lunes, 3 de octubre de 2016

GENERAL DOMINGO MONTES MALARET

BADARACCO












GENERAL DOMINGO MONTES MALARET.  
















CUMANA 2003
















Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco

Título de la obra: NOTAS BIOGRÁFICAS DEL
GENERAL DOMINGO MONTES MALARET

Diseño de la cubierta  R. B.
Ilustración de la cubierta  R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná

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Nació el General Domingo Montes Malaret, en la calle Las Infantas hoy calle “URICA” del histórico barrio de San Francisco en la ciudad de Cumana, el día 1 de noviembre de 1974. He aquí el texto de su partida de bautizo:
“En cuatro días del mes de diciembre de 1784, el presbítero don Antonio Padilla, Vicario de cura de la iglesia parroquial del Carmen del populoso barrio de Santa Inés de Cumana, certificó, que en ella con licencia del quinto cura semareno y con mi asistencia, el representante FR. Manuel Mendizábal, religioso del orden del P.P, bautizo solemnemente, puso óleo y crisma, a Domingo hijo legítimo de Domingo Montes y Rita Malaret, quien nació en día 1º de noviembre de 1784. Fueron sus padrinos Fr. Manuel Mendizábal y  María Malaret, habiendo quedado hecho cargo de mi obligación y parentesco. Y para que conste lo firmo y doy fe. Pedro Antonio Padilla.

Brillante fue la carrera militar de Domingo Montes, durante varios años el destacado paladín, a quién los españoles apostrofaban llamándolo “El Diablo” porque disque cuando le disparaban las balas se desviaban; héroe sin par, de nuestra guerra magna, dotado de una clara visión de la guerra, podríamos decir, de olfato muy fino, y un carácter unido a su inteligencia, respetada por Bermúdez y el propio Libertador, cuando se trataba de defender el teatro de sus operaciones, porque su actuación especialmente en el oriente de la república, se destaca   entre la pléyade de sus más valientes hijos.
         Vemos otro pasaje como nos lo cuanta también don Jerónimo Ramos en su obra “Bermúdez en 1817” publicada en 1925 en el bisemanario “Sucre”, Nos. 65 y siguientes.

Veamos unos pasajes de la vida del guerrero Domingo Montes historiados por el erudito historiador nativo don Jerónimo Ramos
“Estando todo preparado para sitiar Cumaná, Bermúdez recibe órdenes del Libertador de trasladar todo el ejecito para Guayana. Se produce un conflicto que ha podido degenerar en una ruptura de imprevisibles consecuencias para el ejército, ante la oposición de Domingo Montes, Carrera y Guevara, negados a abandonar Cumanacoa.  Todo se resuelve dejando a Montes y Carrera con los Dragones a cargo de la defensa de la Provincia”. 
“A Domingo Montes y Carrera, les corresponde defender el valle de Cumanacoa contra un batallón de caballería bajo el mando de Arana, y el 7 de febrero, logra rechazarlo, causarle daño y guarecerse en los predios que conoce mejor que nadie. Arana vuela sobre Cumanacoa y la encuentra desierta. El jefe realista pierde muchos hombres peleando contra las guerrillas de Montes y tiene que regresar a Cumaná”.

También con 50 hombres salió con dirección a Cumaná el coronel Domingo Montes y penetró hasta el barrio de Guaiqueríes en la noche del 12, pero sin lograr sorprender las avanzadas del enemigo; bien que, en amaneciendo, más afortunado en su marcha de regreso, le hizo 13 soldados prisioneros y le tomó 10 bestias en Zanjón de Maco, como a una milla de la ciudad.

Mariño consumidos los víveres de Punceres, descampo de este sitio para el poco distante de Aguas Blancas. Allá se dirigía Sucre en la alborada del 22 en junta con el teniente coronel José Manuel Torres.  Hallábase Sucre de camino en Aragua de Maturín cuando en la tarde del 23 entró Mariño a la imprevista en el pueblo con sus tropas. Súpolo Bermúdez el 24 y procediendo cauteloso en la inopinada aproximación de Mariño, comunicó órdenes a Carrera, que estaba aún por Santa María, a Montes, que con 120 hombres se enderezaba a Cumanacoa, y cuantas guerrillas se hallaban en comisión para que sin pérdida de tiempo regresasen al campamento; a la vez que, por escasez de pertrechos, exigía de prestado a Mariño, por medio de Sucre, vuelto ya a Guanaguana para la noche de ese día, seis mil cartuchos de fusil, con achaque de verificar contra el enemigo español una operación urgente.

La historia de la Guerra en Oriente está llena de pasajes como estos en los cuales brilla aquel formidable guerrero, veamos:

         “El héroe de San Félix por temor o enojo, había partido de Guayana con dirección a la provincia de Cumaná donde Mariño de por si  continuaba la lucha contra la dominación española. Males para la patria debían  temer los partidarios de la revolución, que no querían estorbos en su marcha, si uno y otro menos atentos al bien común que a sus particulares resentimientos con el Libertador, se dejaban guiar por los consejos  de una mala inspirada pasión; pero entre ambos no podía efectuarse un perfecto acuerdo  de voluntades, sino en lo que exclusivamente se relaciona con la guerra de independencia, porque Mariño y Piar se miraban de tiempo atrás con profunda desconfianza.  No obstante, para acallar todo escrúpulo, el Libertador despachó para Mariño al coronel Agustín Armario, muy conocido en la provincia, con el encaro de realizar las relaciones suspensas y de exigir el explícito reconocimiento de su autoridad.
         Prometíase Armario hallar a Mariño en territorio de Maturín por sucesos en Güiria, provenientes de lo mal que se comportaban los patriotas en cargados de su defensa, obligaron a Mariño a acudir al remedio y a desentenderse de las operaciones militares sobre la capital, limitadas por el momento a impedir al enemigo el envío de auxilios a aquella costa. Marchó Mariño con su guardia de honor, y solo por miramiento a la alta graduación de Piar, le encomendó el mando más aparente que efectivo en las tropas que dejaba, compuestas de oficiales y soldados muy adictos a su persona. Armario, en pos de Mariño, atravesó en consecuencia el Golfo Triste (Paria) cuyas aguas no dominaba todavía la escuadrilla española. A poco sucedió la toma de Güiria que frustró el designio principal de Mariño, pero su presencia en Paria sirvió a lo menos para evitar que fueren mayores las pérdidas de los patriotas; pues logró salvar en la derrota el parque y gran parte de las fuerzas con que se acogió a los montes.

Entonces, juzgando oportuna la ocasión para aniquilar a sus particulares enemigos, no disimuló el Libertador la alegría que le causaba la toma de Güiria, que los españoles celebraban como un gran triunfo. Así que, creyendo a Mariño, según estos propalaban, refugiado en Chacchare imaginó como posible la aprehensión de Piar, a qui consideró aislado, sin recursos ni siquiera espacio donde vagar, entre Rojas que por los patriotas mandaba en Maturín y los realistas que poseían a Cumaná; por lo cual ordenó sin rodeos a Cedeño marchase a realizarla con un cuerpo de caballería y el apoyo de las tropas que defendían a Maturín.
        
En Aragua de Maturín cayó Piar sin defensa en manos de Cedeño. Fácil fue su captura, como también después el sometimiento de la división que al mando de aquel había dejado Mariño en Cumanacoa, porque las circunstancias en verdad no favorecían la resistencia, y porque además se afirmaba como cierto el avenimiento de Mariño con el Libertador en virtud de las propuestas de Armario.

