lunes, 3 de octubre de 2016

LEONOR GUERRA




RAMÓN BADARACCO






EL MARTIRIO DE

          LEONOR GUERRA





CUMANÁ 2006.




















Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra:
EL MARTIRIO DE LEONOR GUERRA

Diseño de la cubierta  R. B.
Ilustración de la cubierta  R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná

cronista40@hotmail .com

Cel. 0416-8114374  Y 0416-9045530






































El martirio de LEONOR GUERRA

Leonor Guerra
Leonor Guerra
Leonor Guerra
Mi grito golpea las murallas
Del castillo de Santa María de la Cabeza
y el eco se escucha y vuela
y cobra vida y se eterniza
en el llanto del poeta
en la queja del patriota
en las armas de los guerreros 

Vengan cumaneses a beber la sangre
De Leonor Guerra
El que bebe su sangre no morirá nunca

Cuando lloro a Leonor Guerra
Me convierto en bandera
Y me dan ganas de morir como ella   

Ramón Badaracco




A MANERA DE RÓLOGO


            De un extremo a otro de la República y aún podría decirse  de la América Bolivariana, a porfía,  la prensa y las corporaciones se afana por dedicar  gentiles ofrendas a los manes del Gran mariscal de Ayacucho, en la fiesta centenaria de la admirable batalla que derrocó definitivamente  al imperio colonial español en estas tierras de Colón

            Desde el año anterior,  con la anuencia de la Sociedad Patriotica Ayacucho, lanzamos en el DISCO que redactábamos  para esa fecha en esta ciudad, el concurso de un Soneto a Sucre; luego la msma Sociedad  promovió una Juegos Florales. Y la Academia de la Historia, Biliken,  El Nuevo Diario,  El Heraldo,  etc., han promovido originales concursos para esa memorable efeméride, y hoy publicamos en este periódico los términos con que “El IRIS”  de esta capital promueve un certamen de Belleza, como un tributo también a la “Semana de Ayacucho” .

            Pero no sabemos de que se tenga promovida  en parte alguna, una ofrenda singular  de la mujer para esta ocasión, en que se exalta el patriotismo y en que orgullo nacional va a ser sancionado por el homenaje de todos los pueblos que en modo alguno  beneficiaronse con el triunfo de Ayacucho. ¿Por qué este olvido?  ¿Se niega acaso que también la mujer tuvo su contribución de heroísmo y de sacrificios en la contienda libertaria?  ¿Cuantas de ellas dieron ejemplo  de amor tal a la Patria  naciente que no temieron ni el deshonor  ni el martirio en holocausto a la Independencia?  ¿Para que citar nombres?  ¿No viven en la memoria de todo buen ciudadano  o se levantan en el culto americano las figuras  ilustras  de Luisa Cáceres de  Arismendi, Policarpa Salavarieta, Teresa Salcedo de Márquez  y las mil anónimas  de nobles hazañas ignotas de un extremo a otro del Continente, que en seno mismo de hogar  acariciaron y mantuvieron vívido el ideal patrio? ¿Por qué se omite, pues,  y no se le brinda oportunidad a la mujer en esta hora propicia del Centenario de Ayacucho?

            Nosotros hincamos  y así la trasladamos a los Señores Directores de la bella revista “Atlántida”  la idea de dirigir  un mensaje a la  mujer venezolana y particularmente a las de ya celebre y aplaudida firma para que envíen sus producciones destinándoles exclusivamente a ellas el número de gala que esa Revista proyecta para el Centenario-  A nuestro juicio  será la realización  de esta idea, digna de entusiasta acogida, un delicado y valioso tributo,  a la sacra memoria  del pundonoroso Mariscal, en boca de quien ha puesto la leyenda,  la gentil expresión, síntesis de su acatamiento a la dama:  “A la mujer ni con una flor” ...

Maro Tulio Badaracco Bermúdez.





























