RAMÓN BADARACCO
El hombre que nunca murió
TOMO II
Cumaná 2007
Tenemos que ser como niños para
entender
los insondables misterios de la
historia. R. B.
Autor: Ramón
Badaracco
LIBRO: EL
HOMBRE QUE NUNCA MURIO
TOMO II
Copyright
Ramón Badaracco
Primera
edición 1997
1500
ejemplares
Hecho el
depósito de ley
Correo y
cel.
Cronista40@hotmail
.com
0416-8114374
Segunda
edición
Derechos
reservados.
Diseño de la
cubierta R. B.
Ilustración
de la cubierta R. B.
Depósito
legal
Impreso en
Cumaná
TOMO II.
El Capitán cuenta
la historia de Fray Pedro de Córdoba y la fundación de Cumaná. Hagamos un viaje
en el tiempo. Trasladémonos espiritualmente y podemos vivirlo…
El Capitán, tomó aliento y dijo:
Si no me interrumpís, os puedo contar toda
la historia de Pedro, desde que inició su cruzada.
Curra. Le prometo que no lo interrumpiremos.
Don Fernando. Bien, acomodaos lo mejor que
podáis. Dejen que mis recuerdos vayan saliendo… Os contaré todo lo que se…
Aquella mañana de febrero de 1510, como os
dije, habíamos salido a caballo de
Ávila, la ciudad del silencio, hacia Salamanca. Pedro me rogó que nos
detuviéramos en el viejo puente
romano en el límite del Norte, a la
salida de las murallas, para ver desde el poniente las altas torres de la
catedral e la serpiente de piedras que la rodea. Un mar de trigo, de la
hacienda de Isabel, se extendía frente a
nosotros. Pedro rezaba en silencio… Luego continuamos la marcha e nos detuvimos en dos pueblos: Aveinte y Narros del Castillo, para cambiar cabalgaduras. Así llegamos a Babilafuente,
para tomar un baño caliente en sus famosas aguas termales. Pedro confesó, que una de sus pocas debilidades era
la de sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi
vida en escuelas y conventos, me siento feliz de ello, hay algunas cosas
materiales que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo
en este pozo, si en ello no hay pecado!.
–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus
compañeros- que el propio Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió
en las aguas para que Juan lo bautizara.
Bien… continuamos el camino, siempre al
lado del río, hasta llegar al pueblo de Santa Teresita, Alba del Tormes. Los
caballos penetraron en el mar de trigo que se extiende en sus praderas,
sembrado por orden de Isabel, como dije;
en un terreno ondulado donde el
viento se distrae peinando las espigas, y los caballos trotan libremente.
Por
fin, después de tantas horas, llegamos a Salamanca, la blanca, por una calle
larga de grades edificios públicos e iglesias romanas, que termina en la Plaza Mayor ; una
estancia armónicamente cuadrada, cuyas construcciones se cierran en cada
esquina sobre fuertes arcos de piedra.
Debajo de esos arcos “vive” verdaderamente la ciudad, bulle el pueblo. Por cada
esquina de esta plaza entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes en
romería, entre gritos e risas van a divertirse, a conversar, tomar vino e cumplir con el rito del amor. Pedro y yo también lo hicimos, nos bajamos de los
caballos y confundimos entre ellos e
fuimos a dar vueltas con alegría infantil, tropezar con las parejas enganchadas
e recebir el soplo fugaz de la vida. La gente nos extrañaba, pero con todo, saludaban entre risas e cariño. Bastante tarde fuimos a Santisteban, donde nos
esperaban gozosos los compañeros de Pedro, que lo colmaron de atenciones.
Entonces, se acercó presuroso, fray
Antón de Montesinos, y reclamó el
retardo…
–Hombre Pedro… ¿donde estabais? Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad?
¿Cuál la urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
Yo, y, ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
¡Todos hombre todos…! pero venid, que os
esperan en Catedral en la sala conciliar. Apenas os divisaron, la noticia
corrió e agora están reunidos vuestros compañeros y el Maestro General de la Orden , fray Domingo de
Mendoza, muy nerviosos por cierto.
Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo
y como era de su natural comportamiento,
se arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la mano y lo levantó hasta
que sus ojos quedaron parejos.-
Pedro le dijo –ya se a lo que habéis
venido. Hágase en mi según lo tenéis
mandado. Os ruego que no me deis explicaciones.
Bien, hijo mío, vuestras virtudes han
salido con alas de estas paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente
del Consejo de Indias, me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido
Vicario de Indias, y que debéis partir cuanto antes con destino a “La
Española ”, cita en América; es una nación del Nuevo
Mundo, tu nueva casa.
El Vicario también escogió allí mismo, a
sus acompañantes, cuya fama de santidad
también está probada: Antón de Montesinos, Tomás de Berlanga, Domingo de
Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:
- De luego irán otros a haceros compañía,
los que sean necesarios para ayudaros en la infinita tarea que se os ha
asignado. Se que no defraudaréis las esperanzas puestas en vosotros.
Desde ese momento Pedro no tuvo descanso e
yo lo acompañé e ayudé en todo lo que fue menester. Nadie supo jamás de sus
dolencias, aunque lo presentían.
El viaje a Santo Domingo se retrasó, por
enredos burocráticos, hasta el 6 de agosto de ese mismo año de 1510, e también
por los permisos que debía firmar el Papa, e otros requisitos para lograr la
impetración de la Orden
Dominica en el Nuevo Mundo.
En
Sevilla trabajaron con urgencia y culminaron los trámites e los preparativos,
que rubricaron cuando fray Domingo de Mendoza, autorizado por el Provincial de la Orden en España, fray
Agulatín de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de
Indias, e nombró Procurador de la
Orden en Sevilla a Don Juan de Ojeda, lo que dejó a Pedro
totalmente libre de sus obligaciones en el reino y pudo viajar en el término
previsto.
Partimos de Sevilla, a los 6 días de
agosto, como ya dije, en una carabela de
50 toneladas, e llegamos a La
Española el 10 de setiembre de 1510. Al parecer nadie sabía
de la misión, surgimos al norte de la isla en un sitio desolado, La Isabela , pueblo fundado
por el Almirante Cristóbal Colón; abatido a poco tiempo por un huracán. Había
tres o cuatro casuchas ocupadas por un
puñado de marineros que solo deseaban
regresar, y esperaban una oportunidad. Ese día, Pedro cumplía 28 años e quiso
festejar con ellos. Los consoló, ofició la santa misa, su primera oblación en
aquella tierra bendita de Dios; partió
el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras, e les habló. Aquellas
gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, bendito sea su santo
nombre, por haberles mandado el auxilio espiritual e la conformidad deseada.
Entre los indígenas se corrió la noticia de
la misa que presidió Pedro al aire libre, y vinieron muchos caciques con sus cortes
a conocerlo. Ellos hablaban diversas lenguas, aunque bastante parecidas, y
Pedro los entendía a todos. Desde un
principio Pedro les enseñó la doctrina, varios jóvenes se aficionaron tanto a
Pedro que se quedaron a su servicio.
Pedro tenía el raro don de lenguas. E le contaba la doctrina como un
cuento apropiado para los niños.
Los misioneros pasaron algunos meses en
Isabela, y construyeron una primera iglesia de madera, barro y palmas, e todos
hicieron amistad con los aborígenes.
En los primeros días de octubre de ese año
de 1510, llegó a la
Española El Almirante Don Diego Colón, hijo del Visorey Cristóbal Colón, acompañado
de su mujer Doña María de Toledo, e se hospedó en la pequeña ciudad de
“Concepción de La Vega ”.
En sabiéndolo Pedro, dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de
madrugada para Concepción, a ver e hablar con el Almirante. Dejaremos a fray
Antón encargado de todo nuestro hato, para que luego lo lleve a donde asentaremos definitivamente.
Como no acostumbrábamos contradecirlo,
hicimos tal como lo mandó, aunque no estábamos de acuerdo por múltiples
razones, entre otras la distancia que deberíamos recorrer; no conocíamos el territorio infestado de
indios peligrosos e amotinados, e además, desconociendo casi por completo sus
lenguas.
De todas formas partimos. En la jornada
solo comíamos casabi, pescado salado,
ají e berros, que nos dieron los indios; además teníamos agua abundante de
los arroyuelos e alguna que otras raíces, a las que ya estábamos acostumbrados.
Encontramos muchos guerreros; pero
ellos, al ver y conocer a Pedro,
abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la vida; lo
seguían, le hablaban en sus lenguas y él
respondía y los bendecía. No se si lo entendían, pero sus demostraciones de afecto y acatamiento,
así lo daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a
Jesús, bendito sea su santo nombre, era un milagro.
Días después, llegamos a presencia del
Almirante y su mujer, fuimos recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se
arrodilló ante él, pero este, tomándolo de la mano, le dijo –No lo haga, no soy digno ni de
recibir su bendición, soy un pecador –Pedro respondió– Todos somos pecadores,
pero si vos lo reconocéis, lo confesáis
y estáis arrepentido; yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os
perdono los pecados de los cuales os habéis arrepentido y de todo otro pecado
que queráis confesar. Os doy la paz para vuestro espíritu y no peques más. Que
la paz del Señor entre en vuestro corazón y permanezca en vos para siempre. Suplica al Señor que te proteja
del poder que todo lo corrompe y te de
la fuerza necesaria para no caer en tentaciones; que abra tu corazón al Espíritu
Santo consolador.
El Almirante, se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y
dijo en alta voz – Me siento reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias,
padre. Será muy difícil mantenerme limpio, pero lo intentaré.
Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro,
que escuchase su confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde
permanecieron largo rato.
Pedro decidió que nos quedásemos en
Concepción de La Vega ,
y el Almirante le cedió un galpón medio abandonado, que servía de depósito de
mercancías, ubicado fuera del poblado. Allí acomodamos la segunda iglesia de la Orden Dominica en la Española , y allí cantó la
primera misa que se dio en la isla para
los indios, que vinieron de todas partes
a ver y oír “al padrecito de los indios”, que les hablaba en su propia
lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray Antón de Montesinos, segundo en el
mando de la Orden , sobre todo en bondad, laboriosidad,
solidaridad, y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y sacrificio. Un
verdadero apóstol, como Pedro.
Esta misa le trajo a la Orden muchos inconvenientes
con los españoles, pero el prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En
poco tiempo sus filas crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8 venidos de España; y algunos frailes y legos que ya estaban en la Española al servicio
de otras órdenes, y se vinieron a
enriquecerla y cobijarse con el manto de
los dominicos; pese a que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran
extremadamente rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor
Jesús, bendito sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.
Nos vimos en la necesidad de construir otra
iglesia en La Vega
con ayuda de los indios, y ya estaba terminada para mayo de 1511 cuando
Pedro decidió partir para la ciudad de Santo Domingo, dejando La Vega a cargo de fray Tomas de
Berlanga, y con él se quedaron también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.
Pedro era incansable, apenas llegó a la
ciudad de Santo Domingo, la más
antigua del Nuevo Mundo, fundada por Don
Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador
Nicolás de Ovando en 1504 a
las orillas del río Ozama, donde la ciudad florecía, era
verdaderamente señorial. Pedro se empeñó en construir un monasterio e
inició de inmediato los trámites para la impetración de la Orden y todo se daba por la
gracia de Dios. La construcción, con la
única ayuda de los indios, a los cuales
se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si hubiese vivido con
ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración de todo el pueblo
que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales aparecían como por arte magia y teníamos que ahuyentar a los voluntarios, por que a la
hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos: sin
embargo todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces. Apenas
le informaban a Pedro que faltaba algo,
cuando se aparecía alguien a quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de
admirar. Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen hombre llamado Pedro de Lumbreras, el que nos
ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar, y se conformó, para no desairarlo, con
tomar prestado el patio de la casa. Allí acomodamos unos catres y una mesa, si
es que podía llamarse así, para las cosas e instrumentos sagrados. Mal que
bien, nos acomodamos todos, pero al poco tiempo nos mudamos para el monasterio.
En la octava de todos los santos de ese año
de 1511, Pedro dio misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo
oyeron quedaron prendados d’el. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos
les pidió, que al llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo
su autoridad. Fue así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo,
aquellos indios esclavos de los
españoles oyeron la misa y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.
FRAY DOMINGO DE MENDOZA EN SANTO DOMINGO.
En diciembre de ese año llegó a la Española , fray Domingo de
Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para Pedro verlo
entrar a la Iglesia. Cuando
ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio
de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que
nuestros cuerpos lo soportaron.
Con fray Domingo llegaron cuatro
sacerdotes de la misma orden Dominica. Por una rara coincidencia se habían
juntado 12 apóstoles por tercera vez en la historia. Se repetía el milagro de
Jesús, y de Francisco de Asís. Doce
hombres que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
La construcción de la Iglesia se desarrollaba
con rapidez, y con la llegada de los
refuerzos, su efecto fue multiplicador. Una vez terminada la obra se le
agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien
construida empalizada; y muy pronto fue
hervidero de individuos de todas
clases, que llegaban llenos de fervor con
gracia divina, tras el llamado de Pedro. Aquel santo lugar se convirtió
en refugio de arrepentidos. Sus frutos
espirituales no se hicieron esperar,
pero también: la envidia, la codicia, la política, confluyeron en un todo.
A nuestros oídos llegaban las historias de las
crueldades de Juan Ponce de León, del famoso perro “Becerrillo”, a quien los
indios temían más que a diez españoles juntos; las maldades de Juan Cerón, de
Moscoso, de Cristóbal de Mendoza, que
practicaban la captura y matanza de indios
en la tierra firme. Las expediciones de Nicuesa y Ojeda, que asolaron el
pueblo de indios de “Calamar”, y de cómo los indios se amotinaron en el sitio
de “Turbaco”, e hicieron gran
matanza de españoles, de donde los que
se salvaron regresaron luego con más
fuerza, y fiereza y tomando a los indios desprevenidos, hicieron gran
carnicería de mujeres y niños indefensos.
Las costumbres de los españoles de Santo
Domingo se habían relajado de tanta codicia
y soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios, de la caridad cristiana, se predicaba el odio
contra los indios, se había perdido el orden moral en aquella colectividad.
Esos españoles olvidaron su misión en
aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.
Pedro reunió a los doce miembros de su
comunidad eclesial, y discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y
acordaron, que tenían el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que
alteraba el orden moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que
predicaban.
Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don
Diego Colón había trasladado la sede de
Gobierno a la ciudad de Santo Domingo, que había prosperado admirablemente.
Pedro consideró, que tocaba a él poner remedio a tal conducta. Me dijo – Fernando mañana muy temprano iremos a ver
al almirante; voy a pedirle a Don Antón que nos acompañe, él sabrá expresarse
mejor que yo…
Despachaba el Almirante, en una casa muy
confortable, ubicada frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor , en todo
el centro de la ciudad, al lado del convento de los Jerónimos, con quienes
tenía magníficas relaciones.
Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por
el Almirante, inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien
amueblada, pero nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos
que hizo el Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir
nuestros olores a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos
permanecer de pie, y el Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le
fue diciendo uno a uno todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los
españoles. Al final de aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante
dijo:- Padre Santo… yo se lo que esta ocurriendo y tengo despachos del Rey para
ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo. Se
necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por
tierra y por mar; sin embargo os prometo hacer cuanto pueda… para contener y
castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra
mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las
distancias y el desconocimiento de estas
ilimitadas fronteras. Por todas partes aparecen los mercaderes de esclavos, los
rescatadores, como ellos mismos se titulan… Creo que a vuestros oídos ha
llegado sobre castigos ejemplares que he impuesto y decretado; me he visto
obligado a ajusticiar a muchos ladrones y esclavistas, sin embargo, proliferan…
tanto aquí como en tierra firme… Solo me puedo comprometer, a despecho de mi
palabra con vos, a continuar… con las escasas fuerzas que me dan las Cédulas
Reales e otros instructivos, que me veo obligado a cumplir… con esos bandidos
que trafican con vidas humanas… Las limitaciones que os ofrezco, no son obra
mía, pero eso no me exculpa… se que es mi deber y debo agotar todas las medidas
para impedir que continué la masacre, e implementar otros castigos… para los
culpables…
Hermano -lo interrumpió Pedro- se lo que estáis sufriendo. No veo como podré
ayudaros, sin embargo el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, me inspirará para buscar un camino, una forma
para ayudaros. Por lo pronto contad con
todo lo que tenemos, que es muy poco,
pero está a vuestras órdenes. Dios os bendiga y que el Espíritu Santo permanezca
en vos.
Nos marchamos
contritos, en silencio; por nuestros espíritus pasaban las ideas, confusas, no
brotaban las palabras. Meditábamos con absoluto recogimiento. Éramos incapaces de formular una idea exponer
algún razonamiento equilibrado, ni siquiera una posible, pequeña
alternativa. El drama era terrible y
continuaría.
EL SERMON DE
MONTESINOS.
Al otro día,
después de la misa, Pedro invitó a todos los frailes a una reunión para discutir la situación y el resultado de
la entrevista con el Almirante, y luego de largas deliberaciones, dijo:
-Hermanos, tenemos que acabar con este estado de cosas. No podemos permitir que continúe esta guerra
insólita, o estaremos incurriendo en
complicidad. El Señor, no nos perdonará. He decidido iniciar una campaña desde
el púlpito, vamos a denunciar la
corrupción, a los corruptos, con nombres y apellidos, vamos a atacar el mal con todas nuestras
fuerzas, y las que nos dará el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre. Denunciaremos
los crímenes que se han cometido y aportaremos las pruebas y los testimonios
que sean necesarios, acudiremos a todas las instancias, iremos a la Corte si es necesario. Comenzaremos ya, y he elegido a fray Antón de
Montesinos, para que en la homilía del domingo cuarto de adviento, haga las
denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes que se están cometiendo en
nombre de Dios.
Para 21 de
diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento, se invitó a la misa de 8.30, en la iglesia de
Santo Domingo, especialmente al
Almirante Don Diego Colón, a los
oficiales del Rey, demás autoridades civiles y militares, letrados,
ciudadanos notables, comerciantes, armadores y demás personalidades de la ciudad. Todos
alagados por la deferencia inusual. Llegada la hora, Antón de Montesinos ocupó el púlpito, leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista,
que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox
clamati in decerto”, yo soy la voz que
clama en el desierto. Al principio habló con palabras moderadas, habló del
adviento y de la esterilidad del desierto de la conciencia de los españoles que
viven en esta isla, y el peligro de la condenación eterna. Luego elevando la
voz enumeró los pecados que venían
cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno
denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad,
muchos de los cuales estaban allí presentes.
Para os lo dar a
conocer –dijo- yo soy la voz de Cristo que habla en el desierto de esta isla…
Estas palabras serán las más duras que jamás pensasteis oír – vosotros sois reos de excomunión…Su voz
había crecido, tenía un tono de autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y
los hombres se alborotaban; y él
continuaba: todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas
criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestable guerra? ¿Con
cual los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni curarlos, que mueren de
fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles todo el oro sin proveer, tan siquiera, que
sean bautizados y que conozcan la
doctrina de la iglesia. ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...
Terminada la misa,
la mayor parte de los feligreses se
marchó en compañía del Almirante. Al
parecer decidieron de común y tácito acuerdo, reprender al predicador por
escandaloso y calumniador, para lo cual necesitaban el apoyo del jefe del gobierno. Todo hace pensar que el Almirante, en cuenta
como estaba de la campaña que emprendieron los dominicos, de alguna manera se desembarazó de aquellos
sujetos. Otros se quedaron en la iglesia y pidieron hablar con fray Pedro de Córdoba, que los recibió con
dulzura, santa paciencia y los escuchó con atención: muchos de ellos dijeron
que tenían poco tiempo en Santo Domingo,
no tenían nada que ver con los indios, no eran encomenderos, ni “resgatadores”, ni esclavistas, ni
traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían que el
predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían
considerados y tratados como criminales.
Pedro, no se
disculpó, sino que les dijo: -Aquel que no tenga pecado que lance la primera
piedra. Soy el único responsable de esa
homilía. Desde que llegue a esta nación,
no escucho otra cosa que los crímenes
espantables que se cometen contra los indios. Es la hora de
denunciarlos, no vaya a ser cosa que el
Señor, nos considere a nosotros
cómplices de tantas crueldades. Sin embargo, los invito para el próximo
domingo, ya se verá lo que se puede hacer, el Señor tendrá la última palabra.
Id en paz.
Pedro les habló con
tanta paz que la comitiva se marchó pensando que habían logrado hacer recapacitar a la Vicaría , la institución
más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo Mundo por aquel santo varón de hermosa presencia,
todo amor y bondad.
La homilía del
tercer domingo de adviento, también le fue asignada a Montesinos. La iglesia
estaba hasta los bordes, abarrotada de feligreses dentro y fuera del
tempo. Llegado el momento leyó el evangelio y tomó la cita del santo
Job, que dice: “Tornaré a referir desde
su principio mi ciencia y mi verdad”
Comenzó luego, muy despacito y con voz
apenas audible, a fundamentar la
verdad del domingo anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados,
crueldades, cometidos por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el
dolor de toda una raza…luego conminolos a retractarse, a pedir perdón a los
oprimidos, a dejar en libertad a sus esclavos,
a darles de comer y curarlos, a respetar sus derechos, acatar las leyes de
ellos conocidas, y si no el derecho natural de gentes. Sabían que era ilegal,
contra las leyes de Dios, y por lo
tanto pecado mortal. Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de
hambre. Aquellos que lo ha hecho y no se arrepienten, están excomulgados.
Luego que terminó
la misa, un grupo de gente influyente se quedó
para hablar con Montesinos, pero este no los atendió, por lo cual
decidieron apelar a las autoridades y hasta la Corte , de ser necesario, como lo fue, y el caso fue denunciado ante la Corte. Sabemos que
las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto muchos de
los principales jerarcas de la Corte , estaban involucrados
en aquellas negociaciones esclavistas y en las explotaciones mineras donde
tantos indígenas morían de fatiga y de hambre. También sabemos que el propio
Monarca llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza, Cardenal Presidente
del Consejo de Indias, al Vicario de la Orden Dominica ,
fray Agulatin de Funes, que menos mal,
conocía muy bien las andanzas de los revoltosos; y no solo al Rey escribieron
los isleños, sino que confabularon contra Pedro y sus compañeros, con el propio Tesorero Real, Don Miguel de
Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella desgraciada empresa.
MONTESINOS Y LA CONSPIRACIÓN.
La conspiración de
los isleños, tomó cuerpo, cuando lograron involucrar a los franciscanos de
Santo Domino, que llegaron a la isla
quisqueyana muchos años antes que los dominicos y convivían perfectamente bien
con aquel estado de cosas. Entre estos
estaba Alonso de Espinal, que era un hombre de oración, amable y caritativo,
pero cándido en extremo. A este convencieron
para que viajara a la
Corte y hablara en nombre del pueblo de Santo Domingo, con el
Rey, so pretexto del amotinamiento de los indios con lo cual lo sedujeron. El
buen padre aceptó el encargo más por ignorancia que por maldad, y preparó su
viaje. Con él enviaron cartas al Obispo
de Burgos, Don Juan de Fonseca, también al Secretario del Rey, Lope Conchillos; al Camarero Real, Juan
Cabrero, y en fin, a todo el Consejo que
se ocupaba a de las cosas de Indias.
Pedro supo de toda
esta conspiración y habló con el Vicario de Indias Fr. Domingo de Mendoza, para
pedir su consejo. Fray Domingo lo escuchó
con tristeza, puso sus manos sobre los
hombros de Pedro, oraron largo rato y al
cabo le dijo: -Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os esperan días
aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os reciban, tal
vez mucho tiempo, pero debéis defender
vuestra causa, que es la causa de Jesús, bendito sea su santo nombre. No podéis
permitir que estos pecadores esclavistas, inhumanos, terminen con lo que tanto
os ha costado, a vos y a todos los que os acompañamos.
Pedro, que no podía
ir en esos momentos de crisis, por no dejar solos a sus compañeros, decidió enviar a Fr. Antón de Montesinos a defender la causa, que ya se
llamaba y era conocida como la causa de los cristianos, porque conociendo a Fr.
Antón, sabía que hablaría con el propio
Rey. Así que partieron para España por
una parte, Alonso de Espinal, y por la otra, Antonio de Montesinos.
Ya en la Corte , a Montesinos no lo recibieron, en cambio a
fray Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron
con bombos y platillos, ya que los caudillos de la Isla le habían abonado el
terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero, se ingenió para introducirlo en el Despacho
del Rey, y este lo sentó a su lado para escucharlo, y lo trató como un santo,
que en verdad se lo ganaba por su
modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras dulces y discretas. Alonso de Espinal entrego
al Monarca un memorial con las denuncias, y las cartas que traía; y el Rey, que
era Don Fernando el Católico, las
recibió con harto placer. Era un informe
pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya
leído; pero por la deferencia que
mostraban con él los esclavizadores y comerciantes de perlas y
minas de oro y plata, se da por seguro que el informe iba por esos caminos, llenos de elogios para
ellos y de mentiras contra los dominicos y sus obras.
El pobre
Montesinos, no podía dar cumplimiento a su misión y desesperaba, porque se le
oponían mil dificultades. Todos los días iba a las puertas del Palacio y nadie se fijaba en él. Trataba inútilmente
de ver al Rey o a cualquier otra persona influyente, y nada adelantaba. Las
cosas marchaban de mal en peor.
El Provincial de
Castilla escribió a Pedro, mientras el pobre Montesinos sufría tantas
calamidades, ordenándole que se retractase de las cosas dichas en los sermones,
porque había alarmado y perjudicado a
personas muy allegadas al Rey, y todo ello había creado una gran consternación
en el Reino. Sin embargo al final de la
carta, el Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su
superior espiritual, y el lo entendía así.
Sin embargo
Montesinos no se daba por vencido en su empeño de ver al Rey. Sucedió, que un
día, estando Montesinos haciendo su
“guardia”, el portero que bien lo
conocía y tenía orden de no dejarlo pasar por ningún motivo, se descuido o se hizo el descuidado, en el
momento en que un fraile de servicio,
entró al Despacho del Rey y dejó abierta
la puerta. Montesinos no esperó más, y
entró como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.
Don Fernando de
Aragón, el monarca más poderoso de la tierra, quedo estupefacto, pero
rápidamente se repuso, y dijo: -Padre,
¿Qué os pasa, porque entráis así?.
¿Quien os persigue? ¿Qué buscáis?
Y lo tomó de las manos y levantolo hasta que sus ojos quedaron
parejos.
“Solo quiero que me
escuchéis… Quiero hablar con vos sobre cosas que interesan a vuestros
súbditos…y que de otra suerte no podré hacerlo…
Don Fernando
comprendió cuantas dificultades habría pasado el buen padre para llegar hasta
él. Sentose en el trono y se dispuso a escucharlo. En ese momento entraron
varios dignatarios con el Cabrero al frente, para sacar a Montesinos. El Rey
les hizo una seña y todos salieron…y buscando los ojos de Antón, dijo – Bien
padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo que tengáis que decirme, hablad…y
plugo a Dios, por que no me hagáis perder el tiempo…
Montesinos llevaba
consigo un pergamino en el cual había escrito capitulo por capitulo, todos los
pecados, maldades, vejaciones y crímenes, cometidos por los españoles en la
isla y en sus otros dominios; con nombres, lugares, fechas y testigos de las
denuncias que habían hecho los dominicos y sus circunstancias, y sobre todo,
suscritas, firmadas y refrendadas por fray Pedro de Córdoba, su Vicario de las
Indias; y al terminar de leer el pergamino, preguntó a su majestad - ¿Vuestra Alteza manda hacer y cometer estos
crímenes…?
Fernando,
levantándose respondió - ¡No por Dios, ni tal mandé en mi vida…! Pues…no puedo
yo responder por todos en mi reino…Pero comprendió la magnitud de la denuncia y
agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra satisfacción. Luego dando unas
palmadas, aparecieron dos sirvientes y les mando –Llevad al padre y dadle
alojamiento en palacio, desde hoy el será mi huésped, atendedlo con diligencia.
LAS LEYES DE
BURGOS.
Es indudable que el
Rey quedó impresionado con la
personalidad de Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de
santidad que lo elevaba sobre los demás. Al otro día, de esta intespectiva
entrevista, el Rey convocó un Consejo Extraordinario formado por el obispo de
Palencia Don Juan Rodríguez de Fonseca, Hernando de La Vega , hombre prudente y
sabio; Luis Zapata, de iguales dones y que era conocido como el Rey Chequito
por la influencia que tenia en la
Corte ; y el licenciado Moxica, y el doctor Palacios Rubio, jurista ilustre
y consejero de la Corte ;
y el licenciado Sosa, consejero perpetuo.
También convocó El Rey, a los
frailes Tomás Duran, Pedro de Cobarubias y Matías de Paz, sabios teólogos,
catedráticos de Salamanca.
La primera reunión
de este Consejo extraordinario se efectuó en Burgos, y hasta allí se fue
Montesinos, para ver de participar. Más otra vez los esbirros se lo impedían.
Entonces fue en busca de Alfonso de Espinal, que ya estaba en Burgos con todas
las prerrogativas. Fue al Convento que los franciscos tiene en esa ciudad y le
halló en la puerta, en momentos en que salía para el Consejo; allí mismo lo
sermoneó con todas sus artes y conocimiento de la cuestión que se iba a
resolver. Al principio, el buen sacerdote se oponía y no quería escucharlo,
pero Montesinos estaba preparado para
convencerlo, solo él, en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó
fuertemente por el brazo y lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito
desde la A hasta la
z, le dijo hasta del mal de que iba a morir,
y todo lo que tenía que decirle al
buen padre. Le contó sobre el memorial que le trajo al Rey, le
habló de los crímenes, torturas, vejaciones, que cometía los esclavistas, y se
los enumeró un por uno, y le dijo: -Si vos compartís esos delitos también compartirás el infierno; y el peor es
el que llevarás aquí en la tierra,
cuando se conozcan todos los crímenes que se cometen contra esas criaturas
inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos crímenes contra Jesús, bendito
sea su santo nombre. Vos estudiasteis
para hacer el bien, para sacrificaros, para no pecar, para trasformar el
odio en amor, para llevar la paz, para no padecer de codicia. Pero ¿Qué vais a
hacer con vuestra vida? ¿Y peor aun, con vuestra alma? ¿Es que no podéis
entenderlo? ¿Qué clase de hombre sois?.
En el corazón del
buen padre operó la maravilla del Espíritu Santo, y entre sollozos respondió
–Padre sea por amor de Dios, la caridad que me hace, de iluminarme en todo
esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi culpa, mi ignorancia, o tal vez mi vanidad y
soberbia?.
Hermano, si sois
sincero, que Dios os perdone, y yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, os absuelvo de todos los pecados que habéis cometido, pero en adelante
no peques más, y apartaos de los malvados, abriga en vuestro corazón solo amor.
Dios tiene paciencia y perdona. Yo os ayudaré a salir de esta emboscada que os
ha tendido el Maligno. Busca en tu vida material la senda del dolor y el
sacrificio, el amor al prójimo, como nos
enseñó Jesús, bendito sea su santo nombre: entre los pobres, los que sufren,
los que lloran, los que no tiene nada, los enfermos, los afligidos, los indiecitos
de La Española ,
que esa es la senda en la cual
encontrarás la paz y el auxilio
para tu espíritu. Solo tienes que arrepentirte y apartarte de la maldad,
no permitas que otra vez os utilicen aunque en ello vaya vuestra vida. Id en
paz.
Desde ese día
Montesinos contó con la devoción del franciscano, que lo amó tiernamente como era de su natural
temperamento; tenia acceso al Consejo y
precisamente allí fue su mejor aliado pues le informaba de cada y como iban los
acontecimientos, y él los manejaba por
los hilillos que le dejaban.
Cuando el Consejo
de Burgos aprobó la Ley ,
que fue la primera de Indias, el de
Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo: -Hermano, habéis obtenido un
triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo que esa ley os pertenecía, que
aspiraba que hiciese mucho bien para sus súbditos del Nuevo Mundo. Antón, no respondió inmediatamente, se
arrodilló y oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que
respetuosamente lo acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y
alabanzas al Señor. Luego Antón dijo: -Es cierto que merezco ese
reconocimiento, pero si mi superior no me hubiese enviado y fortalecido con sus enseñanzas y ejemplo,
no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo comunitario que no me
pertenece ni puede pertenecerme. Vos también
tenéis buena parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste
vigilante, participando activamente en las deliberaciones y en la aprobación
definitiva de esas reglas. Ahora decidme ¿cuales son los aspectos que se
trataron y aprobaron?
No puedo repetir
todo el texto de la Ley ,
ya se verá publicada, pero si os puedo
informar sobre algunos aspectos, tratados y aprobados. Por ejemplo, se
acepto que los indios son libres y deben ser instruidos en la fe; que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza,
que no atente contra la dignidad de su persona, que deben trabajar en
condiciones justas; que el salario sea suficiente; que se les respete el
descanso semanal. Ya las estudiaréis, os
procuraré una copia de la
Cédula Real que la promulgará, para que hagáis las
observaciones que quisiéredes.
Las leyes de Burgos
abrieron el camino para otras leyes, cada vez mas acertadas; el Consejo trabajó
desde entonces, incasablemente. A ese
movimiento se le conoce como Capítulo de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás
de su Orden, como Los Cruzados de Pedro de Córdoba. Así comenzó la gran batalla de aquellos dominicos, que
avanzaron en nombre de Jesús, bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos
se presentaron para iluminar el corazón
del Imperio, pero con el desarrollo de una actividad permanente, el sacrificio
y las oraciones, contra todo un poder constituido, la codicia, los intereses
creados, se logró el tesoro inextinguible de las Leyes de Indias.
