Ramón
BADARACCO.
JUEGOS
FLORALES DE CUMANÁ
DE
1924
CUMANA
2012
Autor: Ramón Badaracco
Prólogo:
Copyright Ramón Badaracco 2012
Primera edición
Hecho el depósito de ley
Cronista40@hotmail .com
Tell. 0293-4324683 – cell. 0416-8114374
Título original: JUEGOS FLORALES DE CUMANA DE 1924
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
INTROITO
Este
valioso libro, con algunas pinceladas mías, canta las hazañas de los poetas y escritores
que se dieron cita en los Juegos Florales
de Cumaná de 1924, con motivo de la celebración del primer centenario de la
Batalla de Ayacucho, que consolidó la libertad de la América Española; y cuando
la cultura de nuestro pueblo, ya madura, alcanzó el grado de excelencia, convocó a los cultores de toda Venezuela, a
medirse en las arenas sagradas de su campo de Agramante, aunque la lid no fue
por la bella Doralice.
Los campeones cumaneses con sus maestros, esgrimieron sus
lanzas y montados en corceles celestiales, se batieron en fieros combates hasta alcanzar los gloriosos laureles que
los empinaron hasta el Olimpo, donde solo moran los santos de la fama. Cientos
de voces, venidas de otros campos, se elevaron entonces, y las arenas se
llenaron de rosas, y las manos de las más bellas náyades se alzaron en loas y
cantos de alabanza, y llenaron de suspiros y margaritas a los príncipes de
ardientes palabras, elevados estros, de gestos altaneros, de altisonantes metáforas;
y, solo sus aplausos y la gritería de galería, apagaron el ímpetu de los más
osados gladiadores.
La Atenas de Venezuela, la tierra de la música y la
poesía, el Olimpo venezolano; la del lírico guerrero, de muchedumbre de
libertadores y mártires patriotas, la de los eximios maestros, los trágicos y taciturnos
poetas, tenía que ser el hospedaje de tal evento.
Los
guerreros de la lira, todos ornados con sus laureles, vinieron en romería a la
nueva Compostela. ¡Allí los vimos! Sus figuras perennes, atildadas, los rostros
insomnes y el peso de sus triunfos en la blanca lid. Entonces escuchamos las dianas, los bravos, hurras
y las risas argentinas de las más bellas mujeres que imaginarse puedan, que con
su eco formidable atronaron el espacio y una tonada aguda y dulcísima, cuando
sonaron los clarines, se desparramó en la arena al arribo de los campeones
invictos, entonces en medio de las dianas subieron al atrio y desde allí sus
voces cantaron su victoria.
Ese Olimpo estaba presidido por el magno Andrés Eloy,
el poeta libertador que rompió los
grillos, y cantó a la Madre España como nadie lo había hecho; y José Antonio
Ramos Sucre, el verbo hecho carne en su creación inigualable, el sabio
enigmático, que condensó la sabiduría, y descubrió los signos guardados por los
discípulos de Hermes en 22 misteriosos
arcanos; y Humberto Guevara, el satírico, cual Quevedo, que picaba con sus
trinos y nos dejaba un sabor de
inigualable frescura en sus intrigas y picardías; y aquellos grandes campeones:
Cruz Maria Salmerón Acosta y José María Milá de la Roca Díaz, poetas cuyo
martirio aun lloramos; Andrés Eloy, José
Antonio Ramos Sucre, Ramón David León, Juan Miguel Alarcón, Juan Arcia, José Agustín Fernández, J. M. Rondón Sotillo, Rafael Bruzual López,
Luis Álvarez Marcano, Agustín,
Eliso y Joaquín Silva Días, Salvador
Llamozas, Benigno Rodríguez Bruzual, Sergio Martínez Picornell, Ramón Suárez, Juan
Freites, Juan Manuel y Silverio González Varela, Diego Córdova, Domingo y Marco
Tulio Badaracco Bermúdez, todos maestros del modernismo, discípulos de Darío,
de Santos Chocano, de Gabriela Mistral;
y aquella trinidad sagrada, nuestras poetisas: Trina Márquez, Inés Guzmán
Arias y Rosa Alarcón Blanco, que llenaron de rosas, adelfas y margaritas, los senderos aurorales del Olimpo cumanés
Pero
habían muchos más poetas de esta tierra sagrada, todo mundo escribía y recitaba
sus versos, podíamos escucharlos en las bodegas y esquinas, la poesía andaba
suelta, iba de casa en casa, era su territorio en este escondrijo del Nuevo
Mundo, fue algo así como lo que sucede hoy con la música clásica, y todo mundo
quería venir a Cumaná, a disfrutar de la belleza de su canto; por eso es que
acudieron a nuestro Olimpo, coronados de laureles, vinieron en romería desde lejanos rincones,
para participar en la noble contienda, y no podemos olvidar sus nombres, allí
estaban enfundados en serio frac, su ropaje de caballeros andantes dispuestos a arremeter contra imaginarios
molinos de viento: Pedro y Miguel Aristeguieta Sucre, Arturo Guevara, Diego
Córdoba, Antonio Moreno Cova, Juan Freites, Dionisio López Orihuela, Pedro
Berrizbeitia, Juan Manuel González Varela, Pedro Milá González, y Luis Teófilo
Núñez.
Es
imposible que entren todos en este texto, al cielo solo van los que San Pedro bendice,
y agregaría, parodiando lo que dijo algún poeta “Mi palabra no es sino la abeja
cosechera que lleva el mensaje de la flor a la rosa del jardín”.
Ramón
Badaracco.
RESEÑA DEL PROGRAMA OFICIAL DEL 9 DE
DICIEMBRE DE 1924.
DIA
9. Cumpliose en este día un siglo de
haberse liberado por el héroe cumanés ANTONIO JOSE DE SUCRE, la gloriosa
Batalla de Ayacucho, cuya memoración ha dado motivo a estos ruidosos festivales
que hinchan de emoción patriótica a toda Hispano América. Al sonar las 6 de la
tarde en la Catedral rompió el Himno Nacional en la Casa de Gobierno para izar
la bandera de la Patria, y apercibiose la ciudadanía, en su vivo tráfico para
los festivales. A las 8 a .
m. y con lucida y número la concurrencia celebrase un Te Deum, en la iglesia
Catedral en acción de gracias por la prosperidad de la República y a los manes
sagrados de nuestros héroes. Tuvo la palabra felizmente en este acto el Pbro.
Arenas. Terminada la ceremonia dispuso Monseñor Obispo Sixto Sosa, la
repartición de la importante alocución que dirige a los fieles con motivo del
centenario.
A las 9 a .
m. celebramos una sesión extraordinaria, en el Salón Municipal del Distrito y
se distribuyó en ese acto la edición de lujo, obsequio del Ejecutivo Regional a
la Municipalidad, de la carta dirigida por el Gran Mariscal de Ayacucho a esa
Ilustre Corporación donándole la Corona y La Pluma de oro con que la ciudad y
el Cole3gio de Cochabamba lo agraciaron después del triunfo de Ayacucho.
Llevaron la palabra en este acto el Dr. Luis Daniel Beauperthuy, Presidente de
la Corporación, General R. Reyes Gordon, Vicepresidente, Arístides Álvarez, Síndico
Procurador Municipal y el Señor Amadeo Blanco, quien ofreció a nombre del señor
Antonio María Ramos, patriota ciudadano, un cuadro al Oleo, reproducción del
Tovar y Tovar en el Salón Elíptico de Caracas, representativo del instante en
que Sucre firma la capitulación de Ayacucho. Este inmenso y notable oleo, se
exhibe, como nueva reliquia en el salón del Concejo Municipal.
A
las 10 a .
m. tuvo lugar la Recepción Oficial en la
Casa de Gobierno y allí recibió el ciudadano Presidente del Estado, General
Juan Alberto Ramírez, las congratulaciones que con motivo de la clásica
efeméride le fueron presentadas por las demás autoridades, por Monseñor Obispo,
Sixto Sosa, por los gremios, corporaciones, delegados de los Estados y de los
Distritos. Brindose una copa de champaña y el inteligente Doctor Pedro Miguel
Queremel dijo de la significación del día, de la gloria que él guarda para
nuestra Patria, del fervor que el jefe de la Causa Rehabilitadora General Juan
Vicente Gómez tiene para el inmaculado Sucre y a nombre del General Presidente
del Estado dejo elocuentemente contestadas las distintas felicitaciones.
Reproducimos las palabras del doctor Queremel:
Llegó la hora de las ofrendas ante la estatua ecuestre
del Mariscal en la Plaza de Ayacucho. Del buque Mariscal surto en la bahía,
baja una fuerza naval dirigida por la banda de abordo. Del Castillo San Antonio
otro cuerpo del ejército baja así mismo en dirección a la plaza y en dos alas
ambas tropas se alinearon de frente a la estatua haciendo vía al Ejecutivo y su
inmensa comitiva en la que había representación de todos los poderes públicos,
de todas las corporaciones, gremios, sociedades, clubes, ciudades, distritos
&. El Coronel M. A. Lollet Márquez, comenzó el acto oferente, leyendo al
pie del monumento las proclamas de Sucre al ejército, momentos antes de
comenzar la acción: Continuó en el orden siguiente Dr. Aristimuño Coll, Jefe de
la Delegación Federal, el Coronel Luis B. Bruzual Bermúdez, como representante
del Ejército Nacional y en
representación del Inspector General del Ejercito General José Vicente Gómez;
el Doctor Queremel en representación del Ejecutivo del Estado , el Doctor Luis
Teófilo Núñez, en representación del Estado Aragua; Doctor Paco Damas Blanco,
en representación del Estado Guárico; Dr. Ibarra, por Anzoátegui y Falcón;
Coronel A. Ortega Gómez, por Nueva Esparta.
Síguese las ofrendas de los distritos del Estado: por los
distritos Bermúdez y Ribero y por la Nueva York and Bermúdez Company y The
Bermúdez Co. Doctor Juan Bautista
Figalo; por el distrito Benítez, R. Vásquez H. por Arismendi, Dr. Antonio
Minguet Leteron. Dr. Paco Damas Blanco por Mejía y Mariño; por Montes, Dr. Luis
Daniel Beauperthuy, por la Municipalidad del Distrito Sucre, don Emilio
Berrizbeitia, por el Club Cumaná, y muchos más representantes y particulares
que se escapan a nuestro recuerdo.
Una de las ofrendas más valiosas por su significación y
trascendencia para Cumaná fue la depositada al pie del monumento al Mariscal de
Ayacucho por el historiógrafo coterráneo Sr. Don Pedro Elías Marcano,
consistente de un libro bellamente impreso contentivo del CONSECTARIO DE
CUMANA. Usó por vez primera este dictado, refiriéndose a los jefes de familias cumanesas,
el Arcediano Antonio Patricio de Alcalá, y ya se adivina que es un compuesto derivado
de secta. La obra de Marcano resume el
entronque de las familias cumanesas desde la fundación y comprende los trabajos
de Alcalá hasta 1700 con notas adicionales del padre José Antonio Ramos Martínez,
y se continúa por el honorable compatriota desde el mencionado año hasta 1850.
Lo felicitamos muy sinceramente.
Puso punto final a estas patrióticas ofrendas el
brillante y patriótico discurso altamente elogioso para Cumaná, del señor
Enrique D’Sola, representante del Estado Carabobo. Sentimos no insertar su
pieza oratoria por no haber querido dejárnosla a tal efecto. Este acto fue
severo en su solemnidad y concurrieron a él a más de los altos representantes
de Gobierno, gremios, sociedades, etc., etc., una multitud bulliciosa que
colmaba el amplio cuadrado de Ayacucho.
A las 6 p. m. pronunciaba el doctor Domingo Badaracco
Bermúdez, su conceptuoso y atildado discurso inaugural al pie del soberbio
monumento que frente a Pichincha se erige al Gran Mariscal de Ayacucho. Allí
estuvo la multitud emocionada aplaudiendo ruidosamente al orador.
Al descender la bandera de la Patria dejáronse oír las
estampidas del cañón en la fortaleza de San Antonio y del Crucero Mariscal Sucre
tributando sus honores a la fecha inmortal.
De las 7,30 comenzó la retreta extraordinaria de la Plaza
de Ayacucho y fue como un derroche de genialidad en los fuegos de artificio de
ese acto.
A las 8 p. m. comenzaron los segundos Juegos Florales de
Cumaná: brillantez de concurrencia, pompa en el decorado, juventud, sana
alegría, exultación de patriotismo… El teatro es algo como un palacio de
Aladino, la espiritualidad bulle y parece vivir hasta en las cosas inanimadas…
El Señor Presidente de la Sociedad Patriótica Ayacucho,
declara inaugurados los Juegos Florales y da la palabra al Secretario de esa
Sociedad para la lectura de los veredictos de Caracas. El Señor Octavio R.
Neri, en representación del Señor Jesús Marcano Villanueva, quien fue el triunfador
en la composición Lirica con su verso Canto a la primavera, elige la reina del
torneo y pronuncia su voto por la gentil, bella y aristocrática señorita
Josefina Ponce Zabala hija del señor Presidente de la Sociedad Patriótica. Una
comisión de cultos caballeros sale en solicitud de su Majestad que a poco hace
su entrada en el teatro. Viene precedida de lindos pajecillos que son los
niñitos: Armando Arias, Ligia Figallo, Omaira Silva, Rosa Elena Hoffman, y la
preceden honorables damas de honor en las personas de las distinguidas y
encantadoras señoritas Lolita Bruzual, Mercedes Madriz, Luisa Dolores
Beauperthuy, Carlota Badaracco y Ada de La Rosa.
