RAMÓN BADARACCO
LA CUMANÁ ETERNA de RAMÓN DAVID LEÓN
Con su charla,
dictada en la Casa “Andrés Eloy Blanco” de Cumaná, el 23 de febrero de 1967
CUMANÁ 2013
Autor: Ramón Badaracco
LIBRO: LA CUMANÁ ETERNA DE RAMÓN DAVID LEÓN
Copyright Ramón Badaracco. 2012
Primera edición 2009
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Ilustración de la cubierta R. B.
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Impreso en Cumaná
PERFIL DE RAMÓN DAVID LEÓN MADRIZ.
Un verdadero
gigante de la literatura venezolana. Reconocido por antonomasia como el
inmortal autor de la letra del Himno del Estado Sucre, que me honró con su
amistad desde que trabajé como reportero en el diario La Esfera, hasta su
muerte; la letra del Himno que escuchamos con devoción casi todos los días, es
como un clarín con su nombre.
Nació en
Cumaná, su tierruca, como la llamaba: hijo del Dr. Oscar León de La Guerra, y
doña Dolores Madrid Otero, y se educó en Cumaná, fue alumno aventajado del
Colegio Nacional, pero se graduó de bachiller en Maracaibo, en el Colegio
“Venezuela”, bajo la rectoría del gran maestro Don Francisco Esparza.
En
resumen, Ramón David, sobresaliente escritor y poeta, de notable inteligencia, de la misma
generación de Andrés Eloy Blanco, José Antonio Ramos Sucre, Humberto Guevara y
Cruz María Salmerón Acosta; trabajador y estudioso incansable, se inició muy joven en el periodismo, se unió en
Cumaná, con su gran amigo el culto abogado Antonio Machado, con el cual funda
su revista “Pluma y Tinta”, en la cual publicó su novela “Chiquita”; también
juntos publicaron el semanario “El Satiricón”, con el adjunto del cual quedó
una colección que debe estar en la biblioteca del Dr. José Mercedes Gómez, a
quien se la cedió el señor Aquiles Machado, que la heredó de su padre. Luego en
1908, Ramón David, fundó con mi padre Marco Tulio Badaracco Bermúdez “El
Heraldo Oriental”, que se imprimió en la imprenta de su tío Don Federico Madriz
Otero, como una continuación del semanario “La Constitución”, de cuyas
ediciones conservo algunos ejemplares de
la hemeroteca de mi padre; y luego juntos
adquirieron una imprenta, en la cual mi padre publicó sus bisemanarios “El
Disco” y el “El Sucre”, desde 1923 hasta 1937, de los cuales también guardo las
colecciones que dejó mi padre.
En sus
talleres trabajó y aprendió el arte que lo marcaría para toda la vida, la
imprenta de su tío Federico Madriz Otero, donde por cierto se iniciaron gran
parte de los más famosos periodistas de Venezuela, formados en aquella época y
que luego triunfaron en Caracas; porque
allí trabajaron y aprendieron su oficio: Enrique Otero Vizcarrondo, su primo;
el excelso poeta Andrés Mata, el Dr. Luis Teófilo Núñez y el poeta José María
Milá de La Roca Díaz; todos bajo la
rectoría de Domingo y Marco Tulio Badaracco Bermúdez, comunidad intelectual que
tuvo tanta influencia en Cumaná y en toda Venezuela, fundadores del diarismo
caraqueño, con los periódicos nacionales: El Universal, Las Esfera y El Nacional.
Esa
generación de periodistas nace tras los tipos, donde comparten con mi padre
Marco Tulio Badaracco Bermúdez y el Dr Domingo Badaracco Bermúdez, en los
semanarios “La Constitución” de Federico Madriz Otero, y “El Heraldo Oriental”
de Marco Tulio y Ramón David, que en cierta forma fueron los maestros,
fundadores del Club “Surge et Ambula”, de donde salió luego la revista “Broches
de Flores”, máxima expresión de la cultura cumanesa de aquellos tiempos
gloriosas.
Ramón
David se muda para Caracas, buscando otro mundo, otro aire, para lo cual dejó
en Cumaná todo lo que había logrado, pero indudablemente, la meca del poder, Caracas,
más animado culturalmente, era su destino. Después de una breve pasantía al
lado de Luis Teófilo Núñez, en El Universal, asociado con Edmundo Suegart, José
Rafael Mendoza y Martín Gornés Mac Pherson, funda el gran diario “La Esfera”.
En Caracas deja atrás duros años de trabajo, pero
logra todas sus metas económicas, culturales y políticas. Además, escribe y
edita varios libros importantes, entre los cuales están: “Por Donde Vamos” con
prólogo de Rufino Blanco Fombona. Edita también “Hombres y sucesos de
Venezuela”, luego otro formidable, un alegato “Adonde Llegamos”, y un libro
interesantísimo sobre los políticos de su tiempo y sus vanidades “El Hombre
Misterioso de Macarigua”. De otras materias
que conocía escribió: “De agropecuario a Petrolero” y “Geografía Gastronómica
de Venezuela”, con prólogo del poeta Pedro Sotillo, tal vez su libro más
conocido. También publicó un
poemario con prólogo de don Adolfo Salvi: “Sol de Invierno” en el cual recoge
lo mejor de su producción poética. Y por fin, cargado de nostalgia, da a luz, su
magnífico libro sobre su pueblo, “Cumaná Eterna”, una crónica pormenorizada de
su tiempo.
Ramón
David, amado y odiado, fue un crítico incisivo de los prominentes políticos de
turno, a los cuales ni les da ni le pide cuartel; a la vez aboga por la
solución de graves problemas nacionales, por ejemplo, con la idea del
aprovechamiento de las grandes riquezas del país, por la emigración europea; la
agricultura, la educación, los ferrocarriles, y el mejor aprovechamiento del
producto petrolero. Sus incendiarios editoriales acrisolan su fama; por cierto,
fueron recogidos en una obra que titula “Campañas de La Esfera”, y otra que
titula “Por Donde Vamos”, con prólogo de su amigo y colaborador el gran poeta, Rufino
Blanco Fombona.
Fue inspirado
poeta, activo toda su vida, sus poesías recuerdan las lecciones del maestro
Silverito y Domingo Badaracco, y por supuesto, al Rubén Darío transformado y adaptado
en la pura, inigualable escuela poética cumanesa. Sus poemas fueron recogidos en un volumen
“Sol de Invierno” con prólogo de Adolfo Salvi. También escribió y publicó su magnífico
drama, “Teatro sin espectadores”,
Ramón
Badaracco
RAMON DAVID EN LA PALABRA DE MARCO TULIO BADARACCO
BERMÚDEZ
Presentación
del conferencista, palabras escritas por Marco Tulio Badaracco Bermúdez, y
leídas por su hijo Ramón Badaracco, por que su autor estaba afónico.
Señores:
“Me
toca en estos instantes hacer ante ustedes la presentación de don Ramón David
León Madrid, personalidad compleja de dotes intelectuales sobresalientes, de
agudo talento, clara visión de la vida, hogareñas costumbres, carácter inquieto
de este que fue en Cumaná como mi ALTER EGO en aquella existencia monótona,
pero rebosante de ensueños, de idealidad, de labores intelectuales. Es un
cumanés de rancio abolengo, entroncado aquí con familias tradicionales por su
raigambre en esta meritísima ciudad Oriental, de la progenie de aquel Varón
excepcional, paradigma de virtudes, Dios Penante de este suelo.
Águila Blanca en el espectacular vuelo de
Cóndores que, de Norte a Sur, guiados por Bolívar fueron alzando monumentos de
gloria desde Boyacá hasta Ayacucho, para clavar perpetua en la historia, la
bandera tricolor venezolana, el Iris de la República, como el símbolo de la
victoria y de la libertad, pedestal indestructible del hijo epónimo de este Estado,
Antonio José de Sucre.
Una
fraternal amistad, nos unió siempre desde jóvenes, y luego el amor a los
libros, la afición periodística, el cultivo de las letras, idénticos gustos y
actividades, en este amado suelo cumanés, vincularon nuestras personas hasta
que él, en solicitud de campo más amplio y propicio a sus anhelos, se alejó del
terruño para la capital de la República, a ganar con su talento, sus
actividades y sus esfuerzos, en una labor enaltecedora en la Dirección su
Diario “La Esfera” el renombre que le ha dado celebridad en los círculos
intelectuales, sociales y políticos de Venezuela.
Y
así tenemos que don Ramón David León, pese a la educación autodidacta que
tuvimos todos en aquella Cumaná de principios de siglo cuando no existían
Liceos, escuelas superiores, ni cátedras universitarias donde instruirse, es
sin embargo, un cumanés ilustre, ya que en este sentido del saber, su acervo de
conocimientos es genuinamente enciclopédico, palabra esta que al pronunciarla
trae a la mente los nombres de aquellos titanes del pensamiento que con el
ginebrino Juan Jacobo Rousseau con su Contrato Social, Diderot, D“ Alembert,
Voltaire y ese grupo famoso de la Historia Universal, con sus ideas científicas
humanitarias volcaron efectivamente la estructura medioeval del mundo, promoviendo el estallido
de la Revolución Francesa con su inspirado lema de “Libertad, Igualdad,
Fraternidad”, que resonó en todo el orbe como un grito de liberación de los
oprimidos, despertó la conciencia de los pueblos, para sacarlos de su marasmo y
sacudir el yugo feudal que los oprimía y
degradaba. Nacían los derechos del hombre.
La
inquietud espiritual de Ramón David, su clara inteligencia, su habitual
dinamismo, lo impulsan a intentar toda actividad vital, toda forma de
expresión…
Es de palabra fácil, fluida en la oratoria, de
conversación amena salpicada de anécdotas, de citas, de recuerdos emocionales.
Cultiva el verso con expresiva armonía, lo que delata idealidad espiritual. Es
el autor de la letra del himno del Estado Sucre, y dispersas en revistas y
voceros de publicidad andan sus poesías vibrantes y de elevado númen. La prosa
que es el instrumento mejor templado para traducir y fijar nuestras ideas, sabe
él manejarla con acierto, con sobriedad, con galanura. Ha escrito y editado
varios libros, entre ellos: El Hombre de Maigualida, que exhibe en talante
dramática al dictador de Maracay, y otro bastante original dentro de su labor
literaria, porque acopia las fórmulas de preparación de exquisitos platos
criollos de diversas localidades del país y allí encontramos condimentado el
sabroso adobo cumanés.
El
estilo de Ramón David, como escritor, es gráfico, directo al asunto, carente de
adjetivos inútiles, como para rellenar la frase, porque es enemigo de estas
hallacas idiomáticas.
Un grupo si no muy numeroso, si
distinguido y preocupado de enaltecer sus nombres, de jóvenes amantes de la
cultura y del saber, tuvo Cumaná en esa época, quienes formábamos tertulias
para disertar y discutir acerca de las nuevas tendencias literarias, y buscar
la forma de situar a nuestro pueblo en el curso de esa corriente renovadora de
los valores intelectuales y los métodos originalísimos de la moderna poesía
castellana, surgida en América con Rubén Darío el precursor, José Santos
Chocano y Leopoldo Lugones, los tres supremos artífices continentales de ese
arte, si es que olvidamos al colombiano José Asunción Silva, raro el altísimo
poeta. En esas tertulias nuestras, se encontraba un Domingo Badaracco Bermúdez,
científico de vastísima ilustración, orador y poeta de exquisito gusto. José
Antonio Ramos Sucre, imberbe, pero ya sabio, erudito a la manera de Menéndez
Pelayo, Juan Miguel Alarcón inspirado y romántico el de las “Rimas de Oro” José
Fernando Núñez, verdadero bohemio que deliraba en versos, los hermanos Julián y
Andrés Eloy de La Rosa, atildados, generosos, cultivadores de la métrica,
Antonio Rafael Machado, satírico tremendo de Pluma y Tinta, Rafael Antonio
Varela de raras elucubraciones, Pedro Milá González, un atormentado retraído y
otros que se olvidan y estos que nombro, desaparecidos ya de la vida, para
darles un testimonio de admiración y que amantes como fueron de estos torneos de la cultura, pueda que sus
almas inmortales estén con nosotros en
estos instantes de fervor patriótico, como están vivos en nuestro cariño y en
nuestros corazones.
