RAMÓN BADARACCO
TERREMOTOS DE CUMANÁ
CUMANÁ, 2015
AUTOR Tulio Ramón Badaracco
Rivero
Que firma RAMÓN BADARACCO
Prólogo: M. Centeno Grau.
Copyright T. Ramón
Badaracco R. 2012
Primera edición 2012
1500 ejemplares
Hecho el depósito de ley
Título original: TERREMOTOS DE CUMANÁ.
Primera edición
Puede ser reproducido
total o parcialmente.
Diseño de la
cubierta T. R. B. R.
Ilustración de la
cubierta T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
Telf. 0293-4324683
Cel. 0416-8114374
PRÓLOGO.
Vamos a usar como
introducción a este ensayo, el trabajo titulado “CUMANÁ A PROPÓSITO DEL
FENÓMENO”, del sabio científico
cumanés Manuel Centeno Grau, publicado en el No. 436, del bisemanario
“Sucre” de fecha 2 de marzo de 1929. Vemos:
“La prensa de anoche trae
una noticia trasmitida por telégrafo desde la ciudad de Cumaná.
Una densa humareda con
marcado olor a azufre cubrió la población en la noche del 24 de este mes
trayendo la consiguiente alarma enhtre sus habitantes.
Hace pocos días se anunció
y hasta se comentó la noticia de que en Cumaná la columna barométrica bajaba,
lo cual puso en cuidado a sus moradores por creerlo presagio de alguna
catástrofe.
“El barómetro pronostica
con su descenso una perturbación atmosférica” . El descenso anotado en días
pasados en Cumaná sería quizás consecuencia de algún mal tiempo lejano sobre el
mar o sobre alguno de los golfos de Cariaco y Santa Fe de una acumulación de
vapores acuosos en paraje cercano. ¿O sería alguna perturbación atmosférica
originada por la dilatación del aire a consecuencia de emanaciones sulfurosas
en algún lugar próximo y precursora del fenómeno que hoy anotamos?...
El hecho de cubrirse la
ciudad de Cumaná de una densa nube con marcado olor a azufre, es motivo de
justa alarma entre sus habitantes por las razones que paso a anotar.
Cumaná ha sido varias veces
destruida por espantosos terremotos. El 1º de septiembre de 1530 hubo un fuerte sacudimiento que arruinó la
fortaleza de la boca del río Manzanares, la cual comenzó el padre de Las Casas;
y de las grietas que se abrieron en la serranía brotaron aguas negras y salobres impregnadas de azufre. El 21 de
octubre de 1766 un terremoto destruyó la población. La tierra tembló todas las
horas del día durante catorce meses.
El día 14 de diciembre de
1797 fue nuevamente arruinada la población por otro movimiento sísmico.
El 12 de abril de 1839 hubo
un fuerte temblor que arruinó muchos edificios.
El 15 de julio de 1853 la
ciudad fue totalmente destruida por un espantoso terremoto en el cual se notó
el mismo fenómeno que en 1530. Según datos de una persona ya anciana que en
1853 vivía cerca del lugar que en Cumaná se llama Iglesia Nueva (en donde
existe actualmente el teatro en construcción)
vio brotar allí, cuando el terremoto de ese año, lod que despedía olor a
azufre.
De aquí que cualquiera perturbación
sísmica por insignificante que sea, un cambio brusco de temperatura o de la
columna barométrica es anotado y cuidadosamente observado.
Cumaná está situada entre
los golfos de Cariaco al Este y Santa Fe al Oeste. El primero debe su
existencia (Codazzi. Geografía) a un rompimiento de tierras acompañado de una
irrupción del océano, catástrofe que no es muy antigua, pues su memoria se
conservaba entre los indios hasta fines del siglo XV: y se cuenta que en la
época del tercer viaje de Cristóbal Colón, los indígenas hablaban de ella como
de un acontecimiento muy reciente. Este golfo tiene manantiales calientes y
submarinos.
Por la parte Norte cerca de
la costa Oeste están las islas Borracha, Chimanas, Picúas, Caracas y otras “que
parecen haber formado en épocas muy remotas una sola cordillera de montañas con
las de la costa del Cabo Codera, las de las penínsulas de Araya y Paria y la
isla de Trinidad”.
En otro tiempo (Codazzi)
las aguas cubrieron todo el terreno impregnado de muriato de soda por donde
corre el Manzanares y el grupo de colinas a que está arrimada la ciudad de
Cumaná no era antiguamente sino una isla del golfo de Cariaco”. Prueba de ello son las petrificaciones de
conchas marinas que se encuentran en las colinas de “Pan de Azúcar”, “San
Antonio”, “Agua Santa” y otras.
La serranía de la costa
Oeste, separada de la que forma la península de Araya, a consecuencia del gran
cataclismo de que hablaban por tradición los indígenas del siglo XV, está
formada de una cadena de montañas que corre de Oeste a Este a unirse a las de
Cariaco. En esta serranía hay un volcán apagado llamado “El Picacho del
Apamantar” a menos de dos leguas de la Costa del Golfo de cariaco, cerca de los
pueblos de Marigüitar y San Antonio y a
más de 50 kilómetros de la ciudad de Cumaná. Dicho pico tiene como 1000 metros
sobre el nivel del mar. En una ascensión que hice a esta montaña pude observar
el asiento del cráter de este volcán ya apagado, los montones y corrientes de
lava petrificada y abajo una mole de piedra, entre muchas, que llaman “La Casa”
(por su forma) que mide 5 m x 3 m. Esta piedra está en el llano del “Limonar”,
como a 1000 metros del Picacho. ¿Cuánto no sería la fuerza que arrojó semejante
mole? Más al interior hay otros picos “El Zamuro”, Santa Bárbara”, “Las
Lagunas” los cuales son de origen volcánico, según pude convencerme cuando
recorrí toda esa gran zona, rica en minerales, con excelentes terrenos
agrícolas y pecuarias, y selvas inmensas.
Pertenece a esta misma
cadena de montañas el llamado “Cerro Negro del Crisino”, de la serranía de
“Barranquín” o del “Imposible” el cual está casi al Sur de Cumaná como a 15
kilómetros, pero más internado de la Costa Oeste. Toda esta región, desde la
Uropa (a la margen Oeste del río
Manzanares) que es un estribo del “Imposible”, rodea hacia el Este y el Oeste
de Cumaná de una serie de picos y altiplanicies de origen volcánico. El viajero
que pasa por la cuesta de “Barranquín” en el camino de Cumaná a Cumanacoa,
puede cerciorarse por su propia vista de esto que dejo anotado. Al pie de esta
serranía está el llano de Pantanillo bastante fértil, y en donde existen
emanaciones sulfurosas.
En la serranía de la Costa
Oeste están las montañas de Yaguaracuar, Neblinero, Tataracuar, Nurucuar, San
Pedro, Etc., que van a unirse a la cordillera en donde está el pico Santa Fe,
muchas de ellas de origen volcánico.
Hacia el interior está la
montaña de Turimiquire que tiene 2030 metros sobre el nivel del mar. Está en el
centro de la serranía de Cumaná y Barcelona, llamada Bergantín, considerada
como una prolongación de la Cordillera interior de Caracas: sirviendo de
estribo a esta montaña está el valle de Cocollar a 775 metros sóbrele nivel del
mar, cubierto de grandes moles que indican una erupción antigua de dicha
montaña.
Las serranías de Pionía
(1600 metros sobre el nivel del mar) Cuchivano (1565 m.) Guacas (1500 m.) Tres
Picachos (1500 m.) etc., son de origen volcánico.
Por fortuna todos estos
volcanes no han dado notaciones de actividad después de sus últimas remotas
erupciones.
Hay una predicción del
sabio Humboldt, referente a la inundación y desaparición delas costas de
Cumaná. Sin duda esta predicción se funda, en que puede llegar el momento…
(falta un trozo muy importante… lo siento)
Continúa en otra página… Cariaco, de 387 m. de altura. Hay en el
multitud de fuentes termales, hidrosulfúricas y un terreno hueco cuya
concavidad parece estar de Este a Oeste, que en los grandes terremotos de 1766
ha vomitado asfaltos envueltos en petróleo viscoso. Allí se encuentran también
minas de azufre, (Codazzi).
“En el camino de Cariaco a
Casanay hay un terreno tan hueco que al pasar sobre él oye el caminante resonar
sus pasos como si pasase sobre una gran
bóveda (Codazzi). Este fenómeno ha sido observado por mí en una
excursión al cerro “Meapire” y doy fe de la exactitud de Codazzi.
