domingo, 30 de octubre de 2016

DOS CUENTOS UN DISCURSO Y VARIOS POEMAS

RAMÓN BADARACCO











DOS CUENTOS
 UN DISCURSO
Y VARIOS POEMAS













CUMANA 2010









RECOPILADOR, Ramón Badaracco
AUTOR, MARCO TULIO BADARACCO BERMUDEZ,
LIBRO: DOS CUENTOS Y VARIOS POEMAS
Copyright Ramón Badaracco
Primera edición 2010
1500 ejemplares
Hecho el depósito de ley
Correo y cel.
Cronista40@hotmail .com
0416-8114374
Derechos reservados.
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná





















PALABRAS PREVIAS.

Marco Tulio fue un gran padre de familia de estilo clásico, hizo una pareja formidable con mi madre, María Providencia Rivero Morales, a la que amó intensamente,  como para sentirme orgulloso de ellos, al igual que todos mis hermanos; y llegaría a agregar, modelo nuestro y  para esta ciudad y especialmente para su pueblo, al que le dedicó su trabajo; también  fue un hombre de muy buena estatura  (m.1.77),   buen mozo,  fuerte, hermoso de cuerpo y alma, intelectual, pulcro, de extensa cultura, atildado, de amena conversación salpicada de anécdotas, cristiano practicante, fino poeta, buen orador,  cronista,  sencillo, amistoso, participativo, en su juventud fue parrandero, tocaba muy bien el cuatro, componía y cantaba, fue  alumno excelente  y amigo del maestro Silverio González Varela, a quien llamaba Silverito;   lector empedernido de todo cuanto caía en sus manos.

El sabio Dr. Antonio Minguet Letteron, su devoto amigo, lo visitaba todas las tardes, decía que él no necesitaba comprar libros, porque Marco Tulio los compraba todos y se los prestaba.  Recibía periódicos y revistas de muchas partes del mundo, compraba y coleccionaba cuanto papel caía en sus manos, copiaba y atesoraba los versos de los poetas cumaneses;   se los entregó al poeta Alfredo Armas Alfonso, este hizo una selección, me imagino que autorizada,  no solo como curador  sino que Papá lo aceptó, pero que en cierto sentido no le gustó, como me lo dijo a mí, porque desechó muchos poemas que si no eran de su agrado, o por ahorrar, o por la causa que fuera, le restaron sentido a su búsqueda y esos textos se perdieron; sin embargo si no hubiese sido por el poeta, nunca se hubiese publicado su obra.

En cuanto a periodismo y  poesía, él fue  mecenas de los poetas y escritores de la generación de oro de Cumaná; mantenía comunicación permanente con ellos, los animaba, y los obligaba a escribir; estuvo  siempre  bien informado de sus trabajos, puedo decir,  al día en todo lo relacionado con la vida y la obra de los escritores de su generación; mantuvo correspondencia con casi todos los periodistas y poetas hispanoamericanos de su tiempo y promovió muchas competencias florales;  envió textos a  Rubén Darío, y este los publicó en París, mantuvo correspondencia con  José Antonio Ramos Sucre, y con el ginebrino George Obraian Messerly, a quien  conoció aquí en Cumaná,  durante 50 años mantuvieron esa relación por correspondencia, y por fin un día decidió ir a Ginebra a saludarlo, y yo que viví el suceso sé cuanta amistad había entre aquellos dos caballeros de singular sabiduría.  Amigo entrañable de Ramón David León, Luis Teofilo Núñez, Marco Aurelio Rodríguez, Jesús Antonio (JA) Cova, Antonio Ramón Moreno Cova, Andrés Eloy Blanco, J. A. Ramos Sucre y compadre de su hermano Luis, José María Milá de La Roca Díaz, Salmerón Acosta, Moleiro, Paz Castillo, Gerbasi, etc.

Escribía versos con facilidad, dominaba la rima y la métrica; leía en ingles, francés e italiano. Fue maestro de inglés y escribió una gramática inglesa para enseñar a sus alumnos; se distraía traduciendo a los   poetas franceses e ingleses, en especial a Henry Wadsworth Longfellow.  En su juventud cantaba y tocaba el cuatro con bastante gracia. Disparaba muy bien el revolver, participó en varias escaramuzas con el grado de Coronel. Fue registrador subalterno por muchos años, y dejó escritos el “Manual del Registrador” y una copiosa jurisprudencia, que no publicó y que conservo originales.

