Ramón Badaracco
AVENTURAS
DE
GUARIGUARI Y BIKINI
Cumaná 2010.
Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Copyright 1957, y publicado en 2012
Primera Edición
Hecho el depósito de ley
Titulo original: AVENTURAS DE GÜARIGÜARI y BIKINI
Publicado en el Periódico de Sucre
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
Cronista40@hotmail.com
Telf. – cel. 0416-8114374
Igual a BIKINI
PALABRAS PREVIAS.
Narrar las anécdotas y cuentos de mi infancia
siempre ha sido un propósito. Desde muy pequeño, ya imaginaba historias y
personajes. Mis padres, mis hermanos y mis tíos me sentaban en medio para que
les contara mis invenciones sobre un personaje estrafalario al que bauticé El
Corbatón, que, hacia las delicias de Manuel Isidro, casado con Inés, y López
Méndez, hermano del afamado pintor, casado con Luz, la más bella de las
hermanas de mi padre; y de Chucho, Teodorita y Carmelita, que pagaba mis
ocurrencias con maravillosos dulces de su cocina netamente cumanesa.
Carmelita
decía que el lujo de nuestra cocina
eran los dulces –ahora los llaman postres- especialmente el quesillo de piña y
el bienmesabe de coco, y agregaba con cierta ironía –A esos no los nombra Ramón
David- Por mi parte puedo agregar que nuestra repostería tiene muchos secretos
que deben ser develados.
Mis
hermanos Carlito y Marco Tulio, ya en la cama, antes de dormir, casi me
suplicaban por un capítulo más de nuestras imaginarias aventuras.
Cuantas
veces me recosté en el patio de nuestra casa de San Francisco, ahora en ruinas,
al pie de esa mata de Jovito sobreviviente, que se eleva como un obelisco
infinito y allá, en lo más alto, entre nubes, despliega su ramazón siempre
verdetierno, sumido en profundas cavilaciones sobre el Wilhelm Meister de que
habla José Antonio Ramos Sucre, y tratando de reconstruir la historia de mi
infancia. Ahora andando el tiempo bajo esta mata de cotoperí de mi nueva casa,
acostado en mi chinchorro de moriche, tejido por indios cariñas del sur de
Anzoátegui, con las manos cruzadas tras la nuca pienso en los muchachos de San
Francisco y de la placita Ribero, jugando trompos, pichas, policía librado; y
las pandillas que se juntaban para ver pelear a los más guapos. Hay que ver los
trucos que usábamos para hacerlos pelear: la pajita en el hombro, el palito
guatero, la raya… Es entonces cuando me acuerdo de Guariguari y Bikini… Aquel
carricito y el perrito de Tulia… ¡Caray…! no se me pueden olvidar…
GUARIGUARI Y LA
MUCHACHADA
DE LA PLACITA
RIBERO
Cuando Guariguari llegó a la placita, intentó
hablar con los muchachos, pero ellos no le pararon. Moisés Moi jugaba pichas y
arruchaba a los carajitos. Enrique Suárez jugaba trompos; lo enrollaba
ritualmente, luego lo lanzaba con absoluto dominio y precisión a un circulito
que había trazado en tierra al pié de un viejo roble, luego lo cogía en la uña,
o lo lanzaba por la espalda y lo recibía en la palma de la mano. Arturito
Torres, sentado en un banco con el bachiller Sanabria, recitaba poemas de su
prodigiosa memoria. Jesús, su hermanito, se entretenía jugando con Bikini.
Enrique Sanabria, el conejo, limpiaba sus espejuelos y Elías Bruzual, gritaba
para hacerse oír. Enrique que era el único que usaba espejuelos nos invitaba, e
insistía, a jugar pelota con limones. La placita se llenaba de gritos después
de la salida del colegio, toda la muchachada buscaba acomodo.
Cheo
Garrapata, decía una y mil veces ¡A mí no me gana nadie…! Y era verdad.
Guariguari,
el novato, con sus ojitos extrávicos trataba de seguirlos en sus juegos y
carreras, pero no lograba enderezarlos, sus ojos se movían de un lado a otro,
incontrolables. Los muchachos se fijaron en él y comenzaron a burlarse. Cheo le
dijo: Mira carajito… eso lo haces expresamente o es que tienes ojos de
luciérnaga.
Guariguari le respondió seriamente: ¡No mano…!
Eso es de nacimiento.
! ¡No Jo…! Entonces… Tú no puedes ver nada.
Guariguari se quedó pensativo, pero no respondió.
Sacó una picha del bolsillo, la tiró al suelo, lejos de él; luego sacó otra
picha, se agachó, se puso en posición, se concentró, tomó puntería… y moviendo
la cabeza de un lado para otro, hasta fijar la mirada, con un certero “finquiao”
dio en el blanco.
Luis José Chópite, que era un manganzón, pero
pendiente siempre de los muchachos, tenía un corazón de oro; observaba a
Guariguari, y luego del tiro que dio en el blanco con bastante fuerza, saltó
hacia el muchacho, lo levantó en vilo y gritó –
¡Carajito eres un campeón!
…Guariguari reía feliz…
Los muchachos no podían creerlo… Desde ese día,
Guariguari formó parte de la pandilla. A mí me cayó bien desde un principio, le
pregunté:
¡Oye Catire…! ¿Cómo te llamas?
Guariguari
¿Como…?
Guariguari…
Pero… eso será un apodo
Ese es el que yo sé
Pero… ¿Tú tienes otro nombre?
Ese es el que yo me sé.
La verdad es que no era de extrañar que fuera
un apodo, porque todos lo teníamos: el Bachaco, Mamadeo, Conejo, Cataco,
Cristofué, Cholúa, Pichedulce, Lecheklin, Cucaracha Blanca, Borón, el Gordo Minguet,
Suelaespuma. A mí me llamaban Tarzán y a Jesús Torres, que siempre estaba
conmigo, lo llamaban Boy.
Las muchachas de San Francisco no tenían
apodos: Tulia, Enmita, Lurdita, Ofelia, Cecilia, Evelia, Ana Teresa, Marta, Gilda,
Inés, Pirucha, Maria Teresa, Norita, Isabel Teresa, Mery, Elsa, Gracia, Rosanieves,
Bety, Josefina, Marianela, Martha, René, Tais, Dulce, Rosina, Rosario, Gilda,
Sarogina, Dunia, y tantas más, que se escapan de mi memoria.
Las
muchachas jugaban en la placita y en el río, pero aparte de los varones, muy
pocas de ellas se atrevían a jugar con nosotros, aunque en esa época los
varones no decíamos groserías, ni les faltábamos el respeto.
Sin
embargo, en algunos juegos si nos juntábamos, como en el Maremare, Doñana,
Matarile rile ron, el palito mantequillero, la candelita, el escondido, y en
las veladas. Esos juegos los hacíamos en la pilita que quedaba en todo el
centro de la placita, donde había una fuente con tres angelitos de bronce que
siempre echaba agua por la boca. La pilita estaba protegida con barandas de
hierro que los muchachos usábamos como asientos. Era tan familiar, tan fresca,
llena de lirios en permanente floración. Su desmantelamiento fue un sacrilegio.
Desapareció por la manía de nuestros gobernantes de cambiarlo todo, para ellos
no vale la pena conservar antigüedades, no sé cómo se han salvado los dos
castillos que nos quedan.
Bikini
era un perrito que teníamos en la casa, más bien le pertenecía a Tulia, un foxterrier
pelo de alambre, que le regaló su novio Eduardo Correa. Bikini era una
celebridad, jugaba con todos los muchachos de San Francisco, creo que es el
único perro que ha desarrollado esa particular habilidad. Bikini participaba de
todos los juegos de hembras y varones en la placita Ribero y en el río.
Perseguía a los muchachos que jugaban con él y cuando alcanzaba a los
rezagados, los sujetaba con aquella bocota, por la pantorrilla. Les daba como
un aviso, si se movían los mordía. Los muchachos lo entendían y se quedaban
inmóviles, si no lo hacían Bikini gruñía y apretaba las mandíbulas. Cuando Bikini los atrapaba tenían que quedarse
como muertos hasta que íbamos a rescatarlos, y entonces, solo entonces los
soltaba.
Guariguari
se hizo muy amigo de Bikini desde que lo conoció, siempre estaba con él, de tal
suerte que algunas noches, cuando Guariguari se iba a dormir, Bikini lo
acompañaba, y cuando se iba al río, se bañaba con él, formaban un perfecto
binomio. Guariguari también se ocupaba de la alimentación de Bikini, que
comiera a sus horas era muy importante, pero no era capaz de llevárselo sin
avisar, la ausencia del perrito nos preocupaba a todos. Muchas veces Bikini se
quedaba con Guariguari, pero siempre se acostaba en la cama con nosotros. Cuando
se quedaba con Guariguari, de repente se sentía mal por haber pasado la noche
fuera de su casa y venía como a disculparse.
DE LOS BADARACCO.
El padre Alexader Castro me regaló un dibujo
del frente de la casa del año de 1737, que copió de los archivos coloniales,
dice que en esa época se llamaba el Palacio de Las Conchas, pero es mucho más
antigua.
Mi padre nos contaba que la casa estaba
dividida en dos, después de haber sufrido muchos terremotos, y mi bisabuelo,
Domenico Badaracco Novella, capitán garibaldino, que llegó a Cumaná, y en una
fiesta se enamoró de mi bisabuela, se casó en 1825 con ella, Sinforosa Rojas
Estévez Ortiz de Aguilera, de la familia de Pedro José Rojas, el poderoso
ministro de Páez.
Doménico, recién llegado de Italia, vendió
todos sus bienes en Recco, y regresó para esas nupcias que había concertado
años antes con la bella cumanesa. Pues bien, él adquirió las dos partes de la
casa y las juntó nuevamente, convirtiéndola en un emporio, la más grande y
atractiva de la ciudad. Mi bisabuelo controlaba el negocio del café y fue un
factor importante de la ciudad.
Tuve la suerte
de nacer en ella reconstruida por papá despues del terremoto de 1929; y conocerla con sus espacios perfectos,
grandes corredores, amplias habitaciones,
patios llenos de flores y frutos, sus inmensos techos de tejas, las grandes arañas de cristal de roca, sus
muebles de caoba fabricados en Cumaná por Andrés Felipe Alarcón, conocidos como
“Muebles de Paleta”, y también, muebles de “Pardillo Chirripo”, en fin, sus detalles y secretos, como los dos
pianos de Teodorita y Maria; el ¨falso¨, que era una habitación construida
debajo del comedor, en el cual, un cocinero italiano, guardaba embutidos; y el
abuelo, catador de vinos, que le traían
de Europa en toneles de madera, tenía allí su embotelladora. Se bajaba por una
escalera siempre oscura y misteriosa. En ese corredor estaban los pianos que
habían sido desechados y permanecían desguazados, arrinconados en ese patio de
ladrillos, olvidados por Teodorita y María, las mejores pianistas de su época
en Cumaná, el mismo patio donde también estaban los destiladores.
Al frente se
alzaba el gran tanque de agua, suspendido en cuatro pilares de madera; a los
lados de este gran patio fueron construidos los servicios modernos; el patio
estaba poblado de grandes árboles frutales:
maco, almendrón, mango, aguacate, anona, coco, tamarindo, cerezas, Jobito
del río, matas de flores y muchos otros.
