miércoles, 12 de octubre de 2016

EL HOMBRE QUE NUNCA MURIÓ. TOMO II


RAMÓN BADARACCO







El hombre que nunca murió

TOMO II



Cumaná                    2007







Tenemos que ser como niños para entender
los insondables misterios de la historia.   R. B.










Autor: Ramón Badaracco
LIBRO: EL HOMBRE QUE NUNCA MURIO
TOMO II
Copyright Ramón Badaracco
Primera edición 1997
1500 ejemplares
Hecho el depósito de ley
Correo y cel.
Cronista40@hotmail .com
0416-8114374
Segunda edición
Derechos reservados.
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná

















TOMO II. 

El Capitán cuenta la historia de Fray Pedro de Córdoba y la fundación de Cumaná. Hagamos un viaje en el tiempo. Trasladémonos espiritualmente y podemos vivirlo…

El Capitán, tomó aliento y dijo:

Si no me interrumpís, os puedo contar toda la historia de Pedro, desde que inició su cruzada.

Curra. Le prometo  que no lo interrumpiremos.

Don Fernando. Bien, acomodaos lo mejor que podáis. Dejen que mis recuerdos vayan saliendo… Os contaré todo lo que se…

Aquella mañana de febrero de 1510, como os dije,  habíamos salido a caballo de Ávila, la ciudad del silencio, hacia Salamanca. Pedro me rogó  que nos  detuviéramos  en el viejo puente romano  en el límite del Norte, a la salida de las murallas, para ver desde el poniente las altas torres de la catedral e la serpiente de piedras que la rodea. Un mar de trigo, de la hacienda de Isabel,  se extendía frente a nosotros. Pedro rezaba en silencio… Luego continuamos la marcha e  nos detuvimos en dos pueblos: Aveinte  y Narros del Castillo, para cambiar  cabalgaduras. Así llegamos a Babilafuente, para tomar un baño caliente en sus famosas aguas termales. Pedro  confesó, que una de sus pocas debilidades era la de sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi vida en escuelas y conventos, me siento feliz de ello, hay algunas cosas materiales que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo en este pozo, si en ello no hay pecado!. 
–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus compañeros- que el propio Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió en las aguas para que Juan lo bautizara.  

Bien… continuamos el camino, siempre al lado del río, hasta llegar al pueblo de Santa Teresita, Alba del Tormes. Los caballos penetraron en el mar de trigo que se extiende en sus praderas, sembrado por orden de Isabel, como dije;  en un terreno ondulado  donde el viento se distrae peinando las espigas, y los caballos trotan libremente.
 Por fin, después de tantas horas, llegamos a Salamanca, la blanca, por una calle larga de grades edificios públicos e iglesias romanas,  que termina en la Plaza Mayor; una estancia armónicamente cuadrada, cuyas construcciones se cierran en cada esquina  sobre fuertes arcos de piedra. Debajo de esos arcos “vive” verdaderamente la ciudad, bulle el pueblo. Por cada esquina de esta plaza entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes en romería, entre gritos e risas van a divertirse, a conversar, tomar vino e  cumplir con el  rito del amor. Pedro y yo  también lo hicimos, nos bajamos de los caballos y  confundimos entre ellos e fuimos a dar vueltas con alegría infantil, tropezar con las parejas enganchadas e recebir el soplo fugaz de la vida. La gente nos extrañaba, pero con todo,  saludaban entre risas e  cariño.  Bastante tarde fuimos a Santisteban, donde nos esperaban gozosos los compañeros de Pedro, que lo colmaron de atenciones. Entonces, se  acercó presuroso, fray Antón de Montesinos, y  reclamó el retardo…

–Hombre Pedro… ¿donde estabais?  Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad? ¿Cuál la urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
Yo, y, ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
¡Todos hombre todos…! pero venid, que os esperan en Catedral en la sala conciliar. Apenas os divisaron, la noticia corrió e agora están reunidos vuestros compañeros y el Maestro General de la Orden, fray Domingo de Mendoza, muy nerviosos por cierto.

Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo y como era  de su natural comportamiento, se arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la mano y lo levantó hasta que sus ojos quedaron parejos.-
Pedro le dijo –ya se a lo que habéis venido. Hágase en mi según  lo tenéis mandado. Os ruego que no me deis explicaciones.

Bien, hijo mío, vuestras virtudes han salido con alas de estas paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente del Consejo de Indias, me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido Vicario de Indias, y que debéis partir cuanto antes con destino a “La  Española”, cita en América; es una nación del Nuevo Mundo, tu nueva casa. 

El Vicario también escogió allí mismo, a sus acompañantes, cuya fama de santidad  también está probada: Antón de Montesinos, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:
- De luego irán otros a haceros compañía, los que sean necesarios para ayudaros en la infinita tarea que se os ha asignado. Se que no defraudaréis las esperanzas puestas en vosotros.

Desde ese momento Pedro no tuvo descanso e yo lo acompañé e ayudé en todo lo que fue menester. Nadie supo jamás de sus dolencias, aunque lo presentían.
El viaje a Santo Domingo se retrasó, por enredos burocráticos, hasta el 6 de agosto de ese mismo año de 1510, e también por los permisos que debía firmar el Papa, e otros requisitos para lograr la impetración de la Orden Dominica en el Nuevo Mundo.

 En Sevilla trabajaron con urgencia y culminaron los trámites e los preparativos, que rubricaron cuando fray Domingo de Mendoza, autorizado por el Provincial de la Orden en España, fray Agulatín de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de Indias, e nombró Procurador de la Orden en Sevilla a Don Juan de Ojeda, lo que dejó a Pedro totalmente libre de sus obligaciones en el reino y pudo viajar en el término previsto.

Partimos de Sevilla, a los 6 días de agosto, como  ya dije, en una carabela de 50 toneladas, e llegamos a La Española el 10 de setiembre de 1510. Al parecer nadie sabía de la misión, surgimos al norte de la isla en un sitio desolado, La Isabela, pueblo fundado por el Almirante Cristóbal Colón; abatido a poco tiempo por un huracán. Había tres o cuatro casuchas  ocupadas por un puñado de marineros  que solo deseaban regresar, y esperaban una oportunidad. Ese día, Pedro cumplía 28 años e quiso festejar con ellos. Los consoló, ofició la santa misa, su primera oblación en aquella tierra bendita de Dios;  partió el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras, e les habló. Aquellas gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, por haberles mandado el auxilio espiritual e la conformidad deseada.

Entre los indígenas se corrió la noticia de la misa que presidió Pedro al aire libre, y vinieron muchos caciques con sus cortes a conocerlo. Ellos hablaban diversas lenguas, aunque bastante parecidas, y Pedro los entendía a todos.  Desde un principio Pedro les enseñó la doctrina, varios jóvenes se aficionaron tanto a Pedro que se quedaron a su servicio.  Pedro tenía el raro don de lenguas. E le contaba la doctrina como un cuento apropiado para los niños.
Los misioneros pasaron algunos meses en Isabela, y construyeron una primera iglesia de madera, barro y palmas, e todos hicieron amistad con los aborígenes.

En los primeros días de octubre de ese año de 1510, llegó a la Española El Almirante Don Diego Colón,  hijo del Visorey Cristóbal Colón, acompañado de su mujer Doña María de Toledo, e se hospedó en la pequeña ciudad de “Concepción de La Vega”. En sabiéndolo Pedro, dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de madrugada para Concepción, a ver e hablar con el Almirante. Dejaremos a fray Antón encargado de todo nuestro hato, para que luego lo lleve a donde  asentaremos definitivamente.

Como no acostumbrábamos contradecirlo, hicimos tal como lo mandó, aunque no estábamos de acuerdo por múltiples razones,  entre otras la  distancia que deberíamos recorrer;  no conocíamos el territorio infestado de indios peligrosos e amotinados, e además, desconociendo casi por completo sus lenguas.

De todas formas partimos. En la jornada solo comíamos casabi,  pescado salado, ají e berros, que nos dieron los indios; además teníamos agua abundante de los  arroyuelos e alguna que otras  raíces, a las que ya estábamos acostumbrados. Encontramos muchos  guerreros; pero ellos, al ver y conocer  a Pedro, abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la vida; lo seguían, le hablaban en sus lenguas y él  respondía y los bendecía. No se si lo entendían, pero  sus demostraciones de afecto y acatamiento, así lo daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a Jesús, bendito sea su santo nombre, era un milagro.

Días después, llegamos a presencia del Almirante y su mujer, fuimos recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se arrodilló ante él, pero este, tomándolo de la mano,  le dijo –No lo haga, no soy digno ni de recibir su bendición, soy un pecador –Pedro respondió– Todos somos pecadores, pero si vos lo reconocéis,  lo confesáis y estáis arrepentido; yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os perdono los pecados de los cuales os habéis arrepentido y de todo otro pecado que queráis confesar. Os doy la paz para vuestro espíritu y no peques más. Que la paz del Señor entre en vuestro corazón y permanezca en vos  para siempre. Suplica al Señor que te proteja del poder que todo lo corrompe y te  de la fuerza necesaria para no caer en tentaciones; que abra tu corazón al Espíritu Santo consolador.

El Almirante,  se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y dijo en alta voz – Me siento reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias, padre. Será muy difícil mantenerme limpio, pero lo intentaré. 

Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro, que escuchase su confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde permanecieron largo rato.

Pedro decidió que nos quedásemos en Concepción de La Vega, y el Almirante le cedió un galpón medio abandonado, que servía de depósito de mercancías, ubicado fuera del poblado. Allí acomodamos la segunda iglesia de la Orden Dominica en la Española, y allí cantó la primera misa que se dio en la isla  para los indios, que vinieron de todas partes  a ver y oír “al padrecito de los indios”, que les hablaba en su propia lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray Antón de Montesinos,  segundo en el  mando de la Orden,  sobre todo en bondad, laboriosidad, solidaridad, y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y sacrificio. Un verdadero apóstol, como Pedro.

Esta misa le trajo a la Orden muchos inconvenientes con los españoles, pero el prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En poco tiempo sus filas crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8  venidos de España; y algunos  frailes y legos que ya estaban en la Española al servicio de  otras órdenes, y se vinieron a enriquecerla y  cobijarse con el manto de los dominicos; pese a que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran extremadamente rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.

Nos vimos en la necesidad de construir otra iglesia en La Vega con  ayuda de los indios, y ya  estaba terminada para mayo de 1511 cuando Pedro decidió partir para la ciudad de Santo Domingo, dejando La Vega a cargo de fray Tomas de Berlanga, y con él se quedaron también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.

Pedro era incansable, apenas llegó a la ciudad  de Santo Domingo, la más antigua  del Nuevo Mundo, fundada por Don Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador Nicolás de Ovando en 1504 a las orillas del río Ozama, donde la ciudad florecía,  era   verdaderamente señorial. Pedro se empeñó en construir un monasterio e inició de inmediato los trámites para la impetración de la Orden y todo se daba por la gracia de Dios.  La construcción, con la única ayuda de los indios,  a los cuales se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si hubiese vivido con ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración de todo el pueblo que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales  aparecían como por arte magia y teníamos  que ahuyentar a los voluntarios, por que a la hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos: sin embargo todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces. Apenas le informaban a Pedro  que faltaba algo, cuando se aparecía alguien a quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de admirar. Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen  hombre llamado Pedro de Lumbreras, el que nos ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar, y se conformó, para no desairarlo, con tomar prestado el patio de la casa. Allí acomodamos unos catres y una mesa, si es que podía llamarse así, para las cosas e instrumentos sagrados. Mal que bien, nos acomodamos todos, pero al poco tiempo nos mudamos para el monasterio.

En la octava de todos los santos de ese año de 1511, Pedro dio misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo oyeron quedaron prendados d’el. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos les pidió, que al llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo su autoridad. Fue así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo, aquellos  indios esclavos de los españoles oyeron la misa y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.


FRAY DOMINGO DE MENDOZA EN SANTO DOMINGO.

En diciembre de ese año llegó a la Española, fray Domingo de Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para Pedro verlo entrar  a la Iglesia. Cuando ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que nuestros cuerpos lo soportaron.

Con fray Domingo llegaron  cuatro  sacerdotes de la misma orden Dominica. Por una rara coincidencia se habían juntado 12 apóstoles por tercera vez en la historia. Se repetía el milagro de Jesús,  y de Francisco de Asís. Doce hombres que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.

La construcción de la Iglesia se desarrollaba con  rapidez, y con la llegada de los refuerzos, su efecto fue multiplicador. Una vez terminada la obra se le agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien construida empalizada; y muy pronto fue  hervidero  de individuos de todas clases, que llegaban llenos de fervor con  gracia divina, tras el llamado de Pedro. Aquel santo lugar se convirtió en refugio  de arrepentidos. Sus frutos espirituales  no se hicieron esperar, pero también: la envidia, la codicia, la política, confluyeron en un todo. 

            A  nuestros oídos llegaban las historias de las crueldades de Juan Ponce de León, del famoso perro “Becerrillo”, a quien los indios temían más que a diez españoles juntos; las maldades de Juan Cerón, de Moscoso,  de Cristóbal de Mendoza, que practicaban la captura y matanza de indios  en la tierra firme. Las expediciones de Nicuesa y Ojeda, que asolaron el pueblo de indios de “Calamar”, y de cómo los indios se amotinaron en el sitio de  “Turbaco”, e hicieron gran matanza  de españoles, de donde los que se salvaron regresaron luego  con más fuerza, y fiereza y tomando a los indios desprevenidos, hicieron gran carnicería de mujeres y niños indefensos.

Las costumbres de los españoles de Santo Domingo se habían relajado de tanta codicia  y soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios,  de la caridad cristiana, se predicaba el odio contra los indios, se había perdido el orden moral en aquella colectividad. Esos  españoles olvidaron su misión en aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.

Pedro reunió a los doce miembros de su comunidad eclesial, y discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y acordaron, que tenían el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que alteraba el orden moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que predicaban.

Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don Diego Colón  había trasladado la sede de Gobierno a la ciudad de Santo Domingo, que había prosperado admirablemente. Pedro consideró, que tocaba a él poner remedio a tal conducta. Me dijo  – Fernando mañana muy temprano iremos a ver al almirante; voy a pedirle a Don Antón que nos acompañe, él sabrá expresarse mejor que yo…

Despachaba el Almirante, en una casa muy confortable, ubicada frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor, en todo el centro de la ciudad, al lado del convento de los Jerónimos, con quienes tenía   magníficas relaciones.

Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por el Almirante, inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien amueblada, pero nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos que hizo el Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir nuestros olores a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos permanecer de pie, y el Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le fue diciendo uno a uno todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los españoles. Al final de aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante dijo:- Padre Santo… yo se lo que esta ocurriendo y tengo despachos del Rey para ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo. Se necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por tierra y por mar; sin embargo os prometo hacer cuanto pueda… para contener y castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las distancias y el desconocimiento de  estas ilimitadas fronteras. Por todas partes aparecen los mercaderes de esclavos, los rescatadores, como ellos mismos se titulan… Creo que a vuestros oídos ha llegado sobre castigos ejemplares que he impuesto y decretado; me he visto obligado a ajusticiar a muchos ladrones y esclavistas, sin embargo, proliferan… tanto aquí como en tierra firme… Solo me puedo comprometer, a despecho de mi palabra con vos, a continuar… con las escasas fuerzas que me dan las Cédulas Reales e otros instructivos, que me veo obligado a cumplir… con esos bandidos que trafican con vidas humanas… Las limitaciones que os ofrezco, no son obra mía, pero eso no me exculpa… se que es mi deber y debo agotar todas las medidas para impedir que continué la masacre, e implementar otros castigos… para los culpables…

Hermano -lo interrumpió Pedro-  se lo que estáis sufriendo. No veo como podré ayudaros, sin embargo el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre,  me inspirará para buscar un camino, una forma para ayudaros.  Por lo pronto contad con todo lo que tenemos, que es muy poco,  pero está a vuestras órdenes. Dios os bendiga y que el Espíritu Santo permanezca en vos.

Nos marchamos contritos, en silencio; por nuestros espíritus pasaban las ideas, confusas, no brotaban las palabras. Meditábamos con absoluto recogimiento.  Éramos incapaces de formular una idea exponer algún razonamiento equilibrado, ni siquiera una posible, pequeña alternativa.  El drama era terrible y continuaría.




EL SERMON DE MONTESINOS.

Al otro día, después de la misa, Pedro invitó a todos los frailes a una reunión  para discutir la situación y el resultado de la entrevista con el Almirante, y luego de largas deliberaciones, dijo: -Hermanos, tenemos que acabar con este estado de cosas.  No podemos permitir que continúe esta guerra insólita, o estaremos incurriendo  en complicidad. El Señor, no nos perdonará. He decidido iniciar una campaña desde el púlpito, vamos a denunciar  la corrupción, a los corruptos, con nombres y apellidos,  vamos a atacar el mal con todas nuestras fuerzas, y las que nos dará el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre. Denunciaremos los crímenes que se han cometido y aportaremos las pruebas y los testimonios que sean necesarios, acudiremos a todas las instancias, iremos a la Corte si es necesario.  Comenzaremos ya, y he elegido a fray Antón de Montesinos, para que en la homilía del domingo cuarto de adviento, haga las denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes que se están cometiendo en nombre de Dios. 

Para 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento, se  invitó a la misa de 8.30, en la iglesia de Santo Domingo,  especialmente al Almirante Don Diego Colón,  a los oficiales del Rey, demás autoridades civiles y militares,  letrados,   ciudadanos notables, comerciantes, armadores  y demás personalidades de la ciudad. Todos alagados por la deferencia inusual. Llegada la hora,  Antón de Montesinos ocupó el púlpito,  leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista, que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox clamati in decerto”,  yo soy la voz que clama en el desierto. Al principio habló con palabras moderadas, habló del adviento y de la esterilidad del desierto de la conciencia de los españoles que viven en esta isla, y el peligro de la condenación eterna. Luego elevando la voz enumeró  los pecados que venían cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad, muchos de los cuales estaban allí presentes.

Para os lo dar a conocer –dijo- yo soy la voz de Cristo que habla en el desierto de esta isla… Estas palabras serán las más duras que jamás pensasteis  oír – vosotros sois reos de excomunión…Su voz había crecido, tenía un tono de autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y los hombres se alborotaban; y   él continuaba: todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís,  por la crueldad y tiranía que usáis con estas criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestable guerra? ¿Con cual los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni curarlos, que mueren de fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles  todo el oro sin proveer, tan siquiera, que sean bautizados  y que conozcan la doctrina de la iglesia. ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...

Terminada la misa, la mayor parte de los feligreses  se marchó en compañía del Almirante.  Al parecer decidieron de común y tácito acuerdo, reprender al predicador por escandaloso y calumniador, para lo cual necesitaban  el apoyo del jefe del gobierno.  Todo hace pensar que el Almirante, en cuenta como estaba de la campaña que emprendieron los dominicos,  de alguna manera se desembarazó de aquellos sujetos.  Otros   se quedaron en la iglesia y  pidieron hablar con  fray Pedro de Córdoba, que los recibió con dulzura, santa paciencia y los escuchó con atención: muchos de ellos dijeron que tenían poco tiempo en Santo Domingo,  no tenían nada que ver con los indios, no eran encomenderos,  ni “resgatadores”, ni esclavistas, ni traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían que el predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían considerados  y tratados como criminales.

Pedro, no se disculpó, sino que les dijo: -Aquel que no tenga pecado que lance la primera piedra.  Soy el único responsable de esa homilía. Desde que llegue a esta nación,  no escucho otra cosa que los crímenes  espantables que se cometen contra los indios. Es la hora de denunciarlos, no vaya a ser cosa  que el Señor, nos considere a nosotros  cómplices de tantas crueldades. Sin embargo, los invito para el próximo domingo, ya se verá lo que se puede hacer, el Señor tendrá la última palabra. Id en paz.

Pedro les habló con tanta paz que la comitiva se marchó pensando que habían logrado  hacer recapacitar a la Vicaría, la institución más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo Mundo  por aquel santo varón de hermosa presencia, todo amor y bondad.

La homilía del tercer domingo de adviento, también le fue asignada a Montesinos. La iglesia estaba hasta los bordes, abarrotada de feligreses dentro y fuera del tempo.  Llegado el momento  leyó el evangelio y tomó la cita del santo Job, que dice: “Tornaré  a referir desde su principio  mi ciencia y mi verdad” Comenzó luego, muy despacito y con voz  apenas audible, a fundamentar  la verdad del domingo anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados, crueldades, cometidos por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el dolor de toda una raza…luego conminolos a retractarse, a pedir perdón a los oprimidos, a dejar en libertad  a sus esclavos, a darles de comer y curarlos, a respetar sus derechos, acatar las leyes de ellos conocidas, y si no el derecho natural de gentes. Sabían que era ilegal, contra las leyes de Dios,   y por lo tanto pecado mortal. Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de hambre. Aquellos que lo ha hecho y no se arrepienten, están excomulgados.

Luego que terminó la misa, un grupo de gente influyente se quedó  para hablar con Montesinos, pero este no los atendió, por lo cual decidieron apelar a las autoridades y hasta la Corte, de ser necesario, como lo fue,  y el caso fue denunciado ante la Corte. Sabemos que las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto muchos de los  principales jerarcas de la Corte, estaban involucrados en aquellas negociaciones esclavistas y en las explotaciones mineras donde tantos indígenas morían de fatiga y de hambre. También sabemos que el propio Monarca llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, al Vicario  de la Orden Dominica, fray Agulatin de Funes,  que menos mal, conocía muy bien las andanzas de los revoltosos; y no solo al Rey escribieron los isleños, sino que confabularon contra Pedro y sus compañeros, con el  propio Tesorero Real, Don Miguel de Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella desgraciada  empresa.

MONTESINOS Y LA CONSPIRACIÓN.

La conspiración de los isleños, tomó cuerpo, cuando lograron involucrar a los franciscanos de Santo Domino, que llegaron  a la isla quisqueyana muchos años antes que los dominicos y convivían perfectamente bien con aquel estado de cosas.  Entre estos estaba Alonso de Espinal, que era un hombre de oración, amable y caritativo, pero cándido en extremo. A este convencieron  para que viajara a la Corte y hablara en nombre del pueblo de Santo Domingo, con el Rey, so pretexto del amotinamiento de los indios con lo cual lo sedujeron. El buen padre aceptó el encargo más por ignorancia que por maldad, y preparó su viaje. Con él enviaron cartas  al Obispo de Burgos, Don Juan de Fonseca, también al Secretario del Rey,  Lope Conchillos; al Camarero Real, Juan Cabrero, y en fin, a todo el Consejo  que se ocupaba a de las cosas de Indias.

Pedro supo de toda esta conspiración y habló con el Vicario de Indias Fr. Domingo de Mendoza, para pedir su consejo.  Fray Domingo lo escuchó con tristeza,   puso sus manos sobre los hombros  de Pedro, oraron largo rato y al cabo le dijo: -Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os esperan días aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os reciban, tal vez mucho tiempo,  pero debéis defender vuestra causa, que es la causa de Jesús, bendito sea su santo nombre. No podéis permitir que estos pecadores esclavistas, inhumanos, terminen con lo que tanto os ha costado, a vos y a todos los que os acompañamos.

Pedro, que no podía ir en esos momentos de crisis, por no dejar solos a sus compañeros,  decidió enviar a Fr. Antón de  Montesinos a defender la causa, que ya se llamaba y era conocida como la causa de los cristianos, porque conociendo a Fr. Antón,  sabía que hablaría con el propio Rey.  Así que partieron para España por una parte, Alonso de Espinal, y por la otra, Antonio de Montesinos.

Ya en la Corte,  a Montesinos no lo recibieron, en cambio a fray Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron  con bombos y platillos, ya que los caudillos de la Isla le habían abonado el terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero,  se ingenió para introducirlo en el Despacho del Rey, y este lo sentó a su lado para escucharlo, y lo trató como un santo, que en verdad  se lo ganaba por su modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras  dulces y discretas. Alonso de Espinal entrego al Monarca un memorial con las denuncias, y las cartas que traía; y el Rey, que era Don Fernando el Católico,  las recibió con harto placer.  Era un informe pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya leído; pero por la deferencia  que mostraban con él los esclavizadores y comerciantes  de perlas y  minas de oro y plata, se da por seguro que el informe  iba por esos caminos, llenos de elogios para ellos y de mentiras contra los dominicos y sus obras.
El pobre Montesinos, no podía dar cumplimiento a su misión y desesperaba, porque se le oponían mil dificultades. Todos los días iba a las puertas del Palacio  y nadie se fijaba en él. Trataba inútilmente de ver al Rey o a cualquier otra persona influyente, y nada adelantaba. Las cosas marchaban de mal en peor. 

El Provincial de Castilla escribió a Pedro, mientras el pobre Montesinos sufría tantas calamidades, ordenándole que se retractase de las cosas dichas en los sermones, porque había alarmado  y perjudicado a personas muy allegadas al Rey, y todo ello había creado una gran consternación en el Reino.  Sin embargo al final de la carta, el Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su superior espiritual, y el lo entendía así.

Sin embargo Montesinos no se daba por vencido en su empeño de ver al Rey. Sucedió, que un día, estando Montesinos  haciendo su “guardia”,  el portero que bien lo conocía y tenía orden de no dejarlo pasar por ningún motivo,   se descuido o se hizo el descuidado, en el momento en que un fraile  de servicio, entró al Despacho del Rey y dejó  abierta la puerta. Montesinos no esperó más,  y entró como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.

Don Fernando de Aragón, el monarca más poderoso de la tierra, quedo estupefacto, pero rápidamente se repuso, y dijo:  -Padre, ¿Qué os pasa, porque entráis así?.  ¿Quien os persigue? ¿Qué buscáis?  Y lo tomó de las manos y levantolo hasta que sus ojos quedaron parejos. 

“Solo quiero que me escuchéis… Quiero hablar con vos sobre cosas que interesan a vuestros súbditos…y que de otra suerte no podré hacerlo…

Don Fernando comprendió cuantas dificultades habría pasado el buen padre para llegar hasta él. Sentose en el trono y se dispuso a escucharlo. En ese momento entraron varios dignatarios con el Cabrero al frente, para sacar a Montesinos. El Rey les hizo una seña y todos salieron…y buscando los ojos de Antón, dijo – Bien padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo que tengáis que decirme, hablad…y plugo a Dios, por que no me hagáis perder el tiempo…

Montesinos llevaba consigo un pergamino en el cual había escrito capitulo por capitulo, todos los pecados, maldades, vejaciones y crímenes, cometidos por los españoles en la isla y en sus otros dominios; con nombres, lugares, fechas y testigos de las denuncias que habían hecho los dominicos y sus circunstancias, y sobre todo, suscritas, firmadas y refrendadas por fray Pedro de Córdoba, su Vicario de las Indias; y al terminar de leer el pergamino, preguntó a su majestad  - ¿Vuestra Alteza manda hacer y cometer estos crímenes…?

Fernando, levantándose respondió - ¡No por Dios, ni tal mandé en mi vida…! Pues…no puedo yo responder por todos en mi reino…Pero comprendió la magnitud de la denuncia y agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra satisfacción. Luego dando unas palmadas, aparecieron dos sirvientes y les mando –Llevad al padre y dadle alojamiento en palacio, desde hoy el será mi huésped, atendedlo con diligencia.


LAS LEYES DE BURGOS.


Es indudable que el Rey quedó impresionado  con la personalidad de Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de santidad que lo elevaba sobre los demás. Al otro día, de esta intespectiva entrevista, el Rey convocó un Consejo Extraordinario formado por el obispo de Palencia Don Juan Rodríguez de Fonseca, Hernando de La Vega, hombre prudente y sabio; Luis Zapata, de iguales dones y que era conocido como el Rey Chequito por la influencia que tenia en la Corte; y el licenciado Moxica,   y el doctor Palacios Rubio, jurista ilustre y consejero de la Corte; y el licenciado Sosa, consejero perpetuo.  También convocó El Rey,  a los frailes Tomás Duran, Pedro de Cobarubias y Matías de Paz, sabios teólogos, catedráticos de Salamanca.

La primera reunión de este Consejo extraordinario se efectuó en Burgos, y hasta allí se fue Montesinos, para ver de participar. Más otra vez los esbirros se lo impedían. Entonces fue en busca de Alfonso de Espinal, que ya estaba en Burgos con todas las prerrogativas. Fue al Convento que los franciscos tiene en esa ciudad y le halló en la puerta, en momentos en que salía para el Consejo; allí mismo lo sermoneó con todas sus artes y conocimiento de la cuestión que se iba a resolver. Al principio, el buen sacerdote se oponía y no quería escucharlo, pero  Montesinos estaba preparado para convencerlo, solo él, en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó fuertemente por el brazo y lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito desde la A hasta la z, le dijo hasta del mal de que iba a morir,  y todo lo que tenía que decirle al  buen padre. Le  contó  sobre el memorial que le trajo al Rey, le habló de los crímenes, torturas, vejaciones, que cometía los esclavistas, y se los enumeró un por uno, y le dijo: -Si vos compartís esos delitos  también compartirás el infierno; y el peor es el que  llevarás aquí en la tierra, cuando se conozcan todos los crímenes que se cometen contra esas criaturas inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos crímenes contra Jesús, bendito sea su santo nombre. Vos estudiasteis  para hacer el bien, para sacrificaros, para no pecar, para trasformar el odio en amor, para llevar la paz, para no padecer de codicia. Pero ¿Qué vais a hacer con vuestra vida? ¿Y peor aun, con vuestra alma? ¿Es que no podéis entenderlo? ¿Qué clase de hombre sois?.

En el corazón del buen padre operó la maravilla del Espíritu Santo, y entre sollozos respondió –Padre sea por amor de Dios, la caridad que me hace, de iluminarme en todo esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi culpa,  mi ignorancia, o tal vez mi vanidad y soberbia?. 

Hermano, si sois sincero, que Dios os perdone, y yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os absuelvo de todos los pecados que habéis cometido, pero en adelante no peques más, y apartaos de los malvados, abriga en vuestro corazón solo amor. Dios tiene paciencia y perdona. Yo os ayudaré a salir de esta emboscada que os ha tendido el Maligno. Busca en tu vida material la senda del dolor y el sacrificio, el amor al prójimo,  como nos enseñó Jesús, bendito sea su santo nombre: entre los pobres, los que sufren, los que lloran, los que no tiene nada, los enfermos, los afligidos, los indiecitos de La Española, que esa es la senda en la cual  encontrarás la paz y el auxilio  para tu espíritu. Solo tienes que arrepentirte y apartarte de la maldad, no permitas que otra vez os utilicen aunque en ello vaya vuestra vida. Id en paz.

Desde ese día Montesinos contó con la devoción del franciscano,  que lo amó tiernamente como era de su natural temperamento;  tenia acceso al Consejo y precisamente allí fue su mejor aliado pues le informaba de cada y como iban los acontecimientos, y él  los manejaba por los hilillos que le dejaban.

Cuando el Consejo de Burgos aprobó la Ley, que fue la primera de Indias,  el de Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo: -Hermano, habéis obtenido un triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo que esa ley os pertenecía, que aspiraba que hiciese mucho bien para sus súbditos del Nuevo Mundo.  Antón, no respondió inmediatamente, se arrodilló y oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que respetuosamente lo acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y alabanzas al Señor. Luego Antón dijo: -Es cierto que merezco ese reconocimiento, pero si mi superior no me hubiese enviado  y fortalecido con sus enseñanzas y ejemplo, no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo comunitario que no me pertenece ni puede pertenecerme. Vos también  tenéis buena parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste vigilante, participando activamente en las deliberaciones y en la aprobación definitiva de esas reglas. Ahora decidme ¿cuales son los aspectos que se trataron y aprobaron?

No puedo repetir todo el texto de la Ley, ya se verá publicada, pero si os puedo  informar sobre algunos aspectos, tratados y aprobados. Por ejemplo, se acepto que los indios son libres y deben ser instruidos en la fe;  que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza, que no atente contra la dignidad de su persona, que deben trabajar en condiciones justas; que el salario sea suficiente; que se les respete el descanso semanal. Ya las estudiaréis,  os procuraré una copia de la Cédula Real que la promulgará, para que hagáis las observaciones que quisiéredes.  

Las leyes de Burgos abrieron el camino para otras leyes, cada vez mas acertadas; el Consejo trabajó desde entonces, incasablemente.  A ese movimiento se le conoce  como Capítulo  de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás de su Orden, como Los Cruzados de Pedro de Córdoba. Así comenzó  la gran batalla de aquellos dominicos, que avanzaron en nombre de Jesús, bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos se presentaron para iluminar  el corazón del Imperio, pero con el desarrollo de una actividad permanente, el sacrificio y las oraciones, contra todo un poder constituido, la codicia, los intereses creados, se logró el tesoro inextinguible de las Leyes de Indias.   

