BADARACCO
GENERAL DOMINGO MONTES MALARET.
CUMANA 2003
Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra: NOTAS BIOGRÁFICAS DEL
GENERAL DOMINGO MONTES MALARET
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
cronista40@hotmail .com
academia.sucre@gmail.com
Cel. 0416-8114374
Nació el
General Domingo Montes Malaret, en la calle Las Infantas hoy calle “URICA” del
histórico barrio de San Francisco en la ciudad de Cumana, el día 1 de noviembre
de 1974. He aquí el texto de su partida de bautizo:
“En
cuatro días del mes de diciembre de 1784, el presbítero don Antonio Padilla,
Vicario de cura de la iglesia parroquial del Carmen del populoso barrio de Santa
Inés de Cumana, certificó, que en ella con licencia del quinto cura semareno y
con mi asistencia, el representante FR. Manuel Mendizábal, religioso del orden
del P.P, bautizo solemnemente, puso óleo y crisma, a Domingo hijo legítimo de Domingo
Montes y Rita Malaret, quien nació en día 1º de noviembre de 1784. Fueron sus
padrinos Fr. Manuel Mendizábal y María
Malaret, habiendo quedado hecho cargo de mi obligación y parentesco. Y para que
conste lo firmo y doy fe. Pedro Antonio Padilla.
Brillante
fue la carrera militar de Domingo Montes, durante varios años el destacado
paladín, a quién los españoles apostrofaban llamándolo “El Diablo” porque
disque cuando le disparaban las balas se desviaban; héroe sin par, de nuestra
guerra magna, dotado de una clara visión de la guerra, podríamos decir, de
olfato muy fino, y un carácter unido a su inteligencia, respetada por Bermúdez
y el propio Libertador, cuando se trataba de defender el teatro de sus
operaciones, porque su actuación especialmente en el oriente de la república,
se destaca entre la pléyade de sus más
valientes hijos.
Vemos otro pasaje como nos lo cuanta también
don Jerónimo Ramos en su obra “Bermúdez en 1817” publicada en 1925 en el
bisemanario “Sucre”, Nos. 65 y siguientes.
Veamos
unos pasajes de la vida del guerrero Domingo Montes historiados por el erudito
historiador nativo don Jerónimo Ramos
“Estando todo
preparado para sitiar Cumaná, Bermúdez recibe órdenes del Libertador de
trasladar todo el ejecito para Guayana. Se produce un conflicto que ha podido
degenerar en una ruptura de imprevisibles consecuencias para el ejército, ante
la oposición de Domingo Montes, Carrera y Guevara, negados a abandonar
Cumanacoa. Todo se resuelve dejando a
Montes y Carrera con los Dragones a cargo de la defensa de la Provincia”.
“A Domingo Montes y Carrera, les corresponde defender el valle de
Cumanacoa contra un batallón de caballería bajo el mando de Arana, y el 7 de
febrero, logra rechazarlo, causarle daño y guarecerse en los predios que conoce
mejor que nadie. Arana vuela sobre Cumanacoa y la encuentra desierta. El jefe
realista pierde muchos hombres peleando contra las guerrillas de Montes y tiene
que regresar a Cumaná”.
También con 50 hombres salió con dirección a Cumaná el coronel Domingo Montes
y penetró hasta el barrio de Guaiqueríes en la noche del 12, pero sin lograr
sorprender las avanzadas del enemigo; bien que, en amaneciendo, más afortunado
en su marcha de regreso, le hizo 13 soldados prisioneros y le tomó 10 bestias en
Zanjón de Maco, como a una milla de la ciudad.
Mariño consumidos los víveres de Punceres, descampo de este sitio para
el poco distante de Aguas Blancas. Allá se dirigía Sucre en la alborada del 22 en
junta con el teniente coronel José Manuel Torres. Hallábase Sucre de camino en Aragua de
Maturín cuando en la tarde del 23 entró Mariño a la imprevista en el pueblo con
sus tropas. Súpolo Bermúdez el 24 y procediendo cauteloso en la inopinada
aproximación de Mariño, comunicó órdenes a Carrera, que estaba aún por Santa María,
a Montes, que con 120 hombres se enderezaba a Cumanacoa, y cuantas guerrillas
se hallaban en comisión para que sin pérdida de tiempo regresasen al
campamento; a la vez que, por escasez de pertrechos, exigía de prestado a
Mariño, por medio de Sucre, vuelto ya a Guanaguana para la noche de ese día,
seis mil cartuchos de fusil, con achaque de verificar contra el enemigo español
una operación urgente.
La historia de la Guerra en Oriente está llena de pasajes como estos en
los cuales brilla aquel formidable guerrero, veamos:
“El héroe de San Félix por temor o
enojo, había partido de Guayana con dirección a la provincia de Cumaná donde
Mariño de por si continuaba la lucha
contra la dominación española. Males para la patria debían temer los partidarios de la revolución, que
no querían estorbos en su marcha, si uno y otro menos atentos al bien común que
a sus particulares resentimientos con el Libertador, se dejaban guiar por los
consejos de una mala inspirada pasión;
pero entre ambos no podía efectuarse un perfecto acuerdo de voluntades, sino en lo que exclusivamente
se relaciona con la guerra de independencia, porque Mariño y Piar se miraban de
tiempo atrás con profunda desconfianza.
No obstante, para acallar todo escrúpulo, el Libertador despachó para
Mariño al coronel Agustín Armario, muy conocido en la provincia, con el encaro
de realizar las relaciones suspensas y de exigir el explícito reconocimiento de
su autoridad.
Prometíase Armario hallar a Mariño en
territorio de Maturín por sucesos en Güiria, provenientes de lo mal que se
comportaban los patriotas en cargados de su defensa, obligaron a Mariño a
acudir al remedio y a desentenderse de las operaciones militares sobre la
capital, limitadas por el momento a impedir al enemigo el envío de auxilios a
aquella costa. Marchó Mariño con su guardia de honor, y solo por miramiento a
la alta graduación de Piar, le encomendó el mando más aparente que efectivo en
las tropas que dejaba, compuestas de oficiales y soldados muy adictos a su
persona. Armario, en pos de Mariño, atravesó en consecuencia el Golfo Triste
(Paria) cuyas aguas no dominaba todavía la escuadrilla española. A poco sucedió
la toma de Güiria que frustró el designio principal de Mariño, pero su
presencia en Paria sirvió a lo menos para evitar que fueren mayores las
pérdidas de los patriotas; pues logró salvar en la derrota el parque y gran
parte de las fuerzas con que se acogió a los montes.
Entonces, juzgando oportuna la ocasión para aniquilar a sus particulares
enemigos, no disimuló el Libertador la alegría que le causaba la toma de
Güiria, que los españoles celebraban como un gran triunfo. Así que, creyendo a
Mariño, según estos propalaban, refugiado en Chacchare imaginó como posible la
aprehensión de Piar, a qui consideró aislado, sin recursos ni siquiera espacio
donde vagar, entre Rojas que por los patriotas mandaba en Maturín y los
realistas que poseían a Cumaná; por lo cual ordenó sin rodeos a Cedeño marchase
a realizarla con un cuerpo de caballería y el apoyo de las tropas que defendían
a Maturín.
En Aragua de Maturín cayó Piar sin defensa en manos de Cedeño. Fácil fue
su captura, como también después el sometimiento de la división que al mando de
aquel había dejado Mariño en Cumanacoa, porque las circunstancias en verdad no favorecían
la resistencia, y porque además se afirmaba como cierto el avenimiento de
Mariño con el Libertador en virtud de las propuestas de Armario.