Nuestra casa de San Francisco, construida al
lado del convento, era muy grande, con un frente de 40 metros que daba a la
plaza de San Francisco hoy plaza Badaracco, con un fondo de 50 metros que se metía en
el río. Por el frente tenía siete ventanas de hierro y una puerta de cedro
labrado como las de una iglesia. La mitad de esta puerta permanecía abierta,
porque la gente que venía de visita o
tenia por alguna razón que entrar a la casa, si se ponía a tocar la puerta por
más duro que golpeara no iba a recibir respuesta, ya que el servicio y nosotros
normalmente estábamos al fondo de la casa a 50 metros de distancia, y
el resto de la familia, eran demasiado viejos para ocuparse de abrir la puerta.
Era perder el tiempo, por eso la puerta permanecía abierta de día y de noche.
Además, en ese tiempo no había ladrones en Cumaná. No recuerdo haber oído jamás
que se hubiesen robado algo en nuestra casa ni en el vecindario.
Por el zaguán se accedía a un gran
patio central, como en casi todas las casas de la Cumaná de esa época. A este
patio de forma perfectamente cuadrada, convergían las aguas desde los infinitos
tejados en cuatro vertientes regulares construidos con el sistema de dos aguas.
Durante las lluvias podíamos observar la maravilla de aquella construcción, y
como el agua se iba juntando en gruesas torrenteras para caer en el patio
central por sus cuatro lados, entonces todos nos bañábamos y gozábamos un
mundo; no había de esas horribles canales, sino que se formaban cortinas
maravillosas de agua que caían libremente desde el tejado; en el patio central
no se acumulaba el agua, porque por el medio pasaba un subterráneo que drenaba
todo el caudal sin ningún problema.
Alrededor del patio hacia el frente, y
vistos desde la calle, había dos grandes salones adornados con siete ventanales
de hierro forjado: el del tío Domingo a la izquierda y el de papá a la derecha,
y a los lados muchas habitaciones ocupadas por la familia, indudablemente
éramos una familia romana, y papá, después de la muerte de tío Domingo, era el
páter familia. El comedor estaba
ubicado al fondo del corredor del centro, su piso era de madera y debajo de él
quedaba el falso, una especie de habitación, a la cual se bajaba por una
misteriosa escalera de ladrillos, que a la vez comunicaba con el subterráneo
que atravesaba toda la casa, iba desde la entrada hasta el río, servía de canal
para las aguas de lluvia que venían desde la calle y recogía las aguas del
jardín por cuatro grandes bocas que a la vez servían para ventilarlo. El falso se usaba como desván para guardar
cuanto cacharro había, pero tiempo atrás, fue una especie de cava en la cual,
el abuelo Ramón, que era catador oficial de vinos, guardaba los toneles
importados de España, y la charcutería fabricada por un cocinero italiano que
trabajaba para la familia.
La casa se comunicaba con el segundo
patio, o sea el del fondo, por dos sombrías escalinatas interiores que bajaban
por ambos lados de la casa. El patio era espacioso y poblado de inmensas matas
de maco (mamón) jovito, coco, tamarindo, mango, almendrón, catuche (guanábana),
una mata de copey, chirimoya, aguacate, guayaba… y también un rosal sembrado y
cuidado con infinita devoción por mamá. La cocina y los baños estaban en ese
patio. Mamá improvisó frente a la cocina un comedor para facilitar el servicio
de la comida, porque llevarla hasta el comedor principal le pareció un
despropósito, y allí, indudablemente era menos complicado y éramos tantos
comensales de la familia y de todo el que llegaba. Este era el sitio predilecto
de mamá, allí se sentaba ella, todos los días con su Singer. para hacernos los
vestidos, era la mejor y más bella costurera del mundo.
En esta casa vivían varias ramas de
nuestra familia. Nosotros ocupábamos la parte más importante, porque después
del terremoto de 1929, papá se encargó de reconstruirla e invirtió en ella una
fuerte suma de dinero. En esa reconstrucción la casa perdió todo su segundo
piso que quedaba en su ala central.
En el lado derecho, vista desde el
frente, para mi época, vivían los hijos de Domingo Badaracco Rojas hermano de
mi abuelo Ramón: Domingo el médico bueno había muerto, quedaban: tío Chucho,
Teodorita, Carmelita, Flor María y Rosa Dolores; los hijos de Sebastián: Manuel
Isidro casado con mi tía Inés, y Domingo Antonio. Papá y mamá, Tulia María,
Marco Tulio, Carlo Tulio, Rosanieves y yo. Con nosotros vivía Humberta Palomo,
era como una segunda madre, se ocupaba de todo, su ayuda para mamá era un
regalo de Dios, como ella solía decir. Pero en la casa siempre había gente que
llegaba, pasaba una temporada, se iba y regresaba. La llamaban la casa del pueblo.
EL MISTERIOSO
GUARIGUARI
Era
todo un misterio. No estudiaba, no trabajaba, no tenía mamá ni papá, siempre
estaba solito. Lo encontrábamos a cada rato haciendo las cosas más increíbles:
en la orilla del río pescando camarones con un filete que el mismo había hecho
con un saco de yute de esos que usan para cargar café, y luego que había
llenado una perola desvencijada de leche “Klin”, los asaba en una pana vieja
que tenía escondida entre los guamales de la quinta de María Zavala; con eso almorzaba
como un príncipe y luego ahíto se tiraba en la hierba bajo las matas de coco
hasta que se dormía. Otras veces pescaba con una vara a la cual había sacado
una filosa punta con su navajita; se zambullía en la poza que queda al pie de
la mata de Ceiba en la otra banda del río, en la chara de los Gómez Rubio. Era
capaz de pasar más de un minuto bajo el agua, se movía como un pez y cuando
salía, traía ensartado en su improvisado arpón un hermoso róbalo que luego
preparaba con esmerado buen gusto. Había que verlo con su navajita abriéndolo y
sacándole las agallas y las tripas, y luego con que rapidez lo tasajeaba y
condimentaba. Entraba a la cocina de mamá y Polonia le daba la sal, cebolla,
los ajos y las arepas. Después lo ponía
sobre las brazas y el aroma nos atraía. A él no le importaba compartir su
comida con los que quisieran, había bastante decía. Muchas veces comí con él y mamá se
disgustaba, ella no sabía lo sabroso que era comer en la orilla del río aquellos
platillos de Guariguari.
Nadie sabe quien lo enseñó a cocinar, pescar,
preparar el pescado, todo, a fabricar un arpón y a usarlo con tanta maestría,
con tanta naturalidad como si hubiese nacido con aquella habilidad. Reunía tres
piedras grandes, recogía ramas secas, conchas de coco, palitos, parece fácil,
pero hay que ponerse en ello para saber la dificultad, el secreto eran los
rastrojos y la forma de colocarlos; y con un fosforito encendía la candela, y
cuando solo quedaban las brasas colocaba sobre las piedras un pedazo de maya de
hierro que tenía escondida, en ella colocaba el róbalo y lo iba volteando cada
minuto hasta que consideraba que estaba
bien asado; lo bajaba, lo colocaba en un plato de peltre y lo dejaba enfriar. Entonces iba sacando con
sus dedos la carne del pescado y con las arepas que le daba Polonia se daba
tremendo banquete. Después saboreaba frutas como guayabas, mangos, mameyes,
chirimoyas, coco tierno, y cuantas delicias había en los prados del río, eso
era todos los días, verdaderamente inolvidable. Bikini lo acompañaba en esos
menesteres, y mientras comía, pero no probaba nada, camarones, frutas ni nada
de eso del arte culinario de Guariguari. Veía esa comida como gallina que mira
sal. Nadie disfrutó nunca del río como
él…
BIKINI, TABU Y EL RÍO
De verdad Bikini era algo muy especial en la
placita del barrio de San Francisco: valiente y apuesto, y a pesar de que era
un perro pequeño, los otros lo respetaban por su bocota. Gustavo Minguet, cuyo
amor por los perros todo mundo conoce, tenía uno llamado Tabú, era un hermoso y
noble animal, blanco con manchas negras y muy buen porte, era mayor y más
grande que Bikini, pero Tabú le temía y buscaba una oportunidad para atacarlo
desprevenido. Había un pozo que se había formado con las aguas de lluvia, en la
esquina que forman las calles Sucre y Urica, frente a la bodega de Don Pablo
Aristimuño. Bikini como acostumbraba, fue a tomar agua del pozo. Tabú lo observaba
desde la puerta de la casa de los Minguet, como a 30 metros de distancia;
desde allí lo estaba cazando. Los muchachos, que sabíamos lo que estaba
pasando, nos reunimos en la bodega, atentos a cuanto ocurría. Cuando Tabú creyó
que Bikini estaba descuidado se abalanzó sobre él. Bikini lo vio en el aire por
el rabillo del ojo, y cuando Tabú estaba casi sobre él, rápida y
estratégicamente se apartó… Todos vimos el chapuzón al caer Tabú en el pozo
cuan largo era y Bikini, como si no fuera con él, se retiró olímpicamente.
Había que ver a Bikini, lanzándose al río desde
el puerto de la
Dormidera. Guariguari lo enseño a jugar Panchojolo:
¡Panchojolo…! ¡Jolo yo…! ¡Tiro la piedra… ¡Y la cojo…Yooo…! Y salía uno de los
muchachos con la piedra en la mano para volver a lanzarla.
Apenas oía gritar Panchojolo, Bikini corría
como loco y se lanzaba al río, y como no podía bucear, se ponía furioso y tiraba
a morder a los muchachos; pero eso era parte del juego.
El río tenía sus variantes no siempre estaba disponible
para los chicos. Los más grandes eran los héroes en las crecientes, cuando el
río cobraba fuerza, después de las lluvias; entonces acostumbraban atravesarlo
a nado contra la corriente. El río bramaba, se transformaba, lo arrastraba todo
a su paso, formaba lo que llamábamos “Burros de Agua”, inmensos remolinos
capaces de tragarse un árbol y vomitarlo cientos de metros más abajo. La gente
decía –Está de banda a banda- indudablemente se referían a las dos parroquias
divididas por el río. Era entonces
cuando se hacían competencias entre los grandes nadadores a ver quien cogía más
cocos o llegaba más lejos, era la oportunidad de Luis José Chópite, Rafael
Villalba, Juan Miguel Lares, Aquiles Minguet, mi hermano Marco Tulio, por
nombrar algunos, eran los nadadores de San Francisco, una especie de equipo.
En una de esas crecientes observamos a Bikini y
a Tabú, nadando juntos desde la
Dormidera hasta el puerto de las mujeres, en perfecta
armonía. Al parecer decidieron hacer las paces.
Entre este puerto de la Dormidera y el de las
mujeres, que recibía este nombre porque allí llegaban las lavanderas con sus
cestas de ropa y las tendían entre las piedras y en una especie de calzada, muy
antigua, que fue tal vez parte de un muelle. Mi padre decía que alguna vez fue
un puerto al cual llegaban embarcaciones de regular calado, a cargar café que
luego llevaban a Puerto Sucre, para ser enviado al exterior u otros mercados
nacionales; en esa época mi familia tenía el monopolio del café en Cumaná.