Mi padre fue animador de la cultura en Cumaná durante toda su vida. Participó activamente en los eventos de la vida social y política de su tiempo en Cumaná, con absoluto despego y honestidad. Fue un hombre de palabra, un gran ciudadano de reconocida solvencia moral. Fue sin duda un gran hombre. Junto con su primo hermano el Dr. Domingo Badaracco Bermúdez, que en cierta forma fue su guía, ejerció en buena parte el rectorado de la generación de oro de Cumaná, desde el club “Surge et Ambula” y la revista “Broches de Flores”, trabajo que continuó después en sus periódicos “El Heraldo Oriental”, “El Disco” y “El Sucre”, desde los cuales convocó a los intelectuales cumaneses para la renovación cultural necesaria en época de crisis bajo la dictadura de Gómez.   Fue un verdadero héroe civil.

Pero mi padre fue un cruzado en el periodismo cumanés, fue periodista por sobre todas las demás cosas que hizo en su larga vida y utilizó su pluma como un arma en beneficio de la cultura y del progreso y de esa manera entregó su vida a su pueblo; para él cada necesidad de Cumaná era una batalla, a la cual se entregaba con pasión desbordante.
 
Se inició en 1898, a los 15 años, en el semanario de oposición “El Látigo”, de los estudiantes: Pedro Arcia, Fortunato Serra Rodríguez, Pedro Guerra, Pedro Golindano y Manuel de Jesús Álvarez. Este periódico se editaba en una imprenta que tenían oculta en la cisterna del castillo de San Antonio, que en aquella época estaba abandonado y en ruinas. En 1902 se une con el poeta Rafael Bautista Bruzual López, y editan “El Porvenir”; en 1903, como el mismo dice, fue fundador y redactor de “Broches de Flores” donde se dieron cita los intelectuales cumaneses para competir con “El Cojo Ilustrado”; en 1907, fundó la revista “Pléyades” con el poeta Juan Miguel Alarcón; en 1909, se une con Joaquín Silva Díaz y el poeta Andrés Eloy de la Rosa, y editan “La Voz de Sucre”, y “Triquitraque”;  en este mismo año edita “El Heraldo Oriental”; en 1911, con José Antonio Moreno Cova, edita la revista “Ritmo de Ideas”; en 1921, con José Vicente Rodríguez Valdivieso, edita “El Disco” (este es el principal periódico de Cumaná, que abre  sus páginas  a la publicidad comercial), y en 1924, con el mismo socio edita “El Sucre”, periódico moderno que produjo buenos dividendos y se mantuvo hasta después de 1937, y fue acogido con simpatía  en casi todo el oriente venezolano.

Como alumno del maestro Silverio González Várela, perteneció a la generación de oro de este pueblo; amigo y editor de  Juan Miguel Alarcón, Cruz María Salmerón Acosta, Humberto Guevara, Dionisio López Orihuela, Julio y Ramón Madriz, José María Milá de La Roca Díaz, Ramón David León, Mario Castro Díaz, Norberto Salaya, Ramón Suárez, Rafael Bruzual López, Miguel y Pedro Aristeguieta Sucre, Luis Álvarez Marcano, Rondón Sotillo, Alejandro Villanueva, Luis Beltrán Sanabria, los hermanos Arcia, Juan José Acuña, Luis Teofilo Núñez, Jesús Antonio Cova, Ramón Moreno Cova,  Salvador Córdova, Humberto Guevara, los hermanos Silva Díaz, los Damas Blanco, los Espín Rivero, Federico Madriz Otero, Santos Erminy Arismendi,  Luisa del Valle Silva, Tin Fernández, Julio Zerpa, Domingo Antón, Emilio, Mauricio, Francisco José,  Santos Emilio Berrizbeitia; Juan José Acuña, Laureano Frontado, Antonio Machado, Antonio Minguet Letteron, Luis Teofilo Núñez,  Dionisio López Orihuela,  Andrés Eloy Blanco, Luis y José Antonio Ramos Sucre, Pedro Elías y Francisco de Paula Aristeguieta,  Antonio Machado, y  tantos de su intimidad, que resulta prolijo enumerarlos.

