RAMÓN BADARACCO
EL MARTIRIO DE
LEONOR GUERRA
CUMANÁ 2006.
Autor: Tulio Ramón Badaracco
Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra:
EL MARTIRIO DE LEONOR GUERRA
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la
cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
cronista40@hotmail .com
Cel. 0416-8114374 Y 0416-9045530
El martirio de LEONOR
GUERRA
Leonor Guerra
Leonor Guerra
Leonor Guerra
Mi grito golpea las murallas
Del castillo de Santa María de la Cabeza
y el eco se escucha y vuela
y cobra vida y se eterniza
en el llanto del poeta
en la queja del patriota
en las armas de los guerreros
Vengan
cumaneses a beber la sangre
De
Leonor Guerra
El
que bebe su sangre no morirá nunca
Cuando
lloro a Leonor Guerra
Me
convierto en bandera
Y
me dan ganas de morir como ella
Ramón
Badaracco
A
MANERA DE RÓLOGO
De un extremo a otro de la República
y aún podría decirse de la América
Bolivariana, a porfía, la prensa y las
corporaciones se afana por dedicar
gentiles ofrendas a los manes del Gran mariscal de Ayacucho, en la
fiesta centenaria de la admirable batalla que derrocó definitivamente al imperio colonial español en estas tierras
de Colón
Desde el año anterior, con la anuencia de la Sociedad Patriotica
Ayacucho, lanzamos en el DISCO que redactábamos
para esa fecha en esta ciudad, el concurso de un Soneto a Sucre; luego
la msma Sociedad promovió una Juegos
Florales. Y la Academia de la Historia, Biliken, El Nuevo Diario, El Heraldo,
etc., han promovido originales concursos para esa memorable efeméride, y
hoy publicamos en este periódico los términos con que “El IRIS” de esta capital promueve un certamen de
Belleza, como un tributo también a la “Semana de Ayacucho” .
Pero no sabemos de que se tenga
promovida en parte alguna, una ofrenda
singular de la mujer para esta ocasión,
en que se exalta el patriotismo y en que orgullo nacional va a ser sancionado
por el homenaje de todos los pueblos que en modo alguno beneficiaronse con el triunfo de Ayacucho.
¿Por qué este olvido? ¿Se niega acaso
que también la mujer tuvo su contribución de heroísmo y de sacrificios en la
contienda libertaria? ¿Cuantas de ellas
dieron ejemplo de amor tal a la
Patria naciente que no temieron ni el
deshonor ni el martirio en holocausto a
la Independencia? ¿Para que citar
nombres? ¿No viven en la memoria de todo
buen ciudadano o se levantan en el culto
americano las figuras ilustras de Luisa Cáceres de Arismendi, Policarpa Salavarieta, Teresa
Salcedo de Márquez y las mil anónimas de nobles hazañas ignotas de un extremo a
otro del Continente, que en seno mismo de hogar
acariciaron y mantuvieron vívido el ideal patrio? ¿Por qué se omite,
pues, y no se le brinda oportunidad a la
mujer en esta hora propicia del Centenario de Ayacucho?
Nosotros hincamos y así la trasladamos a los Señores Directores
de la bella revista “Atlántida” la idea
de dirigir un mensaje a la mujer venezolana y particularmente a las de
ya celebre y aplaudida firma para que envíen sus producciones destinándoles
exclusivamente a ellas el número de gala que esa Revista proyecta para el
Centenario- A nuestro juicio será la realización de esta idea, digna de entusiasta acogida, un
delicado y valioso tributo, a la sacra
memoria del pundonoroso Mariscal, en boca
de quien ha puesto la leyenda, la gentil
expresión, síntesis de su acatamiento a la dama: “A la mujer ni con una flor” ...
Maro Tulio Badaracco
Bermúdez.