En la Uropa a orillas del
río Manzanares existe un terreno enm donde se verifica el mismo fenómeno
anterior. Hay además manantiales de aguas termales, calcáreas, de magnesia y
soda, sulfurosas, muchas de ellas con una temperatura hasta de 70 grados. Dicho
sea de paso, que durante el estudio del camino ferrocarrilero que trazaba junto
con el ingeniero Oscar Messerly, examinó y mandó a Europa unas aguas minerales
de dicho lugar y fueron calificadas tan buenas como las de Vichy.
En la colina que sirve de
asiento al castillo de San Antonio, la cual tiene 58 metros sobre el nivel del
mar, y junto a la cual está situada la Ciudad de Cumaná, hay emanaciones
sulfurosas que dan indicios de que allí o más allá exista una mina de azufre.
Es muy posible que el
fenómeno observado recientemente en Cumaná tenga su origen en dicha mina de
azufre: o bien que las emanaciones sulfurosas de Pantanillo hayan sido
arrastradas por una corriente de aire, y arrojadas sobre la ciudad.
No están, pues, mal
fundados mis paisanos los cumaneses en sus temores respecto a alguna
perturbación física, si la ciencia ha sido impotente para predecir cuándo
sucederá uno de estos fenómenos tan comunes y repetidos sobre la superficie del
globo.
M. Centeno Grau.
Notas a los terremotos de Cumaná
El primer terremoto en Cumaná ocurrió
el 1ro de septiembre de 1530, siendo Jácome Castellón, gobernador de la
provincia de Nueva Andalucía, entonces se produjo el primer movimiento telúrico o
cataclismo, del que tengamos noticias; y, por supuesto, desde que llegaron los españoles a nuestro
suelo.
Según Bartolomé de Las Casas, en
su obra “Historia de las indias” el propio Jácome Castellón lo describe en toda
su crudeza. El mar se levantó 20 toesas sobre su nivel ordinario y arrasó el
fuerte y la misión. Castellón construye otro fuerte de barro y maderas, en la parte más alta de los cerritos,
médanos que bordeaban la desembocadura
del río, protegiendo al pueblo de la Nueva Córdoba, con una gran empalizada, y Castellón permanece varios años más en la
ciudad de la Nueva Córdoba, que empieza
a extenderse por ambas márgenes del río Chiribichií, la última Luenga, como
dice Las Casas- Castellón nos dejó muchos documentos de su obra en la Nueva
Córdoba pinturas de la construcción del
fuerte de Santa Cruz de La Vista y de la empalizada que construyó rodeando la
ciudad de Nueva Córdoba
Fundadas
las primeras misiones en tierra firme, pues, o sea el primer asiento las misiones fundantes de
Fray Pedro de Córdoba, autorizado con todas las de la Ley, -1513- en una
primera expedición con misioneros dominicos;
y, después -1515- en una segunda expedición,
con las ordenes dominicas y franciscanas, en lo que se tomado como la verdadera
fundación de nuestra ciudad, el 27 de noviembre de 1515; hecho este comprobado
y narrado en Cédulas Reales que van de 1513 a 1572, firmadas por el Rey Fernando el Católico y
sus sucesores, especialmente después de
la muerte del Rey Fernando, por Cedulas Reales firmadas por los Regentes y el
eminente e ilustrísimo Cardenal
Cisneros; que gobernaban el Imperio
cuando el Rey Carlos I, era un niño. En ese tiempo se levantaba dentro de la
belleza invicta de médanos, el mar y un río promisor, un panorama paradisíaco, la ciudad de Cumaná,
habitada como dice el Rey, cuando otorga
a Cumaná Escudo de Armas, por tres
partes de indios y una parte de españoles. Entonces, podemos decir: que en
1530, gobernando la provincia de Nueva Andalucía o Cumaná, el Capitán General
Jácome Castellón, cuando sobrevino un terrible terremoto, descrito por el mismo
Castellón, en carta que envió a fray
Bartolomé de Las Casas, en la cual
describe el cataclismo, o algo así como
lo que llamamos hoy Tsunami; el mar se levantó varias toesas, y pasado por encima del fuerte de Santa Cruz
de La Vista y la misma ciudad, destruyó todo lo que había en la Isla de Las
Perlas y todo lo que había reconstruido, construido, reparado y puesto en
servicio desde 1521, en que fue nombrado Gobernador de la provincia.
Desde
aquel terremoto de 1530, la ciudad Santa de Cumaná, fundada con la sangre de
los primeros mártires cristianos de América Continental, y por el gran maestro cristiano Fray Pedro de
Córdoba, redactor del Catecismo indígena
en lengua Arawacas; unido en
pacto de amistad con el Cacique Cawaná y
su reino Chaima, ha sufrido la ciudad
primogénita, muchos terremotos, de los cuales nos ocuparemos en este apretado
ensayo de los siete terremotos más conocidos y estudiados.
Pasó
mucho tiempo antes de sobrevenir otra tragedia similar a la de 1530, fue en 1641, o sea 121 años
después, y esto lo digo porque como veremos los terremotos historiados de
Cumaná se suceden a veces en lapsos muy cortos, así tenemos los terremotos de 1766,
1797 y 1799. Al respecto, Humboldt, dice: “Los grandes temblores de tierra que
interrumpen la larga serie de pequeños sacudimientos no parecen tener nada de
periódicos en Cumaná. Se han sucedido a 80, a 100 y aun en ocasiones a menos de
30 años de distancia”…
Creo firmemente que antes
del terremoto de 1641, se produjeron otros que no han sido tomados en cuenta
por los cronistas, hay un salto muy largo como ustedes pueden advertir.
El terremoto de 1641, lo
conocemos gracias al acucioso historiador y palígrafo don Arístides Rojas, que
debido a sus profusas investigaciones le dio a Cumaná el título de Primogénita
de América. Este terremoto de 1641 fue tomado en consideración, simplemente,
porque produjo efectos en Caracas, de otra manera no se hubiese sabido nada de
él por la falta de archivos en Cumaná, como sabemos, nuestros archivos
históricos fueron totalmente destruidos
tanto en la Nueva Córdoba como en la propia ciudad nueva, aunque también dice
el sabio investigador, que en Cumaná,
aquel sismo, destruyó todos los edificios públicos, y por supuesto los
archivos. Humboldt, a su vez dice, que
no encontró archivos en Cumaná en 1799.
Arístides Rojas, en su obra “Leyendas
Históricas”, hace un análisis de los terribles daños causados en la ciudad por el
terrible acontecimiento, y las consecuencias que sobrevinieron, que sufrió
estoicamente la población.
Una réplica y aún peor, se
produjo el 21 de octubre de 1766; Humboldt nos lo cuenta, después de recibir
una información valiosísima de aquella sociedad culta con la cual compartió el
sabio sus conocimientos, nos dice:
“Como no existe crónica ninguna acerca de Cumaná, y como sus archivos, a causa de las continuas devastaciones de los termites o comejenes, no contienen documento alguno que remonte a más de 150 años, no se conocen datos precisos sobre los antiguos temblores de tierra. Sábese tan solo que en tiempos más inmediatos a nosotros, el del año 1766 fue a una vez el más funesto para los colonos y el más notable para la historia física del país. Desde hacía 15 meses habíase mantenido una sequía semejante a la que se experimentan de vez en cuando en las islas de cabo Verde, cuando el 21 de octubre de 1766 fue enteramente destruida la ciudad de Cumaná. Renuévase todos los años la memoria de ese día con una fiesta religiosa acompañada de una procesión solemne. En el lapso de pocos minutos hundiéronse todas las casas y repitiéronse las sacudidas durante catorce meses de hora en hora. En varias ´partes de la provincia se abrió la tierra vomitando agua sulfurosa. Estas erupciones fueron frecuentes sobre todo en una llanura que corre hacia Casanay, dos leguas al Este de la ciudad de Cariaco, conocida con el nombre de “tierra hueca”, porque parece enteramente minada por fuentes termales. Durante los años 1766 y 1767 los habitantes de Cumaná acamparon en las calles, y empezaron a reconstruir sus casas cuando no se sucedieron sino de mes en mes los temblores de tierra. Sucedió entonces en estas costas lo que se experimentó en el reino de Quito inmediatamente después de la gran catástrofe del 4 de febrero de 1797. Mientras que oscilaba de continuo el suelo, parecía la atmósfera resolverse en agua. Fuertes aguaceros hicieron henchirse los ríos; fue el año sumamente fértil; y los indios, cuyas frágiles cabañas resisten fácilmente las más fuertes sacudidas, celebraban, según las ideas de una vetusta superstición, con fiestas y con danzas, la destrucción del mundo y la época próxima de su regeneración.