Él se sembró para siempre en Cumaná, lo que se refleja en su poesía, sus campañas periodísticas y sus editoriales. Dejó para nuestra historia, como dice Alberto Sanabria, “Fuego de Blanca Luz”, antología de poetas cumaneses publicada por la UDO, bajo la curatoría del escritor Alfredo Armas Alfonso; también nos dejó un poemario inédito escrito a los 19 años; sus investigaciones sobre la Primogénita del Continente Americano, publicadas en 1924, que le valieron para ser nombrado individuo correspondiente a la Academia de la Historia. Sus editoriales, algunos discursos publicados por diversas instituciones,   poesía dispersa en nuestros periódicos y revistas, bajo  seudónimos: C. O. Quelin,  A. R. LEQUIN, Jim,  Otilio Murac, V. N. Zolano, MTB, y otros;  su critica literaria, sus opiniones sobre diversos temas, sus impecables discursos, sus campañas; y en fin, su sabiduría que se desborda en los periódicos que  publicó y conservo en  colecciones, sobre todo  El Heraldo Oriental”, “El Disco” y “El Sucre” que se editaban desde 1908 hasta más allá de 1935. Allí brilla y brillará por siempre su magisterio, su calidad humana y su formación humanística













Lo que dijeron sus amigos.



De don Ramón David León.