Hemos tomado en la obra de Arquímedes Román
“Heroínas Sucrenses¨ un texto de Arístides Rojas sobre el martirio de Leonor
Guerra, veamos:
“Si hay algo que
sobreviva a los cataclismos de la naturaleza y de la sociedad, es el
sacrificio, la mujer que se inmola en aras de la familia o de la Patria. La corta y elocuente historia de Leonor Guerra
es el hermoso legado que se va dejando a las generaciones cumanesas. Esta heroína admirable de tan nobles de
sentimientos, había abrazado desde sus
primeros tiempos la causa de la independencia, sin prever que ella
simbolizaría en cierto día una de las coronas de ciprés que se uniría a las
coronas de laureles para el heroico
pueblo de Cumaná, que desde su fundación hasta nuestros días, ha sufrido
terribles catástrofes naturales y martirios incontables. Ha sufrido sí, estos terribles martirios, y tal vez los de
esta generación no tienen una percepción de estos sufrimientos
Durante los
siglos de la colonia fuimos pasto para los esclavistas, que atacaban nuestros
pueblos, secuestraban y nos sometían a esclavitud; cuando cesaban los
terremotos venían los piratas y depredadores de las Antillas, pero este pueblo
valiente supo siempre estar alerta y dispuesto a morir, pero eso sí, vendiendo
muy cara sus vidas, en aras de la justicia y el patriotismo.
Después
vinieron las luchas por la independencia, y durante 11 años, sufrimos el asedio
de las tropas libertadoras y la revancha de las realistas, que se turnaban y
ensañaban sobre nuestro pueblo, que hacía pródigos de valor en indescriptibles
actos de entrega y heroísmo; de tal suerte que Cumaná fue llamada “Cartago de
América”, derramó ríos de sangre cuando los cuchillos de Boves descuartizaron
en sus calles: niños, mujeres y ancianos,
y otros refugiados en las iglesias y en sus casas. Más tarde vinieron las
luchas entre liberales y conservadores, y después entre federales y oligarcas,
que tambien montaron sitio a la ciudad “Marinera y Mariscala”. Esta larga
historia de 500 años de lucha incesante, ha producido una raza de hombres
libres y libertadores.
De esta raza
mestiza y fuerte es Leonor Guerra, la heroína cumanesa, ideal de la mujer
venezolana, cuya valentía la llevó al martirio y a la muerte.
Cuando el General Don Pablo Morillo, llega a
Cumaná en 1815, al frente de 10.000 hombres, la más poderosa expedición que
España envió a las cotas americanas, con el fin de “aliviar” los tormentos que
causaron Antoñanzas, Cervériz, La Hoz, Zuazola,
Boves, etc., y estaba de
Gobernador y Capitán General, el inefable Don Gaspar Miguel de Salaverría, que
resultó un tirano de la peor calaña. Los cumaneses, ante las promesas del Conde
de Cartagena, aunque estaban curados de “buenas intenciones” de paz, bondades y
clemencia, esperaron de Morillo, un mejor trato, en efecto destituyó a
Salaverría, y nombró en su lugar a Don Juan de Cini; también destituyó al
Comandante General de la Guarnición de Cumaná; y nombró en su lugar, a Don Juan
Bautista Prado; que luego fue Presidente de la Audiencia de Caracas. En ese
mismo año de 1815, al Rey no le gustaron los cambios que hizo Morillo, y designo
a Don Tomás de Cires, famoso por haber destruido las iglesias de Cumaná y
Cumanacoa; y éste, a su vez, nombró al bárbaro coronel Don Juan de Aldama, en
sustitución de Don Juan Bautista Prado.
A Morillo no
le fue nada bien en sus campañas contra los patriotas; por todas partes, y sobre
todo en la provincia de Nueva Andalucía;
se armaron guerrillas: en Paria, el coronel
José Ribero, derrotó varias veces a las guarniciones de Guiria; en Irapa
y Yaguaraparo, sellaron sus luchas con formidables combates victoriosos, hasta
el punto, que el mismo Cini, tuvo que salir en persecución del valiente Ribero.
