viernes, 14 de octubre de 2016

ÁGUILA BLANCA. TOMO II.



RAMÓN BADARACCO



ÁGUILA BLANCA
TOMO II








CUMANÁ 2013


Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Prólogo:
Copyright T. Ramón Badaracco R. 2013
Primera edición 2012
Ejemplares
Hecho el depósito de ley
Título original: AGUILA BLANCA
Primera edición
Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta T. R. B. R.
Ilustración de la cubierta  T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
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AGUILA BLANCA.                             
EL HÉROE DE MATURÍN.


En el  Tomo I, quedamos en el encuentro de Águila Blanca, con el comandante Domingo Montes,  y el convenio por parte del  héroe y su novia, de subir a conocerlo, veamos pues, este detalle, de gran importancia para ambos lñideres.    

El campamento principal de la montaña estaba ubicado en el sitio conocido como las Lagunas de Cocollar, por los manantiales o cabeceras de los ríos Mapurite y Guarapiche,  a poco más de 800 metros de altura. Es un campamento bien dotado. Domingo había logrado una instalación militar formidable.
El batallón estaba formado por diez patrullas de diez hombres cada una, que funcionaban interdependientemente; la subsistencia y equipos, era su responsabilidad. Esa era la ley, sin embargo normalmente, todos participaban del mismo rancho, armas, municiones, comida y bebidas; pero en rigor se entrenaban y ejercitaban independientemente. Normalmente el café, porque era muy abundante, lo compartían todos los días y a cada rato, lo que significaba que todos los guerreros se mantenían en contacto directo. Domingo habia logrado que se conocieran muy personalmente entre ellos y formó una verdadera camaradería. Se conocían  por sus nombres o  sus apodos; ese conocimiento abarcaba a sus familiares más cercanos; él estaba pendiente de cada uno y de cada familia; por eso siempre había una jarra de café caliente para todos.   Era común reunirse todas las noches hasta el amanecer.
La disciplina militar era rígida y una de las actividades más importantes era el conocimiento del territorio. A estos efectos cada hombre tenía un plano y debía recorrerlo, conocer cada milímetro de ese inmenso laberinto de montañas y ríos. En el caso de perderse no tenía sino que reconocer el sitio en el cual estaban y comunicarse con señales de humo o toques de maderas, sistemas indígenas muy apropiados, que dominaron en poco tiempo.
 Águila Blanca e Inés  dedicaron varios días a entrenar a los novatos y conocerlos perfectamente bien, cuando decidieron marchare, el sargento León Prada quedó encargado del entrenamiento.
Águila Blanca se despidió de todos y especialmente de Domingo Montes; Le dijo:
Amigo volveremos a pelear juntos, tengo que ir a Trinidad con mi mamá Narcisa, porque papá quiere que ella esté lejos de lo que se avecina. No tendremos paz con los españoles, fíjate lo que está pasando en Barcelona. Nuestros hermanos se confiaron en él documento capitular firmado por Monteverde con Miranda; ese animal de Fernández de la Hoz, los tomó prisioneros y los embarcó para La Güaira, entre ellos a mi amigo Anzoátegui. Yo de vaina caí con él; muchos han muerto, ya eran viejos y no pudieron aguantar el hambre y las torturas.
Aquí te espero, amigo. Tendremos algunas jornadas de las cuales te dejaré memoria, para cuando regreses.
Así es, amigo. Dame un abrazo.
Y tú, Inés… ¿No me das un beso?
No digo uno… te daré tres para que tengas de reserva.
Así se despidieron los amigos. Águila Blanca fue a Cumaná y recogió a doña Narcisa, con su dama de compañía y 12 esclavos. Se despidió de su papá, y le dijo:
No te confíes, papá, vete a Cumanacoa, y por cualquier cosa busca al sargento León Prada y vete al campamento de Domingo. Para él será  satisfactorio tenerte a su lado. Lleva a tus hijos o mándalos para Cariaco. En Cumaná corren mucho peligro.
Mira mijo yo tengo todo resuelto, soy amigo de don Emeterio Ureña, que es el que manda, y ya tengo los pasaportes listos por si acaso hacen falta. Hasta ahora no veo ningún peligro en Cumaná. De todas formas, te tendré informado.
A última hora Don Vicente, por precaución, el mismo día, se decidió mandar también a todos sus hijos el mismo día, pero en distintas direcciones, y tampoco en la misma caravana: Narcisa, José María y Antonio José, salieron para Trinidad; Jerónimo para Cumanacoa; Francisco y Pedro para Cachamaure. Las hijas: María Josefa y Aguasanta,  viajarían a Cuba con todos sus hijos, o sea los nietos;  de ellas sólo se quedarían Magdalena y José Vicente, porque no estaban bien de salud y no quisieron aventurarse.  En esos días casi toda la familia y la parentela, comprometida con el movimiento emancipador, viajó fuera de la Provincia. Le mandó con José María una carta a Santiago Mariño. Le dijo, entre otras cosas, que recibiera a su mujer y a sus hijos, que él y su casa, aquí y allá, estaban a su orden; que le agradecería cualquier atención para con su familia.
La casona de la calle La Marina o Larga,  se fue quedando vacía, los esclavos también viajaron a las haciendas. Don Vicente alegó, que no podía irse como un prófugo, sobre todo estando en el gobierno su amigo don Emeterio Ureña, el Gobernador, que confiaba en él.
Salieron en la madrugada formando una verdadera caravana, tomando todas las previsiones aconsejables. En el puerto del Barbudo los esperaba un bergantín propiedad de don Pedro Cabello, socio de pesquerías de don Vicente, que tenía todos sus papeles en regla, bajo el mando del capitán Pedro Noguera. El resguardo vino a revisar y el capitán Juan Luis Gutiérrez, les gritó:
¡Epa…Capitán Noguera…! ¡¿Van a zarpar…?! ¿Tienen todo en regla… qué rumbo llevan…?!
El Capitán,  respondió desde el barco,  también a gritos…
No soy Gutiérrez, soy Echeverría.
¡Si… Capitán Echeverría, disculpe, tengo el zarpe, estamos en la faena. Vamos con destino a San Antonio a cargar café… Todo en regla, como siempre. Aquí… don Pedro les dejó un barril de vino de Valdepeñas. Quieres que te lo mande.
Está bien. Sigan adelante…Suéltelo, don Pedro… Buen viaje…  Nosotros lo recogemos…
Los hermanos Sucre permanecieron a la sombra y en silencio.
Horas después llegaban al muelle de San Antonio, donde los esperaba el capataz, el negro Anselmo y varios esclavos. Muchas personas, sobre todo jóvenes que venían a saludar a su famoso amigo Águila Blanca, y a su novia Inés, ya el pueblo estaba enterado hasta de los pormenores de la pareja; y  también vinieron a recibirlos. Eran muy apreciados en ese pueblo, y después los acompañaron hasta la casa de la hacienda “Cachamaure”, que queda muy cerca del poblado. Fue difícil que se fueran. Algunos que eran como de la familia, como los Villegas, los Ravelo, los Navarro, los Certad y los Mago, se quedaron con Águila Blanca  en el corredor. Águila Blanca le dijo al negro Anselmo:
¡Anselmo…! Anda al barco y trae una botella de vino… mejor trae dos, porque estamos secos… Y ordena comida para todos, porque estos que están aquí no se van hasta que no le vean el hueso a este día…
Encarnación Ravelo, una guerrera, que no se quedaba con nada, dijo:
Eso es verdad. No todos los días tenemos aquí a un destacado guerrero como tú, Águila Blanca… que nos honras con tu amistad y honras a este pueblo donde has pasado muchos buenos ratos desde pequeño. 
 Gracias, Encarnación, yo sé cuánto nos quieres… y tú sabes que en nuestra familia te queremos mucho. Pero vamos a darle calor a  esta visita con una buena copa de vino, que ya Anselmo la está sirviendo.  Ya les voy a contar por qué estamos aquí, y cuáles son los acontecimientos que nos han traído, que los inquietan tanto.
Encarnación tomó la copa y dijo:
Bueno… Vamos a brindar porque todo salga bien, que la Virgen Purísima, de los patriotas o del Valle del Espíritu Santo, nos proteja, porque las cosas se ven muy feas. La guerra es lo peor que nos puede pasar.
Águila Blanca les contó a grandes rasgos su participación en los sucesos desde que estuvo bajo las órdenes del Generalísimo. Mientras hablaba se podía oír el vuelo de una mosca; y terminó diciendo:
Mañana partimos para Trinidad, si alguno de ustedes quiere ir con nosotros, que se prepare y me espere o esperen en el muelle,  porque salimos antes  de que salga el sol.
Casimiro Isava, su primo, que se había agregado a la partida, dijo:
Nosotros, Águila Blanca, vamos contigo, hasta las últimas consecuencias.
Se refería a varios patriotas que estaban con él, muchos de ellos recién salidos de las bóvedas de La Güaira. Eran: su hermano Manuel Isaba, José Ribero, Mateo Guerra Olivier, Juan Bautista Cova, Ignacio Certad, y otros.
Tal como dijo Águila Blanca, a las seis de la mañana todo estaba listo para partir. Pedro Noguera daba las órdenes y voces de mando, quería dejar a buena hora a los viajeros en el puerto de Chiguana, y desde allí continuarían por caminos poco transitados hasta el morro de Chacopata, donde los recogería el capitán Luis Brión que los llevaría a Trinidad.
En Chiguana se desayunaron con huevas de erizo, el mejor queso de mano de toda la provincia, leche de chivas, arepas peladas y abundante café.
Atravesaron las montañas cerradas de cardones gigantes, tunas, guazábanos, yaques, dividivis y cuicas. Llegaron al anochecer a Chacopata. Inés soportaba estoicamente aquella difícil jornada, colaborando en todo, se hacía necesaria por su utilidad y asistencia, estaba en todas partes. Durmieron en una ranchería muy espaciosa propiedad de los patriotas Maneiro. Estaba ubicada en medio de barcos, chinchorros y aparejos de pesca; servía como  galpón para preparar  y depositar pescado salado,  atendido personalmente por una luchadora patriota, la comandanta Fanny Maneiro, que los recibió con entusiasmo y orgullo, y les brindó un “tarcarí” de chivo con  buenos vinos y rones del Caribe. Era una churuata espaciosa, adecuada para albergarlos a todos;  donde pudieron colgar sus chinchorros, acomodar los petates, un sitio para convivir, un verdadero campamento, donde pudieron dormir cómodamente.
A las seis de la mañana los despertaron los gallos, y se embarcaron en el bergantín “Botón de Rosa” del capitán   Luis Brión, que los esperaba, para partir hacia “Port of Espain” (Puerto España), capital de Trinidad.
Arribaron al puerto entrada la noche. Habían burlado la vigilancia establecida por el capitán de navío de las fuerzas sutiles españolas Juan Gavasso, que patrullaba desde Güiria, toda aquella zona fronteriza con la Trinidad.
Los expedicionarios pasaron desapercibidos, el puerto lucía solitario. Sin embargo a los pocos minutos se apareció el coronel Santiago Mariño, acompañado de los hermanos Bermúdez, el maestro Azcue y Manuel Carlos Piar.  José Maria se adelantó para saludar a sus camaradas, y detrás de él fueron todos los demás.
¡Coronel Mariño…! ¡Qué gusto me da verlo! Saludó a los demás por sus nombres. Todos se conocían:
Estrechó calurosamente a sus parientes los Bermúdez, a los cuales lo unía especial aprecio…
¿Cómo estás José Francisco….?
Todos se unieron alrededor de Mariño y se abrazaron cordialmente. Evidentemente jefe del movimiento.
No conocían personalmente a Piar, pero sabían todo lo que debían saber del formidable jefe patriota, y lo saludaron con respeto.
Bermúdez aprovechó para abrazar a Águila Blanca, como solía. Lo estrechó entre sus poderosos brazos, lo besó, lo estremeció, y riendo a carcajadas, dijo:
Hola, Antoñico… ¡Caramba…! Te has convertido en un gladiador de primera… ¡Quien lo hubiese pensado…! tan retraidito que eras y véanlo pues…  
 Si tú supieras… sólo recordé lo que tú me enseñabas. ¿Te acuerdas…? Da el primer golpe… No lo dejes ni pestañar… Tira primero…  ja ja. 
¿Te acuerdas? carajito…
Claro que me acuerdo; pero ya no soy un muchacho… y tengo muy en cuenta los derechos del adversario. Ya no tiro primero…
Ya sé que has cambiado para bien; pero para mí seguirás siendo ese carajito loco que nos resolvía todos los problemas. Me han contado todas las travesuras que le hiciste a Morales en Barcelona… Ese debe estar loco de bola. Te andará buscando por todo el llano.  
Cerca de ellos, José Maria, en amena conversación, le entregó la carta de su padre a Mariño. Este la  leyó de inmediato  y  dijo:
Mi hermana Concepción se encargó de todo lo relacionado con la casa de ustedes. Eso está resuelto. Todo en su casa está en orden, pueden ir ahora mismo. La servidumbre los está esperando. Pero.. ¿cuántos son ustedes? en la casa no hay mucho espacio, mejor me los llevo para la hacienda. Allá tenemos de todo porque estoy preparando un grupo de refugiados con ayuda de muchos amigos y de mi hermana Concepción, que tiene intereses aquí y los está moviendo muy bien.
Mariño continuó informado, dijo: Tenemos problemas. Debemos cuidarnos del gobernador inglés, Mr. Ralph Woodford… es nuestro enemigo declarado, si no se manifiesta abiertamente, es porque  tenemos el apoyo del pueblo, la mayor parte se siente venezolano,  y tiene cierto temor.
Cerca de ellos Concepción Mariño descubrió a Inés. La saludó efusivamente, le dijo:
Muchacha ¿Qué haces tú aquí? Esto es muy peligroso para una mujer. Vente conmigo para que me cuentes.
Inés sonrió, con esa picardía propia de la que se hace la inocente, y replicó:
Soy un soldado y soy la mujer de Águila Blanca. Este es mi lugar. Pelearé junto a él en todo lo que se nos presente. Por mi patria y por él daré la vida.
Pero… niña… ¿De verdad eres un soldado?
Sí…lo soy. He participado como tal en muchos combates. Duermo con la tropa y cumplo con las órdenes como ellos.
Y… ¿Antonio José está de acuerdo con eso? Tú sabes que esa gente es de abolengo, mijita?  ¿Ustedes tienen planes para el futuro? ¿Él se casará contigo?
Mira, Concepción… Tú sabes que estamos en guerra. Que no hay tiempo para pensar sino para actuar...Yo soy su mujer y estaré con él mientras viva, que a lo mejor es un día más.
Está bien. No te pongas brava. Te comprendo perfectamente. Yo tampoco tengo vida desde que me metí en esto. Vamos… vamos para la casa. Estaré a tu lado para lo que me necesites.
Aunque era una hora avanzada todos se quedaron conversando sobre la situación en la Provincia, amenazada por Monteverde y el poderío español.
Mariño les dijo: Las noticias que tengo no son nada halagadoras, el general Monteverde está enviando asesinos a nuestras ciudades, está violando la Capitulación. Tenemos que actuar en defensa de nuestras familias. Estoy dispuesto a invadir por Guiria, apenas se presente una oportunidad.
La respuesta inmediata de todos aquellos conjurados fue unánime. Azcue habló por todos.
Todos. Iremos con usted coronel.
José María habló pausadamente, como era su carácter.
Desde que Miranda firmó esa Capitulación y entregó nuestras fuerzas a Monteverde, no se podía esperar otra cosa. Yo no puedo olvidar la muerte de José Maria España y la de Manuel Gual. En mi casa causó un trauma que aun no ha pasado. Yo justifico la actuación del coronel Bolívar que lo consideró traidor  a la Patria y lo entregó a Monteverde.
Mariño. Habló también pausadamente.
No sólo fue Bolívar. Fue una conspiración que trajo como consecuencia el arresto de Miranda, y se lo entregaron a Monteverde,  estaban comprometidos Campomanes, José de Mires, Tomás Montilla, el Dr. Miguel Peña, nuestro amigo Miguel Carabaño, Juan Paz del Castillo, Soublette, el mismo Manuel de Las Casas, que estaba de comandante del puerto, que autorizó el arresto.   
Águila Blanca intervino.
La intención de Bolívar y ese grupo que mencionas no fue la de entregar a Miranda; fue la de fusilarlo por traidor, por conocer de antemano que la Capitulación no iba a ser cumplida. Pero todos fueron apresados.
Bermúdez,  también intervino, dijo.
Yo lo hubiese fusilado… sin lugar a dudas. Vean los resultados… aquí estamos sin poder hacer nada.
¿Piar que estaba atento dijo?
¿Cómo es qué no vamos a hacer nada? Entraremos a pelear por nuestro pueblo… Ya lo dijo Mariño, para eso estamos aquí. Y a ese coronel Bolívar tenemos que frenarlo. Se cree el dueño de Venezuela y de América y tal vez del mundo. No me lo calo.
Águila Blanca. Estoy de acuerdo con entrar a pelear, pero no es bueno que antes de hacerlo vayamos a despreciar a un hombre como Bolívar ni a ningún otro. El tendrá mal carácter, pero es un líder mejor que cualquier otro que conozca. Yo lo he visto pelear y he peleado a su lado. Lo que sé es que podemos derrotarlos con buenas tácticas. Si estamos dispuesto a entrar lo probaremos.
Tenemos muchas ventajas para hacerlo, intervino Mariño. Los patriotas nos esperan en todos los pueblos. Estoy convencido que apenas desembarquemos se nos unirán por centenares que saben que bajo Monteverde solo les espera la muerte. 
Piar más tranquilo, razonable y en tono conciliador: Monteverde aprovechó muy bien a los realistas; pero se ganó de enemigos mortales a los criollos ricos, esos vendrán, con nosotros.
El maestro Azcúe también dio su opinión: Esa es la tónica que debemos seguir, la estrategia es tomar puestos claves sin mayor sacrificio. Monteverde se aprovechó de la inocencia del  indio Reyes Vargas y del fanatismo de Torrellas, y de otros cobardes como  León Cordero. Sobornaron la tropa en La Sabana, y con esos escasos hombres avanzaron y tomaron El Tocuyo sin disparar un tiro. El pueblo de Coro, sometido a los curas, no tenía cómo defenderse. Dueño Monteverde, por pura suerte,  de la ciudad de Coro, avanzó a Siquisique que ya se le había rendido. Entonces avanzó sobre Carora que no resistió por falta de un jefe y la cobardía de sus defensores. Lo demás vino como resultado de la desorganización, la sumisión y el miedo.
 Mariño, levantando la voz: Bueno, señores, los espero en nuestra casa para el desayuno. Ya Concepción ordenó todo lo necesario. Allí continuaremos la plática, que de ella saldrá el plan definitivo que seguiremos.
Cuando salían, Águila Blanca le pregunto a Mariño: ¿Comandante, usted conoce bien al Comandante Manuel Carlos  Piar?
Creo conocerlo bastante bien. Estuve con él en Sorondo. Estaba al mando de una cañonera, ostentaba un rango superior, pudo escapar con mucha habilidad. Te puedo decir que tiene una buena formación y larga experiencia en su casi 40 años. El se inició con los patriotas Gual y España. También participó activamente en la liberación de Haití. Es un patriota probado. 
Pero su temperamento no lo ayuda.
Así es. Espero poder controlarlo.
La estancia de los Mariño en Trinidad, atendida por Concepción,  está ubicada en el barrio de San Fernando, muy cerca del Puerto. Es más bien una típica finca cacaoteras. La casa muy espaciosa daba cómodo cobijo a sus dueños y a más de cien obreros, la mayor parte esclavos negros. Tenía un caney en el cual se podían colgar hasta cincuenta chinchorros, y si era necesario para muchos más, se acomodaban en el suelo  en petates, como en este caso, porque todos los evadidos de Cumaná, llegaban  a esa casa antes de tomar rumbo definitivo. Nadie fue rechazado. Allí recibieron toda la ayuda que necesitaban.  
El desayuno estuvo muy animado. Cada comensal echaba su cuento. Muchos daban risa pero otros escandalizaban. Los piropos para la dueña de la casa no faltaron.
Después del desayuno se reunieron en una especie de asamblea plenaria. Mariño hizo un corto recuento de la situación,  dijo: -En realidad tengo muy pocas noticias de lo que pasa en Venezuela, ya tengo tres meses en Trinidad, de verdadero aislamiento, pero preparándome para volver. A todo evento haré un resumen de lo que sé:
            Monteverde recordó que nuestra provincia existía después que tuvo el control de Caracas.
La situación de la Capitanía General de Venezuela se le presentaba favorable: Maracaibo con su aliado don Fernando de Mijares, se le brindó; en Coro tenía a su marioneta el coronel José de Ceballos, que le servía como esclavo; en Trujillo el traidor coronel José de Martí. ¿Qué se podía esperar de un traidor? En Barinas el coronel Francisco Tizcar, un colaborador apreciable; en Calabozo, lo peor, al bárbaro José Tomás Boves y en Puerto Cabello, al capitán de navío Joaquín Puelles.
En nuestra provincia la altiva e ingenua Nueva Andalucía,  sus hombres se entregan al halago, y él nos envió un dulce, un hombre justo. Héroe de Bailen.  El resto de la Capitanía General ya era suya. Guayana, en manos de los curas, tenía que rendirse, y además allí fuimos derrotados. Todo conspiró contra nosotros… y fuimos derrotados bajo el mando del mejor hombre de la emancipación, el capitán de navío González Moreno… Allí todo se perdió, menos el honor; y lo que es peor para su pueblo: Guayana continúa bajo el mando del español, Matías Ferrara y un peligroso estratega el coronel José Chastre. Será difícil liberarla.
Barcelona que ha poco tiempo de separarse de Cumaná, una conspiración realista encabezada por el fraile criminal Joaquín Márquez y otro igual, don José María Hurtado, tomaron el poder el 4 de julio y paralizaron la respuesta de Cumaná al Congreso, que tuvo que enviar una expedición punitiva y aleccionadora bajo el mano de de don Vicente Sucre y García Urbaneja, Padre de la Emancipación en esta provincia, con un ejército de 1000 hombres y 18 barcos de guerra que fue a someterla y lo hubiese logrado rápidamente,  antes de la firma de la vergonzosa Capitulación, por lo cual tuvo que abandonar su empresa despues de algunas victorias muy importantes.
Solo quedaba Cumaná, donde Monteverde envió oficios conciliadores al Ayuntamiento, conjuntamente  con el texto de la capitulación que juró cumplir y Cumaná cayó inocentemente.  Para la luna de miel envió al manso don Emeterio Ureña, pero sobre la marcha mandó al verdugo Cerveriz y despues a Zuazola y a Boves.. Esta es la situación. Quiero oír sus comentarios. 
Bermúdez habló. Creo que todos conocemos esta realidad, no vale la pena discutir, si todos estamos aquí para ir a la lucha por la recuperación del poder en Venezuela. Creo que este es el sentimiento de nosotros. No tenemos que convencernos de la misión que debemos cumplir. Basta ya de habladeras. Vamos a preparar las jornadas que vienen. Estoy ansioso por pisar el suelo de la patria que agoniza.
Piar, adelantándose un paso,  sólo dijo: Mi barco está a la orden. El capitán Luis Brión puede decirlo.
Éste, como buen marino, se levantó y dijo: El “Zaphir” está en perfectas condiciones de navegabilidad. Es una buena embarcación,  está especialmente dotada para atacar o defenderse  de cualquier embarcación o armada.  Su tripulación es de ocho oficiales y cuatro marinos. Puede transportar hasta cien personas con sus arreos.
Si Vs. capitán Luis Brión -interviniendo Mariño-, lo cree, y  podemos llevar hasta cien hombres, serán suficientes para incoar nuestro empeño. 
Sí lo creo y estoy seguro de ello. Cien es su capacidad pero… se puede pasar de ese límite, dependiendo del tiempo, conociendo como conozco este trayecto que recorro normalmente, este no es el mar de Eolia, y además la travesía es corta. No habrá ningún inconveniente.
Ya lo veremos en el momento de partir. Lamentaría que tuviesen que quedarse algunos de mis hombres, todos son buenos guerreros. Lo más importantes es que los 45 caballeros que me acompañan se sientan igualmente tratados. Estos guerreros por si solo pueden derrotar cualquier ejercito del tamaño que sea. Ellos serán los comandantes de la liberación, desde ya merecerán ese tratamiento. Espero que no haya objeción en ello. Los 45 comandantes.
Desde ese día, Mariño celebró consejo de guerra todas las noches, y convirtió su casa y sus tierras en campamento de entrenamiento, lo cual hacían preferiblemente de noche. Mariño nombró a Águila Blanca, jefe de instrucción militar, y les pidió a los mayores, respetarlo y mantener la disciplina durante las prácticas.
            En esos días Piar, después de tratarlo con Mariño,  le rogó a Brión que lo llevase Willemstaad en Curazao, para resolver algunos asuntos personales antes de entrar en acción. Piar se quedó en el puerto y casualmente se encontró con Bolívar, estaba desesperado porque le embargaron su equipaje y atentaron contra su vida, y quería continuar su viaje a Cartagena. El futuro almirante Brión no lo pensó dos veces, alistó uno de sus barcos y partió al día siguiente con el Libertador, que iba a emprender, con solo la ropa que llevaba puesta,  la extraordinaria Campaña Admirable,  igual a la de Mariño, de tal suerte que la guerra se abriría por los dos extremos de Venezuela.       
En Trinidad Mariño y sus 45 caballeros se alistaban. Contaban con la colaboración del compatriota Manuel Valdés que tenía un alto cargo en la Isla, y los corsos Jean Babtist Videau, Poll Pietri y Saimont Agostini. Las reuniones llamaron la atención del Gobernador militar de Trinidad, Mayor General  Williams Munro,  por denuncia de los realistas que  vigilaban los pasos de los patriotas; y se presentó una situación tirante entre el gobierno de Trinidad y los venezolanos. Tanto es así que el Gobernador les envió un ultimátum, que Mariño rechazó categóricamente. La propia  presentación del mensaje, lo  encuentra insultante, dice:
“A Santiago Mariño, General de los insurgentes de Costa Firme”; entonces le ordenó a Sucre, contestarle protocolarmente pero con firmeza al ciudadano gobernador de Trinidad. Sucre con mucho escrúpulo le escribió:
“Cualquiera que haya sido la intención de V. E. al llamarme “insurgente” estoy muy lejos de considerar deshonroso el epíteto cuando recuerdo que con él denominaron los ingleses a Washington”.
El 20 de diciembre Águila Blanca recibió una carta de su hermana Magdalena que permanecía en Cumaná, en la cual le participaba el arresto de don Vicente. La carta dice entre otras coas:
“Cervériz procedió, el 16 de diciembre,  con el mayor sigilo, a la detención de  22 de los más prominentes ciudadanos, entre los cuales se mencionan renombrados patricios, cabezas de las principales familias, como son: los coroneles: Dionisio Sánchez, coronel Diego Vallenilla, el teniente  coronel  José Jesús de Alcalá; ayudante Francisco Sánchez, don Gaspar Millán, don Ramón Landa, don Juan Prado y sus hijos: Baltasar y León Prado; don José Eustaquio Márquez, don Francisco Marcano,  don Jesús Francisco Brito, don Fabián Maza;  el Administrador del Correo, don Manuel Machado; el Administrador de la Renta del Tabaco, don Pedro Betancourt; los presbíteros don Pedro Coronado, don Jacobo Laguna, don Francisco Escalante, Fr. Andrés Antonio Callejón Vélez,  Fr. Diego Gaspar Botino y a papá. Tú sabes cómo es él. Nos dijo, no se preocupen regresaré, pero creo que a todos  los enviarán a La Güaira”. 
Águila Blanca le pasó la carta a Mariño, sin ningún comentario, y se retiró  en silencio hacia el patio a meditar.  No pudo contener las lágrimas que brotaban incontenibles. Lo daba por perdido. Inés se le acercó, lo estrechó entre sus brazos y consoló con besos, en silencio.
Águila Blanca dijo a Mariño y otros interesados: les voy a contar lo que se de los sucesos de Cumaná.  El 27 de septiembre de 1812 había llegado a Cumaná el nuevo gobernador nombrado por Monteverde, don Emeterio Ureña, héroe de la batalla de Bailen, a la que Andrés Bello glorificó en un soneto perfecto; llegó al frente de una compañía de 200 soldados corianos fogueados en la campaña del general Domingo de  Monteverde, que por lo tanto se consideraban invencibles. Don Emeterio entró a una Cumaná que ardía en manos de los catalanes que reclamaban el ajusticiamiento de los responsables de la revuelta emancipadora. Don Emeterio se negó a escuchar las quejas  teniendo en cuenta que en la lista presentada estaban los jefes de las principales familias de la ciudad, y don Emeterio resultó un hombre conciliador que a todo evento recurría al texto de la capitulación firmada entre Monteverde y los agentes del Generalísimo, lo que disgustó a los españoles. Don Emeterio tuvo la audacia de convocar a los representantes del pueblo de Cumaná para lo que él llamó la “jura” de la Constitución aprobada por el Cabildo Cumanés, como en efecto se juró los días 13 y 14 de octubre de ese año, en un acto público que se desarrolló con la pompa acostumbrada en la capital de la provincia.     
En esas circunstancias regresó a Cumaná, el Dr. Don Antonio Gómez y Abreü, médico muy rico, influyente, encumbrado y temible enemigo, que fue expulsado de Cumaná por las autoridades del movimiento emancipador, por conspirar el 11 de julio de ese año.  Había sido nombrado por Monteverde Contador Mayor del Tribunal de Cuentas. Este sujeto inmediatamente se puso en contacto con los catalanes, y enterado de todo lo que decían contra Ureña, viajó a Caracas en compañía de don Manuel de Tejada, y convenció a Monteverde para actuar en contra del Gobernador de Cumaná, y contrarrestar sus prácticas humanistas. Monteverde ni corto ni perezoso ordenó por oficio del 30 de octubre, la detención de todos los que participaron en Cumaná, en el gobierno de la provincia durante el tiempo del movimiento sedicioso, y los enviase con las disciplinas acostumbradas en estos casos, a las mazmorras de La Guaira. Don Emeterio, leyó incrédulo, la orden de Monteverde, un sudor frio corrió por su columna vertebral y enseguida llamó a su secretario el Dr. José Graü, y le dictó, un oficio que dice:
Son muchos y graves los obstáculos que tiene la ejecución de esta orden, sobre todo porque tengo que cumplir el oficio de fecha 10 de septiembre en el cual se me ordenó, que me entendiese con la Real Audiencia de Cumaná,  sobre cualquier causa de revolución y otras materias de justicia, remitiendo a Caracas todos los procesos que se formen como lo he hecho hasta esta fecha. Lo cual no puede cambiarse con una orden que no esta amparada en la Ley. Más bien parece un acto cruel de venganza, violatorio de la Constitución que ha sido jurada por la ciudadanía de esta provincia.    
