápidamente reconstituidos.  Después de largos años de servicio vino el terremoto del 15 de julio de 1853,  que lo arruinó por completo, y así permaneció por muchos años,  hasta que Don Santos Emilio Berrizbeitia Bermúdez de Castro, en 1912, restauró en parte los viejos muros quebrados por la tormenta; levantó los muros y sobre sus muros  construyó una hermosa capilla, donde fue colocada la antigua imagen de Nuestra Señora del Carmen, una de las más veneradas  del pueblo de  Cumaná. En ese solar estuvo la primitiva Ermita del Carmen, donde se guardaba la imagen divina, rescatada de la Nueva Córdoba, en 1654, después del asalto de los piratas franceses, que la destruyeron la ciudad por completo.

Durante la guerra de independencia,  fue utilizado tanto por los realistas como por los patriotas.  El terremoto de 1853, lo convirtió en ruinas, hasta que en 1912, como dice don Alberto Sanabria, fueron  rescatados sus muros  por don Santos Emilio Berrizbeitia Bermúdez de Castro, que también construyó la capilla para la imagen de la milagrosa y protectora Virgen del Carmen.  Hace poco tiempo, en el año 2003, fue restaurada la capilla, lo que sirve para rendir un homenaje silencioso a Don Santos.

 Para 1908 fue párroco de Santa Inés el padre Arteaga, que luego fue Cardenal Primado de la Habana, a él se le debe la hermosa e histórica Gruta de Lourdes y el piso de mosaicos importados de Alemania, que aún se conserva.  

Por último el terrible terremoto del 17 de enero de 1929, quebró las  paredes del templo, destruyó la capilla y daño en parte las murallas del viejo Castillo, pero gracias al padre Antonio de Vegamian, cura párroco de Santa Inés, y el maestro de obras Don Martín Pascual, se levantó de nuevo y volvió a servir a su pueblo de cátedra permanente para enseñar la buena nueva, la palabra de Dios.

Actualmente podemos visitarlo entrando por el jardín donde está la Gruta de Lourdes; ubicada al lado de la iglesia de Santa Inés; luce su construcción de piedras ciclópeas traídas de las canteras de la península de Araya, trabajadas con el sistema español, muy característico, que se conoce como “Cal y Canto”.






EL CEMENTERIO DE QUETEPE.



El Cerro de Quetepe tuvo mucha importancia durante el periodo colonial, porque era línea divisoria entre el barrio de San Francisco y la ciudad de Cumaná, y en sus terrenos se construyó el fuerte de Santa María de La Cabeza, que es otro tema;  pero además fue el solar de los Sucre, ya que la casa de los Sucre estaba ubicada en el cerro de Quetepe, según el bando por el cual fue vendida en 1802. Tenía su frente hacia el cerro de San Antonio de La Eminencia, y sus patios daban hacia la plaza de San Francisco; y además en esa casa nació el Mariscal de América, el General en Jefe Antonio José de Sucre Gran Mariscal de Ayacucho y Redentor de los Hijos del Sol. Quetepe es el Belén de la América Libre.

El Barrio de San Francisco fue el sitio elegido por Gonzalo de Ocampo para establecer su campamento, que llamó “Villa de Toledo”, según un plano antiguo de 1600, atribuido a Suarez de Amaya. De acuerdo con los dibujos y planos antiguos, Castellón, después del terremoto de 1530, mudó la ciudad de Nueva Córdoba, que estaba ubicada en  “El Barbudo”, donde desembocaba el caño Santa Catalina,  o sea, lo que llamaban “Los Cerritos” (médanos),  para las faldas del cerro de San Antonio de La Eminencia, como puede observarse en la gran empalizada que el mismo pintó, y sobre todo  si observamos que la Iglesia Parroquial estaba construida al pie del cerro, al final de la calle de La Ermita hoy calle Ribero.  