Montesinos regresó
a Santo Domingo; Pedro recibió de sus manos, las leyes de Burgos, y no se
conformó con ellas, aunque le pareció un paso gigantesco, y sobre todo
admiró y bendijo el trabajo de su
comisionado, y también justificó al bueno de Alfonso de Espinal, por su
arrepentimiento y su actitud valiente en defensa de los indios. Desde entonces los dominicos y los
franciscanos trabajaron juntos en la cruzada evangelizadora.
Las leyes no
surtieron el efecto que se esperaba. No mejoró en nada la condición de los
indígenas. Los encomenderos procuraron y lograron burlarse de ellas, pese a que
algunos fueron a la cárcel, casi de
inmediato fueron puestos en libertad por los jueces, la mayor parte
comprometidos en el tráfico de esclavos y en la explotación de las minas.
Luego aquellos que fueron enjuiciados
arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los mismos
esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba la ley.
LAS PERIPECIAS DE
PEDRO Y LAS LEYES DE VALLADOLID.
Pedro no lo pensó
más, decidió irse a La Corte ,
además tenía que responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición
formulada en su misiva. Así fue como
partió para España en 1512. Se trasladó al puerto de Isabela, donde había un
galeón a punto de partir. La jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y
peligrosa. Se fue con algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no
había otra forma de ir hasta aquel puerto.
Durante cuatro días caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al
descampado, se alimentaban con algunas cosillas que encontraban en el camino,
sobre todo frutos silvestres que ya conocían, porque no quisieron llevar
absolutamente nada de sus viandas habituales, que les impidieran ir rápido y
libremente, y también contaban con
muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si
supiesen a lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos. En ningún momento hubo nada que lamentar del
trato de los indios. Llegaron a Isabela
y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida por los
vientos, desde la vez anterior estaba
abandonada; pero allí estaba el galeón, el más hermoso que jamás habían visto.
Un barco de guerra bien guarnecido, el “Ramón Berenguer” de de cien cañones y
un velamen desplegado, demasiado grade pero hermoso; especialmente hacia el
palo mayor y los trinquetes, por donde flotaban las velas infladas por el
fuerte viento. Ese detalle no le pareció bien a Pedro, pero en lo demás era cuasipefecto, le recordó
entonces al barco portugués Santa Catherine do Monte SINAI, en el cual hizo un
viaje desde Barcelona, siendo estudiante.
El capitán del
galeón los recibió con alegría, ya sabía de quien se trataba, y desde que supo
que Pedro lo acompañaría en aquella travesía, no había dejado de soñar, y le
dijo –Padre lo esperaba con ansiedad, he oído mucho de Ud., pero mi primera
impresión es superior a lo que imaginé-. Se arrodilló y le pidió humildemente
su bendición, y agrego – Si creéis que la merezco porque soy un pecador-.
Hermano, yo soy
quien debe pediros la bendición en nombre del Señor, que todo lo hace posible y
vos sois su instrumento, porque lo
lleváis en el corazón. Se que estáis limpio de pecado. Vuestro espíritu respira
la alegría de la paz de Jesús, bendito sea su santo nombre. Dios os bendiga y
que conservéis la paz, con pureza de
alma, y vuestra alegría, por siempre,
amen. El Capitán permanecía de rodillas, Pedro puso sus manos sobre su cabeza y
oro unos instantes. Luego los dos se abrazaron como viejos amigos y conversaron
largo rato de las cosas de la vida y del mar. Una simpatía mutua se recreaba en
aquellos dos seres.
Aun pasamos en La Isabela diez días
fondeados, haciendo algunos arreglos y esperando bastimentos negociados con los
indígenas, sobre todo casabe, maíz y pescado salado.
Uno de los
viajeros, del mismo pueblo de Pedro, llamado Fernando se les unió, porque tenia harta experiencia
en navegación y resultó un gran
conversador. Había trabajado en la
construcción de grandes navíos en la escuela de Sagres, bajo la protección del
Rey Don Juan II de Portugal, llamado el Príncipe Perfecto, en cuyas
expediciones, por la costa occidental de
África, había participado.
El día de la partida desde el puerto de
Isabela, nos reunimos en la cabina del
Capitán, y después de acordarnos en varios asuntos despegamos a las seis de la
mañana, del día de Reyes, 5 de enero de
1512. Seguiríamos las cartas del
Almirante del Mar Océano, que Dios guarde
en la gloria, buscando la isla de La Trinidad , donde deberíamos surgir para tomar
otras provisiones que harían falta, y así lo hicimos. Tomamos dos días en
puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros, personas importantes que viajaban
a España. El día1 6 salimos para las Islas Canarias, al puerto de
Las Palmas, donde surgimos el 15 de
febrero. Negros nubarrones anunciaban
tormenta, pero no era lo que podía
detenernos, así que continuamos el viaje. El Capitán, nos pidió que rezáramos, porque el peligro
nos acechaba, los vientos alisios son traicioneros- había dicho- No tengo temor
de mi porque creo que mi alma esta
limpia, no tengo deudas con nadie, y agora me siento mejor a vuestro lado, siento muy cerca de mi
al Señor. Pedro respondió –Lo mismo me
pasa a mí a vuestro lado, me siento muy
cerca del Señor. Vos tenéis un alma pura, soy templo de Jesús, bendito sea su
santo nombre, me fortalece estar a
vuestro lado. Sin embargo el proveerá lo mejor para nosotros. Confiemos en El y
que se haga su santa voluntad.
Como lo presentía
el capitán, al atardecer del tercer día de navegación, estando aun cerca de las islas Canarias, comenzó a soplar el alisio, con
tanta fuerza que nos obligó a recoger las velas. En esta acción tuvimos que
colaborar todos, tripulantes y pasajeros. Había que bracear las vergas y largar
las culebras de las bonetas mayores, y sucedió lo que nadie podía imaginar ni
esperar, una de las vergas se desplomó y dio con Gabriel, y le partió la
cabeza. No pudimos parar para socorrerlo, y además de que había muchos
inocentes en peligro, no había nada que hacer, estaba herido de muerte. Cuando
hubo amainado la tormenta, estaba en mis brazos y le daba los últimos auxilios
espirituales. Los marineros lloraban
cada uno en su puesto, entendiendo que esto quería su ídolo. El sabía de
seguro que se moría y por ello ordenó a su segundo oficial, como era su deseo,
que Fernando condujese el barco hasta Barcelona, y que su cuerpo fuese llevado
a tierra y se le diese cristiana sepultura, como mandan los cánones; más no se
pudo hacer y tuvimos que arrojarlo al mar porque no se corrompiera, no sin la
consternación de todos.
El 25 llegamos al
Puerto de Barcelona, donde nos esperaba una comitiva de la empresa naviera. El
puerto queda en la desembocadura de “Las
Ramblas”, que es un lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de lluvia de la gran ciudad. Salidos del barco, Pedro fue directamente a la iglesia de Santa Catherine, que es la de
su Orden, donde tenía amigos. Esta
Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral , fuera de sus extendidas murallas. Habíamos
subido Las Ramblas, caminamos casi
toda la calle Hospital, bordeamos la muralla, unas callejuelas que
dan a la Plaza Nueva ,
y llegamos a la iglesia. Me despedí y el se quedó varios días preparando su viaje para
Castilla.
Supe luego que
salió a pie de Barcelona, Reino de Aragón, y no había caminado mucho de la vía
a Zaragoza, tomando la ruta de Sitges,
pasando por Villanova, Tarragona, Lleida y Huesca, cuando unos arrieros lo
invitaron a que los acompañase.
Subió a una de esas
carretas con quien debía ser el jefe de la caravana, y trabó con este
hombre una amistad, que más bien parecía
que se conocían desde muy pequeños, tal eran los abrazos que se daban y
mutuamente se regocijaban, para admiración de los caravaneros, porque a según,
y que este hombre era un ogro.
Manso como un cordero
resultó este Don Manuel de Osorio, que era su nombre, y que le dijo a Pedro
–Mire oste, Santo Padre, yo hasta hoy es la primera vez que trato a un cura,
siempre recelé, me he alejado d’ellos,
pero si son como vos, ya mismo
voy a buscar a dos o tres para
quererlos como si jueran mis hijos, que
nunca tuve, porque tampoco me he arrimado a mujer en toda mi vida. Soy una
bestia, padre, y tal vez no encuentre
perdón mi alma. Creo que Dios me aborrece, no por ser tan malo, sino porque
nunca he tenido cariño para nadie.
Pedro lloró ante
aquella confesión franca y tan íntima. Después de un rato, mirándole a los
ojos, le dijo: Manuel, hermano, derrama
ese corazón que llevas y que esta lleno de bondad. Te acostumbraste a ser duro,
porque ese es tu trabajo, es así de duro, como las rocas; pero Jesús, bendito
sea su santo nombre, te ama tanto que me
ha puesto a mí, indigno y pequeño, para que lo abra. Vamos a hacerlo los dos,
llamemos a toda esta gente que esta bajo tu mando, y alegrémonos con ellos.
Vamos a darle una fiesta al espíritu, que corra el vino y las palabras, y que
los corazones sientan que están con un
hermano mayor, que los protege y cuida. E así lo hicieron en el pueblo de
Sitges, en un cobertizo que había en el camino. Manuel con grandes voces,
convocó a la fiesta en honor de Pedro.
Los arrieros estaban sorprendidos, y cuando vieron a Manuel que sacaba los
cueros de vino, y llamó a unos jóvenes músicos, que iban con ellos, para que
animaran la fiesta, todos se alegraron tanto que olvidaron sus prevenciones
contra su amo. Pedro entonces los reunió y les habló, muy,
pero muy pausadamente.
Hermanos
escuchadme. Os voy a contar un cuento que
me se de niño, y que sirve para esta ocasión… Había una vez un hombre
muy rudo, casado con una bella doncella, tímida y callada. El la amaba en
silencio y ella se sentía desdichada. Pasaron muchos años, hasta que un
día ella enfermó gravemente, y el hombre
lo dejó todo por atenderla, y cuando la vio a punto de morir, le dijo: Maria,
no te mueras, porque si mueres yo moriré contigo. Ella extrañada, le preguntó:
¿Por qué vas a morir si yo muero? Y él,
entonces le dijo: Porque mi amor es tan
grande que mi corazón estallaría. Ella,
asombrada, le recriminó: Entonces
¿Tú me amas? y ¿Por qué nunca me lo has dicho…? Ella
también le confesó su amor silencioso. María se curó y los dos se amaron por
muchos años.
Entre ustedes solo
falta que se digan cuanto se aman los unos a los otros. Háganlo, serán muy
felices y podrán soportar las durezas del trabajo. Pídanle al Padre Eterno que
les de la sabiduría y la paz, oren unos por los otros, y escuchen la palabra de
Jesús, bendito sea su santo nombre, que les habla a vuestros corazones y los
inflama de amor.
Cuando Pedro
terminó de hablar todos estaban llorando, pero en sus corazones latía santa
alegría. Pedro levantó los brazos y los invitó:
¡Ale ale!... Ahora vamos a celebrar, el vino es un buen medio para
comulgar y acercarnos.
Cuando llegó la
hora de marcharse, tuvo que hacer un gran esfuerzo para despedirse de los
carabaneros, y Manuel le dijo: -Amigo, que daño me haces con tu partida, tengo
el corazón a punto de estallar, a lo mejor
muero, pero muero muy feliz. Que tu Dios te acompañe, y tengas la paz que
nos dejas, donde quiera que estés.
PEDRO EN VALLADOLID.
Llegó a Burgos el
10 de marzo, por la vía de Logroño, e allí le informaron que el Rey estaba en
Valladolid. Se quedó varios días recabando información sobre el
trabajo del Consejo y de sus miembros, por ver si alguna de aquellas
personalidades le podía ayudar en su misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos
salió a pie, porque no pudo encontrar
otro medio, y a él le complacía caminar.
Sin embargo en el camino siempre encontraba gente amable que lo invitaba
a cabalgar con ellos o montar en sus carretas; así llegó a las puertas del
Palacio Provincial en Valladolid a las 6
de la mañana del día 19, y ya se sabía
que venía, porque de inmediato le dejaron entrar. Lo condujeron al comedor y le brindaron un
buen desayuno, un trozo de pan con queso manchego y un tarro de leche de cabra.
Luego van al salón, donde Pedro, como era su costumbre,
se mantuvo bastante rato de pie, hasta
que vio un crucifijo en un altarcillo con reclinatorio, muy bien dispuesto.
Allí cayó de rodillas, oro y sumióse en profunda meditación y adoración del Señor, sin percatarse del
tiempo. Había trascurrido más o menos una hora, cuando escuchó a su lado una
tocesilla, se incorporó presto para ver
de donde venía, y se encontró cara a cara con fray García de Loaiza, Cardenal
Presidente del Consejo de Indias, y con fray Agulatín de Funes, Provincial de la Orden Dominica en
España. Pedro se acercó preferentemente
al Cardenal, se arrodilló según su costumbre y esperó que le hablase. El
Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo
que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise interrumpir
vuestro diálogo con el Santísimo,
se que es vuestro consuelo; y también se que os escucha. He oído muchas cosas
vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid, acompañadnos,
caminemos un poco y hablemos. En este salón
hay demasiados oídos. Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho
cuidado con lo que haces y dices.
Que alegría me da
oírlo hablar así, Santo Padre –dijo Pedro, con manifiesta complicidad- sin embargo lo único que me preocupa cuidar,
y es lo que temo perder, es mi alma; pero también considero y creo, que mi
Señor Jesús, bendito sea su santo
nombre, la tiene muy protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el
Pastor de un numeroso rebaño, y si el
Pastor se pierde, se pierde el rebaño.
El Cardenal
insistió y dijo – Bien, Pedro, contadnos ¿Por qué os persiguen en la Española ? –
Los tres
dignatarios se detuvieron en un
jardincillo, cerrado de parrales, y se acomodaron en un banquillo de
madera labrada bastante cómodo para los tres. -Pedro, les pidió que lo
perdonaran si el relato se hacía largo y tedioso; pero os lo voy a referir con
todos los detalles. Entonces les contó
con pelos y señales, todo lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre todo lo que
había visto y oído desde que llegó a La Española ; y las denuncias que se había visto
obligado a hacer por no parecer cómplice de tantos crímenes.
Díjoles- cuando llegaron nuestros hermanos a la Española , había cinco
provincias ordenadas y densamente pobladas; con sus familias y gobernantes, que son los que llaman
Caciques. Hoy todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega , que se extiende de
Norte a Sur, que conozco muy bien por
que la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas españolas, tiene altas montañas y ríos
navegables como el Ebro, Duero o Guadalquivir, es la provincia o reino del cacique Guarionex, de
quien seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una
servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde
están las minas de oro mas ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada
uno de sus súbditos llenar de oro un
cuenco hecho de cuero de cascabel para obsequiar a su Alteza Real, a condición
de que no obligaran a su pueblo a buscar mas oro porque no sabían
hacerlo en las minas; que su pueblo si podía trabajar labranzas desde Isabela
hasta Santo Domingo, si se lo mandase su Alteza Real. No fue escuchado, fue
perseguido hasta la provincia de Ciguayo, donde mataron a sus defensores, lo
tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla con una gran carga de oro que se
perdió en el mar, junto con sus captores.
Aquellos dos
hombres lloraban, sus lagrimas corrían libremente, pero el Cardenal le dijo a
Pedro –Continúa hijo mío, sabes que soy un viejo muy tonto-
Y Pedro continuó… En otra parte de la Española , esta una
provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando con La Vega o Cibao, que fue
totalmente destruida; era el territorio del cacique Guacanagarí, Provincia de Marién, con más
superficie que le Reino de Portugal. Los
señores de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El
cacique fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de presentes y atenciones, en su primer viaje en
1492, y el premio que se le dio fue la
persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda; para
su familia, todo su pueblo y con toda saña, para él. El cacique se
internó en las montañas y allí murió. ¡Solo Dios sabe como!
El Cardenal se
llevó las manos al rostro y exclamó:
¡Apiádate de mi Santo Padre, no soporto
más oír tantas crueldades. ¡¿Es posible que el hombre sea capaz de tanta
crueldad, sin ningún motivo?!
Señor. Creo que vuestra excelencia
conoce la historia de Canoabo, porque se han contado tantas
versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El cacique era de la
provincia de Maguana, que sirvió al
reino más y mejor que ningún otro súbdito
en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo encadenaron en uno
de seis navíos que se perdieron en medio de terrible tormenta, frente al puerto
de santo Domingo. Luego persiguieron y
mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran testigos. Y del cacique Behechio
y su hermana la hermosa princesa Anacaona, del reino de Xaraguá, que
junto con otros personajes de su Corte, fueron perseguidos sin ningún motivo,
apresados y encadenados. Luego los encerraron en una casa grande y le
prendieron fuego, menos a la bella princesa que ajusticiaron en medio de
torturas espantosas y burlas inenarrables. La ahorcaron junto a su madre la
anciana reina Higuanama, de la provincia de Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi
exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una visión sutil de lo que
verdaderamente está ocurriendo.
El Cardenal lo escuchaba con el corazón a punto de
estallarle, pero lo alentó a continuar
en su cruzada, mas le dijo: -Hijo mío, en esto te va la vida, vais a luchar no
solo contra esos criminales, sino contra
sus intereses, que valen para ellos más que sus propias vidas y sus
ánimas. Vais a luchar contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo,
pues se de cierto, que el Católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y
tratará de ponerle remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o
serán burladas con sutiles artimañas.
Pedro lo escuchó
con devoción, y sus lágrimas corrían por sus mejillas por comprender lo
imposible de aplacar los crímenes que se cometían y continuarían cometiéndose
con aquellos pobrecillos indefensos, que ya quería y amaba como si fueran sus
verdaderos hijos. Entonces recordaba sus ojillos llenos de espanto y no sabía
que podía hacer; pero volvería a procurar de hacerlo. Cristo, bendito sea su
santo nombre, debería ver por él y darle
el valor y la sabiduría necesarias para proceder mas conforme con su misión.
Vi a Pedro tantas
veces arrodillado ante el Santísimo, pidiéndole a la Virgen Purísima ,
nuestra Santa Madre, que intercediera ante el Padre Eterno, en nombre de su
hijo Jesús Cristo, para que le diera el
valor y la inteligencia necesaria para afrontar su compromiso con los más
débiles. Entonces lloraba mansamente durante días y noches enteras. Mortificaba
su cuerpo hasta que iban a sacarlo y alimentarlo, porque caía sin sentido.
En Valladolid le
informaron sobre las peripecias de Montesinos, y esa fue una de sus pocas
alegrías que celebró con una sonrisa y una oración. De las leyes aprobadas para favorecer a los
indígenas de toda la
América Española , lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que
significaba y el destino provisor que de ello se derivaría para el futuro, y pese a todo lo que continuaría en esta generación. Sin
embargo la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a formular objeciones a esas
leyes para perfeccionarlas. No había
quedado conforme porque había muchas maneras de violarlas dentro de la
legitimidad porque no señalaban castigos para los infractores, mas bien se les
respetan sus privilegios, y decidió planteárselos al Monarca, para ponerlo al
tanto de sus preocupaciones, y así se lo manifestó al Cardenal, por lo cual
pidió con respeto y acatamiento, el permiso necesario y la solicitud de una
audiencia con El Católico.
La audiencia se le
concedió inmediatamente, no solo por lo importante del asunto, sino que el Rey
deseaba conocerlo. Y fue ante él, solo
con su gran amor en el corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino.
Se detuvo frente al portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don
Fernando me espera, anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo
miró de abajo arriba, sonrió, y no se
movió. Pedro se hizo el desentendido, sacó la carta del Rey y se la entregó. El
hombre entre incrédulo y curioso, vio la carta de la audiencia, se encogió de
hombros y le dijo: ¿Pues ve, si os reciben con esa facha. Que el diablo me
coja!
Así mismo se
presentó ante Fernando, cubierto con el polvo de tantas jornadas; pero el Rey,
que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro, porque casi lo
esperaba y cuando supo que era llegado, mandó luego que lo trajeran y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de
los brazos y lo besó en las mejillas como a un viejo amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a
Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. De luego el rey le
ruega que se ponga de pie y porfía que no debe hacerlo ante él por no ser digno
de ello, mas Pedro no lo escuchaba, estaba en intima comunión con Jesús y así
lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se levantara y saliera de aquel
estado de arrobamiento.
Perdonadme
Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas corrían libremente y también al viejo
monarca se le saltaba las lágrimas y su mente, sin saber porque viajaba a su
amada Isabel sin saber a que se debía aquel acceso de ternura. Luego más
calmado, Pedro comenzó a explicarle el
propósito que lo llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el
corazón del Monarca, que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba
por aquella santa boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española , habló de las
cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores;
de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por
saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si
los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad
que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba
gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc.,
interesados en mantener sus encomiendas y “rescates”. A todo ello
respondió Pedro sencillamente: -Esos hombres y sus familias han vivido en sus
naciones tantos siglos como nosotros en la nuestra, y nunca necesitaron que
fuésemos a darles de comer. Ahora en
cautiverio, pues, si no comen se mueren-.
El Rey no preguntó
otra cosa, sino que le demandó que se
hiciese cargo del gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar
los males que él no podía hacer. Mas
Pedro se rehusó, y le respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión
meterme en negocios tan arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico que no me lo mandéis; pero si quiero pediros
un gran servicio. -De que se trata-inquirió el Rey. Quiero proponer algunas modificaciones a las
leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para mejorar el trato que se da
a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas de vuestra Majestad; y creo
que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre,
no las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas
por gente interesada en no modificar el orden establecido con su secuela de crueldad, especulación y codicia.
Oyolo atónito el
Rey; creía haber hecho todo lo más, ordenado a sus mejores consejeros que hiciesen una leyes
humanitarias para aquellos pueblos, y venía uno solo que le decía que había
mandado mal y así parecía que era. Al Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y
no pudo entender como soportaba a Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio
explicaciones y razones que a nadie
podía dar, ni que lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas
para Cristo, tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará.
Convocaré un nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os
será consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán
retenidas.
Así fue que el Rey
más poderoso del Orbe, convocó en Valladolid, un nuevo Consejo, formado por los
anteriores dignatarios que formaron el Consejo de Burgos, ahora reforzados por otras personas destacadas, como el licenciado Santiago, Don Juan de
Fonseca y los teólogos de Salamanca, fray Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo,
a los cuales mandó buscar y casi obligolos a asistir y concurrieron muy
cumplidos para escuchar a Pedro, que era
la voz del propio Jesús, bendito sea su santo nombre.
Pedro asistió a
esas sesiones como crítico y consejero,
aunque no aparece entre los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en
Palacio, pese a la invitación del Rey, eso no era de su habitual
comportamiento. La casa donde se alojó, está muy cerca de Palacio, pertenece a
una dama muy respetada a quien apodan María La Brava ; que se la ofreció la
propia dama a Pedro por haber oído del Rey, que era un caballero de gran
autoridad, y persona en si que fácilmente, quien quiera que lo veía,
hablaba y oía conocía morar Dios en él y
tener dentro de si adoramiento y
ejercicio de santidad y que él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo
como santo.
Las leyes de
Valladolid, después de amplias
discusiones con la intervención de juristas y teólogos, fueron firmadas por Tomás de Matienzo, Alonso
de Bustillos, Lic. Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió burlado, pero
se conformó con la inclusión de algunas reglas a pesar de saber que eran
insuficientes, y que le aguardaba una larga lucha y no pararía de hacerla en
toda su vida.
EL PROYECTO DE
EVANGELIZACIÓN.
Pedro se quedó en
Valladolid un tiempo más y trabó muy buenas relaciones con el Rey, de tal suerte que enviaban de la Corte a por el, y el Rey le consultaba en cosas familiares
que debía decidir, e inclusive de política que a veces se veía obligado a suscribir y aplicar. También porfiaba casi
siempre, que Pedro debía aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día
Pedro le dijo: _Alteza, he pensado en un
modo de volver a las Indias- El Rey
entusiasmado apremió -Muy bien… os
escucho. –Quiero ir a tierra firme en parte donde españoles no vayan. Solo con
la cruz de Cristo y unos pocos misioneros para evangelizar a los indios en la
paz de Cristo, porque ya en La
Española , el mal ha crecido tato que no se podrá erradicar,
sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes, ni por la
fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y trabajadores, así lo
quiero, si vos me lo ordenáis.
Fernando que había
soñado con aquella idea, y que días antes, el 14 de mayo de 1513, había consultado con sus consejeros sobre la posibilidad de
mandar a Tierra firme, una expedición para iniciar la colonización
de aquellas provincias; y ¡Dios
bendito! El propio Pedro, a quien tanto
amaba, se lo pedía ¿Qué más podía desear?. Le dijo –Os lo prometo, iréis este
mismo año a tierra firme, con todo lo que queráis. Hacedme de inmediato un
memorial detallado de lo que necesitéis, y ya esta concedido. Seréis mi
representante en tierra firme lo que ordenéis lo manda el Rey, lo que neguéis
lo niega el Rey.
La noticia
corrió como pólvora encendida por los
corrediles del palacio; no se hababa de
otra cosa. Aquellos que antes se atrevían contra él, fueron los más sumisos y
sus mejores consejeros. Desde ese momento, Pedro fue asediado por decenas de personas interesadas en el proyecto, no le
dejaron descanso. Para el 10 de junio salieron los primeros despachos reales: dos cédulas dirigidas a los oficiales de la Casa de la Contratación de las
Indias en Sevilla, y otra para el Dr. Sancho de Matienzo, tesorero de la dicha
casa, para que se le diera pasaje y mantenimiento vía La Española , a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes
más, que le acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo
contenido en el memorial que os
presentará, y así me serviréis.
Pedro se trasladó a
Sevilla con su comitiva, presentó las catas credenciales a los oficiales y al
Dr. Sancho de Matienzo, que de inmediato le dio cabida y procedió con la mayor
diligencia, según la orden de su Majestad,
en preparación de la expedición. Se gastaron, según Don Sancho más de 400 mil
maravedíes; se ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del
Imperio no se regateó en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió
en abundancia en especial las imágenes de la Virgen y del Crucificado, y para la construcción
de iglesias y todo lo relacionado con la albañilería fue de primera importancia
los ladrillos, ornamentos, clavos, las
herramientas, todo ello según proyectos
de los arquitectos y matemáticos del reino, supervisado personalmente por
Pedro. El 14 de junio todo estaba preparado
en Sevilla, un buen navío de 150
toneladas, bien equipado, con 50 tripulantes y 150 pasajeros. Pocos días
después partieron para la
Española.
Pedro daba la misa
en la cubierta del navío todos los días
a las 7 de la mañana, la buena noticia
era el principal alimento esperado por
todos a bordo, la paz de Pedro
confortaba a los viajeros, la mayor parte asustados ante la inmensidad
del océano. Muchos se le acercaban para buscar
alivio a sus tormentos y frustraciones y de verdad lo encontraban. Pedro
se recostaba luego en la cuaderna y allí
lo rodeaban, él confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de
los santos y parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas. Cierta vez,
Pedro decía, que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas,
nuevos credos, muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de
amar a Dios, eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo. La iglesia instituida es la católica, y ahora
tiene 1500 años estudiando la mejor manera
de amar a Dios. Los doctores de la iglesia se han esmerado en perfeccionar
el acto amatorio que debemos al Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera
dentro de la liturgia católica, entonces ¿Cómo será dentro de estas
sustituciones imperfectas? Si no creemos en los sacerdotes católicos que pasan
la vida estudiando la forma de acercarse
a Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha
ido avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del
tronco común del conocimiento de Dios,
en ramas que a la vez también se han dividido
y el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una
meta común.
Uno del los
viajeros le dijo: Padre creo que he perdido todos estos años de mi vida.
Siempre he estado buscando e investigando, leyendo todo cuanto ha caído en mis
manos, y ahora me doy cuenta de mi necedad ¿Como puedo mejorar lo que la Iglesia ha tejido en tantos años? Gracias padre, nunca pensé encontrar tan cerca el tesoro que
buscaba y me libera.
40 días después,
sorteando algunos contratiempos, llegamos al
puerto de Santo Domingo, en La Española. Las autoridades, de la isla el lic.
Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo, el Vicario Domingo de Mendoza y
los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de Ortiz, y los franciscanos Alfonso
de Espinal y Francisco de Córdoba, nos esperaban en el puerto. Pedro entregó
las cartas reales y pidió que lo
condujeran a presencia del Almirante Diego Colón, para entregarle personalmente
los despachos y la carta del católico. Y así
fue conducido ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en
los que se daba cuenta de la misión que se le había encomendado.
Don Diego se mostró
muy preocupado, y le dijo a Pedro: -Padre, sabéis a lo que os exponéis, en ello
os va la vida. Vos no conocéis esas
tierras ni esas gentes. Se que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona
que os ama, tomad las precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta.
No me sobran hombres, sin embargo puedo disponer de por lo menos 10 hombres diestros en el
trato con los indios. Están a vuestras
órdenes.
¡No Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que
sirva de intérprete. No quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas
sagradas son imprescindibles, y los
bastimentos que están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar casabi
en la Isla
de la Mona , lo
demás lo tenemos en abundancia. Mas vos tenéis razón en cuanto a las precauciones que debo tomar,
y mientras preparamos la expedición definitiva para asentarnos en un buen lugar
en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis cuidado; enviaremos exploradores,
para ver donde pararemos. Todo saldrá bien.
Rivero. Don
Fernando, permítame interrumpirlo, porque creo que usted va directo a la
primera expedición que organizó Pedro en su afán por desembarcar en la tierra
firme y hay muchas dudas relacionadas con esta expedición, sobre todo no está
claro que llegara a Cumaná. Le voy a leer una carta del p. Reginaldo
Montesinos, hermano del P. Antón de Montesinos.
Don Fernando. Así
es, conozco muy bien esa historia, yo mismo cumplí sus órdenes para llevar a
Montesinos a la tierra firme.
Rivero interrumpió
nuevamente al Capitán y dijo: En mi opinión, la fundación de Cumaná fue la
empresa más gloriosa llevada a cabo por españoles en tierras americanas, él
predica en Santo Domingo y en España a favor de los indios y conmovió los
cimientos políticos, jurídicos y filosóficos
que regían la conquista del Continente Americano, obligó al Católico”, a
promulgar leyes humanitarias que se conceden contra el derecho de conquista –
las de Burgos y Valladolid, las primeras que dicta el Consejo Real convocado al efecto, para dignificar
el trato con los súbditos americanos. Las leyes de Indias constituyen un
monumento jurídico dejado por España, en el cual se puede estudiar aspectos del
proceso colonizador: desde la estructura jurídica, política, social y
religiosa, hasta los actos más
resaltantes del proceso colonizador: planificación, ejecución y ejecutores.
Don Fernando.
Endeluego estoy de acuerdo con vos, no lo hubiese dicho mejor.
Rivero. Pero hay más, la fundación de Cumaná
está íntimamente ligada a la vida y la obra de
Pedro; porque el escogió el lugar para iniciar la gran hazaña, y ese
lugar fue en los pueblos de Cumaná y
Chiribiche, sus bases de operación en el continente; de acuerdo con esta obra
de las Casas que he traído a cuento,
programó y ejecutó tres expediciones para fundarlos que fueron
calificadas por el historiador venezolano
Hernann González Oropeza, de
“expediciones fundantes”, y antes que él
no hubo ningún otro autorizado por el Rey o el Vaticano, para fundar pueblos en
la provincia de Nueva Andalucía, como puede ver en este libro que es una versión original, publicada en la
colección Rivadeneira, Biblioteca de Autores Españoles. Obras Escogidas.
Bartolomé de Las Casas, Tomo XCVI, págs.
133 y ss, y tomo CX, págs. 161 y 162; y lo que dice es ratificado por
Cédulas Reales y documentos que se
conservan, cartas y nutrida bibliografía, para tratar de establecer la verdad
de los hechos fundacionales que nos atañen.
Don Fernando.
Cuanto me complace que tengáis esta información que es la misma que yo os puedo
dar. Pero continúe su merced, que yo os interrumpiré cuando lo crea necesario.
Conocí personalmente a ese fraile Casuas y sé lo bien intencionado que era,
pero él no estuvo allí en esa oportunidad, lo que escribe se le contó Pedro u
otro de los frailes de picardía.
Rivero. Bien… las
Casas, narra todo lo relacionado con la
preparación de la primera expedición fundante, y ratifica lo que usted ha
dicho. En efecto dice que Pedro, trajo a los misioneros dominicos a Santo Domingo, fue a Castilla y el
Católico le dio crédito viendo
la perdición de los indios creciendo por la ceguedad de los que aconsejaban al
rey, letrados, teólogos y juristas, y conociendo juntamente, que donde hobiese
españoles no irían, le dio las cédulas reales que lo autorizaban, y las tenemos
como documentos probatorios.