Ya en el proscenio ocupan sus respectivos puestos. Su
Majestad en tanto recibe delirante ovación de la concurrencia y la pleitesía de
sus precios sequitos.
El Señor Neri toma su asentimiento y da lectura a la
poesía lírica entre grandes aplausos. Recibe la flor natural. Alberto Sanabria,
la Gardenia de Oro, premio de la poesía épica, en representación de su autor
Valmore Rodríguez. Santos Emilio Berrizbeitia, la violeta de oro, premio del
accésit a la poesía épica de Udón Pérez. Julio Madriz, el clavel de oro, premio
a la leyenda Patria de Rafael Díaz Flores.
Confía al fin la palabra el Señor Presidente, al ciudadano
Dr. R. Marcano Rodríguez, mantenedor de tan señorial festejo. Al aparecer
recibe un prolongado aplauso y hecho el silencio comenzó su brillante, castizo
y noble discurso que fue interrumpido en multitud de momentos por la
impaciencia del público para tributar su elogio al ilustrado orador. Sus
generosos encomios a esta noble ciudad, el recuento gratuito que hizo de sus
prohombres, la recordación de sus méritos, quedan en nuestros corazones como un
perenne exponente de nuestra gratitud al hidalgo orador.
Terminados los juegos florales, un numeroso grupo de
concurrentes acudió a la morada del Dr. Ponce Córdova, hombre bien quisto en
esta ciudad, por su condición de probo ciudadano, de sabio y humanitario galeno
y de componente distinguido de esta sociedad. Iniciose un lucido baile que duro
hasta altas horas de la noche, y brindose el champaña.
9 DE DICIEMBRE DE 1924. CABILDO ABIERTO
COMO ANTESALA DE LOS FESTEJOS. Discurso
en la sesión extraordinaria del Concejo Municipal y de bienvenida a los Juegos
Florales, del Concejal General Rafael Reyes Gordón, Presidente del Concejo Municipal del Distrito Sucre
del Estado Sucre,
RESPETABLE
CONCURRENCIA:
En
el día y hora en que se cumple la primera Centuria de la Batalla de Ayacucho se
reúne en sesión extraordinaria y solemne el Concejo Municipal del Distrito
Sucre del Estado Sucre para ofrendar en nombre del pueblo cumanés al insigne
compatriota que sello la independencia de la América Austral, el oro purísimo
del afecto y de la gratitud y las obras de civismo y de progreso material y moral
realizadas e esos cien años de libertad y de prácticas republicanas.
Y para que la ofrenda sea más digna del héroe y de su
fama, prestigian con su presencia este acto los Delegados del Ejecutivo
Nacional. Los Poderes Públicos del Estado, los Representantes de varias de las
Entidades Políticas de la República, los Jefes y oficiales de la Guarnición de
la plaza y de la nave de guerra Mariscal Sucre, los Ministros del Altar
presididos por el Ilustrísimo Obispo Diocesano, los miembros de la Sociedad
Patriótica Ayacucho y los habitantes de la ciudad primada del Continente.
Ayacucho es la
batalla más trascendental del Nuevo Mundo.
El Libertador con esa precisión con que sabía apreciar y
dirigir los servicios y aptitudes de los hombres de la Independencia, la
importancia de los hechos de la guerra, y el gobierno y administración de los
pueblos que libertaba la calificó de “cumbre de la gloria americana”
Y a medida que pasa el tiempo y se estudian los anales
épicos de otros pueblos, crece la convicción de que en las luchas por la
libertad no existe una batalla que pueda compararse a la de Ayacucho.
Y esas marchas y contramarchas del León de Iberia por la
Cordillera de los Andes acosado por sus cachorros en demanda de la emancipación, ponían de
manifiesto una vez más la pujanza de la raza, de esa raza conquistadora y altiva cuya sangre llevamos
aquí en el corazón, y la que se ha derramado con orgullo de toda empresa grade,
y en los ocho siglos de guerra contra el agareno invasor, hasta constituir la
nacionalidad insojuzgable, donde el sol de la gloria no tiene ocaso, y que hoy por la franca y
cordial iniciativa del Augusto Soberano
don Alfonso XIII. Acrecienta su vitalidad y poderío con el acercamiento de
todos los pueblos de origen español.
En esa acción de guerra que puso término al dominio
político de España en América se derramó la sangre estrictamente necesaria para
alcanzar la victoria y el vencedor, militar de 29 años de edad, tan pronto se
extinguieron el fragor de las descargas de la fusilería y los toques de diana
que anunciaban el triunfo, recogió los heridos de ambos combatientes y habilitó
hospitales para su asistencia; hizo enterrar los muertos; sobre el mismo
campo de la pelea accedió a la capitulación propuesta por el Comandante
del Ejercito derrotado, y concedió con ello al Virrey del Perú y a los
Generales y Oficiales vencidos y prisioneros de guerra, el derecho de portar
sus armas, de residir en el Psis con plenas garantías o de regresar a la patria
en buques y con recursos proporcionados por el Gobierno de la República.
Proceder sin antecedentes en las luchas armadas, tanto
más encomiable cuanto que, en los campamentos de la guerra se endurece el
corazón del hombre y huye de él la piedad, se relajan las costumbres sociales,
se odian de muerte los contendientes y la inteligencia, regalo de Dios que
multiplica y embellece las honestas faenas de la vida, detiene su potencia
creadora de maravillas y se contrae únicamente a arbitrar los medios para
triunfar.
ESO ES LA GUERRA
Y allí está muy reciente la conflagración de los pueblos
más poderosos de la tierra con sus estragos ruinosos y sus episodios dantescos;
y están también las conferencias para la paz en las que se prefirió el “voe victis”
de Breno a la magnanimidad del vencedor de Ayacucho.
¡Y oh! la ruindad
de las pasiones humanas, como se embriagan de maldad para herir a mansalva la
vida de los hombres más meritorios.
El amigo querido de Bolívar y su lugarteniente en la
campaña del Perú, cuya lealtad y subordinación tan solo podría disputárselas
Urdaneta; el negociador de los Tratados de Armisticio y Regularización de la
Guerra; el triunfador en Pichincha; el que aseguró en Ayacucho la independencia
de la América Española y en Tarquí la
soberanía de la Gran Colombia; el magistrado de Bolivia; el Presidente del
Congreso Admirable, que siempre atento a los reclamos de la Patria procura convencer de sus errores, a los a los
separatistas venezolanos. El más virtuoso de los Libertadores y el más
candoroso de los hombres de su tiempo, muere asesinado en una montaña
Y perpetrado el delito por Apolinar Morillo, Andrés
Rodríguez, Juan Cuzco y Juan Gregorio Rodríguez, Morillo entrega a cada uno de
sus cómplices la cantidad de cien pesos, precio que se estimó en los
conciliábulos del crimen la noble vida del Abel Americano.
Acribillado a balazos quedó el héroe en la montaña; y la
vindicta pública tan brutalmente ofendida, esperó en vano el desagravio.
Pero como la obra del mal también tiene su epílogo; a los
pocos días, uno de esos hombres sin escrúpulos de conciencia, José Erazo, el
bandolero de Salto del Río Mayo, auxiliador de los asesinos, envenena a los dos
Rodríguez y a Juan Cuzco, por temor a que pudieran comprometerle, y doce años
más tarde es fusilado en Bogotá, Apolinar Morillo.
De esa manera murieron los ejecutores del crimen de Berruecos;
y los que armaron los brazos de los homicidas, esos que burlaron la sanción
penal escapándose por las encrucijadas de la impunidad, los ha denunciado la
historia y castigados severamente la posteridad.
Que otra gloria no sea la de Bolívar supera la de Sucre.
El Libertador de un mundo, su jefe y amigo escribió su
historia; cinco naciones que le vieron pasar en su corcel de guerra con un gajo
de laureles arrancado en las batallas por la libertad, le han erigido estatuas;
los hombres de todos los pueblos que defienden el derecho y la justicia, elogian los conocimientos
estratégicos y admiran la ecuanimidad de sus actos públicos y privados; el
Presidente General Gómez que rinde culto preferente a esa gloria sin mancilla,
coloca su efigie en bronce en la principal Plaza de Armas de la República para
que el ejército se inspire en tan alto ejemplo de valor, lealtad y disciplina;
y en la bella ciudad del Manzanares que empolló el Cóndor y le adiestró las
alas que habían de agitarse sobre las crestas del Pichincha y el Cundurcunca
incendiadas por la metralla, al escucharse el nombre del Gran Mariscal de
Ayacucho, se asoma la alegría a los rostros de todos los cumaneses y se siente
que palpitan de orgullo sus corazones.
En este Salón se conservan con su
tradición de gloria uno de los Pendones de los Conquistadores obsequiado a
Sucre en el Alto Perú, y la Corona y la Pluma de Oro y perlas ofrecidas al
Héroe por la ciudad y el Colegio de Cochabamba, y donadas por éste a la
Municipalidad de Cumaná, con un documento autógrafo que debiéramos aprendernos
de memoria para inspirarnos en la belleza de esos sentimientos de amor y
veneración al terruño nativo, no menoscabados con la gloria de los triunfos de
Pichincha y Ayacucho ni con los honores y pomposas ovaciones de los pueblos
liberados por su espada.
Bien haces Cumaná, madre de la gloria más pura de América
y mina inagotable de hombres eminentes por su talento, virtudes y sabiduría, en
venerar a Sucre tu hijo idolatrado. Él es el segundo Libertador, y el caudal
atesorado de sus glorias militares, de su integridad ciudadana, y de sus
ejemplares virtudes, te pertenece de juro ciudad afortunada.
Gral.
Ramírez. Dr. Queremel
Os
ha tocado la suerte de presidir en la tierra de Sucre el Centenario de la
batalla de Ayacucho, y la magnificencia de estos actos de patriotismo y cultura
social, vivirá gratamente en vuestros recuerdos de gobernante de un pueblo
enamorado de la gloria y de las artes de la paz, que sabe pagar con monedas de
afecto de gratitud las atenciones y beneficios que recibe, y que os ha
acompañado con incontratable lealtad a sostener el prestigio de la Causa que
representa el General Juan Vicente Gómez.
Señores
A MANERA DE PROLOGO EL DISCURSO DE
DOMINGO BADARACCO BERMUDEZ, EN SU CARÁCTER DE MANTENEDOR DE LOS PRIMEROS JUEGOS
FLORALES, EN EL TEATRO JOSE SILVERIO GONZALEZ DE CUMANA. 1916.
Señoras
y Señoritas
Señores:
Con
rosas y adelfas y clavos de oro quería adornar su libro el inimitable autor del
“Cancionero”, aquel sutil ingenio, toda ironía y color, en cuya lira de artista
hizo nido de arrullos el risueño aticismo griego. Y así también, quisiera yo,
para este breve momento lírico, evocar de heroicas gestas, traer, no las
melancólicas flores del poeta, sino esas otras más vivaces que decoran nuestros
campos y presentarlas como exvoto candoroso, en aras de la inmortal belleza.
Pero
el deseo, deliciosa vaguedad del espíritu, que no puede, como la voluntad, levantar
mundos del polvo y echarlos a girar por
los dilatados espacios de la libertad y el derecho, ni como el poder tiene
medios para reconstruir de modo tangible lo remoto, se agita vanamente dentro
de los estrechos límites que le trazó la suerte, y solo os puede ofrecer
algunas palabras, como contribución sencilla pero ingenua, para esta
encantadora fiesta.
¿Qué
importaría tampoco la sencillez del homenaje? , si para el esplendor ingente de
estos juegos, que hoy por primera vez celebramos, parece que contribuyeran las
más bellas porciones que integran esta tierra: el impecable azul de nuestro
cielo bajo cuyo rutilante dombo dieron vida a sus ideales de redención nuestros
padres libertadores: nuestro mar antillano, fragmento del grande atlante, y que
fue el primero en deslumbrar la mente
del genovés egregio con las maravillas de un mundo joven: nuestros bosques y
ríos, que recogieron en otros tiempos los ecos del yaraví aborigen, y en donde
canta ahora la piqueta del obrero su ruda canción metálica: nuestros vergeles
florecidos como para un triunfal modelo
de artistas; y en medio de tales dones y tan exuberancia de riquezas, nuestras
felices coterráneas, quienes por el gentil donaire y las gracias turbadoras
parecen ricos brotes de la inolvidable Andalucía.
Tantas
notas vibrantes van prendiendo en nuestras almas la luz de un ideal fuerte y
fecundo; van despertando en nuestro ser fibras casi dormidas; la fe revive;
alienta la esperanza en los destinos de la Nación y de la raza; más serenos
contemplamos la marcha siempre ascendente del progreso; y partiendo del valle o
la montaña, como por una escala gigantesca, nos sentimos transportados hacia la
“Fábrica” de la inmensa arquitectura”, como trinó otro privilegiado de las
musas.
Grado
altísimo de cultura alcanza un pueblo que sabe sentir y comprender el hondo
encanto sugestivo, la fuerza inicial arrolladora de ese torneo galante, que,
arrancando de la barbarie, pasó como un rayo de luz por entre multitudes
oprimidas y se hizo campo, así en la tienda del trovador bohemio como en el
alcázar del poderoso. Tomó formas sencillas como de una religión nueva, en los
comienzos del idioma bajo el cálido ambiente de Provenza, España, nuestra madre
leyendaria, dio entrada en su alma guerrera a la suave onda lírica, y en su
suelo prodigioso, trovadores y bardos se disputaron en lides el lauro de
victoria.
Vienen
a fatigar el pensamiento, con sus deslumbrantes atavíos, esas épicas Empresas,
que hicieron florecer tanta leyenda, y que, por la recia labor de arte que
realizaron, dieron nombre famoso a todo un ciclo literario.