“Como no existe crónica ninguna acerca de Cumaná, y como sus archivos, a causa de las continuas devastaciones de los termites o comejenes, no contienen documento alguno que remonte a más de 150 años, no se conocen datos precisos sobre los antiguos temblores de tierra. Sábese tan solo que en tiempos más inmediatos a nosotros, el del año 1766 fue a una vez el más funesto para los colonos y el más notable para la historia física del país. Desde hacía 15 meses habíase mantenido una sequía semejante a la que se experimentan de vez en cuando en las islas de cabo Verde, cuando el 21 de octubre de 1766 fue enteramente destruida la ciudad de Cumaná. Renuévase todos los años la memoria de ese día con una fiesta religiosa acompañada de una procesión solemne. En el lapso de pocos minutos hundiéronse todas las casas y repitiéronse las sacudidas durante catorce meses de hora en hora. En varias ´partes de la provincia se abrió la tierra vomitando agua sulfurosa. Estas erupciones fueron frecuentes sobre todo en una llanura que corre hacia Casanay, dos leguas al Este de la ciudad de Cariaco, conocida con el nombre de “tierra hueca”, porque parece enteramente minada por fuentes termales. Durante los años 1766 y 1767 los habitantes de Cumaná acamparon en las calles, y empezaron a reconstruir sus casas cuando no se sucedieron sino de mes en mes los temblores de tierra. Sucedió entonces en estas costas lo que se experimentó en el reino de Quito inmediatamente después de la gran catástrofe del 4 de febrero de 1797. Mientras que oscilaba de continuo el suelo, parecía la atmósfera resolverse en agua. Fuertes aguaceros hicieron henchirse los ríos; fue el año sumamente fértil; y los indios, cuyas frágiles cabañas resisten fácilmente las más fuertes sacudidas, celebraban, según las ideas de una vetusta superstición, con fiestas y con danzas, la destrucción del mundo y la época próxima de su regeneración.
Reza la tradición que en el
temblor de tierra de 1766, así como en otro muy notable de 1794, las sacudidas
eran simples oscilaciones horizontales; y que no fue sino el día malhadado del
14 de diciembre de 1797 cuando por primera vez en Cumaná se hizo sentir el movimiento por soliviadura, de abajo
arriba. Entonces fueron destruidos por completo más de los cuatro quintos de la
ciudad, y el choque, acompañado de un ruido subterráneo fortísimo, pareció como
en Riobamba, la explosión de una mina colocada a gran profundidad. Dichosamente
la sacudida más violenta fue precedida
de un ligero movimiento de ondulación, de suerte que la mayor parte de los
habitantes pudo escarparse en las calles, no pereciendo sino un corto número de
los que estaban congregados en las iglesias”.
Posteriormente han
sucedido, a cual más terrible, en orden
cronológica los sismos siguientes: el 10 de setiembre de 1794, con respecto a
este evento Francisco Depons, que lo describe, lo atribuye a una descarga
eléctrica, como era la teoría en boga, en esos tiempos, se creía que la
electricidad se acumulaba y de repente hacia ebullición, no se conocía el
verdadero origen de los terremotos, no tenían como investigar las capas
tectónicas. Horas antes de producirse la primera conmoción, según relata
Humboldt, se observaron llamas que salían de la tierra en las charas y sobre
todo cerca del Hospicio de los franciscanos y en ciertas partes de las orillas
del Golfo de Cariaco. La ciudad recién
reconstruida sufrió otra vez la destrucción de sus colegios, iglesias, casas y
monumentos históricos. Cuenta Humboldt que los habitantes percibieron con
antelación ruidos, temblores,
sacudimientos, y gran parte de ellos se
salvó por haberse puesto a buen recaudo, pero aquellos que buscaron abrigo en
las iglesias todos perecieron aplastados entre sus escombros, como también lo
cuenta el padre Lucas José Alemán, en escrito que se conserva en la catedral de
Barcelona.
Después de este terrible
cataclismo, se sucedieron en toda la provincia y especialmente en Cumaná, otros cataclismos el 14 de agosto de
1797, otro en 1799, otro el 27 de enero de 1805.l
El de 1797, fue llamado “Terremoto de la Divina
Pastora, porque solo destruyó ese
maravilloso templo.
Dice el padre Ramos
Martínez en la pág. 76 de su obra ya citada, que: “El terremoto vulgarmente
llamado de la Pastora, que aconteció a las siete de la noche del jueves 14 de
diciembre de 1797, derribó la capilla y el famoso templo que, se edificaba en
el mismo lugar, sepultando bajo los escombros a la madre de los Quinteros, que
estaba en oración cerca de las gradas del Presbiterio, la que logró con todo
sobrevivir a aquella catástrofe por el esmero con que sus hijos trataron de
salvarla. Y agrega el padre Ramos Martínez: No desmayó el celo del padre
Patricio. Redoblando sus esfuerzos, alcanzó la gloria de edificar de nuevo una
bonita iglesia, que decoró con gran decencia, y enriqueció con magníficas
prendas, buenas alhajas, hermosas efigies y suficientes ornamentos.
También menciona el padre
Ramos Martínez, el terremoto del mes de agosto de 1802, cuando dice que: la capilla
de la Venerable Orden Tercera de San
Francisco, anexa al Convento, se encontraba muy dañada en estado de amenazar
ruina a consecuencia los temblores de los días 14 de diciembre de 1797 y agosto
de 1802.
Más tarde se produjo otro
terremoto el 12 de abril de 1839, y el terrible e inconmensurable terremoto
del 15 de julio de 1853, a las
dos y media de la tarde, cuando el
pueblo de Cumaná, se levantaba bajo el liderazgo del Dr. Estanislao Rendón,
contra el nepotismo de los Monagas. Fue una de las más terribles sacudidas que
ha sufrido esta tierra inmortal; esta vez en medio de otra tragedia política; sin
embargo Cumaná, como el Ave Fénix, se levanta de sus cenizas con más fuerza y
más sabiduría.
Aníbal Dominici nos lo
cuanta escuetamente la tragedia, así:
“La simpática ciudad desaparece en el fragoso cataclismo mientras se desbocaba
el incendio de la guerra civil. Sus cuarteles, sus castillos, sus fortalezas,
sus fortificaciones y sus baterías, y lo que es verdaderamente lamentable, sus
templos, sus monumentos, sus edificios de paz y progreso eran derribados,
cayendo confundidos bajo las ruinas los elementos bélicos que aprestó la
rebelión, junto con los de adelanto y de vida reunidos en la bella capital del
Manzanares”.
El excelso maestro José Silverio
González, se quejaba amargamente de los efectos de este terremoto de 1853, en
un artículo contra la dinastía de los Monagas, que titula “Decapitación”,
publicado en su periódico “El Cumanés” No. 3. De fecha 22-10-1855, que dice
entre otras cosas “… No lo olvidaremos, no; no podemos nunca olvidarlo, todas
las gentes se contristaron, se compadecieron de nuestro infortunio en 1853,
todos trataron de protegernos y
ampararnos, todos quisieron remitirnos oportunos socorros: Caracas, La Guaira,
Guayana, vivirán eternamente en nuestro corazón agradecido… Solo la horrible dinastía, lejos de
favorecernos, de oír nuestros gemidos, estorbó el envío de los subsidios de
Barcelona, privó a Cumaná de su Aduana y
de los pingues productos de sus salinas, la exigió contribuciones forzosas, la
decapitó contra el tenor expreso del artículo 2º de la Ley de 25 de junio de
1824 sobre división territorial, vigente en Venezuela; rechazó vilmente
objetado el decreto del Congreso de 1854 que la auxiliaba con 100.000 pesos para
sus templos, su puente sobre el Manzanares, su Colegio, y demás edificios
públicos, y todavía cruel resiste enviarnos los granos de sal que nos
corresponden, de nuestra salina de Araya, para reedificar la ciudad. Semejantes
actos de fuerza dicen muy alto lo que Cumaná, lo que nuestra Nación venezolana
debe esperar de la regencia Monagas” .
EL TERREMOTO DE 1929.
Entre los más
recientes sismos, el evento del 17 de enero de 1929, del que tenemos, por supuesto, noticias frescas en periódicos que conservamos,
a saber: a las 7.34, hora del reloj de
Santa Inés que dejó de funcionar, ese día 17 de enero de 1929, horas de la
mañana, estremeció la ciudad, un terremoto de magnitud 7º que la destruyó por completo.