Luego Rivero leyó de la obra que tenía en sus
manos lo que se refiere a la primera expedición fundante a la tierra firme…
“Presentadas las provisiones reales a
los oficiales del rey, luego las obedecieron, y, cuanto al cumplimiento, se
ofrecieron de buena voluntad, cada y
cuando que quisiese, a complillas. Y entre tanto que se aparejaba, despacho él
todos los religiosos que habían de ir, los bastimentos y aparejos para edificar
la casa y todo lo demás que habían de llevar y dónde y cómo habían de poblar;
deliberó el siervo de Dios enviar
primero tres religiosos a tierra firme, como verdaderos apóstoles, para que
solos entre los indios de la parte donde los echasen, comenzasen a predicar y
tomasen muestras de la gente y de la tierra, para que de todo avisasen y sobre
la relación que aquellos hiciesen lo demás ordenar. Pidió, pues, a los oficiales del rey el dicho
padre que mandasen ir un navío a echar a aquellos tres religiosos en la tierra
firme, la más cercana de esta isla
Española, y los dejasen allá, y después, a cabo de seis meses o un año,
tornase un navío a los visitar y saber lo que había sido de ellos. Los
oficiales lo pusieron luego por obra, y mandaron aparejar un navío que los
llevase; dista de esta isla aquella parte de tierra firme 200 leguas. Nombró el
siervo de Dios para este apostolado, e impuso, en virtud de santa obediencia y
remisión de sus pecados, (al padre fray Antón Montesino, de quien arriba hemos
hablado, que predicó primero contra la tiranía que se usaba con los indios y anduvo en la corte, como queda declarado),
y aun religioso llamado fray Francisco Fernández de Córdoba, presentado en
teología y gran siervo de Dios, natural de Córdoba, y que el padre fray Pedro
mucho quería; dioles por compañero al fraile lego Juan Garcés, de quien dijimos
arriba, en el cap. 3, que siendo seglar en esta isla fue uno de los matadores y
asoladores della; tambien había muerto a su mujer; el cual, después que recibió
el hábito, había probado en la religión muy bien y hecho voluntaria gran
penitencia. Todos tres, muy contentos y alegres, dispuestos y ofrecidos a todos
los trabajos y peligros que se les pudiesen
por Cristo ofrecer, porque confiados
y seguros por la virtud de la obediencia, que de parte de Dios les era
impuesta (que ninguna otra mayor seguridad el religioso en esta vida puede
tener para ser cierto que hace lo que
debe y que todo lo que le sucediere ha
de ser para su bien), recibida la bendición del santo padre, se partieron; llegados a la isla de San Juan, el padre fray
Antón Montesino enfermó allí, o por el camino, de peligrosa enfermedad, de
manera que pareció haber de padecer riesgo su vida, si adelante con aquella
indisposición pasaba, por lo cual acordaron que se quedase allí hasta que
convaleciese. El presentado y padre fray
Francisco de Córdoba, y el hermano Juan Garcés, lego, fueron su viaje, (y
díjose que con alegría iba cantando aquello de David: Montes Gelboe nec ros nec pluvia cadat super vos,
ubi cecideruntfortes Israel) y llegadosd a tierra firme, salieron en cierto
pueblo, que por mi inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se
llamaba; el debía ser, según imagino, la costa de Cumaná abajo. Los indios los
recibieron con alegría y les dieron de comer y buen hospedaje, a ellos y a los
marineros que los llevaron, y después que los marineros descansaron, tornáronse
a esta isla, de donde los oficiales del rey los habían enviado.
Don Fernando. Todo
ello es absolutamente cierto, porque todo pasó en mi nave, que siempre estuvo a la orden de Pedro, sin
embargo no fue tan fácil la empresa, ya os lo contaré como pasó, que lo tengo
muy fresco en la memoria, pero continúe su merced.
Rivero. Aquí radica
el problema que pretendo resolver con usted, porque el texto dice que “salieron a cierto pueblo que por mi
inadvertencia no procuré saber cuando pudiera como se llamaba, el debía ser,
según imagino la costa de Cumaná abajo”. Esto ha traído mucha confusión y la
mayor parte de los historiadores creen que fue en Chiribichí, donde Pedro llevó
a los dominicos en 1515.
Don Fernando. Pedro si nos acompañó en el viaje hasta
Cumaná, y estuvimos juntos hasta que todo quedó ajustado con el cacique don
Alonso.
De ese primer viaje
recuerdo muchas cosas, por el intenso
dolor que nos causó la muerte del P. Fr. Francisco Fernandes de Córdoba y el
lego don Juan Garcés, e los demás de la
compañía; pero puede su mercé estar
seguro que llegamos a la desembocadura del río Cumaná, en los cerritos, donde
se estaba construyendo el fuerte, y, allí, cerca de la playa, se
establecieron los dominicos con la
complacencia de los indios y el permiso de don Alonso, su cacique, que siempre
estuvo con notros.
Las Casas tampoco
vino sino mucho después, lo que escribe
se lo contaron los indios y los frailes que vinieron luego. Esto lo se de
cierto porque fue todo en mi barco, remontamos el río como media legua hasta el
pueblo de indios chaimas que nos recibieron con entusiasmo. El jefe indio nos
abordó con sus sirvientes y bebieron vino, Francisco le regaló un cuchillo del
que se antojó, deluego nos permitió
establecernos e se holgó mucho d’ello.
Allí bajamos todo el hato que trajimos de España e de seguidas se
comenzó a trabajar, vinieron muchos indios a nos ayudar. Don Alonso permaneció
con nosotros todo el tiempo para que los indígenas obedecieran. En pocos días
habíamos construido una atarazana, varias
casas, e dimos misa e vinieron los niños a la escuela. Muchas familias
chaimas construyeron sus bohíos cerca de la escuela.
Como Pedro y Juan
Garcés entendían el dialecto de los chaimas, y la india María, hablaba el
castellano, pues, todos nos entendíamos
Pero siga osté
leyendo porque esa historia es verdadera y me refresca la memoria.
Rivero siguió
leyendo de la obra de Casas: “Pasados algunos días y quizá meses, como ya comenzaba a bullir en
los españoles la codicia de las perlas que por allí se pescaban cerca, vino por
allí un navío a rescatar perlas y a robar también indios, si pudieran, porque
ya lo mismo se comenzaba o quería comenzar por allí otra vendimia, como en las
islas de los yucayos los españoles habían hecho, de que abajo se dirá, si Dios
quisiere”.
Don Fernando.
Ciertamente así se fraguó y realizó la primera expedición enviada por Pedro de
Córdoba a Cumaná.
Rivero. Los primeros
expedicionarios escogidos por Pedro, fueron Antonio de Montesinos, su mano
derecha, dominico que iría al frente de la expedición; Francisco Fernández de
Córdoba, fraile presentado en teología, que siempre estuvo con él y participó
en sus objetivos; y el lego Juan Garcés.
Don Fernando. En
realidad fuimos muchos más, tal vez Casuas cita estos nombres por ser los
principales. En la expedición vinimos más de cien personas, sin contar la
servidumbre.
Partimos posiblemente en setiembre de 1513, no
estoy seguro, sin embargo no hay dudas
sobre el rumbo y el objetivo, el pueblo
de Cumaná, a 200 leguas de Santo
Domingo, donde estaba en construcción un fuerte de orden del Católico, y había protección militar, y cuyo trayecto
era conocido y estudiado, desde los viajes cortos de Colón, y otros viajeros,
que habían visitado y trabajado en estas costas. ¡Pardiez! El pueblo pacífico,
el río navegable, aguas limpias,
transparentes. ¡Qué más se podía desear!
El golfo de Cariaco
con el puerto de Hostia, hace remanso con la punta de Araya, no había en toda la
tierra descubierta y conocida un sitio mejor para poblar, todo
facilitaba la entrada a la boca del río;
y además el viento noreste del amanecer durante todo el año; todo ello y
el cerro Bergantín como un faro. Cumaná
fue ideal para los primeros aventureros. Ellos llegaron aquí no hay duda.
Don Fernando. Pedro volvió y se quedó en Santo Domingo,
porque todos sus camaradas se lo pedimos, temíamos quedar solos y se perdería
lo hecho, y él lo entendió así.
Rivero. Pedro
decidió enviar a Antón de Montesinos, su
mano derecha, capitán dominico de una expedición dominica, junto al
franciscano Francisco Fernández de
Córdoba, lo que significa que las órdenes religiosas comulgaban con la
idea; y el lego Juan Garcés, de larga
experiencia en el trato con los indígenas, como jefes de la primera expedición evangelizadora de la
tierra firme; con todo lo que trajo de España y probablemente, muy bien
protegidos para el éxito esperado; que
fue, como puede constatarse, la primera
expedición de los dominicos, como lo narra con lujo de detalles el padre
Las Casas; por lo tanto, en esa época -1513-1514- no hubo ninguna otra
expedición dominica ni franciscana, como pretenden algunos historiadores, hacia la Costa de las Perlas ni a Píritu o Maracapana,
sino en la imaginación, simplemente porque no están documentadas, no están
permisadas por El Papa ni el Rey, no existen las Cédulas Reales
imprescindibles, no hay cartas, no hay informes no hay nada que pueda
sostenerlas, por eso las crónicas de Las Casas cobran cada día más fuerza;
no podían los franciscanos venir a
fundar misiones sin haber comprobado la factibilidad y el riesgo como lo hizo
Pedro, no podían venir a tierra firme sin Pedro de Córdoba, y asentarse sin autorización del Rey, del
Papa, de su Orden, sin barcos, sin
capitanes, sin bastimentos, sin dejar huellas, es explicable su presencia solo
a través de Pedro de Córdoba, el Vicario de Las Indias, único autorizado para
hacerlo. Solo estas expediciones de Pedro a Cumaná están documentadas, exaltadas e
historiadas, y probadas con todos los
soportes que exigen los hechos históricos.
Entonces, antes de
esta expedición preparada y dirigida por Pedro de Córdoba con representación
franciscana, según lo dice Bartolomé de Las Casas y corroboran las cédulas
reales, que son los únicos instrumentos probatorios que dan fe de aquellos hechos fundacionales de
las misiones dominicas y franciscanas, no hay ninguna otra expedición misionera,
no hubo ninguna otra de carácter fundacional hacia la provincia de Nueva
Andalucía.
Don Fernando. Su merced acierta en todo ese discurso. A los
dominicos les costó mucho obtener el permiso, tanto el rey como el Papa
pensaban que era un suicidio.
Rivero. Con
respecto al secuestro de Don Alonso, sus familiares y sirvientes, algunos
investigadores encuentran detalles que los lleva a afirmar que se produjo en
Santa Fe y no en Cumaná, que sabe usted al respecto.
Don Fernando. Me
pone usted en un aprieto, porque no estaba con ellos cuando se produjo el
secuestro, pero si se mucho de las diligencias que se hicieron para
liberarlos.
Rivero. Aquí tengo la
Cédula Real del
12 de mayo de 1513, quiere que se la lea.
Don Fernando. Hágalo vuesa merced.
El Rey.
“Yo hablé acá con el venerable y devoto
padre fray Alonso de
Loayssa, provincial de la Orden de Santo Domingo, e
con acuerdo e parecer e mandamiento, por mucho zelo que el devoto padre fray Pedro de Córdoba,
vicario de la dicha Orden en esa dicha isla
(la Española ),
tiene de servir a Nuestro Señor a
aceptado ir, e va con determinación de pasar él en persona con algunos de su Orden a la dicha Tierra Firme e procurar de
doctrinar e enseñar las cosas de Nuestra Santa fe a los indios della”. Diez
de junio de 1513.
Y la Cédula de 10 de junio de
1513, que dice
El Rey. Oficiales
de la Casa de
Contratación de Sevilla. Porque el devoto
fray Pedro de Córdoba, vicario de Santo Domingo de la isla Española, va
a la dicha isla con voluntad de pasar a la Tierra Firme a llevar
consigo los más religiosos que pudiera, como por el despacho que para ello lleva veréis, el cual se ha de
asentar en los libros de esa dicha casa, pero ende yo vos mando que deis al
dicho fray Pedro de Córdoba a los frailes que consigo llevare, que sean fasta el número de 15 el pasaje e mantenimiento que oviere menester fasta llegar a la dicha
isla Española, y así mismo daréis al
dicho fray Pedro e a los dichos frailes que consigo llevare hasta dicho númnero
de 15, las almocalas e mantas que
hubieren menester para e que duerman, asimismo los aréis dar o señalar dos personas seglares, para que los sirvan
por la mar fasta llegar a la dicha isla
Española, como lo soléis acer y
proveer otras veces que os e
enviado e mandar lo susodicho, etc.
Y otra Cédula de
ese año de 1513, que entregó Pedro de
Córdoba al Almirante Don Diego Colon, que dice:
“El Rey. Don Diego Colón, nuestro Almirante
Visorey, etc. a nuestros jueces e oficiales, etc. Ya sabéis como el devoto
padre fray Pedro de Córdoba, vicario del Orden de Santo Domingo en la Española , va con cierto
numero de frailes a tierra firme, y (en) el despacho que para su ida se les dio
vos mandé que dentro de un año después que fuesen idos embiásedes a saber
dellos, y que truxiesen dos frailes para
me informar de lo que allá se supiese, como más largo en el despacho que para
lo susodicho mandé dar se contiene; e porque al tiempo que fueren a saber de
los dichos frailes ternán necesidad de alguna harina para hacer hostias e vino para decir misa, yo vos mando que
cuando enbiáredes a saber dellos, les enviéis diez arrobas de vino, e otras
diez de harina muy cernida, e les deis pasaje e flete por ellas fasta que se lo
entregar a los dichos frailes que allá
estubieren, e mando al nuestro tesorero que es o fuere que de cualquier
maravedíes o oro de su cargo compre lo susodicho que con carta de pago de las personas que lo llevaren que con esta mi cédula mando que les sea
recibido en quenta lo que lo susodicho costare sin otro recaudo alguno, e mando
que se tome la razón desde mi cédula, etc. fechada en Valladolid, a XXVIII días
del mes de mayo de mil quinientos treze. Yo El Rey. Por mandado de su Alteza,
Lope Conchillos, señalada del Obispo. (17
Y la Cédula Real , fechada
en Madrid, l3 de setiembre de 1516, donde se deja constancia de la consumación de la expedición:
“Por cuanto el Rey, nuestro señor, que haya
gloria, deseando que los indios de la
Costa de las Perlas,
que es la provincia de Cumaná, que se declara desde Cariaco hasta Cuquibacoa,
que es en tierra firme, fuesen los indios criados y enseñados en las cosas de nuestra santa fe
católica, mandó hacer todas las diligencias necesarias y porque pareció que lo más conveniente y provechoso, era
enviar personas religiosas y de muy buena vida a predicar y enseñar a los
dichos indios sin otra gente ni manera de fuerza alguna, y para que lo
susodicho se pudiese poner en obra,
habló con el devoto padre Alonso de Loaiza, provincial que a la sazón
era de la Orden
de Santo Domingo, y con su acuerdo y parecer y mandamiento, y por voluntad del
devoto fray Pedro de Córdoba, vicario de dicha Orden en la Isla Española , que
aceptó de pasar en persona con algunos religiosos de su Orden a la dicha Costa
y Provincia de las Perlas a procurar
doctrinar y enseñar las cosas de la fe a los indios de ella, y viendo el dicho
Rey, la voluntad y celo con que dicho fray Pedro de Córdoba se movía para ir a
lo dicho, mandó al Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española que
diesen al dicho fray Pedro de
Córdoba una nao en que fuesen él y los
frailes que consigo llevase, y que mandasen a los maestres y marineros de tal
navío que los llevasen a la parte y lugar que dicho fray Pedro de Córdoba les señalase en la Tierra firme y les diesen
los mantenimientos que hubiese menester
y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese
en la dicha isla Española, y que dende un año que el dicho fray Pedro y los otros frailes fuesen llagados a la
dicha tierra firme, el dicho Almirante y jueces y oficiales tuviesen a cargo y cuidado de enviar a saber de ellos, y que
mandasen a la persona que fuese a saber de ellos que trajesen uno o dos frailes
aca, para que informasen de todo lo que
en dicha tierra y provincia y Costa de las Perlas hubiesen hallado y sabido”.
El Rey.
Don Fernando. Esos documentos los debo tener originales en
mi camarote, guardo muchas cosas de Pedro. De ellos tomó Casuas el relato que
hace, porque aun no estaba en Tierra Firme, y hay muchas fallas que después os
contaré. Pero continuemos leyendo lo que escribió mi amigo Casuas que es muy
atenido a la verdad en esa parte.
Rivero. Le voy a
leer un alegato mío, más bien un resumen, que escribí después de conocer esta
obra de Casas y otras, a ver que le parece.
Don Fernando. Hágalo, siempre que me permita interrumpirlo
por algunas cosas que no me parezcan ciertas, y deseo que sepáis que me ha ganado toda mi atención.
Rivero. Muy bien, dice así: Habiendo ido
el padre Córdoba a España para atender una exigencia de su superior en 1512, antes de que él
volviera a la isla Española, visitó a Fernando el Católico, y le suplicó que le
diera licencia para llevar un grupo de
religiosos de su Orden a las partes de Tierra
Firme que eran llamadas
indistintamente tierra firme, Paria o
“Costa de las Perlas”, a fin de que los frailes, asentaran por allí un puesto misional en el que pudieran poner en practica su acariciado proyecto de evangelización
pacífica de los nativos y no continuara su exterminio.
Don Fernando. Eso es tan cierto como que
estoy aquí con vosotros. A mi me tocó
llevar el barco, el Ramón Berenger”, ese que esta allí hundido. Luego le
contaré esa historia.
Rivero, bien, continuo la lectura: El Católico rey se holgó mucho de ello y le mandó proveer de todo lo
necesario para tan novedosa empresa. A esto responden las Reales Cédulas,
expedidas en Valladolid a favor de Fray Pedro de Córdoba entre el 28 de mayo de 1513 y abril de 1514.
Una de ellas vedaba a las armadas de rescate o trueque comercial que hacían los hispanos con los
indígenas para obtener oro, perlas o esclavos, que no se acercaran para nada a
la tierra donde se asentarían los misioneros dominicos sin el previo consentimiento de estos.
Llegó Córdoba a la Española entre junio y
julio de 1513 y lo más pronto que pudo
comenzó a poner en ejecución su plan.
Nombró tres religiosos, Fr. Antonio de Montesino, Fr. Francisco
Fernández de Córdoba y el hermano Juan Garcés para que se embarcaran hacia el litoral venezolano con el objeto elegir por allí un
sitio apropiado donde abría de
establecerse la misión dominica.
Al pasar por la isla de Puerto Rico, Montesino
enfermó gravemente y se quedó en dicha
isla. Los otros dos religiosos, Fernández de Córdoba y Juan Garcés, siguieron
su ruta náutica hasta la desembocadura
del río Chiribichi, hoy Manzanares, que era el más a propósito porque allí
llegaban los barcos de la
Nueva Cádiz , a proveerse de agua, y siempre estaba protegido
por los españoles, que además tenían allí sus casas y otras comodidades.
Vivía en esa comarca un cacique poderoso
llamado Cumaná, que habia sido bautizado en Santo Domingo con el nombre de
Alonso, muy amigo de los españoles. Era un hombre rico, tenía una muy buena
casa, muchos barcos, mas de cien sirvientes, muchas mujeres, y era dueño de los mejores terrenos en las
riveras del río Chiribichi y varias canoas de perlas. Este hombre se encargó de recibir y atender a
los frailes, e hizo muy buena amistad con ellos. Los estableció en un sitio
cómodo, unos cerritos ubicados en la desembocadura del río en el golfo de
Cariaco.
Enseguida
los frailes comenzaron su labor,
construyeron una casa de madera y palmas de carata, bastante amplia y cómoda,
donde acomodaron su hato, utilizaron materiales de la zona y de los que
trajeron de España, y allí oficiaban las misas con asistencia de muchos
indígenas; y juntamente con el cacique, iniciaron una escuela para los niños de las tribus cercanas; a los
pocos días la misión de Córdoba era una realidad, estaba en pleno desarrollo.
Luego
que se ganaron el respeto de los indígenas de la zona, bajo el amparo del
Cacique, pudieron reconocer y recorrer el territorio, internándose hasta 8
leguas dentro de sus dominios.
El
cacique Alonso era un hombre respetado y poderoso, en su reino había mucha
armonía entre sus moradores, que se dedicaban a la construcción de barcos, a la siembre del maíz, la yuca, y de una planta que llamaban Ahyss,
que cuidaban con veneración, era un delito invadir una de estas propiedades,
que al decir de los cronistas, sus parcelas se parecían a los olivares de
Sevilla; de la corteza de estas
plantas fabricaban un polvo con
propiedades alucinógenas, con el cual comerciaban con los caribes, arawacos del
Orinoco y otras tribus guerreras. Alonso,
tenia muchos sirvientes y barcos,
que lo distinguían entre sus súbditos; a petición de los frailes, que buscaban un sitio alejado del
bullicio y la codicia de los españoles,
los llevó lejos del puerto y de la misión de la boca del Chiribichí, ya conocida como la misión de
Córdoba, al reino del cacique Maraguey, en el valle del río Chiripichí o
Chiripiche, donde fueron bien recibidos, aunque con cierto recelo por el fuerte
y señorial cacique Maraguey, poderoso señor de aquel reino, y les pareció un
sitio bueno para iniciar la evangelización, y así se lo informaron a Pedro de
Córdoba.
Los
acontecimientos, aparentemente,
marchaban como Pedro los había planificado, el trabajo de los frailes en
tierra firme prosperaba. Sin embargo
algunos personajes de La
Española , veían las cosas de otra manera, faltaban esclavos
en sus dominios y en Tierra Firme abundaban, de acuerdo con las noticias de los
frailes..
El
5 de agosto de 1514 era convocada una reunión en casa del Juez de Apelación,
Lcdo. Marcelo de Villalobos, las siguientes personalidades: el Lcdo. Juan Ortiz
de Matienzo, también Juez de Apelación;
don Gil González Dávila, Contador de la Isla ; don Juan de Ampiés, que años más tarde
fundó con su hijo homónimo, la ciudad de Coro, y en esos momentos factor de la Española ; don Pedro de
Ledesma, secretario de la
Real Audiencia. Don
Cristóbal Sánchez Colchero, naviero; y los adelantados vecinos de ciudad de
Santo Domingo: don Juan de León, don
Gómez de Ribera, don Diego Caballero,
don Bartolomé Palacios, don Diego Bernal, y don Juan Fernández de las Varas, el
cual se hizo representar por un tercero
cuyo nombre no aparece en el expediente; todos ellos denunciados por Montesinos
y Pedro de Córdoba ante la
Real Audiencia y ante el Rey, don Fernando.
Entre todos acordaron organizar una
expedición contra los caribes beligerantes de las islas cercanas, que no estaba
penada por la Ley
en esos tiempos. Don Cristóbal Sánchez Colchero aportó “El Latino”, un navío muy bien apertrechado;
y don Bartolomé Palacios, otro navío de iguales condiciones; Capitán de la
expedición fue designado don Juan de León. Los administradores fueron don Pedro
de Ledesma y don Diego Caballero. Los gastos y beneficios se repartieron por
partes iguales.
También se menciona entre los que
aportaron capital para la empresa a don Rodrigo de Alburquerque, que poco
después sería nombrado alcalde mayor de la isla, y el procurador de Santo
Domingo don Juan García Caballero; y el tercer oidor, don Lucas Vázquez de
Aillón, pariente de la mujer de Gómez de
Ribera; nombrado veedor de la armada…
La
expedición surgió en la isla de San Vicente, donde encontraron fuerte
resistencia de los indígenas, que dieron muerte al capitán don Juan de León y
el naviero don Cristóbal Sánchez Colchero; quedando el mando de la armada bajo
la jefatura de don Gómez de Ribera, que ordenó de inmediato tomar rumbo a
Cubagua, donde rescataron perlas de los indígenas y también se dedicaron a
pescarlas. Siguiendo su camino “la costa abajo”, arribaron a la misión de
Córdoba, donde fueron bien recibidos por el cacique Cumaná o Alonso, y los
misioneros, y allí, bajo engaño, capturaron al cacique, a su mujer, familiares y algunos sirvientes, se afirma
que fueron por todo 18 cautivos, y los llevaron al mercado de esclavos de Santo
Domingo. En la ciudad de Sto. Domingo,
la urbe del río Ozama, los jueces de apelación y demás socios suyos se
repartieron entre si, clandestinamente, los cautivos, quedándose con la mejor
parte el Lcdo. Marcelo de Villalobos.
Don
Fernando. Yo participé en tantas escaramuzas
y aventuras, que debo preguntaros: ¿En que época ocurrió esa
expedición de pillaje de Gómez de Rivera, a quien mucho conocí?
Rivero.
De acuerdo a lo que declaró en 1518, el
bachiller Juan Roldán, Alcalde de Santo Domingo, dizque …él oyó decir en esa ciudad, públicamente,
que la armada en que fueron don Juan de
León y don Cristóbal Sánchez Colchero, a rescatar indios Caribes, y donde tenía parte el licenciado,
don Marcelo de Villalobos; e que oyó decir, asimismo, que el dicho Gómez de
Ribera, trajo clandestinamente ciertos indios de la Costa de las Perlas y de Paria, diciendo que eran Caribes. Esa
fue la primera expedición a Tierra Firme
en 1514, cuando estaban los primeros dominicos en esa costa. Pero hay
muchos cabos sueltos, y no tengo la seguridad de que así fueron los
acontecimientos.
Don
Fernando. Pues téngalo por seguro, pues yo participé en las diligencias y
extremos que Pedro y Montesinos,
hicieron a todos los niveles para lograr que aquellos indígenas volvieran a su
pueblo, y sobre todo, estuve en la atención de mi amigo Alonso, el cual pasó
mucho tiempo en mi casa del puerto de Santo Domingo. Logramos, entonces, desenmascarar a aquellos
funcionarios corruptos ante el Visorey, Don Diego Colón, y fueron destituidos de sus cargos,
embargadas sus propiedades y vendidas en publica almoneda, y tuvieron que
devolver a los cautivos, menos a la mujer de Alonso, la cual no apareció nunca.
Rivero.
En relación con el martirio de los
dominicos, le voy a leer lo que he podido investigar.
Don
Fernando. Todo lo que vos me habéis leído es compatible con la verdad, así es
que continuad.
Rivero. Bien, oiga usted. Meses después de
este episodio, cuando los primeros misioneros llegan a tierra firme y se establecieron en la desembocadura del
río Cumaná en el golfo de Cariaco, llegó un navío a “rescatar” perlas, que dice Hernann González Oropeza que lo toma de
Jiménez Fernández, lo capitaneaba un armador de apellido Gómez de Rivera.
Don Fernando.
Perdone que lo interrumpa, pero es muy cierto eso de Gómez de Ribera, y le
puedo agregar otro tanto.
Tal vez acierta el
investigador, sin embargo hubo
muchas aventuras parecidas. Las
Casas no lo menciona. Desembarcan en el
puerto de Cumaná, el Capitán y sus marineros, y se encuentran con los
misioneros establecidos en los cerritos
a un tiro de ballesta de la orilla del mar; haciendo su labor, enseñando el
evangelio de Cristo, construyendo su
iglesia y una escuela donde había más de
40 niños indígenas, producto de varios
meses de duro trabajo. Este fue el
inicio del pueblo o la ciudad de la Nueva Córdoba ,
llamada desde un principio la misión de Pedro de Córdoba, o sea Cumaná.
Don Fernando. Eso es correcto, y no fue Gómez de Rivera el
que trajo a Francisco Fernández de Córdoba y su expedición, sino que fui yo en
ese barco que esta agora hundido en el golfo. Pero continúe usted.
Rivero. Así lo
haré: “Percibieron los piratas la hospitalidad y confianza de los
indios y el afecto que había nacido
entre ellos y los misioneros y decidieron aprovecharse de esa circunstancia.
También se dieron cuenta de la admiración que provocaba a los indios la
espléndida nave, y valiéndose de la camaradería reinante, insinuaron la
invitación para que la visitaran y conocieran; y los indios desapercibidos
de la maldad que encerraba aquella
invitación, accedieron gustosos; desde el mismo cacique Don Alonso,
indudablemente cacique de Cumaná, su mujer, sus hijos y unos 17 acompañantes,
subieron a bordo, donde los recibieron los marineros ya aleccionados; sacaron
las espadas y los llevaron a las bodegas, los encerraron y zarparon con su
botín”.
Don Fernando. Don Alonso, era un hombre estoico, lo conocí
mucho y holgué en su casa, lo acompañé muchas veces en sus correrías, me enseño
secretos y cosas que después le contaré,
tenía numerosa familia, muchos
criados y amigos.
Rivero. En este
sencillo relato se inscribe la tragedia
aborigen; así actuaban los tratantes de esclavos en la tierra firme, la
simulación era su arma más contundente, y dejaban a las familias huérfanas, con
solo el dolor y el llanto, y en este caso, comprometieron sin aprensión, sin
ningún sentimiento, la vida de los
misioneros que luego son ejecutados por los indios. Los historiadores y cronistas
de indias, han dado diferentes versiones de estos acontecimientos, alejándose
del relato de Las Casas, que a su vez
escuchó en Cumaná, como usted dice, y tomó de las Cédulas Reales; desde el
mismo Arístides Rojas, notable historiador venezolano, que habla de dos expediciones de los dominicos
en esa época, una a Cumaná y otra a Manjar, cerca de Píritu, no permisada y
como si fuese tan fácil; hasta Enrique
Otte, otro investigador prominente, que desmiente a Bartolomé de Las Casas, y afirma
que los primeros mártires murieron cuando se internaron en el territorio para
evangelizar a los Caribes y estos los mataron; y otros que dicen que los
primeros misioneros llegaron a Píritu o a Maracapana. Pues no era tan sencillo
para las órdenes misioneras establecerse en el Nuevo Mundo, ni hacer expediciones
y asentarse, como creen algunos historiadores.
Don Fernando. Esos
historiadores deberían estudiar los documentos y no seguirse por invenciones e
imaginaciones, están fundando hechos falsos.
Rivero. Sobre todo porque Casas estuvo en
Tierra Firme, y trabajó con esos indios y esos frailes; vivió esas
experiencias, escribió sus vivencias y las de ellos, y esto desde el punto de
vista filosófico tiene mucha importancia;
las escribió como nadie lo hizo después. Sobre todo que sus relatos
coinciden con los documentos que existen y son indubitables; y no existe ningún documento, ninguna cédula
real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse opiniones contrarias a Las Casas. Las únicas cédulas que se promulgaron y que
existen y hablan de esta tragedia, se
refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná, Costa de las Perlas o Tierra Firme, que
es lo mismo. Y Las Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo
contaron los indios allí en Cumaná, como usted atinadamente lo confirma. Alonso
era el cacique de los cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en
Píritu o en Santa Fe; y yo afirmo y
afirmo que muchas de las crónicas de esa época, que trascribe Las Casas, las
escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos que vinieron con Pedro de Córdoba, como puede constatarse con una simple lectura
de estas páginas, porque Casas no podía decirlo en tercera persona.
Don Fernando. Hubo
muchas expediciones después de la de Pedro, sobre todo a resgatar indios.
Rivero. Y por
supuesto que también sucedieron algunos
percances parecidos a éste de la primera expedición que no han sido bien
tratados, y el mismo Pedro de Córdoba
denuncia uno ellos en su carta de 1517. Un historiador, don Arístides Rojas, también confunde esta
expedición exploratoria con la de los franciscanos de 1515, que como sabemos
fue una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada,
auspiciada y dirigida por Pedro de Córdoba.
Don Fernando. Me
gustaría conocer esa carta.
Rivero. Bien ya se
la voy a buscar… pero, a manera de
síntesis, puedo afirmar y que quede muy claro, que la primera
expedición de la última década -según documentos fehacientes- de
1513 o primera década de 1514, y el martirio de los misioneros
dominicos, que salieron bajo el mando de Montesinos, mano derecha de Pedro, y
que actuaban conjuntamente con él, y
llegaron a la desembocadura del río Chiribichi, la última luenga, hoy río
Manzanares, tterritorio del cacique
Cumaná, o Don Alonso, en el mismo sitio
que luego fue ocupado por los
franciscanos de Juan Garceto, que
vinieron en el mismo barco y bajo la autoridad de Pedro de Córdoba, y se establecieron en los
ceritos que quedaban en la desembocadura del río Chiribichi, a un tiro de
ballesta medido desde la playa, donde luego creció la ciudad de Nueva Córdoba.
Don Fernando. Tengo
muy claro todo eso, en cierta forma fui protagonista de esa historia, traje en mi barco muchas veces a Pedro y su
gente hasta la misión.
Rivero. Entonces es
cierto que vinieron en un mismo barco, bajo
el patrocinio, mando y tutela de Pedro de Córdoba, y bajaron a tierra bajo su autoridad,
porque el territorio le fue concedido
por el Rey a él y a ninguno otro más en esa oportunidad.
Bartolomé de Las
Casas conoce esta historia contada por sus protagonistas, con los cuales
convivió y a los cuales amó
ingenuamente. Pedro fue su maestro, su modelo y
nadie como él para contar su historia.
Rivero trajo la
carta y dijo: Pedro le escribió muchas
veces a Fr. Antonio de Montesinos, a España,
y no sabe si recibió sus mensajes; vuelve a hacerlo en 1517 para
contarle las nuevas que hay y el deseo que regrese pronto.
Don Fernando. Eso
es muy cierto.
Rivero.- Montesinos partió para
Castilla con Bartolomé de las Casas, en septiembre de 1515 y no había regresado a Santo Domingo
para 1517, cuando Pedro le escribió esta carta; él estaba en Santo Domingo cuando se produjo el secuestro del cacique
Cumaná, castellanizado Don Alonso, a fines de
1513 o principios de 1514; cuando
don Alonso, su familia y sirvientes fueron “resgatados” y vendidos como
esclavos; y Montesinos hizo con Pedro de Córdoba, las diligencias para que fuesen devueltos a
su tierra, al parecer con cierto éxito, pero sin poder evitar el
ajusticiamiento de sus cofrades.
Don Fernando. Puede
Vusted creerlo, es la verdad.
Rivero. La carta
dice: “Agora de fresco han venido dos navíos de la Costa de las Perlas
-1517: el uno es una carabela del Rey,
la cual enviaron estos padres de San Jerónimo luego que aquí vinieron, la cual
trajo cuasi cien marcos de perlas; trajo así mismo ciento cincuenta y cinco muchachos y
mujeres rescatados allí, de Cumaná y
Chiribiche y de Paria; venido aquí, yo
hablé a estos padres y les dije que no permitiesen que se vendiesen, porque
ya los tenían en la plaza vendiéndolos en pública almoneda”.