Rufino
Blanco Fombona dijo de Ramón David. “En su nombre auna al rey de la poesía y al
rey de la selva. Qué pues de extraño que cante como el uno y ruja como el
otro”.
Dejo con
ustedes a don Ramón David León Madrid.
“CUMANÁ ETERNA”.
CARTA DE RAMÓN DAVID LEÓN MADRIZ, PARA
MAURICIO BERRIZBEITIA.
LEÍDA –POR EL AUTOR- EN LA CASA “ANDRÉS ELOY BLANO” DE CUMANA. el
23 de febrero de 1967.
Lectura
del vocativo.
Señores:
A manera
de explicación. Antes de entrar en materia estoy obligado a una imprescindible
explicación. Mauricio Berrizbeitia, para mí y otros coterráneos afectuosamente
Don Mauro, habia publicado en “El Universal”, en Caracas, un artículo cuyo
encabezamiento de inmediato me intrigó: “Fenómenos telúricos del Caliche
Cumanés”. Lo leí con sincera complacencia, tanto por devoción terruñera como
por mi estrecha fraternal amistad con su autor. Eran vínculos nacidos y
afirmados en íntimas relaciones de vecindario y en la diría asistencia a los bancos
escolares del Maestro Andrés Alarcón.
Debido
a generoso conceptos y a cordiales comentarios que me dedica en aquel, pasé a
escribirle una carta expresiva de mi gratitud y ratificadora de mi afecto. Don
Mauro lamentaba y se dolía de mi alejamiento del suelo nativo. Quise recordarle las causas de aquel y convencerle
de que yo, espiritualmente, continuaba viviendo allá. Entre citas de figuras y
lugares cumaneses, y por detalles conexos, fuese alargando la misiva hasta
quedar, de hecho, convertida en extensa enumeración mecanografiada… Quería
comprobar que pese al tiempo y a la ausencia corridos, y a la distancia, Cumaná
permanecía totalmente en mí. Marco Tulio Badaracco, para ese entones en
Caracas, me insinuó la hiciese personalmente pública en la misma tierra que
representa, para cuanto en ella nacimos, una amarra espiritual indestructible.
Me reclamó que bien podía, dado lo intrínsecamente regional del tema, exponerlo
a manera de conferencia en Cumaná, como ya lo había hecho antes, comentando
diversos tópicos, en otras ciudades del país. Ello discurrió entre 1940 y 1941.
Se advertía para esa época en los ámbitos de la República un prometedor
renacimiento cultural y ético, una vibrante resurrección de rangos
tradicionales e históricos, las exteriorizaciones de un nacionalismo
regenerador. Vino a ser como un rumoroso retorno, despues de interminables
jornadas de silencio, al espiritual y decoroso ambiente criollo del que
suministra constancia la dilatada colección del” Cojo Ilustrado”, elevado
exponente de nación culta e hidalga, como era la Venezuela de entonces. De ese
fecundo movimiento intelectual que registra las páginas de la inolvidable revista
venezolana fue en enorme parte artífice y conductor Don Jesús Maria Herrera Irigoyen,
cuya magnífica frase pública “yo puedo justificar lo que tengo”, aludiendo a
bienes de fortuna, refrenda históricamente sus honestas credenciales de prócer
civil.
Marco Tulio Badaracco, Salvador Córdova, Luis
Teófilo Núñez y Antonio Ramón Moreno, quien acaba de fallecer, y otros
paisanos, que secundaron al primeramente nombrado, son, pues, los fraternales
inductores de esta exposición epistolar transformada en conferencia. Huelga
explicar mi íntima satisfacción por hallarme entre ustedes. Al presente
Venezuela es conmovido escenario de Partidos, y vive un intenso momento
político cuya importancia se palpa en todas las ciudades que la integran. Pese a deficiencias y desorientaciones
congénitamente inevitables se está operando una recuperación civilista en la
conciencia nacional. Es preciso preservar en la obra, para bien de la
República. Tal proceso rectificador se vigoriza al amparo de la función
democrática del sufragio y se consolida sobre la libertad de prensa. Hay
motivos justificados que hacen esperar más amplios horizontes para la Patria,
porque no se puede volver atrás, y tal logro depende de la buena voluntad de
todos los venezolanos si cada venezolano sabe cumplir con sus deberes cívicos.
Es un compromiso de honor que ha de realizarse en conjunto, pero cumplirse
individualmente.
Debido
a lo expuesto me hallo en Cumaná, y en la casa natal de Andrés Eloy Blanco. A
ella me atan recuerdos de mi temprana infancia, ya que innumerables veces
estuve en su recinto. Ahijada de Luis Felipe Blanco era mi madre, Dolores
Madriz Otero, cuyo nombre testificó fervorosa demostración de cariño a Doña
Dolores Meaño, esposa del insigne médico. Son indestructibles ataduras morales
que vienen de muy remoto, y constituyeron fundamento para el compañerismo que
unió al gran poeta y a mí, reforzado años despues cuando hombres maduros ambos
nos reencontramos en Caracas: fue el retoñamiento de un cariño de muchachos que
tenía hondas raíces en el corazón.
Si
hubo venezolano generoso, desinteresado y sencillo, ese fue Andrés Eloy. Romántico
irreductible, perpetuo soñador, deslumbrante mago del verso, la lucha política
no logró contaminarlo con sus mezquindades, sus rencores ni sus chaturas: nació
invulnerable a todo lo bardo y lo menguado. En el grupo partidista al que se
incorporó no era uno más: fue, netamente, UNO. En vez de recibir dio: su alto
nombre, su resonante fama, su enhiesta gallardía intelectual. No era tan solo
uno de los más grandes poetas de Venezuela, uno de los mayores poetas de
Hispanoamérica, sino uno de los poetas máximos del inmenso mundo de habla
española. Por cuanto de tan intensamente evocador guarda para mí ese pasado,
rindo a Andrés Eloy Blanco el ferviente tributo de admiración y paisanaje que
me dicta el afecto. Es homenaje fraterno caldeado de emoción íntima al
sugestivo ambiente de un recinto familiar que representa para mí uno de los
hitos imperecederos que jalonan el cambiante trayecto de mi vida
Hecho
este devoto paréntesis, vuelvo al artículo de Mauricio Berrizbeitia, ya traído
a mención, para explicar los motivos de mi carta. Quienes lo leyeron quedaron
impuestos de que don Mauro le atribuye a nuestro democrático “Caliche”
excepcionales virtudes taumaturgas Dándolas por ciertas, quizá sometido a
químico proceso de laboratorios, obtenga la humanidad un poderoso reformador
cerebral cuya acción milagrosa determine radicales mutaciones en todos los
países. Así, individuos herméticamente cerrados a yuantas son las evidencias
del Arte, la Ciencia o la Técnica, pese a su congénita obtosudez, se cambiarían
en artistas, en científicos y en especializados extraordinarios. A la vez, las supremas alturas del Estado
abarcadas por la política, la Administración, la Diplomacia y la Economía
estarían munidas de Directores fenomenales, de Gerentes maravillosos, de Diplómatas
formidables y de Financistas estupendos… En resumen, los desposeídos de
“sustancia gris” los infinitos ampulosos idiotas con suerte que pululan en el
mundo, quedarían rehechos como por recurso de magia: gracias al humilde y
popular “Caliche” cumanés, los desheredados del intelecto pegarían siempre en
el blanco…
Para
los pueblos tropicales, muy en especial, vendría a resultar algo brujamente
modificador. Y acaso, como don también providencial para nosotros, venga a
sustituir las decadentes munificencias del hidrocarburo. Veríamos así los
extensos “Calichales” de la Primogénita sometidos, mediante “Contratos de
Servicio”, a una explotación tan compensadora como providente… Algo de las
extraordinarias virtudes del amarillento polvo, aunque reducidos a proporciones
locales, debió entrever el general Joaquín Crespo, el famoso caudillo
liberal venezolano quien fue dos veces
Presidente de la República, gallardo prototipo
de la vieja Democracia criolla al decir en amistosa oportunidad que “los
cumaneses le deben al “Caliche”su afición a la oratoria”...
Cuando
repentinamente ocurrió la muerte de Don Mauro yo tenía concluidas la
misiva-charla y los arreglos para mi traslado a Cumaná, todo de acuerdo con
Marco Tulio Badaracco. Causas ajenas a mi voluntad lo demoraron. ¿Quién hubiese
podido imaginar entonces que Mauricio Berrizbeitia no haría presencia material
en este acto proyectado en honor suyo?
Su desaparición lo ha convertido en homenaje póstumo a su memoria. Físicamente
no está Don Mauro entre nosotros, duerme para siempre en el viejo camposanto de
Santa Inés. Yace en el materno regazo de la tierra que tanto amó, partícipe
ahora por la infinita voluntad del Divino Creador en el secreto que guarda ese
“Caliche” cumanés que tan apasionadamente celebró… He aquí la carta:
Querido
Don Mauro: Con sincero interés leí tu reciente artículo sobre el terruño natal,
en el que me traes a cuenta de manera tan fraterna como elogiosa. Lo aprecio
doblemente porque me atribuyes mas dotes de las corrientes que poseo y porque
el afectuoso testimonio viene de ti. Leyéndolo me vino a la mente, pues siempre
la llevo en el corazón, la Cumaná nuestra, la de José Antonio Ramos Sucre, el
grandioso erudito, Luis Beltrán Bruzual Bermúdez, Humberto Guevara y Julio
Miranda Madriz; la de Sergio Martínez Picornell, Enrique Segundo y Santos
Emilio Berrizbeitia Guillén, la de Pedro Regalado y Luis Esteban Mejía, de Juan
Freites y Jesús maría Forjonell, la de Ramón Mata Andrade, la de Antonio Miguel
y Jesús Manuel Aristeguieta Badaracco, de Norberto Salaya y Luis Beltrán y
Alberto Sanabria Bruzual, la de Francisco de Paula Aristeguieta Rojas, Jesús
Maneiro Sánchez, Salvador Uban, Manuel Norberto Vetancourt Aristeguieta,
Horacio Márquez y Manuel Guzmán, la de Pedro Nicacio y Juan Silva Carranza, la
de Miguel Antonio, Miguel Angel y Sixto Blanco, la de Agustín Silva Díaz, Diego
Córdova y Roberto y Raimundo Martínez Centeno, la de Luis Felipe y Andrés Eloy
Blanco Meaño, la de Manuel José Malaret Coello, Dionisio López Orihuela, Luis
Bianchi y Cruz María Salmerón Acosta, la de Aquiles Benítez, Alejandro
Fernández Ortiz y Jesús Antonio Cova Cabello, la de José Manuel y Ramón Yegres,
la de Julio y Ramón Madriz Sucre, y Francisco José Berrizbeitia Guillén, los
más nuevos en la inolvidable nómina. Era la Cumaná que había sido antes de Juan
Miguel Alarcón, notable poeta y prosador; Pedro Elías Aristeguieta Rojas, quien
con su muerte ratificó el denuedo de su estirpe, la de Marco Tulio Badaracco
Bermúdez, José Almandoz Mora, Rafael Bruzual López y Domingo Zerpa; la de
Catoño Ponce Córdova, Antonio Ramón y Antonio José Moreno Cova, Andrés Eloy y
Julián de La Rosa Meaño, la de Rafael Valera y Paco Damas Blanco, la de Antonio
Rafael machado, a quien me unió una estrecha camaradería en aventuras
periodísticas. Estábamos vinculados por uno de esos espontáneos pactos que a
veces suscribe la amistad con tanta fuerza como los que por ley natural están
suscritos por los dictados de la misma sangre. “Pluma y Tinta” se llamó la
breve revista semanal que fundamos. Fue la invariable Cumaná de Salvador
Córdova, Luis Teófilo Núñez y Joaquín Silva Díaz, ilustre profesor de medicina
y eminente cirujano el primero; abogado de amplia ilustración y hoy destacado
valimiento periodístico el segundo; y eximio dominador del pentagrama el
último. A esta promoción perteneció Emilio Berrizbeitia Guillén, mi hermano más
que mi amigo, compendio de todas las excelencias espirituales. Igual hermandad
me ató con Enrique Segundo, Bianchi, Alejandro, Humberto, Marco Tulio y Salaya,
y contigo.
Fue
la Cumaná que muy anteriormente produjo a Domingo Badaracco Bermúdez sabio y
amable filósofo, poderoso erudito e insigne médico, apóstol de la abnegación y
el desprendimiento; para mí, en muchos aspectos, maestro y guía intelectual. Le
soy deudor en extensa parte de la disciplina literaria que me ha orientado y de
la voracidad de lecturas que estimuló en mí para lo cual dispuse de su generosa
biblioteca. Y le debo también consejos colmados de realismo que me apartaron de
veleidades de estudios de mediana que reñían con mi genuina vocación personal.
Era un ductor risueño y bondadoso, optimista, poseedor de un sano y cordial
ingenio que personificó el vocablo “bueno” en todas sus cristianas y humanas
dimensiones. Años después lo hice padrino de mi primer hijo. A la profesión
suya pertenecían Delfín Pone Córdova, Luis Daniel Beauperthuy Mayz, José María
Urosa, Manuel Soto Pereda y Eliso Silva Díaz; a los que se sumaron luego Julio
Rivas Morales, Pedro Pablo Silva Carranza y Julio Gómez López, que lucían el
benjaminato del equipo doctoral. Con larga distancia retrospectiva había sido
la Cumaná de los doctores Baldomero Benítez, Jesús María Rivas Mundaraín,
Gerónimo Sotillo, Bonifacio Márquez y Luis Felipe Blanco, de quien mi madre era
ahijada debido al afecto que lo unió a mi abuelo materno, el doctor Federico
Madriz, caraqueño, quienes se conocieron e intimaron en el claustro
universitario. Igualmente, a seguidas de estos, fue la Cumaná de Jesús Sanabria
Bruzual, Francisco de Paula Rivas Maza, Astroberto Guevara Blohm, Andrés Arcia
Avis, José Mercedes López, Melchor Centeno Graü y Bartolomé Milá de La Roca
Himiob; de Francisco Vetancourt Vigas, Miguel Aristeguieta Sucre y Andrés
Aurelio Betancourt; y de mi tío Federico Madriz Otero, en veces mi consejero literario,
mi íntimo amigo siempre, pero en ética mi rector vitalicio. Todos ellos, en
sucesión de generaciones, fueron profesionales cumaneses de méritos
sobresalientes.
Dentro
del clima moral e intelectual que cronológicamente formaron los antecesores, “mayores
de edad, saber y gobierno”, se suceden contingentes cumaneses que son reales
representativos del amplio espíritu, consagración estudiosa y afirmación
perenne del pensamiento cumanés. Todos los que viven y los desaparecidos,
prototipos netos de esa Cumaná tradicionalista y católica que llevamos en lo
hondo, la que honorablemente; personificaron el maestro Silverio González
Varela y el maestro José Silverio Córdova, los maestros José Manuel Alén,
Andrés y Jacinto Alarcón, Pedro Luis Cedeño y Cándido Ramírez, la de las
eximias maestras Sabinita Isava, Florentina de Seittiffe, Guillermina Rojo
Otero, Isabel López, Dora Córdova Hernández, Narcisa Yéguez, Carlota Gómez y
Cruz Almandoz Mora. En sus bancos escolares, bajo su decorosa férula, moldeados
moralmente por unos y otras, se cuajaron mentes y enrumbaron espíritus. Eran
factores modestos y ponderados, poseedores de esa sencillez y rectitud de
corazón que establecen pautas y determinan conductas, y en conjunto
contribuyeron a consolidar formando hombres y mujeres para el hogar, las normas
éticas emanadas del lar paterno. Confirman, por la utilidad colectiva que
irradiaron, la Cumaná inagotable que dio múltiples personalidades civiles a la
República, numerosos factores de selección, tanto elemento meritorio decoro de
la sociedad y la familia. Uno fue Don Fernando Aristeguieta Alcalá, el
patriarca de las majestuosas barbas caudales, paradigma de ciudadano y de
grandes señores. Hijo suyo era Fernando Aristeguieta Sucre, el pulcro hidalgo y
recio trabajador para quien la geografía pesquera del Golfo de Cariaco y el de
Santa Fe no tuvo secretos.
Contemporáneos
de éste fueron tu noble tío Emilio Berrizbeitia Mayz, Daniel Beauperthuy
Sánchez, Pedro Luis de La Rosa, Manuel Silva Rojas, Roseliano Guillén Quintero,
Pedro Augusto Beauperthuy Mayz, Pancho Sucre Sánchez, José Antonio Bruzual
Serra, Juan Sanabria, Jacinto Almandoz y Andrés Himiob, el amable civilizador y
hombre de empresas de ancestro germano que proporcionó a la ciudad tanta
valiosa lección práctica de progreso con su personal ejemplo. A esa Cumaná tan
fecunda en varones de rango múltiple, perteneció Pedro José Rojas, que alcanzó
situación gubernativa eminente; Bartolomé Milá de La Roca, militar y prócer
civil, político y escritor, periodista, hombre de gobierno y hombre de elevado
prestigio social. Otro de esos factores civiles lo fue Claudio Bruzual Serra,
celebrado orador, y uno más, José Fernando Núñez, literato y tribuno.
En
la Cumaná eterna de las varonías descollantes que despues de la independencia
suministró a la empinada épica venezolana los nombres de Manuel Morales, Carlos
Herrera, José Jesús Vallenilla, José Manuel Serpa, Pedro Pereda y Manuel
Córdova, Francisco García, Antonio Orihuela y Manuel Coraspe, el indio
“campear” sereno y corajudo; el pueblo que produjo a José Vitorio Guevara,
quien lo debió todo a sí mismo, cuyo innato valimiento es oro puro obtenido de
las más hondas vetas de la democracia venezolana. Todos fueron generales
forjados por la Guerra Federal. Aunque sin las notables ejecutorias de ellos,
es de justicia traer a cita a otros como Rafael Velásquez y Cosme Damián
Fernández y sumarle los coroneles Rafael Núñez Gómez y José Agustín Cedeño.
Pertenecían a la bravía época criolla de los militares que ganaban ascensos en
el campo de batalla, tomando trincheras por asalto, dominando campamentos o
sometiendo ciudades a fuego y sangre, pero todos de profunda raigambre
civilista, guerreros que continuaban siendo ciudadanos. Cuando les cumplió
ejercer de Gobernantes refrendaron ambas credenciales con su austera conducta y
al llegarles la muerte los encontró “con el corazón limpio y las manos vacías´.
Sus modestos haberes oficiales y los alcanzados con su trabajo personal les
suministraron tan exiguos bienes que apenas si podían sostenerse dentro de los
linderos de la provincia natal. Nunca hicieron de su honesta voluntad de
servicio instrumento para lograr prebendas ni de las funciones públicas
profesión. El hondo afecto que le consagré, lo esclarecido de su memoria,
impone mencionar aquí, porque vengo hablando de probidad, de valor cívico y de
ratificado denuedo, al último paladín cumanés Juan de Dios Gómez Rubio. Por
vinculaciones consanguíneas era deudo del imponderable José Francisco Bermúdez:
tenía en el pulso el mismo latido heroico.
Para
recordar civiles que intervinieron activamente en las luchas políticas de la
porción geográfica nacional que se reparte ahora en cuatro Entidades autónomas,
voy a citar a Mateo Hinojosa, a José María Bermúdez Graü, Gerónimo Ramos
Martínez, Simón Núñez Ortiz, Pedro Gómez Rivas, Rafael Serrano, Francisco
Antonio Córdova, José Cecilio Mendoza y Juan Cumana, todos de pulcra
significación cívica y de comprobado valor personal; el último conocía a
cabalidad los más recónditos vericuetos de la política localista de aquella
romántica y conmovida época. No puedo dejar en silencio a Ventura Bossio, Luis
Mariano Rodríguez, Julio Cesar Cova, Manuel Peñalver, Mario Castro Díaz, Daniel
Cabello, Alejandro Villanueva, Ventura Rivas, Mariano Rodríguez Salcedo, Sinecio
Alcalá Claverí, José María Fuentes, José Antonio Peinado y Luis Vallenilla,
meritísimos elementos que supieron ser útiles al medio en que nacieron y a la
sociedad de que formaron parte. A esos excelentes cumaneses es de justicia
agregar, de más acá, al poeta José Agustín Fernández; a Alberto Sanabria, como
leal ejemplo de consagración a temas históricos regionales; a Miguel Ángel
Mudarra, Julián Vásquez Fermín, a Ciro Vallenilla a Ignacio Rodríguez, éste
recientemente desaparecido, pulcros y acuciosos historiógrafos; a Juan José
Acuña, modelo de la firme voluntad y de la noble perseverancia; y a Candelario
Guaimares, modesto y cumplido funcionario cuya dignidad personal fue su mejor
título. Otro de esos ciudadanos de pro fue José Valentín Bruzual; y es preciso
añadir a Benigno Rodríguez Bruzual, de quien es la música del himno regional, y
a Benigno Marcano Centeno, ambos sobresalientes compositores. Por fallas del
recuerdo, tratándose de figuras y nombres cumaneses, no puedo traer a esta cita
“todos los que son” como expresa el antiguo dicho popular, pero abrigo la
satisfactoria seguridad de que en el curso múltiple de ésta devota rememoración
terruñera, también como en la vieja sentencia traída a cuenta, “son todos los
que están…”
En
lo que se relaciona a permanente consagración al trabajo, a la diaria lucha por
el hogareño bienestar, el panorama económico gracitano fue el mismo
santinesero. La actividad productora era
tan solo agrícola, pecuaria, pesquera y comercial, y todo muy al por menor. La
industria cumanesa no pasaba de algunas caseras elaboraciones de tabacos,
escasas destilerías de licores, pocas alfarerías y contadas manufacturas de
muebles. En este último aspecto artesanal Andrés Felipe Alarcón operó toda una
revolución con su constancia laboriosa y su impulso emprendedor, hasta hacer
célebre en la ebanistería el “pardillo-chiripo” … Las hilanderías, fundadas por
iniciativa y capital ajeno, cambiaron notablemente la fisonomía laboral de la
ciudad. Utilizaron hombres y mujeres en número de considerable cuantía, y más
del sesenta por ciento del personal era nativo. Bajo las seguidas gerencias de
Francisco Braschi, Tomás Llamozas y José Antonio Núñez Mayz, se formó por
espontáneo estímulo un equipo local numeroso y apto, inteligente y
disciplinado, que prestó magnífica cooperación a la empresa. Hacía presencia en
la tintorería, los talleres, departamento de telares, secciones de máquinas y
de empacados, servicio de almacenaje y otros menesteres. La jefatura de
almacenes estaba a cargo de Eulogio González Maneiro, tan idóneo como honrado,
y tan estricto como laborioso, cuya actividad múltiple iba siempre a la par de
su permanente buena voluntad, pulcritud y eficacia. Otro factor excelente,
culto y activo, de cabal sentido de responsabilidad, fue Jaime Mayz, quien
actuaba en la administración. Idéntico clima laborioso unificaba las dos
históricas Parroquias, para las cuales, en pleno corazón de la ciudad, el viejo
puente sobre el río representaba, a la vez que un eslabón social, una franquicia
económica que, desde Puerto Sucre, atravesando la urbe, permitía el acceso a
las recuas cargadas de frutos y mercancías que rendían el doble viaje entre la
costa y las dilatadas extensiones campestres, fundos y villorios que se
desplegaban, fatigosamente distantes, hacia Cumanacoa. Nicolás Guerra Alcalá,
Rodulfo Ibarra Surga, Antonio María Ramos, Miguel Urosa, Pedro Mejía, Ramón
Alvins Agrenta, Andrés Millán, Los Hermanos Zajía y Pedro Douhuay, cumaneses
adscritos, como los Tobías, Próspero Ibarra, Pedro Machado, Bernardo Pérez,
Ramón Cabrera, Andrés Miranda Ferrer y Napoleón Blanco, en Altagracia, Ramón
Madriz Otero, Miguel Uban y Simón Malaret, en el Salado, que era una inmediata
prolongación gracitana, y José Salazar y Carlos González, cumaneses de adopción,
daban en ese vecindario costero prueba del propio esfuerzo y de la iniciativa
individual. Personalísimo por su cultura literaria, su agudo talento y sus
sólidos conocimientos profesionales era Napoleón Blanco, dotado de fina
penetración, independiente y crudo.
Al
mencionarlos he de añadir dos simpáticas figuras típicas, el Capitán Fabián
Vargas, dueño de la goleta “Amistad”; y el Capitán Félix Lastra, propietario de
la goleta “Solita”. Ambas rendían crucero entre la costa cumanesa y los nativos
centros mercantiles de mar allá navegación que comúnmente derivaba hasta
cercanas Antillas extranjeras…El primero tuvo bajo su mando, bastante joven, el
bergantín “San Vicente”, de la propiedad de Don José Antonio Fernández
Salaverría, para entonces en lo mejor de su edad. Este velero cargaba en
Cariaco algodón destinado a Inglaterra. En él se hizo marino un hermano de mi
madre, mi tío Ramón Madriz Otero, quien desde grumete a la fuerza llegó a
Capitán de Altura. Cuando la norteamericana Guerra de Secesión, el “San Vicente
“fue apresado por un barco de la armada nortista que lo sospechó procedente de
Nueva Orleans: iba repleto de pacas algodoneras… Hechas las legales
comprobaciones, se le dejó en libertad. Era todo un hombre de aventuras el
Capitán Vargas, valiente, callado, eficaz, resuelto. El otro, Lastra, mantenía
en su oficina de Puerto Sucre una pizarra donde constaba el itinerario de
entradas y salidas de la “Solita” todo dentro de fechas rígidamente exactas.
Tal si fuese un poderoso navío motorizado… Un chusco le agregó con tiza en una
ausencia del veterano marino, “Si le sopla”. La ocurrencia hizo reír
estrepitosamente a la gente porteña, y, sobre todo, al mismo Capitán.
Gestiones
mercantiles semejantes desenvolvían en Santa Inés en sus respetivos almacenes y
negocios, desde la “Plaza Miranda” y calles adyacentes hasta San Francisco, los
hermanos Berrizbeitia, Manuel Fuentes, Diomedes Martínez, Laureano Frontado,
Antonio José Bossio, los hermanos Sanabria, Andrés Bruzual, Pedro Blanco, Pancho
Gómez, Arístides Álvarez, Gregorio Estaba, cumanés adoptivo, los hermanos
Vívenes, José Jesús Madrid, Aarón Blanco, los hermanos Himiob, Valentín
Hernández, los hermanos Certad, Diógenes Salas, José Jesús Cordero, y algunos
más. Del grupo hacía parte Manuel José Malaret, dueño de veleros, propietario
de fundos y de fincas urbanas, elemento dinámico y de agudo ingenio. Sumo a la
nómina a Joselito Ortiz, corredor en géneros agrícolas interioranos, quine
recorría incansablemente a diario el sector comercial descrito jinete en un
estereotipado jumento no menos incansable… En el comercio minoritario, venta
diaria al mercado de víveres y de otros artículos de consumo doméstico,
existían en ambas jurisdicciones parroquiales bodegas y pulperías de rancia fundación
cimentadas en sólido prestigio popular y casero. A esa categoría perteneció la
antañona y celebérrima de Marcelino Milano, “La Reconcentradora”, quien la
adquirió de un catalán a unos cinco lustros de terminada la guerra de
independencia. Una estaba en la calle del Comercio, y era su dueño y
despachador único Antoñiquito Ortiz. Su apostura personal, amabilidad y labia
contaba con admiraciones fervorosas en la clientela de servicio doméstico
desparramada por el vecindario. Además, el local era a la vez nutrido y
diligente foco de información. Parecido dinamismo desplegaba en otro negocio
semejante emplazado en San Francisco, Chuchú León, el propietario y administrador.
Su liberalidad y don de gentes estaban a la par. Acogía con indulgencia los más
imprevistos y dudosos “fiados”, lo que, como era comprensible no iba
precisamente en auge del establecimiento. Esas condiciones magnánimas le
rendían enorme prestigio entre los adictos a ciertas sustancias líquidas y en
la clase que todavía viste faldas… Iguales actividades desempeñaban “indio”
Gómez y Jorgito Bruzual.
En
el antiguo Mercado desaparecido, uno de los mentideros populares más
característicos de la urbe, con la misma amplitud y liberalidad desempeñaban
semejantes menesteres cruz Sánchez, Jacinto Boada, Vicente Juliac, Pancho Aza y
su adjunto Juan Celestino; Julio Lara, Cruz Noya, Ramón Durán, Luis Felipe
Castro y otros no menos genuinamente cumaneses.
En la parroquia altagraciana Salvador Boada, el gran “Bado” como era
llamado por todos cuantos lo conocían, manejaba muy bien surtido bodegón con
acuciosidad y desprendimiento; su campechanería era proverbial. Sus tazas de
café negro y convincentes copitas de “Matusalén”, ron que declaraba
solemnemente añejo le creaban inmensa nombradía entre los catadores de
autoridad… No se hable de las adhesiones que contaba Jesús Villanueva en la
acera opuesta, a causa de un negocio más o menos parecido, por sus dotes de
cultura y bonhomía. Todos era fija clientela avisadora en mi periódico. Y ya que me he interesado en ese atrayente
plano de tanto sabor popular, hago memoria de las más señaladas vendedoras que
actuaban a la intemperie en la parte de la muralla santineseña cercana al
Puente: Manuela Pérez, Candelaria y Secundina, cuyas sabrosas granjerías y
empanadas crujientes no tenían rival. No olvido los “pasteles” sabatinos de las
hermanas Lara, allá en el callejón de la Luneta.
Los
personeros del alto comercio local disponían en el “Club Alianza” de un
cenáculo nocturno de todas las semanas. La gerencia estaba al honrado cargo de
Dominguito Oliveira, simpático y perspicaz, de intelecto bastante cultivado,
siempre presto a ser útil. Al Centro en referencia concurrían todos a cambiar
ideas y emitir comentarios sobre las últimas noticias suplidas tan atrasadamente
por la prensa de Caracas. Se disfrutaba de una sedante existencia patriarcal,
desprovista de complicaciones, adocenada y parroquiera carente de tropiezos
enroscados… En los aspectos políticos y administrativos, en el suceso público
nacional, en asuntos de la región o en el detalle urbano, las preocupaciones
más serias aparecían cuando era enviado un nuevo Presidente para el Estado;
irrumpía otro jefe civil para
la ciudad o llegaba un sorpresivo administrador para la Aduana porteña. Pero
todavía, a través de tanto tiempo, son gratamente recordados en Cumaná cuatro
distinguidos hijos del Táchira: Eliseo Sarmiento, quien ejerció la suprema
magistratura estadal dejando bien en alto sus credenciales de gobernante probo
y de buen caballero; Eleazar López Contreras y Emiliano Entrena, quienes en la
administración de aduanas se desempeñaron con hidalguía muy equidad; y Rafael Candiales,
el que como Jefe civil de la Primogénita se conquistó el afecto y aprecio. El
primero y el último casaron con distinguidas damas cumanesas. Otro simpático
círculo para el ameno intercambio de ideas era la animada tertulia nocturna que
se formaba en la puerta casera de Margaritica Botini, chispeante personalidad
cuyo recuerdo esta unido a interesantes etapas de la vida del terruño. Y otro
clásico sitio de reunión de nocherniegos eran las dos paralelas lunetas del
histórico puente Guzmán Blanco, donde las charlas y los comentarios se
prolongaban lindando las primeras horas de la madrugada.
En
lo que toca al núcleo femenino de ambas Parroquias más remoto de mi
conocimiento infantil y mis años mozos, voy a referirme a las siguientes
honorables doñas: Dolores Mora de Sucre, Josefa Manuel Quintero de Guillen, tu
abuela; Petronila Otero Alcalá de Madrid, la mía; Narcisa Aristeguieta de
Vetancourt Vigas, Petronila Otero de Mayz, Marquita Alvins de Pérez, Dolores
Carranza de Silva Rojas, Carmen Zabala de Ponce Córdova, Felipa Malaret de
Gómez, Anita Blanco de Damas, Guadalupe
Vigas de Fernández Salaverría, Anita Rojas de Aristeguieta, Teresa Moreno de
Millán. Delfina de Velásquez, Carmelita Mayz de Núñez Romberg, Rita Sucre de
Ramos Martínez, Dolor4s Morales de Núñez Ortiz, Agripina Prada de Blanco,
Carmelita Morales de Rivas, Dolores Meaño de Blanco, Rosalía Bermúdez de Badaracco,
Rosa Antonia Fernández de Mendoza, Adela Mejía de Palacio, Ricarda Mora de
Uban, Teresa Rodríguez de Mejía, Ricarda Agrenta de Alvins, Luisa Sucre Mora de
Madriz Otero, Fidelia Mago de Meaño, Raquel Certad de Fuentes, Luciana Coello
de Malaret, Rosa Badaracco de Aristeguieta, Josefina Ortiz de Urosa, Mercedes
Prada de Serpa, Dolores Quintero de Guillén, Inés Meaño de La Rosa, Francisca
Córdova de Ponce, Margarita Serra de Bruzual, Elvira Ducharne de Ponce, Olimpia
Damas de Guevara, Nicacia Herrera Urosa de Ortiz, la mayoría madre de numerosa
prole, a las que, por curiosa costumbre heredada de la colonia, se les
eliminaba el posesivo “de” marital y el apellido del esposo.
La
tercera de las mencionadas fue presencia constante en mi niñez, y mis comienzos
juveniles. Las otras amables testificaciones amistosas del vecindario. Socorro Guillén Quintero de Berrizbeitia, la
infatigable viajera y gentil madre tuya, y la mía, Dolores Madriz Otero de
León, fueron condiscípulas e íntimas amigas.
Toda esa vinculación fraterna, efusiva
y sincera, salvando distancias urbanas y estrechando cercanías, se agrupaba en
Santa Inés alrededor de la iglesia del mismo nombre que asienta sobre la maciza
oleada de cemento de las escalinatas. Las construyó el Gobierno Nacional cuando
el doctor Rojas Paúl fue Presidente de la República quien igualmente ofrendó a
Cumaná la estatua de Antonio José de Sucre, el General cumanés que bajo los
supremos auspicios del Libertador selló en Ayacucho, en el remoto Perú, el
heroico proceso de la Emancipación Suramericana.
Y en lo
que toca a cumanesas jóvenes de los tres primeros lustros del siglo, he de
mencionar, entre las que recuerdo, once de las más bellas y gentiles de ambas
Parroquias: Enma y María Pérez Alvins, Himeria Martínez Picornell, María
Badaracco Bermúdez, Rosa Alarcón Mejía, Mónica Cova Cabello, Juanita Hernández
Ayala, María Bossio Márquez, Mercedes María Forjonell, Mercedes Madriz Sucre, y
María Malaret Coello. Poetas del terruño les ofrendaron románticos y
apasionados versos; compositores cumaneses les dedicaron sugerentes y
ensoñadores valses…
Igual ambiente de fraternidad, pese a ingenuas
divergencias políticas, privaba en Altagracia en torno al Templo de la misma
advocación donde la excelsa Madre del Salvador extendía su sacrosanto amparo a
los lejanos caseríos que se acostaban a trecho demorados en las calcinadas
sabanas que discurren hacia Cerro Colorado, San Luis y El Dique, paraje donde
el Manzanares penetra silenciosamente en el mar… Para hacer recuento de la
ilimitada porción entre urbana, campesina y pesquera de aquella Cumaná de mi
niñez y mi adolescencia, el censo de la gente sencilla, servicial y consecuente
en la que abundaban los apellidos de los conquistadores y de los varones que
erigieron la Colonia, sería faena interminable…Vivía en los apartados aledaños
parroquiales y en las porciones playeras que iban, río de por medio, desde Los
Bordones hacia Caigüire y el Peñón, abrazando a el Salado, Las Palomas, El
Barbudo, El Castillito, las afueras de Chiclana, Toporo, Canta-Rana, Perro-Seco
y la Boca del Monte… Esas agrupaciones estaban integradas por hombres y mujeres
de trato cordial, hospitalarias, ingénitamente desinteresados, leales y bien
dispuestos. Y lo mismo ocurría en Quetepe y en Cerro de la Línea: el primero,
curioso rincón vecinal ubicado en céntrica parte santinesera, el otro en los
extremos de San Francisco, para bajar a Las Charas…
El
esplendoroso encanto de los parajes costeños cumaneses se hacía más penetrante
despues de terminado un “lance de pesca”, cuando arribaban las piraguas. Servía
de escenario al agitado espectáculo la arenosa extensión playera caldeada por
el sol. A los “Chinchorros” rebosantes, iban acudiendo entre la alborozada
gritería de los marineros y los pescadores del “tren”, el gentío vecinal
compuesto de hombres, mujeres y muchachos aglomerados en el sitio. Hecha la selección y reparto del producto
destinado al Mercado de la ciudad, el que se acomodaba en las “bateas”, estas
eran inmediatament4e izadas a la cabeza de las vendedoras. Despues, como
epílogo, se distribuía generosamente entre carcajadas y algazaras “el guatan” o
sea la cantidad de peces de distintas especies sobrantes en el fondo de las
redes. El vecindario aseguraba así, a título gracioso, las necesidades del día
y hasta el abastecimiento del siguiente… Cuando el exceso de arrobas obtenidas
sobrepasaba la demanda del pescado fresco se procedía a su salazón. Era otro
cuadro lleno de actividad, y de luz y colorido.
La
población cumanesa vivía del mar, sobre todo la clase humilde. Las Charas, que
eran una despensa, aportaba en abundancia y baratura milagrosas las vituallas y
el combustible domésticos. Todo eso ocurría en la época del “País de Alicia”,
en la “Tierra de las Maravillas”. Cualquier familia llenaba los gastos diarios
de alimentación con unos modestos reales, según la cifra del equipo doméstico,
y sustanciosamente. Ese general pauperismo, pero a la vez bienaventurada
existencia, era en los ya lejanos tiempos A. P. Así como las simbólicas
iniciales A. C. suministran constancia de cuanto sucedió en el mundo antes de
la venida de Cristo, las otras dan testimonio de lo que ocurría económicamente
en Venezuela antes de la aparición del petróleo, cuando éste, escondido en las
profundidades del subsuelo, no repletaba el hoy insaciable Tesoro Gubernamental,
ni las cajas de los bancos, ni el haber de las empresas y negocios. Ni el
bolsillo de afortunados compatriotas… El negro aceite trasformó las arruinadas
aldeas en activos centros poblados, las atrasadas urbes coloniales en ciudades
modernas, y la antañona Capital en trepidante Metrópoli… La contrapartida de
tan sorprendente como opulenta mutación está en que ahora los venezolanos no
somos felices. Pero, en cambio, quizá nos encontramos en ruta de hacernos otra
vez dramáticamente pobres, todo por orientaciones petroleras puestas ahora en
vigencia que dañan nuestra economía y de las que se aprovechan competidores
extraños.
Pero
voy a regresar al tema de las playas cumanesas y al de los lances de pesca.
¿Por qué no se hace una película cinematográfica, en colores, que reproduzca la
perspectiva física, laboriosa y localmente pintoresca descrita más arriba?
Representaría magnífica propaganda, como atractivo turístico para el país. El
cumanés siente el mar tanto como su vecino el margariteño, convive con el mar,
tiene apasionado amor por el mar. Largos años antes la rada de El Salado
aparecía a diario repleta de veleros: goletas, balandras, faluchos, trespuños,
piraguas y otras pequeñas embarcaciones a canalete o remos. Se mantenía un
activo cabotaje y centenares de hombres se ganaban esforzadamente el sustento.
Esta evocación me trae a mencionar un terceto de marinos cumaneses cuyo
recuerdo está palpitante en mi memoria: uno era patrón de la balandra
guardacostas de la Aduana porteña; otro, mezcla de marino y comerciante
arayero, propietario de un “trespuños”; el último, timonel de un “falucho”
caigüireño. Había que disfrutar de ellos a bordo, oír su charla sentenciosa e
intencionada, calibrar su íntimo personal concepto de las cosas. Estaban
impregnados no solamente del ambiente salobre del mar, sino de las
peculiaridades salinas del mar, cobrizados por el deslumbrante sol del
mar… ¡Oh manes neptunianos de Ignacio Gutiérrez,
de Pedro Rivero y Patricio Velásquez!
Rendir con cualquiera de los tres la corta travesía entre la rivera cumanesa
y Araya, Marigüitar, San Antonio, El Muelle, Chiguana, el Golfo de Santa Fe o
llegarse hasta Las Caracas, era para mí algo verdaderamente inolvidable… En la
más grande de las isletas nombradas reinaba Cenobio Castelín, un margariteño de
recia talla que había formado allí numerosas “chiveras”. Vivía en permanente
riña con los pescadores que arribaban a su feudo explicaba: “Lo de la pesca es
un pretexto para robarme chivos. Alegan que pueden arranchar aquí porque la
orilla del mar es “libertina” … “(Quería decir “libre”.)
Me
alejo de esa radiante perspectiva marinera, tan llena de sal y de sol, rumorosa
de los salobres brisotes de la lejanía, para trasladarme con el pensamiento a
Las Charas. Partiendo por la melancólica vereda de la añoranza me encuentro con
Pedro Ortiz Espín, mi compadre, gran caballero rural de rancias prosapias
españolas, modesto propietario de predios ralos y viviendas humildes,
comerciante al por menor, consejero infalible por su propia autoridad y la
unánime concedida por los dispersos grupos sabaneros de Camino Nuevo, Boca de
la Sabana, los Cautaros, Ortiz y Pantanillo. Tenía talento y carácter, y lo
acataban todos por su gentileza, generosidad y bonachonería; lo quise y me
quiso. Continuando adelante hallo a Pedro Guzmán, siempre pulido, entusiasta
aficionado a los gallos de pelea; al sutil patriarca Gabriel Espín, anciano
sapiente y experto en cuestiones de terrazgos y terrateniencias, como él
acuciosamente distinguía; a Juan Carbajal, el amo del fundo lindante con el
manzanereño histórico Puerto de La Madera, en la misma margen santineseña; y
siguiendo largo río arriba, por la misma vía, topo con Manuel Abreu, señor de
Los Ipures, predio entre agrícola y ganadero, agricultor en el campo, vaquero
frente al establo y comerciante en la ciudad… ¿A qué rara condición,
concentrada en inmensa dosis en su persona, se debía que dispusiese de la
general simpatía que le rodeaba?
Para
clausurar ese desfile de individualidades y de fincas rústicas dispersas en la
extensión campesina abarcada, he de nombrar a Sabino Mota, el “Indio Sabino”,
como le aludían. Mesti8zo fino y de gran labia en cuya sicología entraban
conquistadores y conquistados, tenía por su vivaz inteligencia más de los primeros,
pero en sus complejas honduras criollas buen porcentaje de los otros. Trabajaba
a su manera y modo, con irregularidad, y holgando… No existía en toda la
porción cumanesa aludida “mesa de monte” que no conociera, cubilete que no
hubiese manoseado, ni lance de barajas que no dominara. Pese a esa
multiplicidad de conocimientos generalmente salía trasquilado. “Es que tienes mala suerte…” le opinó alguien
de su intimidad en cierta ocasión. “No… Es que hay gente que sabe más que yo…”
fue la filosófica respuesta. Era holgazán, andariego y conformista. En mucho un
genuino personaje de la picaresca española. El problema de alimentación,
vestimenta y vivienda lo tenía resuelto en las dos charas de la familia
Badaracco.
Pero
antes de dirigirme a la opuesta orilla del Manzanares, la de Altagracia, voy a
despedirme de Juan Velázquez, mayordomo de mi Chara y de mi compadre, al que
nunca olvido por su adhesión, honradez, hombría y laboriosidad, para regresar
rumbo a El Zanjón, a la bajada del Cerro de la Línea, punto extremo del barrio
sanfrancisqueño. Allí tropiezo con “Pané”, simpática personalidad retaca,
atrayente y dinámica, tratante de ganados, quien surtía de carne a las “pesas”
de la ciudad. Cuando mensualmente, llegaba de los llanos maturineses, hacía su
entrada por el aledaño mencionado, aparecía a caballo, convoyado por un estado
mayor de peones conductores, aludo “pelodeguama” en la cabeza, revólver al
cinto y largo foete en mano… Su nombre Bartolomé Inserni. Era algo
positivamente espectacular. ¡El clamor unánime que, partiendo de todas las
bocas, saludaba su arribo, lo rodeaba acompañándolo más allá de la Plaza
Ribero, “! ¡Llegó Pené!”, gritaban cuantos hacían presencia en la calle o
refrescaban del calor a la puerta de sus casas. ¡La muchachada aclamadora lo
circundaba y precedía asistiendo a ese maravilloso desfile, espectáculo que no
habría cambiado por la mejor función de Circo… “! ¡Llegó Pené!”, y la algarada
epónima seguía retumbando hasta que desaparecían, rumbo al matadero,
caballistas y animales tragados por la polvareda calichosa de la calle…
Hay
en aquel remoto ambiente cumanés otra personalidad que por lo que ahondó en mi
afecto la llevo impresa en todo lo fraterno de mi sensibilidad: Ezequiel
Freytes, compañero de correerías campestres, camarada insustituible de
expediciones cinegéticas, asociado insoslayable en aventuras extramuros… Pocos
talentos prácticos ni tan ingeniosos como el suyo. Fino, más bien alto
sutilísimo y ágil; morenizado como estaba por el tremendo sol de la intemperie
cumanesa, parecía un árabe. Estaba dotado de inmensa vocación para las artes
mecánicas. No había en Cumaná máquina de coser, molino de triturar maíz o café,
ni lámpara o aparato deficiente que no le encomendasen su reparación. Mi madre
le tenía, por su hermandad conmigo, gran simpatía. Con una vara de tubo de media pulgada, cierto
resorte que él mismo fabricaba y una culata de madera que igualmente salía
flamante de sus hábiles manos, construía algo muy parecido a un fusil que
denominaba “mausin”. De que el artefacto llenaba a cabalidad su misión lo
testificaban los conejos, pollos, gallinas y chivos descarriados que le
ofrecían blanco a estratégica y clandestina distancia… Siempre contaba con la
casa fresca en su vivienda, allá en la calle de La Ermita. Es decir, siempre
disponía de cuartos de chivo que clasificaba como “venado”, de “patos de laguna
bordoneros” que fueron incautos plumíferos de corral sorprendidos lejos de
alojamientos más o menos domésticos. Pero, si nos ateníamos a las contundentes
exhibiciones de pieles y plumas que el cazador mostraba con gesto displicente,
todas esas piezas eran genuinas…
Sonriente, cordial y risueño, ágil de imaginación, con voluntad siempre
dispuesta, Ezequiel Freites estaba también siempre presto a hacer un servicio,
a ser útil. Entre los dos mediaba una camaradería de esas que solo se cancelan
con la muerte.
Tenía
en el oficio un competidor, “Chuvina”, popularísimo herrero y mecánico,
veterano en acomodo de ruedas desvencijadas y de engranajes retorcidos, de
quien el verdadero nombre nadie supo jamás. Hay que agregar a Cruz Chirino,
filósofo y barbero, cuyos intencionados dichos rodaban por toda la ciudad.
Había en Cumaná otra individualidad local que vive perdurablemente en mi
memoria: Corderito. Se llamaba Pedro Cordero y fue ayudante del general Coraspe
cuando la contienda federalista. Para la época en que lo traigo a cuenta era el
único y exclusivo repartir de prensa que actuaba en la urbe. Unía a esa
callejera actividad la de “santiguador”. Ninguno como él para diagnosticar,
tratar y curar un caso de “mal de ojo”. Al
recordarlo me traslado con el pensamiento a mi imprenta y mi periódico, y veo a
Astudillo, a Fortunato y a Jesús Parejo, a Antonio Sánchez y a Chelo, Jesús
Viaje, Salvador Hernández y Julio Cova, a Francisco Mendoza Fernández y a mi
hermano Julio, estos dos componentes honorarios del taller. Y viene a la mente otra figura, del elemento
popular, Juan Valdivié, trombón de la Banda del Estado, cuyos crudos chistes
resonaban por todas las esquinas. Honorable y singular personaje era el “viejo”
Noya, como lo designaban, de limpio abolengo cumanés. Era alto, seco,
silencioso, gentil y de buen decir. Iba permanentemente trajeado con largo
paltolevita de dril grisáceo, curioso caso único de vestimenta masculina que yo
conozca… Y estaba Pedro Fidel Blanco, armero y mecánico, experto en arreglos y
montajes de cumanacueros trapiches, de vivo ingenio, tercio de arrestos,
laborioso, manirroto y trasnochador, suave en el ademán, entre serio y
sonriente.
Del lado
de Altagracia, como del santinesero, en los fondos rústicos repartidos en ambas
márgenes fluviales de la Cumaná de entonces, abundaban personalidades
originalísimas. He de citar algunas. Por ejemplo, Basilio Noriega, inapelable
en asuntos de mulas, vacas, caballos y pollinos enfermos. Se molestaba
agriamente cuando le decían “veterinario”. Debía decirle “albéitar” … aseguraba
con énfasis que el otro término era deprimente…el que prefería era “científico”,
según explicaba, “porque él sabía en su profesión tanto como el doctor Urosa en
la suya” … La identidad que establecía el léxico entre ambas denominaciones no
lograba convencerlo.
Figura
interesante en otros aspectos era Jesús Marruffo… Honrado, hermético,
agradecido, bastante huraño, y sujeto peligroso. En cierta ocasión él solo se
las tuvo tiesas, a tiro limpio de revólver, contra cinco policías portadores de
“recortados”. El torneo detonante se desarrolló en cercanías gracitanas del
puente. Resultó con cuatro heridas de bala. De los contrarios hubo tres
muertos. Ya había sido actor en anteriores dramáticos lances. Tenía buen
plantaje, nunca fue mezquino. Cuando el suceso que cito era Presidente del
Estado el Dr. José Jesús Gabaldón. El Tribunal, en el desarrollo del juicio,
apreció que todo había sido en defensa propia, lo que apoyaban declaraciones de
testigos, y apenas le resultaron unos meses de prisión. El nombrado gobernante
comentó que, estando años atrás preso en el Castillo de Puerto Cabello, por
cuestiones políticas, Marruffo que actuaba como vigilante en el presidio, lo
atendió siempre con respeto y devoción espontáneos. Tercios de más o menos
parecida calibración fueron Pedro Franco y Conchocotetón. Formaron siempre en
el Cuerpo Policial de la ciudad. Al primero no le placía que lo mencionasen por
su nombre completo, sino diciéndole “Negro Franco”. Efectivamente, lo era… Sus
procederes iban de acuerdo con su apellido. Había alguien más, perteneciente al
mismo inquietante Club: Domingo Prada, espontáneo, atento y decidido con sus
amistades, pero ruidoso y pendenciero, tipo de cuidado, dispuesto siempre a la
jarana. Otro factor “sui géneris”, pero pacífico y conciliador, era Isidro
Cedeño, caique vitalicio de los vecinos de Mochima…
A
esa Cumaná disímil en los perfiles físicos, pero uniformé en basamentos
espirituales, pretendí reproducirla en “Mollejón”. Así intitulé un folletín que
semanalmente aparecía en “Satiricón”, periódico que por su índole disfrutaba de
pocas simpatías urbanas. Bajo alusiones y nombres convencionales describía en
el relato novelado a la “Primogénita” tal cual yo la veía, la sentía y la
intuía, todo con esa antidiplomática actitud juvenil que llama las cosas por su
genuina denominación. Las figuras se
movían en ambiente legítimo, autónomamente propio, con sinceridad… La
estructura anímica y física de ellos era exhibida con franqueza, pero sin mala
intención. Los nombres bajo los cuales figuraban eran confeccionados a base del
auténtico, de la actividad personal respectiva o de la representación social
que los sellaba o que asumían. Todos estaban enterados en Cumaná de quienes
eran “Pepe España”, el “Doctor Miércoli”, “Poncorbo”, “Marllado”, “Marco Polo”,
“El Cónsul Alemán”, “Salomón Cordero”, y otros más. Mayor parrafada sería
menester para explicar y poner en su sitio real el asunto y los actores.
Lo
único cierto es que, si bien el papel en sí no gozaba de cordial acogida, en
cambio, por el travieso novelín, era diligentemente solicitado. Amigos
cumaneses podrían facilitar noticias concretas al respeto. Pero todo abortó.
Suspendí el semanario y por lo tanto quedó en suspenso el folletín. Lo escribía
a medida que era publicado. Pensé concluirlo más adelante y editarlo en forma.
Pasó el tiempo y ocurrieron en mi existencia cambios súbitos que malograron el proyecto.
Más tarde lo abría llevado a término, pero la única colección del periódico que
poseía la perdí debido a causas que jamás pude prever, por lo cual quedé sin
los originales impresos. “Marco Polo”
puede relatar la especie. Humberto Guevara y José Antonio Cova estaban
igualmente penetrados del asunto. La tesis que pretendía desarrollar era que la
Parroquia desgastaba la voluntad de acción y detenía las aspiraciones de la
juventud. De allí el título “El Mollejón” era el terruño natal. Yo estaba
equivocado. El elemento desgastador era la general pobreza ambiente, igual en
la Cumaná de entonces como en las otras ciudades interioranas de la Venezuela
A. P. Por lo demás, no creo que la
bibliografía venezolana haya resultado perjudicada por una novela menos, que a
lo mejor habría sido tan fatigante como la mayoría de las que archiva…
En
los aledaños gracitanos y en su zona charera abundaban, tanto como en la
opuesta, genuinos apellidos procedentes del coloniaje: Manosalva, Castañeda,
Fajardo, Golindano, Veitía, Avis, Galantón, Subero, Gómez, Serrano, García,
Serpa, Fariñas, Seittiffe, Guerra, Molinet, Peinado, Godeliet, Castillo, Fuscó,
Rausseo, Cabello, Núñez, Brito, Fuentes, Oyoque, Freytes, Salmerón, Ruiz,
Chópite, Velásquez, Benítez, Millán, Salazar, Mago, Martínez, Coronado,
Esparragoza, Cumana, Pérez, López, Brito, Mata, Rojas, Padilla, Navarro,
Martín, Espinoza, Mejía, Ramírez, Márquez, Rondón…Formaban prolongadas
dinastías de varones de ojo rápido y mano presta, brazo largo y ánimo siempre
dispuesto, que no reconocían fronteras para el apóstrofe ni guardaba reservas para la acometida. Todas
esas respetables características, semejantes briosas condiciones, emanaban, por
legítima línea recta de ascendencia, de los hombres que realizaron la fundación
cumanesa, procedían de la Madre Patria, venían de orígenes españolísimos. Sobra
comentar la gracia ingénita que derrochaban unos y otros representantes de
ambas aceras humanas, hombres y mujeres, su charla cálida, su gesticulación
expresiva, el aquilatado señorío que, sin proponérselo, porque era don íntimo,
gastaban en sus maneras y en su trato. Por
esas virtudes varoniles, tal espíritu aventurero y vocación al hecho consumado,
Cumaná dio tantos valores para la independencia como los produjo después para
la Federación y cuantas contumelias armadas estallaron en la República.
El
oriental, sobre todo el cumanés y el margariteño, no place de las actitudes
castrenses, porque su inquietud, su sicología autónoma, su carácter
independiente, no encajan en la vida de cuartel. Pero es innatamente intrépido:
lo atrae el campamento y disfruta en la pelea. No es disciplinado, pero es
resuelto. Así, íntegramente española, imaginativa y católica, en su estructura
moral, fue la Cumaná de los fundadores; tal la de los bisabuelos coloniales;
idéntica la de los antepasados insurgentes y la de los padres republicanos. Esa
misma Cumaná españolísima fue la nuestra. Y es que, en toda la extensión
continental hispanoamericana, en la inmensa porción de tierra firme que se
despliega, bañada por dos océanos, desde Méjico hasta Argentina, no olvidando
la Cuba insular de José Martí, ni el pedazo hispano de la antigua “española”,
cuanto hay en ella, cuanto vale por el espíritu, el intelecto o el esfuerzo, es
única y exclusivamente español, viene de España. Lo demás, lo deformado, lo
inconcluso, lo disperso y lo anónimo, fue aportado por otros.
En
dinámica y en devoción pobladora venezolana, Cumaná, como Barinas, fue una de
las matrices más fecundas de la nacionalidad.
No parece, sino que en ese aspecto social Cumaná se impuso una misión
expansiva y prolífica. Ella multiplica los Sucre, Centeno, Grau, Bermúdez,
Otero, Alcalá, Vetancourt, Vigas, Rojas, Carranza, Rivero, Guerra, Espín,
Ortiz, Salaverría, Llamozas, Level, Lairet, Mayz, Manterola, Bruzual, Isava,
Urbaneja, Beuperthuy, Berrizbeitia, Himiob.
Primero, por facilidad de cercanía, en Barcelona, Carúpano, Rio Caribe,
y Margarita; después, en Caracas, Ciudad Bolívar, Valencia, y Puerto Cabello;
más tarde en Barquisimeto. En cumplimiento de esa generosa consigna fue la
Cumaná que heredó de la España materna, junto con el sentido democrático, el
sentido humano-equitativo de la vida: señorial pero igualitaria; jerárquica,
pero indiscriminatoria; asentada en la tradición, pero conquistadora de
horizontes nuevos. Como el español el igualitarismo criollo lo era de superación
y ascenso. Llevó al de abajo a lo alto, abriendo caminos y ancho campo al
esfuerzo varonil, a los valores éticos y al mérito intelectual. Por eso, ni
envidioso ni resentido, no atrapó al de arriba para estrellarlo contra el suelo
dándole la igualdad estéril de la impotencia y de la mengua.
`
La influencia que determinaron esas arraigadas tipicidades, tal sello
individualista en los de arriba como en los del medio y los de abajo, dio a
Cumaná fisonomía exclusiva y propia. Fue indeclinable título suyo en la
Colonia, como en el alborear de la Patria, y luego consolidada la República.
Tales peculiaridades engendraron un clima espiritual penetrante e intenso,
ininterrumpidamente atractivo. Ya bastante crecido preguntaba a mi padre porque
él, quien se educó y cursó estudios superiores en Bruselas, y despues, ya
doctorado, viajó buen número de años por ciudades europeas gastándole largos
dineros a mi abuelo, el viejo David León, fue a dar a Cumaná, donde se casó y
residió algún tiempo. Tras referirme el motivo familiar que allá impensadamente
lo condujo, comentó que “no habría cambiado la tertulia nocturna de la casa de
Andrés Himiob por ninguno de los clubs que hubiese podido conocer en aquellos
países.” Agregó: “No hay duda de que en Europa se pasa muy bien la vida, sobre
todo disponiendo de dinero, pero en Cumaná se vivía deliciosamente.” Mi padre el Dr. Oscar León, poseedor de
sólida ilustración y extensos conocimientos en medicina y química, era un
políglota: además del idioma nativo, disponía de otros cuatro que hablaba y
escribía correctamente. Tenía amplia cultura clásica. Sin embargo, lo caló muy
hondo Cumaná. Por similares apegos se quedó allá el industrial francés Carlos
Boisselliere, quien acompañado de su esposa llegó en la última década del
pasado siglo. Vivieron en tierra cumanesa cinco extensos lustros, y allí
descansan. Por eso mismo el Dr. Antonio Minguet Letteron, carabobeño nativo de
Valencia, descendiente de bretones por la línea materna y paterna, médico e
ingeniero, agrónomo y elemento de nutrido arsenal científico, sabio cabal,
hombre de enorme talento práctico, fue a dar a Cumaná, fundó familia, quedose
por cincuenta años y en su suelo está enterrado. Igual influjo penetrante
ejerció en Octavio Rafael Nery, zuliano, a quien vimos desembarcar libre y
rebosante de juventud. Se fue quedando, levantó hogar y cuando a remoto tiempo
se ausentó se llevaba, junto con hondas melancolías, una crecida prole. Quizá también por todo eso Marco Aurelio
Rodríguez Torrealba, otro de mis hermanos espirituales, llanero descendiente de
rancias progenies calaboceñas, venezolano neto y contumaz viajero
internacional, fluido escritor y periodista de temple, me ha declarado que nada
le haría tan feliz como vivir en Cumaná, donde radicó tiempo atrás y le
nacieron hijos.
La
Cumaná que unos y otros conocieron y amaron fue moldeada espiritualmente por
los Alcalá, Sucre, Capdeviela, Mayz, Vigas, Márquez, Pérez, Vallenilla, Guerra,
Pesquera; la misma de los Isava, Ruiz, Peñalver, Moreno, Barceló, Serra,
Marcano, Oleta, Benítez, Bermúdez; la que fue igualmente de los Carabaño,
Rojas, Lara, y De la Cova; la de los Centeno, Rubio, Aristeguieta, Carrera,
Montané, Coronado, Bocanegra, Avendaño, los Carranza, los Mora, y los Sánchez…
En fin, la forjada por antiquísimos abolengos católicos españoles de
magistrados y guerreros, de artistas, y escritores, de sacerdotes y
profesionales, de navegantes y agricultores, de comerciantes y ganaderos, de
artesanos y menestrales, de funcionarios y aventureros que ratificaron sus
convicciones, íntimas cuando estalló el movimiento independentista. Unos se
echaron del lado de la Patria naciente, enrolándose en las huestes
republicanas; otros permanecieron en el campo del Rey y del absolutismo... Pero
triunfante la República, libre ya Venezuela, logrado el deslinde político definitivo
entre la Madre Patria y América realistas vencidos y antibolivarianos ingratos
se afiliaron al bando conservador, mientras los demás, republicanos fervientes
y liberales por lógico enfrentamiento de aspiraciones y principios,
constituyéronse en fila opuesta. Mas Todos, unos y otros, continuaron cada
quien a su leal saber y entender, la misma ordenación integracionista y cohesionada,
pero autónoma en su honda raíz municipal, tradición heredada de la España de
las libertades civiles y de los fueros populares, de la España inmortal que
plantó en América un semillero de naciones…
La
decisiva influencia de esos diversos pero afirmativos componentes, trasmitida
con rectilínea lealtad y convicción católica a sus sucesores, tuvo eficaces
artífices en el dominio religioso. Si la Cumaná colonial engendró un Arcediano
Alcalá, un Padre Botino, un cura Quintero; cuando la Patria dispuso de un
Canónigo Centeno Mejía; avanzada la República dio un Padre Padilla, un padre
Ramos Martínez, un cura Mendoza, un presbítero Martiarena y un padre
Castillejos, el popular párroco de Altagracia. Había alcanzado a Coronel en las
filas federales, y era primo hermano carnal del General Milá de La Roca.
Repentinamente desapareció del escenario público en llena y abierta lucha
federal y no se hubo ninguna noticia suya. A doce largos años de todo eso
reapareció imprevistamente en Cumaná, avejentado y convertido en sacerdote.
Llegaba de la antigua Angostura, en cuyo Seminario había recibido las sagradas
órdenes. Se contaba que, vejado brutalmente por un superior, lo derribó de
mortal balazo. Los fueros morales estaban de su parte, pero no los militares.
Huyó del campamento, no se supo noticias de su paradero y fue a dar al refugio
religioso. Era hombre de vertical dignidad, sereno y sencillo, de conversación
amena, caritativo y modesto, muy independiente. En esas resaltantes condiciones
se asentaba el inmenso prestigio parroquial y la fervorosa unánime popularidad
de que gozaba en Cumaná. Se le reconoció siempre un valor personal a toda
prueba. En cierta ocasión, cuando la revuelta intestina conocida con el nombre
de “La Libertadora”, bastante anciano ya, inmediatamente despues de un
prolongado tiroteo librado en la ciudad, echóse a la calle. Se requería de
urgencia para suministrar los últimos auxilios rituales a varios heridos
moribundos. ¡Llegando al sitio Astillejos cierto oficial gobiernista intentó
machetear a uno de los prisioneros contrarios, que estaba desangrándose…”! ¡No
sea cobarde!” le apostrofó el cura, manoteándole en la cara...
Existe
una referencia histórica altamente valiosa para el conocimiento de la Cumaná de
los últimos tiempos de la Colonia, ya en los días de la lucha emancipadora.
Procede del capitán español Rafael Sevilla, oficial del Ejército comandando por
el General Pablo Morillo. Dice así: “Cumana 11 de mayo (año 1818) desembarcamos
sin novedad en la ciudad, atravesando alborozados el pintoresco arenal que hay
entre la playa y la población. Me alojé en la casa de una familia del país, de
apellido Otero. Esta ciudad es pequeña, pero hermosa y abundante de
bastimentos. Sus calles rectas, situadas al pie del cerro en que está el Castillo,
son anchas y espaciosas. Un cristalino río divide la población en dos partes,
brindando a la mayoría de aquellos habitantes magníficos baños en los patios
mismos de sus casas. Así que no hay familia que no se bañe tres veces al día.
Magníficas huertas ofrecen su eterno verdor a las orillas del río, desde cuyo
puente principal se abarca un paisaje alegre y pintoresco a la vez. El pescado,
tanto el de mar como el de río, es allí sabroso y abundante. La población se compone de blancos y de indios
de por mitad, siendo pocos los individuos de color que allí viven. Las mujeres
son numerosas, blancas como el alabastro, de pelo y ojos de ébano y
agraciadísimas por demás. Con razón las llaman las andaluzas de América”.
Una
de ellas debió subyugar totalmente al entusiasta militar, tanto, que hasta dejó
allá una hija, a la que despues reconoció, se llamó María Jesús Sevilla. Estuvo
muy relacionada con distinguidas familias vecinas de Santa Inés.
El
fragmento copiado aparece en el libro “Memorias de un Oficial Español”. Su
autor es el mencionado Capitán. Fueron publicadas por primera vez en Puerto
Rico, en 1877, donde aquel residía entonces, con un cargo militar. Muchos años
luego la reeditó en 1916 la “Editorial América” en Madrid, con prólogo del
ilustre escritor venezolano Don Rufino Blanco Fombona, quien para ese entonces
dirigía las publicaciones de la “Bibliotecas Ayacucho”. La familia Otero
aludida era la de Juan José Otero Guerra, casado con Estefanía Alcalá Márquez,
padre de numerosa prole integrada por representantes de los dos sexos. Era hijo
de don Juan de Otero, natural de Galicia arribado a Cumaná en 1790, donde luego
contrajo matrimonio con Luisa Antonia Guerra. Fue el segundo de su apellido
llegado a Cumaná y a Venezuela, y el solo que dejó descendencia. La casa en
cuestión quedaba en la “Calle Larga”, ahora calle Sucre, en Santa Inés,
barriada de Chiclana, frente a la “Plaza de Santo Domingo”, hoy Plaza Pichincha.
Resultó muy maltrecha por el terremoto de 1853. Le cupo en herencia a Petronila
Otero Alcalá de Madriz, de la que pasó a uno de sus hijos, Ramón Madriz Otero,
quien la reconstruyó. Actualmente es de la propiedad de la sucesión de este.
Sufrió algunos deterioros en el terremoto de 1929. Había sido edificada por el
precitado Juan de Otero, y era vivienda solariega de la familia. Dicho inmueble
representa uno de los recuerdos más vivos de todo el tiempo que me discurrió en
la Primogénita de donde salí en 1922. Los
datos pertinentes al fundador de la interminable tribu Otero en Venezuela aparecen
en el “Consectario de la ciudad de Cumaná” publicado por Don Pedro Elías
Marcano, otro insigne cumanés cuya probidad ciudadana y reconocida hombría de
bien acreditan honrosamente su memoria.
Su sola pasión eran los libros viejos y archivos parroquiales, la
lectura y manoseo de los polvorientos infolios de las sacristías y los legajos
del Registro Público.
Cumaná
se llevó gran parte de mi niñez y regular porción de mi juventud. Viví,
trabajé, luché y prosperé en ella. Fui dueño de una imprenta y un órgano
periodístico, tercero de los que allá intenté. Después me casé. Adquirí una
chara, donde construí vivienda. Mi existencia discurría entre el recinto
doméstico, el taller tipográfico y el predio rural, y en frecuentes ausencias
al interior del Estado y a los tres vecinos: Monagas, Anzoátegui y Nueva
Esparta. Todas esas excursiones las rendí a caballo; muchas veces, en
prolongados trechos, a pie, repetidamente por sitios boscosos, por sabanas y
serranías; algunas oportunidades pernoctando en parajes desiertos, otras
ocasiones en poblados mínimos. Siempre llevaba de acompañantes a dos muchachos
cumaneses muy adictos a mi persona, familiares de operarios que trabajaban en
mi imprenta, En otras iguales urgencias las expediciones se efectuaban por la
costa marítima en embarcaciones de remos, a la sirga o utilizando barcos de
vela. En la mayoría de esas recorridas tuve por acompañante a los ingenieros
Milá de la Roca, Urosa, Minguet Leteron, Rusián o al agrimensor Salaya. Realice
en esa forma, personalmente, desde los límites maturineses a la costa pariana,
frente a la extranjera isla de Trinidad, y desde la línea divisoria de las
tierras barcelonesas hasta la enorme extensión donde se encuentra el intrincado
laberinto fluvial de Los Caños, la geografía de esa maravillosa perspectiva
oriental de la que son milagros de la
naturaleza la sierra de Turimiquire, los golfos de Santa Fe y de Cariaco, el de
Paria, las Salinas de Araya, las minas
de asfalto de Guanoco, los azufrales de Carúpano, el selvático río San Juan…
En
las insalubres y lodosas márgenes de este, Don León Santelli, esforzado hijo de
Córcega y gran señor en todo, levantó un importante emporio cacahuero. Era
hombre de recia voluntad creadora, y trabajando férreamente durante largos años
hizo surgir una floreciente unidad económica en aquella desolada región
desierta, azotada por la malaria y carente de cualquier humano recurso.
Construyó viviendas, higiénicamente protegidas, para el numeroso personal;
fabricó oficinas y enormes secaderos y depósitos, para la manipulación del
fruto. Venció la tremenda naturaleza del medio y creó riqueza colectiva. Era un
“pionero” heroico. Sus hijos lo secundaron en la admirable realización. Fui
allí varias veces su huésped, al igual que los ingenieros ya nombrados. Otro
varón de empeño fue Félix Senón León, de Margarita, quien se cambió de marino
en agricultor, En “Parare”, en la misma zona cañera, plantó extensas
fundaciones de cacao. También fui huésped suyo. Al hacer memoria de aquella
época me es inmensamente grato traer a esta sus nombres junto con el fecundo
ejemplo que proporcionaron y la recia obra que erigieron. D e ella no queda
actualmente nada …
Todos
los centros poblados sucrenses los conocí en permanencia de días y semanas, y
repetidamente. Pude admirar así los feraces suelos de Cariaco, el antiguo San
Felipe de Austria de la Colonia, antes rico emporio algodonero, poblado de
numerosos cocales, de predios cacahueros, de fundaciones de caña y de plantíos de
bananos. Uno de los propietarios agrícolas más progresista cariaqueños era
Félix Mata. Dos más, Carmelo Vásquez e Isidoro Rodríguez, con fundo en Casanay
y Tierra Hueca…Acaso no haya en Venezuela terrenos más fecundamente aptos para
la creación de grandes empresas pecuarias y agrícolas. Cariaco es opulento. Con
igual interés y diligencia observadora recorrí leguas de sabana anzoatigueñas y
monagueras, y visité los sedientos campos, tan dura y esforzadamente trabajados,
y las zonas perlíferas de Margarita. De allí mi personal conocimiento de
numerosas porciones territoriales de la República, del país de tierra adentro…
He
de agregarte que, en Maracaibo, donde residí un tiempo, bachilleré en el
colegio “Venezuela” del honorable pedagogo zuliano Don Francisco Esparza. Por
todo eso siento y comprendo íntimamente a Venezuela, la sicología criolla, las
modalidades nacionales. La población venezolana es bastante laboriosa, pero los
margariteños y los tachirenses son los más consagrados al trabajo. Como puedes
ver, querido Don Mauro, desde muy joven llevé a efectividad el admirable
proverbio árabe: “tener un hijo, escribir un libro y sembrar un árbol…” Tengo
hijos, produje libros y he plantado árboles. Deseo fervorosamente que los
primeros transiten siempre por caminos de rectitud; que los otros logren
alojamiento en bibliotecas cordiales; y que los últimos ofrezcan sombra
protectora a personas de mi cariño.
La
muerte de Mercedes Mendoza, mi mujer, en 1922, liquidó en mi hogar toda esa
movida y variada existencia. Hube de salir de Cumaná y de la parte oriental de
Venezuela para venirme a Caracas con mis hijos. De inmediato entré a formar en
“El Universal” como jefe de redacción. Podría decir que fue la calificada
universidad periodística donde me doctoré…
Ya en la provincia
había cursado el correspondiente bachillerato práctico…Por todas esas
circunstancias hube de desprenderme de cuanto con mi iniciativa, labor y
esfuerzo había fundado en el terruño natal. He vuelto allá en contadas
oportunidades: nuevas vinculaciones, frecuentes permanencias y viajes al exterior,
visitas y estadas en Guayana y en los principales centros del país, algunas
demoradas, propósitos y empeños me fijaron en la capital der la República,
donde fundé un diario en 1927. Me deshice de éste en 1957: se llevó treinta
años de mi vida, y ya, como lo dije hace tiempo, tiene hecha su biografía.
Tales
han sido las complejas causas de estar ausente de Cumaná. Pero siempre he
mantenido corazón y pensamiento puestos en ella. Es mía la letra del Himno del
Estado Sucre. Quise expresar en esa ocasión todo mi vibrante y hondo fervor por
el suelo en que nací… “El dorado esplendor de tus playas / es promesa de pan
laborioso/ como lo es tu pasado glorioso/ de un futuro de pródigo bien/ La más
bella porción del Oriente/ en fronteras cordiales encierras/ y es silvestre en
tus próvidas tierras/ el prestigio marcial del laurel…” En un poema, “Loa a
Cumaná”, comento: Tus arduas llanuras se extienden silentes en donde / de tu
prole fecunda se ensanche el grávido hogar/ en ellas de un mañana pujante se
esconde/ el campo vastísimo adonde los otros vendrán… Y en un artículo
publicado en el primer aniversario de la catástrofe sísmica de 1929, ratifico:
“…Como aquellos que habitan las convulsionadas regiones del Vesubio, a los
cuales la calcinadora lava del volcán ha arrasado mil veces hogares y
sementeras, otras mil veces levantados, sin logar destruir en su corazón el profundo amor al solar
nativo, así los cumaneses, por el imperecedero sentimiento filial que tienen
para la ciudad donde nacieron, se arraigan con pasión inexorable al suelo natal
resignados al histórico flagelo de sus terremotos, y vinculados hondamente al
pasado erigen de nuevo sus muros descuajados, dejando su perseverancia como
ejemplo a los cumaneses del mañana que igualmente los volverán a levantar… Los
que conocen el fuerte individualismo cumanés, su imperturbable espíritu
estoico, saben que esa resolución no es conformismo fatalista, ni tampoco, en
pueblo de corazón tan bien templado, el rendimiento de la desesperación. Es,
sí, la ratificación perenne que alienta en el alma cumanesa hacia el pasado; el
lazo férreo de la tradición; el reverente culto a los antecesores hecho anhelo
ferviente de no desmerecer de ellos ante el fallo severo de los cumaneses que
vendrán…”
Cumaná
sigue siempre en mí. Ha continuado permanentemente en cada giro de mi cerebro,
en cada latido9 de mi corazón. Pero, por acaeceres y andanzas, debido a
encadenamientos de situaciones y trajines, he estado lejos de ella, mas sólo
materialmente, de presencia, porque por la fidelidad del recuerdo y la
constancia del sentimiento filial, afectivamente, Cumaná prosigue en mí tanto
como yo en ella. Hay allá en el viejo cementerio de Santa Inés, dos tumbas en
las cuales yacen enterrados inolvidables jalones de mi vida: una es la de Dolores
Madriz Otero; la otra es la de Carolina Mendoza Fernández. ¿Qué subsiste de
aquella Cumaná sencilla y generosa, gentil y abnegada, tradicionalista y
señorial, que fue la nuestra? Continúan inmutable la perspectiva fulgurante del
Golfo; la argentada visión del Manzanares; el esmeraldino paisaje de las
charas; la ardiente extensión de las sabanas arenientas castigadas por el sol,
ahora recortada por el avance urbanista. Pero, ¿Qué resta, ¿qué prosigue, ¿qué
perdura, de la ciudad de antes?
Para
los cumaneses de entones, para ti y para mí, querido Don Mauro, esa Cumaná
continúa intacta tan solo en el recuerdo. Abarcada por la mente, manifiesta en
cada palpitación de la sangre, invariable en nuestro reino interior, oculta en
los repliegues del alma, viva en el ritmo potente de la tradición. A esa Cumaná
la reconstruye solamente tal cual era la fidelidad de nuestro pensamiento, la
vibración de nuestro espíritu, las percepciones de nuestra añoranza…
Desvanecida físicamente para siempre, desfigurada por las mutaciones ocurridas,
las miradas la buscan sin poder encontrarla… Y es que, pese a la reciedumbre de
nuestro amor por ella, hallamos que no sólo desapareció en el sugestivo aspecto
antañón que físicamente la constituía y la encuadraba, sino que, al evocarla
tal cual era y como fue en otros planos inmateriales, algo lacerantemente
íntimo, preñado de nostalgias, sube a los ojos velándolos con la intensidad de
una emoción que bien puede ser llanto.
Mi
querido Don Mauro; te debo por tu sugerente artículo todo este disperso
desgranamiento de recuerdos cumaneses que su lectura ha revivido en mí. Tu
cariño generosamente, me atribuye dones de que carezco, y una hurañez que
reconozco. No hago la rectificación por falsa modestia, ni confiesa la tara con
arrepentimiento. Sabes de remota fecha que soy retraído, poco sociable,
autónomo y crudo, a veces hasta arbitrario… De semejantes condiciones
personales se origina que sea arisco. Nací introvertido. Hay que agregar a tal
actitud anímica la preocupación que mantiene en mí este desorbitado presente
venezolano cuya evidencia más dramática se advierte en Caracas. En tal declaración
encontrarás por qué, desde muy joven, en vez de transitar de preferencia por la
acera nuestra, tan egoísta y monótona, me aficioné a circular por la opuesta,
siempre tan atractiva… Como ando próximo a doblar la esquina última no cabe
tiempo para adoptar otros rumbos. Quizá a mi constitucional esquivez vaya
mezclada ahora alguna dosis de misantropía, En trabajo que produje
recientemente sobre Juan Bautista Della-Costa Soublette, el eximio prócer civil
guayanés, comento que en sus postreros días a causa de la desolación espiritual
que le proporcionaba el panorama político de entonces, “se había refugiado en
el silencio y la soledad, esos anticipos gemelos de la tumba…”Acaso sin proponérmelo, por motivos similares,
traducía yo una perspectiva íntima que me pertenece…
Paso
la mayor parte del tiempo entregado a la lectura de algunos buenos libros, y a
veces, a fin de no perder del todo la arraigada costumbre, acudo a la
mecanografía para exponer en el papel impresiones y exteriorizar conceptos. Es
un ejercicio de innegable higiene mental que hace olvidar, siquiera
momentáneamente, el cuadro venezolano vigente. Para escribir con acierto y
ventaja es imprescindible leer mucho, y, lo que es todavía más importante,
hacerlo en obras de rendimiento.
Practico todo es también como gimnasia personal, porque, como ya se ha
dicho de antiguo, “la función hace el órgano”, y así en todo el dominio físico;
lo que puede sintetizarse en esta fórmula: potencia cerebral= potencia
orgánica. Siempre me he sentido conquistado por la literatura biográfica:
detesto el “yo”, execro hablar en primera persona. Y resulta que, en la
presente ocasión, muy contra mi voluntad y norma, aparecen en esta
inconmensurable epístola, y repetidamente, detalles y comentarios
autobiográficos. Debido al tema, Don Mauro, porque se trata de Cumaná, de la
vieja Cumaná, que fue nuestra, y porque median los firmes vínculos que nos
atan, no he querido obviarlos. Por tales razones vas a excusarme. Te abrazo con
el fraternal afecto de siempre, cumanesamente, y ratificando como testificación
entrañable entre los dos el recuerdo de Emilio: hablar de Cumaná es traerlo a
cita…
Caracas
mayo de 1966
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