Más el 3 de octubre (1817), día siguiente de haber llegado Piar a Guayana, el Libertador, prescindiendo de
sus negociaciones con Mariño, previno a Cedeño
apurase todos los recursos y emplease todos los medios por lograr su aprehensión; a la vez que, fuese
o no que la considerase como infalible,
juzgó acertado separar a Bermúdez del mando del ejército del Centro para
enviarlo a Cumaná por Gobernador y Comandante General de la provincia, en
donde, si bien Cedeño había limitado,
carecía de influjo y de prestigio para compactar y dirigir la opinión;
nombramiento poco atinado porque desavenidos para la época Bermúdez y Mariño,
podían llegar a la exaltación de las pasiones en un rompimiento escandaloso por
sus disgustos e intereses particulares; pues Bermúdez era de genio arrebatado, impetuoso y
violento, y Mariño muy celoso de su honra. Uno y otro contaban parciales y eran
al mismo tiempo osados y valientes. Pero esa era la elección que convenía más a
las miras del Libertador, determinado como estaba a no omitir la ocasión que le
ofrecían los nuevos sucesos de la provincia para acabar con Mariño, como había
aprovechado la toma de Güiria para concluir con Piar. Así que, confiado cuando
menos en humillar a Mariño y perderlo en el concepto público, lo calificó sin
embozo de disidente en la proclama con que anunció al mundo el fusilamiento de
aquel jefe.
Cedeño se volvió a Guayana a fines de octubre, apenas Bermúdez hubo
llegado a Maturín, había precedido a éste en su viaje a la provincia el coronel
Antonio José de Sucre, nombrado por el Libertador para Jefe de Estado Mayor de
la división de Cumaná. Juntos caminaron hasta Aragua: Bermúdez siguió para
Cumanacoa a tomar el mando de las tropas que allí había reconocido al Gobierno;
y Sucre se quedó a esperar a Mariño quien, repasando el Golfo Triste, acababa
de desembarcar en el puerto de San Juan con cerca de 400 hombres y no escasas
municiones de guerra. Con esta noticia se desvaneció la esperanza de
aprehenderlo: forzoso era entrar con él en pactos de concordia, para lo cual
Sucre estaba autorizado por el Libertador; pero Mariño había sabido en san
Juan, por cartas de Trinidad, tanto la muerte de Piar como su propia
proscripción, por donde recelando no le aconteciera lo que a aquel en Aragua de Maturín, marchaba con las
mayores precauciones hacia Punceres, resuelto a no pasar de allí sin informarse
bien del curso de los asuntos y sin
reunir su parque, cuya conducción
dificultaba la falta de
acémilas y lo intransitable del camino.
Determinó entonces Sucre, obtenido que hubiera el beneplácito de Mariño,
trasladarse a su campamento. A Punceres llegó Sucre el 3 de noviembre en
concurrencia con la vanguardia de Mariño que avanzaba con lentitud; y aunque
Bermúdez, e su encono contra éste, había dado órdenes precisas a los pueblos
para que negasen a sus tropas todo recurso, Sucre no sólo les suministró víveres aquel día, mas exigió de Rojas la
facilitase a Mariño algunos indios para
la conducción de sus pertrechos, era que al contrario de Bermúdez, creía Sucre
que debía concederse algo a la política, preveía que aquel parque y aquellos soldados iban al cabo y a la postre a ser útiles en la defensa de la patria, y sobre todo
quería que su generosidad se tomase
como prenda de buena disposición en el
gobierno.
No pudo lograrse ninguna conveniencia, porque Mariño consideró
inaceptables los términos del ajuste, reducidos a prometer Sucre la gracia y
amistad del Libertador, siempre que Mariño completase la entrada a sus deberes
con la entrega de sus tropas a Bermúdez
y con su presentación ulterior en Guayana a prestar juramento de obediencia y fidelidad al gobierno; pues
así la ruptura de las propuestas de
Armario como el nombramiento de Bermúdez
hacían temer a Mariño por su libertad y
su vida, mucho más cuando, a su juicio,
exento Piar de crimen alguno acababa de expirar en afrentoso patíbulo.
Antes que exponerse voluntariamente de ese modo a ser vejado, optaba Mariño por
abandonar el País, lo que, cierto, hiciera al punto en las embarcaciones que tenía
en san Juan, sino porque, celoso de su reputación, creía que su salida, para
ser decorosa, debía efectuarla con
permiso del gobierno, a quien había ofrecido
a placer sumisión y acatamiento.
En abono de estas promesas era menester que Mariño diese explicaciones
al gobierno respecto de su presente negativa. Así lo hizo, depuesto el natural
enfado, en correspondencia que entregó Sucre para el Libertador. Con esto,
despedido el uno del otro, encaminose Sucre para Cumanacoa, en donde por orden
general del día 9 fue reconocido en su empleo.
Impropio no nos parece declarar aquí una opinión acerca de las aptitudes
de ese joven de 22 años apenas, para el desempeño de tan delicadas
funciones. En aquella época luminosa no
era fácil subir sin méritos eminentes. Desde Angostura, dice carta de Soublette
a Sucre, fechada el 6 de agosto de 1818: “… me congratulo cada vez que veo a
un Sucre, cuyos cocimientos generales, ideas metódicas, firmeza, amor al
trabajo y al orden, integridad, etc., me hacen prever un oficial de grandes esperanzas en esta parte
importante del servicio de los
ejércitos” Dos años después era Sucre el Jefe de Estado Mayor General.
El territorio ocupado por los patriotas era el más pobre de la
Provincia, no así el que subsistía en poder de los españoles, abundante en
recursos; los pueblos del interior obedecían a aquellos; a estos, los
inmediatos a las costas. Guarnecían a Cumaná cuando menos mil hombres que
componían el segundo batallón del regimiento de Granada y otros del de la Reina
Isabel, al mando, respectivamente de los tenientes coroneles don Agustín
Noguera y don Eugenio Arana, y algunos
dragones y artilleros.
Encontrábase en Cariaco con 50 hombres el comandante José María Fuentes,
natural y vecino del lugar; en Carúpano, con 300, el teniente coronel, don Juan
de Armas; y con 400 en Güiria, el teniente coronel don Francisco Jiménez. Las
tropas patriotas en número ni en calidad podían echar raya con las españolas.
Rojas, lejos de la acción del enemigo no contaba más que con el paisanaje de
Maturín: como 400 eran en Cumanacoa los soldados de Bermúdez, escasos de todo
si no de entusiasmo patriótico, y calculados quedan atrás los que acompañaban a
Mariño.
Era imprescindible para los patriotas obrara sin dilación contra el
enemigo común; una vez que del esfuerzo simultaneo de los diferentes cuerpos desparramados
en el territorio de la República, pendía el éxito de las operaciones que el
Libertador en persona iba a emprender ya sobre la provincia de Caracas. Mariño,
preocupado por ahora de su suerte, no
podía prestar mayor apoyo, y muy débil tenía que ser el de Bermúdez, con tropas
escasas y desprovistas de municiones. Sin embargo hizo cuanto pudo con voluntad
y buen suceso.
De Cumanacoa salto para Cariaco con 50 hombres el teniente coronel José
María Carrera, derrotó un destacamento en el pueblo de Catuaro, recogió 20
fusiles y aumentó a ciento el número de
sus soldados, mas tuvo que volverse, conforme a sus instrucciones, sin entrar
en aquella villa, por haber sido reforzada su guarnición con tropas de Cumaná. También con 50 hombres salió con
dirección a Cumaná el coronel Domingo Montes y penetró hasta el barrio de
Guaiqueríes en la noche del 12, pero sin lograr sorprender las avanzadas del
enemigo; bien que, en amaneciendo, más afortunado en su marcha de regreso, le
hizo 13 soldados prisioneros y le tomó 10 bestias en Zanjón de Maco, como a una
milla de la ciudad.