El Presidente del
Estado General José Garbi, en Decreto de fecha 20 de Enero, publicado en el
bisemanario SUCRE de fecha 23 de ese mismo mes, dice:
“CONSIDERANDO: Que la ciudad de Cumaná, leyendaria y
procera, madre fecunda de varones ilustres, creadores de la patria, ha sido
abatida por la desgracia, cayendo bajo el golpe de tremendo cataclismo;
CONSIDERANDO: Que este pueblo viril ama
hondamente a su tierra y anhela verla resurgir a la vida activa de la paz, el
trabajo y el progreso, con la misma energía conque ayer se ufanaba del esplendor de estos últimos años;
CONSIDERANDO: Que el gobierno del Estado Sucre, profundamente consternado ante
la adversidad de esta ciudad capital, asiento de los Altos Poderes Públicos,
consustancializado con el pueblo y arropado en la misma desgracia, comparte el sentimiento
general de ver levantarse la ciudad readquiriendo la actividad que la conducía
a un estado de halagador florecimiento; CONSIDERANDO: Que el Benemérito General
Juan Vicente Gómez, Presidente de los Estados Unidos de Venezuela, a quien
hemos sentido muy junto a nosotros en esta hora de prueba, igualmente herido en
su corazón de patriota y de noble hidalgo, ha exteriorizado su pena
tendiéndonos su mano de protección paternal con valiosos auxilios, es el
sostenedor de la paz, el campeón del progreso y el más infatigable obrero de la
República y recomienda constantemente el trabajo como fuente segura de
prosperidad, y es el rehabilitador de la Patria en quien se concreta la más
firme esperanza de la heroica ciudad abatida; CONSIDERANDO: Que el gobierno del
Estado Sucre está patrióticamente advertido de su deber; y que para el logro de
este nobilísimo fin es absolutamente necesario el concurso decidido,
desinteresado, abnegado, ferviente del pueblo, de las diversas clases sociales,
de los gremios, de todos, definitivamente de todos, que hemos de consagrarnos
al trabajo con entereza infatigable y como único medio de colmar esta esperanza
que mediante Dios, los eficaces auxilios del Benemérito General Juan Vicente
Gómez y de Venezuela entera, veremos
realizada,
DECRETO:
Art. 1.- Conságrense
todos los esfuerzos y recursos, tanto morales como económicos, de que pueda
disponer el Gobierno, así como también los auxilios que se han recibido y
cuantos se recibieren en lo adelante, a la obra sagrada de la reconstrucción de
Cumaná.
Art. 2.- Todos los
ciudadanos están en la obligación de regresar a sus respectivas labores
comerciales, industriales, agrícolas, profesionales, obreras.
Art. 3.- Necesitando
el Gobierno del brazo obrero, se abre desde este momento un registro de la
Sociedad Ayacucho, adonde se debe concurrir a inscribirse para ser destinados
al trabajo en el sitio que se le asigne para acordar el salario remunerativo y
la manutención correspondiente.
Art. 4.- Por
Resoluciones especiales se dispondrá todo lo concerniente a la organización de
esto servicios.
Art. 5.- El
Secretario General cuidará de la ejecución del presente Decreto.
Dado firmado y
sellado en el Salón del Ejecutivo, en Cumaná a veinte de Enero de mil
novecientos veintinueve. Año 119º y 70º
José Garbi
En el mismo ejemplar
Marco Tulio Badaracco recoge las primeras impresiones sobre el seísmo y otros
acontecimientos, veamos:
“LEVANTATE Y ANDA.
Faltaban 26 minutos
para las ocho de la mañana del día 17
del corriente en el reloj de Catedral, cuando un movimiento sísmico de
funesta intensidad con mano poderosa de Atlante sacudió de muerte nuestra
tierra, destruyendo en diez segundos la Ciudad de Cumaná, que incauta, se
entregaba a sus activas faenas diarias… Más de veintitrés mil habitantes que
demoran entre los cinco mil y
tantos hogares que ocupan este valle que encantó al
conquistador hispano y que cantó el venerable padre Las Casas, se lanzaron a
las calles y plazas pavorizados por aquel trueno formidable, por el espantoso
rugido subterráneo por el ruido incalificable de los edificios que se
derrumbaban envueltos en una polvareda cegadora, calmando a la Omnipotencia
Divina por la personal salvación…
Apenas
habrán quedado en estado de poder ser reparadas a poco costo, alrededor de
doscientas casas, todas las demás están destruidas o, para hacerlas habitables, necesitarán
costosos gastos. Ninguna persona, en sus intereses ha quedado ilesa, sino que
unos mucho y otros poco todos hemos perdido casi en total cuanto poseíamos. El
comercio está destruido y las existencias salvadas son pocas. Nuestros templos,
nuestros edificios, ya no existen. El egregio Mariscal, en su estatu8a
ecuestre, permaneció erecto en su plaza de Ayacucho, él solamente. La ruina es
completa: nuestras familias están en las calles, sufriendo la intemperie y una
multitud aún no calculada de heridos, contusos y estropeados, reciben hoy el
cuidado de la misión de la Cruz Roja y la Sanidad Nacional, y médicos de otras
ciudades en el Hospital Alcalá, quienes
dejando sus comodidades y sus quehaceres han venido a traernos, con fraternal
hidalguía, sus auxilios en estos instantes de verdadera prueba para nosotros.
Los muertos hasta este momento en que escribimos según cómputo que nos han
presentado, pasan de ochenta.
El
vapor COMEJWINE que había dado fondo en Puerto Sucre en la noche del 16
comenzaba su descarga que le hizo suspender el terremoto y por radio, de esta
nave holandesa, pudo hacerse la comunicación a Maracay al Benemérito Jefe del
País General Juan Vicente Gómez, a Caracas y al mundo. Apenas salido de las
ruinas de su hogar, salvándose providentemente, el General Garbi, en su
carácter de Presidente del Estado, se entregó decididamente al socorro de la
ciudad, suspendiendo el viaje que tenía
fijado para ese día, y dirigió las comunicaciones a que nos hemos referido
antes, reclamando el socorro inmediato para nuestras familias.
Y
Cumaná ha tenido el inmenso consuelo de ver llegar cuantiosamente a su suelo a
distinguidísimas personas de Caracas, de Maracay, de Barcelona, de Carúpano, de
margarita, de Río Caribe, de Valencia de Puerto cabello, y otras ciudades
hermanas que se apresuran a traernos
cuanto en estos momentos falta. El pueblo Cumanés sabrá siempre apreciar el
inmenso, el humanitario, el impagable bien que se le hace y hoy piensa más que
nunca que, en verdad para mucho valen los esfuerzos de sus hijos que han extendido su nombre más allá de sus
fronteras, en luchas por la Patria, por la gloria, por la ciencia, por el arte
y por la humanidad.
El
Supremo Jefe del País, Benemérito General Juan Vicente Gómez, en este
conflicto, ha sido verdadero padre para Cumaná, y sus órdenes, de tal
naturaleza que en el mismo día del terremoto, zarpó para ésta, de Barcelona, el
General Lino Díaz, Presidente del Estado Anzoátegui, trayendo socorros y
ofreciéndose a las órdenes del Jefe de éste Estado para ayudar en cuanto fuere
útil. Llegó luego en vapor Guárico, desde La Guaira con provisiones de todo
género, y medicinas y médicos, camas y tiendas. De Nueva Esparta, enviada por
el Dr. Isaías Garbira, concurrió una comisión portadora de provisiones, y a
poco llego también el General Garbi, Presidente de este Estado para encargarse
de todo lo que es necesario.
Nosotros
suplicamos a todas aquellas personas de significación que por afecto a este
suelo, o por tener aquí sus familias, han llegado luego de nuestra desgracia, y
de quienes no mencionemos sus nombres que nos dispensen, pues, la falta es por no habernos podido aun
documentar, -ocupados como hemos estado en el arreglo de nuestro taller
tipográfico que ha sido dañado como todo lo demás.
No
podemos cerrar estas referencias sin rendir como cumaneses nuestro homenaje de
reconocimiento al General José Garbi, Presidente del Estado, y General Alberto
Hernández U. Secretario General de Gobierno, quienes con sus familias han
compartido nuestro dolor, esforzándose y multiplicándose por ofrecer toda suerte auxilios a cuantos
efectivamente los necesitan y elevando la generosidad a un verdadero culto.
Igualmente al Jefe del Telégrafo Sr. Landaeta Noria, y sus compañeros
operarios, quienes no han tenido minutos de descanso, para reparar
inmediatamente las líneas y dando comunicación a nuestra ciudad con todos los
hermanos de la República.
Telegrama del General Juan Vicente Gómez. De Maracay a
Cumaná. 17 de enero de 1929.
Señor Gral. José Garbi. Bajo el Estupor que me ha
producido el tremendo siniestro que me comunica Ud. mi corazón adolorido está
al lado de los cumaneses, no tan solo para acompañarlos en la desgracia que los
aflige sino también para auxiliarlos con todo el cariño que les profeso y con
la eficacia que ha menester. Ya he dado mis órdenes para que salga lo más pronto
posible de la Guaira, el Guárico conduciendo médicos, medicinas, víveres, etc.
etc., y cumpla con decirles que el General Lino Díaz va también por el mar
provisto de socorros. En unión del pueblo cumanés que preside Ud. le doy un
estrecho abrazo de sincera condolencia.