Días
muy humanos, esos, cuando orgullosos de su valor y su arrogancia “se iban a
cantar los trovadores al pie de las talladas celosías”. Después… nuevas
palestras impusieron las épocas: la constante renovación del tiempo fue poco a
poco apagando ese lirismo de una sencillez casi agreste; y de una parte la
perfección que alcanzaba el idioma, y de otra, el alejamiento de la naturaleza,
modelo fecundo de aquellas liras, trajeron variados moldes, que hicieron olvidar
luego esas surgentes de cristalinas aguas.
Hoy
reviven los poéticos certámenes, si no con la arrogancia bélica de entonces, a
lo menos con armoniosa belleza que les presta la cultura de nuestros días. La
mujer, ya libertada de prejuicios, viene a ser musa inspiradora, pero así mismo
sostén del hogar moderno: sus derechos alcanzan límites que ni siquiera idearon
los antiguos; y ya, no tributaria del hombre, sino su compañera afortunada,
comparte con él alegrías y penas, triunfos y derrotas.
Por
eso los Juegos Florales magnifican fines que durarán lo que el mundo dure;
culto a la mujer, al valor, al idioma; lo que vale decir culto a la belleza, al
honor, a la ciencia, tres manifestaciones intensas de un solo culto: el
inconmensurable culto a la Patria.
Porque
a la Patria vuelven al fin hasta nuestros más fugaces pensamientos: Ya sea una
flor de país remoto, la cual, por su blancura de holocausto, como si fuera
tronchada en los mismos jardines del Rey Sol, nos hace pensar que son así tan
bellas las que erigen su diadema de nieve en nuestros huertos. Ya sea una
estrella de extraños cielos, en la cual nos parece que sonríe desde muy lejos
la visión amada del cielo Patrio. Ya sea una canción, que, escuchada en el
destierro, a las agonizantes púrpuras del crepúsculo, nos trae como apagados
adioses de nuestros lares distantes, y renueva en el alma las torturas de un
regreso imposible. Ya sea, en fin, una palabra del propio idioma, que,
pronunciada por extranjeros labios, como un epinicio a nuestras glorias, nos
hace vibrar de orgullo, porque lleva el pensamiento, con rapidez de vértigo,
toda una epopeya de prodigios.
Y en
ocasiones solemnes el hombre alcanza hacer la Patria misma: los constituyentes
del año 30, de aquel Congreso que la Historia conoce con el nombre de
Admirable, acogieron con profunda emoción la entrada del gran Bolívar, como si
hubiera penetrado en aquel augusto recinto, nimbada con los resplandores de
cien victorias, la Majestad de la Gran Colombia.
Todo
lo que diga bien de la Patria, o exalte su claro nombre es regocijo para el
espíritu y honor del hogar propio. Y a ella debemos acudir con muy valiosos
dones, con todos aquellos que nos brindan los más avanzados pueblos del orbe:
procedimientos de industrias y artes, novedades científicas, tesoros
literarios; no, ciertamente, para superar esos modelos, sino para dar fuerza y
vigor al genio nacional, mezclado con nuestras sangres los ricos elementos de
vida que tanto abundan en organismos superiormente dotados. Así fundidas con el
arte Patrio, las notas más salientes de extrañas civilizaciones, obtendríamos
al cabo esplendorosa unidad propia, a la manera que en la Minerva imperatoria
de Fidias se hermanaron para realizar ese milagro de belleza el mármol y el
marfil, el oro y los rubíes.
Encierra
pues, esta apoteosis del Arte, trascendencia mayor de la que a primera vista
parezca.
No
es solo un pueril pretexto para leer escogidos versos lo que aquí nos congrega.
Es más intenso el afán que domina nuestros ánimos: es el anhelo vehemente de
ver reunidas en espíritu y en verdad las dispersas fuerzas pensantes que
integran nuestra intelectualidad. De esa unión efectiva que ahora se inicia,
habrán de brotar mañana luminosas manifestaciones de progreso, tendientes todas
al bien del caro suelo. Nuestro esfuerzo es de acendrado patriotismo y por lo
tanto esfuerzo de honra.
En
la balanza moral que regula las acciones
humanas, el trabajo del espíritu asume el valor más alto por la cantidad de
bien que envuelve y así ¡Oh, compañeros que me oís!, podemos estar seguros de
haber realizado labor fecunda al rendir homenaje a las bellas letras en esta
noche memorable, sin cuidarnos poco ni mucho de ironías con que pudieran
saludarnos un mal entendido sentido práctico, especie de sexto sentido éste,
que de extender su dominación sobre la tierra naufragarían en él como en un
implacable piélago, hasta las más luminosas orientaciones del espíritu.
Que
no se apague el entusiasmo en vuestros pechos ¡Oh poetas! Contribuid con
vuestros cantos a la obra excelsa del engrandecimiento nacional. Colocados
entre dos generaciones, la que empieza y la que se va, con todos compartid ese
entusiasmo.
¡Sed
estímulo y amparo! Estímulo para esas almas juveniles que, amando con pasión
irreductible la belleza, vacilan sin embargo al deshojar en su alabanza las
invioladas flores de sus líricos jardines. Amparo para esas otras almas que,
desencantadas del arte, por cansancio de la vida, ven desfilar ante si, como
ruinosa procesión de sombras que lamentara el tiempo perdido, sus prosas más
sonoras, sus más vibrantes versos.
Y
vosotras, gentiles hijas de mi tierra, que constituís la manifestación más alta
de su cultura artística; cuyos núbiles ensueños visten de azul y rosa como las
sacerdotisas de Eros, sed siempre mantenedoras de ese ideal de belleza, que
irradia luz bendita donde imperáis sonrientes, porque sabéis llevar al cerebro
y al corazón de los poetas, cual una fuerza nueva, uno como irresistible
impulso hacia la gloria.
Señor
Presidente del Estado.
A la
feliz iniciativa de nuestro ilustrado gobierno se debe en primer término, la
celebración de estos juegos. Habéis querido inaugurar con ellos este hermoso
Centro del Arte, llamando a competir con vos, satisfacción tan noble a los
intelectuales de toda la República. Por todo ello os habéis hecho merecedor del
recuerdo nuestro y yo me complazco en manifestároslo así, bajo la gloria de diciembre,
cuando vemos culminar entre esplendores de apoteosis el nombre siempre augusto
de la Patria.
He
terminado.
Discurso de MARCO TULIO
BADARACCO BERMUDEZ SOBRE LA POESIA EN CUMANA
Como
un homenaje más a los tantos y tan notables que se le están dedicando en esos
momentos al ilustre cumanés Andrés Eloy Blanco, elegí por tema: LA POESIA Y LOS
POETAS, de propósito, además, para no desviarme de la línea trazada por el
ilustrado amigo Dr. Fuetes a quien se le tributaron bien ganados aplausos en aquella oportunidad.
A
la sola mención de Poesía y Poetas parece evocarse un mundo aparte, un estado
de ánimo singular, como envuelto en ilusiones de la fantasía y nos figuramos al
portalira esclavo de sus sueños de belleza, de juventud, de amor, enamorado de
la luz, de los colores, de las canciones, de cuanto es delicado, impresiona sus
sentidos y excita en él la voluntad de crear que constituye su alegría de
vivir. Y feliz fuera yo, si con el poder taumaturgo de aquellos magos de que
nos da fe Seresada la ingeniosa protagonista de las MIL Y UNA NOCHES, pudiera
trasportar a ustedes, por este instante, a ese país de encanto donde moran los
poetas.
Del
fondo de los siglos comparecen a esta cita las eminencias de la poesía; cumbres
aisladas, rutilantes e el tiempo, como soles inapagables: Homero, el padre, el
solitario, forjador de un mundo ético poblado de Héroes y Semidioses, en lucha
de titanes por el rapto de una bella mujer.
Esquilo, el trágico, que supo encadenar a Prometeo; Hesiodo, el deísta de los divinos ensueños; Píndaro, el
metafórico, abundoso de atrevidas imágenes; Virgilio el latino, cantor de la
naturaleza en sus famosas églogas; Lucrecia el materialista; Dante Alighieri
forjador del Infierno, con todo el horror de sus castigos y así mismo del
Paraíso donde Beatriz en su personalidad astral lo guía; Milton el visionario
imponderable del Paraíso Perdido; Fray Luis de León, el inefable, el de la callada
senda; Camoens, el descriptivo, el historiador de las Luisiadas; Lope de Vega,
el monstruo, el fénix de los poetas, y miles que cansaría enumerar.
En
poesía la voz humana alcanza su más armoniosa resonancia, y es el verso su
expresión más acabada. David, Rey de Israel, el gran lírico del libro sagrado,
se dirige en salmos a su Dios y Señor y dice: “El espíritu de Jehová habla por
mi y su palabra estuvo en mi lengua”. El Corán de Mahoma, base de la religión
del islam, e su original fue escrito en versos, y el Profeta imitando a David
decía: “Yo no soy poeta, el Corán no es obra mía, son palabras de Alá que
resuenan por mi boca”; el Rey Salomón, hijo de David, también se creyó
inspirado por Dios y su Cantar de Cantares, patético idilio, es uno de los poemas
más vivaces de más inefable fragancia que haya producido el ingenio humano.
Podríamos, pues, pensar que la poesía es el lenguaje de los dioses. Ningún
metal es tan indestructible como la poesía para resistir el embate de los
siglos, ninguna piedra tan dura para soportar el corroer de los milenios. La
esfinge de los faraones ese enigma de piedra al lento transcurrir de las edades
ha desfigurado su faz y por contraste, la Ilíada y la Odisea de Homero,
insuperables poemas épicos, tal vez sus contemporáneos, son hoy tan admirables,
tan hermosos, tan frescos y sugerentes como cuando el Ciego Inmortal los iba
cantando por las siete ciudades de la Hélade, igual que Troya, también
desaparecidas. El célebre Talleyrand decía que quien no vivió en Francia e el Siglo
de Oro de Luis XV no podía tener una noción completa de la cultura social. En
los salones de París se hablaba en verso. En ese mundo aristocrático que él
frecuentó y describe con tanto colorido, el epigrama era el arma de la intriga,
como agudo dardo volaba de un labio empurpurado a otro, hiriente siempre,
aunque velado en argentina risa.
La
voz humana es tan natural que ni cuenta nos damos de ser poseedores de ese fino
y milagroso instrumento, y la palabra, propiedad exclusiva del hombre, que
debió sufrir un proceso de evos para alcanzar la perfección que hoy tiene, la
empleamos en sus múltiples giros para traducir nuestras ideas, sin medir, las
más de las veces el efecto que pueda producir.
Hay muchas conocidas anécdotas de Quevedo o a él atribuidas, en las que
se pone de resalto el equívoco de muchos vocablos. Don Francisco de Quevedo y Villegas,
renombrado satírico español, uno de los grandes clásicos de la lengua, poeta
insigne, en su vasta obra literaria dio vigencia a infinidad de léxicos de los que
duermen archivados en el diccionario. Se advierte al leerlo, no el
rebuscamiento de la voz precisa, sino el angustioso deseo de poder encerrar su
pensamiento en una sola dicción. Uno de
sus críticos admira esta originalidad característica de Quevedo y dice que da
la impresión de ir creando el lenguaje a medida que escribe.
Podríamos
presumir, pues, que el poeta es un ser de privilegio: soñar, verter en estrofas
su pensamiento, en voces escogidas y con acento rítmico, es su eminente misión,
que no es dable a todos los que hablamos, ni habilidad usual en cuantos vivimos
y pensamos. Darle sonoridad al
idioma, cadencia y consonancia a las expresiones para hacerlas gratas al oído y
que el tema irradie armonía y se fije mejor en la memoria, es obra de poetas.
Como el diamante ellos llevan en sí sus propios kilates y la virtud de sus
fulgores en sus cantos. Exaltan la tradición, iluminan la leyenda, difunden la
historia, aureolan la geografía cuando la musa se inspira en el azul mentiroso
de la montaña distante, en la blanca ola rumorosa sobre el añil del mar, en la
onda peregrina del río, que se desliza musical y cansado en su inacabable viaje
al océano. La naturaleza va pasando en esa forma idealizada por el crisol de su
imaginación ardiente, incansable y así los sucesos, los hombres, los símbolos,
los héroes…
“Cuando
creyeron quizá,
que
se cansaba su brazo
hizo
en la América un trazo
y
volando, casi loco,
con
aguas del Orinoco
fue
a regar el Chimborazo…”
Es
el lenguaje emblemático del poeta, la cristalización de la imagen, y ¿Quién de
nosotros no descubre a Bolívar en esa síntesis histórica de Potentini el que
fue notable músico y poeta barcelonés? ¿Quién no se va con su imaginación tras
ese meteoro genial que fue Bolívar y lo contempla a caballo, “volando casi
loco” por las cumbres de América llevando en sus manos la enseña victoriosa de
la libertad, el MANTO DE IRIS como el mismo nombró nuestra bandera?
El
Mariscal subía la dorada escalera,
Radiante
la mirada, seguro el caminar,
En
su brazo una dama se engarzaba ligera
Sus
cabellos el oro, sus pupilas el mar…
De
súbito en un giro, la rubia cabellera
Rompió
sus ligaduras con dulce resbalar
Y el
oro de la trenza y el de la charretera
Juntaron
sus fulgores en un fulgor solar.
Los
bucles se agitaron con emoción extraña
Más
dulce que la arenga febril de la campaña
Sintió
toda la gloria la faz del Mariscal…
Ella
insinuó un murmullo de tímidos asombros
Y el
Héroe dijo raudo: Jamás sobre mis hombros
Cayó,
Señora, el peso de un homenaje igual…
¿Habrá
que nombrara a Sucre para conocer quién es el personaje retratado en ese poema?