Este asunto fue llevado a la Audiencia que aprobó por unanimidad la conducta del gobernador.
Monteverde respondió a este reto de Ureña y el Ayuntamiento de Cumaná, nombrado como comisionado especial al teniente Francisco Javier Zervériz, con la orden de hacer cumplir, sin escusa,  la orden dada a Ureña. Zervériz llega a Cumaná con fuerzas bien entrenadas y con ínfulas dictatoriales. Pese a que el gobernador intentó controlarlo, el astuto joven se unió con los catalanes, obtuvo el control de la guarnición de Cumaná y asumió el poder y se inició la persecución de los imputados, fueron varias noches de terror que vivió Cumana.
Entre tanto Monteverde irritado por el comportamiento,  pacífico y equilibrado del gobernador militar de Cumaná don Eusebio Ureña, lo reemplaza con el sádico, coronel Eusebio Antoñanza, maestro de atrocidades de Boves, que cubrió de luto y espanto a San Juan de Los Morros,   que llega a Cumaná en compañía del más ruin y cobarde de los hombres el capitán Antonio de Zuazola. El primero de marzo de 1813, este bárbaro y ruin gobernante, desplaza a don Emeterio Ureña, y se inicia el despotismo más cruel y sanguinario  que recuerda la historia de Cumaná.
 En la reunión de aquella  noche, Mariño dijo:
Yo conozco esa historia y mucho más, por eso estamos aquí. Pero ahora vamos a celebrar como se debe la Natividad. Iremos a la iglesia, como lo hacemos en Cumaná. A los que lo acostumbran, pueden reconciliarse y recibir al Señor. Los otros pueden emborracharse y hacer lo que les venga en gana, porque en los primeros días de enero invadiremos. Después de la fiesta nos iremos para el islote de Chacachari, ya ustedes lo conocen. Allí estaremos mejor. Ese islote pertenece a mi hermana Concepción, y tenemos todos los pertrechos. Los ingleses no tienen autoridad sobre esa propiedad.
Desde esa noche de diciembre de 1812, los hombres se prepararon para bien morir. Sabían muy bien a lo que se exponían, pero confiaban en su jefe y en sus manos pusieron su vida y su destino. En la  madrugada del 26  de diciembre, en el  “Saphfir” subieron 110 hombres y 22 mujeres, entre ellos los 13 guerreros  escogidos por Mariño con el grado de Comandantes, a saber: Bernardo y José Francisco Bermúdez, José María Sucre, José Francisco Azcue, Manuel Valdés, Fr. Domingo Bruzual Beaumont, José Rafael Guevara, Rafael Mayz, José Leonardo Brito Sánchez, Juan Bautista Daríus, Bernardo Martínez, Fernando Gómez de Saa,  entre los cuales estaba también el joven Águila Blanca, en el cual Mariño había depositado toda su confianza. El y Brión  se encargaron  de resolver todos los detalles  de la expedición.
Mariño pidió la presencia del padre Domingo Bruzual, para que bendijera a los soldados. Entre los soldados el sacerdote  no se diferenciaba para nada de aquellos guerreros. Se quitó el fusil, el sombrero, y se acercó a Mariño, quién le dijo:
Échenos la bendición, padre, para que partamos con Dios por delante.
El padre Domingo se ubicó en una parte alta del muelle donde todos podían verlo y oírlo. Se persignó, besó la estola y dijo:
Hermanos en Cristo… Mis palabras no provienen de mí sino de Aquel a quién represento, mi señor Jesús. El Padre que me envió es el que me ordena lo que debo decir y enseñar. Y sé que su enseñanza nos lleva a la vida eterna.
Señor Jesús. Tú sabes que muchos de nosotros tendremos que pasar por momentos semejantes al de tu agonía en la cruz, momentos en los que  parece que Dios está lejos, nos abandona  y quisiste también enseñarnos a orar en ocasiones terribles. Tú quisiste acompañarnos  para que no haya sitio de dolor al que tengamos que ir,  en el cual tú no hayas estado. El verdadero vencedor es aquel que sabe que Dios no lo abandona en el dolor sino que lo comparte. Él estará a nuestro lado hasta el último momento, si lo llamas; yo les digo, aunque parezca que la derrota nos persigue; si tenemos a Dios, la victoria está asegurada. Recuerden a Jesús: cuando, agonizante en la cruz, solo decía Dios Mío… Dios Mío. Como Él,  Llamen al padre que él no los abandonará.
Que Dios los bendiga y que Dios permanezca a nuestro lado en los momentos del sufrimiento. Amén.  
El 26 de diciembre en la madrugada salieron para la isla de Chacachacare, allí desarrollarían sus planes con mayor libertad y en el mayor anonimato.
Estando en el puerto a punto de partir, Águila Blanca se  presentó respetuosamente ante Mariño que presenciaba las maniobras.
General Mariño, dijo Sucre, él lo atajó, le dijo: ¡Comandante! --como todos- ¿Qué quieres decirme?
Todo está listo para partir, cuando usted lo ordene.
Vamos a abordar el “Saphfir”. Avísame cuando llegue Piar, el es el dueño.
   A poco se escuchó el trote de un caballo, era Piar. Su porte no podía engañar a nadie, su uniforme de alférez, su estatura y sus modales denotaban al caballero y al guerrero altivo y teatral. Le gustaba llegar en el momento más oportuno, para no pasar desapercibido.  Desde el barco lo vieron y lo saludaron con entusiasmo. Se paseó al lado de la embarcación y con el sombrero en la mano saludó a todos los expedicionarios. Luego majestosamente entregó las riendas del corcel a un  acompañante. Mariño lo esperó en la escalerilla, y lo invitó cortésmente a subir a la nave. Brión, con una sonrisa pecaminosa, lo observó desde el comendo de la nave, y le dijo a Bermúdez que estaba a su lado:
Este hombre nos va a dar mucha lidia. Es muy ambicioso y no tiene talento suficiente para lo que pretende.
Y… ¿Qué pretende…?
Ser superior a ustedes: a Bolívar, a Mariño.
Bueno… En la acción que viene se verá. No nos adelantemos.
A mí me parece un gallo pataruco.
El tiempo lo dirá, mi querido comandante. Y disculpe; pero para Mariño… todos somos comandantes.
Qué vaina… ya me había acostumbrado a mi grado de Capitán de Navío.
Puede ser que te lo devuelvan, de  acuerdo con tu desempeño en esta incursión. Mira ahí viene Piar.
Buenos días camaradas… ¿qué les parece mi barco...?
Me parece… dijo Brión con una picara sonrisa-  que falta un hombre como Bolívar, para que esta expedición tenga el éxito deseado.
Usted siempre con suspicacias… Mete los dedos donde me duele…
Son vainas mías, comandante… No me haga caso.
La travesía hasta la isleta de Chacachacare fue rápida y sin inconvenientes. Allí desembarcaron en el puerto privado de doña Concepción Mariño -“La  Gatica”, en una pequeña bahía, media luna de arenas blancas sobre un manglar- que los recibió personalmente, con un grupo de esclavos negros, ataviados con uniformes y fusiles ingleses. Ya eran soldados de la revolución. 
Después del saludo formal los expedicionarios fueron conducidos al campamento. Nadie podía imaginar lo que tenía organizado la extraordinaria mujer.
Mariño y su hermana, en compañía de Águila Blanca, caminaron juntos hasta un depósito de armas, Concepción le dijo:
Mira, Sucre, aquí tengo cien fusiles de chispa y seis cañones de 4, 6 y  uno de 8; también tengo morteros y morteretes
Águila Blanca cogió un fusil y dijo: ¡Norteamericanos…! Son  largos y livianos… deben pesar seis libras.
A esta observación Mariño replicó: estos fusiles de chispa, son de hierro fundido,  de ánima lisa, de avancarga,  con un calibre de ¾ de pulgada. Las balas son esféricas, de plomo y de bronce. Las piedras son españolas de la mejor calidad.
Las españolas son las mejores, sentenció Águila Blanca,  porque las inglesas las fabrican de pedernal para exportarlas, ya los compradores lo saben. No todas producen  chispa.
Concepción, que no perdía detalle, continuó: Tambien tenemos cañones de distintos calibres y otras armas. La artillería es la base de nuestra estrategia y oportunidad de vencer, pueden verlo: cañones, obuses y morteros de diferentes calibres, tú lo sabes, eres el artillero.
El calibre del cañón está dado por el peso del proyectil en libras –Acuñó Mariño, que se sintió tocado- el de los obuses y morteros por el diámetro del ánima en la boca, expresado en pulgadas. Así que cuando hablamos de un cañón de 4 entendemos que se trata de un cañón que carga un proyectil esférico, macizo, de 4 libras de peso.
Sucre dijo: Es suficiente. Me basta con eso, aunque debo agregar. que la artillería en una gran batalla debe complementarse con obuses de seis pulgadas. 
Mariño sonrió y dijo: Arismendi me mandó un cañón de 8. No sé como harás para llevarlo.
Por ahora no lo vamos a necesitar. Pero ya tendrá su oportunidad. Ese es un cañón de sitio y es muy disuasivo. 
Caminando y conversando llegaron a los corrales donde  había 50 briosos y escogidos caballos; y en un amplio caney tenían comodidades para todos los guerreros. Varias cocineras preparaban un suculento desayuno: abundante café negro, pescado frito en gran cantidad, arepas cumanesas y casabe de los llanos de Maturín, leche de cabra, abundante agua de coco tierno y algunas frutas. Apenas llegaron les sirvieron el café en toporos de coco labrados por artesanos expertos de la misma finca. 
Allí estaba Piar, tratando de darse a conocer por la tropa: es un general de mucha experiencia, victorioso en el campo de batalla, galante, poderoso como un Aquiles arrastrando los despojos de Héctor, alrededor de los muros de Troya.  Le  preguntó a Mariño-
¿Comandante, Mariño, usted ha organizado todo esto?
Para nada… respondió el eludido, acompañado con un gesto evasivo y característico con sus dos manos-,  todo lo que ve es de Concepción. Ella es la verdadera comandante general de este proyecto. Yo sólo la he secundado, y ya la verás peleando como una verdadera amazona. 
Por cierto… -inquirió Piar- Me puede decir ¿Quien es esa amiga de Sucre?
Mariño.  ¿Doña Inés…? -Es una guerrera que se las trae.
Si, ya me han hablado de ella. Pero es una mujer muy cerrada. No se presta a ningún comentario ni confidencia. A mí, ni me saluda.
A nadie que yo sepa –comentó Mariño v viéndolo de soslayo-  pero se da muy bien con Concepción… La adoptó como su mano derecha. Mira… allá están juntas y no paran de hablar.
Bueno… y,  ¿Sucre que hace? ¿No lo veo mucho con ella?
Sucre es muy delicado… Pero en la noche se queda con ella.
Ah… no me había percatado. Pero…él es un muchacho… Mucho camisón pa‘petra.
Mariño. No me confiaría en un lance entre tú y ese muchacho.
¿Crees que ese mocoso puede vencerme?
Se ve que no sabes nada de él. Te puede vencer con una mano amarrada.
Ya habrá tiempo para saberlo.
En otra parte del barco Sucre y dos negros de Granada trabajaban y levantaban las velas. Como el trabajo se hacía difícil otros hombres duchos en esos menesteres se incorporaron a la tarea para ayudar. Brión… que se dio cuenta de lo difícil de la maniobra con el velamen, también bajó.
Mariño le dijo a Piar.
Fíjate en Sucre, ese muchacho está en todo. Míralo con los esclavos trabajando, en una tarea que al parecer conoce perfectamente por la pericia  que muestra.  Y observa como todos quieren participar, estoy seguro que él lo hace para eso, para que todos entiendan que la lucha es de todos.
Ya… me doy cuenta. Creo que tienes mucha razón. Lo observaré y si es tan bueno como parece, y como todo lo hace pensar, lo tendré muy en cuenta a la hora de las chiquitas. Además, no tengo nada contra él, aunque parece un admirador de Bolívar y yo a ese mantuano mulato, no lo paso. Además, se nota que no es blanco, el también es mulato, pero se las da de blanco, y eso no lo soporto. Fíjate… tiene el pelo negro ensortijado y la piel tostada, o sea es moreno, es de mi raza… ¿de qué linaje hablan ellos…? tanto él como Bolívar son tan mulatos como yo. 
Mariño. El es blanco mediterráneo y tú eres rubio borbónico. Déjate de eso… ¿Qué te va a ti en ese entierro? En este momento es tan soldado como tú, es lo que importa; y pueden morir igualitos los dos y los enterraremos bajo el cielo en cualquier lugar, sin misa y sin boato.
¿Por qué dices eso…?
¿Qué eres borbónico? Se muchas cosas que dicen sobre ti.
Esas son falsedades. Y sé que mi jefe el Generalísimo, también decía esas cosas. Yo tengo padre y madre en Curazao.
No sé si es verdad o mentira, pero tú físicamente pareces un príncipe.
Bueno mejor dejamos esta conversación para otro día. Me molesta.
Esos días decembrinos sirvieron para un rígido entrenamiento donde se lucieron muchos de los caballeros de Mariño, tales eran, para ese momento: Los hermanos Bermúdez, los hermanos Sucre y Alcalá, José Francisco Azcue, Manuel Valdés, Agustín Armario, José Rafael Guevara, Rafael Mayz, José María Otero, Mateo Guerra Olivier, Juan bautista Cova, José Leonardo Brito, Juan B. Darfus, Bernardo Martínez, Fernando Gómez Saa.
Sucre entrenaba soldados que nunca habían tomado un fusil pero eran buenos cazadores, escopeteros, aprendían con facilidad; él los llamaba macheteros. También los preparaba en la construcción de barricadas, trincheras, fosos, baterías, se puede decir que tenían bases para su futuro batallón de zapadores.   
Mariño se separó de Piar, caminó hasta la playa y llamó a Sucre, para hablar sobre la estrategia a seguir, le dijo: Vamos a conversar, a planificar, lo que debemos hacer. Caminaron hasta la entrada de la finca y se recostaron en la talanquera. Y continuó… Oye, no voy a estar en forma para dirigir la toma de Guiria, pero voy a estar a tú lado para actuar sobre el terreno, y cuidar de los detalles. Invitemos a los caballeros para discutir el plan de acción en el plano de la campaña. Guiria debe tener en este momento una guarnición formada por lo menos de 200 hombres, dirigidos por el capitán de navío Juan Gavasso, con fama de buen marino, lo he visto en acción, impredecible, es muy hábil: no son muchos si los cogemos desprevenidos, pero serían demasiados, si los alertamos. Debemos tomar todas las previsiones para sorprenderlos y eliminarlos, porque si se escapan volverán con refuerzos.
Por supuesto –comentó Sucre-  usted tiene que participar; pero Ud. General y su Estado Mayor, no lo harán directamente en esta acción, a menos que sea absolutamente necesario; perdone mi osadía, pero es  ley de la guerra. Estamos iniciando una campaña y ésta es una batalla. Implementemos una acción concertada, una sencilla operación tenaza. Podemos desembarcar en su finca “Cauranta”, y avanzar con 5 caballeros al frente  y hasta 100 guerreros, de los que hemos entrenado, que  por cierto, están bien preparados para esta acción; Videau, Azcue, Guevara, Mayz, 22 gurreros  y Piar, con la goleta atacarán por el mar. No habrá fuerza capaz de atajarnos; romperemos sus defensas y se rendirán o morirán.  Podemos estar seguros que con la fuerza irresistible de nuestros 45 caballeros, cada uno vale por 10, la victoria será nuestra.
Bien… ¡Que te puedo decir. Se nota que has meditado, eres un águila de verdad, verdad; estoy de acuerdo… es una operación la más arriesgada que he emprendido en mi vida, pero tengo fe en que venceremos. Lo discutiremos en la mesa, si me permites yo lo explicaré; sin embargo faltan detalles: por ejemplo, como coordinaremos la entrega de los caballos; y, Piar  ¿Se podrá confiar en él…? Aceptará atacar después que nosotros entremos en acción. Tú sabes cómo es… porque debe esperar nuestro aviso y no sé como lo coordinaremos.
Sucre. Lo negociaremos, lo de los caballos lo veremos después de la victoria.  Vamos a una reunión. No digas nada de mí.
Mariño. No te preocupes, yo se que todos creen que eres demasiado joven. Pero tu experiencia habla por tu boca… Sin embargo me preocupa.
A mi… no me preocupa su actuación; si Piar ataca primero lo apoyaremos. Aunque Gavasso tratará de impedirle que llegue a Puerto. Sigue siendo lo mejor que nosotros ataquemos primero por tierra. Los españoles tienen ciertas ventajas en el mar. Lo discutiremos con Piar.
Si Piar no acepta el plan que voy a exponer, y pretende entorpecerlo, yo tomaré la iniciativa.
No, General… Perdone Usted, le sugiero que: junto con los hermanos Bermúdez, mi hermano José María, el padre Domingo Bruzual, y otros caballeros, conformen un Estado Mayor, con una guardia de 20 hombres, que deben permanecer juntos  en la retaguardia y tomen las decisiones. Ustedes no pueden arriesgar nada. Solo de ser necesario entrarán en acción y no creo que se dé esa posibilidad.
Me parece prudente. Veremos el desarrollo de los eventos y decidiremos sobre la marcha y las circunstancias. Todos estamos dispuestos a vencer o morir, pero lo más importante siempre será mantener la lucha y en eso estamos todos.
Sucre y Mariño estaban entretenidos conversando, y no se dieron cuenta que se acercaban dos jinetes, bueno… dos hombres en dos mulas. Cuando ya estaban cerca, Mariño dijo. ¡Carajo si fueran enemigos nos habrían liquidado!
Un hombre robusto al cual casi no se le veía el rostro que traía tapado con un paño de mota, gritó:
¡Águila Blanca…! Soy yo… Su sargento Policarpo y mi compañero es el cabo Luis Velásquez.
A.B.,  gritó emocionado:
¡Policarpo… estás libre y vivo…!
Así es… me salvé milagrosamente.
Se apeó de la mula; le dijo a su compañero que se acercara para que saludara a sus amigos,  y él a la vez,  caminó hacia la talanquera. Abrazó confiadamente a Águila Blanca. Lo estrechó largamente, y dijo:
¡Amigo… qué placer verte…! No sabes lo que he pasado para llegar aquí. Podría decir… como dice mi compañero Luis Velásquez… lo que queda de mi… o mejor, de nosotros, porque éste buen soldado las ha pasado todas conmigo.
Después de escuchar varios cuentos de Policarpo, que hacía esfuerzos para que no se rieran;  Águila Blanca se lo presentó a Mariño, le dijo:
Comandante… Este hombre es el servidor más eficiente que he conocido… No hay nada que no sepa, ha sido hasta diputado, pero él puede ser gobernador y a la vez cocinero, portero, investigador… Lo que sea…
Está bien Águila Blanca, mira que el Comandante puede mandarme ahorita mismo a preparar el condumio de la tropa, y de verdad… en estos momentos lo que quiero es dormir. Tengo que estar fresco para contarles lo que está pasando. Todo mundo corre peligro de muerte. Los españoles nos quieren muertos a todos.
Mariño interrumpiéndolo.
Sargento, hágase la cuenta que ésta es su casa, disponga que le den una hamaca y duerma lo que quiera; y por supuesto; lleve a Luis Velásquez que también estará en sus mismas condiciones… Si desean comer algo o beber, hablen en la cocina, allí los atenderán…
y continuó dirigiéndose a todos:
Tenemos que estar preparados amigos, porque si se riega la noticia de que estamos aquí, vendrán muchos voluntarios.
Águila Blanca había tomado la costumbre de sentarse sobre las piedras o en el mismo suelo, cruzaba las piernas en posición de loto, y con unos palitos garabateaba, o hacia como que escribía, entonces levanto la cabeza y  preguntó:
Y… ¿Cómo podrán hacerlo?
No sé, pero lo hacen. Ve este mismo caso… Después… pregúntale como hicieron para llegar aquí… Será una buena historia. Tenemos que apurar el tren… exigiremos el máximo esfuerzo, la expedición primera prioridad. Encárgate, para que todo esté dispuesto. Toma las medidas que creas convenientes, si algún jefe se entromete y te crea problemas, le dice que consulte conmigo, que son mis órdenes.
Al otro día, desde la cinco de la mañana, todo mundo estaba en los patios ejercitándose; luego se ocuparon del armamento.  Por cierto Policarpo ya estaba en su puesto, y muchos caballeros preguntaron por “ese tipo”. El conocía muy bien la metodología de Águila Blanca. Comenzaba diciendo: “Aquellos que no aprendan a disparar con soltura, a defenderse y no estén en excelentes condiciones físicas… no se embarcarán”.
En un descanso buscó a Sucre y le contó todo lo que estaba pasando en Venezuela, por lo menos lo que había averiguado. Sucre le dijo.
Todo eso lo vas a contar esta tarde en el Consejo Mayor.
Esa tarde del 28 de diciembre se reunieron los 45 caballeros y alguno que otro invitado, en el Caney. Mariño presidió el Consejo, y dijo: 
Antes de entrar en materia -refiriéndose a los detalles de la expedición- Quiero que escuchen al sargento, mi amigo Domingo Policarpo; que providencialmente llegó a nuestra casa; y lo invité a participar con nosotros… Tiene la palabra… don Domingo Policarpo.
El Sargento se levantó, como un resorte, como siempre hacía, y dijo como asustado, con su vozarrón: ¡Gracias a Dios estoy aquí…! Y gracias por escucharme.  Vengo huyendo de Barcelona. Allí el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz ha instalado un gobierno de terror, contra todos los criollos que participamos en el movimiento emancipador. Ha cometido crímenes horribles; de noche, con hombres disfrazados…. Como ladrón fue a las casa de los padres de familia más importantes de la ciudad; los apresó y los envió con grillos y cadenas a las mazmorras de La Guaira… Que dicen que el que entra allí, no sale vivo. Ese carajo envió a La Guaira, es decir a la tortura y la muerte, al anciano general José Antonio Freites de Guevara, al digno patriota, capitán José Antonio Anzoátegui, un caballero sin igual, Águila Blancas lo conoce muy bien:  al coronel Agustín Arrioja de Guevara, a don Miguel Hernández, al sacerdote Pedro Vicente Grimón, a don Carlos Padrón, y otros, que se escapan de mi memoria… Por el solo delito de pertenecer al Ayuntamiento de esa provincia. En Margarita ha sido mucho peor; Monteverde mandó a un bárbaro ignorante, un tal Pascual Martínez, asesino que juega con la vida y el dolor de los prisioneros; cuentan que antes de matarlos los amarra en los cañones calientes, donde les hierve la sangre; y bajo engaño, redujo al coronel Juan Bautista Arismendi, a los hermanos Simón y Juan Bautista Irala, a los hermanos Pedro y José Rafael Guevara, a don Antonio Silva, y muchos más ciudadanos esclarecidos de Margarita. Pero Arismendi logró liberarse y entró a Margarita con sus valientes ñeros; tomó el poder y encarceló a Martínez. En Cumaná todo iba bien con don Emeterio Ureña, pero Monteverde, azuzado por los catalanes de Cumaná,  envió a un joven teniente Francisco Zerveriz, de sangre asesina, de muy mala reputación… y éste bandido, apresó al padre de Águila Blanca, don Vicente de Sucre, Presidente de la Junta de Gobierno;  y a su tío José Manuel de Alcalá, a don Diego de Vallenilla, al padre Botino, al padre Callejón, al padre Laguna, al Dr. José Grau; y decenas  de prominentes ciudadanos, los llenó de cadenas y oprobio… En Cumaná no se ha salvado nadie, aquellos que no han sido engrillados están en lista de espera. Estos ignorantes asesinos se limpian el rabo con la Capitulación y los documentos firmados por Monteverde… Hay una persecución a muerte, en forma sistemática contra los criollos. Tengo muchas cosas que decir… pero por ahora… eso es suficiente.
Muchas voces se levantaron para comentar el informe sucinto que rindió el sargento Policarpo, que soliviantó el ánimo de los guerreros. La sangre patriota hervía, pensando más en aquellos mártires de la Patria que en su propia vida.  Entonces Mariño se levantó y dijo:
Vamos a firmar un acta a los efectos del protocolo y para que la historia conserve en sus anales, este acontecimiento. Le doy gracias al sargento Policarpo, por sus palabras, llenas del furor de su patriotismo, muy a cuento de lo que estamos haciendo, y vamos a intentar.   
Les voy a leer un texto y lo someteré a su consideración, leo…
“Violada por el jefe español D. Monteverde la capitulación que celebró con el ilustre general Miranda el 25 de julio de 1812; y considerando que las garantías que se ofrecen en aquel solemne tratado se han convertido  en cadalsos, cárceles, persecuciones  y secuestros, que el mismo general; Miranda  ha sido víctima  de la perfidia de su adversario; y en fin, que la sociedad venezolana se haya herida de muerte, cuarenta y cinco emigrados  nos hemos reunido en esta hacienda, bajo los auspicios  de su dueña, la magnánima señora Concepción Mariño, y congregados en consejo de familia, impulsados por un sentimiento de profundo patriotismo, resolvemos expedicionar sobre Venezuela, con el objeto de salvar esa Patria querida de la dependencia española y restituirle la dignidad de nación que el tirano Monteverde  y su terremoto, le arrebataron. Mutuamente nos empeñamos nuestra palabra de caballeros de vencer o morir en tan gloriosa empresa; y de este compromiso ponemos a Dios y a nuestras espadas por testigos. Nombramos Jefe Supremo con plenitud de facultades, al coronel Santiago Mariño.- Chacachacari, 11 de enero de 1813”.
Este texto redactado por Águila Blanca, fue el resultado de varias horas de discusión. Fue firmado a las 6 de la tarde, por el Comando de Guerra que presidió el coronel Santiago Mariño. Actuaron como secretarios los comandantes: Francisco Azcue, José Francisco Bermúdez, Manuel Carlos Piar y Manuel Valdés.  
Una vez firmado el texto, Mariño se lo entregó a su hermana Concepción y le dijo:
Lleva este texto a Puerto España, para que lo publiquen en el semanario: “El Patriota Venezolano” Procura conseguir algunas copias y me las llevas a Guiria, y que lo lleven a Cumaná cuanto antes. 
No te preocupes, le respondió la aludida, y le dijo: Me encargaré personalmente. Mañana mismo estará en la imprenta. Y pagaré lo que sea necesario. Ten la seguridad que se publicará y se cumplirán tus deseos.
Policarpo se acerco a Sucre y le dijo:
Tengo un secreto que juré compartirlo únicamente con el coronel Mariño, pero quiero decírtelo a ti antes que a él, pero él no debe saber que tú lo sabes.
Si tú crees que debe ser así, puedes confiármelo.
Se trata del mapa donde están las armas que guardó el general don Manuel de Villapol.
Y.. ¿Cómo es que tú lo tienes?
El me buscó cuando supo que yo venía a unirme con ustedes. Nosotros somos viejos camaradas y nos confiamos nuestros secretos. Este es el mapa. Puedes copiarlo.
No hace falta, prefiero memorizarlo. No sabemos qué puede pasar y lo peor sería que cayera en manos enemigas antes de encontrarlas.
Águila Blanca estudió detenidamente el plano, después tomó un palito, lo quebró, tomó una astilla y lo pintó sobre el terreno. Policarpo admiró la perfección con la cual pintó el mapa y colocó todas las señales.
A.B. Dijo: Si yo fuera tú… lo quemaría. De mi cabeza no saldrá. Y juntos podemos ir donde Mariño… y se lo pinto, así de simple.
Pues vamos a quemarlo; que yo no quiero tener por más tiempo esta responsabilidad.
Está bien. Dámelo acá y acompáñame a la cocina.
Fueron a la cocina y metieron el plano en las brasas hasta que se consumió totalmente.
Entonces Águila Blanca dijo:
Vamos a buscar al coronel Mariño.
Caminaron bajo los árboles centenarios y el grito ensordecedor de los araguatos y cotorras,  hasta las puertas de la casona de doña Concepción. Allí estaba el coronel en animada charla con Piar, Azcue y la doña. 
Águila Blanca saludó cortésmente, y Mariño le dijo:
Vengan comandantes únanse a nosotros que esta conversación está muy animada.
Con gusto, pero primero quiero que usted oiga una confesión del sargento Policarpo… en privado.
Mariño. Si, claro que lo escucharé. Disculpen un minuto señores.
Sucre se quedó distrayendo la atención del grupo; y dijo:
Policarpo es un hombre tímido y seguramente necesita algo del coronel, y no quiere que se sepa.
Yo también soy tímido –rezongó Piar, como disgustado-  pero al revés, me gusta que se sepa todo lo que pienso. No me gustan los misterios.
Ya escucharemos lo que nos dice Mariño de esa misteriosa confesión.  Esperemos.
Por cierto y disculpa si soy entrometido. Pero... a ti no te disgusta que te llamen Águila Blanca?
¡Cómo me va a disgustar…! Así me conocen todos. No tengo la suerte suya, comandante, que todo mundo lo conoce por su apellido y por sus méritos.
Tienes razón, muchacho. Uno se hace un nombre en la historia y con él pasa a la eternidad.