Con doble porción de gente tornó luego Carrera por Cariaco a Cumaná, y
sería el hilo de la media noche del día 20, cuando lanzó sus fuerzas sobre la Casa Fuerte defendida por Fuentes y
escasa guarnición, cuyos defensores aturdidos la abandonaron sin mayor
resistencia. Carrera volvió a Catuaro y el 22, atacó y dispersó, en el pueblo de Santa Cruz, una partida enemiga. Entre una y otra
sorpresa, las pérdidas del enemigo
alcanzaron a 2 soldados heridos, 84 fusiles, 1500 cartuchos embalados, 2000
raciones de galletas, 6 bestias y dos cajas de guerra. Los republicanos no
sufrieron bajas.
Al habérselas con un enemigo diestro y poderoso, los independientes
hubieran recogido más bien cosecha de
reveses como fruto de sus locas desavenencias. Fuéronle por otra parte dañosas;
porque impidieron de presente que al esfuerzo común correspondiera con
mayores la no esquiva fortuna; y porque
produjeron de luego a luego escándalos vergonzosos de sensible y dolorosa
memoria.
Mariño consumidos los víveres de Punceres, descampo de este sitio para
el poco distante de Aguas Blancas. Allá se dirigía Sucre en la alborada del
22 en junta con el teniente coronel José
Manuel Torres. Hallábase Sucre de camino
en Aragua de Maturín cuando en la tarde del 23 se entró Mariño a la imprevista en el pueblo con sus
tropas. Súpolo Bermúdez el 24 y
procediendo cauteloso en la inopinada aproximación de Mariño, comunicó órdenes
a Carrera, que estaba aún por Santa María, a Montes, que con 120 hombres se
enderezaba a Cumanacoa, y cuantas guerrillas se hallaban en comisión para que
sin pérdida de tiempo regresasen al campamento; a la vez que, por escasez de
pertrechos, exigía de prestado a Mariño, por medio de Sucre, vuelto ya a
Guanaguana para la noche de ese día, seis mil cartuchos de fusil, con achaque
de verificar contra el enemigo español una operación urgente.
No fue distinta de la anterior la nueva misión de Sucre cerca de Mariño,
sino que, por insistencia del Libertador, era la misma en intención y
propósitos. Convinieron uno y otro con amistosa franqueza; mal de su agrado,
prometió Mariño a Sucre la entrega del pedido, siempre que Bermúdez se
comprometiera formalmente a facilitarle ante todo a Rojas y encarecerle el
anticipado apresto de la flechera que debía conducir a Mariño, caso que a los
deseos de éste accediese Bermúdez; pues no era para desechar un solo instante
en la patriótica labor de restablecer en
la provincia la apetecida concordia.
Pero Mariño, desconfiando de Bermúdez o deseoso de arriesgar el último esfuerzo en defensa de su
comprometido decoro, no aguardó respuesta de Sucre y se declaró el 25, en
Aragua, en abierta rebelión, desconociendo la autoridad de Bermúdez, cuando
nada podía alentarle en su atrevimiento,
ni el estado de la opinión, dado que muchos de sus amigos, en las ocurrencias
que se siguieron, a la toma de Güiria y
a la prisión de Piar, de grado o por
fuerza, se habían reconciliado con el gobierno; tampoco el de sus tropas, por
ser las menos numerosas, a causa de que vagando
hasta aquellos lugares pobres e insalubres, la deserción y las
enfermedades las habían reducido a una tercera
parte; y ni siquiera por la falta de elementos
de guerra en Maturín y Cumanacoa,
por estar a punto su remedio con los envíos desde
Guayana por el Libertador. Desesperado fue el consejo, el arresto
inoportuno; la resolución antes gallarda que prudente.
Consecuente con ella, marchó Mariño al instante sobre los patriotas de
Cumanacoa, mas informado en Guanaguana que Carrera no había bajado aún para
aquel valle, en la mañana del 26 se
desvió hacia Caripe, en donde presumía
hallarle, con el designio de evitar, de todos modos, su incorporación a
Bermúdez. Lo consiguió en efecto al otro
día, en el cual, Carrera arrastrado por la inclinación de sus tropas a Mariño, se alistó como de propio dictamen
entre los de su bando.
Mientras de esa manera aumentaba Mariño sus fuerzas, vigorar la
disciplina de las suyas era a la vez el mayor de los cuidados de Bermúdez;
porque compuesta en parte la división de Cumaná de los restos de aquel cuerpo de tropas que, como sabemos, dejó
Mariño en Cumanacoa, a su marcha para Güiria y que se dio a partido después de
la aprehensión de Piar, no le inspiraba
a la sazón la fe de una ciega obediencia, entre otros, al general Rafael de
Guevara, el coronel Manuel Isaba, y los tenientes coroneles Montes, Carrera y
León Prado, que a ella pertenecían, estaban comprendidos en sus fundados
recelos. Así que en el interés de Bermúdez por mantener la disciplina con
ejemplos rigurosos, bastaban tamañas inquietudes para justificar de algún modo
la severidad de la pena impuesta al teniente del batallón de Colombia Gregorio
Baca, que por haber repartido entre oficiales de Bermúdez cartas de otros de
Mariño, donde se les alentaba a la rebelión, fue sentenciado a muerte y
fusilado en la tarde del 29 en presencia de la división en la plaza de
Cumanacoa.
Sintiéndose más seguro de sus
tropas, Bermúdez reunió en la mañana siguiente una junta de jefes y oficiales
con el fin de insinuarles su deseo de salir resuelto al encuentro de Mariño que
había retornado a Guanaguana. Aprobada por todos su determinación, la división
rindió su primera jornada de su marcha en el alto de Cocollar; la segunda en
San Antonio, donde fue pasado por las armas un soldado, desertor con otros en
la noche anterior, y la tercera en
Cachimbo, una legua de San Francisco, ahora cuartel general de Mariño. En vano
algunos patriotas del uno y otro bando
procuraron iniciar conferencias para prevenir el uso de las armas
homicidas; antes solo sirvieron de
ocasión para que Mariño y Bermúdez, olvidados de su dignidad, se insultaran por
medio de cartas y recados sin ningún modo ni respeto. Anunciaba todo para el 3
de diciembre un rompimiento inevitable; mas por dicha no apareciendo al
amanecer en el campo de Mariño muchos
oficiales y soldados que con Carrera habían pasado en la noche al de Bermúdez, de tal suerte se produjo en
la mañana la deserción en San Francisco, que a las doce del día Mariño y los pocos que le restaban leales
atropelladamente abandonaron el
pueblo y a paso largo se
encaminaron a Caripe, bien que perdida toda
esperanza de abrigo y defensa.
Bermúdez atravesó sin demora el Guarapiche que tenía por en medio, y
ocupó a San Francisco. Despachó luego en persecución de los fugitivos a Montes
y encomendó a Carrera la custodia de Cumanacoa. Montes alcanzó a la gente de a
pie y la hizo volver, y recogió gran cantidad de armas y pertrechos abandonados
en el camino. En Caripe se le presento el 5
Mariño con algunos oficiales, y también el R. P. Fray Tomás de Caltaseras, que en Catuaro
había hecho prisionero Carera a su regreso de Cariaco.
Penosa ansiedad se manifestaba en la mañana de 6 en el vecindario y la
tropa de la Villa de San Francisco al anunciarse la próxima llegada de Mariño.
Como nadie había averiguado los
designios de Bermúdez para con su competidor
abatido, en unos dominaba el
temor, en otros la duda de un mal recibimiento.
Bien serían las diez cuando al
fin dejose ver Mariño con algunos a
caballo; a la entrada del pueblo le presenta armas y le bate marcha la división allí formada de antemano:
rompen los aires los vivas y
aclamaciones a la patria y al gobierno, y en estrecho abrazo con Bermúdez, que le cierra el paso, ahogan
ambos y olvidan su ominosa enemistad y
rencores. Comprometiose Mariño a alejarse de la provincia y Bermúdez a
embarcarlo para Margarita cediendo
complaciente a los motivos de delicadeza aducidos por Mariño para no
convenir en presentarse al Libertador en Guayana. Con ese acuerdo, se
separaron al rayar el alba del 8; Mariño tomó la vía de Caripe, Bermúdez la de
Cumanacoa.