En los
valles de Cumanacoa, se destacaba el coronel José Inocencio Villarroel, que con
bastante éxito y singular bravura, derrotó a los españoles en varias acciones.
En las llanuras de Maturín y Guayana, estaban los coroneles Jesús Barreto,
Andrés Rojas, los Monagas, Zaraza y
Sedeño. Esos héroes dividieron el ejército de
Morillo y lo mantenían en permanente zozobra. Los jefes españoles
estaban desesperados, a pesar de tener las riendas del poder en las dos
provincias: Nueva Andalucía y Venezuela.
En Cumaná, a
pesar de la “paz romana” el pueblo liberal se burlaba de los españoles, y una
de las damas más distinguidas y apreciadas de
la ciudad, Doña Leonor Guerra, usaba la banda azul, y cantaba una
cuarteta, que hería el sentimiento y el orgullo de los españoles.
Las cintas
azules
Son el
estribillo
Que viva la Patria
Que muera
Morillo
Al parecer,
fue denunciada por algún confidente, ante las autoridades policiales, tal vez
ante el propio Don Tomás de Cires,
hombre prepotente, vengativo, arribista, altanero y criminal; y éste le ordenó
al Coronel Juan Aldama, de similar catadura, que apresara a la dama y le
impusiera ejemplar castigo: el cobarde Aldama, no lo pensó dos veces, con un
piquete de soldados, a la hora en que Sevilla va a la misa, esperó que la dama saliera, como lo hacía
todos los días, por ser muy devota de la Virgen de la Soledad, venerada en esos tiempos por nuestro pueblo,
en el Convento de San Francisco. Violentamente salió Aldama con su piquete, al
paso de la dama, y la aprendieron; la sujetaron entre varios, ella trató de
defenderse; pero, la fuerza de varios
sicarios la contuvieron: la golpearon, maniataron y amordazaron, para que no
pudiera pedir auxilio, que sin duda le hubiesen prestado los vecinos; la
arrastraron hasta su casa, que estaba muy cerca en una de las calles de San
Francisco, en el propio barrio cerca de
la iglesia del Carmen. Allí convocaron a sus vecinos, y los obligaron a
presenciar la vejación que le inferían.
La
desnudaron hasta la cintura, la sacaron a latigazos, la subieron a un borrico,
preparado al efecto, y ella, ya sin fuerzas para defenderse, se entregó abatida
pero serena y valiente; le pusieron en la cabeza una ¨coroza¨, que es un
capirote burlesco de papel engrudado, como de un metro de alto, de figura
cónica, que ya habían confeccionado, y que se le ponía en la cabeza a los delincuentes, con figuras alusivas al
delito.
El paso del
borrico era lento, y los latigazos rápidos. El pueblo que la amaba, acompañaba
el paso, y bañaban las calles de
lágrimas… Sus amigas y familiares también lloraban a su paso. Dos hombres se turnaban
para castigarla, casi no había espacio entre uno y otro latigazo. Cada golpe
suscitaba un murmullo de dolorEl borrico se detenía asustado y uno de los
esbirros lo halaba para obligarlo. Otro daba voces, otros empujaban. Todo era
un verdadero infierno para Doña Leonor;
ella delicada y suplicante, bañada en sangre, cual un lirio blanco caído en el
barro, se dejó llevar en silencio,
mientras los verdugos, tapadas las caras con antifaces grotescos, esgrimían el
látigo y arrancaban jirones de carne de
la virgen martirizada; y cada vez que la golpeaban un murmullo de angustia
brotaba de la procesión que se formaba tras el macabro cortejo. Lastimeros ayes
de dolor se escuchaban de los corazones de sus familiares y amigos, pero de
ella ni un solo quejido sacaron los verdugos. Ya desfallecía sin quebrar su
espíritu, cuando llegó la orden del coronel Juan Aldama de duplicar el castigo
en seis de las esquinas más concurridas de la ciudad. La sangre de la mártir
bañaba las piedras de la calle, sus vestidos empapados, y hechos jirones, caían