Más el 3 de octubre (1817), día siguiente de haber llegado Piar  a Guayana, el Libertador, prescindiendo de sus negociaciones con Mariño, previno a Cedeño  apurase todos los recursos y emplease todos los medios  por lograr su aprehensión; a la vez que, fuese o no que la considerase como  infalible, juzgó acertado separar a Bermúdez del mando del ejército del Centro para enviarlo a Cumaná por Gobernador y Comandante General de la provincia, en donde,  si bien Cedeño había limitado, carecía de influjo y de prestigio para compactar y dirigir la opinión; nombramiento poco atinado porque desavenidos para la época Bermúdez y Mariño, podían llegar a la exaltación de las pasiones en un rompimiento escandaloso por sus disgustos e intereses particulares; pues Bermúdez  era de genio arrebatado, impetuoso y violento, y Mariño muy celoso de su honra. Uno y otro contaban parciales y eran al mismo tiempo osados y valientes. Pero esa era la elección que convenía más a las miras del Libertador, determinado como estaba a no omitir la ocasión que le ofrecían los nuevos sucesos de la provincia para acabar con Mariño, como había aprovechado la toma de Güiria para concluir con Piar. Así que, confiado cuando menos en humillar a Mariño y perderlo en el concepto público, lo calificó sin embozo de disidente en la proclama con que anunció al mundo el fusilamiento de aquel jefe.

Cedeño se volvió a Guayana a fines de octubre, apenas Bermúdez hubo llegado a Maturín, había precedido a éste en su viaje a la provincia el coronel Antonio José de Sucre, nombrado por el Libertador para Jefe de Estado Mayor de la división de Cumaná. Juntos caminaron hasta Aragua: Bermúdez siguió para Cumanacoa a tomar el mando de las tropas que allí había reconocido al Gobierno; y Sucre se quedó a esperar a Mariño quien, repasando el Golfo Triste, acababa de desembarcar en el puerto de San Juan con cerca de 400 hombres y no escasas municiones de guerra. Con esta noticia se desvaneció la esperanza de aprehenderlo: forzoso era entrar con él en pactos de concordia, para lo cual Sucre estaba autorizado por el Libertador; pero Mariño había sabido en san Juan, por cartas de Trinidad, tanto la muerte de Piar como su propia proscripción, por donde recelando no le aconteciera lo que a aquel  en Aragua de Maturín, marchaba con las mayores precauciones hacia Punceres, resuelto a no pasar de allí sin informarse bien del curso  de los asuntos y sin reunir su parque, cuya conducción  dificultaba  la falta de acémilas  y lo intransitable del camino. Determinó entonces Sucre, obtenido que hubiera el beneplácito de Mariño, trasladarse a su campamento. A Punceres llegó Sucre el 3 de noviembre en concurrencia con la vanguardia de Mariño que avanzaba con lentitud; y aunque Bermúdez, e su encono contra éste, había dado órdenes precisas a los pueblos para que negasen a sus tropas todo recurso, Sucre no sólo les suministró  víveres aquel día, mas exigió de Rojas la facilitase a Mariño algunos indios  para la conducción de sus pertrechos, era que al contrario de Bermúdez, creía Sucre que debía concederse algo a la política, preveía que aquel parque  y aquellos soldados iban al cabo  y a la postre a ser útiles  en la defensa de la patria, y sobre todo quería que su generosidad  se tomase como  prenda de buena disposición en el gobierno.

No pudo lograrse ninguna conveniencia, porque Mariño consideró inaceptables los términos del ajuste, reducidos a prometer Sucre la gracia y amistad del Libertador, siempre que Mariño completase la entrada a sus deberes con la entrega de sus tropas  a Bermúdez y con su presentación ulterior en Guayana a prestar juramento  de obediencia y fidelidad al gobierno; pues así la ruptura  de las propuestas de Armario  como el nombramiento de Bermúdez hacían temer a Mariño  por su libertad y su vida, mucho más cuando, a su juicio,  exento Piar de crimen alguno acababa de expirar en afrentoso patíbulo. Antes que exponerse voluntariamente de ese modo a ser vejado, optaba Mariño por abandonar el País, lo que, cierto, hiciera al punto en las embarcaciones que tenía en san Juan, sino porque, celoso de su reputación, creía que su salida, para ser decorosa, debía efectuarla  con permiso del gobierno, a quien había ofrecido  a placer sumisión y acatamiento.

En abono de estas promesas era menester que Mariño diese explicaciones al gobierno respecto de su presente negativa. Así lo hizo, depuesto el natural enfado, en correspondencia que entregó Sucre para el Libertador. Con esto, despedido el uno del otro, encaminose Sucre para Cumanacoa, en donde por orden general del día 9 fue reconocido en su empleo.

Impropio no nos parece declarar aquí una opinión acerca de las aptitudes de ese joven de 22 años apenas, para el desempeño de tan delicadas funciones.  En aquella época luminosa no era fácil subir sin méritos eminentes. Desde Angostura, dice carta de Soublette a Sucre,  fechada el 6 de agosto  de 1818: “… me congratulo cada vez que veo a un Sucre, cuyos cocimientos generales, ideas metódicas, firmeza, amor al trabajo y al orden, integridad, etc., me hacen prever un oficial  de grandes esperanzas en esta parte importante del servicio  de los ejércitos” Dos años después era Sucre el Jefe de Estado Mayor General.

El territorio ocupado por los patriotas era el más pobre de la Provincia, no así el que subsistía en poder de los españoles, abundante en recursos; los pueblos del interior obedecían a aquellos; a estos, los inmediatos a las costas. Guarnecían a Cumaná cuando menos mil hombres que componían el segundo batallón del regimiento de Granada y otros del de la Reina Isabel, al mando, respectivamente de los tenientes coroneles don Agustín Noguera  y don Eugenio Arana, y algunos dragones y artilleros.

Encontrábase en Cariaco con 50 hombres el comandante José María Fuentes, natural y vecino del lugar; en Carúpano, con 300, el teniente coronel, don Juan de Armas; y con 400 en Güiria, el teniente coronel don Francisco Jiménez. Las tropas patriotas en número ni en calidad podían echar raya con las españolas. Rojas, lejos de la acción del enemigo no contaba más que con el paisanaje de Maturín: como 400 eran en Cumanacoa los soldados de Bermúdez, escasos de todo si no de entusiasmo patriótico, y calculados quedan atrás los que acompañaban a Mariño.

Era imprescindible para los patriotas obrara sin dilación contra el enemigo común; una vez que del esfuerzo simultaneo de los diferentes cuerpos desparramados en el territorio de la República, pendía el éxito de las operaciones que el Libertador en persona iba a emprender ya sobre la provincia de Caracas. Mariño, preocupado por ahora de su suerte,  no podía prestar mayor apoyo, y muy débil tenía que ser el de Bermúdez, con tropas escasas y desprovistas de municiones. Sin embargo hizo cuanto pudo con voluntad y buen suceso.

De Cumanacoa salto para Cariaco con 50 hombres el teniente coronel José María Carrera, derrotó un destacamento en el pueblo de Catuaro, recogió 20 fusiles  y aumentó a ciento el número de sus soldados, mas tuvo que volverse, conforme a sus instrucciones, sin entrar en aquella villa, por haber sido reforzada su guarnición con tropas  de Cumaná. También con 50 hombres salió con dirección a Cumaná el coronel Domingo Montes y penetró hasta el barrio de Guaiqueríes en la noche del 12, pero sin lograr sorprender las avanzadas del enemigo; bien que, en amaneciendo, más afortunado en su marcha de regreso, le hizo 13 soldados prisioneros y le tomó 10 bestias en Zanjón de Maco, como a una milla de la ciudad.