Montesinos regresó a Santo Domingo; Pedro recibió de sus manos, las leyes de Burgos, y no se conformó con ellas, aunque le pareció un paso gigantesco, y sobre todo admiró  y bendijo el trabajo de su comisionado, y también justificó al bueno de Alfonso de Espinal, por su arrepentimiento y su actitud valiente en defensa de los indios.  Desde entonces los dominicos y los franciscanos trabajaron juntos en la cruzada evangelizadora.

Las leyes no surtieron el efecto que se esperaba. No mejoró en nada la condición de los indígenas. Los encomenderos procuraron y lograron burlarse de ellas, pese a que algunos fueron a la cárcel,  casi de inmediato fueron puestos en libertad por los jueces, la mayor parte comprometidos en el tráfico de esclavos y en la explotación de las minas. Luego  aquellos que fueron enjuiciados arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los mismos esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba la ley.


LAS PERIPECIAS DE PEDRO Y LAS LEYES DE VALLADOLID.

Pedro no lo pensó más, decidió irse a La Corte, además tenía que responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición formulada en su misiva.   Así fue como partió para España en 1512. Se trasladó al puerto de Isabela, donde había un galeón a punto de partir. La jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y peligrosa. Se fue con algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no había otra forma de ir hasta aquel puerto.  Durante cuatro días caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al descampado, se alimentaban con algunas cosillas que encontraban en el camino, sobre todo frutos silvestres que ya conocían, porque no quisieron llevar absolutamente nada de sus viandas habituales, que les impidieran ir rápido y libremente,  y también contaban  con  muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si supiesen a lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos.   En ningún momento hubo nada que lamentar del trato de los indios. Llegaron a  Isabela y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida por los vientos,  desde la vez anterior estaba abandonada; pero allí estaba el galeón, el más hermoso que jamás habían visto. Un barco de guerra bien guarnecido, el “Ramón Berenguer” de de cien cañones y un velamen desplegado, demasiado grade pero hermoso; especialmente hacia el palo mayor y los trinquetes, por donde flotaban las velas infladas por el fuerte viento. Ese detalle no le pareció bien a Pedro,  pero en lo demás era cuasipefecto, le recordó entonces al barco portugués Santa Catherine do Monte SINAI, en el cual hizo un viaje desde Barcelona, siendo estudiante.
El capitán del galeón los recibió con alegría, ya sabía de quien se trataba, y desde que supo que Pedro lo acompañaría en aquella travesía, no había dejado de soñar, y le dijo –Padre lo esperaba con ansiedad, he oído mucho de Ud., pero mi primera impresión es superior a lo que imaginé-. Se arrodilló y le pidió humildemente su bendición, y agrego – Si creéis que la merezco porque soy un pecador-.

Hermano, yo soy quien debe pediros la bendición en nombre del Señor, que todo lo hace posible y vos sois  su instrumento, porque lo lleváis en el corazón. Se que estáis limpio de pecado. Vuestro espíritu respira la alegría de la paz de Jesús, bendito sea su santo nombre. Dios os bendiga y que conservéis  la paz, con pureza de alma, y vuestra alegría,  por siempre, amen. El Capitán permanecía de rodillas, Pedro puso sus manos sobre su cabeza y oro unos instantes. Luego los dos se abrazaron como viejos amigos y conversaron largo rato de las cosas de la vida y del mar. Una simpatía mutua se recreaba en aquellos dos seres.

Aun pasamos en La Isabela diez días fondeados, haciendo algunos arreglos y esperando bastimentos negociados con los indígenas, sobre todo casabe, maíz y pescado salado. 

Uno de los viajeros, del mismo pueblo de Pedro, llamado Fernando  se les unió, porque tenia harta experiencia en navegación  y resultó un gran conversador.  Había trabajado en la construcción de grandes navíos en la escuela de Sagres, bajo la protección del Rey  Don Juan II de Portugal,  llamado el Príncipe Perfecto, en cuyas expediciones, por la costa  occidental de África, había participado.

 El día de la partida desde el puerto de Isabela,  nos reunimos en la cabina del Capitán, y después de acordarnos en varios asuntos despegamos a las seis de la mañana,  del día de Reyes, 5 de enero de 1512. Seguiríamos las cartas  del Almirante del Mar Océano,  que Dios guarde en la gloria, buscando la isla de La Trinidad, donde deberíamos surgir para tomar otras provisiones que harían falta, y así lo hicimos. Tomamos dos días en puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros, personas importantes que viajaban a España.  El día1 6  salimos para las Islas Canarias, al puerto de Las Palmas,  donde surgimos el 15 de febrero.  Negros nubarrones anunciaban tormenta,  pero no era lo que podía detenernos, así que continuamos el viaje. El Capitán,  nos pidió que rezáramos, porque el peligro nos acechaba, los vientos alisios son traicioneros- había dicho- No tengo temor de mi porque creo que mi alma esta  limpia, no tengo deudas con nadie, y agora me siento  mejor a vuestro lado, siento muy cerca de mi al Señor.  Pedro respondió –Lo mismo me pasa a mí   a vuestro lado, me siento muy cerca del Señor. Vos tenéis un alma pura, soy templo de Jesús, bendito sea su santo nombre,  me fortalece estar a vuestro lado. Sin embargo el proveerá lo mejor para nosotros. Confiemos en El y que se haga su santa voluntad.

Como lo presentía el capitán, al atardecer del tercer día de navegación,   estando aun cerca de las islas  Canarias, comenzó a soplar el alisio, con tanta fuerza que nos obligó a recoger las velas. En esta acción tuvimos que colaborar todos, tripulantes y pasajeros. Había que bracear las vergas y largar las culebras de las bonetas mayores, y sucedió lo que nadie podía imaginar ni esperar, una de las vergas se desplomó y dio con Gabriel, y le partió la cabeza. No pudimos parar para socorrerlo, y además de que había muchos inocentes en peligro, no había nada que hacer, estaba herido de muerte. Cuando hubo amainado la tormenta, estaba en mis brazos y le daba los últimos auxilios espirituales. Los marineros lloraban  cada uno en su puesto, entendiendo que esto quería su ídolo. El sabía de seguro que se moría y por ello ordenó a su segundo oficial, como era su deseo, que Fernando condujese el barco hasta Barcelona, y que su cuerpo fuese llevado a tierra y se le diese cristiana sepultura, como mandan los cánones; más no se pudo hacer y tuvimos que arrojarlo al mar porque no se corrompiera, no sin la consternación de todos.


El 25 llegamos al Puerto de Barcelona, donde nos esperaba una comitiva de la empresa naviera. El puerto queda en la  desembocadura de “Las Ramblas”, que es un lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de  lluvia de la gran ciudad.  Salidos del barco, Pedro  fue directamente  a la iglesia de Santa Catherine, que es la de su Orden,  donde tenía amigos. Esta Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral,  fuera de sus extendidas murallas. Habíamos subido Las Ramblas,  caminamos casi toda  la calle Hospital,  bordeamos la muralla, unas callejuelas que dan a la Plaza Nueva, y llegamos a la iglesia. Me despedí y el se quedó  varios días preparando su viaje para Castilla.

Supe luego que salió a pie de Barcelona, Reino de Aragón, y no había caminado mucho de la vía a  Zaragoza, tomando la ruta de Sitges, pasando por Villanova, Tarragona, Lleida y Huesca, cuando unos arrieros lo invitaron a que los acompañase.

Subió a una de esas carretas con quien debía ser el jefe de la caravana, y trabó con este hombre  una amistad, que más bien parecía que se conocían desde muy pequeños, tal eran los abrazos que se daban y mutuamente se regocijaban, para admiración de los caravaneros, porque a según, y que este hombre era un ogro.

Manso como un cordero resultó este Don Manuel de Osorio, que era su nombre, y que le dijo a Pedro –Mire oste, Santo Padre, yo hasta hoy es la primera vez que trato a un cura, siempre recelé, me he alejado d’ellos,  pero si son como vos, ya mismo  voy a buscar a dos o tres  para quererlos  como si jueran mis hijos, que nunca tuve, porque tampoco me he arrimado a mujer en toda mi vida. Soy una bestia,  padre, y tal vez no encuentre perdón mi alma. Creo que Dios me aborrece, no por ser tan malo, sino porque nunca he tenido cariño para nadie.

Pedro lloró ante aquella confesión franca y tan íntima. Después de un rato, mirándole a los ojos,  le dijo: Manuel, hermano, derrama ese corazón que llevas y que esta lleno de bondad. Te acostumbraste a ser duro, porque ese es tu trabajo, es así de duro, como las rocas; pero Jesús, bendito sea su santo nombre,  te ama tanto que me ha puesto a mí, indigno y pequeño, para que lo abra. Vamos a hacerlo los dos, llamemos a toda esta gente que esta bajo tu mando, y alegrémonos con ellos. Vamos a darle una fiesta al espíritu, que corra el vino y las palabras, y que los corazones sientan  que están con un hermano mayor, que los protege y cuida. E así lo hicieron en el pueblo de Sitges, en un cobertizo que había en el camino. Manuel con grandes voces, convocó  a la fiesta en honor de Pedro. Los arrieros estaban sorprendidos, y cuando vieron a Manuel que sacaba los cueros de vino, y llamó a unos jóvenes músicos, que iban con ellos, para que animaran la fiesta, todos se alegraron tanto que olvidaron sus prevenciones contra su amo. Pedro entonces los reunió y les habló,  muy,  pero muy pausadamente.

Hermanos escuchadme. Os voy a contar un cuento que   me se de niño, y que sirve para esta ocasión… Había una vez un hombre muy rudo, casado con una bella doncella, tímida y callada. El la amaba en silencio y ella se sentía desdichada. Pasaron muchos años, hasta que un día  ella enfermó gravemente, y el hombre lo dejó todo por atenderla, y cuando la vio a punto de morir, le dijo: Maria, no te mueras, porque si mueres yo moriré contigo. Ella extrañada, le preguntó: ¿Por qué vas a morir si yo muero?  Y él, entonces  le dijo: Porque mi amor es tan grande que mi corazón estallaría.  Ella, asombrada, le recriminó: Entonces  ¿Tú  me amas?  y ¿Por qué nunca me lo has dicho…? Ella también le confesó su amor silencioso. María se curó y los dos se amaron por muchos años.
Entre ustedes solo falta que se digan cuanto se aman los unos a los otros. Háganlo, serán muy felices y podrán soportar las durezas del trabajo. Pídanle al Padre Eterno que les de la sabiduría y la paz, oren unos por los otros, y escuchen la palabra de Jesús, bendito sea su santo nombre, que les habla a vuestros corazones y los inflama de amor.
Cuando Pedro terminó de hablar todos estaban llorando, pero en sus corazones latía santa alegría. Pedro levantó los brazos y los invitó:  ¡Ale ale!... Ahora vamos a celebrar, el vino es un buen medio para comulgar y acercarnos.

Cuando llegó la hora de marcharse, tuvo que hacer un gran esfuerzo para despedirse de los carabaneros, y Manuel le dijo: -Amigo, que daño me haces con tu partida, tengo el corazón a punto de estallar, a lo mejor  muero,  pero muero muy feliz.  Que tu Dios te acompañe, y tengas la paz que nos dejas, donde quiera que estés.

PEDRO EN VALLADOLID.

Llegó a Burgos el 10 de marzo, por la vía de Logroño, e allí le informaron que el Rey estaba en Valladolid.  Se quedó  varios días recabando información sobre el trabajo del Consejo y de sus miembros, por ver si alguna de aquellas personalidades le podía ayudar en su misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos salió  a pie, porque no pudo encontrar otro medio, y a él le complacía caminar.  Sin embargo en el camino siempre encontraba gente amable que lo invitaba a cabalgar con ellos o montar en sus carretas; así llegó a las puertas del Palacio Provincial  en Valladolid a las 6 de la mañana del día 19,  y ya se sabía que venía, porque de inmediato le dejaron entrar.  Lo condujeron al comedor y le brindaron un buen desayuno, un trozo de pan con queso manchego y un tarro de leche de cabra. Luego  van  al salón, donde Pedro, como era su costumbre, se mantuvo bastante rato de pie,  hasta que vio un crucifijo en un altarcillo con reclinatorio, muy bien dispuesto. Allí cayó de rodillas, oro y sumióse en profunda meditación y  adoración del Señor, sin percatarse del tiempo. Había trascurrido más o menos una hora, cuando escuchó a su lado una tocesilla, se incorporó  presto para ver de donde venía, y se encontró cara a cara con fray García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, y con fray Agulatín de Funes, Provincial de la Orden Dominica en España.  Pedro se acercó preferentemente al Cardenal, se arrodilló según su costumbre y esperó que le hablase. El Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo  que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise  interrumpir  vuestro  diálogo con el Santísimo, se que es vuestro consuelo; y también se que os escucha. He oído muchas cosas vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid, acompañadnos, caminemos un poco y hablemos. En este salón  hay demasiados oídos. Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho cuidado con lo que haces y dices.

Que alegría me da oírlo hablar así, Santo Padre –dijo Pedro, con manifiesta complicidad-   sin embargo lo único que me preocupa cuidar, y es lo que temo perder, es mi alma; pero también considero y creo, que mi Señor  Jesús, bendito sea su santo nombre, la tiene muy protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el Pastor de un numeroso  rebaño, y si el Pastor se pierde, se pierde el rebaño.

El Cardenal insistió y dijo – Bien, Pedro, contadnos ¿Por qué os persiguen en la Española? –
Los tres dignatarios se detuvieron en  un jardincillo,  cerrado de   parrales, y se acomodaron en un banquillo de madera labrada bastante cómodo para los tres. -Pedro, les pidió que lo perdonaran si el relato  se hacía  largo y tedioso; pero os lo voy a referir con todos los detalles.  Entonces les contó con pelos y señales, todo lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre todo lo que había visto y oído desde que llegó a La Española; y las denuncias que se había visto obligado a hacer por no parecer cómplice de tantos crímenes.

Díjoles-   cuando llegaron nuestros hermanos a la Española, había cinco provincias ordenadas y densamente pobladas; con sus familias  y gobernantes, que son los que llaman Caciques. Hoy todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega, que se extiende de Norte  a Sur, que conozco muy bien por que la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas  españolas, tiene altas montañas y ríos navegables como el Ebro, Duero o Guadalquivir, es la  provincia o reino del cacique Guarionex, de quien seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde están las minas de oro mas ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada uno de sus súbditos  llenar de oro un cuenco hecho de cuero de cascabel para obsequiar a su Alteza Real, a condición de que no  obligaran  a su pueblo a buscar mas oro porque no sabían hacerlo en las minas; que su pueblo si podía trabajar labranzas desde Isabela hasta Santo Domingo, si se lo mandase su Alteza Real. No fue escuchado, fue perseguido hasta la provincia de Ciguayo, donde mataron a sus defensores, lo tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla con una gran carga de oro que se perdió en el mar, junto con sus captores.   

Aquellos dos hombres lloraban, sus lagrimas corrían libremente, pero el Cardenal le dijo a Pedro –Continúa hijo mío, sabes que soy un viejo  muy tonto-    Y Pedro continuó… En otra parte de la Española, esta una provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando con La Vega o Cibao, que fue totalmente destruida; era el territorio del cacique  Guacanagarí, Provincia de Marién, con más superficie que le Reino  de Portugal. Los señores de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El cacique fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de presentes  y atenciones, en su primer viaje en 1492,  y el premio que se le dio fue la persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda;  para  su familia, todo su pueblo y con toda saña, para él. El cacique se internó en las montañas y allí murió. ¡Solo Dios sabe como!

El Cardenal se llevó las manos al rostro  y exclamó: ¡Apiádate de mi  Santo Padre, no soporto más oír tantas crueldades. ¡¿Es posible que el hombre sea capaz de tanta crueldad, sin ningún motivo?!
  
  Señor. Creo que vuestra excelencia conoce  la historia  de Canoabo, porque se han contado tantas versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El cacique era de la provincia  de Maguana, que sirvió al reino más y mejor  que ningún otro súbdito en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo encadenaron en uno de seis navíos que se perdieron en medio de terrible tormenta, frente al puerto de santo Domingo.  Luego persiguieron y mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran testigos. Y del cacique  Behechio  y su hermana la hermosa princesa Anacaona, del reino de Xaraguá, que junto con otros personajes de su Corte, fueron perseguidos sin ningún motivo, apresados y encadenados. Luego los encerraron en una casa grande y le prendieron fuego, menos a la bella princesa que ajusticiaron en medio de torturas espantosas y burlas inenarrables. La ahorcaron junto a su madre la anciana reina  Higuanama,  de la provincia de Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una visión sutil de lo que verdaderamente está ocurriendo.

El Cardenal  lo escuchaba con el corazón a punto de estallarle, pero  lo alentó a continuar en su cruzada, mas le dijo: -Hijo mío, en esto te va la vida, vais a luchar no solo contra esos criminales, sino contra  sus intereses, que valen para ellos más que sus propias vidas y sus ánimas. Vais a luchar contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo, pues se de cierto, que el Católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y tratará de ponerle remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o serán  burladas con sutiles artimañas.

Pedro lo escuchó con devoción, y sus lágrimas corrían por sus mejillas por comprender lo imposible de aplacar los crímenes que se cometían y continuarían cometiéndose con aquellos pobrecillos indefensos, que ya quería y amaba como si fueran sus verdaderos hijos. Entonces recordaba sus ojillos llenos de espanto y no sabía que podía hacer; pero volvería a procurar de hacerlo. Cristo, bendito sea su santo nombre,  debería ver por él y darle el valor y la sabiduría necesarias para proceder mas conforme con su misión.

Vi a Pedro tantas veces arrodillado ante el Santísimo, pidiéndole a la Virgen Purísima, nuestra Santa Madre, que intercediera ante el Padre Eterno, en nombre de su hijo Jesús Cristo,  para que le diera el valor y la inteligencia necesaria para afrontar su compromiso con los más débiles. Entonces lloraba mansamente durante días y noches enteras. Mortificaba su cuerpo hasta que iban a sacarlo y alimentarlo, porque caía sin sentido.

En Valladolid le informaron sobre las peripecias de Montesinos, y esa fue una de sus pocas alegrías que celebró con una sonrisa y una oración.   De las leyes aprobadas para favorecer a los indígenas de toda la América Española, lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que significaba y el destino provisor que de ello se derivaría  para el futuro, y pese a todo  lo que continuaría en esta generación. Sin embargo la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a formular objeciones a esas leyes para perfeccionarlas.  No había quedado conforme porque había muchas maneras de violarlas dentro de la legitimidad porque no señalaban castigos para los infractores, mas bien se les respetan sus privilegios, y decidió planteárselos al Monarca, para ponerlo al tanto de sus preocupaciones, y así se lo manifestó al Cardenal, por lo cual pidió con respeto y acatamiento, el permiso necesario y la solicitud de una audiencia con El Católico.

La audiencia se le concedió inmediatamente, no solo por lo importante del asunto, sino que el Rey deseaba conocerlo. Y  fue ante él, solo con su gran amor en el corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino. Se detuvo frente al portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don Fernando me espera, anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo miró de  abajo arriba, sonrió, y no se movió. Pedro se hizo el desentendido, sacó la carta del Rey y se la entregó. El hombre entre incrédulo y curioso, vio la carta de la audiencia, se encogió de hombros y le dijo: ¿Pues ve, si os reciben con esa facha. Que el diablo me coja!

Así mismo se presentó ante Fernando, cubierto con el polvo de tantas jornadas; pero el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mandó luego que lo trajeran  y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en las mejillas como a un viejo  amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. De luego el rey le ruega que se ponga de pie y porfía que no debe hacerlo ante él por no ser digno de ello, mas Pedro no lo escuchaba, estaba en intima comunión con Jesús y así lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se levantara y saliera de aquel estado de arrobamiento.

Perdonadme Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas corrían libremente y también al viejo monarca se le saltaba las lágrimas y su mente, sin saber porque viajaba a su amada Isabel sin saber a que se debía aquel acceso de ternura. Luego más calmado, Pedro  comenzó a explicarle el propósito que lo llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el corazón del Monarca, que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba por aquella santa boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española, habló de las cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores; de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc.,  interesados en mantener sus encomiendas y “rescates”. A todo ello respondió Pedro sencillamente: -Esos hombres y sus familias han vivido en sus naciones tantos siglos como nosotros en la nuestra, y nunca necesitaron que fuésemos  a darles de comer. Ahora en cautiverio, pues, si no comen se mueren-.

El Rey no preguntó otra cosa, sino que le demandó  que se hiciese cargo del gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar los males que él no podía hacer.  Mas Pedro se rehusó, y le respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión meterme en negocios tan arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico  que no me lo mandéis; pero si quiero pediros un gran servicio. -De que se trata-inquirió el Rey.  Quiero proponer algunas modificaciones a las leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para mejorar el trato que se da a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas de vuestra Majestad; y creo que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre,  no las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas por gente interesada en no modificar el orden establecido con su secuela  de crueldad, especulación y codicia.

Oyolo atónito el Rey; creía  haber hecho todo lo más,  ordenado a sus mejores  consejeros que hiciesen una leyes humanitarias para aquellos pueblos, y venía uno solo que le decía que había mandado mal y así parecía que era. Al Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y no pudo entender como soportaba a Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio explicaciones y razones  que a nadie podía dar, ni que lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas para Cristo, tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará. Convocaré un nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os será consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán retenidas.

Así fue que el Rey más poderoso del Orbe, convocó en Valladolid, un nuevo Consejo, formado por los anteriores dignatarios que formaron el Consejo de Burgos, ahora reforzados  por otras personas destacadas,  como el licenciado Santiago, Don Juan de Fonseca y los teólogos de Salamanca, fray Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo, a los cuales mandó buscar y casi obligolos a asistir y concurrieron muy cumplidos  para escuchar a Pedro, que era la voz del propio Jesús, bendito sea su santo nombre. 

Pedro asistió a esas sesiones como  crítico y consejero, aunque no aparece entre los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en Palacio, pese a la invitación del Rey, eso no era de su habitual comportamiento. La casa donde se alojó, está muy cerca de Palacio,  pertenece a  una dama muy respetada a quien apodan María La Brava; que se la ofreció la propia dama a Pedro por haber oído del Rey, que era un caballero de gran autoridad, y  persona en si  que fácilmente, quien quiera que lo veía, hablaba y oía conocía morar Dios en él  y tener dentro de si  adoramiento y ejercicio de santidad y que él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo como santo.

Las leyes de Valladolid,  después de amplias discusiones con la intervención de juristas y teólogos,  fueron firmadas por Tomás de Matienzo, Alonso de Bustillos, Lic. Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió burlado, pero se conformó con la inclusión de algunas reglas a pesar de saber que eran insuficientes, y que le aguardaba una larga lucha y no pararía de hacerla en toda su vida.

EL PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN.

Pedro se quedó en Valladolid un tiempo más y trabó muy buenas relaciones  con el Rey, de tal suerte que enviaban de la Corte a por el,   y el Rey le consultaba en cosas familiares que debía decidir, e inclusive de política que a veces se veía obligado a  suscribir y aplicar. También porfiaba casi siempre, que Pedro debía aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día Pedro le dijo: _Alteza, he pensado  en un modo de volver a las Indias-  El Rey entusiasmado  apremió -Muy bien… os escucho. –Quiero ir a tierra firme en parte donde españoles no vayan. Solo con la cruz de Cristo y unos pocos misioneros para evangelizar a los indios en la paz de Cristo, porque ya en La Española, el mal ha crecido tato que no se podrá erradicar, sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes, ni por la fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y trabajadores, así lo quiero, si vos me lo ordenáis. 
Fernando que había soñado con aquella idea, y que días antes, el 14 de mayo  de 1513, había consultado  con sus consejeros sobre la posibilidad de mandar  a Tierra firme,  una expedición para iniciar la colonización de aquellas provincias; y  ¡Dios bendito!  El propio Pedro, a quien tanto amaba, se lo pedía ¿Qué más podía desear?. Le dijo –Os lo prometo, iréis este mismo año a tierra firme, con todo lo que queráis. Hacedme de inmediato un memorial detallado de lo que necesitéis, y ya esta concedido. Seréis mi representante en tierra firme lo que ordenéis lo manda el Rey, lo que neguéis lo niega el Rey.

La noticia corrió  como pólvora encendida por los corrediles del palacio;  no se hababa de otra cosa. Aquellos que antes se atrevían contra él, fueron los más sumisos y sus mejores consejeros. Desde ese momento, Pedro fue asediado por decenas  de personas interesadas en el proyecto, no le dejaron descanso. Para el 10 de junio salieron los primeros despachos  reales: dos cédulas  dirigidas a los oficiales de la Casa de la Contratación de las Indias en Sevilla, y otra para el Dr. Sancho de Matienzo, tesorero de la dicha casa, para que se le diera pasaje y mantenimiento vía  La Española, a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes más, que le acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo contenido en el  memorial que os presentará, y así me serviréis.  

Pedro se trasladó a Sevilla con su comitiva, presentó las catas credenciales a los oficiales y al Dr. Sancho de Matienzo, que de inmediato le dio cabida y procedió con la mayor diligencia, según la orden  de su Majestad, en preparación de la expedición. Se gastaron, según Don Sancho más de 400 mil maravedíes; se ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del Imperio no se regateó en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió en abundancia en especial las imágenes de la Virgen y del Crucificado, y para la construcción de iglesias y todo lo relacionado con la albañilería fue de primera importancia los ladrillos, ornamentos,  clavos, las herramientas,  todo ello según proyectos de los arquitectos y matemáticos del reino, supervisado personalmente por Pedro. El 14 de junio todo estaba preparado  en Sevilla,  un buen navío de 150 toneladas, bien equipado, con 50 tripulantes y 150 pasajeros. Pocos días después partieron para la Española.

Pedro daba la misa en la cubierta del navío  todos los días a las 7   de la mañana, la buena noticia era el principal alimento  esperado por todos a bordo, la paz de Pedro  confortaba a los viajeros, la mayor parte asustados ante la inmensidad del océano. Muchos se le acercaban para buscar  alivio a sus tormentos y frustraciones y de verdad lo encontraban. Pedro se recostaba luego  en la cuaderna y allí lo rodeaban, él confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de los santos y parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas. Cierta vez, Pedro decía, que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas, nuevos credos, muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de amar a Dios, eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo.  La iglesia instituida es la católica, y ahora tiene 1500 años estudiando la mejor manera  de amar a Dios. Los doctores de la iglesia se han esmerado en perfeccionar el acto amatorio que debemos al Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera dentro de la liturgia católica, entonces ¿Cómo será dentro de estas sustituciones imperfectas? Si no creemos en los sacerdotes católicos que pasan la vida estudiando la forma  de acercarse a Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha ido avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del tronco común del conocimiento  de Dios, en ramas que a la vez también se han dividido  y el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una meta común.

Uno del los viajeros le dijo: Padre creo que he perdido todos estos años de mi vida. Siempre he estado buscando e investigando, leyendo todo cuanto ha caído en mis manos, y ahora me doy cuenta de mi necedad ¿Como puedo mejorar lo que la Iglesia  ha tejido en tantos años?   Gracias padre,  nunca pensé encontrar tan cerca el tesoro que buscaba y me libera.

40 días después, sorteando algunos contratiempos, llegamos al  puerto de Santo Domingo, en La Española. Las autoridades, de la isla el lic. Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo, el Vicario Domingo de Mendoza y los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de Ortiz, y los franciscanos Alfonso de Espinal y Francisco de Córdoba, nos esperaban en el puerto. Pedro entregó las cartas  reales y pidió que lo condujeran a presencia del Almirante Diego Colón, para entregarle personalmente los despachos y la carta del católico. Y así  fue conducido ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en los que se daba cuenta de la misión que se le había encomendado.

Don Diego se mostró muy preocupado, y le dijo a Pedro: -Padre, sabéis a lo que os exponéis, en ello os va la vida.  Vos no conocéis esas tierras ni esas gentes. Se que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona que os ama, tomad las precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta. No me sobran hombres, sin embargo puedo disponer  de por lo menos 10 hombres diestros en el trato con los indios.   Están a vuestras órdenes.

¡No  Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que sirva de intérprete. No quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas sagradas son imprescindibles,  y los bastimentos que están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar  casabi  en la Isla de la Mona, lo demás lo tenemos en abundancia. Mas vos tenéis razón  en cuanto a las precauciones que debo tomar, y mientras preparamos la expedición definitiva para asentarnos en un buen lugar en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis cuidado; enviaremos exploradores, para ver donde pararemos. Todo saldrá bien.

Rivero. Don Fernando, permítame interrumpirlo, porque creo que usted va directo a la primera expedición que organizó Pedro en su afán por desembarcar en la tierra firme y hay muchas dudas relacionadas con esta expedición, sobre todo no está claro que llegara a Cumaná. Le voy a leer una carta del p. Reginaldo Montesinos, hermano del P. Antón de Montesinos.
Don Fernando. Así es, conozco muy bien esa historia, yo mismo cumplí sus órdenes para llevar a Montesinos a la tierra firme.

Rivero interrumpió nuevamente al Capitán y dijo: En mi opinión, la fundación de Cumaná fue la empresa más gloriosa llevada a cabo por españoles en tierras americanas, él predica en Santo Domingo y en España a favor de los indios y conmovió los cimientos políticos, jurídicos y filosóficos  que regían la conquista del Continente Americano, obligó al Católico”, a promulgar leyes humanitarias que se conceden contra el derecho de conquista – las  de Burgos y Valladolid,  las primeras que dicta  el Consejo Real convocado al efecto, para dignificar el trato con los súbditos americanos. Las leyes de Indias constituyen un monumento jurídico dejado por España, en el cual se puede estudiar aspectos del proceso colonizador: desde la estructura jurídica, política, social y religiosa, hasta  los actos más resaltantes del proceso colonizador: planificación, ejecución y  ejecutores.

Don Fernando. Endeluego estoy de acuerdo con vos, no lo hubiese dicho mejor.

 Rivero. Pero hay más, la fundación de Cumaná está íntimamente ligada a la vida y la obra de  Pedro; porque el escogió el lugar para iniciar la gran hazaña, y ese lugar fue en los pueblos  de Cumaná y Chiribiche, sus bases de operación en el continente; de acuerdo con esta obra de las Casas que he traído a cuento,  programó y ejecutó tres expediciones para fundarlos que fueron calificadas por el historiador venezolano  Hernann González Oropeza,  de “expediciones  fundantes”, y antes que él no hubo ningún otro autorizado por el Rey o el Vaticano, para fundar pueblos en la provincia de Nueva Andalucía, como puede ver en este libro  que es una versión original, publicada en la colección Rivadeneira, Biblioteca de Autores Españoles. Obras Escogidas. Bartolomé de Las Casas, Tomo XCVI, págs.  133 y ss, y tomo CX, págs. 161 y 162; y lo que dice es ratificado por Cédulas Reales y  documentos que se conservan, cartas y nutrida bibliografía, para tratar de establecer la verdad de los hechos fundacionales que nos atañen.

Don Fernando. Cuanto me complace que tengáis esta información que es la misma que yo os puedo dar. Pero continúe su merced, que yo os interrumpiré cuando lo crea necesario. Conocí personalmente a ese fraile Casuas y sé lo bien intencionado que era, pero él no estuvo allí en esa oportunidad, lo que escribe se le contó Pedro u otro de los frailes de picardía.

Rivero. Bien… las Casas,  narra todo lo relacionado con la preparación de la primera expedición fundante, y ratifica lo que usted ha dicho.  En efecto dice que Pedro,  trajo a los misioneros dominicos a    Santo Domingo, fue a Castilla y  el  Católico le dio crédito   viendo la perdición de los indios creciendo por la ceguedad de los que aconsejaban al rey, letrados, teólogos y juristas, y conociendo juntamente, que donde hobiese españoles no irían, le dio las cédulas reales que lo autorizaban, y las tenemos como documentos probatorios.