Rivero. Entiendo que cuando se habla de La Costa de las Perlas en ese
tiempo, 1515, se trataba solamente de Cubagua y la provincia de Cumaná o Nueva Andalucía, porque también se
pescaban perlas en el golfo de
Cariaco. Pedro se refiere en este
punto a dos expediciones no tomadas en cuenta por Las Casas, ni ningún
otro cronista, sobre “resgates” o secuestros
de personas y destrucción de pueblos en las costas de Cumaná y
Chiripiche, entre 1516 y 1517; no puede referirse al rapto de Don Alonso y su
familia, que ocurrió durante la primera expedición, 1513 o 14, porque estos son hechos acaecidos
después de fundadas las misiones de 1515.
Nótese que Pedro no dice Chiribichí, porque ese es el río de Cumaná,
sino Chiripiche.
“Los mismos indios -dice- con codicia de las
cosas que los cristianos llevan, los venden,
incluso a sus hijos y parientes.
Don Fernando. Fue una conducta aberrante de
nuestros indígenas que no exculpa a los colonizadores, que se supone más
civilizados.
Y agrega Pedro:
“Les dije a los comisarios que los volviesen a sus tierras, porque se están
despoblando: “han traído muchos y
agora volverá otra carabela que enviaron
después que yo vine, y traerá otros tantos; de aquesta manera la tierra se
despuebla y están en vano allí los frailes”.
“De nuestros
frailes no trajeron cartas, no se si porque no las quisieron traer, o porque
las tomaron y las rasgaron” –por si contenían algo en su contra.
Si con los navíos del Rey no nos
escribimos de allá acá y de acá allá, no yendo otros, no se sabrá lo que allá
pasa y es vida desesperada.
Mientras yo fui a Castilla” hicieron una
entrada en Chiribiche y quemaron un pueblo o dos y trajeron cautivos a los que
vendieron como esclavos: la armada que fue allá era del Factor de La Española.
Ribero. El factor
de que habla es Juan de Ampíes. El otro
detalle puede confundir, porque se
refiere a otro viaje de Pedro a Castilla; el primero se produjo desde Santo
Domingo en 1512, antes de la fundación de las misiones de Cumaná y Santa Fe de
Chiripiche que datan de 1515. Este otro
viaje, del que escribe, es posterior a 1515. Pero para quien no conoce
todos los detalles, puede creer que se
refiere a la primera expedición
Pedro denuncia en
esta carta las constantes expediciones de los tratantes entre los cuales están
los Jerónimos, que tanto confunden a los historiadores.
Pedro lideró los episodios que se desarrollaron en Cumaná y Santa Fe, entre 1513 y 1516, eso
está probado con Cédulas Reales,
expedientes, cartas, planos y multitud de documentos.
Pedro dice en esta
carta de 1517: “Mientras yo fui a Castilla”,
no puede referirse al viaje de 1512, luego de la homilía de Montesinos,
porque para esa fecha aun no había fundado las misiones.
La ignorancia de detalles como este y la carencia de
información con respecto a los movimientos de Pedro, es lo que produce las
contradicciones de los historiadores y cronistas, sobre lugares y fechas de las
fechorías de los tratantes de esclavos, pero con los elementos que tenemos lo
podemos subsanar.
Luego dice: “Junto
a la carabela del Rey, vino otra que había ido con permiso de los jerónimos, y
trajo de la isla de Trinidad ciento veinte o ciento treinta personas,
guatiaos, a traición, lo mismo que había
hecho el año pasado Juan Bono: “hincheron el navío”, y vendieron la mitad en San Juan y la otra
mitad la trajeron acá para venderlos también.
Rivero. Esto sucede
en 1517. Y quiere decir que la
expedición de Juan Bono, de la que tanto se habla, fue en 1516 o 17, nunca en
1514.
Continua Pedro: ”En
vista de esto, “prediqué el domingo pasado y dije: así que después de bien
mojados y no bien bautizados, véndelos por ahí.
Avisoos que los indios traídos de las Perlas y los de Paria y los de la Trinidad y los
lucayos que no son esclavos ni pueden
ser vendidos. Bien creo que los padres (jerónimos) no consentirán que se vendan, porque ya están
avisados. Más si acaeciere, guardad vuestros dineros y vuestras almas, que son
libres y no pueden ser vendidos
por esclavos, aunque más procesos se hagan y más informaciones se tomen.
Haec dixit (esto dije)”.
“Algunos fueron a
quejarse a los gobernadores, en especial por los esclavos que trajeron de
Trinidad: el Rey Don Fernando, dijeron, había dado permiso, y no es verdad,
porque yo vi la real provisión, y dice los caribes de la Trinidad , y por tanto
síguese que no los que no son caribes,
máxime que añade que traigan de las islas que no son útiles ni se pueden allí
enseñar indios: “más ellos no curan de ver
si son útiles o no, sino arrebañarlo todo y traerlos, no para ser
enseñados, sino para ser vendidos”.
“Quizás envíen a la Corte informaciones en otro
sentido; sin embargo, estoy obligado a decir lo que debo, pase lo que pase
(quicquid inde eveniat): nunca tan asentada tuve la materia de los indios como
el día de hoy, ni nunca tan grades males
vi en ella como ahora: todo es un pedazo de codicia cuanto acá hay, y será un
pedazo de infierno. Acá por muy cierto
se dice que el rey, don Carlos I, sea ya venido a Castilla: si así fuere,
pídanle que se prosiga la limosna que daba el rey don Fernando para que se
continúe la obra de la iglesia, que está parada, ni tenemos blanca para ella,
ni aun para comer ni para otra cosa que necesario sea”.
Rivero. Y bien ¿Que
le parece esta carta, ya la conocía?
Don Fernando.
Realmente no la recuerdo. Pero el contenido me es muy familiar, esos
hechos eran el pan diario y la causaban
a Pedro mucho sufrimiento.
Rivero. En realidad no se si Alonso fue
capturado y vendido como esclavo, como afirma Las Casas, creo que pudo ser así,
y puesto en libertad en las primeras gestiones que hizo Pedro.
Don Fernando. El fue rescatado por Pedro y
el Visorey casi personalmente. Os lo aseguro.
Rivero. Lo que si se es que la indignación de Alonso
no tuvo límite, se sentía burlado, engañado,
y los dominicos no encontraron como explicar lo sucedido, es muy
probable que haya vuelto a la misión, y tomara parte en el sacrificio de los
dominicos.
Don
Fernando. No eso no fue así. Alonso permaneció en Santo Domingo buscando
infructuosamente a su mujer y uno que
otro familiar.
Rivero.
Tampoco he podido averiguar, y no esta claro en el relato de Las Casas, si los indígenas quisieron matar
sumariamente a los dominicos y demás acompañantes y sirvientes, y qué pudo
ocurrir para que les dieran 4 o 5 lunas,
antes de la ejecución. Me imagino que hubo un juicio entre los ancianos, o
entre los caciques de la zona.
Don
Fernando. Puedo decíroslo porque conozco como trataban estos asuntos en el
concejo de ancianos. Participé en varios consejos en la casa de Alonso, la más
importante del pueblo. Me contó la india
María que los indígenas apresaron a todos los miembros de la misión, 30
personas aproximadamente, de los cuales dejaron como rehenes a 10 hombres y 8
mujeres, a los demás los dejaron libres
en la misión. Luego mandaron a buscar a los dos frailes, Francisco Fernández de
Córdoba y Juan Garcés, y como éste
hablaba de corrido la lengua de los chaimas, lo condujeron , y, seguramente, lo
obligaron a sentarse en un ture, silla pequeña sin espaldar, que colocan delante de un juez muy anciano, que a la vez ocupa una butaca más alta,
flanqueada normalmente, por dos fuertes guerreros enmascarados, portadores de sendas lanzas de madera con puntas envenenadas con
curare, que apuntan al corazón de los reos. Lo que les voy a narrar, me lo
contó la india Maria, y le doy plena fe.
El juicio, muy corto, se desarrolló
así:
El
anciano le habló a Garcés y le dijo:
Todos
creemos que vosotros sois culpables. Decidme una sola razón por la cual no debo
ordenar vuestra muerte de inmediato.
Garcés,
pensando muy bien su discurso, respondió:
En el tiempo que hemos estado entre vosotros nunca hemos maltratado ni
esclavizado a nadie, solo les hemos enseñado buenas cosas. En nuestro pueblo,
como en el vuestro hay hombres malos y codiciosos. No es justo que un hombre
sabio como vos, ordene nuestra muerte para castigar el delito de otro. No dijo más.
El
Anciano volvió a hablar. La ira de nuestro pueblo es nuestra ira. Ustedes
pueden aplacarla devolviendo a los cautivos. Mientras tanto seréis prisioneros.
Os concedemos 5 lunas, para que vuelva nuestra gente. Si no lo lográis pagaréis
con vuestras vidas. En nuestro pueblo la muerte injusta se paga con la vida.
Garcés
volvió a hablar. Señor, nosotros dos nos responsabilizamos por lo que ha
sucedido, no tiene caso que tengáis a otros inocentes prisioneros, ofrecemos
nuestras vidas como victimas propiciatorias, para aplacar la ira de vuestro
pueblo. Sed justo, ordenad la libertad de nuestros compañeros que tenéis prisioneros, no cometáis los mismos delitos
que cometen los blancos. Sed más justo, más sabio.
Sea,
dijo el anciano. Quedan libres, y vosotros también hasta que pasen las cinco
lunas. Hasta entonces confiaremos en vosotros.
Después
que el anciano habló, se escuchó un ruido ensordecedor, miles de indígenas
gritando incoherencias, se amotinaron levantando sus armas y mostrándolas
vehementemente, saltando, bailando y cantando alrededor de los rehenes, pero no
los maltrataron, solo los condujeron hasta la casa de la misión.
Francisco
le dijo a Juan: “Hermano invoquemos al
Señor, creo que esto es lo último de nuestra vida. Nuestro pastor nos ha dicho que así como
Jesús le dijo al ladrón: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”; así nos
sucederá a nosotros, porque somos inocentes.
Juan respondió. Si esa es la voluntad del Señor, que se haga en mi como
se hizo en María”. Luego caminaron hasta su casa y la multitud
lo dejo ir.
El
padre Francisco le escribió a Pedro de Córdoba, explicándole la delicada
situación por la cual atravesaban, y advirtiéndole que los indígenas los habían
sentenciado a muerte, y ellos no podían hacer nada al respecto. Si su superior
no lograba devolver a los indígenas en el lapso de cinco lunas, ellos serían
sacrificados.
Al
otro día aprovechando un barco con destino
a la Española ,
que estaba surtiéndose de agua en el puerto de la misión, le enviaron cartas a
Pedro de Córdoba, informándole de todo cuanto ocurría. Me consta que desde que
Pedro recibió las cartas de Francisco, no descansó un minuto en procurar la
libertad de los prisioneros, se fue a la casa del Visorey, y logró
involucrarlo. El 5 de febrero, Pedro,
acompañado por el subprior del monasterio dominico de la ciudad de Santo
Domingo, Fr- Gutierre de Ampudia, y los frailes
Juan de Tavira y Tomás de
Santiago, van a la casa del gobernador de la isla Española, el Almirante y
Virrey, Diego Colón, para ponerlo al tanto del suceso.
El
propio don Diego Colón tomo cartas en el asunto y de muy buena fe. Pero la
maraña tejida alrededor del rapto, hizo su trabajo. A los esclavos los enviaban
de inmediato a las minas distantes, y una red de silencios y confabulaciones
cubría los pasos de los delincuentes. Sin embargo la persistencia de Pedro y
Montesinos, el seguimiento del tráfico de esclavos, el conocimiento de sus
mecanismos, de sus cómplices, poco a poco fueron destejiendo la red, que se
hizo patente hasta en su mas mínimos detalles, y se logró la devolución de gran
parte de los cautivos; pero ya era tarde para los rehenes, que fueron
sacrificados inexorablemente.
Rivero.
Usted tiene por seguro que Pedro fue a tierra firme a buscar a los rehenes.
Don
Fernando. De luego. Lo que más urgieron de don Diego, fue que les proporcionara
un bergantín para que el propio Pedro, y cuatro o cinco frailes suyos se
encaminaran, con la mayor celeridad, al tierra firme a fin de cerciorarse sobre la situación de Fernández de Córdoba
y de Garcés. Por mucha prisa que
se dieron en ir -lo informó el propio
Fr. Gutierre de Ampudia: “... cuando el
viceprovincial fue con otros frailes al dicho puerto de las perlas, halló que
habían muerto a los dos frailes y no se
sabe quien…” Eso fue el 10 de febrero de 1515.
Rivero.
Hay varios testimonios de personas involucradas que dicen que les consta que
los indios que quedaron en Santo Domingo, y pudieron ser hallados, de los
prisioneros de Gómez de Ribera, se entregaron a los frailes... Y un marinero de la isla Española que había ido
con los que llevaron a los dos mártires
a la Costa de
las Perlas, declaró, que él recibió el encargo
de transportar a tierra firme a “ciertos frailes dominicos” junto con
varios indígenas de los cautivados por
Gómez de Ribera.
Por
otra parte la Consulta le informo al
Rey en sus cartas de 24 de febrero y 6
de marzo de estos acontecimientos… No contestó Rey hasta el 2 de agosto,
aprobando todo lo dispuesto por sus representantes en indias, y reprobando, con
palabras tan tibias como ineficaces, los
atropellos de los jefes de las armadas en el Caribe.” Todo hace pensar que se
logró rescatar a los cautivos y fueron devueltos en su mayoría a la Tierra Firme .
Rivero.
Usted parece que tiene muy claro y sabe ciertamente que Cumaná, es lo mismo que
Tierra Firme y Puerto de Las Perlas, y misión de Córdoba.
Don Fernando. Los
Reyes tambien lo tenían muy claro. Fíjese que el Rey Carlos I, autorizaba a la Casa de Contratación en mayo
de 1519 y le decía: “Hemos mandado
proveer que además de las dos iglesias y casa de San Francisco que están en la costa de Cumaná, que es la de
tierra firme del mar-océano, se edifiquen otras cinco iglesias y casas en
aquella costa, en que se celebre el culto divino y que puedan morar cuatro
religiosos de dicha orden y debían proveerse escuelas; iglesias y conventos de
todos los materiales y útiles, necesarios para la enseñanza al culto y al trabajo agrícola”.
Rivero.
Si es cierto. Pero volviendo al tema, que más puede decirnos de los cautivos.
Don
Fernando. Le puedo asegurar que una buena parte de los cautivos de aquella
jornada de Gómez de Rivera, se pudieron rescatar y Pedro mismo los condujo a su
pueblo.
Rivero. Creo que en la única parte que ocurrió algo
semejante fue en Cumaná. Yo tengo aquí una investigación del historiador venezolano
Enrique Otte, que me gustaría leérsela:
Don
Fernando. Pues usted me esta enseñando a mi cosas que nunca soñé ni esperé
saber.
Rivero. Dice el acucioso historiador venezolano “Al fin la Consulta y el Virrey Diego Colón, los Jueces de
Apelación y Oficiales Reales-, en su sesión del 10 de febrero de 1515, se
ocuparon del asunto. Se ordenó que Gómez de Rivera y los caciques de la tierra
firme –seguramente Don Alonso y Don Diego- apareciesen ante la Consulta ,
y los que fueren “guatiaos”
amigos de los españoles, fuesen devueltos a sus tierras.”
Y
agrega: “Consta que los que quedaron o pudieron ser hallados de los prisioneros
de Gómez de Ribera, se entregaron a los frailes... Uno de los marinos de la isla Española que
había llevado a los dos mártires a la
Costa de las Perlas, declaró, que recibió el encargo de transportarlos a las mismas
tierras de donde fueron sacados
“ciertos frailes dominicos” junto con varios indígenas de los cautivados por Gómez de Ribera”.
Si
le creemos a Enrique Otte, va a resultar que la primera expedición llegó a
tierra firme en setiembre de 1514, o sea cinco meses antes del martirio, o no
se cumplió el plazo de las cinco lunas. Y si esto es así tenemos que corregir
mucha historia.
De
todas formas, en todo ese asunto del rapto, hay muchos puntos oscuros. Los
historiadores no aceptan la historia contada por Las Casas. Muchos sostienen
puntos de vista distintos. Confunden los nombres de los ríos, los pueblos, las
fechas, los raptos y los raptores, las
etnias y caciques. Sería muy útil que usted los aclarara.
Don
Fernando. Creo que lo mejor es que continúe mi relato y se irán aclarando las
dudas, pero recuerde, que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Le puedo
garantizar que toda esta historia se desarrolló en el pueblo español de la boca
del río Chiribichi, en la desembocadura que queda en el golfo de Cariaco,
porque aun Pedro no había llegado a Chiripiche, la penúltima luenga. Yo le
cuento y usted me señala los documentos que ha logrado reunir, y así mostraremos la verdad.
Rivero.
Esta bien, continúe usted.
Después de una larga pausa y un refrigerio, don
Fernando dijo así: Lo cierto es que
Pedro y Montesinos lograron la devolución de gran parte de los cautivos, pero
cuando se supo donde se hallaba la mujer de Alonso, que estaba en en casa del
Juez de Apelación, don Marcelo de Villalobos, ya no fue posible rescatarla, al
parecer estaba amancebada con el poderoso Señor, y éste, manifestó a los
dominicos y a las autoridades que lo interpelaron: “que su mujer era Caribe y podía
esclavizarla”.
No hubo forma de lograr su libertad. Era muy
poderoso y los indios no valían nada para ellos.
Y lo peor del caso es que Alonso fue
acusado por él, de injuria grave contra
un juez, y fue encarcelado, y allí dejó de comer y a los pocos días murió sin poder
defenderse. Yo iba casi todos los días a
verlo y a prometerle que lo pondría en libertad, no supe que había dejado de
comer, me sorprendió su muerte, porque la ultima vez que lo vi, bailaba una danza guerrera en su celda;
después supe que esa danza la bailan los
sabios piachas cuando se acerca la muerte.
Llaman a los sarrase, espíritus de la selva, para que los guíen en el
nuevo país al cual van los justos. Los
espíritus se alegran y bailan y canta
con él hasta que se agotan sus fuerzas.
Rivero.
Al parecer Pedro le escribió una última carta al Monarca, pidiendo la libertad
para la Cacica.
Don
Fernando. Pedro escribió al Provincial,
en Sevilla, a cuya jurisdicción se hallaban sometidos los Dominicos, rogándole
que intercediera ante el Católico, para que ordenara la libertad de la Cacica , porque no era “Caribe” y, no podía, en consecuencia, ser
reducida a esclavitud. Pero nada se
logró, y la mujer de Alonso permaneció cautiva en la casa del Juez.
Rivero.
Bueno, transcurrieron las cinco lunas, no se pudo hacer nada. No se había logrado la devolución de los
cautivos al cumplirse el plazo para mayo
de 1515, y los indios ejecutaron a los
dos emisarios de Pedro de Córdoba. Hay muchas pruebas de este hecho. Las Casas dice que primero ajusticiaron a
Francisco, por estar mejor preparado para el martirio, más adelantado en Teología y en la fe, así lo
entendieron los propios indígenas;
y luego ejecutaron a Juan Garcés, a quien consideraron más débil,
más apegado a la vida, sin embargo ambos recibieron la muerte estoicamente.
Me he ocupado de este caso y tengo varios
documentos. Pero no tengo la certeza absoluta de que estos hechos ocurrieron en
Cumaná. Estoy seguro que en Santa Fe de
Chiripichí no había con quien tratar, no había nada que buscar en esa época,
aun Pedro no había fundado esa misión, y los dominicos mártires llegaron a
Cumaná, y enseguida llegaron otros más que se quedaron allí; por lo tanto todas
las diligencias, las investigaciones, y otros
asuntos, tenían que ir al pueblo de Cumana, donde iban los españoles de
Cubagua, y estaba el agua, se sacaban las perlas, estaban las minas de sal, se fabricaba
casabe, había pescado salado en grades cantidades, estaban los caciques que tenían que ser convocados, o sea,
había un principio de autoridad.
A pesar de no tener fecha, esa carta confirma la expedición
conjunta de religiosos dominicos y
franciscanos presidida por Pedro de Córdoba, después del martirio de los
dominicos, que había partido en 4 de julio de 1515 del puerto de Santo Domingo
rumbo a la “Costa de las Perlas” y, se vio obligada a regresar, con gran riesgo
de naufragio, a su punto de partida, debido al
huracán de San Laureano, por lo cual, Pedro, tuvo que esperar hasta
noviembre, para volver nuevamente a
expedicionar, que se hiciera el necesario
arreglo de las naves.
Rivero.
Puede usted darme una fecha aproximada de la muerte de los dominicos.
Don
Fernando. Con sinceridad en fechas no soy muy aplicado, aunque tengo regular
la memoria, debido a que todo lo anoto.
Puedo consultar la Bitácora
y hacer ciertas deducciones.
Rivero.
Yo tengo algunas anotaciones y deducciones, que le voy a informar, y por
supuesto comparar con las suyas, a ver si despierto en usted esos hechos.
Veamos, a mi modo de ver, el martirio es
anterior al 28 de enero de 1516, fecha de la carta de Pasamonte que acabamos de leer, también es anterior a la expedición de
octubre o noviembre de 1515, que partió de Sto. Domingo hacia
los ríos Chiribichi, la última luenga,
y Chiripiche o Chiribiche, territorio de los caciques Cumaná y Maraguey;
y anterior incluso, a la salida de Santo Domingo hecha tambien por ambas órdenes religiosas
el 4 de julio de 1515, durante el huracán de San Laureano, con idéntico
objetivo. Por lo tanto creo que esa
expedición tuvo que salir en diciembre de 1514 o Enero de 1515, y si a eso le agregamos 5 meses, tenemos que
concluir que el martirio se produjo en mayo de 1515. ¿Que le parece, mi
distinguid Huésped?
Don
Fernando. Creo que es lo más acertado, y si me pongo a hurgar , en acuerdo con mi Bitácora, os puedo decir, que,
en ese mes, salía de Sevilla hacia Cuba, y por algunos trastornos no pude
llegar a tiempo para cumplir con Pedro. Si, definitivamente fue en Mayo. Y en
mi bitácora anoté, que el 6 de setiembre de ese mismo año, se embarcaron
conmigo en Santo Domingo hacia España el
clérigo Casuas y fr. Antón de
Montesino, acompañado por el diácono
Fr. Diego de Alberca. Ellos me informaron del motivo de su viaje, porque
tenían puesta en mí absoluta confianza, y si algo les fallaba, yo debería
terminar esa misión.
Rivero.
Y, puede decirme de que se trataba esa tan importante misión.
Don Fernando.
Montesino llevaba un memorial de
Pedro, sobre la política genocida
aplicada al indígena en las colonias, e para informar a la
Corte , e al mesmo Rey, sobre la muerte de sus compañeros. En
fin, todos los sucesos de la “Costa de
Las Perlas”, como era conocido el caso, investigado personalmente por él, que
se trasladó al lugar de los acontecimientos; y, además, lo más grave, la complicidad que en el caso habían tenido los jueces de Apelación de la Española ; igualmente,
debían informar al Rey, que a pesar de
la sangre vertida de los dos frailes, sacrificados por los
indígenas, volverían a reanudar el ensayo de evangelización pacífica, en el
mismo lugar del suplicio de aquellos dos
santos mártires, los primeros en el Nuevo Mundo. También llevaron instrucciones
para exigir al Rey el obligatorio
cumplimiento de la Real Cédula dada en Valladolid, el 2 de junio de
1513, para que ninguna armada ni
mercaderes, resgatadores de esclavos,
se acercara por las tierras donde los misioneros evangelizaban.
SEGUNDA EXPEDICION.
Rivero, Que sabe
Ud., de la segunda expedición preparada por Pedro.
Don Fernando.
Endeluego, Bartolomé, ya conocía a Pedro, y se traslada a la isla y ciudad de
Santo Domingo, y llega, precisamente, el
día en que sale con una expedición para Tierra Firme, en continuación de su proyecto pacifista. Sin embargo, Dios está
de su lado, la expedición tiene que volver a tierra, y Bartolomé tiene la satisfacción de
entrevistarse con Pedro, confesarse con él, y narrarle, con lujo de detalles,
buena parte de su vida, sus reflexiones
y su determinación de dedicar todas sus fuerzas a la defensa y protección de
los indígenas.
Rivero. Que me puede decir de Fr. Bartolomé de las
Casas.
Don Fernando. Se
muchas cosas de este Santo Varón. Podría
llamarlo, bienhechor de la humanidad, nació en Sevilla el 11 de setiembre de
1484 del matrimonio de Don Pedro de Las Casuas y de Doña Isabel
Sosa, ambos de ascendencia judía. Tenía 8 años cuando los Reyes Católicos
liberan Granada, unifican el imperio y expulsan a los judíos. La familia de
Bartolomé no sufrió los rigores de la diáspora porque sus padres se habían
convertido al cristianismo muchos años antes de estos acontecimientos. Sus
estudios correspondientes a la primaria los hizo en la escuela de la Catedral de San
Miguel y el bachillerato o latín en la academia, ambos en Sevilla.
Rivero. Yo lo
conozco por sus obras, soy un asiduo lector e investigador de ellas. Varias de
sus obras son herméticas, y son
imprescindibles para una mejor comprensión de su tiempo: La Destrucción de las
Indias”, publicada en 1552; “Historia de las Indias” que vino a publicarse en
1875; “Apologética - Historia de las Indias” que viene a publicarse en 1909;
“De Único Vocationis Modo” el último en publicarse en 1975. Aun aparece muchas obras y documentos de este
hombre extraordinario.
No se donde leí que
este Pedro de Casuas, acompañó a Colón en su segundo viaje.
Don Fernando. Es
cierto, el padre de Bartolomé, acompañó a Colón en su segundo viaje y
económicamente le fue bien, aunque de cierto que fue el carácter aventurero que
le señaló ese camino, por eso mismo forma parte, con su hijo, en la expedición
que parte de Sevilla, bajo el mando de Francisco de Bobadilla, el 13 de febrero
de 1502 y llega a Santo Domingo el 15 de abril de ese mismo año.
En esa época los
colonizadores españoles en las islas caribeñas, sometían a los indios por la
fuerza; la conquista se conviertió en una guerra a muerte, sobre todo, desde
que se descubren las minas de oro en La Española. Bartolomé
ya es un joven “con mucho futuro” y Ponce de León, le asigna un repartimiento
en Concepción de la Vega ;
entre tanto Ovando persigue, somete y sacrifica a los indígenas, y muy a su
pesar Bartolomé participa en esos crueles sucesos. En 1506 Las Casas viaja a
Roma, recibe allí, las órdenes Mayores, regresa a Santo Domingo, investido de
sacerdote, y se establece en la Vega.
Rivero.
Realmente, porque es muy confuso, en que fecha llega Las Casas al Puerto de Las
Perlas, o sea Cumaná.
Don Fernando.
Casuas desembarca a fines julio o
principios de agosto de 1521 en el puerto del río Cumaná, donde tenían, hacía
mas de 6 años, los franciscos una misión y un monasterio; ubicados a la
distancia de un tiro de ballesta desde
la orilla del mar, en aquella costa virgen más conocida por el nombre de “Costa de las Perlas” como gustaba llamarla
al mismo fraile Las Casas. El es el
primero que les da este nombre, para
inflamar la codicia de los flamencos de Carlos I.
Rivero. Tengo
entendido que en esa época ese nombre se reducía a las costas cercanas a la
isla de Cubagua y Cumaná, y tal vez las 15 leguas de que habla Gonzalo de
Ocampo, pero poco tiempo después, con ese mismo nombre, se conoce toda la costa
que va desde Paria hasta el Golfo de Venezuela. La Corona se había reservado
este extenso territorio desde la disputa con el Almirante Cristóbal Colón y
ahora se la entregaba al más apropiado después de Pedro de Córdoba, Bartolomé
de Las Casas.
Don Fernando.
Cuando surge Las Casas, toda la costa de las perlas está convulsionada y
Gonzalo de Ocampo la sometía a sangre y fuego. Había comenzado a formar un
pueblo media legua del río Cumaná arriba al que llamó Villa de Toledo.
Rivero. Girolano
Benzzoni, el notable autor de Historia del Nuevo Mundo, publicado en 1565, que
estuvo en Cumaná en 1541, lo corrobora, dice que Gonzalo de Ocampo “Mandó a
construir 25 casas a orillas del río y llamó este pueblo Villa de Toledo”, también puede observarse en el mapa de 1601,
que tenga aquí.
Don Fernando.
Déjeme verlo.
Rivero. Noten que dice a “a orillas del río”, y está
señalado. Debe entenderse y él estuvo aquí, en la orilla del río Cumaná, media
legua del río arriba como lo dice Las Casas, a buen entendedor pocas palabras
bastan. Muchos cronistas inclusive cumaneses, ubican la Villa de Toledo, en
diferentes sitios.
Don Fernando.
Algunos Cronistas afirman que Las Casas y Ocampo, se enfrentaron. Todo nos hace
pensar que Las Casas se encuentra con Ocampo en esta Villa de Toledo, sin
embargo hay razones fundadas para creer que esperó a Gonzalo de Ocampo en
Puerto Rico; así se desprende de una carta firmada por Antonio de Gama, a S. M.
que lo dice: “En 8 del presente llegó a San Germán una armada que el Almirante
(Diego Colón) y jueces envían a
Paria a castigar los que mataron los
frailes. Bartolomé de Las Casas, capellán de V. M., llegó en este medio tiempo,
con el despacho para poblar dicha provincia y sus comarcas. Háyase muy confuso.
San Juan, 15 de febrero de 1521” .
Don Fernando.
Realmente no tengo ningún recuerdo de eso que decís.
Rivero. No se si lo
que digo es cierto, pero así aparece de mis investigaciones. La armada de
Ocampo, que fue autorizada por la Real Audiencia de Santo Domingo el 14 noviembre de 1520, llegó al Puerto de San Germán el 8 de
febrero de 1521, en el mismo mes que lo hace la expedición de Las Casas, que
partió de Sanlúcar en diciembre de 1520. Una barco de aquellos tiempos, tardaba
desde cualquier puerto de España, hasta Puerto Rico, Santo Domingo o Cuba, un promedio de 40 días, y por lo tanto, si la
expedición de Ocampo, llegó al puerto de
San Germán el 8 de febrero, si es posible
el encuentro de Las Casas y Ocampo en ese puerto, como afirman muchos
historiadores y cronistas; y luego de la entrevista, Ocampo partió hacia el pueblo de Maracapana para
iniciar su campaña de terror.
Rivero. Y... cómo
fue su viaje a Cumaná.
Don Fernando. Las
Casas llega a la Nueva Córdoba y es
recibido por los franciscanos, con
entusiasmo, el 15 de agosto de 1521, ya
estaban en cuenta de su viaje y se prepararon para recibirlo. con muestras de alegría, cantando el “Te Deum
Laudamus”: “Benedictus qui venit in domine Domine”. Lo sé por boca del mismo Las Casas, y me contó que“Tenían una casa y monasterio de madera y
paja y una muy buena huerta adonde había naranjos de maravillosas naranjas (un
naranjo en esa época tardaba seis o siete
años en producir frutos) y un pedazo de viña y hortalizas y melones muy
finos y otras cosas agradables; todo esto habían puesto y edificado los religiosos de la misma orden
que fueron al principio, cuando el padre Pedro de Córdoba con sus dominicos
como en el Capitulo 54 de la parte II,
queda declarado. Estaba esta casa y esta huerta
a un tiro de ballesta de la costa
del mar, junto a la ribera del río que llama Cumaná, de donde aquella tierra se
nombra Cumaná”.
Este texto no tiene
desperdicio, confirma en todo lo que hemos venido exponiendo. En la
desembocadura del río Cumaná por el Golfo de Cariaco, en el sitio llamado Los Cerritos, encontró
Bartolomé de Las Casas la misión de los Franciscanos que trajo Pedro de
Córdoba, hacia 6 o 7 años, o sea entre 1513 y 1514; tenían una casa grande y un
monasterio, y por supuesto ese monasterio no solo era para holgar los frailes
sino que servían a una comunidad heterogénea, que dio comienzo a la primera
ciudad fundada por españoles en América.
Bartolomé de Las Casas se asienta cerca de la
misión, construye una casa grande, el dice como una “atarazana”, es decir, un
galpón de dos aguas de barro y paja -bahareque- con techos de caña –lata-, amarrada con bejuco –mamure- y
hojas de palmera –carata, moriche, etc-,
que usaban los indios para construir
sus bohíos o churuatas. Construcciones livianas y antisísmicas, que muy
pronto los españoles aprendieron a construir y mejorar.
Todo marchaba, pese
a las circunstancias, en las misiones dominicas y franciscanas de Cumaná y
Chiribichí (Chiribiche para Pedro de Córdoba); la iglesia y la escuela,
funcionaban como puede comprobarse cronológicamente en las Cédulas Reales
despachadas para atenderlas. En 1516 envían misioneros de refuerzo, desde España;
y en 1519 envían 20 misioneros más para Cumaná, la diócesis era prácticamente
un hecho; también mandan ornamentos para
cinco iglesias, y se proveían zapatos, camisas y mantas para los estudiantes;
con todo ello crecía y fortalecía el asentamiento. En 1516 ordenan que se les
pague salarios y en 1519 se nombra el
obispo de Paria con sede en Cumaná, porque aun Nueva Cádiz no era ni siquiera
pueblo y se ordenan ornamentos para las cinco iglesias de la diócesis; en 1523
se nombra veedor de rescates y veedor de la armada “como solían”;
Tiempo
después, en 1521,Castellón, y hasta 1591 hay cédulas para el convento de
la Nueva Córdoba
y las iglesias de Cumaná, porque los dos pueblos crecieron juntos hasta que se
fundieron en uno solo, la
Cumaná de Diego Fernández de Serpa de 1569; todo esta probado, todo ello consta con sello real, es indubitable. A los que no lo
entienden les queda el derecho de pataleo y el sofisma, muy bueno para lograr
esquivar los hechos y las escrituras.