Con doble porción de gente tornó luego Carrera por Cariaco a Cumaná, y sería  el hilo de la media noche  del día 20, cuando lanzó sus fuerzas  sobre la Casa Fuerte defendida por Fuentes y escasa guarnición, cuyos defensores aturdidos la abandonaron sin mayor resistencia. Carrera volvió a Catuaro y el 22, atacó y  dispersó, en el pueblo de Santa Cruz,  una partida enemiga. Entre una y otra sorpresa, las pérdidas del  enemigo alcanzaron a 2 soldados heridos, 84 fusiles, 1500 cartuchos embalados, 2000 raciones de galletas, 6 bestias y dos cajas de guerra. Los republicanos no sufrieron bajas.

Al habérselas con un enemigo diestro y poderoso, los independientes hubieran recogido más  bien cosecha de reveses como fruto de sus locas desavenencias. Fuéronle por otra parte dañosas; porque impidieron de presente que al esfuerzo común correspondiera con mayores  la no esquiva fortuna; y porque produjeron de luego a luego escándalos vergonzosos de sensible y dolorosa memoria.

Mariño consumidos los víveres de Punceres, descampo de este sitio para el poco distante de Aguas Blancas. Allá se dirigía Sucre en la alborada del 22  en junta con el teniente coronel José Manuel Torres.  Hallábase Sucre de camino en Aragua de Maturín cuando en la tarde del 23 se entró  Mariño a la imprevista en el pueblo con sus tropas. Súpolo Bermúdez el 24  y procediendo cauteloso en la inopinada aproximación de Mariño, comunicó órdenes a Carrera, que estaba aún por Santa María, a Montes, que con 120 hombres se enderezaba a Cumanacoa, y cuantas guerrillas se hallaban en comisión para que sin pérdida de tiempo regresasen al campamento; a la vez que, por escasez de pertrechos, exigía de prestado a Mariño, por medio de Sucre, vuelto ya a Guanaguana para la noche de ese día, seis mil cartuchos de fusil, con achaque de verificar contra el enemigo español una operación urgente.

No fue distinta de la anterior la nueva misión de Sucre cerca de Mariño, sino que, por insistencia del Libertador, era la misma en intención y propósitos. Convinieron uno y otro con amistosa franqueza; mal de su agrado, prometió Mariño a Sucre la entrega del pedido, siempre que Bermúdez se comprometiera formalmente a facilitarle ante todo a Rojas y encarecerle el anticipado apresto de la flechera que debía conducir a Mariño, caso que a los deseos de éste accediese Bermúdez; pues no era para desechar un solo instante en la patriótica  labor de restablecer en la provincia la apetecida concordia.

Pero Mariño, desconfiando de Bermúdez o deseoso de arriesgar  el último esfuerzo en defensa de su comprometido decoro, no aguardó respuesta de Sucre y se declaró el 25, en Aragua, en abierta rebelión, desconociendo la autoridad de Bermúdez, cuando nada podía alentarle  en su atrevimiento, ni el estado de la opinión, dado que muchos de sus amigos, en las ocurrencias que se siguieron,  a la toma de Güiria y a la prisión de Piar,  de grado o por fuerza, se habían reconciliado con el gobierno; tampoco el de sus tropas, por ser las menos numerosas, a causa de que vagando  hasta aquellos lugares pobres e insalubres, la deserción y las enfermedades  las habían reducido a una tercera parte; y ni siquiera por la falta de elementos  de guerra en Maturín y Cumanacoa,   por estar a punto su remedio con los envíos  desde  Guayana por el Libertador. Desesperado fue el consejo, el arresto inoportuno; la resolución antes gallarda que prudente.

Consecuente con ella, marchó Mariño al instante sobre los patriotas de Cumanacoa, mas informado en Guanaguana que Carrera no había bajado aún para aquel valle, en la mañana del 26  se desvió hacia Caripe, en donde presumía  hallarle, con el designio de evitar, de todos modos, su incorporación a Bermúdez.  Lo consiguió en efecto al otro día, en el cual, Carrera arrastrado por la inclinación de sus tropas  a Mariño, se alistó como de propio dictamen entre los de su bando.

Mientras de esa manera aumentaba Mariño sus fuerzas, vigorar la disciplina de las suyas era a la vez el mayor de los cuidados de Bermúdez; porque compuesta en parte la división de Cumaná de los restos de aquel  cuerpo de tropas que, como sabemos, dejó Mariño en Cumanacoa, a su marcha para Güiria y que se dio a partido después de la aprehensión de Piar,  no le inspiraba a la sazón la fe de una ciega obediencia, entre otros, al general Rafael de Guevara, el coronel Manuel Isaba, y los tenientes coroneles Montes, Carrera y León Prado, que a ella pertenecían, estaban comprendidos en sus fundados recelos. Así que en el interés de Bermúdez por mantener la disciplina con ejemplos rigurosos, bastaban tamañas inquietudes para justificar de algún modo la severidad de la pena impuesta al teniente del batallón de Colombia Gregorio Baca, que por haber repartido entre oficiales de Bermúdez cartas de otros de Mariño, donde se les alentaba a la rebelión, fue sentenciado a muerte y fusilado en la tarde del 29 en presencia de la división en la plaza de Cumanacoa.

Sintiéndose más seguro  de sus tropas, Bermúdez reunió en la mañana siguiente una junta de jefes y oficiales con el fin de insinuarles su deseo de salir resuelto al encuentro de Mariño que había retornado a Guanaguana. Aprobada por todos su determinación, la división rindió su primera jornada de su marcha en el alto de Cocollar; la segunda en San Antonio, donde fue pasado por las armas un soldado, desertor con otros en la noche anterior, y la  tercera en Cachimbo, una legua de San Francisco, ahora cuartel general de Mariño. En vano algunos patriotas del uno y otro bando  procuraron iniciar conferencias para prevenir el uso de las armas homicidas;  antes solo sirvieron de ocasión para que Mariño y Bermúdez, olvidados de su dignidad, se insultaran por medio de cartas y recados sin ningún modo ni respeto. Anunciaba todo para el 3 de diciembre un rompimiento inevitable; mas por dicha no apareciendo al amanecer en el campo de Mariño  muchos oficiales y soldados que con Carrera habían pasado en la noche  al de Bermúdez, de tal suerte se produjo en la mañana la deserción en San Francisco, que a las doce del día Mariño  y los pocos que le restaban leales atropelladamente  abandonaron el pueblo  y a paso largo se encaminaron  a Caripe, bien que perdida toda esperanza  de abrigo y defensa.

Bermúdez atravesó sin demora el Guarapiche que tenía por en medio, y ocupó a San Francisco. Despachó luego en persecución de los fugitivos a Montes y encomendó a Carrera la custodia de Cumanacoa. Montes alcanzó a la gente de a pie y la hizo volver, y recogió gran cantidad de armas y pertrechos abandonados en el camino. En Caripe se le presento el 5  Mariño con algunos oficiales, y también el R. P.  Fray Tomás de Caltaseras, que en Catuaro había hecho prisionero Carera a su regreso de Cariaco.

Penosa ansiedad se manifestaba en la mañana de 6 en el vecindario y la tropa de la Villa de San Francisco al anunciarse la próxima llegada de Mariño. Como nadie había averiguado  los designios de Bermúdez para con su competidor  abatido,  en unos dominaba el temor, en otros la duda de un mal recibimiento.  Bien serían las diez  cuando al fin dejose ver Mariño  con algunos a caballo; a la entrada del pueblo le presenta armas y le bate  marcha la división allí formada de antemano: rompen los aires  los vivas y aclamaciones a la patria y al gobierno, y en estrecho abrazo  con Bermúdez, que le cierra el paso, ahogan ambos  y olvidan su ominosa enemistad y rencores. Comprometiose Mariño a alejarse de la provincia y Bermúdez a embarcarlo  para Margarita cediendo complaciente a los motivos de delicadeza aducidos por Mariño para no convenir  en presentarse  al Libertador en Guayana. Con ese acuerdo, se separaron al rayar el alba del 8; Mariño tomó la vía de Caripe, Bermúdez la de Cumanacoa.