 Luego Rivero leyó de la obra que tenía en sus manos lo que se refiere a la primera expedición fundante a la tierra firme… “Presentadas las provisiones  reales a los oficiales del rey, luego las obedecieron, y, cuanto al cumplimiento, se ofrecieron  de buena voluntad, cada y cuando que quisiese, a complillas. Y entre tanto que se aparejaba, despacho él todos los religiosos que habían de ir, los bastimentos y aparejos para edificar la casa y todo lo demás que habían de llevar y dónde y cómo habían de poblar; deliberó  el siervo de Dios enviar primero tres religiosos a tierra firme, como verdaderos apóstoles, para que solos entre los indios de la parte donde los echasen, comenzasen a predicar y tomasen muestras de la gente y de la tierra, para que de todo avisasen y sobre la relación que aquellos hiciesen lo demás ordenar.  Pidió, pues, a los oficiales del rey el dicho padre que mandasen ir un navío a echar a aquellos tres religiosos en la tierra firme, la más cercana de esta isla  Española, y los dejasen allá, y después, a cabo de seis meses o un año, tornase un navío a los visitar y saber lo que había sido de ellos. Los oficiales lo pusieron luego por obra, y mandaron aparejar un navío que los llevase; dista de esta isla aquella parte de tierra firme 200 leguas. Nombró el siervo de Dios para este apostolado, e impuso, en virtud de santa obediencia y remisión de sus pecados, (al padre fray Antón Montesino, de quien arriba hemos hablado, que predicó primero contra la tiranía que se usaba con los indios  y anduvo en la corte, como queda declarado), y aun religioso llamado fray Francisco Fernández de Córdoba, presentado en teología y gran siervo de Dios, natural de Córdoba, y que el padre fray Pedro mucho quería; dioles por compañero al fraile lego Juan Garcés, de quien dijimos arriba, en el cap. 3, que siendo seglar en esta isla fue uno de los matadores y asoladores della; tambien había muerto a su mujer; el cual, después que recibió el hábito, había probado en la religión muy bien y hecho voluntaria gran penitencia. Todos tres, muy contentos y alegres, dispuestos y ofrecidos a todos los trabajos y peligros que se les pudiesen  por Cristo ofrecer, porque confiados  y seguros por la virtud de la obediencia, que de parte de Dios les era impuesta (que ninguna otra mayor seguridad el religioso en esta vida puede tener  para ser cierto que hace lo que debe y que todo lo que le sucediere  ha de ser para su bien), recibida la bendición del santo padre, se partieron;  llegados a la isla de San Juan, el padre fray Antón Montesino enfermó allí, o por el camino, de peligrosa enfermedad, de manera que pareció haber de padecer riesgo su vida, si adelante con aquella indisposición pasaba, por lo cual acordaron que se quedase allí hasta que convaleciese. El presentado y  padre fray Francisco de Córdoba, y el hermano Juan Garcés, lego, fueron su viaje, (y díjose que con alegría iba cantando aquello de David: Montes  Gelboe nec ros nec pluvia cadat super vos, ubi cecideruntfortes Israel) y llegadosd a tierra firme, salieron en cierto pueblo, que por mi inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se llamaba; el debía ser, según imagino, la costa de Cumaná abajo. Los indios los recibieron con alegría y les dieron de comer y buen hospedaje, a ellos y a los marineros que los llevaron, y después que los marineros descansaron, tornáronse a esta isla, de donde los oficiales del rey los habían enviado.

Don Fernando. Todo ello es absolutamente cierto, porque todo pasó en mi nave,  que siempre estuvo a la orden de Pedro, sin embargo no fue tan fácil la empresa, ya os lo contaré como pasó, que lo tengo muy fresco en la memoria, pero continúe su merced.

Rivero. Aquí radica el problema que pretendo resolver con usted, porque el texto dice que  “salieron a cierto pueblo que por mi inadvertencia no procuré saber cuando pudiera como se llamaba, el debía ser, según imagino la costa de Cumaná abajo”. Esto ha traído mucha confusión y la mayor parte de los historiadores creen que fue en Chiribichí, donde Pedro llevó a los dominicos en 1515.

Don Fernando.  Pedro si nos acompañó en el viaje hasta Cumaná, y estuvimos juntos hasta que todo quedó ajustado con el cacique don Alonso.
De ese primer viaje recuerdo muchas cosas,  por el intenso dolor que nos causó la muerte del P. Fr. Francisco Fernandes de Córdoba y el lego don Juan Garcés, e  los demás de la compañía; pero puede  su mercé estar seguro que llegamos a la desembocadura del río Cumaná, en los cerritos, donde se estaba construyendo el fuerte, y, allí, cerca de la playa, se establecieron  los dominicos con la complacencia de los indios y el permiso de don Alonso, su cacique, que siempre estuvo con notros.
Las Casas tampoco vino  sino mucho después, lo que escribe se lo contaron los indios y los frailes que vinieron luego. Esto lo se de cierto porque fue todo en mi barco, remontamos el río como media legua hasta el pueblo de indios chaimas que nos recibieron con entusiasmo. El jefe indio nos abordó con sus sirvientes y bebieron vino, Francisco le regaló un cuchillo del que se antojó, deluego nos permitió  establecernos e se holgó mucho d’ello.  Allí bajamos todo el hato que trajimos de España e de seguidas se comenzó a trabajar, vinieron muchos indios a nos ayudar. Don Alonso permaneció con nosotros todo el tiempo para que los indígenas obedecieran. En pocos días habíamos construido una atarazana, varias  casas, e dimos misa e vinieron los niños a la escuela. Muchas familias chaimas construyeron sus bohíos cerca de la escuela.
Como Pedro y Juan Garcés entendían el dialecto de los chaimas, y la india María, hablaba el castellano, pues,  todos nos entendíamos

Pero siga osté leyendo porque esa historia es verdadera y me refresca la memoria.

Rivero siguió leyendo de la obra de Casas: “Pasados algunos días  y quizá meses, como ya comenzaba a bullir en los españoles la codicia de las perlas que por allí se pescaban cerca, vino por allí un navío a rescatar perlas y a robar también indios, si pudieran, porque ya lo mismo se comenzaba o quería comenzar por allí otra vendimia, como en las islas de los yucayos los españoles habían hecho, de que abajo se dirá, si Dios quisiere”.

Don Fernando. Ciertamente así se fraguó y realizó la primera expedición enviada por Pedro de Córdoba a Cumaná.

Rivero. Los primeros expedicionarios escogidos por Pedro, fueron Antonio de Montesinos, su mano derecha, dominico que iría al frente de la expedición; Francisco Fernández de Córdoba, fraile presentado en teología, que siempre estuvo con él y participó en sus objetivos; y el lego Juan Garcés.

Don Fernando. En realidad fuimos muchos más, tal vez Casuas cita estos nombres por ser los principales. En la expedición vinimos más de cien personas, sin contar la servidumbre.
 Partimos posiblemente en setiembre de 1513, no estoy seguro,  sin embargo no hay dudas sobre el rumbo y el objetivo,   el pueblo de  Cumaná, a 200 leguas de Santo Domingo, donde estaba en construcción un fuerte de orden del Católico,  y había protección militar, y cuyo trayecto era conocido y estudiado, desde los viajes cortos de Colón, y otros viajeros, que habían visitado y trabajado en estas costas. ¡Pardiez! El pueblo pacífico, el río navegable,  aguas limpias, transparentes. ¡Qué más se podía desear! 
El golfo de Cariaco con el puerto de Hostia,  hace remanso  con la punta de Araya, no había en toda la tierra descubierta y conocida un sitio mejor para poblar,  todo  facilitaba la entrada a la boca del río;  y además el viento noreste del amanecer durante todo el año; todo ello y el cerro Bergantín como un faro.  Cumaná fue ideal para los primeros aventureros. Ellos llegaron aquí no hay duda.

Don Fernando.  Pedro volvió y se quedó en Santo Domingo, porque todos sus camaradas se lo pedimos, temíamos quedar solos y se perdería lo hecho, y él lo entendió así.

Rivero. Pedro decidió  enviar a Antón de Montesinos, su mano derecha, capitán dominico de una expedición dominica, junto al franciscano  Francisco Fernández de Córdoba, lo que significa que las órdenes religiosas comulgaban con la idea;  y el lego Juan Garcés, de larga experiencia en el trato con los indígenas, como jefes de  la primera expedición evangelizadora de la tierra firme; con todo lo que trajo de España y probablemente, muy bien protegidos para el éxito esperado;  que fue, como puede constatarse, la primera  expedición de los dominicos, como lo narra con lujo de detalles el padre Las Casas; por lo tanto, en esa época -1513-1514- no hubo ninguna otra expedición dominica ni franciscana, como pretenden algunos historiadores,  hacia la Costa de las Perlas ni a Píritu o Maracapana, sino en la imaginación, simplemente porque no están documentadas, no están permisadas por El Papa ni el Rey, no existen las Cédulas Reales imprescindibles, no hay cartas, no hay informes no hay nada que pueda sostenerlas, por eso las crónicas de Las Casas cobran cada día más fuerza; no  podían los franciscanos venir a fundar misiones sin haber comprobado la factibilidad y el riesgo como lo hizo Pedro, no podían venir a tierra firme sin Pedro de Córdoba,  y asentarse sin autorización del Rey, del Papa, de su Orden,  sin barcos, sin capitanes, sin bastimentos, sin dejar huellas, es explicable su presencia solo a través de Pedro de Córdoba, el Vicario de Las Indias, único autorizado para hacerlo. Solo estas expediciones de Pedro  a Cumaná están documentadas, exaltadas e historiadas, y  probadas con todos los soportes que exigen los hechos históricos.
Entonces, antes de esta expedición preparada y dirigida por Pedro de Córdoba con representación franciscana, según lo dice Bartolomé de Las Casas y corroboran las cédulas reales, que son los únicos instrumentos probatorios que  dan fe de aquellos hechos fundacionales de las misiones dominicas y franciscanas, no hay ninguna otra expedición misionera, no hubo ninguna otra de carácter fundacional hacia la provincia de Nueva Andalucía.

Don Fernando.  Su merced acierta en todo ese discurso. A los dominicos les costó mucho obtener el permiso, tanto el rey como el Papa pensaban que era un suicidio.

Rivero. Con respecto al secuestro de Don Alonso, sus familiares y sirvientes, algunos investigadores encuentran detalles que los lleva a afirmar que se produjo en Santa Fe y no en Cumaná, que sabe usted al respecto.
Don Fernando. Me pone usted en un aprieto, porque no estaba con ellos cuando se produjo el secuestro, pero si se mucho de las diligencias que se hicieron para liberarlos.  

Rivero. Aquí tengo la  Cédula Real  del 12 de mayo de 1513, quiere que se la lea.

Don Fernando.  Hágalo vuesa merced.

 El Rey.  “Yo hablé acá con el venerable y devoto  padre fray Alonso  de Loayssa,  provincial de la Orden de Santo Domingo, e con acuerdo e parecer e mandamiento, por mucho zelo  que el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario de la dicha Orden en esa dicha isla  (la Española), tiene de servir a Nuestro Señor  a aceptado  ir,  e va con determinación de pasar él  en persona con algunos de su Orden  a la dicha Tierra Firme e procurar de doctrinar  e enseñar las cosas  de Nuestra Santa fe a los indios della”. Diez de junio de 1513. 


Y la Cédula de 10 de junio de 1513, que dice

El Rey. Oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla. Porque el devoto  fray Pedro de Córdoba, vicario de Santo Domingo de la isla Española, va a la dicha isla con voluntad de pasar a la Tierra Firme a llevar consigo  los más religiosos que  pudiera, como por el despacho  que para ello lleva veréis, el cual se ha de asentar en los libros de esa dicha casa, pero ende yo vos mando que deis al dicho fray Pedro de Córdoba a los frailes que consigo llevare, que sean  fasta el número de 15  el pasaje e mantenimiento  que oviere menester fasta llegar a la dicha isla Española,  y así mismo daréis al dicho fray Pedro e a los dichos frailes que consigo llevare hasta dicho númnero de 15,  las almocalas e mantas que hubieren menester para e que duerman, asimismo los aréis dar o señalar  dos personas seglares, para que los sirvan por la mar  fasta llegar a la dicha isla Española, como lo soléis acer  y proveer  otras veces que os e enviado  e mandar lo susodicho, etc. 

Y otra Cédula de ese año de 1513,  que entregó Pedro de Córdoba al Almirante Don Diego Colon, que dice:

 “El Rey. Don Diego Colón, nuestro Almirante Visorey, etc. a nuestros jueces e oficiales, etc. Ya sabéis como el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario del Orden de Santo Domingo en la Española, va con cierto numero de frailes a tierra firme, y (en) el despacho que para su ida se les dio vos mandé que dentro de un año después que fuesen idos embiásedes a saber dellos,  y que truxiesen dos frailes para me informar de lo que allá se supiese, como más largo en el despacho que para lo susodicho mandé dar se contiene; e porque al tiempo que fueren a saber de los dichos frailes ternán necesidad de alguna harina para hacer  hostias e vino para decir misa, yo vos mando que cuando enbiáredes a saber dellos, les enviéis diez arrobas de vino, e otras diez de harina muy cernida, e les deis pasaje e flete por ellas fasta que se lo entregar  a los dichos frailes que allá estubieren, e mando al nuestro tesorero que es o fuere que de cualquier maravedíes o oro de su cargo compre lo susodicho que con carta de pago  de las personas que lo llevaren  que con esta mi cédula mando que les sea recibido en quenta lo que lo susodicho costare sin otro recaudo alguno, e mando que se tome la razón desde mi cédula, etc. fechada en Valladolid, a XXVIII días del mes de mayo de mil quinientos treze. Yo El Rey. Por mandado de su Alteza, Lope Conchillos, señalada del Obispo. (17

Y la Cédula Real, fechada en Madrid, l3 de setiembre de 1516, donde se deja constancia  de la consumación de la expedición:

 “Por cuanto el Rey, nuestro señor, que haya gloria, deseando que los indios de la Costa de  las Perlas, que es la provincia de Cumaná, que se declara desde Cariaco hasta Cuquibacoa, que es en tierra firme, fuesen los indios criados  y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica, mandó hacer todas las diligencias necesarias y porque pareció  que lo más conveniente y provechoso, era enviar personas religiosas y de muy buena vida a predicar y enseñar a los dichos indios sin otra gente ni manera de fuerza alguna, y para que lo susodicho se pudiese poner   en  obra,  habló con el devoto padre Alonso de Loaiza, provincial que a la sazón era de la Orden de Santo Domingo, y con su acuerdo y parecer y mandamiento, y por voluntad del devoto fray Pedro de Córdoba, vicario de dicha Orden en la Isla Española, que aceptó de pasar en persona con algunos religiosos de su Orden a la dicha Costa y Provincia  de las Perlas a procurar doctrinar y enseñar las cosas de la fe a los indios de ella, y viendo el dicho Rey, la voluntad y celo con que dicho fray Pedro de Córdoba se movía para ir a lo dicho, mandó al Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española que diesen  al dicho fray Pedro de Córdoba  una nao en que fuesen él y los frailes que consigo llevase, y que mandasen a los maestres y marineros de tal navío que los llevasen a la parte y lugar que dicho  fray Pedro de Córdoba les señalase en la Tierra firme y les diesen los mantenimientos  que hubiese menester y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese en la dicha isla Española, y que dende un año que el dicho fray Pedro  y los otros frailes fuesen llagados a la dicha tierra firme, el dicho Almirante y jueces y oficiales  tuviesen a cargo  y cuidado de enviar a saber de ellos, y que mandasen a la persona que fuese a saber de ellos que trajesen uno o dos frailes aca, para que informasen de todo lo que  en dicha tierra y provincia y Costa de las Perlas hubiesen hallado y sabido”. El Rey.   

Don Fernando.  Esos documentos los debo tener originales en mi camarote, guardo muchas cosas de Pedro. De ellos tomó Casuas el relato que hace, porque aun no estaba en Tierra Firme, y hay muchas fallas que después os contaré. Pero continuemos leyendo lo que escribió mi amigo Casuas que es muy atenido a la verdad en esa parte.   

Rivero. Le voy a leer un alegato mío, más bien un resumen, que escribí después de conocer esta obra de Casas y otras, a ver que le parece.
Don Fernando.  Hágalo, siempre que me permita interrumpirlo por algunas cosas que no me parezcan ciertas, y deseo que sepáis  que me ha ganado toda mi atención.

     Rivero. Muy bien, dice así: Habiendo ido el padre Córdoba a España para atender una exigencia  de su superior en 1512, antes de que él volviera a la isla Española, visitó a Fernando el Católico, y le suplicó que le diera licencia para llevar un grupo  de religiosos de su Orden a las partes de Tierra  Firme que eran  llamadas indistintamente tierra firme,  Paria o “Costa de las Perlas”, a fin de que los frailes,  asentaran por allí  un puesto misional  en el que pudieran poner en practica  su acariciado proyecto de evangelización pacífica de los nativos y no continuara su exterminio.
      Don Fernando. Eso es tan cierto como que estoy aquí con vosotros.  A mi me tocó llevar el barco, el Ramón Berenger”, ese que esta allí hundido. Luego le contaré esa historia.

     Rivero, bien, continuo la lectura:  El Católico rey se holgó  mucho de ello y le mandó proveer de todo lo necesario para tan novedosa empresa. A esto responden las Reales Cédulas, expedidas en Valladolid a favor de Fray Pedro de Córdoba  entre el 28 de mayo de 1513 y abril de 1514. Una de ellas vedaba a las armadas de rescate o trueque  comercial que hacían los hispanos con los indígenas para obtener oro, perlas o esclavos, que no se acercaran para nada a la tierra donde se asentarían los misioneros dominicos  sin el previo consentimiento de estos.          

      Llegó Córdoba a la Española entre junio y julio de 1513 y lo más pronto que pudo  comenzó a poner en ejecución su plan.  Nombró tres religiosos, Fr. Antonio de Montesino, Fr. Francisco Fernández de Córdoba y el hermano Juan Garcés para que se embarcaran  hacia el litoral  venezolano con el objeto elegir por allí un sitio apropiado donde  abría de establecerse  la misión dominica.

Al pasar por la isla de Puerto Rico, Montesino enfermó  gravemente y se quedó en dicha isla. Los otros dos religiosos, Fernández de Córdoba y Juan Garcés, siguieron su ruta náutica  hasta la desembocadura del río Chiribichi, hoy Manzanares, que era el más a propósito porque allí llegaban los barcos de la Nueva Cádiz, a proveerse de agua, y siempre estaba protegido por los españoles,  que además  tenían allí sus casas y otras comodidades.

      Vivía en esa comarca un cacique poderoso llamado Cumaná, que habia sido bautizado en Santo Domingo con el nombre de Alonso, muy amigo de los españoles. Era un hombre rico, tenía una muy buena casa, muchos barcos, mas de cien sirvientes, muchas mujeres,  y era dueño de los mejores terrenos en las riveras del río Chiribichi y varias canoas de perlas.  Este hombre se encargó de recibir y atender a los frailes, e hizo muy buena amistad con ellos. Los estableció en un sitio cómodo, unos cerritos ubicados en la desembocadura del río en el golfo de Cariaco.
Enseguida los  frailes comenzaron su labor, construyeron una casa de madera y palmas de carata, bastante amplia y cómoda, donde acomodaron su hato, utilizaron materiales de la zona y de los que trajeron de España, y allí oficiaban las misas con asistencia de muchos indígenas; y juntamente con el cacique, iniciaron una escuela  para los niños de las tribus cercanas; a los pocos días la misión de Córdoba era una realidad, estaba en pleno desarrollo.
Luego que se ganaron el respeto de los indígenas de la zona, bajo el amparo del Cacique, pudieron reconocer y recorrer el territorio, internándose hasta 8 leguas dentro de sus  dominios.

El cacique Alonso era un hombre respetado y poderoso, en su reino había mucha armonía entre sus moradores, que se dedicaban a la construcción de barcos,   a la siembre del maíz,  la yuca, y de una planta que llamaban Ahyss, que cuidaban con veneración, era un delito invadir una de estas propiedades, que al decir de los cronistas, sus parcelas se parecían a los olivares de Sevilla;    de la corteza de estas plantas fabricaban un polvo  con propiedades alucinógenas, con el cual comerciaban con los caribes, arawacos del Orinoco y otras tribus guerreras. Alonso,   tenia muchos sirvientes y barcos,  que lo distinguían entre sus súbditos; a petición de los  frailes, que buscaban un sitio alejado del bullicio y la codicia  de los españoles, los llevó lejos del puerto y de la misión de la boca del  Chiribichí, ya conocida como la misión de Córdoba, al reino del cacique Maraguey, en el valle del río Chiripichí o Chiripiche, donde fueron bien recibidos, aunque con cierto recelo por el fuerte y señorial cacique Maraguey, poderoso señor de aquel reino, y les pareció un sitio bueno para iniciar la evangelización, y así se lo informaron a Pedro de Córdoba.

Los acontecimientos, aparentemente,  marchaban como Pedro los había planificado, el trabajo de los frailes en tierra firme prosperaba.  Sin embargo algunos personajes de La Española, veían las cosas de otra manera, faltaban esclavos en sus dominios y en Tierra Firme abundaban, de acuerdo con las noticias de los frailes..  

El 5 de agosto de 1514 era convocada una reunión en casa del Juez de Apelación, Lcdo. Marcelo de Villalobos, las siguientes personalidades: el Lcdo. Juan Ortiz de Matienzo, también Juez de Apelación;  don Gil González Dávila, Contador de la Isla; don Juan de Ampiés, que años más tarde fundó con su hijo homónimo, la ciudad de Coro, y en esos momentos factor de la Española; don Pedro de Ledesma, secretario de la Real Audiencia.  Don Cristóbal Sánchez Colchero, naviero; y los adelantados vecinos de ciudad de Santo Domingo: don Juan de León,  don Gómez de Ribera,  don Diego Caballero, don Bartolomé Palacios, don Diego Bernal, y don Juan Fernández de las Varas, el cual se hizo representar  por un tercero cuyo nombre no aparece en el expediente; todos ellos denunciados por Montesinos y Pedro de Córdoba ante la Real Audiencia y ante el Rey, don Fernando. 

      Entre todos acordaron organizar una expedición contra los caribes beligerantes de las islas cercanas, que no estaba penada por la Ley en esos tiempos. Don Cristóbal Sánchez Colchero aportó  “El Latino”, un navío muy bien apertrechado; y don Bartolomé Palacios, otro navío de iguales condiciones; Capitán de la expedición fue designado don Juan de León. Los administradores fueron don Pedro de Ledesma y don Diego Caballero. Los gastos y beneficios se repartieron por partes iguales.   

      También se menciona entre los que aportaron capital para la empresa a don Rodrigo de Alburquerque, que poco después sería nombrado alcalde mayor de la isla, y el procurador de Santo Domingo don Juan García Caballero; y el tercer oidor, don Lucas Vázquez de Aillón, pariente de la mujer  de Gómez de Ribera; nombrado veedor de la armada…

La expedición surgió en la isla de San Vicente, donde encontraron fuerte resistencia de los indígenas, que dieron muerte al capitán don Juan de León y el naviero don Cristóbal Sánchez Colchero; quedando el mando de la armada bajo la jefatura de don Gómez de Ribera, que ordenó de inmediato tomar rumbo a Cubagua, donde rescataron perlas de los indígenas y también se dedicaron a pescarlas. Siguiendo su camino “la costa abajo”, arribaron a la misión de Córdoba, donde fueron bien recibidos por el cacique Cumaná o Alonso, y los misioneros, y allí, bajo engaño, capturaron al cacique, a su mujer,  familiares y algunos sirvientes, se afirma que fueron por todo 18 cautivos, y los llevaron al mercado de esclavos de Santo Domingo. En la ciudad de  Sto. Domingo, la urbe del río Ozama, los jueces de apelación y demás socios suyos se repartieron entre si, clandestinamente, los cautivos, quedándose con la mejor parte el  Lcdo. Marcelo de Villalobos.

Don Fernando.  Yo participé en tantas escaramuzas y  aventuras, que  debo preguntaros: ¿En que época ocurrió esa expedición de pillaje de Gómez de Rivera, a quien mucho conocí?

Rivero. De acuerdo a lo que declaró en 1518,  el bachiller Juan Roldán, Alcalde de Santo Domingo, dizque  …él oyó decir en esa ciudad, públicamente, que la armada en que  fueron don Juan de León y don Cristóbal Sánchez Colchero, a rescatar indios  Caribes, y donde tenía parte el licenciado, don Marcelo de Villalobos; e que oyó decir, asimismo, que el dicho Gómez de Ribera, trajo clandestinamente ciertos indios de la Costa de las Perlas  y de Paria, diciendo que eran Caribes. Esa fue la primera expedición a Tierra Firme  en 1514, cuando estaban los primeros dominicos en esa costa. Pero hay muchos cabos sueltos, y no tengo la seguridad de que así fueron los acontecimientos.

Don Fernando. Pues téngalo por seguro, pues yo participé en las diligencias y extremos que Pedro  y Montesinos, hicieron a todos los niveles para lograr que aquellos indígenas volvieran a su pueblo, y sobre todo, estuve en la atención de mi amigo Alonso, el cual pasó mucho tiempo en mi casa del puerto de Santo Domingo.  Logramos, entonces, desenmascarar a aquellos funcionarios corruptos ante el Visorey, Don Diego Colón,  y fueron destituidos de sus cargos, embargadas sus propiedades y vendidas en publica almoneda, y tuvieron que devolver a los cautivos, menos a la mujer de Alonso, la cual no apareció nunca.

Rivero. En relación con el martirio  de los dominicos, le voy a leer lo que he podido investigar.

Don Fernando. Todo lo que vos me habéis leído es compatible con la verdad, así es que continuad.

 Rivero. Bien, oiga usted. Meses después de este episodio, cuando los primeros misioneros llegan a tierra firme   y se establecieron en la desembocadura del río Cumaná en el golfo de Cariaco, llegó un navío a “rescatar” perlas, que  dice Hernann González Oropeza que lo toma de Jiménez Fernández, lo capitaneaba un armador de apellido Gómez de Rivera.

Don Fernando. Perdone que lo interrumpa, pero es muy cierto eso de Gómez de Ribera, y le puedo agregar  otro tanto.


Tal vez acierta el investigador, sin embargo hubo  muchas  aventuras parecidas. Las Casas no lo menciona. Desembarcan  en el puerto de Cumaná, el Capitán y sus marineros, y se encuentran con los misioneros  establecidos en los cerritos a un tiro de ballesta de la orilla del mar; haciendo su labor, enseñando el evangelio  de Cristo, construyendo su iglesia y  una escuela donde había más de 40 niños indígenas, producto  de varios meses de duro trabajo.  Este fue el inicio del pueblo  o la ciudad de la Nueva Córdoba, llamada desde un principio la misión de Pedro de Córdoba,  o sea Cumaná.

Don Fernando.  Eso es correcto, y no fue Gómez de Rivera el que trajo a Francisco Fernández de Córdoba y su expedición, sino que fui yo en ese barco que esta agora hundido en el golfo. Pero continúe usted. 

Rivero. Así lo haré: “Percibieron  los piratas  la hospitalidad y confianza de los indios  y el afecto que había nacido entre ellos y los misioneros y decidieron aprovecharse de esa circunstancia. También se dieron cuenta de la admiración que provocaba a los indios la espléndida nave, y valiéndose de la camaradería reinante,  insinuaron la  invitación para que la visitaran y conocieran; y los indios desapercibidos de la maldad que encerraba  aquella invitación, accedieron gustosos; desde el mismo cacique Don Alonso, indudablemente cacique de Cumaná, su mujer, sus hijos y unos 17 acompañantes, subieron a bordo, donde los recibieron los marineros ya aleccionados; sacaron las espadas y los llevaron a las bodegas, los encerraron y zarparon con su botín”.

Don Fernando.  Don Alonso, era un hombre estoico, lo conocí mucho y holgué en su casa, lo acompañé muchas veces en sus correrías, me enseño secretos y cosas que después le contaré,  tenía  numerosa familia, muchos criados y amigos. 

Rivero. En este sencillo relato se inscribe  la tragedia aborigen; así actuaban los tratantes de esclavos en la tierra firme, la simulación era su arma más contundente, y dejaban a las familias huérfanas, con solo el dolor y el llanto, y en este caso, comprometieron sin aprensión, sin ningún sentimiento,  la vida de los misioneros que luego son ejecutados por los indios. Los historiadores y cronistas de indias, han dado diferentes versiones de estos acontecimientos, alejándose del relato  de Las Casas, que a su vez escuchó en Cumaná, como usted dice, y tomó de las Cédulas Reales; desde el mismo Arístides Rojas, notable historiador venezolano,  que habla de dos expediciones de los dominicos en esa época, una a Cumaná y otra a Manjar, cerca de Píritu, no permisada y como si fuese tan fácil;  hasta Enrique Otte, otro investigador prominente,  que  desmiente a Bartolomé de Las Casas, y afirma que los primeros mártires murieron cuando se internaron en el territorio para evangelizar a los Caribes y estos los mataron; y otros que dicen que los primeros misioneros llegaron a Píritu o a Maracapana. Pues no era tan sencillo para las órdenes misioneras establecerse en el Nuevo Mundo, ni hacer expediciones y asentarse, como creen algunos historiadores.

Don Fernando. Esos historiadores deberían estudiar los documentos y no seguirse por invenciones e imaginaciones, están fundando hechos falsos.

  Rivero. Sobre todo porque Casas estuvo en Tierra Firme, y trabajó con esos indios y esos frailes; vivió esas experiencias, escribió sus vivencias y las de ellos, y esto desde el punto de vista filosófico tiene mucha importancia;  las escribió como nadie lo hizo después. Sobre todo que sus relatos coinciden con los documentos que existen y son indubitables;   y no existe ningún documento, ninguna cédula real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse  opiniones contrarias a Las Casas.  Las únicas cédulas que se promulgaron y que existen y  hablan de esta tragedia, se refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná, Costa de las Perlas o Tierra Firme, que es lo mismo. Y Las Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo contaron los indios allí en Cumaná, como usted atinadamente lo confirma. Alonso era el cacique de los cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en Píritu o en Santa Fe;  y yo afirmo y afirmo que muchas de las crónicas de esa época, que trascribe Las Casas, las escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos  que vinieron con  Pedro de Córdoba,  como puede constatarse con una simple lectura de estas páginas, porque Casas no podía decirlo en tercera persona.

Don Fernando. Hubo muchas expediciones después de la de Pedro, sobre todo a resgatar indios.

Rivero. Y por supuesto que también  sucedieron algunos percances parecidos a éste de la primera expedición que no han sido bien tratados, y el mismo Pedro de Córdoba  denuncia uno ellos en su carta de 1517. Un historiador,  don Arístides Rojas, también confunde esta expedición exploratoria con la de los franciscanos de 1515, que como sabemos fue una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada, auspiciada y dirigida por Pedro de Córdoba.

Don Fernando. Me gustaría conocer esa carta.

Rivero. Bien ya se la voy a buscar… pero, a manera de  síntesis, puedo  afirmar y   que quede muy claro, que la primera expedición de la última década -según documentos fehacientes-  de  1513 o primera década de 1514, y el martirio de los misioneros dominicos, que salieron bajo el mando de Montesinos, mano derecha de Pedro, y que actuaban conjuntamente con él,  y llegaron a la desembocadura del río Chiribichi, la última luenga, hoy río Manzanares,  tterritorio del cacique Cumaná, o Don Alonso,  en el mismo sitio que luego fue  ocupado por los franciscanos  de Juan Garceto, que vinieron en el mismo barco y bajo la autoridad de  Pedro de Córdoba, y se establecieron en los ceritos que quedaban en la desembocadura del río Chiribichi, a un tiro de ballesta medido desde la playa, donde luego creció la ciudad de Nueva Córdoba.

Don Fernando. Tengo muy claro todo eso, en cierta forma fui protagonista de esa historia,  traje en mi barco muchas veces a Pedro y su gente hasta   la misión.
  
Rivero. Entonces es cierto que vinieron en un mismo barco,  bajo el patrocinio, mando y tutela de Pedro de Córdoba, y  bajaron a tierra bajo su autoridad, porque  el territorio le fue concedido por el Rey a él y a ninguno otro más en esa oportunidad. 
Bartolomé de Las Casas conoce esta historia contada por sus protagonistas, con los cuales convivió y a los cuales  amó ingenuamente. Pedro fue su maestro, su modelo y  nadie como él para contar su historia.



LA CARTA DE PEDRO DE CORDOBA.


Rivero trajo la carta y dijo:  Pedro le escribió muchas veces a Fr. Antonio de Montesinos, a España,  y no sabe si recibió sus mensajes; vuelve a hacerlo en 1517 para contarle las nuevas que hay y el deseo que regrese pronto.

Don Fernando. Eso es muy cierto.

Rivero.-  Montesinos partió  para  Castilla con Bartolomé de las Casas, en septiembre de  1515 y no había regresado a Santo Domingo para 1517, cuando Pedro le escribió esta carta; él estaba en Santo Domingo  cuando se produjo el secuestro del cacique Cumaná, castellanizado Don Alonso, a fines de  1513 o principios de 1514;  cuando don Alonso, su familia y sirvientes fueron “resgatados” y vendidos como esclavos; y Montesinos hizo con Pedro de Córdoba,  las diligencias para que fuesen devueltos a su tierra, al parecer con cierto éxito, pero sin poder evitar el ajusticiamiento de sus cofrades.

Don Fernando. Puede Vusted creerlo, es la verdad.

Rivero. La carta dice: “Agora de fresco han venido dos navíos de la Costa de las Perlas -1517:  el uno es una carabela del Rey, la cual enviaron estos padres de San Jerónimo luego que aquí vinieron, la cual trajo cuasi cien marcos de perlas; trajo así mismo  ciento cincuenta y cinco muchachos y mujeres  rescatados allí, de Cumaná y Chiribiche y de Paria; venido aquí, yo  hablé a estos padres y les dije que no permitiesen que se vendiesen, porque ya los tenían en la plaza vendiéndolos en pública almoneda”.