Las relaciones entre las dos culturas funcionaba, los jefes de familias
enviaron a sus hijos a la escuela y aprendían la religión católica. Los indios
también enseñaron a los españoles muchas cosas del Nuevo Mundo: fabricar
casabe, que fue un elemento indispensable para expedicionar, y la arepa, el mejor pan americano; les
enseñaron su idioma, el uso de sus armas, la caza y la pesca,
los frutos, las platas comestibles, la fabricación de los utensilios
para el hogar, y sobre todo las plantas medicinales. Ellos entre tanto aprendieron
a vestirse, calzarse, comer alimentos
europeos, la religión, y pese a que eran buenos constructores de barcos,
aprendieron las técnicas europeas, que eran más avanzadas.
Las Casas no llegó
solo a la misión, sino con muchos colonos y protección militar bajo el mando de Soto, decidido a
conquistar Tierra Firme; y con bastante poder, como puede colegirse del trabajo
que adelantó en el tiempo que estuvo en
Cumaná, ya que no solo construyó su casa sino que emprendió o continuó la
construcción del fuerte de Santa Cruz de
la Vista , en la
boca del río Cumaná, con bloques de
piedra, de las canteras explotadas en Araya. Debemos meditar sobre el trabajo
que ello significó, aunque Las Casas no lo comenta. El y
mucha gente trabajaron en ese proyecto, a menos que fuese mandado por el Rey directamente, lo que resultaría muy raro, ya que estaba
comprometido a hacerlo. Las canteras, al parecer, estaban en producción desde
1504. La explotación de las canteras de Araya ya eran viejas cuando llegó Las
Casas a Cumaná; y así, sin magia, podemos entender, porque algunos historiadores obvian estos detalles,
sobre la construcción del fuerte; una
mole de piedra como aparece en el dibujo de Castellón, en la boca del río, cuyo propósito principal
era proteger al pueblo de Cumaná y al de
la
Nueva Cádiz, cuyo
poder aumentaba en forma vertiginosa, y
competía ventajosamente con el pueblo de
Pedro de Córdoba, unido a los franciscanos de Garceto, que se quedaron en Cumaná
y que siempre estuvieron bajo su mando.
Siempre fue importante el fuerte, para proteger
a los negociantes de Nueva Cádiz, que venían en busca de sal y el
preciado líquido, entre ellos Castellón, sin el cual Cubagua se moría porque es
una tierra yerma, y el agua de Cumaná era de muy buena calidad; no creo, como afirman algunos historiadores,
que los de Cubagua se opusieron a la construcción del fuerte, porque ellos eran
los beneficiados, y fue un comerciante de la Nueva Cádiz , Jácome
Castellón, quien lo concluye y se lleva todo el mérito. El padre Álvaro Huerga,
en su obra citada, refiriéndose a Las Casas, nos dice: “No logró poner el ramo
en lo alto de la torre”, es decir no pudo terminarla, y da a entender que la
inició y casi la concluyó, y agrega: “A poco de llegar esperanzado y esforzado,
la fortuna le volvió la espalda, todo le rodaba mal, por culpa de los perleros y rescatadores; iba
y venía, no daba paz a los pies y a la
pluma, reclamaba a unos y a otros, con
las reales cédulas en las manos. Pero
nadie le hacía caso. Decidió ir a Santo Domingo en busca del respaldo de los
representantes de la Corona ,
y dejó como lugarteniente a Francisco de Soto, al mando de su empresa. Y
estando aun en Cubagua, atareado en buscar apoyo, los indios arrasaron la
atarazana del clérigo y el convento de los franciscanos: en una canoa que
tenían en el estero de la huerta huyeron
los religiosos, a excepción de uno, fray Dionisio, que los indios mataron a
macanazos; Francisco de Soto, herido por una flecha envenenada, muere también”
(43).
El Padre Huerga,
como buen español, se burla del fracaso de Las Casas, y lo refiere a sus
críticos: López de Gómara y Fernández de Oviedo, que también se burlaron de él,
por las mismas razones nacionalistas; pero de la obra de la que no pueden hacer
sorna, y es la más grande que cronista alguno ha dejado; de ese castillo para
la investigación, no dicen nada los críticos de Las Casas; la obra monumental que escribe, y que es el estudio pormenorizado de las naciones
indígenas, testimonio que legó a la humanidad, porque no solo se ocupó de
historiar la crueldad de los españoles en la conquista, sino que se ocupó de toda la cultura indígena con la
minuciosidad que solo un sabio inspirado como él podía penetrar. En cualquiera
de los tomos de sus Opúsculos, Cartas y
memoriales; en La Historia
de las Indias; sus estudios sobre la Isla Española , México, la provincia de Paria: sus animales, hierbas y plantas; sus habitantes, su gobierno, alimentación, trabajos y cultivos, etc. Sus
obras son hoy en día imprescindibles para entender y estudiar
la etnohistoria americana.
Las Casas, después
de sus luchas en Cumaná, triste y
endeudado, va a Santo Domingo y se recoge en el convento de sus amigos los
Dominicos, viste su hábito y permanece
con ellos hasta 1526, cuando se traslada
a Puerto de Plata, en la misma isla,
donde construye una iglesia e inicia la escritura de su obra la
“Historia de las Indias”.
Muere Pedro de
Córdoba en mayo de 1525, víspera de
santa Catherina, y lo sucede en el mando su compañero de siempre fray Tomás de Berlanga, que obtuvo
en 1530 la autonomía de la Orden
en el Nuevo Mundo, con todos los conventos fundados por ellos en las islas y en
la tierra firme.
Domingo de Betanzos
en México, en un convento formado por él, recibió novicios indígenas por vez
primera en América, en lo cual tuvo éxito, sin embargo había una gran
corrupción en el trato para los indios, y los pocos frailes comprometidos que
habían en México, no podían controlar la corrupción de frailes, Oidores y demás autoridades, que
permitían el trafico de esclavos; fue
entonces que los obispos de México y Tlascala,
Juan de Zumárraga y Julián Garcés decidieron llamar a Bartolomé de Las Casas para reformar y corregir los
desafueros de aquellas autoridades y frailes.
Bartolomé inicia su campaña de saneamiento; somete a los delincuentes,
apresa muchas autoridades y frailes, los somete a juicio y logra normalizar la
situación.
A Fray Tomás de
Berlanga, Vicario de los Dominicos, lo
nombran obispo de Panamá, y envía
adelante a Bartolomé y otros dominicos,
que pierden el rumbo y paran en Nicaragua. Allí después de mucho trabajo,
Bartolomé expone al Gobernador Rodrigo de Contreras, la idea de atravesar el
istmo de Panamá, a través del río Desaguadero y la laguna de Nicaragua, o sea nada menos que el Canal de Panamá; sin
embargo este Gobernador no solo lo excluye de la expedición preparada al
efecto, sino que lo persigue, y tiene que huir y refugiarse en Guatemala, donde
el obispo Don Francisco de Marroquin, lo
nombra Protector de los Indios en 1536, y en 1537 lo deja encargado de su
diócesis cuando es promovido a obispo en
México.
Rivero. Bartolomé de Las Casas, llega a la misión de
Córdoba, es recibido por los misioneros franciscanos, cuyo vicario continuaba
siendo Juan Garceto, que le debía obediencia, y estaban en el mismo sitio en
que los dejó Pedro, a la desembocadura del río Chiribichi, que ahora los
españoles llamaban Cumaná, nombre del Cacique Alonso, en el mismo sitio donde
crecía el caserío que iniciaron Francisco Fernandes de Córdoba y Juan Garcés, que como recordarán vinieron en la expedición
organizada por Pedro. El pueblo estaba
defendido por la inmensa planta del fuerte de Santa Cruz de la Vista , que ya tenía varios
años en construcción; estratégicamente ubicados en Los Cerritos, donde los frailes habían
construido un canal de riego, un buen
puerto, dos iglesias y un monasterio de cal y canto, y muchas casas de
españoles y de indios; tenían muy buenos cultivos de uvas, naranjas, melones, verduras, maíz, y otras frutas y raíces, de la región, donde
trabajaban muchos indígenas, a un tiro
de ballesta, del lado derecho del río, visto desde la playa, en la desembocadura del río por el Golfo de
Cariaco; Las Casas quedó maravillado, y
holgó mucho con los picardos de lo que
veía, y de inmediato procedió a trabajar en la construcción de su casa y de la
casa del fuerte de Santa Cruz de La
Vista , una torre espaciosa, que daba cabida aun buen
contingente de oficiales y soldados; y allí sabe, por boca de los indios, la
tragedia de los misioneros; y por ese relato
es que vienen a conocerse
aquellos hechos dolorosos.
Los testigos le
cuentan en detalles, el sacrificio de los primeros mártires cristianos de la
tierra firme, y él los trasmite como si los hubiese vivido.
Dice el Las Casas:
“Supimos después, de algunos indios, que primero mataron al fraile lego (Juan
Garcés), estando el presentado fray Francisco de Córdoba atado y viéndolo
matar, en lo cual parece haber proveído la bondad divina a la flaqueza del
fraile lego, que pudiera en la fe y
virtud desmayar, dejando para postre al que, como más ejercitado en la virtud y
religión y también en letras, debía tener mayor constancia”.
Nada podrá cambiar
este relato porque el Cronista conoció los hechos en Cumaná donde, estuvo
cuatro meses, construyó una casa –o atarazana- como dice el mismo Cronista.
Participó y congenió con los franciscanos y con
los indios, continuó las obras
del fuerte de la Nueva
Córdoba , “Santa Cruz de la Vista ”, que después terminó Jácome Castellón en
1523, y nos dejó los dibujos que hizo o mandó hacer, tanto del fuerte como del
pueblo; lo que oyó y escribió, Las
Casas, de ese pueblo, sobre hechos
recientes que estaban frescos en la memoria, y aun vivían los
protagonistas, es lo que sabemos de ese
episodio, los demás que han escrito sobre ese
episodio, han tratado de confundir,
ya que aun estaban los testigos, las pruebas y los detalles del
sacrificio de los misioneros. Son los mismos
indígenas, los familiares del cacique Cumaná o Alonso, los que participaron en el
sacrificio, en el mismo sitio de los
acontecimientos, ellos mismos se lo contaron a Bartolomé, como podemos apreciar
de ese relato; y no pudo haber ocurrido en otro lugar distante, al cual el
cronista nunca fue.
El mismo Pedro de
Córdoba se encargó de ir a la misión a verificar los hechos, pero cuando él fue
no pudo enterarse ni confirmar nada. Tal
vez los mismo indios se horrorizaron de lo que habían hecho. También es posible que luego hayan pasado
hechos similares en la larga costa de la provincia, y por eso se confunden los
historiadores en el tiempo, las fechas y los nombres de los actores, los
testigos amañados en los procesos, y los cuentos de los marineros, como
afirma el gran historiador Juan Manzano Manzano, de otros eventos. No es lo mismo “vivir” un
acontecimiento que referirlo después con datos amañados o repetir e interpretar lo que escriben oficiantes de
escritorio, y Las Casas los vivió y convivió con sus actores. ¡Como pueden
ubicar al cacique Cumaná o Alonso, en Chiripichí o en Píritu?. ¿ Díganos usted,
a quien vamos a creer?. ¿Que otra fuente puede ser más confiable?
Rivero. Sobre todo porque Casas estuvo en
Tierra Firme, y trabajó con esos indios y esos frailes; vivió esas
experiencias, escribió sus vivencias y las de ellos, y esto desde el punto de
vista filosófico tiene mucha importancia;
las escribió como nadie lo hizo después. Sobre todo que sus relatos
coinciden con los documentos que existen y son indubitables; y no existe ningún documento, ninguna cédula
real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse opiniones contrarias a Las Casas. Las únicas cédulas que se promulgaron y que
existen y hablan de esta tragedia, se
refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná, Costa de las Perlas o Tierra Firme, que
es lo mismo. Y Las Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo
contaron los indios allí en Cumaná, como usted atinadamente lo confirma. Alonso
era el cacique de los cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en
Píritu o en Santa Fe; y yo afirmo y
afirmo que muchas de las crónicas de esa época, que trascribe Las Casas, las
escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos que vinieron con Pedro de Córdoba, como puede constatarse con una simple lectura
de estas páginas, porque Casas no podía decirlo en tercera persona.
Don Fernando. Hubo
muchas expediciones después de la de Pedro, sobre todo a resgatar indios.
Rivero. Y por
supuesto que también sucedieron algunos
percances parecidos a éste de la primera expedición que no han sido bien
tratados, y el mismo Pedro de Córdoba
denuncia uno ellos en su carta de 1517. Un historiador, don Arístides Rojas, también confunde esta
expedición exploratoria con la de los franciscanos de 1515, que como sabemos
fue una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada,
auspiciada y dirigida por Pedro de Córdoba.
Don Fernando. Tengo
muy claro todo eso, en cierta forma fui protagonista de esa historia, traje en mi barco muchas veces a Pedro y su
gente hasta la misión.
Rivero. Entonces es
cierto que vinieron en un mismo barco,
bajo el patrocinio, mando y tutela de Pedro de Córdoba, y bajaron a tierra bajo su autoridad, porque el territorio le fue concedido por el Rey a
él y a ninguno otro más en esa oportunidad.
Bartolomé de Las Casas conoce esta historia contada por sus
protagonistas, con los cuales convivió y a los cuales amó ingenuamente. Pedro fue su maestro, su
modelo y nadie como él para contar su
historia.
Don Fernando. Hubo
mucha violencia de parte de una cáfila de aventureros que vino a La Española , y también por
la corrupción de los jueces.
Rivero. En la
medida en que avanzó el control del imperio sobre estas naciones, la selección de los colonos fue más
exigente en España. Aquí en Cumaná hemos aprendido mucho de esos tiempos, y
además, a nuestros efectos, el estudio
de la fundación de Cumaná ha sido alentador, por que a ella vinieron franciscanos franceses y de otras naciones,
y después vinieron grades maestros y muy buenos gobernantes. Cumaná fue fundada por españoles y
franceses, dos culturas distintas unidas con un propósito común, y que son
probablemente los que escriben las primeras
crónicas.
Don Fernando. Tuve
la dicha de conocer a esos santos sacerdotes que vinieron. Había uno muy alto,
era un príncipe escocés, con el cabello y la barba muy blanca que parecía un
santo romano salido de un cuadro de Miguel Ángel.
Rivero. De las
crónicas que nos dejó Las Casas, se puede deducir, que algunos textos fueron
escritos por los picardos que lo acompañaron,
por ejemplo, aquello de que Pedro
tenía que hablar en latín, porque no
entendía lengua de los picardos;
como aparece en el relato de la segunda
expedición, de la que ya hablamos, veamos: “Estando en este peligro, dijo el
padre fray Pedro al principal de los frailes franciscanos -(Juan Garceto)- en
latín, porque no entendía nuestro romance: Pater, hodie oportet nos hic mori pro Christo. Respondió el buen
religioso: Sit nomen Domini benedictus”.
El Cronista fue indudablemente un picardo de los que vinieron con Pedro,
esto tiene importancia sobre todo para aquellos historiadores que pretenden que
las órdenes dominicas y franciscanas no vinieron juntas en un mismo navío.,
bajo el mando de Pedro de Córdoba.
Don Fernando. No
conocía yo estas menudencias, pero me parece muy acertada la conclusión, porque
además es muy cierto, todo ello, ya que Pedro era el superior de ambas órdenes
en esa expedición.
Rivero. Pues bien,
tengo entendido que Bartolomé informa a
Pedro, de sus luchas en Cuba, y se obliga a continuar la obra de Pedro. Se irá
a Castilla a denunciar la conducta
criminal de los conquistadores.
Don Fernando. Pedro
sabía de antemano la historia del clérigo en Cuba, pero también, que estaba muy
arrepentido de sus aventuras, y era un hombre muy decidido.
Rivero. Al parecer a Pedro le causó buena impresión
la determinación del clérigo, y se
sintió recompensado en sus luchas; y que le dijo: “no se perderán vuestros trabajos por que
Dios tendrá buena cuenta dellos, pero
estoy seguro, que mientras viva el Rey, no habremos de adelantar nada sobre nuestros propósitos”. A estas
cuestiones que planteaba Pedro, porque estaba algo decepcionado, Bartolomé
respondió, “Padre yo probaré todas las
vías, y espero que Nuestro Señor me ayude” .
Don Fernando. Todas
esas cosas ya las se, y valla que me
consta, conocí de buena fuente aquellos momentos. Pedro se refiere, a la influencia del Obispo
de Burgos, Lope Conchillos, hombre poderoso con fuertes intereses en Santo
Domingo, a quien denunciaba como encomendero,
y a otros deste negocio, que auspiciaban y aprobaban los métodos de los
colonos en las islas y no daban crédito a la prédica de los dominicos. Así como
Pedro confiaba en el Católico,
desconfiaba de sus colaboradores y consejeros.
TERCERA EXPEDICIÓN
FUNDANTE. Finales de octubre o
principios de noviembre de 1515.
Rivero. Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con
Pedro, “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para Sevilla, en compañía
de fray Antón de Montesinos, y que una
vez en aquel puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y
fray Antón, fue a su Monasterio.
Don Fernando. De
eso se muy poco, yo me quede con Pedro preparando la tercera expedición ,
que se hizo en mi barco, y que fue una
aventura prodigiosa, que si me lo permite, le puedo narrar de la A a la Z , porque la tengo muy fresca en
mi memoria.
Rivero. Para
nosotros será muy placentero.
Don Fernando. Os
ruego que pongan atención porque no me gusta repetir, y a veces pierdo el hilo
cuando me interrumpen. –El Capitán suspiró profundamente, cerró los ojos, y
dijo: Bien, ese día de principios de noviembre de 1515, vino Pedro con otros más y me dijo: Fernando,
tenéis que preparar el barco porque
vamos a expedicionar a Tierra Firme, en los dominios del cacique Cumaná.
-Yo le advertí,
reconozco que me apresuré, le dije: Pedro, tu sabes lo que acaba de suceder,
con la avanzada que enviaste, tu mismo fuiste y te contaron toda la tragedia
que vivieron en esas tierras.
Pedro. No me recomendaríais
que abandone la misión, o sí. Sabéis que no lo haría aunque supiera de cierto
que en ello va mi vida.
Don Fernando. De
ninguna manera, tanto el barco como yo, estamos listos para cuando lo decidáis.
Pedro. Alabado sea
el Señor. Manos a la obra, envía unos hombres con carretas para acarrear
todo lo necesario, y esta vez iremos con muchos frailes, muy piadosos, que
están dispuestos a morir de ser necesario para establecernos en la orilla del
río Chiribichi. También llevaremos gente de guerra que nos ofrece el
Visorey.
Don Fernando. Me
ocuparé de todo, no os faltará nada.
Rivero. Usted
recordará la fecha en que salieron de Santo Domingo.
Don Fernando. Os
puedo decir que a principios de noviembre ya estábamos surtiendo el navío, y en
ello transcurrieron varios días. Tanto los materiales que trajo Pedro de
Sevilla, como los que había acumulado en Santo Domingo, porque déjeme decirle,
el voluntariado fue infinito. Pedro tuvo que sortear entre ellos los que debían
venir, y los que no pudieron, ciertamente lloraron pero comprendieron, no era
posible que entraran todos.
Rivero. Cuantos
frailes franciscanos fueron en ese viaje.
Don Fernando. Eran
once. Juan Garceto, también tuvo que seleccionarlos, muchos querían ir, pero
tampoco podían dejar a Santo Domingo sin franciscanos.
Rivero. Y
dominicos, cuantos, y que más llevaban.
Don Fernando.
Fueron cinco con Pedro; y además de los 20 tripulantes y 150 soldados, iba la servidumbre y varios
esclavos negros; 6 mulas, 3 asnos, 4 vacas, 3 perros, 20 gallinas, 6 gallos.
Varios sacos de harina y barriles de vino. El material para la construcción y
ornato de las iglesias ocupaba la parte principal de la carga, pero
como iba en cajas, no se lo puedo describir.
Rivero. No importa,
eso satisface mi curiosidad histórica. Era una expedición con todas las de la Ley.
Don Fernando. Puede
usted creerlo. ¡Valga el cielo!
Rivero. Cuanto
tiempo tardo el viaje.
Don Fernando. Mire
osted. Normalmente son 7 días. Pero con la cantidad de cosas que sucedieron en
realidad ya ni se cuanto duró el viaje.
Rivero. Y que
sucedió, que me tiene en ascuas.
Don Fernando. Pero
es que osté con tanta pregunta suelta no
me deja contar la historia de ese viaje. Espere que le cuente una cosa y
después otra... Es probable que el viaje durara normalmente 7 días., pero
tuvimos que parar en la isla de la
Mona a cargar casabe, que era muy importante porque no
teníamos otro pan. Allí paramos dos o tres días. Luego Pedro quiso parar en
Araya, para cargar un poco de sal. Estando en Araya supimos que los Caribes
estaban atacando a Cumaná. Vimos infinidad de curiaras caribes pasar veloces
frente a nosotros con dirección al puerto en la boca del río Chiribichi, en el golfo de Cariaco. Pedro, serenamente me dijo.
Pedro. Fernando, esta es nuestra oportunidad para
ganarnos el aprecio de las tribus atacadas.
Fernando. Que me quieres decir.
Pedro. Partamos
inmediatamente para ese puerto, enfrentaremos a los caribes y los haremos huir.
Fernando. Bien
-Grité a todo pulmón- Todos a bordo, y
preparen las armas, que vamos a pelear.
El Ramón Berenger, como en sus buenos tiempos, inflamó las velas y zarpó raudo buscando su
destino. Tardamos cerca de dos horas para estar frente Cumana, los caribes
no se amilanaron y nos atacarnos con sus flechas envenenadas, pero estábamos
muy bien cubiertos y preparados para responder con nuestros mosquetes.
Intentaron abordarnos y los rechazamos, produciéndoles muchas bajas. Los
caribes son soldados entrenados en el arte de la guerra. Los capitanes llamados
ditainos, conducen a sus hombres con sonidos como pájaros, cuando ven que no
pueden controlar una situación se repliegan, se reúnen, discuten e improvisan otra estrategia. Volvieron con
flechas encendidas, tenía que acercarse a nosotros para poder llegar a las
velas. Temiendo un incendio mandé arriar las velas, y protegerlas, los caribes
no se atrevían a acercarse al barco por temor a los mosquetes que al parecer ya
conocían, y desistieron de este ataque. Vimos a los ditainos reunidos otra vez, y al
parecer decidieron no ocuparse de nosotros, sino seguir atacando al poblado, y
se internaron río arriba para atacar por
tierra. Entonces lleve el barco hasta el
puerto, donde fuimos bien recibidos. Un cacique muy joven, se presentó y por
medio de un lengua, nos hizo saber que un jefe estaba mal herido, y que podía
sanar con la medicina del hombre blanco.
Pedro pidió que lo llevaran ante el herido. Lo examinó y lavó las heridas por las cuales salía mucha
sangre, dedujo que el mal no estaba allí, las heridas no eran peligrosas, pero
descubrió un dado seguramente envenenado con curare. Entonces se arrodilló,
sacó el dardo, y con un cuchillo hizo una incisión profunda, el herido
reaccionó y dejó escapar un quejido profundo;
luego Pedro chupó la sangre que ahora se negaba a salir, como si el
herido la contuviera; Pedro le dijo en su idioma: No te opongas, es por tu bien en ello te va la
vida; y la sangre y el veneno salieron
milagrosamente. Pedro se levantó y le dijo al joven cacique, déjenlo reposar,
pronto estará bien. El joven salió a la puerta de la churuata, y gritó. Mi
padre estará bien, el hombre blanco le salvó la vida. Vamos a pelear contra los
Caribes. Tomen sus armas.
Como yo hablaba
bastante bien la lengua chaima, me acerque al joven y le dije: “A los caribes
no se les puede pelear de frente, hay que prepararles una emboscada. Ellos son
artistas en las emboscadas. Primero enviaran a
los hombres caimanes, que se arrastrarán por el suelo selvático y
eliminarán a tus vigías; y prepararan el
terreno para sus otros batallones. Vendrán luego los hombres monos, que traerán
las flechas envenenadas a través de los árboles donde son invisbles, y les
dispararan a tu infantería, que no sabrá de donde le llueve la muerte; luego vendrán los jaguares en oleadas, que
atacaran a la infantería y a los que queden activos de las embestida de los
batallones anteriores; y nunca podrán
detenerlos, si no nos preparamos para vencerlos.
El joven cacique,
se dio cuanta del peligro y que estaba frente a un capitán muy bien informado,
y entonces pregunto.
¿Y como haremos
para vencerlos?
Tal vez no podamos
vencerlos, pero si atemorizarlos y ellos, que son muy listos, abandonarán el
territorio. Tengo 150 hombres armados con mosquetes, para dispararles a los
hombres monos. Si me autorizas los mando a formar.
¿Y los caimanes?
Ordena ya a los vigías, que se
retiren. Al no encontrarlos los caimanes se retiraran. Pon a
tus arqueros en dos filas, una detrás de la otra. Se que tienen carey de
tortugas gigantes en abundancia, y que suelen usarlos como escudos. Manda
buscar los que puedas, y repártelos entre los
arqueros de primera fila, cuando se produzca el ataque, tanto de los
monos como de los jaguares, que se metan
detrás de ellos; y después del ataque, los de la segunda fila se levantarán y
dispararan sus flechas envenenadas con curare, este hecho inesperado los
atemorizará. Después cada arquero, que
levante su carey para cubrir al que disparó, que será objeto seguro del ataque
de los hombres leopardos que disparan instintivamente; o sea, que
se defiende el soldado del escudo y
defendiendo al compañero que dispara y que está detrás de él. Entre
tanto mis hombres cazaran a los hombres monos al pasar de un árbol a otro. Y
cuando ellos los vean caer, se replegaran, buscando las órdenes el ditaino. Y
cuando este reunidos, mis hombres les dispararan, y al no obtener órdenes se
retiraran desconcertados.
Eres un hombre
sabio. Creo entender, pero me falta experiencia. Tu puedes ayudar, y salvar mi
pueblo. Ven conmigo al frente, tu dime, yo doy
órdenes
El joven cacique,
al cual bautizamos Diego, dio las órdenes que discutimos, las cuales se
cumplieron al punto. Esperamos
pacientemente el ataque. El sol comenzaba a declinar cuado se escuchó entre las
ramas de los árboles el silbido
característico de los ditainos, y el movimiento de las ramas de los árboles.
Casi al mismo tiempo se oyó el primer tiro de un mosquete, y el grito de muerte
de un hombre mono. En las filas de
nuestra infantería se escucharon varios
quejidos, pero la estrategia funcionaba,
ya que los jaguares no podía romper nuestras filas. De repente se escuchó un
tropel, los caribes bailaban la danza de la muerte y bebían aguardiente,
seguramente para darse valor. Volvieron a atacar, y nuevamente fueron
repelidos, no entendían lo que pasaba y estaban perdiendo a sus capitanes,
porque mis soldados, los descubrieron y les disparaban preferentemente, por
otra parte los ditainos estaban tan bien preparados físicamente para detener
las flechas, que creyeron que era igual con los mosquetes, y cada vez que se
enfrentaban a los tiradores salían heridos. Los ditainos llevaban pequeños
escudos de cuero en las muñecas y en los tobillos, y con esos pequeños escudos
detenían o desviaban las flechas, era casi imposible herirlos. Pero no contaban
con los mosquetes, no los conocían, con
los mosquetes ocurría todo lo contrario, al tratar de detener las balas salían
heridos, y gran parte de ellos no se dio
cuenta a tiempo y pagaron con sus vidas.
La batalla estaba decidida, los
caribes se replegaron, tomaron sus curiaras y se alejaron, dejando un centenar
de muertos.
Pedro, Garceto y
algunos frailes se reunieron con los
venerables ancianos, y allí conversaron larga y amistosamente. Pedro hablaba
muy bien la lengua de los chaimas y eso le facilitó todo el proyecto. Los
ancianos lo escucharon , y se admiraron de todo lo que había hecho para
llegar a la desembocadura del
Chiribichi. Entonces Pedro les habló de Dios y de Iesu Cristo, de las maravillas
que había hecho y de la promesa de una vida después de la muerte física. Los
más ancianos recordaron a los espíritus de sus padres, los sarrase, los santos
del bosque; tambien les hablo de los hombres malos y de los buenos, del premio
y del castigo. En pocos minutos aquellos hombres estaba dispuestos a seguirlo.
El mas augusto entre ellos, habló.
Tu eres un hombre
sabio, y tus obras son sabias, quédate entre nosotros y enséñanos. Los otros
deben irse, nos traerán males inevitables. Busca un sitio y te construiremos
una churuata, allí trabajaras como nosotros, y podrás enseñarnos. Te daremos
una curiara y una mujer, ella te alimentará y te dará hijos.
Pedro Dijo, si me
permiten quedarme, también deben
quedarse los que me sirven, no puedo quedarme solo.
Y quienes de tanto
son los que te sirven.
Estos que son como
yo, y señaló a los frailes. Los hombres de guerra se irán mañana apenas salga
el sol.
Sea, como dices.
Diego te acompañará hasta que estés bajo techo, luego ustedes podrán hacer como
lo hacen los demás. Por lo demás, mi oferta sigue en pie.
Pedro se levantó y
los frailes hicieron lo propio.
Diego también se
levantó y les dijo: Síganme.
Y nos marchamos.
Los indígenas
celebraron la victoria escandalosamente, por todas partes salían bailando y
cantando; los tambores de madera, los pitos de bambú, y las maracas sonaban sin ritmo y sin
concierto. Unos daban voces y hacían sonar caracoles, aunque de vez en cuando
se escuchaba una buena voz de hombre o de mujer.
PRIMERA ACTA DE
FUNDACION DE CUMANA
Rivero. Entonces
esa fue la forma y el motivo que uso Pedro para quedarse en Cumaná.
Don Fernando. Así
es, por ese triunfo contra los Caribes,
logró Pedro que olvidaran el martirio de sus hermanos, y los hechos de
los rescatadores de esclavos.
Rivero. Yo quiero
leer un poco de la historia de Las Casas, en ese punto de la fundación de
Cumaná, para oír de sus labios los pormenores de la fundación de la primera
misión en tierra firme.
Don Fernando. Me
gustaría saber lo que dice la historia. Os lo ruego leedme esas páginas.
Rivero. En su obra
tantas veces citada:, dice Las Casas:
“Salidos de aquesta isla –se refiere a Santo
Domingo.
Don Fernando. Por
parte nuestra, La
Española. Podéis continuar, perdonad la interrupción.
Rivero. No al
contrario. Me puede interrumpir todas las veces que quiera.
Bien, dice Las Casas: “Salidos el padre dicho
y el clérigo –Montesinos y Las Casas.
Don Fernando. Se
muy bien lo que dice Casuas, porque eso mismo reza en mi bitácora, ya os he
dicho que viajaron en mi barco.
Rivero. Muy bien,
continúo. “El padre fray Pedro de Córdoba prosiguió su viaje para tierra firme con cuatro o cinco
religiosos de su orden, muy buenos sacerdotes, y un fraile lego, también con
los de San Francisco, los cuales puestos en tierra firme, a la puna de Araya,
cuasi frontero de La margarita, desembarcároslos con todo su hato y dejároslos
allí los marineros.
Don Fernando. Eso
no lo sabe Casuas, porque regresé de España en noviembre de 1515, y me tocó en
suerte embarcar para tierra firme a toda la expedición de la ya os hable.
Rivero. Bien, yo le
estoy leyendo lo que escribió Las Casas.
Prosigamos: “Los franciscanos y dominicos hicieron muchas y muy afectuosas oraciones y ayunos y
disciplinas, para que nuestro Señor les alumbrase donde pararían o asentarían;
y finalmente, los franciscanos asentaron en el pueblo de Cumaná, la última
aguda, y los dominicos fueron a asentar
diez leguas abajo, al pueblo de Chiribichí, la penúltima luenga, al cual
nombramos Santa Fe”.
Don Fernando. De
ese texto pareciera que continuamos el viaje desde Cumaná, hasta Santa Fe, el
mismo día, y eso no fue así, pasamos muchos días en Cumaná, después de la
victoria contra los Caribes, con los
indígenas, y colaboramos en la construcción de las casas e de la iglesia.
Rivero. Solo quería
leerle lo que escribió Las Casas.
Don Fernando. Yo
creo que esos textos los escribió Juan Garceto, y Casuas los anexo a su
historia, él estaba en España, no podía
saber nada de estos sucesos, hasta que llegó a Cumaná y se lo contaron o se lo
dieron por escrito los picardos.
Rivero. Este texto
lo he considerado como la primera Acta de Fundación de Cumaná, puesto que reúne
todos los elementos narrativos de la fundación de un pueblo español en el Nuevo
Mundo, como la hacían los cronistas de indias; se puede comparar con textos
similares de fundaciones de otros pueblos, como Santa María del Antigua, Nombre
de Dios, Coro, Santo Domingo, La
Habana , Panamá y Veracruz, etc. la única diferencia que se
podría alegar, en estos textos fundacionales,
está en el estilo o método de redacción, unos lo hacían por el
pretendido derecho de conquista y otros por el derecho a la evangelización
cristiana, cual es la fundación misional más utilizado en la tierra firme
americana. En este caso, tiene mucho más valor, porque Las Casas estuvo aquí, trabajó
en la fundación de Cumaná varios meses, y en relación con otros pueblos, solo
repite lo que escribieron otros.