Razones de consideración personal, por una parte,  de agradecimiento, por otra,  respecto de Mariño, fueron sin duda las que  movieron en su favor el ánimo de Bermúdez. Nacido en la opulencia y favorecido con el don simpático de la belleza varonil, había además recibido Mariño, con relación a su época, una educación esmerada, sin descuido, a fuer de caballero, de la equitación  y de la esgrima, en las que llegó a alcanzar insigne destreza. Apuesto en su persona, culto en sus modales, suave en sus costumbres, arrojado, dadivoso y galante tenía que ser por fuerza bien quisto de las damas en el estrado  como también el ídolo del soldado en el ejército.  Favorecido así por la naturaleza y la fortuna, no conocía la envidian abrigaba en su pecho pasiones ruines. Por eso Piar, enemistado con él, le busca y le encuentra  benévolo en medio de su  deroniano. He aquí por qué no es el héroe  más digno de respeto pero si el más amable  en el drama de la emancipación.  Bermúdez, que conocía su bondad, no quiso ser un miserable.

No fácil sino muy aventurado era el embarco de Mariño para Margarita, hallándose el litoral de la provincia dominado por las armas españolas.  La Esmeralda fue el punto fijado  para verificarlo; pero había que luchar y vencer en Cariaco, guarnecido con dobles fuerzas  por consecuencia de la última excursión de Carrera; proporcionar buque en una playa poco habitada y sin ningún comercio exterior y regresarse debían sin tardanza las tropas que fueran a facilitarlo, por temor de quedar  cortadas por las que acudieran en auxilio  del enemigo desde las plazas inmediatas de Carúpano y Cumaná. Para practicar esas operaciones fue elegido Montes, de todos el más activo y arrojado. El 11,  en amaneciendo,  salió de Cumanacoa con 113  hombres hacia Poza Azul donde debía unírsele Mariño; juntáronse el 12 y en la madrugada del día siguiente emprendieron su marcha.  Puesto aventajado para una defensa, a la vez que paso forzoso, casi a la mitad del camino entre Cariaco y La Esmeralda, es el puente echado sobre el río  o caño que comunica la laguna de Campoma con la laguna de Cariaco. De sobresalto Montes acomete la Villa a las 7 de la mañana.  Dispersa al cabo  la prevenida guarnición que se defiende por cortos instantes, envía a su gente de a caballo a posesionarse  del puente antes que pudieran hacerlo los derrotados y sorprende  por remate una avanzada en La Esmeralda. Ninguna embarcación de porte se encontró en el puerto, fuera de seis canoas: en dos metiéronse Mariño, edecanes y equipajes y despedazáronse las restantes para impedir que en ellas se les persiguiera después que Montes abandonara la playa, como lo hizo a las 4 de la tarde, en el propósito discreto de dormir esa noche enseñoreado del puente referido. Dos horas duró la lucha  del día 14 en Cariaco, pues vueltos de su asombro  los realistas habían logrado reunir alguna tropa con que oponerse a Montes en ruda resistencia, vencida la cual, consiguieron los republicanos repasar sin ninguna dificultad  el río que rodea la población. En esos encuentros le mataron a Montes un soldado y le hirieron a tres. El enemigo tuvo de pérdida 10 muertos, 9 prisioneros  y algunos heridos, más 11 fusiles y 450 cartuchos. El 16 Montes daba cuenta de su comisión en Cumanacoa.

Restablecido de esa suerte el orden y la concordia en la provincia. Bermúdez convierte toda su atención sobre la capital, para donde dispone  la marcha el día 21. Había reunido a las suyas las fuerzas de  Mariño, recogido el parque de éste, y recibido además con su secretario el teniente coronel  Ramón Machado 25 mil cartuchos de fusil enviados por el Libertador. Esperaba con el teniente coronel Torres, caballos y reses de Guayana, y tropas de Maturín,  con el coronel Pedro Gotilla. La guarnición de Cumaná fuerte de mil hombres, estaba por tanto en pie brillante. Tenía solo falta de organización y procediese a repararla hasta con el cambio de nombre de los batallones de que constaba, llamados Independiente, de Colombia, y de Cazadores, porque estos últimos carecían de instrucción. Se la dividió en dos brigadas de infantería, y cada brigada se compuso de dos batallones denominados: primero, segundo, tercero y cuarto, hasta que honrosamente adquirieran nuevos distintivos en las ocurrencias de la campaña. Formaban la primera brigada los batallones segundo y tercero, mientras que los primero y cuarto formaban la segunda. Para primer jefe de la primera brigada se escogió al general Rafael Guevara, y para segundo al coronel Francisco Carmona, que se ausentó a poco para Guayana; para primer jefe de la segunda brigada se escogió al coronel Manuel Isava, y para segundo, al teniente coronel José Manuel Torres. Eligiose para comandante del batallón número 1, (Cazadores), al teniente coronel Calixto Baza, y para sargento mayor al capitán Francisco Guiraud; para comandante del segundo (Colombia)  al teniente coronel Ildefonso Paredes, y para sargento mayor, al capitán José Leonardo Brito; para comandante del número tercero (Granaderos) al teniente coronel Ignacio Brito, y para sargento mayor al capitán Vicente Villegas, y para comandante del número cuatro (independiente),  al teniente coronel José María Carrera, y para sargento mayor,  al capitán Santiago España. El teniente coronel Domingo Montes continuó de comandante del batallón de Dragones.

No ignoraban los realistas de Cumaná la determinación de Bermúdez de marchar sobre la plaza; por lo cual rehacían las fortificaciones interiores, desmantelaban las de la Boca del Monte y de Capuchinos que quedaban fuera de la línea principal de defensa, y tomaban cuantas otras medidas de seguridad les sugería su discreción o cordura. Desasosegados y medrosos, fincaban su remedio en la vuelta del brigadier don Tomás de Cires, gobernador propietario porque el interino, coronel José María Barreiro no había alcanzado para entonces la reputación militar. Además su circunspección y probidad despertaban sospechas. No sabemos cuál influencia ejercieron esos recelos; mucha, si se considera que Cires sucedió luego a Barreiro; poco o ninguna, por el lugar que en seguida ocupó éste en el ejército. Bravo soldado demostró su valor en jornadas memorables, pundonoroso caballero, rindió la vida en el cadalso con serenidad y gallardía. Bogotá fue testigo de su lastimoso martirio.

Pocos días duró la alarma en Cumaná, dado que un acontecimiento extraño vino a cambiar la intención deliberada de Bermúdez. La pujante división de Zaraza con la cual contaba el Libertador para dar comienzo a su campaña sobre Caracas, había sido destruida el 2 por La Torre en el sitio de  la Hogaza. Para reparar en breve las pérdidas sufridas, dictó el Libertador, entre otras disposiciones, la Ley marcial en que imponía la pena de muerte a todos los varones de 14 a 60 años que se excusasen de tomar las armas en el actual conflicto de la patria; y despachó luego comisionados a las provincias libres en solicitud de tropas para una nueva campaña decisiva.  De una manera vaga supo Bermúdez el 17 aquel desgraciado suceso; y presumiendo ser parte  en el plan de operaciones consiguiente, redobló su actividad en el apresto del cuerpo a su obediencia para estar a punto de prestar su ayuda y cooperación a la primera orden. El 21 recibió Bermúdez, con la confirmación de la fatal noticia, la Ley marcial, que hizo publicar al momento; y como también se le informara de que el coronel Juan Francisco Sánchez traía una columna de 200 hombres para coadyuvar a la recluta general y a la conducción de las tropas con que contribuyera la provincia, ordenó a Rojas la dejase en Maturín, por temor de que, si pasaba a delante, se fuesen a leva y a monte los patriotas, cuando el logro apetecido pendía más bien del engaño que de la fuerza.