Rivero.  Entiendo que cuando se habla de La Costa de las Perlas en ese tiempo, 1515, se trataba solamente de Cubagua y la provincia de  Cumaná o Nueva Andalucía, porque también se pescaban  perlas en el golfo de Cariaco.  Pedro se refiere en este punto  a dos expediciones  no tomadas en cuenta por Las Casas, ni ningún otro cronista, sobre “resgates” o secuestros  de personas y destrucción de pueblos en las costas de Cumaná y Chiripiche, entre 1516 y 1517; no puede referirse al rapto de Don Alonso y su familia, que ocurrió durante la primera expedición,  1513 o 14, porque estos son hechos acaecidos después de fundadas las misiones de 1515.  Nótese que Pedro no dice Chiribichí, porque ese es el río de Cumaná, sino Chiripiche.

 “Los mismos indios -dice- con codicia de las cosas que los cristianos llevan, los venden,  incluso a sus hijos y parientes.

 Don Fernando. Fue una conducta aberrante de nuestros indígenas que no exculpa a los colonizadores, que se supone más civilizados.

Y agrega Pedro: “Les dije a los comisarios que los volviesen a sus tierras, porque se están despoblando: “han traído muchos  y agora  volverá otra carabela que enviaron después que yo vine, y traerá otros tantos; de aquesta manera la tierra se despuebla y están en vano allí los frailes”.

“De nuestros frailes no trajeron cartas, no se si porque no las quisieron traer, o porque las tomaron y las rasgaron” –por si contenían algo en su contra.
            Si con los navíos del Rey no nos escribimos de allá acá y de acá allá, no yendo otros, no se sabrá lo que allá pasa y es vida desesperada.
 Mientras yo fui a Castilla” hicieron una entrada en Chiribiche y quemaron un pueblo o dos y trajeron cautivos a los que vendieron como esclavos: la armada que fue allá era del Factor de La Española.
 
Ribero. El factor de que habla es Juan de Ampíes.  El otro detalle  puede confundir, porque se refiere a otro  viaje de Pedro  a Castilla; el primero se produjo desde Santo Domingo en 1512, antes de la fundación de las misiones de Cumaná y Santa Fe de Chiripiche  que datan de 1515.  Este otro  viaje, del que escribe, es posterior a 1515. Pero para quien no conoce todos los detalles, puede creer que  se refiere a la primera expedición  
Pedro denuncia en esta carta las constantes expediciones de los tratantes entre los cuales están los Jerónimos, que tanto confunden a los historiadores.
Pedro lideró  los episodios que se desarrollaron en  Cumaná y Santa Fe, entre 1513 y 1516, eso está probado con  Cédulas Reales, expedientes, cartas, planos y multitud de documentos.
Pedro dice en esta carta de 1517: “Mientras yo fui a Castilla”,  no puede referirse al viaje de 1512, luego de la homilía de Montesinos, porque para esa fecha aun no había fundado las misiones.
La ignorancia  de detalles como este y la carencia de información con respecto a los movimientos de Pedro, es lo que produce las contradicciones de los historiadores y cronistas, sobre lugares y fechas de las fechorías de los tratantes de esclavos, pero con los elementos que tenemos lo podemos subsanar.
  
Luego dice: “Junto a la carabela del Rey, vino otra que había ido con permiso de los jerónimos, y trajo de la isla de Trinidad ciento veinte o ciento treinta personas, guatiaos,  a traición, lo mismo que había hecho el año pasado Juan Bono: “hincheron el navío”,  y vendieron la mitad en San Juan y la otra mitad la trajeron acá para venderlos también. 

Rivero. Esto sucede en 1517.  Y quiere decir que la expedición de Juan Bono, de la que tanto se habla, fue en 1516 o 17, nunca en 1514.

Continua Pedro: ”En vista de esto, “prediqué el domingo pasado y dije: así que después de bien mojados y no bien bautizados, véndelos por ahí.  Avisoos que los indios traídos de las Perlas y los de Paria y los de la Trinidad y los lucayos  que no son esclavos ni pueden ser vendidos. Bien creo que los padres (jerónimos)  no consentirán que se vendan, porque ya están avisados. Más si acaeciere, guardad vuestros dineros y vuestras almas, que son libres y no  pueden ser  vendidos  por esclavos, aunque más procesos se hagan y más informaciones se tomen. Haec dixit (esto dije)”.

“Algunos fueron a quejarse a los gobernadores, en especial por los esclavos que trajeron de Trinidad: el Rey Don Fernando, dijeron, había dado permiso, y no es verdad, porque yo vi la real provisión, y dice los caribes de la Trinidad, y por tanto síguese  que no los que no son caribes, máxime que añade que traigan de las islas que no son útiles ni se pueden allí enseñar indios: “más ellos no curan de ver  si son útiles o no, sino arrebañarlo todo y traerlos, no para ser enseñados, sino para ser vendidos”.

“Quizás envíen a la Corte informaciones en otro sentido; sin embargo, estoy obligado a decir lo que debo, pase lo que pase (quicquid inde eveniat): nunca tan asentada tuve la materia de los indios como el día de hoy,  ni nunca tan grades males vi en ella como ahora: todo es un pedazo de codicia cuanto acá hay, y será un pedazo de infierno. Acá por  muy cierto se dice que el rey, don Carlos I, sea ya venido a Castilla: si así fuere, pídanle que se prosiga la limosna que daba el rey don Fernando para que se continúe la obra de la iglesia, que está parada, ni tenemos blanca para ella, ni aun para comer ni para otra cosa que necesario sea”.

Rivero. Y bien ¿Que le parece esta carta, ya la conocía?
Don Fernando. Realmente no la recuerdo. Pero el contenido me es muy familiar, esos hechos  eran el pan diario y la causaban a Pedro mucho sufrimiento.  

      Rivero. En realidad no se si Alonso fue capturado y vendido como esclavo, como afirma Las Casas, creo que pudo ser así, y puesto en libertad en las primeras gestiones que hizo Pedro.

      Don Fernando. El fue rescatado por Pedro y el Visorey casi personalmente. Os lo aseguro.

Rivero.  Lo que si se es que la indignación de Alonso no tuvo límite, se sentía burlado, engañado,  y los dominicos no encontraron como explicar lo sucedido, es muy probable que haya vuelto a la misión, y tomara parte en el sacrificio de los dominicos.

Don Fernando. No eso no fue así. Alonso permaneció en Santo Domingo buscando infructuosamente  a su mujer y uno que otro familiar.  

Rivero. Tampoco he podido averiguar, y no esta claro en el relato de Las Casas,   si los indígenas quisieron matar sumariamente a los dominicos y demás acompañantes y sirvientes, y qué pudo ocurrir  para que les dieran 4 o 5 lunas, antes de la ejecución. Me imagino que hubo un juicio entre los ancianos, o entre los caciques de la zona.

Don Fernando. Puedo decíroslo porque conozco como trataban estos asuntos en el concejo de ancianos. Participé en varios consejos en la casa de Alonso, la más importante del pueblo.  Me contó la india María que los indígenas apresaron a todos los miembros de la misión, 30 personas aproximadamente, de los cuales dejaron como rehenes a 10 hombres y 8 mujeres,  a los demás los dejaron libres en la misión. Luego mandaron a buscar a los dos frailes, Francisco Fernández de Córdoba y Juan Garcés,  y como éste hablaba de corrido la lengua de los chaimas, lo condujeron , y, seguramente, lo obligaron a sentarse en un ture, silla pequeña sin espaldar, que colocan  delante de un juez muy anciano,  que a la vez ocupa una butaca más alta, flanqueada normalmente, por dos fuertes guerreros enmascarados,  portadores de sendas  lanzas de madera con puntas envenenadas con curare, que apuntan al corazón de los reos. Lo que les voy a narrar, me lo contó la india Maria, y le doy plena fe.  El juicio, muy corto,  se desarrolló así:

El anciano le habló a Garcés y le dijo:
Todos creemos que vosotros sois culpables. Decidme una sola razón por la cual no debo ordenar vuestra muerte de inmediato.
Garcés, pensando muy bien su discurso, respondió:  En el tiempo que hemos estado entre vosotros nunca hemos maltratado ni esclavizado a nadie, solo les hemos enseñado buenas cosas. En nuestro pueblo, como en el vuestro hay hombres malos y codiciosos. No es justo que un hombre sabio como vos, ordene nuestra muerte para castigar el delito de otro.  No dijo más.   
El Anciano volvió a hablar. La ira de nuestro pueblo es nuestra ira. Ustedes pueden aplacarla devolviendo a los cautivos. Mientras tanto seréis prisioneros. Os concedemos 5 lunas, para que vuelva nuestra gente. Si no lo lográis pagaréis con vuestras vidas. En nuestro pueblo la muerte injusta se paga con la vida.
Garcés volvió a hablar. Señor, nosotros dos nos responsabilizamos por lo que ha sucedido, no tiene caso que tengáis a otros inocentes prisioneros, ofrecemos nuestras vidas como victimas propiciatorias, para aplacar la ira de vuestro pueblo. Sed justo, ordenad la libertad de nuestros compañeros que tenéis  prisioneros, no cometáis los mismos delitos que cometen los blancos. Sed más justo, más sabio.
Sea, dijo el anciano. Quedan libres, y vosotros también hasta que pasen las cinco lunas. Hasta entonces confiaremos en vosotros.
Después que el anciano habló, se escuchó un ruido ensordecedor, miles de indígenas gritando incoherencias, se amotinaron levantando sus armas y mostrándolas vehementemente, saltando, bailando y cantando alrededor de los rehenes, pero no los maltrataron, solo los condujeron hasta la casa de la misión.
Francisco le dijo a Juan:  “Hermano invoquemos al Señor, creo que esto es lo último de nuestra vida.   Nuestro pastor nos ha dicho que así como Jesús le dijo al ladrón: “Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso”; así nos sucederá a nosotros, porque somos inocentes.  Juan respondió. Si esa es la voluntad del Señor, que se haga en mi como se hizo en  María”.  Luego caminaron hasta su casa y la multitud lo dejo ir. 
El padre Francisco le escribió a Pedro de Córdoba, explicándole la delicada situación por la cual atravesaban, y advirtiéndole que los indígenas los habían sentenciado a muerte, y ellos no podían hacer nada al respecto. Si su superior no lograba devolver a los indígenas en el lapso de cinco lunas, ellos serían sacrificados.
Al otro día aprovechando un barco con destino  a la Española, que estaba surtiéndose de agua en el puerto de la misión, le enviaron cartas a Pedro de Córdoba, informándole de todo cuanto ocurría. Me consta que desde que Pedro recibió las cartas de Francisco, no descansó un minuto en procurar la libertad de los prisioneros, se fue a la casa del Visorey, y logró involucrarlo.  El 5 de febrero, Pedro, acompañado por el subprior del monasterio dominico de la ciudad de Santo Domingo, Fr- Gutierre de Ampudia, y los frailes  Juan de Tavira y  Tomás de Santiago, van a la casa del gobernador de la isla Española, el Almirante y Virrey, Diego Colón, para ponerlo al tanto del suceso.

El propio don Diego Colón tomo cartas en el asunto y de muy buena fe. Pero la maraña tejida alrededor del rapto, hizo su trabajo. A los esclavos los enviaban de inmediato a las minas distantes, y una red de silencios y confabulaciones cubría los pasos de los delincuentes. Sin embargo la persistencia de Pedro y Montesinos, el seguimiento del tráfico de esclavos, el conocimiento de sus mecanismos, de sus cómplices, poco a poco fueron destejiendo la red, que se hizo patente hasta en su mas mínimos detalles, y se logró la devolución de gran parte de los cautivos; pero ya era tarde para los rehenes, que fueron sacrificados inexorablemente.
Rivero. Usted tiene por seguro que Pedro fue a tierra firme a buscar a los rehenes.
Don Fernando. De luego. Lo que más urgieron de don Diego, fue que les proporcionara un bergantín para que el propio Pedro, y cuatro o cinco frailes suyos se encaminaran, con la mayor celeridad, al tierra firme a fin de cerciorarse  sobre la situación de Fernández  de Córdoba  y de Garcés.  Por mucha prisa que se dieron  en ir -lo informó el propio Fr. Gutierre de Ampudia:   “... cuando el viceprovincial fue con otros frailes al dicho puerto de las perlas, halló que habían muerto a los dos frailes  y no se sabe quien…” Eso fue el 10 de febrero de 1515. 

Rivero. Hay varios testimonios de personas involucradas que dicen que les consta que los indios que quedaron en Santo Domingo, y pudieron ser hallados, de los prisioneros de Gómez de Ribera, se entregaron a los frailes... Y un  marinero de la isla Española que había ido con los que llevaron  a los dos mártires a la Costa de las Perlas, declaró, que él recibió el encargo  de transportar a tierra firme a “ciertos frailes dominicos” junto con varios indígenas  de los cautivados por Gómez de Ribera. 
Por otra parte  la Consulta le informo al Rey en sus cartas  de 24 de febrero y 6 de marzo de estos acontecimientos… No contestó Rey hasta el 2 de agosto, aprobando todo lo dispuesto por sus representantes en indias, y reprobando, con palabras tan tibias  como ineficaces, los atropellos de los jefes de las armadas en el Caribe.” Todo hace pensar que se logró rescatar a los cautivos y fueron devueltos en su mayoría a la Tierra Firme .
Rivero. Usted parece que tiene muy claro y sabe ciertamente que Cumaná, es lo mismo que Tierra Firme y Puerto de Las Perlas, y misión de Córdoba.

Don Fernando. Los Reyes tambien lo tenían muy claro. Fíjese que el Rey Carlos I,  autorizaba a la Casa de Contratación en mayo de 1519  y le decía: “Hemos mandado proveer que además de las dos iglesias y casa de San Francisco  que están en la costa de Cumaná, que es la de tierra firme del mar-océano, se edifiquen otras cinco iglesias y casas en aquella costa, en que se celebre el culto divino y que puedan morar cuatro religiosos de dicha orden y debían proveerse escuelas; iglesias y conventos de todos los materiales y útiles, necesarios para la enseñanza  al culto y al trabajo agrícola”.

Rivero. Si es cierto. Pero volviendo al tema, que más puede decirnos de los cautivos.

Don Fernando. Le puedo asegurar que una buena parte de los cautivos de aquella jornada de Gómez de Rivera, se pudieron rescatar y Pedro mismo los condujo a su pueblo.
Rivero.  Creo que en la única parte que ocurrió algo semejante fue en Cumaná. Yo tengo aquí una investigación del historiador venezolano Enrique Otte, que me gustaría leérsela:
Don Fernando. Pues usted me esta enseñando a mi cosas que nunca soñé ni esperé saber.  

Rivero.  Dice el acucioso historiador venezolano   “Al fin la Consulta y  el Virrey Diego Colón, los Jueces de Apelación y Oficiales Reales-, en su sesión del 10 de febrero de 1515, se ocuparon del asunto. Se ordenó que Gómez de Rivera y los caciques de la tierra firme –seguramente Don Alonso y Don Diego- apareciesen  ante la Consulta,  y  los que fueren “guatiaos” amigos de los españoles, fuesen devueltos a sus tierras.”

Y agrega: “Consta que los que quedaron o pudieron ser hallados de los prisioneros de Gómez de Ribera, se entregaron a los frailes...  Uno de los marinos de la isla Española que había llevado a los dos mártires a la Costa de las Perlas, declaró, que recibió el encargo  de transportarlos  a las mismas  tierras de donde fueron sacados  “ciertos frailes dominicos” junto con varios indígenas  de los cautivados por Gómez de Ribera”. 
Si le creemos a Enrique Otte, va a resultar que la primera expedición llegó a tierra firme en setiembre de 1514, o sea cinco meses antes del martirio, o no se cumplió el plazo de las cinco lunas. Y si esto es así tenemos que corregir mucha historia. 
De todas formas, en todo ese asunto del rapto, hay muchos puntos oscuros. Los historiadores no aceptan la historia contada por Las Casas. Muchos sostienen puntos de vista distintos. Confunden los nombres de los ríos, los pueblos, las fechas, los raptos y los raptores, las  etnias y caciques. Sería muy útil que usted los aclarara.
   
Don Fernando. Creo que lo mejor es que continúe mi relato y se irán aclarando las dudas, pero recuerde, que no hay peor sordo que el que no quiere oír. Le puedo garantizar que toda esta historia se desarrolló en el pueblo español de la boca del río Chiribichi, en la desembocadura que queda en el golfo de Cariaco, porque aun Pedro no había llegado a Chiripiche, la penúltima luenga. Yo le cuento y usted me señala los documentos que ha logrado reunir, y así mostraremos  la verdad.

Rivero. Esta bien, continúe usted.

Después de una larga pausa y un refrigerio, don Fernando dijo así:  Lo cierto es que Pedro y Montesinos lograron la devolución de gran parte de los cautivos, pero cuando se supo donde se hallaba la mujer de Alonso, que estaba en en casa del Juez de Apelación, don Marcelo de Villalobos, ya no fue posible rescatarla, al parecer estaba amancebada con el poderoso Señor, y  éste, manifestó  a  los dominicos y a las autoridades que lo interpelaron:   “que su mujer era Caribe y podía esclavizarla”.
No hubo forma de lograr su libertad. Era muy poderoso y los indios no valían nada para ellos.
      Y lo peor del caso es que Alonso fue acusado por él,  de injuria grave contra un juez, y fue encarcelado, y allí dejó de comer  y a los pocos días murió sin poder defenderse.  Yo iba casi todos los días a verlo y a prometerle que lo pondría en libertad, no supe que había dejado de comer, me sorprendió su muerte, porque la ultima vez que lo vi,  bailaba una danza guerrera en su celda; después supe que esa  danza la bailan los sabios piachas cuando se acerca la muerte.  Llaman a los sarrase, espíritus de la selva, para que los guíen en el nuevo país al cual van los justos.  Los espíritus se alegran y bailan y  canta con él hasta que se agotan sus fuerzas.

Rivero. Al parecer Pedro le escribió una última carta al Monarca, pidiendo la libertad para la Cacica.

Don Fernando. Pedro  escribió al Provincial, en Sevilla, a cuya jurisdicción se hallaban sometidos los Dominicos, rogándole que intercediera ante el Católico, para que ordenara la libertad de la Cacica, porque no era  “Caribe” y, no podía, en consecuencia, ser reducida a esclavitud.  Pero nada se logró, y la mujer de Alonso permaneció cautiva en la casa del Juez.   

Rivero. Bueno, transcurrieron las cinco lunas, no se pudo hacer nada.  No se había logrado la devolución de los cautivos  al cumplirse el plazo para mayo de 1515, y  los indios ejecutaron a los dos emisarios de Pedro de Córdoba. Hay muchas pruebas de este hecho.  Las Casas dice que primero ajusticiaron a Francisco, por estar mejor preparado para el martirio,  más adelantado en Teología y en la fe, así lo entendieron los propios indígenas;  y  luego ejecutaron a  Juan Garcés, a quien consideraron más débil, más apegado a la vida, sin embargo ambos recibieron la muerte estoicamente.
      Me he ocupado de este caso y tengo varios documentos. Pero no tengo la certeza absoluta de que estos hechos ocurrieron en Cumaná.  Estoy seguro que en Santa Fe de Chiripichí no había con quien tratar, no había nada que buscar en esa época, aun Pedro no había fundado esa misión, y los dominicos mártires llegaron a Cumaná, y enseguida llegaron otros más que se quedaron allí; por lo tanto todas las diligencias, las investigaciones,  y otros asuntos, tenían que ir al pueblo de Cumana, donde iban los españoles de Cubagua, y estaba el agua, se sacaban las perlas,  estaban las minas de sal, se fabricaba casabe, había pescado salado en grades cantidades, estaban los caciques  que tenían que ser convocados, o sea, había  un principio de autoridad.
      A pesar de no tener fecha,  esa carta confirma la expedición conjunta  de religiosos dominicos y franciscanos  presidida por  Pedro de Córdoba, después del martirio de los dominicos, que había partido en 4 de julio de 1515 del puerto de Santo Domingo rumbo a la “Costa de las Perlas”  y,  se vio obligada a regresar, con gran riesgo de naufragio, a su punto de partida, debido al  huracán de San Laureano, por lo cual, Pedro, tuvo que esperar hasta noviembre,  para volver nuevamente a expedicionar, que se hiciera el necesario  arreglo de las naves.

Rivero. Puede usted darme una fecha aproximada de la muerte de los dominicos.   
Don Fernando. Con sinceridad en fechas no soy muy aplicado, aunque tengo regular la  memoria, debido a que todo lo anoto. Puedo consultar la Bitácora y hacer ciertas deducciones. 

Rivero. Yo tengo algunas anotaciones y deducciones, que le voy a informar, y por supuesto comparar con las suyas, a ver si despierto en usted esos hechos. Veamos, a mi modo de ver,  el martirio es anterior al 28 de enero de 1516, fecha de la carta  de Pasamonte que acabamos de leer,  también es anterior a la expedición de octubre o noviembre  de 1515, que  partió de Sto. Domingo  hacia  los ríos Chiribichi, la última luenga,  y Chiripiche o Chiribiche, territorio de los caciques Cumaná y Maraguey; y anterior incluso, a la salida de Santo Domingo hecha tambien  por ambas órdenes  religiosas  el 4 de julio de 1515, durante el huracán de San Laureano, con idéntico objetivo.  Por lo tanto creo que esa expedición tuvo que salir en diciembre de 1514 o Enero de 1515,   y si a eso le agregamos 5 meses, tenemos que concluir que el martirio se produjo en mayo de 1515. ¿Que le parece, mi distinguid Huésped? 

Don Fernando. Creo que es lo más acertado, y si me pongo a hurgar , en  acuerdo con mi Bitácora, os puedo decir, que, en ese mes, salía de Sevilla hacia Cuba, y por algunos trastornos no pude llegar a tiempo para cumplir con Pedro. Si, definitivamente fue en Mayo. Y en mi bitácora anoté, que el  6  de setiembre de ese mismo año, se embarcaron conmigo en  Santo Domingo hacia España el clérigo Casuas  y  fr. Antón de  Montesino, acompañado por el diácono  Fr. Diego de Alberca. Ellos me informaron del motivo de su viaje, porque tenían puesta en mí absoluta confianza, y si algo les fallaba, yo debería terminar esa misión. 

Rivero. Y, puede decirme de que se trataba esa tan importante misión.

 Don Fernando.  Montesino llevaba un memorial  de Pedro, sobre la política genocida  aplicada al indígena en las colonias, e para informar  a la Corte, e al mesmo Rey, sobre la muerte de sus compañeros. En fin, todos  los sucesos de la “Costa de Las Perlas”, como era conocido el caso, investigado personalmente por él, que se trasladó al lugar de los acontecimientos; y, además, lo más grave,  la complicidad que en el caso  habían tenido los jueces de Apelación de la Española; igualmente, debían informar al Rey,  que a pesar de la sangre vertida  de  los dos frailes, sacrificados por los indígenas, volverían a reanudar el ensayo de evangelización pacífica, en el mismo lugar  del suplicio de aquellos dos santos mártires, los primeros en el Nuevo Mundo. También llevaron instrucciones para exigir al Rey  el obligatorio cumplimiento  de la Real Cédula  dada en Valladolid, el 2 de junio de 1513,  para que ninguna armada ni mercaderes, resgatadores de esclavos,   se acercara  por las tierras  donde los misioneros evangelizaban.


SEGUNDA EXPEDICION.
           

Rivero, Que sabe Ud., de la segunda expedición preparada por Pedro.

Don Fernando. Endeluego, Bartolomé, ya conocía a Pedro, y se traslada a la isla y ciudad de Santo Domingo,  y llega, precisamente, el día en que  sale con una expedición para  Tierra Firme, en continuación de  su proyecto pacifista. Sin embargo, Dios está de su lado, la expedición tiene que volver a tierra,  y Bartolomé tiene la satisfacción de entrevistarse con Pedro, confesarse con él, y narrarle, con lujo de detalles, buena  parte de su vida, sus reflexiones y su determinación de dedicar todas sus fuerzas a la defensa y protección de los indígenas.


Rivero. Que me puede decir de Fr. Bartolomé de las Casas.

Don Fernando. Se muchas cosas  de este Santo Varón. Podría llamarlo, bienhechor de la humanidad, nació en Sevilla el 11 de setiembre de 1484  del matrimonio de  Don Pedro de Las Casuas y de Doña Isabel Sosa, ambos de ascendencia judía. Tenía 8 años cuando los Reyes Católicos liberan Granada, unifican el imperio y expulsan a los judíos. La familia de Bartolomé no sufrió los rigores de la diáspora porque sus padres se habían convertido al cristianismo muchos años antes de estos acontecimientos. Sus estudios correspondientes a la primaria los hizo en  la escuela de la Catedral de San Miguel  y el bachillerato  o latín en la academia, ambos en Sevilla.

Rivero. Yo lo conozco por sus obras, soy un asiduo lector e investigador de ellas. Varias de sus obras son herméticas, y  son imprescindibles para una mejor comprensión de su tiempo: La Destrucción de las Indias”, publicada en 1552; “Historia de las Indias” que vino a publicarse en 1875; “Apologética - Historia de las Indias” que viene a publicarse en 1909; “De Único Vocationis Modo” el último en publicarse en 1975.  Aun aparece muchas obras y documentos de este hombre extraordinario.
No se donde leí que este Pedro de Casuas, acompañó a Colón en su segundo viaje.

Don Fernando. Es cierto, el padre de Bartolomé, acompañó a Colón en su segundo viaje y económicamente le fue bien, aunque de cierto que fue el carácter aventurero que le señaló ese camino, por eso mismo forma parte, con su hijo, en la expedición que parte de Sevilla, bajo el mando de Francisco de Bobadilla, el 13 de febrero de 1502 y llega a Santo Domingo el 15 de abril de ese mismo año.
En esa época los colonizadores españoles en las islas caribeñas, sometían a los indios por la fuerza; la conquista se conviertió en una guerra a muerte, sobre todo, desde que se descubren las minas de oro en La Española. Bartolomé ya es un joven “con mucho futuro” y Ponce de León, le asigna un repartimiento en Concepción de la Vega; entre tanto Ovando persigue, somete y sacrifica a los indígenas, y muy a su pesar Bartolomé participa en esos crueles sucesos. En 1506 Las Casas viaja a Roma, recibe allí, las órdenes Mayores, regresa a Santo Domingo, investido de sacerdote,  y se establece en la Vega.
            Rivero. Realmente, porque es muy confuso, en que fecha llega Las Casas al Puerto de Las Perlas, o sea Cumaná.
Don Fernando. Casuas desembarca a fines  julio o principios de agosto de 1521 en el puerto del río Cumaná, donde tenían, hacía mas de 6 años, los franciscos una misión y un monasterio; ubicados a la distancia de  un tiro de ballesta desde la orilla del mar, en aquella costa virgen más conocida por el nombre de   “Costa de las Perlas” como gustaba llamarla al mismo fraile Las Casas.  El es el primero que les da este nombre,  para inflamar la codicia de los flamencos de Carlos I.

Rivero. Tengo entendido que en esa época ese nombre se reducía a las costas cercanas a la isla de Cubagua y Cumaná, y tal vez las 15 leguas de que habla Gonzalo de Ocampo, pero poco tiempo después, con ese mismo nombre, se conoce toda la costa que va desde Paria hasta el Golfo de Venezuela. La Corona se había reservado este extenso territorio desde la disputa con el Almirante Cristóbal Colón y ahora se la entregaba al más apropiado después de Pedro de Córdoba, Bartolomé de Las Casas.

Don Fernando. Cuando surge Las Casas, toda la costa de las perlas está convulsionada y Gonzalo de Ocampo la sometía a sangre y fuego. Había comenzado a formar un pueblo media legua del río Cumaná arriba al que llamó Villa de Toledo.
Rivero. Girolano Benzzoni, el notable autor de Historia del Nuevo Mundo, publicado en 1565, que estuvo en Cumaná en 1541, lo corrobora, dice que Gonzalo de Ocampo “Mandó a construir 25 casas a orillas del río y llamó este pueblo Villa de Toledo”,  también puede observarse en el mapa de 1601, que tenga aquí.
Don Fernando. Déjeme verlo.
Rivero.  Noten que dice a “a orillas del río”, y está señalado. Debe entenderse y él estuvo aquí, en la orilla del río Cumaná, media legua del río arriba como lo dice Las Casas, a buen entendedor pocas palabras bastan. Muchos cronistas inclusive cumaneses, ubican la Villa de Toledo, en diferentes sitios.
Don Fernando. Algunos Cronistas afirman que Las Casas y Ocampo, se enfrentaron. Todo nos hace pensar que Las Casas se encuentra con Ocampo en esta Villa de Toledo, sin embargo hay razones fundadas para creer que esperó a Gonzalo de Ocampo en Puerto Rico; así se desprende de una carta firmada por Antonio de Gama, a S. M. que lo dice: “En 8 del presente llegó a San Germán una armada que el Almirante (Diego Colón)  y jueces envían a Paria  a castigar los que mataron los frailes. Bartolomé de Las Casas, capellán de V. M., llegó en este medio tiempo, con el despacho para poblar dicha provincia y sus comarcas. Háyase muy confuso. San Juan, 15 de febrero de 1521”.
Don Fernando. Realmente no tengo ningún recuerdo de eso que decís.
       
Rivero. No se si lo que digo es cierto, pero así aparece de mis investigaciones. La armada de Ocampo, que fue autorizada por la Real Audiencia de Santo Domingo  el 14 noviembre de 1520,   llegó al Puerto de San Germán el 8 de febrero de 1521, en el mismo mes que lo hace la expedición de Las Casas, que partió de Sanlúcar en diciembre de 1520. Una barco de aquellos tiempos, tardaba desde cualquier puerto de España, hasta Puerto Rico, Santo Domingo o Cuba,  un promedio de 40 días, y por lo tanto, si la expedición de Ocampo,  llegó al puerto de San Germán el 8 de febrero, si es posible  el encuentro de Las Casas y Ocampo en ese puerto, como afirman muchos historiadores y cronistas; y luego de la entrevista, Ocampo  partió hacia el pueblo de Maracapana para iniciar su campaña de terror.
Rivero. Y... cómo fue su viaje a Cumaná.

Don Fernando. Las Casas llega a la  Nueva Córdoba y es recibido  por los franciscanos, con entusiasmo,  el 15 de agosto de 1521, ya estaban en cuenta de su viaje y se prepararon para recibirlo.  con muestras de alegría, cantando el “Te Deum Laudamus”: “Benedictus qui venit in domine Domine”. Lo sé por  boca del mismo Las Casas, y me contó  que“Tenían una casa y monasterio de madera y paja y una muy buena huerta adonde había naranjos de maravillosas naranjas (un naranjo en esa época tardaba seis o siete  años en producir frutos) y un pedazo de viña y hortalizas y melones muy finos y otras cosas agradables; todo esto habían puesto  y edificado los religiosos de la misma orden que fueron al principio, cuando el padre Pedro de Córdoba con sus dominicos como en el Capitulo 54  de la parte II, queda declarado. Estaba esta casa y esta huerta  a un tiro de ballesta  de la costa del mar, junto a la ribera del río que llama Cumaná, de donde aquella tierra se nombra Cumaná”.

Este texto no tiene desperdicio, confirma en todo lo que hemos venido exponiendo. En la desembocadura del río Cumaná por el Golfo de Cariaco,  en el sitio llamado Los Cerritos, encontró Bartolomé de Las Casas la misión de los Franciscanos que trajo Pedro de Córdoba, hacia 6 o 7 años, o sea entre 1513 y 1514; tenían una casa grande y un monasterio, y por supuesto ese monasterio no solo era para holgar los frailes sino que servían a una comunidad heterogénea, que dio comienzo a la primera ciudad fundada por españoles en  América.

  Bartolomé de Las Casas se asienta cerca de la misión, construye una casa grande, el dice como una “atarazana”, es decir, un galpón de dos aguas  de barro y paja  -bahareque- con techos de  caña –lata-, amarrada con bejuco –mamure- y hojas de palmera –carata, moriche, etc-,  que usaban los indios para construir  sus bohíos o churuatas. Construcciones livianas y antisísmicas, que muy pronto los españoles aprendieron a construir y mejorar.
 