BIKINI LISIADO
Cumaná en los años 50 era una ciudad de pocas
calles y pocos habitantes, comenzaba y terminaba en el Convento de San
Francisco. La placita Ribero era un rinconcito entre el río y el cerro de la Línea , por supuesto era muy
difícil que pasara un carro por sus calles, aunque el autobús de Luis Oque,
iniciaba su recorrido dando la vuelta a la placita; el señor Marcos López, tenía su camioneta,
casi siempre parada en uno de sus lados; Chúo Aristeguieta paraba un Lasalle de
doce cilindros frente a nuestra casa, y Ramoncito Madriz su Plymouth, placa
111, de color azul, frente a su casa de la calle Sucre, pero a
nadie se le ocurrió que un carro pudiese atropellar a alguna persona o a nuestro
perrito en nuestro barrio.
Ese día aciago un carro atropelló a Bikini
frente a nuestra casa y le quebró la patica trasera izquierda. Yacía en un
charco de sangre y se quejaba lastimeramente. Los muchachos que estaban en la
placita corrieron a socorrerlo. Bikini gemía inconsolable… pero nunca perdió la
lucidez ni el valor que derrochaba en ocasiones como esa… Gustavo Minguet lo
tomó cuidadosamente en sus brazos sin importarle mucho la camisa blanca que se
manchó de sangre. Le dijo a Cheché Torres que nos llamara, y Tulia, Marco
Tulio, Carlitos, Rosanieves, Guariguari y yo nos apresuramos para atender a
Bikini. Gustavo detuvo a un chofer amigo, que pasaba por casualidad, para que
nos llevara al Hospital Cumaná, que quedaba en la Avenida Bermúdez.
El Dr. Luis José Blanco, el mejor cirujano del mundo, y otros médicos que al
principio no nos pararon, pero cuando le vieron la carita a Guariguari, y
aquellos ojitos llenos de lágrimas, se esmeraron en atender al perrito; y lo
operaron con todas las de la
Ley. Lo durmieron, le acomodaron sus huesitos, lo suturaron,
lo enyesaron y nos lo entregaron dormido, pero sano y salvo. ¡Qué alegría
indescriptible nos invadió entonces! Saltábamos de gozo, reíamos y llorábamos a
la vez. El Dr. Blanco nos dio las indicaciones, y recalcó:
“Este es el único perro que ha entrado a un
quirófano. Deberán seguir las indicaciones al píe de la letra, no quiero volver
a verlos por aquí”.
Bikini estuvo muchos meses en recuperación; esa
patica le quedaría lisiada para toda la vida, sin embargo, muy poca cosa hubo
que lamentar. Bikini con tres patas era igualito a Bikini con cuatro patas, él
superó todos los pronósticos; corría como cualquiera y tal vez mucho más, era
increíble, no perdió su alegría ni su talante, se integró a la comunidad como
si nada hubiese pasado, hasta les permitía a los muchachos jugarse con su
patica, no le importaba.
BIKINI Y GUARIGUARI EN EL GALLINERO.
Nuestra casa de San Francisco era muy grande,
las habitaciones y los patios guardaban muchos secretos para nosotros cuando
éramos niños. Las cosas antiguas que devastábamos nos atraían como la miel a
las abejas. Había dos pianos en el traspatio, que desarmábamos para jugar
policías y ladrones con sus piezas; en el falso, una especie de túnel con una
habitación bajo el comedor, al cual se bajaba por una misteriosa escalera de
piedras, que antiguamente se usaba para guardar vinos y embutidos, no sé cuántos
cachivaches descubríamos.
Guariguari se la pasaba en el patio, como casi
todos los muchachos del barrio de San Francisco, que iban a bañarse al río y a
coger cerezas blancas, grosellas como también son conocidas. Era una mata muy
vieja y grande que estaba al final del patio sobre el gallinero, cubierto por
su ramazón, henchida de racimos; y era la mejor diversión… ¡Chópite era un
fanático de esa mata!
En las mañanas, y como un rito, Guariguari
llamaba a Bikini y lo bañaba en la fuente, o lo que quedaba de ella, ya que al parecer
antes del terremoto del 29 había sido un ángel de bronce traído de Italia por
mis abuelos, que adornaba el patio central de la casona; ahora era un tubo
dentro de un trípode con una llave redonda de bronce, la verdad muy artística…
Desentonaba con las ruinas de la pretendida fuente… ¡muy rara por cierto…!
En ese patio central había dos parrales uno de
uvas blancas y otro de uvas moradas, que daban tres o cuatro cosechas al año,
dulces como la miel; una antigua mata de cerezas rojas, dos matas de naranjas
cajeras; una mata de higos, una de anón, otra de granadas y otra de chirimoyas.
Bueno aquello era un verdadero vergel con cantidades de rosas, cayenas,
coquetas, girasoles, lirios, capachos, jaulas de pájaros, y, la cotorrita…
había que oírla cantando pasodobles por la mañana, con el radio de Chucho
prendido a todo volumen. En ese jardín
siempre estaba Guariguari jugando con Bikini. Creo que ese perrito era su único
y verdadero amigo.
Mamá tenía su gallinero en el fondo de la casa;
era un área grande cercada con alambre pajarero, donde normalmente había entre
20 y 30 gallinas, un gallo tococo y jabao, hermoso, pero de muy mal carácter,
que cuidaba a sus hembras con mucho celo, de tal suerte que era difícil entrar
al patio de las gallinas, porque apenas tocaban la puerta de entrada al corral,
el tococo atacaba al intruso; pero con Guariguari era distinto, cuando el jabao
lo veía entrar, se quedaba tranquilo, como si nada. Mamá siempre mandaba a
Guariguari a coger gallinas o huevos, el entraba al patio, el tococo se
aparejaba con una gallina y él hacía su trabajo.
Un domingo por la mañana cuando yo estaba en el
traspatio preparándome para ir al río, mamá le dijo al carricito: -Guariguari,
anda y cógeme una gallina gorda para preparar un sancocho bien sabroso… que yo
te guardaré tu parte… ¡anda, anda!
No terminó muy bien de oír el mandado, cuando
Guariguari miró a Bikini, se entendió con él en su código secreto, para la
pequeña aventura y su estrategia.
“Vamos Bikini, vamos a coger una gallina gorda
para doña María” –Bikini comprendió perfectamente el mensaje, movió el
toconcito de cola que le quedaba, y que en esos casos se le paraba al mismo
tiempo que las orejitas, y todo el cuerpo tomaba esa actitud característica de
los terrier mostrando su interés, y al iniciar sus movimientos, para
demostrarlo, saltaba sobre Guariguari que tenia que apaciguarlo, le decía: _
¡quédate quieto Bikini… no me dejas caminar, suéltame…!
Se metieron en el corral -Para ese momento yo
estaba con Marco Tulio y Carlito, bajo la inmensa mata de almendrón observando
el suceso- Como de costumbre las gallinas cacarearon de lo lindo, formaron la
consabida algazara, volando y corriendo por todos los vericuetos del corral, y
ese era el punto que esperaba Bikini; rápido como un rayo atrapó con su bocota
a la primera gallina que se descuidó. Bikini no mordía a las gallinas, solo las
apretaba con sus dientes por el espinazo; la gallina muy asustada, esperaba
jadeante, agachadita, bajo la presión de los dientes del perrito, pero
inmovilizada hasta que Guariguari se acercaba y la cogía, solo entonces Bikini
la soltaba, lentamente, para que no escapara, iba aflojando la presión; pero
esa no era una gallina gorda, entonces Guariguari gritó a Bikini
- ¡Esa no Bikini, esa está muy flaca Doña María
quiere la más gorda…!
Es increíble, pero Bikini entendió palabra por
palabra el mandado, de inmediato soltó la gallina y volvió a corretear, y las
gallinas continuaron su algazara brevemente interrumpida, y a esconderse entre
los palos y volar por todo el gallinero; el tococo observaba impávido todo esto
con cierta satisfacción, no intervenía, ni movía un músculo para defender a
ninguna de las gallinas. Me imagino que lo consideraba parte del rito de la
vida. Hasta que Bikini atrapó a la más gorda y hermosa, entonces el tococo se
pavoneó, inició el rito de apareamiento, se acercó ceremonioso; esa especie de
danza amorosa del gallo estirando las alas hasta el piso, demostrando su fuerza
y sus ganas antes del apareamiento; trato de pisar a la gallina aun en las
manos de Guariguari, él se la dejó como un acto final de amor; luego lo espantó
con una rama de tamarindo que tomó del suelo. El tococo no le tuvo miedo y le
tiró sus picotazos; parece que esa gallina era muy apreciada por el tococo.
Guariguari huyó con la gallina entre sus brazos, Bikini lo siguió a la
defensiva perseguido por el tococo. Guariguari abrió la puerta del coral y
salió dejándolo muy disgustado. El tococo entonaba su canto de guerra, que era
como un gorgoreo, con ciertos gestos chinescos, si, de los actores de las
óperas chinas.
Guariguari gritaba alegremente ¡Este si es
Bikini, este si es! Bikini ladraba para festejarlo y daba saltos alrededor de
Guariguari.
Nosotros, colocados bajo los grandes árboles de
maco y almendrón; disfrutábamos del episodio, aplaudíamos y reíamos por la
graciosa faena, sobre todo por la perspicacia y picardía del perrito. Mamá
satisfecha, también sonreía desde la puerta de la cocina, y le decía a
Guariguari: ¡Tráemela para acá, niño, trémela! - Papá, que en ese preciso momento bajaba por
la escalera que da al traspatio; venía a tomar café, y estuvo pendiente de las
últimas incidencias de la acción, se reía con ganas, mientras lustraba sus
lentes, y decía: “Ese muchacho es muy vivo...” Tulia y Rosanieves, la negra
Polonia, y las muchachas del servicio aplaudían y vitoreaban a los pequeños
héroes. Tal fue el alboroto, que las
tías Carmelita y Teodorita, mayores de 80 años vinieron a ver que pasaba, y
cuando les contaron la faena de Guariguari y Bikini, y también del tococo,
rieron a gusto. Toda la familia, entonces, celebró la ocurrencia ¡Que maravilla
poder recordar estas cosas!
BIKINI Y LA IGUANA
En la mata de almendrón, un día se trepó una iguana
muy grande que el perrito venía persiguiendo desde el río. Nosotros la vimos y
realmente no le dimos importancia porque eso era natural, en nuestra época
había iguanas por todas partes; claro que esta iguana era mucho más grande de
lo normal; pero pasaron los días y nos habíamos olvidado de la iguana. Esa mata
de almendrón siempre estaba cargada, sus frutos maduros eran deliciosos y sobre
todo apreciábamos las almendras alojadas en sus semillas, con las que
preparábamos turrones.
De tiempo en tiempo, acostumbrábamos montarnos
en el techo y con un palo de escoba, que pasábamos por las canales del tejado,
echábamos las semillas secas al patio para sacarles las almendras. El principal
instigador de este juego era nuestro primo Fernando Lares, que era un maestro
preparando un arroz con coco y estos turrones. Guariguari también participaba
de este pasatiempo, y por supuesto Bikini, que no se separaba de él. Ellos eran muy felices cuando inventábamos
este tipo de juegos.