J. V. Gómez
El General Gómez
mandó , al General José Garbi, Presidente del Estado Sucre,
cuatro telegramas de
diversos tenores, ordenando ayudas para
Cumaná.
Copiamos enseguida el
importante Telegrama del General Pedro
Pablo Montenegro al General Gómez, publicado en el mismo periódico después
de sus telegramas, veamos:
“Cumaná, 26 de enero
de 1929. Señor General Juan Vicente Gómez, etc, etc.
Maracay.
Ya parece que reaccionara el ánimo de los cumaneses, Nuestra obra ha
sido también obra de acción moral sobre los espíritus, invocando a todo trance
el nombre de Ud. Hoy amanecieron algunas ventas de comestibles por plazas y
calles, y el acreditado gremio de comerciantes se anima para el
restablecimiento de sus negocios. Nos proponemos ver como los artesanos vuelven
a sus labores. Las Hilanderías, preparando sus maquinarias y pronto entrarán en
actividad. La Junta de Socorros de Maracay, da recursos a las obreras, y el Dr.
Llamozas paga en efectivo a sus obreros. A la noche, posiblemente, tendremos
luz eléctrica. Por supuesto, alumbrado público, ya que no hay edificios ni
casas particulares. Grupos de trabajadores, bien organizados, van a las
haciendas, otros ganan aquí mismo su jornal, en el desxcombramiento y en las
reparaciones urbanas que emprende el General Garbi.
Con los recursos de camas y abrigo que
llegaron ayer, ha pasado una noche menos incómoda la gente valetudinaria. Es de
ver como familias acostumbradas a la vida confortable, regalan a los
menesterosos aún sus abrigos de lujo. La señorita María Josefa Aristeguieta
Sucre, Ángel de las Ruinas, con damas de mucha calidad y densidad, le atiende a
las innumerables familias que no piden y la encuentro siempre activa en todas
partes: es ella una dignísima descendiente del Mariscal Sucre.
Esta es pues, la consoladora fase del
día; pero no olvide que Ud., nuestro noble jefe y amigo, es el dinamo de tan
bien dispuesta maquinaria. Combustible tenemos en tantos depósitos de víveres,
que son grandes almacenes: solo me refiero a que no nos falle la corriente de
su palabra, que nos da fuerza y animación.
Su amigo
obsecuente. Pedro Pablo Montenegro.
Marco Tulio
Badaracco, que hace esfuerzos por mantener su periódico, “Sucre”, atento a todos los acontecimientos, publica
un editorial el 6 de febrero, que titula “Viaje del Magistrado”, en el cual da
cuenta de la visita que haría
el General José Garbi al Presidente de la
República en Maracay; y a la vez, señala, lo que para mí es una nota
importantísima, se trata de la mudanza de la gobernación del Estado, para la
calle Paraíso No. 15, o sea la Casa de Andrés Felipe Alarcón, en la cual este
servidor despachó por 20 meses, después de acicalarla y equiparla
convenientemente, cuando estuve al frente de la Comisión para la celebración
del centenario del nacimiento del poeta Andrés Eloy Blanco, en 1997; y también
señala que la municipalidad del Distrito Sucre del estado Sucre, se instaló en
la casa No. 1 de la calle Sucre, al lado de la casona de los Badaracco. Esta
casa fue reconstruida por mi padre, el cual contrató al ing. Martín Pascual,
que logró una reconstrucción casi perfecta, como todas las que hizo en
Cumaná.
Todo el barrio de San
Francisco, todas sus casas, incluyendo el Convento de los Franciscanos, el
Templo de la Iglesia de Santa Inés, el castillo de San Antonio de La Eminencia,
y el Fuerte de Santa María de la Cabeza, sufrieron los rigores del cataclismo.
EL TERREMOTO DE 1929, NARRADO POR ASDRUBAL DUARTE.
(Testigo presencial)
¨Mi gloria particular debo sacrificarla a la gloria de
la Patria.
Antonio José de Sucre.
La mañana del 17 de enero de 1929, abrió un rostro
sonriente y agradable, que trasmitía quietud y alegría. Nada parecía perturbar
la quietud pastoril de los lugareños, que se dedicaban a efectuar sus labores
tal como los practicaban desde la época de su fundación en 1515. Unos se
dedicaban a la pesca, otros a la siembra.
El viento del norte, muy suave, trasladaba el vocerío
alegre de los trabajadores del mar y las playas de el Salado y Golfo de Cariaco;
realizaban sus faenas los hombres musculosos. En la población de Caigüire los
pescadores efectuaban sus labores pues habían logrado atrapar un inmenso
cardumen de carites, que satisfacía cabalmente, con entusiasmo, necesidades de
la comunidad.
El chinchorro estaba allí, con sus redes en forma de
círculos, marcado por la sucesión de flotadores blancos, pequeños y
redondos, que parecían enormes lunares, cual adornos en la faz del mar.
Las aves marinas, sobre todo alcatraces, se lanzaban violentamente
contra la superficie, y atrapaban arenques en sus largos picos y otras
especies.
Los gritos de ¡Sotavento, sotavento! Se colaba por el
túnel de la escasa brisa y se esparcía como perfume agradable.
De pronto, un ruido lejano se oyó como disparo apagado
en el fondo de una inmensa caverna; era casi inaudible, pero bastó para que
todos se quedaran mudos, contemplativos, contagiados de ese silencio que nos
afecta cuando algo brusco interrumpe la alegría que saboreamos. Las
detonaciones se multiplicaron y tomó proporciones mayores; tal vez el tropel
producido por el arrastre violento de un rio subterráneo. La tímida brisa,
asustada, huyó rápidamente. Los pobladores sorprendidos, asustado no lograban
entender aún el fenómeno y el mido se reflejaba en cada rostro.
Unas cadenas de truenos se combinaron y la tierra
empezó a moverse como si fuese de gelatina, al mismo tiempo que cientos de voces
empezaron a gritar ¡Terremoto…Terremoto! La gente llena de pánico corrió en diferentes
direcciones sin saber que hacer y el terror se apoderó de la población. El
ambiente cambió totalmente y las aves desaparecieron, pues la calma fue
sustituida por un viento huracanado que aullaba entre las ramas y los alambres
telegráficos al cortar el aire. Se producía una especie de aullido, que sumaba
un toque de pavor al ya enrarecido y dramático cuadro. Las olas aumentaron de
tamaño, hasta alcanzar la altura de los cuatro metros. El Golfo de Cariaco,
siempre alegre, risueño y acogedor se había trasformado en algo indescriptiblemente
pavoroso.
¡Terremoto…Terremoto! Era el grito colectivo, mientras
el viento feroz huracanado levantaba enormes polvaredas y la arenilla flagelaba
los cuerpos. Las enramadas delos pescadores, ubicados a las orillas del mar,
fueron las primeras viviendas que, con tanta
facilidad se llevó el huracán. Parecían plumas gigantes en vuelo. Los
niños gritaban y lloraban, mientras los hombres, indecisos y asustados, corrían
de un lado a otro sin saber qué hacer. Los cerros se desmoronaban y las casas
caían cual frágiles habitaciones de muñecas… El desconcierto se generalizó y la
tierra se abrió formando grietas profundas; muchos árboles cayeron mostrando
sus raíces. El rio Manzanares se salió de su cauce y generó la locura natural.
De repente pasaron terribles ráfagas de lluvia
que añadían más tormento y pavor a la población.
ALEJANDRO DE HUMBOLDT
EL VULCANISMO Y LOS TEMBLORES DE TIERRA.
Las
relaciones que acabamos de indicar entre el litoral de la Nueva Andalucía y el
del Perú se alargan hasta en la frecuencia de los temblores de tierra y en los
límites que la naturaleza parece haber prescrito a estos fenómenos. Hemos
presenciado nosotros mismos muy violentas sacudidas en Cumaná; y en los días en
que se reconstruían los edificios recientemente hundidos hemos llegado también
a recoger en los propios lugares las circunstancias exactamente detalladas que
acompañaron a la gran catástrofe del 14
de diciembre de 1797. Tendrán tanto mayor interés estas nociones, cuanto que
los temblores de tierra han sido hasta ahora considerados más bien con relación
a los funestos efectos que ejercen sobre la población y el bienestar de la
sociedad que desde el punto de vista físico y geológico.