El ayudante general coronel Sánchez se presentó solo el 24 en Cumanacoa. Traía además encargo del Libertador, que ignoraba todavía los acontecimientos de San Francisco, para arreglar pacíficamente, en términos honrosas para Mariño y decorosos para el gobierno, los sucesos sediciosos de la provincia. Este era el medio que indicaba una autoridad flaca y enferma que el más ligero accidente extenuaba y abatía. La causa nacional, sin vigor, aún tenía interés en conserva el influjo de Mariño, no en extinguirlo; porque su concurso era indispensable a la realización del propósito social, sus servicios útiles al deseado bienestar común. Una pretensión contrapuesta produjo entonces riñas más o menos lamentables; las produjo también después, con mengua del mismo principio de autoridad que se invocaba; pues cuando aquella carece de fuerza para hacerla obedecer, natural es que se exponga a un ridículo o menosprecio. Solamente  la proeza de Boyacá podía consolidar la autoridad vacilante del Jefe Supremo.

Bermúdez determinó, una vez que hubo conferenciado con Sánchez, sacar las fuerzas de la provincia en auxilio del Libertador. Para poner por obra su pensamiento, llamó por la posta a los comandantes de los pueblos menos cercanos, so pretexto de practicar una correría o una revista general de las tropas. Penetrado el designio por los que asistían en Cumanacoa, encubrían mal su descontento, que se manifestó después sin rebozo en el vecindario; porque Bermúdez lo impuso, como a los demás del contorno, la emigración a Maturín, para que en su desamparo no quedase a merced del enemigo. Las familias comenzaron su salida el 27; para el 29 se señaló la salida de la división. El 28 trajo un correo de Guayana 72 despachos para los oficiales, con felicitaciones del Libertador para Montes por su merecido ascenso a coronel; pero las muestras de complacencia con que aquellos fueron recibidos por los agraciados, no alcanzaron a calmar la inquietud de Bermúdez, ocasionadas por el desagrado  con que se miraba  su empeño; y en la tarde se recogieron y depositaron en parque  cuantos pertrechos paraban  en poder de los soldados, con el objeto de evitar alguna funesta tentativa.

Inútil fue la cautela. En 1° noche, sorda y cautelosamente se dispuso una conspiración. Los conjurados extrajeron parque algunos cartuchos, que se distribuyeron en el seno del batallón cuarto. Cuando hubo amanecido se formó en la plaza de Cumanacoa la división de Cumaná en disposición de marcha, como estaba ordenado; y momentos después se introdujo en la habitación del Comandante en Jefe el coronel Montes para anunciarle que las tropas se inclinaban por la desobediencia. Montando en cólera, la cobija al brazo y la espada desnuda, se presenta amenazador ante los soldados el general Bermúdez.  Quiere conocer el poderío de la insurrección e interroga a cada cuerpo por sus oficiales. Los soldados del batallón cuarto hacen pública su rebeldía, y en los otros cuerpos se descubre algunos adictos. Montes, caudillo de la revuelta, está secundado por Carrera, Prado y varios oficiales de suposición y de aliento.  El desorden, la confusión reinan; unos aplauden, otros gritan, cuales celebran; pero todos aclaman al gobierno y al Jefe Supremo. Bermúdez reprime su furor, por no exponer su autoridad a mayor desacato;  empero persiste en su reprobada resolución. Eran ya  las 9 de la mañana. Los comandantes Paredes y Brito emprenden la marcha  con los batallones segundo y tercero (Colombia y Granaderos), Baza los sigue con una parte del primero (Cazadores), llevándose el parque. Guevara, Sucre e Isaba acompañan a Bermúdez. A poco el resto de los cazadores se desmanda. La deserción comienza  a menoscabar reseguidas los otros dos cuerpos. Montes lo ha observado todo, porque con maliciosa previsión ha venido atisbando el menor movimiento de las tropas de Bermúdez. Como legua y media habían ya caminado  éstas, cuando Montes se decide  a acercárseles. Presentase en la retaguardia; escoltado por algunos dragones, y exige de Sucre interceda con Bermúdez para que le oiga breve rato. Bermúdez accede. Montes le advierte la disolución que amenaza a la división: le insta por que regrese a Cumanacoa a reorganizarla; bien para lanzarla contra el enemigo en el territorio de la provincia o, de ser imprescindible su presencia en Guayana, para nombrar jefes   de los soldados renuentes, que los gobernase y dirigiese en su ausencia. En una palabra, le demostró  que en la actualidad urgía especialmente el restablecimiento del orden. Bermúdez conviniendo  con estas razones retornó a Cumanacoa a las 2 de la tarde.

Sucre, en oficio del mismo 29, después de narrar el acontecimiento de ese día, con todos sus pormenores, al Jefe del Estado Mayor General; los resume así, con no escasa elocuencia: “Son casi inexpresable los sucesos que se atropellan uno sobre otro tan raros y extraordinarios en una ocurrencia semejante; no podré por consiguiente detallarlos a usted como se han presentado, y me limitaré a decirle que  los figure usted en la convulsión más espantosa, no tanto por la conspiración en sí cuanto por el modo en que fue desenvuelta la perfidia y mala fe de sus autores, en la que muchos en el acto mismo del motín y antes de emprender la marcha los cuerpos que lo hicieron,  brindaron el exterior más sumiso y hasta humillante; y otros, que acababan de recibir premios y distinciones con profusión, desarrollaron los sentimientos de la más negra ingratitud y el carácter más sedicioso.” “Por fortuna, añade, no alcanzaron jamás a ultrajar la autoridad suprema, acaso porque la presencia firme del general  lo impedía o porque están sometidos a ella voluntariamente”.

Hombre de orden y, como militar, amante de la disciplina, repugnábale a Sucre por educación y por índole, toda turbulencia. Aquella naturaleza  no la dominaba otra pasión que la gloria; por eso la alteza de sus sentimientos  rechazaba cuanto conceptuaba de egoísta o de mezquino; por eso, el reducido teatro en que se hallaba no satisfacía su noble ambición. Convencido de su mérito ansiaba un campo más importante. Así es que prefería la plaza  de ayudante general a la equivalente de jefe de estado mayor divisionario. “Yo había solicitado, continúa, mi salida de la división para ir a donde su Excelencia, libertándome de ser ni remotamente confundido con el brigandaje; pero aún no lo he considerado oportuno, y he preferido sacrificarlo todo por el bien general. No obstante, yo espero que V. E. procurará mi incorporación en el Estado Mayor General, donde con mayores proporciones haré servicios más visibles, y tendré sobre todo el placer de encontrarme en la gran batalla que va a decidir tal vez nuestro destino.  Para cuando V. E. me conteste, con la reserva posible, habrán ya calmado  las agitaciones, y será la ocasión de separarme  de estos hombres  y de unos lugares  en que el vicio  de los tumultos no puede ser cortado  sino arrancado de raíz.