Este sitio considerado sagrado por los habitantes del barrio de San Francisco, porque es fama que en este lugar están enterrados muchos miembros de la familia Sucre, entre ellos Don Vicente Sucre García y Urbaneja, Padre de la Emancipación de la provincia de Cumaná;  y su primera mujer María Manuela de Alcalá y Sánchez Vallenilla; así como Don Bartolomé Bello González, padre de Don Andrés Bello, Príncipe de las letras hispanoamericanas, nunca bien ponderado, el cual fue un gran maestro de la música en Cumaná, de él vienen los Gómez y Gutiérrez, y toda la gran escuela de música de Cumaná, que tuvo rango superior y universitario; y entre otros personajes históricos está también el valiente general español don Tomás García, padre de don José Silverio González.  En 1681, murió en Cumaná, y fue enterrado con la pompa acostumbrada, el obispo de Puerto Rico monseñor Marcos de Sobremonte, y tantos otros eminentes ciudadanos. Es un solar sagrado y debe venerarse como tal.

Es muy probable que sus muros de sillería, de las canteras de Araya, fueron construidos durante el gobierno de don Digo Arroyo y Daza, entre  1622 y 1626, aunque creemos que ese lugar sagrado era utilizado como cementerio desde tiempos precolonianos, sería conveniente una intervención científica de comprobación que pueda demostrar la antigüedad de los restos depositados en ese espacio e identificar los más relevantes; ya que en el cerro de Quetepe habitaba una tribu Kaima Caribe, y los españoles normalmente respetaban y asumían las costumbres de nuestros indígenas, y porque en esta  banda del río o sea la parroquia de Santa Inés no había otro cementerio en esos tiempos. Ojalá las autoridades tomen conciencia de la importancia que tiene nuestra historia y emprendan una acción consecuente con ese interés.    

El padre Ramos Martínez, tampoco le dio mucha importancia al cementerio, sólo dice que el antiguo cementerio de Cumaná estuvo ubicado detrás del castillo de Santa Maria de la Cabeza y contiguo a él. Todavía se ven los muros de mampostería. En 1828 aún se enterraban los cadáveres en ese viejo cementerio”.

La memoria oral de Cumaná, conserva de la historia, la invasión de Walter Raleigh, de 1591, la muerte de su sobrino el capitán Galfielde, el cual fue enterrado en el cementerio de Cumaná, que indudablemente es el de Quetepe. Lo mismo pensamos en relación con la muerte de los alcaldes ordinarios, Juan López de Pedroza y Juan Rengel; y muchos habitantes blancos de Cumaná, durante la invasión de los Caribes en 1572 y en la guerra emancipadora.

El cementerio de Quetepe, pues, guarda los restos mortales y sagrados de nuestros abuelos, y debe ser dignificado, por ejemplo construyendo sobre su suelo un panteón, donde se puedan trasladar los restos de héroes civiles y militares que yacen olvidados en el cementerio general, y se  les pueda honrar con el amor de nuestro pueblo.

Sabemos que no será posible, porque las cosas sagradas de Cumaná no le importan a nadie,  si no nos empañamos nosotros en reclamarlo a través de las comunidades organizadas, pues hagamos un llamado a esas comunidades, ya que  se trata de nuestras raíces y de los espíritus de nuestros abuelos que andarán errantes buscando en la oscuridad el camino a casa. 




LA   PLACITA  RIBERO, HOY PLAZA BADARACCO.



Esta plaza se construyó en el solar de la Plaza de San Francisco frente al convento de los franciscanos de Cumaná, y en el centro se destaca el busto en bronce del Dr. Domingo Badaracco Bermúdez y un monolito que honra la memoria del mártir cariaqueño,  coronel José Ribero

La plaza fue construida en el terreno abandonado de la plaza de San Francisco,  que durante la Colonia fue la Plaza Mayor de la ciudad.  El gobierno del general Zoilo Vidal, puso empeño en rescatarla y acometió un proyecto presentado por el ingeniero Bartolomé Milá de La Roca, en 1912. La plaza tuvo días de júbilo y jubileo, en ella se celebraban fiestas patrióticas y la banda Acosta que luego se llamó La Banda Libertad,  bajo la batuta del gran maestro de la música cumanesa don Benigno Rodríguez Bruzual, tenía sus días para presentar su magnífico repertorio en las famosas retretas.  