Todo marchaba, pese a las circunstancias, en las misiones dominicas y franciscanas de Cumaná y Chiribichí (Chiribiche para Pedro de Córdoba); la iglesia y la escuela, funcionaban como puede comprobarse cronológicamente en las Cédulas Reales despachadas para atenderlas. En 1516 envían misioneros de refuerzo, desde España; y en 1519 envían 20 misioneros más para Cumaná, la diócesis era prácticamente un hecho; también  mandan ornamentos para cinco iglesias, y se proveían zapatos, camisas y mantas para los estudiantes; con todo ello crecía y fortalecía el asentamiento. En 1516 ordenan que se les pague salarios y en  1519 se nombra el obispo de Paria con sede en Cumaná, porque aun Nueva Cádiz no era ni siquiera pueblo y se ordenan ornamentos para las cinco iglesias de la diócesis; en 1523 se nombra veedor de rescates y veedor de la armada “como solían”;

 Tiempo  después, en 1521,Castellón, y hasta 1591 hay cédulas para el convento de la Nueva Córdoba y las iglesias de Cumaná, porque los dos pueblos crecieron juntos hasta que se fundieron en uno solo, la Cumaná de Diego Fernández de Serpa de 1569;  todo esta probado, todo ello consta con  sello real, es indubitable. A los que no lo entienden les queda el derecho de pataleo y el sofisma, muy bueno para lograr esquivar los hechos y las escrituras.    Las relaciones entre las dos culturas funcionaba, los jefes de familias enviaron a sus hijos a la escuela y aprendían la religión católica. Los indios también enseñaron a los españoles muchas cosas del Nuevo Mundo: fabricar casabe, que fue un elemento indispensable para expedicionar,  y la arepa, el mejor pan americano; les enseñaron su idioma, el uso de sus armas, la caza  y la pesca,  los frutos, las platas comestibles, la fabricación de los utensilios para el hogar, y sobre todo las plantas medicinales. Ellos entre tanto aprendieron a vestirse,  calzarse, comer alimentos europeos, la religión, y pese a que eran buenos constructores de barcos, aprendieron las técnicas europeas, que eran más avanzadas.


Las Casas no llegó solo a la misión, sino con muchos colonos y protección  militar bajo el mando de Soto, decidido a conquistar Tierra Firme; y con bastante poder, como puede colegirse del trabajo que adelantó en el  tiempo que estuvo en Cumaná, ya que no solo construyó su casa sino que emprendió o continuó la construcción del  fuerte de Santa Cruz de la Vista, en la boca del río Cumaná,  con bloques de piedra, de las canteras explotadas en Araya. Debemos meditar sobre el trabajo que ello significó, aunque Las Casas no lo comenta.  El  y mucha gente trabajaron en ese proyecto, a menos que  fuese mandado por el Rey directamente,  lo que resultaría muy raro, ya que estaba comprometido a hacerlo. Las canteras, al parecer, estaban en producción desde 1504. La explotación de las canteras de Araya ya eran viejas cuando llegó Las Casas a Cumaná; y así, sin magia, podemos entender, porque  algunos historiadores obvian estos detalles, sobre la construcción  del fuerte; una mole de piedra como aparece en el dibujo de Castellón, en  la boca del río, cuyo propósito principal era  proteger al pueblo de Cumaná y al de la 

Nueva Cádiz, cuyo poder aumentaba  en forma vertiginosa, y competía ventajosamente con el pueblo  de Pedro de Córdoba, unido a los franciscanos de Garceto, que se quedaron en Cumaná y que siempre estuvieron bajo su mando.
Siempre fue  importante el fuerte,  para proteger  a los negociantes de Nueva Cádiz, que venían en busca de sal y el preciado líquido, entre ellos Castellón, sin el cual Cubagua se moría porque es una tierra yerma, y el agua de Cumaná era de muy buena calidad;  no creo, como afirman algunos historiadores, que los de Cubagua se opusieron a la construcción del fuerte, porque ellos eran los beneficiados, y fue un comerciante de la Nueva Cádiz, Jácome Castellón, quien lo concluye y se lleva todo el mérito. El padre Álvaro Huerga, en su obra citada, refiriéndose a Las Casas, nos dice: “No logró poner el ramo en lo alto de la torre”, es decir no pudo terminarla, y da a entender que la inició y casi la concluyó, y agrega: “A poco de llegar esperanzado y esforzado, la fortuna le volvió la espalda, todo le rodaba mal,  por culpa de los perleros y rescatadores; iba y venía,  no daba paz a los pies y a la pluma, reclamaba a unos y a otros,  con las reales cédulas en las manos.  Pero nadie le hacía caso. Decidió ir a Santo Domingo en busca del respaldo de los representantes de la Corona, y dejó como lugarteniente a Francisco de Soto, al mando de su empresa. Y estando aun en Cubagua, atareado en buscar apoyo, los indios arrasaron la atarazana del clérigo y el convento de los franciscanos: en una canoa que tenían  en el estero de la huerta huyeron los religiosos, a excepción de uno, fray Dionisio, que los indios mataron a macanazos; Francisco de Soto, herido por una flecha envenenada, muere también” (43).

El Padre Huerga, como buen español, se burla del fracaso de Las Casas, y lo refiere a sus críticos: López de Gómara y Fernández de Oviedo, que también se burlaron de él, por las mismas razones nacionalistas; pero de la obra de la que no pueden hacer sorna, y es la más grande que cronista alguno ha dejado; de ese castillo para la investigación, no dicen nada los críticos de Las Casas;  la obra monumental que escribe, y que  es el estudio pormenorizado de las naciones indígenas, testimonio que legó a la humanidad, porque no solo se ocupó de historiar la crueldad de los españoles en la conquista, sino que se ocupó  de toda la cultura indígena con la minuciosidad que solo un sabio inspirado como él podía penetrar. En cualquiera de los  tomos de sus Opúsculos, Cartas y memoriales; en La Historia de las Indias; sus estudios sobre la Isla Española, México,  la provincia de Paria: sus animales,  hierbas y plantas;  sus habitantes, su gobierno,  alimentación, trabajos y cultivos, etc. Sus obras son hoy en día imprescindibles para entender y  estudiar  la etnohistoria americana.
   
Las Casas, después de sus luchas  en Cumaná, triste y endeudado, va a Santo Domingo y se recoge en el convento de sus amigos los Dominicos,  viste su hábito y permanece con ellos  hasta 1526, cuando se traslada a Puerto de Plata, en la misma isla,  donde construye una iglesia e inicia la escritura de su obra la “Historia de las Indias”.
Muere Pedro de Córdoba en mayo de  1525, víspera de santa Catherina, y lo sucede en el mando su compañero  de siempre fray Tomás de Berlanga, que obtuvo en 1530 la autonomía de la Orden en el Nuevo Mundo, con todos los conventos fundados por ellos en las islas y en la tierra firme.

Domingo de Betanzos en México, en un convento formado por él, recibió novicios indígenas por vez primera en América, en lo cual tuvo éxito, sin embargo había una gran corrupción en el trato para los indios, y los pocos frailes comprometidos que habían en México, no podían controlar la corrupción de  frailes, Oidores y demás autoridades, que permitían el trafico de esclavos;  fue entonces que los obispos de México y Tlascala,  Juan de Zumárraga y Julián Garcés decidieron llamar a Bartolomé de  Las Casas para reformar y corregir los desafueros de aquellas autoridades y frailes.  Bartolomé inicia su campaña de saneamiento; somete a los delincuentes, apresa muchas autoridades y frailes, los somete a juicio y logra normalizar la situación.

A Fray Tomás de Berlanga, Vicario de los Dominicos, lo  nombran obispo de Panamá,  y envía adelante a Bartolomé  y otros dominicos, que pierden el rumbo y paran en Nicaragua. Allí después de mucho trabajo, Bartolomé expone al Gobernador Rodrigo de Contreras, la idea de atravesar el istmo de Panamá, a través del río Desaguadero y la laguna de Nicaragua, o sea  nada menos que el Canal de Panamá; sin embargo este Gobernador no solo lo excluye de la expedición preparada al efecto, sino que lo persigue, y tiene que huir y refugiarse en Guatemala, donde el obispo Don Francisco de Marroquin,  lo nombra Protector de los Indios en 1536, y en 1537 lo deja encargado de su diócesis cuando  es promovido a obispo en México.
   

Rivero.  Bartolomé de Las Casas, llega a la misión de Córdoba, es recibido por los misioneros franciscanos, cuyo vicario continuaba siendo Juan Garceto, que le debía obediencia, y estaban en el mismo sitio en que los dejó Pedro, a la desembocadura del río Chiribichi, que ahora los españoles llamaban Cumaná, nombre del Cacique Alonso, en el mismo sitio donde crecía el caserío que iniciaron Francisco Fernandes  de Córdoba y Juan Garcés,  que como recordarán vinieron en la expedición organizada por Pedro. El pueblo estaba  defendido por la inmensa planta del fuerte de Santa Cruz de la Vista, que ya tenía varios años en construcción; estratégicamente ubicados en  Los Cerritos, donde los frailes habían construido  un canal de riego, un buen puerto, dos iglesias y un monasterio de cal y canto, y muchas casas de españoles y de indios; tenían muy buenos cultivos de uvas, naranjas, melones,  verduras, maíz,  y otras frutas y raíces, de la región, donde trabajaban muchos indígenas,  a un tiro de ballesta, del lado derecho del río, visto desde la playa,  en la desembocadura del río por el Golfo de Cariaco;  Las Casas quedó maravillado, y holgó mucho con los picardos  de lo que veía, y de inmediato procedió a trabajar en la construcción de su casa y de la casa del fuerte de Santa Cruz de La Vista, una torre espaciosa, que daba cabida aun buen contingente de oficiales y soldados; y allí sabe, por boca de los indios, la tragedia de los misioneros; y por ese relato  es que vienen a conocerse  aquellos hechos dolorosos.
Los testigos le cuentan en detalles, el sacrificio de los primeros mártires cristianos de la tierra firme, y él los trasmite como si los hubiese vivido.
Dice el Las Casas: “Supimos después, de algunos indios, que primero mataron al fraile lego (Juan Garcés), estando el presentado fray Francisco de Córdoba atado y viéndolo matar, en lo cual parece haber proveído la bondad divina a la flaqueza del fraile lego, que pudiera en la fe  y virtud desmayar, dejando para postre al que, como más ejercitado en la virtud y religión y también en letras, debía tener mayor constancia”.

Nada podrá cambiar este relato porque el Cronista conoció los hechos en Cumaná donde, estuvo cuatro meses, construyó una casa –o atarazana- como dice el mismo Cronista. Participó y congenió con los franciscanos y con  los indios,  continuó las obras del fuerte de la Nueva Córdoba, “Santa Cruz de la Vista”, que después terminó Jácome Castellón en 1523, y nos dejó los dibujos que hizo o mandó hacer, tanto del fuerte como del pueblo;  lo que oyó y escribió, Las Casas,  de ese pueblo, sobre hechos recientes que estaban frescos en la memoria, y aun vivían los protagonistas,   es lo que sabemos de ese episodio, los demás que han escrito sobre ese  episodio, han tratado de confundir,  ya que aun estaban los testigos, las pruebas y los detalles del sacrificio de los misioneros. Son los mismos  indígenas, los familiares del cacique Cumaná o  Alonso, los que participaron en el sacrificio,  en el mismo sitio de los acontecimientos, ellos mismos se lo contaron a Bartolomé, como podemos apreciar de ese relato; y no pudo haber ocurrido en otro lugar distante, al cual el cronista nunca fue.
El mismo Pedro de Córdoba se encargó de ir a la misión a verificar los hechos, pero cuando él fue no pudo enterarse ni confirmar nada.  Tal vez los mismo indios se horrorizaron de lo que habían hecho.  También es posible que luego hayan pasado hechos similares en la larga costa de la provincia, y por eso se confunden los historiadores en el tiempo, las fechas y los nombres de los actores, los testigos amañados en los procesos, y los cuentos de los marineros,  como  afirma el gran historiador Juan Manzano Manzano,  de otros eventos. No es lo mismo “vivir” un acontecimiento que referirlo después con datos amañados o repetir  e interpretar lo que escriben oficiantes de escritorio, y Las Casas los vivió y convivió con sus actores. ¡Como pueden ubicar al cacique  Cumaná o Alonso,  en Chiripichí o en Píritu?. ¿ Díganos usted, a quien vamos a creer?. ¿Que otra fuente puede ser más confiable?


  Rivero. Sobre todo porque Casas estuvo en Tierra Firme, y trabajó con esos indios y esos frailes; vivió esas experiencias, escribió sus vivencias y las de ellos, y esto desde el punto de vista filosófico tiene mucha importancia;  las escribió como nadie lo hizo después. Sobre todo que sus relatos coinciden con los documentos que existen y son indubitables;   y no existe ningún documento, ninguna cédula real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse  opiniones contrarias a Las Casas.  Las únicas cédulas que se promulgaron y que existen y  hablan de esta tragedia, se refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná, Costa de las Perlas o Tierra Firme, que es lo mismo. Y Las Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo contaron los indios allí en Cumaná, como usted atinadamente lo confirma. Alonso era el cacique de los cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en Píritu o en Santa Fe;  y yo afirmo y afirmo que muchas de las crónicas de esa época, que trascribe Las Casas, las escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos  que vinieron con  Pedro de Córdoba,  como puede constatarse con una simple lectura de estas páginas, porque Casas no podía decirlo en tercera persona.

Don Fernando. Hubo muchas expediciones después de la de Pedro, sobre todo a resgatar indios.

Rivero. Y por supuesto que también  sucedieron algunos percances parecidos a éste de la primera expedición que no han sido bien tratados, y el mismo Pedro de Córdoba  denuncia uno ellos en su carta de 1517. Un historiador,  don Arístides Rojas, también confunde esta expedición exploratoria con la de los franciscanos de 1515, que como sabemos fue una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada, auspiciada y dirigida por Pedro de Córdoba.

Don Fernando. Tengo muy claro todo eso, en cierta forma fui protagonista de esa historia,  traje en mi barco muchas veces a Pedro y su gente hasta   la misión.
  
Rivero. Entonces es cierto que vinieron en un mismo barco,  bajo el patrocinio, mando y tutela de Pedro de Córdoba, y  bajaron a tierra bajo su autoridad, porque  el territorio le fue concedido por el Rey a él y a ninguno otro más en esa oportunidad.  Bartolomé de Las Casas conoce esta historia contada por sus protagonistas, con los cuales convivió y a los cuales  amó ingenuamente. Pedro fue su maestro, su modelo y  nadie como él para contar su historia.

Don Fernando. Hubo mucha violencia de parte de una cáfila de aventureros que vino a La Española, y también por la corrupción de los jueces.
Rivero. En la medida en que avanzó el control del imperio sobre estas  naciones, la selección de los colonos fue más exigente en España. Aquí en Cumaná hemos aprendido mucho de esos tiempos, y además, a nuestros efectos,  el estudio de la fundación de Cumaná ha sido alentador, por que a ella vinieron   franciscanos franceses y de otras naciones, y después vinieron grades maestros y muy buenos gobernantes.   Cumaná fue fundada por españoles y franceses, dos culturas distintas unidas con un propósito común, y que son probablemente los que escriben las primeras  crónicas.

Don Fernando. Tuve la dicha de conocer a esos santos sacerdotes que vinieron. Había uno muy alto, era un príncipe escocés, con el cabello y la barba muy blanca que parecía un santo romano salido de un cuadro de Miguel Ángel.
Rivero. De las crónicas que nos dejó Las Casas, se puede deducir, que algunos textos fueron escritos por los picardos que lo acompañaron,  por ejemplo, aquello de que  Pedro tenía que hablar  en latín, porque  no  entendía   lengua de los picardos; como aparece en  el relato de la segunda expedición, de la que ya hablamos, veamos: “Estando en este peligro, dijo el padre fray Pedro al principal de los frailes franciscanos -(Juan Garceto)- en latín, porque no entendía nuestro romance: Pater, hodie oportet nos hic  mori pro Christo. Respondió el buen religioso: Sit nomen Domini benedictus”.   El Cronista fue indudablemente un picardo de los que vinieron con Pedro, esto tiene importancia sobre todo para aquellos historiadores que pretenden que las órdenes dominicas y franciscanas no vinieron juntas en un mismo navío., bajo el mando de Pedro de Córdoba.  

Don Fernando. No conocía yo estas menudencias, pero me parece muy acertada la conclusión, porque además es muy cierto, todo ello, ya que Pedro era el superior de ambas órdenes en esa expedición.

Rivero. Pues bien, tengo entendido que  Bartolomé informa a Pedro, de sus luchas en Cuba, y se obliga a continuar la obra de Pedro. Se irá a Castilla a denunciar  la conducta criminal de los conquistadores.
Don Fernando. Pedro sabía de antemano la historia del clérigo en Cuba, pero también, que estaba muy arrepentido de sus aventuras, y era un hombre muy decidido.

Rivero. Al parecer a Pedro le causó buena impresión la determinación del clérigo,  y se sintió recompensado en sus luchas; y que le dijo:  “no se perderán vuestros trabajos por que Dios tendrá buena cuenta dellos,  pero estoy seguro, que mientras viva el Rey, no habremos de adelantar nada  sobre nuestros propósitos”. A estas cuestiones que planteaba Pedro, porque estaba algo decepcionado, Bartolomé respondió, “Padre yo probaré  todas las vías, y espero que Nuestro Señor me ayude” .  

Don Fernando. Todas esas cosas ya las se,  y valla que me consta, conocí de buena fuente aquellos momentos.  Pedro se refiere, a la influencia del Obispo de Burgos, Lope Conchillos, hombre poderoso con fuertes intereses en Santo Domingo, a quien denunciaba como encomendero,  y a otros deste negocio, que auspiciaban y aprobaban los métodos de los colonos en las islas y no daban crédito a la prédica de los dominicos. Así como Pedro confiaba en el Católico,  desconfiaba de sus colaboradores y consejeros.



TERCERA EXPEDICIÓN FUNDANTE.  Finales de octubre o principios de noviembre de 1515.

Rivero. Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con Pedro, “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para Sevilla, en compañía de  fray Antón de Montesinos, y que una vez en aquel puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y fray Antón,  fue a su Monasterio.

Don Fernando. De eso se muy poco, yo me quede con Pedro preparando la tercera expedición , que  se hizo en mi barco, y que fue una aventura prodigiosa, que si me lo permite, le puedo narrar de la A a la Z, porque la tengo muy fresca en mi memoria.
Rivero. Para nosotros será muy placentero. 

Don Fernando. Os ruego que pongan atención porque no me gusta repetir, y a veces pierdo el hilo cuando me interrumpen. –El Capitán suspiró profundamente, cerró los ojos, y dijo:    Bien, ese  día de principios de noviembre de 1515,  vino Pedro con otros más y me dijo: Fernando, tenéis  que preparar el barco porque vamos a expedicionar a Tierra Firme, en los dominios del cacique Cumaná.
-Yo le advertí, reconozco que me apresuré, le dije: Pedro, tu sabes lo que acaba de suceder, con la avanzada que enviaste, tu mismo fuiste y te contaron toda la tragedia que vivieron en esas tierras. 
Pedro. No me recomendaríais que abandone la misión, o sí. Sabéis que no lo haría aunque supiera de cierto que en ello va mi vida.
Don Fernando. De ninguna manera, tanto el barco como yo, estamos listos para cuando lo decidáis.
Pedro. Alabado sea el Señor.  Manos a la obra,  envía unos hombres con carretas para acarrear todo lo necesario, y esta vez iremos con muchos frailes, muy piadosos, que están dispuestos a morir de ser necesario para establecernos en la orilla del río Chiribichi. También llevaremos gente de guerra que nos ofrece el Visorey.  
Don Fernando. Me ocuparé de todo, no os faltará nada.
Rivero. Usted recordará la fecha en que salieron de Santo Domingo.
Don Fernando. Os puedo decir que a principios de noviembre ya estábamos surtiendo el navío, y en ello transcurrieron varios días. Tanto los materiales que trajo Pedro de Sevilla, como los que había acumulado en Santo Domingo, porque déjeme decirle, el voluntariado fue infinito. Pedro tuvo que sortear entre ellos los que debían venir, y los que no pudieron, ciertamente lloraron pero comprendieron, no era posible que entraran todos.
Rivero. Cuantos frailes franciscanos fueron en ese viaje.
Don Fernando. Eran once. Juan Garceto, también tuvo que seleccionarlos, muchos querían ir, pero tampoco podían dejar a Santo Domingo sin franciscanos.   
Rivero. Y dominicos, cuantos, y que más llevaban.
Don Fernando. Fueron cinco con Pedro; y además de los 20 tripulantes  y 150 soldados, iba la servidumbre y varios esclavos negros; 6 mulas, 3 asnos, 4 vacas, 3 perros, 20 gallinas, 6 gallos. Varios sacos de harina y barriles de vino. El material para la construcción y ornato de las  iglesias  ocupaba la parte principal de la carga, pero como iba en cajas, no se lo puedo describir.
Rivero. No importa, eso satisface mi curiosidad histórica. Era una expedición con todas las de la Ley.
Don Fernando. Puede usted creerlo. ¡Valga el cielo!
Rivero. Cuanto tiempo tardo el viaje.
Don Fernando. Mire osted. Normalmente son 7 días. Pero con la cantidad de cosas que sucedieron en realidad ya ni se cuanto duró el viaje.
Rivero. Y que sucedió, que me tiene en ascuas.
Don Fernando. Pero es que osté  con tanta pregunta suelta no me deja contar la historia de ese viaje. Espere que le cuente una cosa y después otra... Es probable que el viaje durara normalmente 7 días., pero tuvimos que parar en la isla de la Mona a cargar casabe, que era muy importante porque no teníamos otro pan. Allí paramos dos o tres días. Luego Pedro quiso parar en Araya, para cargar un poco de sal. Estando en Araya supimos que los Caribes estaban atacando a Cumaná. Vimos infinidad de curiaras caribes pasar veloces frente a nosotros con dirección al puerto en la boca del río Chiribichi,  en el golfo de Cariaco.  Pedro, serenamente me dijo. 
Pedro.  Fernando, esta es nuestra oportunidad para ganarnos el aprecio de las tribus atacadas.
 Fernando. Que me quieres decir.
Pedro. Partamos inmediatamente para ese puerto, enfrentaremos a los caribes y los haremos huir.
Fernando. Bien -Grité a todo pulmón-  Todos a bordo, y preparen las armas, que vamos a pelear.  El Ramón Berenger, como en sus buenos tiempos, inflamó  las velas y zarpó raudo buscando su destino.  Tardamos cerca de dos  horas para estar frente Cumana, los caribes no se amilanaron y nos atacarnos con sus flechas envenenadas, pero estábamos muy bien cubiertos y preparados para responder con nuestros mosquetes. Intentaron abordarnos y los rechazamos, produciéndoles muchas bajas. Los caribes son soldados entrenados en el arte de la guerra. Los capitanes llamados ditainos, conducen a sus hombres con sonidos como pájaros, cuando ven que no pueden controlar una situación se repliegan, se reúnen, discuten  e improvisan otra estrategia. Volvieron con flechas encendidas, tenía que acercarse a nosotros para poder llegar a las velas. Temiendo un incendio mandé arriar las velas, y protegerlas, los caribes no se atrevían a acercarse al barco por temor a los mosquetes que al parecer ya conocían, y desistieron  de este ataque.  Vimos a los ditainos reunidos otra vez, y al parecer decidieron no ocuparse de nosotros, sino seguir atacando al poblado, y se internaron río  arriba para atacar por tierra. Entonces lleve el barco  hasta el puerto, donde fuimos bien recibidos. Un cacique muy joven, se presentó y por medio de un lengua, nos hizo saber que un jefe estaba mal herido, y que podía sanar con la medicina del hombre blanco.  Pedro pidió que lo llevaran ante el herido.  Lo examinó y lavó  las heridas por las cuales salía mucha sangre, dedujo que el mal no estaba allí, las heridas no eran peligrosas, pero descubrió un dado seguramente envenenado con curare. Entonces se arrodilló, sacó el dardo, y con un cuchillo hizo una incisión profunda, el herido reaccionó y dejó escapar un quejido profundo;  luego Pedro chupó la sangre que ahora se negaba a salir, como si el herido la contuviera; Pedro le dijo en su idioma: No  te opongas, es por tu bien en ello te va la vida;  y la sangre y el veneno salieron milagrosamente. Pedro se levantó y le dijo al joven cacique, déjenlo reposar, pronto estará bien. El joven salió a la puerta de la churuata, y gritó. Mi padre estará bien, el hombre blanco le salvó la vida. Vamos a pelear contra los Caribes. Tomen sus armas.

Como yo hablaba bastante bien la lengua chaima, me acerque al joven y le dije: “A los caribes no se les puede pelear de frente, hay que prepararles una emboscada. Ellos son artistas en las emboscadas. Primero enviaran a  los hombres caimanes, que se arrastrarán por el suelo selvático y eliminarán a tus vigías;  y prepararan el terreno para sus otros batallones. Vendrán luego los hombres monos, que traerán las flechas envenenadas a través de los árboles donde son invisbles, y les dispararan a tu infantería, que no sabrá de donde le llueve la muerte;  luego vendrán los jaguares en oleadas, que atacaran a la infantería y a los que queden activos de las embestida de los batallones anteriores; y nunca podrán  detenerlos, si no nos preparamos para vencerlos. 
El joven cacique, se dio cuanta del peligro y que estaba frente a un capitán muy bien informado, y entonces pregunto.
¿Y como haremos para vencerlos?
Tal vez no podamos vencerlos, pero si atemorizarlos y ellos, que son muy listos, abandonarán el territorio. Tengo 150 hombres armados con mosquetes, para dispararles a los hombres monos. Si me autorizas los mando a formar. 
¿Y los caimanes?

Ordena ya  a los vigías, que se retiren. Al no encontrarlos los caimanes se retiraran.  Pon a  tus arqueros en dos filas, una detrás de la otra. Se que tienen carey de tortugas gigantes en abundancia, y que suelen usarlos como escudos. Manda buscar los que puedas, y repártelos entre los  arqueros de primera fila, cuando se produzca el ataque, tanto de los monos como de los jaguares,  que se metan detrás de ellos; y después del ataque, los de la segunda fila se levantarán y dispararan sus flechas envenenadas con curare, este hecho inesperado los atemorizará.  Después cada arquero, que levante su carey para cubrir al que disparó, que será objeto seguro del ataque de los hombres leopardos que disparan instintivamente;  o sea, que  se defiende el soldado del escudo y  defendiendo al compañero que dispara y que está detrás de él. Entre tanto mis hombres cazaran a los hombres monos al pasar de un árbol a otro. Y cuando ellos los vean caer, se replegaran, buscando las órdenes el ditaino. Y cuando este reunidos, mis hombres les dispararan, y al no obtener órdenes se retiraran desconcertados.  

Eres un hombre sabio. Creo entender, pero me falta experiencia. Tu puedes ayudar, y salvar mi pueblo. Ven conmigo al frente, tu dime, yo doy  órdenes

El joven cacique, al cual bautizamos Diego, dio las órdenes que discutimos, las cuales se cumplieron al punto.  Esperamos pacientemente el ataque. El sol comenzaba a declinar cuado se escuchó entre las ramas de los árboles  el silbido característico de los ditainos, y el movimiento de las ramas de los árboles. Casi al mismo tiempo se oyó el primer tiro de un mosquete, y el grito de muerte de un hombre mono.  En las filas de nuestra infantería se escucharon  varios quejidos, pero  la estrategia funcionaba, ya que los jaguares no podía romper nuestras filas. De repente se escuchó un tropel, los caribes bailaban la danza de la muerte y bebían aguardiente, seguramente para darse valor. Volvieron a atacar, y nuevamente fueron repelidos, no entendían lo que pasaba y estaban perdiendo a sus capitanes, porque mis soldados, los descubrieron y les disparaban preferentemente, por otra parte los ditainos estaban tan bien preparados físicamente para detener las flechas, que creyeron que era igual con los mosquetes, y cada vez que se enfrentaban a los tiradores salían heridos. Los ditainos llevaban pequeños escudos de cuero en las muñecas y en los tobillos, y con esos pequeños escudos detenían o desviaban las flechas, era casi imposible herirlos. Pero no contaban con los mosquetes, no los conocían,  con los mosquetes ocurría todo lo contrario, al tratar de detener las balas salían heridos, y  gran parte de ellos no se dio cuenta a tiempo y pagaron con sus vidas.  La batalla estaba decidida,  los caribes se replegaron, tomaron sus curiaras y se alejaron, dejando un centenar de muertos.
Pedro, Garceto y algunos frailes se reunieron  con los venerables ancianos, y allí conversaron larga y amistosamente. Pedro hablaba muy bien la lengua de los chaimas y eso le facilitó todo el proyecto. Los ancianos lo escucharon , y se admiraron de todo lo que había hecho para llegar  a la desembocadura del Chiribichi. Entonces Pedro les habló de Dios y de Iesu Cristo, de las maravillas que había hecho y de la promesa de una vida después de la muerte física. Los más ancianos recordaron a los espíritus de sus padres, los sarrase, los santos del bosque; tambien les hablo de los hombres malos y de los buenos, del premio y del castigo. En pocos minutos aquellos hombres estaba dispuestos a seguirlo. El mas augusto entre ellos, habló.
Tu eres un hombre sabio, y tus obras son sabias, quédate entre nosotros y enséñanos. Los otros deben irse, nos traerán males inevitables. Busca un sitio y te construiremos una churuata, allí trabajaras como nosotros, y podrás enseñarnos. Te daremos una curiara y una mujer, ella te alimentará y te dará hijos.
Pedro Dijo, si me permiten quedarme, también deben  quedarse los que me sirven, no puedo quedarme solo.
Y quienes de tanto son los que te sirven.
Estos que son como yo, y señaló a los frailes. Los hombres de guerra se irán mañana apenas salga el sol.
Sea, como dices. Diego te acompañará hasta que estés bajo techo, luego ustedes podrán hacer como lo hacen los demás. Por lo demás, mi oferta sigue en pie. 
Pedro se levantó y los frailes hicieron lo propio.
Diego también se levantó y les dijo: Síganme.
Y nos marchamos.
Los indígenas celebraron la victoria escandalosamente, por todas partes salían bailando y cantando; los tambores de madera, los pitos de bambú,  y las maracas sonaban sin ritmo y sin concierto. Unos daban voces y hacían sonar caracoles, aunque de vez en cuando se escuchaba una buena voz de hombre o de mujer.

PRIMERA ACTA DE FUNDACION DE CUMANA

Rivero. Entonces esa fue la forma y el motivo que uso Pedro para quedarse en Cumaná.
Don Fernando. Así es, por ese triunfo contra los Caribes,  logró Pedro que olvidaran el martirio de sus hermanos, y los hechos de los rescatadores de esclavos. 

Rivero. Yo quiero leer un poco de la historia de Las Casas, en ese punto de la fundación de Cumaná, para oír de sus labios los pormenores de la fundación de la primera misión en tierra firme.

Don Fernando. Me gustaría saber lo que dice la historia. Os lo ruego leedme esas páginas.

Rivero. En su obra tantas veces citada:, dice Las Casas:

 “Salidos de aquesta isla –se refiere a Santo Domingo.
Don Fernando. Por parte nuestra, La Española. Podéis continuar, perdonad la interrupción.
Rivero. No al contrario. Me puede interrumpir todas las veces que quiera.
 Bien, dice Las Casas: “Salidos el padre dicho y el clérigo –Montesinos y Las Casas.
Don Fernando. Se muy bien lo que dice Casuas, porque eso mismo reza en mi bitácora, ya os he dicho que viajaron en mi barco.
Rivero. Muy bien, continúo. “El padre fray Pedro de Córdoba prosiguió su viaje  para tierra firme con cuatro o cinco religiosos de su orden, muy buenos sacerdotes, y un fraile lego, también con los de San Francisco, los cuales puestos en tierra firme, a la puna de Araya, cuasi frontero de La margarita, desembarcároslos con todo su hato y dejároslos allí los marineros.
Don Fernando. Eso no lo sabe Casuas, porque regresé de España en noviembre de 1515, y me tocó en suerte embarcar para tierra firme a toda la expedición de la ya os hable.

Rivero. Bien, yo le estoy leyendo lo que escribió Las Casas.  Prosigamos: “Los franciscanos y dominicos hicieron muchas  y muy afectuosas oraciones y ayunos y disciplinas, para que nuestro Señor les alumbrase donde pararían o asentarían; y finalmente, los franciscanos asentaron en el pueblo de Cumaná, la última aguda, y los dominicos fueron a asentar  diez leguas abajo, al pueblo de Chiribichí, la penúltima luenga, al cual nombramos Santa Fe”.
Don Fernando. De ese texto pareciera que continuamos el viaje desde Cumaná, hasta Santa Fe, el mismo día, y eso no fue así, pasamos muchos días en Cumaná, después de la victoria contra los Caribes,  con los indígenas, y colaboramos en la construcción de las casas e de la iglesia.

Rivero. Solo quería leerle lo que escribió Las Casas.