El héroe de Pichincha toda galantería para la mujer, caballero y galante
siempre dentro de su atuendo militar, pese a su carácter férreo, capaz de los
mayores heroísmos, de la más exaltada bravura y de tan hidalgas, generosa
virtud jamás desmintió el temple y pureza de su alma. Así lo describe Andrés
Eloy en ese clásico soneto, rutilante y perfecto como una diadema.
Andrés
Eloy que fue un ameno charlista, orador elocuente, escritor de personal estilo,
diarista destacado, en su extraordinaria obra de poeta probó todos los ritmos,
los múltiples metros del verso; su inspiración desbordada, fluía ligera, fácil
y hay momentos en que parece salirse de la métrica como si en el golpe de su
imaginación creadora una rima se adelantara a otra, disonando:
Los
cuatro que aquí estamos,
Nacimos
en la pura tierra de Venezuela,
La
del signo del éxodo, la madre de Bolívar
Y de
Sucre, y de Bello y de Urdaneta
Y de
Gual y de Vargas y de un millón de grandes
Más poblada en la gloria que en la
tierra,
La que algo tiene y no se sabe dónde,
Si en la leche, en la sangre o la
placenta,
Que el hijo vil se le eterniza adentro
Y el hijo grande se le muere afuera…
En
su poesía integraba él su alma, con inteligente y sentida interpretación de su
amor profundo de la humanidad y de la Patria, la alteza de su espíritu, la
inefable generosidad de su corazón. En “LAS UVAS DEL TIEMPO” recuerda a Cumaná,
el hogar de sus padres en sugestiva añoranza del amado terruño, y en el SONETO
A DIEGO CORDOBA da la última pincelada, el toque final a ese cuadro patético de
su evocadora nostalgia:
Desde
que al corazón le dolió un ala
La
usó e volar a la ciudad porteña,
La
de la luna con que el sueño sueña
La
del río de amor con que resbala.
Del
mar al pan de miel con que la desala,
Desde
el golfo a la chara ribereña,
Cruzo
sin pasaporte o contraseña
La
ciudad marinera y mariscala.
Tu
ciudad, mi ciudad, la ciudad nuestra
Donde
busco al varón e cuya diestra
La
espada es flor y la bondad capullo.
Y
allí con él digo tu nombre, Diego,
Y al
corazón del Mariscal entrego,
Tu
corazón tan bueno como el suyo
Son
obras sublimes del genio, las que podríamos titular parabólicamente de dibujos
rítmicos, porque son como pinturas de motivos y cada una encierra una
perspectiva, un momento de emoción o de vida del autor. Y muy bien pudo ser ese el sentimiento que
movió a Andrés Mata, el romántico y sensitivo bardo carupanero cuando al evocar
la figura del pintor Arturo Michelena, el que plasmó PENTESILEA y tantos
cuadros famosos, para elogiarlo, exclamó
e un momento de incontenible sinceridad en esa queja de profunda alabanza:
“Cambiaría los acordes de mi lira, por un solo color de su paleta” y precisa
decir que Andrés Mata es uno de nuestros
más exquisitos y celebrados poetas, acogidas sus endechas con entusiasmo en el
folklore popular para entonarlas en la copla callejera al pie de la celosía de
la novia en el expectante conticinio, a más de periodista, fundador del
UNIVERSAL de Caracas, escritor galano,
literato de peso en las letras de la República. Bien conocidas son sus ARIAS
SENTIMENTALES, IDILIO TRAGICO, PENTELICAS y su pluma sabe describir con
gráficas y seguras pinceladas:
Orillaba la abrupta serranía
El tren con rudo trepidar, sonoro,
Y sobre el verde campesino, el oro
De la tarde otoñal, languidecía…
Es
como una sutil acuarela tomada de improviso del viaje en ferrocarril, sobre el
antiguo camino de hierro de la Güayra a Caracas, a lomos del empinado Ávila.
Venezuela
ha producido poetas de superior inspiración como Don Andrés Bello en su “Silva
a la Zona Tórrida”, su “Oración por
todos”, Pérez Bonalde, el vate
peregrino, en su famosa elegía: “LA VUELTA A LA PATRIA; Abigail Lozano, quien
sin alcanzar la cumbre gloriosa de esos grandes maestros, nos ha dejado su
invocación a “Dios” de altilocuente entonación, acogida en muchos textos de
lectura escolar y en toda antología venezolana como una composición ejemplar,
pese que Menéndez y Pelayo, ese fenomenal polígrafo español, lo tilda de hueco
y rimbombante:
! ¡SEÑOR! En el murmullo lejano de los mares
Vibrar
oí tu acento con noble majestad;
Oílo
susurrando del monte en los pinares
Oílo
en el desierto cual ronca tempestad.
Tu
voz cruza en la brisa y en el perfume leve
Que
brota en los columpios de la silvestre flor;
Tu
sombra entre las aguas magnífica se mueve,
¡Tú
sombra que es tan solo la inmensidad, SEÑOR!
Y
Lazo Martí el magnífico citarela de el Guárico, en su SILVA CRIOLLA esa
originalísima creación poética, ha recogido EL LLANO, comprimiéndolo en
estrofas de singular lirismo, que trasuntan devoción, éxtasis ante el panorama
imponente de la extensión ilímite, verdeante al frescor matinal, o trasformada
en mortificante espejismo bajo la llama calcinante del sol estival, y lo ha
guardado e ese cofre mágico de sus églogas para embelesarnos:
“Como en aquellos días
Del
venturoso tiempo ya lejano
En
pos de mis pasadas alegrías
Vuelvo
a tener mi vista sobre el llano.
Caído
en la remota lontananza
Sin
su manto de gloria
El
moribundo sol parece un cirio
Que
alumbrase una cámara mortuoria.
El
viento, sin rumor, apenas risa
La
silente laguna, en cuyo espejo
Invisible
dolor vertió ceniza,
Y
con vuelo despacio,
De
la tarde a los pálidos reflejos
Las
garzas que se van, que se van lejos
Pueblan
de cruces blancas el espacio…”
Son
muchísimos los poetas venezolanos de elocuente númen, quienes han enriquecido
nuestro parnaso con sus magistrales producciones, y así como nuestros
libertadores ganaron con sus armas, fuera de nuestras fronteras, la gloria única
que cabe a Venezuela en la libertad de América, así ellos con sus poesías y su
arte ha subido a expectable altura el nombre de la Patria, nuestra cultura,
nuestras letras, la contribución fecunda de los venezolanos en la obra
civilizadora del Continente.
Pero
se erigen monumentos a los Héroes Guerreros para destacarlos a la admiración de
la posteridad y se olvidan de esos artífices del civismo, creadores de la
moral, de la fe del carácter y de la ilusión de nuestro pueblo, preclaras
sombras luminosas que se alejan a la inmortalidad, por la ruta del Olimpo.
Cierto que el guerrero es también
artista, si crea la victoria… Bolívar cuando traza en las estribaciones de los
Andes peruanos en aquella tarde afortunada para el Ejército Independiente, a
los escasos resplandores de un sol declinante, el cuadro imperecedero de la
Batalla de Junín, aureola de su máxima gloria;
Sucre al fijar en el lienzo de la historia con pinceladas de fuego, la
estrategia decisiva de Ayacucho, culminación de su fama y apoteosis de la
guerra emancipadora; Páez, al grabar en las riberas del Apure con tonos de
valor increíble el prodigio de LAS QUESERAS DEL MEDIO, hecho de armas que subió
su nombre a la celebridad y lo purifica ante la historia; José Félix Ribas que
enrojece las calles de la Victoria con sangre de niños-héroes, en aquel portentoso duelo del valor temerario contra el torrente invasor
y salvaje de las hordas de Boves y las contiene; Piar cuando anuncia en el campo
victorioso de San Félix la hora inicial de la fortuna para las armas de la
libertad, y desgraciadamente alza la cruz de su calvario…
Nuestra
tierra, Cumaná, a sido pródiga en hijos dotados del estro poético y cuando se
les nombra, se acostumbra citar únicamente a los de más elevado númen como
Andrés Eloy Blanco, Jacinto Gutiérrez Coll,
Miguel Sánchez Pesquera, Marco Antonio Saluzzo, el parnasiano Juan E. Arcia, el delicado Cruz
Maria Salmerón Acosta, el ultra romántico Juan Miguel Alarcón, el atormentado
José María Milá de la Roca Díaz y pasan
inadvertidos tantos otros que también ha contribuido a ganar para este
meritorio solar nuestro el prestigio que trasmite la dedicación a las bellas
letras, el cultivo de la poesía, nombres
que se pronunciaron con elogio en su época como los de Juan Manuel González
Varela, Pedro Antonio Lara, Rafael
Bruzual López, Juan N. Freites, Humberto
Guevara, José Fernando Núñez y tantos otros ya difuntos y con ellos Ramón
Suárez seguramente desconocido por la mayoría de ustedes, hijo de modesta cuna,
bohemio, descuidado pero de indudable inspiración. En los periódicos locales de
su tiempo aparece publicada su labor literaria, y voy a leerles su soneto a
Sucre para hacerles llegar, en tan breve canto algo de su estilo:
Fue una página blanca en la roja contienda
Y
su nombre, viajando en la humana memoria,
Es
un ramo de lirios. Un sabor de leyenda
Destilan
los cien robles inmensos de su gloria.
Su diestra que sabía del óleo de la venda
Salvaba
muchedumbres. Señor de la victoria
Pretendió
que los pueblos adoraran su ofrenda
Y
trazó con su espada una cruz en la historia.
Un mensaje bordado para la bella esposa
Es
la gran humareda de la grande tormenta.
Era
un paje galante del clavel y la rosa.
Mucho más con su muerte su gloria se agiganta
Porque
a pesar de todo, “Berruecos” complementa
El
pedestal de mundos que Ayacucho levanta.
Sin
una esmerada educación, es él por eso precisamente el más señalado y por tal lo
he preferido, para confirmar ese cognomento que tiene Cumaná de ser tierra de
poetas, como que ella diera de sí el portalira.
He
querido definir ante ustedes mi concepto sobre la poesía y los poetas con este
sincero tributo a Andrés Eloy; pero el juicio de ustedes será el que valga. Si
la charla, conforme al diccionario es una simple plática por mero pasatiempo,
yo creo que mis palabras han hecho perder a ustedes mucho tiempo y voy a
terminar pidiéndoles excusas. Señores:
He dicho.
EL
JURADO Y SU VEREDICTO.
Concurso
de la “SOCIEDAD PATRIOTICA AYACUCHO” de Cumaná.
El día 7 de los corrientes
se reunieron en las oficinas de “El Heraldo” el señor F. Jiménez Arráiz, A. J.
Calcaño Herrera, Eduardo Carreño y Luis Churión, los cuales con el señor Sergio
Medina, quien no pudo concurrir por hallarse desempeñando un cargo oficial en
la capital del Estado Aragua, forman el Jurado del Certamen de Poesías de la
“Sociedad Patriótica Ayacucho” de la ciudad de Cumaná.
El señor Luís
Churión, debido a su partida para Lima, como Secretario de la Embajada Venezolana ,
dejó sus votos firmados en manos del señor A. J. Calcaño Herrera; los tres
jurados restantes: señores Jiménez Arráiz, Calcaño Herrera y Carreño, después
de examinar las composiciones enviadas y vistos los votos del señor Churión
creen de justicia dictar el siguiente veredicto:
“De acuerdo con las bases del Concurso, que se nos
encomienda fallar y que van de seguidas: 1º.- Poesía lírica: Metro libre. No
debe pasar d cien versos.
Premio:
Flor Natural, Rosa de Oro y derecho a elegir la Reina del Torneo. 2º- Poesía
épica: Tema: “Canto a la
Batalla de Ayacucho,” Metro libre. No debe pasar de ciento
cincuenta versos: Premio; Gardenia de Oro. 3º- Sonetos: Tema. “Vida de Sucre.”
Premio: Violeta de Oro e inscripción del soneto en mármol, para ser colocado en
sitio histórico de la ciudad de Cumaná.
Leímos y analizamos las 37 poesías líricas, los 15 poemas
épicos y los 62 sonetos enviados. Visto el escaso mérito de los sonetos creemos
que ninguno es merecedor de galardón por lo tanto declaramos desierto este
concurso. Examinadas las 37 poesías
líricas encontramos acreedora al premio respectivo la que se titula “Poema
Primaveral” y tiene por lema “Gratia Plena”.
Analizados los 15 poemas épicos fallamos en pro y
otorgamos el premio a la que se titula “Canto a la Batalla de Ayacucho” y
tiene por lema “Patria Fecunda” Ahora bien encontrando entre las 14 poesías
restantes de esta especie una, titulada “Batalla de Ayacucho” y que tiene por
lema “Pro Patria” en la cual concurren excelencias y méritos que la hacen
acreedora a una Mención Especial del Jurado, le otorga bajo la forma de accésit
el premio que estaba destinado al soneto.
Caracas 21 de diciembre de 1924.
(Fdo) E. Jiménez Arráiz, A. J.
Calcaño Herrera, Eduardo Carreño, Luís Churión
LOS PREMIOS DE LOS JUEGOS
FLORALES DE 1924
Primer premio.
Publicado en el Numero 53 de
SUCRE.
Poema Primaveral. Lema
Gratia Plena’.
Autor: Jesús Marcano
Villanueva (1)
Poema Lírico que mereció la
Flor natural y la Rosa de Oro de los Segundos Juegos Florales de Cumaná.