Cuando yo era un carricito los guayacanes ya eran viejos; formábamos pandillas para jugar trompo, pichas, guataco y policía librado. Era un solar lleno de pájaros y muchachos.  Era el escenario de nuestros combates, de las alegrías y las penas. Al policía de la mañana lo llamábamos “Bigotelibro”, y el de la tarde era  “Señor Molina”; el primero nos perseguía hasta las faldas de “Cerro La Línea”, allí nos atrincherábamos y lo atacábamos con nuestras infaltables chinas, usando como proyectiles las frutitas pegostosas de las matas de Chica. El segundo policía llegaba a la tardecita, se recostaba del poste y hacía como que vigilaba, así lo sorprendió y amarró, mientras dormía, el terrible Luis José Chópite.

En la plaza instalaron dos postes con sendas luminarias, que nos atraían como a las mariposas; y en el centro estaba “La Pilita”, fuente hermosísima rodeada de barandas de bronce, que nos servían de asiento para mirar a las niñas jugando y bailando. La pilita era un cercado redondo lleno de flores con una fuente en el medio. Refrescaba mucho con sus lirios en perpetua floración, y los muchachos respetábamos ese lugar sagrado. No recuerdo haberme metido en la pilita, sino una sola vez para recoger una pelota.

Los inmensos robles servían para que Pichofué, demostrara sus habilidades, pasando de rama en rama como un mono. Arriba pasaba las horas, mientras la Maestra Inés Meaño (Ñeñé), le gritaba y gritaba, que se bajara. En el recuerdo se me enredan los nombres de la muchachada: Los Minguet, De La Rosa, Bruzual, Sanabria, Torres, Juliac, León, Suárez, Inserny, Carballo. Tavera, Fuentes, Acosta, Moi, Carmona, Villalba, Inserny, Lares, Madrid y Madriz, Miranda, Briceño, Acosta, Guerra, Olivieri, Ciliberto, hasta René Losada, la viuda de Reny Ottolina, formaba parte de esa muchachada de mi generación, cuyo único escenario era la placita y el río. Esa vida terminaba a las 8:30 p.m., cuando desde el Castillo de San Antonio tocaban Diana y la placita se vaciaba, algunos se quedaban hasta el toque de silencio a las 9:00 p.m., luego quedaban las sombras y los fantasmas.

            Pero la historia de la placita Ribero, no fue siempre como la vivimos los muchachos de mi generación, un cuento color de rosa; nuestros padres nos contaban los acontecimientos gloriosos que allí sucedieron, tanto los del Convento de San Francisco, como los de la tétrica Inquisición y del Coronel Ribero, que le da nombre a la placita. Era oriundo de Cariaco, ciudad que tiene el rimbombante nombre de San Felipe de Austria; el formidable pueblo que le dio tantos héroes civiles y militares a la Patria; el pueblo de José Francisco Bermúdez, llamado José Francisco Pueblo y Estanislao Rendón, llamado el Egregio Demócrata.




El Fusilamiento de los coroneles José Ribero y Carlos Peñalosa.

            El Coronel José Ribero, cuyo nombre horna la Plaza,  fue un guerrero inmortal que ofrendó su vida en plena juventud por la libertad. Desde temprana edad se le encuentra al lado de Mariño, sobre salió en Guiria y Maturín, y también a las órdenes de Bernardo Bermúdez y Piar. Para 1814 acompaña al victorioso Mariño, llamado por Bolívar,  a la campaña del centro que luego terminó con el desastre de la batalla de La Puerta y la triste emigración.

Ribero regresa la zona Oriental con el mismo Mariño. Es la hora de Boves, en su campaña infernal y depredadora, llega y vence en Barcelona y avanza sobre Cumaná, y con una fuerza superior en todo, derrota al invicto Carlos Manuel Piar, en la batalla de El Salado; entra a la ciudad el 15 de octubre de l814, y la llena de luto y espanto. Sus atrocidades hicieron olvidar a los bárbaros Zuazola, Cervériz y Antoñanzas. Los Patriotas se repliegan, Domingo Montes, Jesús Barreto, los Monagas, mantienen el pabellón patriota en las sabanas de Maturín. Barreto, el heroico hijo de Cumanacoa se hace fuerte en las inmensas llanuras donde es invencible.

            Mientras tanto el Coronel Ribero, se ha ganado su grado heroicamente, siempre al lado de los Libertadores de Oriente; al lado del General Santiago Mariño, gana en cada batalla un jalón; y en el último en 1815, en Punta de Piedra, resiste con sólo 150 hombres, la embestida del Sargento Mayor de Dragones, Miguel Domínguez, jefe realista que lo derrota con un ejército tres veces superior; entonces se retira hacia Caño Colorado, cae en una emboscada y lo hacen prisionero; es traído a Cumaná y mediante un juicio sumario ordenado por don Pablo Morillo, es condenado a muerte.