Razones de consideración personal, por una parte, de agradecimiento, por otra, respecto de Mariño, fueron sin duda las
que movieron en su favor el ánimo de
Bermúdez. Nacido en la opulencia y favorecido con el don simpático de la
belleza varonil, había además recibido Mariño, con relación a su época, una
educación esmerada, sin descuido, a fuer de caballero, de la equitación y de la esgrima, en las que llegó a alcanzar
insigne destreza. Apuesto en su persona, culto en sus modales, suave en sus
costumbres, arrojado, dadivoso y galante tenía que ser por fuerza bien quisto
de las damas en el estrado como también
el ídolo del soldado en el ejército.
Favorecido así por la naturaleza y la fortuna, no conocía la envidian
abrigaba en su pecho pasiones ruines. Por eso Piar, enemistado con él, le busca
y le encuentra benévolo en medio de
su deroniano. He aquí por qué no es el
héroe más digno de respeto pero si el
más amable en el drama de la
emancipación. Bermúdez, que conocía su
bondad, no quiso ser un miserable.
No fácil sino muy aventurado era el embarco de Mariño para Margarita,
hallándose el litoral de la provincia dominado por las armas españolas. La Esmeralda fue el punto fijado para verificarlo; pero había que luchar y
vencer en Cariaco, guarnecido con dobles fuerzas por consecuencia de la última excursión de
Carrera; proporcionar buque en una playa poco habitada y sin ningún comercio
exterior y regresarse debían sin tardanza las tropas que fueran a facilitarlo,
por temor de quedar cortadas por las que
acudieran en auxilio del enemigo desde
las plazas inmediatas de Carúpano y Cumaná. Para practicar esas operaciones fue
elegido Montes, de todos el más activo y arrojado. El 11, en amaneciendo, salió de Cumanacoa con 113 hombres hacia Poza Azul donde debía unírsele
Mariño; juntáronse el 12 y en la madrugada del día siguiente emprendieron su
marcha. Puesto aventajado para una
defensa, a la vez que paso forzoso, casi a la mitad del camino entre Cariaco y
La Esmeralda, es el puente echado sobre el río
o caño que comunica la laguna de Campoma con la laguna de Cariaco. De
sobresalto Montes acomete la Villa a las 7 de la mañana. Dispersa al cabo la prevenida guarnición que se defiende por
cortos instantes, envía a su gente de a caballo a posesionarse del puente antes que pudieran hacerlo los
derrotados y sorprende por remate una
avanzada en La Esmeralda. Ninguna embarcación de porte se encontró en el
puerto, fuera de seis canoas: en dos metiéronse Mariño, edecanes y equipajes y
despedazáronse las restantes para impedir que en ellas se les persiguiera
después que Montes abandonara la playa, como lo hizo a las 4 de la tarde, en el
propósito discreto de dormir esa noche enseñoreado del puente referido. Dos
horas duró la lucha del día 14 en
Cariaco, pues vueltos de su asombro los
realistas habían logrado reunir alguna tropa con que oponerse a Montes en ruda
resistencia, vencida la cual, consiguieron los republicanos repasar sin ninguna
dificultad el río que rodea la
población. En esos encuentros le mataron a Montes un soldado y le hirieron a
tres. El enemigo tuvo de pérdida 10 muertos, 9 prisioneros y algunos heridos, más 11 fusiles y 450
cartuchos. El 16 Montes daba cuenta de su comisión en Cumanacoa.
Restablecido de esa suerte el orden y la concordia en la provincia.
Bermúdez convierte toda su atención sobre la capital, para donde dispone la marcha el día 21. Había reunido a las
suyas las fuerzas de Mariño, recogido el
parque de éste, y recibido además con su secretario el teniente coronel Ramón Machado 25 mil cartuchos de fusil
enviados por el Libertador. Esperaba con el teniente coronel Torres, caballos y
reses de Guayana, y tropas de Maturín,
con el coronel Pedro Gotilla. La guarnición de Cumaná fuerte de mil
hombres, estaba por tanto en pie brillante. Tenía solo falta de organización y
procediese a repararla hasta con el cambio de nombre de los batallones de que
constaba, llamados Independiente, de Colombia, y de Cazadores, porque estos
últimos carecían de instrucción. Se la dividió en dos brigadas de infantería, y
cada brigada se compuso de dos batallones denominados: primero, segundo,
tercero y cuarto, hasta que honrosamente adquirieran nuevos distintivos en las
ocurrencias de la campaña. Formaban la primera brigada los batallones segundo y
tercero, mientras que los primero y cuarto formaban la segunda. Para primer
jefe de la primera brigada se escogió al general Rafael Guevara, y para segundo
al coronel Francisco Carmona, que se ausentó a poco para Guayana; para primer
jefe de la segunda brigada se escogió al coronel Manuel Isava, y para segundo,
al teniente coronel José Manuel Torres. Eligiose para comandante del batallón
número 1, (Cazadores), al teniente coronel Calixto Baza, y para sargento mayor
al capitán Francisco Guiraud; para comandante del segundo (Colombia) al teniente coronel Ildefonso Paredes, y para
sargento mayor, al capitán José Leonardo Brito; para comandante del número
tercero (Granaderos) al teniente coronel Ignacio Brito, y para sargento mayor
al capitán Vicente Villegas, y para comandante del número cuatro
(independiente), al teniente coronel
José María Carrera, y para sargento mayor,
al capitán Santiago España. El teniente coronel Domingo Montes continuó
de comandante del batallón de Dragones.
No ignoraban los realistas de Cumaná la determinación de Bermúdez de
marchar sobre la plaza; por lo cual rehacían las fortificaciones interiores,
desmantelaban las de la Boca del Monte y de Capuchinos que quedaban fuera de la
línea principal de defensa, y tomaban cuantas otras medidas de seguridad les
sugería su discreción o cordura. Desasosegados y medrosos, fincaban su remedio
en la vuelta del brigadier don Tomás de Cires, gobernador propietario porque el
interino, coronel José María Barreiro no había alcanzado para entonces la reputación
militar. Además su circunspección y probidad despertaban sospechas. No sabemos cuál
influencia ejercieron esos recelos; mucha, si se considera que Cires sucedió
luego a Barreiro; poco o ninguna, por el lugar que en seguida ocupó éste en el
ejército. Bravo soldado demostró su valor en jornadas memorables, pundonoroso
caballero, rindió la vida en el cadalso con serenidad y gallardía. Bogotá fue
testigo de su lastimoso martirio.
Pocos días duró la alarma en Cumaná, dado que un acontecimiento extraño
vino a cambiar la intención deliberada de Bermúdez. La pujante división de
Zaraza con la cual contaba el Libertador para dar comienzo a su campaña sobre
Caracas, había sido destruida el 2 por La Torre en el sitio de la Hogaza. Para reparar en breve las pérdidas
sufridas, dictó el Libertador, entre otras disposiciones, la Ley marcial en que
imponía la pena de muerte a todos los varones de 14 a 60 años que se excusasen
de tomar las armas en el actual conflicto de la patria; y despachó luego
comisionados a las provincias libres en solicitud de tropas para una nueva
campaña decisiva. De una manera vaga
supo Bermúdez el 17 aquel desgraciado suceso; y presumiendo ser parte en el plan de operaciones consiguiente,
redobló su actividad en el apresto del cuerpo a su obediencia para estar a
punto de prestar su ayuda y cooperación a la primera orden. El 21 recibió
Bermúdez, con la confirmación de la fatal noticia, la Ley marcial, que hizo
publicar al momento; y como también se le informara de que el coronel Juan Francisco
Sánchez traía una columna de 200 hombres para coadyuvar a la recluta general y
a la conducción de las tropas con que contribuyera la provincia, ordenó a Rojas
la dejase en Maturín, por temor de que, si pasaba a delante, se fuesen a leva y
a monte los patriotas, cuando el logro apetecido pendía más bien del engaño que
de la fuerza.