Fíjese que yo no uso ese sobrenombre para nada. Pero no puedo decirles a mis amigos o enemigos que no me llamen Águila Blanca. A mí me da igual, siempre que sea con honor, con respeto; como así es. Mis servicios a la patria son voluntarios, están llenos de fe, de convicción, de amor y de patriotismo. En ellos he puesto lo mejor de mi carácter y hasta ahora he cumplido sin desmayo. Espero que sean valorados… aunque es mi deber… sin esperar por ellos ningún premio.  
Concepción, atenta a todo, intervino y cortó lo que le pareció un enfrentamiento, y dijo:  No te mortifiques Antonio José… Eres un joven lleno de energía patriótica… y la inspiración de muchos jóvenes. Eres incansable, un hombre a carta cabal… yo te he visto hacer cosas sin límite de tiempo. Menos mal que Santiago te sabe valorar. Ustedes hacen una buena combinación. Mira allí vienen los dos confesores, porque yo no sé quien confesaría  a quien…  Seguro… el que tiene más culpas.
Concepción se sonrió satisfecha. Piar se mantuvo serio cuando los demás reían, y Sucre le dijo:
Vamos… Comandante estamos en familia, si tiene algo que decir dígalo.
Bueno… a mi no me gustan los secreticos. He sido víctima de secreticos.
Me parece, dijo A. B.  que he metido la pata. Aunque me atrevería a decir, que usted no parece victima de nada –acercándose a Piar susurró-  Me disculpo por haber llamado al Comandante Mariño, pero fue un pedido de un viejo amigo y tuve que cumplirlo. Lo demás es un problema de ellos en lo cual no tengo nada que ver, y como ya cumplí y no quiero entrar en discusiones estériles, me retiro. Buenas tardes -Dio media vuelta y se fue. 
Ceñuda, y al lado de Piar estaba Concepción, que se movía inquieta.
Ustedes miman mucho a ese muchacho, alcanzó decir Piar. Hasta ahora todo le ha salido bien, vamos a ver cómo reacciona cuando las cosas le salgan mal.
Yo creo -replicó Concepción- que usted es un inconforme por naturaleza, lo tiene todo, todo el poder… pero quiere más y más. Con respeto a ese joven, ya usted sabe cómo reacciona.
Piar estaba verdaderamente disgustado y no lo ocultaba, rezongó: 
Está bien… No se diga nada más. Vamos a ver que nos dice Mariño.  
Mariño regresó solo. Policarpo que venía con él se fue con Águila Blanca hacia los caneyes, donde estaban los soldados. Habían llegado unas cajas de municiones, y despues de registrarlas, le dijo a Policarpo.
Bueno amigo… estrénate como instructor de artillería. Escoge a los mejores tiradores y llévalos al polígono  para que practiquen. No aceptes escusas. Recuerda lo que hemos aprendido. Enséñalos a disparar en diferentes posiciones, incluyendo sobre los caballos. Anda con ellos que yo voy a escribir en mi diario.
Cuando Concepción escuchó los disparos en el polígono, les dijo a Mariño, Piar e Inés, que se había unido al grupo: Águila Blanca está entrenando y enseñando a los soldados a disparar… vamos para el polígono. Es un espectáculo.
Cuando llegaron estaban todos los caballeros con grupos de soldados en el campo de entrenamiento y pasada una media hora también se incorporó Águila Blanca.
Estos ejercicios se diferenciaban por completo de los tradicionales. Enseñaban sobre todo a defender la vida, atacar con seguridad: la forma correcta de retirarse del campo de batalla cuando el peligro fuese irresistible y tenían el deber de salvar la vida. Las diferentes formas de ataque, de acuerdo al batallón al que pertenecían y la formación de guerrillas; también era importante el mantenimiento, la debida alimentación en campaña a base de peces, caracoles, cangrejos, camarones, anguilas, mejillones, ostras y vegetales silvestres, etc., que pueden hasta comerse crudos y reconocerlas en el bosque, ríos y desiertos: raíces, insectos, reptiles, etc.  y plantas medicinales y las que proporcionan líquidos, como el coco y el  moriche que sustituye el agua. Todos estos conocimientos absolutamente necesarios para sobrevivir, en las montañas, desiertos, en ríos y en el mar…
El 10 de enero todo estaba en excelentes condiciones para la expedición. Doña Concepción se había encargado de trasladar a los esclavos, armas y caballos a su hacienda Cauranta, al Oeste de Guiria; y se presentó la mejor  ocasión, por haber llegado a la isla el comodoro don Juan Bautista Bideau, con una buena goleta “La Carlota”, con capacidad suficiente para trasladar a los 45 caballeros, a las damas y alguno que otro rezagado.
Piar estaba disgustado porque su barco no apareció, como habia ofrecido. Se acercó Mariño y le preguntó: ¿Porque tiene para ti tanta importancia este francés Bideau?
Deberías saber todos los servicios que nos ha prestado-respondió Mariño, -con mucha paciencia-  Ese francés puso a las órdenes de don  Vicente de Sucre, su bergantín Botón de Rosa, en 1811. Peleó como verdadero patriota en Sorondo y Caño Macareo, donde estuvo a punto de perder la vida; y ahora mismo, sin su colaboración no se hubiese podido hacer nada en Trinidad… Debes conocerlo y tratarlo mejor. Tiene méritos sobrados.   
Mariño, hablando calmadamente, se dirigió a los demás, haciendo énfasis en sus dichos, dijo: Caballeros… todo está controlado y cuidadosamente planificado. Es cierto que hemos tenido problemas con la embarcación del Comandante Piar, pero ya el comodoro Juan Bautista Videau, puso a la orden la goleta “Carlota”, que ustedes conocen bien; es una embarcación preparada inclusive para hacer frente a cualquier eventualidad que se presente en alta mar, porque está muy bien dotada.  Mañana en la tarde saldremos para Güiria. Todos pueden viajar cómodamente en este barco. Lo único que tienen que llevar es su armamento personal. Desembarcaremos en la finca de Concepción, “Cauranta”; ella ha podido acumular allí todo lo necesario para equiparnos debidamente. Entraremos de noche, no será fácil, pero estamos en muy buenas manos, además,  porque la vigilancia española está también en manos expertas. Cauranta es el punto de partida… Allí planificaremos el ataque… Ahora podemos matar el tiempo a nuestro gusto. Dentro de pocos momentos vamos a comer y a beber; tenemos un barril de buen vino español. Creo que todo está bien preparado… Pasemos un rato comunitario… Triunfaremos y cobraremos tanta injuria y salvajismo. Nuestro honor está en juego.
Todos aplaudieron jubilosos las palabras de Mariño y gritaron las hurras y vivas acostumbradas.  
            El viaje a Guiria estuvo lleno de sobresaltos. Una lluvia torrencial los acompañó durante toda la travesía y en cierta forma les impedía la visibilidad: la fuerza de las corrientes, aunque favorables, era temible. El Comodoro y Mariño estaban en la proa. El primero acostumbrado a esta travesía, parodiando un recuerdo, cuando ambos estaban sujetos del bauprés, le recitó: Hemos arrostrado la rabia de Escila y sus escollos resuenan sobre nuestras cuadernas. Pasamos las rocas de los Ciclopes, algún día nos será grato recordar este avatar. Mariño sonrió malicioso y agregó:  iniciando una aventura llena de peligros, vamos por fin al Lacio, donde las hadas nos prometen sosegado asiento… y la diosa Fortuna, nos deparará prosperidad y una patria libre.   El Comodoro admirado de la memoria culta de Mariño, pasó su brazo sobre el hombro del egregio guerrero. No se impacientaba fácilmente este verdadero lobo de mar,  y eso tranquilizaba, sobre todo a los caballeros, que se mostraban intranquilos y repetían preguntas que no ameritaban respuestas. 
Por otra parte, todos divisaron entre la bruma un majestuoso bergantín “El Indio Libre” que supusieron era el de Gavasso, que parecía enfilar hacia ellos. El mismo Bideau se colocó su nave en posición defensiva, o sea de frente hacia el punto donde se movía el bergantín, pero el mar estaba tan picado, que seguramente los vigilantes del bergantín no lo vieron, o se les perdió de vista. Más adelante lo observaron nuevamente, pero ya estaban entrando a su puerto y el bergantín continuó su ruta hacia el Este.
Todo salió según lo planeado. Arribaron sin contratiempo a la ensenada de Cauranta, casa y hacienda de Concepción Mariño, donde atracaron cómodamente. Bideau dirigió la maniobra con absoluta precisión, sin tropiezo; lo esperaba un personal capacitado, todo había sido bien planificado. A doña Concepción no se le escapaba detalle.     
Mariño reunió ese mismo día a los guerreros. Concepción había dispuesto en una churuata espaciosa, una mesa improvisada con caballetes, tablas traídas de Trinidad, sillas rústicas de cuero de chivos, fabricadas por los esclavos.  Todos encontraron acomodo.
 Aproximadamente a las 3 de la mañana de ese día 13 de enero de 1913, desembarcaron en “Cauranta”, y sobre la marcha se dispusieron para la empresa de tomar la ciudad de Guiria. Mariño ordenó a Bideau, Bermúdez, Piar y Azcue y 25 caballeros, sin más explicaciones, que atacaran por mar el puerto de Guiria, para lo cual tenían que esperar la señal convenida; que él, con 25 caballeros y doscientos soldados, atacaran por tierra.
De inmediato, a la hora convenida,  salieron las dos compañías. Mariño, como lo había convenido con Sucre, estableció a las 5 am., su Estado Mayor y su guardia, a una legua de distancia del puerto. Águila Blanca con 150 hombres, bajo una granizada de balas inesperadas, se ubicó frente al cuartel general. Montó un cañón de 12 con el cual hizo primero tres tiros al aire para avisar a Piar  que debían atacar; y después cuatro tiros perfectos, contra el portón de hierro del patio de armas del cuartel, que derribó por completo como sólo él podía hacerlo.
Piar, Bideau y sus guerreros con La Carlota, al escuchar la señal, avisaron el bergantín y enfilaron a toda marcha en persecución del  “Indio Libre” de Gavasso, surto en el puerto; pero que en vista del inminente ataque de “La Carlota” salió a mar abierto vomitando fuego por sus cuatro cañones de estribor. Bideau, entonces atacó al puerto con sus respectivos cañones del lado izquierdo, en un paso de Oeste a Este, y esperó pacientemente la arremetida del “Indio Libre”, que volvía dispuesto a sacrificarse o vencer. Bideau lo vio venir y se aprestó al abordaje, pero el “Indio Libre” soltó las velas y pasó a su lado vomitando fuego y se perdió en el horizonte.
Águila Blanca al confirmar que Bideau estaba bombardeando el puerto, y se acercaba a tomarlo, decidió entrar al patio de armas del cuartel en la operación prevista, y sobre la marcha tomo el fusil y arengó a sus jinetes:
“Soldados… vamos al ataque frontal… disparen como les he enseñado… no desperdicien balas, cada uno sobre un blanco, con absoluta precisión… no pueden fallar… el destino de nuestra Patria esta en cada uno de ustedes… sin Patria no vale la pena vivir. Avancemos a todo lo que den nuestros caballos. Penetremos en el nido y allí venceremos. Hizo tres cargas que causaron estragos y pánico en los defensores del Rey”.
Bideau, acicateado por Piar, regresó entre una lluvia de fuego, pero ya se veían que disparaban pero en retirada; y desembarcó a sus hombres en el puerto de Guiria, arriesgándolo todo, cuando ya las fuerzas de Mariño, con su jefe y su Estado Mayor, incorporados, prácticamente estaban limpiando el patio de enemigos.
Tal como fue planificado, lamentado algunas pérdidas en dos horas de combate; y los defensores sin poder hacer otra cosa, se rindieron. Los españoles vieron morir 32 compañeros, que lucharon brava y heroicamente, pero que no podían hacer nada contra una fuerza que los superaba en todo. Cuando Echeverría se dio cuenta de la derrota, que todo estaba perdido, con un grupo de oficiales, salió huyendo por el tras patio hacia el camino de Irapa, en busca de Gavasso.
El pueblo de Güiria y sus alrededores, al tener conocimiento de los hechos, se volcó en las calles y fueron en tropel al Puerto de Güiria, y al Cuartel.
En medio de aquella algarabía el comándate José Francisco Bermúdez, que no pudo entrar en acción, le dijo a Mariño:
Comandante permítame el honor de dirigir la persecución de Gavasso y Echeverría, no debemos darle tiempo, y nuestra gente tiene ganas de entrara en la pelea… y por qué además se reagruparán y nos contraatacarán.
Mariño pasó su mano izquierda sobre el hombro de Bermúdez, y le dijo: 
Disculpa, pero estoy lleno de orgullo y una alegría invade todos mis sentidos. Tienes razón. No podemos dormirnos. Lo creo muy prudente… muy bien… prepara por lo menos cien jinetes de los mejores y persíguelos; cáuseles el mayor daño posible… Parte cuando gustes, o crea conveniente, convoca a todos los que quieras. Es la hora de vencer y ser duros, y en eso nadie como tú… a ver si escarmientan. Pero ahora es cuando viene lo bueno. Seremos atacados por todas partes. Prepararé un ejército invencible… Tenemos que tomar Maturín y Margarita, lo más pronto que podamos. Así vamos a estar más tranquilos.  Mañana mismo atacaremos a Maturín. Dile a Bernardo que se prepare, él irá al frente para Maturín.
Con José Francisco Bermúdez estaban, entre otros oficiales: el comandante Garván, segundo de Bideau, el comandante Rafael Mayz, y Águila Blanca.
Lo primero que hizo Bermúdez fue buscar a Antoñico, le dijo:
Te vienes conmigo. Vamos tras Gavasso. Tenemos que derrotarlo.
Había leído muchas veces la Eneida y le recitó aquel pasaje: “Ya era acabado el día cuando Júpiter, mirando desde lo más alto del firmamento el mar cruzado de rápidas velas, y las dilatadas tierras  y las playas  y los remotos pueblos, se paró en la cumbre  del Olimpo  y clavó sus ojos en los reinos de la Libia.
Está bien poeta de la guerra, mejor no te recito, lo que le respondió Venus. 
Vamos Antoñico, ayúdame a preparar un batallón de cien hombres, será suficiente para derrotar a ese pendejo… que me parece que es pura bulla. Mucho uniforme y medallas, pero nada de estrategias militares.
Ya mismo formaré ese batallón, con los que conozco muy bien. Ya verás.
Águila Blanca salió al patio donde estaban reunidos todos los guerreros, y gritó:
¡Atención…! Necesito para mañana, 15 de enero, -recaló la fecha- en la madrugada, cien hombres para ir tras Gavasso… !Solo cien…!
Inmediatamente comenzó el zafarrancho de combate, tras los gritos acostumbrados, todos levantaron sus fusiles... y entre gritos y cantos de victoria se montaron en sus caballos.
Águila Blanca habló nuevamente.
¡Todos no! Y… no... es para ya… sólo cien… los que pidió el Comandante… Y es para mañana… muy temprano. Los demás se quedan para defender Guiria… y tal vez vayan a Maturín… Lo siento… Sé que todos desean entrar en esta partida, pero todo a su tiempo. Para esta acción se requiere cierto entrenamiento que aun no han recibido… Disculpen si sienten cierta discriminación, pero mañana sale otro contingente… los que se quedan descansen que lo tienen merecido. Ahora llamaré a algunos, no se sorprendan, tienen que venir conmigo…  El batallón de zapadores en su totalidad.  ¡Que pasen al frente...! Los sargentos que no pelearon hoy… por si me pasa algo. Y tú Policarpo, cuenta toda esta gente hasta cien, no más. Asegúrate que vayan con todo… Que no les falte nada del equipo militar ni del armamento, por supuesto.
Un rato después se presento Policarpo y dijo:
Todo está en orden mi Comandante… Solo cien…
Bueno… a descansar… y ya saben… a las cinco antes de que salga el sol.
Llegó el 15 de enero y la hora de la verdad. Todo se cumplió como debía. Sucre se colocó delante del batallón y les dijo:
Esperaremos que el Comandante Bermúdez, jefe de este Batallón venga para partir.
Al rato se presentó Bermúdez, vestido como un soldado cualquiera, y gritó mientras montaba en su caballo… ¡En Marcha…! Lentamente se fueron incorporando los caballeros al plan acordado. El camino hacia Irapa muy transitado pero era muy angosto, solo les permitía pasar en parejas. Mientras galopaban le dijo a Sucre:
Gracias Antoñico, te repito, eres un vergatario… en esta vida de guerrero… tengo que aprender todas tus mañas. ¡Quién lo diría…! Me doy cuenta que esta gente da la vida por ti sin chistar… y levantando la voz gritó ¡Adelante guerreros vamos al trote! Y agregó en alta voz:
 Tengo noticias de uno de mis baquianos, que nos esperan en Irapa. No hay apuro, vamos a ponerlos nerviosos. Ya veremos lo que vamos a hacer cuando los tengamos en la mira.
Eres un buen jefe… le dijo Águila Blanca, lo que tienes que aprender es la relación con la tropa, comenzado por aprenderte el nombre de cada soldado, y a tratarlos como igual.
Y tú.  ¿Cómo lo aprendiste? Porque tú eras un hijito de papá.
Lo aprendí con él ¿No te has dado cuenta…?... ¿cómo lo ama el pueblo? Tienes que aprovechar tu ascendiente.
¿Cómo es eso…?
Pues… ¿No te llaman José Francisco Pueblo…? Comienza por decirles eso… Preséntate ante ellos como José Francisco Pueblo, aunque tú eres más bien, el Ayax, el hijo de Oileo; o más bien el Cid Campeador dueño de la espada Cantadora, como la que usas, y te gusta parecer;  pero como José Francisco Pueblo,  ya te los comienzas a ganar.
Está bien… al llegar a Irapa… antes de la pelea… me presentaré ante ellos como José Francisco Pueblo, si señor...
Águila Blanca no lo dejó ni respirar, y lo increpó:
 Ahora dime… Cuál será la estrategia.
Estrategia… Ninguna estrategia, vamos a pelear.
Te fijas… así eres tú. Pues no será así. Fíjate, tenemos un batallón de zapadores… con ellos vamos a preparar la victoria. Antes de entrara a Irapa, vamos a llevar a Gavasso, a una emboscada.
Y… ¿Cómo será eso? tú crees que ese español es bolsa… ese se las sabe todas… ¿crees que va a caer en una emboscadas…?
Claro que caerá. Ahí llevo siete uniformes de los españoles muertos y heridos en Güiria.  Policarpo y ellos se adelantarán y nos los traerán… pondremos 25 hombres que se emboscarán y nosotros vendremos a la carga de frente, cuando el batallón de Gavasso pase frente a la trinchera los cogeremos entre dos fuegos, y así daremos el primer golpe, que nunca falla en la moral del enemigo.
Todo salió como lo planeó Águila Blanca, Policarpo entró al campamento español. Un sargento los llevó ante capitán de navío Gavasso, éste le dijo que se identificara, y él respondió:
Soy el sargento Policarpo Ortiz, vengo de Barcelona, puede informarse con Don Lorenzo Fernández de La Hoz… tengo 26 días que me incorporé en Guiria al batallón que está a cago del capitán Echeverría, estos hombres lucharon bajo mi orden y salvamos milagrosamente la vida de nuestro batallón perdimos cinco hombres. Pero creo Capitán Gavasso que no es hora de perder el tiempo, usted podrá interrogarnos después de esta batalla, porque el enemigo está a una legua de distancia de este punto. Yo puedo incorporarme con estos hombres a la defensa, o también puedo avanzar en primera línea al ataque de los facciosos que se aproximan, tenemos necesidad de desquitarnos. Son cerca de cien jinetes que pueden darnos un susto, aunque son novatos porque los vi pelear en Guiria, donde solo la suerte los llevó a esta situación y me parece que solo buscan morir heroicamente.
Y… ¿Qué cree usted que podemos hacer…?
Con todo respeto. Soy un soldado. No tengo la menor idea de lo que se pueda hacer pero si estoy dispuesto a dar la vida por la causa de mi Rey y por usted si me lo ordena. Creo que he cumplido con mi obligación de informarle. Tiene poco tiempo para preparar la defensa.
¿Cuánto tiempo calcula usted Sargento?
Al paso que vienen… creo que en una hora estarán pisando las afueras de esta población… en la cual, por cierto, no se puede confiar. Ya lo vi en Guiria, son muy traicioneros.
Pues vamos darle con todo lo que tenemos. Usted y sus hombres pónganse al frente, que yo los seguiré con todos mis hombres que están decididos a dar la vida por la causa de Fernando; no son estos vagos los que nos van a causar problemas, cerca debe estar el capitán Cerveriz, que viene con 400 hombres de lo mejor que tenemos en Venezuela.  
Todo salió como lo habían pensado. Apenas salieron los españoles de Irapa por el camino real que conduce a Guiria, observaron la polvareda. De repente la polvareda se aplacó.
Gavasso gritó. Nos vieron, vamos hacia ellos.
Policarpo y sus siete compañeros apuraron el trote delante de la columna principal de más de cien jinetes. Los hombres de Bermúdez simularon que trataban de escapar de una muerte segura. Policarpo y sus siete jinetes pasaron frente a las trincheras y los cien jinetes que los seguían fueron pasto de las balas de los atrincherados. Gavasso ordenó el repliegue y repartirse en abanico; se trabó un combate cuerpo a cuerpo. Gavasso vio a Policarpo caer del caballo y también a sus siete escoltas. Gavasso se dio cuenta que habían caído en una trampa. Pero no se amilanó, contaba con muchos recursos y tenía abierta la vía de Yaguaraparo. Reunió a sus oficiales y les dijo.
Vi morir valientemente al sargento Policarpo y sus compañeros, lo tendré muy en cuenta, hizo lo que debía. Mantengan la lucha cueste lo que cueste. Si ven que no pueden con ellos, retírense a Yaguaraparo. Trataré de apurar al batallón que trae Zervériz, le enviaré a mis baquianos, con esos refuerzos… los aplastaremos. En Zervériz tenemos el brazo fuerte que necesitamos.
Por su parte Bermúdez se replegó a una posición estratégica que prepararon detrás de las barricadas y trincheras y ordenó la cacería de los reales. Llamó a sus mejores tiradores y se puso al frente para animarlos y cazarlos en el bosque. Tuvieron que capear un temporal de fuego, pero, cada vez que sonaba un disparo de los nuestros era un guerrero real muerto o herido. Bermúdez atacó con su espada formidable, dando cuenta de todo enemigo que se le enfrentaba. Los oficiales realistas en la inferioridad que padecían, decidieron evadirse hacia Yaguaraparo, un pueblo de españoles donde se sentirían como en casa, y como les aconsejó Gavasso, dejando libre al pueblo de Irapa.
Bermúdez entró a Irapa ese día 15 de enero, lleno de orgullo, era su primera victoria como jefe; reunió a sus fuerzas y les gritó: “Yo soy José Francisco Pueblo… y los conduje a la victoria. Los que quieran seguirme siempre me encontrarán hecho pueblo…”
La ovación y las hurras no faltaron, y desde ese día, José Francisco se hizo dueño de los corazones de sus soldados.  Águila Blanca estaba a su lado, le tomó la mano, y en un impulso incontenible la beso y le pidió la bendición, como cuando era un niño. Y aquel Áyax, lleno de ternura, se le humedecieron los ojos… se abrazaron, aquellos brazos portentosos y el soldado más brillante que ha parido la naturaleza humana, llenos de infinita alegría.
Luego festejaron; el pueblo salió en romería en busca de los héroes. Se reunieron frente a la iglesia; El cura Alcalá, pariente de Sucre, organizó una procesión a las 6 de la tarde del otro día, con el Santísimo y las congregaciones, para dar gracias al Señor. La juventud organizó en la noche un baile en honor de Águila Blanca y su compañera la comandanta Inés Serpa, que como siempre, estaba a su lado. Águila Blanca tuvo que bailar con las muchachas del pueblo e Inés con los jóvenes, todos querían bailar con ellos. Fue una noche inolvidable para el pueblo de Irapa.
 Bermúdez se instaló en Irapa, donde se incorporaron muchos patriotas dispuestos a morir por la Patria bajo sus banderas. Entre tanto en Cumaná, en los círculos de gobierno, causaba revuelo la situación de la península de Paria. Las noticias no llegaron muy claras por cierto, murmuraban sobre los hechos  en forma contradictoria, trataban de ocultar la verdad sobre  las acciones de Güiria e Irapa; pero en el mercado de Cumaná, todos sabían los pormenores de la campaña de Mariño y la victoria de José Francisco Pueblo. Muy tarde ya, Zervériz con Antoñazas, discutieron la formación de una partida para silenciar los rumores, a los cuales no daba ninguna crédito, ninguna importancia; pensaba que unos cuantos fusileros bastarían para dominar aquellos brotes de insurgentes, inadaptados a las circunstancias; pero se desapareció y dejó todo en manos de Zerveriz.
Éste, a esos efectos, formó un contingente con los mejores oficiales y tropas veteranas de los reales en Cumaná, pero no estaba conforme con la actuación del gobernador militar.
Zervériz dijo ante un grupo de oficiales:
Tenemos que aplastarlos. Lamentablemente carecemos de gobierno. Tomaré las decisiones, para eso me envió el Capitán General don Domingo de Monteverde. Antoñanzas me las pagará.   No vamos a ir con un batallón, iremos con tres batallones: Cumaná, Carúpano y Maturín. Y en pocos días, creía estar listo para aplastar a los insurgentes. Su arrogancia no tenía límites al frente de aquellos  guerreros, la mayor parte españoles.
El 25 de enero, el comandante Zervériz,  al mando de unos 400 hombres, salió de Cumaná para Carúpano, donde se incorporaría el comandante Cayetano Speranza, jefe de la guarnición, con su contingente,  y partirían   en busca de los patriotas. 
El camino para Irapa viniendo del Pilar es un bosque de Cacao, una bajada por el camino real, un sendero pintoresco, con churuatas y conucos de los indígenas. Frente al pueblo una ancha planicie hacia la playa. El bullicioso pueblo de casas blancas, con una iglesia de torres altas entre un bosque de robles, palmeras, cacao, castañas, anonas, plátanos, y cañas… parecía uno de esos pueblos españoles de la mancha que describía Cervantes, solo faltaban los nidos de cigüeñas en los campanarios.
Bermúdez organizó la defensa estratégica. Le dijo a sus soldados: “Nada de montoneras, ustedes en grupos de diez, con sus comandantes, se ubicarán bien camuflados entre las matas de cacao, y dispararán cuando yo lo ordene. Ahora me reuniré con mis oficiales para decidir la estrategia.
Sucre, bajo el mando de Bermúdez, con sus zapadores preparó las defensas y armó al pueblo con todas las armas capturadas y municiones en gran cantidad. Un pueblo valiente de cazadores que había jurado ser libre, no necesitaban mucho para saber lo que tenían que hacer. 
Luego se encargó de la artillería, listos pues para un nuevo  triunfo; entonces reciben el ataque frontal de Zervériz, que no imaginaba con quien se enfrentaría: la sagacidad de Sucre y la fuerza terrible de Bermúdez.
Águila Blanca que no fallaba un tiro, apenas el enemigo estuvo dentro del radio de acción de su mortífero cañón, disparó haciendo un daño terrible, no solo en los cuerpos destrozados, sino en la moral total del batallón, que se dispersó en las sabanas, lo que le dio ocasión a Bermúdez para perseguirlos y destrozarlos, con su inmensa espada que movía como un molino entre la soldadesca que no pensaba sino en salvarse.
Era la batalla de todo un  pueblo,  con una estrategia luminosa, lograda por aquel joven que nació para domar al coloso español,  de la indudable factura de Águila Blanca, que tuvo tiempo para construir sus defensas y colocar baterías, trincheras y sobre todo instruir a sus fusileros; el enemigo no preveía nada de esto, simplemente atacarían y destrozarían a los patriotas, los cuales se rendirían ante el ataque, ante la fuerza bruta, nunca pensó Cervériz, en el coraje de Bermúdez y  la sabiduría y sagacidad de Sucre, que como jefe de ingenieros y de artillería, sabía muy bien manejar la metralla, y con esos elementos en su poder era invencible; al principio se luchó  en  terreno plano pero difícil, muy poblado de grades árboles que servían de escudo propicio, en las cercanías de Irapa, donde dicen lo lugareños que aun se siente el sordo tronar de los cañones y de la fusilería de los contendores.
Zervériz, con su caballería,  intenta denodadamente una y otra vez romper la resistencia patriota, pero una y otra vez es rechazado con pérdidas incontables; tercamente insistía, muchas veces sin el menor cuidado, contra los árboles, contra la oscuridad, como don Quijote contra los molinos de viento, sin tener en cuenta la vida de sus hombres que caían mortalmente heridos y eran arrastrados por sus cabalgaduras. 
La fusilería y la artillería patriota, bien ubicadas, los diezman. Las fuerzas de Zervériz, ya de noche, desmoralizadas se dispersaron entre el matorral que ahora los amparaba, pero acosadas inclementemente por Bermúdez, el Ayax, el gigante redivivo e incansable, con su espada inmensa e invicta, en aquella memorable e intensa batalla que daba continuidad al triunfo de Güiria.
Zervériz logró escapar milagrosamente, dejó el teatro de la guerra lleno de sus despojos. Águila Blanca ordenó recoger los cadáveres y trasladarlos al campamento.
Bermúdez, desconcertado con esas ideas  le preguntó:
Antoñito. ¿Qué locura es esa, como vas a llevar los cadáveres al campamento?
No se asombre comandante. Le prepararemos otra sorpresa a Gavasso y a Zervériz
Explícame bien, porque no entiendo nada.
Si Gavasso y Cerveriz, son tan bravos como me los pintan, estarán en la madrugada atacando el campamento; y descargaran toda su rabia y frustración contra los cadáveres de sus soldados; y después que descarguen sus armas, nosotros los atacaremos y los veremos desaparecer… como almas benditas del Purgatorio que se lleva el Diablo.
Ya digo yo, tu eres vergatario Antoñito, si sale como tú dices no se que pensaran los españoles de ti, porque yo no acierto en nada.
Águila Blanca estrenó la mejor de sus sonrisas, y replicó: Ellos no saben nada de mí… pienso yo… que pensaran de ti…
¡Eso si está bueno…! Eres el mismo pero a la vez muy desconcertante. Te veo y no te conozco, pero te quiero como a un hijo y tú lo sabes.