Es opinión muy generalizada en las costas de
Cumaná y la isla de Margarita que el Golfo de Cariaco debe su existencia a un
desgarramiento de las tierras acompañado de irrupción del océano. La memoria de
esta gran revolución se ha conservado entre los indios hasta fines del siglo
XV, y se refiere que en la época del tercer viaje de Cristóbal Colón hablaban
de ello los indígenas como de un acontecimiento asaz reciente. En 1530 nuevas sacudidas
atemorizaron a los habitantes de las costas de Paria y Cumaná. El mar inundó
las tierras, y el pequeño fuerte que Jácome Castellón había construido en la
Nueva Toledo
Se hundió
por completo (23). Hízose al mismo tiempo una enorme abertura en las montañas
de Cariaco, a orillas del golfo de este nombre, de la que brotó del esquisto
micáceo una gran masa de agua salada mezclada con asfalto (24). Hasta fines del
siglo XVI fueron muy frecuentes los temblores de tierra; y según las
tradiciones conservadas en Cumaná el mar inundó con frecuencia las playas y se
elevó a 15 o 20 toesas de altura. Salváronse los habitantes en el cerro de San
Antonio y en la colina donde hoy se halla el pequeño convento de San Francisco.
Créese aún que estas frecuentes inundaciones determinaron a los habitantes para
construir barrios de la ciudad arrimado a los cerros, Pan de Azúcar y San
Antonio, que ocupa una parte de la cuesta.
EL TERREMOTO DE 1766.
Como no
existe crónica ninguna acerca de Cumaná, y como sus archivos, a causa de las
continuas devastaciones de los termites o comejenes, no contienen documento
alguno que remonte a más de 150 años, no se conocen datos precisos sobre los
antiguos temblores de tierra. Sábese tan solo que en tiempos más inmediatos a
nosotros, el del año 1766 fue a una vez el más funesto para los colonos y el
más notable para la historia física del país. Desde hacía 15 meses habíase mantenido
una sequía semejante a la que se experimentan de vez en cuando en las islas de
cabo Verde, cuando el 21 de octubre de 1766 fue enteramente destruida la ciudad
de Cumaná. Renuévase todos los años la memoria de ese día con una fiesta
religiosa acompañada de una procesión solemne. En el lapso de pocos minutos
hundiéronse todas las casas y repitiéronse las sacudidas durante catorce meses
de hora en hora. En varias ´partes de la provincia se abrió la tierra vomitando
agua sulfurosa. Estas erupciones fueron frecuentes sobre todo en una llanura
que corre hacia Casanay, dos leguas al Este de la ciudad de Cariaco, conocida
con el nombre de “tierra hueca”, porque parece enteramente minada por fuentes
termales. Durante los años 1766 y 1767 los habitantes de Cumaná acamparon en
las calles, y empezaron a reconstruir sus casas cuando no se sucedieron sino de
mes en mes los temblores de tierra. Sucedió entonces en estas costas lo que se
experimentó en el reino de Quito inmediatamente después de la gran catástrofe del
4 de febrero de 1797. Mientras que oscilaba de continuo el suelo, parecía la
atmósfera resolverse en agua. Fuertes aguaceros hicieron henchirse los ríos;
fue el año sumamente fértil; y los indios, cuyas frágiles cabañas resisten
fácilmente las más fuertes sacudidas, celebraban, según las ideas de una
vetusta superstición, con fiestas y con danzas, la destrucción del mundo y la
época próxima de su regeneración.
Reza la
tradición que en el temblor de tierra de 1766, así como en otro muy notable de
1794, las sacudidas eran simples oscilaciones horizontales; y que no fue sino
el día malhadado del 14 de diciembre de 1797 cuando por primera vez en Cumaná
se hizo sentir el movimiento por
soliviadura, de abajo arriba. Entonces fueron destruidos por completo más de
los cuatro quintos de la ciudad, y el choque, acompañado de un ruido
subterráneo fortísimo, pareció como en Riobamba, la explosión de una mina
colocada a gran profundidad. Dichosamente la sacudida más violenta fue precedida de un ligero movimiento de
ondulación, de suerte que la mayor parte de los habitantes pudo escarparse en
las calles, no pereciendo sino un corto número de los que estaban congregados
en las iglesias. Es una opinión generalmente aceptada en Cumaná que los
temblores de tierra más destructores se anuncian por oscilaciones muy débiles y
por un zumbido que no se oculta a la sagacidad de las personas habituadas a
este género de fenómenos. En ese momento fatal resuenan por todas partes los
gritos de “! Misericordia! ¡Tiembla! ¡Tiembla!, y es raro que falsas alarmas
sean dadas por un indígena. Los más tímidos observan con atención los
movimientos de los perros, cabras y cerdos. Estos últimos animales, dotados de
un olfato sumamente fino, y acostumbrados a hozar la tierra, advierten la proximidad
del peligro con su inquietud y sus gruñidos. No vamos a decidir si, colocados
más cerca de la superficie del suelo, oyen más pronto el ruido subterráneo, o
si sus órganos reciben la impresión de alguna emanación gaseosa que sale de la
tierra. No podría negarse la posibilidad
de esta última causa. Durante mmi permanencia en el Perú se observó, en el
interior del país, un hecho que se relaciona con este género de fenómenos y que
se había presentado ya varias veces. Después de violentos temblores de tierra,
las yerbas que cubren las sabanas del Tucumán adquirieron propiedades nocivas;
hubo epizootia en el ganado caballar; y gran número de ellos, parecían
aturdidos o asfixiados por las mofetas que exhalaba el suelo.
En
Cumaná, media hora antes de la catástrofe del 14 de diciembre de 1797, sintióse
un fuerte olor a azufre cerca de la colina del convento de San Francisco; y fue
en ese mismo lugar donde el ruido subterráneo, que pareció propagarse del
Sureste al Noroeste, fue más fuerte. Viéronse aparecer al propio tiempo llamas
a orillas del río Manzanares, cerca del hospicio de los Capuchinos y en el
golfo de Cariaco, cerca de Marigüitar. Veremos a continuación que este último
fenómeno, tan extraño en un país no volcánico, se presenta a menudo en las montañas
de caliza alpina, cerca de Cumanacoa, en el valle de Bordones, en la Isla de
Margarita, y en medio de las sabanas o llanos de la Nueva Andalucía (25). En
estas sabanas se elevan a una altura considerable haces de llamas; se observan
por horas enteras en los lugares más áridos y aseguran que al examinar el suelo
que produce la materia inflamable no se percibe ninguna grieta. Este fuego que
recuerda los manantiales de hidrógeno
o “Salse de Módena” (26), y los
fuegos fatuos de nuestros pantanos, n se comunica a la yerba, sin duda porque
la columna de gas que se desarrolla está mezclada con nitrógeno y ácido
carbónico, y no arde hasta su base. El pueblo por lo demás, menos supersticioso
aquí que en España, designa estas llamas rojizas con el extraño nombre de “alma
del tirano Aguirre” imaginando que el espectro de Lope de Aguirre, perseguido
por los remordimientos, anda errante en estos mismo países que habia mancillado
con sus crímenes.
El gran
temblor de tierra de 1797 produjo algunos cambios en la configuración del
placel de Morro Colorado, hacia la boca del río Bordones. Levantamientos
análogos se han observado cuando la ruina total de Cumaná, en 1766. En esa época, sobre la costa meridional
del golfo de Cariaco, la Punta Delgada se aumentó sensiblemente; y en el río
Guarapiche, cerca de la villa de Maturín, se formó un escollo, sin duda por la
acción de los fluidos elásticos que han dislocado y solevantado el fondo del
río.
No
seguiremos describiendo al detal los cambios locales producidos por los diversos temblores de tierra de Cumaná. Para seguir un
plan conforme al fin que nos hemos propuesto en esta obra, trataremos de
generalizar las ideas y de reunir en un mismo cuadro todo lo que concierne a
estos fenómenos tan temidos y al mismo tiempo tan difíciles de explicar. Si los
físicos que visitan los Alpes de Suiza o las costas de la Laponia deben
subvenir a nuestros conocimientos sobre los glaciares y las auroras boreales,
podrá exigirse de un viajero que ha recorrido la América española que fije principalmente
su atención en los volcanes y terremotos. Cada parte del globo tiene objetos de
estudio particulares; y cuando no se puede esperar que se adivinen las causas
de los fenómenos de la naturaleza, debe por lo menos procurarse descubrir sus
leyes y distinguir, mediante la comparación de numerosos hechos, lo que es
constante y uniforme de lo que es variable y accidental.
Los
grandes temblores de tierra que interrumpen la larga serie de pequeños
sacudimientos no parecen tener nada de periódicos en Cumaná. Se han sucedido a
80, a 100 y aun en ocasiones a menos de 30 años de distancia, mientras que en
las costas del Perú, por ejemplo en Lima, no es posible desconocer cierta
regularidad en las épocas de total ruina para la ciudad. La persuasión de los habitantes
en la existencia de ese tipo allí, influye aún de una manera feliz en la
tranquilidad pública y en la conservación de la industria. Generalmente se
tiene por cierto que es menester un espacio de tiempo azas prolongado para que
las mismas causas puedan obrar con la mima energía; pero este razonamiento no
es justo sino mientras tanto que se consideren los sacudimientos como un
fenómeno local, y que se suponga un foco particular para cada punto del globo
expuesto a grandes trastornos. Dondequiera que se levanten nuevos edificios
sobre las ruinas de los antiguos, escucharemos decir a quienes se niegan a
reconstruir, que la destrucción de Lisboa el 1º de noviembre de 1755 fue pronto
seguida de otra no menos funesta el 31 de marzo de 1761.