El ayudante general coronel Sánchez se presentó solo el 24 en Cumanacoa.
Traía además encargo del Libertador, que ignoraba todavía los acontecimientos
de San Francisco, para arreglar pacíficamente, en términos honrosas para Mariño
y decorosos para el gobierno, los sucesos sediciosos de la provincia. Este era
el medio que indicaba una autoridad flaca y enferma que el más ligero accidente
extenuaba y abatía. La causa nacional, sin vigor, aún tenía interés en conserva
el influjo de Mariño, no en extinguirlo; porque su concurso era indispensable a
la realización del propósito social, sus servicios útiles al deseado bienestar
común. Una pretensión contrapuesta produjo entonces riñas más o menos
lamentables; las produjo también después, con mengua del mismo principio de
autoridad que se invocaba; pues cuando aquella carece de fuerza para hacerla
obedecer, natural es que se exponga a un ridículo o menosprecio. Solamente la proeza de Boyacá podía consolidar la
autoridad vacilante del Jefe Supremo.
Bermúdez determinó, una vez que hubo conferenciado con Sánchez, sacar
las fuerzas de la provincia en auxilio del Libertador. Para poner por obra su
pensamiento, llamó por la posta a los comandantes de los pueblos menos
cercanos, so pretexto de practicar una correría o una revista general de las
tropas. Penetrado el designio por los que asistían en Cumanacoa, encubrían mal
su descontento, que se manifestó después sin rebozo en el vecindario; porque
Bermúdez lo impuso, como a los demás del contorno, la emigración a Maturín,
para que en su desamparo no quedase a merced del enemigo. Las familias
comenzaron su salida el 27; para el 29 se señaló la salida de la división. El
28 trajo un correo de Guayana 72 despachos para los oficiales, con
felicitaciones del Libertador para Montes por su merecido ascenso a coronel;
pero las muestras de complacencia con que aquellos fueron recibidos por los
agraciados, no alcanzaron a calmar la inquietud de Bermúdez, ocasionadas por el
desagrado con que se miraba su empeño; y en la tarde se recogieron y
depositaron en parque cuantos pertrechos
paraban en poder de los soldados, con el
objeto de evitar alguna funesta tentativa.
Inútil fue la cautela. En 1° noche, sorda y cautelosamente se dispuso
una conspiración. Los conjurados extrajeron parque algunos cartuchos, que se
distribuyeron en el seno del batallón cuarto. Cuando hubo amanecido se formó en
la plaza de Cumanacoa la división de Cumaná en disposición de marcha, como
estaba ordenado; y momentos después se introdujo en la habitación del
Comandante en Jefe el coronel Montes para anunciarle que las tropas se
inclinaban por la desobediencia. Montando en cólera, la cobija al brazo y la
espada desnuda, se presenta amenazador ante los soldados el general
Bermúdez. Quiere conocer el poderío de
la insurrección e interroga a cada cuerpo por sus oficiales. Los soldados del
batallón cuarto hacen pública su rebeldía, y en los otros cuerpos se descubre
algunos adictos. Montes, caudillo de la revuelta, está secundado por Carrera,
Prado y varios oficiales de suposición y de aliento. El desorden, la confusión reinan; unos
aplauden, otros gritan, cuales celebran; pero todos aclaman al gobierno y al
Jefe Supremo. Bermúdez reprime su furor, por no exponer su autoridad a mayor
desacato; empero persiste en su
reprobada resolución. Eran ya las 9 de
la mañana. Los comandantes Paredes y Brito emprenden la marcha con los batallones segundo y tercero
(Colombia y Granaderos), Baza los sigue con una parte del primero (Cazadores),
llevándose el parque. Guevara, Sucre e Isaba acompañan a Bermúdez. A poco el
resto de los cazadores se desmanda. La deserción comienza a menoscabar reseguidas los otros dos
cuerpos. Montes lo ha observado todo, porque con maliciosa previsión ha venido
atisbando el menor movimiento de las tropas de Bermúdez. Como legua y media
habían ya caminado éstas, cuando Montes
se decide a acercárseles. Presentase en
la retaguardia; escoltado por algunos dragones, y exige de Sucre interceda con
Bermúdez para que le oiga breve rato. Bermúdez accede. Montes le advierte la
disolución que amenaza a la división: le insta por que regrese a Cumanacoa a
reorganizarla; bien para lanzarla contra el enemigo en el territorio de la provincia
o, de ser imprescindible su presencia en Guayana, para nombrar jefes de los soldados renuentes, que los gobernase
y dirigiese en su ausencia. En una palabra, le demostró que en la actualidad urgía especialmente el
restablecimiento del orden. Bermúdez conviniendo con estas razones retornó a Cumanacoa a las 2
de la tarde.
Sucre, en oficio del mismo 29, después de narrar el acontecimiento de
ese día, con todos sus pormenores, al Jefe del Estado Mayor General; los resume
así, con no escasa elocuencia: “Son casi inexpresable los sucesos que se
atropellan uno sobre otro tan raros y extraordinarios en una ocurrencia
semejante; no podré por consiguiente detallarlos a usted como se han
presentado, y me limitaré a decirle que
los figure usted en la convulsión más espantosa, no tanto por la conspiración
en sí cuanto por el modo en que fue desenvuelta la perfidia y mala fe de sus
autores, en la que muchos en el acto mismo del motín y antes de emprender la
marcha los cuerpos que lo hicieron,
brindaron el exterior más sumiso y hasta humillante; y otros, que
acababan de recibir premios y distinciones con profusión, desarrollaron los
sentimientos de la más negra ingratitud y el carácter más sedicioso.” “Por
fortuna, añade, no alcanzaron jamás a ultrajar la autoridad suprema, acaso
porque la presencia firme del general lo
impedía o porque están sometidos a ella voluntariamente”.
Hombre de orden y, como militar, amante de la disciplina, repugnábale a
Sucre por educación y por índole, toda turbulencia. Aquella naturaleza no la dominaba otra pasión que la gloria; por
eso la alteza de sus sentimientos
rechazaba cuanto conceptuaba de egoísta o de mezquino; por eso, el
reducido teatro en que se hallaba no satisfacía su noble ambición. Convencido
de su mérito ansiaba un campo más importante. Así es que prefería la plaza de ayudante general a la equivalente de jefe
de estado mayor divisionario. “Yo había solicitado, continúa, mi salida de la
división para ir a donde su Excelencia, libertándome de ser ni remotamente
confundido con el brigandaje; pero aún no lo he considerado oportuno, y he
preferido sacrificarlo todo por el bien general. No obstante, yo espero que V.
E. procurará mi incorporación en el Estado Mayor General, donde con mayores
proporciones haré servicios más visibles, y tendré sobre todo el placer de
encontrarme en la gran batalla que va a decidir tal vez nuestro destino. Para cuando V. E. me conteste, con la reserva
posible, habrán ya calmado las
agitaciones, y será la ocasión de separarme
de estos hombres y de unos
lugares en que el vicio de los tumultos no puede ser cortado sino arrancado de raíz.
Las apreciaciones de Sucre, respecto del hecho, como hijas de la mala
impresión del momento, no son desapasionadas. La disciplina militar no puede
condenar lo que recomienda la convivencia de la comunidad; porque la fuerza
pública no ha sido instituida sino para
la garantía del bien social. El movimiento de la división de Cumaná facilitaba
las operaciones de los realistas en la provincia; si la una acudía en socorro
del ejército republicano, estos últimos reforzarían al enemigo. La idea de la
división no alteraría de modo considerable los planes del Libertador. Tal
movimiento hacia Guayana era propicio a los realistas y nocivo a los patriotas.