a pedazo y el pueblo los recogía y guardaba piadosamente. Leonor alucinaba, en
una esquina pidió agua a una mujer que
trató de aliviarla y se atrevió a limpiarle el rostro; en respuesta los verdugos arreciaron el
castigo y la sangre brotó como un manantial, la ropa que le cubría las piernas
cedieron y Leonor quedo desnuda ante la mirada hiriente, como espadas, de sus
verdugos. Algunas personas bondadosas trataron de cubrirla, pero los esbirros
más bien arrancaron con sus manos lo que quedaba de sus vestiduras. Su cuerpo
flagelado se dobló sobre el borrico, el látigo inclemente continuaba su obra,
cada vez con mayor ensañamiento en cada una de las partes vulnerables del cuerpo de la digna mujer, hasta hacerla
insensible. Ahora inmune al dolor, se levantaba como una deidad, el cuerpo
erguido, movió la cabeza con fuerza, la cabellera empapada en sangre se
desbordó cubriendo su espalda y sus pechos; sus ojos retadores buscaron la
mirada de los esbirros, que retrocedieron espantados; un sentimiento de desprecio la poseía,
levantó la cabeza y apretado los labios contuvo el dolor, y con un esfuerzo
inaudito, grito: ¡Viva La
Patria ! ¡Viva la
Patria !... y cayó del borrico sin fuerzas… El pueblo
enardecido gritó con ella ¡Viva la
Patria !.. Perdieron el temor y se acercaron amenazantes a los
esbirros, que huyeron despavoridos.
Varias
personas recogieron el cuerpo mancillado de Leonor Guerra, y lo llevaron a su
casa, pero casi enseguida llegó un piquete de soldados a cuyo frente estaba el
coronel Juan Rumualdo Aldama, el cual ordenó a los soldados que presentaran el
cuerpo de Leonor Guerra en el balcón de la casa para que el pueblo lo viera, y supieran como iban a proceder con
las otras mujeres que se atrevieran a ofender a los españoles. El pueblo
retrocedió horrorizado, no se atrevieron a mirar a aquella mujer que veneraban
y que ya era su bandera.
Leonor Guerra, herida en lo más profundo de
su ser, de sus creencias, de su patriotismo y
su honor, ordenó cerrar las puertas de su casa y no salió más; no comió
ni bebió nada, no aceptó ningún medicamento y se abandonó en los brazos de la
Virgen de la Soledad, hasta morir. No quiso escuchar a nadie, no admitió sino
la compañía de sus familiares más allegados. Por más que insistieron sus
vecinos, no claudicó en su decisión, dejó llegar el día y la hora para que su
muerte se convirtiera en bandera de la revolución; no podía permitir que su
martirio fuese solo un pasaje de la historia de la tiranía, solo una fiesta de
los esclavizadores de su pueblo, no podía permitir que pasara como un pequeño
castigo al pueblo insubordinado. No, su muerte debía ser como una resurrección,
como la muerte de Jesús, que su espíritu heroico se elevara en majestad y
gloria, para esa generación y para todas las generaciones. Como un castigo para
los sacrílegos, los cobardes, los torturadores, los impíos; pero también, como
una bandera para los pueblos libres, para los héroes, para los que siempre
están alertas, vigilantes, ante los tiranos.
En la puerta
de la casa de Leonor Guerra se reunieron los vecinos a rezar por ella, a cantar
Salmos a la Virgen
de la Soledad ;
allí levantaron un altar y la honraron
todos los días durante muchos años;
allí se turnaron sus familiares y amigos
en silencio, guardando respeto y el recato que exigía la dignísima mujer, que así ofrendaba la vida
por la libertad de su pueblo.
Leonor Guerra murió a los pocos días del dramático
martirio; sus restos mortales fueron llevados por todo el pueblo de Cumaná
hasta el camposanto de Quetepe, donde reposan para siempre; pero su
espíritu vive y se manifiesta en todas
las mujeres indomables del pueblo de Cumaná.
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