            En las primeras horas de la mañana de un día lluvioso, el 27 de septiembre, desde el campanario de la capilla de la Venerable Orden Tercera, contigua al Convento de Nuestra Señora de las Aguas Santas, que así es el nombre de la casa mayor de San Francisco, comenzó el repique de campanas; el pueblo había sido convocado para el fusilamiento. Desde Cariaco había llegado toda la familia del Héroe, sumida en profundo dolor y santa impotencia. A Ribero lo trajeron desde el Castillo de San Antonio, en cuyas mazmorras pasó sus últimos días; venía amarrado, escarnecido, pero altivo sin jactancia, lo acompañaba un sacerdote que había abogado por su vida ante el nuevo Gobernador, Don Tomás de Cires, el mismo inaudito individuo que ordenó la demolición de la bella iglesia de la Divina Pastora, y arrasó el próspero barrio de Chiclana. ¿Cómo podía este sujeto tener piedad con el bizarro patriota?

            La plaza de San Francisco de esa época, aunque muy importante, ya que se encontraba frente al Convento, presentaba las huellas del tiempo, pero era considerado el más importante de la Provincia, y, aunque quedaban retazos de las ruinas de la Plaza Mayor, era una sabana calichosa donde crecían los Yaques y las Cuicas, y era usada muchas veces para los festejos, la venta de esclavos y otros eventos.

            El Coronel Ribero fue llevado hasta el centro de la Plaza. Un sargento le ordenó que se hincara de rodillas, no quiso hacerlo, pero fue obligado golpeándolo en las rodillas con la culata de un fusil. Rechazó la venda y mirando a sus familiares, amigos y al pueblo, grito con fuerza: ¡Viva Mariño! ¡Viva la Libertad! Un soldado le dio un golpe en la boca. Un murmullo recorrió la multitud. El pueblo contuvo el aliento… Ribero estaba allí de rodillas. Por la comisura del labio inferior se le escapaba un hilillo de sangre; sin embargo, se mantenía sereno, con esa serenidad que da el cumplimento del deber. Atento al menor movimiento, sus ojos buscaban a sus seres queridos, y al cruzar sus ojos, se llenaba de una dulce alegría. Altivo, tranquilo, de frente al pelotón, atento a los gatillos, tal vez sumido en profunda oración, convencido que al derramar su sangre contribuía con la causa a la cual había dedicado todo. El pelotón de fusilamiento estaba preparado. Oyó la orden… Disparen… Recibió la descarga mortal sin un lamento, ni una queja salió de sus labios. Su boca besó la tierra que tanto amó y exhaló su último suspiro. Cayó hacia delante y luego resbaló lentamente hasta quedar en posición fetal. Tal vez el engreído Aldama, aquel esbirro que azotó públicamente a Doña Leonor Guerra, le dio el tiro de gracia. Los verdugos cumplieron con el mandato, pero ¡oh miserables!, no entregaron el cuerpo a sus deudos, que lo imploraban. El pueblo se tragó sus lágrimas, pero dentro del corazón creció como un árbol la sed de venganza y el deseo de ser libres. La conciencia de una patria distinta y más justa.

            No había terminado la fiesta. Se cumplían expresas órdenes del General Pablo Morillo, que señoreaba victorioso con sus fuerzas infinitas, y que pretendía amedrentar a los patriotas orientales; y por ello y por escarmiento, el cuerpo del Coronel Ribero fue descuartizado y sus restos exhibidos en Cumaná, Cariaco y otros pueblos vecinos. Durante mucho tiempo el cráneo del egregio soldado sirvió como bronce para el recuerdo de su inmortalidad.

            La Plaza Ribero, antigua plaza de San Francisco,  comparte hoy su nombre y espacio con el Dr. Domingo Badaracco Bermúdez, el médico bueno, al cual el pueblo también vistió de bronce
P.d. Debo aclarar que el apellido Ribero, del héroe cariaqueño, se escribe con   “b” labiodental, y no es un error.




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