Aquel día Bikini venía por las escalinatas que
daban acceso al patio y al llegar a la rosaleda vio a la iguana que bajaba por
el tronco de la mata de almendrón. Entonces se echó al lado de una pequeña mata de ají chirero y una
vieja piedra de destilador que le servía a mamá de matero, donde tenía
sembradas unas malangas traídas de Cumanacoa por Humberta Palomo. Allí estaba
mimetizado el vagabundo. La iguana bajaba sin darse cuenta del peligro. Bikini
la dejó llegar al patio y caminar hacia la tumba de mi abuela Rosalía, que
quedaba justo frente a la cocina. Bikini se arrastró sigilosamente hacia la
iguana, parecía un soldado norteamericano de la película “Guadalcanal”, cuando
estuvo bastante cerca, la atacó y trató de paralizarla como siempre hacía, pero
falló en el primer intento y solo logró morderla por la cola. La iguana se
defendió valientemente y Bikini retrocedió, pero la iguana cometió el error de
tratar de escapar dándole la espalda, y entonces Bikini aprovechó para clavarle
sus colmillos demoledores en la propia cabeza. La iguana se revolvió herida de
muerte, pero Bikini no la soltaba, cuando lo hizo la iguana estaba muerta.
Nosotros no esperábamos ese desenlace, fue tan rápido que no pudimos
intervenir. Recogimos el hermoso ejemplar y se lo mostramos a mamá. Ella dijo:
¡Caramba… es una buena cacería…!
En nuestra casa jamás habíamos cocinado
iguanas; pero mamá viendo aquel hermoso ejemplar, y sabiendo que se trataba de
una magnífica pieza de cacería, repitió: “Se la voy a guisar a Bikini”
Nadie podrá creer que el perrito iba a entender
lo que dijo mamá, pero yo estoy seguro que lo entendió, porque desde que mamá
lo dijo no se separó de su lado. Mamá decía a cada rato, mientras preparaba la
iguana: -Esto parece conejo- Esta carne
es muy delicada- Le voy a poner de todo para que quede bien sabrosa y la voy a
probar-
Mamá se esmeró en el guiso. Le puso alcaparras,
aceitunas, vino tinto y los otros ingredientes habituales de su inimitable
cocina. Cuando estuvo el guiso e su punto, Bikini no la dejaba en paz, ella le
decía: -espera Bikini, esta muy caliente, no la vas a poder comer así. Pero el
hambriento y desesperado perrito, ladraba y saltaba y no lo quería entender.
Esa comida era de él y se la tenían que dar. Quería su parte ya. Y mamá tuvo que acceder, le sirvió un poquito
viendo su desesperación, para que se le enfriara rápido y pudiese saborearla, y
en efecto al tratar de comer se quemó la lengua y se puso furioso. Nosotros lo
auxiliamos echándole aire al plato humeante con la tapa de una paila y al fin
Bikini pudo saborearlo. Creo que se sentía muy orgulloso y satisfecho. Aparte
mamá le sirvió una porción satisfactoria que el tendría que esperar que se
enfriara. Por mi parte me serví un buen plato con arroz blanco y me pareció
exquisito, es la única vez en mi vida que comí iguana, pero reconozco que es
una delicadeza.
Mamá llamó a Guariguari y le sirvió su plato,
pero lo vio como gallina que mira sal. Dijo por lo bajito –A otro perro con ese
hueso- Mamá le dijo –Mira muchacho necio
ve a Ramoncito con el gusto que se lo come-
Hasta papá comió y con su proverbial sonrisa, dijo: “Desde que era
muchacho, cuando cazaba en la chara con mi revolver, en compañía de Ramón David
León y Ezequiel Freites, no la había comido, y menos guisada de esta forma tan
deliciosa. Vamos a tener que llevar a Bikini de cacería para que podamos comer
otra vez de esta guisa.
Papá tuvo fama de disparar muy bien con el
revólver, él contaba que una vez estando con el general González, presidente
del Estado, les disparaba a unos cocos y no daba en el blanco; papá le pidió el
revólver y tumbó los cocos apuntando a los tallitos que los unen al racimo.
Entonces el general González, que lo estimaba, admirado le regaló el arma.
Bikini terminó su banquete comiéndose todo lo
que sobró, que era de verdad una buena cantidad.
GUARIGUARI
REMONTA VOLADORES
Recuerdo tantas cosas de Guariguari y Bikini…
Para Semana Santa todos los muchachos de San Francisco hacíamos voladores para
disfrutar la semana de asueto y aprovechar los fuertes vientos de cuaresma.
Ahora a los voladores los llaman papagayos.
Hacíamos una expedición a Cerro Blanco al lado del castillo de San
Antonio para remontarlos. Mamá reunía los retazos de tela de sus costuras,
siempre estaba sentada frente a la Singer. Muchas veces cantaba… ¡Con una voz tan
dulce…! Canciones de amor que ella misma
le componía a papá.
Con los retazos de tela que sobraban nos
hacía los rabos para los voladores. Nosotros sacábamos veras de un latal que
estaba a la orilla del río en la chara de Don Andrés León, para armar los
voladores. Esperábamos la época de verano, precisamente en marzo, cuando bajaba
el nivel de aguas, subíamos en pandilla por el río, corriente arriba y
llegábamos a la chara de don Andrés para seleccionar las veras. Nunca nos
regañaron ni reprendieron, más bien nos ayudaban a escoger las mejores. También sacábamos las venas a las hojas de
coco para hacer los arcos y el cuadro del volador, luego comprábamos papel de
color en la librería de Ramón y Francisco de Paula Gómez, en la plaza
Miranda...
Fabricábamos los voladores con resonadores y
rabo e´ capa –llamábamos así a los rabos que intercalaban simétricamente
pedazos de tela con predominio de colores azul y blanco- eran los mejores, los
más vistosos de San Francisco y sus alrededores. Marco Tulio y Pedrito
Mandarria eran los artesanos de esa especialidad.
En aquellos días, antes de Semana Santa,
Guariguari rondaba tras ellos, como alma en pena, pidiéndole un volador, porque
él quería ir con nosotros a remontar a Cerro Blanco, pero no tenía dinero ni
siquiera para comprar el material. Eso sí, el trajo las veras del río, buscó y
encontró hilo y almidón para la pega… es decir lo necesario. Tanto dio que
Marco Tulio no tuvo más remedio, le fabricó su voladorsote hermosísimo, y mamá
le regaló la cola que era “rabo e ‘capa” de cinco metros, como él lo soñaba; de
lujo, muy bien hecho de dos colores, blanco y azul, bien cosido, parejito, y
cosido en la Singer ,
y para completar, Carlito le prestó su carrete de hilo de huevito, le dijo:
-Oye Guariguari, llévate el carrete de hilo que
yo no voy a remontar “.
-No vale yo tengo el royo que sobró de los
pasteles.
-Ese no sirve para ese volador, tiene mucho
peso, se va a perder. Anda, coge el carrete.
-Bueno… ojalá que no se me pierda…
Era pura mentira, él si iba, lo que pasaba era
que también quería complacer a Guariguari. Todos lo supimos, lo intuimos
inmediatamente. Guariguari cogió el carrete y por temor a perderlo, enrolló el
hilo de huevito en un palito de guayacán, que él mismo había labrado y pulido,
y dominaba mucho mejor que el carrete.
Llegó el día de subir Cerro Blanco, Viernes
Santo, no teníamos clases. El tiempo era espléndido. Salimos en pandilla, muy
temprano, como a las siete de la mañana después de un frugal desayuno. Bikini señaló el camino, al ver los voladores
ya sabía la ruta. Eran como las 8 de la
mañana cuando llegamos a Cerro Blanco, porque nos metimos por el Chispero,
subimos por Miramar, recorrimos todo el cerro hasta el Antillano, buscando u
mejor sitio, pero después de tanto caminar y ver, decidimos seguir el rumbo
hasta Cerro Blanco, siguiéndonos por el muro del cementerio, subiendo luego por
el lado del Castillo que da frente al edificio de la Cárcel.
Desde el Castillo, empezamos a bajar al sitio
escogido, una loma bastante amplia en el propio Cerro Blanco, allí estaban
instalados los temibles muchachos de la calle de La Ermita y de la Plaza Bolívar : Luis
y Hernán Pérez, Alfredo Rodríguez, Ricardo Hernández, Ramón Delgado, Domingo
Mariani, Carlucho Losada, Luis Alfredo Sucre y Alejandro Blanca… tenían
voladores armados.
Era la primera vez que Bikini subía el cerro,
no sabía lo que eran los guazábanos y por estar olfateando donde no debía, se
le pegó una espina en la nariz. Empezó a gemir hasta que Guariguari se la
quitó, pero siempre siguió son sus travesuras persiguiendo guaripetes y
enguazabanándose. Guariguari no podía contenerlo y perdía mucho tiempo
quitándole las espinas.
Nosotros nos preparamos para elevar nuestros
voladores. Algunos tronaban en el espacio cuando Carlitos cogió el volador de Guariguari
y se alejó como a 10 metros, lo llamó y le dijo: “Coge con fuerza el hilo, yo
soltaré el volador, en cuanto coja viento le sueltas bastante hilo… El volador
se elevó, Guariguari mantuvo firme el cabo, el palito de guayacán en el cual
había enrollado el hilo. Había buen viento del norte, el volador se elevó
majestuosamente y cantaba a su manera para alegría del muchacho.
¡Guariguari -le grito Marco Tulio- suéltale más
hilo...!
Le fue soltado hilo y el hermoso volador, como
una gaviota se posesionó de su espacio y de nosotros… Bikini no cesaba de
ladrar y saltar, él también festejaba la hazaña de su amigo. Marco Tulio se le acercó y le fue explicando
y enseñando los secretos y las maniobras de aquel arte, inventado y practicado
por los niños: Como hacerlo entrar en picada; dejarlo caer, cambiarlo de rumbo,
mantenerlo fijo, atacar y defenderse de un volador armado. Luego todos lanzamos
nuestros voladores y el cielo se llenó de colores y sonidos.
Un
volador muy grande y hermoso que roncaba como ningún otro pasó rasante al lado
del volador de Guariguari, y con su rabo armado lo cortó… el volador de
Guariguari se perdió entre las nubes mientras el pegaba un grito y lloraba
inconsolable. Marco Tulio lo llamó y le dijo:
¡Vamos Guariguari! no llores por eso, mañana te
hago otro, lo importante es que conserves el hilo, anda recógelo… Nadie te va a
robar este rato que estamos pasando…
Guariguari se apresuró a recoger el hilo y
continuamos remontando los voladores… yo le presté el mío y nuevamente volvió
la sonrisa a aquella carita pícara y pecosa
Una vez Guariguari tuvo que pelear en la
placita con un muchacho que vino de Caripe del Guácharo; en esa época venían
muchos estudiantes de esa zona a estudiar en Cumaná, la mayor parte de ellos
venían en calidad de internos del Colegio San José de los padres paules; otros
tenían familia en Cumaná y llegaban pensionados a esas casas.
Recuerdo que un sábado por la mañana, estábamos
jugando pichas, ahora en también se les dice metras como en Caracas, la radio y
la televisión nos ha cambiado muchas palabras, bueno es igual. Hicimos un círculo
sobre la tierra y colocamos doce pichas, éramos 6 y cada uno colocó dos pichas,
en una raya en medio del círculo y comenzamos a tirar desde cuatro pasos de
distancia, el que acertaba y sacaba la picha del círculo se la quedaba y volvía
a tirar. Valía todo: uñita, dedo doblado, finquiao, “guilpicher” desde el suelo
o desde la rodilla, de cualquier forma, pero a cuatro pasos, donde también
pintamos una raya. Después que
comenzamos a tirar llegó el muchacho de Caripe, era un catire casi albino, al
cual desde que apareció por la placita lo bautizaron Lecheklin, se acercó a
Guariguari y le dijo en tono retador:
¡Yo quiero jugar…!