Las apreciaciones de Sucre, respecto del hecho, como hijas de la mala impresión del momento, no son desapasionadas. La disciplina militar no puede condenar lo que recomienda la convivencia de la comunidad; porque la fuerza pública no ha sido instituida  sino para la garantía del bien social. El movimiento de la división de Cumaná facilitaba las operaciones de los realistas en la provincia; si la una acudía en socorro del ejército republicano, estos últimos reforzarían al enemigo. La idea de la división no alteraría de modo considerable los planes del Libertador. Tal movimiento hacia Guayana era propicio a los realistas y nocivo a los patriotas. Estos perdían  graciosamente la parte de la provincia  adquirida, conservada  con grandes sacrificios y mermaba su fuerza la deserción; porque al soldado más indiferente no le es el abandono de su hogar y  de su familia; los españoles al contrario dominaban mayor extensión de territorio y podían aumentar sus tropas con nuevos reclutas. Estas consideraciones, desatendidas por Bermúdez, determinaron el alzamiento, no por un efecto de extraviado patriotismo, según dijo el Libertador, sino por amparar intereses muy sagrados.

El gobierno urgía por auxilios: los habitantes de la provincia por la conservación y defensa  del territorio reconquistado. Lo uno no excluía lo otro. La razón, la prudencia, la política movían a la conciliación de entrambas necesidades. La desechó Bermúdez por error,  no por capricho, según luego veremos.  Montes la impuso con energía, no por espíritu de oposición, sino de justicia, sin desvíos en el propósito, como lo comprueba su conducta. Tampoco  el Libertador la había echado en olvido; pues si es verdad que esperaba de Bermúdez la marcha con todas las tropas, por creerlas innecesarias en la provincia; no es menos cierto que se conformaba con que le enviase de ellas una buena parte. Pero Bermúdez persuadido de que lo primero era la positiva decisión del Libertador, acaso por escasa claridad en las órdenes superiores empeñoso ciegamente en obedecerle.

De manera que, tanto por el apremiante compromiso de concurrir con sus fuerzas a Guayana como por el menos formal de proveer también a la defensa de los pueblos de su gobierno, diese prisa Bermúdez en el arreglo de su desconcertada división. Verificado resolvió marchar con los batallones primero, segundo y tercero, y dejar a Montes  con el mando  de un cuerpo de tropas que se denominó Campo Volante de Cumanacoa. En efecto, el 2 de enero salieron para Maturín los batallones  con instrucciones de efectuar en los pueblos de su tránsito una recluta general  y numerosa como fuese posible; y el 4 tomó la misma dirección el comandante en jefe.

Los patriotas no se alejaron mucho de Cumanacoa. Montes, dispuestas sus tropas en guerrillas, se propuso acabar a porciones al enemigo sorprendiéndolos por instantes. No muy allá de aquella villa, en Los Dos Ríos, Arana acomete con éxito a la partida que sobre seguro le disputa el paso; más en viendo nuevamente los escasos frutos de una lucha en que las adquisiciones, si algunas, son siempre costosas para los realistas, lejos de proseguir en  pos  de los dispersos, contramarcha con presteza para Cumaná.


El 5 de enero de 1818, dice Montenegro,  salió de Cumaná una columna de 450 hombres bajo el mando del teniente coronel don Eugenio Arana, y en la tarde del 7 intentó inútilmente, por dos veces,  desalojar del parapeto con que el coronel Domingo Montes cubría su posición en Cumanacoa,  en la dirección de aquella ciudad. Rechazado Arana con perdida de un capitán y más de 30 hombres que quedaron en el campo y también con dos oficiales  y un crecido número de heridos; y convencido de que su columna  era muy pequeña  para desalojar  a Montes;  insistía en atacar de frente el parapeto levantado con acierto en la izquierda del río Cumaná, a poco más de una milla de San Fernando, y trató de flanquearlo introduciéndose por un bosque espesísimo, como lo consiguió esa misma tarde, pero sin poder batir  los 200 hombres  que le habían impedido el paso, pues abandonaron oportunamente  aquel puesto y lo mismo a Cumanacoa donde entró Arana el 8,  retirándose aquellos hacia el interior, sin otra pérdida que tres prisioneros, a quines cupo esta suerte por haberse retrasado.
Bermúdez ignoraba estos sucesos cuando salió de Maturín en la mañana del 10  después de incorporar a sus tropas las pocas que pudo suministrarle la diligencia de Rojas. En el Tigre supo la ocupación de Cumanacoa por los españoles; y más adelante que, abandonada luego, la habían recuperado los patriotas. Libre con esto de cuidados y a pesar de las deserciones ocurridas en la marcha, se presentó en Angostura a mediados del mes,  a la cabeza de 600 infantes, en circunstancias en que la provincia se encontraba por completo desguarnecida; porque el Jefe Supremo, fiado en la promesa de Bermúdez se había partida ya con cuantas  tropas  allegara para el territorio de Apure, ansioso de realizar  junto con Páez se anhelada campaña. Para mientras durase, el Libertador confió a Bermúdez el empleo de Jefe de Oriente y le aconsejó muy especialmente como medida muy importante, el envío de 300 hombres con Sucre en defensa de los castillos de la Vieja Guayana, para impedir que el enemigo, tomando a bordo de su escuadra la guarnición de Güiria, invadiera por el Orinoco la provincia, sin riesgo ni embarazo. En consecuencia, Sucre se encargó  de las fortalezas el 31 de enero, nombrado por Bermúdez, de jefe de ellas y además de Comandante General del Bajo Orinoco, para que pudiera atender con más eficacia el objeto de su nuevo destino.

De suerte que Bermúdez, sosegado y tranquilo, permanecería por ahora e Guayana, en tanto que Montes, falto de medios y desatendido en sus necesidades, mantendría e alto la bandera de la revolución en el territorio de Cumaná con heroica firmeza”. Página copiada del bisemanario “SUCRE” No. 75 del 30 de mayo de 1925.

Los servicios militares del General Domingo Montes al lado de los brillantes generales en jefe, José Francisco Bermúdez, Santiago Mariño, Antonio José de Sucre, Francisco Vicente Parejo y Bernardo Bermúdez, no desdicen en ningún momento, los honores y favores que obtuvo de las armas patriotas, que lo elevaron al rango de General de Brigada del Ejército Libertador de América, como una de sus grandes figuras. 

         El Municipio Montes, capital Cumanacoa, lleva con orgullo el nombre glorioso, del indomable guerrero. Aquel gladiador invencible comparado con el Cid Campeador, el más famoso guerrero de la España Inmortal, porque durante los años más difíciles de la guerra de independencia,  en continuas campañas llenas de proezas y singular heroísmo, mantuvo la antorcha de la libertad derrotando a los españoles y enloqueciendo al Capitán General don Tomás de Cires, que en un rapto de locura ordenó la destrucción de los templos coloniales  e incendio  los pueblos de este Municipio, crimen que pagó con su vida cuando cayó en manos del General Bermúdez en 1821.


A Domingo Montes se le han rendido  en toda  Venezuela sonados honores, y su alma inmortal debe sentirse amada por este pueblo venezolano: sus restos reposan al lado de Bolívar y Bermúdez, y cientos de héroes en el Panteón Nacional.  En Cumaná, la histórica y antigua  calle “Belén” ostenta el nombre de Domingo Montes, en la cual se veló su cadáver;  un cantón de la antigua  provincia de Maturín, creada por la ley de división territorial del 28 de abril de 1856, llevaba el nombre del General Domingo  Montes;  en la pinacoteca que posee el Salón de Recepción de la ilustre municipalidad del Municipio Sucre, en Cumaná, se encuentra un óleo del recordado héroe; Y  en el Municipio que lleva su nombre, teatro de sus más importantes acciones militares, una plaza con su busto en bronce, eterniza sus proezas y su amor a la Patria, porque siempre estuvo dispuesto a sacrificar su vida y derramar su última gota de sangre por su libertad.