En
opinión antiquísima y muy común en Cumaná, Acapulco y Lima (28), que existe una
relación sensible entre los temblores de tierra y el estado de la atmósfera que
precede a estos fenómenos. En las costas de la Nueva Andalucía se inquietan
cuando durante un tiempo cálido con exceso y después de larga sequía deja de
soplar la brisa de repente, y cuando el cielo, estando sereno y despejado en el
zenit, presenta cerca del horizonte, a 6 u 8 grados de altura, un vapor rojizo.
Bien inciertos son, sin embargo, estos pronósticos; y cuando se tiene en
mientes el conjunto de variaciones meteorológicas en épocas en que el globo ha
estado más agitado, se comprende que las sacudidas violentas se efectúan
igualmente en tiempos húmedos y secos, con viento muy vivo y durante una calma
absoluta y sofocante. De acuerdo con el gran número de temblores de tierra que
he presenciado al Norte y al Sur del ecuador, en el continente y en la cuenca
de los mares, en las costas y a 2500 toesas de altura, me ha parecido que las
oscilaciones son por lo general azas independientes del estado anterior de la
atmósfera. Participan de esta opinión muchas personas instruidas que habitan en
las colonias españolas cuya experiencia versa, si no en mayor extensión del
globo, por lo menos en mayor número de años que la mía. Al contrario, en
regiones de Europa en que los temblores de tierra son raros en comparación con
la América, los físicos se inclinan a admitir una conexión íntima entre las
ondulaciones del suelo y algún meteoro que accidentalmente se presenta en la
misma época. Así en Italia se sospecha una relación entre el Siroco y los
temblores de tierra, y en Londres se miró la frecuencia de las estrellas
fugaces y esas auroras australes observadas después varias veces por el Sr.
Dalton, como precursores de los sacudimientos que se hicieron sentir desde 1748
hasta 1756 (29).
Los días
en que la tierra es perturbada por las violentas sacudidas no se altera en los
trópicos la regularidad de las variaciones horarias del barómetro. He
verificado esta observación en Cumaná, el Lima y en Riobamba; y es tanto más
digna de llamar la atención de los físicos cuanto que en Santo Domingo, en la
ciudad de Cabo Francés, se pretende haber visto bajar un barómetro de agua dos
pulgadas y media inmediatamente antes del temblor de tierra de 1770 (30).
Refiérese así mismo que cuando la destrucción de Orán se salvó un boticario con
su familia, porque observando por casualidad pocos minutos antes de la
catástrofe la altura del mercurio en su barómetro reparó que la columna mermaba
de un modo extraordinario. Ignoro si se puede dar fe a esta aserción; pero como
es más o menos imposible examinar las variaciones de peso de la atmósfera
durante las sacudidas mismas, es preciso contentarse con observar el barómetro
antes o después de verificarse esos fenómenos. En la zona templada las auroras
boreales no siempre modifican la declinación del imán y la intensidad de las
fuerzas magnéticas (31). Quizá también los temblores de tierra no obran constantemente de la misma manera sobre el
aire que nos rodea.
Parece
difícil poner en duda que lejos de la boca de los volcanes activos todavía, la
tierra, entreabierta y conmovida por sacudimientos, exhala de tiempo en tiempo
emanaciones gaseosas en la atmósfera. En Cumaná, como arriba hemos indicado, del
suelo más árido se elevan llamas y vapores mezclados con ácido sulfuroso. En
otras partes de la misma provincia vomita la tierra agua y petróleo. En
Riobamba sale una masa cenagosa e inflamable llamada “Moya”, de grietas que
vuelven a taparse, y se acumula en colinas elevadas. A siete leguas de Lisboa,
cerca de “Colares”, se vio, durante el tremendo terremoto del 1º de noviembre
de 1755, que salían llamas y una columna de humo espeso de la falda de las
peñas de Alvidras, y, según algunos testigos, de dentro del mar (32). Este humo
persistió por varios días, y abundaba más cuanto más fuerte era el ruido
subterráneo que acompañaba los sacudimientos.
Los
fluidos elásticos derramados en la atmósfera pueden obrar localmente sobre el
barómetro, no ya por su masa, que es pequeñísima en comparación con la masa de
la atmósfera, sino porque en el momento de las grandes explosiones se forma
verosímilmente una corriente ascendente que disminuye la presión del aire. Me
inclino a creer que en la mayor parte de los temblores de tierra nada se escapa
del suelo conmovido, y que allí donde se efectúan emanaciones de gases y
vapores, estas preceden a las sacudidas con menor frecuencia de lo que las
acompañan y las siguen. Esta última circunstancia de la explicación de un hecho
al parecer indubitable, quiere decir, de esa influencia misteriosa que en la
América equinoccial tienen los temblores de tierra sobre el clima y el orden de
las estaciones de lluvias y sequía. Si generalmente no obra la tierra sobre el
aire sino en el momento de las sacudidas, se comprende por qué es tan raro que
un cambio meteorológico sensible sea el presagio de estas grandes revoluciones
de la naturaleza.
La
hipótesis según la cual, en los temblores de tierra de Cumaná, tienden a
escaparse de la superficie del suelo fluidos elásticos, parece confirmada por
la observación del ruido temeroso que se observa durante los sacudimientos a la
orilla de los pozos en el “llano de las Charas”. A veces son arrojadas el agua
y la arena a más de 20 pies de altura. No han escapado fenómenos análogos a la
sagacidad de los antiguos que en la Grecia y el Asia menor habitaban parajes
llenos de cavernas, de grietas y de ríos subterráneos. En su andar uniforme la
naturaleza hace nacer por todas partes las mismas ideas sobre las causas de los
temblores de tierra y sobre los medios con que el hombre, olvidando la medida
de sus fuerzas, pretende disminuir el efecto de las explosiones subterráneas.
Lo que dijo un gran naturalista romano de la utilidad de los pozos y de las cavernas,
lo repiten en el Nuevo Mundo los indios más ignorantes de Quito cuando muestran
a los viajeros los guaicos o grietas del Pichincha (33).
El ruido
subterráneo tan frecuente durante los temblores de tierra, no está la más de
las veces en relación con la fuerza de las sacudidas. En Cumaná constantemente
las precede, mientras que en Quito, y luego, a poco en Caracas y en las
Antillas, se escuchó un ruido semejante a la descarga de un batería mucho
tiempo después de haber cesado los sacudimientos. Un tercer género de
fenómenos, el más notable de todos, es el retumbo de estos truenos subterráneos
que duran varios meses sin ser acompañados del menor movimiento oscilatorio del
suelo (34).
En todos
los países expuestos a los temblores de tierra se mira como causa y foco de las
sacudidas el punto en que, debido verosímilmente a una disposición particular
de las capas pétreas, son los efectos más sensibles. Créese así en Cumaná que
la colina del Castillo de San Antonio, y principalmente la eminencia sobre la cual
está construido el convento de San Francisco, encierran una cantidad enorme de
azufre y otras materias inflamables. Olvídase que la rapidez con que se
propagan las ondulaciones a grandes distancias, aún a través de la cuenca del
océano, prueba que el centro de acción está muy apartado de la superficie del
globo. Sin duda, por esta misma causa los temblores de tierra no se ciñen a
ciertas rocas, como lo pretenden algunos físicos, sino que todas son adecuadas
para propagar el movimiento. Para no salir del círculo de mi propia
experiencia, citaré aquí los granitos de Lima y Acapulco, el gneis de Caracas,
el esquisto micáceo de la península de Araya, el esquisto primitivo de
Tepecuacuileo en México, las calizas secundarias del Apeninos, de España, y de
la Nueva Andalucía, y en fin los pórfidos trapeanos de las provincias de Quito
y Popayán (35). En estos diversos lugares se conmueve frecuentemente el suelo
con las más violenta sacudidas; pero algunas veces, en una misma roca, las
capas superiores oponen obstáculos invencibles a la propagación del movimiento.
De esta suerte, en las minas de Sajonia, se ha visto a los obreros salir
asustados por oscilaciones que no se habían sentido en la superficie del suelo
de Marienberg, en el Erzgeburge.