Guariguari lo vio de reojo, y le preguntó
¡Y tú tienes pichas…!
Claro que si –respondió Enrique, que así se
llamaba- y agregó- Cada picha mía vale por dos de esas…
Aquí todas las pichas valen igual… Pon dos en
el círculo y espera tu turno.
¡Nooo…! Si yo pongo mis pichas me toca tirar
primero.
Aquí no se juega así, el que llega de último le
toca tirar de último –rezongó Guariguari.
Los ánimos se caldeaban y Bikini estaba atento
a los que estaba sucediendo, con mucha preocupación. Levantó las orejas y el
rabo, se acercó al caripero, lo olfateó y gruño, dando a entender que no le
gustaba la cosa. Pero el caripero no le paró, más bien se le acercó a Guariguari
y le dijo en voz bajita.
¿Tú eres guapo, quieres pelear…?
Yo no, pero no te tengo miedo…
Ahí mismo se paró Luis Amadeo, que no estaba jugando,
pero estaba atento, era un experto en peleas de esa índole; enseguida cogió una
ramita de guayacán y trazó una raya en el suelo, y dijo a los contrincantes:
Oigan muchachos…Vamos a hacer las cosas
legales. Tú Caripe, colócate de este lado de la raya señalándole el lado
derecho, y tu Guariguari, ponte del otro lado. Les voy a decir las reglas de la
pelea… Es a puño limpio, no se aceptan patadas, ni golpes en las bolas,
mordiscos, ni zancadillas, ni se pueden meter los dedos en los ojos, es decir
solo se pueden usar los puños cerrados y la pelea no puede pasar de tres
minutos. El referí será Chópite. El que
viole las reglas se llevará un cogotazo. Bueno que empiece la pelea… crucen la
raya y cáiganse a golpes.
Caripe cruzó la raya y Guariguari le tiró le
primer golpe, pero como no veía bien no se lo pegó, sino que con el impulso
cayó al suelo, Caripe se volvió como una fiera y ya le iba a dar una patada
cuando Bikini que estaba pendiente lo atacó y lo agarró por el pantalón a la
altura de la nalga derecha, cuando Caripe sintió los dientes de Bikini se
paralizó; y Luis Amadeo, poniéndole la mano en el hombro, le advirtió:
No te muevas Caripe, si te mueves te clava los
dietes en la nalga, lo que puede ser muy doloroso.
Caripe no se movió, estaba apunto de llorar de
la ira, pero aceptó todo lo que le dijo Luis Amadeo.
Me salvé de cuivita -dijo Guariguari- ese tipo
me iba a patear en el estómago.
No Guariguari- dijo Luis Amadeo- Chópite estaba
pendiente.
La pelea había terminado, pero Bikini no soltó
a Caripe, entonces Chópite le dijo a Bikini – Suéltalo Bikini que esta pelea es
legal, entre amigos-
Pero Bikini no lo soltaba y Caripe, rojo como
un tomate, se mantenía mudo e inmóvil; hasta que Guariguari, con gran trabajo
le abrió la bocota a Bikini y Caripe se zafó de sus fauces… Estaba muy
asustado, no era para menos, él le veía aquella bocota al perrito… cualquier
niño se asustaba. Sin embargo, no salía
de su asombro, porque a pesar de presionarlo con los dientes no hubo
penetración de los colmillos, no hubo sangre… eso lo calmaba; había sido una
travesura más del perrito.
Todo terminó porque llegaron los más grandes,
controlaron la situación y los carricitos, como siempre pasaba, después de la
tempestad llegó la calma y pronto se nos olvido la pelea; sin rencor, más bien
celebrando las cosas de Bikini, continuamos jugando con la camaradería de
siempre; pero Bikini receloso olfateaba a Caripe y le gruñía. Después supimos
que su apellido era Tepedino y fue uno más de la pandilla.
BIKINI Y EL GATO NEGRO
El tío Chucho, para la época en que se
desarrollaban estos eventos, tenía como 80 años, era un anciano venerable al
cual todos amábamos en la casa, y muy particularmente por su prodigiosa
memoria. Había sido durante muchos años Registrador Principal de Cumaná, cargo
que heredó de su hermano Domingo, el médico bueno. Entre sus extraordinarias facultades estaba
la de recordar la fecha de nacimiento de todos los habitantes de ciudad. A las
6 de la mañana se sentaba en una mecedora de pardillo, de las que fabricaba
Andrés Felipe Alarcón, frente a su radio Philco, ojo mágico, sintonizaba Radio
Difusora Venezuela para escuchar las canciones de Andrés Cisneros y el Repórter
Esso. Allí se acercaba todo mundo a preguntarle por la fecha de su nacimiento o
la de sus parientes, para luego ir al registro en solicitud de la Partida de Nacimiento.
Nosotros también nos sentábamos en derredor suyo para oír las primeras novelas
de la radio venezolana: Tanané, el Derecho de Nacer, el Dr. Balcur, El Misterio
de las Tres Torres, etc.
Tío Chucho tenía un gato barcino que era su
debilidad, al que había bautizado con el nombre de Juan Vicente, para burlarse
del general Gómez, o tal vez para tenerlo siempre presente. Apenas salía el
sol, Juan Vicente se encaramaba en el mullido sofá que estaba al lado de la
mecedora y del radio Philco, ojo mágico Tío Chucho se sentaba, arrimaba la
mecedora y el gato maullaba, por la costumbre de tomar una taza de leche tibia,
que reclamaba con urgencia. Tío Chucho, inveteradamente llamaba a su hermana Teodorita
para que le trajera la leche para el gato, y para él, su cafecito negro
calentito. Teodorita se apuraba un tanto a regañadientes, pero cumplía con el
rito con absoluta precisión. Mi tía Teodora era insomne, a las 5 de la mañana
ya estaba regando las matas de rosas y cayenas, que eran su debilidad, y ponía
a hervir el café; a las 6.30 la cotorrita, Margarita, en la mata de cerezas
rojas, “cantaba” pasodobles; los canarios en sus jaulas, las paraulatas y
cucaracheros en el parral, con sus trinos, anunciaban la mañana; y papá se
afeitaba bajo la mata de anón, donde había improvisado su toilette, colgando un
espejito en uno de los pilares del corredor buscando más luz. Inventó un
artilugio con un tubito de cobre por el cual salía agua para la jofaina, y podía
colgar en él: jabón, navaja y brocha, para utilizarlos más cómodamente; él se
colocaba de espaldas a la exuberante mata de anón, y como en un rito, comenzaba
a afeitarse.
Por lo menos yo, no puedo olvidarlo en esos
menesteres. Puedo recordar su piel desde que la tenía lozana hasta cuando le
era difícil rasurarse entre las arrugas.
Todos los días Teodorita le preguntaba:
Marco Tulio, ¿Quieres un cafecito negro recién
coladito?
Papá respondía invariablemente:
Si, Teodora tráeme el cafecito, pero tú sabes
que no me gusta café viejo ni frío.
Este está acabadito de hacer… replicaba
Teodorita.
Servía el café en una casi transparente tacita
de porcelana china. Lo traía en una
jarita de plata martillada de la época de oro de la familia, y después se iba refunfuñando
con su pasito apurado. Ella fue una virtuosa pianista en el siglo de oro de
Cumaná. Es muy gratificante recordar su figura menudita entre las flores del
jardín.
Aquel día tío Chucho, que estaba oyendo su
radio, gritó – ¡Dios mío! ¡Mataron a Manolote…! ¡Era el número 17…! ¡Esto me
traerá mala suerte!
El tío Chucho llevaba una contabilidad mental
de todos los toreros, los identificaba y clasificaba por números. Cuando un
torero moría, tenía que sacarlo de la lista, y la tarea mental consistía en que
al sacar al número 17, este número le correspondía al siguiente y así
sucesivamente; porque era analista de toreros vivos, un trabajo mental muy
doloroso para él; entraba en un mutismo inexorable que podía durar varios días,
hasta que terminaba la nueva clasificación y entonces, muy satisfecho, lo
comunicaba a sus hermanas y demás familiares. Durante esos días todos nos
preocupábamos por su salud, pero no podíamos interrumpir su estado de “suspensión
onírica”, así lo llamaba Domingo Antonio irónicamente; ya que, si alguien lo
perturbaba e interrumpía su trabajo, tenía que comenzar de nuevo, lo que
devenía en tragedia. Muchas personas que
lo apreciaban, daban testimonio de su preocupación, hablaban en voz baja por
los corredores y en las habitaciones o en los patios, pero lejos de tío Chucho.
Recuerdo que una vez me dijo: Ramoncito tengo
una lista, aquí en la cabeza, de 70 toreros vivos. Yo no le daba mucha
importancia a este detalle, porque sus juegos de memoria me tenían acostumbrado
a esas cosas.
Eso significaba que conocía los nombres de 70
toreros vivos de todo el mundo, especialmente de España, México y Venezuela. A
quines le seguía su trayectoria por radio y por la prensa, sabía casi todo lo
que se podía saber de un torero en esa época. Cada uno de ellos tenía su
número. Si le preguntaba: Tío Chucho, ¿Cuál es el número 50?
Respondía rápidamente: Diamante Negro.
Y saben cual era el número uno, Eleazar Sananes,
el gran Rubito. Tal vez viéndolo torear en Cumaná, inició esa larga lista.
Antonio Ordóñez era el número 42 y Luis Miguel Dominguín, el 64.
Ese aciago día apareció por la casa una gatica
muy linda y coqueta; Juan Vicente no perdió tiempo y la cortejó entusiasmado,
era evidente que la gatica venía a por él.
Por las noches Juan Vicente se paseaba por el
inmenso tejado con su gatica, y nosotros desde nuestras camas, en el gran salón
de la casa, escuchábamos las súplicas de amor y los quejidos de la pareja. No
tardó en aparecer en escena un inmenso gato negro, seguramente del vecindario,
tal vez de la casa de nuestro vecino don Bartolomé Inserny, donde mataban
cochino todos los sábados y los animales eran gordísimos. Este gato negro
envidioso del romance de la parejita
gatuna, trato al principio, por medios pacíficos, de enamorar a la gatica, y
así, separar a la parejita; pero en vista de que no logró su propósito por la
buenas, atacó a Juan Vicente que, aunque se defendió valientemente en aquella
lucha desigual, durante varias horas, no pudo resistir la furia ni la fuerza de
aquel animal, un gladiador poderoso, entrenado y dispuesto a matar. Juan
Vicente, herido de muerte, bajó en la noche del tejado sin que nos diésemos
cuenta de nada, y en la mañana siguiente lo encontramos casi muerto en el sofá.
Cuado tío Chucho se le acercó, aun respiraba y pudo lamer unas gotitas de leche
tibia antes de morir. Tío Chucho lloró a su compañero, sufrió mucho y nos pidió
que lo enterrásemos en el jardín, donde solía dormir en las mañanas, al pie de
las matas de cayena de Teodorita. Tres días después encontramos también el
cadáver de la gatica, a la cual el gato negro trato de seducir y violar, pero
ella, tal vez le opuso resistencia y la mató. Nadie se había percatado de la
tragedia, pero Bikini si la había seguido paso a paso, nosotros lo sentimos
muchas veces gruñendo por las noches, corriendo por el patio, dando vueltas
como un loquito, viendo hacia el tejado, tenso, impotente. Juan Vicente y
Bikini fueron buenos amigos, desde pequeño Bikini jugaba con Juan Vicente, y
muchas veces dormía la siesta en el jardín acurrucado entre las patas del gato.