         Ese valor multisapiente de Cumaná, que fue Don Ramón David León, autor de la letra del himno de Estado Sucre, poeta, narratista, periodista de renombre, diplomático, hombre público, culto, sobresaliente, y sobre todo amigo de mi padre, “su alter ego”, como lo llamaba, hizo una sutil semblanza de papá, el 8 de mayo de 1970, con motivo del primer aniversario de su desaparición física, con la cual inicio este trabajo, dijo entre otras cosas, esa vez:
“Por una de esas amistades juveniles que al correr de los años se hacen tan fuertes como los lazos de la sangre, me unieron a Marco Tulio Badaracco estrechos vínculos espirituales, mutuas aficiones literarias y poéticas, noviciados periodísticos y un constante intercambio intelectual. En cuantos fueron esos temas coincidíamos o no en simpatías y repulsas, lo mismo que en asuntos políticos criollos y en apreciaciones de historia nacional. Podíamos discrepar de opinión para medirlos y pensarlos, pero siempre dentro de un ambiente efusivamente fraterno. Su conservatismo desprovisto de tendencias oligárquicas tenía básicos puntos de contacto con mi liberalismo desnudo de demagogia.
Tocante a cuestiones de la región oriental, a problemas cumaneses, abundábamos en conceptos para emitir juicios en los cuales ocurría a veces que estuviésemos en franco descuerdo.  Dan fe de todo ello ocasionales comentarios publicados en voceros que aquí fundé. Al aludir hoy a ese grato panorama evoco con honda melancolía venturosos tiempos idos, pero constantemente añorados. Marco Tulio sabía frenar apasionados ímpetus míos desviándolos hacia caminos de reflexión y ecuanimidad. Era un mentor sesudo y ponderado que compartía tan afectuoso cometido con Domingo Badaracco Bermúdez, el amable filósofo, generoso médico de todos los pobres de Cumaná cuya sapiencia iba a la par de su altruismo. Junto con ambos era espontáneos asesores cordiales en dicha misión Federico Madriz Otero, Antonio Rafael Machado, Emilio Berrizbeitia, Mario Castro Díaz, Antonio Minguet Letterón, y Norberto Salaya. Hoy, hermanados todavía más por la muerte yacen todos en este mismo camposanto.   Tan solo falto yo en la nómina…”
“Marco Tulio Badaracco hizo suya la sencilla e intencionada síntesis bolivariana de lo que constituye la verdadera gloria “ser bueno y ser útil”. De ahí que no hubiese problema colectivo, necesidad pública, desacuerdo local por cuya solución favorable no abogara. Personificó una avizora y tenaz solicitud amistosa en el ánimo de cuantos fueron gobernantes del Estado Sucre tanto en lejanas épocas como en las actuales. Vivió e continúa actitud alerta para abogar en pro de todo lo que contribuyera al adelanto material del medio nativo, en provecho de los moradores de la ciudad y en bien de las poblaciones del interior. Infortunadamente no le cupo en suerte gobernar la región: habría sido un magistrado cabal.” 
Marco Tulio Badaracco Bermúdez” …Desde muy joven figuró Marco Tulio Badaracco como escritor de fina y elegante prosa. En su juventud publicó hermosos versos y era cultivador de nuestra historia. Muchos discursos y conferencias fueron pronunciados en memorables días y ocasiones solemnes por este ilustre cumanés.
Desde nuestros años juveniles nos unió a Marco Tulio Badaracco una cordial y sincera amistad. No solo habíamos visto la primera luz en la amada tierra cumanesa, sino que éramos ambos de la parroquia de Santa Inés, y particularmente del barrio de San Francisco, la parte más antigua de la ciudad primogénita.
Marco Tulio Badaracco tuvo como maestro de letras, a su primo hermano Domingo Badaracco Bermúdez, sabio humanista y filantrópico galeno. El Dr. Badaracco Bermúdez fue también nuestro maestro en disciplinas literarias, y ahora recordamos que desde los días del bachillerato nos hacía leer los clásicos españoles y también amados libros, especialmente “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, obra que había estudiado tanto el talentoso escritor y médico.
Bajo la sabia rectoría del inolvidable maestro Dr. José Silverio González Varela, en el histórico Colegio Nacional de Cumaná, alcanzó Marco Tulio Badaracco el título de bachiller en Filosofía.
Hace poco tiempo publicó Marco Tulio una obra de interés literario, intitulada “Antología de Poetas Cumaneses (Fuego de Blanca Luz)”, y entonces le dedicamos una crónica, comentando dicho libro, el cual fue editado por la Extensión Cultural de la Universidad de Oriente.
Era compañero nuestro en la Academia Nacional de la Historia, donde como individuos Correspondientes, representábamos a nuestro querido Estado Sucre.  Cuando el muy apreciado amigo Doctor Luis Teófilo Núñez, ocupó por breve tiempo la Presidencia del Estado Sucre, fue creado “El Centro Histórico Sucrense”, y tanto Marco Tulio como el que esta línea escribe, fuimos de sus miembros fundadores, y allí trabajamos con señalado interés por la historia de la ciudad mayor del Oriente Venezolano; desgraciadamente, con el cambio político de aquella época, tuvo corta vida este centro, que se inició bajo tan civilizadores auspicios.
Comenzó Marco Tulio Badaracco, siendo muy joven, con un periodiquito, que en unión del brillante escritor y jurista Doctor Rafael Bruzual, redactaron en la vieja tierra cumanesa; llevaba por título ese vocero, el poético nombre de “Alba”.  Al correr del tiempo fundó tan querido coterráneo varios periódicos y revistas, como “Sucre”, “El Radio” y otros más.  Compartió con el notable poeta cumanés Juan Miguel Alarcón, la dirección de la famosa revista “Pléyades”.
La revista “Broches de Flores”, órgano del club “Surge Et Ambula”, que en Cumaná formó una verdadera generación literaria, de la cual surgieron destacados valores en las ciencias, las letras y las artes, contó a Marco Tulio entre sus principales colaboradores.  No hace mucho tiempo, cuando comentábamos la dolorosa muerte del notable médico Doctor Salvador Córdova, decíamos que solo quedaban tres de los fundadores de la inolvidable revista mencionada: Don Marco Tulio Badaracco, el Dr. Luis Teófilo Núñez y Don Joaquín Silva Díaz. Ahora son dos los sobrevivientes de aquella brillante etapa cultural de nuestra tierra cumanesa.
Evocamos con nostalgia nuestras conversaciones con Domingo Badaracco Bermúdez, y con Marco Tulio, en aquella vieja casona de la plaza de San Francisco, cerca de la eterna poesía del Manzanares y frente a hermosos y corpulentos árboles, donde nació nuestro amor por las letras y por toda actividad cultural” (fin de la cita).