Estos perdían graciosamente la parte de
la provincia adquirida, conservada con grandes sacrificios y mermaba su fuerza
la deserción; porque al soldado más indiferente no le es el abandono de su
hogar y de su familia; los españoles al
contrario dominaban mayor extensión de territorio y podían aumentar sus tropas
con nuevos reclutas. Estas consideraciones, desatendidas por Bermúdez,
determinaron el alzamiento, no por un efecto de extraviado patriotismo, según
dijo el Libertador, sino por amparar intereses muy sagrados.
El gobierno urgía por auxilios: los habitantes de la provincia por la
conservación y defensa del territorio
reconquistado. Lo uno no excluía lo otro. La razón, la prudencia, la política
movían a la conciliación de entrambas necesidades. La desechó Bermúdez por
error, no por capricho, según luego
veremos. Montes la impuso con energía,
no por espíritu de oposición, sino de justicia, sin desvíos en el propósito,
como lo comprueba su conducta. Tampoco
el Libertador la había echado en olvido; pues si es verdad que esperaba
de Bermúdez la marcha con todas las tropas, por creerlas innecesarias en la
provincia; no es menos cierto que se conformaba con que le enviase de ellas una
buena parte. Pero Bermúdez persuadido de que lo primero era la positiva
decisión del Libertador, acaso por escasa claridad en las órdenes superiores empeñoso
ciegamente en obedecerle.
De manera que, tanto por el apremiante compromiso de concurrir con sus
fuerzas a Guayana como por el menos formal de proveer también a la defensa de
los pueblos de su gobierno, diese prisa Bermúdez en el arreglo de su
desconcertada división. Verificado resolvió marchar con los batallones primero,
segundo y tercero, y dejar a Montes con
el mando de un cuerpo de tropas que se
denominó Campo Volante de Cumanacoa. En efecto, el 2 de enero salieron para
Maturín los batallones con instrucciones
de efectuar en los pueblos de su tránsito una recluta general y numerosa como fuese posible; y el 4 tomó la
misma dirección el comandante en jefe.
Los patriotas no se alejaron mucho de Cumanacoa. Montes, dispuestas sus
tropas en guerrillas, se propuso acabar a porciones al enemigo sorprendiéndolos
por instantes. No muy allá de aquella villa, en Los Dos Ríos, Arana acomete con
éxito a la partida que sobre seguro le disputa el paso; más en viendo nuevamente
los escasos frutos de una lucha en que las adquisiciones, si algunas, son
siempre costosas para los realistas, lejos de proseguir en pos de
los dispersos, contramarcha con presteza para Cumaná.
El 5
de enero de 1818, dice Montenegro, salió
de Cumaná una columna de 450 hombres bajo el mando del teniente coronel don
Eugenio Arana, y en la tarde del 7 intentó inútilmente, por dos veces, desalojar del parapeto con que el coronel
Domingo Montes cubría su posición en Cumanacoa,
en la dirección de aquella ciudad. Rechazado Arana con perdida de un
capitán y más de 30 hombres que quedaron en el campo y también con dos
oficiales y un crecido número de
heridos; y convencido de que su columna
era muy pequeña para
desalojar a Montes; insistía en atacar de frente el parapeto
levantado con acierto en la izquierda del río Cumaná, a poco más de una milla
de San Fernando, y trató de flanquearlo introduciéndose por un bosque
espesísimo, como lo consiguió esa misma tarde, pero sin poder batir los 200 hombres que le habían impedido el paso, pues
abandonaron oportunamente aquel puesto y
lo mismo a Cumanacoa donde entró Arana el 8,
retirándose aquellos hacia el interior, sin otra pérdida que tres
prisioneros, a quines cupo esta suerte por haberse retrasado.
Bermúdez ignoraba estos sucesos cuando salió de Maturín en la mañana del
10 después de incorporar a sus tropas
las pocas que pudo suministrarle la diligencia de Rojas. En el Tigre supo la
ocupación de Cumanacoa por los españoles; y más adelante que, abandonada luego,
la habían recuperado los patriotas. Libre con esto de cuidados y a pesar de las
deserciones ocurridas en la marcha, se presentó en Angostura a mediados del
mes, a la cabeza de 600 infantes, en
circunstancias en que la provincia se encontraba por completo desguarnecida;
porque el Jefe Supremo, fiado en la promesa de Bermúdez se había partida ya con
cuantas tropas allegara para el territorio de Apure, ansioso
de realizar junto con Páez se anhelada
campaña. Para mientras durase, el Libertador confió a Bermúdez el empleo de
Jefe de Oriente y le aconsejó muy especialmente como medida muy importante, el
envío de 300 hombres con Sucre en defensa de los castillos de la Vieja Guayana,
para impedir que el enemigo, tomando a bordo de su escuadra la guarnición de
Güiria, invadiera por el Orinoco la provincia, sin riesgo ni embarazo. En
consecuencia, Sucre se encargó de las
fortalezas el 31 de enero, nombrado por Bermúdez, de jefe de ellas y además de
Comandante General del Bajo Orinoco, para que pudiera atender con más eficacia
el objeto de su nuevo destino.
De suerte que Bermúdez, sosegado y tranquilo, permanecería por ahora e
Guayana, en tanto que Montes, falto de medios y desatendido en sus necesidades,
mantendría e alto la bandera de la revolución en el territorio de Cumaná con
heroica firmeza”. Página copiada del bisemanario “SUCRE” No. 75 del 30 de mayo
de 1925.
Los
servicios militares del General Domingo Montes al lado de los brillantes
generales en jefe, José Francisco Bermúdez, Santiago Mariño, Antonio José de
Sucre, Francisco Vicente Parejo y Bernardo Bermúdez, no desdicen en ningún
momento, los honores y favores que obtuvo de las armas patriotas, que lo elevaron
al rango de General de Brigada del Ejército Libertador de América, como una de
sus grandes figuras.
El Municipio Montes, capital Cumanacoa, lleva con orgullo el nombre glorioso, del indomable guerrero. Aquel gladiador invencible comparado con el Cid Campeador, el más famoso guerrero de la España Inmortal, porque durante los años más difíciles de la guerra de independencia, en continuas campañas llenas de proezas y singular heroísmo, mantuvo la antorcha de la libertad derrotando a los españoles y enloqueciendo al Capitán General don Tomás de Cires, que en un rapto de locura ordenó la destrucción de los templos coloniales e incendio los pueblos de este Municipio, crimen que pagó con su vida cuando cayó en manos del General Bermúdez en 1821.
A Domingo Montes se le han rendido en toda
Venezuela sonados honores, y su alma inmortal debe sentirse amada por
este pueblo venezolano: sus restos reposan al lado de Bolívar y Bermúdez, y
cientos de héroes en el Panteón Nacional.
En Cumaná, la histórica y antigua
calle “Belén” ostenta el nombre de Domingo Montes, en la cual se veló su
cadáver; un cantón de la antigua
provincia de Maturín, creada por la ley de división territorial del 28
de abril de 1856, llevaba el nombre del General Domingo Montes;
en la pinacoteca que posee el Salón de Recepción de la ilustre
municipalidad del Municipio Sucre, en Cumaná, se encuentra un óleo del
recordado héroe; Y en el Municipio que
lleva su nombre, teatro de sus más importantes acciones militares, una plaza con
su busto en bronce, eterniza sus proezas y su amor a la Patria, porque siempre
estuvo dispuesto a sacrificar su vida y derramar su última gota de sangre por
su libertad.