Oye tú, primavera, de los
ojos gandules,
De la boca de besos y los
sueños azules
Y tus áureos cabellos cual
poema de sol:
¿Por qué diste a mi pena tu
sabor de alegría,
Si tú sabes, hermosa, que la
melancolía
¿Del poeta, en la vida, es
la nota mejor?
II
En mi cárcel de abismo
tremolaba mi verso
Cual bandera de oro, sobre
el dolor perverso,
A la hora en que muere la
piedad de la luz,
Y embebido en mi pena por
los largos caminos
Deshojaba la rosa de mis
crueles destinos
Y me echaba en la senda con
mis brazos en cruz
Fui bohemio en la noche
florecida de estrellas;
fuí poeta que supe adorar
las querellas
y en la bola del mundo
circuló mi cantar…
Mi verso fue una espina y en
la rosa nevada
Y las aves del bosque me
obsequiaron por
Cada rima lánguida un trino,
bajo la luz solar.
En la rueda gigante de un
molino sonoro
Mi verso fue a posarse como
un pájaro de oro
Bajo el pálido ensueño de
una tarde otoñal,
Y mi dulce Quijote, coronado
de besos,
En el nombre del Cielo
liberóme los presos
Que encerrados tenía un
amargo ideal.
Y una fresca mañana, ¡Oh!
rubia primavera,
Cuando triste marchaba con
la cruz de la espera
Por el largo sendero que
transita el dolor,
En el lampo de rosa de la
lírica aurora
Saludé tu armonía, y viniste
cantora
A encerrarte en mi abismo
como un canto de amor.
¡Oh! mi estrella, mi musa, mi mañana florida,
Dulce cuerda en la lira
sonora de mi vida,
Alondra que salpicas de
ritmos el dolor:
El poeta que nunca doblegara
la frente
A tus pies se arrodilla y
mirando al Oriente
Lanza al cielo la rima cual
si fuera una flor.
¡Bienvenida la estrella de
mi noche encantada!
La que alumbra el sendero de
la noche esperada
¡La que trajo a mi vida la
celeste canción!
¡Melancolía madre! perdona si te olvido,
Y tú, amor soñado, escóndete
en el nido
Que urdió, cuando surgiste,
mi eterno corazón.
III
Y vino con un beso en la
flor de su boca,
Libó toda mi vida como una
abeja loca,
Pasó por mi existencia con
ansias de placer;
Se me dio como el cauce al
amor del riachuelo
Y nunca vi más bello el
corazón del cielo
Que cuando ella venía a
endorarme el ayer.\
Bella como una flor y alta
como una estrella,
Presintieron las sendas el
fulgor de su huella,
Fue águila y paloma como el
azul triunfal;
Fue el ritmo del Eterno
sobre el dolor del mundo
Y voló derramando en mi
abismo profundo
Todo el fuego divino de su
sueño inmortal
La gracia le cantaba, la
gloria le veía,
Mi vida en la epopeya de su
forma se abría,
Onfalia surgió en ella y
Hércules en mí;
Hilé el fino milagro de sus
cabellos de oro
Y “entrenando” mi verso para
el triunfo sonoro,
Las voces de su aurora dentro
la sombra oí
Y viajé de su mano por todos
los caminos,
Las aves prolongaban en
nosotros sus trinos,
Cuando yo la besaba la noche
era un clamor
Y al ella responderme con su
boca florida,
Pasaba Dios entonces por la
luz de mi vida
Convirtiendo en un iris el
divino blancor.
¡Ah! ¡Mi Ella tan rubia como el primer lucero!
¡Oh! La fibra armoniosa de mi cantar procero
Pentélico poema que talló mi
cincel:
Fuiste y eres el nervio de
luz para mi lira
Y bañada de gracia en la
noche suspira
Mi arma por la tuya, debajo
de un laurel
¡Bienvenida mujer! Que me
enjoyaste un ala,
Yo voy a mi futuro por tu
cuerpo en escala,
Lira hecha de soles por la
inquietud de Amor…
La noche está encantada…Aquí
tienes la estrella
Que arrebaté a los cielos para
tu boca bella
Donde juntan sus labios
nuestras vidas en flor.
(1) Jesús Marcano
Villanueva, poeta margariteño nacido el 8 de noviembre de 1892. Murió en
Caracas el 8 de noviembre de 1943.
Recibió otros premios, con sus poemas: “El Sermón del Numen”, y “Canto a
Matasiete”. Publicó un solo libro “El Corazón que Sabe Amar”.
SEGUNDO PREMIO DE POESIA
Poema épico, publicado en el
No. 45, que mereció La Gardenia de Oro en los segundos juegos florales de
Cumaná.
CANTO A LA BATALLA DE
AYACUCHO, del poeta de Maracaibo, Valmore Rodríguez (1)
Más rojo que la sangre que
en las venas ardía,
El Sol, al pie del Ande, se
despertó aquel día
Entre un furor de dianas y
voces de cañón,
Abierto estaba el campo para
la lid cruenta
Y agitaba las almas una
larga tormenta
Fulgurante de odios, loca de
redención.
¡Ayacucho!... batido por
indolente brisa,
El iris de Colombia la
ilustre se divisa
A cuya sombra acampan
seguros de vencer,
Las legiones que traen
fatigada la Historia,
Fatigado el destino,
fatigada la gloria
Con la carga de lauros que
segaran doquier.
Al frente sobre el agrio Condorcunqui,
regaña
A sus héroes ilusos el
pabellón de España,
Abatidos cien veces en terco
batallar
Valdés acaso escuche la voz
del trapo amado
Dentro de su conciencia, más
calla: es un soldado
Y al fatal signo oblígase de
morir o triunfar.
Ya se escuchan los golpes de
la muerte gloriosa.
El Sol, padre del Inca, como
una inmensa rosa
De sangre mana largo sobre
el campo en tremor…
Súbito de la cumbre
desciende un mensajero
Y hasta el patriota llégase.
Bien habla en el guerrero
La voz del sentimiento,
clara como el honor.
Breves momentos luego
colombianos soldados
Y soldados de España se
estrechan, embargados
De honda emoción, las manos,
del valle sobre el plan;
La amistad y la sangre ligan
los corazones
Con lazo estrecho. Abrásense
los ínclitos varones
Y luego a confundirse con
sus legiones van.
Y la voz del Destino creció
definitiva
Sobre las dianas locas y la bulla festiva
De las escaramuzas de las noches sin luz.
A su ritmo seguro se empinó el Ande ingente
Y, por ver la palestra, desarrugó la frente
De neblinas de Apolo bañaba en el trasluz.
Con mirada de águila que el entusiasmo quema
El Héroe de Pichincha, en la hora suprema,
Recorre el campo lleno de juvenil ardor.
Su voz recuerda glorias, los ánimos enciende,
Y en un grito coloso que a las montañas asciende
El recuerdo levanta del Gran Libertador.
Después, frente a sus bravos, conciso y fulgurante
Su proclama de guerra talla como un diamante
Y la ruta señala que laureles os dará.
Los corazones laten con erguida prestancia
Y se copia en los rostros tal ardor y arrogancia
Que quien míralos piensa que han combatido ya…
Sobre la cima, en tanto, la hispana gente mira
El valle atentamente… Pero la sacra ira
Del viejo Sol Incaico desdibuja el confín…
Se hace duro el silencio que en el ambiente impera
Y el ánimo se inquieta, bajo la larga espera,
Hasta que” En Marcha” dice la voz de mando, al fin
Y a descender empiezan las huestes castellanas
Por la difícil cuesta, cataratas humanas
Que al mar de la tragedia destinara el Azar;
Ya sobre el valle fórmanse los fieros batallones,
Montan sus baterías, descogen sus pendones
Y oír dejan su recia música militar.
Más el héroe que vela los pasos invasores
Con rapidez expone sus bravos tiradores
A la enemiga astucia que amenaza, mortal,
Empéñase la brega, vuelan los proyectiles
Y a compás de los bronces mil de nuestros viriles
De los pechos se exhalan en grito torrencial.
Sobre Lamar que, alerta con sus bravos vigila
Valdés se precipita, su guerrilla enfila
Al tiempo que sus cuatro cañones dejan hablar,
Sangre republicana fecundan la llanura
En el fragor insólito que acrece la bravura
De las tropas homéricas regidas por Lamar.
Y ahora sobre Córdova, Rubín con más infantes
Se estrella pobre iluso
es romper esa malla que Córdova tejió…
Sobre el revuelto campo sus vidas van rindiendo
-Bajo las recias cargas, entre el fragor horrendo-
Los valientes de España que la guerra nutrió.
Más feliz en su empresa Valdés, corazón fuerte
En las filas que alienta Lamar siembra la muerte,
Despedaza y arrolla con titánico ardor.
Lamar frente al desastre que el destino promete,
No se inmuta, refuerza sus flancos y arremete
Con la calma serena de un viejo gladiador.
¿Donde está el Héroe en tanto, cuyo grito de guerra
Enardeció las almas y
estremeció la tierra,
¿Trasfigurado, como Jesús en
el Tabor?
Sereno el continente, pasea
su mirada
Por el valle que asorda la
lucha encarnizada,
Igual que en las alturas,
avisado, el cóndor.
Frente a Lamar que oía y
Monet que combina
Se yergue, iluminado por la
lumbre repentina
Y el plan definitivo traza
sin vacilar.
Sobre Monet a Córdova, con
sus bravos envía
Mientras azuza a Miller con
su caballería
Y nuevo contingente pone
bajo Lamar.
En el álgido instante,
respirando coraje
Córdoba se desmonta de su
potro salvaje
Y a sus pies le da muerte
con fiera inspiración.
Después bizarramente levanta
el acero,
Grítale a sus valientes,
trazando el derrotero:
“Paso de vencedores, armas a
discreción.”
Con un tremor humano, mira
el vecino cerro
Adelantarse, ciega, la
avalancha de hierro
Que sembró muerte y pánico
en Pichincha y Junín.
En vano a contenerla cargan
los escuadrones
Y vomitan metralla los
rugientes cañones
Por sus cien bocas ígneas
que asordan el confín.
Banderas que flamean, voces
de mando, hendidos
Cráneos que ruedan, gritos
de entusiasmo y gemidos…
Tal la escena sin nombre,
sangrienta, en confusión
La muerte se pasea triunfal
y enloquecida,
Pero bajo los cascos de su
corcel, la vida
De un Continente apunta como
en germinación.
Ved cual luchan los bravos
de América, delante
De la muerte: allí vate con
empuje arrogante
A jinete sin miedo el
Pichincha, y allá
Por donde ronca el trueno
feroz de la metralla
El Caracas resiste y
empéñase y estalla,
Y acá rompe el Voltígeros y
arrolla el Bogotá.
Sobre Lamar y Córdova,
Canterac amontona
Infantes y jinetes su
previsión abona
De victoria y fortuna la
sabia veleidad…
Más el Héroe que vela burla
las recias cargas
Azuzando sus Húsares y el
Vencedor y el Vargas…
¡Hueste que un soplo guía de
gloria y libertad!
Lamar en tanto pugna con las
con las falanges duras
De Valdez. Disparados por
las agrias alturas
A vislumbrarse empiezan
guerreros en pavor…
Son soldados de España que
ante el empuje fuerte
Se olvidan de sus glorias.
Dan la espalda a la muerte
Y huyen como impelidos por
un soplo de horror.
Blande su lanza Silva, fiero
y ensangrentado,
Miller embiste; arrolla
Córdova. Denodado
Laserna lucha, anima su
tropa en confusión,
Más en vano y, herido,
ríndese dignamente
Frente al total derrumbe de
su quimera, y frente
A la América libre, bañada
en redención:
Que ya Lamar y Lara, con el
esfuerzo unido,
Son dueños del reducto
postrero; que, vencido,
Valdez rindió su espada,
cual se rinde un león;
Que en fuga atropellada por
cumbres impropicias
Vuelan acuchilladas las
últimas milicias
De Castilla, sin armas, sin
gloria, sin pendón…
¡Loemos a los héroes de la
brillante hazaña!
¡Loemos a los héroes, en
cuya noble entraña
¡La libertad ardiera como un
claro fanal!
Y, sobre el brillo magno de
laureles y palmas,
A lomos de los siglos se
elevan nuestras almas
Proclamando las glorias del
alto Mariscal.
(1) Valmore Rodríguez,
nació en San Félix- Estado Bolívar- el 11-04-1900 y murió en Chile el
10-07-1955. Se le tiene como Zuliano
porque su vida y obra se desarrollaron en allí. Periodista y político de gran
relevancia.
TERCER PREMIO DE POESIA
EPICA
Publicado en el No. 47. BATALLA
DE AYACUCHO. El jurado de poesía de los segundos juego florales de Cumaná,
acordó a este canto la Violeta de Oro como accésit al Tema Épico.
Lema PRO PATRIA.
Fue otorgado a Udón Pérez
(1)
BATALLA DE AYACUCHO.
No estaba allí el maestro…
Más el claro discípulo que
diestro
Se abrevó en las lecciones
del milagroso Augur
Inebrió en sus soldados con
el heroico vino
De una frase:” De Vuestro
esfuerzo
De hoy pende el destino
futuro
De la América del Sur”
Luego por los alfoces
De la montaña en sol, ecos
veloces
Multiplicaron otra nunca
oída expresión
PASO DE VENCEDORES. ARMAS A
DISCRECIÓN
Y fueron esas voces,
Rodando por el valle,
rebotando en la sierra,
Un par de dados arrojados
Sobre el tapete rojo de la
guerra.
Eran aquellos dados
Avatares de aquellos que un
día labró” El Loco
De Casacoima” orillas del
trágico Orinoco;
Y que por él y sus soldados
Con destreza jugados
En la cumbre, en el llano,
en el escobo, …
Le ganaron a España en
Boyacá,
Le ganaron a España en
Carabobo,
Le ganaron a España en
Bomboná,
Riobamba y Pichincha, tres
naciones
Que en su cetro lucían,
igual que tres florones.