Bikini escuchaba el maullido y sabía que su amigo corría peligro, entonces se
levantaba como un resorte, se paraba entre las matas del jardín y ladraba, pero
nosotros ni pendiente, no nos percatábamos de lo que estaba ocurriendo.
El gato negro, después de su crimen, se
pavoneaba por el tejado y muchas veces bajaba, se escondía tras las matas de
petunia, capachos y astromelias, y se
enfrentaba a Bikini, que ya era su enemigo mortal, y cuando se sentía
acorralado, con gran habilidad se escabullía,
saltaba sobre la mata de anón y se iba por el tejado, y desde allá maullaba
irónicamente; y Bikini se enojaba mucho
y corría ladrando impotente por los largos corredores de la casa, como buscando una vía para subir
al tejado.
Nosotros creíamos que Bikini estaba loco. Un
buen día, en que papá se estaba afeitando, como de costumbre en el espejo del
pilar, al lado de la mata de anón, y el gato negro rondaba por el jardín, bajo
la mata de cerezas rojas; había un raro silencio: los pájaros dejaron de
cantar; y a esa hora, en que la cotorrita Margarita, en lo más alto de la mata,
entonaba su pasodoble favorito “Silverio Pérez”, se mantenía también
extrañamente silenciosa, algo pasaba. Bikini se había colocado estratégicamente
detrás de las matas de petunia, capachos y lirios que hacía un seto frondoso e
impenetrable. Nosotros que acabábamos de llegar del conuco, de nuestro paseo
mañanero al cerro de Miramar, instintivamente nos detuvimos delante de la
escalera que da al patio, y guardamos un silencio cómplice con el perro. El
gato cayó en la trampa, se movía despacio hacia la mata de anón. Buscó a Bikini
con el rabo del ojo, pero no se apresuró creyéndolo burlado. Se había percatado
de la peligrosa presencia de Bikini, aunque estoy seguro de que no lo veía,
estaba confiado en su habilidad. La mata de anón tenía en el tallo un lomo que
permitía el acceso fácil al ramaje principal que se abría en “Y” como a dos metros
de alto y una de sus ramas daba al tejado; el gato daba un salto hacia ese
lomo, subía veloz hasta la rama que daba al tejado y quedaba salvo de cualquier
intento de Bikini por atraparlo, como ya lo había logrado tantas veces. Esta
vez Bikini lo tenía controlado, medía la distancia y se acercaba cada vez más,
mimetizado entre las matas; y el gato se demoraba en el salto. Ya estaba cerca
de la mata, intuyendo el peligro flexionaba sus músculos, miraba hacia los
lados con movimientos instintivos, pero no saltaba, estaba confiado, sin tomar en cuanta las
circunstancias eventuales; Bikini no estaba seguro pero se aprestaba al ataque,
así que, cuando el gato intentó saltar a la mata de anón, papá que tenia la
navaja en la mano derecha, hizo un movimiento involuntario con la mano hacia
abajo, y el gato se paralizó por
milésimas de segundo, ese segundo fue el que aprovechó Bikini para lanzarse
vertiginosamente, y cuando el gato
saltó, Bikini también lo hizo. Los que estábamos allí pudimos ver plasmada la
venganza de Bikini… atrapó en el salto la cabeza del gato entre sus poderosas
mandíbulas… Fue terrible… escuchamos el sonido característico de los huesos
cuando son triturados… Crac...Crac…El gato negro y Bikini rodaron por el
suelo... no se oyó ni un lamento… el gato estaba muerto… Bikini soltó su presa
y se quedó observándolo fríamente, en guardia, atento a cualquier movimiento.
Nosotros acudimos para auxiliar al gato, no había caso, no sabíamos que estaba
pasando. Reprendimos a Bikini. El sabía que había cometido un desafuero. Creo
que lloró, se retiró avergonzado; pero, en el fondo de su corazón sabía que
había hecho justicia, una justicia que nadie más podía hacer.
Luego supimos de varias víctimas de aquel gato
negro en circunstancias parecidas al drama de la muerte de Juan Vicente y su
gatica.
El gato negro era un gato rábula y pendenciero,
y ese fue su justo final. Poco a poco fuimos armando esta historia.
GUARIGUARI SE VISTE DE NAZARENO.
Mamá fue muy devota del Nazareno de Santa Inés,
y había hecho la promesa de vestir a uno de nosotros de Nazareno todos los
Miércoles Santos, sin embargo, no lo había logrado, porque ninguno asumió esa promesa
como propia.
Un día, siendo Guariguari el más pequeñito,
mamá se lo quedó mirando con gran dulzura, yo diría más bien, “una santa
dulzura”, y se le ocurrió que el carricito la sacaría de ese apuro, entonces lo
llamó y le dijo:
Guariguari mijito ven acá… tu sabes que yo te
quiero como si fueses mi hijo de verdá verdá…
El carricito se revolvió como picado de
culebra, no respondió, pero al parecer se dio cuenta de que lo que venia no
podía ser muy bueno, porque mamá no era mujer contemporizadora, no era ninguna
mansa paloma. Se quedó calladito y esperó.
Mira
mijito, yo le prometí al Nazareno de Santa Inés. Tu sabes…Dios… que iba a
vestir a un hijo mío con su sotana sagrada… y no lo he podido lograr… esos
hijos míos son unos safios… Yo quiero que tú mijito, cumplas esa promesa y me
des esa alegría…
Y sin dejarlo respirar, cogió la sotana morada,
que ya tenía preparada y a la mano, en un perchero del cuarto de arriba, la
cogió y se la “encasquetó” al muchacho, diciéndole:
Te fijas mijo, te queda “que ni pintada”, a la
medida, “ni mandada a hacer…” a tu medida…si señor…ven a verte en el espejo…
Decía mamá muy contenta.
Así mismo actuaba cuando nos vestía a nosotros
con trajes de terciopelo rojo. Ella tenía un espejo grade, muy antiguo. Agarró
al muchachito por el brazo, y lo llevó hasta el espejo; y el muchacho de mala
gana, se vio su balandrán morado, y aunque no quedó del todo satisfecho, no
dijo nada. Se quedó “boquiabierto” frete al espejo. Guariguari no respiraba,
porque sabía que ya estaba comprometido con doña María, y eso le iba a traer
muchos inconvenientes; es más, el sabía que “lo tenían en la mira”, desde que
el padre Camilo le mandó a decir con Tinoco que fuera a la Iglesia para ayudarlo, y
él se escabulló por el río donde se creía a salvo; pero siempre lo encontraban
y tenía que fajarse a limpiar la iglesia con el lego. Lo único que no le
gustaba del lego era que les daba palos a los perros, pero con él, era bueno.
Así sería otra vez, pero además ¿Cómo le decía que no a doña María, cuando ella
le daba de todo?
Desde aquel día se sucedieron muchas semanas santas
y Guariguari cumplió, pero ya estaba en la edad de “echarse la cola”. Estaba “canillita”
y seguía con pantalones cortos. Tenía trece años, y llegó la Semana Santa , y
Guariguari a duras penas se vistió de Nazareno, salió para la placita y los
muchachos y Bikini lo observaron “como gallina que mira sal”, pero no dijeron
“ni pío”, ni siquiera se burlaron, pero a la hora de la procesión todos se
fueron tras él. Ernestico y Chuchito, Enrique Suárez, Aquiles, Luis Amadeo,
Cheche y Chuchú, Moisés Moi, Elías y Andrés, Enrique Sanabria, Francisco José,
y nosotros. Guariguari iba delante de
la pandilla marchando, y Bikini y los demás tras él en “fila india”. Todo lo
que hacía Guariguari, lo imitaban igualito, pero la verdad, muy serios. Si
volteaba para verlos ellos también volteaban, circunspectos menos en las
risitas que se cruzaban, y que Guariguari no soportaba. Ese año todo pasó de lo
mejor, fuera de esa “mamadera de gallo” de la fila india.
Pasó el año y llegó otra vez la Semana Santa. Esta
vez Guariguari opuso tenaz resistencia, y dijo que la sotana le quedaba
“brincapozo”, y, que los muchachos la iban a coger con él… y él se iba a
agarrar con ellos. Doña María lo oyó y
no le hizo caso.
Llegó el Miércoles Santo, había más gente que
nunca en Cumaná, y Guariguari se escabulló, no apareció “vivo ni muerto”, por
ninguna parte. Eran las tres de la tarde, y mamá se impacientaba, salió a la
puerta de la calle y gritó:
¡Guariguari, son las tres de la tarde…ven a
vestirte…!
Los muchachos gritaron lo mismo por la puerta
que daba al río.
Lo repitieron varias veces sin resultado.
Bikini ladraba. Luis Amadeo decía: -Este sabe
algo. Vamos a seguirlo… Anda Bikini llévanos a buscar a Guariguari.
Entonces, con Bikini por delante, salieron por
la puerta del río y lo fueron a buscar a la quinta de doña Maria Zavala, y no
estaba. La procesión era a las cinco pm., y ya eran las tres y media. Como el nivel del río estaba bajito,
decidieron atravesarlo y buscarlo en la chara de los Gómez Rubio, por fin
Bikini lo encontró montado en una mata de mango.
Ernestico gritó ¡Aquí está…! Y para allá se fue
toda la pandilla. Guariguari no se quería bajar de la mata. Y Ernestico lo
amenazó con echarle picapica, y le dijo: tía María te está llamando hace rato,
porque ya son cerca de las 4 de la tarde y tienes que vestirte.
Guariguari respondió temeroso –Pero ella no me
ha dicho nada-
“No seas bruto -le gritaron todos- eso es todos
los años… Anda… Bájate… Déjate d’ eso… todos estamos esperando porque vamos
contigo para la procesión, y tú tienes que vestirte de Nazareno como todos los
años ¿Cómo vamos a ir si tu no te vistes?
Guariguari les respondió –Y, ¿porque ustedes no
se visten de Nazarenos como yo?
Ernestico le dijo: A nosotros no nos dijo nada,
sino a ti. Tienes que venir porque si no, no hay procesión…
Tanto le dieron que Guariguari tuvo que ir “a
regaña dientes”. Lo trajeron entre todos, agarrado por los brazos en son de
broma, y él se dejaba y reía de buena gana; pero en el fondo estaba furioso.
Bikini no estaba muy orgulloso de lo que hizo a su amigo, y de lo que estaban
haciendo sus compinches, con su mejor amigo, pero se plegaba a la mayoría. De
todas formas, así se lo llevaron a mamá como un trofeo.
Mamá los reprendía: Déjenlo quieto… ¿Que pasa
con ustedes? Vayan…vayan…necios… el sabe que tiene que cumplir, con Dios no se
juega…
Guariguari
se puso la sotana de mala gana y le quedó brincapozo.
Verdaderamente Guariguari se veía muy mal con
aquella sotana morada que le caía por debajo de las rodillas, unos zapatos
viejos de color dudoso que le regaló Marco Tulio, que además le quedaban
grandes, y las piernas peludas y peladas.