Si en las
regiones más alejadas unas de otras participan al igual de los movimientos
convulsivos del globo las rocas primitivas, secundarias o volcánicas, tampoco
se puede dudar de que, en lo tocante a un terreno poco extenso, ciertas clases
de rocas se oponen a la propagación de los sacudimientos. En Cumaná, por
ejemplo, antes de la gran catástrofe de 1797, los temblores de tierra no se
sentían sino a lo largo de la costa meridional y calcárea del golfo de Cariaco
hasta la ciudad de este nombre, mientras que en la península de Araya y en la
aldea de Manicuare no participaba el suelo de las mismas agitaciones. Los
habitantes de esa costa septentrional, que está compuesta de esquisto micáceo,
construían sus cabañas sobre un terreno inmóvil; un golfo de cuatro a cinco mil
toesas de ancho los separaba de una llanura cubierta de ruinas y trastornada
por los temblores de tierra. Esta seguridad, fundada en la experiencia de
varios siglos, ha desaparecido desde el 14 de diciembre de 1797 nuevas
comunicaciones parecen haberse abierto en el interior del globo. Hoy se
experimentan las agitaciones del suelo de Cumaná no solo en la península de
Araya, sino que el promontorio de esquisto micáceo se ha convertido a su turno
en un centro particular de movimientos. Ya la tierra se estremece en ocasiones
fuertemente en la aldea de Manicuare, cuando se disfruta de la más perfecta
tranquilidad en la costa de Cumaná. Sin embargo de esto, el golfo de Cariaco
tiene solamente sesenta u ochenta brazas de profundidad.
Se ha
creído observar que, ya sea en los continentes, ya en las islas, están más
expuestas a los sacudimientos las costas occidentales y meridionales (36). Se
enlaza esta observación a las ideas que se han formado los geólogos largo
tiempo acerca de la posición de las altas cordilleras de montañas y de la dirección de sus faldas más escarpadas;
más la existencia de la Cordillera de Caracas y la frecuencia de las
oscilaciones sobre las costas orientales y septentrionales de Tierra Firme, en
el golfo de Paria, en Carúpano, en Cariaco y en Cumaná, prueban lo incierto de
aquella opinión.
En Nueva
Andalucía, lo mismo en Chile y en el Perú, las sacudidas siguen el litoral y
poco se extienden al interior de las tierras. Esta circunstancia, como pronto
lo veremos, indica una íntima relación entre las causas que producen los
temblores de tierra y las erupciones volcánicas. Si fuese el suelo más agitado
sobre las costas, porque son las partes más bajas de la tierra ¿Por qué no
serían igualmente fuertes y frecuentes las oscilaciones en esas vastas sabanas
o praderas que apenas se elevan 8 o 10 toesas sobre el nivel del océano, en los
llanos de Cumaná, de Nueva Barcelona, de Calabozo, del Apure y del Meta?
Los
temblores de tierra de Cumaná se conexionan con los de las Antillas Menores, y
aún se ha sospechado que tienen ciertas relaciones con los fenómenos volcánicos
de la cordillera de los Andes (37). El 4 de febrero de 1797 experimentó el
suelo de la provincia de Quito un trastorno tal, que a pesar de la suma escasez
de la población de aquellos países, cerca de 40.000 indígenas perecieron
sepultados bajo los escombros de sus casas, tragados por las grietas o ahogados
en lagos que se formaron instantáneamente. En esa misma época los habitantes de
las Antillas orientales fueron alarmados por sacudimientos que no cesaron sino
a los 8 meses, cuando el volcán de la Guadalupe vomitó piedra pómez, cenizas y
bocanadas de vapores sulfurosos. Esta erupción del 27 de septiembre, durante la
cual se escucharon prolongadísimos mugidos subterráneos, fue seguida el 14 de
diciembre por el gran temblor de tierra de Cumaná (38). Otro volcán de las
Antillas, el de san Vicente, ha ofrecido hace poco un nuevo ejemplo de estas
relaciones extraordinarias (39). No había él arrojado llamas desde 1718, cuando
las lanzó de nuevo en 1812. La ruina total de la ciudad de Caracas, el 28 de
marzo de 1812, precedió en 34 días a aquella explosión, y se sintieron
violentas oscilaciones del suelo al mismo tiempo en las islas y en las costas
de Tierra Firme.
Ha largo
tiempo se ha notado que los efectos de los grandes temblores de tierra se
propagan mucho más lejos que los fenómenos que presentan los volcanes en
actividad. Estudiando las revoluciones físicas de Italia, examinando con
cuidado la serie de erupciones del Vesubio y el Etna, hay dificultad para
reconocer, a pesar de la proximidad de estos montes, las huellas de una acción
simultánea. Al contrario, es indudable que cuando las dos últimas ruinas de
Lisboa, fue violentamente agitado el mar hasta el nuevo mundo, por ejemplo, la
isla de Barbada, alejada en más de 1200 leguas de las costas de Portugal (40).
Varios hechos tienden a
probar que las causas que producen los temblores de tierra tienen un estrecho
enlace con las que obran en las erupciones volcánicas (41). Hemos sabido en
Pasto que la columna de humo negro y espeso que en 1797 salía del volcán
próximo a esa ciudad hacía varios meses, desapareció a la hora misma en que, 60
leguas al Sur, fueron derribadas las ciudades de Riobamba, Ambato y Tacunga por
una enorme sacudida. Cuando en el interior de un cráter inflamado se sienta uno
cerca de esos montículos formados por deyecciones de escorias y cenizas, se
siente el movimiento del suelo varios segundos antes de efectuarse cada
erupción parcial. Hemos observado este fenómeno en el Vesubio, en 1805, al
tiempo que la montaña lanzaba escorias incandescentes; y de ello hemos sido
testigos en 1802 en el borde del inmenso cráter del Pichincha, del cual sin
embargo no salían entonces sino nubes de vapores de ácido sulfuroso.
Todo parece indicar en los
temblores de tierra la acción de los fluidos elásticos que buscan una salida
para esparcirse en la atmósfera. En las costas del mar del Sur esta acción se
comunica a menudo casi instantáneamente desde Chile hasta el golfo de
Guayaquil, en un trecho de 600 leguas; y, cosa más notable aún, las sacudidas
parecen ser tanto más fuertes cuanto que el País está más alejado de los
volcanes activos. Los montes graníticos de la Calabria, cubiertos de brechas
muy recientes, la cadena calcárea de os Apeninos, el condado de Pignerol, las
costas de Portugal y de Gracia, las del Perú y Tierra Firme, ofrecen pruebas
sorprendentes de esta aserción (42). Diríase que el globo es agitado con tanta
mayor fuerza cuantos menos respiraderos ofrece la superficie del suelo que se
comuniquen con las cavernas de lo profundo. En Nápoles y en Mesina, al pie del
Cotopaxi y del Tungurahua, no temen temblores sino por todo el tiempo que los
vapores y las llamas no salen ya de la boca de los volcanes. En el reino de
Quito, la gran catástrofe de Riobamba, de que arriba hemos hablado, ha
despertado aún la idea en muchas
personas instruidas, de que aquel desgraciado país sería con menos frecuencia
trastornado si el fuego subterráneo lograse romper la cúpula porfídica del
Chimborazo y si esta montaña colosal se convirtiese en un volcán activo. Hechos
análogos han conducido en todos los tiempos a las mismas hipótesis. Los
griegos, que atribuían como nosotros, a la tensión de los fluidos elásticos las
oscilaciones del suelo, citaban en favor de su opinión la cesación total de
sacudimientos en la isla de Eubea ´por la abertura de una grieta en la llanura
Lelantina (43).
Hemos tratado de reunir al
fin de este capítulo los fenómenos generales de los temblores de tierra en
diferentes climas. Hemos demostrado que los meteoros subterráneos están
sometidos a leyes tan uniformes como la mezcla de fluidos gaseosos que
constituyen nuestra atmósfera. Nos hemos abstenido de toda discusión sobre la
naturaleza de los agentes químicos
causantes de los grandes trastornos que de tiempo en tiempo experimenta
la superficie de la tierra. Basta recordar aquí que esas causas residen a
inmensas profundidades, y que es menester buscarlas en las rocas que llamamos
primitivas, y aun quizás debajo de la corteza
terrosa y oxidada del globo, en
los abismos que encierran las sustancias metaloides de la sílice, la cal, la
sosa y la potasa.
Recientemente se ha intentado considerarlos
fenómenos de los volcanes y los de los temblores de tierra como efecto de la electricidad
voltaica, desarrollada por una disposición particular de estratos heterogéneos.
No podría negarse que a menudo, cuando se suceden fuertes sacudidas en el
espacio de algunas horas, la tensión eléctrica del aire aumenta sensiblemente
en el instante en que está más agitado el suelo (44); mas para explicar este
fenómeno no es necesario recurrir auna hipótesis que está en directa
contradicción con todo lo que hasta aquí se ha observado sobre la estructura de
nuestro planeta y sobre la disposición de sus capas pétreas.
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