Soy todavía muy joven… me falta mucho… el tiempo es mi consuelo.
Libre otra vez Irapa, su pueblo escogió el bando patriota, y durante varios días los lugareños se presentaron para engrosar las filas patriotas y someterse al extenuante entrenamiento bajo la dirección de Policarpo.
Entre tanto el comandante Don Juan Gavasso y el teniente coronel Cervériz, que  ocupan  posiciones en  Yaguaraparo, que es un pueblo netamente español,  son atendidos de maravillas por sus pobladores, se hacen fuertes, aumentan sus fuerzas,  y despliegan su flota por el Golfo de Paria o Golfo Triste, como aparece en los partes de guerra, pero también resentidos por la derrota, para ellos inexplicable, hablaban…
Gavasso le dijo a Zerveriz:
Coronel es absolutamente inexplicable que este grupo de rufianes nos tengan en este estado de indefensión. Tenemos que pedir refuerzos y preparar un batallón especial, que sea capaz de sacarlos de sus madrigueras apresarlos y fusilarlos sumariamente.
Podemos hacerlo desde aquí, porque no se atreverán a atacarnos en Yaguaraparo. No tienen como.
Tiene usted razón aquí estamos seguros podemos esperar los refuerzos y preparar un asalto nocturno contra su campamento en la madrugada.
Y  ¿que esperamos para hacerlo esta misma noche? Estoy seguro que a esta hora estarán borrachos. Vamos con una partida y matamos a cuantos podamos mientras duermen. Tenemos que vengar esta afrenta, para mí es insoportable, que esa gentuza nos haya hecho correr.
Tienes razón… Está bien, enviaré unos baquianos, que los observen y nos quedaremos a cierta distancia y si nos traen buenas noticias, lo haremos. Atacaremos… Los barreremos…
Entre tanto… Bermúdez ordenó preparar el campamento en la entrada de Irapa en el mismo sitio de la batalla, con tiendas de campaña improvisadas, para lo cual el pueblo donó todas las sábanas, catres, petates que tenían; y para armonizar el campamento, en varios espacios prendieron pequeñas hogueras al lado de cada tienda, y dentro de ellas colocaron dos cuerpos en diversas posiciones, y otros que simulaban vigilantes vencidos por el sueño, con fusiles caídos a su lado. Las hogueras daban una luz mortecina, pero suficiente para que se vieran los cuerpos. El teatro era completo, de tanto en tanto, un vigilante se movía sigilosamente, atravesaba el campamento y daba parte a un oficial.
A las tres de la mañana, Águila Blanca le dijo a Bermúdez:
Prepárese, comandante, que ya la gente debe estar cerca.
Déjate de eso, que tengo mucho sueño.
Venga conmigo y traiga su fusil, porque lo va a necesitar. Coge las cananas y… ojo e’garza.
Bermúdez de mal talante, poco convencido, tomó su fusil y salió con Águila Blanca.  Ya en pleno teatro se animó: A una señal de Bermúdez todos los hombres se prepararon para la acción.
No habían pasado 10 minutos cuando se precipitaron sobre el campamento los jinetes de Gavasso y Cerveriz, y comenzaron a barrer tiendas y ametrallar cadáveres.
Bermúdez esperó unos minutos y de repente, con aquel vozarrón que retumbaba en las montañas cercanas, ordenó: ¡Disparen… Soldados… disparen…!
Cerveriz y Gavasso, inmediatamente se dieron cuenta de la treta que les habían preparado y huyeron cobardemente. Fueron  pocos lo que se salvaron, solo los que se rindieron a tiempo salieron  con vida.  Un joven soldado que quedó en evidencia ante Sucre,  y ante una muerte segura, gritó: ¡No dispare que soy patriota!
Águila Blanca se detuvo, pensó que era una treta del infeliz, sin embargo algo le llamó la atención, y reaccionó como solo él sabía hacerlo. Le preguntó:
¿Cómo te llamas?
El soldado respondió: Yo soy Juan Pinto… soy cumanés como usted. Si me perdona la vida no se arrepentirá.
En el campamento se abrió un espacio de tiempo… se hizo un silencio inesperado. De repente hasta el aire calló.
Águila Blanca se contuvo, miró en derredor, por unos segundos aquel campamento lleno de gritos y sonidos de armas y sables, todo calló… pero él tenía delante un soldado enemigo al cual debería dispararle, entonces sin soltar el arma ni dejar de apuntarle, con voz seca dijo:
Suelta el arma… Da un paso al frente.
Al oír y ver aquel gesto de Águila Blanca, los demás soldados de Zervériz, que quedaban con vida, soltaron las armas y se movieron hacia Águila Blanca. Que sin descuidarse, les habló, casi les gritó,  dijo:
¡Bien, bien…! ¡detengan el fuego…! ¡vamos a conversar con estos soldados...! Que vengan todos con las manos en la nuca, donde yo las pueda ver. ¡Vamos… caminen fuera del campamento…! Allí los identificaremos y decidiremos su suerte…
No está demás decir que desde ese día hasta la batalla de Ayacucho, que lo dio a conocer, el soldado Juan Pinto, sirvió bajo las órdenes directas de Águila Blanca.
Sucre condujo a los soldados rendidos, hasta donde estaban algunos oficiales bajo el Mando del comandante Rafael Mayz,  atendiendo otro contingente, por orden de Bermúdez.
En estas acciones los patriotas capturaron una buena cantidad de armas y pertrechos de guerra, de tal suerte que Sucre necesito siete mulas para enviarlos al comandante general Santiago  Mariño, en Guiria.  El 18 de ese mismo mes Águila Blanca con Inés, acompañaron a Bermúdez, hasta  Guiria,  a entregar las armas  y dar parte a  Mariño del  éxito en Irapa. 
Éste satisfecho, le dice:
Nunca tuve dudas del éxito. Ahora destacaré al comandante Bernardo Bermúdez, al frente de un batallón de caballería de 200 hombres, para rendir la ciudad de Maturín. Tenemos que aprovechar el tiempo, los españoles son lentos para reaccionar.  Esta empresa es de gran importancia. Será nuestra despensa.  Espero que los acompañes.
Si usted lo ordena, dijo Águila Blanca, no le quepa la menor duda.

Mariño excitado, continuó:
Ustedes harán un gran trabajo. Será una campaña inolvidable. Lamento no poder acompañarlos.
Con el alba, en esa fría mañana de enero, partieron rumbo   a la boca del misterioso Guarapiche; desde el puerto de Güiria, aquel  golfo, como siempre, turbulento y oscuro. Recordaba aquella visión de Virgilio:
“Sube entre tanto Eneas a lo alto de una peña y tiende a lo lejos su mirada sobre el mar por si logra ver a la diosa Ateo, trabajando por los vientos, las birremes frigias, a Capis o las armas de Caico en las enhiestas popas. Ningún bajel se divisaba… 
Ya en la goleta, Águila Blanca le dice a Bernardo.
Tengo una sorpresa para ti… Era un secreto hasta este momento.
Bernardo haciéndose el sorprendido, exclamó !Ah sí…!  y… ¿Cuál es la sorpresa? ¿Cuál el secreto…?
Sucre sonrió y sacó del bolsillo interior de la chaqueta, un rollito de papel,  en el cual había pintado,  con detalles y datos,  el plano del lugar donde se encontraban enterradas las armas de Villapol;  y lo extendió ante los ojos del imperturbable comandante Bernardo Bermúdez, que lo miraba inquieto, creyendo que era una broma.
Señalando con el dedo… Mira este plano…  Aquí están las armas con las que vamos a derrotar a los españoles… Son las armas del General Villapol…
Bernardo, cogiendo el papel… viéndolo con ansiedad y mucha atención, exclamó: ¡Carajo…! ¿Cómo es que tienes esto? Cuéntame… como obtuviste ese plano…? Piensas que… ¿Vamos a buscarlas...?
Te lo contaré después… -Águila Blanca guardando el plano, y moviendo la cabeza afirmativamente decía-  Claro que iremos… Iremos a buscarlas…por supuesto… Eso haremos antes de entrar  a Maturín… y tendremos un arsenal a nuestra disposición... ¿Qué te parece?
 ¡Esto es obra de Dios…! no puede ser de otra manera... Y… ¿ya sabes donde esta ese sitio que marcas con una “X”?
Águila Blanca viendo el efecto que producía en Bernardo aquella confidencia milagrosa, le informaba en detalle: La verdad… No tengo idea…  No sé, pero traigo a la persona que si sabe. Sé que tendremos que entrar por Caño Colorado, es un río y un pueblito de pocas casas, cerca de la misión de San Antonio de Maturín. Tendremos que subir por el río Colorado hasta ese punto. Lo demás lo sabremos siguiendo las indicaciones del plano.
La expedición salió del puerto de Güiria, como fue ordenado,   rumbo al Sur, por el Golfo de Paria hacia la boca del grande y generoso río San Juan. Luego subieron siguiendo la marea por el gran río, hasta la desembocadura del río Guarapiche, y navegaron hasta un sitio que llaman Los Araguaneyes, donde  esperaban las avanzadas que envió Mariño: caballos, bastimentos y otros elementos de guerra, además de un grupo de voluntarios; y una sorpresa mayúscula, el comandante Manuel Carlos Piar, al frente de esas reservas. Águila Blanca se adelantó a saludarlo porque Bermúdez no acababa de bajar de la Goleta.
!Comandante Piar…! ¡Qué sorpresa tan agradable…!
¿Cómo está usted comandante Sucre? - ¿Qué le parece?   Le dije a Mariño, que me gustaría colaborar con el comandante Bernardo  Bermúdez, si es que no le hacía mucha falta en Guiria. Mariño me replicó que los arrieros que iban a llevar los caballos necesitaban un hombre de respeto que los   condujera. Yo creo -le dije- que el mejor para eso  era  yo-   y ya ve el resultado, aquí no falta ni un botón.
Bueno… Comandante… Tenemos 230 hombres, veremos cómo se reparten los batallones.
Yo no vine para crear problemas sino para aportar mis conocimientos y mi experiencia. Ya verás  lo útil que soy.
Yo sé mucho de usted comandante. Es todo lo que ha hecho a favor de la Patria. Me siento orgulloso de pelear a su lado. Téngalo usted en cuenta… Pero allí viene el comandante Bermúdez, lo dejo para que lo salude. Con permiso.
Bernardo al ver a Piar apresuró el paso para saludarlo, no tenía un buen recuerdo del general Piar, algo de familia, pero estaban en guerra y esos sentimientos se guardan bajo llave. Tendió su mano franca, de gentil hombre, y le dijo:
Comandante Piar, me complace verlo… ¿Se quedará con nosotros?
Vine a eso,  a ver en qué puedo colaborar.
En todo comandante… en todo.
Bernardo rascándose la cabeza, agregó:
Ahora viene lo bueno… Vamos a reunirnos con los oficiales y entonces  planificaremos las acciones inmediatas. En estos llanos tenemos unos cuantos hombres de experiencia que vienen a unirse con nosotros.
¿Y se puede saber quiénes son…?
Varios centenares, pero allí en ese grupo están: los hermanos Monagas: José Gregorio, José Tadeo y Domingo;  Domingo Montes, José Ribero, Villarroel, Peñalosa, Parejo,  Zaraza, Andrés Rojas, Pérez de Aguilera, los Barreto, los Torres, Infante, Mago, Medina, Grisell, Carmona, Mina, Carrasquel, Sifontes, Goitia, Mota, Villanueva  Betancourt,  Lucas Carvajal, Juan Sotillo, Gavino Palacios, Peralta,  y pare usted de  contar.  Ya los verás pelear, son invencibles… Furias implacables.
No tenía la menor idea de la existencia de toda esa gente que mencionas por sus nombres…
A la mayor parte los conozco desde niño.
Con razón te nombraron comandante sin haber peleado nunca. 
Es cierto debe ser por mi tamaño… Ja Ja.. Ya los conocerás… Apenas llegué me dieron la noticia y la alegría de que  estarán conmigo en esta lucha. Esos hombres nunca se rindieron…  Y no andan solos… todos tienen su compañía. Es decir tienen su patrulla… Pienso que usted tendrá a su cargo  un batallón de 200 hombres... hombres de verdad… Patriotas… Prepárese para que se los lleve. Puede establecerse en Aragua de Maturín, donde lo recibirán muy bien… Estoy seguro.
            Bernardo Bermúdez tenía un modo de hablar muy peculiar, entre irónico y alegre. Es difícil definirlo, evidentemente a Piar no le gustó mucho, y salió dispuesto a cumplir la orden de partir de inmediato.
Aquel sitio a orillas del Guarapiche, “Los Araguaneyes”, donde se abría la sabana,  larga e impredecible,  de rumbo incierto, antes poblada por millones de aborígenes del reino de los “Tiaos” y de la hermosa cacica Yasoaraita, reina de todos los caciques arecunas, que huyeron por el Orinoco despues de la muerte de su cacique Maturín, hacía muchos años, en los primeros tiempos de la conquista; y se perdieron en las selvas de la ignota Guayana, hacia las infinitas regiones misteriosas de los Tepuyes, en las cabeceras del Cuyuni.
Bernardo Bermúdez, era un hombre inteligente y valiente, fuerte como un roble, pero nunca había dirigido una batalla, ni sabía nada de lo que era un combate contra un enemigo entrenado en el arte de la guerra, como los españoles, por eso le dijo a Sucre:
Oye Antonio, tú sabes que es la primera vez que dirijo una batalla, y no solo una batalla, sino a un grupo de hombres en una guerra tan seria como ésta; ni en ninguna parte. Yo tengo ganas, pero las ganas no bastan. Tú me puedes ayudar en esto.
Águila Blanca en tono conciliador le dijo: yo sé lo que sientes, pero será fácil para ti aprender. Ahora te pregunto yo… ¿tú sabes manejar un fusil…?
No, sé disparar bastante bien la espada, el sable, una escopeta; pero fusil nunca lo he disparado; la escopeta sí, soy cazador, debe ser algo parecido..
Bueno, imagino que para un comandante es suficiente;  pero ven conmigo, que te voy a dar  una demostración  con el fusil, y si quieres puedes practicar, porque lo vas a necesitar muy pronto.
Antonio José y Bernardo salieron a un patio cercano e iniciaron las prácticas que él acostumbraba enseñando a los soldados. Muchos fueron los que  aprovecharon y  practicaron los diferentes modos de disparar el fusil con Águila Blanca.  
Bernardo fue sobresaliente alumno… tanto que le dijo:
Una hora más y me superas. El alumno siempre supera al maestro.
Es bueno que jales pero no te cuelgues.
Y si me cuelgo... ¿qué…?
Ya veré… soy tu jefe.
Ese día, finales de enero, lo pasaron en los Araguaneyes descansando del incómodo y fatigante viaje por el golfo de Paria; y preparando todo lo necesario para la campaña sobre Maturín. Cada hombre escogió su caballo, lo enamoró, lo montó,  le habló según las instrucciones de Piar, el más veterano. Él les decía: “Hombre y caballo una sola persona”. “Amístense”…
Al amanecer partieron con rumbo a Caño Colorado, muchas leguas hacia el Oeste, cerca de las misiones de San Antonio de Capayacuar, donde arribaron dos días después, al atardecer. El pueblo estaba de fiesta porque había llegado un alto prelado. Terminada la procesión las iglesias estaban llenas de feligreses; los indígenas  vestidos con galas salieron a las calles y fueron amigables.
San Antonio es un pueblo organizado rodeado de cafetales  y sembradíos, de todas clase de frutos y hortalizas; con dos alcaldes, uno español y otro criollo; y una numerosa milicia indígena. Los recibieron con alegría, y al entrar al pueblo nuestro ejército, vinieron las autoridades civiles, religiosas y militares, protocolarmente,  y los agasajaron. Bermúdez se ganó la simpatía y la confianza de las autoridades y de la población,  porque expulsó de la ciudad al prefecto y su secretario, un portugués llamado Manuel Dos Santos, y  el sargento mayor, Joselillo  Tarragona; que habían cometido cuantos delitos se pueden cometer en tan breve tiempo, ya que sustituyeron a las autoridades legítimas, después de la Capitulación de Miranda;  incluyendo la violación de una adolecente indígena, hecho que merecía la pena de muerte, pero como hubo disparidad de testimonios, se optó por otro castigo; entonces Bermúdez ordenó darle, públicamente, cincuenta latigazos.
En confianza, les comunicaron que el General Valentín González, ahora flamante jefe realista, fue ratificado en su cargo por haber saltado la talanquera siendo Jefe Militar de Maturín nombrado por la Junta de Gobierno de Cumaná, y ratificado por el pacificador don Domingo de Monteverde, premiando al disidente por haber jurado fidelidad al Rey. De allí venía su ascenso, como Comandante General y Militar de esta parte de  la provincia. Ahora estaba en San Antonio, en la fastuosa iglesia construida por el misionero Juan de Argües en 1794, que le participó el avance de Bermúdez hacia Maturín. Don Juan aun era párroco, por cierto muy aficionado a los patriotas, del mismo grupo de Botino y Andrés Callejón. Éste les confió algunas novedades entre las cuales: que  el coronel Valentín González  cuando supo el avance del comandante  Bernardo Bermúdez, se retiró con sus fuerzas  hacia Maturín, con un buen batallón de más de 400 hombres, para esperarlos y derrotarnos  en las afueras de la ciudad, porque no quería que el pueblo sufriera las consecuencias de la batalla. Nobleza obliga. Además, les dijo, que estaba esperando un ejército de mil hombres, que viene de Barcelona, a cuyo frente está nada menos que el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz, jefe militar de la provincia de Cumanagotos.  Dijo algo así como… “Ya veréis…”
 Bermúdez pidió asilo para él y sus hombres. El buen misionero le respondió:
Usted dirá comandante, sepa que soy amigo de sus padres, yo estuve en Cariaco en su casa, donde pasé varios días. Estoy a sus órdenes, y todo lo que tengo a su disposición.
Bernardo porfiaba, necesitaba un sitio amplio para contento de sus tropas. Después de mucho conversar, el buen cura le cedió a Bermúdez una finca medio abandonada, de los misioneros capuchinos aragoneses, de su mismo orden,  en la cual funcionaba una especie de hospicio, por cierto atendido por curanderos conocedores de las hierbas, a quienes llamaban yerbateros, pero muchos misioneros los llamaban ancianos sabios,  y en ese lugar podía albergarlos a todos, si no cómodamente, por lo menos pasable. Desde allí podían escuchar los cantos de los trovadores del pueblo: 
Antonio Maria Espíndola, que era una especie de cronista del pueblo, contaba alegremente en la plaza:
El pueblo se encargó
de llevarles petates, chinchorros,
catres y mantas para que durmieran.
También prepararon dos terneras
y las asaron a la manera que
hacen los llaneros de mi tierra
y con los restos y el cerro de vituallas,
hicieron un hervido de carne y huesos
en una inmensa paila papelonera.
Ese caldo estaba pa chupase los dedos.
Esa gente comió y repitió no juegue..

Muchos fueron los guerreros que salieron y se confundieron con el pueblo que festejaba y las muchachas casaderas los sacaban a bailar. Pronto se formó un coro y se armó la parranda. Aparte, un grupo conversaba animadamente con el Comandante Bernardo Bermúdez y éste le dijo a Águila Blanca.
Nos quedaremos en el pueblo por el día de hoy y parte de mañana. Quiero que mis hombres descansen, mañana los fatigaré hasta el agotamiento, buscaremos las armas. Necesito 20 hombres para cargar armas, pólvora, pertrechos y municiones, partiremos por la madrugada.
Águila Blanca, alegre a toda prueba, dijo: Esas palabras son dulces a mis oídos, muéstrame el camino como si fuésemos al cielo.
Bernardo no pudo contener la risa.
Águila Blanca se cuadró, se despidió y salió en busca del sargento Policarpo. Lo abordó como de costumbre,  y le trasmitió la orden del comandante: le ordenó que buscara 20 voluntarios para cargar  armas, pertrechos y municiones; que fuera al pueblo de San Antonio, a ver si conseguía cuatro carretas de mula o más, si fuera posible, y  por si acaso es mucho el arsenal que vamos a buscar, y por favor,  le das el parte al Comandante Bermúdez, que está impaciente.
 Después de una hora, o tal vez un poco más, regresó Policarpo acompañado con un indígena, con una sonrisa de oreja a oreja,  se presentó con el respeto debido  al comandante Bermúdez, que encontraba en compañía de Águila Blanca, y cuadrándose dijo:
Permiso para hablar…
Habla Policarpo déjate de pendejadas…
Perdone que los interrumpa comandantes, pero aquí les traigo una sorpresa mayúscula… al propio cacique Guanaguanay… Un patriota, el mismo que condujo al coronel Villapol con las armas, a esconderlas en su casa de la montaña, y va con nosotros a buscarlas. Bastó que mencionara sus nombres…
Bermúdez y Sucre se quedaron atónitos. Todo estaba saliendo como si la Providencian Divina viera delante de ellos.
Bermúdez levantando la voz y poniendo la mano sobre el hombro de Águila Blanca, declamó algo de Virgilio: Llegará el día andando tantos lustros en que la casa de Asaraco subyugará a Fitias y Micenas y dominara a la vencida Argos… y una sonrisa ritual iluminó su rostro, entonces dijo: Tráeme a ese hombre inmediatamente, que le voy a dar un abrazo. 
Entró el cacique Guanaguanay acompañado por el cacique Taguaya.  Un hombre de mediana estatura, pero fuerte como un toro de lidia. De paso lento pero firme, llegó hasta donde estaba Bermúdez, y se lo quedó mirando desde los pies hasta la cabeza, en toda la enorme estatura del Comandante.
Venga acá hombre que le voy a dar un abrazo.
El cacique se acercó con cierto temor, y Bermúdez lo abrazo efusivamente y  dijo:  Alabado sea Dios grande y misericordioso, benditos sean los ángeles protectores de la Patria.  Los que han violado a nuestro pueblo y mancillado la libertad que habíamos obtenido como premio a nuestro patriotismo, ahora sabrán pagar su miseria y obstinación. Usted es un patriota y sabe respetar un pacto con honor. Como debe ser entre caballeros.
Guanaguanay, perturbado por el abrazo de aquel gigante, habló entre desconfiado y alerta. Yo sí, ser patriota servidor del General Manuel de Villapol. El decirme que guardar ese tesoro de libertad… para cuando ser necesario. Hoy lo entrego a usted. Mañana ir a buscar con usted. Yo tener gente para hacer trabajo y para guerreros. No tiene que molestar  nadie más. Nadie debe saber este armamento. Yo pelear a su lado con mi gente. Decir cuándo y  qué hora. Yo estaré en primera fila con mis guerreros. Tenemos castigar gente mala y ladrona. Yo ir primera fila con usted. Yo morir por mi pueblo.
Lo estimo en alto grado -acotó Bermúdez, y agregó- juntos iremos  a la batalla. Mañana a primera hora saldremos a buscar las armas y de inmediato atacaremos a Maturín, donde nos espera el peligroso general Valentín González; es de mala educación hacer esperar a la gente.
Yo entender y cumpliré mi parte. Lo esperaré en la puerta de su habitación. Veré pasar los astros por las sendas del cielo y oraré en el altar de los Sarrase, los  ángeles del bosque que protegerme.
No se vayan… Guanaguanay ni sus amigos, quédense para que coman y brinden conmigo y con mis oficiales… El brindis será para ustedes. Y  conocerán a todos los oficiales que nos acompañan.
Tal como lo dijo Guanaguanay y sus compañeros, durmieron con un ojo cerrado y otro abierto, fuera de la tienda de Bernardo. 
Águila Blanca entre tanto, como siempre hacía, salió a recorrer por si mismo aquellos sitios para saber los inconvenientes que pudieran encontrar en su marcha, y así llevar a sus compañeros noticias de sus secretos. 
Con las primeras luces del amanecer del 2 de febrero de 1813, bajo una lluvia pertinaz, salieron Bermúdez, Águila Blanca, Policarpo, con Guanaguanay y sus caribes, para Caño Colorado. Tomaron un sendero que solo transitaban los indígenas. Era una ruta fácil, se puede decir, amplia pero totalmente camuflada por el bosque, cuyas ramas caían como cortinas, ocultando el amplio camino. Una partida de indígenas iban delante levantando palmas y ramas al paso de las carretas y los caballos que pasaban; y luego todo el monte volvían a caer y tapaba el camino; pero era la propia naturaleza que se mimetizaba. Además los indígenas de Guanaguanay y tal vez de sus antepasados, hicieron creer a los  pobladores españoles, que ese monte estaba lleno de serpientes venenosas, de las que llaman Cuaimas, y otras que llaman Lora, que pican en la garganta, y aderezaban esta creencia con anécdotas de los ataques que decían conocer. Con esas consejas nadie se atrevía a pasar por esa ruta.  Al medio día llegaron a la casa de Guanaguanay, y bajo un techo de palmas y de un falso, en el piso del rancho, sacaron el arsenal. El general don Manuel Villapol se esmeró al guardar aquel tesoro de la emancipación. Había dos mil fusiles ingleses y municiones en cantidad inaudita.  Tomaron todo lo que necesitaban; y Guanaguanay fue autorizado para armar su tropa, pero el cacique sólo tomó lo necesario para los que sabían disparar, porque dijo que los que no sabían manejar un fusil lo perdían porque lo dejaban en cualquier  parte. Sus hombres preferían el machete y las lanzas. Lo demás se quedo allí guardado para cuando fuera necesario. 
Tres horas después estaban frente a Maturín. El coronel Vicente González estaba apostado con sus 400 hombres en posición de batalla en varias filas horizontales, todos los hombres con sus fusiles prestos a disparar a la descubierta. Sucre como acostumbraba, colocó el cañón que llevaba y le dijo a Bermúdez
Comandante, déjeme asustarlos y desorganizarlos. Les voy a hacer tres disparos y usted arremete con la caballería. Ordene al comandante Andrés Rojas, que está al frente de la caballería,  que le dé un pase por la derecha que se ve menos protegida. Y entre los disparos y la carga de caballería ordene otra carga con los caribes de Guanaguanay por la izquierda. Usted y yo les entraremos por el frente y los derrotaremos irremediablemente.
Si. Me parece que eso bastará. Se acercó al batallón y dijo en alta voz: ¡Comandante Andrés Rojas! Espere tres disparos que hará Sucre, y, usted con sus jinetes  cargue por la derecha, pase rasante y regrese por la misma derecha para desbandarlos.
Águila Blanca, luego llamó al comandante Andrés Rojas y le dio las siguientes instrucciones.  Escoja  20 jinetes de los mejores, Ud. los conoce bien; espere que yo haga los tres disparos con el cañón de doce, entonces a toda marcha atacará las fuerzas desprevenidas de  González, por la banda derecha, como dice el Comandante, porque parece la más débil. Él no esperará un ataque de esta naturaleza y mucho menos espera el daño que le vamos a causar. Después del ataque, hace Ud. como que huyes, gritas ¡Vámonos! y llevas a tus jinetes al llano abierto. González seguramente ordenará que te persigan, y un pelotón te perseguirá. Tú sigues huyendo, vas a la cabeza; pero entonces te detienes y ordenas a tus jinetes que paren y se devuelvan contra tus perseguidores.  Terminas  la faena y vuelves para dar otra batida igual si no se han rendido; porque Bermúdez entrará de inmediato en combate.
Águila Blanca, siempre con Inés a su lado, desplegaba una vigorosa actividad, siempre pendiente de los soldados bisoños, de los heridos y de los que no entraban en combate. Ella en todo caso estaba frente a las mujeres que seguían a los soldados, que organizaban hospitales, atendían a los heridos, se ocupaban de la logística, cargaban los fusiles de pistón y en muchas oportunidades participaban en combate. Junto a ella se distinguían mujeres como Rosalía Ramírez,   
Águila .Blanca  hizo los tres disparos de cañón convenidos con gran suceso, y la infantería de González sufrió muchas bajas entre heridos y muertos, lo cual creó un gran desordenó y quebró la moral del batallón que no esperaba tal ataque. Sobre la marcha Rojas con los hermanos Monagas, Domingo Montes, Zaraza, y 20 jinetes más, con habilidad impresionante, atacó bajando desde el Guarapiche, por la derecha del enemigo, ubicado estratégicamente en el alto de Maturín, camino de Aragua, donde recibió el impacto y luego bajo fuego nutrido, y el ataque del intrépido Andrés Rojas, crecido entre el grupo de corceles que  con  desprecio de la vida, castigó severamente a las fuerzas de González, que resistieron  valerosamente el ataque; y observaban a Rojas que siguió como quién huye hacia al llano abierto;  González sin perder tiempo,  ordenó su persecución. Rojas se alejó con la velocidad del viento: pero de repente contraatacó tomando desprevenidos a sus perseguidores causándoles pavor y muerte. Los que pudieron se dieron a la fuga o se dispersaron en el llano.  
            Bermúdez ordenó a Guanaguanay y a sus oficiales: Pérez de Aguilera, Lucas Carvajal, Juan Sotillo, Gavino Palacios y Peralta, rematar la batalla. 300 hombres, los mejores de las llanuras de Maturín,  atacaron por el centro y en menos de 30 minutos González y sus hombres se dispersaron. González nunca pudo reorganizarse para el tipo de batalla tradicional que indicaba su manual.
A ese i
ndio valiente le correspondió la persecución y el castigo en el Alto de Los Godos, de las fuerzas del disidente coronel Vicente González, que se retiraban ordenadamente por ese paraje, y el mismo le puso ese nombre, después de someterlos y ejecutar a los que cayeron prisioneros.
 Después de un receso en el que atendieron a algunos nativos rendidos, Bermúdez ordenó a Guanaguanay perseguir a los españoles que se reagruparon y escapaban por la vía de Aragua de Maturín.
Poco después Guanaguanay regresó, no pudo alanzar a los reales, porque en alguna parte desaparecieron. Se presentó ante el comandante para rendir cuentas; estaba contrariado. Estrechando la mano que le tendió Bermúdez,  le dijo:
Yo querer pelear siempre con ustedes. Indio no tener miedo. Morir por libertad. Yo pelear contra tiranos que robarme todo.