¡Usted ve señora María…! Todos se van a burlar
de mí y yo me voy a agarrar con ellos…
Eso
no importa mijito, lo importante es pagar la promesa… No se pueden desobedecer
los designios del Señor… Imagínate… un sacrificio, que sabes tú d’eso,
comparado con lo que hacen en México en la iglesia de la Virgen de Guadalupe. Tu no
sabes lo que hace la gente que cumple de verdad, este es un pequeño
sacrificio…y tú ahí… quejándote…
Algunos se rieron y a Guariguari no le gustó la
broma, y dijo: -Bueno si se van a reír no voy…
Todos
dijeron: -Está bien, no nos vamos a reír, pero apúrate… -Y salieron todos tras
él, pero al llegar a la placita, unos muchachos que no era de la pandilla,
comenzaron a gritarle: ¡Brincapozo…! ¡Brincapozo…!
Guariguari
se estremeció de la rabia, les enseñó el puño y les grito cuantas groserías se
sabía. Bikini los persiguió hasta la puerta de la calle, donde se guarecían, y
Guariguari aprovechó para hacerles un avance de piedras; gracias a Dios no pasó
nada que lamentar; fueron a buscar a la señora María y se apaciguaron los
ánimos. Mamá ya estaba a su lado, lo reconvino en tono severo, le dijo:
Guariguari compórtate… No les hagas caso… esos
son muchachos de la calle… no saben nada de lo que significa una promesa, ni
del sacrificio que hay que hacer… Si no cumplo Dios me va a castigar…
Pero
yo no tuve nada que ver con esa promesa – replicó tímidamente Guariguari.
Déjate
d’eso muchacho majadero… Vamos… que llegaremos tarde…
Guariguari
se rindió ¿Qué podía hacer? Era la señora María. Pero a modo de protesta,
recogió la sotana y se la amarró en la cintura. Sus camaradas, ni Bikini, que
se le colgó de la sotana, aprobaron esta estratagema, estaban pendientes de
todo lo que hacía y enseguida se lo dijeron a mamá, y esta nuevamente lo
reprendió.
Qué
es eso niño, como te vas a amarrar la sotana… suéltala…además es muy bonita y
debes lucirla y no llevarla arrugada…
Pero
me queda brincapozo –insistió- usted no oye a los muchachos…
Esos son unos necios…que voy a estar oyéndolos
“a palabras necias oídos sordos” … te vas a fijar en las cosas que dicen, ya
vas a ver como hay bastante gente, decente… -acentuaba esta palabra- vestidas
de Nazareno en la procesión.
Yo
no creo que ninguno sea de mi tamaño, esos son chiquitos… además doña María
usted debería ser la que se vista de Nazareno, la promesa es suya…
Cállate
niño, tu no sabes lo que dices, como vas a decir eso… ¿Tú has visto a una mujer
de mi edad vestida de Nazareno?
Así
caminaban y discutían… hasta Bikini se metía, lo haló por la sotana y no lo
dejaba caminar…
Bueno,
por fin salió la procesión y Guariguari iba de primerito en la fila de
nazarenitos, porque era el más grande; y detrás iban todos los chiquillos de la
placita Ribero con la chercha. Guariguari se volteaba y les enseñaba el puño
cerrado, les gritaba todas las groserías de su vocabulario –las hijas de María
se tapaban los oídos- y les decía: Mira Cheché… ya vas a ver… me las vas a
pagar. Y tú Netico… espérame en la placita, te voy a romper la boca.
El
padre Camilo no entendía lo que pasaba.
Luisa Rosario y Macheché se persignaban. Mamá lo pellizcaba, y hacía
muecas para que se callara, y todas las miradas estaban puestas en ella, porque
sabían que ese muchacho era su responsabilidad, y… ¡Qué pena pasaba la pobre
mamá!
Esa
fue la última vez que Guariguari se vistió de Nazareno.
GUARIGUARI LIMPIABOTAS
Una Vez Gustavo Minguet le regaló a Guariguari
una caja de limpiar zapatos, preparada con todos los útiles que se usan e ese
antiguo oficio. El betún o crema de limpiar zapatos, en nuestro argot, marrón y
negro; el cepilló de lustrar, los trapos, un frasquito con alcohol para pulir,
dos cepillos de dientes usados. Después Gustavo nos confesó que eran de su
papá, el Dr. Antonio Minguet Letteron –ingeniero y médico, bueno en ambas
profesiones. La caja se la había regalado a Gustavo Don Andrés Bruzual, a quien
llamábamos cariñosamente Popó, que era el dueño de la fabrica de jabones Las
Espadas, que para esa época ocupaba las ruinas del Convento de San Francisco.
Gustavo le dijo a Guariguari: Mira carricito,
los niños que no tienen familia, tienen que trabajar, porque lo más feo que hay
es estar pidiendo por las calles, dando lástima. Coge esta caja, ahí tienes de
todo para ganar dinero. Cobra medio por la limpiada, y cuando aprendas a pulir
cobras un real.
Guariguari se quedó viendo a Gustavo con los
ojitos anegados en llanto, con la cajita en las manos sin poder decir nada. El
soñaba con esa cajita, soñaba con trabajar y producir, pensaba en eso y lo
había hablado con su mamita que está en el cielo. Desde ese día Guariguari
abandonó el río, salía con su caja de limpiar zapatos hacia el mercado. Lo vi.
muchas veces haciendo su trabajo y creo que lo hacía bien, porque la gente lo
trataba con mucho cariño; pero algunos días no conseguía clientes y se le
notaba triste, porque no tenía para comprar su comida. Entonces se quedaba
frente al negocio de la turca Aurora, donde hacían unas arepitas rellenas con
queso, chorizo, chicharrón, morcilla. ¡Bueno…! A Guariguari se le hacía agua la
boca. Hasta que Aurora se daba cuenta que el muchacho no tenía con que pagar su
arepa y lo llamaba:
Ven Guariguari, cómete tu arepita que mañana me
la pagas…
Esa turca si era buena gente. Entonces a
Guariguari se le alegraban los ojitos y cogía su arepa con chorizo, y decía,
con aquella gracia que Dios le dio:
Muchas gracias señora Aurora, mañana le pago.
Bueno mijito ve… anda a trabajar, si quieres
otra me lo dices sin pena, tu eres muy buen cliente. Yo se que me pagarás, no
te preocupes por eso.
Pero él se conformaba con cualquier cosa, era
de poco comer y aguantaba hambre estoicamente.
Cierta vez, por la tarde cuando el sol se
retiraba y la noche envolvía a la ciudad, lo seguí. Subía por la calle
Badaracco hacia el castillo de San Antonio. Lo vi subir el cerro y meterse en
una cueva que el mismo había construido, esa era su casa y nadie lo sabía.
Estaba medio oculta tras una mata de cuica y una cerca de cardones. Ya estaba oscuro
y la luna se empinaba por detrás del cerro Pan de Azúcar. En el portal de la
cueva Guariguari se arrodilló, juntó sus manos y mirando el esplendor de la
luna en asenso, dijo:
“Mamita… otra vez vienes a visitarme. Sabes que
he seguido tus consejos… Estoy trabajando, tengo en mi bolsillo cinco
bolívares… Mañana tempranito compraré empanadas en la casa de la señora Manuela
Guerra, después me voy a bañar al río y después voy al mercado a trabajar… pero
estaré muy triste porque no me admiten en la escuela. Estuve en la casa de la
señora Ñeñé. Ella me quiere mucho, pero yo no puedo leer ni escribir, así es
que ella me aconsejó, me dijo:
Guariguari, no todos los niños sirven para
doctores, también pueden ser muy felices trabajando, cada uno en lo que Dios
manda. Yo creo que Dios me mandó a mí para hacer lo que hago y nada más. La
señora María lee cuentos y yo estoy allí con los muchachos y aprendo lo que
ellos aprenden. Y el señor Manuel Isidro, lee un libro grandote que él llama el
Quijote, dice que el que se aprende lo que dice ese libro, puede llegar a ser
un gran hombre... Bueno mamita, te prometo que siempre estaré allí para ser un
gran hombre.
EL HOMBRE DE LA
CULEBRA
Un día que Guariguari estaba paradito frente a
la taguara de la turca Aurora vio a un hombre alto y flaco con una culebra
enrollada en el cuello. Guariguari se paro frente al él y el hombre le clavó
los ojos, bajó la cabeza y le dijo con voz ronca pero amable – Oye niño,
quieres trabajar conmigo –
¿Trabajar con usted, en que?
Deja esa caja de limpiar zapatos… vente conmigo
y ganarás mucho dinero.
Guariguari del susto que tenía no dijo, ni esta
boca es mía. Después de un rato, cogió la caja y se la entregó a su amiga la
turca Aurora, y balbuceando susurró –Guárdamela ahí… después vengo a buscarla…
tengo otro negocio…
Si mijo… anda… busca tu tesoro… levanta esa
lápida… no tengas miedo.
El señor Bouchester, que así se llamaba el
hombre de la culebra, le dio a Guariguari una bolsa que llevaba, por cierto,
bastante grande y pesada…
Anda niño sígueme…lleva esa bolsa con mucho
cuidado…
Guariguari se echó la bolsa al hombre y lo
siguió.
El señor Bouchester, al que desde ese momento
lo llamarían en Cumaná “La
Culebra ”, caminó hasta el hermoso árbol de cotoperí que
siempre ha estado frente al restaurante “Polo Norte”, en la Plaza Miranda ; y era
el sitio de mayor movimiento humano en la Cumaná de entonces. Sacó de la bolsa una cajita, la mostró a la
gente y a voz en cuello, comenzó a vocear mostrando la cajita: ¡Esta pomada
contiene aceite de culebra y otras sustancias curativas…! quita todos los
dolores… cura el reumatismo y la artritis…
La gente se arremolinaba frente a él. Algunos
curiosos y otros con intención de adquirirla, como en efecto la compraban. El
seguía gritando ¡Esta pomada es una fórmula secreta del gran Hipócrates, padre
de la medicina!; fue refinada por el misterioso Balmes… Los egipcios tenían
criaderos de culebras venenosas… la pomada era de uso común en el imperio
egipcio… Tambien la usó Paracelso y todos los alquimistas de la edad media…
Aun me parece oír su voz cuando decía: “Esta
pomada contiene… “, mencionaba nombres en latín o en otro idioma misterioso.
Bouchester estuvo muchos meses vendiendo su célebre pomada en la plaza Miranda;
y Guariguari se ganaba un fuerte todos los días como su ayudante.
Cuando Bouchester vendió toda su mercancía, le
dijo a Guariguari
Bueno hijo mío, me gustaría que te quedaras
conmigo trabajando, voy a alquilar un local aquí mismo para montar una
heladería, la mejor de Cumaná. Yo hago el mejor helado del mundo, nos haremos
ricos… ¿Qué me dices?
Guariguari se lo quedó mirando, buscando con
sus ojitos extraviaos, los ojos del hombre, pero como no pudo vérselos le
respondió- Lo pensaré… Cuando usted tenga su heladería volveré, ya veremos.
Guariguari se alejó muy contento sonando sus bolívares en el bolsillo. Llegó a
la tahúra de la turca Aurora.