Eran aquellos dados,
avatares
De aquellos que en la mesa
de Junín
-circuida por ojos ansiosos,
a millares,
Por ojos inultos de los
incaicos lares-
Jugó, triunfando al fin
En peligroso albur
Contra la reyedad
El Ganador de Pueblos, el
ínclito Tahúr
A quien amaestró la
Libertad.
¡DE VUESTROS ESFUERZOS DE
HOY PENDE
¡EL DESTINO FUTURO DE LA
AMERICA DEL SUR!
¡PASO DE VENCEDORES! ¡ARMAS
A DISCRECIÓN!
Al soplo de esas bocas, que
era un soplo divino,
El discípulo egregio y sus
osados
Compañeros de armas, sin
escudo ni almete,
Echaron a rodar en el tapete
Purpureo de la guerra, los
dos vibrantes dados.
El campo de Ayacucho sugería
el tablero
De un extenso ajedrez: a sus
escaques,
prontas a bélicos ataques.
Descienden ya las piezas del
ibero;
Que las de Sucre aguardan en
el linde frontero
Apercibidas a tremendos
jaques
Soldados de Castilla, como
negros peones,
Y soldados de América, como
peones blancos,
En contrapuestas direcciones
Se mueven por el centro, se
mueven por los flancos;
Expertos oficiales de los
bandos hostiles
Exploran la llanura con
movimientos francos,
Con rapidez de alfiles;
Los aguerridos jefes, como
piezas
De a caballo, en sus potros
que dan inmensos trancos,
Salvan las rústicas malezas,
Saltan sobre los barrancos,
Y cada quien apresurado
corre
Allá donde se inicia la
pelea,
Los peones azuzan y los
acorre:
Y es cada cuerpo, móvil
torre
En cuya cima su pendón
flamea.
Defienden a Fernando,
Amparan a su Rey, los de
Castilla;
La libertad, la reina sin
mancilla
Tiene el amor del otro
bando.
Todo rival con entusiasmo
ciego
Quiere alcanzar en el
combate
Al otro prez del juego;
Y con el vivo afán del mate
Buscan los campeones
Llevar el desconcierto
Al enemigo campo, y en el
tablero abierto.
Orden combinaciones
Múltiples y sutiles,
parecidas
A las que dan las fichas de
un dominó, movidas
Por jugador experto.
Atruenan los fusiles
Y sus mil proyectiles
Recorren el espacio en fatal
proyectoria
Con la vivez inquieta
Con que en la rueda
giratoria
La esfera de marfil de la
ruleta.
Y cada globo que la
artillería
En deslumbrante llamarada
roja,
De su broncíneo vientre arroja
Con pertinaz porfía,
Trae el recuerdo la pelota
Que en Aranjuez un día
Bolívar lanza, aún
adolescente
Y, cual nuncio fatídico,
rebota
Del príncipe de Asturias en
la frente.
Los guerreros, ardidos de
coraje,
Con la visión del triunfo en
las pupilas,
las armas en los puños,
nunca hartas
De herir y de matar, entre
las filas
De contrarios se meten, con
ímpetu salvaje,
Y se entremezclan cual las
cartas
De una baraja doble, que
intranquilas
Van y vienen en rápido
baraje.
Sembrando estrago y miedo
Las bayonetas de los
batallones
Manejadas con bárbaro
denuedo
Sangre chorrean, como en
amplio ruedo
Los puntiagudos espolones
De cien y cien reñidos
gallos;
Y a sus golpes crueles
Que son mortales fallos
Cuelgan, -purpureaos
arambeles-
Vísceras de hombres y
caballos,
Como los que, en el coso,
bajo las armas pares
De los fieros cornúpetos,
brotan de los ijares
De toreadores y corceles.
Después, ¡el triunfo! Como
Los bridones que sienten
chasquear en su lomo
La fusta, y se desalan bajo
la diestra mano
Por el entendido plan del
hipódromo;
O como en el romano
Circo, las célebres
cuadrigas
Que vencía Nerón; tal del
hispano
Urgido por las lanzas
enemigas
Escapan los jinetes por las
agrias laderas
Y tras ellos las tropas,
dispersas, sin destino,
Saltando con terror en el
camino
Las inútiles armas, las
vencidas banderas.
Después… dando al olvido
¡Oh Sucre! De tus armas la
fiera,
Tiendes con noble gentileza
Amiga mano al contendor
vencido,
Y alzando la cabeza
Al cielo en luz, mientras tu
pie se afinca
Sobre el glorioso llano,
Ves que la sombra plácida
del Inca
La cien te ciñe con laurel
temprano
Y oyes su acento, cuyo son
rotundo
Ensalzando a Bolívar,
Libertador de un mundo
Repite por el valle y la
montaña
Dios bendiga a los héroes
del sublime Tabor
Que le ganó a España
¡La América del Sur!
Y allá dentro de la entraña
De los héroes sublimes del
sublime Tahúr
Hubo la voz profética del
milagroso Augur:
-Devolvedle a la España
¡La América del Sur!...
(1)
Udón
Pérez, nació en Maracaibo en 1871 y murió en 1926. Reconocido como el más notable
de los poetas del Zulia. Durante su vida recibió más de 50 lauros poéticos,
incluyendo “la Violeta de Oro”. Entre sus obras más conocidas están: Gajes de
la paz y Lira Triste. También es autor de la letra del Himno del Estado Zulia.
Con sus letras llenó de orgullo al Zulia y a Venezuela.
Publicado en No. 46 de SUCRE. Otro premio de poesía lo mereció Don José
Oliveira, otorgado por el periódico “EL CORREO”, que tituló “CANTO A MI
BANDERA”.
INTROITO
¡Alma de mi Patria! Enseña
Tricolor: Bandera mía,
Mi numen al verte sueña
¡Poesía!
¡Corazón! Canta su gloria
Llama al Dios de la victoria
¡En tu auxilio! Invoca al
genio
De Bolívar; que la Musa
De de la luz de su ingenio
Para que brote profuso
La inspiración, y su gesta
Ensálsese, por siempre
enhiesta
¡Oh la de mis patrios lares
¡Honra y prez! ¡Bandera mía!
El numen de mis cantares
Sueña, al pie de tus
altares,
Poesía.
I
GUALDA
Las llanuras de infinitas de
mi Patria son doradas,
De mis playas, que se
extienden bajo el ocaso solar,
Que vibraron al empuje del
fragor de las cruzadas,
Y bebieron compasivas tantas
sangres derramadas
En el épico bautismo
libertario de mi lar.
¡Las llanuras de mis playas!
Siempre libres, siempre airosas,
Donde corre desbocado el
indómito corcel
Cual Pegaso que se bebe las
distancias luminosas.
Las llanuras coronadas por
las crestas majestuosas
De los Andes, que parecen de
centauros en tropel.
¡Mis llanuras son de oro! A
los céfiros vernales
La campiña se engalana con
la espiga del maíz;
En las suaves estaciones del
verano los trigales
Son el triunfo de la flora;
y en los ratos invernales
Inundadas refulgecen con
aurífero matiz.
Mis llanuras son la gualda
que fulgura en mi Bandera,
Como aurora, como nimbo,
como cauda, como sol.
Amarillo de mis playas
siempre libres. ¡Oh, primavera,
¡Franja gualda! que a mi numen ilusorio pareciera
Todo el campo americano
convertida en girasol.
¡Yo te canto, franja altiva!
En tus pliegues tremolantes,
Vive incógnita mi Patria; el
infiel jamás la ve,
Está oculta a sus miradas;
pero en todos los instantes
Yo la miro grande, hermosa,
con los ojos anhelantes
De mi alma, que rebosa
patriotismo, amor y fe.
Yo te canto, flor dorada de
los cármenes de Marte,
Aureola del Olimpo, que
difundes claridad.
Yo te canto, sacro lampo del
primor de mi estandarte;
Hoy los sones triunfadores
de min lira vengo a darte.
Yo te canto cabellera de la
Diosa Libertad.
II AZUL
El azul reverberante de la
franja de turquesa,
Ese mar impetuoso, que no
tiene nunca fin,
Que acaricia de mis playas
la triunfal naturaleza,
Ese líquido vibrante,
diapasón de la grandeza,
Irisado por las brumas
vagarosas del confín.
Ese mar azul que ostenta mi
Bandera con orgullo
Es el piélago fecundo, el
Atlántico creador,
El gran lago, que se queja
en monótono murmullo
En las tardes, cuando Vésper
romantiza un capullo
Y en las noches, reflejando
de los astros el fulgor.
¡Es mi piélago sonoro! En la
paz de sus rumores
Canto un himno de victoria a
la gloria del Pendón.
En él flotan como islas
siete fúlgidos primores,
Siete estrellas, siete
ninfas, siete perlas, siete flores,
Siete olímpicas sirenas.
¡Simbolismo de la Unión!
En la mano que nos tiende
nuestra vieja Madre España.
La que prontos estrechamos
con amor noble y filial,
Mano franca, mano hidalga,
mano amiga que no engaña.
Oceano que nos liga para
siempre con la Entraña
Y que nunca nos separa
¡Fuerte lazo fraternal
Salve ¡Franja milagrosa que
nos une (Vasto puente)
Sobre el rojo te destacas cual
celaje de zafir,
Yo te miro serpentina,
abatida suavemente
Por la brisa, que desliza
por tus ondas su corriente
Cual suspiro de la Gloria,
que te fuera a bendecir.
Yo te rindo de mi canto el poético
homenaje.
Salve franja salpicada por
estrellas. Salve, azul
Banda ufana de mi Enseña
redentora, rico gaje
De mundial magnificencia.
Onduloso cortinaje
Tachonado de diamantes.
Salve, piélago de tul.
III
ROJO
Y ese rojo, que sangriento
se destaca como una
Profusión de mariposas
encendidas de rubí,
Esa púrpura es de España,
generosa cual ninguna,
Que vertió toda la sangre de
sus venas en la cuna
De la América engendrada tras
el piélago turquí.
Sangre pródiga y ardiente de
la heroica Madre nuestra,
Que en el Nuevo Continente
su vigor multiplicó,
Sangre pura de la Arteria,
sin igual en la palestra,
Sangre roja, palpitante de
prodigios en la diestra,
Sangre heroica, que triunfante
todo el Orbe conquistó.
Fue en antaño cuando altivos
los pendo0nes de Castilla
Tremolaron paternales de la
América en la faz.
Agitáronse sus alas
–escarlata maravilla-
Con las brisas tropicales,
en el éter sin mancilla
De mis cielos azulados por
el iris de la paz.
Y al regreso a las riveras
castellanas, los pendones
Nos dejaron de sus alas una
pluma roja, que es
La tercera franja libre, que
presentan las naciones
Colombianas en la gloria
eternal de los girones
De sus ínclitas vaderas ¡Rojo
manto cordobés!
¡Oh, la España de mi
insignia! ¡Oh, mi banda purpurina!
Triunfadora por la tierra la
llevó el Gran Capitán,
Banda roja que en las manos
del Cid pueblos mil domina
Y al empuje de Pelayo con su
égida fascina
Las legiones invasoras del
peligro musulmán.
¡Oh, la España de iris!
Sangre roja de energía,
Que la Entraña con prolijo,
maternal amor nos da,
¡Yo te canto, rojo emblema!
¡Yo te canto sangre mía!
Yo te doy el homenaje de mi
hispana melodía.
¡Oh, la España de mi franja,
que gloriosa siempre está!
JOSE
OLIVEIRA
Nota para investigadores: Coloqué
los premios saltándome algunos números de la colección, como podrán ver, del
orden de fechas de la publicación que veníamos respetando, obviamente de la
Colección del bisemanario SUCRE””.
PRIMER
PREMIO DE NARRATIVA
De
Rafael Díaz Flores
“LA LEYENDA DE UN CAÑON”,
PREMIADA CON EL CLAVEL DE ORO.
Corría el año 1824, el Libertador por
razones políticas y por exigencias de la guerra, y después de oír el dictamen
de sus bravos tenientes, entregó el mando del Ejército al noble Paladín
Americano, Gral. Antonio José de Sucre, y corrió a llevar la eficacia de su
presencia a la ciudad de Lima, la cual se agitaba dolorosamente entre un caos
de contradicciones, que solo la inteligencia y el acierto diplomático de
Bolívar podía resolver de un modo favorable a la independencia.
El noble y
valiente Sucre siguió aquella gloriosa marcha ¿Hacia dónde? Ni él, ni el
Libertador, ni sus poderosos enemigos lo sabían: pero ya Dios había designado
el grandioso destino de aquel desfile de los héroes: Ayacucho.
Entre la
masa heterogénea del Ejército iba la linda María, graciosa peruanita que por
patriotismo y por amor seguía a la bélica hueste. Marucha, como la llamaban en
su división, vivía pendiente del dolor de las heridas para poner sobre ellas
los pétalos de sus manos, o el gemido de una queja para esparcir a su alrededor
el aliento de sus palabras.
Como el amor
no estaba reñido con la heroína María empezó a poner su cariño en cierto joven
artillero, a quien una vez vendó ella sus heridas, y quien en esa vez le dijo
muy cerquita y con voz lenta: yo te quiero mucho y cuenta que Marucha bajo la
cabeza y tomando entre sus dedos la punta del delantal murmuró a su vez por lo
bajo: “yo también te quiero”.