El heroico pueblo de Maturín, que estuvo siempre del lado de los patriotas, y que nunca se rindió al vasallaje del claudicante don Vicente González, prestó apoyo solidario al ejército de Mariño, sin el cual nunca hubiese sido completo el triunfo,  y cuando el comándate Bermúdez  entró victorioso, lo aclamaron como su Libertador. Todo el pueblo de Maturín se lanzó a las calles para aclamar a sus libertadores.
Los caciques Guanaguanay, Taguaya y Yaguaza, con más de 1000 caribes, lucharon a su lado y le pidieron reunir  un consejo de guerra. Bermúdez aceptó, y se reunieron para escuchar a los caciques.
Guanaguanay, habló y dijo: No hemos vencido aun, tenemos que liberar los pueblos de Aragua, Punceres y los Magueyes. Aragua es un punto estratégico, nos permitirá dominar el Guarapiche y destruir cualquier avanzada que venga de Punceres. Ese sitio nos importa mucho porque allí está el único hospital de toda esta zona. Aragua es lo que se dice la retaguardia del ejército.
Bermúdez agradeció a los caciques su participación y sus sabios consejos; y dijo: Tomaré de inmediato las previsiones que amerita su planteamiento. Avanzaremos hoy mismo sobre Aragua.   
Bermúdez se encargó del gobierno militar de Maturín juramentado por el Cabildo en pleno; con la complacencia del pueblo. Y ese mismo día 2 de febrero de 1813, dictó sus primeras previsiones que fueron: dar  a las víctimas en la batalla cristiana sepultura. A tal efecto, se ofició una misa de campaña en el cementerio de Maturín, oficiada por el sacerdote patriota Manuel Gregorio Pérez de Aguilera. 
Águila Blanca se encargó de instalar en algunas carpas, un hospital militar, bajo la responsabilidad  de Guanaguanay, porque no había médicos ni enfermeras; a esos efectos  trajo a un sabio anciano piacha Kaima Caribe, que aplicó con éxito a los heridos la medicina indígena, sobre todo demostró las propiedades cicatrizantes de la sábila que aliviaba de inmediato.
Bermúdez se encargó personalmente del entrenamiento de los reclutas, para los cuales ordenó que se les enseñara el uso del fusil de guerra. Este ejército reunió una extraordinaria oficialidad, de la cual ya hemos mencionado algunos nombres de las principales figuras.
Bermúdez también  le envió a Mariño un cargamento de armas y municiones del arsenal de Manuel de Villapol; y le informó con detalle sobre el triunfo de las armas libertadoras, que abre las puertas de la mejor despensa de oriente, y la mejor ganadería de la provincia.
Es inimaginable, 8000 soldados españoles no sabían que estaba sucediendo, Güiria se había convertido en un hervidero de patriotas, venían de las Antillas, Margarita, Carúpano, Cumaná, de la misma  Guiria, Irapa y sus alrededores,  a prestar servicio bajo las banderas de Mariño.
Bermúdez resultó herido de un lanzazo en el hombro izquierdo en  la primera batalla de Maturín, y por su carácter descuidó la herida con desprecio de su vida; y a los pocos días le dio fiebre y se le notaba muy mal. Entonces llamó a Piar, y le dijo:
No puedo seguir al frente de este destacamento, y Usted es el Jefe de mayor experiencia. Por lo tanto, lo dejo en el mando y marcharé a Irapa, a recuperar mis fuerzas.
Piar le respondió. Usted es un comandante victorioso. Me siento bien bajo sus banderas; pero sé cumplir las órdenes de mis superiores. Por mi patria y por mi pueblo, juro que cumpliré con honor.  
A finales de febrero  Bermúdez atravesaba el Golfo de Paria con rumbo a Irapa
Los escarceos de los dos bandos, patriotas y realistas son de diario acontecer en el golfo, pero en esa ocasión Bernardo Bermúdez que venía preparado para vencer atacó y destrozó una de las flecheras de Gavanzo. 
Informado Cerveriz, ordena; la persecución de Bermúdez, logran rodearlo, lo rinden y apresan. 
El médico Dr. Alonso Ruiz Moreno, que tenía su casa y hacienda en Yaguaraparo, atiende los presos de Cervériz; es gran amigo de los Bermúdez y de doña Soledad Arismendi.  Cervériz quiere fusilar a Bernardo Bermúdez, al pie de un centenario Totumo, en la Plaza Principal. El Dr. Alfonso Ruiz Moreno se opone. Cervériz respetaba a Ruiz Moreno, pues fue médico del ejército español y Prior Director del Hospital de Cumaná fundado por Vicente Emparan, cuando fue gobernador de Cumaná. Cervériz accedió y lo dejó preso bajo su cuidado.
Cerveriz, aprovechó un descuido del Dr. Ruiz Moreno, entro en la enfermería donde dormía Bermúdez y lo asesinó cobardemente.  
Al saber lo ocurrido el Dr. Ruiz Moreno acudió al sitio y recrimina a Cervériz su cobardía y crueldad, y tomando el cuerpo inerte de Bernardo que era su amigo, y se lo llevó a su casa  en la hacienda denominada el “Otro Lado” (del río Cumaná, de Yaguaraparo) donde fue velado; y envió una comisión a Irapa en busca de doña Soledad Arismendi. 
Cervériz, después del crimen salió con una partida hacia Carúpano. El sepelio de Bernardo Bermúdez se efectuó el día siguiente, pero no se tiene certeza sobre el lugar del entierro,  en cuál de las lados del río y poblaciones fue sepultado, si en el mausoleo  de Doña Soledad Arismendi en Irapa, o en la población de Yaguaraparo, en el cementerio que fue demolido  en 1910.
No hubo tal impase entre Piar y Bernardo Bermúdez, como dicen muchos historiadores y cronistas;  es difícil creer que Piar pudiese desplazar a  Bermúdez por la fuerza, ni  por las razones que fuesen, y mucho menos porque sus tropas prefiriesen el mando de Piar. Fue un hecho que la intriga convirtió en suceso; según cuentan algunos porque Piar tenía un grado militar superior,  y otros,  por desacuerdos en el comando de las tropas, o por la estrategia a seguir, cuando aun no se había presentado ninguna contingencia; otros  dicen que entre Piar y  Bermúdez, se produjo un altercado por cuestiones raciales, por favor. Que Bernardo Bermúdez se separó del mando y partió hacia Irapa para incorporarse al ejército de Mariño, esto es imposible porque estaba herido y su salud se resentía con la fiebre. Es impensable que Piar pudiese faltarle el respeto a Bernardo Bermúdez. La única verdad es que  Bermúdez fue herido de un lanzazo en el encuentro con González, batiéndose como un león en defensa de su Patria, como tenía que ser.
Al tener conocimiento en Irapa,  el comandante José Francisco Bermúdez, que su hermano  Bernardo Bermúdez, estaba herido y hospitalizado en  Yaguaraparo, ataca esta posición; por lo cual Gavasso abandona la plaza con su escuadrilla y deja en el mando al Coronel Cervériz, el cual, en un acto de cobardía inexplicable,  ordena  la ejecución sumaria  del comandante Bernardo  Bermúdez, en el famoso Totumo;  hecho desgraciado que va a traer funestas consecuencias para los colonos españoles de la zona, a los cuales José Francisco Bermúdez les declara una guerra implacable.
El primero de marzo Piar tiene conocimiento en su cuartel general  de la ocupación de Aragua de Maturín, por fuerzas de Zuazola, Bobadilla  y Boves, donde había dejado una patrulla de 50 hombres. Las noticias que recibía de ese pueblo eran espeluznantes, y se decidió ir al encuentro de los realistas para lo cual ocupó el pueblo de Punceres donde estableció su cuartel General.
Los Magueyes
El 15 de marzo, Zuasola y Boves, al tener noticias de las fuerzas de Piar acantonadas en el pueblo de Punceres, decidieron atacarlo. Ciertamente para esa fecha Piar con 500 hombres estaba atrincherado en San Francisco de Punceres, y tenía su cuartel general en la Iglesia. Es un pueblo de doctrina de más de 500 familias chaimas-caribes, se inició en 1729, por misioneros capuchinos de Cumaná, bajo el mando de Fr. Miguel de Villalba, está ubicado al pie de la serranía de Punceres.
Entonces Águila Blanca,  le dijo a Piar, mostrándole un dibujo que había hecho a la carrera. 
Usted sabe, comandante Piar, que Los Magueyes  es un embudo, Le ruego que observe este dibujo. Si usted lo ordena, podemos preparar una operación de defensa y ataque: podemos montar tres cañones en la boca del embudo para impedirle a los españoles el paso a la llanada. Fíjese…allá en aquella colina…-mostrándosela en el plano-  Suazola, solo cree en la fuerza y en el número. Podemos batirlos con astucia… antes de que se den cuenta. Si usted lo considera prudente.
Yo soy un hombre abierto a las estrategias –dijo Piar- y esa me parece buena, la pondremos en práctica,  déjeme que hable con Azcue.
Los Magueyes, cerca de Punceres, queda en un cruce de los caminos que van de Cumaná a Maturín; una vertiente sigue hacia San Félix de Ropopan, Caicara, Areo y Barcelona,  y otro por Aragua, Cumanacoa y Cumaná, y tenía la conveniencia de ser un paso angosto entre las montañas que terminan en una explanada.
Piar consultó con el ingeniero militar Azcue, su mano derecha y le dijo:
No se pierde nada con probar… ¡Comandante Sucre… Haga el favor, ejecute ese plan… me gusta mucho…! Azcue encárgate… da las instrucciones para que se ejecute el plan. Yo esperaré con mis jinetes para darle la puntilla. 
El Comandante Azcue, dirigiéndose a Piar le dijo: Con su permiso, mi comandante, me gustaría secundar a Sucre en esta acción.
Creo que es una buena idea. Ese es su terreno. Préstele su colaboración al comandante Sucre, y si necesitan algún refuerzo pueden disponer a su satisfacción. Para eso estamos aquí todos somos comandantes, como dijo Mariño. 
Tal como se planificó, sucedió: Zuazola reforzado por Bobadilla, y con Boves a su lado, creyéndose invencibles,  con un poco más  400 jinetes, a todo tren, avanzan de  frente y sin miramiento a atacar las fuerzas de   Piar que lo esperan a discreción. Sucre que lo tenía en la mira… al llegar  a la distancia precisa,  le hizo el primer  disparo  con toda precisión,  desbaratando la primera línea de la caballería enemiga. Enseguida le disparó el segundo, que hizo diana en medio de la tropa, causando muerte y espanto. Ya la tropa,  perdido el aliento, se había detenido por la sorpresa. Antes de que se recuperaran de su asombro, sonó  el tercer disparo, cuando ya Piar con la caballería se había lanzado a destruirlos; como en efecto. Aquellos campeones invencibles de la Patria,  acostumbrados ya, a la victoria;  se abalanzaron como fieras, desbaratando al enemigo que no tenía escapatoria en aquel callejón que se hacía más estrecho en medio del combate;  impidiendo, la propia naturaleza,  el desenvolvimiento de aquellos jinetes llenos de pavor, por el efecto de los cañonazos servidos por Águila Blanca y su batallón de zapadores;  que produjo la parálisis de los reales; y después, la fuga de los oficiales, que se consideraban condenados a muerte en aquellas circunstancias.  Los patriotas  disparaban a quemarropa, de tal suerte que les impedían el uso de las lanzas a las cuales los soldados les temían más que a los disparos de fusil. Quedaron tan atascados los reales que no encontraban como defenderse, pasar ni retroceder, encontrado la muerte en todas partes. Iban cayendo heridos ante los ojos desorbitados de Zuazola, Bobadilla y Boves, que no tuvieron más remedio que huir,  sin encontrar explicación de su torpeza; y salieron milagrosamente del atajaperros, huyendo como almas que se lleva el diablo,  porque venían detrás de sus tropas los caribes de Guanaguanay con sus largas lanzas que causaban la muerte de una manera cruel y rápida. Por fin algunos oficiales entre ellos Zuazola, Remigio Bobadilla y Boves, pudieron dar vuelta a sus cabalgaduras, seguido de otros oficiales españoles, que apartando a sus propios soldados con gritos y golpes lograban escabullirse. De esa manera, amparados por una muralla de victimas, lograron salvar sus vidas,  y salir despavoridos  de aquel infierno en el que habían caído por torpeza inexplicable o por desconocimiento del territorio.
Piar, que se dio cuenta de la fuga de los oficiales realistas, les gritó a los soldados reales que se batían con honor:
Piar. ¡Ríndanse idiotas…! Que sus jefes huyeron, ustedes no tienen por qué morir por unos cobardes.
Algunos soldados reales desde atrás gritaron: ¡Es verdad… se fugaron…! ¡Es verdad  se fugaron…!
Los soldados que quedaban con vida, se dieron cuenta y tiraron al suelo sus  armas, y a su vez, gritaron
¡Nos rendimos, no disparen…! 
Así terminó esa primera batalla, bajo el mando de Piar, que inició jornadas heroicas jamás vividas en la provincia de Nueva Andalucía hacia su libertad. 
De inmediato Piar ordenó con voz estentórea ¡Está bien…! ¡No disparen…No disparen!
Águila Blanca, Inés, Rivero y Azcue, se encargaron de organizar las brigadas para enterrar cristianamente a los caídos de ambos bando  y llevar a los heridos hasta un hospital improvisado, donde le hacían curas de emergencia los piachas de Guanaguanay; y desde allí, los que presentaban heridas mayores, fueron llevados al hospital de Punceres,  el único de la zona. Por cierto Punceres fue aprovechado por Piar, ya que representaba un sitio inexpugnable. Allí ubico su ejército.
La entrada del ejército de Piar en Aragua de Maturín, fue dramática.  El pueblo estaba desierto. Las calles presentaban un panorama tétrico y un olor a muerte. Había cadáveres por todas partes. Lo primero que hizo Piar fue ordenar recogerlos y enterrarlos.
Entonces sintió, penetrado de horror, el suceso y se quedó sin aliento sin sentido, lo asaltaron mil desgracias, vio a los que exhalaron el último suspiro al impulso de crueles heridas.
Fue una tarea terriblemente dolorosa porque la mayor parte de los cadáveres estaban mutilados, cortados en pedazos y esparcidos, con esa idea de causar pánico. Algunas mujeres salieron como sombras entre los escombros de las casas vestidas de negro luto, con sus rostros tapados. Sin embargo, en silencio, se dedicaron a lavar a los muertos y amortajarlos.  Sus llantos y lamentos en la noche alucinaban visiones espectrales.  Los soldados temblaban de espanto. 
Piar recostado en un árbol apenas contenía el llanto. Águila Blanca se le acercó con una totuma de café y le dijo.
Comandante, jamás había visto algo igual. Pienso en el infierno a que se refiere Dante. Esto es obra del demonio. Es imposible pensar que esto sea obra del  hombre.
Yo tampoco había visto nunca algo así. Y soy un varón de la guerra.  Toda mi vida he bailado con la muerte, pero nunca había visto niños descuartizados, con sadismo ilimitado, con saña y odio incontenibles.
Mientras hablaba, al paladín se le saltaban lágrimas, más de impotencia que de dolor. 
Piar estableció su casa y cuartel general en Aragua de Maturín. A su lado estaba siempre Águila Blanca.
Al amanecer una dama vestida de negro, les sirvió el café, pero no pudo contener el llanto. Águila Blanca le dijo al General: disculpe a esta dama, ella es la viuda del Dr. Agustín Guerra, sabio educador cumanés, hermano de mi tío político Don José de la Guerra, esposo de doña Maria Alcalá, que fue asesinado por Zuazola; y ella presenció todo el horror que pasó en este pueblo.
Piar dijo: Señora, si usted puede… me gustaría escuchar de sus labios, todo lo ocurrido.
La mujer temblaba, balbuceaba, pero habló, dijo: Cuando Zuasola llegó el pueblo huyó hacia los cerros, pero él los engaño ofreciéndoles paz y prosperidad para todos; respetarle sus derechos y nosotros le creímos, y acudimos unos primero y fueron bien tratados,  y despues todos los que habíamos huido, y en la misma noche nos cercó con las tropas y comenzó la carnicería. Todos los soldados nos rodearon nos apresaron. Entonces hicieron un circo, cogieron a los niños y cuando los padres corrieron a buscarlos y a defenderlos, los mataban junto con ellos, eso fue algo que la imaginación no es capaz de concebir…
La mujer no podía hablar, el llanto  y el miedo… todo le daba vueltas, ;pero más apaciguada, continuó:
El español se volvió loco… ordenó el asesinato de mi esposo… y algunos hombres que se habían entregado desarmados: Don Francisco y su hijo José Domínguez Ortiz, un hombre ejemplar, valiente cual ninguno; el padre se entregó para salvarle la vida a su hijo… y ese bárbaro mató al hijo en presencia de su padre… y luego, el mismo le cortó la cabeza al anciano. A Don Antonio Pérez Fariñas, A los hermanos Ramírez, los asesinaron de la manera más brutal que pueda imaginarse. A estos los conocí porque eran de Cumaná.  A cientos de personas las mataron lanceándolas y luego sus cuerpos los tiraban  al pozo, o laguna de Inozúa. No sé porque a mí no me mataron. Debe ser que necesitan que alguien lo cuente.
Sucre se acercó a Manuel Piar, que arrasado de llanto se apartaba de la dama. Y abrazándolo para calmarlo, le recitó al oído:
“Cántame diosa la ira de Aquiles el Pelida: ira terrible que tantos dolores causa, por miles y miles, acarrea a los nuestros que tantas almas valerosas de héroes envió al infierno; y de sus cuerpos hizo carnaza para perros y para toda ave carnicera.  Maldito sea.  
Piar, se separo delicadamente del joven guerrero, se apiadó de aquella mujer, y le pidió que se quedara con su escolta porque allí tendría protección y todo lo necesario.  
 Después de la batalla en Los Magueyes: él, Azcue y Sucre se dedicaron  a perseguir y destruir nidos de realistas en los pueblos circunvecinos. Encontraron alguna resistencia en Corosillo, donde se concentraron restos de las tropas de Zuazola y de González, que se habían escapado de los combates y de la rígida persecución implementada. Piar, porque tenía que ocuparse del ejercito,  comisionó a sus comandantes: Azcue, Rojas  y Sucre, para eliminar esos  nidos de realistas en toda la zona. Por cierto la mayoría eran españoles rezagados de los combates anteriores, en los cuales no tuvieron ninguna participación, era una especie de élite del ejército que salió de Cumaná y Barcelona. Al parecer les habían dicho que se trataba de una cacería de indios revoltosos, que no representaban ningún peligro.
El 19 de marzo en la madrugada, Águila Blanca despertó al cacique Guanaguanay, y le dijo: Tú conoces bien este territorio, necesito hacer un recorrido, para ver las posiciones enemigas.
Tu mandar, yo obedecer… se bien lo que dices, indio conocer estrategia de tigres. Yo oler el rastro de los blancos. Te acompañaré y te diré los secretos de estos montes.   
Águila Blanca pudo observar desde un punto estratégico al cual lo llevo Guanaguanay, las defensas en Corosillo, donde  los españoles habían construido algunos parapetos, defensas y puestos de vigilancia,  y se prepararon  para defenderse.
Rojas, Sucre, Inés y Azcue, guiados por Guanaguanay,  montaron tres cañones frente a las defensas del poblado, y les hicieron 20 descargas parejas, y Rojas desplegó la caballería
En cuanto los españoles se dieron cuenta de la inutilidad de las defensas, huyeron, desaparecieron y dejaron a 20 soldados que sostuvieran el fuego, y la arremetida de los jinetes patriotas.
En esa escaramuza sobresalieron los hermanos Monagas, que venían a demostrar su fama, y sus llaneros, que saltaron las defensas y dieron muerte a todos los que se les opusieron.
Estas escaramuzas continuaron, los españoles esperaban refuerzos y no abandonaban el territorio,  pero la limpieza tampoco se abandonó  ni las persecuciones victoriosas, en las cuales sobresalió Inés, que se ocupaba de las mujeres,  de todo lo relacionado con la logística, en lo cual la había entrenado Águila Blanca,   especialmente en el cuidado de los heridos;  y, también como resultado de la actividad desplegada,  cohesionaron y fortalecieron las fuerzas de Piar.
Piar recibió el parte de Azcue. Entonces salió a recibirlos, y emocionado, les dijo:
¡Soldados…! ¡Ustedes son invencibles…! La Patria os lo recompensará.
Y se lo creyeron. Todos salieron del campamento con el pecho inflado…Con esas frases Piar logró que la tropa le obedeciera ciegamente. 
El ejercito patriota, lleno de orgullo,  a cuyo frente iba el invicto Piar, cuya figura egregia se destacaba al frente de su ejército, y a cuyo lado, también se destacaba el pétreo Azcue, seguido de aquella generación de heroicos paladines, entre los cuales, sobre todo. se destacaba la hermosa figura de Águila Blanca, que avanzaba siempre de guía, sobre su incansable caballo zaino, con su cabello negro ensortijado, que caía en bucles sobre su rostro de perfil griego, cual un Apolo, redivivo.   Hizo su entrada en Maturín el 20 de marzo en medio de un pueblo patriota enfervorecido que estaba decidido a morir por su libertad.
Entre tanto, en Caracas, Monteverde recibía las noticias de Oriente. Al principio pensaba que se trataba de un grupo de bandoleros que no valía la pena ninguna molestia para él, ni menos su intervención directa; pero le exigía a su gobernador, para eso envió a Cervériz como brazo ejecutor. En Cumaná, tenía campo para demostrar su fidelidad, estaba obligado, tenía que hacer un escarmiento para dar a entender que el Imperio no toleraría la insurgencia.
Y después de conocer “las proezas” de Don Eusebio Antoñanzas en Cumaná  y Antonio de  Zuazola, le causaba mucha risa lo de las orejas;  y con el objeto de asegurar Maturín, por el mes de marzo, destacó al Coronel don Lorenzo Fernández de la Hoz, desde Barcelona, al frente de 1000 hombres,  con los cuales avanza y llega a la arrasada Aragua y se une al depredador Zuazola,  Ambas fuerzas componían un ejército de regulares proporciones para aquella campaña, de 1500 hombres, que consideraron suficientes para destruir “al faccioso” Piar.
Pero Monteverde no sabía que el comandante Manuel Carlos Piar, secundado por el ingeniero,  José Francisco Azcúe, y  un joven  al que llamaban Águila Blanca, que hacia milagros con sus cañones; y además, los mejores lanceros de Venezuela, y los 45 comandantes invencibles de Mariño, que señoreaban invictos, al mando de 800 jinetes, que más bien eran centauros sueltos  en las sabanas de Maturín; compitiendo con  los mejores lanceros de toda la Venezuela de aquellos tiempos; y cerca de mil caribes que peleaban como fieras; y Piar, que en esas sabanas desplegó todo su ingenio,  y había   batido  magistralmente, con menos tropas, pero haciendo prodigios, cada uno de ellos, dignos de la pluma de Homero. 
En las puertas de Aragua, aquella mañana del 18 de marzo, se enfrentan por sorpresa a la división de Fernández de La Hoz. Los caribes de Guanaguanay y de Taguaza, los cañones de Águila Blanca, y los refuerzos de Mariño y Bermúdez, con cargas sucesivas de caballería, desplegada en abanico, conducidas  por el invicto comandante Andrés Rojas, que, apuntando sobre todo a  los flacos realistas, mostraba la superioridad de su experiencia guerrera; y en esas cargas sucesivas, los hombres de Piar fueron diezmando a los realistas  sin darles tregua;  y cuando se avizoraba el desenlace, después de  horas de combate,  él, líder indiscutible de aquella jornada,  personalmente avanzó al frente de la retaguardia por el centro, aniquilando todo lo que quedaba del ejercito realista. Zuazola y Fernández de la Hoz, se salvaron milagrosamente, huyeron pavoridos.
En ese mes de marzo de 1813 la situación de Monteverde estaba muy comprometida. Nunca pudo entenderse políticamente con la Real Audiencia de Caracas, por la cadena de crímenes que se le señalaban;  el Regente Heredia, alzado contra él,  obtuvo la liberación de un número considerable de prisioneros, que iban a ser ejecutados, entre ellos los de Cumaná,  don Vicente de Sucre y cien patriotas más, serían pasados sumariamente por las armas;
Monteverde supo las derrotas sufridas por Fernández de La Hoz y Bobadilla, en pueblos cercanos de Maturín, y resolvió ir personalmente con sus tropas, veteranas de las guerras contra Napoleón, para aplastar la sedición.
Entre estas tropas españolas había veteranos de Coro y un contingente de 250 soldados especialmente preparados en España por el General Ballesteros.  
No había terminado la historia de la heroica Maturín. Los realistas regresan reforzados por el comandante Remigio Bobadilla, y el 11 de abril,  los tres jefes españoles intentan profanar el sagrado Olimpo de Piar,  y nuevamente son derrotados. Con la misma estrategia usada  con éxito ante Zuazola;  un pequeño destacamento al frente de la ciudad, amparada con la artillería a cuyo frente estaba el impertérrito Águila Blanca con Inés y el pétreo Azcue, para dar la impresión del sacrificio; y la caballería espantada por la sabana. Resistencia hasta lo indecible  y luego ataque demoledor de la caballería, al grito de ¡Vuelvan Caras carajo!... como después lo hizo Páez, tomando a las fuerzas de asalto desprevenidas y atolondradas. Con resultados tan favorables, no solo de refuerzos sino de pertrechos incontables. Así, con la moral de las fuerzas patriotas elevadas al más alto grado, Piar y sus hombres, se aprestaban después de la victoria, a nuevos sacrificios por el honor de un pueblo libre y soberano. 

DERROTA DEL CAPITAN GENERAL DE LA PROVINCIA DE VENEZUELA, CAPITAN DE NAVIO DON DOMINGO DE MONTEVERDE.
Para el 5 de marzo, este hombre venía de error en error, hasta el punto de haberse granjeado el odio de los mismos españoles que temían por su vida y sus haciendas. Al llegar a Caracas, nombró gobernador militar al coronel Pascual Martínez, de quien dice el regente Heredia “que no merecía aun ser cómitre de una galera”, sin embargo con este sujeto cometió los mayores crímenes, violando la Capitulación. Este bárbaro redujo a prisión a las personalidades más importantes de Caracas: al Dr. Juan Germán Rocio, al anciano brigadier José Salcedo, a don José María Gallegos y a don Florencio Luzón, de las más importantes familias de Caracas. Y en la Guaira, el coronel Cerveriz, hizo otro tanto: encarceló al coronel y maestro José Mires y Correa, a Paz Castillo, Tomás Montilla,  al  fraile  Cortés de Madariaga, y otros ilustres ciudadanos, ganándose el odio mortal de los caraqueños.
Con Monteverde colaboraban en todo tipo de crueldades un clérigo de nombre Rojas de Queipo, el Lic. José Manuel Oropeza, el médico Antonio Gómez y el periodista José Antonio Díaz, que hizo más daño que todos los otros juntos ya que proclamaba sus perversidades desde la Gaceta de Caracas.
El 27 de abril nombró al coronel Juan de Tizcar, gobernador de Caracas y partió  desde la Guaira para Barcelona, con cinco buques de guerra. Allí se le juntó Manuel del Fierro, Gobernador de la Provincia de Barcelona, con sus fuerzas y en calidad de Jefe de Estado Mayor, en esa ciudad recibió noticias alarmantes de Maturín, y de una comisión enviada por don Eusebio de  Antoñanzas, Gobernador de la provincia de Cumaná, que le aconsejaba desistir de la empresa que pretendía; pero Monteverde no estaba para malas noticias.  Él era un vencedor.
            En estos días de Maturín, los patriotas conocían el texto de la carta de Miranda del 8 de marzo de 1813, que circulaba profusamente; esta carta  escrita en su calabozo de Puerto Cabello, denunciaba todas las violaciones que cometían los hombres de Monteverde  en todo el territorio Nacional. Además de la experiencia personal, de todos los patriotas  en toda la provincia de Cumaná, en manos de sus capitanes: Antoñanzas, Boves, Cervériz, Zuazola, Fernández de la Hoz, Pascual Martínez,   etc. que hasta noviembre de 1812, habían conducido a las mazmorra de La Guaira y Puerto Cabello, a 723 personalidades, padres de familia, mujeres y sacerdotes, presos de alta representatividad en la provincia. Estos hechos inhumanos ponían fuego en la sangre de los patriotas.
En ese mismo mes de abril, avisado Fernández de la Hoz de la partida de Monteverde desde La Güaira para Barcelona,  al frente de un batallón de regulares proporciones y reforzado con algunas tropas de Don Juan de Tizcar,  que  venían de vuelta y avanzaban sobre  Maturín, se detienen en Aragua  para esperar y  juntarse con el Capitán General Domingo de Monteverde; levantan campamento,  para una fuerza calculada en 1200 hombres y se dedican  a disciplinarlas. Esperan allí al ejército invencible de 2000 hombres, con que su jefe proclamaba, y decía: que disiparía a los patriotas como el humo al impulso del viento.
El 20 de mayo, llega Monteverde  a la villa de Aragua, abandonada por sus habitantes. Llega con gran alboroto de bandas musicales, salvas de cañones y disparos de fusil; el reconquistador anuncia la victoria, pero es magnánimo y así lo proclama.  Instala en las afueras de Maturín varios campamentos con absoluto desprecio de las fuerzas patriotas. Toda una parafernalia con una formidable banda musical que se hizo noticia en todo el territorio provincial, sin embargo descuidaron mucho a los caballos, mulas y cañones, ubicados lejos del cuartel general y poca vigilancia. El cuartel General fue instalado en carpas confortables en medio de la llanura y a la tropa le toco la intemperie, castigada por la lluvia pertinaz, como siempre pasa en Maturín. 
Águila Blanca y los caciques Guanaguanay y Taguaza, vestidos con uniformes españoles, se introdujeron anocheciendo entre los soldados realistas en el campamento de Aragua; y observaron sobre todo la artillería y los caballos. Monteverde venia equipado con todos los hierros: traía 3 cañones de 8, que son más bien para defender un sitio, son muy largos y pesados; diez y seis de 4, y una gran cantidad de obuses y morteros. 