      Hemos tomado en la obra de Arquímedes Román “Heroínas Sucrenses¨ un texto de Arístides Rojas sobre el martirio de Leonor Guerra, veamos:

“Si hay algo que sobreviva a los cataclismos de la naturaleza y de la sociedad, es el sacrificio, la mujer que se inmola en aras de la familia o de la Patria. La corta y elocuente historia de Leonor Guerra es el hermoso legado que se va dejando a las generaciones cumanesas.  Esta heroína admirable de tan nobles de sentimientos, había abrazado desde sus primeros tiempos la causa de la independencia, sin prever que ella simbolizaría en cierto día una de las coronas de ciprés que se uniría a las coronas de laureles para  el heroico pueblo de Cumaná, que desde su fundación hasta nuestros días, ha sufrido terribles catástrofes naturales y martirios incontables. Ha sufrido sí,  estos terribles martirios, y tal vez los de esta generación no tienen una percepción de estos sufrimientos

Durante los siglos de la colonia fuimos pasto para los esclavistas, que atacaban nuestros pueblos, secuestraban y nos sometían a esclavitud; cuando cesaban los terremotos venían los piratas y depredadores de las Antillas, pero este pueblo valiente supo siempre estar alerta y dispuesto a morir, pero eso sí, vendiendo muy cara sus vidas, en aras de la justicia y el patriotismo.

Después vinieron las luchas por la independencia, y durante 11 años, sufrimos el asedio de las tropas libertadoras y la revancha de las realistas, que se turnaban y ensañaban sobre nuestro pueblo, que hacía pródigos de valor en indescriptibles actos de entrega y heroísmo; de tal suerte que Cumaná fue llamada “Cartago de América”, derramó ríos de sangre cuando los cuchillos de Boves descuartizaron en sus calles:  niños, mujeres y ancianos, y otros refugiados en las iglesias y en sus casas. Más tarde vinieron las luchas entre liberales y conservadores, y después entre federales y oligarcas, que tambien montaron sitio a la ciudad “Marinera y Mariscala”. Esta larga historia de 500 años de lucha incesante, ha producido una raza de hombres libres y libertadores.

De esta raza mestiza y fuerte es Leonor Guerra, la heroína cumanesa, ideal de la mujer venezolana, cuya valentía la llevó al martirio y a  la muerte.

  Cuando el General Don Pablo Morillo, llega a Cumaná en 1815, al frente de 10.000 hombres, la más poderosa expedición que España envió a las cotas americanas, con el fin de “aliviar” los tormentos que causaron Antoñanzas, Cervériz, La Hoz, Zuazola,  Boves, etc., y  estaba de Gobernador y Capitán General, el inefable Don Gaspar Miguel de Salaverría, que resultó un tirano de la peor calaña. Los cumaneses, ante las promesas del Conde de Cartagena, aunque estaban curados de “buenas intenciones” de paz, bondades y clemencia, esperaron de Morillo, un mejor trato, en efecto destituyó a Salaverría, y nombró en su lugar a Don Juan de Cini; también destituyó al Comandante General de la Guarnición de Cumaná; y nombró en su lugar, a Don Juan Bautista Prado; que luego fue Presidente de la Audiencia de Caracas. En ese mismo año de 1815, al Rey no le gustaron los cambios que hizo Morillo, y designo a Don Tomás de Cires, famoso por haber destruido las iglesias de Cumaná y Cumanacoa; y éste, a su vez, nombró al bárbaro coronel Don Juan de Aldama, en sustitución de Don Juan Bautista  Prado.

A Morillo no le fue nada bien en sus campañas contra  los patriotas; por todas partes, y sobre todo  en la provincia de Nueva Andalucía; se armaron guerrillas: en Paria, el coronel  José Ribero, derrotó varias veces a las guarniciones de Guiria; en Irapa y Yaguaraparo, sellaron sus luchas con formidables combates victoriosos, hasta el punto, que el mismo Cini, tuvo que salir en persecución del valiente Ribero.