También publicó Alberto Sanabria un trabajo sobre la obra de mi padre, la antología de poetas cumaneses: “Fuego de Blanca Luz”, publicado en el Universal, Caracas.  Febrero de 1968.
“Con cariñosa dedicatoria nos ha enviado nuestro viejo y querido coterráneo Don Marco Tulio Badaracco, la Antología Poética de Cumaná, que, en fina edición, acaba de publicar la “Editorial Universitaria de Oriente”. Lleva dicha antología como verdadero título “Fuego de Blanca Luz”, tomado de hermoso poema de nuestro cordial paisano el profesor Dionisio López Orihuela.
Más de ciento cincuenta páginas contiene la interesante publicación, que mucho nos ha complacido y la cual comentamos con señalado placer. Ella recoge el nombre y la obra, aunque sea en breve muestra, de tantos poetas cumaneses, muchos desaparecidos y algunos vivos, que supieron arrancar a su lira dulces y evocadoras rimas.
Desde los días coloniales de Cumaná semillero fecundo de escritores, poetas y oradores. Después de la guerra de la independencia, en la cual tuvo señalada figuración la ciudad del “Manzanares”, dejando a la posteridad una brillante nómina de guerreros, con Sucre a la cabeza, dejó también una luminosa pléyade de civilizadores, que supieron honrar a la Patria, unos con sus impecables versos o sus sonoras prosas, y otros con su elocuente y tribunicio verbo; no faltaron artistas de renombre que hicieron de la música un verdadero culto.
Entre esa legión de poetas cumaneses tenemos que recordar a don Jacinto Gutiérrez Coll y al Dr. Miguel Sánchez Pesquera quienes fueron los que trajeron a Venezuela, la escuela parnasiana; y en tiempos modernos, al gran aeda, Andrés Eloy Blanco, y al doloroso bardo Cruz Salmerón Acosta, quienes con sus versos llenos de belleza y de armonía, ha cantado en delicadas estrofas los más hermosos motivos y los más hondos recuerdos.
La Antología Poética de Cumaná trae a manera de explicación, unas interesantes apuntaciones de nuestro muy apreciado amigo el doctor Alfredo Armas Alfonso, quien al frente de la Editorial de la Universidad de Oriente, ha realizado una labor digna del mayor aplauso.
Don Marco Tulio Badaracco, compilador de la Antología Poética Cumaná, desde los muy lejanos días de su juventud, ha sido incansable luchador por la cultura. Él fue de os fundadores del recordado “club Surge et Ambula”, que tuvo por órgano la magnífica revista “Broches de Flores” que constituyó en la capital del Estado Sucre una verdadera generación literaria.
En reciente página que dedicamos a nuestro inolvidable amigo el doctor Salvador Córdoba, con motivo de su dolorosa muerte, decíamos que él, junto con el Dr. Luis Teófilo Núñez, don Marco Tulio Badaracco y don Joaquín Silva Díaz, eran los únicos que quedaban de aquella brillante legión literaria cumanesa. Numerosas revistas y periódicos han contado unas veces con la dirección y otras con la continua colaboración de Marco Tulio Badaracco. Versos, prosa, crónicas periodísticas, discursos, en gran cantidad han salido de la pluma, siempre fresca de este brillante escritor cumanés quien todavía a los ochenta y cuatro años de edad, escribe como en los mejores tiempos de su vida intelectual.
La tarea realizada por Marco Tulio Badaracco ha sido ardua, pues en Cumaná debido en gran parte al terrible terremoto de 1929, se perdieron valiosos archivos y colecciones de revistas y periódicos. Comprendemos que faltan muchos hijos de la tierra cumanesa, que también escribieron versos, unos de larga obra y otros accidentalmente, pero, por las razones que apuntamos, no fue posible que figuraran en la citada Antología. Si lamentamos que no apareciera el nombre glorioso de Don José Silverio González, quien, a la vez de notable y sabio educador, entre sus actividades culturales tuvo la de cultivar la poesía, y son célebres sus Himnos y Canciones Patrióticas, como “Los Milicianos”, “El Barquero”, “A Cuba”, “En Honor de la Virgen del Carmen”, y tantos otros, que encontraron la magnífica música de don José María Gómez Cardiel y de otros artitas.   En conversaciones con nuestro inolvidable amigo don Salvador Llamosas, siempre el gran artista cumanés, recordaba los himnos de Don José Silverio González.
Más de setenta firmas poéticas adornan el bello trabajo antológico y por ser grande el número no puedo mencionarlos a todos, pero si los recordamos de la manera más cordial.
Para Marco Tulio Badaracco, a quien nos une una antigua y cordial amistad, tenemos hoy nuestra más sincera palabra de felicitación, junto con nuestros votos porque siga muchos años más cultivando las letras, para las cuales ha tenido siempre amor y devoción.” Fin de la cita.