Águila Blanca le dijo a los caciques: Creo que podemos hacer algo para estropearle la fiesta a los españoles.
Guanaguanay preguntó: ¿Cómo qué, mi comandante?
Podemos clavar varios cañones. Esta noche lo intentaremos
Y… ¿Con qué se come eso comandante?
Clavar un cañón, dijo Águila Blanca, es una operación sencilla que consiste en inutilizar los cañones del enemigos introduciendo un clavo de broce por el fogón de la pieza de artillería, de manera que el cañón queda inutilizado. Pues es precisamente este fogón por donde se prende la pólvora alojada en la recámara, y el cañón no puede disparar hasta que no se repare; y esa es una operación muy complicada para hacerlo en el campo de batalla.
Yo entender, muy bueno, muy bueno,  pero yo conocer otro truco, que puede hacer daño… hay una yerba que le hace enfermo a los caballos, y por aquí cerca  haber… y lo pior es que les gusta. Tiene unos granitos que se parecen a mijo, pero son dulces como el maíz. Unos cuantos granitos mezclados pueden servir. Los poner muy pesados.
Águila Blanca le dijo a Guanaguanay. Esta noche vamos a dormir aquí con los cañones y la caballería. Yo me encargaré de clavar los cañones, los más que pueda, y tu le vas a dar las hiervas a los caballos. Esta gente esta tan poseída que ni se dará cuenta de nuestra presencia ni de las acciones que vamos a realizar. Fíjense la vigilancia que tienen: dos soldados que están jugando cartas y que de seguro se dormirán.
También puedo darles un cafecito preparado para ayudarlos,   para que duerman y sueñen de lo más tranquilos.  La ventaja de estas hierbas es que el sueño no dura más de una hora y descansan muy bien, yo las usa para mi… no se dan cuenta de nada.
Me convenciste, así lo haremos.
A las nueve en punto de la noche tocaron la diana, y todo mundo se fue a dormir; las guardias se establecieron en el campamento. En el patio de armas y en las caballerizas,  a esa misma hora se produjo el primer cambio de guardia, de 4 horas.  A.B. y sus caciques se escondieron en un montecito de cariaquito morao, muy apropiado y cercano. De vez en cuando Guanaguanay molestaba a los caballos para que se inquietaran y los vigilantes se acostumbraran a sus relinchos y bufidos; acudían presurosos a ver qué pasaba y al no encontrar nada y discutir entre ellos, a la tercera vez ya no se movieron más. Dejaron pasar dos horas, a las once de la noche, Guanaguanay fue a llevarles el café. Les dijo a los guardias yo preparé café porque no puedo dormir, y me dije les llevaré a los muchachos una totumita, ahí se las dejo por si quieren.
Uno de los guardias lo increpó. Oye, indio qué vaina es esa de traer el café en totuma ¿Dónde aprendiste eso?
En totuma el café es más sabroso, porque está en contacto con la naturaleza, pero si no te gusta me lo llevo y ya.
No seas tan pendejo. Deja el café aquí. Vete al carajo. indio sucio.
No se metan conmigo porque yo soy escolta del coronel Suazola y a ese no le gusta que se metan conmigo. Se los advierto. Mira  –Hizo el gesto del corte de cuello y se sonrió.
Anda. Vete, indio, que me vas a arrechar.
Bueno búscate una burra para que la pases. Hay que ver que eres bien malagradecido. No te traeré el traguito de ron que pensaba.
Bueno, bueno, perdona son vainas mías… anda busca el traguito, trae para dos.
Está bien, eres un gran jodedor. Se los traeré.
 Guanaguanay fue directo a los corrales y se metió entre los caballos para que lo conocieran cuando volviera con las yerbas. Caminó varias veces entre ellos. Los acarició, les hablo. Hizo amistad con casi todos. Luego fue a buscar la botella de ron que nunca le faltaba, lo sirvió en una taparita, porque pensó que si llevaba la botella se la iban a quitar; y se devolvió para donde estaban los guardias. Les dio la taparita y les dijo: mañana les traeré una botella de cocuy para que pasen la noche.
Mira indio hay que ver que tú si eres burro. Mañana vamos a pelear en Maturín… ¿Como nos vas a dar la botella si estaremos en la pelea?
Burro eres tú… la pelea es por la mañana. En la noche estaremos aquí o en otro lugar y yo estaré cerca de ustedes, porque ese es mi puesto. De todas formas, les traeré otra taparita para esta noche. No más una sola vez, porque se pueden emborrachar.
 Anda indio del carajo… busca la vaina
A los pocos minutos Guanaguanay les llevó la taparita de aguardiente y se fue en busca de  Águila Blanca.
El 24 en la mañana, Monteverde parte con su ejército para Maturín. Se ubica en las sabanas adyacentes hacia el noroeste. Reparte sus  fuerzas en cinco divisiones, al mando de Zuasola, Fernández de La hoz, Bobadilla y Bosch; Monteverde recorre y arenga a sus hombres antes de atacar;  improvisa una proclama que envía a los patriotas, con el padre Márquez, que entra a Maturín con banderas blancas y un clarín. Piar lo recibe en su tienda de campaña a las puertas de la ciudad, le ruega que tome asiento, toma la correspondencia, con gesto teatral; están presentes los miembros de su Estado Mayor, formado por los comandantes  Azcue, Rojas, Sucre, Domingo Montes,  Guanaguanay y los jefes de las guerrillas: José Tadeo Monagas, Manuel Vicente Parejo, Jesús Barreto Ramirez, etc. Piar, con respeto, le pide a Sucre que lea la correspondencia, y éste  lee ante todos en alta voz.  
Dice así:
“Son muy conocidas la humanidad de mis sentimientos, y la moderación de la reconquista  en todos los pueblos de Venezuela, que no se ha obstinado en volver de sus extravíos, y reconocer a su legítimo  soberano; si la guarnición y jefes  de ese pueblo  desgraciado prosiguen en su obstinación, y no se entregan  en el espacio de dos horas, para evitar la efusión de sangre de los miembros de una misma familia y de una misma nación;  serán abandonados por mí  al furor irresistible de mis soldados, que ansían por vindicar el honor de las armas nacionales, y por destruir a los enemigos de la paz, de la justicia y de la felicidad de estas poblaciones pacíficas.  En el caso de tal resistencia podrán inmediatamente pasarse a este ejército los niños inocentes, las mujeres, los ancianos y los enfermos, a quienes ofrezco todo asilo y hospitalidad, para que no sean víctimas de las mismas armas que han volado desde Caracas no solo para escarmentar a los traidores, sino también para ser el amparo y la protección de los inocentes y de los leales. Campo frente a Maturín, 25 de mayo de 1813. Domingo de Monteverde.
Inmediatamente Piar le dijo a Sucre.
Redáctale una buena respuesta a ese carajo.
El padre Márquez se santiguó.
Entonces Sucre escribió y leyó en alta voz:
“Si hubo un tiempo en que las fementidas promesas fueron capaces de engañar a los americanos, y bajo de ellas experimentar la porción de males que sabe el mundo entero padecieron tantas honorables familias; rompiose la venda que los cegaba, y disipose la negra nube que ocultaba un jefe como vos, que con rostro sereno entregaba los inocentes pueblos al furor y a la saña de hombres inmorales y bandidos. Con este conocimiento el pueblo de Maturín, sus virtuosos moradores, y los jefes que lo comandan solo se encuentran con las laudables intenciones y la firme resolución de defender su libertad hasta perder la vida”.
 Cuartel de Maturín. 25 de mayo de 1813. José Francisco Azcue. Manuel Piar.
El Padre Márquez sin decir palabra, tomó el pergamino y salió casi a la carera.
Los patriotas animosos  y confiados en la victoria, reforzados como estaban con la incorporación de las guerrillas siempre victoriosas en los llanos de Maturín, donde se habían formado y fortalecido y señoreaban a gusto, más de 700 jinetes que luego se unieron entusiastas al ejército de Mariño, y ahora se aprestaban al combate por la libertad, que era su insignia.
Allí estaban con sus huestes: Rojas, Zaraza, los Monagas, Domingo Montes, Infante, Barreto, Ribero, Parejo, Sedeño, Carvajal, Carmona, y cien más de las formidables e invencibles lanzas del llano.  
Águila Blanca imperturbable genial e inigualable como artillero, y al frente del batallón de Zapadores, ávido de una victoria más; otra vez pelearía como soldado, al igual que todos los demás jefes patriotas de esas guerrillas, y de acuerdo con su correspondencia jerárquica en cierta forma, pero sin jactancia, las vigilaba, instruía, organizaba; y manejó impecablemente la estratégica defensa en la parte que le correspondió como artillero. Conjuntamente con Azcue construyó dos baterías a la entrada de Maturín por la vía del Costo Aragua, y montó en una de ellas el cañón de 8, que les envió Mariño, que a su vez lo habia recibido de Arismendi, los otros de 4 y de 6 formaban parte del arsenal de Villapol, y con suficientes municiones. Águila Blanca ordenó esperar pacientemente el avance de las fuerzas de Monteverde.
El 25 de mayo en la mañana, los realistas de Monteverde, reforzados con Suazola, Fernández de La Hoz, y Remigio María Bobadilla, cada uno al frente de una división. También estaba Boves pero como un fantasma, siempre cerca de Suazola.  Los reales forman sus fuerzas frente a ellos. Cinco divisiones en perfecto orden con vistosas banderas y su formidable banda militar de música, como si fuesen a un desfile. En un altozano descubierto se fueron juntando los jefes realistas: Monteverde, Suazola, Fernández de La Hoz, Bobadilla y, el después temible José Tomás Boves. Cuentan con más de 3.000 hombres disciplinados, en formación casi perfecta; y ya, muy risueños, se felicitan entre ellos con apretones de manos, saludos y abrazos. 
Águila Blanca acompañado de Domingo Montes se acercaron a Piar, y le dijo: Comandante le presento a Domingo Montes, viene con 200 soldados, todos preparados para el combate en las montañas de Cumanacoa.
Piar, lo he oído mencionar. Creo que esta es la mejor oportunidad para saber con lo que contamos. No será fácil, son una abrumadora mayoría.
Domingo Montes, dijo: Mis hombres y yo hemos venido a pelear por la Patria, a dar la vida si es necesario. No nos asustan los enemigos por numerosos que sean y estos que se ve a legua que no han venido a fajarse sino a rendirnos, de verdad los veo perdidos. Tendremos tiempo de ver los resultados.
Piar haciendo como que limpiaba el fusil, dijo: Me gusta lo que piensa Comandante, y parece que tiene razón… luego conversaremos, será un place conocer esa región en la usted desarrolla su estrategia; ahora vamos a tomar posiciones, le ruego que refuerce el lado izquierdo por donde la caballería jugará un papel vital. Lo veo muy flojo y casi desprotegido.   
Montes. Nos veremos luego Comandante, y salió a reforzar, con Villarroel y sus 200 caballeros, al Comandante Andrés Rojas, que ya estaba preparado para entrara en acción según las órdenes de Piar. 
Entre tanto Monteverde espera para dar la orden de avanzar, todos contienen la respiración. Se pasea orgulloso frente a sus fuerzas formadas en batalla frente a Maturín; luego vuelve con su Estado Mayor y convoca, como manda la diplomacia militar, a parlamentar con los jefes de División e impartir las últimas instrucciones, y sobre todo aquellas que se refieren a su seguridad; e inmediatamente despues de aclarar todos esos detalles, deciden atacar de frente, arrollar a los enemigos a la usanza de Napoleón Bonaparte, sin tregua y sin cuartel.
  Monteverde, para iniciar, dar un escarmiento y enseñar su poderío, ordena disparar los cañones, pero estos no responden, cunde la alarma... ¡Los cañones están clavados…!
Monteverde grita, patalea, llama a sus capitanes. Saca la espada y mata de una estocada certera al cuello, al jefe de vigilancia el propio capitán Arrioja… Su amigo y confidente. ¡Arrioja maldito…!  Y vuelve a gritar como loco: ¡Cuando, como y donde…! ¡Necesito saberlo…!  Los capitanes presentes tratan de calmarlo… por fin se aplaca, le dicen que hay varios cañones más que ya están ubicando y que dentro de pocos minutos podrán disparar. Monteverde grita otra vez, esta vez, llama a Fernández de La Hoz, y le dice con los ojos desorbitados: ¡Usted me responderá con su honor y con su vida, por esos cañones y los culpables…! ¡Los que resulten culpables, sean quienes sean…! ¡Descubra quien está en esto…! ¡Esto no quedará así…! ¡No puede quedar impune tamaño descuido! ¡Estamos vendidos! ¡Maldita sea…! Más calmado prosiguió: Aquí hay traidores y los buscará y me los traerá aquí. Tengo que hacer un escarmiento que todos recuerden…”
En esos momentos Zuasola que estaba hablando con Boves, en tono conciliador, le dijo: “Todo está bajo control, ya va a comenzar la fiesta…”
En efecto, tronó el primer cañón de 4 con poco suceso; enseguida otro y otro y otro… Los patriotas inmutables esperan pacientemente. Los realistas avanzan con sus capitanes al frente, hasta que entran dentro del radio de tiro de la mortífera artillería patriota a cuyo frete esta Águila Blanca, Inés y Azcue, y entonces hacen tronar sus cañones y fusiles con gran suceso, porque sus disparos hacen diana entre las tropas enemigas haciendo estragos en las filas realistas perfectamente alineadas; caen 17 artilleros y oficiales en las primeras de cambio.
Entre los muertos está el novel gobernador de la provincia de Barcelona, Don Pedro Alcántara Cabrera. Monteverde entra en una crisis de terror, quiere marcharse, pero sus oficiales lo auxilian, lo calman, y le dicen que tiene su retirada garantizada, en el caso de perder la batalla. Pero él no entra en razón y llama a sus auxiliares para que preparen su retirada; pero nadie le hace caso. Reinaba la confusión entre sus cuadros de mando. 
Los realistas acusan el golpe, se alarman, desconciertan y procuran salir del radio de tiro de las baterías; pero la caballería patriota, bajo el mando del coronel Andrés Rojas, ya está encima de ellos, atacando a sus espaldas con los mejores lanceros de la sabana, y se lo impiden, constriñéndolas al combate y causándoles daño mortal.  La moral de las tropas realistas se ve afectada; sin embargo Monteverde y sus capitanes no pueden retirarse ni replegarse, su Estado Mayor lo conmina y alienta…  Son una mayoría abrumadora, a que temer…  No pueden perder, entonces insisten en el ataque frontal; la artillería patriota los destroza. Por momentos Monteverde confía en el número: ¡A que temer…! Ordena atacar sin descanso…  Las tropas chocan una y otra vez contra los fusileros de Piar y los cañones y fusileros de Águila Blanca, que causan estragos y diezman a los desafortunados atacantes.
Dos batallones reales y sus jefes españoles: Antonio Bosch y Pedro Cabrera, rompen las filas patriotas y entran a Maturín. Águila Blanca se da cuenta del peligro que corre la población, cuando las fuerzas enemigas llaman y comprometen toda la atención de los patriotas en el frente de guerra a las puerta de la ciudad. A.B. deja al frente de la artillería al comandante Azcue, y de  inmediato ordena a su auxiliar José Ribero y al cacique Guanaguanay que se adelanten con todo el batallón de Caribes; y ocupen la parte alta de Cerro Colorado, y lo aguarden,  que él irá con el batallón bajo su mando, para cogerlos entre dos fuegos. 
Por los cerros de Maturín, se despliegan los reales; al frente van los dos pundonorosos jefes españoles: Antonio Bosch y Pedro Cabrera, al frente de 800 guerreros –fue hermoso y heroico ver el ejército real con sus banderas y las bandas de músicos engalanados, pasar al frente de las fuerzas patriotas con aquel alarde de orden con el cual pretendían tomar la ciudad, que creen desguarnecida; pero allí ya están esperándolos el cacique Guanaguanay, ahora con los refuerzos de los caciques  Yaguaza y Taguaya,  que se incorporaron con 500 guerreros caribes, y además un batallón de mujeres a cuyo frente aparece la formidable guerrera Juana la Avanzadora con su inigualable lugarteniente Marta Cumbale, con más de 400  guerreros, que  reciben a las  avanzadas reales tras una barrera impensada de incontenible fuego que los hace retroceder. 
Guanaguanay y sus caciques, se lanzan contra ellos con desprecio de la vida; se precipitan contra un enemigo superior, pero con lanzas largas manejadas con destreza insuperable, cuando aun Águila Blanca no ha cumplido lo pactado. Sin embargo el combate parece perdido, cuando de repente, por el perfil del cerro, Águila Blanca con Inés, el sargento Policarpo y sus zapadores aparecen desbandando la retaguardia enemiga, y en un avance sin precedentes, rompen el orden de las fuerzas reales, que se creían vencedoras y casi gritaban victoria. Los oficiales y sus bandas de música, van cayendo heroicamente, si se quiere, defendiendo con honor y mucho valor sus banderas.
Los reales se reagrupan, son demasiados y luchan en varios frentes, sobre
todo en las alturas de lo que hoy es el Alto de Los Godos, defendido hasta morir por el batallón de Juana la Avanzadora... Hubo un momento en que los patriotas de Guanaguanay lo vieron todo perdido por la metralla inclemente que llovía sobre ellos.
Águila Blanca le dijo a Inés:
Esto no está bien, vienen refuerzos españoles y nosotros no tenemos ni siquiera contacto con el Estado Mayor. Tenemos que impedir que ese batallón llegue hasta aquí.
En efecto Águila Blanca, con sus catalejos, se dio cuenta del movimiento de tropas, que escapando de la carnicería que protagonizaba Rojas en las alas del ejército de Monteverde, entraban a la ciudad buscando para guarecerse la vía de Cerro Colorado. Entonces mientras observaba, le dijo:
Inés, no lo dudes, en ello va tanto nuestras vidas como la victoria. Tenemos que hacer algo y ya…
Y… ¿Cómo crees que podemos hacerlo?
Vamos a tomar ese nido de artilleros que tienen los españoles en el cerro… y con esas armas los derrotaremos. 
En efecto a cierta distancia, subiendo el cerro, y muy bien ubicado los reales tenían un nido con un cañón de 6, una culebrina y 4 morteretes, con lo cual no hacían ningún daño porque no los sabían usar, aunque de todas maneras disparaban al bulto y hacían mucho ruido. 
Y… ¿Quieres que vaya yo a tomarlo?
Iremos los dos, pero tú buscarás la manera de avisar a Guanaguanay para que nos auxilie. Mientras tú vas… yo me acercaré a ese nido de inútiles… Cuando yo los vea a ustedes cerca de mí, les haré una seña y avanzaré hasta ellos… y ustedes me protegerán disparándoles sin descanso apenas saquen la cabeza… Tú me entiendes… Llegó el momento… anda… ve...
Si… Espero y confío en que la Virgencita de la Soledad me ampare.
Inés salió velozmente dando un rodeo a la descubierta por donde habían entrado hasta ese sitio del Cerro Colorado, que venía a salir a pleno campo de batalla; sin embargo la vía estaba despejada.
Águila Blanca esperó pacientemente que Inés avanzara hacia su objetivo, y luego, en una acción suicida, salió decidido a cumplir su plan. Caminó un largo trecho separándose del fragor del combate, pero directo hacia el nido de tiradores, favorecido por los cactus y las retamas, luego arrastrándose continuó acercándose al nido, el  camino de chivos bastante protegido de cardones y tunas, ocultaba muy bien su plan, se acercó a cien metros del nido de artilleros, sin que lo notaran, no podían imaginar tremenda osadía; entonces la gente de Inés y Guanaguanay, concertados con sus aliados Yaguaza y Taguaya iniciaron el avance y el  tiroteo contra el nido de artilleros.
Los artilleros disparaban sin pausa. Se explica su mala puntería, porque temían herir a sus propios camaradas, sin embargo de tanto en tanto daban al bulto y causaban heridos y muertos de ambos bandos.
Águila Blanca se percató que Inés estaba cumpliendo sus instrucciones; también vio a Guanaguanay en buena posición y les hizo una seña para que continuaran disparando, porque ya iba a meterse en el nido.
Los reales respondieron el fuego con sus fusiles, sin arriesgar mucho porque estaban en una posición ventajosa. A.B. le hizo señas a Inés para que se le uniera… Inés fue descubierta, corrió hacia él en medio de un tiroteo espantoso, pero la colina la protegía; a punto de llegar, resbaló pero no cayó sino que se colgó de los brazos de Águila Blanca que la abrazo, creyendo que estaba herida, fueron unos segados de angustia… infinitos;   la sostuvo hasta que ella logró el equilibrio y respiró sin decir nada. Águila Blanca también respiró profundo. Ella le preguntó al oído:
¿Qué pasó…?
No…No es nada… Vamos…
Enseguida Inés tomo su fusil y se acomodó a su lado disparando como se le había enseñado. Esos disparos advirtieron a los reales que los atacantes no estaban heridos y que venían a por ellos.
En el campo de batalla, en el Estado Mayor de los reales, se percataron que algo pasaba con el cañón, porque dejó de disparar. Águila Blanca también se dio cuenta y notó que el Estado Mayor del enemigo iba a movilizarse hacia ellos.
Entonces A.B. se decidió a jugarse el todo por el todo y atacar. Hizo señas a Guanaguanay para advertirle lo que pretendía y no dejara de disparar.
En el nido, los artilleros se dispusieron para la defensa, comprendieron que se estaban jugando la vida, sin embargo en lugar de tomar armas cortas continuaron su defensa con los fusiles y sus bayonetas caladas, lo cual era una dificultad muy grande en un sitio tan incómodo.
Guanaguanay y sus dos intrépidos camaradas: Yaguaza y Taguaya, entendieron las señas de A.B., Guanaguanay les ordenó atacar junto con él, al unísono con A.B., y así lo hiciera. Los dos caciques de Guanaguanay se adelantaron y treparon el cerro como tigres; se acercaron a la par de A.B. Entonces los cuatro guerreros, en una carrera absolutamente irreal, entraron al nido disparando a quema ropa con sus pistolas. A.B. rodó y uno de los reales le iba a disparar a quemarropa; cuando Inés, que estaba en el borde del nido, disparó hiriendo de muerte al real; y a la misma vez, A.B. le disparó a otro de los reales que apuntaba a Inés. Yaguaza se encargó de otro artillero, recibiendo a su vez una herida mortal al ser atravesado por la bayoneta de un defensor, que igualmente sucumbió de dos disparos que le hizo Taguaya. Los otros tres también sucumbieron en férrea y heroica lucha con los invasores patriotas.  El triste saldo de siete muertos enemigos y uno de los nuestros, el cacique más intrépido de los guerreros de Guanaguanay, Yaguaza, traspasado con una bayoneta, entregó su vida con una sonrisa de triunfo.    
Tomado el arsenal y el cañón de 6, fue otro el destino de la batalla. Águila Blanca, escogió una bala redonda de 6 libras, de las que explotan como una granada, y disparó al Estado Mayor de los reales con tanta seguridad, que los hizo saltar por los aires. Entre las víctimas están los jefes de la avanzada, los valientes españoles coroneles Antonio Bosch y el capitán de fragata Pedro Cabrera. 
La reacción patriota fue definitiva, Piar estaba en todas partes, desbandaron a la división de Monteverde con los mejores 800 soldados seleccionados especialmente para esta batalla, atacados por los llaneros invencibles bajo el impulso de Andrés Rojas y Domingo Montes, y los Monagas a su lado el indomable Zaraza, el formidable José Ribero, y Barreto, que con 40 jinetes y 500 hombres de infantería, rompió las filas reales, y causaron tal espanto que la mayor parte huyó hacia Cerro Colorado
Sin embargo, los españoles se reorganizaron y con los restos de los batallones de Suazola y Bobadilla, que también habían entrado a Maturín, tratan de apoderarse de las alturas y esta vez, atacaron en orden, como suelen hacer, en un solo bloque. Pero otra vez Guanaguanay con su edecán Taguaya, le sale al paso.  Estos intrépidos caribes de inmediato se movilizan con la velocidad del viento y vuelven a posicionarse en las alturas de Cerro Colorado, desplazando a los enemigos, conforme a lo indicado anteriormente por Águila Blanca. Guanaguanay arenga a sus caciques: “atacar sin descanso aunque les cueste la vida…” y van a chocar con los batallones enemigos, más numerosos y erizados de lanzas y fusiles, que tratan de impedirles el paso a los Altos.
Lo inesperado en esta nueva incursión del enemigo en Maturín, fue la actuación del batallón de mujeres, que eran utilizadas para recargar los fusiles, a cuyo frente está Juana la Avanzadora; que, bajo la metralla inclemente, ubica un cañón de 4 que vomita fuego con endiablada puntería. La secundan Marta Cumbale y Rosalía Ramírez y más de cien mujeres armadas con fusiles; y otras cien que ya eran soldados veteranos y se les unen en una acción concertada y única en la historia americana; y sabían muy bien manejar los fusiles con destreza y rapidez endiablada, y con esos refuerzos inesperados, los patriotas logran desbandar buena parte de los batallones españoles que se turnaban en el ataque.  Por más de dos horas discuten la victoria en el Alto de Los Godos. Cuando entra Guanaguanay y sus caribes a reforzar el frente donde actuaban.  Por un momento un silencio de muerte se apoderó del cerro, ambos ejércitos se dieron una tegua. Solo se escuchaba de vez en cuando y aisladamente el golpe de los sables, espadas y lanzas, que arrancaban chipas y sangre.   Y despues entre el sordo gemir de la pólvora también se escuchaban los lamentos y gritos de auxilio de los heridos. Los reales se retiraban en orden.
Encuentro formidable aquél. Se jugaban la libertad y la vida. De ambos bandos cayeron heridos y muertos y también muchos de  sus líderes; pero los españoles llevaron la peor parte, los  jefes más intrépidos  cayeron ante el empuje de aquellos bravos e invencibles patriotas que no conocían el miedo y sabían lo que se jugaban.
Fue una batalla para los inmortales. Guanaguanay, mil veces herido, tuvo el valor y el coraje de gritar en su idioma, antes de caer:
¡Ahora mi Patria es el cielo azul libre de Maturín!  ¡Eso nadie me lo quitará…! Y besó la tierra roja de sangre, que tanto amó, y en un último gesto, levantó la lanza hacia arriba y se quedó mirando la estrella ensangrentada, que brillaba en la cruz de la empuñadura con la tenue luz del sol de la tarde, con la última rendija de luz que le quedaba.  Allí lo recogieron y se lo llevaron sus heroicos lanceros con sus gritos funerarios.
Inés le cerró los ojos y lo besó tiernamente. Y ¡Oh prodigio…! El cacique muerto le sonrió… en la comisura de sus labios dejó ver la blanca dentadura. 
En otro escenario, Piar en las puertas de Maturín, habia logrado concentrar a sus fuerzas. Los reales se replegaban, el Estado Mayor de Monteverde no se resignaba, pese a la pérdida de sus mejores oficiales. Se reorganizaban  y volvían a atacar siempre de frente, no conocían  otras tácticas, y al atacar de esta forma encontraban siempre la muerte, ante la férrea defensa impuesta por Piar, y el uso de la artillería bajo la impecable dirección de Azcue. Piar luchaba en todas partes seguido por las huestes de  Infante y Zaraza.
La suerte estaba echada. Después de seis horas de lucha heroica y encarnizada, los realistas desconcertados solo esperaban la muerte en la más vergonzosa fuga de sus capitanes: Monteverde, Fernández de la Hoz, Tizcar, Bobadillas, Boves, Zuazola, Cervériz, etc.  y sobre todo Monteverde, que sufrió la peor y más inesperada derrota de su corta carrera en Venezuela, fueron humillados.  
En Maturín se cuenta y canta el heroísmo de Juana La Avanzadora, que organiza un ejército de mujeres entre las cuales va Marta Cumbale, la guireña inmortal, y que avanza en el “Alto de Los Godos”, y no retrocede un paso ante el empuje terrible de los impertérritos generales españoles Antonio Bosch y Pedro Cabrera, que se sacrifican impotentes ante el avance y la superioridad de las fuerzas patriotas conducidas por Piar, Azcue, Sucre y Rojas. 
“Tavera acosta dijo: “Con todo, allí en el “Alto de los Godos”, salvan el honor  de los estandartes  de España el teniente coronel Antonio Bosch  y el capitán de fragata Pedro Cabrera, quienes cargando  con incomparable gallardía quedan para siempre  en el campo de batalla. Honor victis” .
Me imagino a Sucre, el aguilucho de 18 años, recorriendo todos los frentes, con aquella diligencia de que habla el propio Libertador, para saber donde faltaban armas o municiones, donde agua, donde un herido iba a ser trasladado al hospital organizado por el mismo; donde debía reparar alguna trinchera, o indicar como debe apuntar un cañón o un morterete, donde se debía reforzare una defensa, donde dirigir un batallón o una partida, era el alma del ejercito. Era el genio de la guerra, amaba su trabajo con aquellos soldados. Y dicen que era un mal jinete; en cambio Rojas era un gigante imbatible sobre todo en la caballería, entraba en combate destrozando al enemigo, se debatía en una orgía de sangre que pavorecía  al enemigo, que huía de su presencia como alma en pena.
 El coronel Andrés Rojas, comandante de la Caballería patriota, noble y astuto, dio el golpe de gracia al desprevenido Monteverde; desplegó sus fuerzas en la llanura antes de iniciarse la acción, puede decirse, tomó el territorio de la batalla,  salió como esquivando el combate, así lo observaron los reales;  la caballería de Monteverde fue detrás a perseguirlo, a toda dar; Rojas aparentó rehuir el combate, se alejaba de la batalla; pero llegado el momento,  dio el grito de contra-atacar, y se devolvieron los jinetes, enristraron sus lanzas  y enfrentaron a los desprevenidos perseguidores, el choque fue terrible y mortal. Allí Zaraza, allí los Monagas, allí Domingo Montes, Infante y Barreto, Zaraza y Sedeño, Carvajal y Carmona, y por sobre todos Bermúdez, el Áyax Americano, terrible cual Júpiter Tonante, decretando la victoria con su voz, como un trueno, y los destrozaron por completo, en repetidas cargas.         