En los valles de Cumanacoa, se destacaba el coronel José Inocencio Villarroel, que con bastante éxito y singular bravura, derrotó a los españoles en varias acciones. En las llanuras de Maturín y Guayana, estaban los coroneles Jesús Barreto, Andrés Rojas, los  Monagas, Zaraza y Sedeño. Esos héroes dividieron el ejército de  Morillo y lo mantenían en permanente zozobra. Los jefes españoles estaban desesperados, a pesar de tener las riendas del poder en las dos provincias: Nueva Andalucía y Venezuela.

En Cumaná, a pesar de la “paz romana” el pueblo liberal se burlaba de los españoles, y una de las damas más distinguidas y apreciadas de  la ciudad, Doña Leonor Guerra, usaba la banda azul, y cantaba una cuarteta, que hería el sentimiento y el orgullo de los españoles.

Las cintas azules
Son el estribillo
Que viva la Patria
Que muera Morillo


Al parecer, fue denunciada por algún confidente, ante las autoridades policiales, tal vez ante el propio  Don Tomás de Cires, hombre prepotente, vengativo, arribista, altanero y criminal; y éste le ordenó al Coronel Juan Aldama,  de similar  catadura, que apresara a la dama y le impusiera ejemplar castigo: el cobarde Aldama, no lo pensó dos veces, con un piquete de soldados, a la hora en que Sevilla va a la misa,  esperó que la dama saliera, como lo hacía todos los días, por ser muy devota de la Virgen de la Soledad,  venerada en esos tiempos por nuestro pueblo, en el Convento de San Francisco. Violentamente salió Aldama con su piquete, al paso de la dama, y la aprendieron; la sujetaron entre varios, ella trató de defenderse;  pero, la fuerza de varios sicarios la contuvieron: la golpearon, maniataron y amordazaron, para que no pudiera pedir auxilio, que sin duda le hubiesen prestado los vecinos; la arrastraron hasta su casa, que estaba muy cerca en una de las calles de San Francisco, en  el propio barrio cerca de la iglesia del Carmen. Allí convocaron a sus vecinos, y los obligaron a presenciar la vejación que le inferían.

La desnudaron hasta la cintura, la sacaron a latigazos, la subieron a un borrico, preparado al efecto, y ella, ya sin fuerzas para defenderse, se entregó abatida pero serena y valiente; le pusieron en la cabeza una ¨coroza¨, que es un capirote burlesco de papel engrudado, como de un metro de alto, de figura cónica, que ya habían confeccionado, y que se le ponía en la cabeza  a los delincuentes, con figuras alusivas al delito.