Don Fernando. Estoy
de acuerdo con vos.
Rivero. De estos
textos, podemos colegir que Pedro, siguiendo su proyecto, parte de Santo Domingo, en el mes de setiembre de 1515 en una nave –
algunos historiadores dicen que la capitaneada por Juan Hernández de Cimeta,
que así lo testificó, según el acucioso historiador patrio Hernann González Oropeza.
Don Fernando. Este
don Juan Hernández de Cimeta, era mi Contramaestre.
Rivero. Este cronista acepta que viajaron los
dominicos y franciscanos actuando conjunta, fraternal y solidariamente, en
seguimiento del proyecto y bajo el mando espiritual de Pedro, obligado a fundar
pueblos, a iniciar el proceso evangelizador en la tierra firme.
Nadie conoce los
detalles que usted nos ha narrado. Las Casas dice que dejó a los franciscanos
en Araya bajo el mando de Juan Garceto, lo cual, por supuesto, no parece lógico, y aunque es una opinión
generalizada, creo que lo más probables
es que los haya dejado confortablemente establecidos en Cumaná, después de la
victoria contra los Caribes, y donde
estaban las misiones que él ya había establecido, y como usted dice, iban los
españoles de Cubagua, a buscar agua, y tambien perlas y bastimentos; y los dejó
con todo su hato, que como se puede entender, era como para fundar un pueblo,
para construir una casa y una iglesia, por cierto impresionante de acuerdo con
lo embarcado en Sevilla; y con órdenes muy precisas para la conducción de la
misión que estaba bajo su gobierno; se puede admitir, de acuerdo con documentos
de la Audiencia
de Santo Domingo, que estos franciscanos viniesen a reforzar a las misiones que
quedaron de la primera expedición de 1514;
estas son conjeturas, pero es lo que considero más lógico y así se
deduce de los documentos de Gonzalo de Ocampo que más adelante transcribimos,
por que Pedro vino a fundar pueblos misioneros y así lo hizo, hay que traer a
colación esos documentos de 1521, que nos dicen que hacia mas de 6 años estaban
los franciscanos en Cumaná a orillas del río, y a esos franciscanos los trajo
Pedro en la primera expedición, o los envió luego, porque él era el único que
podía hacerlo.
Pero,
recapitulemos, Pedro deja a Juan Garceto
con los franciscos en Cumaná, dice Las Casas, probablemente en Punta
Araya, “frontero con La Margarita ”, que luego fueron a parar, definitivamente, en el pueblo de Cumaná; y Pedro continúa su expedición, con los
dominicos, hasta Chiribichí (Pedro lo llama Chiribiche), y bautiza con el
nombre de Santa Fe, que fue su consigna, constancia y valor, donde se asienta e
inicia la evangelización y procede a la construcción de un monasterio, deja
encargado de la misión a fray Diego de Velasques, como en Cumaná dejó a
Garceto, y vuelve a Santo Domingo; por ser el Vicario de Indias con sede en esa
ciudad, pero mantuvo su patrocinio y autoridad sobre estos asentamientos hasta
su muerte. José Mercedes Gómez, en su
libro citado, dice: “La llegada de los
primeros franciscanos a Cumaná debió suceder a finales del mes de noviembre de
año de 1515. El reverendo padre y
notable historiador Nectario María
confirma lo historiado por Las Casas, cuando escribe: “Por los datos que he
podido reunir consta que en noviembre de 1515, en el mismo barco llegaron a las
costas de Cumaná, religiosos franciscanos y dominicos: los primeros se
establecieron cerca de la desembocadura del río de este nombre y los segundos
junto a una aldea indígena llamada
Chiribichí, de allí el nombre de Santa Fe de Chiribichí, dado a este asiento
misionero” Lo que no se le ocurre a Nectario María, es que esa expedición que trajo a los
franciscanos y dominicos, fue preparada en todos sus detalles por Pedro de Córdoba,
y como ustedes pueden ver si leen estas páginas, le costó muchos sacrificios y
en ello empeñó su vida. Pedro fundó las dos misiones y les nombró sus vicarios,
como suelen hacer los obispos o vicarios.
Entonces, Juan Garceto y sus
misioneros franciscanos, que vienen trabajando con Pedro en seguimiento de su
proyecto, se establecieron en el mismo sitio al cual llegaron Francisco
Fernández de Córdoba y Juan Garcés, y seguramente muchos otros misioneros,
entre 1513 y 1514, se asentaron en los Cerritos, donde indudablemente tenían su
asiento como puede verse en dibujos y planos de aquellos tiempos, a un tiro de ballesta de la orilla del mar,
en sitio cómodo de la desembocadura del río Chiribichi o Cumaná, por el Golfo de Cariaco, sitio que hoy
conocemos como “El Barbudo” -a 50 metros de sus orillas, dentro de lar, están las ruinas del fuerte de Santa Cruz de La Vista- donde se desarrolló el pueblo de La Nueva Córdoba ,
nombre dado en honor a su fundador; y de
seguidas veremos como se consolidó este asiento misional que se convierte luego
en una población próspera.
Con Juan Garceto,
llegaron a Cumaná, sus compañeros picardos y de otras nacionalidades: fray Juan
Flamigi (flamenco), fray Ricardo Gani de Manupresa (inglés), fray Jacobo
Hermigi, fray Ramgio de Faulx, fray Jacobo Escoto (escocés), fray Juan de
Guadalajara, y fray Nicolás Desiderio; los cuales continuaron el trabajo
iniciado por sus predecesores mártires; construyen un monasterio, refundan la escuela para los niños indígenas,
reconstruyen una iglesia que había sido
destruida por los
indios, e inician y terminan otra iglesia.
De ese trabajo fundacional, Arístides Rojas, poéticamente nos dice:
“Bajo la sombra de
las acacias y las palmeras en la capilla del Monasterio, o en la huerta donde los misioneros cultivaban la tierra,
recibían los neófitos Cumanagotos, las
primeras lecciones de lectura y
aprendían del coro la oración dominical que en la infancia de las sociedades
cristianas es el aliento espiritual de la joven familia”.
José Mercedes
Gómez, Cronista de Cumaná hasta 1994, en su opúsculo “Orígenes de la Ciudad de Cumaná, dice: “Al
Parecer pacíficamente trascurrieron los años. Para el año de 1516 había nueve
frailes, incluyendo al superior Fr. Juan
Garceto y funcionaba por lo menos una escuela con unos 50 alumnos indígenas”. Es el embrión de la ciudad de Cumaná.
El Rey Carlos
I, autorizaba a la Casa de Contratación en mayo
de 1519 que “Hemos mandado proveer que además de las dos iglesias y casa de San
Francisco que están en la costa de
Cumaná, que es la de tierra firme del mar-océano, se edifiquen otras cinco
iglesias y casas en aquella costa, en que se celebre el culto divino y que
puedan morar cuatro religiosos de dicho orden y debían proveerse escuelas;
iglesias y conventos de todos los materiales y útiles, necesarios para la
enseñanza al culto y al trabajo
agrícola”.
En este texto se
puede advertir, sin mayor esfuerzo, que el Rey afirma, sin ninguna duda, que
existían un monasterio y dos iglesias que están en la costa de Cumaná.
Declaración que debe ser irrefutable
para los que confunden o niegan la
permanencia de este trabajo fundacional, porque es la palabra del Rey; y para
aquellos que mantienen que ese trabajo
desapareció, porque fue atacado e incendiado muchas veces, podemos alegar con lujo de detalles y los
argumentos que esgrimimos, que siempre
fue reconstruido y mejorado hasta nuestros días; y para aquellos que aun
así, lo continúan negado bastará, con que vean los dibujos de las defensas y el
fuerte de Jácome Castellón de 1523, el
plano de la ciudad de 1601, los que
continuaron haciendo, las Cédulas Reales, los 52 gobernadores españoles que se
sucedieron hasta 1821.
EL DESCUBRIMIENTO DE
CAWANÁ.
Veamos
cómo nos cuenta el erudito historiador español Juan Manzano Manzano, el
descubrimiento de Cumaná. Debemos aclarar que la expedición enviada por ell
Almirante Cristóbal Colón, estaba bajo el mando de su hijo Bartolomé.
“Vamos
ya a ocuparnos, con especial atención, de la Relación de Ángelo Trevisán,
teniendo siempre a la vista la versión de López de Gómara, ya conocida por
nosotros.
El
veneciano nos dice que los expedicionarios, saliendo de la Española, navegaron
primero con rumbo Oeste (“hacia la tierra cercana llamada Cuba”); con orden
precisa de dirigirse después hacia el sur y sudeste, hasta alcanzar un lugar,
donde, según los informes que poseía el Almirante, existía un rico vivero de
ostras perlíferas. Tras doce días de navegación, las cinco carabelas arribaron
a un puerto muy bueno. A su llegada, se aproximaron a los navíos españoles dos
canoas indígenas, con seis pescadores, los cuales mostraban claramente en sus
semblantes la alegría y contento por la visita de los recién llegados, dando la
impresión de que estos hubiesen estado otras veces allí (“COMO SE FOSSENO STATI
ALTRE VOLTE LI”).
Los
indios recibieron a los españoles con la natural satisfacción de los que
vuelven a encontrarse con unos viejos amigos, de los que guardaban un gratísimo
recuerdo, y por ello, desde el primer momento, los obsequiaron con pescado
fresco del que acababan de coger. En toda aquella costa habia muchos hombres,
mujeres y niños que hacían señales expresivas de su deseo de llegar a las
naves.
La
anterior frase de Trevisán (“como se fosseno stati altre volte li”) parece
aludir a una anterior visita de hombres blancos a aquel lugar. Cuando en líneas
anteriores Trevisán nos dijo que los expedicionarios habían recibido orden del
Almirante de navegar, con rumbos sur y sudeste, hacia cierto lugar, donde según
los informes que él tenía, existía un rico vivero de ostras perlíferas,
podríamos pensar que los informes colombinos procedían de los indígenas de la
Española (algunos de los cuales llevaban como guías e intérpretes en los
navíos). Sin embargo, ahora comprobamos que sus noticias muy bien podían proceder
de gentes europeas que en años anteriores habían arribado a aquellas lejanas
playas.
Que
paraje era este donde recalaron las carabelas españolas? Escuchemos a Gómara:
El señor de Cumaná, que ansí llamaban aquella tierra y río, envió a rogar al
capitán de la flota que desembarcase y sería bien recibido”
Si
aquella tierra –como dice Gómara- era la de Cumaná, el puerto muy bueno –de la
Relación de Trevisan- donde fondearon los navíos, tenía que ser necesariamente
el gran golfo de Cariaco, de catorce leguas de fondo, a cuya entrada se
encontraba el río Cumaná, que daba nombra a toda la provincia.
Cumaná
era una rica región perlífera. Nos dice Trevisan que en aquel lugar los nativos
recogían perlas en gran cantidad. Con cestos especiales, provistos de peso y
pendientes de cuerdas, descendían al fondo del mar y pescaban allí las ostras
que les servían de alimento, y de ellas arrancaban las perlas; pero como
carecían de instrumentos adecuados para perforarlas, perdían y estropeaban
muchas. Eran verdaderas perlas orientales, muy bellas. Los nativos las
cambiaban fácilmente a los recién llegados por cascabeles y otras baratijas.
Aceptando
la amable invitación del cacique de aquella región –hecha por un hijo de éste
que había ido a las carabelas- el capitán español envió a tierra algunos
marineros para que visitaran la hermosa
aldea del reyezuelo, compuesta de unas doscientas casas y distante tres leguas
de la costa. La casa del cacique era “redonda” dividida en dos piezas. En una
de ellas, el dueño obsequió espléndidamente a sus huéspedes con majares de la
tierra y con agradables vinos elaborados con jugos de frutas.
Concluido
el convite, los españoles fueron trasladados a otra sala, donde, sentadas en el
suelo, se hallaban unas hermosas muchachas, vestidas decentemente con telas de
algodón de varios colores, que les cubrían el cuerpo por debajo de la cintura.
Todas ellas portaban en el cuello, brazos y orejas ricas sartas de perlas y
otros adornos.
¿Qué
otra particularidad ofrecían, además, las muchachas indígenas del cacique de
Cawaná? Una muy reveladora para nosotros. Según Gómara, estas jóvenes cumanesas
eran “amorosas, y, para ir desnudas, blancas, y para ser indias, discretas”
¡Asombrosa
combinación!, exclama Morison.
Poca
sorpresa nos causa a nosotros la anterior noticia del cronista, si la
relacionamos con la que nos proporciona el mismo historiador sobre las
costumbres de los cumaneses y con la muy probable anterior visita a la región
de otros hombres blancos”. Fin de la cita.
Después de leer la obra
de ese gran historiador español, don Juan Manzano Manzano, “Colón descubrió
América del Sur en 1994, y Colón y su secreto” donde prueba con documentos y
conclusiones irrebatibles, que el sitio al cual llegó el nauta, fue el pueblo
de Cumaná, como lo relata Ángelo Trevisan; yo he dedicado muchos día en
investigar al nauta desconocido que llegó al pueblo Kaima en la desembocadura
del río Chiribichií, la última luenga, como dice Las Casas, y después encontré
en el libro “Historia de las indias” de Fray Bartolomé de Las Casas, su versión
de los hechos, en el capitulo XIV, que se refiere al caso del nauta, imaginamos
que Las Casas adaptó el relato a su conveniencia, copiamos textualmente:
“El cual contiene una
opinión que a los principios en esta isla Española teníamos, que Cristóbal
Colón fue avisado de un piloto que con gran tormenta vino a parar forzado a
esta isla, para prueba de lo cual se ponen dos argumentos que hacen la dicha
opinión aparente, aunque se concluye como cosa dudosa. Pónense también ejemplos
antiguos de haberse descubierto tierras, acaso, por la fuerza de las
tormentas.
Resta concluir esta
materia de los motivos que Cristóbal Colón tuvo para ofrecerse á descubrir
estas indias, con referir una vulgar opinión que hobo en los tiempos pasados,
que tenía ó sonaba ser la causa más eficaz de su final determinación, la que se
dirá en el presente capítulo, la cual yo no afirmo, porque en la verdad fueron
tantas y tales razones y ejemplos que para ello Dios le ofreció, como ha parecido,
que pocas de ellas, cuanto más todas juntas, le pudieron bastar y sobrar para
con eficacia á ello inducirlo; con todo eso quiero escribir aquí lo que
comúnmente en aquellos tiempos se decía y creía y lo que yo entonces alcancé,
como estuviese presente en estas tierras, de aquellos principios harto
propincuo. Era muy común á todos los que entonces en esta Española isla
vivíamos, no solamente los que el primer viaje con el Almirante mismo y á
Cristóbal Colón á poblar en ella vinieron, entre los cuales hobo algunos de los
que se la ayudaron á descubrir, pero también a los que desde á pocos días á
ella venimos, platicarse y decirse que la causa por la cual el dicho Almirante
se movió a querer venir a descubrir estas Indias se le originó por esta vía.
Díjose, que una carabela ó navío que había salido de un puerto de España (no me
acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal
se decía) y que iba cargada de
mercaderías para Flandes ó Inglaterra, ó para los tractos que por aquellos
tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la
violencia e ímpetu della, vino diz que, a parar a estas islas y que aquesta fué
la primara que las descubrió.
Que esto acaeciese
ansí, algunos argumentos para mostrarlos hay: el uno es, que a los que de
aquellos tiempos somos venidos, á los principios, era común, como dije,
tráctarlo y practicarlo como por cosa cierta, lo cual creo que se derivaría de
alguno o de algunos que lo supiesen, o por ventura quien de boca del mismo Almirante
ó en todo ó en parte ó por alguno palabra oyese; el segundo es, que entre otras
cosas antiguas, de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento
de la tierra y población de la isla de Cuba
(como cuanto della, si Dios quisiere, hablaremos, se dirá) fue una de
esta, que los indios vecinos de aquella tuvieron ó tenían de haber llegado á
esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que
nosotros no muchos años. Esto pudieron saber los indios vecinos de Cuba, por que
como no diste más de diez ocho leguas la una de la otra de punta a punta cada
día se comunicaban en sus barquillos o canoas, mayormente que Cuba sabemos, sin
duda, que se pobló y poblaba de esta Española. Que el dicho navío pudiese con
tormenta deshecha (como la llaman los marineros y las suele hacer por estos
mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo, y sin faltarles las viandas
y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse finalmente
perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre 100
leguas, por pocas y bajas velas que lleve entre día y noche, y á árbol seco,
como dicen los marineros, que es sin velas, con solo el viento que cogen las
jarcias y másteles y cuerpo de la nao, acaece andar en veinticuatro horas 30 y
40 y 50 leguas, mayormente habiendo
grandes corrientes, como las hay por estas partes; y el mismo Almirante dice, que en el viaje que descubrió a la tierra
firme hacia Paria, anduvo con poco viento
desde hora de misa hasta completas 65 leguas, por las grandes corrientes
que lo llevaban: así que no fue maravilla que, en diez o quince días y quizá en
más, aquellos corriesen 1000 leguas,
mayormente si el ímpetu del viento Boreal o Norte les tomó cerca ó en paraje de
Bretaña ó de Inglaterra ó de Flandes.
Tampoco es de
maravillar que ansí arrebatasen los vientos impetuosos aquel navío y lo
llevasen por fuerza tantas leguas… y los otros navíos que salieron de Cádiz y
arrebatados de la tormenta anduvieron tanto forzados por el mar Océano hasta
que vieron las hierbas de que abajo se hará, placiendo a Dios, larga mención;
desta misma manera se descubrió la isla de Puerto Sancto, como abajo diremos.
Así que habiendo descubierto aquellos por estas tierras, si ansí fue tornándose
para España vinieron a parar destrozados; sacados los que , por los grandes
trabajos y hambre y enfermedades, murieron en el camino, los que restaron, que
fueron pocos y enfermos, diz que vinieron a la isla de madera, donde también
fenecieron todos.
El piloto del dicho
navío, ó por amistad que antes tuviese con Cristóbal Colón, ó porqué como
andaba solícito y curioso sobre este negocio, quiso inquirir del la causa y el
lugar de donde venía, porque algo se le debía traslucir por secreto que
quisiesen los que venían tenerlo, mayormente viniendo todos tan maltratados, ó
porque por piedad de verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo
quisiese, hobo, finalmente de venir a ser
y curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual, en
reconocimiento de la amistad vieja ó aquellas buenas y caritativas obras,
viendo que se quería morir descubrió a Cristóbal Colón todo que les había
acontecido y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, por la
carta de marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla, dejaba o había
hallado, lo cual todo traía por escripto.
Esto es lo que se dijo y tuvo por
opinión, y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días
comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que, diz que,
eficazmente movió como a cosa no dudosa á Cristóbal Colón.
Pero en la verdad, como
tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hobiese, como
arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y muchos menos de
los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo ó dejarlo de
creer, puesto que pudo ser que Nuestro Señor lo uno y lo otro le trajese a las
manos, como para efectuar obra tan soberana que por medio del, con la rectísima
y eficacísima voluntad de su beneplácito, determinaba ser. Esto, al menos, me
parece que sin alguna duda podemos creer: que, ó por esta ocasión, ó por las
otras, ó por parte dellas, ó por todas juntas, cuando él se determinó, tan
cierto iba de descubrir lo que descubrió, y hallar lo que halló, como si dentro
de una cámara, con su propia llave, lo tuviera.
La vida y acción de Pedro de Córdoba esta unida a
la del obispo de Chiapas, Bartolomé de Las Casas o Casuas. El notable
historiador don Demetrio Ramos, dice: “La autoridad que para Las Casas tenía el P. Córdoba se nos revela en la aceptación de un especial magisterio
con el que su personalidad queda dibujada en la del clérigo” (1)
Córdoba antigua capital del Califato, estrella de
la cultura mudéjar, que fue la patria chica
de Lucio Anneo Séneca y Luis De Góngora,
por citar dos inmortales, también vio nacer a
Pedro el 10 de septiembre de
1482, allí se educó y creció en el seno de una noble familia cristiana, que
influyó en su determinación por la carrera eclesiástica: tomar la cruz y seguir el camino que le trazó el Señor.
Fr. Pedro
de Córdoba murió en Santo Domingo el 4 de mayo de 1521, víspera entonces de la
festividad de Santa Catherina de Siena. (2)
Dice Bartolomé de Las Casas que Fray Domingo de
Mendoza, hermano de fray García de Loaiza, arzobispo de Sevilla y cardenal
Presidente del Consejo de Indias, seleccionó a Pedro para que lo sustituyera en
el mando de la avanzada dominica que vendría al Nuevo Mundo, y con él, tres
sacerdotes muy calificados que emprenderían la empresa de sembrar la orden dominica en la capital de la risueña Quisqueya, la Española , sede del imperio en América. (3)
Quisqueya, la isla descubierta por Colón el 5 de
diciembre de 1492, a
la cual llamó “La Española ”,
segunda isla en extensión territorial, de las antillas mayores del
océano atlántico, mar que
conocemos como mar Caribe o de las
Antillas, sufrió como ningún otro lugar el impacto de la conquista. La isla inmensamente poblada en aquellos
tiempos mide 1575 Km . cuadrados -hoy
conforma el territorio de dos repúblicas,
la
República Dominicana y
la Republica
de Haití- se dividía en muchos reinos aborígenes perfectamente definidos por
Las Casas, como luego veremos.
Pedro de
Córdoba, fue un sacerdote a quien Dios Nuestro Señor dotó de muchos dones, gracias corporales y espirituales, que fue elegido para una misión administrativa,
si se quiere, pero él la convirtió en una empresa sin igual. Los que lo conocían nunca imaginaron que
podría lograrlo, tenía el inconveniente de sufrir un continuo dolor de cabeza que le impedía,
en cierto grado, algunas actividades, por ello
Las Casas dice:
“Y lo que se moderó en el estudio, acrecentolo en
el rigor de la austeridad y penitencia todo el tiempo de su vida, cada y cuando
las enfermedades le dieron lugar”. (4)
Fue excelente predicador, ejemplo dentro del
sacerdocio en virtud y penitencia, que lo elevaron siempre entre sus
compañeros y feligreses. Agrega Las Casas: “Tiénese por cierto que salió de
esta vida tan limpio como su madre lo
parió” (5).
Estudio en el colegio “San Esteban” de Salamanca, y probablemente,
como dice Hernann González Oropeza, fue
“formado espiritualmente por fray Juan Hurtado de Mendoza” (6), el formidable
maestre de Salamanca; y se perfeccionó
en Santo Tomás de Ávila, la casa mayor de la “Cristiandad” para ese entonces.
Fue compañero de estudios de Antonio de Montesino, Tomás de Berlanga, Domingo
de Betanzos, y otros ilustres prelados, que luego fueron los seleccionados para
acompañarlo en la empresa evangelizadora de América; esto por si solo basta
para considerar las dotes que adornaban a este insigne conquistador del
espíritu, cuya labor ilumina la terrible experiencia humana de la conquista del
Continente, y disipa, aunque sea un poco, las oscuras nubes que denigran de la
noble y heroica raza hispana.
A este hombre extraordinario
encomendaron los dominicos y el superior Fray Domingo de Mendoza, para que le
ayudase a realizar o proseguir la empresa fundacional en el Nuevo Continente;
igualmente convocó a otros religiosos para que lo acompañaran, entre ellos al
famoso Fray Antón de Montesinos y al padre Fray Bernardo de Santo Domingo “poco
o nada experto en las cosas de este mundo, pero entendido en las espirituales,
muy letrado y devoto y gran religioso”. (7)
Fray Pedro de Córdoba, hizo varias
expediciones para fundar y gobernar las misiones de Cumaná y Santa Fe; el Vicario de las Indias, el hombre más
importante después de Colón, venido al Continente a principios del siglo XVI,
autorizado para fundar las primeras misiones en la tierra firme, como lo dicen
los cronistas y el más importante de todos, Bartolomé de Las Casas (Biblioteca
de Autores Españoles. Obras Escogidas. Tomo XVVI. Pág. 133).
Dice Las Casas que, en las Islas,
Santo Domingo y Cuba, Pedro de Córdoba, se da cuenta de la forma inhumana y
despiadada como se realiza la conquista, y sabe que esta misma forma será
trasladada al Continente, por ello pide al rey Fernando El Católico, que le dé
licencia para trasladar su Orden a tierra firme, e inventa “La conquista
pacífica y evangélica de la tierra firme”; y el Rey mandó que se le dieran los
despachos a su voluntad. Los dominicos fueron los primeros misioneros que
llegaron al Puerto de Las Perlas, Cumaná, entre 1513 y 1514.
Toda esta historia está debidamente
corroborada por cédulas reales, cartas,
crónicas, y un asiento del 14 de junio de 1.510” (inserto en los
Documentos Americanos del archivo de protocolos de Sevilla, Siglo XVI. Madrid
1.935, p. 20). Consta que los ilustres padres dominicos disponían entonces lo
relativo a su viaje a la isla española. Dice el asiento: “libro del año 1.510,
Oficio: IV. Libro III. Escribanía: Manuel Segura. Folios: 1.812. Fecha 14 de
junio. Asunto: Fray Domingo de Mendoza, fraile profeso de la Orden de los Predicadores
del Sr. Santo Domingo, Vicario de los Frailes de Dicha Orden, que han de
residir en la Isla
Española , Indias, islas y Tierra Firme, en su propio nombre y
en el del R. P. Fray Pedro de Córdoba, vicario de las indias, y por, virtud de
las cartas y licencias que tiene el R. P. Fray Agustín Funes, Provincial de
dicha Orden en los Reinos de España y del dicho R. P. Pedro de Córdoba,
nombrado procurador al doctor Juan de Hojeda, físico, vecino de Sevilla en la
collación de Santa María Magdalena, para que cumpla lo contendido en las
citadas cartas y licencias”. (8)
Hay mucho que decir de este santo
maestro que debe ser considerado sin ninguna duda como el verdadero fundador de
la gloriosa y heroica ciudad de Cumaná., porque creció y se desarrolló al lado
de las misiones que él fundó y mantuvo mientras vivió.
Ahora les voy a contar la historia de
la obra de Pedro de Córdoba, tal y como yo la he vivido.
Recuerdo que aquella mañana de febrero de 1510, habíamos
salido a caballo de Ávila, la ciudad del silencio, hacia Salamanca. Pedro me
rogó que nos detuviéramos
en el viejo puente romano en el límite
del Norte, a la salida de las murallas, para ver desde el poniente las altas
torres de la catedral e la serpiente de piedras que la rodea. Un mar de trigo,
de la hacienda de Isabel, se extendía
frente a nosotros. Pedro rezaba en silencio… Luego continuamos la marcha e nos detuvimos en dos pueblos: Aveinte y Narros del Castillo, para cambiar cabalgaduras. Así llegamos a Babilafuente,
para tomar un baño caliente en sus famosas aguas termales. Pedro confesó, que una de sus pocas debilidades era
la de sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi
vida en escuelas y conventos, me siento feliz de ello, hay algunas cosas materiales
que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo en este
pozo, si en ello no hay pecado!.
–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus compañeros-
que el propio Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió en las
aguas para que Juan lo bautizara.
Bien… continuamos el camino, siempre al lado del
río, hasta llegar al pueblo de Santa Teresita, Alba del Tormes. Los caballos
penetraron en el mar de trigo que se extiende en sus praderas, sembrado por
orden de Isabel, como dije; en un
terreno ondulado donde el viento se
distrae peinando las espigas, y los caballos trotan libremente.
Por fin,
después de tantas horas, llegamos a Salamanca, la blanca, por una calle larga
de grades edificios públicos e iglesias romanas, que termina en la Plaza Mayor; una estancia
armónicamente cuadrada, cuyas construcciones se cierran en cada esquina sobre fuertes arcos de piedra. Debajo de esos
arcos “vive” verdaderamente la ciudad, bulle el pueblo. Por cada esquina de
esta plaza entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes en romería,
entre gritos e risas van a divertirse, a conversar, tomar vino e cumplir con el rito del amor. Pedro y yo también lo hicimos, nos bajamos de los
caballos y confundimos entre ellos e
fuimos a dar vueltas con alegría infantil, tropezar con las parejas enganchadas
e recebir el soplo fugaz de la vida. La gente nos extrañaba, pero con
todo, saludaban entre risas e cariño.
Bastante tarde fuimos a Santisteban, donde nos esperaban gozosos los
compañeros de Pedro, que lo colmaron de atenciones. Entonces, se acercó presuroso, fray Antón de Montesinos,
y reclamó el retardo…
–Hombre Pedro… ¿donde estabais? Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad? ¿Cuál la
urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
Yo, y, ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
¡Todos hombre todos…! pero venid, que os esperan
en Catedral en la sala conciliar. Apenas os divisaron, la noticia corrió e agora
están reunidos vuestros compañeros y el Maestro General de la Orden , fray Domingo de
Mendoza, muy nerviosos por cierto.
Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo y como
era de su natural comportamiento, se
arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la mano y lo levantó hasta que
sus ojos quedaron parejos.-
Pedro le dijo –ya se a lo que habéis venido.
Hágase en mi según lo tenéis mandado. Os
ruego que no me deis explicaciones.
Bien, hijo mío, vuestras virtudes han salido con
alas de estas paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente del
Consejo de Indias, me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido Vicario
de Indias, y que debéis partir cuanto antes con destino a “La Española”, cita en América; es una nación del
Nuevo Mundo, tu nueva casa.
El Vicario también escogió allí mismo, a sus
acompañantes, cuya fama de santidad
también está probada: Antón de Montesinos, Tomás de Berlanga, Domingo de
Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:
- De luego irán otros a haceros compañía, los que
sean necesarios para ayudaros en la infinita tarea que se os ha asignado. Se
que no defraudaréis las esperanzas puestas en vosotros.
Desde ese momento Pedro no tuvo descanso e yo lo
acompañé e ayudé en todo lo que fue menester. Nadie supo jamás de sus
dolencias, aunque lo presentían.
El viaje a Santo Domingo se retrasó, por enredos
burocráticos, hasta el 6 de agosto de ese mismo año de 1510, e también por los
permisos que debía firmar el Papa, e otros requisitos para lograr la
impetración de la Orden
Dominica en el Nuevo Mundo.
En Sevilla
trabajaron con urgencia y culminaron los trámites e los preparativos, que
rubricaron cuando fray Domingo de Mendoza, autorizado por el Provincial de la Orden en España, fray
Agulatín de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de
Indias, e nombró Procurador de la
Orden en Sevilla a Don Juan de Ojeda, lo que dejó a Pedro
totalmente libre de sus obligaciones en el reino y pudo viajar en el término
previsto.
Partimos de Sevilla, a los 6 días de agosto,
como ya dije, en una carabela de 50
toneladas, e llegamos a La
Española el 10 de setiembre de 1510. Al parecer nadie sabía
de la misión, surgimos al norte de la isla en un sitio desolado, La Isabela , pueblo fundado
por el Almirante Cristóbal Colón; abatido a poco tiempo por un huracán. Había
tres o cuatro casuchas ocupadas por un
puñado de marineros que solo deseaban
regresar, y esperaban una oportunidad. Ese día, Pedro cumplía 28 años e quiso
festejar con ellos. Los consoló, ofició la santa misa, su primera oblación en
aquella tierra bendita de Dios; partió
el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras, e les habló. Aquellas
gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, bendito sea su santo
nombre, por haberles mandado el auxilio espiritual e la conformidad deseada.
Entre los indígenas se corrió la noticia de la
misa que presidió Pedro al aire libre, y vinieron muchos caciques con sus
cortes a conocerlo. Ellos hablaban diversas lenguas, aunque bastante parecidas,
y Pedro los entendía a todos. Desde un
principio Pedro les enseñó la doctrina, varios jóvenes se aficionaron tanto a
Pedro que se quedaron a su servicio.
Pedro tenía el raro don de lenguas. E le contaba la doctrina como un
cuento apropiado para los niños.
Los misioneros pasaron algunos meses en Isabela, y
construyeron una primera iglesia de madera, barro y palmas, e todos hicieron
amistad con los aborígenes.
En los primeros días de octubre de ese año de
1510, llegó a la Española
El Almirante Don Diego Colón,
hijo del Visorey Cristóbal Colón, acompañado de su mujer Doña María de
Toledo, e se hospedó en la pequeña ciudad de “Concepción de La Vega ”. En sabiéndolo Pedro,
dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de
madrugada para Concepción, a ver e hablar con el Almirante. Dejaremos a fray
Antón encargado de todo nuestro hato, para que luego lo lleve a donde asentaremos definitivamente.
Como no acostumbrábamos contradecirlo, hicimos tal
como lo mandó, aunque no estábamos de acuerdo por múltiples razones, entre otras la distancia que deberíamos recorrer; no conocíamos el territorio infestado de
indios peligrosos e amotinados, e además, desconociendo casi por completo sus
lenguas.
De todas formas partimos. En la jornada solo
comíamos casabi, pescado salado, ají e
berros, que nos dieron los indios; además teníamos agua abundante de los arroyuelos e alguna que otras raíces, a las que ya estábamos acostumbrados.
Encontramos muchos guerreros; pero
ellos, al ver y conocer a Pedro,
abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la vida; lo
seguían, le hablaban en sus lenguas y él
respondía y los bendecía. No se si lo entendían, pero sus demostraciones de afecto y acatamiento,
así lo daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a
Jesús, bendito sea su santo nombre, era un milagro.