Y desde
entonces fueron Marucha y Manuel inseparables camaradas. Habían escogido como
lecho ambulante el cuerpo de un cañón que llevaba el ejército, y que estaba
bajo la custodia y manejo de Manuel. Era de verse como cuidaba y quería Manuel
aquella pieza; sus partes metálicas brillaban por su limpieza y el digno
artillero grabó una vez en uno de los radios de sus ruedas este nombre
simpático: MARUCHA; y fue ese nombre con que los buenos amantes bautizaron el
cañón.
Muchas veces
cuando el terreno lo permitía, cabalgaba María sobre su homónima, y así viajaba
muchas millas, y Manuel en tanto, las mulas de la brida conducían aquel carro
triunfal en donde iba la diosa de sus pensamientos.
El idilio y
la campaña no guardan perfecta armonía, pero Marucha y Manuel se las arreglaban
de modo que todo lo encontraban encantador. En el momento en que detenía el
carro para que ella descendiera, y en el instante en que sus manos se apoyaban
bajo los brazos de ella para que saltara, había un roce de labios tan picaresco
y tan rápido que la misma austeridad del Gral. Lara bajaba la cabeza y
sonreía.
En las mil
escaramuzas del camino en que el Ejército tropezaba con las partidas realistas
de La Serna, Marucha tomaba parte muy activa en ellas, ya entregando los
cartuchos para el disparo, o ya corriendo hacia algún punto llevando un
menester que el caso reclamara, pero siempre tenía como punto seguro su cañón
favorito. Y cuando la Marucha de bronce lanzaba sus vómitos de fuego, ella
agarrada a los radios se inclinaba sobre las ruedas para observar el efecto del
proyectil, y era de ver como saltaba de alegría cuando la bala daba en el
blanco, o como quedaba pendiente de la voz de Manuel, cuando el disparo
fracasaba.
Y así, llenas de accidentes continuó aquella
épica marcha por aquellos sinuosos caminos del Perú; Sucre, Córdova, Lamar,
Miller, Lara, y otros beneméritos jefes que conducían aquella legión de libres,
vieron más de una vez comprometido el Ejército, pero nunca lo vieron perdido,
tanta era la fe y la decisión con que servían a la causa de la Independencia.
¡Oh! Bella
tierra peruana. ¡Patria de la incaica nobleza! ¡Bendito mil veces tu suelo
sagrado, ya que su ambiente fue el que llenó de gloria a Colombia con los
milagros de Junín y Ayacucho! Noble y digno Perú: Colombia te ama. El Ecuador
te arrulla; Bolivia te admira y Venezuela te canta. Tu eres uno de los colores
de la visión de Bolívar, tu nombre es un blasón para la historia de Sucre, y tu
legión peruana fue un gran Cóndor que abrió sus alas en Ayacucho para llenarse
de gloria bajo la luz de tu sol.
El ejército
de Sucre y el de La Serna marchaban casi paralelos, pero sin intentos
definitivos de ataque; las zarpas del león ibero temían a las garras del Cóndor
de Colombia, y el Cóndor entre tanto esperaba el momento de estremecer sus
alas.
Pero una
vez, era el 1o de diciembre de 1824 el Virrey Laserna, cuyas tropas conocían
muy bien el terreno, describió un movimiento falso para inquietar el Gral.
Sucre y creyendo que los patriotas abandonarían las posiciones del cerro de
Bombón y se alejarían hacia Huamanga: se día se consagró María a preparar hilas
y vendajes, siempre atenta a las necesidades de su cañón.
Impuesto
Sucre del atrevido movimiento del Virrey, concibió el más atrevido aún de pasar
el río Pampas, rápidamente, por débiles puentes construidos de prisa; en ese
río y a pesar de sus previsiones, perdió Sucre dos hombres, que le arrebató la
corriente.
María se
echó encima todos sus avíos, se ciñó al cinto un pequeño sable heredado
forzosamente de un oficial realista muerto en la última escaramuza, y al pié de
su cañón siguió aquella peligrosa retirada.
Sucre,
aunque con secretos temores por un fatal suceso para sus armas, llevaba a todas
partes sus alientos y sus bríos, y practicó la operación del paso con tanta
prontitud y orden, que cuando la División realista que salió a inquietarlo
lle3gó al cerro Bombón, ya Sucre estaba del otro lado del río, y cuando los
realistas llegaron a este río, ya Sucre llevaba muchas millas de adelanto.
Prodigios de la estrategia y del valor de aquel héroe que hizo fracasar la
tentativa de Laserna, de destruirlo al pasar el río.
Mira Manuel,
le dijo Marucha a su novio cuando pasaron el río, ponte estas chinelas, son
nuevas y las llevaba en la cintura el español que me dejo el sable.
Te las
cambio por el sable. Contestó Manuel
No, chico,
este se lo llevo de regalo a mi hermano menor para que…
María no
pudo continuar porque un rumor de alarma corría por todo el Ejército
pronunciando esta palabra: ¡El enemigo!
En efecto el
Virrey Laserna, dándole alcance al ejército patriota, ocupó un lugar protegido
por la naturaleza; en tanto que el noble y valeroso Sucre resuelve presentarle
batalla al enemigo. Pero La Serna, no sabe si por prudencia o por temor, no
quiso corresponder a la nobleza con que ya Sucre había recogido el guante que
él arrojó; prefirió contramarchar media legua describiendo un semicírculo
instalándose en la vía que tenían que seguir los patriotas.
-Que lo
siento, murmuró María, -cuando supo que se retiraba La Serna-, yo que pensaba
estrenar hoy mi sable.
-No lo
sientas, indiecita- Arguyó el Gral. Lara, que
paraba cerca de ella. Acuérdate del refrán: “Machete estate en tu saco”.
paraba cerca de ella. Acuérdate del refrán: “Machete estate en tu saco”.
-No diga eso
General.
Digámoslo de
otro modo pues: “machete estate en tu funda”.
El Gral.
Lara no sabía en aquel instante que él estaba destinado para ser el héroe de
aquella acción.
El Gral.
Sucre vista la operación de La Serna, resolvió seguir a Tumbo-Cangallo, pero lo
preocupaba un poco la quebrada de Corpahuaico, cuyo estrechísimo paso solo
permitía el desfile uno a uno; con un poco de mayor actividad en los realistas,
allí hubieran sido destruidos los patriotas, pero la táctica de Sucre se
sobreponía siempre en todos los conflictos.
La Serna con
mayores fuerzas que disponer, movilizó durante la noche cinco batallones y
cuatro escuadrones, emboscándolos en la peligrosa quebrada.
Sucre se
informó de todo aquello, pero un héroe como él no se detenía ante el peligro;
con la espada desnuda pasó la quebrada felizmente a la cabeza de la División
del Gral. Córdova, salvando así esta primera sección del su Ejército, y
distribuyéndolo en seguida su servicio. No corrió la misma suerte la División
del Gral. La Mar, la que fue asaltada por las emboscadas en plena quebrada,
pero la serenidad de La Mar atravesó impertérrita por aquella lluvia de balas,
dejando algunos muertos y pudiendo sacar sus heridos.
Quedaba por
pasar la División del Gral. Jacinto Lara, que era a la que pertenecían Marucha
y Manuel.
Momento
verdaderamente crítico para los patriotas. Luego que hubo pasado el mayor
peligro la División Peruana de La Mar, se interpuso en la quebrada, la potente
División del valeroso Gral. Valdez, quien, según los historiadores, era el alma
del Ejército español.
Estaba
partido en dos el Ejército patriota. De un lado Sucre con las divisiones de
Córdova y La Mar, ya puestas en batalla; y del otro lado, la división del Gral.
Jacinto Lara con todas las provisiones, la caballería, hospital, artillería,
& &
Interceptados
así, Sucre y los demás jefes patriotas se impacientaban pensando en la suerte
que habría sufrido la División de Lara, que era en aquellos momentos la parte
más importante del Ejército. En tanto que la lucha era tenaz en aquellos
desfiladeros, y ninguna noticia se podía obtener del Gral. Lara. La Serna tenía
como segura esa presa y se preparaba para actuar eficazmente contra ella.
María sintió
miedo; no era posible salir con vida de aquel trance y desenvainando su pequeño
sable exclamó:
-Moriré con
ellos y por ellos: ¡Viva la libertad!
Viva,
contestó el Gral Lara, que llegó en aquel momento ordenando por su cuenta un
prodigioso desfile hacia abajo por el orto paso de la quebrada, paso este casi
ignorado, pero del que se impuso Lara muy oportunamente. Aquel desfile fue la
salvación de la División y del Ejército. Lara se vio en el caso de hacerle
frente a la mayor parte del Ejército español, el cual no contaba con la tamaña
intrepidez de Lara; el valeroso Jefe patriota vio parar su División en me3dio
de la mortífera batalla, ayudado a última hora por la noche que vino a
favorecer su atrevido plan. Durante la dura lucha no dejo como guerrero un solo
detalle que no supiera llenar y a pesar de la energía y de la cólera de que estaba
poseso en aquellos momentos, como vio que María desfilaba llorosa, pero con el
sable en alto le dijo como para consolarla:
-No llores
india, que ya descansaremos.
No es por
cansancio que lloro General- Y como para comprobar su dicho guardó el sable en
su vaina y tomando el fusil de un moribundo se incorporó al batallón” Rifles”
que luchaba heroicamente en aquellos momentos
Lara estaba
en todas partes, y su voz era como un himno de guerra que coreaban los fusiles.
Alguien vio
caer a Marucha herida, pero no eran aquellos los momentos de detenerse, estaban
en la hora álgida de la retirada.
LA División
pasó con algunas pérdidas, recogiendo los heridos que pudo y dejando un triste
adiós a sus compañeros muertos; yendo a acampar a media legua de las Divisiones
patriotas.
A esa hora
fue el Gral. Sucre a cumplimentar a Lara por aquella heroica y meritoria
acción.
Al día
siguiente interrogaba Manuel a sus compañeros:
¿Han visto a
María?
No.
¿No esta
entre los heridos?
No.
¿Habrá
muerto?
No sabemos.
Y cuentan
que aquel héroe dejó correr dos lágrimas por sus mejillas, y que interrogado
por el Gral. Lara, sobre le motivo de aquellas lágrimas, le contestó –Lloro por
la pérdida del cañón y por la pérdida de mi María: mis dos maruchas Genera.
Ya las recuperaremos hombre.
¿Recuperaremos la pieza General, pero
a María?
Consuélate –agregó el General, y se
alejó conteniéndose como para no mancillar su índole guerrera.
Así siguieron los dos ejércitos en su
continuo cambio de posiciones y celebrando los días con tiroteos y escaramuzas.
¿Y Marucha? Tanto ella como el cañón
que llevaba su nombre habían caído en poder de los españoles; María había caído
levemente herida en la frente por una bala que le pasó a ras, quitándole el
sentido. Allí en la funesta quebrada de Corpahuaico, la encontró tendida un
sargento español, y descendiente acaso de una raza hidalga, tuvo para ella la
atención caballeresca de su estirpe.
Repuesta
ya, y bien atendida por el español fue llevada al Estado Mayor, pro impuesta
ella de que el cañón estaba también en poder de los realistas, exigió le
permitieran andar en su dotación: así fue concedido, advirtiéndoles que la
dejaran en rehén por el teniente del
batallón Cantábrico, que quedó en poder de los patriotas en la misma acción de
Corpahuaico.
Lara estaba
en todas partes, y su voz era como un himno de guerra que coreaban los fusiles.
Alguien vio
caer a Mariucha herida, pero no era aquellos los momentos de detenerse, estaban
en la hora álgida de la retirada.
LA División
pasó con algunas pérdidas, recogiendo los heridos que pudo y dejando un triste
adiós a sus compañeros muertos; yendo a acampar a media legua de las Divisiones
patriotas.
A esa hora
fue el Gral. Sucre a cumplimentar a Lara por aquella heroica y meritoria
acción.
Al día
siguiente interrogaba Manuel a sus compañeros:
¿Han visto a
María?
No.
¿No esta
entre los heridos?
No.
¿Habrá
muerto?
No sabemos.
Y cuentan
que aquel héroe dejó correr dos lágrimas por sus mejillas, y que interrogado
por el Gral. Lara, sobre le motivo de aquellas lágrimas, le contestó –Lloro por
la pérdida del cañón y por la pérdida de mi María: mis dos maruchas Genera.
Ya las recuperaremos hombre.
¿Recuperaremos la pieza General, pero
a María?
Consuélate –agregó el General, y se
alejó conteniéndose como para no mancillar su índole guerrera.
Así siguieron los dos ejércitos en su
continuo cambio de posiciones y celebrando los días con tiroteos y escaramuzas.
¿Y marucha? Tanto ella como el cañón
que llevaba su nombre habían caído en poder de los españoles; María había caído
levemente herida en la frente por una bala que le pasó a ras, quitándole el
sentido. Allí en la funesta quebrada de Corpahuaico, la encontró tendida un
sargento español, y descendiente acaso de una raza hidalga, tuvo para ella la
atención caballeresca de su estirpe.
Repuesta
ya, y bien atendida por el español fue llevada al Estado Mayor, pro impuesta
ella de que el cañón estaba también en poder de los realistas, exigió le
permitieran andar en su dotación: así fue concedido, advirtiéndoles que la
dejaran en rehén por el teniente del
batallón Cantábrico, que quedó en poder de los patriotas en la misma acción de
Corpahuaico.
El cañón
Marucha entro al servicio de La Serna y era de oír los piropos que le soltaban
los españoles. Olé Marucha, ya nos obsequiarás más con queso de bola.
-Oh Marchita:
¿por qué nos escupías tanto la cara?
-Vuélvete hacia los tuyos con caramelos,
Marucha.
María oía
todo aquello y algunas veces reía y otras rabiaba.