El
batallón Domingo Montes, fue creado en 1981 junto a la Escuela de Operaciones Especiales,
quedando asignado a esta, hasta 1986 que fue acantonado en el fuerte Guaragua
en El Gurí, Estado Bolívar, y encuadrado en lo que es hoy la 5ta. División de
Infantería de Selva (C.G. Ciudad Bolívar). Posee una altísima efectividad de
despliegue al ser trasladado en solo horas a la frontera venezolana cuando la
situación lo amerita.
Entre sus
funciones está la de neutralizar, destruir y hostigar la retaguardia enemiga,
sus líneas de suministros, bases y líneas de avance haciendo uso máximo de su
fuerza y recursos. Posee presencia permanente en las fronteras venezolanas y
actúa en conjunto con los Teatros de Operaciones, en acciones Contra
Insurgencia y otras que sean requeridas según sea el caso.
Este
batallón fue escogido para actuar durante la crisis generada por la
incursión de la corbeta colombiana Caldas al territorio venezolano en agosto de
1987. La misión que le fue asignada a esta unidad, fue la de incursionar por
vía aérea a la Guajira colombiana y preparar el terreno para el ataque de tropas
venezolanas en la zona. A pocas horas de ejecutarse la incursión, la misión fue
cancela a raíz del retiro de las naves colombianas de las aguas del Golfo de
Venezuela.
El “507”
Batallón de Fuerzas Especiales Coronel
Domingo Montes ha participado en ejercicios conjuntos con sus homólogos
franceses además de Estados Unidos, Colombia, Brasil, Guatemala, Bolivia y
otros países. El propósito de este intercambio es conocer las técnicas de
supervivencia y de combate en selva ecuatorial de cada parte, con el fin de
aprovechar y compartir la experiencia y la pericia mutua, además de que las
fuerzas venezolanas especiales desarrollan un nivel de expertos y son líderes
en este ámbito. Esta capacidad venezolana justifica el interés que despierta en
el ejército francés y de otros países que acuden de manera regular a capacitar
sus miembros en Operaciones Especiales en nuestro territorio. El constantemente
entrenamientos de sus profesionales le ha permitido su especialización y
competencia.
Un día
triste para la Patria, fue el 28 de septiembre de 1827, cuando fue asesinado en
Cascajal, sitio despoblado de la antigua provincia de Cumana, el general
Domingo Montes, víctima de los hermanos Castillo, en los avatares de la guerra
civil, cuando apenas se apagaba, en el aire conmovido del viejo solar de la
epopeya emancipadora, el eco de los últimos disparos; y de las primeras
asonadas que agitaron la vida de la república después de aquella épica jornada.
Domingo
Montes como Sucre, pasó sin manchas a la posteridad, con el relieve histórico
de sus hazañas, blasón esclarecido de la lucha por la
independencia; timbre de orgullo para la heroica Cumaná que es como decir
Cumanacoa, porque no hay diferencias entre nosotros porque somos pueblos
hermanos.
La muerte
de Montes ocurrió conforme aparece en la comunicación que el mismo Mariño
dirigió a Páez el día del trágico acontecimiento. “Ahora que serán las cinco de
la tarde he recibido el porte que habiéndose separado el señor Coronel Domingo
Montes, con solo cuatro dragones con dirección a esta plaza, encontró, como a
media lengua distante de ella, una partida de faccioso que le dieron muerte.
Este suceso ha sido altamente sensible a todo el cuerpo de las Fuerzas Armada. No ha sido menos a esta Comandancia General,
ya que por las buenas circunstancias que adornaban aquel jefe como por la
notable falta que nos hace en la presente crisis de consternación en que se
encuentra esta ciudad y tantos que en estos momentos apenas encuentro un buen
oficial que le suceda” Santiago Mariño. La partida de defunción: en el cemento
de esta santa iglesia parroquial de nuestra señora de Altagracia el 29 de
septiembre de 1827, se dio sepultura eclesiástica al cadáver del coronel Domingo
Montes, fue su entierro con oficio alto no recibió sacramento, porque murió
fusilado improvisadamente en una emboscada de los facciosos; para que conste
firmo.
MAESTRO MARTIN COVA
Esta
partida de defunción se encuentra en el libro segundo general castrense,
correspondiente 1799 y 1827, en el archivo de la iglesia parroquial de SANTA
INES, Fue publicada en el número 14 del republicano de cumana en junio de
1910.
EL CAMPAMENTO DE DOMINGO MONJTES
TOMADO DE LA NOVELA ÄGUILA BLANCA DE RAMÓN BADARACCO
El
campamento principal de la montaña estaba ubicado en el sitio conocido como las
Lagunas de Cocollar, por los manantiales o cabeceras de los ríos Mapurite y
Guarapiche, a poco más de 800 metros de
altura. Es un campamento bien dotado. Domingo había logrado una instalación
militar formidable.
El
batallón estaba formado por diez patrullas de diez hombres cada una, que
funcionaban interdependientemente; la subsistencia y equipos, era su
responsabilidad. Esa era la ley, sin embargo normalmente, todos participaban
del mismo rancho, armas, municiones, comida y bebidas; pero en rigor se
entrenaban y ejercitaban independientemente. Normalmente el café, porque era
muy abundante, lo compartían todos los días y a cada rato, lo que significaba
que todos los guerreros se mantenían en contacto directo. Domingo habia logrado
que se conocieran muy personalmente entre ellos y formó una verdadera
camaradería. Se conocían por sus nombres
o sus apodos; ese conocimiento abarcaba
a sus familiares más cercanos; él estaba pendiente de cada uno y de cada
familia; por eso siempre había una jarra de café caliente para todos. Era común reunirse todas las noches hasta el
amanecer.
La
disciplina militar era rígida y una de las actividades más importantes era el
conocimiento del territorio. A estos efectos cada hombre tenía un plano y debía
recorrerlo, conocer cada milímetro de ese inmenso laberinto de montañas y ríos.
En el caso de perderse no tenía sino que reconocer el sitio en el cual estaban
y comunicarse con señales de humo o toques de maderas, sistemas indígenas muy
apropiados, que dominaron en poco tiempo.
Águila Blanca e Inés dedicaron varios días a entrenar a los
novatos y conocerlos perfectamente bien, cuando decidieron marchare, el
sargento León Prada quedó encargado del entrenamiento.
Águila
Blanca se despidió de todos y especialmente de Domingo Montes
COMBATE EN EL CASTILLO DE AGUASANTA EN
CUMANA.
TOMADO DEL BISEMANARIO “SUCRE” de fecha 23
de julio de 1927. No. 283. DONDE
SBRESALE DOMINGO MONTES.
“Este fuerte, dice el padre
Ramos Martínez, del que no quedan ya sino recuerdos, se encontraba al Nordeste
de la ciudad, sobre los cerros que dominan a Caigüire, y debió haber sido
construido después del año de 1761, porque no lo cita en sus Notas el gobernador
Diguja y Villagómez. Su objeto era defender la plaza por el Este y Noreste. En
él se libraron grandes combates durante la guerra de Independencia,
especialmente en 1819 en que fue atacado por los ingleses unidos a los
patriotas. El 1º de mayo de 1820, fue comisionado el capitán Rafael Sevilla por
el gobernador de Cumaná D. Antonio Tobar para reedificarlo, pues había quedado
muy estropeado desde el ataque de los ingleses. “En veintitrés días –dice el
mismo Sevilla- dejé el fuerte convertido
en un verdadero castillo”. Terminada la guerra y abandonado al poder destructor
del tiempo, desapareció por completo, quedando hoy apenas señales de su
emplazamiento”. Fin de la nota.