¡Señora Aurora…! Vengo a buscar la cajita de
limpiar zapatos, ya terminé mi negocio con el señor de la culebra… Miré cuantos
bolívares me gané… Dígame cuanto le debo…
Que vas a deberme nada muchacho… Ven cuando
quieras con centavo o sin centavo, para eso somos amigos. El se acercaba a la
señora Aurora y ella le pasaba la mano por la cabeza.
Pórtate siempre bien y lo tendrás todo
Guariguari. Al hombre honrado nunca le falta nada. Dios lo protege de todo mal
y peligro. Todas las puertas se abrirán a tu paso. A lo mejor no tendrás
dinero, pero serás muy feliz. El hombre honrado con o sin dinero lo tiene todo,
pero no se puede negar que el dinero ayuda ¿No es verdad Guariguari?
Sí señora Aurora, a veces hace mucha falta.
PAPÁ Y GUARIGUARI.
Una de las costumbres más simpáticas de Cumaná
y de muchos otros pueblos provincianos de Venezuela, que aún pervive en sus
barrios es la tertulia familiar de la tarde en las puertas de las casas hacia
la calle. En nuestra casona de San Francisco, Papá, el Dr. Minguet, el Br.
Sanabria y su primo Don Alberto Sanabria, Laureano Frontado, Don Francisco De La Rosa , Don Andrés Bruzual, Don
Arturo Torres, Don Ramón Madriz, Manuel Isidro Badaracco, el Br. Guerra
Olivieri, y otros, se reunían todas las tardes en animada tertulia. Los
muchachos nos sentábamos en la acera y ellos en cómodas mecedoras, en plena
calle frente a la plaza. Esas
tertulias fueron en gran parte una escuela para nosotros; allí escuchábamos las
historias y anécdotas de ellos y de nuestros antepasados, sobre todo de las
revueltas en las que ellos participaron; por supuesto que Guariguari no se
perdía detalle, y luego emocionado repetía de la “a” hasta la “z” todas las
historias tal cual las oía. No se pelaba ni en las fechas.
Aquella noche, después que los contertulios se
habían retirado a sus casas, Guariguari interpeló a papá.
Señor Marco -que así le decían todos- puedo hacerle una pregunta.
Claro Guariguari, puedes hacerme una o las que
tú quieras.
Guariguari le contó todo lo que le había
ocurrido con el señor Bouchester, y la proposición que le había hecho. Papá se
lo quedó mirando, se rascó la cabeza y luego de medir sus palabras le respondió
–Ese señor Bouchester, al parecer es un hombre sabio, y también te tomó cariño…
Bueno… si monta la heladería y te paga tu salario semanalmente, como lo ha
hecho hasta ahora, no me parece un mal negocio para ti, sobre todo porque vas a
aprender un oficio, que es lo que más vale en esta vida. Toda persona debe
aprender un oficio, y por humilde que sea le servirá para vivir por el resto de
la vida. Tú estas en la edad de aprender. Un hombre debe aprender, aunque sea a
pegar tachuelas, y con eso puede vivir.
Mira… ahí va Morocho Cambao, sabe más historia que yo, de tanto oírlas,
pero su oficio es llevar ese carrito de mano y hacer mandados, todo mundo lo
busca, él está conforme y es, en cierta forma, muy feliz. Aprende algo, te
paras en una esquina y te ofreces, ya llegará alguien que te necesite y te
pague bien… Lamentablemente, te será muy difícil aprender a leer y escribir,
sin embargo, no dejes de intentarlo.
Señor Marcos, muchas gracias, pero yo creo que
no sirvo para eso de los helados.
Bueno Guariguari, espera a ver que pasa, si ese
señor monta su heladería, y te enseña, tal vez necesita solamente una persona
honrada a su lado. El habrá visto cualidades en ti que a lo mejor otras
personas no ven, ni tu mismo. Date un tiempo, pero no eches la oferta en la
basura, anda por su casa y ayúdalo, acércate a ese hombre que es un hombre de
empresa, tiene ideas, tiene esa magia de la cual la mayor parte de las personas
carece.
¿Cuál magia señor Marcos?
¡Mijito…! la de hacer dinero. Esa es magia,
sobre todo en este pueblo donde no hay muchas cosas que hacer.
Caramba, señor Marcos, yo conozco mucha gente
rica aquí.
Que tú crees que son ricos. Aquí no hay ricos,
todos somos unos limpios. Apenas hay un hombre que cantó millón.
Sí… ese fue el señor Luis Núñez, dicen que
cantó millón por el negocio de la gasolina.
Así es… ha trabajado muy bien y honradamente.
Eso tiene gran mérito.
Yo creí que ese hombre era solo jugador de
pelotas.
No repitas eso… Eso para él es una diversión… Pero
lo ha hecho más famoso que la plata que tiene…
Bueno Guariguari, espera que te llegue el
momento y entonces verás que partido escogerás. No te apresures a decir que no,
para eso tienes todo el tiempo del mundo.
Pasó el tiempo, en realidad Bouchester montó su
negocio y ganó mucho dinero. Pero Guariguari perdió interés en el trabajo que
le ofrecía y no fue a buscarlo. A él le gustaba la calle, el río, sentirse
libre como los muchachos de la placita Ribero. Brizna de paja en el viento,
golondrina…
GUARIGUIARI LA LUNA Y
EL PERRO-
Pasó el tiempo, vinieron días malos, Guariguari
estaba muy enfermo, el creía que la luna era su mamá, una señora muy bella que
se tapaba la cara con sus cabellos para que el no la viera llorar, y que se
había ido para el cielo y de noche lo iluminaba. Aquel día malo habló
dolorosamente con ella que esplendía en el cielo.
Mamita linda estoy muy triste, muy solo, solito
mamita... Yo quisiera que bajaras y me hablaras, me enseñaras. No sé hacer
nada, no sé escribir, no puedo leer… además estoy muy débil… Cómo crees que
puedo ir mañana a trabajar, si no he comido nada… he debido ir al río… pero no
sé porque no fui… hubiese pescado un róbalo y no tendría este dolor en la
barriga…Ay mamita, esta mañana cuando baje del castillo, le pedí una empanada a
la señora Juana y me dijo con indiferencia: Vete a hacer algo… Como si yo no
fuera todos los días a trabajar… Qué culpa tengo yo que nadie se quiera limpiar
los zapatos… pero Juana no me quiere… aunque ella tiene tantos hijos, que tal vez
tenga razón en no darme a mí nada porque yo no soy nada de ella… pero me ha
podido preguntar si tenía hambre… eso lo hace todo mundo y yo soy un niño… no
es justo… también ha podido mandarme a que le hiciera un mandado y se lo
hubiese hecho y me hubiese pagado con una empanada. - ¡Caramba!... bueno mañana
será otro día.
Pero fue un invierno muy crudo. Llovía y llovía
a cántaros y Guariguari seguía enfermo… Sin embargo, ese día bajo a jugar con
nosotros en la placita y de pronto dijo:
Me
voy porque tengo catarro…
Se fue, y Bikini intuyendo el peligro, se fue
tras él. Subió por la calle Urica. Macheché lo llamó para un mandado y le dijo
que no, que estaba enfermo. El profesor Sanabria le puso la mano en el hombro y
le preguntó: ¿Qué te pasa Guariguari, que estás tan triste? El respondió Nada…
qué me va a pasar, tengo gripe. Subió por la calle Urica, cruzó por la Santa María,
luego siguió por la
Badaracco , y lo agarró el chaparrón subiendo el cerro del
Castillo, cuando llegó a su guarimba secreta, estaba empapado… tiritaba. Se
acurrucó sobre un colchón de hojas de cambur, abrazó a Bikini y se quedó
profundamente dormido. La fiebre les subió a 40 grados, y deliraba. Se le
apareció la luna, más bella que nunca antes, y lo acariciaba y lo mimaba, él le
decía. Por fin estás conmigo mamita linda, no me dejes más, quédate juntito a
mí. Y Guariguari vio que la luna tenía una lágrima escondida.
Entonces se despertó o creyó despertarse y se
encontró solo, muy solo. Era de día y seguía lloviendo, no había comido nada desde
el día anterior, no tenía fuerzas, y, pensó que lo mejor era bajar del cerro
porque se iba a morir de hambre y mejor era morirse con la barriguita llena.
Entonces le dijo a Bikini: Vamos Bikini a buscar algo de comer, ya me siento
mejor.
No era verdad, tosía y tosía, y estaba
asustado, se sentía como embriagado, mareado, con náuseas.
Guariguari bajando del Castillo se perdió, no
sabía dónde estaba. Pasó frente a la
Cárcel , se metió por Mundo Nuevo, todo le parecía extraño. No
reconocía esa parte de Cumaná, tal vez nunca había pasado por allí. Se preguntaba:
Dónde está la placita y los muchachos… Deambuló mucho tiempo, Bikini le ladraba
como para advertirle el peligro. Lo cogió la noche por una calle cercana al
Estadium, bajando por el Puipuí, caminó por otra que le pareció interminable, y
por allí se quedó dormido en el jardín de una casa grande. Cuando despertó era
de noche, tocó la puerta y salió un hombre malhumorado que lo contempló con
enojo, y rezongó:
Vete muchacho, no quiero verte más por mi casa…
Guariguari balbuceó, sin fuerzas, sin convicción: Señor estoy enfermo, tengo
hambre. El hombre estaba de mal humor, definitivamente. Salió y lo empujó hacia
la calle. Desde adentro de la casa alguien gritó. ¡Juan Antonio… ¡Quién es…!
¡No es nadie… ¡Un muchacho…! Respondió con aprensión.
Ya Guariguari no aguantaba más. Su cuerpecito
estaba aniquilado: el hambre, la sed, la fiebre. Cayó boca arriba con los
bracitos en cruz. De repente un rayo de luna lo iluminó. De su cuerpecito
desnudo brotaban dos rayos de luz. La luna se había abierto paso entre los
oscuros nubarrones. Allí estaba ella y Guariguari podía verla, era su mamita
que venía a socorrerlo. Trató de incorporarse. Levantó sus bracitos, pero cayó
exánime. Sin embargo, algo anormal pasaba. El hombre iba a cerrar la puerta,
pero, la extraña luz le llamó la atención, era algo sobrenatural. Sí, no podía entenderlo,
él no creía en apariciones, pero el niño sonreía, levantaba sus brazos y otros
brazos lo rodeaban y acariciaban. Una túnica blanca y luminosa y tibia,
cobijaba al niño, que balbuceaba algo inaudible. Hablaba con alguien que él no
podía ver claramente. Evidentemente el cuerpo exánime del niño estaba allí
tendido en el suelo, aparentemente sin vida; pero el otro cuerpo luminoso,
hermoso, sonriente se levantaba, se evadía del cuerpo del niño. El hombre no
salía de su asombro, no entendía nada, miraba el cuerpo en el piso húmedo y
luego, que se levantaba, y el perro tras el niño y ladraba y ladraba. Luego el
niño o su espíritu, se fueron caminando, iba muy contento tomado de la mano de
una bella mujer, ataviada de sedas luminosas color de cielo limpio. Iba camino
del cerro, hacia la guarimba que el mismo había construido con sus propias
manos, y tras él, Bikini que saltaba y ladraba.
Años más tarde Guariguari nos contaba. Que él
despertó en el Hospital. Tal vez el mismo hombre… Pero él recordaba a su mamá,
que lo llevaba de la mano.
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