Días después, llegamos a presencia del Almirante y
su mujer, fuimos recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se arrodilló ante
él, pero este, tomándolo de la mano, le
dijo –No lo haga, no soy digno ni de recibir su bendición, soy un pecador
–Pedro respondió– Todos somos pecadores, pero si vos lo reconocéis, lo confesáis y estáis arrepentido; yo en
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os perdono los pecados de los
cuales os habéis arrepentido y de todo otro pecado que queráis confesar. Os doy
la paz para vuestro espíritu y no peques más. Que la paz del Señor entre en
vuestro corazón y permanezca en vos para
siempre. Suplica al Señor que te proteja del poder que todo lo corrompe y
te de la fuerza necesaria para no caer
en tentaciones; que abra tu corazón al Espíritu Santo consolador.
El Almirante,
se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y dijo en alta voz – Me siento
reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias, padre. Será muy difícil
mantenerme limpio, pero lo intentaré.
Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro, que
escuchase su confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde
permanecieron largo rato.
Pedro decidió que nos quedásemos en Concepción de La Vega , y el Almirante le cedió
un galpón medio abandonado, que servía de depósito de mercancías, ubicado fuera
del poblado. Allí acomodamos la segunda iglesia de la Orden Dominica en la Española , y allí cantó la
primera misa que se dio en la isla para
los indios, que vinieron de todas partes
a ver y oír “al padrecito de los indios”, que les hablaba en su propia
lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray Antón de Montesinos, segundo en el
mando de la Orden , sobre todo en bondad, laboriosidad, solidaridad,
y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y sacrificio. Un verdadero
apóstol, como Pedro.
Esta misa le trajo a la Orden muchos inconvenientes
con los españoles, pero el prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En
poco tiempo sus filas crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8 venidos de España; y algunos frailes y legos que ya estaban en la Española al servicio
de otras órdenes, y se vinieron a
enriquecerla y cobijarse con el manto de
los dominicos; pese a que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran
extremadamente rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor
Jesús, bendito sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.
Nos vimos en la necesidad de construir otra
iglesia en La Vega
con ayuda de los indios, y ya estaba terminada para mayo de 1511 cuando
Pedro decidió partir para la ciudad de Santo Domingo, dejando La Vega a cargo de fray Tomas de
Berlanga, y con él se quedaron también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.
Pedro era incansable, apenas llegó a la
ciudad de Santo Domingo, la más
antigua del Nuevo Mundo, fundada por Don
Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador
Nicolás de Ovando en 1504 a
las orillas del río Ozama, donde la ciudad florecía, era
verdaderamente señorial. Pedro se empeñó en construir un monasterio e
inició de inmediato los trámites para la impetración de la Orden y todo se daba por la
gracia de Dios. La construcción, con la
única ayuda de los indios, a los cuales
se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si hubiese vivido con
ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración de todo el pueblo
que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales aparecían como por arte magia y teníamos que ahuyentar a los voluntarios, por que a la
hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos: sin
embargo todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces. Apenas
le informaban a Pedro que faltaba algo,
cuando se aparecía alguien a quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de
admirar. Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen hombre llamado Pedro de Lumbreras, el que nos
ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar, y se conformó, para no desairarlo, con
tomar prestado el patio de la casa. Allí acomodamos unos catres y una mesa, si
es que podía llamarse así, para las cosas e instrumentos sagrados. Mal que
bien, nos acomodamos todos, pero al poco tiempo nos mudamos para el monasterio.
En la octava de todos los santos de ese año de
1511, Pedro dio misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo
oyeron quedaron prendados d’el. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos
les pidió, que al llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo
su autoridad. Fue así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo,
aquellos indios esclavos de los
españoles oyeron la misa y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.
En diciembre de ese año llegó a la Española, fray
Domingo de Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para
Pedro verlo entrar a la Iglesia. Cuando
ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio
de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que
nuestros cuerpos lo soportaron.
Con fray Domingo llegaron cuatro
sacerdotes de la misma orden Dominica. Por una rara coincidencia se
habían juntado 12 apóstoles por tercera vez en la historia. Se repetía el milagro
de Jesús, y de Francisco de Asís. Doce
hombres que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
La construcción de la Iglesia se desarrollaba
con rapidez, y con la llegada de los
refuerzos, su efecto fue multiplicador. Una vez terminada la obra se le
agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien
construida empalizada; y muy pronto fue
hervidero de individuos de todas
clases, que llegaban llenos de fervor con
gracia divina, tras el llamado de Pedro. Aquel santo lugar se convirtió
en refugio de arrepentidos. Sus frutos
espirituales no se hicieron esperar,
pero también: la envidia, la codicia, la política, confluyeron en un todo.
A
nuestros oídos llegaban las historias de las crueldades de Juan Ponce de
León, del famoso perro “Becerrillo”, a quien los indios temían más que a diez
españoles juntos; las maldades de Juan Cerón, de Moscoso, de Cristóbal de Mendoza, que practicaban la
captura y matanza de indios en la tierra
firme. Las expediciones de Nicuesa y Ojeda, que asolaron el pueblo de indios de
“Calamar”, y de cómo los indios se amotinaron en el sitio de “Turbaco”, e hicieron gran matanza de españoles, de donde los que se salvaron
regresaron luego con más fuerza, y
fiereza y tomando a los indios desprevenidos, hicieron gran carnicería de mujeres
y niños indefensos.
Las costumbres de los españoles de Santo Domingo
se habían relajado de tanta codicia y
soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios, de la caridad cristiana, se predicaba el odio
contra los indios, se había perdido el orden moral en aquella colectividad.
Esos españoles olvidaron su misión en
aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.
Pedro reunió a los doce miembros de su comunidad
eclesial, y discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y acordaron,
que tenían el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que alteraba
el orden moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que predicaban.
Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don Diego
Colón había trasladado la sede de Gobierno
a la ciudad de Santo Domingo, que había prosperado admirablemente. Pedro
consideró, que tocaba a él poner remedio a tal conducta. Me dijo – Fernando
mañana muy temprano iremos a ver al Almirante; voy a pedirle a Don Antón que
nos acompañe, él sabrá expresarse mejor que yo…
Despachaba el Almirante, en una casa muy
confortable, ubicada frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor , en todo
el centro de la ciudad, al lado del convento de los Jerónimos, con quienes
tenía magníficas relaciones.
Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por el
Almirante, inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien
amueblada, pero nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos
que hizo el Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir
nuestros olores a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos
permanecer de pie, y el Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le
fue diciendo uno a uno todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los
españoles. Al final de aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante
dijo:- Padre Santo… yo se lo que esta ocurriendo y tengo despachos del Rey para
ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo. Se
necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por
tierra y por mar; sin embargo os prometo hacer cuanto pueda… para contener y
castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra
mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las
distancias y el desconocimiento de estas
ilimitadas fronteras. Por todas partes aparecen los mercaderes de esclavos, los
rescatadores, como ellos mismos se titulan… Creo que a vuestros oídos ha
llegado sobre castigos ejemplares que he impuesto y decretado; me he visto
obligado a ajusticiar a muchos ladrones y esclavistas, sin embargo, proliferan…
tanto aquí como en tierra firme… Solo me puedo comprometer, a despecho de mi
palabra con vos, a continuar… con las escasas fuerzas que me dan las Cédulas
Reales e otros instructivos, que me veo obligado a cumplir… con esos bandidos
que trafican con vidas humanas… Las limitaciones que os ofrezco, no son obra
mía, pero eso no me exculpa… se que es mi deber y debo agotar todas las medidas
para impedir que continué la masacre, e implementar otros castigos… para los
culpables…
Hermano -lo interrumpió Pedro- se lo que estáis sufriendo. No veo como podré
ayudaros, sin embargo el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, me inspirará para buscar un camino, una forma
para ayudaros. Por lo pronto contad con
todo lo que tenemos, que es muy poco,
pero está a vuestras órdenes. Dios os bendiga y que el Espíritu Santo
permanezca en vos.
Nos marchamos contritos, en silencio; por nuestros
espíritus pasaban las ideas, confusas, no brotaban las palabras. Meditábamos
con absoluto recogimiento. Éramos
incapaces de formular una idea exponer algún razonamiento equilibrado, ni
siquiera una posible, pequeña alternativa.
El drama era terrible y continuaría.
Al otro día, después de la misa, Pedro invitó a
todos los frailes a una reunión para
discutir la situación y el resultado de la entrevista con el Almirante, y luego
de largas deliberaciones, dijo:
-Hermanos, tenemos que acabar con este estado de
cosas. No podemos permitir que continúe
esta guerra insólita, o estaremos incurriendo en complicidad. El Señor, no nos
perdonará. He decidido iniciar una campaña desde el púlpito, vamos a denunciar la
corrupción, a los violadores de la Ley, corruptos, criminales, esclavistas, con
nombres y apellidos, vamos a atacar el
mal con todas nuestras fuerzas, y las que nos dará el Señor Jesús, bendito sea
su santo nombre. Denunciaremos los crímenes que se han cometido y aportaremos
las pruebas y los testimonios que sean necesarios, acudiremos a todas las
instancias, iremos a la Corte
si es necesario. Comenzaremos ya, y he
elegido a fray Antón de Montesinos, para que en la homilía del domingo cuarto
de adviento, haga las denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes y
criminales, enumerándolos, delitos que
se están cometiendo en nombre de Jesuscristo, Dios y hombre verdadero.
Para 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de
adviento, se invitó a la misa de 8.30 de la mañana, en la iglesia de Santo
Domingo, especialmente al Almirante Don
Diego Colón, a los oficiales del Rey,
demás autoridades civiles y militares,
letrados, ciudadanos notables, comerciantes, armadores y demás personalidades de la ciudad. Todos
alagados por la deferencia inusual. Llegada la hora, Antón de Montesinos ocupó el púlpito, leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista,
que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox
clamati in decerto”, yo soy la voz que
clama en el desierto. Al principio habló con palabras moderadas, habló del
adviento y de la esterilidad del desierto de la conciencia de los españoles que
viven en esta isla, y el peligro de la condenación eterna. Luego elevando la
voz enumeró los pecados que venían
cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno
denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad,
muchos de los cuales estaban allí presentes.
“Para os lo dar a conocer –dijo- yo soy la voz de
Cristo que habla en el desierto de esta isla…” “Estas palabras serán las más
duras que jamás pensasteis oír –
vosotros sois reos de excomunión… Su voz había crecido, tenía un tono de
autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y los hombres se alborotaban; y él
continuaba: “todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas
criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestable guerra? ¿Con
cual los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni curarlos, que mueren de
fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles todo el oro sin proveer, tan siquiera, que
sean bautizados y que conozcan la
doctrina de la iglesia. ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...
Terminada la misa, la mayor parte de los
feligreses se marchó en compañía del
Almirante. Al parecer decidieron de
común y tácito acuerdo, reprender al predicador por escandaloso y calumniador,
para lo cual necesitaban el apoyo del
jefe del gobierno. Todo hace pensar que
el Almirante, en cuenta como estaba de la campaña que emprendieron los
dominicos, de alguna manera se
desembarazó de aquellos sujetos.
Otros se quedaron en la iglesia
y pidieron hablar con fray Pedro de Córdoba, que los recibió con
dulzura, santa paciencia y los escuchó con atención: muchos de ellos dijeron
que tenían poco tiempo en Santo Domingo,
no tenían nada que ver con los indios, no eran encomenderos, ni “resgatadores”, ni esclavistas, ni
traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían que el
predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían
considerados y tratados como criminales.
Pedro, no se disculpó, sino que les dijo: -Aquel
que no tenga pecado que lance la primera piedra. Soy el único responsable de esa homilía.
Desde que llegue a esta nación, no escucho
otra cosa que los crímenes espantables
que se cometen contra los indios. Es la hora de denunciarlos, no vaya a ser
cosa que el Señor, nos considere a
nosotros cómplices de tantas crueldades.
Sin embargo, los invito para el próximo domingo, ya se verá lo que se puede
hacer, el Señor tendrá la última palabra. Id en paz.
Pedro les habló con tanta paz que la comitiva se
marchó pensando que habían logrado hacer
recapacitar a la Vicaría ,
la institución más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo
Mundo por aquel santo varón de hermosa
presencia, todo amor y bondad.
La homilía del tercer domingo de adviento, también
le fue asignada a Montesinos. La iglesia estaba hasta los bordes, abarrotada de
feligreses dentro y fuera del tempo.
Llegado el momento leyó el
evangelio y tomó la cita del santo Job, que dice: “Tornaré a referir desde su principio mi ciencia y mi verdad” Comenzó luego, muy
despacito y con voz apenas audible, a
fundamentar la verdad del domingo
anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados, crueldades, cometidos
por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el dolor de toda una
raza… luego conminolos a retractarse, a pedir perdón a los oprimidos, a dejar
en libertad a sus esclavos, a darles de
comer y curarlos, a respetar sus derechos, acatar las leyes de ellos conocidas,
y si no el derecho natural de gentes. Sabían que era ilegal, contra las leyes
de Dios, y por lo tanto pecado mortal.
Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de hambre. Aquellos que
lo han hecho y no se arrepienten, serán excomulgados.
Luego que terminó la misa, un grupo de gente
influyente se quedó para hablar con
Montesinos, pero este no los atendió, por lo cual decidieron apelar a las
autoridades y hasta la Corte, de ser necesario; como lo fue, y el caso fue denunciado ante la Audiencia.
Sabemos que las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto
muchos de los principales jerarcas de la
Audiencia hy de la misma iglesia, estaban involucrados en aquellas
negociaciones esclavistas. y en las explotaciones mineras donde tantos
indígenas morían de fatiga y de hambre. También sabemos que el propio Monarca
llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza, Cardenal Presidente del
Consejo de Indias, al Vicario de la
Orden Dominica, fray Agulatin de Funes,
que menos mal, conocía muy bien las andanzas de los revoltosos; y no
solo al Rey escribieron los isleños, sino que se confabularon contra Pedro y
sus compañeros, y el propio Tesorero
Real, Don Miguel de Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella
desgraciada empresa.
La conspiración de los isleños avanzó, y lograron
involucrar a los franciscanos de Santo Domino, que llegaron a la isla quisqueyana muchos años antes que
los dominicos y convivían perfectamente bien con aquel estado de cosas.
Entre estos estaba el padre Alonso de Espinal, que
era un hombre de oración, amable y caritativo, pero cándido en extremo. A este
convencieron para que viajara a la Corte y hablara en nombre del pueblo de
Santo Domingo, con el Rey, so pretexto del amotinamiento de los indios con lo
cual lo sedujeron.
El buen padre aceptó el encargo más por ignorancia
que por maldad, y preparó su viaje. Con él enviaron cartas al Obispo de Burgos, Don Juan de Fonseca,
también al Secretario del Rey, Lope
Conchillos; al Camarero Real, Juan Cabrero, y en fin, a todo el Consejo que se ocupaba a de las cosas de Indias.
Pedro supo de toda esta conspiración y habló con
el Vicario de Indias Fr. Domingo de Mendoza, para pedir su consejo. Fray Domingo lo escuchó con tristeza, puso sus manos sobre los hombros de Pedro, oraron largo rato y al cabo le
dijo:
-Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os
esperan días aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os
reciban, tal vez mucho tiempo, pero
debéis defender vuestra causa, que es la causa de Jesús, bendito sea su santo
nombre. No podéis permitir que estos pecadores esclavistas, inhumanos, terminen
con lo que tanto os ha costado, a vos y a todos los que os acompañamos.
Pedro no podía ir en esos momentos de crisis, por
no dejar solos a sus compañeros, entonces
decidió enviar a Fr. Antón de
Montesinos a España a defender su causa, que ya se llamaba y era
conocida como La Causa de los Cristianos, y para ello el combativo Fr.
Montesinos, porque conociendo a Fr. Antón,
sabía que hablaría con el propio Rey, si fuese necesario.
Así que
partieron para España por una parte, Alonso de Espinal, y por la otra, Antonio
de Montesinos.
Ya en la
Corte , a Montesinos no
lo recibieron, en cambio a fray Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron con bombos y platillos, ya que los caudillos
de la Isla le
habían abonado el terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero, se ingenió para introducirlo en el Despacho
del Rey, y este lo sentó a su lado para escucharlo, y lo trató como un santo,
que en verdad se lo ganaba por su
modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras dulces y discretas. Alonso de Espinal entrego
al Monarca un memorial con las denuncias, y las cartas que traía; y el Rey, que
era Don Fernando el Católico, las
recibió con harto placer. Era un informe
pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya
leído; pero por la deferencia que
mostraban con él los esclavizadores y comerciantes de perlas y
minas de oro y plata, se da por seguro que el informe iba por esos caminos, llenos de elogios para
ellos y de mentiras contra los dominicos y sus obras.
El pobre Montesinos, no podía dar cumplimiento a
su misión y desesperaba, porque se le oponían mil dificultades. Todos los días
iba a las puertas del Palacio y nadie se
fijaba en él. Trataba inútilmente de ver al Rey o a cualquier otra persona
influyente, y nada adelantaba. Las cosas marchaban de mal en peor.
El Provincial de Castilla escribió a Pedro, mientras
el pobre Montesinos sufría tantas calamidades, ordenándole que se retractase de
las cosas dichas en los sermones, porque había alarmado y perjudicado a personas muy allegadas al
Rey, y todo ello había creado una gran consternación en el Reino. Sin embargo al final de la carta, el
Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su superior
espiritual, y él lo entendía así.
Montesinos, entre tanto, decidió hablar con el
propio Rey Fernando; viajó a Burgos, donde estaba don Fernando por entonces; pasaban los días penitente en las puertas del
Palacio Real, ya los guardias ni se daban cuenta del padrecito que esperaba una
llamada del interior del palacio. Pero él
no se daba por vencido en su
empeño de ver al Rey. Sucedió, que un día, estando Montesinos haciendo su “guardia”, el portero que bien lo conocía y tenía orden
de no dejarlo pasar por ningún motivo, se descuidó o se hizo el descuidado, en
el momento en que un fraile de servicio,
entró al Despacho del Rey y dejó abierta
la puerta. Montesinos no esperó más, y
entró como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.
Don Fernando de Aragón, el monarca más poderoso de
la tierra, quedo estupefacto, pero rápidamente se repuso, y dijo: -Padre, ¿Qué os pasa, porque entráis
así?. ¿Quien os persigue? ¿Qué
buscáis? Y lo tomó de las manos y
levantolo hasta que sus ojos quedaron parejos.
“Solo quiero que me escuchéis…un momento…nada más
os pido. Quiero hablar con vos sobre cosas que interesan a vuestros súbditos…
del Nuevo Mundo,,, y que de otra suerte no podré hacerlo…
Don Fernando comprendió cuantas dificultades
habría pasado el buen padre para llegar hasta él. Venid conmigo, dijo. Sentose
en el trono y se dispuso a escucharlo. En ese momento entraron varios dignatarios
con el Cabrero al frente, para sacar a Montesinos. El Rey les hizo una seña y
todos salieron… y buscando los ojos de Antón, dijo –
Bien padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo
que tengáis que decirme… hablad…no temáis… y plugo a Dios por que no me hagáis
perder el tiempo…
Montesinos llevaba consigo un pergamino en el cual
había escrito capitulo por capitulo, todos los pecados, maldades, vejaciones y
crímenes, cometidos por los españoles en la isla y en sus otros dominios en el
Nuevo Mundo; con nombres, lugares, fechas y testigos de las denuncias que
habían hecho los dominicos y sus circunstancias, y sobre todo, suscritas,
firmadas y refrendadas por fray Pedro de Córdoba, su Vicario de las Indias; y
al terminar de leer el pergamino, preguntó a su majestad - ¿Vuestra Alteza manda hacer y cometer estos
crímenes…?
Fernando, levantándose respondió - ¡No por Dios,
ni tal mandé en mi vida…! Pues…no puedo
yo responder por todos en mi reino… Pero comprendió la magnitud de la denuncia
y agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra satisfacción y os creo, ya
se algo de lo que pasa en mi reino.
Luego dando unas palmadas, aparecieron dos
sirvientes y les mando –Llevad al padre y dadle alojamiento en palacio, desde
hoy el será mi huésped, atendedlo con diligencia.
Es indudable que el Rey quedó impresionado con la
personalidad de Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de
santidad que lo elevaba sobre los demás.
Al otro día, de esta intempestiva entrevista, el
Rey convocó un Consejo Extraordinario formado por el obispo de Palencia Don
Juan Rodríguez de Fonseca, Hernando de La Vega, hombre prudente y sabio; Luis
Zapata, de iguales dones y que era conocido como el Rey Chequito, por la
influencia que tenía en la Corte; el licenciado Moxica, el doctor Palacios
Rubio, jurista ilustre y consejero de la Corte; y el licenciado Sosa, consejero
perpetuo. También convocó El Rey, a los
frailes Tomás Duran, Pedro de Cobarubias y Matías de Paz, sabios teólogos,
catedráticos de Salamanca.
La primera reunión de este Consejo extraordinario
se efectuó en Burgos, y hasta allí se fue Montesinos, para ver de participar.
Más otra vez los esbirros se lo impedían. Entonces fue en busca de Alfonso de
Espinal, que ya estaba en Burgos con todas las prerrogativas. Fue al Convento
que los franciscos tiene en esa ciudad y le halló en la puerta, en momentos en
que salía para el Consejo; allí mismo lo sermoneó con todas sus artes y
conocimiento de la cuestión que se iba a resolver. Al principio, el buen
sacerdote se oponía y no quería escucharlo, pero Montesinos estaba preparado
para convencerlo. Solo él, en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó
fuertemente por el brazo y lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito
desde la A hasta la Z, el Memorial que habia entregado al Rey. y le dijo hasta
del mal de que iba a morir.
Le contó
sobre el memorial que le trajo al Rey, le habló de los crímenes,
torturas, vejaciones, que cometía los esclavistas, y se los enumeró uno por
uno, y le dijo:
-Si vos compartís esos delitos también compartirás el infierno; y el peor es
el que llevarás aquí en la tierra,
cuando se conozcan todos los crímenes que se cometen contra esas criaturas
inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos crímenes contra Jesús, bendito sea
su santo nombre. Vos estudiásteis para hacer el bien, para sacrificaros, para
no pecar, para trasformar el odio en amor, para llevar la paz, para no padecer
de codicia. Pero ¿Qué vais a hacer con vuestra vida? ¿Y peor aun, con vuestra
alma? ¿Es que no podéis entenderlo? ¿Qué clase de hombre sois?.
En el corazón del buen padre operó la maravilla
del Espíritu Santo, y entre sollozos respondió
–Padre sea por amor de Dios, la caridad que me
hace, de iluminarme en todo esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi
culpa, mi ignorancia, o tal vez mi
vanidad y soberbia?.
Hermano, si sois sincero, que Dios os perdone, y
yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os absuelvo de todos los
pecados que habéis cometido, pero en adelante no peques más, y apartaos de los
malvados, abriga en vuestro corazón solo amor. Dios tiene paciencia y perdona.
Yo os ayudaré a salir de esta emboscada que os ha tendido el Maligno. Busca en
tu vida material la senda del dolor y el sacrificio, el amor al prójimo, como nos enseñó Jesús, bendito sea su santo
nombre: entre los pobres, los que sufren, los que lloran, los que no tiene
nada, los enfermos, los afligidos, los indiecitos de La Española , que esa es la
senda en la cual encontrarás la paz y el
auxilio para tu espíritu. Solo tienes
que arrepentirte y apartarte de la maldad, no permitas que otra vez os utilicen
aunque en ello vaya vuestra vida. Id en paz.
Desde ese día Montesinos contó con la devoción del
franciscano, que lo amó tiernamente como era de su natural temperamento; tenía acceso al Consejo y precisamente allí
fue su mejor aliado, pues le informaba de cada y como iban los acontecimientos,
y él los manejaba por los hilillos que
le dejaban.
Cuando el Consejo de Burgos aprobó la Ley, que fue
la primera de Indias, el de Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo:
-Hermano, habéis obtenido un triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo
que esa ley os pertenecía, que aspiraba que hiciese mucho bien para sus
súbditos del Nuevo Mundo.
Antón, no respondió inmediatamente, se arrodilló y
oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que respetuosamente lo
acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y alabanzas al Señor. Luego
Antón dijo: -
Es cierto que merezco ese reconocimiento, pero si
mi superior no me hubiese enviado y fortalecido con sus enseñanzas y ejemplo,
no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo comunitario que no me
pertenece ni puede pertenecerme. Vos también
tenéis buena parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste
vigilante, participando activamente en las deliberaciones y en la aprobación
definitiva de esas reglas. Ahora decidme ¿cuales son los aspectos que se
trataron y aprobaron?
No puedo repetir todo el texto de la Ley , ya se verá publicada,
pero si os puedo informar sobre algunos
aspectos, tratados y aprobados. Por ejemplo, se aceptó que los indios son
libres y deben ser instruidos en la fe;
que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza, que no atente
contra la dignidad de su persona, que deben trabajar en condiciones justas; que
el salario sea suficiente; que se les respete el descanso semanal. Ya las
estudiaréis, os procuraré una copia de la Cédula Real que la promulgará, para
que hagáis las observaciones que quisiéredes.
Las leyes de Burgos abrieron el camino para otras
leyes, cada vez mas acertadas; el Consejo trabajó desde entonces,
incasablemente. A ese movimiento se le
conoce como Capítulo de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás
de su Orden, como Los Cruzados de Pedro de Córdoba.
Así comenzó
la gran batalla de aquellos dominicos, que avanzaron en nombre de Jesús,
bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos se presentaron para
iluminar el corazón del Imperio, pero
con el desarrollo de una actividad permanente, el sacrificio y las oraciones,
contra todo un poder constituido, la codicia, los intereses creados, se logró
el tesoro inextinguible de las Leyes de Indias.
Montesinos regresó a Santo Domingo; Pedro recibió
de sus manos, las leyes de Burgos, y no se conformó con ellas, aunque le
pareció un paso gigantesco, y sobre todo admiró
y bendijo el trabajo de su comisionado, y también justificó al bueno de
Alfonso de Espinal, por su arrepentimiento y su actitud valiente en defensa de
los indios. Desde entonces los dominicos
y los franciscanos trabajaron juntos en la cruzada evangelizadora.
Las leyes no surtieron el efecto que se esperaba.
No mejoró en nada la condición de los indígenas. Los encomenderos procuraron y
lograron burlarse de ellas, pese a que algunos fueron a la cárcel, casi de
inmediato fueron puestos en libertad por los jueces, la mayor parte
comprometidos en el tráfico de esclavos y en la explotación de las minas.
Luego aquellos que fueron enjuiciados
arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los mismos
esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba la ley.
Pedro no lo pensó más, decidió irse a La Corte,
además tenía que responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición
formulada en su misiva. Así fue como partió para España en 1512. Se
trasladó al puerto de Isabela, donde había un galeón a punto de partir. La
jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y peligrosa. Se fue con
algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no había otra forma de ir
hasta aquel puerto. Durante cuatro días
caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al descampado, se alimentaban con
algunas cosillas que encontraban en el camino, sobre todo frutos silvestres que
ya conocían, porque no quisieron llevar absolutamente nada de sus viandas
habituales, que les impidieran ir rápido y libremente, y también contaban con
muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si
supiesen a lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos. En ningún momento hubo nada que lamentar del
trato de los indios. Llegaron a Isabela
y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida por los
vientos, desde la vez anterior estaba
abandonada; pero allí estaba el galeón, el más hermoso que jamás habían visto.
Un barco de guerra bien guarnecido, el “Ramón Berenguer” de de cien cañones y
un velamen desplegado, demasiado grade pero hermoso; especialmente hacia el
palo mayor y los trinquetes, por donde flotaban las velas infladas por el
fuerte viento. Ese detalle no le pareció bien a Pedro, pero en lo demás era cuasipefecto, le recordó
entonces al barco portugués Santa Catherine do Monte SINAI, en el cual hizo un
viaje desde Barcelona, siendo estudiante.
El capitán del galeón los recibió con alegría, ya
sabía de quien se trataba, y desde que supo que Pedro lo acompañaría en aquella
travesía, no había dejado de soñar, y le dijo –Padre lo esperaba con ansiedad,
he oído mucho de Ud., pero mi primera impresión es superior a lo que imaginé-.
Se arrodilló y le pidió humildemente su bendición, y agrego – Si creéis que la
merezco porque soy un pecador-.
Hermano, yo soy quien debe pediros la bendición en
nombre del Señor, que todo lo hace posible y vos sois su instrumento, porque lo lleváis en el
corazón. Se que estáis limpio de pecado. Vuestro espíritu respira la alegría de
la paz de Jesús, bendito sea su santo nombre. Dios os bendiga y que
conservéis la paz, con pureza de alma, y
vuestra alegría, por siempre, amen. El
Capitán permanecía de rodillas, Pedro puso sus manos sobre su cabeza y oro unos
instantes. Luego los dos se abrazaron como viejos amigos y conversaron largo
rato de las cosas de la vida y del mar. Una simpatía mutua se recreaba en
aquellos dos seres.
Aun pasamos en La Isabela diez días
fondeados, haciendo algunos arreglos y esperando bastimentos negociados con los
indígenas, sobre todo casabe, maíz y pescado salado.
Uno de los viajeros, del mismo pueblo de Pedro,
llamado Fernando se les unió, porque
tenia harta experiencia en navegación y
resultó un gran conversador. Había
trabajado en la construcción de grandes navíos en la escuela de Sagres, bajo la
protección del Rey Don Juan II de
Portugal, llamado el Príncipe Perfecto,
en cuyas expediciones, por la costa
occidental de África, había participado.
El día de
la partida desde el puerto de Isabela,
nos reunimos en la cabina del Capitán, y después de acordarnos en varios
asuntos despegamos a las seis de la mañana,
del día de Reyes, 5 de enero de 1512. Seguiríamos las cartas del Almirante del Mar Océano, que Dios guarde en la gloria, buscando la
isla de La Trinidad ,
donde deberíamos surgir para tomar otras provisiones que harían falta, y así lo
hicimos. Tomamos dos días en puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros,
personas importantes que viajaban a España.
El día1 6 salimos para las Islas
Canarias, al puerto de Las Palmas, donde
surgimos el 15 de febrero. Negros
nubarrones anunciaban tormenta, pero no
era lo que podía detenernos, así que continuamos el viaje. El Capitán, nos pidió que rezáramos, porque el peligro
nos acechaba, los vientos alisios son traicioneros- había dicho- No tengo temor
de mi porque creo que mi alma esta
limpia, no tengo deudas con nadie, y agora me siento mejor a vuestro lado, siento muy cerca de mi
al Señor. Pedro respondió –Lo mismo me
pasa a mí a vuestro lado, me siento muy
cerca del Señor. Vos tenéis un alma pura, soy templo de Jesús, bendito sea su
santo nombre, me fortalece estar a
vuestro lado. Sin embargo el proveerá lo mejor para nosotros. Confiemos en El y
que se haga su santa voluntad.
Como lo presentía el capitán, al atardecer del
tercer día de navegación, estando aun
cerca de las islas Canarias, comenzó a
soplar el alisio, con tanta fuerza que nos obligó a recoger las velas. En esta
acción tuvimos que colaborar todos, tripulantes y pasajeros. Había que bracear
las vergas y largar las culebras de las bonetas mayores, y sucedió lo que nadie
podía imaginar ni esperar, una de las vergas se desplomó y dio con Gabriel, y
le partió la cabeza. No pudimos parar para socorrerlo, y además de que había
muchos inocentes en peligro, no había nada que hacer, estaba herido de muerte.
Cuando hubo amainado la tormenta, estaba en mis brazos y le daba los últimos
auxilios espirituales. Los marineros lloraban
cada uno en su puesto, entendiendo que esto quería su ídolo. El sabía de
seguro que se moría y por ello ordenó a su segundo oficial, como era su deseo,
que Fernando condujese el barco hasta Barcelona, y que su cuerpo fuese llevado
a tierra y se le diese cristiana sepultura, como mandan los cánones; más no se
pudo hacer y tuvimos que arrojarlo al mar porque no se corrompiera, no sin la
consternación de todos.
El 25 llegamos al Puerto de Barcelona, donde nos
esperaba una comitiva de la empresa naviera. El puerto queda en la desembocadura de “Las Ramblas”, que es un
lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de lluvia de la gran ciudad. Salidos del barco, Pedro fue directamente a la iglesia de Santa Catherine, que es la de
su Orden, donde tenía amigos. Esta
Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral , fuera de sus extendidas murallas. Habíamos
subido Las Ramblas, caminamos casi
toda la calle Hospital, bordeamos la muralla, unas callejuelas que
dan a la Plaza Nueva ,
y llegamos a la iglesia. Me despedí y el se quedó varios días preparando su viaje para
Castilla.
Supe luego que salió a pie de Barcelona, Reino de
Aragón, y no había caminado mucho de la vía a
Zaragoza, tomando la ruta de Sitges, pasando por Villanova, Tarragona,
Lleida y Huesca, cuando unos arrieros lo invitaron a que los acompañase.
Subió a una de esas carretas con quien debía ser
el jefe de la caravana, y trabó con este hombre
una amistad, que más bien parecía que se conocían desde muy pequeños,
tal eran los abrazos que se daban y mutuamente se regocijaban, para admiración
de los caravaneros, porque a según, y que este hombre era un ogro.
Manso como un cordero resultó este Don Manuel de
Osorio, que era su nombre, y que le dijo a Pedro –Mire oste, Santo Padre, yo
hasta hoy es la primera vez que trato a un cura, siempre recelé, me he alejado
d’ellos, pero si son como vos, ya
mismo voy a buscar a dos o tres para quererlos como si jueran mis hijos, que nunca tuve,
porque tampoco me he arrimado a mujer en toda mi vida. Soy una bestia, padre, y tal vez no encuentre perdón mi alma.
Creo que Dios me aborrece, no por ser tan malo, sino porque nunca he tenido
cariño para nadie.