Un día se le
acercó un andaluz para decirle:
-Eres un
cachito e gracia Maruchita: junta tu cariño con er mío y verás que burto más
grande jacemos los dos si me quieres te regalo mi portamonedas para que te
hagas unas zapatillas.
¿Cómo dice
Usted?
Es que
tienes unos pies tan monos que parecen dos turrones de Alicante
-Yo soy
casada Señor
Pues yo te
prometo dejarte viuda en la refriega.
Y así
resistía María un sin número de palabrerías, de las cuales mucha no entendía.
Santa Rosa
de Lima, decía ella muchas veces, concédeme que Manuel esté sano, y que algún
día pueda yo entregarle el cañón al General Lara.
En la mañana
del nueve, cuando ella supo que el General Córdova, patriota y el General
Monet, realista, les habían permitido sus jefes darse un abrazo y conversar un
rato, pidió también permiso para hacer lo mismo con su Manuel, pero se lo
negaron diciéndole que eso no se les permitía a los rehenes; en cambio le
concedieron que ciñera su sable durante la próxima batalla.
Poco
tiempo después empezó el poema épico vívido: Ayacucho. “La Marucha” figuraba en
el ala izquierda que mandaba Villalobos, y que era la que quedaba en la batalla
vis a vis con la División patriota del General Córdova; por allí cerca de su
cañón andaba siempre Manuel, y según refiere la leyenda, algunos oficiales
realistas sospechaban que aquella muchacha debilitaba los cartuchos porque los
disparos del cañón no eran certeros.
Este es un
ejército de dos cabezas, como las morronas de Venezuela.
Tenía razón
la graciosa peruanita, acostumbrada ya la entereza del General Sucre como Jefe
y su noble disciplina como subalterno.
Sucre según
refiere un autor, solo se violentó impulsivamente una vez: cuando la invasión
de Chiquitas por el brasilero Araujo de Silva: y de tal modo que hasta le
ordenó al oficial Videla revolucionara en territorio del entonces Imperio del
Brasil. El tacto diplomático del Libertador excitó a Sucre de desistir de
aquella audaz tentativa; y Sucre acogiendo la sabia insinuación de Bolívar, por
no decir sus categóricas órdenes, abandonó la idea que había concebido, dando
así una palmaria prueba de su disciplina.
Después de
breve conferencia del Mariscal Monet y del General Córdova, y de otros
oficiales de ambos ejércitos, bajaron varias compañías realistas del
Condorcunqui a inquietar a los patriotas. Más tarde nuestro Gran Sucre quiso
devolverles sus escaramuzas a los españoles con un toque general de tambores y
cornetas. Marucha escuchaba los himnos de los clarines patriotas y ardía en
deseo de que se precipitara la batalla; y Manuel allá en su línea exclamaba
pensando en ella:
¡Con tal que
no me la toque una bala!
El ala de
Villalobos entró de lleno en batalla y Marucha no hallando modo practicable de
pelear sin agredir a sus compañeros, se consagró a su misión de cuidar los
heridos. Así tuvo ocasión de alentar espiritualmente mientras moría atravesado
por una bala, el noble oficial español que le acogió sin sentido en Corpahuaico
y cuando ya espiraba puso un beso en la punta de su dedo y lo llevó a los
labios del moribundo; el bravo guerrero entregó la vida en un suspiro, y aquel
suspiro se llevó una bendición patriota.
Después tuvo
que apartarse precipitadamente para darle paso a un héroe que a la cabeza de un
batallón marchaba derribándolo todo a su paso guerrero; parecía el mismo Marte queriendo
matar el alma de Colombia en las propias filas patriotas. Lo vio avanzar como
un torbellino, entrar en nuestra ala derecha, forma alrededor una hecatombe y
morir después como orgulloso de haber sucumbido luchando con la división del
General Córdova.
Marucha se
acercó a un herido para preguntarle quien era aquel héroe temerario y heroico.
-Babín
Celis, -contestó el español-
-Como se
parece al General Córdova, -arguyó María.
María oyó
decir a unos heridos que Valdez había desalojado a La Mar y que la legión
peruana estaba a punto de perecer; y en aquel momento le ofreció un voto de
plata a Santa Rosa de Lima por la firmeza y valor de su amada legión.
Sea que el
alma de la muchacha se puso en armonía con Dios, o sea que hubo un gran
esfuerzo de parte de los patriotas, lo cierto es que los realistas empezaron a
ceder y que la Legión Peruana lució de nuevo su veste gloriosa.
La gloriosa
batalla conocida y descrita ya por los historiadores patrios tomó todo su
carácter de gran hecho de armas; allí vieron las legiones un grupo humano
formado por dos seres, que a despecho de balas y metralla se unieron en un
estrecho abrazo, y oyeron una voz de mujer que, volviéndose hacia los realistas,
exclamó llena de patriótica emoción:
-Viva la
República! Era Marucha.
Vieron
también que un hombre caía moribundo y que luego rindió la vida con un beso de
Marucha en los labios: era Manuel.
Horas
después Maruchas envolvía el cadáver de Manuel con la bandera de Colombia, y le
daba piadosa sepultura, y cuentan que el irremplazable Sucre se inclinó
respetuosamente ante la fosa y arrojó en ella tres puñados de tierra; tierra de
la Patria, mirria de Colombia, incienso de Ayacucho. Acaso derramó también dos
lágrimas aquel hijo benemérito de Cumaná, que, aunque tenía muy grande el
cerebro, tenía un alma mucho más grande todavía.
Lara le
había puesto mucho cariño a Marucha y a Manuel, y cuando le devolvía el cañón
quitado en Corpahuaico y le daba noticias de la muerte de Manuel, aquel bravo
león de las batallas se acercó a leer el nombre de marucha escrito en la rueda
del cañón, pero hay quien diga que se acercó a la pieza para ocultar dos
lagrimas que vertieron sus ojos.
La sintió el
terror de los héroes: el miedo, el enternecimiento.
Después, en el desfile glorioso, una
mujer vestida de negro con dos soles en los ojos y una cruz en el alma, machaba
al pie de un cañón que llevaba su nombre gravado en la cureña.
¡Allá en la
heroica Lima quedó el bélico trofeo de aquel cañón, tal vez arrojado sin
parapetos en algún arrabal de la ciudad, o acaso clavado en algún sitio con la
boca hacia los cielos!
RAFAEL DIAZ
FLORES
Ciudad Bolívar: 1924.
SEGUNDO
PREMIO DE NARRATIVA
De
EDUARDO PICON LARES
“LA CAJA DE RAPÉ DE
SUCRE”,
PREMIADA CON EL CLAVEL DE
PLATA, como accésit en el concurso de cuentos,
LA CAJA DE RAPÉ DE SUCRE
Cierto es, y en ello fija su atención
muy cuidadosamente la ciencia inagotable de la historia, que todos los hechos
que se producen en torno de las figuras
de los grandes hombres, por triviales que sean, siempre arrojan sobre
ellos ciertos resplandores de grandeza o ciertas sombras de pequeñez que, al
correr los tiempos, vienen a formar parte de todo lo interesante de su alta
constitución psicológica; y como se
trata de un detalle trivial aún inédito, que quizá pueda tener algún interés
para muchos, porque pone de manifiesto, una vez más la exquisita cultura y la
talla señorial del extraordinario vencedor de Ayacucho, me he creído en el
deber de sacarlo a relucir en estos días de patrióticos festejos, en que se
celebra en todo el Continente Americano, de manera insólita, el Centenario de
la nunca bien ponderada jornada de armas
que selló la independencia de
América.
Que el
General Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, tenía la costumbre de
absorber rapé, y que se gozaba con él deleite peregrino de estornudar que
produce el polvillo irritante, es cosa que no admite dudas; y que gastaba un
lujo asiático en lo que se refiere a las cajas en que lo guardaba y llevaba siempre
consigo, es cuestión rigurosamente histórica.
Cuando el
Libertador llegó a Mérida de paso para Trujillo, nada menos que a conquistar
los inmarcesibles laureles del “Tratado de Regularización de la Guerra”;
laureles más gloriosos que los de Carabobo y de Junín, le acompañaban, como de
todos es sabido, el General Sucre, Pedro Briceño Méndez y José Gabriel Pérez,
esa trinidad milagrosa que después de una labor intensa y delicada , dejó
escapar de sus manos, la paloma mensajera del inmortal documento que sintetiza,
ampliamente, los principios más elevados de la paz bíblica, de la caridad
cristiana y del derecho humano más equitativo y justiciero.
Bolívar
entró en Mérida el día 2 de octubre de 1820, y la ciudad de Los Caballeros,
vestida con sus mejores arreos de fiesta, como en 1813, le hizo un recibimiento
pomposo, digno de ella y del famoso personaje a quien lo tributaba. Las
campanas echaron a vuelo sus lenguas de bronce, un gentío inmenso llenaba las
calles y plazas, que aparecían embanderadas con el iris de la Patria y
adornadas con arcos triunfales, y en todos los semblantes se marcaba
ostensiblemente la alegría de la libertad y la devoción por el héroe de las
conquistas leyendarias. Todavía hay aquí quien recuerde, por referencias, que,
al desembarcar la cabalgata en la plaza principal, a cuya cabeza venía el
Hombre de América una ensordecedora aclamación seguida de una estrepitosa salva
de aplausos colmó los aires y que el caraqueño feliz correspondió a la cálida
demostración con uno de aquellos gestos suyos, tan geniales, que le hicieron
destacarse siempre con relieves magistrales.
En la noche
del mismo día, el Libertador y su Estado Mayor fueron obsequiados con un
espléndido banquete en la casa de Don Juan de Dios Méndez, hermano del
Arzobispo Méndez y primo hermano de Pedro Briceño Méndez. Noche inolvidable
aquella, pues en el hogar de los esposos Méndez Díaz, se dio cita cuanto de
aristocrático y valioso tenia la linajuda sociedad merideña de la colonia. El
Libertador, Sucre Briseño Méndez, Pérez Rangel y Paredes, ocuparon puestos de
honor en la mesa, que se sirvió de manera exquisita, y en medio del más
desbordante entusiasmo y de la intimidad más fraterna, hablose animadamente de
las glorias venezolanas, del propósito pacificador que llevaba Bolívar en su
mente, de los esfuerzos meritísimos de los merideños en la lucha magna y del
porvenir brillante de la Patria. El
banquete terminó en medio de la más franca cordialidad, y al toque de ánimas,
empezaron a despedirse los concurrentes, cuyas siluetas, al internarse por las
calles oscuras y cubiertas de niebla, precedidas del tradicional farolillo de
vejiga, a buen seguro que parecerían como medrosos fantasmas de ultratumba.
Al día
siguiente por la mañana, Pedro Briceño Méndez le manifestó al General Sucre que
iba a despedirse de sus parientes y que el Libertador lo había comisionado para
que lo hiciese también en su nombre; y el cumanés, cuya educación y gentileza
tenía vibraciones cristalinas, le significó a su amigo y camarada el deseo de
acompañarlo en su cometido.
Juntos los
dos se encaminaron a la casa del señor Méndez, que es la señalada hoy con el
número 12 en la calle de Lazo. Llamaron a la puerta… Una esclava salió a
recibirlos y los mandó pasar adelante mientras iba a llamar a los señores.
Briceño Méndez y Sucre se quedaron de pie en el corredor de la entrada,
admirando, según refería una vieja criada de la casa de los Méndez, una
enredadera de campánulas azules que sombreaba el patio y que hacía muy fresca y
agradable sombra.
-Adelante, adelante.
Muy buenos días. –Murmuraron Don Juan de Dios y Doña Magdalena cuando vieron a
los jóvenes militares.
Por aquí
nomás. Estamos ya de viaje. Venimos a despedirnos – Contestó el circunspecto
Ministro de Guerra de Bolívar.
=Pero pasad
un momento ¿Es que tenéis mucha prisa? Repuso Don Juan de Dios.
Es tarde. No
tenemos tiempo –Replicaron ellos. Y Briceño Méndez, después de cumplir su
comisión, se adelantó para abrazar a sus parientes y decirles adiós. Lo mismo
hizo Sucre, con aquella cultura suya que encantaba a todos los que le trataban;
más cuando fue a tenderle la mano a Doña Magdalena, como si se hubiese olvidado
de algo, la retiró repentinamente, y metiéndose en el bolsillo interior de su
dormán sacó una caja de rapé y articuló: Señora: hubiera querido hacer a usted
un presente digno de su persona, no solamente por corresponder a la benévola
acogida de que hemos sido objeto por parte de tan distinguidos elementos
sociales, sino por la noble amistad que ustedes me han inspirado; pero por la
premura del tiempo y lo excepcional de las circunstancias, no he podido lograr
mi propósito. Sírvase, señora mía, aceptar mi caja de rapé, ya que he podido
observar que usted lo acostumbra como yo, y recuerde siempre al usarla a un
sincero y respetuoso amigo Antonio José de Sucre.
BIBLIOGRAFIA.
HEMEROTECA DE MARCO
TULIO BADARACCO BERMUDEZ.
INDICE
Pags.
3.- INTROITO
5.- RESEÑA DEL PROGRAMA OFICIAL DEL 9 DE DICIEMBRE DE 1924.
8.- 9 DE DICIEMBRE DE 1924. CABILDO ABIERTO.
Discurso del Gral. Rafael Reyes
Gordón
14.- DISCURSO DEL DR.
DOMINGO BADARACCO BERMUDEZ
21.- DISCURSO DE
MARCO TULIO BADARACCO BERMUDEZ SOBRE LA POESIA
30.- EL JURADO Y SU
VEREDICTO
32.- LOS PREMIOS DE LOS JUEGOS FLORALES DE 1924
35.- PRIMER
PREMIO. POEMA DE JESUS MACANO VILLANUEVA
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