Alberto Sanabria, Cronista Oficial de Cumaná. 





Prólogo del libro “Fuego de Blanca Luz”, del escritor y poeta Alfredo Armas Alfonso.


La antología poética de Cumaná de verdaderos y constantes hacedores líricos, que en esta ley nacieron, vivieron y murieron, como los inolvidables Blanco Meaño y Salmerón  Acosta,   y  los   que   casualmente incursionaron en este quehacer, para can­tar a la ciudad de sus amores o algún amor de mujer, a veces desciñendo la espada, como Valentín Valiente— fue, en sus orí­genes, en manos de su compilador Marco-Tulio Badaracco, un proyecto discreto y casi tímido, una colección de textos hacia cuyo conjunto el periodista ya de tantos años dirigía la intención de comprobar que si la ciudad de más de cuatro siglos con­tenía un suelo feraz para la dulce cosecha frutal de traspatios y charas, asimismo resultaba opima en inteligencias o dones ins­pirados tradicionalmente reservados o cul­tivados por esa casi excepcional y vocacional naturaleza del lírica; ese el princi­pio del modesto esfuerzo de Marco-Tulio Badaracco, no por ello digno de los mejo­res encomios, pues a su paciencia y a su tenacidad se debían que versos dispersos y perdidos en la tradición oral no siempre absolutamente verídica o en papeles viejos e inencontrables —estas nuestras comuni­dades sin fuentes bibliográficas, sin archivos defendidos de terremotos, comejenes e indolencias, o bibliotecas sistematizadas, sin pasado documental propio y cierto— lograran salvarse y reunirse hasta alcanzar fisonomía editorial y gráfica. Al empeño de don Marco-Tulio se aliaba una como desesperanza de quien no habría de vivir para ver el libro de tantos afanes y bús­quedas, y la prisa hubo de detener o dejar a medias cualquier otra intención del editor, como fuera la del cotejo de los textos, la inclusión sin excepción de cuantos poetas de una hora o de todo el tiempo aquí jun­to a este río nacidos aquí tañeron su lira así la pidiesen prestada, esto dicho con palabras del uso todavía de ciertos cronistas; de "que no se omitiese fecha de nacimiento y muerte de todos, como un medio de va­lorizar con información de interés biográ­fico siquiera la compilación y, por último,  la noticia bibliográfica en los casos de obra publicada como existen. Digamos entonces, para completar la historia de Fuego de blanca luz, título tomado no al azar sino a través de un proceso de selección, y debido a  Dionisio López Orihuela, que lo trae en su  composición titulada El fiel color (página 115), que sí no están todos aquí convocados, responsabilidad no cabe ni al autor ni al editor, pues  de nuestra parte agotamos- cuanta posibilidad existía para evitar tal o cual ausencia; nos resultó imposible, por ejem­plo, obtener algún material de Claudio Bruzual Serra, José Antonio Pérez Coronado o Pedro Elías Marcano y se sabe, cuando menos del primero, de la existencia de una elegía escrita  con motivo  de la muerte del maestro José  Silverio González.    El rastro del acucioso Pedro Elías termina con; su huida frente al Orinoco; ¿qué de sus papeles y de sus apun­tes?   Nacimiento   y muerte, impenetrables   enigmas   sobre una mayoría, errores y falsas datas.    ¿Hasta noviembre del 66 no se tenía como el de 1897 el empiezo —como en Cumaná se dice— del ciclo vital de Andrés Eloy Blanco?   Así estaba grabado en la tarja sobre la fachada de su casa de la Calle Sucre 79 y así en el pedestal del busto de la antigua placita 19 de abril de la ciudad también de Sucre; y nos tocó a nosotros, con la colaboración de Milaña Arias restablecer, con partida de nacimiento y fe de bautismo, el verdadero de 1896, contra lo que asientan autores de enciclopedias, diccionarios y antologistas.   