Pedro lloró ante aquella confesión franca y tan
íntima. Después de un rato, mirándole a los ojos, le dijo: Manuel, hermano, derrama ese corazón
que llevas y que esta lleno de bondad. Te acostumbraste a ser duro, porque ese
es tu trabajo, es así de duro, como las rocas; pero Jesús, bendito sea su santo
nombre, te ama tanto que me ha puesto a
mí, indigno y pequeño, para que lo abra. Vamos a hacerlo los dos, llamemos a
toda esta gente que esta bajo tu mando, y alegrémonos con ellos. Vamos a darle
una fiesta al espíritu, que corra el vino y las palabras, y que los corazones
sientan que están con un hermano mayor,
que los protege y cuida. E así lo hicieron en el pueblo de Sitges, en un
cobertizo que había en el camino. Manuel con grandes voces, convocó a la fiesta en honor de Pedro. Los arrieros
estaban sorprendidos, y cuando vieron a Manuel que sacaba los cueros de vino, y
llamó a unos jóvenes músicos, que iban con ellos, para que animaran la fiesta,
todos se alegraron tanto que olvidaron sus prevenciones contra su amo. Pedro
entonces los reunió y les habló, muy, pero muy pausadamente.
Hermanos escuchadme. Os voy a contar un cuento
que me se de niño, y que sirve para
esta ocasión… Había una vez un hombre muy rudo, casado con una bella doncella,
tímida y callada. El la amaba en silencio y ella se sentía desdichada. Pasaron
muchos años, hasta que un día ella
enfermó gravemente, y el hombre lo dejó todo por atenderla, y cuando la vio a
punto de morir, le dijo: Maria, no te mueras, porque si mueres yo moriré
contigo. Ella extrañada, le preguntó: ¿Por qué vas a morir si yo muero? Y él, entonces le dijo: Porque mi amor es tan grande que mi
corazón estallaría. Ella, asombrada, le
recriminó: Entonces ¿Tú me amas?
y ¿Por qué nunca me lo has dicho…? Ella también le confesó su amor
silencioso. María se curó y los dos se amaron por muchos años.
Entre ustedes solo falta que se digan cuanto se
aman los unos a los otros. Háganlo, serán muy felices y podrán soportar las
durezas del trabajo. Pídanle al Padre Eterno que les de la sabiduría y la paz,
oren unos por los otros, y escuchen la palabra de Jesús, bendito sea su santo
nombre, que les habla a vuestros corazones y los inflama de amor.
Cuando Pedro terminó de hablar todos estaban
llorando, pero en sus corazones latía santa alegría. Pedro levantó los brazos y
los invitó: ¡Ale ale!... Ahora vamos a
celebrar, el vino es un buen medio para comulgar y acercarnos.
Cuando llegó la hora de marcharse, tuvo que hacer
un gran esfuerzo para despedirse de los carabaneros, y Manuel le dijo: -Amigo,
que daño me haces con tu partida, tengo el corazón a punto de estallar, a lo
mejor muero, pero muero muy feliz. Que tu Dios te acompañe, y tengas la paz que
nos dejas, donde quiera que estés.
Llegó a Burgos el 10 de marzo, por la vía de
Logroño, e allí le informaron que el Rey estaba en Valladolid. Se quedó
varios días recabando información sobre el trabajo del Consejo y de sus
miembros, por ver si alguna de aquellas personalidades le podía ayudar en su
misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos salió a pie, porque no pudo encontrar otro medio, y
a él le complacía caminar. Sin embargo
en el camino siempre encontraba gente amable que lo invitaba a cabalgar con
ellos o montar en sus carretas; así llegó a las puertas del Palacio
Provincial en Valladolid a las 6 de la
mañana del día 19, y ya se sabía que
venía, porque de inmediato le dejaron entrar.
Lo condujeron al comedor y le brindaron un buen desayuno, un trozo de
pan con queso manchego y un tarro de leche de cabra. Luego van al
salón, donde Pedro, como era su costumbre, se mantuvo bastante rato de pie, hasta que vio un crucifijo en un altarcillo
con reclinatorio, muy bien dispuesto. Allí cayó de rodillas, oro y sumióse en
profunda meditación y adoración del
Señor, sin percatarse del tiempo. Había trascurrido más o menos una hora,
cuando escuchó a su lado una tocesilla, se incorporó presto para ver de donde venía, y se encontró
cara a cara con fray García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de
Indias, y con fray Agulatín de Funes, Provincial de la Orden Dominica en
España. Pedro se acercó preferentemente
al Cardenal, se arrodilló según su costumbre y esperó que le hablase. El
Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo
que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise interrumpir
vuestro diálogo con el Santísimo,
se que es vuestro consuelo; y también se que os escucha. He oído muchas cosas
vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid, acompañadnos,
caminemos un poco y hablemos. En este salón
hay demasiados oídos. Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho
cuidado con lo que haces y dices.
Que alegría me da oírlo hablar así, Santo Padre
–dijo Pedro, con manifiesta complicidad-
sin embargo lo único que me preocupa cuidar, y es lo que temo perder, es
mi alma; pero también considero y creo, que mi Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, la tiene
muy protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el Pastor de un
numeroso rebaño, y si el Pastor se
pierde, se pierde el rebaño.
El Cardenal insistió y dijo – Bien, Pedro,
contadnos ¿Por qué os persiguen en la Española? –
Los tres dignatarios se detuvieron en un jardincillo, cerrado de
parrales, y se acomodaron en un banquillo de madera labrada bastante cómodo
para los tres. -Pedro, les pidió que lo perdonaran si el relato se hacía
largo y tedioso; pero os lo voy a referir con todos los detalles. Entonces les contó con pelos y señales, todo
lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre todo lo que había visto y oído desde
que llegó a La Española ;
y las denuncias que se había visto obligado a hacer por no parecer cómplice de
tantos crímenes.
Díjoles-
cuando llegaron nuestros hermanos a la Española , había cinco
provincias ordenadas y densamente pobladas; con sus familias y gobernantes, que son los que llaman
Caciques. Hoy todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega , que se extiende de
Norte a Sur, que conozco muy bien por
que la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas españolas, tiene altas montañas y ríos
navegables como el Ebro, Duero o Guadalquivir, es la provincia o reino del cacique Guarionex, de
quien seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una
servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde
están las minas de oro mas ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada
uno de sus súbditos llenar de oro un
cuenco hecho de cuero de cascabel para obsequiar a su Alteza Real, a condición
de que no obligaran a su pueblo a buscar mas oro porque no sabían
hacerlo en las minas; que su pueblo si podía trabajar labranzas desde Isabela
hasta Santo Domingo, si se lo mandase su Alteza Real. No fue escuchado, fue
perseguido hasta la provincia de Ciguayo, donde mataron a sus defensores, lo
tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla con una gran carga de oro que se
perdió en el mar, junto con sus captores.
Aquellos dos hombres lloraban, sus lagrimas
corrían libremente, pero el Cardenal le dijo a Pedro –Continúa hijo mío, sabes
que soy un viejo muy tonto- Y Pedro continuó… En otra parte de la Española , esta una
provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando con La Vega o Cibao, que fue
totalmente destruida; era el territorio del cacique Guacanagarí, Provincia de Marién, con más
superficie que le Reino de Portugal. Los
señores de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El
cacique fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de
presentes y atenciones, en su primer
viaje en 1492, y el premio que se le dio
fue la persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda; para
su familia, todo su pueblo y con toda saña, para él. El cacique se
internó en las montañas y allí murió. ¡Solo Dios sabe como!
El Cardenal se llevó las manos al rostro y exclamó: ¡Apiádate de mi Santo Padre, no soporto más oír tantas
crueldades. ¡¿Es posible que el hombre sea capaz de tanta crueldad, sin ningún
motivo?!
Señor.
Creo que vuestra excelencia conoce la
historia de Canoabo, porque se han
contado tantas versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El
cacique era de la provincia de Maguana,
que sirvió al reino más y mejor que
ningún otro súbdito en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo
encadenaron en uno de seis navíos que se perdieron en medio de terrible
tormenta, frente al puerto de santo Domingo.
Luego persiguieron y mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran
testigos. Y del cacique Behechio y su hermana la hermosa princesa Anacaona,
del reino de Xaraguá, que junto con otros personajes de su Corte, fueron
perseguidos sin ningún motivo, apresados y encadenados. Luego los encerraron en
una casa grande y le prendieron fuego, menos a la bella princesa que
ajusticiaron en medio de torturas espantosas y burlas inenarrables. La
ahorcaron junto a su madre la anciana reina
Higuanama, de la provincia de
Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una
visión sutil de lo que verdaderamente está ocurriendo.
El Cardenal
lo escuchaba con el corazón a punto de estallarle, pero lo alentó a continuar en su cruzada, mas le
dijo: -Hijo mío, en esto te va la vida, vais a luchar no solo contra esos
criminales, sino contra sus intereses,
que valen para ellos más que sus propias vidas y sus ánimas. Vais a luchar
contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo, pues se de cierto, que
el Católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y tratará de ponerle
remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o serán burladas con sutiles artimañas.
Pedro lo escuchó con devoción, y sus lágrimas
corrían por sus mejillas por comprender lo imposible de aplacar los crímenes
que se cometían y continuarían cometiéndose con aquellos pobrecillos
indefensos, que ya quería y amaba como si fueran sus verdaderos hijos. Entonces
recordaba sus ojillos llenos de espanto y no sabía que podía hacer; pero
volvería a procurar de hacerlo. Cristo, bendito sea su santo nombre, debería ver por él y darle el valor y la
sabiduría necesarias para proceder mas conforme con su misión.
Vi a Pedro tantas veces arrodillado ante el
Santísimo, pidiéndole a la
Virgen Purísima , nuestra Santa Madre, que intercediera ante
el Padre Eterno, en nombre de su hijo Jesús Cristo, para que le diera el valor y la inteligencia
necesaria para afrontar su compromiso con los más débiles. Entonces lloraba
mansamente durante días y noches enteras. Mortificaba su cuerpo hasta que iban
a sacarlo y alimentarlo, porque caía sin sentido.
En Valladolid le informaron sobre las peripecias
de Montesinos, y esa fue una de sus pocas alegrías que celebró con una sonrisa
y una oración. De las leyes aprobadas
para favorecer a los indígenas de toda la América Española ,
lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que significaba y el destino provisor
que de ello se derivaría para el futuro,
y pese a todo lo que continuaría en esta
generación. Sin embargo la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a formular
objeciones a esas leyes para perfeccionarlas.
No había quedado conforme porque había muchas maneras de violarlas
dentro de la legitimidad porque no señalaban castigos para los infractores, mas
bien se les respetan sus privilegios, y decidió planteárselos al Monarca, para
ponerlo al tanto de sus preocupaciones, y así se lo manifestó al Cardenal, por
lo cual pidió con respeto y acatamiento, el permiso necesario y la solicitud de
una audiencia con El Católico.
La audiencia se le concedió inmediatamente, no
solo por lo importante del asunto, sino que el Rey deseaba conocerlo. Y fue ante él, solo con su gran amor en el
corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino. Se detuvo frente al
portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don Fernando me espera,
anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo miró de abajo arriba, sonrió, y no se movió. Pedro se
hizo el desentendido, sacó la carta del Rey y se la entregó. El hombre entre
incrédulo y curioso, vio la carta de la audiencia, se encogió de hombros y le
dijo: ¿Pues ve, si os reciben con esa facha. Que el diablo me coja!
Así mismo se presentó ante Fernando, cubierto con
el polvo de tantas jornadas; pero el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso,
sino en los ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era
llegado, mandó luego que lo trajeran y
cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en las mejillas
como a un viejo amigo. Pedro se
arrodilló para dar gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se
manifestaba. De luego el rey le ruega que se ponga de pie y porfía que no debe
hacerlo ante él por no ser digno de ello, mas Pedro no lo escuchaba, estaba en
intima comunión con Jesús y así lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se
levantara y saliera de aquel estado de arrobamiento.
Perdonadme Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas
corrían libremente y también al viejo monarca se le saltaba las lágrimas y su
mente, sin saber porque viajaba a su amada Isabel sin saber a que se debía
aquel acceso de ternura. Luego más calmado, Pedro comenzó a explicarle el propósito que lo
llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el corazón del Monarca,
que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba por aquella santa
boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española , habló de las
cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores;
de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por
saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si
los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad
que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba
gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc.,
interesados en mantener sus encomiendas y “rescates”. A todo ello
respondió Pedro sencillamente: -Esos hombres y sus familias han vivido en sus
naciones tantos siglos como nosotros en la nuestra, y nunca necesitaron que
fuésemos a darles de comer. Ahora en
cautiverio, pues, si no comen se mueren-.
El Rey no preguntó otra cosa, sino que le
demandó que se hiciese cargo del
gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar los males que él no
podía hacer. Mas Pedro se rehusó, y le
respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión meterme en negocios tan
arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico que no me lo mandéis; pero si quiero pediros
un gran servicio. -De que se trata-inquirió el Rey. Quiero proponer algunas modificaciones a las
leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para mejorar el trato que se da
a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas de vuestra Majestad; y creo
que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre,
no las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas
por gente interesada en no modificar el orden establecido con su secuela de crueldad, especulación y codicia.
Oyolo atónito el Rey; creía haber hecho todo lo más, ordenado a sus mejores consejeros que hiciesen una leyes
humanitarias para aquellos pueblos, y venía uno solo que le decía que había
mandado mal y así parecía que era. Al Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y
no pudo entender como soportaba a Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio explicaciones
y razones que a nadie podía dar, ni que
lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas para Cristo,
tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará. Convocaré un
nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os será
consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán
retenidas.
Así fue que el Rey más poderoso del Orbe, convocó
en Valladolid, un nuevo Consejo, formado por los anteriores dignatarios que
formaron el Consejo de Burgos, ahora reforzados
por otras personas destacadas,
como el licenciado Santiago, Don Juan de Fonseca y los teólogos de
Salamanca, fray Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo, a los cuales mandó buscar
y casi obligolos a asistir y concurrieron muy cumplidos para escuchar a Pedro, que era la voz del
propio Jesús, bendito sea su santo nombre.
Pedro asistió a esas sesiones como crítico y consejero, aunque no aparece entre
los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en Palacio, pese a la invitación
del Rey, eso no era de su habitual comportamiento. La casa donde se alojó, está
muy cerca de Palacio, pertenece a una dama muy respetada a quien apodan María La Brava ; que se la ofreció la
propia dama a Pedro por haber oído del Rey, que era un caballero de gran
autoridad, y persona en si que fácilmente, quien quiera que lo veía,
hablaba y oía conocía morar Dios en él y
tener dentro de si adoramiento y
ejercicio de santidad y que él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo
como santo.
Las leyes de Valladolid, después de amplias discusiones con la
intervención de juristas y teólogos,
fueron firmadas por Tomás de Matienzo, Alonso de Bustillos, Lic.
Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió burlado, pero se conformó con la
inclusión de algunas reglas a pesar de saber que eran insuficientes, y que le
aguardaba una larga lucha y no pararía de hacerla en toda su vida.
Pedro se quedó en Valladolid un tiempo más y trabó
muy buenas relaciones con el Rey, de tal
suerte que enviaban de la Corte a por el,
y el Rey le consultaba en cosas familiares que debía decidir, e
inclusive de política que a veces se veía obligado a suscribir y aplicar. También porfiaba casi
siempre, que Pedro debía aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día
Pedro le dijo: _Alteza, he pensado en un
modo de volver a las Indias- El Rey
entusiasmado apremió -Muy bien… os
escucho. –Quiero ir a tierra firme en parte donde españoles no vayan. Solo con
la cruz de Cristo y unos pocos misioneros para evangelizar a los indios en la
paz de Cristo, porque ya en La
Española , el mal ha crecido tato que no se podrá erradicar,
sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes, ni por la
fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y trabajadores, así lo
quiero, si vos me lo ordenáis.
Fernando que había soñado con aquella idea, y que
días antes, el 14 de mayo de 1513, había
consultado con sus consejeros sobre la
posibilidad de mandar a Tierra
firme, una expedición para iniciar la
colonización de aquellas provincias; y
¡Dios bendito! El propio Pedro, a
quien tanto amaba, se lo pedía ¿Qué más podía desear?. Le dijo –Os lo prometo,
iréis este mismo año a tierra firme, con todo lo que queráis. Hacedme de
inmediato un memorial detallado de lo que necesitéis, y ya esta concedido.
Seréis mi representante en tierra firme lo que ordenéis lo manda el Rey, lo que
neguéis lo niega el Rey.
La noticia corrió
como pólvora encendida por los corrediles del palacio; no se hababa de otra cosa. Aquellos que antes
se atrevían contra él, fueron los más sumisos y sus mejores consejeros. Desde
ese momento, Pedro fue asediado por decenas
de personas interesadas en el proyecto, no le dejaron descanso. Para el
10 de junio salieron los primeros despachos
reales: dos cédulas dirigidas a
los oficiales de la Casa
de la Contratación
de las Indias en Sevilla, y otra para el Dr. Sancho de Matienzo, tesorero de la
dicha casa, para que se le diera pasaje y mantenimiento vía La Española , a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes
más, que le acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo
contenido en el memorial que os
presentará, y así me serviréis.
Pedro se trasladó a Sevilla con su comitiva,
presentó las catas credenciales a los oficiales y al Dr. Sancho de Matienzo,
que de inmediato le dio cabida y procedió con la mayor diligencia, según la
orden de su Majestad, en preparación de
la expedición. Se gastaron, según Don Sancho más de 400 mil maravedíes; se
ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del Imperio no se regateó
en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió en abundancia en
especial las imágenes de la
Virgen y del Crucificado, y para la construcción de iglesias
y todo lo relacionado con la albañilería fue de primera importancia los
ladrillos, ornamentos, clavos, las
herramientas, todo ello según proyectos
de los arquitectos y matemáticos del reino, supervisado personalmente por
Pedro. El 14 de junio todo estaba preparado
en Sevilla, un buen navío de 150
toneladas, bien equipado, con 50 tripulantes y 150 pasajeros. Pocos días
después partieron para la
Española.
Pedro daba la misa en la cubierta del navío todos
los días a las 7 de la mañana, la buena
noticia era el principal alimento
esperado por todos a bordo, la paz de Pedro confortaba a los viajeros, la mayor parte
asustados ante la inmensidad del océano. Muchos se le acercaban para
buscar alivio a sus tormentos y
frustraciones y de verdad lo encontraban. Pedro se recostaba luego en la cuaderna y allí lo rodeaban, él
confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de los santos y
parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas. Cierta vez, Pedro decía,
que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas, nuevos credos,
muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de amar a Dios,
eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo. La iglesia instituida es la católica, y ahora
tiene 1500 años estudiando la mejor manera
de amar a Dios. Los doctores de la iglesia se han esmerado en perfeccionar
el acto amatorio que debemos al Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera
dentro de la liturgia católica, entonces ¿Cómo será dentro de estas
sustituciones imperfectas? Si no creemos en los sacerdotes católicos que pasan
la vida estudiando la forma de acercarse
a Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha
ido avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del
tronco común del conocimiento de Dios,
en ramas que a la vez también se han dividido
y el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una
meta común.
Uno del los viajeros le dijo: Padre creo que he
perdido todos estos años de mi vida. Siempre he estado buscando e investigando,
leyendo todo cuanto ha caído en mis manos, y ahora me doy cuenta de mi necedad
¿Como puedo mejorar lo que la Iglesia ha
tejido en tantos años? Gracias
padre, nunca pensé encontrar tan cerca
el tesoro que buscaba y me libera.
40 días después, sorteando algunos contratiempos,
llegamos al puerto de Santo Domingo, en La Española. Las
autoridades, de la isla el lic. Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo,
el Vicario Domingo de Mendoza y los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de
Ortiz, y los franciscanos Alfonso de Espinal y Francisco de Córdoba, nos
esperaban en el puerto. Pedro entregó las cartas reales y pidió que lo condujeran a presencia
del Almirante Diego Colón, para entregarle personalmente los despachos y la
carta del católico. Y así fue conducido
ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en los que se daba
cuenta de la misión que se le había encomendado.
Don Diego se mostró muy preocupado, y le dijo a
Pedro: -Padre, sabéis a lo que os exponéis, en ello os va la vida. Vos no conocéis esas tierras ni esas gentes.
Se que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona que os ama, tomad las
precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta. No me sobran hombres,
sin embargo puedo disponer de por lo
menos 10 hombres diestros en el trato con los indios. Están a vuestras órdenes.
¡No
Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que sirva de intérprete. No
quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas sagradas son
imprescindibles, y los bastimentos que
están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar casabi
en la Isla
de la Mona , lo
demás lo tenemos en abundancia. Mas vos tenéis razón en cuanto a las precauciones que debo tomar,
y mientras preparamos la expedición definitiva para asentarnos en un buen lugar
en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis cuidado; enviaremos exploradores,
para ver donde pararemos. Todo saldrá bien.
Finales de octubre o principios de noviembre
de 1515.
Rivero. Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con
Pedro, “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para Sevilla, en compañía
de fray Antón de Montesinos, y que una
vez en aquel puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y
fray Antón, fue a su Monasterio.
Don Fernando. De
eso se muy poco, yo me quede con Pedro preparando la tercera expedición,
que se hizo en mi barco, y que fue una
aventura prodigiosa, que si me lo permite, le puedo narrar de la A a la Z , porque la tengo muy fresca en
mi memoria.
Rivero. Para
nosotros será muy placentero.
Don Fernando. Os ruego
que pongan atención porque no me gusta repetir, y a veces pierdo el hilo cuando
me interrumpen. –El Capitán suspiró profundamente, cerró los ojos, y dijo: Bien, ese
día de principios de noviembre de 1515,
vino Pedro con otros más y me dijo: Fernando, tenéis que preparar el barco porque vamos a
expedicionar a Tierra Firme, en los dominios del cacique Cumaná.
-Yo le advertí,
reconozco que me apresuré, le dije: Pedro, tu sabes lo que acaba de suceder,
con la avanzada que enviaste, tu mismo fuiste y te contaron toda la tragedia
que vivieron en esas tierras.
Pedro. No me
recomendaríais que abandone la misión, o sí. Sabéis que no lo haría aunque
supiera de cierto que en ello va mi vida.
Don Fernando. De
ninguna manera, tanto el barco como yo, estamos listos para cuando lo decidáis.
Pedro. Alabado sea
el Señor. Manos a la obra, envía unos hombres con carretas para acarrear
todo lo necesario, y esta vez iremos con muchos frailes, muy piadosos, que
están dispuestos a morir de ser necesario para establecernos en la orilla del
río Chiribichi. También llevaremos gente de guerra que nos ofrece el
Visorey.
Don Fernando. Me
ocuparé de todo, no os faltará nada.
Rivero. Usted
recordará la fecha en que salieron de Santo Domingo.
Don Fernando. Os
puedo decir que a principios de noviembre ya estábamos surtiendo el navío, y en
ello transcurrieron varios días. Tanto los materiales que trajo Pedro de
Sevilla, como los que había acumulado en Santo Domingo, porque déjeme decirle,
el voluntariado fue infinito. Pedro tuvo que sortear entre ellos los que debían
venir, y los que no pudieron, ciertamente lloraron pero comprendieron, no era
posible que entraran todos.
Rivero. Cuantos
frailes franciscanos fueron en ese viaje.
Don Fernando. Eran
once. Juan Garceto, también tuvo que seleccionarlos, muchos querían ir, pero
tampoco podían dejar a Santo Domingo sin franciscanos.
Rivero. Y
dominicos, cuantos, y que más llevaban.
Don Fernando.
Fueron cinco con Pedro; y además de los 20 tripulantes y 150 soldados, iba la servidumbre y varios
esclavos negros; 6 mulas, 3 asnos, 4 vacas, 3 perros, 20 gallinas, 6 gallos.
Varios sacos de harina y barriles de vino. El material para la construcción y
ornato de las iglesias ocupaba la parte principal de la carga, pero
como iba en cajas, no se lo puedo describir.
Rivero. No importa,
eso satisface mi curiosidad histórica. Era una expedición con todas las de la Ley.
Don Fernando. Puede
usted creerlo. ¡Valga el cielo!
Rivero. Cuanto
tiempo tardo el viaje.
Don Fernando. Mire
osted. Normalmente son 7 días. Pero con la cantidad de cosas que sucedieron en
realidad ya ni se cuanto duró el viaje.
Rivero. Y que
sucedió, que me tiene en ascuas.
Don Fernando. Pero
es que osté con tanta pregunta suelta no
me deja contar la historia de ese viaje. Espere que le cuente una cosa y
después otra... Es probable que el viaje durara normalmente 7 días., pero
tuvimos que parar en la isla de la
Mona a cargar casabe, que era muy importante porque no
teníamos otro pan. Allí paramos dos o tres días. Luego Pedro quiso parar en
Araya, para cargar un poco de sal. Estando en Araya supimos que los Caribes
estaban atacando a Cumaná. Vimos infinidad de curiaras caribes pasar veloces
frente a nosotros con dirección al puerto en la boca del río Chiribichi, en el golfo de Cariaco. Pedro, serenamente me dijo.
Pedro. Fernando, esta es nuestra oportunidad para
ganarnos el aprecio de las tribus atacadas.
Fernando. Que me quieres decir.
Pedro. Partamos
inmediatamente para ese puerto, enfrentaremos a los caribes y los haremos huir.
Fernando. Bien
-Grité a todo pulmón- Todos a bordo, y
preparen las armas, que vamos a pelear.
El Ramón Berenger, como en sus buenos tiempos, inflamó las velas y zarpó raudo buscando su
destino. Tardamos cerca de dos horas para estar frente Cumana, los caribes
no se amilanaron y nos atacarnos con sus flechas envenenadas, pero estábamos
muy bien cubiertos y preparados para responder con nuestros mosquetes.
Intentaron abordarnos y los rechazamos, produciéndoles muchas bajas. Los
caribes son soldados entrenados en el arte de la guerra. Los capitanes llamados
ditainos, conducen a sus hombres con sonidos como pájaros, cuando ven que no
pueden controlar una situación se repliegan, se reúnen, discuten e improvisan otra estrategia. Volvieron con flechas
encendidas, tenía que acercarse a nosotros para poder llegar a las velas.
Temiendo un incendio mandé arriar las velas, y protegerlas, los caribes no se
atrevían a acercarse al barco por temor a los mosquetes que al parecer ya
conocían, y desistieron de este
ataque. Vimos a los ditainos reunidos
otra vez, y al parecer decidieron no ocuparse de nosotros, sino seguir atacando
al poblado, y se internaron río arriba
para atacar por tierra. Entonces lleve el barco
hasta el puerto, donde fuimos bien recibidos. Un cacique muy joven, se
presentó y por medio de un lengua, nos hizo saber que un jefe estaba mal
herido, y que podía sanar con la medicina del hombre blanco. Pedro pidió que lo llevaran ante el herido. Lo examinó y lavó las heridas por las cuales salía mucha
sangre, dedujo que el mal no estaba allí, las heridas no eran peligrosas, pero
descubrió un dado seguramente envenenado con curare. Entonces se arrodilló,
sacó el dardo, y con un cuchillo hizo una incisión profunda, el herido
reaccionó y dejó escapar un quejido profundo;
luego Pedro chupó la sangre que ahora se negaba a salir, como si el
herido la contuviera; Pedro le dijo en su idioma: No te opongas, es por tu bien en ello te va la
vida; y la sangre y el veneno salieron
milagrosamente. Pedro se levantó y le dijo al joven cacique, déjenlo reposar,
pronto estará bien. El joven salió a la puerta de la churuata, y gritó. Mi
padre estará bien, el hombre blanco le salvó la vida. Vamos a pelear contra los
Caribes. Tomen sus armas.
Como yo hablaba
bastante bien la lengua chaima, me acerque al joven y le dije: “A los caribes
no se les puede pelear de frente, hay que prepararles una emboscada. Ellos son
artistas en las emboscadas. Primero enviaran a
los hombres caimanes, que se arrastrarán por el suelo selvático y
eliminarán a tus vigías; y prepararan el
terreno para sus otros batallones. Vendrán luego los hombres monos, que traerán
las flechas envenenadas a través de los árboles donde son invisbles, y les dispararan
a tu infantería, que no sabrá de donde le llueve la muerte; luego vendrán los jaguares en oleadas, que
atacaran a la infantería y a los que queden activos de las embestida de los
batallones anteriores; y nunca podrán
detenerlos, si no nos preparamos para vencerlos.
El joven cacique,
se dio cuanta del peligro y que estaba frente a un capitán muy bien informado,
y entonces pregunto.
¿Y como haremos
para vencerlos?
Tal vez no podamos
vencerlos, pero si atemorizarlos y ellos, que son muy listos, abandonarán el
territorio. Tengo 150 hombres armados con mosquetes, para dispararles a los
hombres monos. Si me autorizas los mando a formar.
¿Y los caimanes?
Ordena ya a los vigías, que se
retiren. Al no encontrarlos los caimanes se retiraran. Pon a
tus arqueros en dos filas, una detrás de la otra. Se que tienen carey de
tortugas gigantes en abundancia, y que suelen usarlos como escudos. Manda
buscar los que puedas, y repártelos entre los
arqueros de primera fila, cuando se produzca el ataque, tanto de los
monos como de los jaguares, que se metan
detrás de ellos; y después del ataque, los de la segunda fila se levantarán y
dispararan sus flechas envenenadas con curare, este hecho inesperado los
atemorizará. Después cada arquero, que
levante su carey para cubrir al que disparó, que será objeto seguro del ataque
de los hombres leopardos que disparan instintivamente; o sea, que
se defiende el soldado del escudo y
defendiendo al compañero que dispara y que está detrás de él. Entre
tanto mis hombres cazaran a los hombres monos al pasar de un árbol a otro. Y
cuando ellos los vean caer, se replegaran, buscando las órdenes el ditaino. Y
cuando este reunidos, mis hombres les dispararan, y al no obtener órdenes se
retiraran desconcertados.
Eres un hombre
sabio. Creo entender, pero me falta experiencia. Tu puedes ayudar, y salvar mi
pueblo. Ven conmigo al frente, tu dime, yo doy
órdenes
El joven cacique,
al cual bautizamos Diego, dio las órdenes que discutimos, las cuales se
cumplieron al punto. Esperamos
pacientemente el ataque. El sol comenzaba a declinar cuado se escuchó entre las
ramas de los árboles el silbido
característico de los ditainos, y el movimiento de las ramas de los árboles.
Casi al mismo tiempo se oyó el primer tiro de un mosquete, y el grito de muerte
de un hombre mono. En las filas de
nuestra infantería se escucharon varios
quejidos, pero la estrategia funcionaba,
ya que los jaguares no podía romper nuestras filas. De repente se escuchó un
tropel, los caribes bailaban la danza de la muerte y bebían aguardiente, seguramente
para darse valor. Volvieron a atacar, y nuevamente fueron repelidos, no
entendían lo que pasaba y estaban perdiendo a sus capitanes, porque mis
soldados, los descubrieron y les disparaban preferentemente, por otra parte los
ditainos estaban tan bien preparados físicamente para detener las flechas, que
creyeron que era igual con los mosquetes, y cada vez que se enfrentaban a los
tiradores salían heridos. Los ditainos llevaban pequeños escudos de cuero en
las muñecas y en los tobillos, y con esos pequeños escudos detenían o desviaban
las flechas, era casi imposible herirlos. Pero no contaban con los mosquetes,
no los conocían, con los mosquetes
ocurría todo lo contrario, al tratar de detener las balas salían heridos,
y gran parte de ellos no se dio cuenta a
tiempo y pagaron con sus vidas. La
batalla estaba decidida, los caribes se
replegaron, tomaron sus curiaras y se alejaron, dejando un centenar de muertos.
Pedro, Garceto y
algunos frailes se reunieron con los
venerables ancianos, y allí conversaron larga y amistosamente. Pedro hablaba
muy bien la lengua de los chaimas y eso le facilitó todo el proyecto. Los
ancianos lo escucharon , y se admiraron de todo lo que había hecho para
llegar a la desembocadura del
Chiribichi. Entonces Pedro les habló de Dios y de Iesu Cristo, de las
maravillas que había hecho y de la promesa de una vida después de la muerte
física. Los más ancianos recordaron a los espíritus de sus padres, los sarrase,
los santos del bosque; tambien les hablo de los hombres malos y de los buenos,
del premio y del castigo. En pocos minutos aquellos hombres estaba dispuestos a
seguirlo. El mas augusto entre ellos, habló.
Tu eres un hombre
sabio, y tus obras son sabias, quédate entre nosotros y enséñanos. Los otros
deben irse, nos traerán males inevitables. Busca un sitio y te construiremos
una churuata, allí trabajaras como nosotros, y podrás enseñarnos. Te daremos
una curiara y una mujer, ella te alimentará y te dará hijos.
Pedro Dijo, si me
permiten quedarme, también deben
quedarse los que me sirven, no puedo quedarme solo.
Y quienes de tanto
son los que te sirven.
Estos que son como
yo, y señaló a los frailes. Los hombres de guerra se irán mañana apenas salga
el sol.
Sea, como dices.
Diego te acompañará hasta que estés bajo techo, luego ustedes podrán hacer como
lo hacen los demás. Por lo demás, mi oferta sigue en pie.
Pedro se levantó y
los frailes hicieron lo propio.
Diego también se
levantó y les dijo: Síganme.
Y nos marchamos.
Los indígenas
celebraron la victoria escandalosamente, por todas partes salían bailando y
cantando; los tambores de madera, los pitos de bambú, y las maracas sonaban sin ritmo y sin
concierto. Unos daban voces y hacían sonar caracoles, aunque de vez en cuando
se escuchaba una buena voz de hombre o de mujer.
Fin
de la novela.
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