En los
primeros meses de 1819, por disposición del Libertador Simón Bolívar, salió de
Angostura para Margarita a practicar importantes operaciones militares el
General de División Rafael Urdaneta, patricio ilustre, que muy temprano empezó
a servir a la República, y que en lides formidables, asedios terribles y
brillante retirada que efectuó desde San Carlos hasta Nueva Granada, se había
adquirido ya prez excelsa por su pericia y ardimiento. El General de Brigada
Juan Manuel Valdés, con el carácter de Segundo Jefe, los coroneles Miguel
Borras, Francisco Urdaneta, Francisco Sánchez, Julián Montesdeoca y José Manuel
Torres y varios oficiales extranjeros y criollos acompañaban entonces al
General Urdaneta, que se encontraba en Juan Griego para el 8 de marzo del
citado año. Desplegando en breve actividad y energía, procuró luego organizar con
tropas de la isla y con las que allí arribaran, hacía poco tiempo, en fuerza de
1500 hombres al manado del general English y del Coronel Uslar, la expedición
necesaria para poner por obra sus planes de campaña: tropezaba de continuo con
su bélico proyecto con dificultades numerosas que vadeó con destreza; y pasados
cerca de tres meses con el Almirante Luis Brión, el Jefe de Estado mayor
Coronel Mariano Montilla, y demás expedicionarios, en una escuadrilla compuesta
de dos corbetas de guerra, diez bergantines, seis goletas y ocho buques
menores, entre los cuales se encontraban seis flecheras, dirigiose al
continente, donde se prometía encontrar al valioso apoyo de Mariño y Bermúdez y
de otros mentados caudillos que dominaban en puntos de Barcelona y Cumaná.
La
noche del 16 de julio del propio año desembarcó en la ensenada de Pozuelos y al
día siguiente sin oposición alguna ocupó a Barcelona, evacuada con presura por
su Gobernador don Juan Saint Justa: choques y contratiempos experimentó con
frecuencia en la ciudad del Neverí, por lo cual ordenó que se reembarcase la
división inglesa, ya bastante disminuida y abandonando dicha plaza hizo rumbo a
Cumaná, con esperanza de hallar en esta provincia compañeros de causa y de
conseguir víveres, pedidas de antemano a Maturín para luego emprender de nuevo
las operaciones convenientes.
El
día 3 de agosto llegó al puerto de Bordones, legua y media distante de la plaza
de Cumaná, uniose allí con 300 hombres al mando del coronel Domingo Montes:
marchó por la falda de Cerro Colorado y esguazando el río Manzanares salió al
Puerto de La Madera y se situó con su ejército en la sabana de Cautaro.
“En
todo este movimiento la caballería realista molestó en gran manera a los
independientes, que marchaban a tiro de cañón de la ciudad. La escuadra de
Brión, aprovechándose de un viento favorable ejecutó una maniobra arrojada;
pasando bajo el fuego de la artillería de la plaza fue a ocupar el Golfo de
Cariaco. En esta operación el castillo de la boca del río hizo y recibió un
fuego muy vivo, pero con poco estrago de una y otra parte. Tampoco dañaron a la
escuadra los fuegos continuos de las fuerzas sutiles españolas”
“En
la Plaza de Cumaná manda el Brigadier don Tomás de Cires, tenía cerca de mil
veteranos fuera de las milicias y los habitantes de la ciudad que tomaron las
armas. Así los realistas amparados por sus fortificaciones, bien vestidos y
alimentados e iguales casi en número a los patriotas, nada debían temer. Estos
por el contrario sin artillería, sin vituallas, desnudos e indisciplinados no
podían tener probabilidad alguna de un feliz suceso”
“El
General Monagas llegó con pocos hombres y ganados alimentado así algún tanto el
hambre de las tropas. Empero llovía incesantemente, mal terrible para los
soldados europeos, no acostumbrados a las copiosas lluvias de la zona tórrida
ni a sufrirlas sin tiendas y sin vestidos. El descontento llegaba a su colmo y
la deserción era contínua pasándose los extranjeros al enemigo”
“Después
de haber hecho varias tentativas y reconocimientos sobre la ciudad y sus
fortificaciones, Urdaneta resolvió atacar al fuerte de Agua santa que dominaba
la plaza. Esta posición se hallaba defendida con gruesa artillería, buenas
estacadas y anchos fosos; además era muy áspera y difícil la subida al cerro
donde yace, y tenía un camino cubierto para comunicarse con la ciudad”
“El
5 de agosto al amanecer fue embestido el fuerte: componías la primera columna
de ataque de cerca de cuatrocientos hombres, los doscientos ingleses y los
demás alemanes al mando del teniente coronel Frankental; y la segunda de
cuatrocientos venezolanos que capitaneaba el Coronel Domingo Montes. La
vigilancia de los españoles era muy grande: así vieron oportunamente el avance
de las columnas republicanas; dejándolas acercar, rompieron sobre ellas un
fuego destructor de artillería y granadas. Los invasores sin embargo
continuaron sus movimientos con denodado valor. Los soldados y oficiales
llegaron hasta querer arrancar con sus manos las estacas de las
fortificaciones, pues no habían llevado instrumentos para cortarlas, pero los
realistas defendidos por sus casamatas, tiraban con seguridad a los patriotas,
que situados en la pendiente más baja de la altura, recibían la muerte y no
podían herir a sus enemigos. Esto obligo a que Urdaneta diera la orden para
retirarse. Dos horas se prolongó el combate; y nuestros soldados rechazados
tres veces, volvieron al ataque del fuerte con el mayor denuedo y con un
brillante valor. El resto de la división se había situado al pie del cerro,
mientras duraba la refriega. Formada en columnas, recibía los fuegos de las
baterías de la plaza, especialmente del castillo de San Antonio y de los
baluartes de San Fernando y de El Barbudo. Fue, sin embargo, muy poco el daño
que le hicieron los realistas, por la mala dirección de sus fuegos. Una bala,
sin embargo, puso en peligro la vida del General en Jefe, pues habiendo tocado
de rebote a su caballo, éste lo derribó, aunque sin causarle daño alguno”.
“El
Ejército republicano volvió a sus posiciones habiendo tenido entre muertos y heridos
la pérdida de ciento cincuenta hombres. Contase entre los últimos al Teniente
Coronel Frankental, cuyo valor y arrojo en aquel día rayara en temeridad. Los
españoles solo tuvieron dos muertos y seis heridos, según sus partes
oficiales”.
“Privado
el general Urdaneta de toda clase de auxilios y desesperado de poder reducir la
plaza de Cumaná, determinó de abandonar la empresa. En consecuencia, la
escuadra que proveía en algo la subsistencia de las tropas, se hizo a la vela
para otros puntos. Urdaneta dio pasaporte para Margarita al General English
porque en la división más bien causaba embarazos que alguna utilidad, él
carecía de habitudes de mando militar y de energía de alma para reprimir los desórdenes
de los soldados extranjeros. Fuese a Margarita donde murió a poco tiempo”.
El
General en Jefe traslado enseguida su división al Puerto de La Madera: desde
allí emprendió el 9 de agosto una larga marcha por tierra, primero hacia
Cumanacoa, para seguir después a Maturín en lo interior de Llanos”.
En
los ocho párrafos anteriores contenidos en el tomo segundo de su “Historia de
Colombia” dejó narrado con bastante detención el ataque al castillo de Agua Santa
en Cumaná, el 5 de agosto de 1819, don José Manuel Restrepo. Acerca de dicho
punto histórico importa leer las “Memorias del General Rafael Urdaneta”.
Montenegro, Baralt y otros historiógrafos patrios no llegaron a escribir
siempre con extensión y exactitud sobre acontecimientos notables de la guerra
de la Independencia ocurridos en las provincias de Oriente.
Daremos
a continuación noticia de algunos compañeros del General Urdaneta, los que,
bien en fuerzas terrestres, bien en fuerzas navales, concurrieron al combate
del castillo de Agua santa en Cumaná el 5 de agosto de 1819: todos sin duda
merecen un recuerdo y no pocos de ellos, sobreviviendo a los estragos de la
larga y feral contienda, vincularon su memoria en los fastos nacionales con distinguidos
servicios a la causa de la emancipación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario