martes, 11 de octubre de 2016

CRÓNICAS DE CUMANÁ. TOMO I




Ñ
         
RAMÓN BADARACCO
                


CRÓNICAS DE CUMANÁ
PRIMER TOMO





CUMANÁ – 1995


               












Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma, Ramón Badaracco.
Cédula de Identidad No. 514083 -.
Prólogo: MARIO TORREALBA LOSSI
Copyright R. B.  2013

CRÓNICAS DE CUMANÁ
Tomo I

Primera edición 1995

Publicado en el Periódico PROVINCIA
De la ciudad de CUMANA - 1997
Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.

Cronista40@hotmail .com
Telf. 0293-4324683 – cel. 0416-8114374





A mis padres
Marco Tulio Badaracco Bermúdez
Y
Maria Providencia Rivero Morales








Pág. 3

No. 1.                       

                 P R Ó L O G O


            Ramón Badaracco – sin el Rivero, apellido materno y sin las otras añadiduras que se le quedaron enredadas en la pila bautismal-pone en nuestras manos este delicioso y variado conjunto de crónicas, que él titula - ¿acaso con alguna intención medio burlesca? Tierra de Frijoles, como si tratara de torcerle el rabo a cuantas profundas y serenísimas páginas se han escrito desde que el mundo es mundo, dentro de un género que, no obstante, su milenaria antigüedad, continúa siendo muy atractivo para los escritores que se ocupan tanto de la grande, como de la mediana o inadvertida historia. Como bien escribía el maestro Azorín, no existe ninguna belleza que pueda superar a la que se esconde por entre el microcosmos, también inadvertido, de las cosas pequeñas.

            La primogénita de Tierra Firme en donde Ramón Badaracco Rivero viese la primera luz en el año 1932, habría de pasar por las idénticas vicisitudes que les han acontecido a otras ciudades y pueblos tanto en Venezuela como del continente iberoamericano. Por más que hayan investigado los historiadores, jamás habrían de precisar la fecha exacta cuando ocurrieron ciertos doblamientos, pues, en el caso cumanagoto la resistencia de los aborígenes hizo que cada intento quedara frustrado. La tendencia de los indígenas siempre pugnó por defender la soberanía de su suelo. Igual de lo que aconteciera con Caracas y otras urbes del continente, los primeros años de existencia hubieron de transcurrir entre la incertidumbre que se mueve entre el ser y el no ser. Se trata como un forcejeo –pugilato- en donde el conquistador y el conquistado miden fuerzas. El primero para doblegar la voluntad del agredido y el segundo para repeler, con todas las maneras y modos posibles, los intentos de dominio del intruso.

II
Durante los albores de Cumaná –según cuenta el padre Las Casas- la penetración de la conquista hispánica hubo de lograrse mediante la parsimoniosa estrategia que pusieron en práctica los franciscanos y los dominicos. Estos, en vez de usar lanza y arcabuz, prefirieron la vía de la




persuasión que se logra mediante una nueva modalidad para concebir el universo que estaba más allá de aquellas almas tildadas de semi salvajes. Los curas y frailes llegados con el conquistador del siglo XVI se empeñaron en usar el lavado de cerebro, que les dio frutos óptimos. Todavía la iglesia esta empeñada en cristianizar a lo poco de cuanto queda de esas etnias tan elogiadas por Cristóbal Colón en sus cartas. Fueron pueblos dotados de todas las gracias concebidas por la voluntad del Supremo Creador.

            En una de las crónicas iniciales de su libro, Badaracco se muestra partidario de que Cumaná pudo haber nacido entre noviembre y diciembre de 1515 o enero y febrero de 1516. Ni más temprano ni más tarde. Por tales razones, se comprenderá cómo debieron transcurrir varios lustros para que el pendón castellano se aviniera con unas tribus que, aparentemente pacíficas, no pocas veces tuvieron que revelarse en contra del tratamiento esclavizante y despiadado de los indios, determinado por la explotación perlífera en Cubagua. Enrique Bernardo Núñez se refiere a vuelo de pájaro, en su tan celebrada novela insular, a aquellos oscuros tiempos cuando los nativos del lar cumanés sufrieron las embestidas y el inhumano tratamiento generado por la Colonia.

            Poco a poco, habría de producirse el mestizaje y cumaneses, carupaneros, riocariberos y demás habitantes de los golfos de Cariaco y de Paria se fueron integrando dentro de una multiplicidad de caracteres cuya figura estelar sería la de Antonio José de Sucre, el Gran Mariscal de Ayacucho, epónimo que es orgullo de toda la región. En alguna parte de las crónicas de Badaracco, éste se lamenta que tan eminente hijo regional esté solo como vivaqueando, sobre la cabalgadura heroica, mientras a su vera el Manzanares, cansado ya de largo viaje se apreste a juntar sus turbias aguas con el caribe mar, tal lo insinúa Diego Córdova en una inspirada glosa de juventud.

                                                        IV
Desde la crónica denominada “Tres de febrero de 1995”, hasta la última, en donde el autor elogia al héroe de Cumanacoa, general Jesús Barreto Ramírez, Badaracco Rivero alude a diversos tópicos que, aunque no tengan una cronología orgánica, se mantiene dentro de cierta forma estilística en la que predomina siempre el tono añorante. Este une al lector con las distintas generaciones sucrenses del pasado. En el libro, los magnos acontecimientos alternan con otros medianos y chicos y se podría, a través de ellos, asociar la




imagen de los ríos de Jorge Manrique, los que, al llegar al mar, todos son iguales como la vida que, al fin, concluye con la muerte.

            Si la técnica empleada para la narración se mueve en forma zigzagueante, Badaracco nunca echa de menos los modelos clásicos de contar, tal como lo hicieron los cronistas de Indias que Joaquín Gabaldón Márquez reúne en su Muestrario de Historiadores Coloniales de Venezuela. Estos desde Fray Pedro de Aguado y Fray Pedro Simón y pasando luego por las Páginas de Benzzoni y Francisco López de Gómara coinciden con Antonio Herrera y, además, están bastante cercanos a las Elegías de Varones Ilustres de Indias, de Juan de Castellanos. Las crónicas de Ramón, bien o mal llamadas Tierra de Frijoles utilizan –ya lo insinuábamos- el relato que la memoria colectiva viene trasvasando de generación en generación. Para trazar la imagen de la Cumaná de los últimos dos siglos, Badaracco echa manos de cuanto le contaba su anciana madre auxiliada ella por sus ascendientes del siglo anterior. Idéntico procedimiento fue el utilizado por J. A De Armas Chitty en cuanto a los capítulos finales de su obra laureada Zaraza, biografía de un pueblo. Lo mismo hizo J. J. Loreto Loreto al trazar la vera efigie de las casas y las calles del casco histórico de Calabozo. No se olvide cómo el gran modelo de esta tendencia narrativa tan descriptiva se halla en la ciudad de los techos rojos, el extraordinario libro sobre Caracas de Enrique Bernardo Núñez.

Ramón Badaracco Rivero recurre, pues, a la fecunda memoria de su madre para contarles a las generaciones cumanesas de hoy acerca del ayer, lejano o reciente del hábito colonial de la Primogénita de América. ¡Cuántos rincones citadinos y cuántas anécdotas henchidas de fervor patriótico o de tragedias colectivas como la del terremoto de 1919, están presentes en las páginas de este cronicario! ¡Sólo con pensar en el angosto callejón El Alacrán, en pleno barrio de Santa Inés, sirve para avivar la fecunda imaginación de nativos y de extraños!

                                                                    V
            No pasan del número de dedos de ambas manos las figuras estelares que irradian destellos de luz dentro del contexto de la presente obra. En el trayecto de las dos últimas centurias, Badaracco sitúa en primer plano al Mariscal de Ayacucho y al repúblico Blas Bruzual (1808-1883), militar, periodista y político que actuó, con honores, en nuestra guerra de Independencia y quien tomara parte en el Asalto a Puerto Cabello, el ocho de




noviembre de 1823. Ya entradas las primeras décadas de la centuria que ahora finaliza, nos encontramos con otro Bruzual López (Rafael) quien se distinguiera como escritor, orador y jurista, graduado de abogado en la vieja Universidad caraqueña, personaje eminente que murió en Nueva York en 1932. Fue uno de los colaboradores de El Cojo Ilustrado y hubo de promover, en 1910, el Congreso de estudiantes grancolombianos, con motivo de celebrarse el centenario de la independencia neogranadina.

            Sin embargo, los personajes más descollantes del libro no podían ser otros que Andrés Eloy Blanco, José Antonio Ramos Sucre y Diego Córdova, tres magnos exponentes de la intelectualidad cumanesa de los últimos años. Ramos Sucre y Andrés Eloy dejaron magnificados aportes a la lírica nacional, en tanto que Córdova, también poeta, había de distinguirse por sus escritos ensayísticos y de historia, entre estos un trabajo acerca del régimen de Juan Vicente Gómez visto por los desterrados.

            A una inmensa cauda de escritores y científicos, de alta y mediana valía, les da entrada en su obra Badaracco Rivero. Son no menos de setenta y tres poetas, uno con obra publicada en libros y otros registrados de periódicos nacionales y locales. Todos ellos se unen al conjunto de personeros que descuellan en tan variada crónica. Hay allí, también, educadores, científicos y políticos de representatividad. Se nos antojan los nombres de Don Antonio Carrera, autor de un diccionario de refranes y proverbios que tuvo fama hace cuarenta años y también la figura pedagógica del maestro Lico Peñalver, progenitor como Carrera, de una familia de ilustres universitarios, que son honra de la nacionalidad. Apellidos diversos, como los Atuve y los Aristeguieta los Linares Alcántara, los Rodríguez Córdova, los Silva Carranza, los Beauperthuy, los Juliac, los Guerra Olivieri, los Frontado, los Magos, los Gómez Rubio, Cruz Manuel Badaracco (tío de Ramón), los López Inserny, los Torres Rivero y muchos nombres más, que llegaron desde la periferia o echaron raíces en la urbe, aparecen, así mismo, mencionados en el volumen.

            Nada mejor que la acogedora sombra de los guayacanes de la placita Ribero para juntar en el recuerdo, géneros y hechos de distintas épocas. En las




crónicas de Badaracco se unen las veras efigies de los cincuenta gobernadores que tuvo el lar cumanés. Entre ellos, la de Francisco de Vides, al que se le podría asociar con Lope de Aguirre, el otro Tirano de Sombra y Fuego a que alude el poeta Vicente Gerbasi. Se entrecruzan, además, los temas históricos
desarrollados por Juan Ernesto Montenegro, actual Cronista de Caracas, unidos a las variadas investigaciones hechas, entre otros, por Miguel Ángel Mudarra y José Mercedes Gómez, ilustre curador éste del patrimonio cultural de Cumaná, quien se diera por entero a una labor fecunda en pro de la pequeña historia de nuestra Primogénita.
                                                    
                                                       VI

Si prolija es la alusión que Badaracco Rivero hace en cuanto los personajes ilustres que han sido honra de la ciudad, igual o mayor resulta la presencia del medio ambiente, tan humanizado en estas glosas. Ello, bien nos recuerda al cronicón rimado de Juan de Castellanos cuando describe la flora margariteña y de todo el litoral del Oriente. Entre los arbustos, Ramón cita el caituco, el merey, el castaño y el güariare, todos del abolengo cumanagoto. Luego, hace desfilar al poncigué, los guayabos, las humildes cerecitas de que habla Luis Mariano Rivero, así como los cotoperies, pichingüeyes y curucujuros que pueblan las riveras del Manzanares. Entre los pájaros, se hacen presentes, los arrendajos, los turpiales, los moriches y los presentes, los arrendajos, los turpiales, los moriches y los cardenalitos, especies todas ya amenazadas por la extinción. Este fenómeno afecta, asimismo, a chirulies, piquitos de plata, gonzalitos y aguaitacaminos. Hay que ir por las trochas y repeños montañosos que conducen a Cumanacoa para observar cómo cada vez más la naturaleza animal y vegetales tiene que enfrentarse a una supervivencia que, año tras años, se torna más trasquilada. Bien podía Badaracco Rivero echar manos de aquel pensamiento de los ecólogos modernos: “Adonde llega el hombre el ambiente natural opta por degradarse y hasta extinguirse…”.

                                                  VII

Si la crónica – decimos para concluir-  es como un puente levadizo entre el mito y la verdad histórica, estos trabajos de Ramón Badaracco Rivero limitan con esos dos mundos antagónicos y por la cercanía que ellos tienen con las generaciones actuales nos es fácil respirar sus aromas y deleitarnos con los encantos de sus primeros días, cuando la naturaleza, como una sola cosa, fuese creada por Dios para darles vida a los mortales.



            Al pensar en los orígenes y evolución de Cumaná, uno los asocia con otros, como los de Bogotá, Coro, Caracas, Buenos Aires, Montevideo, Quito y muchos otros que están cercanos, merodeando en una como reciente orilla del contexto de las tradiciones. ¡Más, podremos decir lo mismo de París, de la cual no sabemos si es cierto que su origen estuvo en la bifurcación citadina del Sena! ¿Qué se sabe o se presume de su partida de nacimiento? Y yendo más al fondo, ¿no ocurre igual con Roma, Jerusalén, Sodoma y Ninive y acá en México con Tenotchitlán, la que, según la extraordinaria obra del contemporáneo Benítez, ya para la llegada de Hernán Cortés, esa urbe azteca, más poblada que la Sevilla de entonces, no precisaba la memoria de su milenario pasado! Si existen dudas sobre hechos recientes referidos a hombres y pueblos, ¿qué no acontecerá con relación a las verdades y fantasías que nos cuenta Plinio el Joven, con motivo de la destrucción inesperada de Pompeya y de Herculano, si él fue testigo, de excepción, como cronista accidental de aquella catástrofe!
                           
                                                 VIII
Nada tiene de extraño, si, que estos relatos –verdaderos, auténticos- de Badaracco, para dentro de varios siglos, si es que Venezuela existe aun, sean leídos e interpretados dentro de una óptica distinta. ¡No será probable, según marchan ahora las cosas, que dentro de cinco centurias se estará escribiendo el cronicario sobre los viajes a la Luna, a Marte y a otros mundos del espacio exterior! Para esa fecha ya no hablaremos, tan siquiera del polvo enamorado del poeta Quevedo. ¡Sin duda alguna, que, a la historia, heraldo del pasado y maestra de la vida, tal como la vio Cicerón, le espera, como a la vida misma y a la cultura, su tránsito, casi indescriptible, por las regiones imprecisas de lo eterno!
                                                                   IX
Terminamos, en fin, felicitando a nuestro amigo RAMON BADARACCO RIVERO, competente cronista de Cumaná, por ese conjunto de breves ensayos de la pequeña historia, que él llama, como con cierta gracia Tierra de Frijoles. Sin pujos de erudita sabiduría el amigo cumanés, bolivariano y admirador desde la infancia de los mejores hombres que le ha dado el Estado Sucre a Venezuela y al mundo, nos regala una obra de invalorables méritos.

            Nos lo imaginamos, como en la croniquilla inicial de su libro, gritando alborozado: “¡Qué linda está Cumaná, ¡qué linda! ¡El parque Ayacucho, ¡el Castillo de San Antonio y el Museo, vuelven a ser nuestro orgullo! Y concluye: “¡Ojalá que estas ideas sirvan para la reflexión y no para equívocas




interpretaciones! ¡Nuestro pueblo debe ser lo primero en la escala de valores, y eso significa que todos tenemos que ayudar en el campo donde nos desempeñemos para lograr la mayor suma de la felicidad, como aspiraba nuestro padre el Libertador”!

            ¡Qué así sea, Ramón! ¡Qué así sea!

                                                                                      MARIO TORREALBA LOSSI
                                                      


Pág. 9
                    
No. 2.

INTRODUCCIÓN.


3 DE FEBRERO DE  1995

¡Qué linda está Cumaná, que linda! Sus calles y plazas lucen limpias, con nuevo pavimento y llenas de luz. El parque Ayacucho, el Castillo de San Antonio y el Museo, vuelven a ser nuestro orgullo; y el pueblo, me dicen que tomó las calles, que no había un lugar en que no manifestara su regocijo. Me perdí las fiestas, después de tanto trabajo, de tanta espera, la Divina Providencia me retuvo entre las sábanas de la clínica; sin embargo, pude seguir los actos a través de la pantalla hipnótica y sé que también me aman, y que rezaron por mí al todopoderoso, para verme caminar otra vez las calles y conversar en sus esquinas. Cumaná se vistió de cumpleaños y recibió los regalos de toda América. Los héroes invisibles de la jornada son tantos que para felicitarlos necesitarían toda la cuartilla, sin embargo, debo decir que Cumaná fue la protagonista indiscutible y se logró concretar el esplendor de las efemérides, y ello gracias al tesón del Doctor Ramón Martínez, en cuya persona felicitó a todo el pueblo. Digo esto con absoluto conocimiento de causa, porque formé parte de la Comisión Bicentenaria y puedo dar fe de todo lo que se logró y
también, de la coordinación de los eventos bajo la dirección de la Doctora Cohinta Berrío, sería injusto y mezquino olvidar el trabajo del equipo que ella dirigió.



El pueblo debe saber que la efeméride iba a pasar por debajo de la mesa, no se pensaba, hace apenas un año que iba a tener el esplendor que tuvo, todo mundo jugó al fracaso, nadie imaginó el éxito ni la trascendencia de los actos programados casi al día. No se pensaba en la posibilidad de reunir en Cumaná a los presidentes bolivarianos, a nadie se le ocurrió que escucharíamos sus palabras ni el discurso del Doctor Caldera, para mí el más bello que he escuchado en toda mi vida y que me hizo llorar en mi habitación de la Clínica Santa Sofía, nadie pensó en la conjunción maravillosa de todas las fuerzas militares, al desfile militar más hermoso e importante que ha tenido Venezuela en toda su historia, tampoco se pensó en la participación masiva del pueblo de Cumaná, que hoy es orgulloso patrimonio de nuestro gentilicio, y en la asistencia imponente de los estudiantes, en el éxito de los congresos y en la multitud de manifestaciones a nivel internacional y nacional. Y fue la dinámica emprendida por el Gobernador y gracias al trabajo tesonero del Ateneo, donde se reunió la Comisión Bicentenaria en forma permanente, que se superaron las expectativas y se logró que Cumaná, convertida por arbitrio de la Ley en Capital de la República, fuese el centro del magno acontecimiento que revive la gloria de Ayacucho, como acto fundamental de la libertad de América. Cumaná, cuna de la Libertad, pueblo lleno de gloria que ocupa el lugar que le corresponde en la historia, aclamada por los presidentes bolivarianos y por el corazón abierto del pueblo del continente y de todo hombre libre. Si, puede ser cierto que no se deja ninguna obra nueva, pero es muy importante la remodelación y reparación de las que tenemos, y las que se pueden hacer muy pronto, por ejemplo la remodelación programada y presupuestada del antiguo mercado en una sala múltiple para diversas instituciones, un espacio ideal  para el desarrollo cultural, y en su alrededor el parque botánico Simón Bolívar, para que continúen unidos los dos libertadores en nuestro suelo; y si es posible, el monumento de Soto y otro del CONAC en el sitio exacto del nacimiento de Antonio José de Sucre, como está proyectado. De lo que no se hizo no se puede culpar a nadie, simplemente no había proyectos ni presupuestos, los anteriores gobiernos no dejaron nada previsto, el presupuesto que se obtuvo lo trabajó infatigablemente Ramón Martínez y, sin embargo, se está trabajando y se han ejecutado infinidad de obras de infraestructura que no se perciben pero que tienen importancia para el desarrollo futuro. La crisis presupuestaria nos alcanza a todos, lo importante es no dejar perder lo que tenemos y mejorarlo en lo posible, como se hizo con el Museo Ayacucho, que es ahora la verdadera casa de Sucre y que será mucho más que eso, una vez que se desarrollen todas sus expectativas
            Ojalá podamos inaugurar pronto el Palacio de Gobierno, y que se consiga presupuesto para los drenajes y las plantas de tratamiento del Oeste, que nos devolverían intactas las playas de San Luis, esos cuatro kilómetros de arenas blancas que constituyen el tesoro más grande de nuestra tierra.



            Creo que es el momento de darle una mano al gobierno, un apoyo sincero, un respaldo, que no significa arriar banderas, sino que signifique más bien, ayudar al pueblo, solidarizarse con el pueblo para vivir mejor, sin envidias ni bastardas intenciones.  En Cumaná se puede dar un fenómeno de solidaridad como en Chacao, y que cada hombre tome su bandera y participe en la labor de darle a este pueblo lo que se merece, por su fidelidad a la historia, por vocación hereditaria. Por pequeña que sea la participación, aunque sea limpiando el frente de su casa. Cumaná se verá linda, como proclama todo el que la vio en su Bicentenario. Hoy Sucre tiene muchas razones para sentirse orgulloso de su pueblo y de sus hijos, son muchos los que están en con nuestra bandera en los primeros puestos, para demostrar que la humildad y el honor, heredadas del Mariscal, son nuestras más hermosas virtudes. Que el ejemplo del Bicentenario nos una a todos, sin demagogias necias que nos separen del propósito, sin que ello signifique claudicar, sino que actuemos dentro de los límites que impone el honor y la justicia, que sea nuestra conciencia del bien el Tribunal en el cual nos juzguemos.

            Que estas ideas sirvan para la reflexión y no para equívocas interpretaciones. Nuestro pueblo debe ser lo primero en la escala de valores, y eso significa que todos tenemos que ayudar en el campo en el que nos desempeñemos, para lograr la mayor suma de felicidad como aspiraba nuestro padre El Libertador.

Escrito, en esa fecha, en la Clínica “Santa Sofía” de Caracas, donde fui intervenido en una difícil operación. Con este trabajo inicie mis crónicas.


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No. 3.

EL PERIODISMO CUMANÉS
DE MARCO TULIO BADARACO BERMÚDEZ.


            Inicio este libro con un recuerdo de mi padre, porque todo lo que sé de nuestra historia y escribo tienen su base en los bienes culturales que recibí tanto de él como de mi madre. 

Mi padre, Marco Tulio Badaracco Bermúdez, ejerció una benéfica influencia en la vida política y social de Cumaná en las tres primeras décadas del siglo XX, unido a mi madre  y a su primo hermano Domingo Badaracco Bermúdez, fue un buen guía y maestro del movimiento cultural de su generación, porque él fundó y mantuvo periódicos,  promovió los Juegos Florales,  redactó y mantuvo revistas ejemplares como Pléyades y Broches de Flores; pero donde más se destacó fue en sus campañas para defender valores intangibles de su pueblo, entonces ayudó a crear instituciones de toda índole y trabajó incansablemente  en la promoción de  las infraestructuras imprescindibles en la Cumaná de su tiempo, como veremos:

Empecemos por investigar por qué se fundó el bisemanario “El Disco” que se imprimió en la imprenta de Federico Madriz Otero y regentaba en 1922, don Ramón David León. Es parte de una tradición, y secuencia obligatoria. En esta imprenta se editaba para 1908 “La Constitución” que redactaban, además de su propietario, Don Federico Madriz, mi tío Domingo Badaracco Bermúdez y mi papá, como puede advertirse fácilmente en la colección que conservo, y en cuya colección, para 1909, papá editaba con Domingo, “El Heraldo Oriental”.

Mi padre, en el Prospecto del bisemanario “El Disco”, dice:

¨Al esplender en el infinito de los tiempos la primera aurora del año 1923, ante su amplio horizonte todo porvenir y esperanza aparece “El Disco”, que al formular sus votos muy fervientes por la paz de la República y por los bienes mas preciados de esta distinguida sociedad, tiende galantemente su mano y envía un saludo de fraternal compañerismo a todos sus colegas batalladores por la humanidad y por la Patria. Preparado como viene para justa, gallarda y digna, con plena conciencia del bien social que persigue, por los elevados ideales que inspiran su misión, al izar su bandera doctrinaria, reclama puesto de honor en las filas del periodismo nacional.

Timbre de orgullo y causa de su estímulo sea para “El Disco” nacer a la vida pública
bajo el sol fecundo de la perínclita ciudad de Cumaná, cuya altivez de leyendario patriotismo, consagrada por la espada de sus héroes, por el verbo de sus tribunos por la respetabilidad de sus sabios y escritores, bien merece servir de inspiración y norte a este vocero de cultura en el campo próvido del trabajo civilizador.

Aspira “El Disco” a ser campanada en la hora del letargo que duerme con indolencia imperdonable la ciudad heroica; y despertarla a la vida de los esfuerzos culturales con ese espíritu de nuevas energías con que la América Hispana se muestra hoy, rebosante de juventud, para las grandes conquistas que su humanidad prepara en la faena del progreso.

Emprenderemos la cruzada y en nuestro heráldico pendón, cual símbolo de sus colores, escribiremos estos preceptos:




Como profesión de fe política nuestro respetuoso acatamiento a los poderes y autoridades legítimamente constituidas, que nos guiarán a sostener y abogar por la paz y las instituciones nacionales, en obsequio al trabajo, a la tranquilidad social y a las necesidades materiales y espirituales de la colectividad.

Emplearemos el lenguaje franco, sencillo y categórico que lleve persuasiva nuestra voz a todo lector como expresión sincera que avive el concepto en lo alto y noble de su significación, y sin los ditirambos demagógicos que el prejuicio castiga y la virtud condena.

Queremos obra efectiva y práctica: divulgación científica, historia, arte, comercio, industria, agricultura, y todo cuanto propenda al desarrollo económico e intelectual de esta amada tierra, apartándonos de todo lirismo vicioso, de inútiles polémicas, de enconos personales y de ciegas vanidades. Buscaremos hasta lo posible las alturas adonde la virtud y el bien nos llamen, y atenderemos a las pequeñeces solo cuando el error merezca ser fustigado y la moral reclame los predicados de su doctrina.

Mucho esfuerzo y buena voluntad aportaremos. Nada de fantasía, nada de mentiras. Laboraremos con la serenidad y cultura necesarias para atraernos la consideración de todos.

La fundación de este periódico indica desde luego un triunfo, pues, para ello se
han unificado la generosidad con que han cooperado comerciantes e industriales de esta ciudad, la prometida colaboración de fuertes mentalidades de nuestro centro científico-literario y la simpatía con que desde el primer momento acogió la sociedad cumanesa el anuncio de la aparición de “El Disco”.

Nota: Y despues veremos, en otros libros, sus editoriales, poesías, discursos y buena parte de su obra.



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No. 4.

MI CANTO A CUMANÁ, PARA LOS QUE LA AMAN Y LES SIRVA DE ALIENTO.





Ciudad de Pájaros




Cumaná es
una ciudad de pájaros
el mar y las montañas
son pájaros azules.
Las naves de Colón
son garzas blancas
entre caimanes
al subir el río.

Pedro de Córdoba
es el grito de la pizcua
en la mañana originaria.

Antonio José,
águila sobre montañas
de nieve
a caballo, siempre arriba
pájaro clarín
que repite su canto.

José Antonio
su solo nombre
está alto
en el Olimpo
inalcanzable
gaviota entre nubes
nenúfar en el torrente
canto de colorado
en la tarde, frente al mar.

Andrés Eloy
es el que canta mejor
su trino es dulce licor
en la mañana
cuando la luz se hace





y hay miel de abejas
en los pétalos
multicolores de las rosas.

Cumaná es una ciudad
limpia de amanecer
las cotúas y alcatraces
buscan el Este,
indetenibles
se internan en línea marcial
hacia el horizonte de los delfines.

Una vela corta la espuma,
Cruz María
canta…Grita…
y bullen las aguas
Mano Catire lanza las redes
y los pájaros danzan
sobre la ardentía.

En la casa de mis antepasados
hay jaulas de trinos
en los pilares y helechos
la cotorra parlotea
en la mata de cerezas
las paraulatas,
ahítas de uvas,
imitan al canario.

En la fuente,
bajo el guayabo,
las potoquitas
picotean sin cesar.
Cumaná es
una ciudad de pájaros
construida de prisa






Las fincas cercanas y el barro
facilitan los nidos.
mi casa es un nido grande
de techos rojos
llenos de palomas.

En mi casa tengo
una paloma blanca
de sangre aborigen.
cuando mi paloma canta
mi alma se vuelve brisa…

Bajo el cotoperí
tendí mi chinchorro cariña,
Allí esperaré a mi paloma,
y luego, los dos volaremos
por la línea azul del viento
hacia el Este, en el viaje sin fin
hacia el horizonte de los delfines
y habitaremos en el paisaje azul
de los pájaros…
Pájaros de alas doradas.







                                                                       





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No. 5.


EL CHIRIBICHIÍ

                        Todo hace pensar que Cristóbal Colón en 1494 surcó las aguas virginales del Río Chiribichií o Kumaná, hacia el corazón del continente americano, como lo cuenta Girolano Benzoni en su obra “Historia del nuevo mundo”, y lo ratifica el investigador español Don Juan Manzano Manzano, en su obra “Colón descubrió América del Sur en 1494”; siendo ésta expedición la primera, con que Colón y sus naves visitaban a un pueblo indígena dentro del inmenso mundo que acababa de descubrir.

Entonces el río CHIRIBICHII era un Orinoco de aguas tranquilas, pobladas por ballenatos, delfines, manatíes, caimanes, camarones y peces de muchas especies; y desde entonces, la fascinación por el río de los Kumaná-gotas caribes, cobra importancia en la historia, no solo porque el pueblo que germina en sus orillas es el primogénito del nuevo mundo, sino por la ubicación dentro del plan de la conquista.

Así es, entonces, que surcando sus aguas entran al nuevo mundo los primeros expedicionarios europeos en su regreso al viejo continente americano; y en las orillas, frente el mar, en la embocadura del río, se instalan las misiones, colonos y contingentes de tropas; y se construyen los fuertes y las piezas claves del imperio.   Así, en aquellas orillas incontaminadas   se forma el primer enclave de los nuevos amos de las aguas y la tierra.    

            Viene de las antiguas  filosofías herméticas, mitos  y leyendas, un conocimiento poco difundido sobre la formación de los continentes y las aguas: aquellos sabios de la antigüedad, después de conocer casi todos los secretos concluyeron, que  las primeras razas vivieron en el Polo Norte, y después que las glaciaciones y otros fenómenos  hicieron imposible la vida




en esos parajes inhóspitos, emigraron y surgieron en otros sitios aledañas de las zonas  árticas, las tierras hiperbóreas al sur del Polo. Estas naciones avanzaron luego hacia el oeste y habitaron el continente perdido, Lemurias,  hundida bajo las aguas del océano Pacífico hace millones de años;  los restos de esas mismas civilizaciones habitaron la Atlántida, el otro continente, que también yace  bajo las aguas del  océano Atlántico; y sus restos volvieron, no hace tantos milenios  al continente  Americano, primer asiento del hombre como ser gregario y organizado; y otras naciones de la Atlántida, emigraron al continente asiático  y se dispersaron.

            Sin embargo es opinión generalizada entre los etno historiadores,  que las primeras civilizaciones se formaron en Asia, África y Europa, pese a que los científicos afirman hoy, después de estudios indubitables, que esos continentes vinieron a poblarse  hace apenas  800.000 años; ya que la mayor parte  de esos territorios no permitían la vida  y estaban sumergidos bajo las aguas; y menos aun  Europa, que es mucho más reciente;  en cambio,  América era una sólida realidad desde hace millones de años.

Fue mucho después de cataclismos, erupciones volcánicas, glaciaciones, diluvios y hundimientos terribles, que aparece el norte de Europa, las partes altas de África y de Asia; esta es una realidad contrastable.

 Sin duda alguna, el continente de los Atlantes se hunde en el océano hace 200 mil años; y es cuando se inician las grandes civilizaciones de África, Asia y Europa, cuyos restos nos asombran; y el último diluvio universal, que interrumpe su desarrollo, es el hecho más reciente que da inicio a una nueva civilización, y que conocemos a través de la Biblia, las tradiciones mayas y sumerias, y data, apenas, de unos 12 mil años.

Las primeras civilizaciones no son de esos continentes, son Olmecas que hablaban náhuatl, se llamaban hijos del Sol, bajaron de zonas que hoy son parte del Polo Norte; luego   ocuparon las inmensas llanuras entre las Rocosas y los grades lagos en el Norte de América. Son ellos los que




conquistan todo el continente, luego pasan al asiático, los milenarios Ar-ya, cuyo idioma es el Sánscrito; huella indeleble que nos identifica, madre de todos los pueblos, y hoy constituye la lengua sagrada de los Indús.

Podemos reconstruir la historia por las raíces idiomáticas que nos legaron; y nosotros somos los habitantes del río sagrado de los Kumanagotas. Las tribus primitivas lo recorrieron, subieron sus vertientes sembrando la sabiduría y buscando la cumbre del merú, donde estaba el trono del hijo de Manitú, Dios Supremo Universal; Maquire, el valiente, líder de los Arecunas que trasmutado en pájaro voló hacia la cumbre y se convirtió en piedra. Subió con los hombres pájaros, los guerreros caimanes y leopardos y conquistó a sangre y fuego las montañas inviolables y la cumbre más alta.  -Ture Maquire, le dijeron entonces y quedó para siempre; se la veía a través de las nubes, en medio de truenos y centellas, era el trono del nuevo Dios, padre de las aguas y la vida.
 
Kumaná – gota, es semilla que da fruto, mantiene la vida y se eterniza; es el fríjol y es gota, la que forma el río; la sabia de la montaña que corre y engendra la vida; “aua” corriente, es el rió; estas son palabras sagradas del idioma primario que nos legaron, como pirámides recordatorias a través de los sabios. Son palabras sánscritas reveladoras pasadas por el tamiz del tiempo.

El rio estaba poblado de Chiritos, pájaros que ahora llaman colibrí, el rio Chiribichií. Kawaná que quiere decir gran río, de donde viene el nombre de Cumaná. Chiribichií, el gran río Chiribichií, en el idioma Chotomaimu.
 
Kumaná-Gota, semilla de una raza que se creyó eterna y fuerte como la gota de agua que orada la montaña y le da forma al río según la propia interpretación de su mitología. La raza de  Maquire puebla la montaña y sus vertientes, se extiende como río indetenible y desbordado; construyen barcos para surcar las aguas y festejar al Dios todopoderoso y omnipotente; las curiaras fabricadas con  cedros gigantescos, y los mejores remeros, adornados con guirnaldas, son los héroes de cada




jornada, que suben contracorriente a rendir tributo en el altar de Maquire; y los Piachi, los sabios gurús   que todo lo saben, son custodios de la historia y de los secretos; ellos viven en   grades cavernas en las montañas, donde nace, se conserva el fuego y  el nido de los sagrados guácharos, el aceite y los jachos ceremoniales que iluminan la noche; allí forman  sus chelas y los envían a las tribus a enseñar y curar. Ellos guardan en la memoria la historia y los nombres de todas las cosas.

El primer nombre del río fue Maquire Aua, río de Dios, así lo llamaban los ancianos piachi, y sus herederos que aun habitan en sus cansadas laderas; GUASDUAS nombre primitivo y herrado del río de Maquire, que es Dios, tal vez el más poderoso de los Olmecas originarios, padre de todas las razas a quien le dan otros nombres: Maquire Tare, los que se sientan ante el Dios. Maquire Anga, el espíritu del Dios, ante quien se rinden tributos y ofrendas. Son nombres de las primeras civilizaciones que hienden las edades.

Durante milenios los Kumaná-gotas en luchas ceremoniales, vencieron a los primitivos Arecunas y los despojaron, habitaron sus territorios y las vertientes del rió, recibieron raíces, giros y palabras de un idioma que viene del Sánscrito originario con sus propias características, modalidades y vocablos del náhuatle, heredadas de sus antepasados   Olmecas, que vieron la formación de los ríos y las montañas.

            Maquire, desde kakuda (la cumbre), ilumina las noches con rayos permanentes; los ejércitos y las vírgenes, en el fragor de las batallas, bañan con sus lágrimas la tierra naciente. Las aguas permanecían en colchones hechos para la eternidad, eran intocables, patrocinaban las cosechas y   abrían paso al río.

            Los Cumanagotos, como los llaman los conquistadores españoles, pelearon bravamente por las vertientes abiertas en el corazón de la montaña sagrada, pero fueron derrotados y desalojados del territorio; abandonaron sus posesiones ante los Kaima-Karibi, guerreros indomables y victoriosos, que vinieron del mar, se apoderaron de las tierras, de sus dioses y mujeres. Es a través de ellas y los sabios que se conservan muchas




 palabras sánscritas, la lengua madre, la sabiduría, la religión, las costumbres, la historia y las tradiciones.

La lengua de los Kaimagotos guarda muchos secretos: palabras y nombres que vienen del tronco común sánskrito y náhuatle, entre ellas Nuna, reina de la noche; Shi, sol; merú, montaña; gurú, maestro; chela, discípulo y aua, que se desbordaba estrepitosa entre las gigantescas rocas...  y aún podemos decir, que muchas palabras comunes se repiten
con igual sentido entre los pueblos acadio sumerios y sus herederos asiáticos.

Así como los chaima-Karibi dueños de la tierra y el río, mezclados ya con los Kumaná gotas y los Arecunas, vinieron los españoles y los vencieron implacables. Quemaron los colchones de agua de Ture Maquire y lo vencieron; sus torrentes enflaquecieron y sus inmensos bosques cedieron el paso al fuego y al paso de los nuevos conquistadores. Una nueva forma de vida bárbara penetró entre las inmensas moles graníticas; el rayo y la voz ronca del trueno, armas de Maquire, se hicieron cada vez más extrañas y menos audibles.

Un día de 1494 grandes barcos rompieron el cristal del río, hombres barbudos con blindados atuendos, voces extrañas y lanzas que vomitaban fuego, aparecieron entre los inmensos bosques ribereños; ya los piachi lo anunciaban: “vendrán hombres de fuego con nuevos dioses, nos esclavizarán y barrerán a los nuestros”.

Entraron al río apaciblemente, en la mano un crucifijo y un pequeño libro que leían con voz dulce y cadenciosa; construyeron un puerto en la boca que da hacia el golfo, un castillo, un templo, y desde un campanario en lo más alto, llamaban a los dueños del pueblo, al poco tiempo fueron sus vasallos. El río y las montañas profanadas pasaron a sus manos. Los sabios piachi se escondieron en los dominios de Maquire hasta morir. Todo estaba perdido y solo quedaba el río, después vinieron otros hombres armados, vestidos de hierro, montados a caballo   y los esclavizaron, la profecía se había cumplido.





Los Kaimas huyeron y se perdieron en las inmensidades de la selva, los ríos y las sabanas interioranas. La kachimana (divinidad) esta en silencio, el río herido de muerte y la última estirpe olmeca sucumbió. 

Ya los guerreros no podrán, en sus curiaras victoriosas, surcar bajo la luz de Nuna, las caudalosas aguas del Maquire-aua. No se escuchará más su canto de triunfo:

 Airoo Airoo Airoo.

Los fuertes remeros que un día vio Fray Bartolomé de las Casas, no volverán; pero si podemos nosotros, herederos de aquella raza indomable devolverle el esplendor al Karapani (ciénaga). Allá en la montaña se esconde el secreto, miles de vertientes rotas esperan por los sabios piachi; Shi y Nuna nos enseñarán el sendero, y los Sarrase (espíritus del bosque), nos mostrarán secretos de una sabiduría milenaria escondida entre el follaje, y otra vez volverá el esplendor de Ture Maquire y el Chiribichií.



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No. 6.


EL CACIQUE CAWANÁ - DON ALONSO.

El Alcalde Enrique Maestre ha roto el silencio histórico que se mantenía sobre la personalidad del cacique Cawaná, y me comunicó que ha pensado instituir La Orden “Cacique Cawaná”. Bartolomé de Las Casas, nos lo dio a conocer; otros historiadores lo han mencionado tímidamente, sin embargo, cada día surgen nuevos elementos para darlo a conocer con todo el valor que tuvo aquel jefe indio que rindió su vida bajo el yugo de la esclavitud en Santo Domingo. Todo cronista que se respete y escriba sobre
las primeras experiencias de los conquistadores en la tierra firme americana, tiene que tocar a este formidable personaje de la historia.  



            Fue el cumanés más importante de los primeros tiempos de la conquista. Sin él no se hubiese podido fundar la ciudad de Cumaná. El aportó su pueblo sin lo cual no se podía poblar. Entra a la historia como protagonista del primer encuentro y desencuentro de las dos culturas.  Me interesé en él, desde que leí la obra de don Juan Manzano Manzano “Colón descubrió América del Sur en 1494”, aunque ya tenía una idea de su importancia al leer su tragedia en la obra de Bartolomé de Las Casas. Manzano Manzano en su obra, nos cuenta, con fundamento en la crónica de Ángelo Trevisán, como el Cacique de Cumaná, recibió a los españoles y encargó a su hijo, para que los atendiera.

Este hombre extraordinario, es el que recibe a los que venían a Cumaná desde 1494, y tal vez antes, en busca de agua, maíz, casabe, tabaco, pescado salado, y perlas, que las había en abundancia, como nos lo cuentan Ángelo Trevisán, López de Gómara, Girolano Benzoni y muchos más; y se dio a conocer como un hombre sabio, justo y magnánimo, que

 se dio cuenta de lo importante que era la educación de los niños, y permitió la fundación de la primera escuela del Continente Americano, y envió a sus hijos y demás niños de su pueblo a la escuela. Allí en ese acto se inició la unión de las dos culturas milenarias. Tanto fue su crédito que los españoles lo invitaron a Santo Domingo, donde recibió el bautismo y aprendió la lengua de los sabios maestros dominicos. Él se llamaba Kawaná, que quiere decir “Gran Río” y lo bautizaron con el nombre de Don Alonso. Apreciado por el “don de gente” del formidable cacique, gran padre de familia, constructor de baros y de aparejos de pesca. Pasó un buen tiempo en el convento de los dominicos donde aprendió a tratar a los castellanos. Cuando estos vinieron a Cumaná, los recibió, y los ubicó en un lugar estratégico, en Los Cerritos, médanos como los de Coro, con vista paradisíaca sobre la playa de arenas blancas,  que “los españoles llamaron “Playa de Ostia, ubicada en la desembocadura del río Chiribichi por el Golfo de Cariaco, donde se establecieron los misioneros y luego, allí, se desarrolló rápidamente la ciudad de Nueva Córdoba, de la cual fue cofundador; se puede decir que esta ciudad, embrión de Cumaná, es en buena parte obra del Cacique. Los misioneros de 1514, se ufanaban que podían, bajo su protección, entrar en la tierra firme más de 8 leguas sin ningún obstáculo; aunque algunos cronistas han tratado de confundir esta




observación de Las Casas, con sofismas, se trata del recorrido en paz por el territorio del reino de Alonso.

Él y su familia fueron secuestrados en diciembre de 1514, por una armada española bajo el mando de Gómez de Rivera; al parecer, fue liberado, pero Las Casas afirma que pereció en Santo Domingo, tratando de rescatar a su mujer y a sus familiares, que habían sido vendidos como esclavos. Muchos historiadores vienen estudiando a este recio personaje de los primeros tiempos de la conquista. 

Del libro de don Vicente Rubio O. P. “Los Primeros Mártires dominicos de América”, tomo esta nota:

 “El cacique Don Alonso, que era el reyezuelo del lugar, los recibió con gran respeto y cordialidad, incluso les hizo una choza o “bohío”.  No en balde hacía poco que aquel cacique “había venido a la isla española con
 una nao que por allí (el litoral venezolano) había pasado y tornáronlo cristiano, y estuvo en nuestro convento en la isla española”, aunque despectivamente lo llama reyezuelo, así lo declara también Reginaldo Montesinos en la carta en que se fundamenta don Vicente Rubio para escribir su obra citada”.

Ángelo Trevisán, López de Gómara, Bartolomé de Las Casas, Juan Manzano Manzano, Vicente Rubio, e incontables historiadores, narran la entrada de la primera expedición de Colón al puerto de Cumaná, en 1494 

Benzzoni dice que Colón entró por el rio Chiribichií. Lo más importante de este relato está en la página 49 de la “Historia del Nuevo Mundo”, donde nos cuenta, sin darle mayor importancia, que el Almirante se acercó a tierra firme y entró por el río de Cumaná. Allí los indígenas vieron por primera vez el prodigio de sus naves y se maravillaron de los hombres blancos y barbados, y se preguntaban: “¿Qué hombres son éstos?”, “vendrán del cielo”. Por señas pidieron al Almirante que bajara a tierra porque el cacique quería conocerlo y rendirle tributo. No se atrevió a bajar, pero los indios entraron en las Carabelas y mostraron interés en las gúmenas (cuerdas gruesas), anclas y todas las demás partes de las naves.



El Almirante les hizo muchos regalos, mandó bajar a tierra a los marinos y los indios los agasajaron, diéronles, comidas y bebidas, se holgaron mucho en ello. Bartolomé de Las Casas dice que los caciques de Cumaná se distinguían por el número de barcos que poseían, eran buenos constructores de barcos, por lo tanto, Alonso de Cumaná, era el más rico y poderoso.


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No. 7.

EL DESCUBRIMIENTO DE CAWANÁ.

Cumaná es la primera ciudad fundada y desarrollada por el Imperio Español en la tierra firme del Continente Americano. El hecho cobra
inusitada importancia si lo asociamos con el encuentro de las dos milenarias culturas: la indoamericana y la occidental, este hecho trascendental ocurre el 27 de noviembre de 1515, cuando los misioneros de Pedro de Córdoba, dominicos y franciscanos, fundan la primera escuela en el territorio continental; sin embargo, cuando estas misiones se instalaron en el puerto de Cumana, o Puerto de Perlas, ya era un enclave importante de la conquista de América.
Veamos cómo nos cuenta el erudito historiador español Juan Manzano Manzano, el descubrimiento de Cumaná, ocurrido el 20 de diciembre de 1494, “Vamos ya a ocuparnos, con especial atención, de la Relación de Ángelo Trevisán, teniendo siempre a la vista la versión de López de Gómara, ya conocida por nosotros.

El veneciano nos dice que los expedicionarios, saliendo de la española, navegaron primero con rumbo Oeste (“hacia la tierra cercana llamada Cuba”); con orden precisa de dirigirse después hacia el sur y sudeste, hasta alcanzar un lugar, donde, según los informes que poseía el Almirante, existía un rico vivero de ostras perlíferas. Tras doce días de navegación, las cinco carabelas arribaron a un puerto muy bueno. A su llegada, se aproximaron a los navíos españoles dos canoas indígenas, con seis pescadores, los cuales mostraban claramente en sus semblantes la



alegría y contento por la visita de los recién llegados, dando la impresión de que estos hubiesen estado otras veces allí (“COMO SE FOSSENO STATI ALTRE VOLTE LI”).  

Los indios recibieron a los españoles con la natural satisfacción de los que vuelven a encontrarse con unos viejos amigos, de los que guardaban un gratísimo recuerdo, y por ello, desde el primer momento, los obsequiaron con pescado fresco del que acababan de coger. En toda aquella costa habia muchos hombres, mujeres y niños que hacían señales expresivas de su deseo de llegar a las naves.

La anterior frase de Trevisán (“como se fosseno stati altre volte li”) parece aludir a una anterior visita de hombres blancos a aquel lugar. Cuando en líneas anteriores Trevisán nos dijo que los expedicionarios habían recibido orden del Almirante de navegar, con rumbos sur y sudeste, hacia cierto lugar, donde según los informes que él tenía, existía un rico vivero de ostras perlíferas, podríamos pensar que los informes colombinos procedían de los indígenas de la española (algunos de los cuales llevaban como guías e intérpretes en los navíos). Sin embargo, ahora comprobamos que sus noticias muy bien podían proceder de gentes europeas que en años anteriores habían arribado a aquellas lejanas playas.

¿Qué paraje era este dónde recalaron las carabelas españolas? Escuchemos a Gómara: El señor de Cumaná, que ansí llamaban aquella tierra y río, envió a rogar al capitán de la flota que desembarcase y sería bien recibido”

Si aquella tierra –como dice Gómara- era la de Cumaná, el puerto muy bueno –de la Relación de Trevisan- donde fondearon los navíos, tenía que ser necesariamente el gran golfo de Cariaco, de catorce leguas de fondo, a cuya entrada se encontraba el río Cumaná –Cawaná, que quiere decir Gran Río. Interpolación nuestra-, que daba nombra a toda la provincia”. Fin de la cita.   







Cumaná era una rica región perlífera. Nos dice Trevisan, que en aquel lugar los nativos recogían perlas en gran cantidad. Con cestos especiales, provistos de peso y pendientes de cuerdas, descendían al fondo del mar y pescaban allí las ostras que les servían de alimento, y de ellas arrancaban las perlas; pero como carecían de instrumentos adecuados para perforarlas, perdían y estropeaban muchas. Eran verdaderas perlas orientales, muy bellas. Los nativos las cambiaban fácilmente a los recién llegados por cascabeles y otras baratijas.

Aceptando la amable invitación del cacique de aquella región –hecha por un hijo de éste que había ido a las carabelas- el capitán español envió a tierra algunos marineros para que visitaran la hermosa aldea del reyezuelo, compuesta de unas doscientas casas y distante tres leguas de la costa. La casa del cacique era “redonda” dividida en dos piezas. En una de ellas, el dueño obsequió espléndidamente a sus huéspedes con majares de la tierra y con agradables vinos elaborados con jugos de frutas.  Concluido el convite, los españoles fueron trasladados a otra sala, donde,
sentadas en el suelo, se hallaban unas hermosas muchachas, vestidas decentemente con telas de algodón de varios colores, que les cubrían el cuerpo por debajo de la cintura. Todas ellas portaban en el cuello, brazos y orejas ricas sartas de perlas y otros adornos.

¿Qué otras particularidades ofrecían, además, las muchachas indígenas del cacique de Cumaná? Una muy reveladora para nosotros. Según Gómara, estas jóvenes cumanesas eran “amorosas, y, para ir desnudas, blancas, y para ser indias, discretas”

¡Asombrosa combinación!, exclama Morison.

Poca sorpresa nos causa a nosotros la anterior noticia del cronista, si la relacionamos con la que nos proporciona el mismo historiador sobre las costumbres de los cumaneses y con la muy probable anterior visita a la región de otros hombres blancos.

Después de leer la obra de ese gran historiador español, don Juan Manzano Manzano, “Colón descubrió América del Sur en 1994, y Colón y




su secreto” donde prueba con documentos y conclusiones irrebatibles, que el sitio al cual llegó el nauta, fue el pueblo de Cumaná, como lo relata Ángelo Trevisan; yo he dedicado muchos día en investigar al nauta desconocido que llegó al pueblo Kaima en la desembocadura del río Chiribichií, la última luenga, como dice Las Casas, y después encontré en el libro “Historia de las indias” de Fray Bartolomé de Las Casas, su versión de los hechos, en el capitulo XIV, que se refiere al caso del nauta, imaginamos que Las Casas adaptó el relato a su conveniencia, copiamos textualmente:

CAPITULO XIV. “El cual contiene una opinión que a los principios en esta isla española teníamos, que Cristóbal Colón fue avisado de un piloto que con gran tormenta vino a parar forzado a esta isla, para prueba de lo cual se ponen dos argumentos que hacen la dicha opinión aparente, aunque se concluye como cosa dudosa. Pónense también ejemplos antiguos de haberse descubierto tierras, acaso, por la fuerza de las tormentas.  

Resta concluir esta materia de los motivos que Cristóbal Colón tuvo para ofrecerse á descubrir estas indias, con referir una vulgar opinión que hobo en los tiempos pasados, que tenía ó sonaba ser la causa más eficaz de su final determinación, la que se dirá en el presente capítulo, la cual yo no afirmo, porque en la verdad fueron tantas y tales razones y ejemplos que para ello Dios le ofreció, como ha parecido, que pocas de ellas, cuanto más todas juntas, le pudieron bastar y sobrar para con eficacia á ello inducirlo; con todo eso quiero escribir aquí lo que comúnmente en aquellos tiempos se decía y creía y lo que yo entonces alcancé, como estuviese presente en estas tierras, de aquellos principios harto propincuo.

Era muy común á todos los que entonces en esta española isla vivíamos, no solamente los que el primer viaje con el Almirante mismo y á Cristóbal Colón á poblar en ella vinieron, entre los cuales hobo algunos de los que se la ayudaron á descubrir, pero también a los que desde á pocos días á ella venimos, platicarse y decirse que la causa por la cual el dicho Almirante se movió a querer venir a descubrir estas Indias se le originó por esta vía.




Díjose, que una carabela ó navío que había salido de un puerto de España (no me acuerdo haber oído señalar el que fuese, aunque creo que del reino de Portugal se decía) y que iba cargada de mercaderías para Flandes ó Inglaterra, ó para los tractos que por aquellos tiempos se tenían, la cual, corriendo terrible tormenta y arrebatada de la violencia e ímpetu della, vino diz que, a parar a estas islas y que aquesta fué la primara que las descubrió. Que esto acaeciese ansí, algunos argumentos para mostrarlos hay: el uno es, que a los que de aquellos tiempos somos venidos, á los principios, era común, como dije, tráctarlo y practicarlo como por cosa cierta, lo cual creo que se derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen, o por ventura quien de boca del mismo Almirante ó en todo ó en parte ó por alguno palabra oyese; el segundo es, que entre otras cosas antiguas, de que tuvimos relación los que fuimos al primer descubrimiento de la tierra y población de la isla de Cuba  (como cuanto della, si Dios quisiere, hablaremos, se dirá) fue una de esta, que los indios vecinos de aquella tuvieron ó tenían de haber llegado á esta isla Española otros hombres blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no muchos años. Esto pudieron saber los indios vecinos de Cuba, por que como no diste más de diez ocho leguas la una de la otra de punta a punta cada día se comunicaban en sus barquillos o canoas, mayormente que Cuba sabemos, sin duda, que se pobló y poblaba de esta española. Que el dicho navío pudiese con tormenta deshecha (como la llaman los marineros y las suele hacer por estos mares) llegar a esta isla sin tardar mucho tiempo, y sin faltarles las viandas y sin otra dificultad, fuera del peligro que llevaban de poderse finalmente perder, nadie se maraville, porque un navío con grande tormenta corre 100 leguas, por pocas y bajas velas que lleve entre día y noche, y á árbol seco, como dicen los marineros, que es sin velas, con solo el viento que cogen las jarcias y másteles y cuerpo de la nao, acaece andar en veinticuatro horas 30 y 40 y 50 leguas, mayormente habiendo grandes corrientes, como las hay por estas partes; y el mismo Almirante dice, que en el viaje que descubrió a la tierra firme hacia Paria, anduvo con poco viento  desde hora de misa hasta completas 65 leguas, por las grandes corrientes que lo llevaban: así que no fue maravilla que, en diez o quince días y quizá en más, aquellos corriesen 1000  leguas, mayormente si el ímpetu del viento Boreal o Norte les tomó cerca ó en paraje de Bretaña ó de Inglaterra ó de Flandes.





Tampoco es de maravillar que ansí arrebatasen los vientos impetuosos aquel navío y lo llevasen por fuerza tantas leguas… y los otros navíos que salieron de Cádiz y arrebatados de la tormenta anduvieron tanto forzados por el mar Océano hasta que vieron las hierbas de que abajo se hará, placiendo a Dios, larga mención; desta misma manera se descubrió la isla de Puerto Sancto, como abajo diremos. Así que habiendo descubierto aquellos por estas tierras, si ansí fue tornándose para España vinieron a parar destrozados; sacados los que, por los grandes trabajos y hambre y enfermedades, murieron en el camino, los que restaron, que fueron pocos y enfermos, diz que vinieron a la isla de madera, donde también fenecieron todos.

El piloto del dicho navío, ó por amistad que antes tuviese con Cristóbal Colón, ó porqué como andaba solícito y curioso sobre este negocio,
quiso inquirir de la causa y el lugar de donde venía, porque algo se le debía traslucir por secreto que quisiesen los que venían tenerlo, mayormente viniendo todos tan maltratados, ó porque por piedad de verlo tan necesitado el Colón recoger y abrigarlo quisiese, hobo, finalmente de venir a ser  y curado y abrigado en su casa, donde al cabo diz que murió; el cual, en reconocimiento de la amistad vieja ó aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir descubrió a Cristóbal Colón todo que les había acontecido y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, por la carta de marear y por las alturas, y el paraje donde esta isla, dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escrito.

Esto es lo que se dijo y tuvo por opinión, y lo que, entre nosotros, los de aquel tiempo y en aquellos días comúnmente, como ya dije, se platicaba y tenía por cierto, y lo que, diz que, eficazmente movió como a cosa no dudosa á Cristóbal Colón.

Pero en la verdad, como tantos y tales argumentos y testimonios y razones naturales hobiese, como arriba hemos referido, que le pudieron con eficacia mover, y muchos menos de los dichos fuesen bastantes, bien podemos pasar por esto y creerlo ó dejarlo de creer,





puesto que pudo ser que Nuestro Señor lo uno y lo otro les trajese a las manos, como para efectuar obra tan soberana que por medio del, con la rectísima y eficacísima voluntad de su beneplácito, determinaba ser. Esto, al menos, me parece que sin alguna duda podemos creer: que, o por esta ocasión, o por las otras, ó por parte dellas, ó por todas juntas, cuando él se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió, y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara, con su propia llave, lo tuviera.


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No. 8.

FUNDACIÓN DE SANTA INÉS DE CUMANÁ

            La historia de la fundación de Cumaná es distinta a la de otras ciudades del mundo, y está íntimamente ligada al proyecto evangelizador de Fray Pedro de Córdoba, y a la experiencia evangelizadora, civilizadora por decir lo menos de los misioneros rebeldes, por ello vamos a decir algunas cosas de este personaje luminoso y de su obra, en el período del descubrimiento y conquista de América.

            Pedro de Córdova, nació en la ciudad de Córdoba, antigua capital del califato más famoso de la cultura mudéjar cuna, por ejemplo, de Luis de Góngora. Pedro se educó en el seno de una noble familia cristiana.

            Bartolomé de Las Casas dice de Pedro de Córdoba que era un hombre “lleno de virtudes y a quien Dios, Nuestro Señor, dotó y arreó de muchos dones y gracias corporales y espirituales. Era natural de Córdoba, de gente noble y cristiana nacido, alto de cuerpo y de hermosa presencia; era de muy excelente juicio, prudente y muy discreto naturalmente y de gran reposo. Entró en la Orden de Santo Domingo bien mozo, estando estudiando en Salamanca, y allí en Santisteban se le dio el hábito. Aprovechó mucho en las artes y filosofía y en la teología, y fuera sumo letrado, si por las penitencias grandes que hacía no cobrara grande y





continuo dolor de cabeza, por el cual le fue formado templarse mucho en el estudio y quedarse con suficiente doctrina y pericia en las sagradas letras. Y lo que se moderó en el estudio, acrecentólo en el rigor de la austeridad y penitencia todo el tiempo de su vida, cada y cuando las enfermedades le dieron lugar. Fue también, con las otras gracias que Dios
le confirió, devoto excelente predicador y a todos daba con sus virtuosas y loables costumbres para en el camino de la virtud y de buscar a Dios, loable y señalado ejemplo. Tiénese por cierto que salió de esta vida tan limpio como su madre lo parió. Fue llevado de Salamanca con otros religiosos de mucha virtud a Santo Tomás de Ávila, donde por entonces resplandecía mucho la religión”.

            A este hombre extraordinario encomendaron los dominicos y el superior Fray Domingo de Mendoza, para que le ayudase a realizar o proseguir la empresa fundacional en el Nuevo Continente; igualmente
convocó a otros religiosos para que lo acompañaran, entre ellos al famoso Fray Antón de Montesinos y al padre Fray Bernardo de Santo Domingo “poco o nada experto en las cosas de este mundo, pero entendido en las espirituales, muy letrado y devoto y gran religioso”.
           
“Las Casas dice que Fray Domingo de Mendoza, fue a Roma para negociar con el Gaetano, que era entonces maestro general y trajo recaudos para pasar la orden a estas partes, y, habida licencia también del Rey, porque tuvieron necesidad que otra vez se tornase a hablar con el Maestro General para sus cosas de orden, quedóse el padre Fray Domingo de Mendoza para negociar, y envió a dicho padre Fray Pedro de Córdoba, que tenía entonces de edad, veintiocho años, por Vicario de los otros dos, aunque más viejos, y un fraile que le añidió.

            Estos religiosos trajeron la orden a la española (Santo Domingo). “Los cuales comenzaron luego a dar de su religión y santidad suave olor porque recibidos por un buen cristiano, vecino de esta ciudad, llamado Pedro Lumbreras, dioles una choza en que se aposentasen, al cado de un corral suyo, porque no había entonces casa sino de paja y estrechas, allí le daba de comer casabi de raíces, que es pan de muy poca sustancia si se come sin carne o pescado”.




Nota en 1510, en “La Española”, no había casas sino chozas de paja y estrechas; entonces, las buralas sobre las chozas de Cumaná, de algunos cronistas, quedan muy mal; paradas y se descubren interesadas.   

            Toda esta historia está debidamente corroborada por cédulas reales de Fernando el Católico, que trascribiremos; y un asiento del 14 de junio de 1.510 (Documentos americanos el archivo de protocolos de Sevilla, Siglo XVI. Madrid 1.935, p. 20. Consta que los ilustres padres dominicos disponían entonces lo relativo a su viaje a la isla española. Dice el asiento: “libro del año 1.510, Oficio: IV. Libro III. Escribanía: Manuel Segura. Folios: 1.812. Fecha 14 de junio. Asunto: Fray Domingo de Mendoza, fraile profeso de la Orden de los Predicadores del Sr. Santo Domingo, Vicario de los Frailes de Dicha Orden, que han de residir en la Isla Española, Indias, islas y Tierra Firme, en su propio nombre y en el del R. P. Fray Pedro de Córdoba, vicario de las indias, y por, virtud de las cartas y licencias que tiene el R. P. Fray Agustín Funes, Provincial de dicha Orden en los Reinos de España y del dicho R. P. Pedro de Córdoba, nombrado procurador al doctor Juan de Hojeda, físico, vecino de Sevilla en la collacio de Santa María Magdalena, para que cumpla lo contendido en las citadas cartas y licencias”.

            Fray Pedro de Córdoba, hizo tres expediciones para fundar Cumaná; no fue un aventurero más, era el Vicario de las Indias, el hombre más importante después de Colón, venido al Continente a principios del siglo XVI, autorizado para ello como lo dice Bartolomé de Las Casas (Biblioteca de Autores Españoles. Obras Escogidas. Tomo XVI. Pág. 133).

            En las Islas: La Española, Cuba y otras, Pedro de Córdoba, se da cuenta de la forma inhumana y despiadada como se realiza la conquista, y sabe que esta misma forma será trasladada al Continente, por ello pide al rey Fernando El Católico, le dé licencia para trasladar su Orden a tierra firme, e inventa la conquista pacífica y evangélica de la tierra firme; y el Rey mandó que se le dieran los despachos a su voluntad.

            A los efectos de probar esta historia vamos a transcribir las primeras Cédulas en las cuales se menciona a Fray Pedro de Córdoba.



            CÉDULA DEL DIEZ DE JUNIO DE 1.513.

            “Nuestros oficiales de la casa de la contratación de las Indias, que residen en la ciudad de Sevilla:

            Porque el devoto Fray Pedro de Córdoba, vicario de Santo Domingo de la isla española, va a la dicha isla con voluntad de pasar a la Tierra Firme e llevar consigo los más religiosos que pudiere, como por el despacho que para ello lleva veréis, el qual se a de asentar en los libros dese dicha casa, por ende, yo vos mando que deis al dicho fray Pedro de Córdoba a los frailes que consigo llevarse, que sean fasta número de quince, el pasaje e mantenimientos que o vieren menester para en que duerman, e asimismo les habéis dar e señalar dos personas seglares, para que los sirvan por la mar hasta llegar a la dicha isla española, como lo soléis hacer y proveer otras veces que os he enviado a mandar lo susodicho, y para el bueno y breve despacho e enriamiento de los dichos fray Pedro e de los religiosos que consigo llevarse ponéis todo el más buen recabado e diligencia que convenga, que en ello me serviréis.


CÉDULA DE VALLADOLID,
A DIEZ DIAS DE JUNIO DE QUINIENTOS E TRECE AÑOS.

            Yo el rey, etc., señalado de los sobredichos. Doctor Sancho de Matienzo, nuestro tesorero de la nuestra casa de la contratación de las Indias, que reside en la ciudad de Sevilla:

            Yo vos mando que de cualesquier maravedí e oro de vuestro cargo compréis e fajáis comprar todas las cosas que veréis por un memorial firmado de Lope Conchillos, mi secretario e del mi consejo, que son para que lleve el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario de la orden de Santo Domingo de la isla Española, a la dicha isla a Tierra Firme, lo qual todo  compraréis a contentamiento del dicho fray Pedro, e  ansi comprado se lo entregad todo, e asimismo compréis e fajáis comprar demás de lo contenido en el dicho memorial fasta en cuantía de quince mil maravedí en cosillas de menudencias duales el dicho fray Pedro   dixiere, para dar a





los indios que mostraren o doctrinaren en la dicha Tierra Firme, para que con más amor aprendan; e los maravedí que en todo lo susodicho se gastare asentadlo en el libro de vuestro descargo, e al pie de la quenta dello tomad conocimiento firmado del dicho fray Pedro de cómo recibió todas las dichas cosas, con la qual e con esta mi cédula siendo primero tomada la razón, etc., mando que vos sean recibidos en quenta los maravedí que en lo susodicho se gastaren, e no fragades ende al. Fechada en Valladolid, a diez días de junio de quinientos e treze años. Yo el rey, etc., señalada de los sobredichos.

            Emilio Rodríguez Demorizi, en el prefacio de la publicación de la Obra de Pedro de Córdoba “Doctrina Cristiana”, escrita en Santo Domingo
en 1520 y publicada en México en 1544, y publicada por la Universidad de Santo Domingo en Edición Facsímil de 1945, dice:

La Isla Española estaba a la sazón diezmada por el desordenado afán de la conquista cuya primera víctima era el desdichado indígena. Condenado al suplicio de las minas y las encomiendas, el triste indio rendía la vida sin esperanza de redención. Frente a la avaricia y la crueldad de los conquistadores, los dominicos iniciaron entonces su estupenda cruzada en defensa de los indios, llevada a tan gloriosos extremos por el padre Las Casas, continuador de la empresa de Pedro de Córdoba y Antón Montesinos”.

            Pedro de Córdoba hace tres expediciones para fundar Cumaná, sin embargo, no vamos a tratar, por ahora, los detalles de cada una de ellas, simplemente iremos directo a la tercera expedición fundante porque sus actores son los mismos.

            El texto original, tomado de la Historia de Las Indias, de Bartolomé de Las Casas, sobre esta Tercera Expedición, que yo considero la primera Acta de Fundación de Cumaná, dice así:

“Salidos de aquesta isla el padre dicho y Clérigo, el padre fray Pedro de Córdoba prosiguió su viaje para tierra firme con cuatro o cinco




religiosos de su orden, muy buenos sacerdotes, y un fraile lego también con los de San Francisco, los cuales, puestos en tierra firme, a la punta de Araya, cuasi frontero de la Margarita, desembarcaron con todo su hato y dejáronlos allí los marineros.

Los Franciscanos y Dominicos hicieron muchas y muy afectuosas oraciones y ayuno y disciplinas, para que nuestro señor les alumbrase donde pararían o asentarían: y finalmente, los Franciscanos asentaron, en el pueblo de Cumaná, la última aguda, y los Dominicos fueron a asentar diez leguas abajo, al pueblo del Chiribichi, la penúltima luenga, al cual nombramos Santa Fe.

Los indios los recibieron con grande contentamiento y alegría a todos ellos; los Dominicos en especial, estuvieron sobre aviso de no ser onerosos en cosa alguna a los indios, y así fue admirable el trabajo y trabajos que padecieron en hacer su monasterio. Cortando la madera y las vigas trayéndolas a cuestas, haciendo hornos de cal y acarreando la piedra y todo lo demás que para su edificio era menester. Creo llevaron un rocín y un carretón que le fue de harta ayuda; llevaron un chinchorro y con el pescado que con él tomaban, se mantenían. Los panes de maíz les deban los indios, los cuales se holgaban con la compañía de los frailes por el pescado que del chinchorro había y por el poco enojo que les daban ningún trabajo en que los ponían; llevaron el camino de San Pablo, que manda Jesucristo, por no poner el Evangelio algún ofendículo”.

Estas expediciones a Cumaná fueron preparadas y dirigidas por Pedro de Córdoba; los Franciscanos que trajo venían bajo su mando, y les nombró como superior a fray Juan Garceto, que ya había participado en la segunda expedición fracasada, como luego veremos, que siempre estuvo bajo órdenes.

            Juan (Johan) Garceto y los de su orden, frailes franceses de la Orden Franciscana de Picadia, permanecieron en Cumaná, construyeron su monasterio, por cierto, de piedras de Araya, como lo da a entender Las Casas; y se dedican a predicar entre los indios el cristianismo. Fundan la primera escuela y construyen la primera y cuatro iglesias más, en tierra





firme, como lo reconoce en mismo Rey Fernando; junto con ellos llegan familias españolas que se ubican en la zona de los cerritos a la desembocadura del río Cumaná. Por el puerto de Cumaná, a partir de 1.534, dice Guillermo Morón, entran al continente las primeras expediciones dirigidas a Tierra Firme.

            La jefatura de estas expediciones y su autoridad, se desprenden de la cronología de las Cédulas Reales producidas por la Corona favorecer el trabajo fundacional. A partir de 1.513 Pedro de Córdoba será el centro de atención del Rey. Vemos el enunciado de las Cédulas Reales: de 10–VI-1.513 que ordena se le den a Pedro de Córdoba, las cosas contenidas en un memorial; la Cédula de 2-VI-1513 que ordena que nadie vaya a la tierra donde está Pedro de Córdoba sin hablar con él; la Cédula de 28-VI-1513 que ordena que le envíen desde la isla de española todo lo que pidiere: la Cédula de 12-VI-1513 que ordena que le den ladrillos, telas y libros; en Cédula de 3-IX-1516 le dan orden a los Gobernantes jerónimos para proveer frailes de Cumaná y nombrar veedor, el 3-IX-1516 se ordena que paguen lo necesario a los frailes de Cumaná y que sean idóneos; la Cédula de 7-V-1519 ordena que se provea a los frailes de Cumaná de ornamentos para cinco iglesias. Las Cédulas de esta índole se suceden ininterrumpidamente hasta 1523. En efecto la Cédula de 16-IX- 1523, ordena que la Audiencia de Santo Domingo nombre veedor general de rescate de Cumaná y veedores de Armadas “como solían”. Luego de esta Cédula despachan otras dirigidas a tierra firme, las cuales son sin lugar a dudas para Cumaná, esto se debió, indudablemente a la extensión de la tierra descubierta para esa fecha, y venían al puerto de Cumaná, por ser el único enclave fortificado y confiable, que existía en tierra firme, no debe olvidarse ni por un momento que para esa fecha Castellón, señoreaba en la nueva Córdoba, y la misión Franciscana florecía conjuntamente con el poblado. Para Jácome de Castellón, Alcalde de la fortaleza de Cumaná, que gobierna en la costa de tierra firme, se despacha la Cédula de 22-X- 1525. Para esta fecha ya había muerto fray Pedro de Córdoba, en la víspera de Santa Caterina de Sena, a tantos de mayo de 1521: “murió aquel siervo de Dios, el padre fray Pedro de Córdoba, que trajo la orden de Santo Domingo a esta isla” etc.). Las Casas. Pág. 557 ob. Cit). Hasta la fecha de su muerte estuvo al frente de su negocio”.



            Algunos historiadores le niegan a Cumaná su título de Primogénita de América, porque dicen que muchas veces quedó despoblada, o faltan hechos que comprueben su permanencia, eso es infantil, nosotros encontramos, al contrario, demasiados hechos no sólo en documentos y planos, sino también en los restos materiales de su pasado. Veracruz y Panamá, que disputan tal título, también sufrieron las mismas circunstancias. Cumaná, la capital de la Provincia de la Nueva Andalucía, es una ciudad humilde pero consciente de su importancia en el concierto de las grandes ciudades de Venezuela. Es la primera ciudad europea de la tierra firme, nos toca a nosotros probarlo. Aquí están las bases para hacerlo, y hay muchos, demasiados intereses por negarlo. |



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No. 9.


COMENTARIOS Y GLOSAS SOBRE PEDRO DE CORDOBA VISTO POR EL INVESTIGADOR DEMETRIO RAMOS.

             El eficiente investigador de la Academia Nacional de la Historia, en su libro “Estudios de Historia Venezolana”, descubre a Fray Pedro de Córdoba y le dedica el Capítulo III; a mí entender, su crónica y opinión, es la más auténtica que hasta ahora se ha escrito sobre aquel extraordinario personaje. Debo advertir que en la obra de Don Demetrio Ramos hay cierta complacencia con las opiniones de don Guillermo Morón, al cual no se le puede hablar de la fundación de Cumaná.

            El capítulo se intitula “El P. Córdoba y Las Casas en el plan de conquista pacífica de tierra firme”. Los personajes que se mueven detrás de este proyecto son: Cisneros, confesor de la reina, Antón Montesinos, Bartolomé de Las Casas, elevado a primer plano por los lascasianos y Pedro de Córdoba. La conversación de Las Casas en Cuba, dice se debe a los Dominicos Fray Gutiérrez de Ampudia, Bernardo de Santo Domingo, Pedro de San Martín y Diego de Alberca, enviados por Pedro de Córdoba.





Me atrevo a refutar esta aseveración, ya que el mismo Bartolomé de Las Casas confiesa que se debió al acontecimiento personal que tuvo Pedro de Córdoba antes de ir en 1515 a la Isla de Cuba (Capítulo LIV. Obras Escogidas de Bartolomé de Las Casas). En 1515 Las Casas buscan a Pedro de Córdoba, se une a él y desde ese momento, dice Demetrio Ramos “el P. Córdoba empleará a Las Casas en todas sus gestiones ya que su utilidad era inigualable”. El P. Córdoba envía a Las Casas y a Montesinos a la Corte para luchar por su plan que encontraba grandes obstáculos en los Padres Jerónimos. Montesinos lo lleva y promueve, porque era un desconocido, con Diego de Deza, Arzobispo de Sevilla, luego conocerá a Cisneros y Adriano de Utrecht, a quienes presenta sus informes o memoriales, que Jiménez Fernández piensa que son de Montesinos. Pero lo importante para Demetrio Ramos es demostrar que prevalecía en todo, la conducción, la jerarquía de P. Córdoba.

            Dice Ramos “… la autoridad que para Las Casas tenía el P. Córdoba se nos revela en la aceptación de un especial magisterio con el que su personalidad queda dibujada en la del Clérigo. En los momentos claves, cuando Las Casas se encuentra en la precisión de tomar una determinación decisiva, siempre está el P. Córdoba para indicarla, como responsable de los más singulares virajes de su vida”.

            El P. Córdoba obtiene, para la experiencia de la conquista evangélica de la Tierra Firme, por Cédula Real de fecha 2 de junio de 1513, la costa de Tierra Firme desde Cariaco hasta Quivacoa. Se fijó en el área de Cumaná para “poder predicar a aquellas gentes sin estorbo de españoles”. El primer intento 1513 o 14; o sea, la primera expedición dominica. Dice Ramos: “Las Casas nos da fragmentos bien interesantes, pero sin clara unidad ni volumen; por ejemplo, tenemos el silencio que guarda de la iniciativa paralela de los misioneros Franciscanos, que también pasaron tal vez antes que los Dominicos a tierra firme, estableciéndose en el río Cumaná”. Este “tal vez” no puede contradecir a Las Casas, solo podría con certidumbre.  

Personalmente no estoy convencido, ni él tampoco, de esta




aseveración, aunque Ramos la complementa con el estudio de Lino Gómez Canedo, que da noticias sobre este asentamiento y dice que en 1521 los Franciscanos informaron a Diego Colón, que tenían más de seis años establecidos en Cumaná; se trata, sin lugar a dudas, de algunos Franciscanos que trajo P. Córdoba, en sus viajes de 1514, narrados en Cédulas Reales y por Las Casas en el Capítulo XXXIII Ob. Cit.  Demetrio Ramos cree que esta expedición llevó misioneros a Cumaná y a Píritu, como afirman algunos cronistas, pero no hay documentos que lo confirmen. Lo que, si está confirmado es que Franciscanos y Dominicos, juntos con un solo propósito, iniciar la evangelización en la tierra firme, vinieron y se establecieron en la Costa de Las Perlas desde 1513 o 14.  Además la historia de Las Casas está confirmada, por el relato contendido en Cédula Real de 3 de septiembre de 1516, y una provisión de la Audiencia de Santo Domingo de fecha 20 de enero de 1521.

            Continua Demetrio Ramos siguiendo a Las Casas, con la expedición fracasada por causa del huracán de San Laureano, organizada por Pedro de Córdoba en Julio de 1515: “Estrecha los lazos con los Franciscano y organiza una expedición conjunta que dirige personalmente”. Su partida coincide con la llegada de Las Casas a Santo Domingo, que viene precisamente, en su busca; Ramos analiza con acierto el pacto que hace P. Córdoba con Las Casas, y la misión que le encomienda con Montesinos en las Cortes. Habla de la coparticipación Franciscana en los planes de P. Córdoba; debemos recordar que Las Casas cuenta la forma como se integró la primera expedición, nos dice quienes era Montesinos, Francisco Córdoba y Juan Garcés, sobre todo éste, perseguido de la justicia y luego alumno aventajado de Pedro de Córdoba, y una cosa que se le escapa a Ramos, esta primera expedición en principio la comandaba la mano derecha de Córdoba, un dominico o sea Antón de Montesinos, el cual se queda en Puerto Rico, el que dice Franciscano acompañaba a Montesinos, y esto viene a ser de gran importancia para el conocimiento de los sucesos y para ubicar a los Franciscanos en el plan de Córdoba, lo que sí para luego es que vienen más franciscanos en 1516, y Oviedo confunde hechos y fechas; estoy de acuerdo con Ramos en que no existía diferencias entre franciscanos conservadores y reformistas. Acepta la oposición de los





Jerónimos y la lucha que libra P. Córdoba con ellos, lo que conduce a las leyes de Burgos y las adiciones de Valladolid. Ramos como yo, percibe que el P. Córdoba, es el hombre más importante llegado a principios del siglo XVI al continente americano. Joaquín Balaguer dejó esta opinión: “Así como Américo Vespucio despojó a Colón de gran parte de la gloria del descubrimiento, dando su nombre al continente, así Fray Bartolomé de Las Casas aparece injustamente ungido con la aureola pertinente al P. Córdoba como apóstol de los indios.’’


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No. 10.


L A S   I N D I A S   B L AN C a S

            Juan Manzano Manzano, en su obra “Colón descubrió América del Sur en 1494”, y basado sobre todo, en la relación del veneciano Ángelo Trevisán, conocida con el título de Recolecta Colombina; en las décadas del Mundo Nuevo, de Pedro Mártir de Anglería y abundante bibliografía, afirma que el Almirante ordenó una expedición de 5 carabelas en la segunda quincena de diciembre de 1493, partiendo de la costa norte de  Española con rumbo a Cuba, que al llegar al Cabo de San Nicolás fueron al sureste para llegar a las costas perlíferas de Cumaná.

            Trevisán dice que luego de 12 días de navegación las carabelas llegaron a un muy buen puerto, donde fueron recibidos por dos canoas indígenas con 6 pescadores, los cuales daban señales de alegrarse “Como se fosgeno statu altre volte li”, como si los expedicionarios ya hubiesen estado allí. Esto significa, según ellos, que indudablemente, aún antes habían llegado expedicionarios a Cumaná.

Juan Manzano Manzano, se pregunta: ¿Qué paraje era este dónde recalaron las carabelas? Entonces acude a Gómara cuando dice; “El Señor de Cumaná, que así llamaban aquella tierra y río, envió a rogar al capitán




de la flota que desembarcase y sería bien recibido”. En el puerto de Cumaná, dice Trevisán, los indígenas recogían perlas en gran cantidad con cestos especiales provistos de peso, bajaban a las profundidades para recoger las ostras que les servían de alimento y de allí recogían las perlas que despertaron la codicia de los españoles.

            Así llegó aquella expedición a Cumaná en 1494, y bajaron los marineros al poblado, que tenía unas doscientas churuatas, bohíos, invitados por el hijo del Cacique, y los marineros fueron agasajados con manjares de esta tierra, luego pasaron a un salón donde, sentadas en el suelo, estaban hermosas muchachas vestidas con tela de algodón que las cubrían sólo por debajo de la cintura, y adornaban sus cuellos y sus brazos con sartas de hermosísimas perlas; pero esto no era lo más importante, estas indígenas eran blancas y amorosas, se portaban como sí ya conocieran a los expedicionarios.

Juan Manzano M. comenta, que sí las muchachas del Cacique de Cumaná eran más blancas que el resto de los indígenas, bien podrían ser hijas de antiguos expedicionarios; y agrega, que los marinos seguramente fueron alojados en sus casas, y los indígenas les ofrecieron sus mujeres, como era costumbre de aquel pueblo.

Además, agrega, que sí alguna duda existiera sobre estos viajes de Colón a la tierra firme y sobre todo a los placeres perlíferos de Cumaná, bastaría con hacer una comparación entre la relación hecha por Trevisán con la del viaje de Peralonso Niño y Cristóbal Guerra en 1499, pues fácilmente se puede advertir que se trata de la misma región de Cumaná, aunque Peralonso dijese que había ido a Curiana, que efectivamente visitó, pero el gran rescate de perlas lo hizo en Cubagua y sobre todo en Cumaná.

Ahora bien, Gómara es el único de los Cronistas de Indias que tomó en cuenta estas expediciones a las costas de las perlas; pero, como señala Manzano Manzano; cometió el error de considerarlas un episodio más de la tercera expedición colombina de 1498.






Por nuestra parte ya hemos escrito sobre el tema al comentar las observaciones que hace Girolano Benzzoni, en su “Historia del Nuevo Mundo”, en relación con la entrada de Colón a Cumaná. Pero considero que hay siempre un error en las cronologías, ya que creo que no son los expedicionarios de 1494 los que descubren a las indias blancas si no los expedicionarios de 1515, y 1521, es decir, los misioneros que vienen en las expediciones de Pedro de Córdoba, y los que llegan en las expediciones de Gonzalo de Ocampo y Jácome Castellón.

Pasaron muchos años desde que los marineros de Colón convivieron con los indios de Cumaná, y naturalmente dejaron sus descendientes, los indios blancos, de que hablan los cronistas y eso constituye una prueba irrefutable del descubrimiento de Cumaná en 1494 como lo afirma Manzano Manzano.

Con esto no quiero restarle el protagonismo que tiene y merece el pueblo de Macuro, donde toca Colón el 5 de agosto de 1498, que celebraremos en esta única oportunidad; pero los hechos históricos terminan por descubrirse e imponerse.


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No. 11.


B E N Z O N I    E N    C U M A N Á


La escritora e historiadora Marianela Ponce me acaba de enviar su obra “El Control de la Gestión Administrativa en el Juicio de Residencia al gobernador Manuel González Torres de Navarra”, donde se debe admirar no sólo el material infinito utilizado, sino la forma didáctica de su autorizada expresión. Marianela Ponce es la tercera mujer en la Academia de la Historia, y esta maravillosa cumanesa me dedica su obra con estas




palabras: “Para Ramón Badaracco con el afecto de una compañera de faenas”. No es el momento de rebatirle tan apresurado como cariñoso elogio, lo importante es la promesa que le hice de dedicarle un artículo que se llama El Descubrimiento de Cumaná, que ha debido ser el primero de mi serie “Noticias de Nuestra Historia”, que he venido publicando irregularmente en el Periódico de Sucre.

            Girolano Benzoni, aquel navegante infatigable del cual ya hablamos, le dedica a Cumaná muchas páginas interesantes de su obra “La Historia del Nuevo Mundo”, publicada por vez primera en Venecia en el año 1556 y trata sobre su viaje al Nuevo Mundo en 1541. Tengo en mis manos la Segunda Edición publicada en Caracas en 1987, traducida por Marisa Vannini y publicada por la Academia Nacional de la Historia.

            Salió Cristóbal Colón de puerto de San Lucar de Barrameda y se dirigió a las Azores, Islas Portuguesas; luego de un fatigoso viaje, más por la calma que por contratiempos, llegó a las tierras de Paria, probablemente el cinco (5) de agosto de dicho año.

            Benzoni no narra los sucesos de Paria de los cuales hablábamos en artículos anteriores, dice tan sólo, -que entrando por el Golfo de Paria
descubrió el Almirante la Isla de Cubagua, que llamo de Las Perlas, porque encontró a los indios pescándolas y a las indias luciéndolas en sus cuellos.

            Lo más importante de este relato está en la página 49, donde nos cuenta, sin darle mayor importancia, que el Almirante se acercó a tierra firme y entró por el río de Cumaná. Allí los indígenas vieron por primera vez el prodigio de sus naves y se maravillaron de los hombres blancos y barbados, y se preguntaban: “¿Qué hombres son éstos?”, “vendrán del cielo”. Por señas pidieron al Almirante que bajara a tierra porque el cacique quería conocerlo y rendirle tributo. No se atrevió a bajar, pero los indios entraron en las Carabelas y mostraron interés en las gúmenas (cuerdas gruesas), anclas y todas las demás partes de las naves. El Almirante les hizo muchos regalos, mandó bajar a tierra a los marinos y los indios lo agasajaron, diéronles, comidas y bebidas, se holgaron mucho en ello.





            De este viaje de Colón, con la excepción de Juan Manzano Manzano, no han querido decir nada los historiadores, es más, se hacen los ignorantes y en algunos casos niegan a Benzoni, pero para mí tiene gran
importancia, porque la crónica de este viaje de Colón significa el descubrimiento de Cumaná como pueblo. Nuestro Cronista, el Dr. José Mercedes Gómez, citando a Juan Manzano nos dice, que en sus libros “Colón descubrió la América del Sur en 1494” y “Colón visitó las costas de Cumaná. Guillermo Morón, nos da una clave, cuando asienta “Esta tradición corre después expresada con mayor firmeza, suponiéndose que el Almirante llegó hasta Cumaná”

            Pues bien, vistas las pruebas acumuladas, tengo como cierto que el Almirante Cristóbal Colón estuvo en Cumaná en 1494-1495, y debe tenérsele como el Primer Viajero que llegó a nuestras costas. Bartolomé de Las Casas, también transcribe lo siguiente, que toma del diario del Almirante: “Determinado, pues de venirse cuán presto pudiese a esta isla, miércoles a 15 de agosto, que fue de la Asunción de Nuestra Señora, después del sol salido, mandó alzar las anclas de donde había surgido, que debía ser dentro del golfete que hace la Margarita y otras isletas con la
tierra firme (y debía estar cerca de la Margarita, como dijimos arriba, cap. 137), y dio la vela camino de esta isla. Y viniendo su camino, vio bien vista la Margarita y “las isletas que por allí había, y también, cuando más se iba alejando, más tierra alta descubría de la tierra firme. Y anduvo aquel día, desde el sol salido hasta el sol puesto, sesenta y tres leguas, por las grandes corrientes que ayudaban al viento”.

No dice el cronista de Indias que Colón estuvo en Cumaná y entró por el río Cumaná, solamente menciona que Colón estaba en un golfete que hace la Margarita con la tierra firme y las isletas que por allí había, porque el cronista acumula una serie de crónicas que para esa época era difícil conciliar, pero ya sabemos que Colón conocía desde 1494 el Golfo de Cariaco, y no puedo imaginar que Colón, en 1498,  después de recorrer y conocer  el Golfo de Paria en su tercer viaje, no se hubiese interesado en volver a nuestro Golfo, y al río que proveía de agua a los pescadores de






perlas, como en efecto lo conoció y en efecto entró por segunda o tercera vez,  al río  Cumaná, como lo afirma Benzoni y Juan Manzano Manzano, que conocían el diario de Colón y no podían inventar estas historias con detalles que encierran tanta verdad..

            Entonces, desde el 1º hasta el 15 de agosto de 1498 estuvo el Almirante Cristóbal Colón, por tercera vez recorriendo las costas del Estado Sucre y las islas de Margarita, Coche y Cubagua, y podríamos asegurar que sí Colón salió de la Punta de Paria, el 13 de agosto “en saliendo la luna”, recorrió “30 ó 40 leguas” el 14, con toda seguridad, entró a Cumaná por segunda o tercera vez, contrato las perlas que luego se llevó Per Alonso Niño,  y el 15 de agosto continuó su viaje a Santo Domingo, tal como dice el cronista y como dice Benzoni, y lo explica con lujo de detalles Manzano Manzano, y ciertamente estuvo en Cumaná, en el pueblo de los cumaneses, donde fue recibido con muestras de sana alegría por Alonso y los indígenas, como lo cuanta Benzzoni.

            El diario de Colón pasó a ser un Código hermético que muy pocos iniciados conocieron; en ese diario estaban los datos de Cubagua y Cumaná, y la riqueza perlada; y también las fuentes de agua tan importantes como las minas y placeres; por eso es tan raro que ocultara todo lo referente a esta parte de las nuevas tierras; y a los cronistas les fue difícil acceder a estas fuentes. Hoy se están estudiando con entusiasmo los viajes de Colón desde este ángulo desconocido.  

            En su “Historia del Nuevo Mundo”, Benzoni dedica las primeras páginas en su andar por la provincia de Cumaná lo que convierte la obra en un manantial de noticias de primera mano para nosotros. Se publica por vez primera en la ciudad de Venecia en el año de 1565 y la Academia Nacional de la Historia nos acaba de entregar la traducción hecha por Marisa Vannini en 1987, con un estudio preliminar del eminente biogeógrafo León Croizat.

En 1541 Benzzoni parte de San Lucar de Barrameda y dos meses después llega a la Isla de Cubagua. Se embarca en una expedición




preparada por el gobernador de Margarita Pedro de Herrera, con el propósito de “rescatar” esclavos en las costas de Cumaná. Esta expedición estaba formada por dos bergantines, tripulados por treinta españoles bien armados. Benzzoni lo describe así:

“Poco después, salimos todos a dos horas del alba acompañados por Jerónimo de Hortal, y por la noche entramos al río de Cumaná. Había allí una fortaleza de madera, construida por los españoles para proteger las embarcaciones que desde Cubagua iban a este río a proveerse de agua. Jácome Castellón, en el tiempo en que florecía la pesca de perlas, había levantado en este lugar otra de tierra, pero poco después, por la abundancia de lluvias, el río creció de tal manera que inundó más de dos millas del país, con lo que dicha fortaleza se arruinó”.

            Benzzoni da testimonio de varios hechos importantes en este relato, a saber: a) Que aún existía la fortaleza de Castellón construida de madera después del terremoto de 1530. Tal vez no pudieron informarle detalladamente sobre este suceso, porque no lo relaciona, así como tampoco la información completa sobre la fortaleza y la empalizada que hizo Castellón alrededor del pueblo, ya que dice se trataba de una construcción de tierra, y por las ruinas existentes sabemos que Castellón utilizó los mismos materiales que luego se usaron en esta zona, o sea cal y canto; b) Tampoco dice sí el castillo de madera estaba dotado, pero es de suponer que sí lo estaba, porque los españoles lo construyeron para habitarlo, defenderse y proteger a las embarcaciones que venían de Cubagua a proveerse de agua, y esa necesidad existía para 1541; c) Las observaciones de Benzzoni también vienen a cuento porque muchos historiadores creen que los pobladores de la Nueva Cádiz iban hasta Macarapana en solicitud del preciado líquido, por lo cual concluyen y afirman que los primeros misioneros enviados por Pedro de Córdoba en 1513, no arribaron a las costas de Cumaná, como se desprende de las crónicas de Bartolomé de Las Casas, sino a tierra de los Cumanagotos.

            Continúa Benzzoni describiendo lo que vio en el País de los Cumaneses, y dice: “Quedaban aún algunas casuchas, cuatro o cinco, hechas de caña donde el Capitán, Diego de Ocampo, fundó la Villa de





Toledo”. Benzzoni se refiere a Gonzalo de Ocampo y también confunde el caserío cercano a la fortaleza de Castellón, que es el mismo de la misión franciscana fundada por Garceto en 1515 y que luego se llamó Nueva Córdova, con la Villa de Toledo; Gonzalo de Ocampo construye su Villa media legua del río arriba, y es probablemente donde llega Benzzoni cuando dice: “Mientras estábamos en Cumaná, llegó una mujer india, esposa de uno de los principales jefes de la provincia, con una cesta llena de frutas…”. “Tan pronto como hubo llegado se dirigió al Gobernador Pedro de Herrera, depositó el regalo de frutas delante de él y sin pronunciar palabra alguna se sentó en un banco…”. “Dos días después salimos de Cumaná…”.

            Podemos deducir que Benzzoni diferencia entre el pueblo de cuatro casas que se encuentra en la desembocadura, y Cumaná, el pueblo que fundó Ocampo, media legua río arriba como se ve en planos del siglo XVI, y puede apreciarse de Cédulas Reales que los mencionan por separado, y además no debemos equivocarnos en relación con la importancia de estos enclaves de casas, sobre todo tratándose del único puerto seguro entre la tierra firme y el resto del mundo. Esas cuatro casas de la Nueva Córdoba manejaban el movimiento misional del continente y el comercio inicial desde 1515; luego fue el puerto de los primeros colonizadores, más tarde
el puerto de los esclavistas hasta 1569 fecha del arribo de Diego Fernández de Serpa.

            Benzzoni cuenta las peripecias de su expedición: su estancia en Cariaco, el “rescate” de indios, su recorrido de cien millas por tierras desconocidas; ochenta millas en piragua, la pesca de perlas y su regreso a Cumaná. Este viaje echa por tierra muchas versiones de reputados historiadores e investigadores que afirman que en la provincia de Cumaná no hubo ninguna fundación antes de 1562, o que el pueblo de Cumaná desapariciones de 1542, o que el pueblo de Cumaná no fue mencionado por ningún historiador o viajero de esos tiempos. Benzzoni los destroza al decir que él vio las ruinas   del castillo de Jácome y el pueblo de cuatro casas, es de suponer que la fortaleza de madera estaba habitada y dotada,





como es lógico; y un poco más arriba estaba el pueblo de Cumaná, donde llegó la expedición de Pedro de Herrera con sus barcos y hombres y desde allí, como lo hizo Gonzalo de Ocampo y otros viajeros, partió a “rescatar” indios.


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No. 12.


GLOSAS EN LA OBRA de FRAY ANTONIO DE CAULIN.

            Ya me he referido a la Historia Corográfica de la Provincia de la Nueva Andalucía de Fray Antonio Caulin, que destaca los hechos fundacionales de la Ciudad de Cumaná y aclara muchos de ellos que han sido distorsionados por otros escritores, por ejemplo:

En el capítulo V narra la expedición de Don Diego de Ordaz, nombrado Gobernador de todas las tierras que corren desde la ensenada de Borburata hasta el río Orinoco, siguiendo las costas de Venezuela y la Nueva Andalucía. Ordaz integra su expedición con 400 hombres de guerra y 600 pobladores. Parte del puerto de San Lucar, el 20 de octubre de 1530; en la isla de Tenerife se le unen doscientos hombres comandados por los hermanos Silva, y dos meses después arriban al Golfo de Paria entrando por la Boca de Drago. Caulin dice que Ordaz saltó a tierra en Paria, y envió a Jerónimo de Ortal a la Casa Fuerte, construida por Don Antonio Sedeño, y se posesionó de ella; desde allí comisionó al Capitán Juan González para hacer un reconocimiento por el Delta del Orinoco: construyeron dos Bergantines y capturan un Galeón portugués. Narra el rapto de una bella portuguesa por los hermanos Silva, por lo cual ordenó degollarlos. Partió Ordaz del Fuerte de Paria, dejando una guarnición de 50 hombres al mando de Martín Yánez, para conquistar las tierras de su gobierno y se enfrenta a la fuerza del río Orinoco en cuya empresa salva milagrosamente la vida, regresa al Fuerte de Paria, que encontró en




estado tan ruinoso que decide refugiarse en el fuerte de Cumaná, al cual considera más apropiado, y nosotros, por deducción lógica, colegimos que, en el fuerte de Cumaná, cabían cómodamente estos expedicionarios. No dice nada Caulin de los 600 pobladores sólo se ocupa de los hombres de guerra, pero es indudable que no los abandonó.

            Don Antonio Sedeño, informado de la expedición de Ordaz, escribe al Supremo Consejo de Indias reclamando indemnización por los daños y perjuicios que le ocasionó Ordaz; y en igual sentido escribe el Gobernador de Cubagua, Pedro Ortiz de Matienzo, porque Ordaz entra en su jurisdicción que comprendía 30 Leguas de las costas de Cumaná, lo que constituía una violación flagrante de sus derechos. Oyó la Corte las quejas y dispuso que el Gobernador Ordaz distribuyera a satisfacción las tierras, dándole ejidos a la Nueva Cádiz, pero reservándose la jurisdicción civil y criminal. Sin tener estas noticias, Ordaz envió para Cumaná al Licenciado Gil González de Ávila, con la mayor parte de su gente, con orden expresa de esperarlo. Llegó Gil González y entra a Cumaná sin ninguna resistencia, sin embargo, avisado Matienzo, prendió al Licenciado y su gente, y 15 días después también prendieron a Ordaz. Veamos el texto de Caulin “Proveyendo éste de Bastimentos necesarios para algunos días, se dio el Gobernador a la Vela en seguimiento de Gil González. A quien ya suponía en el fuerte de Cumaná. Así fue; porque como eran pocos los asilados que lo guardaban, no halló en ellos para su alojamiento la menor resistencia; pero habiendo dado noticias de esta llegada a la Nueva Cádiz, envió Matienzo refuerzo de gente con orden de prender a Gil González y sus soldados, como lo ejecutaron y lo mismo hicieron con Diego de Ordaz cuando llegó, que fue 15 días después… Estos sucesos los narra con lujo de
detalles Fray Antonio Caulin, y de ellos debemos llegar con fortuna a interesantes conclusiones, por ejemplo, si Ordaz sale en Octubre de 1530 para el Nuevo Mundo y encuentra el fuerte de Cumaná en condiciones para alojar a sus tropas y Matienzo reclama este fuerte, entonces no fue destruido totalmente por el terremoto del primero de septiembre de 1530, como hemos venido creyendo, y además no era tan pequeño ya que era capaz de alojar toda la fuerza de Ordaz, que ya dijimos, constaba de 600 hombres de guerra y 600 pobladores, restando los que dejó en el fuerte de Paria y los que murieron en la expedición de Orinoco. Otra





conclusión tendría relación con el conocimiento que tenían los expedicionarios de Cumaná y la importancia de sus aguas. No se puede ignorar tal, porque todos los historiadores de Indias, todos los cronistas, inician su historia con estos acontecimientos y se sabe todo acerca de ellos. No entendemos entonces porque los autores más importantes de la actualidad pretenden obviar esta parte inicial de la formación y poblamiento del Continente Americano, por cierto, cuando Fray Pedro de Aguado, narra estos mismos acontecimientos y explica las razones que tiene “Hordas” para venir a Cumaná, en el Capítulo XVI de su Recopilación Historial de Venezuela, dice:
“Así por sus furiosas corrientes (del río Orinoco) como por la falta de comidas y naturales que por él había, lo cual se podía fácilmente hacer por Cumaná, donde a la sazón estaba una fortaleza con alguna gente española y les sería gran lumbre y guía para seguir el viaje de tierra. Y platicando esto, les pareció bien a todos, y así determinó el Gobernador dar la vuelta con el resto de la gente que le había quedado, que sería 400 hombres…”.
El viaje de Ordaz, ha sido tímidamente recogido por la historia, para nosotros es revelador, tiene vital importancia porque tiene como referencia obligada el enclave de la desembocadura, o pueblo de Nueva Córdoba, y el pueblo fundado por Gonzalo de Ocampo, que vendría a ser el centro de nuestra ciudad. Para 1531, fecha probable de su arribo a Cumaná, el castillo de Castellón se estaría reparando y la expedición seguramente se alojó en el pueblo de la Nueva Córdova, donde encontró un fuerte de madera, muy amplio y con abundantes provisiones, que los Caciques cumaneses suplían a los expedicionarios españoles.
No dice la Historia el destino de esos expedicionarios, cuya aventura
termina con la prisión y muerte de Don Diego de Ordaz; por supuesto muchos de esos expedicionarios se quedaron entre nosotros.

            Fray Antonio Caulin escribió su obra a partir de 1743 por orden del Superior de la Orden, Padre Alonso Hinostroza y la titula Historia Coro-Gráphica. Natural y Evangélica de la Nueva Andalucía, Provincia de Cumaná, “Guayana y Vertientes del río Orinoco”. Se conservan dos







manuscritos de ella: uno en Sevilla, Archivo General de Indias; y otro en la Biblioteca del Palacio Real de Madrid.

            Caulin le dedica gran atención a la formación de la ciudad de Cumaná, capital de la Provincia de la Nueva Andalucía, y si bien es cierto que se le atribuyen muchos errores cronológicos, sus relatos conservan inigualable frescura histórica dentro de un decir castizo y elocuente. Cumaná es entonces, una ciudad de 6.000 habitantes blancos y más de 30.000 indígenas Kaimas. Era una gran ciudad

Caulin no incluye la población indígena que años más tarde Alejandro Von Humboldt calcula en 15.000, que siempre formaron y forman indivisiblemente el pueblo de Cumaná.

            Caulin dice que Cumaná “Está situada como medio cuarto de legua al Sur de la Costa del mar en un Valle que forma la Sierra, de alegre y deleitable llanura, con la conveniencia de tener en medio de ella un Cerro prolongado, en que se construyeron tres castillos…” Se refiere a todo el territorio de Cumaná.  Continúa Caulin describiendo la ciudad con sus fortalezas, que existían ya para la época; de las iglesias y conventos menciona a la Parroquial, la Ermita de Nuestra Señora del Carmen, y los conventos de Franciscanos y Dominicos, que albergaban cada uno 12 religiosos, lo que demuestra su importancia, avalada por el Obispo de Puerto Rico Don Mariano Martí, que recomendaba la creación de las Cátedras de Filosofía y Teología en 1758.

            En relación con la fundación de Cumaná, coincide casi al pie de la letra con Historia de las Indias de Bartolomé de Las Casas, da cuenta del Convento fundado por los Franciscanos en 1515 dice: “En este mismo tiempo tenían ya los religiosos de mi P. S. Francisco fundado un Convento a corta distancia de la costa del mar, y junto a la rivera del río de Cumaná, en cuya boca comenzó el licenciado Casas de labrar una fortaleza para asegurarse de los indios…”

Luego narra la llegada de Gonzalo de Ocampo y Jácome Castellón,




rematando el Capítulo III con la fundación de la Nueva Córdova, cuando asienta: “y deseando el Capitán Castellón asegurar el agua a los de la Nueva Cádiz, construyó una fortaleza en la boca del rió Cumaná, donde el Licenciado Casas la empezó a edificar, y con ella y sus agregados tomó principio la ciudad de Cumaná el año de mil quinientos veintiunos, cuyo titular es la Gloriosa Santa Inés”.

Caulin es otro de los historiadores que citan los acontecimientos fundacionales con absoluta precisión e imparcialidad, no conoció la Historia de Bartolomé de Las Casas, ni pudo estar influido por él, ya que pertenece a los autores defensores de la obra de España, justificador o ignorante de los atropellos. Caulin desconoce a Pedro de Córdoba y sus expediciones, pero es un historiador cuyo testimonio no puede ser obviado. Es muy importante saber y decir que después de 1521 continuaban los Franciscanos en su Convento, porque muchos historiadores creen que a la salida de Bartolomé de Las Casas desapareció, y es bueno recordar que continuó prosperando como  lo probamos con Cédulas Reales y en nuestros libros “Cumaná y Coro” y “La Fundación de Cumaná”, y para el año de 1589 el Rey le concedió ornamento y campana, luego fue reconstruido por Fray Antonio de San Miguel (1641) y en 1644 le construyen iglesias donde hoy están sus sagradas ruinas.

Es cierto que Cumaná se inició como una misión, pero así mismo se fundaron casi todos los pueblos de las provincias de Nueva Andalucía y Venezuela, por ello en el estudio preliminar de la obra Misión de los Capuchinos en Cumaná, Buenaventura de Carrocera, dice: “A excepción de las ocho o doce poblaciones que fundan en Venezuela hasta mediados del siglo XVII, el resto de pueblos lo erigen los misioneros” de tal suerte que los historiadores que por ésta causa niegan el hecho fundacional van a tener que corregir toda la historia de Venezuela y gran parte de América.
            Algún día veremos al reconocimiento Universal de esta verdad que salta de las páginas de la Historia: Aunque los misioneros dominicos se asentaron primero en 1514, aceptamos que Cumaná fue fundada por Pedro de Córdoba, el 27 de noviembre de 1515 por misioneros Dominicos y Franciscanos, actuando conjunta y armoniosamente, cuyo prior o vicario fue Juan Garceto. Que actuaba bajo las órdenes directas de Fray Pedro de Córdoba



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No. 13.



GLOSAS SOBRE UN TABAJO DE MARC DE CIVRIEUX

             En su trabajo o investigación “Los Cumanagotos y sus Vecinos” publicado por la Fundación La Salle con prólogo de Audrey Bulto Colson, en el capítulo Etnohistoria, Marc incurre en algunas interpretaciones que nos ha costado mucho asimilar, por la responsabilidad del autor, en la confusión existente en cuanto a la llegada de los primeros misioneros a Cumaná, y por ende al Continente Americano, Marc dice textualmente:

            “En 1514, a fines del reinado de Fernando el Católico, la Tierra Firme de Indias se hallaba todavía en manos de los indígenas. López de Gómara, Fernández de Oviedo y Valdez, Las Casas y Aguado, cuentan que la aldea costera de Píritu de Maracapana, llamada también Manjar, y poblada por los indios Píritu, recibió en ese año a dos barbudos forasteros que parecían seres semidivinos caídos del cielo. Estos personajes misteriosos desembarcaron y la nave que los traía se alejó. El sitio de Manjar correspondía, poco más a menos, al actual Puerto Píritu, y fue junto con la ranchería situada en la boca del río Cumaná (hoy río Manzanares), uno de los primeros sitios de Tierra Firme que conocieron misioneros. Losvisitantes Francisco de Córdoba, fraile de la orden de los Dominicos, y Juan Garcés, un lego, venían de la Isla de Santo Domingo, donde los perleros de Cubagua estaban establecidos, con la intención de controlar sus atropellos en Tierra Firme”.

            “Tres años antes de arribar a las costas de Píritu, los frailes Dominicos habían denunciado el genocidio que los mismos españoles practicaban en la isla Hispaniola y en Cuba; habían condenado la conquista violenta, la crueldad y la esclavitud, en nombre de las más elementales normas de humanidad. Su actitud despertó sorpresa e inquietud entre los







colonos ávidos de riquezas, e indiferentes a los sufrimientos de la población indígena. Estos sentimientos se tornaron en odio, cuando se hizo claro que los Dominicos persistían en su actitud idealista, estorbando los intereses coloniales y las aventuras doradistas”.
Marc acoge, en cierto modo las versiones de López de Gómara y Fernández de Oviedo y Valdés, que no así la que trae la” Historia de las Indias” de Bartolomé de Las Casas, en el discutible Capítulo XXXIII, para mi escrito por alguno de los misioneros de picaría que le acompañaban, ya que este texto, y otros de los capítulos LXXXIII y LXXXIV (Ob. Cit. H.I.), que se refieren íntegramente a Cumaná son de un mismo cronista, pero distinto a Las Casas. Pueden ustedes, estudiosos de esta materia, deducirlo de la siguiente redacción:

“Estando en peligro, dijo el padre fray Pedro al principal de los franciscanos en latín, porque no entendía nuestro romance” … (Esto lo dice indudablemente un picardo) y más adelante, cuando se refiere al Clérigo Las Casas en tercera persona, para mí Las Casas   les dio cabida a estas páginas, sin correcciones ni adaptaciones, en su “Historia de las Indias”, como documentos de inestimable valor.

            Yo no puedo decir, narrando un episodio, el Dr. Badaracco se embarcó, o por cuanto el Dr. Badaracco no habla inglés. Indudablemente las crónicas de la llegada de los misioneros a Cumaná en 1513 o principios del 14, las escribió un acompañante picardo de Pedro de Córdoba, pudo haber sido cualquier picardo; y las de 1515 igualmente, para mí el propio Garceto, Vicario de esa orden y cofundador de Cumaná. Este des- cubrimiento mío tendrá importantes consecuencias, sobre todo porque no se podrá afirmar en el futuro que la llegada de los primeros misioneros a Cumaná, no tiene testigos ni documentación, que no hay historia escrita; aunque siempre persistirán en el error, y sobre todo los interesados en acomodar la historia, por las rendijitas que deja, y además porque se produjeron muchos hechos similares al primer rapto.

            Córdoba y Garceto, tienen la importancia superior de haber sido




testigos presénciales de los sucesos de 1513 y 1515 en Cumaná, ya que el primero fue quien envió a Montesinos, Francisco Córdoba y Juan Garcés, y el segundo es el vicario de los franciscanos de Picardía que se queda en Cumaná, y nadie como él para contarnos esa historia, como en efecto lo hace, según deduzco. Garceto continua el trabajo iniciado por los mártires Garcés y Córdoba, que por cierto no son dominicos solamente como lo cree Marc, son los compañeros de Montesinos, seleccionados por Pedro de Córdoba, que funda una misión en Cumaná a Garceto y sus franciscos, y otra en Santa Fe de Chiripiche, con sus dominicos, tierras del Cacique Maraguay, luego vendrán otros intentos como el de Guanta y Píritu después de 1515.

            Nadie como Pedro de Córdoba y Garceto para conocer estos sucesos, narrados textualmente en la “Historia de las Indias” de Bartolomé de Las Casas, el discípulo y émulo de Pedro de Córdoba, fuente privilegiada de estos sucesos, que no podía ni querría quebrantar una sola letra de su maestro; así es que la verdad de estos hechos históricos tenemos que encontrarlos primero que todo en los textos de Bartolomé de Las Casas, y luego en las Cédulas Reales que lo confirman letra por letra. Por lo tanto, es conveniente saber cuál es el texto que debe consultarse y para mí no hay otro como la “Biblioteca de autores españoles” Tomo XCVI. Obras escogidas de Bartolomé de Las Casas.

Texto fijado por Juan Pérez de Tutela y Emilio López Otto. En otras de sus obras los textos no están completos.

            Resumiendo, podemos definir los siguientes extremos: a) Que Pedro
 de Córdoba era el Vicario de las Indias, con autoridad sobre la tierra firme, y que envió a Montesinos, Córdoba y Garcés, para la costa de Cumaná en una misión sin precedentes, iniciaba así la Conquista evangélica del Continente Colombino. La Cédula Real dice:

 “Donde españoles no hobiese”. El Rey mandó proveerlo. Pedro de Córdoba, en la española, aparejó un navío con todo lo necesario y la expedición llegó a las costas de Cumaná abajo, aún no existía la provincia y cuando se habla de ella en esa época se habla de Paria y no de Cumaná:




b) Es importante determinar quiénes eran y el lugar en el que llegaron. Montesinos enfermó y se quedó en Puerto Rico, era dominico bajo la autoridad de Pedro de Córdoba, y los otros dos, sus compañeros; por lo tanto, es una expedición Dominica. La crónica dice: “Llegados a tierra firme, salieron en cierto pueblo, que por mi inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se llamaba; él debía ser según imagino, la costa de Cumaná abajo”. Esta crónica ha dado pié a diversas interpretaciones, sobre todo por la expresión “inadvertencia”; pero no dicen que agrega que allí cerca se pescaban perlas.

Esta expresión indica que el cronista, sin lugar a dudas, venía en la expedición.
 
            No se trata de Píritu, donde nunca ha habido perlas, y que para 1513 era un paraje remoto, ningún misionero había llegado hasta allí como cree Marc, y parece decir López de Gómara, que confunde todas las cosas y las fechas, y que entre otros errores dice que Juan Garcés, es el Vicario de los franciscanos. Sin embargo, la confusión es comprensible, ya que cuando los navegantes usaban el término “abajo” se referían al Oeste, en el caso que nos ocupa, como lo explico en mis libros “Cumaná y Coro” y “La Fundación de Cumaná”, se trata del sitio conocido como El Barbudo, que quedaba en la isla de Cumaná a la desembocadura del río Ciribichií, la ultima luenga, que era un gran río navegable, un Kawaná –gran río- de donde presumo viene la palabra Cumaná;  y por supuesto que no tiene nada que ver con lo que queda de él.

            Luego, Marc habla de un Don Alonso, este asunto de Don Alonso, lo trabaja Marc con más inteligencia que otros autores que ni siquiera nombran al cacique de los cumaneses. Para Marc es el cacique de los Cumanagotos, el del rapto perpetrado por Gómez de Rivera, en el pueblo de Manjar, y desde aquí en adelante todo el episodio narrado en la “Historia de las Indias” por Las Casas, sólo se diferencia en aquello de los dos hombres barbados de que habla Benzzoni.

Luego dice que Alonso se convierte en “Guatiao”, y muy viejo acompaña a Fajardo en sus expediciones. No cita fuentes ni fechas, por





ello ha sido difícil seguir su versión. Lo que sí puedo asegurar es que sus fuentes son distintas, no se trata de Las Casas, ni las Cédulas Reales. Las Casas dice que Don Alonso, cacique de los cumaneses, a quién trata con respeto, se consumió en cautiverio. Por cierto, para calcular la edad de este Don Alonso serviría atender a la fecha de llegada de los primeros misioneros, 1513 o principios de 1514, para esa fecha Don Alonso era tratado de Don por los cronistas, y tenía numerosa familia, suponemos tímidamente, un hombre de más de 30 años que para 1560-62, fecha de las principales acciones de Fajardo, cincuenta años después, tendría por lo menos 80 años. Realmente es imposible que sea el mismo.
            Los historiadores que señala Marc no dicen nada de los barbudos que desembarcaron en Píritu para 1513, este relato, contado de esta manera sólo trae confusión entre los historiadores. Al parecer Marc, no ha tenido entre sus fuentes la permisología que necesitaba una orden religiosa para establecerse en tierra firme, ni la carta que envían en 1620 los jueces y oficiales de Santo Domingo al Almirante Diego Colón, dando cuenta del alzamiento de los indios de Tierra Firme, en el cual se determina que los franciscanos tenían más de seis años establecidos en Cumaná “más había de seis años” … Ahora hay estudios muy serios sobre el primer viaje de los misioneros enviados por Pedro de Córdoba, y la misión que se les encomendaba, entre ellos podemos mencionar el estudio de Lino Gómez Canedo.

Píritu ha sido mencionado en esta primera misión por cronistas que han confundido las fechas, los factores y acontecimientos. Es el mismo error de Marc de Civrieux.


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No. 14.

SIETE CRÓNICAS CORTAS PUBLICADAS EN EL DIARIO VEA (Suplemento literario de Mario Torrealba Lossi)

a-     Colón descubrió Cumaná en 1494




Y ya era Primogénita cuando la descubrió. El notable historiador español Juan Manzano, siguiendo la crónica escrita por un marinero de Colón, Ángelo Trevisán, y después de un severo análisis de los textos de Anglería y otros cronistas, llega a una conclusión sorprendente: Colón descubrió a Cumaná en uno de sus viajes cortos de 1494, cuatro años antes que Macuro.  Trevisán cuenta, que cuando llegaron a Cumaná, los indios los recibieron con muestras de alegría y “Como se fosseno stati altre volte li” -como si antes hubiesen estado allí-; y dice que el hijo del cacique de Cumaná, los llevó a una casa grande donde les brindaron bebidas, frutas y mujeres, al parecer, tan blancas como ellos.  Y lo más sorprendente del relato y de  éste acucioso historiador, es que no se conforma con decir que Colón descubrió a Cumaná ese año de 1494, sino que deduce por algunos datos contrastables, que mucho antes que Colón, 16 años antes,  los europeos habían estado en Cumaná, y uno de ellos, que se salvó milagrosamente, fue el célebre “protonauta”  del que se habla en voz baja, como para no romper el muro de los lamentos; que muere en brazos de Colón en la isla de Madera y le cuenta su portentoso viaje.
Benzoni también dice que las carabelas de Colón entraron por el río de Cumaná en aquellos viajes cortos; los indios lo festejaron y subieron a bordo de las naves, y se admiraron de las gúmenas, anclas, velas y otros artilugios que llevaban. Entonces viene a ser nuestro río el primero que surcan las naves de Colón en el Continente.
 Aquellos habitantes eran gente de paz, habituados a los barcos, sabían lo que era un gran barco porque eran fabricantes; así lo cuentan cronistas como Las Casas que convivió con ellos.

b-    Extraña anécdota.

El Dominico Fray Pedro de Córdoba, lideró la idea de la conquista pacífica de la tierra firme, y con este propósito hizo tres expediciones para fundar Cumaná, la Primogénita, que iba a ser la ciudad evangelista.  Pedro tenía el don de la santidad y su predicamento tuvo multitud de seguidores tanto en España como en América. Bartolomé de las Casas fue su discípulo, el Pablo que necesitaba aquella jornada, y nos lo dio a conocer. 




Copiaré, con algunas intervenciones, de la colección Biblioteca de Autores Españoles Tomo CVI Obras escogidas de Bartolomé de las Casas “Apologética”, págs. 378 y 379, una extraña anécdota, que espero los distraiga de tanto barullo ruidoso y pervertido: “En el valle de Chiribichí, provincia de Cumaná, donde el fraile había edificado un convento, queriendo probar  si era verdad lo que  se decía de los piachas, lo que podía hacer “(porque según se certificó  por los religiosos, en obra de tres meses, divinalmente más que por su industria, supo y penetró  la lengua, que por allí no es poco difícil)”. A tal efecto, puso por espías a ciertos muchachos que tenían en el convento enseñándoles la divina doctrina, para que cuando el pinche estuviese en aquella obra lo llamasen. Llamáronlo cuando “el pythio” o “piacha” tenía el diablo en el cuerpo. El siervo de Dios, armado primero de fe viva, toma otro religioso por compañero, y púsole una estola al cuello, en la mano derecha un vaso de agua bendita con su hisopo, y en la izquierda la cruz de Cristo.  Entrando en la casa escura manda a los indios que traigan lumbre o enciendan los tizones que están amortiguados, porque siempre tienen fuego, y comienza por estas palabras.  “Si eres demonio el que a este hombre atormenta, por la virtud de esta señal de la cruz de Jesucristo, la cual tu bien conoces y has experimentado muchas veces, te conjuro que de aquí no te vayas sin mi licencia, hasta que primero me respondas a lo que te preguntaré”. Preguntole muchas cosas en latín, otras en romance castellano, y también creo que en su misma lengua de los indios.  El demonio le respondió a cada cosa de las que le preguntó, en la lengua del mismo piacha. Entre otras le mandó que le dijese donde llevaba las ánimas de aquellos de Chiribichí; primero mintiendo, que es su costumbre, dijo que a ciertos lugares amenos y deleitosos. “¡Mientes, enemigo de la naturaleza humana!”, dijo el santo. Finalmente, constreñido con la virtud de la cruz, confesó la verdad diciendo: “Llévolos a los fuegos eternos, a donde con nosotros padezcan las penas de sus abominables pecados”. Mandó el santo a todos los indios que estaban presentes que por toda la tierra lo publicasen. Y ordenó al diablo: “Sal de este hombre espíritu inmundo”.  La cual palabra dicha se levantó el pinche como asombrado y ajeno de si mismo”.
Es cosa admirable que aquellos piachas respondieran preguntas en latín.





c-      SANTA CRUZ DE LA VISTA, el primer castillo de la tierra firme.

Se le atribuye su construcción a Jácome Castellón. Nació este atildado aventurero en Toledo España, hijo de un rico mercader, don Bernardo Castellón, cuya familia era de origen italiano. Hay un documento de registro, de Jácome Castellón Suárez, en el cual están todos sus datos filiatorios, donde aparece como mercader genovés de 18 años, que en 1512 viaja a la isla “La Española”, acompañado por Andrés de Villacorta y un criado de nombre Alonso Salvanés.


Ilustración 3. El fuerte de Santa Cruz de La Vista, pintado por o por orden de Castellón entre 1521 y 1530.

El Primer castillo o fuerte de la tierra firme, que fue Santa Cruz de la Vista, yace bajo las aguas del mar sobre un manto de misterio; se terminó de construir en la boca del río Manzanares que daba al golfo de Cariaco, para proteger al primer pueblo español nacido alrededor de las misiones






dominicas y franciscanas de Cumaná, y no era una torre sino una real fortaleza como puede verse en el dibujo de Castellón.

Recientemente el padre Álvaro Huerga en su libro “La Evangelización del Oriente de Venezuela”, editado por la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico, alborota el avispero y ratifica que: Bartolomé de Las Casas, puso mano de inmediato a la construcción de una torre o fuerte en la desembocadura del río. Se le atribuye la iniciativa, pero sabemos que el rey Fernando el Católico ordenó su construcción por Cédula Real en 1504, ya que desde años atrás se consideraba imprescindible para defender a los perleros de los indios caribes, y facilitar agua del río Chirtibichií para los trabajadores en los placeres de perlas de Cubagua”.
 
 Sabemos que Las Casas estuvo en Cumaná poco menos de cuatro meses, 15 de agosto al 14 de diciembre de 1521. ¿Podría hacerlo en ese tiempo?

Juan de Castellanos, el juglar de la conquista, los documentos y la mayoría de los cronistas, atribuye a Jácome de Castellón la construcción del fuerte de Santa Cruz de la Vista; el poeta le dedica unas décimas de las cuales se deduce que fue terminado en enero de 1523.

Castellón llegó a Cumaná en noviembre de 1522; no puedo imaginar la construcción de la mole de cal y canto, que aparece en los dibujos y que reproduzco, construida   en tres meses; aunque de los hechos de nuestros antepasados, no debemos asombrarnos. 

Para mi seguirá siendo un misterio, nadie esta interesado en descubrirlo, y pensando en aquellos avanzados que nombramos, puedo considerar, que tal vez ambos se aprovecharon de la distancia, y “jalaron para su costado”.
 
Por el dibujo anexo y datos dispersos, creo que el fuerte fue construido por orden de la Audiencia de Santo Domingo, que desde 1504 descubrieron y explotaron las canteras de piedra ciclópea de Araya, la




primera industria española en tierra firme donde trabajaron hasta 300 españoles e indios. Las perlas, la sal y las canteras fueron las primeras riquezas explotadas en el continente, y era necesario protegerlas. De allí los castillos de las Antillas y la época de los Antonelli. Hubo en la zona mucho movimiento, entonces…

Así lo entendió el Emperador, aunque se le acuse de tacaño. 

D - Pedro de Córdoba, el verdadero fundador de Cumaná.

            No se han puesto de acuerdo los historiadores y cronistas sobre el fundador de la Primogénita:  unos dicen que Garceto, otros Gonzalo de Ocampo, Castellón, Bartolomé de Las Casas, Francisco de Montesinos y la mayoría lo atribuye a Diego Fernández de Serpa. Si en verdad fuese alguno de ellos, Cumaná no sería la primogénita; yo prefiero decir que se fundó mediante un proceso que inició fray Pedro de Córdoba, como lo atestigua la Cédula Real del 10 de junio de 1513, y para fundarla inventó la conquista pacífica y evangélica de la tierra firme, y a su realización dedicó toda su vida.
Pedro de Córdoba fue un dominico pleno de virtudes, excelente predicador, guía espiritual de Bartolomé de Las Casas, alumno aventajado de Salamanca y Santo Tomás de Ávila, donde recibió las sabias lecciones de Juan Hurtado de Mendoza, como afirman Hernann González Oropesa y el eminente historiador cubano José María Chacón y Calvo.
La epopeya de Pedro de Córdoba en tres expediciones, esta perfectamente corroborada y delineada en las Cédulas Reales, que desde junio de 1513 hasta 1525, suscribe Fernando el Católico desde Burgos y Valladolid; en esos documentos indubitables, no solo se teje la historia de la fundación de Cumaná, cuna espiritual del continente,  sino que se asienta lo que puede denominarse, la nueva filosofía de la conquista, que da marcha atrás a la guerra innecesaria contra los indígenas y se impone, a través de las leyes de Indias, un nuevo concepto que es respaldado por la iglesia y los principales  teólogos y filósofos de aquella época. 

Desde Cumaná se inicia una nueva concepción del proceso americano, que no fue perfecto, pero si fue un intento plausible, y el




apóstol de ese intento fue Fray Pedro de Córdoba el verdadero, fundador de Cumaná. 
La fecha oficial de la fundación de Cumaná, admitida y proclamada por la Municipalidad cumanesa, es el 27 de noviembre de 1515, que conmemora el inicio de la evangelización del continente americano por misioneros dominicos y franciscanos, asentados en los Cerritos, a la desembocadura del río Cumaná en el golfo de Cariaco; así nació el pueblo de Pedro Córdoba, La Nueva Córdoba, por descarte el primer pueblo español en Tierra Firme Americana.


E- Walter Raleigh, fue derrotado en Cumaná el 24 de junio de 1591. 

El río Cumaná, desparramaba sus aguas entre manglares infinitos formando un gran delta frente al golfo de Cariaco. En la parte más oriental de la isla de Cumaná, se veían las ruinas del castillo de Jácome Castiglione, y a un tiro de ballesta desde la playa, río arriba se alzaba el monasterio de los franciscanos y algunas casuchas descritas por Girolano Benzoni en su Historia del Mundo Nuevo, era lo que quedaba de la Nueva Córdoba, antesala de la ciudad de Cumaná, consolidada por Fernandes de Serpa.
Desembarca Walter Raleigh, al frente de 210 aguerridos piratas, armados “hasta los dientes”.  Burlaron a los bravos Guaiqueríes que desde mediados del siglo XVI ocupaban las tierras del noroeste de la ciudad, lo que hoy conocemos como “El Salado”; en esa rica y exuberante región tenían sus bohíos o churuatas con su iglesia, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Altas Gracias, además de sus alcaldes, caciques y los derechos que les concedió El Rey.  En el gobierno de Cumaná, estaba Don Francisco de Vides, ya informado de la incursión del intrépido pirata, que había apresado al gobernador de Guayana y Trinidad, Don Antonio de Berríos.

Don Francisco prepara escrupulosamente la defensa de la plaza. Destaca a sus leales indios para que vigilen los movimientos del enemigo; sin embargo, el inglés llega a las puertas de la ciudad a la que aspira sorprender.  No era difícil escurrirse entre las selvas de manglares y los caños del río.  Los invasores superan en número a los colonos, pero el terreno favorece la defensa. La sólida muralla de Palo Sano nunca había



sido violada.  Los colonos bien pertrechados contienen el ataque, y a una señal de Don Francisco, los indómitos Guaiqueríes entran en combate, tomando desprevenidos a los ingleses que abandonaron el campo en precipitada fuga, dejando sus arcabuces y demás pertrechos de guerra. Walter Raleigh cayó prisionero y su sobrino el oficial Granville, murió como un valiente en el combate.
                                                       El Dr. José Mercedes Gómez, que fue Cronista de Cumaná, nos dice: “Orgulloso Vides de su victoria, daría cuenta de ésta al Monarca: Hoy viernes 30 de este mes se ha hecho a la vela el inglés. Lleva la vuelta de Macanao. Dícese va a Inglaterra y no tan bien parado como él quisiera”.
Raleigh salva la vida por canje de prisioneros, lo que supone la firma de algún tratado, hecho señalado que debe constar por cuanto de este pacto salva la vida tanto el inglés como el gobernador don Antonio de Berríos.


F - Del uso y cultivos de coca en las costas de Paria y Cumaná.

Cuando llegan a Cumaná los misioneros desde 1514, se admiraron de muchas costumbres y tradiciones indígenas.  Bartolomé de las Casas en su obra “Historia de las Indias”, se ocupa minuciosamente de ellas, cuenta que:
“Desque llegan los muchachos a diez o doce años, traen todo el día, si no cuando beben o comen, en la boca dos bocados, del tamaño de una nuez, de hojas de un árbol que llaman hay, como de arrayán, uno en el uno y otro en el otro carrillo, las cuales, cierto, son las hojas que en el Perú llaman coca, que en tanto precio según es notorio, las estiman. Estas hojas les fortifican los dientes y muelas de tal manera, que nunca en toda su
 vida se les pudren ni sienten dolor en ellas, pero páranles toda la dentadura como una azabeja muy negra”.
“Tienen sus heredades de aquellos árboles por muncha orden puestos, como ponemos nuestros olivos, los cuales curan y cultivan con suma diligencia, y todas de regadío.  Cercaba cada uno su heredad de aquellos árboles, con su valladar, solamente dejando tanto abierto, para





 puerta, cuanto un hilo de algodón, puede tener un hombre ceñido. Tenían por gran sacrilegio si alguno entrase y pisase la heredad de su vecino, teniendo por cierto que como violador de cosa sagrada había de perecer presto. 
            Para que de estas hojas puedan gozar las gentes de tierra dentro, que no las tienen, hácenlas polvos, y porque duren sin corromperse mucho tiempo, hacen cierta cal de ciertos caracoles y almejas que se crían en una sierra, la cual con el polvo de las hojas mezclan. Esta cal, poniéndola en los bezos alguno que nunca se las haya puesto, se los para tan duros como suelen tener las manos, de callos, los que cavan con azadas continuamente, pero los que acostumbran no sienten aquella dureza. Estos polvos, mezclados de esta manera, guardan en ciertas cestillas de cañas o carrizos, muy bien hechas, para los mercados con oro o joyas de oro hechas, y con maíz, su trigo, y con esclavos, a comprarlos o commutallos, para sanidad, conservación y perpetuidad de sus dientes, vienen”.
            La elocuencia del Cronista de Indias, nos traslada al estudio de un aspecto importante de la cultura de nuestros padres Chaimas, proseguiremos esta búsqueda para ustedes, entre sus penetrantes investigaciones.

G - Del gobierno de los aborígenes cumaneses.

Bartolomé de Las Casas aprovechó el tiempo que estuvo entre nosotros, para investigar, como nadie lo ha hecho, las costumbres precoloniales de nuestros aborígenes, y las dejó escritas en su obra “Historia de Las Indias”. 
Yo, por si acaso esa obra monumental es de difícil obtención, voy a trasladar algunas de sus observaciones para degusto de ustedes, mis amigos invisibles.
En relación con el Cacique, dice el fraile: “Los de Paria, pues, y Cumaná y Chiribichí y por allí abajo, a lo que tenemos entendido, tenían las siguientes: cuanto a la gobernación, esta era de uno -al que llamaban Cacique-  como de las otras partes habemos dicho, porque en cada pueblo gobernaba un señor y quizá una provincia principal, señor uno era. La manera de gobierno en particular, ni las leyes con que se regían, aunque algún tiempo estuve aquella tierra, no la procuré, aunque pudiera.




Todos andaban desnudos, metidas solamente sus vergüenzas en unas calabacitas, o encogidas dentro de las barrigas, por les atar con ciertos hilos como de otras se dijo. Las mujeres también cubiertas con las medias falditas de algodón de que ya tractamos arriba. Cortábanse los cabellos hasta el medio de las orejas y por hermosura se horadaban las orejas y las narices, donde ponían ciertas piezas de oro, o hechas de las hostias de las perlas que más que los oros las precian.
 Entre ellos, aquel se tiene por más poderoso y más noble y caballero el que más canoas o barcos alcanza, y más parientes o deudos tiene, y que mayores hazañas sus pasados hicieron. Cuando alguno injuria o hace algún daño a otro, siempre trabaja de ser satisfacer de su enemigo.
Presumen mucho de sus arcos y flechas por la yerba ponzoñosa que para ellas tienen”.
Trata el fraile sobre las relaciones de los caciques con sus pueblos, dice: “La gobernación que estos reyes y todos los señores sus inferiores por toda la isla puesta tenían, era naturalísima porque en ninguna cosa de la paterna que los padres usan con sus hijos teniendo fin principalmente al bien dellos, como libres, difería. Tractábanlos como si todos sus súbditos fueran sus propios hijos y ellos como a sus propios padres, por amor y no por temor los reverenciaban y obedecían.
El fraile insiste siempre en el trato de “Señor” cuando habla de los caciques, y de “Sabios” cuando habla de los piachas. 


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No. 15.


PRIMER OBISPO DE CUMANÁ

P I E R R E  B A R B I E R

Para 1519 según declara el mismo Rey Fernando el católico en Cumaná había dos iglesias y el ordenaba la construcción de cinco iglesias más. La población indígena estaba calculada en 15 mil habitantes Kaimas.





En la Cédula Real que se le otorga a Castellón dice el Rey, que, de los habitantes de Cumaná, tres partes eran indígenas y una parte Hispanos.

En las islas de Margarita y Cubagua, no había ningún pueblo organizado, ni había templos en servicio para 1519.

Pedro Barbirio, fue el primer obispo de Paria con sede apostólica, sin ninguna duda, en la ciudad de Cumaná. Este prelado es conocido en los documentos oficiales del imperio español como Pedro Barbirio; fue un notable sacerdote flamenco que oficiaba en la corte de Felipe El Hermoso y Juana La Loca para el año de 1501, luego sirvió como capellán del Canciller Jean de Sauvage, de la corte de Carlos V, desde 1516, en cuyo cargo adquirió el prestigio que necesitaba para desarrollar sus inquietudes y aspiraciones.

Pierre Barbier entra a la historia de la mano de Erasmo de Róterdam, fuente imprescindible para conocerlo a través de la amistad que los unió y la correspondencia conservada (1515 a 1523) que da testimonio de ella y que ha trascendido hasta nosotros. De algunos pasajes de esta correspondencia, los investigadores han elucubrado sobre la personalidad de Pierre, rasgos que caen en subjetivismos, porque a veces la buena amistad y las chanzas, son interpretadas según el cristal de cada autor; al parecer, aquel culto sacerdote tenía un espíritu festivo y así lo comunicaba a su amigo. Bromeaba en relación con el oro en las indias occidentales – “Aquí vivimos con la idea de que allá se encuentran países enteros en donde el suelo no es sino de oro puro”.

La diócesis de Paria fue creada en 1519, doce años antes que la de Venezuela con sede en Coro. En efecto, la Corona Española solicitó ante la Santa Sede la creación de esta diócesis debido al auge que habían adquirido los monasterios dominicos y franciscano de Santa Fe y Cumaná, primero en la tierra firme americana. Se prefirió el nombre de Diócesis de Paria, que se da a conocer en el juicio de los Colones contra la Corona, y que uso Colón en sus cartas desde 1498, en lugar de Cumaná, más antiguo en el uso, y cuyo pueblo sería, indudablemente, la sede apostólica.



Pese a que se ha encontrado poca documentación relacionada con este hecho trascendente para nuestra historia, sin embargo lo poco que se ha dado a conocer es satisfactorio, se conservan sobre el hecho dos cartas de Carlos V al Papa León X y otra a su embajador en Roma; además sendas cartas a dos cardenales de la Curia Romana, todas ellas fechadas el 17 de mayo de 1520, y un memorial de fray Bartolomé de Las Casas de 1519, para el Canciller Cattinara, que contiene detalles importantes de la creación de la diócesis; y, previamente a finales de 1518 otras cartas en las cuales se ruega a la Santa Sede, la autorización para la erección de la Catedral en Cumaná y la Bula por la cual se instituye a Pedro Barbirio, en su calidad de obispo de la Diócesis de Paria.

Para 1519 no existía ningún inconveniente para el funcionamiento de la Diócesis; florecía la iglesia en tierra firme con el intenso trabajo de los dominicos y picardos franciscanos de Cumaná, entregados a la construcción de iglesias y a la enseñanza de los niños, como consta en cédulas reales de esos años; sin embargo, se hizo largo el caminar del obispo hacia sus labores en el continente americano, hasta que se dejó sin efecto la creación de la diócesis.

Es indudable que la doctrina y el empeño de Pedro de Córdoba y los dominicos había iluminado a los hombres de la iglesia de la época, sobre todo a Bartolomé de Las Casas, apóstol de la evangelización pura y la conquista pacífica de la tierra firme. Su pensamiento se abría paso en medio de la turbulencia política, la oposición del poderoso Juan Rodríguez de Fonseca y razones económicas del Estado. En ese año de 1519 se produce la intervención de Bartolomé de Las Casas ante el propio Monarca, Carlos V de España y I de Alemania, el más poderoso de aquellos tiempos, en el cual se replantea la idea de la diócesis de Paria. En el Memorial que se conserva, que presenta Las Casas al Canciller Gattinara, se compromete a fundar en el Territorio de la diócesis 10 pueblos, de los que provendría un rendimiento de 50 mil ducados a los tres años de su establecimiento. Las fundaciones serían de seglares, hidalgos caballeros de merecimiento.

Las Casas pedía mil leguas de costa que incluirían las que se le




concedieron a Lope de Sosa, parte del reino de la Nueva Granada, hoy Colombia, donde había minas de oro; porque a su gobierno se le habían quitado las pesquerías de perlas de Paria, y solo le dejaban tierras sin ningún provecho “al menos en oro”. Los límites que reclama Las Casas, están comprendidos entre el Río Dulce o Esequivo, “ubicado arriba de Paria”, y en el otro extremo, el río Atrato en el golfo de Urabá hoy territorio de Panamá.
 
Efectivamente de los documentos conservados se puede determinar que los límites de esta Provincia, se extendían desde el Golfo de Urabá en Darién, donde está la desembocadura del río Dabayba (Atrato), hasta el Esequivo en zona de Guayana.

Las Casas se embarca en Sevilla el 31 de noviembre de 1520, sin que la Bula de Barbirio se hubiese entregado, sin embargo, se considera como un hecho la firma de la Bula, ya que para 1521, después de los sucesos de Cumaná, que terminaron con el proyecto de Las Casas, Pedro Barbirio renunció al Obispado de Paria, sin haberlo ocupado. Una Cédula de Adriano para el Obispo de Santo Domingo, Su Excelencia Dr. Alexander Gerardino, fechado 7 de octubre de 1521, menciona la renuncia de Barbirio a favor de Rodrigo de Bastidas, que vendrá a ser el primer obispo de Venezuela con sede en Coro. Adriano fue electo Papa por el Conclave Cardenalicio del 9 de enero de 1522. Barbirio fue llamado a San Pedro, donde permaneció con el cargo de Sacristán del Pontífice. Después de la prematura muerte de Adriano VI, Pier fue nombrado Deán de la Catedral de Tournay en los Países Bajos, donde ejerció hasta su muerte.



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No. 16.


TRAGEDIA DEL CUMANÉS
 F R A N C I S C O   F A J A R D O





El mestizo más famoso de los primeros tiempos de la conquista. Fundador y poblador de Caracas.


Conocemos a Francisco Fajardo por sus batallas contra el guerrero inmortal y extraordinario que fue el cacique Guaicaipuro, contadas por los Cronistas, Oviedo y Baños, entre ellos. Mitad historia y mitad leyenda, conocemos al mestizo cumanés o margariteño, aunque él se dice cumanés.  
Francisco Fajardo, hijo de la cacica Isabel, nieta del cacique Charaima, dela etnia Caribe-Tiao. de Guarabera –Cariaco-

Ricardo Castillo Hidalgo, estudioso polígrafo, AFIRMA QUE ERA CUMANES, como se declara en al Acta levantada por Francisco de Montesinos, en 1562; Fajardo guerrero indómito, que también funda Borburata y como ya dijimos, funda la Villa del Rosario, hoy Caracas, enfrentándose varias veces al heroico Guaicaipuro.

            Francisco Fajardo, por sus propios medios e industrias, se había ganado el título de Don y el de gobernador perpetuo de todo territorio que conquistase y poblase, que le concedió el Rey Felipe Segundo, y que no llegó a disfrutar, ya que llegaron estos títulos, una vez desaparecido el legendario héroe.

            Después de varias derrotas que le infringieron los indígenas al mando de Guaicaipuró, Pararima y Guaicamacuto, sobre todo la del Collado (el cacique Guaicaipuró, consumado estratega y el más   valiente de cuantos se enfrentaron con españoles en América), devuelve al expedicionario a su lar nativo en la isla de Margarita, a buscar gentes y pertrechos, para su próxima campaña en tierras de los valientes Teques y Caracas y reafirmar así, las poblaciones que iba fundando.

            Fajardo reúne considerable fuerza y suficiente ganado en la Isla, donde era un jefe respetado y acatado; luego viene a Cumaná y establece su campamento a las orillas del río Tacar o Bordones, e inicia los





preparativos de la expedición, como dijimos, destinada a reconquistar el Valle de Caracas. Por cierto, en este campamento lo encuentra Francisco de Montesinos, y esta es la Cumaná que el fraile conoció y confundió con la Nueva Córdoba.

Lejos estaban los preparativos de la expedición, como dijimos, destinada a reconquistar el Valle de Caracas. Lejos estaba el guerrero de imaginarse la perfidia que abrigaba y el odio que le profesaba el Justicia Mayor Alonso Cobos, pudiese truncar su carrera; fue su compañero de gobierno en el Ayuntamiento de Cumaná del cual Fajardo fue tesorero. Este Ayuntamiento se tiene como el primero de la ciudad de Cumaná, lo convocó el fraile Francisco De Montesinos, que venía de tratar de enfrentar al Tirano Aguirre de Margarita y le quitó parte de sus marañones.

La fecha del Acta Constitutiva del Ayuntamiento es 1º de febrero de 1562 y del cual fue primer Alcalde el español Don Bartolomé López
.
            Los movimientos de Fajardo eran vigilados por Alonso Cobos, que envidiaba su popularidad y el respeto que había ganado, por su valor en las expediciones fundadoras, y en las luchas contra los bravos aborígenes Teques y Caracas, sobre todo, contra sus jefes Guaicaipuró y Guaicamacuto. Cobos odiaba todo lo que tenía que ver con Fajardo, y este lo sabía. Odiaba sus anécdotas e historias y los prodigios de valor que le añadían, este acerto se corrobora por la saña de su verdugo. El desnaturalizado urdió y planificó fríamente la perdición del heroico paladín de los primeros tiempos. Puso en práctica toda su astucia para atraerlo hasta su guarida, envió emisarios con regalos, y la oferta de pertrechos para tentarlo. Invitó a Marcos Gómez, el ayudante de Fajardo, y de la confianza absoluta del guerrero, que se lo sirvió en bandeja de plata cumpliendo su embajada; ganado él convenció a Fajardo de las buenas intenciones de Cobos. Sin embargo, Fajardo, temiendo la celada, se negó varias veces a las citas; pero el maldito, hábil en la seducción, insistió en sus halagos e invitaciones, hasta que rompió el escudo y Fajardo se dejo seducir. Aquella tarde llena de presagios, Fajardo se vistió





con sus mejores galas como que lo hacía para visitar a la novia. Avisó a su gente y partió sólo al encuentro con la muerte. Al parecer la entrevista fue en la casa del Ayuntamiento de Cumaná, lo que es muy significativo; y fue larga muy larga. Probablemente la conversación se animó con la narración de los hechos heroicos en que había participado el conquistador, y precisamente estas historias caían como fuego sobre fuego.  Entrada la noche, y cuando Fajardo estaba desprevenido, salieron varios esbirros que
había preparado el maldito y mantenía emboscados; de repente salieron al paso de Fajardo con grillos en las manos para apresarlo, alegando que lo hacían en nombre de la Audiencia y del pueblo de Cumaná; Fajardo no lo creyó al momento y se defendió como león enjaulado. El Infame Cobos, al ver la oposición de aquél valiente, cambió el método para evitar toda posibilidad de evasión, sabía que Fajardo no podría escapar, lo tenían todo bien planeado, pero temía; entonces con palabras melifluas y tono conciliador, trató de calmarlo y lo logró. Explicó que aquella gente cumplía órdenes del Ayuntamiento, que se trataba sólo de apresarlo porque así lo había decidido el pueblo, que confiara en él, que dentro de una hora estaría libre. Otra vez Fajardo cayó en el Engaño y se sometió a la tortura de los grillos. Entonces el criminal, al verlo desvalido, ordenó a sus esbirros meterlo en un cepo, que eran dos maderos con los que aseguraron la garganta y los brazos. Luego de una larga pantomima, hizo traer un escribano, Fernando López Pedroza, por cierto, es el primer escribano que nombra Oviedo y Baños y que luego fue nombrado Alcalde por Fernández de Zerpa, ante quien lo acusó de crímenes y traición contra sus compañeros de armas en la conquista de Caracas, y apresuradamente lo condenó a muerte por garrote vil.

            Sin embargo, Fajardo confiaba en su gente, trataba de ganar tiempo hasta que vinieran a rescatarlo y Cobos entendió la jugada. Entonces, apremió a sus esbirros a que lo mataran de una vez, y se encendió tanto su cólera por ver que no podía con Fajardo, aún cuando lo tenía casi inmóvil, que levantándose de una silla en que estaba sentado disfrutando de su villanía, cogió una soga e hizo un lazo corredizo, y como si enlazara un toro se lo hecho por el cuello después de varios intentos y risotadas, hasta que logrando enlazarlo lo llevaron hasta el suelo, y luego lo mataron





a estacazos. No conforme con el crimen, a la mañana siguiente, hizo arrastrar el cadáver, atándolo a la cola de un caballo lo llevó por las calles del pueblo, y luego en una orgía de sangre sin fin, lo expuso en la horca pública, para escarnecerlo ante el pueblo de Cumaná, que pudo ver así los despojos mortales del insigne guerrero.

            Los hombres de Fajardo, al saber la noticia, como no tenían un líder que los llevase a una batalla contra Cobos, izaron las velas y se fueron para Margarita a informar lo acaecido ante Pedro de Viedma, Justicia Mayor de la isla y amigo de Fajardo. Enterado pormenorizadamente del horrendo crimen, Viedma juró vengarlo, y tomando de aquella gente y otros valientes margariteños, se vinieron en veloces piraguas, ayudados por las sombras de la noche; entraron vencedores a Cumaná, dispersaron fácilmente las pocas fuerzas opositoras, apresaron a Cobos y lo condujeron a Margarita, donde fue sometido a juicio público, saliendo culpable del horrible crimen perpetrado en la persona del capitán Francisco Fajardo, nunca bien llorado por el pueblo venezolano como uno de  héroes de aquellos tiempos; y el cobarde Cobos, que así lo conoce  la historia,  fue condenado a muerte por la Audiencia de la Asunción. Remitieron luego en consulta la sentencia y el expediente, al tribunal de alzada en Santo Domingo, donde fue confirmada, y Alonso Cobos fue ajusticiado. Se convocó al pueblo por bandos y una vez congregado se procedió de la siguiente manera: primero fue arrastrado de la cola de un caballo por las calles de la Asunción, su cadáver fue exhibido en la horca pública, dividido en cuartos y expuestos al escarnio público, para que quedase testimonio del castigo que imponía España a los miserables como Alonso Cobos, el otro Caín.












74
No. 17.

LA   SANTA   PATRONA DE CUMANÁ


Tu Santa Inés Venerada,
que intercediste aquél día
cuando la sangre morena
con la blanca se batía:
hiere otra vez en tu herida
para que en amor se vuelva
toda bravura y contienda,
y el amor que tú nos des
llenen el cielo y la tierra.

                                                                                               Ramón Badaracco

El nuevo templo de Santa Inés, es decir el edificio que alberga a la Iglesia de Santa Inés, para este año tiene 129 años consagrado a ella. A la Patrona de Cumaná, sirviendo a nuestro pueblo, predicando en él la palabra de Dios Vivo, del Crucificado   muchos santos sacerdotes y santos fieles, han dicho y escuchado la palabra de Dios en sus bancos sagrados. Esta cátedra del Crucificado, es el manantial de sabiduría y santidad de muchas generaciones de cumaneses.

El templo de Santa Inés sustituyó en todo al de la Virgen del Carmen, destruido por el terremoto de 1853, en esa iglesia fue bautizado Antonio José de Sucre. La construcción de la iglesia de Santa Inés, se inicio en 1862, sobre las ruinas del templo del Carmen, en época de penurias, y se le debe al tesón del virtuoso padre José Antonio Ramos Martínez; agreguemos la acción de algunos cruzados, como el Dr. Mauricio Berrizbeitia, Mayordomo de Fabrica, y el Pbro.  Onofre Mariano Llompland, que lo secunda; el general Rafael Adrián, y la Sociedad del Culto, constituida específicamente para el desarrollo de la obra.
  
El templo, bajo la advocación de Santa Inés, Patrona de Cumaná, se




inauguró el 6 de octubre de 1866, siendo Presidente del Estado, que estrenaba el nombre de Nueva Andalucía, don Antonio Rusián, gran colaborador en el proyecto. Era un templo de bahareque y mampostería, y sigue siéndolo en la mayor parte, en este año: con presbiterio, sacristía, coro, dos torres, artesonado de madera y piso de mosaico, el altar mayor de mármol blanco, donado por la señora Carmelita Berrizbeitia. La Cofradía del Santísimo Sacramento, en 1874, por propuesta del Dr. Andrés Eloy Meaño, aportó su patrimonio, y lo pasó a la Tesorería de la Comisión de Fabrica, con lo cual se pudo continuar y terminar la obra, más algunas donaciones significativas, tanto del gobierno como de particulares.     

El templo abrió su portal sin las torres, pero se continuó su construcción que concluyó en 1878 después del triunfo de la Revolución Reivindicadora, siendo Presidente del gran Estado Bermúdez, el general Nicolás Coraspe, con cuyo nombre sustituyó el de Nueva Andalucía; el general Nicolás Coraspe, también fue un colaborador decidido de la obra, de grato recuerdo, por cierto.

La iglesia del Carmen se levantaba airosa al lado de las murallas de laplaza de armas del castillo de Santa María de La Cabeza, el proyecto era una construcción de estilo gótico, que emergía como un castillo encantado en las frescas mañanas arboladas de la plaza de Santa Inés; pero alguien corrigió a los arquitectos de la colonia, modificaron el proyecto para el nuevo templo, y le construyeron las célebres escalinatas que ocultan buena parte del fuerte. La obra la ordenó el propio presidente de la república, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, y el ingeniero constructor fue Juan de Dios Monserrate.

             El artesonado, las columnas, todo en cedro, decorado y embellecido por el pintor cumanés José Luis Betancourt; la dotación y todos los trabajos del interior y exterior del templo concluyeron, en sus más exigentes detalles para 1896, de tal forma que, para la creación del Estado Sucre, en 1898, el templo lucía en todo su esplendor; y el general Nicolás Rolando vino a Cumaná para asistir al más solemne y fastuoso Tedeum que recuerda nuestra historia eclesiástica. Poco tiempo después triunfa la revolución Liberal, y en la misma iglesia, el General Manuel Morales, año de 1900, celebró pomposamente la creación del Estado Cumaná.





            El piso de mosaico italiano, que luce el templo, se adquirió en 1901, siendo cura párroco el padre Manuel Arteaga Betancourt, que andando el tiempo fuera Cardenal Primado de la Habana-Cuba, y por ende Príncipe de la Iglesia Católica. El padre Arteaga también puso la primera piedra de la histórica Gruta de Lourdes, que da ese toque de infinita gracia al patio interior del templo. La Gruta de Santa Inés es una copia fiel y exacta de la francesa, el padre Arteaga la visitó en Francia y la copió para hacerla en Cumaná, ella es el producto de un acto de amor y devoción.

            Como la iglesia de Santa Inés está edificada en el patio de armas del castillo de Santa Maria de la Cabeza, que aún conserva la estructura colonial, que forma parte indivisible del formidable complejo arquitectónico que forma con el fuerte de Santa María de la Cabeza; de esta fortaleza  también fue aprovechada  la parte superior, donde estuvo la casa del Gobernador y las oficinas del Tesoro, como aparece en sus planos y dibujos; pues don Santos Emilio Berrizbeitia Bermúdez de Castro, construyó la capilla para la veneración de la imagen,  preciosa e histórica reliquia, de la Virgen del Carmen,  que se
veneraba en el templo antiguo; y también es cierto que se levantó nuevamente el templo para venerar a la patrona de Cumana. En el terremoto de 1929 sufrió daños de consideración, y nuevamente fue reconstruida por el Presidente del Estado, Dr. Carlos Álamo, siendo el maestro constructor don Martín Pascual; posteriormente   volvió a quedar en ruinas y esta vez, 2005, fue levantada por orden del gobernador Dr. Ramón Martínez, aunque aún le faltan detalles.
   
            Las torres y los antiguos campanarios fueron sustituidos, por encargo del gobierno del Dr. José Salazar Domínguez –1954-1958- al ing. Fernando Aristeguieta, por las dos torres majestuosas de hormigón que ahora la engalanan; y sus famosos relojes, fueron donados por don Emilio Berrizbeitia. La iglesia de Santa Inés guarda muchos tesoros, tangibles e intangibles; guarda celosamente los archivos de la provincia y muchas joyas donadas por ilustres hijos de Cumaná.

-II

Todos los años se ha debatido y explicado, que nuestra patrona es Santa Inés, la mártir romana patrona de la pureza, sin embargo, muchas




personas e incluso periodistas desapercibidos, continúan llamándola Santa Inés del Monte o Santa Inés de Guaranache, u otras santas, que no aparecen en el Santoral católico, muy meritorias, pero que son distintas a la nuestra.

Nuestra Patrona es una niña romana, heredera de acaudalados padres, consagrada a Jesús desde su tierna infancia. A los 13 años, linda como palma bendita, es pretendida por el hijo del Pretor Sufronio, Prefecto de Roma, pero ella lo desaíra y le dice: “Yo estoy desposada con aquél a quien sirven los ángeles: con Jesús Cristo cuya belleza admiran el sol y la luna”.

Santa Inés es mártir de los primeros tiempos del cristianismo; para el siglo IV, año 304 dc., ya se le conocía y veneraba en muchas partes del orbe cristiano. Su riqueza, adornada con su propia belleza física y espiritual, era prenda codiciada por los jóvenes de su época.

Ella los rechazaba, y manifestaba públicamente, que estaba casada; hablaba de su esposo celestial, invisible a los ojos del cuerpo, por eso fue denunciada ante el Prefecto de Roma, y padre de uno de los pretendientes. Al principio trataron de convencerla con halagos, pero el valor y la resolución de la joven enloqueció al tiranuelo. La apresaron y condujeron a lúgubres mazmorras; le mostraron instrumentos de tortura y pobres seres gimientes; pero su ánimo no decayó, sino que, por el contrario, su fuerza y confianza en Jesús Cristo Dios, se hizo más fuerte.

Luego fue llevada a rastras delante de los ídolos para que los adorase, pero ella en respuesta hizo ante ellos la señal de los cristianos. Entonces, fue llevada a una casa de prostitución y la amenazaron con dejarla allí para que fuese violada, y ella les advirtió: -Cristo Jesús es demasiado celoso de mi pureza para permitir que mi cuerpo sea violado-, y agregó –puedes manchar tu espada con mi sangre, pero jamás profanar mi cuerpo consagrado a Jesús Cristo.

Cuentan que un joven intentó violarla, pero un rayo divino lo cegó, entonces sus amigos le pidieron a Inés, que lo curara, y ella elevó himnos





 de inusitada cadencia a Jesús misericordiosos y bendito, hasta que logró el milagro de sanación.

A pesar de las maravillas que obró la Santa, el Prefecto de Roma la condenó a morir decapitada. Inés fue al patíbulo con santificante alegría, convencida de la inmortalidad de su alma, de compartir el reino de los justos, de morir como su amo y Señor, por la gloria, por su causa, que es la causa del amor para revivir con su cuerpo inmortal.

Así fue sacrificada la dulce ama de Jesús. Su cuerpo santo fue enterrado en Roma, cerca de la vía Nomentana, donde Constantina hija del Emperador Constantino, le hizo construir una Basílica de la cual se conserva el ábside, que tiene una inscripción en versos acrósticos (siglo IV) que recuerdan su martirio.

Sobre el altar que guarda los restos de Inés, el 21 de enero de cada año, son depositados los corderos, símbolos de su inocencia, cuya lana es recogida para fabricar los palios de todos los Obispos Metropolitanos del mundo. Esos Palios son bendecidos por el Papa, que los deposita en el sepulcro de Pedro y Pablo, antes de enviarlos. Constituyen el albo símbolo de la pureza que reinará siempre en el corazón de los patriarcas.

San Agustín, San Ambrosio, Prudencio y San Dámaso, la elogian y dan testimonio de su heroico tránsito; ellos elevaron en su honor y homenaje, himnos y epigramas que se conservan.

La fama de santidad de la niña se extendió por todo el mundo cristiano con increíble velocidad y permanencia; en todo el orbe se elevan oraciones y se invoca su intercesión ante el Santísimo. En Cumaná la fe en ella no ha decaído en más de 500 años, sino que por el contrario crece cada día, ella mantiene permanentemente su magisterio desde la amada iglesia de Santa Inés sobre todos nosotros. El 21 de enero, aniversario de su martirio, celebra el pueblo de Cumaná sus fiestas patronales; entonces, durante toda nuestra historia, se han elevado plegarias y se escriben poemas a la Santa.




El poeta de Cumaná laureado, José Agustín Fernández, le dedicó versos muy hermosos:


Que las campanas a coro
desde sus torres esbeltas
echen a volar sus voces
hacia nuestro cielo en fiesta
para proclamar la gloria
de nuestra patrona excelsa.
en el trono de su gloria
en la tarde de oro y seda
ante la vista del pueblo
que con fervor la venera
entre rosas y albos lirios
la virgen se hace más bella.

¡Todo un divino poema!


Don Silverio González Varela, el maestro de la generación de oro de Cumaná, y el gran músico Salvador Llamosas, le compusieron el himno, que es hermoso y perfecto.

Azucena pura, angélica
virgen mártir, Santa Inés
tu favor implora férvido
hoy el pueblo cumanés.

Del Empíreo descendiste
noble, bella y pudorosa
a ser sólo fiel esposa
del Divino Redentor.

Y el martirio preferiste
al poder y la opulencia






que brinda a tu inocencia
falaz genio tentador.

Virgen mártir, nuestros votos

y plegarias patrocina
que la Majestad Divina
nada niega a tu clamor.

Y tus míseros devotos
siempre unidos como hermanos
vivirán como cristianos
en justicia, paz y amor.

Y la palabra anónima del pueblo, le compuso una comparsa que se baila todos los años. Esa mágica dama del folklore, María Rodríguez, la universaliza con el nombre de “La Culebra

Hoy día de Santa Inés
patrona de Cumaná
venimos con gran placer
la culebra a bailar
Este maldito animal
que a mi niñito picó
si no me lo cura usted
con limón lo curo yo.

Estribillo.

Si me pica a mí ese animal
y no llega a tiempo el doctor
Señores dueños de casa
vamos a echano un palo e’ ron







El poeta Santos Barrios, para una comparsa de su tiempo, modificó la primera cuarteta, así: 

Hoy día de Santa Inés
hoy día que se celebra
venimos con gran placer
a bailarles la culebra.


La noche buena de Santa Inés y las comparsas han desaparecido, pero otras manifestaciones de igual o mayor relevancia ocupan su lugar, y obran el milagro de la fe por otros caminos.

Conocemos la historia de Santa Inés, a través de las crónicas del padre Ramos Martínez, Don Alberto Sanabria, José Mercedes Gómez y también por documentados y valiosos artículos de prensa, y en “La Vida de los Santos”, que es la fuente más segura.

Su historia como patrona de Cumaná se hunde en sus orígenes. Hay una antigua carta dirigida al Monarca Español Don Felipe II, por el Presidente y Oidores de la Real Audiencia de Santo Domingo, de fecha 2 de abril de 1572 en la cual le comunican los acontecimientos ocurridos en Cumaná, capital de la Provincia de la Nueva Andalucía, que tienen que ver con nuestra Patrona. En efecto, el 21 de enero de 1572, aniversario del martirio de Inés, 600 aguerridos indígenas atacan al pueblo de Cumaná. Los alcaldes ordinarios, entre ellos Juan Rengel Durán, asumen el mando en ausencia del gobernador, Garci Fernández de Serpa. Dividen el pueblo en cuarteles, y delegan mando en los más experimentados soldados; congregan a las mujeres, niños y ancianos en la iglesia matriz, porque era el lugar más seguro y afrontan el asalto.

Tres días duró el asalto, tres días  de lucha, de hechos heroicos de parte y parte, pero los invasores son numerosos y agresivos, los defensores ven menguadas sus fuerzas, la lucha se hace cada vez más terrible; Juan Rengel Durán, el guía, el capitán de los colonos, muere en el campo de batalla; los indígenas han salvado las defensas y obstáculos, llegan a las puertas de la iglesia, donde sólo oyen los cánticos de las mujeres y los niños, y entonces, respetuosos del heroísmo de aquellos pobladores ordenan la retirada. ¡Milagro! Grita el pueblo congregado.

El pueblo de Cumaná, tenía su patrono que era San Juan, pero seguramente como el ataque se produjo el 21 de enero, que es el aniversario del martirio de la Santa, y ante la inminencia, la inmediatez de la muerte, el pueblo congregado bajo promesas, oró con devoción, con lágrimas fervorosas; todos unidos elevaron sus cánticos en la iglesia, suplicándole a ella; y luego del milagro de la retirada de los invasores, decidió el pueblo de Cumaná, nombrarla Patrona, y por eso, como un himno de amor y devoción la eligieron conjuntamente con San Juan, Patronos de Cumaná. La tradición se encargó de dejarle a ella sola la protección de nuestro pueblo, y Santa Inés vino a ser nuestro ángel de la guarda, nuestra madrina, devoción e inspiración.


CELEBRACIÓN DE LA FESTIVIDAD DE LA PATRONA EN 1924 EN UN PITORREO DEL GRAN POETA HUMBERTO GUEVARA.

Con el mismo entusiasmo de otras veces,
los buenos habitantes cumaneses
celebraron las fiestas patronales.
En la Salve, retreta de costumbre
y repiques de sobra. Muchedumbre
en las escalinatas parroquiales;
cohetes de Oliveira en abundancia,
y alguna Boda, otra circunstancia:
debido a un accidente no pequeño,
quedó un buen rato la ciudad obscura
a eso de las 11   -conjeturas-
Malas lenguas: Por qué tenéis empeño
¡En echarle las culpas a Briceño!

El domingo, dos misas, la primera
lo usual, viejecitas trasnochadas
con sus ropitas pobres y anticuadas
y sus tocados de cualquier manera.







La segunda de lujo. Estaba pleno
el templo, todo allí resultó bueno;
el coro magistral; un famoso sermón;
gran consumo de crema y vigorón
y otros artículos de carnaval
A las diez y cuarto, reunión
en el Club, con objeto de nombrar
la eterna e inevitable Dirección
para que quede bueno el carnaval.

Durante el día comparsas. Como ahora
no se estila el Tumbé, tan recordado,
la divertida gente bailadora
ejecutó la Danza de las Horas
(M. Pérez estuvo encantadora
vestida de varón.)

A las 5 p. m. procesión.
Todo del mismo modo.
Morenas hijas del agua de yodo
rubias improvisadas con dioxógen,
faltos de Fellows de Sanatoges,

patiquines hablando tonterías
trajes de extravagante confección
como las complicadas fantasías
mongólicas de Antón.

Traslado a la parroquia de Altagracia
Benito que lamenta la desgracia
De tocar tamborón,
Deseaba arrojarlo al Manzanares.







Por ser Domingo y no por religión
a las 6 no pitaron los Telares
que solo rinden culto al algodón.
para evitar perjuicios
fuerza de la consonante, o bien del lápiz
se opina que la Marcha, es creación
y la tocaban mucho los egipcios
cuando salía por Tebas el buey Apis.
De regreso a las 7 un estupendo
cáliz de fuego de Oliveira Ortiz;
en el juego de luces y el estruendo
resultó Dominguito muy feliz.

A las 8 retreta en Ayacucho.
El maestro Espinal que es hombre ducho
obsequió a la selecta concurrencia
que lo escuchó con gran complacencia
con la muy aplaudida sinfonía
algo de lo muy bueno que se ha escrito
la zarzuela del padre de Quinito
Valverde, titulada “La Gran Vía”.
Los botiquines llenos
alocadas carreras de automóviles
con personas inmóviles
sufriendo la modorra del veneno.

Luego películas en La Glaciere
de las que siempre suelen exhibir
y a las 11 y minutos a dormir.
Eso fue todo lo que pude ver.









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No. 18.

EL BARRIO DE SAN FRANCISCO DE CUMANÁ.



El Barrio San Francisco, el más antiguo, se formó alrededor del Convento de San Francisco, el cual se mudó para el sitio que hoy ocupan





sus ruinas, en 1581. El convento fue fundado por Juan Garcerto en 1515, en la desembocadura del río Chiribichií, al cual los españoles bautizaron con el nombre del rio de Madrid, “Manzanares”, según afirma Bartolomé Tavera Acosta. Garceto construyó el primer convento de la tierra firme bajo las ordenes de fray Pedro de Córdoba, Vicario de las Indias, fundador de las misiones dominicas y franciscanas de Cumaná. 

Este barrio está lleno de historias de personajes y anécdotas, muchas de ellas las escuché en las tertulias que se formaban después de las siete de la noche frente a mi casa de San Francisco, cuando se reunían con papá, entre otras personas, Don Alberto Sanabria, Andrés Bruzual, Arturo Torres, Laureano Frontado, Luis Beltrán Sanabria, el Dr. Minguet, Manuel Isidro Badaracco y Don Ramón Madriz Sucre.

Antes de estas tertulias que conocí, mi padre da razón de otras en las cuales intervenían; “José Antonio Ramos Sucre, imberbe pero ya sabio,
erudito a la manera de Menéndez Pelayo, Juan Miguel Alarcón, inspirado y romántico, el de las Rimas de Oro, José Fernando Núñez, verdadero





 bohemio que deliraba en versos, los hermanos Julián y Andrés de La Rosa, atildados, generosos, cultivadores de la métrica, Antonio Rafael Machado, satírico tremendo de la pluma y tinta, Rafael Antonio Varela, de raras elucubraciones, Pedro Milá González, un atormentado retraído” y su “Alter Ego” Ramón David León, y otros…”

Nació y creció entre el Convento de San Francisco, el Castillo de Santa María de la Cabeza, el rio Manzanares y el castillo de San Antonio de la Eminencia. La fecha aproximada de la reconstrucción del Convento y por lo tanto de cuando se inició el Barrio, es de la Cédula Real de 25 de marzo de 1651.

Cuando yo era pequeño, las ruinas del Convento y el Cerro de la Línea, nos amurallaban. Por detrás del Convento se extendían las Charas de Cumaná, especie de paraíso donde los muchachos desarrollaban todas sus aptitudes. Fincas llenas de frutos y árboles silvestres.

Mi padre cita de los árboles: las guamas, cocales y mángales infinitos; especies forestales, muchas de las cuales extinguidas, como la Chara, que les da el nombre,  el Espinoso Pacurero, que se usaba para hacer bastones por lo fácil que era modelarlo al fuego; el Pachaco, Alatrique, Pariola, Pavorreal, Paují, Bobo, el duro Roble de esa especie cumanesa que aún podemos admirar, el Gallito o bucare que adornaba las riberas del Manzanares, Acacia, Candil, Copey, Aceitepalo, Manzanillo, Chaguararey, Caimito, Vera o Palosano, Cedro, Cautaro, Pardillo, Morao, Araguaney, Guayacán, Apamato, etc.

Entre los arbustos, cita el Caituco, Merey, Castaño, Guariare, y entre los frutales se encontraban guayabas, poncigué, melones de olor, patillas, hijos de cardón rojos y blancos, macos, cotoperíes, pirichaguas, pitahallas, mayas, curucujuros, chiguichigues, pichigueyes, charas, purgos, guapos, hícaros... y los pájaros: chirulíes, coloraditos, piquitos de plata, pericos, loros, paraulatas, azulejos, barriguitas, colibríes, pespés, gonzalitos, turpiales, moriches, arrendajos, golondrinas pequeñitas, cardenales, guacharacas, piscua, lechuzas, aguaitacaminos, angoletas, garrapateros,





potoquitas, chocolateros, guaramas, guaramitas, palomas de monte, tordos, torditos y el cristofué… Luego el camino para Cumanacoa, las montañas azules e infinitas de la sierra de Bergantín, y el caudaloso Manzanares. 

San Francisco era la Plaza Rivero y la de Quetepe, la calle Sucre desde el Convento hasta el Castillo Santa María de la Cabeza. La Calle   de las Flores, Úrica hasta sus límites con Bajo Seco, la Lunetas y la calle del Cementerio hoy Badaracco Bermúdez. 

No nos proponemos contar la historia del Convento y sus clérigos; ni la del Castillo y la iglesia de Santa Inés, el cementerio de Quetepe, o de la Plaza Rivero, y otras cosas reservadas a otros estudios. Esta crónica, como la de la calle Bolívar, va dirigida a las familias.

Mamá llega a San Francisco después del terremoto de 1929, y recuerda a todas esas familias y personas que vivieron en esa época en el barrio con sus alegrías y tristezas.

Para 1929, frente a la plaza Rivero, por el lado de la calle Sucre, vivían los Tobardía, los Badaracco y los Silva Zavala, que eran sus vecinos.

Otras familias de San Francisco, que estudiaremos son: Los Rojas, Bermúdez, Berrizbeitia, Aristeguieta, Bruzual, Valera, Silva Carranza, Falcón, Neri, Beauperthuy, Minguet, Sanabria, de La Rosa, Lares, Rodríguez, Tucker, Villalba, Noya, Acuña, Suárez, Moi, Cordero, López, Juliac, Chópite, Mayobre, Inserny, Torres, Meaño, Centeno, Fariñas, Bastardo, Cuerda, Núñez, Peretti, Carmona, Maíz, Guerra Olivieri, Ortiz y otros que luego veremos.

Nos ocuparemos primero de los vecinos. La casa que ocuparon los Tobardía fue la sede del Tribunal Eclesiástico, la famosa Inquisición. El General Tobardía vino a Cumaná precedido de fama de hombre de acción, y era el jefe de las fuerzas del Gobierno que el 11 de agosto de 1929, enfrentó al General Román Delgado Chalbaud, y sus distinguidos





acompañantes: Generales Rafael María Carabaño, Francisco Linares Alcántara y Luis López Méndez; y los Coroneles Francisco Angarita Arvelo, Luis Pimentel, Edmundo Urdaneta, Roseliano Pérez, Max Gil y Rafael Vegas, y el Dr. Carlos Julio Rojas, el Br. Armando Zuloaga Blanco y José Ramón Frontado, que murió de un certero disparo en la frente, al bajar de la lancha, llevando la bandera de la revolución, y el estudiante Zuloaga Blanco, que cazaron en la Avenida Bermúdez. Pedro Elías llegó con tres horas de retraso, perfectamente justificables en una campaña de esta naturaleza, se imponía la espera por parte de Chalbaud. Conocía la magnitud del desastre se replegó con sus fuerzas y se mantuvo a la expectativa, reorganizándose, hasta el 13 de agosto, cuando atacó por varios frentes, y en el Parque Ayacucho, unido a las fuerzas comandadas por Pánfilo Castro, Juan de Dios Gómez Rubio, y Agustín Rodríguez Córdoba, derrotó al gobierno y tomó la plaza. 

Cuando se fueron los Tobardía, la casa la ocupó Bartolomé Inserny Noya, su esposa Lastenia y sus hijos Arcadio y Evaristo. Luego ocuparon esta casa los esposos Altuve-Aristeguieta. Los otros vecinos fueron Pedro Rafael Silva, María Zavala y sus hijas, entre las cuales Emira, fue inmortalizada por Sergio Martínez en un vals; y Nieves, a quien el Dr. Badaracco dedicó unos maravillosos pitorreos. Estas bellísimas mujeres, conjuntamente con Carlota, María Pina, Inés y Luz Badaracco, Rosario, Trina y Mireya Madriz, Lolita Bruzual, y Zoila Rosa Aristeguieta, llenaron de belleza a Cumaná de principios de siglo, que era la Cumaná de la música, del teatro, la poesía y el periodismo. De ellas Nieves Silva Peroné, conservó con mi madre, una amistad fraterna, hasta su muerte. Esta casa, el siglo pasado, perteneció a la familia de Pedro José Rojas, tal vez el periodista más importante de Venezuela de todos los tiempos, se inició en Cumaná como director de “El Manzanares” en 1843, y en Caracas, continuó su labor periodística con “El Independiente”. Ramón J. Velásquez, actual Presidente de la República, dice que el político venezolano que no lea a Pedro José Rojas no puede saber nada de política venezolana.

Mi padre amaba este barrio. Todas las mañanas lo recorría; conocía





por su nombre a los parroquianos, entraba a todas las casas llevando alegría con su presencia, compraba arepas, empanadas, pasteles, huevos, cambures, mangos, uvas, chirimoyas, ciruelas, gallinas, conejos, cualquier cosa, él compraba todo lo que le ofrecían.

Observar a papá cuando se vestía para salir en la mañana era todo un poema; su traje blanco de lino inglés, su franela de algodón, camisa blanca, corbata negra, sombrero Borsalino, marrón o gris, sus zapatos sin trenzas, un modelo especial que fabricaba Juan Gómez, el mejor zapatero de Cumaná. Papá era un hombre alto, con una hermosa cabeza calva. Atildado, de paso largo y sereno; además era un sabio, tal vez lo diga por lo mucho que lo amé, y tal vez porque era cierto.

Se detenía un rato en la placita Ribero, muchas veces a conversar con Don Andrés Bruzual; que abría muy tempranito la jabonería “Las Espadas” instalada en las ruinas del viejo convento de los franciscanos. Recorríamos la calle Las Flores dando los buenos días a los madrugadores de siempre, luego nos deteníamos en la bodega de Ño Mundo, para saborear el cafecito caliente y las empanadas de cazón, ocho por un bolívar.
Subíamos por la calle” El Chispero” y llegábamos a la chivera de Jerónimo, al pie de cerro del Antillano; íbamos hasta el corral y nos deleitábamos con el chorro de leche contra el cántaro de peltre. Recuerdo que Cruz Manuel Badaracco, mi tío, construyó para papá, un palomar que alzamos en la parte más alta del cerro “Miramar” y a los pocos días estaba repleto de palomas. También había muchas gallinas. Comprábamos un real de maíz en la bodega de Agustín Acuña, cuatro centavos el kilogramo. En este recorrido mañanero, nos acompañaban otros muchachos de San Francisco, Luis Amadeo Ciliberto, Jesús y Cheché Torres, Francisco José Chópite, y a todos nos gustaba echarles maíz a las gallinas, entre los cardones, guazábanos y tunas. Papá construyó un riego y fomentó un conuco. Primero construyó una casita para el Manco, un hombresote que desde entonces se encargó de cuidar y sembrar de cuanta cosa se le ocurría; y después mi padre, construyó muchas casas más. Juan Morocho






las hizo todas, cantaba y trabajaba desde las cinco de la mañana, se sabía todos los galerones y los que no sabía los inventaba. Ese barrio maravilloso de Miramar, se construyó en los terrenos de papá, nunca hizo nada por impedirlo.

Recordar a la gente de San Francisco de mi tiempo, es un ejercicio lleno de nostalgias y gratísimas emociones, y cuando a este recuerdo contribuye nada menos que Don Víctor Díaz, mi viejo amigo de la infancia, que es la memoria histórica de nuestro barrio, entonces este ejercicio se convierte en poesía; vamos a intentar entrar con él en todas las casas de San Francisco de principios del siglo XX. Comencemos por la Calle Úrica, columna vertebral del barrio:

En la esquina de la calle Sucre con Úrica, estaba la bodega de Don Pablo Aristimuño, que antes fue de Tomás Díaz, y mucho antes fue la Jefatura Civil de Santa Inés, por cierto, Jesús Ramón Villafañe recuerda una vez que el maestro Silverito le dio un bastonazo al Jefe Civil que era Antonio José Silva, porque recostado de la pared le echó humo en la cara.

Estas bodegas eran el centro de reunión de la muchachada sanfracisquera a la hora de la merienda y también a la hora de los juegos de pelota, cuando Don Pablo prendía el Pilco. Cómo podemos olvidar la jalea de mango, las delicadas, los bocadillos de guayaba, plátano y arroz, de las hermanas Bruzual; los huevos rusos, piñonatos, coquitos, turrones de coco, piña y lechoza, la torta burrera, el sánduche de cambur y casabe, esas eran las maravillas culinarias de la época; y las travesuras de la muchachada, los juegos de pichas, trompo, policía librado, la candelita; y en el río, quesele, panchojolo, toma la bala y no la des; y como no recordar al terrible Luis José Chópite, una vez simuló un asalto a Don Pablo, con un plátano. A eso de las 9 de la noche, cuando Don Pablo, con la puerta entreabierta, contaba el sencillo sobre el mostrador, Luis José entró sigilosamente y le dijo: ¡Manos arriba!, poniéndole el plátano en la frente. Pero el bodeguero se percato del fiasco. El recuerdo de este atrevimiento, que se han mantenido en secreto hasta ahora, nos ha proporcionado siempre sabrosos ratos de alegría. Úrica es la calle de





Ismael y Amador Sanabria; del sabio Bachiller Luis Beltrán Sanabria, director del Liceo Antonio José de Sucre, de su esposa, Isabel Tucker y sus hijos Gustavo, profesor de inglés, Enrique, abogado eminente y honesto, Rosario y Luisa Elena; y las beatas Luisa Rosario y Macheché Sanabria. Don Julio Chópite con doña Carmen y sus hijos: Julito, Luis José y Francisco José, médico graduado en España, murió muy joven en un terrible accidente de tránsito, y sus bellas hijas, Irma y Rosario. Las Aguilarte, Ofelia y María Teresa, que tenían una escuelita de primeras letras, en esa casa también vivió mi amigo el profesor Antonio Lemus Pérez, de grato recuerdo. Su padre Don Antonio Lemus, fue un ejemplo de bondad, y las damas de esa distinguida familia; el Dr. Pérez Velásquez, que fue presidente de la federación de Médicos; María, la querida y eficiente enfermera y la maestra Corina de muchas generaciones; ahora la casa es una oficina de las arquitectas Cordero y Villegas. La familia de Rafael José Neri, donde se destacan el Dr Rafael José, médico y político de trayectoria destacada, ex rector de la Universidad de Venezuela, médico de Rómulo Betancourt; atendió en sus últimos momentos al poeta de América, nuestro Andrés Eloy Blanco, después del trágico accidente en México; y dejó escrito para la posteridad un documento dramático sobre este penoso suceso; y Nerio Neri, Ministro de Luis Herrera, presidente de la CANTV, construyó en Cumaná el edificio de la calle Montes, y la urbanización Santa Catalina, asociado con Domingo Mariani y Simón Berrizbeitia. Los Estaba, Gerardo, Gregorio y Luis, todos profesionales importantes; los Ciliberto que vinieron de Caripe a educar a sus hijos y se quedaron; Don Ángel y Doña Elvira, padres de Víctor y Luis Amadeo, Chavira la esposa de Francisco de Paula Gómez; y Manena, esposa de José Tobía, hogares honorables de Cumaná; el famoso Venancio Centeno, dentista y gallero, era el alma de las fiestas de San Francisco; organizaba las célebres carreras de saco, el palo encebado, y las piñatas. Frente a la plaza Ribero, en la esquina con Úrica, vivió el Dr. Ramón Mayobre, y su familia, allí tenía su farmacia, en esa casa nació José Antonio Mayobre, un gran Cumanés, ahijado de mi tío Domingo de quién conservó siempre un retrato en su cartera, y que merece una página completa de nuestra historia; fue un economista brillante, Ministro de Hacienda en el gobierno de Rómulo Betancourt; en esta misma esquina Julio Chópite instaló su




famosa bodega que duró todo el tiempo de mi infancia. Saliendo de la calle Úrica, frente a la plaza también estuvo ubicado el Registro Principal,
la oficina donde trabajó muchos años el Dr. Domingo Badaracco, para preservar la memoria de nuestro pueblo, y cuyo busto sustituyó la hermosa “pilita”, llena siempre de lirios y pájaros. Luego había un solar donde florecía un hermoso parral, allí cuidaban los caballos del General Perfecto Crespo. este general casó con mi prima la bella Leticia Bermúdez, y procrearon dos hijas; en ese corralón construyeron casa los Juliac y hoy es la casa de habitación de Irma Guevara: de la familia Juliac eran: Carmen Antonia, José Gregorio, Patricia y Bernardo, que murió siendo un niño, lo que nos causó profundo dolor. Luego estaba la casa de Pedro Regalao Rivero, abuelo de mi gran amigo Jesús Torres Rivero, luego estaba la casa de María Milá González, que fue el hogar de Don Silverio González, él y su hijo, el maestro Silverio González Varela, dos grandes maestros, buenos para el bronce, son responsables, de la generación de oro de Cumaná; luego la casa de Inés Mercedes Meaño (Ñeñe) y la escuelita donde estudié primeras letras –Kindergarten- como se decía entonces, y en la esquina con la calle Las Flores, está la casona de Bartolomé León, de la encantadora María Teresa y su hermano Luis José.

Continuando con la calle Úrica, que está íntegramente en el barrio de San Francisco, y según un mapa de Cumaná de Agustín Crame- 1777, es
de las más antiguas de Cumaná; en la esquina con calle La Luneta estaba la panadería de Dominguito Guevara, y en la otra, el almacén de Goyo Estaba, estos dos personajes tienen un anecdotario particular. Luego seguían Domingo Ortiz, Margarita Boada y sus hijos: Dominguito, los morochos, uno de ellos es médico, Juan Pablo (profesor) y Chela; luego venía la casa de Antonio Morales; Manuela Codillo y sus célebres arepas; Cruz Barreto, el sepulturero (conocido como rubito o siete cojones). Luego las casas de la tabaquera Elvira Marcano, Cruz María Meza, Patricio Mendoza, María Concepción Rodríguez y sus hijas Ramona y Amparo; José Eugenio Mendoza (Tito Eugenio) hombre de mal carácter, Carmelita Rodríguez, y su hija Cruz casada con el carpintero Luis Rodríguez; Don Pedro Núñez, cuya amistad con mi padre se eterniza en lazos de cordialidad entre nuestras familias; bajando la calle Úrica, vivía nuestro primo Simón Badaracco, su mujer Concha Marchan y sus hijos: Rafael,




Rafaela, Berta, Rosalía, Simón, Ana; luego Manuel Antonio (el piroco), Jerónimo Surga, famoso bateador del equipo Gran Mariscal;  Patricio Mendoza, que tenía una bodeguita conocida por su ron de berros y ponsigué; Matías Flores, cuyo oficio, insuperable, era de capador de Cochinos. Dominga Fuentes e hijas, tabaqueras de primera; luego Fulgencia y Luciano Vallejo con su tropa de hijos, casi todos buenos albañiles y tabaqueros; también tuvo casa en San Francisco el célebre Gonzalo Guevara y Atanasia Barreto, cuyos hijos se han hecho famosos: Gonzalo, Quintín, Estanislao Guevara y Melecio, y sus nietos que los han superado en popularidad; Juan Bautista Codillo (conocido como Juan Merí) casado con Constanza Gamboa, padre de Manuela, Eduvigis (Nelita) cuya hija se casó con Luis Mota, padres de mi amigo el abogado Mota Codallo, distinguido en el gremio. Luego Chucha Malaret, hija de Micaela Malaret (también tuvo otra hija casada con don Félix Bastardo), otro que no podemos olvidar es Pedro Millán, buen albañil.

 En la esquina de Santa María con Úrica, donde es fama que nació el gran guerrero de la Independencia, General Domingo Montes Malaret; y en la esquina del frente, Agustín Acuña, que fundó la bodega, que le dio renombre a la esquina –Esquina de Agustín Acuña- la  más  famosa del barrio, por la venta de ron y cohetes, y por que la atendía su hijo, apodado “Camarón” por el color rojo de su piel;   en la otra esquina, en una casa construida por mi abuelo Ramón Badaracco Rojas, estaba  la tabaquería de Antonio Miguel Aristeguieta, mi padrino. Antonio Miguel tuvo varios hijos con Doña Carmen Marchan; Jesús, Luis y Lourdes. Jesús era el gerente de la tabaquería. Cuando yo iba a pedirle la bendición a mi padrino me regalaba un fuerte. Luego, bajado hacia la plaza Ribero, estaba la casa de María Tuker y Amadorcito Sanabria, hombre anecdótico, dueño de una productiva chara; se sentaba en la puerta de la calle con una mara de mangos manzanos, los últimos de la cosecha de cada año, por supuesto habia que encargarlos, eran los mejores, por lo menos son los mejores que yo he probado.  Esta familia Tuker emparentó con Williams Phelps, dueños de Caracas Radio y TV. Este norteamericano famoso contrajo el paludismo y pasó una temporada en mi casa bajo el auxilio de Domingo Badaracco; jamás lo olvidó. En mi casa conoció a su esposa y el negocio de la radio.  Luego la casa de Pané y la familia Inserny. En esta casa nació el




senador Marcos López Inserny, Dueño de TELESOL y el diario Siglo XXI, periodista desde los 16 años, trabajó muy duro para triunfar, le dio a
Cumaná el privilegio de la primera planta de televisión, que ha mantenido en permanente desarrollo. Es una larga historia.  Y por último la casa de Don Arturo Torres, casado con mi prima María Rivero, de cuyo matrimonio procrearon al Dr. Arturo Torres Rivero, abogado, conferencista y escritor con más de 30 títulos publicados; y el abogado y escritor. Jesús Torres Rivero, autor de varios títulos, con los cuales ha acrisolado su fama; prestando un inestimable servicio cultural a nuestra ciudad.

Hay tanto que decir de este barrio primigenio, pero no quiero agotar este tema, que voy a utilizar en mis otros libros.  



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No. 19

ORIGEN Y ESPLENDOR

            El 16 de Julio de 1799 llegó a Cumaná, el Barón Alejandro de Humboldt, y nos dejo un testimonio poco apreciado por los historiadores, pues dijo que, a orillas del río de Cumaná, había cinco conventos que parecían plantaciones inglesas, y yo, por mi parte, puedo acotar que en la ciudad existían otros conventos como son el de San Francisco y el Convento de los Dominicos, siete conventos. Pero lo que nos importa de estos conventos es que tales instituciones eran centros de enseñanzas, escuelas, donde concurrían tanto los indios como los criollos, por eso el padre Ramos Martínez hace un recuento de los clérigos cumaneses graduados en sus claustros, y nombra con sus apellidos hasta trescientos.

            Para entender lo que yo he dado en llamar la Escuela de Cumaná, debemos conocer algo de su nacimiento. Voy a ser muy breve al respecto. Ya sabemos que, al producirse la conquista, los españoles nos traen, además de la lengua, el breviario y la gramática que Nebrija acababa de editar, también nos enseñan sus estilos literarios, que en esos tiempos prevalecían, y que Lope de Vega, Cervantes, Gutiérrez de Cetina, Góngora y muchos más; y nosotros fuimos eso.

            Oviedo y Baños, Ruy Fernández de Fuenmayor y el Canónigo Escobar, escriben sus versos en esos estilos y así nos llegan y son copiados por nuestros maestros. Nos llega, por supuesto el Romanticismo, que más tarde se transforma en el Modernismo de Darío y del Argentino Esteban Echeverría; y sé convierte en el idioma musical que encaja perfectamente entre nosotros, y es el que desarrolla la escuela de Cumaná, que se enferma de Diario. Hasta mi padre escribió un manifiesto modernista que Darío publicó en su Revista de París.

            Pues bien, además de un número importante de destacados oradores sacros, formados en Cumaná, la cita obligada es Fray Cristóbal de Quesada, el maestro de Andrés Bello, miembro importante de la familia del Mariscal Sucre, fue el primer latinista americano de su tiempo. Yo voy a decir, voy a inventar, que este hombre extraordinario fue el primer gran poeta cumanés, porque no podía ser sino un poeta el maestro de Andrés Bello, y no podía ser sino un poeta el que recibiera tantos elogios de tal alumno. Por cierto, que durante mucho tiempo la intelectualidad cumanesa consideró a Don Andrés Bello como nativo cumanés, por la feliz coincidencia que su padre Bartolomé Bello vivió en Cumaná gran parte de su vida, precisamente en la época en que Andrés era niño, y porque Don Bartolomé, murió y fue enterrado en Cumaná, todo hacía pensar que el Príncipe de las Letras Americanas había nacido en Cumaná, y así lo creían nuestros padres y abuelos.

            Los poetas cumaneses sabían lo que hacían cuando escribieron sus poemas, y he aquí que es importante el aporte que hace la Casa Ramos Sucre y la UDO con estos dos libros “Fuego de Blanca Luz” y “De Poetas Olvidados”, que no pueden ocultar la intención de hacer conocer la ubicación poética de nuestros padres, que no escribieron poesía por escribirlas, sino por su ubicación dentro de la escala mundial, donde se sentían orgullosamente ubicados, y de cuyos representantes estamos tan
complacidos, porque sin lugar a dudas, ocuparon un lugar especial y continúan siendo el centro de las miradas de los críticos y estudiosos, como es el caso concreto de José Antonio Ramos Sucre, máxima representación de la poesía venezolana, en el universo cultural de la actualidad.



            Ahora bien, si ese fenómeno que fue Andrés Bello, tuvo sus maestros en Cumaná, ¿de qué tamaño fueron estos maestros?

            La poesía cumanesa no es fenoménica, sino producto final de un desarrollo intelectual con profundas raíces en la hispanidad. En Cumaná se impartía cultura y muy buena, de tal suerte que los clérigos cumaneses llevaron cultura a montón para toda América, cientos de clérigos formados en nuestros claustros fueron maestros en todas partes, en los más apartados rincones, en los pueblos más lejanos, allí dejaron su huella de sabiduría y de heroísmo. El maestro y el militar cumanés, llevaron la doble libertad a los pueblos, la libertad espiritual y el material, eso hicieron nuestros padres y de ello nos sentimos orgullosos.

            No me voy a referir a la historia de la educación, ni siquiera a la creación de las cátedras de elocuencia, de teología, latín y gramática porque eso son otros temas, sólo quiero hablar de la poesía, de su génesis, me refiero al cuándo se inicio el movimiento que dio tantos buenos poetas, tantos conocedores de las profundizas éticas de la poesía, no sólo me interesan los poetas como personas sino porque se dieron tantos en Cumaná.

            Cuando era niño vivía con mi familia en una casa grande de San Francisco, y desde mi tierna infancia conviví con la poesía. Mi padre era poeta, mi tía María y el Dr. Badaracco, ellos me hicieron vivir un mundo en el cual la familia formaba un gran taller literario. Mi padre era el editor de todos los poetas de Cumaná y mamá se aprendía de memoria todas las poesías. Cuando llegó Andrés Eloy el año 24, mamá le recitó en la casa del Gobernador, “El Canto a España”, se lo aprendió de memoria apenas fue publicado. Luego mamá casi nos obligaba a aprendernos de memoria los poemas de Andrés Eloy, y así me inicié en el mundo cumanés de la poesía,
además, creía que los únicos poetas que servían eran los cumaneses; igual que mi casa era la de los González Varela, Silva Díaz, Ramos Sucre, eran talleres, verdaderos talleres de literatura, tanto que he llegado a decir que la literatura en Cumaná era una industria familiar, la más importante en su época. Y todo periódico que se respetara debía publicar en su primera página poesía; esta era una exigencia de la colectividad. Y, es bueno actuar




una vez más, que el periodismo cumanés produjo el moderno periodismo que se hizo en Caracas.

            Luego, entré en el vicio de copiar poemas y coleccionarlos, así me puse en contacto con casi todos poetas cumaneses, que son un montón (más adelante mencionaré algunos). Este vicio de copiar poemas lo aprendí de mi padre, que tenía un álbum que fue el que entregó al escritor anzoatiguense Alfredo Armas Alfonso (quien, por cierto, en su juventud estudió en Cumaná y aprendió mucho en esta ciudad). Director de Cultura que era de la Universidad de Oriente, bautizó el libro de mi padre “Fuego de Blanca Luz”, en el cual reunió la poesía de 73 cumaneses que sabían escribir poemas, y los escribían muy bien, por cierto.

Así nació en Cumaná la poesía, fue el producto de un aprendizaje, de una cultura. El Pueblo de Cumaná, amó la poesía, idealizó a los creadores, a los declamadores, y los amó, por eso Andrés Eloy fue el líder de los poetas cumaneses; Andrés Eloy fue un declamador sin igual, la voz de Andrés Eloy penetraba en el alma, y el pueblo se enloquecía son sus palabras y con su voz. En las fiestas de Cumaná no podía faltar un declamador, Guillermo Román, Agustín Silva Díaz, Ramón Suárez, Humberto Guevara, fueron declamadores amados por el pueblo. Luisa del Valle Silva, fue adorada en Cumaná, porque era la reina de las declamadoras. En Cumaná hasta los bodegueros se aprendían de memoria los poemas que publicaban nuestros periódicos, y los que aparecían en hojas sueltas; se hacían concursos de poemas hasta para publicitar tabacos, idea que posteriormente fue retomada por la revista CAL que dirigía Guillermo Meneses. Creo que pocos pueblos en el mundo vivieron con más ánimo la poesía, muy pocos pueblos amaron tanto la poesía, y la prueba no es sólo Andrés Eloy, o Ramos Sucre, es también Sánchez Pesquera, Juan Miguel Alarcón, Manuel Norberto Betancourt, Juan Arcia, Ramón Suárez, Félix
Octavio Lapausa, Santos Barrios, Dionisio López Orihuela, Rafael José Gómez, los González Varela, los hermanos Silva Díaz, Gutiérrez Coll, Rosa Alarcón Blanco, Inés Guzmán Arias, Ramón David León, Trina Márquez, J. M. Milá de La Roca Díaz, Rondón Sotillo, José Agustín Fernández, Marco Antonio Saluzzo, Alejandro Villanueva, Julio Zerpa, que son algunos que recuerdo, y que formaron la pléyade de poetas del esplendor cumanés.





Por último, debo referirme a este libro “De Poetas Olvidados”, que es un esfuerzo del poeta Ramón Ordaz, al que consideramos nuestro, de la Casa Ramos Sucre y de la Universidad de Oriente. El material seleccionado con mucha exigencia, reúne a 14 poetas modernistas, de la escuela de Cumaná. Voy a leerles dos estrofas del poema de Rosa Alarcón Blanco:
¡Qué triste la mañana, el cielo está sombrío! – ni un eco en la enramada, ni un amoroso pío – que anuncié de la aurora el dulce despertar; -deshechos en la arena pulmones y pajitas, -jazmines y claveles y blancas margaritas – dispersos por el suelo se ven, lentos rodar. ¿Qué pasa? ¿Qué puñado de negra desventura- -Lanzó sobre las cosas la triste noche oscura – celosa de las galas que pueblan el jardín? – Por qué rompió las liras amantes y sonoras – Que cantan la triunfante beldad de las auroras – y duermen en su cáliz el alma del jazmín?

            Si no lo supiéramos diríamos que esto lo escribió Darío, o Sor Juana Inés de la Cruz, o Gabriela Mistral, o cualquiera de los más conocidos aedos de América y del Mundo. Son tan bellos y perfectos estos poemas dentro de su escuela y su tiempo, que resultaría un crimen echarlos al olvido, así como es un crimen que aquellos poetas que nos dejaron estas joyas, tengamos que reconocer que están olvidados. Cada uno de ellos merece eternizarse en el bronce, cada uno de ellos por separado necesita rescatarse de la tumba y otorgarles el ramo de olvido tan merecido. Mi padre dejó en su libro los nombres y los poemas de 73 poetas cumaneses,73 luminarias de la edad de oro de nuestra poesía, 73 poeta que forman nuestro parnaso y que nos alumbran, que de ahora en adelante y por obra de estas iniciativas, van a deleitarnos, porque leyendo y penetrando en las sombras que los cubren lograremos resucitarlos, hacerlos andar por

Cuadro de texto:








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No. 20.

EL VIEJO MERCADO COMO TEATRO.

En 1908, el empresario era Don Ramón Eduardo Ortiz, y los críticos, que formaban fila en el periódico de Don Federico, eran eminentes maestros y escritores, como José Maria Milá, Silverio González Juan Miguel Alarcón y Domingo Badaracco, conservo una crítica de “La Tosca”, que demuestra el conocimiento de aquellos cultores, aparentemente improvisados, y de la cual recojo algunos aciertos:

La Tosca - dice la crónica – “Correspondió a la décima función. La escena primera caracterizada en un corto diálogo entre el padre Eusebio (señor Carbonell) y Gennarino (señor Bosch). Este, aunque dormilón, se desenvuelve con soltura en el desempeño de su humilde cargo, pero el cura con su cara de antruejo y sus gestos y lenguaje de bausán   quita mucho a la importancia característica del suyo, o más claro, descompone, exagerándolo, el personaje de Sardou. En casi todo su desempeño trabajó bien, pero aquel tocado exótico le daba el aspecto de una de esas figuras precitas de Alighieri. Benavente dice en una sentencia de sabor agustiniano: “El arte es el arte”. En un capítulo inolvidable de nuestra historia cultural, la Compañía presentó: “Malas Herencias”, “El Estigma”, “Amor Salvaje”, “Huérfanas de Bruselas”, “Las Viudas Alegres”, “La Pasionaria”, etc.

Ema Soler, enfermó de gravedad en Cumaná, creando angustia y temor en el pueblo, que llegó a amarla; y fue atendida debidamente por el eminente médico cumanés, Dr. J.C. Rivas Morales, luego miembro honorable de la Academia Nacional de Medicina.  Ella se despidió acongojada de Cumaná, donde quería permanecer, y lo hace con llanto contenido y el corazón palpitante de emociones; en su declaración a la prensa lo dice todo: 






“Ema Soler se despide especialmente de las personas de quienes ha recibido servicios y demostraciones de simpatías y amistad personal en esta ciudad, y, en general del público que con tanta sinceridad y entusiasmo la ha prodigado aplausos repetidos en su modesta carrera de artista.  Gratísimo recuerdo lleva de la gentil y espiritual Cumaná, tan dada siempre acciones generosas y levantadas, y de renombre histórico, por las virtudes y las glorias de sus hijos y héroes legendarios.   Siente satisfacción en manifestar, que donde quiera que vaya arrastrada por el amor que profesa al arte, siempre tendrá presente la duda de gratitud que, por solícitos cuidados y esmerada asistencia, y por multiplicadas pruebas de aprecio y de cariño, tiene íntimamente contraída con el noble culto y caballeroso pueblo cumanés.  4 de mayo de 1908.  Ema Soler”. 

También   publicó el bisemanario una carta del empresario Ramón Eduardo Ortiz, en la que manifiesta su agradecimiento, tanto al Dr. Rivas Morales, como al Dr. Rivas Maza y al Dr. Jesús Sanabria, que la rescataron de una muerte segura.



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No. 21.

LA PLACITA RIBERO,

HOY PLAZA BADARACCO.


Esta plaza se construyó en el solar de la Plaza de San Francisco frente al convento de los franciscanos de Cumaná, y en el centro se destaca el busto en bronce del Dr. Domingo Badaracco Bermúdez y un monolito que honra la memoria del mártir cariaqueño, coronel José Ribero

La plaza fue construida en el terreno abandonado de la plaza de San Francisco, que durante la Colonia fue la Plaza Mayor de la ciudad.  El gobierno del general Zoilo Vidal, puso empeño en rescatarla y acometió un proyecto presentado por el ingeniero Bartolomé Milá de La Roca, en 1912. La plaza tuvo días de júbilo y jubileo, en ella se celebraban fiestas patrióticas y la banda Acosta que luego se llamó La banda Libertad, amenizaba y ponía el toque de gracias a esas festividades.    

Esta Banda bajo la batuta del gran maestro de la música cumanesa, don Benigno Rodríguez Bruzual, llenó de alegría por muchos años a nuestro pueblo, tenía sus días para presentar su magnífico repertorio en las famosas retretas.   

Mis recuerdos de niño siempre traen a mi mente una dulce añoranza. Tengo escrito un libro de cuentos, que es una lástima que no haya podido publicarlo nunca. Cuando yo era un carricito los guayacanes ya eran viejos; formábamos pandillas para treparlos como monos, luego a jugar trompo, pichas, guataco y policía librado. Era un solar lleno de pájaros y muchachos, escenario de nuestros combates, de las alegrías y las penas. Nos divertíamos con el policía: al de la mañana lo llamábamos “Bigotelibro”, y el de la tarde era “El Señor Molina”; el primero nos perseguía hasta las faldas de “Cerro La Línea”, allí nos atrincherábamos y lo atacábamos con nuestras infaltables chinas, usando como proyectiles las frutitas pegostosas de las matas de Chica. El segundo policía llegaba a la tardecita, se recostaba del poste y hacía como que vigilaba, así lo sorprendió y amarró, mientras dormía, el terrible Luis José Chópite.

En la plaza instalaron dos postes con sendas luminarias, que nos atraían como a las mariposas; y en el centro estaba “La Pilita”, fuente hermosísima rodeada de barandas de bronce, que nos servían de asiento para mirar a las niñas jugando y bailando. La pilita era un cercado redondo lleno de flores con una fuente en el medio. Refrescaba mucho con sus lirios en perpetua floración, y los muchachos respetábamos ese lugar sagrado. No recuerdo haberme metido en la pilita, sino una sola vez para recoger una pelota.

Los inmensos robles servían para que Pichofué, demostrara sus habilidades, pasando de rama en rama como un mono. Arriba pasaba las horas, mientras la Maestra Inés Meaño (Ñeñé), le gritaba y gritaba, que se bajara. En el recuerdo se me enredan los nombres de la muchachada: Los Minguet, De La Rosa, Bruzual, Sanabria, Torres, Juliac, León, Suárez,




Inserny, Carballo. Tavera, Fuentes, Acosta, Moi, Carmona, Villalba, Inserny, Lares, Madrid y Madriz, Miranda, Briceño, Acosta, Guerra, Olivieri, Ciliberto, hasta René Losada, la viuda de Reny Ottolina, formaba parte de esa muchachada de mi generación, cuyo único escenario era la placita y el río. Esa vida terminaba a las 8:30 p.m., cuando desde el Castillo de San Antonio tocaban Diana y la placita se vaciaba, algunos se quedaban hasta el toque de silencio a las 9:00 p.m., luego quedaban las sombras y los fantasmas.

            Pero la historia de la placita Ribero, no fue siempre como la vivimos los muchachos de mi generación, un cuento color de rosa; nuestros padres nos contaban los acontecimientos gloriosos que allí sucedieron, tanto los del Convento de San Francisco, como los de la tétrica Inquisición y del Coronel Ribero, que le da nombre a la placita.

Era joven moreno oriundo de Cariaco, altivo y hermoso. Cariaco, ciudad que tenía el rimbombante nombre de ¨San Felipe de Austria¨. cuyo nombre originario era Guarabera, la capital del reino de los Caribes Tiaos; donde nació Yasoarayta, la Ditaina; el formidable pueblo que le dio tantos héroes civiles y militares a la Patria; el pueblo de José Francisco Bermúdez, llamado José Francisco Pueblo y Estanislao Rendón, llamado el Egregio Demócrata.


El Fusilamiento de los coroneles José Ribero y Carlos Peñalosa.

            El pueblo de Cumaná, lleno de tradiciones nunca podrá olvidar el fusilamiento del Coronel José Ribero, cuyo nombre honró la Plaza de San Francisco, él fue un guerrero inmortal que ofrendó su vida, en plena juventud, por la libertad de su pueblo.

Desde temprana edad se le encuentra al lado de Mariño, sobresalió en Guiria y Maturín, y también a las órdenes de Bernardo Bermúdez y Piar. Para 1814 acompaña al victorioso Mariño, llamado por Bolívar, a la




campaña del centro que luego terminó con el desastre de la batalla de La Puerta y la triste emigración.

Ribero regresa la zona Oriental con el mismo Mariño. Es la hora de Boves, en su campaña infernal y depredadora, llega y vence en Barcelona y avanza sobre Cumaná, y con una fuerza superior en todo, derrota al invicto Carlos Manuel Piar, en la batalla de El Salado; entra a la ciudad el 15 de octubre de l814, y la llena de luto y espanto. Sus atrocidades hicieron olvidar a los bárbaros Zuazola, Cervériz y Antoñanza. Los Patriotas se repliegan, Domingo Montes, Jesús Barreto, los Monagas, mantienen el pabellón patriota en las sabanas de Maturín. Barreto, el heroico hijo de Cumanacoa se hace fuerte en las inmensas llanuras donde es invencible.

            Mientras tanto el Coronel Ribero, se ha ganado su grado heroicamente, siempre al lado de los Libertadores de Oriente; al lado del General Santiago Mariño, gana en cada batalla un jalón; y en el último en 1815, en Punta de Piedra, resiste con sólo 150 hombres, la embestida del Sargento Mayor de Dragones, Miguel Domínguez, jefe realista que lo derrota con un ejército tres veces superior; entonces se retira hacia Caño Colorado, cae en una emboscada y lo hacen prisionero; es traído a Cumaná y mediante un juicio sumario ordenado por don Pablo Morillo, es condenado a muerte.

            En las primeras horas de la mañana de un día lluvioso, el 27 de septiembre, desde el campanario de la capilla de la Venerable Orden Tercera, contigua al Convento de Nuestra Señora de las Aguas Santas, que así es el nombre de la casa mayor de San Francisco, comenzó el repique de campanas; el pueblo había sido convocado para el fusilamiento. Desde Cariaco había llegado toda la familia del Héroe, sumida en profundo dolor y santa impotencia. A Ribero lo trajeron desde el Castillo de San Antonio, en cuyas mazmorras pasó sus últimos días; venía amarrado, escarnecido, pero altivo sin jactancia, lo acompañaba un sacerdote que había abogado por su vida ante el nuevo Gobernador, Don Tomás de Cires, el mismo inaudito individuo que ordenó la demolición de la bella iglesia de la Divina Pastora, y arrasó el próspero barrio de Chiclana. ¿Cómo podía este sujeto tener piedad con el bizarro patriota?




            La plaza de San Francisco de esa época, aunque muy importante, ya que se encontraba frente al Convento, presentaba las huellas del tiempo,
pero era considerado el más importante de la Provincia, y, aunque quedaban retazos de las ruinas de la Plaza Mayor, era una sabana calichosa donde crecían los Yaques y las Cuicas, y era usada muchas veces para los festejos, la venta de esclavos y otros eventos.

            El Coronel Ribero fue llevado hasta el centro de la Plaza. Un sargento le ordenó que se hincara de rodillas, no quiso hacerlo, pero fue obligado golpeándolo en las rodillas con la culata de un fusil. Rechazó la venda y mirando a sus familiares, amigos y al pueblo, grito con fuerza: ¡Viva Mariño! ¡Viva la Libertad! Un soldado le dio un golpe en la boca. Un murmullo recorrió la multitud. El pueblo contuvo el aliento… Ribero estaba allí de rodillas. Por la comisura del labio inferior se le escapaba un hilillo de sangre; sin embargo, se mantenía sereno, con esa serenidad que da el cumplimento del deber. Atento al menor movimiento, sus ojos buscaban a sus seres queridos, y al cruzar sus ojos, se llenaba de una dulce alegría. Altivo, tranquilo, de frente al pelotón, atento a los gatillos, tal vez sumido en profunda oración, convencido que al derramar su sangre contribuía con la causa a la cual había dedicado todo. El pelotón de fusilamiento estaba preparado. Oyó la orden… Disparen… Recibió la descarga mortal sin un lamento, ni una queja salió de sus labios. Su boca besó la tierra que tanto amó y exhaló su último suspiro. Cayó hacia delante y luego resbaló lentamente hasta quedar en posición fetal. Tal vez el engreído Aldama, aquel esbirro que azotó públicamente a Doña Leonor Guerra, le dio el tiro de gracia. Los verdugos cumplieron con el mandato, pero ¡oh miserables!, no entregaron el cuerpo a sus deudos, que lo imploraban. El pueblo se tragó sus lágrimas, pero dentro del corazón creció como un árbol la sed de venganza y el deseo de ser libres. La conciencia de una patria distinta y más justa.

            No había terminado la fiesta. Se cumplían expresas órdenes del General Pablo Morillo, que señoreaba victorioso con sus fuerzas infinitas, y que pretendía amedrentar a los patriotas orientales; y por ello y por escarmiento, el cuerpo del Coronel Ribero fue descuartizado y sus restos exhibidos en Cumaná, Cariaco y otros pueblos vecinos. Durante mucho




tiempo el cráneo del egregio soldado sirvió como bronce par el recuerdo de su inmortalidad.
            La Plaza Ribero, antigua plaza de San Francisco, comparte hoy su nombre y espacio con el Dr. Domingo Badaracco Bermúdez, el médico bueno, al cual el pueblo también vistió de bronce
P.d. Debo aclarar que el apellido Ribero, del héroe cariaqueño, se escribe con “b” labiodental, y no es un error.


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No. 22.
                                                          
EL   PARQUE   AYACUCHO


Casi todas las mañanas camino por este parque, que, a mi modo de ver, es el más bello del mundo Todo complota para hacerlo hermoso, acogedor, inspirador, fresco, dulce, apasionado y amado. El Río le da una tonalidad de esmeralda y en la mañana clarísima, sopla el cálido aroma del bosque cercano y de las serranías azules que le sirven de marco a nuestro amado pueblo.

La calzada va siguiendo la forma del río, los bucares pintan colores al amanecer y las chaguaramas visten el espacio con sus filosas espadas, y al fondo, el contraste espectacular, se ve la iglesia San Inés, con sus hermosas torres plateadas que se reflejan en el rió, que nos llaman al recogimiento y alegría del esplendor.

Este es mi camino diario. Conozco este santuario desde muy pequeño; entonces venía a la casa de Don Francisco José Berrizbeitia, un gran señor de esta tierra, a la que amó por convicción; siempre tengo recuerdos de Don Francisco, formador de muchas instituciones de la ciudad, y cuya memoria sé que a muchos de los que somos, interesa profundamente. Él construyó su casa a orillas del río, y sembró la huerta






con hermosos cocales, y nunca se arrepintió de echarse a sus orillas para meditar sobre las cosas lindas de su pueblo, nuestro pueblo. Al pasar
frente a su casa, lo veo en el ordeño, entre los mangos y los nísperos, afanoso por darle vida a cada idea.

Luego sigo mi rápida caminata al lado de Diana, mi eterna compañera, y oigo las voces de los niños entre aparatos, y la arena del jardín de jugar. Es hermoso, todo esto, es un espectáculo maravilloso, es vivir, respirar por la dicha de un nuevo día, sentirse vivo y saber lo importante que es la vida, porque somos testigos del universo, los únicos testigos que tiene el creador de todo el magno universo, y de cada hoja que cae, de cada trino escondido entre los matorrales, eso somos y por ello importamos mucho; luego sigo hasta ver el bronce del Mariscal, que juega airoso contra el tiempo, y que nos dice a cada instante que nuestro noble pueblo tiene su historia y que esa historia no morirá nunca, que es bueno que la recordemos y le demos sentido a nuestra vida, que es muy importante vivir en este suelo de los milagros que se repiten incesantemente, porque somos sangre de esa misma vertiente.

Entonces es cuando pienso que Antonio José de Sucre no debería estar sólo, que en este parque deben estar sus compañeros de treinta batallas, los de Pichincha y Ayacucho, y que deberíamos erigirles sus bronces a esos denodados soldados que no les importó derramar su sangre en suelos lejanos, más allá del amor familiar, de las lágrimas maternales, de los gritos de los niños huérfanos, es a ellos a los que debemos tanta historia grata y buena fructífera y tanta gloria. Cuando los salvemos del olvido, entonces, sólo entonces habremos cumplido con el Mariscal.

Este parque hermosísimo, que hemos cuidado con esmero, y en el que no hemos escatimado esfuerzo para adornarlo, y por si les falta la memoria, allí están sus fuentes luminosas y el Museo, que es la casa de Sucre, la única casa que tenemos por ahora, que ha sido hermoseada mediante una inversión importante, y puesta a nuestro servicio. ¡Qué bella ha quedado! ¡Eso nos gusta y nos sentimos orgullosos de decirlo,




porque hay que decir estas cosas con franqueza, y no es fácil lograr lo que se ha logrado, sobre todo en estos días de angustia, donde el pan se hace
terriblemente necesario, pero “no sólo de pan vive el hombre!, para vivir y sentirnos vivos, necesitamos de las cosas bellas, de las cosas que dan sentido a la vida, y una de estas cosas es la casa de Sucre, aspiración íntima de los Sucrenses.

Sin embargo, es necesario extremar el cuidado del parque, hay cosas que no marchan bien, la reparación de su prolongación luce abandonada; los jardineros no están cumpliendo cabalmente, se ven plantas maltratadas y otras secas que no son reemplazadas, y el sistema de riego no funciona. No sé si yo estaré exigiendo demasiado, pero me preocupa esta situación y debo decirlo para que se tomen medidas lo más rápido posible. El parque es uno de los tesoros de Cumaná, como el parque María Luisa en Sevilla, así debemos sentirlo y cantarle.

Entonces, sólo entonces, habremos cumplido con el Mariscal.


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No. 23.

LA CUNA Y LA TUMBA DEL GRAN MARISCAL DE AYACUCHO CUMANA Y QUITO.

Por Pedro Elías Marcano.

            En el actual momento cuando el Continente se pone de pies ante la evocación heroica que levanta la proximidad del Centenario de la Batalla de Ayacucho, cobra particular interés el siguiente artículo.
            Don Pedro Elías Marcano es un viejo escritor de historia Patria, admirador del Libertador y de los grandes hombres de nuestra epopeya.
            Actualmente edita en Cumaná un libro que aparecerá en los días centenarios,






LA CUNA

            Para el año 1790 habían nacido los que fueron después Generales en Jefe de la Gran Colombia, menos el más joven que, con estruendos heroicos y generoso comportamiento fraternal selló la Independencia de Sur América

            Por más de un siglo generalmente se ignoró la casa en que tuvo lugar el nacimiento de Sucre, acaecido en esta ciudad el 3 de febrero de 1795, como que los coterráneos de su época e inmediatos antecedentes se descuidaron en hacer del dominio público éste y otros pormenores históricos que mucha labor ha costado en nuestros días para conocerlos y trasmitirlos a la posteridad.

            En no lejana ocasión se promovieron solicitudes a este respecto, y de todas ellas no se produjo conclusión favorable, bien por falta de detalles que contribuyeran a dilucidar rotundamente la cuestión, o porque de los datos obtenidos se desconfió en que saliese esclarecida la verdad.  Pero revividas hoy a instancia nuestra esas solicitudes y en posesión de los informes suministrados por parientes de Sucre y por personas ancianas, ya fenecidas como Doña Carmen Alcalá de Vigas, Doña Trinidad Bermúdez de Berrizbeitia y Doña María Rosario Sucre de Sucre, hermana del Mariscal, podemos congratularnos de haber alcanzado nuestro propósito demostrándolo con el relato que aquí dejamos consignado.

Don Vicente de Sucre contrajo matrimonio con Doña María Manuela Alcalá el 8 de diciembre de 1782 y desde entonces vivieron en la casa que les pertenecía situada al pie de la colina en que se halla el Castillo de San Antonio, que llaman “La Luneta” y en ella nacieron sus hijos José María, Jerónimo, Vicente, Pedro, Antonio José, Francisco,
Aguasanta, María Josefa y Magdalena. 

Muerta Doña María Manuela de Alcalá, en esa misma casa, el 12 de julio de 1802, su marido Don Vicente, deseando mudar de domicilio, la vendió al licenciado Alonso Bruzual, como lo expresa una nota de 1804, inserta en





la Instrucción Pública, periódico de esta capital, número 14 de fecha 16 diciembre de 1898; y luego, casado en segundas nupcias con Doña Narcisa Marques de Alcalá en 1803, habitó la de portales que poseía cerca del puente de la parroquia Altagracia, la cual daba hacia el río Manzanares quedando entre las calles de la Marina y El Baño (calles de Mariño y Bermúdez) y le fue arrebatada a la familia por soldados de Boves, cuando tomaron esta ciudad el 16 de octubre de 1814, destinándola a Cuartel, que fortificaron con cañones de pequeño calibre montados en sus balcones (1)

Otra casa que hoy es de la señora Antonia Picornell de Aguirre, tuvo Don Vicente en la Calle de san Carlos (Calle de Sucre) que cambió por la de alto en la calle de Belén (Calle de Montes, en el barrio de Chiclana) Parte de las ruinas de esta última existen alrededor de la vivienda de la señora Carmelita Fuentes, y en ella vivieron su hermano Don José Manuel Sucre y su hija Aguasanta, esposa de don José Antonio Cortegoso.

“En medio de la guerra de independencia la casa donde nació Sucre fue destruida por las autoridades españolas, a la par de otras en distintos puntos.  Era de alto; su frente de 29 metros y 36 centímetros, miraba al Norte; y, por consiguiente, su fondo que tenía 30 metros, se extendía hacia el barrio de San Francisco; a su lado oriental estaba la colina del castillo de San Antonio; y al Oeste la plaza de Armas contigua al castillo de Santa María. En su solar, que es propiedad del señor Ramón Bruzual, no se ha fabricado, como si esperara que la Patria lo trasforme en sitio de venerable recreación, para conservarlo como santuario de gloriosos recuerdos”. (8

LA TUMBA

Para hallar los restos mortales del Gran Mariscal hubo de gastarse también largas disquisiciones puesto que el Gobierno de Venezuela en 1875, por medio de su comisionado Don Mateo Guerra Marcano, lo solicitó del Gobierno del Ecuador para colocarlos en el Panteón Nacional de Caracas al lado de la tumba del Libertador; y procediendo como lo





requería el caso se ocurrió a la iglesia de San Francisco de Quito, en cuyo altar mayor se abrió la bóveda de la familia Solanda, donde aparecieron varias urnas conteniendo una los restos de la señora Sucre, medio destruidos en tanto que las otras estaban completamente podridas, con huesos carcomidos, sin que se pudiera conocer a quien pertenecían.

Practica las nuevas diligencias por el Gobierno Nacional para traerlos a Caracas durante los preparativos de la Apoteosis de Sucre, con motivo de su primer Centenario, resultaron igualmente infructuosos; y por fin, después de otras investigaciones, cuando casi se había perdido toda esperanza de conseguirlos, fueron hallados en la Iglesia del Carmen Moderno de la ciudad de Quito, el 24 de abril de 1900, y trasladados solemnemente a la Metropolitana donde reposan en artística urna funeral.

(1)  Este edificio vino a menos por efecto del terremoto de 1853; en su lugar fabricó el señor Juan de La Cruz Meaño una casa, que es del señor Santos Berrizbeitia, y cuatro cuartos que pertenecen a la sucesión del mismo Meaño.

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No. 24.


LA CALLE SUCRE ANTIGUA CALLE DE SAN CARLOS. 

Es una de las calles más antiguas y emblemáticas de Cumaná; en la colonia era la calle de San Carlos. Se extendía por cinco manzanas, que corresponden a las que van de la iglesia de Santa Inés hasta el final de la plaza Pichincha, donde quedaba el Convento de los Dominicos fundadores de la ciudad y el mercado colonial; después de 1622, se extendió hasta la iglesia de la Divina Pastora, en el barrio de Chiclana; y continuo su desarrollo por la vía que va para Carúpano. Hacia la parte del barrio de San





Francisco, en los primeros mapas, aparece aislada por una vertiente del cerro de Quetepe, que llegaba hasta el Río. Desde 1622, demolido el cerro de Quetepe por ese lado del río, se empalma por la calle de San Carlos, con la que comienza en el Convento de San Francisco, y va hasta el antiguo mercado y el convento de los Dominicos, y para 1775, ya era la arteria principal de la ciudad que unía desde el Convento de los franciscanos hasta el rico barrio de Chiclana y la bella iglesia de la Divina Pastora.

Esta calle, la principal de la ciudad colonial, debemos señalar, por su importancia, que  en el sector  del barrio de San Francisco, pegada al convento estaba el edificio del Tribunal Eclesiástico o Inquisición, luego la casa de los Badaracco, conocida entonces como Palacio de las Conchas;  unas cuadras adelante estaba el fuerte de Santa María de la Cabeza, que tenía a sus espaldas el hermoso templo de la Virgen del Carmen, que puede verse en mapas desde 1775; que después de 1853, reconstruido se llamó Santa Inés; pasando la casa del Dr. Luis Daniel Beuperthuy, donde está hoy el Museo Antropológico, está la casa del poeta José Antonio Ramos Sucre y al frente de ella esta la casa de gobierno desde la cual despachaba el General en jefe José Francisco Bermúdez, esta casa fue destruida para darle  vista al fuerte de Santa María de La Cabeza;  luego, en lo que es hoy la Plaza Bolívar, se levantaba el Teatro Silverio González, y al frente de él,  la Casa Presidencial, que fue anteriormente la casa de familia de los Almandoz; luego le sigue la casa natal del poeta Andrés Eloy Blanco y al frente de ella, la casa de Don Jayme Mayz, donde mataron al general en jefe José Francisco Bermúdez, el 15 de diciembre de 1831, en cuyo solar, construyeron en 1924,  el Museo Gran Mariscal de Ayacucho, que se arruinó por defectos de construcción en 1928, y sucumbió totalmente en el terremoto de 1929; frente al convento de los dominicos, que fue iglesia Matriz, estaba el mercado colonial de Cumaná.
 
El Salón de Lectura Armando Zuluaga Blanco, que da frente a la plaza Pichincha, se terminó de construir en 1937, lo inicio Francisco Aristeguieta Badaracco y lo concluyó el Dr. Alberto Díaz; la plaza Pichincha fue construida por el presidente Zoilo Vidal, con un busto en bronce del





Mariscal, atribuido a Teneranni. Después de la construcción de la Av. Gran Mariscal, que inició el General Juan Alberto Ramírez en 1924, la calle Sucre unida a ella, forma una sola vía que no se detiene y se convierte en la ruta que llega hasta Güiria. Familias  importantes han vivido en esta calle: Los Ramos Sucre,  Blanco Meaño,  Badaracco Bermúdez,  Aristeguieta Sucre, Silva Zabala, Inserny, Minguet Barrios, Carrera,  Rodríguez Briceño, Acosta Rodríguez,  Mariani, Sisco,  Ponce Córdoba, Madriz Sucre, Minguet Barrios, Guerra Olivieri,  Núñez Morales, Bruzual Núñez, Gómez Rivero,  Llamosas,  Delgado Valderrama, De La Rosa Bruzual,  Bruzual Sanabria, Bruzual Rivas, Bruzual Bermúdez, Espín, Acuña Montistruqui,  Guerra Rafalli, Beauperthuy, Lares Rivero,  Berrizbeitia Guillen, Berrizbeitia Carrera, Berrizbeitia Bermúdez de Castro, Ponce Córdoba, Suarez, los Fuentes Madriz, Los Falcón, Milá de La Roca, Morazzani Boscheti,  Suárez, Gómez, Lares, Rivero,  Losada, Acuña Himiob,  Rodríguez Cerboni,  Subero,  Días Saud,  Seitife,  etc.

Actualmente en esta calle, que nace en la plaza Badaracco o Ribero, y es el cordón umbilical de la ciudad colonial, está y han estado una serie de casas y edificios que conservan la misma disposición de su larga historia:  la iglesia de Santa Inés, la patrona de Cumaná, las ruinas del fuerte de Santa María de La Cabeza,  el Despacho del Gobernador, varios hoteles, posadas y negocios, edificios modernos, dependencias gubernamentales, las dos emisoras de radio tradicionales “Cumaná” y “Sucre”, dos estaciones de servicio o bombas de gasolina, la esuela Normal Pedro Arnal y la U.E. República Argentina, en sus mismos edificios de la época de Medina Angarita; el restaurante El Colmao, el Jardín y  Bar Sport, Salón de Lectura Armando Zuluaga Blanco,  Plaza Bolívar, Plaza Pichincha, cine Pichincha,  la sede la Universidad Abierta (UNA),  la casa de Cultura José Antonio Ramos Sucre, la casa de cultura Andrés Eloy Blanco, la sede del diario Siglo XXI, la U. E. Hogar Azul, el Hotel Astoria,  La Cazuela, la dirección de Turismo del Estado, el Museo Antropológico, la posada San Francisco, una moderna Estación de Servicios,  y este año se inauguró el restaurante francés “Jardines de Sucre.”. Si insistiéramos en la historia de esta calle y de cada familia podríamos escribir un buen tomo. Lo pensaremos.





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No. 25

LA CALLE DEL COMERCIO HOY GENERAL ARMARIO, y perfil del héroe GENERAL AGUSTIN ARMARIO GONZALEZ


A la antigua calle del Comercio de Cumaná, después del terremoto de 1929, se le dio el nombre del General Agustín Armario, héroe valiente oriundo de Puerto Cabello, hijo de don Agustín Armario y de doña Agustina María González; casó en Cumaná, donde se había establecido después de la Independencia, en 1821. Casó con doña Josefa Manuela Cova de Alcalá, con la cual procreó cuatro hijos cumaneses. Su hija María de Jesús, casó con don Julián Llamosas, de cuya unión nació el gran músico cumanés, don Salvador Llamosas. Se le tiene por hijo adoptivo de Cumaná, porque hizo lo mejor de su vida militar en esta provincia.

Armario fue marino desde su nacimiento: en 1813 participa en la formidable y decepcionante batalla fluvial de Sorondo, en el inmenso Orinoco; en ese mismo año forma parte de los 45 que acompañan a Mariño desde Trinidad, y continuó en la gesta independentista a su lado, en la liberación de la antigua provincia de Nueva Andalucía –Cumaná, Barcelona, Maturín y Nueva Esparta, vieron brillar su espada libertadora. 

Armario va al exilio en 1814, está en el sitio de Cartagena bajo el mando de Bermúdez, pasa a Haití y regresa en la expedición de los Cayos bajo el mando de Bolívar. Combate en Los Frailes, frente a Margarita, y en la toma de Carúpano, el 2 de junio de 1816. Supo de las victorias contra los españoles en Bocachica, derrotando a Boves; y, el amargo sabor de la derrota en La Puerta, contra el mismo Boves, bajo las órdenes de Bolívar, y va con él a la campaña de Guayana y a la formación de la Gran Colombia. Luego bajo las órdenes de Bermúdez en 1821 participa en la liberación definitiva de Cumaná. En ese mismo año desempeña la Jefatura de Armas
de Carúpano.




En 1827 fue jefe del fuerte de Puerto Cabello, una de las plazas más importantes de la nueva República.
Después de la independencia participa activamente en el movimiento separatista venezolano. Representa a Cumaná en el Congreso Constitucional de 1831 con el empleo de Senador.  Murió en Cumaná, este gran soldado de la Patria, el 14 de agosto de 1833, reconocido por todo su pueblo, como Senador, y con el grado de General de Marina. Cumaná lo acogió como otro de sus héroes más apreciados.


Esta antigua calle fue destruida por el terremoto de 1929, y se encomendó su reconstrucción al maestro constructor Martín Pascual y a su ayudante de primera don Dionicio Arismendi.  En el periódico SUCRE, de Cumaná, No. 479, de fecha 9 de octubre de 1929, aparece una nota que dice textualmente

“Una obra útil de práctica necesidad para esta capital ha sido emprendida desde el día 14 del corriente -14-10-1929-  Nos referimos al corte que se le está dando a la manzana Norte de la calle del Comercio, y a las que se contrae las dos comunicaciones que publicamos en esta misma página y que leerán nuestros lectores”.

“Muy buena disposición encontró la comisión designada al efecto en los propietarios de las casas que van a sufrir el corte, para contribuir a esa labor de embellecimiento de nuestra capital, cediendo algunos gratis sus derechos y otros exigiendo pequeñas remuneraciones por los perjuicios que van a ocasionárseles, tomando ellos más en cuenta el alto valor que adquirirán  sus fincas con la amplitud y modernización de esa calle, que es la de mayor y7 obligado tráfico en Cumaná, que el deseo de especulación que en tales casos se despierta en quienes falto de todo patriotismo , ven solamente la ganancia inmediata.

Nuestra ciudad ha sido edificada sin método alguno y en un plano tan único quizá para haber levantado una población verdaderamente bella, cómoda, amplia con calles anchas y plantadas de árboles se ha construido un laberinto de ángulos, recodos, taponamientos que salvo la




avenida Bermúdez a Puerto Sucre, todo está reclamando la Ordenanza Municipal para su alineación y arquitectura urbana.

Sucre celebra entusiastamente, la obra emprendida que confía en que se realizará sin inconvenientes, con la buena voluntad de todos, para bien de Cumaná. Y envía sus felicitaciones a la Junta de Socorro, que con la aprobación del Ejecuti8vo Regional, ha realizado uno de sus más vehementes anhelos 

Veamos, en relación con este trabajo, las notas del Ejecutivo del Estado.


JUNTA NACIONAL DE SOCORRO Cumaná 5 de octubre de 1929.

Ciudadano Secretario General en ejercicio de la Presidencia del Estado Sucre.
Presente.

La Comisión nombrada por el Ejecutivo del Estado Sucre para estudiar el plano de ensanchamiento de la calle del Comercio de esta ciudad, después de haber presentado su proyecto a principios del mes de agosto próximo pasado al Ejecutivo según su información, se ha dirigido a esta Junta presentando su presupuesto y en solicitud de nuestro apoyo para proceder a la obra como ya antes se había tratado. En sesión de anoche se resolvió acceder al buen propósito de dicha omisión que es ayudar a los dueños de las casas de la acera Norte  con la suma de CUARENTA Y CINCO A CINCUENTA MIL BOLÍVARES repartida en proporción, para que cedan los metros suficientes al ensanche de la calle que será la mayor arteria de tráfico comercial de la ciudad” y siendo esta idea de importancia vital para la población, dados los grandes peligros que acarrean calles estrechas en casos de terremotos, la Junta que me honro en presidir aprobó y dio su voto de aplauso al proyecto en referencia y en vía de consulta se dirige a
 Ud. con el fin de que nos dé su opinión al respeto para proceder a hacer la erogación necesaria al impartirle su aprobación. Con toda consideración soy de Ud. Atento y seguro servidor





Manuel; M. Fuentes. Estados Unidos de Venezuela- Estado Sucre Poder Ejecutivo. Cumaná 8 de octubre de 1929. 120º y 71º
No. 220

Ciudadano de la Junta de Socorro.

Presente.


Ciudadano
Manuel M. Fuentes
Cumaná.

Me es grato decirle a Usted, que este gobierno da su aprobación al proyecto de ensanche de la calle del Comercio de esta ciudad, todavía en ruinas después de nueve meses del terremoto. La ampliación de esa vía es una obra de verdadera necesidad y utilidad pública y por lo tanto creo  muy justificada la erogación de cuarenta a cincuenta mil bolívares para indemnizar a los propietarios la cesión de los metros de terreno que van a hacer a favor del Municipio, para ese objeto; pero también considero ser de inmediata conveniencia que se proceda en el acto a la ejecución de los trabajos de ensanche y que los propietarios cedentes construyan cuanto antes los frentes de sus casas respectivas, bajo la inspección estricta de esa Junta y de las autoridades civiles y municipales, a fin de que muy pronto podamos contemplar realizada esa obra de ornato público, verdaderamente útil para la capital del Estado.

Dios y Federación

Pedro Pablo Montenegro. 



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