Don Fernando. Yo creo que esos textos los escribió Juan Garceto, y Casuas los anexo a su historia, él estaba en España,  no podía saber nada de estos sucesos, hasta que llegó a Cumaná y se lo contaron o se lo dieron por escrito los picardos.
Rivero. Este texto lo he considerado como la primera Acta de Fundación de Cumaná, puesto que reúne todos los elementos narrativos de la fundación de un pueblo español en el Nuevo Mundo, como la hacían los cronistas de indias; se puede comparar con textos similares de fundaciones de otros pueblos, como Santa María del Antigua, Nombre de Dios, Coro, Santo Domingo, La Habana, Panamá y Veracruz, etc. la única diferencia que se podría alegar, en estos textos fundacionales,  está en el estilo o método de redacción, unos lo hacían por el pretendido derecho de conquista y otros por el derecho a la evangelización cristiana, cual es la fundación misional más utilizado en la tierra firme americana. En este caso, tiene mucho más valor, porque Las Casas estuvo aquí, trabajó en la fundación de Cumaná varios meses, y en relación con otros pueblos, solo repite lo que escribieron otros.   
Don Fernando. Estoy de acuerdo con vos.

Rivero. De estos textos, podemos colegir que Pedro, siguiendo su proyecto, parte de Santo Domingo,  en el mes de setiembre de 1515 en una nave – algunos historiadores dicen que la capitaneada por Juan Hernández de Cimeta, que así lo testificó, según el acucioso historiador patrio  Hernann González Oropeza.
Don Fernando. Este don Juan Hernández de Cimeta, era mi Contramaestre.
 Rivero. Este cronista acepta que viajaron los dominicos y franciscanos actuando conjunta, fraternal y solidariamente, en seguimiento del proyecto y bajo el mando espiritual de Pedro, obligado a fundar pueblos, a iniciar el proceso evangelizador en la tierra firme.

Nadie conoce los detalles que usted nos ha narrado. Las Casas dice que dejó a los franciscanos en Araya bajo el mando de Juan Garceto, lo cual, por supuesto,  no parece lógico, y aunque es una opinión generalizada, creo que lo más  probables es que los haya dejado confortablemente establecidos en Cumaná, después de la victoria contra los Caribes,  y donde estaban las misiones que él ya había establecido, y como usted dice, iban los españoles de Cubagua, a buscar agua, y tambien perlas y bastimentos; y los dejó con todo su hato, que como se puede entender, era como para fundar un pueblo, para construir una casa y una iglesia, por cierto impresionante de acuerdo con lo embarcado en Sevilla; y con órdenes muy precisas para la conducción de la misión que estaba bajo su gobierno; se puede admitir, de acuerdo con documentos de la Audiencia de Santo Domingo, que estos franciscanos viniesen a reforzar a las misiones que quedaron de la primera expedición de 1514;  estas son conjeturas, pero es lo que considero más lógico y así se deduce de los documentos de Gonzalo de Ocampo que más adelante transcribimos, por que Pedro vino a fundar pueblos misioneros y así lo hizo, hay que traer a colación esos documentos de 1521, que nos dicen que hacia mas de 6 años estaban los franciscanos en Cumaná a orillas del río, y a esos franciscanos los trajo Pedro en la primera expedición, o los envió luego, porque él era el único que podía hacerlo.
 
Pero, recapitulemos,  Pedro deja a Juan Garceto con los franciscos en Cumaná, dice Las Casas, probablemente en Punta Araya,  “frontero con La Margarita”,  que luego fueron a parar,  definitivamente, en el pueblo de Cumaná;  y Pedro continúa su expedición, con los dominicos, hasta Chiribichí (Pedro lo llama Chiribiche), y bautiza con el nombre de Santa Fe, que fue su consigna, constancia y valor, donde se asienta e inicia la evangelización y procede a la construcción de un monasterio, deja encargado de la misión a fray Diego de Velasques, como en Cumaná dejó a Garceto,  y vuelve a Santo Domingo;  por ser el Vicario de Indias con sede en esa ciudad, pero mantuvo su patrocinio y autoridad sobre estos asentamientos hasta su muerte.  José Mercedes Gómez, en su libro citado,  dice: “La llegada de los primeros franciscanos a Cumaná debió suceder a finales del mes de noviembre de año de 1515.  El reverendo padre y notable  historiador Nectario María confirma lo historiado por Las Casas, cuando escribe: “Por los datos que he podido reunir consta que en noviembre de 1515, en el mismo barco llegaron a las costas de Cumaná, religiosos franciscanos y dominicos: los primeros se establecieron cerca de la desembocadura del río de este nombre y los segundos junto a una aldea  indígena llamada Chiribichí, de allí el nombre de Santa Fe de Chiribichí, dado a este asiento misionero” Lo que no se le ocurre a Nectario María,  es que esa expedición que trajo a los franciscanos y dominicos, fue preparada en todos sus detalles por Pedro de Córdoba, y como ustedes pueden ver si leen estas páginas, le costó muchos sacrificios y en ello empeñó su vida. Pedro fundó las dos misiones y les nombró sus vicarios, como suelen hacer los obispos o vicarios. 

            Entonces, Juan Garceto y sus misioneros franciscanos, que vienen trabajando con Pedro en seguimiento de su proyecto, se establecieron en el mismo sitio al cual llegaron Francisco Fernández de Córdoba y Juan Garcés, y seguramente muchos otros misioneros, entre 1513 y 1514, se asentaron en los Cerritos, donde indudablemente tenían su asiento como puede verse en dibujos y planos de aquellos tiempos,  a un tiro de ballesta de la orilla del mar, en sitio cómodo de la desembocadura del río Chiribichi o Cumaná,  por el Golfo de Cariaco, sitio que hoy conocemos como “El Barbudo” -a 50 metros de sus   orillas, dentro de lar,  están las ruinas del fuerte de Santa Cruz de La Vista-  donde se desarrolló el pueblo de La Nueva Córdoba, nombre dado en honor a su fundador;  y de seguidas veremos como se consolidó este asiento misional que se convierte luego en una población próspera.

Con Juan Garceto, llegaron a Cumaná, sus compañeros picardos y de otras nacionalidades: fray Juan Flamigi (flamenco), fray Ricardo Gani de Manupresa (inglés), fray Jacobo Hermigi, fray Ramgio de Faulx, fray Jacobo Escoto (escocés), fray Juan de Guadalajara, y fray Nicolás Desiderio; los cuales continuaron el trabajo iniciado por sus predecesores mártires; construyen un monasterio, refundan  la escuela para los niños indígenas, reconstruyen una iglesia que había sido
destruida por los indios, e inician y terminan otra iglesia.  De ese trabajo fundacional, Arístides Rojas, poéticamente nos  dice:

“Bajo la sombra de las acacias y las palmeras en la capilla del Monasterio, o en la huerta   donde los misioneros cultivaban la tierra, recibían los neófitos  Cumanagotos, las primeras lecciones  de lectura y aprendían del coro la oración dominical que en la infancia de las sociedades cristianas es el aliento espiritual de la joven familia”.

José Mercedes Gómez, Cronista de Cumaná hasta 1994, en su opúsculo  “Orígenes de la Ciudad de Cumaná, dice: “Al Parecer pacíficamente trascurrieron los años. Para el año de 1516 había nueve frailes, incluyendo al superior  Fr. Juan Garceto y funcionaba por lo menos una escuela con unos 50 alumnos indígenas”.  Es el embrión de la ciudad de Cumaná.

El Rey Carlos I,  autorizaba a la Casa de Contratación en mayo de 1519 que “Hemos mandado proveer que además de las dos iglesias y casa de San Francisco  que están en la costa de Cumaná, que es la de tierra firme del mar-océano, se edifiquen otras cinco iglesias y casas en aquella costa, en que se celebre el culto divino y que puedan morar cuatro religiosos de dicho orden y debían proveerse escuelas; iglesias y conventos de todos los materiales y útiles, necesarios para la enseñanza  al culto y al trabajo agrícola”.

En este texto se puede advertir, sin mayor esfuerzo, que el Rey afirma, sin ninguna duda, que existían un monasterio y dos iglesias que están en la costa de Cumaná. Declaración  que debe ser irrefutable para los que confunden o niegan  la permanencia de este trabajo fundacional, porque es la palabra del Rey; y para aquellos que  mantienen que ese trabajo desapareció,  porque  fue atacado e incendiado muchas veces,  podemos alegar con lujo de detalles y los argumentos que esgrimimos,  que siempre fue reconstruido y mejorado hasta nuestros días; y para aquellos que aun así,  lo continúan negado bastará, con  que vean los dibujos de las defensas y el fuerte de Jácome Castellón de 1523,  el plano de la ciudad  de 1601, los que continuaron haciendo, las Cédulas Reales, los 52 gobernadores españoles que se sucedieron hasta 1821. 

EL DESCUBRIMIENTO DE CAWANÁ.


     Veamos cómo nos cuenta el erudito historiador español Juan Manzano Manzano, el descubrimiento de Cumaná. Debemos aclarar que la expedición enviada por ell Almirante Cristóbal Colón, estaba bajo el mando de su hijo Bartolomé.

     “Vamos ya a ocuparnos, con especial atención, de la Relación de Ángelo Trevisán, teniendo siempre a la vista la versión de López de Gómara, ya conocida por nosotros.

     El veneciano nos dice que los expedicionarios, saliendo de la Española, navegaron primero con rumbo Oeste (“hacia la tierra cercana llamada Cuba”); con orden precisa de dirigirse después hacia el sur y sudeste, hasta alcanzar un lugar, donde, según los informes que poseía el Almirante, existía un rico vivero de ostras perlíferas. Tras doce días de navegación, las cinco carabelas arribaron a un puerto muy bueno. A su llegada, se aproximaron a los navíos españoles dos canoas indígenas, con seis pescadores, los cuales mostraban claramente en sus semblantes la alegría y contento por la visita de los recién llegados, dando la impresión de que estos hubiesen estado otras veces allí (“COMO SE FOSSENO STATI ALTRE VOLTE LI”).

     Los indios recibieron a los españoles con la natural satisfacción de los que vuelven a encontrarse con unos viejos amigos, de los que guardaban un gratísimo recuerdo, y por ello, desde el primer momento, los obsequiaron con pescado fresco del que acababan de coger. En toda aquella costa habia muchos hombres, mujeres y niños que hacían señales expresivas de su deseo de llegar a las naves.

     La anterior frase de Trevisán (“como se fosseno stati altre volte li”) parece aludir a una anterior visita de hombres blancos a aquel lugar. Cuando en líneas anteriores Trevisán nos dijo que los expedicionarios habían recibido orden del Almirante de navegar, con rumbos sur y sudeste, hacia cierto lugar, donde según los informes que él tenía, existía un rico vivero de ostras perlíferas, podríamos pensar que los informes colombinos procedían de los indígenas de la Española (algunos de los cuales llevaban como guías e intérpretes en los navíos). Sin embargo, ahora comprobamos que sus noticias muy bien podían proceder de gentes europeas que en años anteriores habían arribado a aquellas lejanas playas.

     Que paraje era este donde recalaron las carabelas españolas? Escuchemos a Gómara: El señor de Cumaná, que ansí llamaban aquella tierra y río, envió a rogar al capitán de la flota que desembarcase y sería bien recibido”

     Si aquella tierra –como dice Gómara- era la de Cumaná, el puerto muy bueno –de la Relación de Trevisan- donde fondearon los navíos, tenía que ser necesariamente el gran golfo de Cariaco, de catorce leguas de fondo, a cuya entrada se encontraba el río Cumaná, que daba nombra a toda la provincia.

     Cumaná era una rica región perlífera. Nos dice Trevisan que en aquel lugar los nativos recogían perlas en gran cantidad. Con cestos especiales, provistos de peso y pendientes de cuerdas, descendían al fondo del mar y pescaban allí las ostras que les servían de alimento, y de ellas arrancaban las perlas; pero como carecían de instrumentos adecuados para perforarlas, perdían y estropeaban muchas. Eran verdaderas perlas orientales, muy bellas. Los nativos las cambiaban fácilmente a los recién llegados por cascabeles y otras baratijas.

     Aceptando la amable invitación del cacique de aquella región –hecha por un hijo de éste que había ido a las carabelas- el capitán español envió a tierra algunos marineros para que visitaran  la hermosa aldea del reyezuelo, compuesta de unas doscientas casas y distante tres leguas de la costa. La casa del cacique era “redonda” dividida en dos piezas. En una de ellas, el dueño obsequió espléndidamente a sus huéspedes con majares de la tierra y con agradables vinos elaborados con jugos de frutas.

     Concluido el convite, los españoles fueron trasladados a otra sala, donde, sentadas en el suelo, se hallaban unas hermosas muchachas, vestidas decentemente con telas de algodón de varios colores, que les cubrían el cuerpo por debajo de la cintura. Todas ellas portaban en el cuello, brazos y orejas ricas sartas de perlas y otros adornos.

     ¿Qué otra particularidad ofrecían, además, las muchachas indígenas del cacique de Cawaná? Una muy reveladora para nosotros. Según Gómara, estas jóvenes cumanesas eran “amorosas, y, para ir desnudas, blancas, y para ser indias, discretas”

     ¡Asombrosa combinación!, exclama Morison.

     Poca sorpresa nos causa a nosotros la anterior noticia del cronista, si la relacionamos con la que nos proporciona el mismo historiador sobre las costumbres de los cumaneses y con la muy probable anterior visita a la región de otros hombres blancos”. Fin de la cita.
      
Después de leer la obra de ese gran historiador español, don Juan Manzano Manzano, “Colón descubrió América del Sur en 1994, y Colón y su secreto” donde prueba con documentos y conclusiones irrebatibles, que el sitio al cual llegó el nauta, fue el pueblo de Cumaná, como lo relata Ángelo Trevisan; yo he dedicado muchos día en investigar al nauta desconocido que llegó al pueblo Kaima en la desembocadura del río Chiribichií, la última luenga, como dice Las Casas, y después encontré en el libro “Historia de las indias” de Fray Bartolomé de Las Casas, su versión de los hechos, en el capitulo XIV, que se refiere al caso del nauta, imaginamos que Las Casas adaptó el relato a su conveniencia, copiamos textualmente:

“El cual contiene una opinión que a los principios en esta isla Española teníamos, que Cristóbal Colón fue avisado de un piloto que con gran tormenta vino a parar forzado a esta isla, para prueba de lo cual se ponen dos argumentos que hacen la dicha opinión aparente, aunque se concluye como cosa dudosa. Pónense también ejemplos antiguos de haberse descubierto tierras, acaso, por la fuerza de las tormentas. 

Resta concluir esta materia de los motivos que Cristóbal Colón tuvo para ofrecerse á descubrir estas indias, con referir una vulgar opinión que hobo en los tiempos pasados, que tenía ó sonaba ser la causa más eficaz de su final determinación, la que se dirá en el presente capítulo, la cual yo no afirmo, porque en la verdad fueron tantas y tales razones y ejemplos que para ello Dios le ofreció, como ha parecido, que pocas de ellas, cuanto más todas juntas, le pudieron bastar y sobrar para con eficacia á ello inducirlo; con todo eso quiero escribir aquí lo que comúnmente en aquellos tiempos se decía y creía y lo que yo entonces alcancé, como estuviese presente en estas tierras, de aquellos principios harto propincuo. Era muy común á todos los que entonces en esta Española isla vivíamos, no solamente los que el primer viaje con el Almirante mismo y á Cristóbal Colón á poblar en ella vinieron, entre los cuales hobo algunos de los que se la ayudaron á descubrir, pero también a los que desde á pocos días á ella venimos, platicarse y decirse que la causa por la cual el dicho Almirante se movió a querer venir a descubrir estas Indias se le originó por esta vía. Díjose, que una carabela ó navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía)  y que iba cargada de mercaderías para Flandes ó Inglaterra, ó para los tractos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que, a parar a estas islas y que aquesta fué la primara que las descubrió. 

Que esto acaeciese ansí, algunos argumentos para mostrarlos hay: el uno es, que a los que de aquellos tiempos somos venidos, á los principios, era común, como dije, tráctarlo y practicarlo como por cosa cierta, lo cual creo que se derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen, o por ventura quien de boca del mismo Almirante ó en todo ó en parte ó por alguno palabra oyese; el segundo es, que entre otras cosas antiguas, de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento de la tierra y población de la isla de Cuba  (como cuanto della, si Dios quisiere, hablaremos, se dirá) fue una de esta, que los indios vecinos de aquella tuvieron ó tenían de haber llegado á esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años. Esto pudieron saber los indios vecinos de Cuba, por que como no diste más de diez ocho leguas la una de la otra de punta a punta cada día se comunicaban en sus barquillos o canoas, mayormente que Cuba sabemos, sin duda, que se pobló y poblaba de esta Española. Que el dicho navío pudiese con tormenta deshecha (como la llaman los marineros y las suele hacer por estos mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo, y sin faltarles las viandas y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse finalmente perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre 100 leguas, por pocas y bajas velas que lleve entre día y noche, y á árbol seco, como dicen los marineros, que es sin velas, con solo el viento que cogen las jarcias y másteles y cuerpo de la nao, acaece andar en veinticuatro horas 30 y 40 y 50 leguas, mayormente habiendo grandes corrientes, como las hay por estas partes; y el mismo Almirante dice,      que en el viaje que descubrió a la tierra firme hacia Paria, anduvo con poco viento  desde hora de misa hasta completas 65 leguas, por las grandes corrientes que lo llevaban: así que no fue maravilla que, en diez o quince días y quizá en más, aquellos corriesen 1000  leguas, mayormente si el ímpetu del viento Boreal o Norte les tomó cerca ó en paraje de Bretaña ó de Inglaterra ó de Flandes.

Tampoco es de maravillar que ansí arrebatasen los vientos impetuosos aquel navío y lo llevasen por fuerza tantas leguas… y los otros navíos que salieron de Cádiz y arrebatados de la tormenta anduvieron tanto forzados por el mar Océano hasta que vieron las hierbas de que abajo se hará, placiendo a Dios, larga mención; desta misma manera se descubrió la isla de Puerto Sancto, como abajo diremos. Así que habiendo descubierto aquellos por estas tierras, si ansí fue tornándose para España vinieron a parar destrozados; sacados los que , por los grandes trabajos y hambre y enfermedades, murieron en el camino, los que restaron, que fueron pocos y enfermos, diz que vinieron a la isla de madera, donde también fenecieron todos.

El piloto del dicho navío, ó por amistad que antes tuviese con Cristóbal Colón, ó porqué como andaba solícito y curioso sobre este negocio, quiso inquirir del la causa y el lugar de donde venía, porque algo se le debía traslucir por secreto que quisiesen los que venían tenerlo, mayormente viniendo todos tan maltratados, ó porque por piedad de verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo quisiese, hobo, finalmente de venir a ser  y curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual, en reconocimiento de la amistad vieja ó aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir descubrió a Cristóbal Colón todo que les había acontecido y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, por la carta de marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla, dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escripto.

Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión, y lo que entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que, diz que, eficazmente movió como a cosa no dudosa á Cristóbal Colón.

Pero en la verdad, como tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hobiese, como arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y muchos menos de los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo ó dejarlo de creer, puesto que pudo ser que Nuestro Señor lo uno y lo otro le trajese a las manos, como para efectuar obra tan soberana que por medio del, con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito, determinaba ser. Esto, al menos, me parece que sin alguna duda podemos creer: que, ó por esta ocasión, ó por las otras, ó por parte dellas, ó por todas juntas, cuando él se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió, y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara, con su propia llave, lo tuviera.


La vida y acción de Pedro de Córdoba esta unida a la del obispo de Chiapas,  Bartolomé de Las Casas o Casuas. El notable historiador don Demetrio Ramos, dice: “La autoridad que para Las Casas  tenía el P. Córdoba se nos revela  en la aceptación de un especial  magisterio  con el que su personalidad queda dibujada en la del clérigo” (1)

Córdoba antigua capital del Califato, estrella de la cultura mudéjar, que fue  la patria chica de Lucio Anneo Séneca y  Luis De Góngora, por citar dos inmortales, también vio nacer a  Pedro  el 10 de septiembre de 1482, allí se educó y creció en el seno de una noble familia cristiana, que influyó en su determinación por la carrera eclesiástica: tomar la cruz  y seguir el camino que le trazó el Señor.
 Fr. Pedro de Córdoba murió en Santo Domingo el 4 de mayo de 1521, víspera entonces de la festividad de Santa Catherina de Siena. (2)

Dice Bartolomé de Las Casas que Fray Domingo de Mendoza, hermano de fray García de Loaiza, arzobispo de Sevilla y cardenal Presidente del Consejo de Indias, seleccionó a Pedro para que lo sustituyera en el mando de la avanzada dominica que vendría al Nuevo Mundo, y con él, tres sacerdotes muy calificados que  emprenderían  la empresa de sembrar la orden dominica  en la capital de la risueña Quisqueya,  la Española, sede del imperio en América. (3)

Quisqueya, la isla descubierta por Colón el 5 de diciembre de 1492, a la cual llamó “La Española”, segunda isla en extensión territorial, de las antillas mayores  del  océano atlántico,  mar que conocemos como  mar Caribe o de las Antillas, sufrió como ningún otro lugar el impacto de la conquista.  La isla inmensamente poblada en aquellos tiempos  mide 1575 Km. cuadrados -hoy conforma el territorio de dos repúblicas,   la República Dominicana  y la Republica de Haití- se dividía en muchos reinos aborígenes perfectamente definidos por Las Casas, como luego veremos.

 Pedro de Córdoba, fue un sacerdote a quien Dios Nuestro Señor dotó de muchos dones,  gracias corporales y espirituales, que  fue elegido para una misión administrativa, si se quiere, pero él la convirtió en una empresa sin igual.  Los que lo conocían nunca imaginaron que podría lograrlo, tenía el inconveniente de sufrir  un continuo dolor de cabeza que le impedía, en cierto grado, algunas actividades, por ello  Las Casas dice:

“Y lo que se moderó en el estudio, acrecentolo en el rigor de la austeridad y penitencia todo el tiempo de su vida, cada y cuando las enfermedades le dieron lugar”. (4)
Fue excelente predicador, ejemplo dentro del sacerdocio en  virtud y  penitencia, que lo elevaron siempre entre sus compañeros y feligreses. Agrega Las Casas: “Tiénese por cierto que salió de esta vida tan limpio  como su madre lo parió” (5).

Estudio en el colegio  “San Esteban” de Salamanca, y probablemente, como dice  Hernann González Oropeza, fue “formado espiritualmente por fray Juan Hurtado de Mendoza” (6), el formidable maestre de Salamanca;  y se perfeccionó en Santo Tomás de Ávila, la casa mayor de la “Cristiandad” para ese entonces. Fue compañero de estudios de Antonio de Montesino, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos, y otros ilustres prelados, que luego fueron los seleccionados para acompañarlo en la empresa evangelizadora de América; esto por si solo basta para considerar las dotes que adornaban a este insigne conquistador del espíritu, cuya labor ilumina la terrible experiencia humana de la conquista del Continente, y disipa, aunque sea un poco, las oscuras nubes que denigran de la noble y heroica raza hispana.

         A este hombre extraordinario encomendaron los dominicos y el superior Fray Domingo de Mendoza, para que le ayudase a realizar o proseguir la empresa fundacional en el Nuevo Continente; igualmente convocó a otros religiosos para que lo acompañaran, entre ellos al famoso Fray Antón de Montesinos y al padre Fray Bernardo de Santo Domingo “poco o nada experto en las cosas de este mundo, pero entendido en las espirituales, muy letrado y devoto y gran religioso”. (7)

         Fray Pedro de Córdoba, hizo varias expediciones para fundar y gobernar las misiones de  Cumaná y Santa Fe;  el Vicario de las Indias, el hombre más importante después de Colón, venido al Continente a principios del siglo XVI, autorizado para fundar las primeras misiones en la tierra firme, como lo dicen los cronistas y el más importante de todos, Bartolomé de Las Casas (Biblioteca de Autores Españoles. Obras Escogidas. Tomo XVVI. Pág. 133).

Dice Las Casas que, en las Islas, Santo Domingo y Cuba, Pedro de Córdoba, se da cuenta de la forma inhumana y despiadada como se realiza la conquista, y sabe que esta misma forma será trasladada al Continente, por ello pide al rey Fernando El Católico, que le dé licencia para trasladar su Orden a tierra firme, e inventa “La conquista pacífica y evangélica de la tierra firme”; y el Rey mandó que se le dieran los despachos a su voluntad. Los dominicos fueron los primeros misioneros que llegaron al Puerto de Las Perlas, Cumaná, entre 1513 y 1514.         

Toda esta historia está debidamente corroborada por  cédulas reales, cartas, crónicas, y un asiento del 14 de junio de 1.510” (inserto en los Documentos Americanos del archivo de protocolos de Sevilla, Siglo XVI. Madrid 1.935, p. 20). Consta que los ilustres padres dominicos disponían entonces lo relativo a su viaje a la isla española. Dice el asiento: “libro del año 1.510, Oficio: IV. Libro III. Escribanía: Manuel Segura. Folios: 1.812. Fecha 14 de junio. Asunto: Fray Domingo de Mendoza, fraile profeso de la Orden de los Predicadores del Sr. Santo Domingo, Vicario de los Frailes de Dicha Orden, que han de residir en la Isla Española, Indias, islas y Tierra Firme, en su propio nombre y en el del R. P. Fray Pedro de Córdoba, vicario de las indias, y por, virtud de las cartas y licencias que tiene el R. P. Fray Agustín Funes, Provincial de dicha Orden en los Reinos de España y del dicho R. P. Pedro de Córdoba, nombrado procurador al doctor Juan de Hojeda, físico, vecino de Sevilla en la collación de Santa María Magdalena, para que cumpla lo contendido en las citadas cartas y licencias”. (8)

Hay mucho que decir de este santo maestro que debe ser considerado sin ninguna duda como el verdadero fundador de la gloriosa y heroica ciudad de Cumaná., porque creció y se desarrolló al lado de las misiones que él fundó y mantuvo mientras vivió.

Ahora les voy a contar la historia de la obra de Pedro de Córdoba, tal y como yo la he vivido.

Recuerdo que aquella mañana de febrero de 1510, habíamos salido a caballo de Ávila, la ciudad del silencio, hacia Salamanca. Pedro me rogó  que nos  detuviéramos  en el viejo puente romano  en el límite del Norte, a la salida de las murallas, para ver desde el poniente las altas torres de la catedral e la serpiente de piedras que la rodea. Un mar de trigo, de la hacienda de Isabel,  se extendía frente a nosotros. Pedro rezaba en silencio… Luego continuamos la marcha e  nos detuvimos en dos pueblos: Aveinte  y Narros del Castillo, para cambiar  cabalgaduras. Así llegamos a Babilafuente, para tomar un baño caliente en sus famosas aguas termales. Pedro  confesó, que una de sus pocas debilidades era la de sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi vida en escuelas y conventos, me siento feliz de ello, hay algunas cosas materiales que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo en este pozo, si en ello no hay pecado!.

–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus compañeros- que el propio Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió en las aguas para que Juan lo bautizara.  

Bien… continuamos el camino, siempre al lado del río, hasta llegar al pueblo de Santa Teresita, Alba del Tormes. Los caballos penetraron en el mar de trigo que se extiende en sus praderas, sembrado por orden de Isabel, como dije;  en un terreno ondulado  donde el viento se distrae peinando las espigas, y los caballos trotan libremente.

 Por fin, después de tantas horas, llegamos a Salamanca, la blanca, por una calle larga de grades edificios públicos e iglesias romanas,  que termina en la Plaza Mayor; una estancia armónicamente cuadrada, cuyas construcciones se cierran en cada esquina  sobre fuertes arcos de piedra. Debajo de esos arcos “vive” verdaderamente la ciudad, bulle el pueblo. Por cada esquina de esta plaza entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes en romería, entre gritos e risas van a divertirse, a conversar, tomar vino e  cumplir con el  rito del amor. Pedro y yo  también lo hicimos, nos bajamos de los caballos y  confundimos entre ellos e fuimos a dar vueltas con alegría infantil, tropezar con las parejas enganchadas e recebir el soplo fugaz de la vida. La gente nos extrañaba, pero con todo,  saludaban entre risas e  cariño.  Bastante tarde fuimos a Santisteban, donde nos esperaban gozosos los compañeros de Pedro, que lo colmaron de atenciones. Entonces, se  acercó presuroso, fray Antón de Montesinos, y  reclamó el retardo…

–Hombre Pedro… ¿donde estabais?  Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad? ¿Cuál la urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
Yo, y, ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
¡Todos hombre todos…! pero venid, que os esperan en Catedral en la sala conciliar. Apenas os divisaron, la noticia corrió e agora están reunidos vuestros compañeros y el Maestro General de la Orden, fray Domingo de Mendoza, muy nerviosos por cierto.

Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo y como era  de su natural comportamiento, se arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la mano y lo levantó hasta que sus ojos quedaron parejos.-
Pedro le dijo –ya se a lo que habéis venido. Hágase en mi según  lo tenéis mandado. Os ruego que no me deis explicaciones.

Bien, hijo mío, vuestras virtudes han salido con alas de estas paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente del Consejo de Indias, me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido Vicario de Indias, y que debéis partir cuanto antes con destino a “La  Española”, cita en América; es una nación del Nuevo Mundo, tu nueva casa. 

El Vicario también escogió allí mismo, a sus acompañantes, cuya fama de santidad  también está probada: Antón de Montesinos, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:
- De luego irán otros a haceros compañía, los que sean necesarios para ayudaros en la infinita tarea que se os ha asignado. Se que no defraudaréis las esperanzas puestas en vosotros.

Desde ese momento Pedro no tuvo descanso e yo lo acompañé e ayudé en todo lo que fue menester. Nadie supo jamás de sus dolencias, aunque lo presentían.
El viaje a Santo Domingo se retrasó, por enredos burocráticos, hasta el 6 de agosto de ese mismo año de 1510, e también por los permisos que debía firmar el Papa, e otros requisitos para lograr la impetración de la Orden Dominica en el Nuevo Mundo.

 En Sevilla trabajaron con urgencia y culminaron los trámites e los preparativos, que rubricaron cuando fray Domingo de Mendoza, autorizado por el Provincial de la Orden en España, fray Agulatín de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de Indias, e nombró Procurador de la Orden en Sevilla a Don Juan de Ojeda, lo que dejó a Pedro totalmente libre de sus obligaciones en el reino y pudo viajar en el término previsto.

Partimos de Sevilla, a los 6 días de agosto, como  ya dije, en una carabela de 50 toneladas, e llegamos a La Española el 10 de setiembre de 1510. Al parecer nadie sabía de la misión, surgimos al norte de la isla en un sitio desolado, La Isabela, pueblo fundado por el Almirante Cristóbal Colón; abatido a poco tiempo por un huracán. Había tres o cuatro casuchas  ocupadas por un puñado de marineros  que solo deseaban regresar, y esperaban una oportunidad. Ese día, Pedro cumplía 28 años e quiso festejar con ellos. Los consoló, ofició la santa misa, su primera oblación en aquella tierra bendita de Dios;  partió el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras, e les habló. Aquellas gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, por haberles mandado el auxilio espiritual e la conformidad deseada.

Entre los indígenas se corrió la noticia de la misa que presidió Pedro al aire libre, y vinieron muchos caciques con sus cortes a conocerlo. Ellos hablaban diversas lenguas, aunque bastante parecidas, y Pedro los entendía a todos.  Desde un principio Pedro les enseñó la doctrina, varios jóvenes se aficionaron tanto a Pedro que se quedaron a su servicio.  Pedro tenía el raro don de lenguas. E le contaba la doctrina como un cuento apropiado para los niños.
Los misioneros pasaron algunos meses en Isabela, y construyeron una primera iglesia de madera, barro y palmas, e todos hicieron amistad con los aborígenes.

En los primeros días de octubre de ese año de 1510, llegó a la Española El Almirante Don Diego Colón,  hijo del Visorey Cristóbal Colón, acompañado de su mujer Doña María de Toledo, e se hospedó en la pequeña ciudad de “Concepción de La Vega”. En sabiéndolo Pedro, dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de madrugada para Concepción, a ver e hablar con el Almirante. Dejaremos a fray Antón encargado de todo nuestro hato, para que luego lo lleve a donde  asentaremos definitivamente.

Como no acostumbrábamos contradecirlo, hicimos tal como lo mandó, aunque no estábamos de acuerdo por múltiples razones,  entre otras la  distancia que deberíamos recorrer;  no conocíamos el territorio infestado de indios peligrosos e amotinados, e además, desconociendo casi por completo sus lenguas.

De todas formas partimos. En la jornada solo comíamos casabi,  pescado salado, ají e berros, que nos dieron los indios; además teníamos agua abundante de los  arroyuelos e alguna que otras  raíces, a las que ya estábamos acostumbrados. Encontramos muchos  guerreros; pero ellos, al ver y conocer  a Pedro, abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la vida; lo seguían, le hablaban en sus lenguas y él  respondía y los bendecía. No se si lo entendían, pero  sus demostraciones de afecto y acatamiento, así lo daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a Jesús, bendito sea su santo nombre, era un milagro.