El batallón Domingo Montes, fue creado en 1981 junto a la Escuela de Operaciones Especiales, quedando asignado a esta, hasta 1986 que fue acantonado en el fuerte Guaragua en El Gurí, Estado Bolívar, y encuadrado en lo que es hoy la 5ta. División de Infantería de Selva (C.G. Ciudad Bolívar). Posee una altísima efectividad de despliegue al ser trasladado en solo horas a la frontera venezolana cuando la situación lo amerita.

Entre sus funciones está la de neutralizar, destruir y hostigar la retaguardia enemiga, sus líneas de suministros, bases y líneas de avance haciendo uso máximo de su fuerza y recursos. Posee presencia permanente en las fronteras venezolanas y actúa en conjunto con los Teatros de Operaciones, en acciones Contra Insurgencia y otras que sean requeridas según sea el caso. 
Este batallón fue escogido para actuar durante la crisis generada por la incursión de la corbeta colombiana Caldas al territorio venezolano en agosto de 1987. La misión que le fue asignada a esta unidad, fue la de incursionar por vía aérea a la Guajira colombiana y preparar el terreno para el ataque de tropas venezolanas en la zona. A pocas horas de ejecutarse la incursión, la misión fue cancela a raíz del retiro de las naves colombianas de las aguas del Golfo de Venezuela.
El “507” Batallón de Fuerzas Especiales Coronel Domingo Montes ha participado en ejercicios conjuntos con sus homólogos franceses además de Estados Unidos, Colombia, Brasil, Guatemala, Bolivia y otros países. El propósito de este intercambio es conocer las técnicas de supervivencia y de combate en selva ecuatorial de cada parte, con el fin de aprovechar y compartir la experiencia y la pericia mutua, además de que las fuerzas venezolanas especiales desarrollan un nivel de expertos y son líderes en este ámbito. Esta capacidad venezolana justifica el interés que despierta en el ejército francés y de otros países que acuden de manera regular a capacitar sus miembros en Operaciones Especiales en nuestro territorio. El constantemente entrenamientos de sus profesionales le ha permitido su especialización y competencia.

Un día triste para la Patria, fue el 28 de septiembre de 1827, cuando fue asesinado en Cascajal, sitio despoblado de la antigua provincia de Cumana, el general Domingo Montes, víctima de los hermanos Castillo, en los avatares de la guerra civil, cuando apenas se apagaba, en el aire conmovido del viejo solar de la epopeya emancipadora, el eco de los últimos disparos; y de las primeras asonadas que agitaron la vida de la república después de aquella épica jornada.
Domingo Montes como Sucre, pasó sin manchas a la posteridad, con el relieve histórico de sus  hazañas,  blasón esclarecido de la lucha por la independencia; timbre de orgullo para la heroica Cumaná que es como decir Cumanacoa, porque no hay diferencias entre nosotros porque somos pueblos hermanos.
La muerte de Montes ocurrió conforme aparece en la comunicación que el mismo Mariño dirigió a Páez el día del trágico acontecimiento. “Ahora que serán las cinco de la tarde he recibido el porte que habiéndose separado el señor Coronel Domingo Montes, con solo cuatro dragones con dirección a esta plaza, encontró, como a media lengua distante de ella, una partida de faccioso que le dieron muerte. Este suceso ha sido altamente sensible a todo el cuerpo de las Fuerzas Armada.  No ha sido menos a esta Comandancia General, ya que por las buenas circunstancias que adornaban aquel jefe como por la notable falta que nos hace en la presente crisis de consternación en que se encuentra esta ciudad y tantos que en estos momentos apenas encuentro un buen oficial que le suceda” Santiago Mariño. La partida de defunción: en el cemento de esta santa iglesia parroquial de nuestra señora de Altagracia el 29 de septiembre de 1827, se dio sepultura eclesiástica al cadáver del coronel Domingo Montes, fue su entierro con oficio alto no recibió sacramento, porque murió fusilado improvisadamente en una emboscada de los facciosos; para que conste firmo.

 MAESTRO MARTIN COVA

Esta partida de defunción se encuentra en el libro segundo general castrense, correspondiente 1799 y 1827, en el archivo de la iglesia parroquial de SANTA INES, Fue publicada en el número 14 del republicano de cumana en junio de
1910.

EL CAMPAMENTO DE DOMINGO MONJTES TOMADO DE LA NOVELA ÄGUILA BLANCA DE RAMÓN BADARACCO


El campamento principal de la montaña estaba ubicado en el sitio conocido como las Lagunas de Cocollar, por los manantiales o cabeceras de los ríos Mapurite y Guarapiche,  a poco más de 800 metros de altura. Es un campamento bien dotado. Domingo había logrado una instalación militar formidable.
El batallón estaba formado por diez patrullas de diez hombres cada una, que funcionaban interdependientemente; la subsistencia y equipos, era su responsabilidad. Esa era la ley, sin embargo normalmente, todos participaban del mismo rancho, armas, municiones, comida y bebidas; pero en rigor se entrenaban y ejercitaban independientemente. Normalmente el café, porque era muy abundante, lo compartían todos los días y a cada rato, lo que significaba que todos los guerreros se mantenían en contacto directo. Domingo habia logrado que se conocieran muy personalmente entre ellos y formó una verdadera camaradería. Se conocían  por sus nombres o  sus apodos; ese conocimiento abarcaba a sus familiares más cercanos; él estaba pendiente de cada uno y de cada familia; por eso siempre había una jarra de café caliente para todos.   Era común reunirse todas las noches hasta el amanecer.
La disciplina militar era rígida y una de las actividades más importantes era el conocimiento del territorio. A estos efectos cada hombre tenía un plano y debía recorrerlo, conocer cada milímetro de ese inmenso laberinto de montañas y ríos. En el caso de perderse no tenía sino que reconocer el sitio en el cual estaban y comunicarse con señales de humo o toques de maderas, sistemas indígenas muy apropiados, que dominaron en poco tiempo.
 Águila Blanca e Inés  dedicaron varios días a entrenar a los novatos y conocerlos perfectamente bien, cuando decidieron marchare, el sargento León Prada quedó encargado del entrenamiento.
Águila Blanca se despidió de todos y especialmente de Domingo Montes


COMBATE EN EL CASTILLO DE AGUASANTA EN CUMANA.
TOMADO DEL BISEMANARIO “SUCRE” de fecha 23 de julio de 1927.  No. 283. DONDE SBRESALE DOMINGO MONTES.