 Al realista lo perdió su excesiva confianza, arrogancia y orgullo;   nunca estuvo a la altura de su compromiso, nunca salió de su asombro al ver perecer su ejército, que consideraba invencible. 
En el campo de batalla quedaron 479 cadáveres realistas, siete oficiales del Estado Mayor, y la mayor tragedia para los expedicionarios, la multitud de heridos y prisioneros que quedaron en poder de los patriotas.
Dice Francisco Javier Yánez, como corolario de este triunfo patriota: “Se tomaron tres cañones, de los cuales dos eran de 8 y uno de 4, un morterete con sus correspondientes granadas, un cajón de hachas incendiarias, una gran cantidad de pertrechos, fusilería, cajas de municiones, banderas, etc., seis mil pesos en plata, los cofres del General y algunos oficiales, y por decirlo de una vez un botín que valdrá sobre 40.000 pesos.
 La victoria fue tan completa que hasta la famosa música del batallón Veteranos de Caracas, cayó en nuestro poder, y con ella, entraron en la capital de Cumaná nuestro general Santiago Mariño…”
Tomado del informe preliminar de Mariño. “Pasada la una de la tarde, los nervios, el cansancio y la fatiga de los soldados se confundían con la alegría de haber triunfado al propio Capitán General de Venezuela; gritaban, comentaban entre ellos la estrategia desplegada, como también lamentaban la muertes de patriotas que lo dieron todo por el todo, entre ellos al Cacique José Miguel Guanaguanay quien vino de Punceres con toda su tribu y se sacrificó valientemente.
 En el campo de batalla quedaron 479 muertos, entre ellos 27 oficiales de la plana mayor, con muchos heridos y prisioneros. Se tomaron tres cañones, de los cuales dos eran de 8, y uno de 4, un morterete, y sus correspondientes granadas; un cajón de hachas incendiarias, una gran cantidad de pertrechos, fusilería, cajas, banderas, etc., seis mil pesos en plata, los cofres del General y algunos oficiales, y por decirlo de una vez un botín que valdrá sobre cuarenta mil pesos. La victoria fue tan completa que hasta la famosa música del batallón veterano de Caracas cayó en nuestro poder. Maturín, 30 de mayo de 1813”
Después de la derrota, Monteverde informó el 15 de junio de 1813 al Ministerio de la Guerra en España, mintiendo descaradamente, entre otras jaculatorias, dice:
“Despues de cinco horas de horroroso y sangriento fuego de una y otra parte, perdí los mejores oficiales de mi ejército y como 100 hombres y con la notable falta que me hicieron aquellos, el resto de mis tropas se dispersó y tuve que replegarme precipitadamente con algunas pocas al Cuartel General de San Mateo, donde progresivamente se me iban reuniendo los dispersos, habiendo padecido los enemigos un gran destrozo. En este desgraciado momento fui notificado de las convulsiones y hervores que envolvían esta capital y partí con la celeridad del rayo”.
Este parte puede compararse, para conocer la dimensión del desastre español, con el parte de Tizcar, que dice:
“Ataqué a Maturín el 25 con una intrepidez asombrosa: se rechazó la caballería por tres veces, pero por último los enemigos arrollaron la nuestra y ambas el cuerpo de reserva, lo que causó una dispersión general, y yo escapé de milagro…”
El primero de junio, derrotado y sin ánimo, Monteverde arriba a la Güaira y deja el mando de su armada al Mariscal Juan Manuel Cajigal, y pasa a Caracas a continuar por poco tiempo, su gobierno de calamidades y bochorno.
Hay una carta fechada del 18 de junio de 1813 en Río Caribe, del coronel Francisco Cervériz, para el Capitán General don Domingo de Monteverde, donde le dice:
“No hay más, Señor, que un gobierno militar, pasar todos esos pícaros por las armas y yo le aseguro a V. S. que ninguno de los que caigan en nuestras manos se nos escapará…”
            Era la guerra a muerte practicada por los españoles desde 1812; y decretada en Argentina por Mariano Moreno, y en Venezuela, por Antonio Nicolás Briceño y Bolívar, que lo interpretaron así en sus decretos. 
            Los crímenes de Fr. Joaquín Márquez y Cervériz fueron denunciados ante Monteverde por el padre Manuel Antonio Arveláiz el 12 de junio de 1813; que poco conocía el buen sacerdote al más culpable de todos.
            El triunfo de los patriotas en Maturín, enciende el fuego patriota en toda Venezuela.
            Mariño que tiene 1500 guerreros bien equipados decide marchar sobre Cumaná, pero no quiere dejar ningún pueblo de la provincia bajo las banderas de España; entonces, una vez liberado Maturín y los pueblos aledaños, ordena a Bermúdez, liberar Carúpano, y lo pone el frente de 500 soldados veteranos. Sucre también, recibe, en Maturín, órdenes precisas para que se una a la expedición de Bermúdez, y marcha adelante con los 50 jinetes de su batallón de zapadores incluyendo por supuesto a la comandanta Inés Serpa.
Cerca de Río Caribe, bajo un frondoso cedro, vio a dos soldados españoles, que arrastrándose penosamente se cobijaron entre sus inmensas raíces y tiraron sus armas con el clásico gesto de rendirse a la tropa que se acercaba. Sucre frenó su caballo y les preguntó:
A.B. ¿Quienes son ustedes?  ¿De dónde vienen? ¿Por qué no se levantan?
Yo soy Manolo Palau, y este es el sargento Antonio Rodríguez. Servimos a la orden del Comandante Remigio Bobadilla, y fuimos derrotados en Maturín. Mostros salimos en retirada con un grupo, pero fuimos alcanzados por los indios y lanceados a placer, nos salvamos milagrosamente, porque nos dieron por muertos. Los caballos no resistieron y los dejamos, luego exageramos en la carrera y como usted puede ver el estado en que estamos, nos destrozamos los pies… y decidimos entregarnos para que nos fusilen.
A.B. Escuchó con interés a los dos soldados, meditó y le dijo a Inés:
¡Comandanta…!  Dele un poco de agua a esos dos hombres que deben tener mucho tiempo que no se mojan los labios.
Inés se bajó del caballo, y les dio agua de su propia cantimplora. Los hombres bebieron, estaban sedientos, calmaron la sed, sin embargo no podían moverse.  
A.B. Los miró compasivamente, y les dijo: Nosotros no fusilamos a los soldados rendidos. Pueden seguir su camino. Pero eso si, de prisa… muy rápido porque por allí viene el comandante Bermúdez, y ese si que no perdonará.
Palau haciendo un supremo esfuerzo, dijo:
Pues mire osted,… que no podemos dar ni un paso, así es que aquí nos quedaremos a esperar a ese tal Bermúdez, que Dios Guarde, si nos saca de esta vida a la que ya no podemos servir.
A.B. –Pensando unos segundos- Dijo: Pero… ¿ustedes pueden cabalgar…?
P. Eso si podemos, si usted nos presta un caballo, podemos ir al hospital más cercano que allí nos atenderán.
A.B. Inés, búsqueles un caballo a estos dos hombres para que puedan llegar al hospital en Carúpano.
I. De inmediato mi comandante.
Y al poco rato Inés y Policarpo ayudaron a los dos hombres a montarse en el caballo, y A.B. los despidió cordialmente, deseándoles buena suerte. 
Palau dijo, al despedirse: ¡Comandante…! le debemos la vida… no lo olvidaremos… lo buscaremos y serviremos para usted, tenga la seguridad. Nos veremos muy pronto. Lo juro. 
A.B. Les dijo: Los soldados deben morir en el campo de batalla con sus armas, recuerden eso… y estrechándoles las manos: Adiós soldados, que Dios los proteja.
El día primero de junio, en la tarde, Águila Blanca y sus hombres se acercan a Canchunchú, un pequeño caserío a la entrada de Carúpano, donde decidió esperar a Bermúdez con las fuerzas de ocupación... Sus baquianos le informan que había uno pequeño destacamento realista, bien armado al parece hostil.
A.B. llamó a Policarpo y le dijo, vístete de paisano y ve con Inés y te informas de todo.
Dos horas después regresaron los embajadores. Policarpo informó detalladamente. Forman una partida de 50 hombres bajo el mando de Macario Martínez,, José Barradas, más conocido como  “El Canario” y Francisco Quijada; que están al frente de una guerrilla realista, dispuesta a dar la vida contra Mariño. Macario dice tener otros grupos esparcidos, bajo el mando de los comandantes nativos: Marcano, Vásquez y Salazar, que a la hora que se presente una contingencia, convergerán hasta formar un batallón que puede tener hasta 200 plazas.   Tambien dicen que están en comunicación con el capitán Luis Añez, margariteño, que está en Puerto Santo con 200 hombres más; si la cosas se ponen difíciles, cuentan con la oferta del propio Capitán General don Eusebio Antoñanzas, que vendría volando a socorrerlos con su ejército; y por si fuera poco,  muy cerca, en Yaguaraparo, está el invicto Coronel Cerveriz con 400 hombres, y por mar, ya está en Tío Pedro, el brigadier Gavasso, que viene de derrotar a Mariño en Guiria, retomando el puerto y el dominio del mar, que habia sido sorprendido hace pocos días por Mariño. 
Águila Blanca, escuchó con una sonrisa enigmática, y dijo: Bueno… preparen todo para ocupar este caserío en el término de la distancia; en cuanto nosotros lleguemos ellos lo abandonaran, porque son guerrilleros, y no saben defender un sitio. Después nos atacaran, y entonces ya nosotros estaremos preparados para sostenerlo y derrotarlos.
En efecto cuando Águila Blanca y sus hombres se acercaron al caserío; y Macario y sus nombres escucharon el trote de los caballos, salieron presurosos hacia las montañas de Cusma.
En Canchunchú, el destacamento de Águila Blanca, encontró muchas comodidades: fueron esperados por varios patriotas, y conducidos a una finca, con una casa grande, propiedad del español don Agustín Guánchez que se unió a Macario; su familia siguió para Maturín, donde tienen su casa principal; la servidumbre que se quedó no opuso ninguna resistencia a la ocupación, y más bien se ofreció para dar el mejor trato a los patriotas. Inés se encargó de que la tropa no hiciera desastres en aquella casa donde todo lucía muy bien cuidado.
Ya era de noche, Águila Blanca le dijo a Inés: Ve con Policarpo y establece las guardias, esos guerrilleros nos darán trabajo con la aurora.
Así lo hicieron: dividieron los 50 efectivos, en tres partidas de 10 hombres, y la guardia de 20 que se quedó con Águila Blanca en la casa: Brigada Uno, al mando de José Ribero, por el campo derecho poblado de cambures; Brigada Dos, ala izquierda bajo el mando de Guillermo Román, por la quebrada que limita la finca; y Brigada Tres, por el camino lateral o el atajo, Inés y Policarpo. 
Águila Blanca les dijo a todos antes de partir: Vamos a emplear la misma táctica que usamos con Morales en su cuartel general. A las cinco de la mañana todo debe estar preparado para recibirlos. A las seis repartiremos el café con gran alborozo en la cocina, para llamar la atención de los invasores, en tanto ustedes, adelantados y vigilantes de todo movimiento, estarán escondidos en las cercanías, atentos y preparados; allí les serviremos el café; si son descubiertos deberán atacar con todo… de inmediato… si no son descubiertos, esperaremos que hagan los primeros tiros, ustedes saben cómo. Si todo resulta como digo, los atraparemos entre cuatro fuegos. Lo más probable es que ellos ataquen en cambote como acostumbran, irán contra la casa, creyendo que estamos dormidos o descuidados, porque aquí solo se escuchará y verá el movimiento de la cocina.  
Exactamente a las 5 de la mañana, Macario y su gente, con toda confianza, atacó la finca de los Guánchez; pero en lugar de entrar de frente por la vía expedita, tumbando el gran portón de la entrada,  buscaron el atajo, una vía incómoda, que dificultaba el avance de la tropa; por donde defendía la brigada de Inés y Policarpo; y  además, facilitaba la acción a la brigada de reserva bajo el estímulo del incomparable Agila Blanca, que fácilmente se incorporó con sus hombres, saltando una verja  desde el patio de la casa, para defender el lado de Inés; y entrar al escenario de la acción que se desarrollaba principalmente en el atajo, precisamente contra una de las brigadas de Macario, que luchaba inútilmente para pasar por el intrincado acceso. Además esas dificultades, por las que pasaban  los hombres de Macario, al avanzar hacia el objetivo predeterminado, le dio tiempo a las otras dos brigadas patriotas, que casi volaron,  sacrificando algunos hombres, para atraparlos en su conflictivo paso; todo lo cual, facilitó, aprovechando la estrategia errada  de Macario,  para la total destrucción de sus fuerzas.
En medio de la oscuridad, Macario se topó con el coronel Ribero, que se le fue encima y le tiró un golpe con su machete, Macario, se volteó y usando el suyo, paró el golpe que iba directo a su cabeza; y con destreza, a su vez,  atacó a su adversario. Eran dos colosos que se enfrentaban. Macario soltó su machete, se dio vuelta y tomó la lanza. Ribero, a su vez, dejó el suyo y también, en gesto intuitivo propio de un guerrero, tomó su lanza en el preciso momento en que Macario hábilmente lo atacaba. Los dos fallaron el golpe, y fueron a una lucha de titanes, cuerpo a cuerpo; en ese instante sintieron varios disparos de fusil muy cerca y, los dos gladiadores se soltaron y buscaron refugio en la oscuridad. Macario le gritó: ¡Te buscaré negro, aunque te confundas con la noche… Traidor…!  
Cuando Macario creyó que la suerte lo favorecía, que tenía todo controlado, y que sus hombres estaban iniciando el asalto, en posición ventajosa para destruir a los patriotas; entrando en acción y alentando a sus hombres con voces de triunfo, cayó en la telaraña que tejió Águila Blanca; la cual accionó al sonar el primer disparo, entonces llovió sobre los atacantes, fuego a discreción por todas partes, siguiendo las órdenes del fino estratega patriota.
 Macario recibió de su propia medicina, al sorprendedor sorprendido, le dispararon desde cuatro ángulos a la vez. Sus primeras líneas fueron aniquiladas.  Lucharon como fieras… atacaron decididos y a muerte, pero mientras más pujaban más se apretaba el cerco creado por Águila Blanca y sus hombres.
Macario y Quintero se salvaron milagrosamente, ambos se miraron, se entendieron. Salieron como almas que lleva el diablo y se internaron, con muy pocos hombres, por la serranía de Cusma, que era su refugio. Los refuerzos de que hablaban no se vieron en esta acción. No hubo muchos muertos pero si heridos, que Águila Blanca, con la particular magnanimidad, de un jefe sin ejemplo… envió para el hospital de Carúpano, con un grupo formado por el tal Barradas, de los mismos soldados vencidos y apresados. Los hombres de Macario eran carupaneros; todos son hombres confundidos, decía Águila Blanca, son de estas mismas tierras, muchos de la misma familia. Este Macario forma guerrillas esporádicamente operando desde las montañas, pero sin comunicación con las fuerzas regladas   
Cuando Bermúdez llegó a Canchunchú todo había terminado. Llamó a Águila Blanca, indignado, le dijo en tono alzado:
Tú te pasas de pendejo… como se te ocurre traer a dos españoles para el hospital… y ahora mandas un grupo de traidores… ¿Tú estás loco o te la echas…?
A.B. Muy calmado… No… el que está loco eres tú… ¿Acaso piensa en tu nombre y en tu honor… y en el de la República… que tú representas? No se puede ejecutar un soldado rendido… es un delito… un homicidio. Tienes que respetar tu nombre… que es más glorioso que ganar una batallas… y matar a los prisioneros rendidos… ¿Que pretendes… pasar a la historia como un vengador?   ¿O como el héroe que eres…?
Bermúdez calló, bajo la cabeza y dos lágrimas salieron de sus ojos pensando en su hermano muerto. No dijo nada, abrazó a Antoñito… y se retiró cabizbajo. Águila Blanca lo miró largamente y se dolió mucho, porque el también amo a su primo Bernardo.
  El pueblo de Carúpano, desocupado precipitadamente por las fuerzas reales acantonadas en Carúpano  bajo el mando del coronel Cayetano Speranza, fueron a refugiarse en Cariaco con sus fuerzas, tras la derrota de Macario y Quintero; el pueblo rebelde e indignado, recibió a los patriotas a cuya cabeza marchaba el invicto Bermúdez y su jefe de Estado Mayor, el comandante Águila Blanca, que lucía su nuevo uniforme de teniente coronel, con chaqueta azul cerrada hasta el cuello, pantalón de montar de color gris perla, sombrero campero de ala ancha,  botas altas de cuero fino, que lo hacía lucir alto y elegante, que lo protegían hasta las rodillas, máuser alemán envainado en la silla de montar, cananas terciadas, pistolas al cinto,   y su caballo zaino, enjaezado a la usanza española; un guerrero meticuloso, atildado  y altivo.
Los patriotas son recibidos en triunfo por una muchedumbre enfervorecida en la explanada del puerto, y por un destacamento de la caballería patriota compuesta por oficiales y tropas voluntarias a cuyo frente estaba el comandante Bernardo Olivier Marcano y los oficiales Jerónimo Salazar Betancourt y Luis de Alcalá, compañeros de Bermúdez de tiempo atrás.
Entre la muchedumbre estaban connotadas familias patriotas: los Brito, Alcalá, Salazar, Cova, Guerra, Navarro, Guevara, Olivier, Acosta, Quintana, Jiménez, López, Peña, González, Gómez, Bravo, y muchos más, invitaron a Bermúdez y a su gente para un joropo en la noche.  Fue una fiesta inolvidable, en ella José Francisco conoció a Casimira Guerra de La Vega, se enamoraron y se unieron para siempre, no hubo fuerza capaz de separarlos pese a los inconvenientes de la guerra que retardó, por mucho tiempo, la bendición de la Santa Madre Iglesia.   
Los jóvenes carupaneros se encargaron de Inés y de Águila Blanca, para los cuales prepararon una carrosa descubierta, tirada por dos yeguas blancas, enjaezadas a la usanza española -una de esas yeguas fue propiedad del capitán Isidro Barradas, administrador de las Rentas Reales en la zona- Los obligaron a subir y los pasearon por la avenida entre los vítores de la multitud. Ellos de pie saludaron al pueblo con sus brazos en alto. Águila Blanca levantaba el máuser que siempre lo acompañaba
Una voz, usando un artificio, se hacía escuchar, mientras proclamaba las proezas de los héroes en los cantares de los juglares y en versos improvisados, cantaba todas las victorias obtenidas desde que Mariño desembarcó por Guiria destacando la pericia de Águila Blanca, indudablemente el héroe de la juventud. Esa noche hubo de todo: música y canciones de los trovadores, historias de la guerra y los guerreros, aguardiente, los infaltables cuentos de Quevedo, y joropo.  El pueblo de Carúpano enloqueció y se olvido del sueño.
En un momento de intima ternura, la luna cómplice esplendía en el transparente cielo y fácilmente se observaba el paso de las constelaciones, a las que Águila Blanca e Inés se habían aficionado. Querían estar solos.
Ellos también bailaron, cantaron, jugaron, y derramaron el vino con aquella alegre juventud de destino incierto. Todos le preguntaban: ¿Ustedes no tienen miedo? Y un dolor profundo se clavaba como puñal en el centro del pecho de los ardientes héroes. Pensaban entonces en los compañeros sacrificados, en los mutilados, en los que nunca más volverían a sonreír.  Estaban cansados…
Inés, tomándolo de la mano, le dijo: Vamos a la playa… allí… en la aurora -la de los dedos rosados- veremos aparecer al Dios Apolo, rodeado de arcángeles que peinan sus cabellos dorados… Águila Blanca la apretó contra su pecho y susurro: te refieres a Apolo, el que hiere de lejos… Ella sonrió dulcemente… y el también.
Bermúdez convocó una reunión urgente con los miembros del Ayuntamiento de Carúpano, escuchó las denuncias contra algunos españoles y carupaneros traidores y peligrosos, entre ellos don Manuel Marañán, Santiago Villacastín y José Barradas, jefes de familias acaudaladas pero fanáticos del Rey. Sumariamente fueron condenados a muerte y ejecutados. Significaban un peligro para los patriotas.  
 Durante la ejecución de la sentencia supo Bermúdez que el capitán o comandante Añez, un margariteño realista, hábil y valiente, preparaba con Macario Martínez, un ataque masivo a Carúpano; y habían juntado fuerzas reales dispersas de cierta magnitud, en el Morro de Puerto Santo. Bermúdez consultó la situación con Águila Blanca y el coronel Ribero; y dijo:
J.F.B. Antes de movilizar las fuerzas me gustaría tener información fidedigna de la calidad y cantidad de la tropa del comandante Añez, al cual le dan mucha importancia esta gente. Dicen que es un hombre muy hábil, arrojado y capaz de echarnos una vaina… ¿Qué podemos hacer?
A.B. Es lógico… investigar… Ribero y yo nos ocuparemos.
J.F.B. No vayas a llevar a la muchacha. Es muy peligroso.
A.B. La muchacha es un soldado… y la necesito a mi lado. No te preocupes. Ella sabe cuidarse.
Buscaron a un baquiano y a Policarpo. Tenían que buscar un sitio desde el cual espiar con el catalejo, y estar preparados para cualquier contingencia.
Esa misma tarde salieron a caballo para el Morro: Águila Blanca, Inés, José Ribero, Policarpo, Luis Olivier y el baquiano Ramón Gutiérrez Aguilera. Este baquiano, un verdadero Caribe, hizo una demostración de sus saberes, llevándonos a un sitio como a dos leguas del Morro, que llaman Tapuraka, que es una especie de cueva o más bien un techo de piedra sólida muy espacioso, en la parte más alta del cerro que da al mar, el cerro del Fundidero, con la ventaja de una vista completa de la playa de Tío Pedro, de la ciudad de Carúpano y del Morro de Puerto Santo, donde estaba Macario y el capitán Añez con sus hombres. Al parecer esperaban refuerzos lo que se notaba a legua por los correos que partían, y el nerviosismo de los oficiales que entraban y salían.
Águila Blanca dijo: No los vamos a atacar aquí… vamos a vigilar a los refuerzos… que ya deben estar cerca… y los destruiremos antes de que alcancen su objetivo.
¡Policarpo…! parte ya para Carúpano, y dile al comandante Bermúdez, que se prepare para cazar unos conejos. El te entenderá. Solo pueden venir refuerzos desde Cariaco, así es que los alcanzaremos en las playas de La Esmeralda, si andamos con diligencia. ¡Olivier…! Acompaña a Policarpo… y usted Gutiérrez póngase adelante.  Conserven una distancia de 100 varas entre ustedes, por si el de adelante tiene algún inconveniente el de atrás lo asista.  Nosotros permaneceremos aquí para observar el comportamiento de esta gente. Cuando salga Bermúdez, y estén cerca de estos cerros, me haces una seña con dos disparos de fusil. Entonces nosotros nos uniremos con ustedes.
  Ribero dijo: ¡Dos disparos de fusil…! ¡Pero nos van a descubrir…!
  No te preocupes Ni se darán por enterados… Lo más probable es que crean que fueron ellos mismos. A lo mejor pueden mandar a algún baquiano que haga una pesquisa y si se acerca lo cogeremos… esto es inexpugnable, y dominamos todo el panorama. 
  Los refuerzos que salieron de Cariaco para el Morro de Puerto Santo, venían bajo el mando del valiente y cruel capitán Miguel Domínguez. 150 jinetes a buen trote se acercaban a las bellas playas de La Esmeralda o cinco leguas de Carúpano. Ya Bermúdez y Sucre estaban juntos, al frente de 200 jinetes, valientes y seguros.  
El camino real viniendo de Cariaco, pasa al lado del cerro de la lluvia que los indios llaman Konopo, que se levanta sobre el camino real como 240 pies, y tiene una estrechura en el medio que da al camino real de tal suerte que Águila Blanca le dijo a Bermúdez.
A.B. Qué te parece si dividimos nuestras fuerzas en dos batallones de 100 hombres cada uno, para cogerlos como conejos.
J.F.B. Buena táctica. Ubicaremos uno en esa estrechura –señalando una quebrada seca que salía al camino- y el otro se quedará aquí al descubierto, esperándolos… cuando Domínguez ataque, el otro le saldrá por detrás y los cogeremos, como dices… como conejos… Yo atacaré y tú esperarás. Voy a tomar posiciones en la quebrada.
Seguros como estaban que los sucesos se producirían inmediatamente. Se apresuraron a tomar posiciones.
Águila Blanca a su vez preparó estratégicamente a sus soldados, la mayor parte muy buenos artilleros, probados en decenas de refriegas; tomó posiciones en las laderas del Konopo y detrás de un bosquecillo de yaques y cuicas que forman un monte espeso entre el camino real y el cerro.
Uno de los vigías anunció a eso de las 9 de la mañana, que se acercaba el enemigo. Un grupo de jinetes se adelantaba y el grueso venia un poco más atrás. Bermúdez mandó un jinete, un correo, para avisar que dejaran pasar al primer grupo, donde seguramente iban los oficiales.
La batalla se dio en términos muy parejos. Pero el primer impacto fue totalmente favorable, la descarga de la fusilería dejó en tierra más de 20 jinetes realistas, luego vino una refriega donde Bermúdez demostró todo su poder con la espada, por cierto esa espada descomunal, usada con una habilidad heredada del Cid Campeador, nuestro guerrero se decía descendiente de aquel guerrero inmortal,  era un arma terrible en el combate, su solo tamaño aterraba al enemigo, al cual Bermúdez atacaba en forma demoledora, y a la vez Águila Blanca con su máuser, único en su clase porque no era de pistón,  causaba también terror y muerte entre las fuerzas enemigas.
Domínguez y los oficiales que lo acompañaban se integraron al combate, dos de ellos murieron valientemente, pero en vista de la superioridad de los patriotas optaron por escapar. Muchos lo siguieron huyendo por la sabana que se extendía hasta la playa de Guaca a la entrada de Carúpano; otros se rindieron. Águila Blanca se opuso al fusilamiento de 47 hombres rendidos, y propuso llevarlos prisioneros a Carúpano, Bermúdez lo aceptó para no herir el sentimiento de su querido Antoñico; pero le preguntó: Bueno Antoñico… ¿tú nunca has matadlo a un soldado enemigo…?
Tal vez más que tú, porque suelo ser el artillero de tus batallas… y preparo a los soldados para eso, soy un guerrero… pero no mato soldados rendidos ni prisioneros, sino con Consejo de Guerra, y sé… que muchos de ellos son reclutas y no saben nada de lo que es Patria o nacionalidad, nadie se los ha enseñado. Ahora no pienses que te voy a dar lecciones, más bien de ti he aprendido mucho de lo que sé. 
Bueno está bien… En Carúpano se les seguiría Consejo de Guerra y se verá si son reos de delitos de lesa Patria… y si así fuere se les fusilará. Los heridos serán llevados al hospital de Carúpano, después también se verá que se hará con ellos.
Escucha José Francisco… muchos de esos hombres alegan que son reclutados, que les gustaría pelear del lado patriota. No creo que tengamos inconvenientes en recibirlos. Los he oído discutir entre ellos. Se lo que te digo…
Bien, vamos a dejar esta conversación para después… Si yo fuera Bolívar… ya los estaría fusilando. Vamos… vamos… Hay otras cosas que atender…
 No bien habían llegado a Carúpano, cuando Policarpo les informó que Macario y su lugarteniente Francisco Quijada, al tener conocimiento de la derrota sufrida por Domínguez en La Esmeralda,   dejando a Añez en el Morro, salieron con sus fuerzas y están atacando el puerto de Carúpano, pero ya los comandantes patriotas Jerónimo Salazar Betancourt y Luis de Alcalá, los tienen cercados.
Entonces Águila Blanca le dijo a Bermúdez:
Ya es tiempo de ir a reunirnos con Mariño, los carupaneros tienen todo para mantener limpio su patio.
Muy bien daré las órdenes pertinentes, dejaré parte de las fuerzas en Carúpano para que cuiden la retaguardia. Por cierto aquí está el Lic. José Graü Abreu, es un hombre a toda prueba, y muy culto; tu papá lo estima mucho, anda, tráelo para acá; lo dejaré encargado del poder civil, que el militar ya está en manos de Salazar, que lo hace muy bien.
Al otro día, muy temprano, partieron al frente de 200 veteranos, para Catuaro, cuartel general del ejército patriota de cuatro divisiones, donde el General en jefe Santiago Mariño, y los comandantes jefes de las divisiones: Manuel Carlos Piar, José María Sucre Alcalá, Francisco Azcue y Manuel Valdés, los esperaban, para atacar Cumaná.
Aumentada sus fuerzas y provisto de municiones de guerra, Mariño asedia a Cumaná, custodiada por Antoñazas y Quero; con ochocientos hombres y cuarenta piezas de artillería; Mariño la asalta y rinde en diez días; y sin pararse, ocupa con sus invictas huestes a Cariaco, Carúpano, Río Caribe y Yaguaraparo. Somete a Barcelona, atraviesa el mar, y se enseñorea en la Isla de Margarita.
Veamos: después de las cuatro victorias de Maturín, Mariño reunió todas sus fuerzas en Guanaguana, donde recibió gratas noticias del General Juan Bautista Arismendi, sobre la liberación de la Isla y provincia de Margarita; y su intención de iniciar el bloqueo de Cumaná, una vez sitiada; y en apoyo de su campaña libertadora, para lo cual, había destinado tres goletas bien pertrechadas bajo el mando del italiano, el peligroso Comodoro Giuseppe Bianchi.
Se reúnen en Guanaguana los Jefes de sus batallones: Nombra a Sucre, en ausencia, Jefe de su Estado Mayor, con el grado de Coronel; también forman el Estado Mayor, los capitanes Francisco Mejía, Domingo Montes y Manuel Vicente Parejo. Nombra al General   Manuel Carlos Piar, jefe de la Primera División, el cual a su vez, formó su Estado Mayor con los comandantes Jesús Barreto y Francisco Azcue; Mariño también nombra a Bermúdez, Jefe de la Segunda División, con igual número de tropas, aunque este cumplía la misión libertadora de Carúpano; el coronel Manuel Valdés, asumió interinamente la jefatura de esta división hasta tanto Bermúdez se incorporara.  Mariño se reservó “La Guardia” y dos batallones, mil hombres aproximadamente. A esta fuerza, en su victoriosa ruta libertadora, se fueron incorporando incontables patriotas, hasta formar un ejército de 3000, y más de 1000 mujeres, que demostraron en todo momento su patriotismo.