Días después, llegamos a presencia del Almirante y su mujer, fuimos recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se arrodilló ante él, pero este, tomándolo de la mano,  le dijo –No lo haga, no soy digno ni de recibir su bendición, soy un pecador –Pedro respondió– Todos somos pecadores, pero si vos lo reconocéis,  lo confesáis y estáis arrepentido; yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os perdono los pecados de los cuales os habéis arrepentido y de todo otro pecado que queráis confesar. Os doy la paz para vuestro espíritu y no peques más. Que la paz del Señor entre en vuestro corazón y permanezca en vos  para siempre. Suplica al Señor que te proteja del poder que todo lo corrompe y te  de la fuerza necesaria para no caer en tentaciones; que abra tu corazón al Espíritu Santo consolador.

El Almirante,  se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y dijo en alta voz – Me siento reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias, padre. Será muy difícil mantenerme limpio, pero lo intentaré. 

Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro, que escuchase su confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde permanecieron largo rato.

Pedro decidió que nos quedásemos en Concepción de La Vega, y el Almirante le cedió un galpón medio abandonado, que servía de depósito de mercancías, ubicado fuera del poblado. Allí acomodamos la segunda iglesia de la Orden Dominica en la Española, y allí cantó la primera misa que se dio en la isla  para los indios, que vinieron de todas partes  a ver y oír “al padrecito de los indios”, que les hablaba en su propia lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray Antón de Montesinos,  segundo en el  mando de la Orden,  sobre todo en bondad, laboriosidad, solidaridad, y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y sacrificio. Un verdadero apóstol, como Pedro.

Esta misa le trajo a la Orden muchos inconvenientes con los españoles, pero el prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En poco tiempo sus filas crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8  venidos de España; y algunos  frailes y legos que ya estaban en la Española al servicio de  otras órdenes, y se vinieron a enriquecerla y  cobijarse con el manto de los dominicos; pese a que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran extremadamente rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.

Nos vimos en la necesidad de construir otra iglesia en La Vega con  ayuda de los indios, y ya  estaba terminada para mayo de 1511 cuando Pedro decidió partir para la ciudad de Santo Domingo, dejando La Vega a cargo de fray Tomas de Berlanga, y con él se quedaron también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.

Pedro era incansable, apenas llegó a la ciudad  de Santo Domingo, la más antigua  del Nuevo Mundo, fundada por Don Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador Nicolás de Ovando en 1504 a las orillas del río Ozama, donde la ciudad florecía,  era   verdaderamente señorial. Pedro se empeñó en construir un monasterio e inició de inmediato los trámites para la impetración de la Orden y todo se daba por la gracia de Dios.  La construcción, con la única ayuda de los indios,  a los cuales se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si hubiese vivido con ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración de todo el pueblo que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales  aparecían como por arte magia y teníamos  que ahuyentar a los voluntarios, por que a la hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos: sin embargo todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces. Apenas le informaban a Pedro  que faltaba algo, cuando se aparecía alguien a quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de admirar. Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen  hombre llamado Pedro de Lumbreras, el que nos ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar, y se conformó, para no desairarlo, con tomar prestado el patio de la casa. Allí acomodamos unos catres y una mesa, si es que podía llamarse así, para las cosas e instrumentos sagrados. Mal que bien, nos acomodamos todos, pero al poco tiempo nos mudamos para el monasterio.

En la octava de todos los santos de ese año de 1511, Pedro dio misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo oyeron quedaron prendados d’el. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos les pidió, que al llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo su autoridad. Fue así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo, aquellos  indios esclavos de los españoles oyeron la misa y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.

En diciembre de ese año llegó a la Española, fray Domingo de Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para Pedro verlo entrar  a la Iglesia. Cuando ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que nuestros cuerpos lo soportaron.

Con fray Domingo llegaron  cuatro  sacerdotes de la misma orden Dominica. Por una rara coincidencia se habían juntado 12 apóstoles por tercera vez en la historia. Se repetía el milagro de Jesús,  y de Francisco de Asís. Doce hombres que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.

La construcción de la Iglesia se desarrollaba con  rapidez, y con la llegada de los refuerzos, su efecto fue multiplicador. Una vez terminada la obra se le agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien construida empalizada; y muy pronto fue  hervidero  de individuos de todas clases, que llegaban llenos de fervor con  gracia divina, tras el llamado de Pedro. Aquel santo lugar se convirtió en refugio  de arrepentidos. Sus frutos espirituales  no se hicieron esperar, pero también: la envidia, la codicia, la política, confluyeron en un todo. 

         A  nuestros oídos llegaban las historias de las crueldades de Juan Ponce de León, del famoso perro “Becerrillo”, a quien los indios temían más que a diez españoles juntos; las maldades de Juan Cerón, de Moscoso,  de Cristóbal de Mendoza, que practicaban la captura y matanza de indios  en la tierra firme. Las expediciones de Nicuesa y Ojeda, que asolaron el pueblo de indios de “Calamar”, y de cómo los indios se amotinaron en el sitio de  “Turbaco”, e hicieron gran matanza  de españoles, de donde los que se salvaron regresaron luego  con más fuerza, y fiereza y tomando a los indios desprevenidos, hicieron gran carnicería de mujeres y niños indefensos.

Las costumbres de los españoles de Santo Domingo se habían relajado de tanta codicia  y soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios,  de la caridad cristiana, se predicaba el odio contra los indios, se había perdido el orden moral en aquella colectividad. Esos  españoles olvidaron su misión en aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.

Pedro reunió a los doce miembros de su comunidad eclesial, y discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y acordaron, que tenían el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que alteraba el orden moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que predicaban.

Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don Diego Colón  había trasladado la sede de Gobierno a la ciudad de Santo Domingo, que había prosperado admirablemente. Pedro consideró, que tocaba a él poner remedio a tal conducta. Me dijo – Fernando mañana muy temprano iremos a ver al Almirante; voy a pedirle a Don Antón que nos acompañe, él sabrá expresarse mejor que yo…

Despachaba el Almirante, en una casa muy confortable, ubicada frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor, en todo el centro de la ciudad, al lado del convento de los Jerónimos, con quienes tenía   magníficas relaciones.

Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por el Almirante, inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien amueblada, pero nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos que hizo el Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir nuestros olores a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos permanecer de pie, y el Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le fue diciendo uno a uno todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los españoles. Al final de aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante dijo:- Padre Santo… yo se lo que esta ocurriendo y tengo despachos del Rey para ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo. Se necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por tierra y por mar; sin embargo os prometo hacer cuanto pueda… para contener y castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las distancias y el desconocimiento de  estas ilimitadas fronteras. Por todas partes aparecen los mercaderes de esclavos, los rescatadores, como ellos mismos se titulan… Creo que a vuestros oídos ha llegado sobre castigos ejemplares que he impuesto y decretado; me he visto obligado a ajusticiar a muchos ladrones y esclavistas, sin embargo, proliferan… tanto aquí como en tierra firme… Solo me puedo comprometer, a despecho de mi palabra con vos, a continuar… con las escasas fuerzas que me dan las Cédulas Reales e otros instructivos, que me veo obligado a cumplir… con esos bandidos que trafican con vidas humanas… Las limitaciones que os ofrezco, no son obra mía, pero eso no me exculpa… se que es mi deber y debo agotar todas las medidas para impedir que continué la masacre, e implementar otros castigos… para los culpables…

Hermano -lo interrumpió Pedro-  se lo que estáis sufriendo. No veo como podré ayudaros, sin embargo el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre,  me inspirará para buscar un camino, una forma para ayudaros.  Por lo pronto contad con todo lo que tenemos, que es muy poco,  pero está a vuestras órdenes. Dios os bendiga y que el Espíritu Santo permanezca en vos.

Nos marchamos contritos, en silencio; por nuestros espíritus pasaban las ideas, confusas, no brotaban las palabras. Meditábamos con absoluto recogimiento.  Éramos incapaces de formular una idea exponer algún razonamiento equilibrado, ni siquiera una posible, pequeña alternativa.  El drama era terrible y continuaría.


Al otro día, después de la misa, Pedro invitó a todos los frailes a una reunión  para discutir la situación y el resultado de la entrevista con el Almirante, y luego de largas deliberaciones, dijo:
-Hermanos, tenemos que acabar con este estado de cosas.  No podemos permitir que continúe esta guerra insólita, o estaremos incurriendo en complicidad. El Señor, no nos perdonará. He decidido iniciar una campaña desde el púlpito, vamos a denunciar la corrupción, a los violadores de la Ley, corruptos, criminales, esclavistas, con nombres y apellidos,  vamos a atacar el mal con todas nuestras fuerzas, y las que nos dará el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre. Denunciaremos los crímenes que se han cometido y aportaremos las pruebas y los testimonios que sean necesarios, acudiremos a todas las instancias, iremos a la Corte si es necesario.  Comenzaremos ya, y he elegido a fray Antón de Montesinos, para que en la homilía del domingo cuarto de adviento, haga las denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes y criminales, enumerándolos,  delitos que se están cometiendo en nombre de Jesuscristo, Dios y hombre verdadero. 

Para 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento, se invitó a la misa de 8.30 de la mañana, en la iglesia de Santo Domingo,  especialmente al Almirante Don Diego Colón,  a los oficiales del Rey, demás autoridades civiles y militares,  letrados, ciudadanos notables, comerciantes, armadores  y demás personalidades de la ciudad. Todos alagados por la deferencia inusual. Llegada la hora,  Antón de Montesinos ocupó el púlpito,  leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista, que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox clamati in decerto”,  yo soy la voz que clama en el desierto. Al principio habló con palabras moderadas, habló del adviento y de la esterilidad del desierto de la conciencia de los españoles que viven en esta isla, y el peligro de la condenación eterna. Luego elevando la voz enumeró  los pecados que venían cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad, muchos de los cuales estaban allí presentes.

“Para os lo dar a conocer –dijo- yo soy la voz de Cristo que habla en el desierto de esta isla…” “Estas palabras serán las más duras que jamás pensasteis  oír – vosotros sois reos de excomunión… Su voz había crecido, tenía un tono de autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y los hombres se alborotaban;  y   él continuaba: “todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís,  por la crueldad y tiranía que usáis con estas criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestable guerra? ¿Con cual los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni curarlos, que mueren de fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles  todo el oro sin proveer, tan siquiera, que sean bautizados  y que conozcan la doctrina de la iglesia. ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...

Terminada la misa, la mayor parte de los feligreses  se marchó en compañía del Almirante.  Al parecer decidieron de común y tácito acuerdo, reprender al predicador por escandaloso y calumniador, para lo cual necesitaban  el apoyo del jefe del gobierno.  Todo hace pensar que el Almirante, en cuenta como estaba de la campaña que emprendieron los dominicos,  de alguna manera se desembarazó de aquellos sujetos.  Otros   se quedaron en la iglesia y  pidieron hablar con  fray Pedro de Córdoba, que los recibió con dulzura, santa paciencia y los escuchó con atención: muchos de ellos dijeron que tenían poco tiempo en Santo Domingo,  no tenían nada que ver con los indios, no eran encomenderos,  ni “resgatadores”, ni esclavistas, ni traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían que el predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían considerados  y tratados como criminales.

Pedro, no se disculpó, sino que les dijo: -Aquel que no tenga pecado que lance la primera piedra.  Soy el único responsable de esa homilía. Desde que llegue a esta nación,  no escucho otra cosa que los crímenes  espantables que se cometen contra los indios. Es la hora de denunciarlos, no vaya a ser cosa  que el Señor, nos considere a nosotros  cómplices de tantas crueldades. Sin embargo, los invito para el próximo domingo, ya se verá lo que se puede hacer, el Señor tendrá la última palabra. Id en paz.

Pedro les habló con tanta paz que la comitiva se marchó pensando que habían logrado  hacer recapacitar a la Vicaría, la institución más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo Mundo  por aquel santo varón de hermosa presencia, todo amor y bondad.

La homilía del tercer domingo de adviento, también le fue asignada a Montesinos. La iglesia estaba hasta los bordes, abarrotada de feligreses dentro y fuera del tempo.  Llegado el momento  leyó el evangelio y tomó la cita del santo Job, que dice: “Tornaré  a referir desde su principio  mi ciencia y mi verdad” Comenzó luego, muy despacito y con voz  apenas audible, a fundamentar  la verdad del domingo anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados, crueldades, cometidos por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el dolor de toda una raza… luego conminolos a retractarse, a pedir perdón a los oprimidos, a dejar en libertad  a sus esclavos, a darles de comer y curarlos, a respetar sus derechos, acatar las leyes de ellos conocidas, y si no el derecho natural de gentes. Sabían que era ilegal, contra las leyes de Dios,   y por lo tanto pecado mortal. Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de hambre. Aquellos que lo han hecho y no se arrepienten, serán excomulgados.

Luego que terminó la misa, un grupo de gente influyente se quedó  para hablar con Montesinos, pero este no los atendió, por lo cual decidieron apelar a las autoridades y hasta la Corte, de ser necesario; como lo fue,  y el caso fue denunciado ante la Audiencia. Sabemos que las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto muchos de los  principales jerarcas de la Audiencia hy de la misma iglesia, estaban involucrados en aquellas negociaciones esclavistas. y en las explotaciones mineras donde tantos indígenas morían de fatiga y de hambre. También sabemos que el propio Monarca llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, al Vicario  de la Orden Dominica, fray Agulatin de Funes,  que menos mal, conocía muy bien las andanzas de los revoltosos; y no solo al Rey escribieron los isleños, sino que se confabularon contra Pedro y sus compañeros, y el  propio Tesorero Real, Don Miguel de Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella desgraciada  empresa.

La conspiración de los isleños avanzó, y lograron involucrar a los franciscanos de Santo Domino, que llegaron  a la isla quisqueyana muchos años antes que los dominicos y convivían perfectamente bien con aquel estado de cosas.  

Entre estos estaba el padre Alonso de Espinal, que era un hombre de oración, amable y caritativo, pero cándido en extremo. A este convencieron para que viajara a la Corte y hablara en nombre del pueblo de Santo Domingo, con el Rey, so pretexto del amotinamiento de los indios con lo cual lo sedujeron.
El buen padre aceptó el encargo más por ignorancia que por maldad, y preparó su viaje. Con él enviaron cartas  al Obispo de Burgos, Don Juan de Fonseca, también al Secretario del Rey,  Lope Conchillos; al Camarero Real, Juan Cabrero, y en fin, a todo el Consejo  que se ocupaba a de las cosas de Indias.

Pedro supo de toda esta conspiración y habló con el Vicario de Indias Fr. Domingo de Mendoza, para pedir su consejo.  Fray Domingo lo escuchó con tristeza,   puso sus manos sobre los hombros  de Pedro, oraron largo rato y al cabo le dijo:
-Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os esperan días aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os reciban, tal vez mucho tiempo,  pero debéis defender vuestra causa, que es la causa de Jesús, bendito sea su santo nombre. No podéis permitir que estos pecadores esclavistas, inhumanos, terminen con lo que tanto os ha costado, a vos y a todos los que os acompañamos.

Pedro no podía ir en esos momentos de crisis, por no dejar solos a sus compañeros, entonces  decidió enviar a Fr. Antón de  Montesinos a España a defender su causa, que ya se llamaba y era conocida como La Causa de los Cristianos, y para ello el combativo Fr. Montesinos, porque conociendo a Fr. Antón,  sabía que hablaría con el propio Rey, si fuese necesario.

  Así que partieron para España por una parte, Alonso de Espinal, y por la otra, Antonio de Montesinos.

Ya en la Corte,  a Montesinos no lo recibieron, en cambio a fray Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron  con bombos y platillos, ya que los caudillos de la Isla le habían abonado el terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero,  se ingenió para introducirlo en el Despacho del Rey, y este lo sentó a su lado para escucharlo, y lo trató como un santo, que en verdad  se lo ganaba por su modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras  dulces y discretas. Alonso de Espinal entrego al Monarca un memorial con las denuncias, y las cartas que traía; y el Rey, que era Don Fernando el Católico,  las recibió con harto placer.  Era un informe pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya leído; pero por la deferencia  que mostraban con él los esclavizadores y comerciantes  de perlas y  minas de oro y plata, se da por seguro que el informe  iba por esos caminos, llenos de elogios para ellos y de mentiras contra los dominicos y sus obras.
El pobre Montesinos, no podía dar cumplimiento a su misión y desesperaba, porque se le oponían mil dificultades. Todos los días iba a las puertas del Palacio  y nadie se fijaba en él. Trataba inútilmente de ver al Rey o a cualquier otra persona influyente, y nada adelantaba. Las cosas marchaban de mal en peor. 

El Provincial de Castilla escribió a Pedro, mientras el pobre Montesinos sufría tantas calamidades, ordenándole que se retractase de las cosas dichas en los sermones, porque había alarmado  y perjudicado a personas muy allegadas al Rey, y todo ello había creado una gran consternación en el Reino.  Sin embargo al final de la carta, el Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su superior espiritual, y él lo entendía así.

Montesinos, entre tanto, decidió hablar con el propio Rey Fernando; viajó a Burgos, donde estaba don Fernando por entonces;  pasaban los días penitente en las puertas del Palacio Real, ya los guardias ni se daban cuenta del padrecito que esperaba una llamada del interior del palacio. Pero él  no se daba por vencido  en su empeño de ver al Rey. Sucedió, que un día, estando Montesinos  haciendo su “guardia”,  el portero que bien lo conocía y tenía orden de no dejarlo pasar por ningún motivo, se descuidó o se hizo el descuidado, en el momento en que un fraile  de servicio, entró al Despacho del Rey y dejó  abierta la puerta. Montesinos no esperó más,  y entró como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.

Don Fernando de Aragón, el monarca más poderoso de la tierra, quedo estupefacto, pero rápidamente se repuso, y dijo:  -Padre, ¿Qué os pasa, porque entráis así?.  ¿Quien os persigue? ¿Qué buscáis?  Y lo tomó de las manos y levantolo hasta que sus ojos quedaron parejos. 

“Solo quiero que me escuchéis…un momento…nada más os pido. Quiero hablar con vos sobre cosas que interesan a vuestros súbditos… del Nuevo Mundo,,, y que de otra suerte no podré hacerlo…

Don Fernando comprendió cuantas dificultades habría pasado el buen padre para llegar hasta él. Venid conmigo, dijo. Sentose en el trono y se dispuso a escucharlo. En ese momento entraron varios dignatarios con el Cabrero al frente, para sacar a Montesinos. El Rey les hizo una seña y todos salieron… y buscando los ojos de Antón, dijo –

Bien padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo que tengáis que decirme… hablad…no temáis… y plugo a Dios por que no me hagáis perder el tiempo…

Montesinos llevaba consigo un pergamino en el cual había escrito capitulo por capitulo, todos los pecados, maldades, vejaciones y crímenes, cometidos por los españoles en la isla y en sus otros dominios en el Nuevo Mundo; con nombres, lugares, fechas y testigos de las denuncias que habían hecho los dominicos y sus circunstancias, y sobre todo, suscritas, firmadas y refrendadas por fray Pedro de Córdoba, su Vicario de las Indias; y al terminar de leer el pergamino, preguntó a su majestad  - ¿Vuestra Alteza manda hacer y cometer estos crímenes…?

Fernando, levantándose respondió - ¡No por Dios, ni tal mandé en mi vida…!  Pues…no puedo yo responder por todos en mi reino… Pero comprendió la magnitud de la denuncia y agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra satisfacción y os creo, ya se algo de lo que pasa en mi reino.

Luego dando unas palmadas, aparecieron dos sirvientes y les mando –Llevad al padre y dadle alojamiento en palacio, desde hoy el será mi huésped, atendedlo con diligencia.


Es indudable que el Rey quedó impresionado con la personalidad de Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de santidad que lo elevaba sobre los demás.

Al otro día, de esta intempestiva entrevista, el Rey convocó un Consejo Extraordinario formado por el obispo de Palencia Don Juan Rodríguez de Fonseca, Hernando de La Vega, hombre prudente y sabio; Luis Zapata, de iguales dones y que era conocido como el Rey Chequito, por la influencia que tenía en la Corte; el licenciado Moxica, el doctor Palacios Rubio, jurista ilustre y consejero de la Corte; y el licenciado Sosa, consejero perpetuo.  También convocó El Rey, a los frailes Tomás Duran, Pedro de Cobarubias y Matías de Paz, sabios teólogos, catedráticos de Salamanca.

La primera reunión de este Consejo extraordinario se efectuó en Burgos, y hasta allí se fue Montesinos, para ver de participar. Más otra vez los esbirros se lo impedían. Entonces fue en busca de Alfonso de Espinal, que ya estaba en Burgos con todas las prerrogativas. Fue al Convento que los franciscos tiene en esa ciudad y le halló en la puerta, en momentos en que salía para el Consejo; allí mismo lo sermoneó con todas sus artes y conocimiento de la cuestión que se iba a resolver. Al principio, el buen sacerdote se oponía y no quería escucharlo, pero Montesinos estaba preparado para convencerlo. Solo él, en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó fuertemente por el brazo y lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito desde la A hasta la Z, el Memorial que habia entregado al Rey. y le dijo hasta del mal de que iba a morir.
 
 Le  contó  sobre el memorial que le trajo al Rey, le habló de los crímenes, torturas, vejaciones, que cometía los esclavistas, y se los enumeró uno por uno, y le dijo:
-Si vos compartís esos delitos  también compartirás el infierno; y el peor es el que  llevarás aquí en la tierra, cuando se conozcan todos los crímenes que se cometen contra esas criaturas inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos crímenes contra Jesús, bendito sea su santo nombre. Vos estudiásteis para hacer el bien, para sacrificaros, para no pecar, para trasformar el odio en amor, para llevar la paz, para no padecer de codicia. Pero ¿Qué vais a hacer con vuestra vida? ¿Y peor aun, con vuestra alma? ¿Es que no podéis entenderlo? ¿Qué clase de hombre sois?.

En el corazón del buen padre operó la maravilla del Espíritu Santo, y entre sollozos respondió

–Padre sea por amor de Dios, la caridad que me hace, de iluminarme en todo esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi culpa,  mi ignorancia, o tal vez mi vanidad y soberbia?. 

Hermano, si sois sincero, que Dios os perdone, y yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os absuelvo de todos los pecados que habéis cometido, pero en adelante no peques más, y apartaos de los malvados, abriga en vuestro corazón solo amor. Dios tiene paciencia y perdona. Yo os ayudaré a salir de esta emboscada que os ha tendido el Maligno. Busca en tu vida material la senda del dolor y el sacrificio, el amor al prójimo,  como nos enseñó Jesús, bendito sea su santo nombre: entre los pobres, los que sufren, los que lloran, los que no tiene nada, los enfermos, los afligidos, los indiecitos de La Española, que esa es la senda en la cual  encontrarás la paz y el auxilio  para tu espíritu. Solo tienes que arrepentirte y apartarte de la maldad, no permitas que otra vez os utilicen aunque en ello vaya vuestra vida. Id en paz.

Desde ese día Montesinos contó con la devoción del franciscano, que lo amó tiernamente como era de su natural temperamento;  tenía acceso al Consejo y precisamente allí fue su mejor aliado, pues le informaba de cada y como iban los acontecimientos, y él  los manejaba por los hilillos que le dejaban.

Cuando el Consejo de Burgos aprobó la Ley, que fue la primera de Indias, el de Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo: -Hermano, habéis obtenido un triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo que esa ley os pertenecía, que aspiraba que hiciese mucho bien para sus súbditos del Nuevo Mundo. 
Antón, no respondió inmediatamente, se arrodilló y oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que respetuosamente lo acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y alabanzas al Señor. Luego Antón dijo: -

Es cierto que merezco ese reconocimiento, pero si mi superior no me hubiese enviado y fortalecido con sus enseñanzas y ejemplo, no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo comunitario que no me pertenece ni puede pertenecerme. Vos también  tenéis buena parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste vigilante, participando activamente en las deliberaciones y en la aprobación definitiva de esas reglas. Ahora decidme ¿cuales son los aspectos que se trataron y aprobaron?

No puedo repetir todo el texto de la Ley, ya se verá publicada, pero si os puedo  informar sobre algunos aspectos, tratados y aprobados. Por ejemplo, se aceptó que los indios son libres y deben ser instruidos en la fe;  que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza, que no atente contra la dignidad de su persona, que deben trabajar en condiciones justas; que el salario sea suficiente; que se les respete el descanso semanal. Ya las estudiaréis, os procuraré una copia de la Cédula Real que la promulgará, para que hagáis las observaciones que quisiéredes.  

Las leyes de Burgos abrieron el camino para otras leyes, cada vez mas acertadas; el Consejo trabajó desde entonces, incasablemente.  A ese movimiento se le conoce  como Capítulo  de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás de su Orden, como Los Cruzados de Pedro de Córdoba.

Así comenzó  la gran batalla de aquellos dominicos, que avanzaron en nombre de Jesús, bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos se presentaron para iluminar  el corazón del Imperio, pero con el desarrollo de una actividad permanente, el sacrificio y las oraciones, contra todo un poder constituido, la codicia, los intereses creados, se logró el tesoro inextinguible de las Leyes de Indias.   

Montesinos regresó a Santo Domingo; Pedro recibió de sus manos, las leyes de Burgos, y no se conformó con ellas, aunque le pareció un paso gigantesco, y sobre todo admiró  y bendijo el trabajo de su comisionado, y también justificó al bueno de Alfonso de Espinal, por su arrepentimiento y su actitud valiente en defensa de los indios.  Desde entonces los dominicos y los franciscanos trabajaron juntos en la cruzada evangelizadora.

Las leyes no surtieron el efecto que se esperaba. No mejoró en nada la condición de los indígenas. Los encomenderos procuraron y lograron burlarse de ellas, pese a que algunos fueron a la cárcel, casi de inmediato fueron puestos en libertad por los jueces, la mayor parte comprometidos en el tráfico de esclavos y en la explotación de las minas. Luego  aquellos que fueron enjuiciados arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los mismos esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba la ley.

Pedro no lo pensó más, decidió irse a La Corte, además tenía que responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición formulada en su misiva.   Así fue como partió para España en 1512. Se trasladó al puerto de Isabela, donde había un galeón a punto de partir. La jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y peligrosa. Se fue con algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no había otra forma de ir hasta aquel puerto.  Durante cuatro días caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al descampado, se alimentaban con algunas cosillas que encontraban en el camino, sobre todo frutos silvestres que ya conocían, porque no quisieron llevar absolutamente nada de sus viandas habituales, que les impidieran ir rápido y libremente,  y también contaban  con  muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si supiesen a lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos.   En ningún momento hubo nada que lamentar del trato de los indios. Llegaron a  Isabela y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida por los vientos,  desde la vez anterior estaba abandonada; pero allí estaba el galeón, el más hermoso que jamás habían visto. Un barco de guerra bien guarnecido, el “Ramón Berenguer” de de cien cañones y un velamen desplegado, demasiado grade pero hermoso; especialmente hacia el palo mayor y los trinquetes, por donde flotaban las velas infladas por el fuerte viento. Ese detalle no le pareció bien a Pedro,  pero en lo demás era cuasipefecto, le recordó entonces al barco portugués Santa Catherine do Monte SINAI, en el cual hizo un viaje desde Barcelona, siendo estudiante.
El capitán del galeón los recibió con alegría, ya sabía de quien se trataba, y desde que supo que Pedro lo acompañaría en aquella travesía, no había dejado de soñar, y le dijo –Padre lo esperaba con ansiedad, he oído mucho de Ud., pero mi primera impresión es superior a lo que imaginé-. Se arrodilló y le pidió humildemente su bendición, y agrego – Si creéis que la merezco porque soy un pecador-.

Hermano, yo soy quien debe pediros la bendición en nombre del Señor, que todo lo hace posible y vos sois  su instrumento, porque lo lleváis en el corazón. Se que estáis limpio de pecado. Vuestro espíritu respira la alegría de la paz de Jesús, bendito sea su santo nombre. Dios os bendiga y que conservéis  la paz, con pureza de alma, y vuestra alegría,  por siempre, amen. El Capitán permanecía de rodillas, Pedro puso sus manos sobre su cabeza y oro unos instantes. Luego los dos se abrazaron como viejos amigos y conversaron largo rato de las cosas de la vida y del mar. Una simpatía mutua se recreaba en aquellos dos seres.

Aun pasamos en La Isabela diez días fondeados, haciendo algunos arreglos y esperando bastimentos negociados con los indígenas, sobre todo casabe, maíz y pescado salado. 

Uno de los viajeros, del mismo pueblo de Pedro, llamado Fernando  se les unió, porque tenia harta experiencia en navegación  y resultó un gran conversador.  Había trabajado en la construcción de grandes navíos en la escuela de Sagres, bajo la protección del Rey  Don Juan II de Portugal,  llamado el Príncipe Perfecto, en cuyas expediciones, por la costa  occidental de África, había participado.

 El día de la partida desde el puerto de Isabela,  nos reunimos en la cabina del Capitán, y después de acordarnos en varios asuntos despegamos a las seis de la mañana,  del día de Reyes, 5 de enero de 1512. Seguiríamos las cartas  del Almirante del Mar Océano,  que Dios guarde en la gloria, buscando la isla de La Trinidad, donde deberíamos surgir para tomar otras provisiones que harían falta, y así lo hicimos. Tomamos dos días en puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros, personas importantes que viajaban a España.  El día1 6  salimos para las Islas Canarias, al puerto de Las Palmas,  donde surgimos el 15 de febrero.  Negros nubarrones anunciaban tormenta,  pero no era lo que podía detenernos, así que continuamos el viaje. El Capitán,  nos pidió que rezáramos, porque el peligro nos acechaba, los vientos alisios son traicioneros- había dicho- No tengo temor de mi porque creo que mi alma esta  limpia, no tengo deudas con nadie, y agora me siento  mejor a vuestro lado, siento muy cerca de mi al Señor.  Pedro respondió –Lo mismo me pasa a mí   a vuestro lado, me siento muy cerca del Señor. Vos tenéis un alma pura, soy templo de Jesús, bendito sea su santo nombre,  me fortalece estar a vuestro lado. Sin embargo el proveerá lo mejor para nosotros. Confiemos en El y que se haga su santa voluntad.

Como lo presentía el capitán, al atardecer del tercer día de navegación,   estando aun cerca de las islas  Canarias, comenzó a soplar el alisio, con tanta fuerza que nos obligó a recoger las velas. En esta acción tuvimos que colaborar todos, tripulantes y pasajeros. Había que bracear las vergas y largar las culebras de las bonetas mayores, y sucedió lo que nadie podía imaginar ni esperar, una de las vergas se desplomó y dio con Gabriel, y le partió la cabeza. No pudimos parar para socorrerlo, y además de que había muchos inocentes en peligro, no había nada que hacer, estaba herido de muerte. Cuando hubo amainado la tormenta, estaba en mis brazos y le daba los últimos auxilios espirituales. Los marineros lloraban  cada uno en su puesto, entendiendo que esto quería su ídolo. El sabía de seguro que se moría y por ello ordenó a su segundo oficial, como era su deseo, que Fernando condujese el barco hasta Barcelona, y que su cuerpo fuese llevado a tierra y se le diese cristiana sepultura, como mandan los cánones; más no se pudo hacer y tuvimos que arrojarlo al mar porque no se corrompiera, no sin la consternación de todos.


El 25 llegamos al Puerto de Barcelona, donde nos esperaba una comitiva de la empresa naviera. El puerto queda en la  desembocadura de “Las Ramblas”, que es un lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de  lluvia de la gran ciudad.  Salidos del barco, Pedro  fue directamente  a la iglesia de Santa Catherine, que es la de su Orden,  donde tenía amigos. Esta Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral,  fuera de sus extendidas murallas. Habíamos subido Las Ramblas,  caminamos casi toda  la calle Hospital,  bordeamos la muralla, unas callejuelas que dan a la Plaza Nueva, y llegamos a la iglesia. Me despedí y el se quedó  varios días preparando su viaje para Castilla.

Supe luego que salió a pie de Barcelona, Reino de Aragón, y no había caminado mucho de la vía a  Zaragoza, tomando la ruta de Sitges, pasando por Villanova, Tarragona, Lleida y Huesca, cuando unos arrieros lo invitaron a que los acompañase.

Subió a una de esas carretas con quien debía ser el jefe de la caravana, y trabó con este hombre  una amistad, que más bien parecía que se conocían desde muy pequeños, tal eran los abrazos que se daban y mutuamente se regocijaban, para admiración de los caravaneros, porque a según, y que este hombre era un ogro.

Manso como un cordero resultó este Don Manuel de Osorio, que era su nombre, y que le dijo a Pedro –Mire oste, Santo Padre, yo hasta hoy es la primera vez que trato a un cura, siempre recelé, me he alejado d’ellos,  pero si son como vos, ya mismo  voy a buscar a dos o tres  para quererlos  como si jueran mis hijos, que nunca tuve, porque tampoco me he arrimado a mujer en toda mi vida. Soy una bestia,  padre, y tal vez no encuentre perdón mi alma. Creo que Dios me aborrece, no por ser tan malo, sino porque nunca he tenido cariño para nadie.