El paso del borrico era lento, y los latigazos rápidos. El pueblo que la amaba, acompañaba el  paso, y bañaban las calles de lágrimas… Sus amigas y familiares también  lloraban a su paso. Dos hombres se turnaban para castigarla, casi no había espacio entre uno y otro latigazo. Cada golpe suscitaba un murmullo de dolorEl borrico se detenía asustado y uno de los esbirros lo halaba para obligarlo. Otro daba voces, otros empujaban. Todo era un verdadero infierno para  Doña Leonor; ella delicada y suplicante, bañada en sangre, cual un lirio blanco caído en el barro,  se dejó llevar en silencio, mientras los verdugos, tapadas las caras con antifaces grotescos, esgrimían el látigo y arrancaban jirones de  carne de la virgen martirizada; y cada vez que la golpeaban un murmullo de angustia brotaba de la procesión que se formaba tras el macabro cortejo. Lastimeros ayes de dolor se escuchaban de los corazones de sus familiares y amigos, pero de ella ni un solo quejido sacaron los verdugos. Ya desfallecía sin quebrar su espíritu, cuando llegó la orden del coronel Juan Aldama de duplicar el castigo en seis de las esquinas más concurridas de la ciudad. La sangre de la mártir bañaba las piedras de la calle, sus vestidos empapados, y hechos jirones, caían a pedazo y el pueblo los recogía y guardaba piadosamente. Leonor alucinaba, en una esquina  pidió agua a una mujer que trató de aliviarla y se atrevió a limpiarle el rostro;  en respuesta los verdugos arreciaron el castigo y la sangre brotó como un manantial, la ropa que le cubría las piernas cedieron y Leonor quedo desnuda ante la mirada hiriente, como espadas, de sus verdugos. Algunas personas bondadosas trataron de cubrirla, pero los esbirros más bien arrancaron con sus manos lo que quedaba de sus vestiduras. Su cuerpo flagelado se dobló sobre el borrico, el látigo inclemente continuaba su obra, cada vez  con mayor ensañamiento  en cada una de las partes vulnerables del cuerpo  de la digna mujer, hasta hacerla insensible.  Ahora inmune al dolor,  se levantaba como una deidad, el cuerpo erguido, movió la cabeza con fuerza, la cabellera empapada en sangre se desbordó cubriendo su espalda y sus pechos; sus ojos retadores buscaron la mirada de los esbirros, que retrocedieron espantados;  un sentimiento de desprecio la poseía, levantó la cabeza y apretado los labios contuvo el dolor, y con un esfuerzo inaudito, grito: ¡Viva La Patria! ¡Viva la Patria!... y cayó del borrico sin fuerzas… El pueblo enardecido gritó con ella ¡Viva la Patria!.. Perdieron el temor y se acercaron amenazantes a los esbirros, que huyeron despavoridos.
Varias personas recogieron el cuerpo mancillado de Leonor Guerra, y lo llevaron a su casa, pero casi enseguida llegó un piquete de soldados a cuyo frente estaba el coronel Juan Rumualdo Aldama, el cual ordenó a los soldados que presentaran el cuerpo de Leonor Guerra en el balcón de la casa para que el pueblo  lo viera, y supieran como iban a proceder con las otras mujeres que se atrevieran a ofender a los españoles. El pueblo retrocedió horrorizado, no se atrevieron a mirar a aquella mujer que veneraban y que ya era su bandera. 
   Leonor Guerra, herida en lo más profundo de su ser, de sus creencias, de su patriotismo y  su honor, ordenó cerrar las puertas de su casa y no salió más; no comió ni bebió nada, no aceptó ningún medicamento y se abandonó en los brazos de la Virgen de la Soledad, hasta morir. No quiso escuchar a nadie, no admitió sino la compañía de sus familiares más allegados. Por más que insistieron sus vecinos, no claudicó en su decisión, dejó llegar el día y la hora para que su muerte se convirtiera en bandera de la revolución; no podía permitir que su martirio fuese solo un pasaje de la historia de la tiranía, solo una fiesta de los esclavizadores de su pueblo, no podía permitir que pasara como un pequeño castigo al pueblo insubordinado. No, su muerte debía ser como una resurrección, como la muerte de Jesús, que su espíritu heroico se elevara en majestad y gloria, para esa generación y para todas las generaciones. Como un castigo para los sacrílegos, los cobardes, los torturadores, los impíos; pero también, como una bandera para los pueblos libres, para los héroes, para los que siempre están alertas, vigilantes, ante los tiranos. 
En la puerta de la casa de Leonor Guerra se reunieron los vecinos a rezar por ella, a cantar Salmos a la Virgen de la Soledad; allí levantaron un altar y la honraron  todos los días durante muchos años;  allí se turnaron sus familiares y amigos  en silencio, guardando respeto y el recato que exigía  la dignísima mujer, que así ofrendaba la vida por la libertad de su pueblo.

Leonor  Guerra murió a los pocos días del dramático martirio; sus restos mortales fueron llevados por todo el pueblo de Cumaná hasta el camposanto de Quetepe, donde reposan para siempre; pero su espíritu   vive y se manifiesta en todas las mujeres indomables del pueblo de Cumaná. 


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