Estas mujeres formaban una vanguardia que marchaba paralela al ejército; aprendieron rápidamente a cargas los fusiles de pistón, y muchas veces participaron en combates.
Con esta fuerza bien organizada, con sus banderas y bandas de música, Mariño parte a sitiar Cumaná; un ejército victorioso en todos los combates en los que había participado, y ahora contaba, además, con el bloqueo ofrecido por el General Juan Bautista Arismendi, libertador de la provincia de Nueva Esparta, como la había bautizado despues de haber derrotado a Morillo.
Los españoles tenían un ejército regular de 8000 hombres, sin contar las milicias, se consideraban imbatibles; y se permitían el lujo de hacer chistes con los triunfos de Mariño.
Para 14 de junio de 1813, la ciudad ya estaba bloqueada por mar, y Mariño, secundado por Domingo Montes, ocupa, tras derrotar a Zuazola, y sin mayores contratiempos el espléndido valle de Cumanacoa, donde acampa su ejército cómodamente, y dedica sus esfuerzos a disciplinarlo, contando para ello con su brillante Estado Mayor, donde se destacaban: los coroneles José Francisco Bermúdez, José María Sucre, Manuel Valdés y Piar;  y los capitanes:   Montes, Barreto, Parejo y el maestro Francisco Azcue.
Desde que Mariño salió de Guanaguana, las montañas se llenaron de extraños trinos, que iban como avisando los peligros que debían sortear los libertadores. Eran las guerrillas de Domingo Montes, desperdigadas a lo largo de la ruta, cuyos códigos imitaban el trino de los pájaros. Domingo le traducía a Mariño el extraño código. 
En el mes de junio de ese año 1813, los realistas de Cumaná estaban muy inquietos, por las noticias del avance patriota. El Capitán General Don Eusebio Antoñanzas,  salió con un buen contingente de tropas a reforzar a Cervériz y Gavanzo, pero en el camino hacia Yaguaraparo, se le informó que Cervériz se proponía llevarlo al Totumo, y, apresuradamente se regresó empavorecido, lo que en realidad fue una derrota de pronóstico reservados y desmoralizador, al tener que lidiar, en todo el trayecto, con la guerrilla comandada por Domingo Montes, Manuel Inocencio Villarroel, Peñalosa  y Jesús Barreto Ramírez, escapando milagrosamente. 
Además, desde el 14 de junio de 1813 las fuerzas navales patriotas del bravo general Juan Bautista Arismendi, bajo el mando superior de Antonio Díaz, secundados por el italiano Bianchi y el cumanés Garván, atendiendo el llamado del General en Jefe Santiago Mariño, inician el bloqueo de Cumaná.  Y por su parte, con sus tres divisiones activas, ahora acantonadas en Cumanacoa, despues de derrotar a Zuazola, forman para avanzar sobre Cumaná.
 Con Águila Blanca, en el Estado Mayor, y Manuel Carlos Piar, Domingo Montes, José Francisco Bermúdez, y los más destacados guerreros venidos de todas partes,  van al frente de sus divisiones y batallones; y movilizan aquella máquina invicta de guerra;  tomando posesión del espacio, venciendo todo obstáculo minado de españoles.
Águila Blanca asistido por Domingo Montes y su red de guerrilleros y zapadores, se adelantan, preparan las barricadas, baterías, trincheras; y, cuando hay fuerzas emboscadas, ubica estratégicamente los cañones más livianos, con los cuales destruye las fortificaciones y baterías; como lo hizo en Quebrada Seca, en Salsipuedes y el Imposible, donde estaban emboscados más de 100 realistas, muy bien armados;  y habían construido una batería en la cual ubicaron dos cañones de a cuatro, y se disponían a disparar; lo que no pudieron hacer gracias a la guerrilla del comando de Villarroel, que no pudo antes desarticular a los españoles por falta de elementos de guerra; pero, en cuanto supo que Águila Blanca estaba en Cumanacoa, esperó la noche, y arrostrando mucho peligro, debido al toque de queda impuesto en la zona,  se fue orillando los ríos  hasta su carpa, y,  lo puso sobre aviso; le hizo un plano de la ubicación de los españoles  en las cercanías de Quebrada Seca, en el paso del río, que en pleno verano se podía vadear fácilmente, a la vera del camino que conduce a San Fernando; a cuyo sitio, sin pérdida de tiempo, trasladaron, varias culebrinas y el batallón de zapadores; luego guiados por Villarroel, subieron la ruta de ese pueblo, sigilosamente bajaron por el río hacia el camino real,  y desde un punto como a una legua de distancia, del punto indicado por Villarroel, inició una batida, en la cual apresaron seis soldados cumaneses, que se identificaron con Águila Blanca, y le explicaron con pormenores lo que pretendían los españoles; estos soldados fueron reclutados en Aricagua, y conocían muy bien el territorio, lo que fue muy útil para los patriotas. Ellos lo llevaron río abajo, hasta encontrar un punto en el cual ubicar sus cañones; y armando el grupo de Villarroel, bajo nutrido fuego enemigo; los patriotas atacaron con tal denuedo a los españoles que en media hora de fuego, se declararon en derrota, dejando todo su equipo en el campo de batalla, con saldo de dos muertos y cuatro heridos, y por parte de los patriotas perdimos un hombre 
Los españoles habían preparado todo aquel territorio como una inmensa emboscada, que creían inexpugnable, estaban por todas partes, Pero Mariño, supo desde un principio como atacarlos, desplegándose por la inmensidad de las montañas.  Pero hay que reconocer que el enemigo podía mantenerse mucho tiempo en ese escenario si no los obligábamos a abandonar el tejido defensivo que había construido y mantenían por todo el recorrido, presentando tenaz resistencia.
            Los españoles llamaban a Domingo Montes el Diablo, decían que lo habían matado cien veces y siempre reaparecía ileso. A Bermúdez le tenían pavor, su espada media tres varas, el mimo decía que era heredero del Cid Campeador, y su espada tenía una cuarta menos que la del Cid. La manejaba desde el caballo, al cual bautizó “Babieca”, y entraba en las peleas cortándole la cabeza a los caballos y al jinete, causando terror entre los contendientes que huían pavoridos.
Águila Blanca, accionaba sus mortíferas cargas y Bermúdez avanzaba con sus fuerzas especialmente preparadas para el asalto; Domingo Montes escalaba las montañas de tal suerte que siempre atacaban por varios frentes,  y concurrían a tiempo para eliminar rápidamente a los enemigos; sus guerrillas fueron entonces el elemento fundamental de la victoria; nunca se podrán escribir los prodigios y sucesos guerreros que realizaron aquellos héroes homéricos; y de sus enemigos, se podría decir otro tanto, pues que morían o se retiraban ante la abrumadora fortaleza de sus contendores, dejando la mayor de las veces todos sus equipos que por supuesto venían a aumentar el poder patriota. Esta campaña dejó al ejército de Mariño el verdadero tesoro en armas modernas y municiones de calidad, que trajo Morillo en su expedición de 1815.
En el intransitable sitio de El Imposible, los españoles montaron una emboscada, en la cual no cayó Águila Blanca, por el conocimiento que tenia del territorio, sin embargo produjo muchas bajas en el ejército patriota. Ese día, apenas salió el sol, la división de Bermúdez, se adelantó a pasar el rio de Salsipuedes, pero se detuvo, cuando recibió un correo de Domingo Montes, avisándole del peligro que corrían. De inmediato ordenó a sus hombres que se replegaran sobre el río Cumaná, que en esa época corría mansamente entre inmensas piedras. No sabemos por qué razón la fusilería española no atacó en ese momento. Perdieron una oportunidad irrepetible. Los guerrilleros de Domingo Montes se desplegaron por sobre las serranías, que bajan desde el alto del Imposible, donde hay un salto maravilloso de sus río.
Águila Blanca con sus zapadores inicio la escalada de la montaña, bajo una lluvia de plomo, pero las inmensas piedras del río desperdigadas por las laderas le sirvieron de escudo. Águila Blanca sabía que la mayor parte de los soldados no atinaban con esos fusiles nuevos y por eso se arriesgaba con sus hombres, mientras las guerrillas los obligaban a bajar y dejar sus ventajosas posiciones.
Los españoles se dieron cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos, ya que las fuerzas patriotas los superaban ampliamente. Sin embargo esperaron la noche para escabullirse hacia Cumaná, Les costó muy caro a los españoles esta acción, no solo en material de guerra sino en bajas, entre muertos y heridos fueron más de 40. Los patriotas perdieron diez hombres y dejaron en el poblado para su recuperación 7 heridos.
Las fuerzas reales se concentraron en Puerto de La Madera, que era un importante puerto en el río Cumaná en el cual se acumulaba la madera en grandes patios, galpón es e instalaciones de corte y modelaje de maderas tales como: Palo Sano, Guayacán, Cedro, Puy o Quiebra Hacha, Aco, Pardillo, todas utilizadas para la fabricación de barcos y muebles. En el sitio se abren montañas y sabanas que constituyen un magnifico teatro para las operaciones militares, tanto de infantería, artillería pesada, como de caballería.  El Capitán General Eusebio Antoñanzas formó tres mil hombres en cuatro divisiones. La división de la Reina, con 1000 españoles, veteranos, de las fuerzas regladas; la segunda división de Dragones, con 600 hombres; dos batallones de caballería de 300 hombres cada una; dos de infantería, Sin embargo, el Estado Mayor del ejército español, al tener noticia de la campaña arrolladora del ejercito patriota, y el número de tropas de que se componía,  resolvió abandonar el sitio y atrincherarse en Cumaná, donde se consideraban inexpugnables, no podían darse el lujo de ser derrotados en una batalla incierta.
Cumaná, la capital de la provincia, era verdaderamente inexpugnable, pero no tenía como resistir un sitio como el que organizó Mariño.  El español, Capitán General de la Provincia de Nueva Andalucía, Don Eusebio Antoñanza, así lo entendió, tenía bajo su mando más de mil hombres de las fuerzas regladas, numerosas tropas de milicianos, la poderosa armada naval, todos bien armadas y apertrechadas tras 40 cañones bien dispuestos en 13 fortalezas, listas para la defensa, y además esperaba refuerzos desde Puerto Cabello, y confiaba en ello. Antoñanzas le dijo a Don Andrés Level de Goda: “Nos mantendremos aquí, ellos no podrán superar nuestras defensas y cuando lleguen los refuerzos de Puerto Cabello, los arrollaremos…   “Ya los verá usted doctor…”
Don Andrés le respondió: Creo lo que usted dice, sin embargo… y por si acaso… prepare sus maletas…
            El 20 de julio de 1813, Mariño pone en movimiento su ejército para ocupar Cumaná, pasa “Puerto de La madera”, donde esperaba encontrar al ejército español, como le avisaron sus baquianos; y en cierta forma sintió frustración, le hubiese gustado probar la solvencia de sus fuerzas en una gran batalla; reunió su Estado Mayor, lo discutieron, lo tomaron con calma, sospecharon de otra jugada, ordenaron rancho, por cierto el rio Chiribichi era riquísimo en peces y camarones, y los latales que lo bordean, en iguanas, de tal suerte que todo mundo se preparó su comida. No les falto ron ni café, fue una fiesta el descanso general de 24 horas. Al otro día, 21 de julio, tomando todas las previsiones, avanzaron hasta las vegas, las célebres “charas” de Cumaná; y se instalaron precisamente en la “Chara de Capuchinos”, la más confortable, sede de la orden religiosa de frailes capuchinos aragoneses, enemigos de la emancipación, los cuales fueron desalojados.
Mariño forma con su ejército las tres divisiones antes mencionadas: la primera con 1000 hombres, ahora bajo el mando Bermúdez, con Águila Blanca como Jefe de Estado Mayor,  que se ubica en las sabanas del Salado; la segunda de 800 hombres bajo el mando de Piar con Azcue como Jefe de Estado Mayor,  que se ubica frente al fuerte de Aguasanta, en las sabanas de Chiclana; y la tercera, de dos mil hombres, bajo su mando, con Valdés, y José María Sucre,  en su Estado Mayor, y se ubica en las charas, entre Capuchinos y Bajo Seco,  a orillas del Manzanares. 800 mujeres formaban también un batallón paralelo, que no solo se ocupaban de la comida y la ropa del ejército sino que colaboraban cargando los fusiles de pistón que constituían la mayor parte de la dotación de artillería, también cargaban las banderas y muchas de ellas formaban las bandas de música de cada batallón. 
Mariño toma todas las previsiones, ahora su ejército tiene otro aspecto, sus soldados bien acicalados y armados, han sido debidamente entrenados, sus oficiales llevan vistosos uniformes y montan buenos caballos, muchos de ellos verdaderos trofeos ganados en las batallas victoriosas de Maturín y Cumanacoa. Águila Blanca que conocía el territorio como las palmas de sus manos, servía de guía insustituible en la ocupación del territorio: crea corredores vigilados y postas; y envía buenos baquianos que informan de los menores movimientos; todo ello bajo un bombardeo ininterrumpido desde los diferentes fuertes, sobre todo el fuerte de “Agua Santa” que montaba 20 cañones hacia el Sur; y pese a todo, Mariño con una voluntad inquebrantable, estrecha el cerco más y más, sobre Cumaná, estrangulándola. Águila Blanca, ayudó muchísimo a Mariño en este trabajo. No habia rincón, camino o vereda que no conociera. 
Ocupado el territorio con sus divisiones, desde la chara de Capuchinos intima la rendición de la plaza, en carta dirigida al Capitán General Don Eusebio Antoñanzas, para lo cual ordenó a Águila Blanca, la redacción de un texto contundente, que él mismo Águila Blanca se encargó de llevar al Capitán General, por cierto que la entrada a Cumaná por el camino real de las charas  fue toda un acontecimiento triunfal; cuando las muchedumbres supieron que era Águila Blanca, el que presidía la comisión; el pueblo de Cumaná se derramó a su paso, lo esperó por los secanos de “Bajo Seco”, estaba concentrado  a la entrada del pueblo, en la plaza frente al convento de San Francisco, y desde allí se fue en romería por la parte alta  del cerro de la Línea, desde donde pidieron ver el despliegue del ejército libertador, y luego que se acercaba a ellos, lo aclamaron gritando “Libertad, libertad…Viva Mariño, viva Águila Blanca”;  y acompañaron, pese a las protestas de Águila Blanca, que lo consideraba muy peligroso, el pueblo en romería fue tras él hasta el fuerte de Santa María de La Cabeza, donde Águila Blanca y su comitiva, desmotaron entre vítores; y la guardia española, embanderada para la ocasión,  recibió protocolarmente a los comisionados del General Santiago Mariño.
Los comisionados entregaron el pergamino en las manos del Capitán General don Emeterio Antoñanzas, quién sonreído y ausente de la suerte que le esperaba, convencido como estaba de la fortaleza de Cumaná, los invitó a tomar una copa del mejor vino español, como dijo, o una taza de   café calientito con empanadas cumanesas, entre pícaras sonrisas con sus oficiales. 
El texto que entregó Águila Blanca, dice: 
“Con el objeto de atacar esa plaza, me he posesionado de los puntos más ventajosos de ella; y deseando evitar la efusión de sangre os intimo la rendición, en inteligencia que las bravas tropas de que tengo el honor de ser jefe, apetecen los momentos de entrar en la lid, a que daré impulso si no lo verificáis dentro del término de dos horas, pasando a cuchillo toda vuestra guarnición. Dios os guarde. Cuartel General de Capuchinos, 31 de julio de 1813. Santiago Mariño.
 Don Eusebio de Antoñanzas, en un arrebato heroico, y si se quiere, displicente, le dijo a Águila Blanca:
Me parece muy respetuoso aunque un poco arrogante, pero… Espera un momento… que ya le voy a responder… con profundo respeto… por supuesto, pero a la vez convencido como estoy, de que se retirará muy pronto, de esta zona… ya los voy a satisfacer, no teman nada, mis subalternos saben lo que significa una embajada… Tomó la pluma y escribió:
 Al General en Jefe don Santiago Mariño:
“El honor de la nación a quien tengo la gloria de defender, la constancia de mis tropas para sostener aquella que cuenta tantos héroes como soldados y que nosotros en este hemisferio caminamos por los rastros  que aquellos nos han trazado, me estimulan, en virtud de su nota oficial de este día con unánime acuerdo de mi ejército a resolver lo siguiente: Primero: que por cuanto sus bravas tropas  no exceden a los dignos defensores  de la justa causa del Rey, no me intimida su aparente amenaza; y segundo: que estos se ha resuelto a imitar en este pueblo a Sagunto, reduciendo antes de rendirse a cenizas cuanto exista. Por tanto puede Vm. Disponer sus hostilidades cuando guste, seguro de que yo desde este instante doy mis órdenes para repeler sus fuerzas, Dios guarde a Ud. Muchos años. Cumaná 31 de julio de 1813. Eusebio Antoñanzas.
El gobernador haciendo gala de su formación intelectual, sonriente le dijo a la comitiva, les voy a recordar aquel pasaje de la Eneida, poema del gran poeta Virgilio, que imagino ustedes deben conocer… y modulando la voz declamó:
“Hijo de una diosa, los más grandes auspicios me declaran patentemente que debes lanzarte al mar; así el rey de los dioses dispone tus hados y prepara tus futuros azares tal es el orden que te señala…”
Águila Blanca y los demás comisionados, sin replicar, después de saborear el brindis obsequiado por el Capitán General, se despidieron y saludaron con aquello de “Dios guarde a Usía… por muchos años…”…y en esa misma mañana llegaron a la chara de Capuchinos, cuartel general de Mariño, donde informaron sobre el suceso.
Águila Blanca le dijo a Mariño: Mi General, los españoles no se van a rendir, se creen inexpugnables, créame, si no los hostigamos y les mostramos nuestra fuerza, ellos preferirán morir y con ellos morirá mucha gente inocente. El sitio no puede durar más de cinco días.
Mariño reflexionó unos minutos antes de hablar; en el fondo sabía que Águila Blanca tenía razón, y al fin dijo:
Encárguese de hacer desfilar todas nuestras fuerzas e inicie ejercicios militares de ataque y defensa. Utilice las bandas militares para hacer el mayor ruido posible, sobre todo la banda marcial que le quitamos a Monteverde, que ellos la conocen. Haga una presentación honorable, muestre nuestro poder. Ellos verán todo desde el San Antonio.
Águila Blanca entendió todo, puso al tanto de la orden a Piar y a Bermúdez. El General en Jefe Juan Bautista Arismendi, que habia llegado de Margarita para participar en el bloqueo de la plaza, fue elegido para dirigir los ejercicios. Todo salió como se había planificado en el esplendor de la victoria. Todos los comandantes con vistosos uniformes y sus escoltas en briosos corceles desfilaron. Los cañones enemigos silenciaron el ruido mortal de las descargas. Un comité de la ciudad pidió permiso para presenciar el desfile y se le concedió. Mariño los invitó para que lo acompañaran en un sitio improvisado en el cerro de Antillano que daba a Bajo Seco, desde donde se podía observar las maniobras del ejército invasor. También la armada sutil, bajo el mando del Comodoro Bianchi y el Capitán de Navío, Antonio Díaz, hizo maniobras frente a la desembocadura del rio. No dejó dudas Mariño, del poder de su ejército, una orden suya y tres o cuatro mil hombres bien armados procederían a tomar la ciudad, con todo lo terrible que auguraba esa decisión que se apreciaba como inevitable.
De inmediato, después de la orden de Arismendi de iniciar los ejercicios, se escucharon las trompetas y los tambores de guerra y el tropel de los caballos y los gritos de los jefes de batallones y de todos los oficiales en acción. El zafarrancho era enloquecedor en medio del orden militar. Ya para terminar y de repente, se escuchó la voz del general en jefe que gritaba: ¡ATENCION FIR! ¡DESCASNSEN AR!” Un golpe seco y un silencio que el eco se llevó, y el solemne momento quedó solo en la mudez del tiempo.
Tal como lo pensó Mariño, el efecto en los españoles al ver el despliegue de las fuerzas irresistibles de los patriotas, fue traumático. Antoñanzas no pensó en nada que no fuera escapar, convocó a los más altos dignatarios y les comunicó su determinación de entregar la plaza sin derramamiento de sangre. Dijo que a él le dolería mucho ver a sus amigos morir sin remedio, porque conocía los métodos del bárbaro de Mariño.
De todas formas se tomó tres días, para entender su verdadera situación, y hubiese tomado más tiempo pero le informaron que algunos oficiales cercanos a Cervériz tramaban fusilarlo; y, entonces favorecido por el ex gobernador político Don Andrés Level de Goda, que estaba al tanto de la trama, de los oficiales subalternos que pretendían asesinarlo, lo cual era lo peor que podía pasar en la provincia de Venezuela; entonces convoca a los oficiales de la Marina Real, entre ellos los brigadieres Tizcar y Gavasso, el coronel Lorenzo Fernández de La Hoz, a los capitanes de Navío: Guerrero, y Echeverría, etc., y los pone en conocimiento de la situación, entonces deciden poner a bordo de la goleta “Fernando VII” al mando Eugenio de Tizcar, al Capitán General, no sin antes revolverlo todo, clavar los cañones, y destruir todo cuanto servía para algo, para luego marcharse en cobarde y vergonzosa fuga. En vista de lo cual todas las fuerzas reales acantonadas en Cumaná, abandonaron la plaza y se dirigieron a Barcelona, a las islas del Caribe y a Guayana. También se embarcaron los allegados al Capitán General, entre ellos el mismo patricio cumanés, Level de Goda, el cual preparó la fuga y dejó encargado de la plaza al mayor Juan Nepomuceno Quero.
Este a su vez envió ante Mariño, a Don José de Ortegoso, español emparentado en Cumaná, quien en definitiva firmó la Capitulación de la ciudad con el G. en J. Santiago Mariño y se quedó en Cumaná con su familia. 
 Texto resumido de la Capitulación firmada entre el ejército patriota y el gobierno de la provincia de Cumaná,  preparado y entregado al gobierno español de Cumaná,  por Águila Blanca,  que se firmó el 4 de julio de 1813:
TEXTO RESUMIDO DE LA CAPITULACION DE 1813.
1°.- Que evacuará la plaza dejándola en el estado en que se haya hoy, a esta hora, que son las 8 de la noche.
Contestación: Evacuará la plaza a las siete del día de mañana dejando en ella todos sus pertrechos y armamentos, del mismo modo que la entregó el gobierno de la independencia pasada, el 23 de agosto del año que expiró.
2.-     Que no se impedirá la salida de las familias que salgan en los trasportes, y se hallen embarcadas, por los buques que bloquean el puerto.
Contestación: No se impedirá la salda de aquellas familias, que lo soliciten, pero si en trasportes que les daré.
3°.-    Que todas aquellas familias que se queden en la plaza se les dará su pasaporte, y podrán llevar sus intereses, o disponer de ellos en el término de dos meses
Las tropas de la Regencia española que guarnecen la plaza, rendirán las armas al frente de las republicanas a la hora indicada en el primer capítulo, en la Sabana del Salado. Estas proposiciones o contestaciones serán ratificadas y aceptadas, en el término de dos horas, las que pasadas, quedarán las armas republicanas expeditas para hostilizar la plaza. Cuartel General de los Capuchinos, a tantos de agosto de 1813 a las 8 y media de la noche. (Fdo.)  José Antonio Ortegoso. (Fdo.)   Santiago Mariño.   
Pese a la firma de este documento los realistas incumplieron el tratado, los principales jefes y soldados se dieron a la fuga después de destruirlo todo; por ello fueron perseguidos por la flota patriota, y perecieron muchos de ellos. El Capitán General Don Eusebio Antoñazas, herido mortalmente fue a morir a Curazao.
Cuentan don Andrés Level de Goda, que don Eusebio, recitaba llorando y herido, un pasaje de la Eneida, que dice:
“Por los astros por los dioses, por ese aire del cielo que respiramos todos, os conjuro, ¡oh teucros!, que me saquéis de estos sitios, y sean cualesquiera aquellos a que me llevéis, me daré por muy contento. No ocultaré que he formado parte de las escuadras griegas, ni tampoco, que fui uno de los que llevaron la guerra a los penates de Ilión, por lo cual, si tan grande os parece mi delito, arrojad al mar mi despedazado cuerpo y sumergidlo en el inmenso abismo, si perezco me será grato al menos perecer a manos de hombres”

Entre tanto un episodio singular pasó en el fuerte de San Antonio, cuando los alzados catalanes invadieron, lo tomaron y pretendieron dar muerte a un grupo de cumaneses jefes de familias patriotas apresados y sometidos a torturas indecibles; entonces el prefecto de los capuchinos, avisado de la trama, fray Francisco de Aliaga, lo impidió colocándose frente al calabozo donde estaban recluidos, encadenados y extenuados. Levantando la voz ante ellos, les dijo “Pasaran sobre mi cadáver” se echó de rodillas y levantó ante los enfurecidos catalanes, un crucifijo que siempre le acompañaba. No se atrevió la turba, temerosos ante la sagrada reliquia, se retiraron maldiciendo al sacerdote; pero no entregaron las llaves, dejaron a los prisioneros encerrados; estaban sin comer y sin agua desde el día anterior, por lo cual clamaban, porque algunos ancianos desfallecían. Pasaron varias horas esperando por su liberación. El padre Aliga les llevó agua y algunos panes, los cuales bendijo, por si acaso se producía una muerte, entre tanto podían abrir; pero no sucedió esa tragedia predecible. Para sacarlos del calabozo, hubo que buscar un cerrajero. Los prisioneros contaron en todo momento con el sacerdote patriota Fr. Ramón de Calanda, que los confesó a todos e improvisó la extremaunción masiva.  Era el digno vicario de Maturín, otro perseguido y torturado por ser un patriota a toda prueba.
El ejército libertador procedió a la persecución de los más connotados realistas; sobre todo, los que habían acumulado fama de perversidad, y mediante juicios muy sumarios, se encargaron de fusilarlos; sobre todo aquellos que habían sembrado  espanto en el pueblo cumanés, como Don Gaspar  de Salaverría y Don Antonio Mayz.
Los que huyeron en el bergantín “Palafox”, en la goleta “Clara”, en los bergantines “Gallego” y “Venezuela”, perseguidos por orden de Mariño, son atacadas por el comodoro Bianchi, en realidad fue una gran batalla naval, porque los reales se defendieron denodadamente. “El Gallego” y “La Clara” se rinden, “El Venezuela” da una pelea extraordinaria y logra retirarse; el “Palafox”, tas magnífica resistencia, termina por entregarse, y la “Fernando VII” llega a Curazao. Pero Antoñanzas no resiste y muere a consecuencia de la herida recibida en la refriega.
Mariño se vio obligado a fusilar a muchos realistas señalados por sus crímenes.
Águila Blanca, pese a que fue recibido como héroe legendario  y amado por las muchedumbres, no quiso quedarse en Cumaná,  pensó que todo había culminado y vendría la paz para la cual no se sentía preparado, y menos como un burócrata, como querían Mariño y Bermúdez;
Mariño le dijo: Antonio José, ¿por qué desprecias los honores que te corresponden?:
Él le respondió: Mi padre me dijo: Un soldado no debe meterse en la cosa pública, porque se pervierte. Creo en mi padre. Me contaba que el general Epaminondas triunfador en la batalla de Lectra, por envidia de sus iguales fue juzgado y condenado a muerte. Epaminondas, inmutable, dijo: “Acepto el fallo, pero escriban: Fui condenado por haber salvado a la Patria”. El pueblo griego, que conocía el valor de aquel soldado ejemplar, lo aclamó y pidió su libertad. Y así se hizo, pero sus enemigos lograron que lo relegaran a un puesto subalterno. Entones Epaminondas también aceptó este atropello contra su dignidad, pero sentenció: “Es cierto que hay cargos que enaltecen a los hombres, pero hay hombres que enaltecen a los cargos”. No quisiera comprobar, hechos de esta naturaleza.
Está bien, dijo Mariño, toma el rumbo que dicte tu conciencia. Te estaremos esperando, y sé que vendrás de ser necesario.  Debes recordar otra anécdota que contaba Ovidio, sobre Dédalo y su hijo Ícaro, cuando abandonaron su Patria y se fueron a vivir en la Isla de Creta. Pasó algún tiempo, y fastidiados de la isla, y un largo destierro, se dejaron arrebatar por el amor a su Patria; y como estaban rodeado de agua por todas partes, se dijeron: las olas del mar nos tienen cercados, más no podrán cerrarnos el camino de los aires. No se extenderá su imperio sobre estas regiones, aunque el poderoso Zeus, Señor del mundo se oponga. Yo sabremos abrirnos paso para acudir a nuestra Patria.   
Entonces, con la ayuda de Venus fabricaron alas con las plumas de los pájaros del mar que el viento les arrebataba y las unieron ablandando con los dedos, la cera de las abejas tomada de los arboles. Luego que la obra concluyó, fue Dédalo el primero que las probó y se elevó con el movimiento del aire; pero Ícaro después de volar no quiso desprenderse de ellas.
Águila Blanca, entendió perfectamente el mensaje del héroe, y le respondió.
Esta bien, probaré el exilio, y si esa anécdota se hace realidad en mi, volveré como Ícaro y pelearé a tu lado. 


Águila Blanca tampoco encontró a ningún miembro de su familia: Don Vicente salió en libertad en la Guaira, y se traslado con Narcisa Márquez su esposa, para Trinidad, y sus hermanos, tíos y demás familiares, estaban en diferentes lugares, fuera de Venezuela unos, y otros en diferentes pueblos lejanos; por lo que optó por trasladarse a Cumanacoa con Inés, y juntarse con Domingo Montes para activar planes que habían concebido juntos. No entendía lo que le tenía reservado el destino. Todos preguntaban por él.  Pronto lo veremos reaparecer como guerrero el año 1814. 

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