Pedro lloró ante aquella confesión franca y tan íntima. Después de un rato, mirándole a los ojos,  le dijo: Manuel, hermano, derrama ese corazón que llevas y que esta lleno de bondad. Te acostumbraste a ser duro, porque ese es tu trabajo, es así de duro, como las rocas; pero Jesús, bendito sea su santo nombre,  te ama tanto que me ha puesto a mí, indigno y pequeño, para que lo abra. Vamos a hacerlo los dos, llamemos a toda esta gente que esta bajo tu mando, y alegrémonos con ellos. Vamos a darle una fiesta al espíritu, que corra el vino y las palabras, y que los corazones sientan  que están con un hermano mayor, que los protege y cuida. E así lo hicieron en el pueblo de Sitges, en un cobertizo que había en el camino. Manuel con grandes voces, convocó  a la fiesta en honor de Pedro. Los arrieros estaban sorprendidos, y cuando vieron a Manuel que sacaba los cueros de vino, y llamó a unos jóvenes músicos, que iban con ellos, para que animaran la fiesta, todos se alegraron tanto que olvidaron sus prevenciones contra su amo. Pedro entonces los reunió y les habló,  muy,  pero muy pausadamente.

Hermanos escuchadme. Os voy a contar un cuento que   me se de niño, y que sirve para esta ocasión… Había una vez un hombre muy rudo, casado con una bella doncella, tímida y callada. El la amaba en silencio y ella se sentía desdichada. Pasaron muchos años, hasta que un día  ella enfermó gravemente, y el hombre lo dejó todo por atenderla, y cuando la vio a punto de morir, le dijo: Maria, no te mueras, porque si mueres yo moriré contigo. Ella extrañada, le preguntó: ¿Por qué vas a morir si yo muero?  Y él, entonces  le dijo: Porque mi amor es tan grande que mi corazón estallaría.  Ella, asombrada, le recriminó: Entonces  ¿Tú  me amas?  y ¿Por qué nunca me lo has dicho…? Ella también le confesó su amor silencioso. María se curó y los dos se amaron por muchos años.
Entre ustedes solo falta que se digan cuanto se aman los unos a los otros. Háganlo, serán muy felices y podrán soportar las durezas del trabajo. Pídanle al Padre Eterno que les de la sabiduría y la paz, oren unos por los otros, y escuchen la palabra de Jesús, bendito sea su santo nombre, que les habla a vuestros corazones y los inflama de amor.
Cuando Pedro terminó de hablar todos estaban llorando, pero en sus corazones latía santa alegría. Pedro levantó los brazos y los invitó:  ¡Ale ale!... Ahora vamos a celebrar, el vino es un buen medio para comulgar y acercarnos.

Cuando llegó la hora de marcharse, tuvo que hacer un gran esfuerzo para despedirse de los carabaneros, y Manuel le dijo: -Amigo, que daño me haces con tu partida, tengo el corazón a punto de estallar, a lo mejor  muero,  pero muero muy feliz.  Que tu Dios te acompañe, y tengas la paz que nos dejas, donde quiera que estés.

Llegó a Burgos el 10 de marzo, por la vía de Logroño, e allí le informaron que el Rey estaba en Valladolid.  Se quedó  varios días recabando información sobre el trabajo del Consejo y de sus miembros, por ver si alguna de aquellas personalidades le podía ayudar en su misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos salió  a pie, porque no pudo encontrar otro medio, y a él le complacía caminar.  Sin embargo en el camino siempre encontraba gente amable que lo invitaba a cabalgar con ellos o montar en sus carretas; así llegó a las puertas del Palacio Provincial  en Valladolid a las 6 de la mañana del día 19,  y ya se sabía que venía, porque de inmediato le dejaron entrar.  Lo condujeron al comedor y le brindaron un buen desayuno, un trozo de pan con queso manchego y un tarro de leche de cabra. Luego  van  al salón, donde Pedro, como era su costumbre, se mantuvo bastante rato de pie,  hasta que vio un crucifijo en un altarcillo con reclinatorio, muy bien dispuesto. Allí cayó de rodillas, oro y sumióse en profunda meditación y  adoración del Señor, sin percatarse del tiempo. Había trascurrido más o menos una hora, cuando escuchó a su lado una tocesilla, se incorporó  presto para ver de donde venía, y se encontró cara a cara con fray García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, y con fray Agulatín de Funes, Provincial de la Orden Dominica en España.  Pedro se acercó preferentemente al Cardenal, se arrodilló según su costumbre y esperó que le hablase. El Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo  que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise  interrumpir  vuestro  diálogo con el Santísimo, se que es vuestro consuelo; y también se que os escucha. He oído muchas cosas vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid, acompañadnos, caminemos un poco y hablemos. En este salón  hay demasiados oídos. Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho cuidado con lo que haces y dices.

Que alegría me da oírlo hablar así, Santo Padre –dijo Pedro, con manifiesta complicidad-   sin embargo lo único que me preocupa cuidar, y es lo que temo perder, es mi alma; pero también considero y creo, que mi Señor  Jesús, bendito sea su santo nombre, la tiene muy protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el Pastor de un numeroso  rebaño, y si el Pastor se pierde, se pierde el rebaño.

El Cardenal insistió y dijo – Bien, Pedro, contadnos ¿Por qué os persiguen en la Española? –
Los tres dignatarios se detuvieron en  un jardincillo,  cerrado de   parrales, y se acomodaron en un banquillo de madera labrada bastante cómodo para los tres. -Pedro, les pidió que lo perdonaran si el relato  se hacía  largo y tedioso; pero os lo voy a referir con todos los detalles.  Entonces les contó con pelos y señales, todo lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre todo lo que había visto y oído desde que llegó a La Española; y las denuncias que se había visto obligado a hacer por no parecer cómplice de tantos crímenes.

Díjoles-   cuando llegaron nuestros hermanos a la Española, había cinco provincias ordenadas y densamente pobladas; con sus familias  y gobernantes, que son los que llaman Caciques. Hoy todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega, que se extiende de Norte  a Sur, que conozco muy bien por que la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas  españolas, tiene altas montañas y ríos navegables como el Ebro, Duero o Guadalquivir, es la  provincia o reino del cacique Guarionex, de quien seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde están las minas de oro mas ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada uno de sus súbditos  llenar de oro un cuenco hecho de cuero de cascabel para obsequiar a su Alteza Real, a condición de que no  obligaran  a su pueblo a buscar mas oro porque no sabían hacerlo en las minas; que su pueblo si podía trabajar labranzas desde Isabela hasta Santo Domingo, si se lo mandase su Alteza Real. No fue escuchado, fue perseguido hasta la provincia de Ciguayo, donde mataron a sus defensores, lo tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla con una gran carga de oro que se perdió en el mar, junto con sus captores.   

Aquellos dos hombres lloraban, sus lagrimas corrían libremente, pero el Cardenal le dijo a Pedro –Continúa hijo mío, sabes que soy un viejo  muy tonto-    Y Pedro continuó… En otra parte de la Española, esta una provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando con La Vega o Cibao, que fue totalmente destruida; era el territorio del cacique  Guacanagarí, Provincia de Marién, con más superficie que le Reino  de Portugal. Los señores de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El cacique fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de presentes  y atenciones, en su primer viaje en 1492,  y el premio que se le dio fue la persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda;  para  su familia, todo su pueblo y con toda saña, para él. El cacique se internó en las montañas y allí murió. ¡Solo Dios sabe como!

El Cardenal se llevó las manos al rostro  y exclamó: ¡Apiádate de mi  Santo Padre, no soporto más oír tantas crueldades. ¡¿Es posible que el hombre sea capaz de tanta crueldad, sin ningún motivo?!
  
  Señor. Creo que vuestra excelencia conoce  la historia  de Canoabo, porque se han contado tantas versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El cacique era de la provincia  de Maguana, que sirvió al reino más y mejor  que ningún otro súbdito en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo encadenaron en uno de seis navíos que se perdieron en medio de terrible tormenta, frente al puerto de santo Domingo.  Luego persiguieron y mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran testigos. Y del cacique  Behechio  y su hermana la hermosa princesa Anacaona, del reino de Xaraguá, que junto con otros personajes de su Corte, fueron perseguidos sin ningún motivo, apresados y encadenados. Luego los encerraron en una casa grande y le prendieron fuego, menos a la bella princesa que ajusticiaron en medio de torturas espantosas y burlas inenarrables. La ahorcaron junto a su madre la anciana reina  Higuanama,  de la provincia de Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una visión sutil de lo que verdaderamente está ocurriendo.

El Cardenal  lo escuchaba con el corazón a punto de estallarle, pero  lo alentó a continuar en su cruzada, mas le dijo: -Hijo mío, en esto te va la vida, vais a luchar no solo contra esos criminales, sino contra  sus intereses, que valen para ellos más que sus propias vidas y sus ánimas. Vais a luchar contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo, pues se de cierto, que el Católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y tratará de ponerle remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o serán  burladas con sutiles artimañas.

Pedro lo escuchó con devoción, y sus lágrimas corrían por sus mejillas por comprender lo imposible de aplacar los crímenes que se cometían y continuarían cometiéndose con aquellos pobrecillos indefensos, que ya quería y amaba como si fueran sus verdaderos hijos. Entonces recordaba sus ojillos llenos de espanto y no sabía que podía hacer; pero volvería a procurar de hacerlo. Cristo, bendito sea su santo nombre,  debería ver por él y darle el valor y la sabiduría necesarias para proceder mas conforme con su misión.

Vi a Pedro tantas veces arrodillado ante el Santísimo, pidiéndole a la Virgen Purísima, nuestra Santa Madre, que intercediera ante el Padre Eterno, en nombre de su hijo Jesús Cristo,  para que le diera el valor y la inteligencia necesaria para afrontar su compromiso con los más débiles. Entonces lloraba mansamente durante días y noches enteras. Mortificaba su cuerpo hasta que iban a sacarlo y alimentarlo, porque caía sin sentido.

En Valladolid le informaron sobre las peripecias de Montesinos, y esa fue una de sus pocas alegrías que celebró con una sonrisa y una oración.   De las leyes aprobadas para favorecer a los indígenas de toda la América Española, lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que significaba y el destino provisor que de ello se derivaría  para el futuro, y pese a todo  lo que continuaría en esta generación. Sin embargo la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a formular objeciones a esas leyes para perfeccionarlas.  No había quedado conforme porque había muchas maneras de violarlas dentro de la legitimidad porque no señalaban castigos para los infractores, mas bien se les respetan sus privilegios, y decidió planteárselos al Monarca, para ponerlo al tanto de sus preocupaciones, y así se lo manifestó al Cardenal, por lo cual pidió con respeto y acatamiento, el permiso necesario y la solicitud de una audiencia con El Católico.

La audiencia se le concedió inmediatamente, no solo por lo importante del asunto, sino que el Rey deseaba conocerlo. Y  fue ante él, solo con su gran amor en el corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino. Se detuvo frente al portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don Fernando me espera, anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo miró de  abajo arriba, sonrió, y no se movió. Pedro se hizo el desentendido, sacó la carta del Rey y se la entregó. El hombre entre incrédulo y curioso, vio la carta de la audiencia, se encogió de hombros y le dijo: ¿Pues ve, si os reciben con esa facha. Que el diablo me coja!

Así mismo se presentó ante Fernando, cubierto con el polvo de tantas jornadas; pero el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mandó luego que lo trajeran  y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en las mejillas como a un viejo  amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. De luego el rey le ruega que se ponga de pie y porfía que no debe hacerlo ante él por no ser digno de ello, mas Pedro no lo escuchaba, estaba en intima comunión con Jesús y así lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se levantara y saliera de aquel estado de arrobamiento.

Perdonadme Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas corrían libremente y también al viejo monarca se le saltaba las lágrimas y su mente, sin saber porque viajaba a su amada Isabel sin saber a que se debía aquel acceso de ternura. Luego más calmado, Pedro  comenzó a explicarle el propósito que lo llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el corazón del Monarca, que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba por aquella santa boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española, habló de las cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores; de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc.,  interesados en mantener sus encomiendas y “rescates”. A todo ello respondió Pedro sencillamente: -Esos hombres y sus familias han vivido en sus naciones tantos siglos como nosotros en la nuestra, y nunca necesitaron que fuésemos  a darles de comer. Ahora en cautiverio, pues, si no comen se mueren-.

El Rey no preguntó otra cosa, sino que le demandó  que se hiciese cargo del gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar los males que él no podía hacer.  Mas Pedro se rehusó, y le respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión meterme en negocios tan arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico  que no me lo mandéis; pero si quiero pediros un gran servicio. -De que se trata-inquirió el Rey.  Quiero proponer algunas modificaciones a las leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para mejorar el trato que se da a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas de vuestra Majestad; y creo que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre,  no las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas por gente interesada en no modificar el orden establecido con su secuela  de crueldad, especulación y codicia.

Oyolo atónito el Rey; creía  haber hecho todo lo más,  ordenado a sus mejores  consejeros que hiciesen una leyes humanitarias para aquellos pueblos, y venía uno solo que le decía que había mandado mal y así parecía que era. Al Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y no pudo entender como soportaba a Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio explicaciones y razones  que a nadie podía dar, ni que lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas para Cristo, tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará. Convocaré un nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os será consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán retenidas.

Así fue que el Rey más poderoso del Orbe, convocó en Valladolid, un nuevo Consejo, formado por los anteriores dignatarios que formaron el Consejo de Burgos, ahora reforzados  por otras personas destacadas,  como el licenciado Santiago, Don Juan de Fonseca y los teólogos de Salamanca, fray Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo, a los cuales mandó buscar y casi obligolos a asistir y concurrieron muy cumplidos  para escuchar a Pedro, que era la voz del propio Jesús, bendito sea su santo nombre. 

Pedro asistió a esas sesiones como  crítico y consejero, aunque no aparece entre los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en Palacio, pese a la invitación del Rey, eso no era de su habitual comportamiento. La casa donde se alojó, está muy cerca de Palacio,  pertenece a  una dama muy respetada a quien apodan María La Brava; que se la ofreció la propia dama a Pedro por haber oído del Rey, que era un caballero de gran autoridad, y  persona en si  que fácilmente, quien quiera que lo veía, hablaba y oía conocía morar Dios en él  y tener dentro de si  adoramiento y ejercicio de santidad y que él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo como santo.

Las leyes de Valladolid,  después de amplias discusiones con la intervención de juristas y teólogos,  fueron firmadas por Tomás de Matienzo, Alonso de Bustillos, Lic. Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió burlado, pero se conformó con la inclusión de algunas reglas a pesar de saber que eran insuficientes, y que le aguardaba una larga lucha y no pararía de hacerla en toda su vida.


Pedro se quedó en Valladolid un tiempo más y trabó muy buenas relaciones  con el Rey, de tal suerte que enviaban de la Corte a por el,   y el Rey le consultaba en cosas familiares que debía decidir, e inclusive de política que a veces se veía obligado a  suscribir y aplicar. También porfiaba casi siempre, que Pedro debía aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día Pedro le dijo: _Alteza, he pensado  en un modo de volver a las Indias-  El Rey entusiasmado  apremió -Muy bien… os escucho. –Quiero ir a tierra firme en parte donde españoles no vayan. Solo con la cruz de Cristo y unos pocos misioneros para evangelizar a los indios en la paz de Cristo, porque ya en La Española, el mal ha crecido tato que no se podrá erradicar, sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes, ni por la fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y trabajadores, así lo quiero, si vos me lo ordenáis. 
Fernando que había soñado con aquella idea, y que días antes, el 14 de mayo  de 1513, había consultado  con sus consejeros sobre la posibilidad de mandar  a Tierra firme,  una expedición para iniciar la colonización de aquellas provincias; y  ¡Dios bendito!  El propio Pedro, a quien tanto amaba, se lo pedía ¿Qué más podía desear?. Le dijo –Os lo prometo, iréis este mismo año a tierra firme, con todo lo que queráis. Hacedme de inmediato un memorial detallado de lo que necesitéis, y ya esta concedido. Seréis mi representante en tierra firme lo que ordenéis lo manda el Rey, lo que neguéis lo niega el Rey.

La noticia corrió  como pólvora encendida por los corrediles del palacio;  no se hababa de otra cosa. Aquellos que antes se atrevían contra él, fueron los más sumisos y sus mejores consejeros. Desde ese momento, Pedro fue asediado por decenas  de personas interesadas en el proyecto, no le dejaron descanso. Para el 10 de junio salieron los primeros despachos  reales: dos cédulas  dirigidas a los oficiales de la Casa de la Contratación de las Indias en Sevilla, y otra para el Dr. Sancho de Matienzo, tesorero de la dicha casa, para que se le diera pasaje y mantenimiento vía  La Española, a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes más, que le acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo contenido en el  memorial que os presentará, y así me serviréis.  

Pedro se trasladó a Sevilla con su comitiva, presentó las catas credenciales a los oficiales y al Dr. Sancho de Matienzo, que de inmediato le dio cabida y procedió con la mayor diligencia, según la orden  de su Majestad, en preparación de la expedición. Se gastaron, según Don Sancho más de 400 mil maravedíes; se ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del Imperio no se regateó en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió en abundancia en especial las imágenes de la Virgen y del Crucificado, y para la construcción de iglesias y todo lo relacionado con la albañilería fue de primera importancia los ladrillos, ornamentos,  clavos, las herramientas,  todo ello según proyectos de los arquitectos y matemáticos del reino, supervisado personalmente por Pedro. El 14 de junio todo estaba preparado  en Sevilla,  un buen navío de 150 toneladas, bien equipado, con 50 tripulantes y 150 pasajeros. Pocos días después partieron para la Española.

Pedro daba la misa en la cubierta del navío todos los días a las 7   de la mañana, la buena noticia era el principal alimento  esperado por todos a bordo, la paz de Pedro  confortaba a los viajeros, la mayor parte asustados ante la inmensidad del océano. Muchos se le acercaban para buscar  alivio a sus tormentos y frustraciones y de verdad lo encontraban. Pedro se recostaba luego  en la cuaderna y allí lo rodeaban, él confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de los santos y parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas. Cierta vez, Pedro decía, que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas, nuevos credos, muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de amar a Dios, eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo.  La iglesia instituida es la católica, y ahora tiene 1500 años estudiando la mejor manera  de amar a Dios. Los doctores de la iglesia se han esmerado en perfeccionar el acto amatorio que debemos al Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera dentro de la liturgia católica, entonces ¿Cómo será dentro de estas sustituciones imperfectas? Si no creemos en los sacerdotes católicos que pasan la vida estudiando la forma  de acercarse a Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha ido avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del tronco común del conocimiento  de Dios, en ramas que a la vez también se han dividido  y el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una meta común.

Uno del los viajeros le dijo: Padre creo que he perdido todos estos años de mi vida. Siempre he estado buscando e investigando, leyendo todo cuanto ha caído en mis manos, y ahora me doy cuenta de mi necedad ¿Como puedo mejorar lo que la Iglesia  ha tejido en tantos años?   Gracias padre,  nunca pensé encontrar tan cerca el tesoro que buscaba y me libera.

40 días después, sorteando algunos contratiempos, llegamos al  puerto de Santo Domingo, en La Española. Las autoridades, de la isla el lic. Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo, el Vicario Domingo de Mendoza y los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de Ortiz, y los franciscanos Alfonso de Espinal y Francisco de Córdoba, nos esperaban en el puerto. Pedro entregó las cartas  reales y pidió que lo condujeran a presencia del Almirante Diego Colón, para entregarle personalmente los despachos y la carta del católico. Y así  fue conducido ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en los que se daba cuenta de la misión que se le había encomendado.

Don Diego se mostró muy preocupado, y le dijo a Pedro: -Padre, sabéis a lo que os exponéis, en ello os va la vida.  Vos no conocéis esas tierras ni esas gentes. Se que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona que os ama, tomad las precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta. No me sobran hombres, sin embargo puedo disponer  de por lo menos 10 hombres diestros en el trato con los indios.   Están a vuestras órdenes.

¡No  Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que sirva de intérprete. No quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas sagradas son imprescindibles,  y los bastimentos que están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar  casabi  en la Isla de la Mona, lo demás lo tenemos en abundancia. Mas vos tenéis razón  en cuanto a las precauciones que debo tomar, y mientras preparamos la expedición definitiva para asentarnos en un buen lugar en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis cuidado; enviaremos exploradores, para ver donde pararemos. Todo saldrá bien.








  Finales de octubre o principios de noviembre de 1515.

Rivero. Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con Pedro, “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para Sevilla, en compañía de  fray Antón de Montesinos, y que una vez en aquel puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y fray Antón,  fue a su Monasterio.

Don Fernando. De eso se muy poco, yo me quede con Pedro preparando la tercera expedición, que  se hizo en mi barco, y que fue una aventura prodigiosa, que si me lo permite, le puedo narrar de la A a la Z, porque la tengo muy fresca en mi memoria.
Rivero. Para nosotros será muy placentero. 

Don Fernando. Os ruego que pongan atención porque no me gusta repetir, y a veces pierdo el hilo cuando me interrumpen. –El Capitán suspiró profundamente, cerró los ojos, y dijo:    Bien, ese  día de principios de noviembre de 1515,  vino Pedro con otros más y me dijo: Fernando, tenéis  que preparar el barco porque vamos a expedicionar a Tierra Firme, en los dominios del cacique Cumaná.
-Yo le advertí, reconozco que me apresuré, le dije: Pedro, tu sabes lo que acaba de suceder, con la avanzada que enviaste, tu mismo fuiste y te contaron toda la tragedia que vivieron en esas tierras. 
Pedro. No me recomendaríais que abandone la misión, o sí. Sabéis que no lo haría aunque supiera de cierto que en ello va mi vida.
Don Fernando. De ninguna manera, tanto el barco como yo, estamos listos para cuando lo decidáis.
Pedro. Alabado sea el Señor.  Manos a la obra,  envía unos hombres con carretas para acarrear todo lo necesario, y esta vez iremos con muchos frailes, muy piadosos, que están dispuestos a morir de ser necesario para establecernos en la orilla del río Chiribichi. También llevaremos gente de guerra que nos ofrece el Visorey.  
Don Fernando. Me ocuparé de todo, no os faltará nada.
Rivero. Usted recordará la fecha en que salieron de Santo Domingo.
Don Fernando. Os puedo decir que a principios de noviembre ya estábamos surtiendo el navío, y en ello transcurrieron varios días. Tanto los materiales que trajo Pedro de Sevilla, como los que había acumulado en Santo Domingo, porque déjeme decirle, el voluntariado fue infinito. Pedro tuvo que sortear entre ellos los que debían venir, y los que no pudieron, ciertamente lloraron pero comprendieron, no era posible que entraran todos.
Rivero. Cuantos frailes franciscanos fueron en ese viaje.
Don Fernando. Eran once. Juan Garceto, también tuvo que seleccionarlos, muchos querían ir, pero tampoco podían dejar a Santo Domingo sin franciscanos.   
Rivero. Y dominicos, cuantos, y que más llevaban.
Don Fernando. Fueron cinco con Pedro; y además de los 20 tripulantes  y 150 soldados, iba la servidumbre y varios esclavos negros; 6 mulas, 3 asnos, 4 vacas, 3 perros, 20 gallinas, 6 gallos. Varios sacos de harina y barriles de vino. El material para la construcción y ornato de las  iglesias  ocupaba la parte principal de la carga, pero como iba en cajas, no se lo puedo describir.
Rivero. No importa, eso satisface mi curiosidad histórica. Era una expedición con todas las de la Ley.
Don Fernando. Puede usted creerlo. ¡Valga el cielo!
Rivero. Cuanto tiempo tardo el viaje.
Don Fernando. Mire osted. Normalmente son 7 días. Pero con la cantidad de cosas que sucedieron en realidad ya ni se cuanto duró el viaje.
Rivero. Y que sucedió, que me tiene en ascuas.
Don Fernando. Pero es que osté  con tanta pregunta suelta no me deja contar la historia de ese viaje. Espere que le cuente una cosa y después otra... Es probable que el viaje durara normalmente 7 días., pero tuvimos que parar en la isla de la Mona a cargar casabe, que era muy importante porque no teníamos otro pan. Allí paramos dos o tres días. Luego Pedro quiso parar en Araya, para cargar un poco de sal. Estando en Araya supimos que los Caribes estaban atacando a Cumaná. Vimos infinidad de curiaras caribes pasar veloces frente a nosotros con dirección al puerto en la boca del río Chiribichi,  en el golfo de Cariaco.  Pedro, serenamente me dijo. 
Pedro.  Fernando, esta es nuestra oportunidad para ganarnos el aprecio de las tribus atacadas.
 Fernando. Que me quieres decir.
Pedro. Partamos inmediatamente para ese puerto, enfrentaremos a los caribes y los haremos huir.
Fernando. Bien -Grité a todo pulmón-  Todos a bordo, y preparen las armas, que vamos a pelear.  El Ramón Berenger, como en sus buenos tiempos, inflamó  las velas y zarpó raudo buscando su destino.  Tardamos cerca de dos  horas para estar frente Cumana, los caribes no se amilanaron y nos atacarnos con sus flechas envenenadas, pero estábamos muy bien cubiertos y preparados para responder con nuestros mosquetes. Intentaron abordarnos y los rechazamos, produciéndoles muchas bajas. Los caribes son soldados entrenados en el arte de la guerra. Los capitanes llamados ditainos, conducen a sus hombres con sonidos como pájaros, cuando ven que no pueden controlar una situación se repliegan, se reúnen, discuten  e improvisan otra estrategia. Volvieron con flechas encendidas, tenía que acercarse a nosotros para poder llegar a las velas. Temiendo un incendio mandé arriar las velas, y protegerlas, los caribes no se atrevían a acercarse al barco por temor a los mosquetes que al parecer ya conocían, y desistieron  de este ataque.  Vimos a los ditainos reunidos otra vez, y al parecer decidieron no ocuparse de nosotros, sino seguir atacando al poblado, y se internaron río  arriba para atacar por tierra. Entonces lleve el barco  hasta el puerto, donde fuimos bien recibidos. Un cacique muy joven, se presentó y por medio de un lengua, nos hizo saber que un jefe estaba mal herido, y que podía sanar con la medicina del hombre blanco.  Pedro pidió que lo llevaran ante el herido.  Lo examinó y lavó  las heridas por las cuales salía mucha sangre, dedujo que el mal no estaba allí, las heridas no eran peligrosas, pero descubrió un dado seguramente envenenado con curare. Entonces se arrodilló, sacó el dardo, y con un cuchillo hizo una incisión profunda, el herido reaccionó y dejó escapar un quejido profundo;  luego Pedro chupó la sangre que ahora se negaba a salir, como si el herido la contuviera; Pedro le dijo en su idioma: No  te opongas, es por tu bien en ello te va la vida;  y la sangre y el veneno salieron milagrosamente. Pedro se levantó y le dijo al joven cacique, déjenlo reposar, pronto estará bien. El joven salió a la puerta de la churuata, y gritó. Mi padre estará bien, el hombre blanco le salvó la vida. Vamos a pelear contra los Caribes. Tomen sus armas.

Como yo hablaba bastante bien la lengua chaima, me acerque al joven y le dije: “A los caribes no se les puede pelear de frente, hay que prepararles una emboscada. Ellos son artistas en las emboscadas. Primero enviaran a  los hombres caimanes, que se arrastrarán por el suelo selvático y eliminarán a tus vigías;  y prepararan el terreno para sus otros batallones. Vendrán luego los hombres monos, que traerán las flechas envenenadas a través de los árboles donde son invisbles, y les dispararan a tu infantería, que no sabrá de donde le llueve la muerte;  luego vendrán los jaguares en oleadas, que atacaran a la infantería y a los que queden activos de las embestida de los batallones anteriores; y nunca podrán  detenerlos, si no nos preparamos para vencerlos. 
El joven cacique, se dio cuanta del peligro y que estaba frente a un capitán muy bien informado, y entonces pregunto.
¿Y como haremos para vencerlos?
Tal vez no podamos vencerlos, pero si atemorizarlos y ellos, que son muy listos, abandonarán el territorio. Tengo 150 hombres armados con mosquetes, para dispararles a los hombres monos. Si me autorizas los mando a formar. 
¿Y los caimanes?

Ordena ya  a los vigías, que se retiren. Al no encontrarlos los caimanes se retiraran.  Pon a  tus arqueros en dos filas, una detrás de la otra. Se que tienen carey de tortugas gigantes en abundancia, y que suelen usarlos como escudos. Manda buscar los que puedas, y repártelos entre los  arqueros de primera fila, cuando se produzca el ataque, tanto de los monos como de los jaguares,  que se metan detrás de ellos; y después del ataque, los de la segunda fila se levantarán y dispararan sus flechas envenenadas con curare, este hecho inesperado los atemorizará.  Después cada arquero, que levante su carey para cubrir al que disparó, que será objeto seguro del ataque de los hombres leopardos que disparan instintivamente;  o sea, que  se defiende el soldado del escudo y  defendiendo al compañero que dispara y que está detrás de él. Entre tanto mis hombres cazaran a los hombres monos al pasar de un árbol a otro. Y cuando ellos los vean caer, se replegaran, buscando las órdenes el ditaino. Y cuando este reunidos, mis hombres les dispararan, y al no obtener órdenes se retiraran desconcertados.  

Eres un hombre sabio. Creo entender, pero me falta experiencia. Tu puedes ayudar, y salvar mi pueblo. Ven conmigo al frente, tu dime, yo doy  órdenes

El joven cacique, al cual bautizamos Diego, dio las órdenes que discutimos, las cuales se cumplieron al punto.  Esperamos pacientemente el ataque. El sol comenzaba a declinar cuado se escuchó entre las ramas de los árboles  el silbido característico de los ditainos, y el movimiento de las ramas de los árboles. Casi al mismo tiempo se oyó el primer tiro de un mosquete, y el grito de muerte de un hombre mono.  En las filas de nuestra infantería se escucharon  varios quejidos, pero  la estrategia funcionaba, ya que los jaguares no podía romper nuestras filas. De repente se escuchó un tropel, los caribes bailaban la danza de la muerte y bebían aguardiente, seguramente para darse valor. Volvieron a atacar, y nuevamente fueron repelidos, no entendían lo que pasaba y estaban perdiendo a sus capitanes, porque mis soldados, los descubrieron y les disparaban preferentemente, por otra parte los ditainos estaban tan bien preparados físicamente para detener las flechas, que creyeron que era igual con los mosquetes, y cada vez que se enfrentaban a los tiradores salían heridos. Los ditainos llevaban pequeños escudos de cuero en las muñecas y en los tobillos, y con esos pequeños escudos detenían o desviaban las flechas, era casi imposible herirlos. Pero no contaban con los mosquetes, no los conocían,  con los mosquetes ocurría todo lo contrario, al tratar de detener las balas salían heridos, y  gran parte de ellos no se dio cuenta a tiempo y pagaron con sus vidas.  La batalla estaba decidida,  los caribes se replegaron, tomaron sus curiaras y se alejaron, dejando un centenar de muertos.
Pedro, Garceto y algunos frailes se reunieron  con los venerables ancianos, y allí conversaron larga y amistosamente. Pedro hablaba muy bien la lengua de los chaimas y eso le facilitó todo el proyecto. Los ancianos lo escucharon , y se admiraron de todo lo que había hecho para llegar  a la desembocadura del Chiribichi. Entonces Pedro les habló de Dios y de Iesu Cristo, de las maravillas que había hecho y de la promesa de una vida después de la muerte física. Los más ancianos recordaron a los espíritus de sus padres, los sarrase, los santos del bosque; tambien les hablo de los hombres malos y de los buenos, del premio y del castigo. En pocos minutos aquellos hombres estaba dispuestos a seguirlo. El mas augusto entre ellos, habló.
Tu eres un hombre sabio, y tus obras son sabias, quédate entre nosotros y enséñanos. Los otros deben irse, nos traerán males inevitables. Busca un sitio y te construiremos una churuata, allí trabajaras como nosotros, y podrás enseñarnos. Te daremos una curiara y una mujer, ella te alimentará y te dará hijos.
Pedro Dijo, si me permiten quedarme, también deben  quedarse los que me sirven, no puedo quedarme solo.
Y quienes de tanto son los que te sirven.
Estos que son como yo, y señaló a los frailes. Los hombres de guerra se irán mañana apenas salga el sol.
Sea, como dices. Diego te acompañará hasta que estés bajo techo, luego ustedes podrán hacer como lo hacen los demás. Por lo demás, mi oferta sigue en pie. 
Pedro se levantó y los frailes hicieron lo propio.
Diego también se levantó y les dijo: Síganme.
Y nos marchamos.
Los indígenas celebraron la victoria escandalosamente, por todas partes salían bailando y cantando; los tambores de madera, los pitos de bambú,  y las maracas sonaban sin ritmo y sin concierto. Unos daban voces y hacían sonar caracoles, aunque de vez en cuando se escuchaba una buena voz de hombre o de mujer.

Fin de la novela.


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