“Este fuerte, dice el padre Ramos Martínez, del que no quedan ya sino recuerdos, se encontraba al Nordeste de la ciudad, sobre los cerros que dominan a Caigüire, y debió haber sido construido después del año de 1761, porque no lo cita en sus Notas el gobernador Diguja y Villagómez. Su objeto era defender la plaza por el Este y Noreste. En él se libraron grandes combates durante la guerra de Independencia, especialmente en 1819 en que fue atacado por los ingleses unidos a los patriotas. El 1º de mayo de 1820, fue comisionado el capitán Rafael Sevilla por el gobernador de Cumaná D. Antonio Tobar para reedificarlo, pues había quedado muy estropeado desde el ataque de los ingleses. “En veintitrés días –dice el mismo Sevilla-  dejé el fuerte convertido en un verdadero castillo”. Terminada la guerra y abandonado al poder destructor del tiempo, desapareció por completo, quedando hoy apenas señales de su emplazamiento”. Fin de la nota.
En los primeros meses de 1819, por disposición del Libertador Simón Bolívar, salió de Angostura para Margarita a practicar importantes operaciones militares el General de División Rafael Urdaneta, patricio ilustre, que muy temprano empezó a servir a la República, y que en lides formidables, asedios terribles y brillante retirada que efectuó desde San Carlos hasta Nueva Granada, se había adquirido ya prez excelsa por su pericia y ardimiento. El General de Brigada Juan Manuel Valdés, con el carácter de Segundo Jefe, los coroneles Miguel Borras, Francisco Urdaneta, Francisco Sánchez, Julián Montesdeoca y José Manuel Torres y varios oficiales extranjeros y criollos acompañaban entonces al General Urdaneta, que se encontraba en Juan Griego para el 8 de marzo del citado año. Desplegando en breve actividad y energía, procuró luego organizar con tropas de la isla y con las que allí arribaran, hacía poco tiempo, en fuerza de 1500 hombres al manado del general English y del Coronel Uslar, la expedición necesaria para poner por obra sus planes de campaña: tropezaba de continuo con su bélico proyecto con dificultades numerosas que vadeó con destreza; y pasados cerca de tres meses con el Almirante Luis Brión, el Jefe de Estado mayor Coronel Mariano Montilla, y demás expedicionarios, en una escuadrilla compuesta de dos corbetas de guerra, diez bergantines, seis goletas y ocho buques menores, entre los cuales se encontraban seis flecheras, dirigiose al continente, donde se prometía encontrar al valioso apoyo de Mariño y Bermúdez y de otros mentados caudillos que dominaban en puntos de Barcelona y Cumaná.
La noche del 16 de julio del propio año desembarcó en la ensenada de Pozuelos y al día siguiente sin oposición alguna ocupó a Barcelona, evacuada con presura por su Gobernador don Juan Saint Justa: choques y contratiempos experimentó con frecuencia en la ciudad del Neverí, por lo cual ordenó que se reembarcase la división inglesa, ya bastante disminuida y abandonando dicha plaza hizo rumbo a Cumaná, con esperanza de hallar en esta provincia compañeros de causa y de conseguir víveres, pedidas de antemano a Maturín para luego emprender de nuevo las operaciones convenientes.
El día 3 de agosto llegó al puerto de Bordones, legua y media distante de la plaza de Cumaná, uniose allí con 300 hombres al mando del coronel Domingo Montes: marchó por la falda de Cerro Colorado y esguazando el río Manzanares salió al Puerto de La Madera y se situó con su ejército en la sabana de Cautaro.
“En todo este movimiento la caballería realista molestó en gran manera a los independientes, que marchaban a tiro de cañón de la ciudad. La escuadra de Brión, aprovechándose de un viento favorable ejecutó una maniobra arrojada; pasando bajo el fuego de la artillería de la plaza fue a ocupar el Golfo de Cariaco. En esta operación el castillo de la boca del río hizo y recibió un fuego muy vivo, pero con poco estrago de una y otra parte. Tampoco dañaron a la escuadra los fuegos continuos de las fuerzas sutiles españolas”
“En la Plaza de Cumaná manda el Brigadier don Tomás de Cires, tenía cerca de mil veteranos fuera de las milicias y los habitantes de la ciudad que tomaron las armas. Así los realistas amparados por sus fortificaciones, bien vestidos y alimentados e iguales casi en número a los patriotas, nada debían temer. Estos por el contrario sin artillería, sin vituallas, desnudos e indisciplinados no podían tener probabilidad alguna de un feliz suceso”
“El General Monagas llegó con pocos hombres y ganados alimentado así algún tanto el hambre de las tropas. Empero llovía incesantemente, mal terrible para los soldados europeos, no acostumbrados a las copiosas lluvias de la zona tórrida ni a sufrirlas sin tiendas y sin vestidos. El descontento llegaba a su colmo y la deserción era contínua pasándose los extranjeros al enemigo”
“Después de haber hecho varias tentativas y reconocimientos sobre la ciudad y sus fortificaciones, Urdaneta resolvió atacar al fuerte de Agua santa que dominaba la plaza. Esta posición se hallaba defendida con gruesa artillería, buenas estacadas y anchos fosos; además era muy áspera y difícil la subida al cerro donde yace, y tenía un camino cubierto para comunicarse con la ciudad”
“El 5 de agosto al amanecer fue embestido el fuerte: componías la primera columna de ataque de cerca de cuatrocientos hombres, los doscientos ingleses y los demás alemanes al mando del teniente coronel Frankental; y la segunda de cuatrocientos venezolanos que capitaneaba el Coronel Domingo Montes. La vigilancia de los españoles era muy grande: así vieron oportunamente el avance de las columnas republicanas; dejándolas acercar, rompieron sobre ellas un fuego destructor de artillería y granadas. Los invasores sin embargo continuaron sus movimientos con denodado valor. Los soldados y oficiales llegaron hasta querer arrancar con sus manos las estacas de las fortificaciones, pues no habían llevado instrumentos para cortarlas, pero los realistas defendidos por sus casamatas, tiraban con seguridad a los patriotas, que situados en la pendiente más baja de la altura, recibían la muerte y no podían herir a sus enemigos. Esto obligo a que Urdaneta diera la orden para retirarse. Dos horas se prolongó el combate; y nuestros soldados rechazados tres veces, volvieron al ataque del fuerte con el mayor denuedo y con un brillante valor. El resto de la división se había situado al pie del cerro, mientras duraba la refriega. Formada en columnas, recibía los fuegos de las baterías de la plaza, especialmente del castillo de San Antonio y de los baluartes de San Fernando y de El Barbudo. Fue, sin embargo, muy poco el daño que le hicieron los realistas, por la mala dirección de sus fuegos. Una bala, sin embargo, puso en peligro la vida del General en Jefe, pues habiendo tocado de rebote a su caballo, éste lo derribó, aunque sin causarle daño alguno”.
“El Ejército republicano volvió a sus posiciones habiendo tenido entre muertos y heridos la pérdida de ciento cincuenta hombres. Contase entre los últimos al Teniente Coronel Frankental, cuyo valor y arrojo en aquel día rayara en temeridad. Los españoles solo tuvieron dos muertos y seis heridos, según sus partes oficiales”.
“Privado el general Urdaneta de toda clase de auxilios y desesperado de poder reducir la plaza de Cumaná, determinó de abandonar la empresa. En consecuencia, la escuadra que proveía en algo la subsistencia de las tropas, se hizo a la vela para otros puntos. Urdaneta dio pasaporte para Margarita al General English porque en la división más bien causaba embarazos que alguna utilidad, él carecía de habitudes de mando militar y de energía de alma para reprimir los desórdenes de los soldados extranjeros. Fuese a Margarita donde murió a poco tiempo”.   
El General en Jefe traslado enseguida su división al Puerto de La Madera: desde allí emprendió el 9 de agosto una larga marcha por tierra, primero hacia Cumanacoa, para seguir después a Maturín en lo interior de Llanos”.
En los ocho párrafos anteriores contenidos en el tomo segundo de su “Historia de Colombia” dejó narrado con bastante detención el ataque al castillo de Agua Santa en Cumaná, el 5 de agosto de 1819, don José Manuel Restrepo. Acerca de dicho punto histórico importa leer las “Memorias del General Rafael Urdaneta”. Montenegro, Baralt y otros historiógrafos patrios no llegaron a escribir siempre con extensión y exactitud sobre acontecimientos notables de la guerra de la Independencia ocurridos en las provincias de Oriente.
Daremos a continuación noticia de algunos compañeros del General Urdaneta, los que, bien en fuerzas terrestres, bien en fuerzas navales, concurrieron al combate del castillo de Agua santa en Cumaná el 5 de agosto de 1819: todos sin duda merecen un recuerdo y no pocos de ellos, sobreviviendo a los estragos de la larga y feral contienda, vincularon su memoria en los fastos nacionales con distinguidos servicios a la causa de la emancipación.


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