Ahora se sabe que Juan Miguel Alarcón  vivió entre  1887  y  1932;  Rosa Alarcón  Blanco, 1890-1967; Juan E. Arcia entre 1872 y 1931; otras fechas: Pedro Elías  Aristeguieta,   1885-1929;  Domingo  Badaracco, 1871-1935;   Don   Marco-Tulio,   1883;   Ramón   Badaracco, 1932; Félix A. Barbería,  1838-1891; Santos Barrios, 1928; el grande Andrés de Giraluna, ya se dio 1896 y ya se conoce su injusta muerte en Ciudad México, en  1955;  su padre, Luis Felipe Blanco, 1859-1927; Rafael Bruzual López, 1886-. 1932; Claudio Bruzual Serra, 1860-1903; Aquiles Certad, nació en 1914; Diego Córdoba, en 1892; Vicente Coronado, 1830-1896; Andrés Eloy de la Rosa, 1888-1947; José María Díaz, 1860-1903; Carlos M. Espín, moriría en 1957; José Agustín Fernández anda en pos de la sublimación poética, desde 1895 y que nos perdone si revelamos su secreto; Juan. N. Freytes,  1888-1949;  Humberto  Guevara,  1892-1954;  el general y guerrillero Valentín García, acabó en 1856; Mario G. Gómez, 1891-1933; Rafael José Gómez Rodríguez proviene del 1920; J. M. González Várela, 1846-1882; J. S. González Várela,   1859-1938; Jacinto  Gutiérrez Coll,  1835-1901; Inesita Guzmán Arias, nació en 1890; Ramón David León, en 1888; Dionisio López Orihuela, en 1893; Pedro Elías Marcano, 1855-1930; Trina Márquez Márquez, 1907-1950; Ramón B. Mayobre, 1877-1947; J. M. Milá de la Roca Díaz, 1885-/ 1911; José Fernando Núñez, 1849-1896; José Carmen Oliveira, nació en 1905; José Antonio Pérez Coronado, 1828-1867; Ignacio Rodríguez Mejía, 1889-1966. Acaso haya que rectifi­car más de un número. De más datos se carece; de una biblio­grafía, alguien que se proponga un siglo de búsquedas con suerte. Que Andrés Eloy Blanco y Salmerón Acosta estén re­presentados en más de una página, obvia resulta la excusa; la poesía fue agonía creadora en ellos como para considerarlos los de presencia más cercana, más vigente y nos compromete­mos en este juicio; uno le pertenece a América, el otro, tan adolorido, anda aún por su blanca costra de Araya solicitando el biógrafo y el compilador de una estancia humana subli­mada y de un torrente de versos que no dejan de recitar sus pescadores de Mérito y Manicuare y esa, su voz, no la reco­gió Raúl Carrasquel y Valverde, dicho sea de paso. Que Luis Teófilo Núñez e Inés Guzmán Arias nacieron en Cu­manacoa, su condición cumanesa, por derecho propio, nadie la discuta, porque a Cumaná la tienen como suya y porque Cumanacoa no es sino una prolongación de la misma tierra y el mismo idéntico rió y el mismo invariable cielo y la misma alma de la capital marinera y siempre iluminada. Para la Dirección de Extensión Cultural de la Universidad de Oriente y para la Casa Superior de Estudios de esta nues­tra tierra litoral, grato deber y compromiso la de entregar Fuego de blanca luz, bajo el nombre de Marco-Tulio Badaracco, por diversos títulos persona de merecimientos, tantos de esos por su lealtad a la cultura de una porción nacional que reclama y pide comprensión y lealtad y devoción sumas.













DOS CUENTOS


Cuento publicado en el “Cojo Ilustrado”.

 MARIPOSA


Temprano, cuando la luz difusa del amanecer apenas clareaba el cielo hacia oriente, allá contra el horizonte lejano, al confín de la pampa anochecida, y Venus, el lucero rey, como un pastor de fábula, alcanzaba el meridiano subiendo por el filo incendiado de las nubes apiñadas en montañas, saltó Juan del lecho al grito del mayordomo ya alerta y siempre enfurruñado.
Tomó sus trebejos de ordeño y se fue al corral situado en frente de la casa de vivienda en la otra margen del camino que corta la llanura. Detúvose en el portal para desperezar el cuerpo aún tomado del sueño y dar tiempo a que llegara Julia, quien siempre lo ayudaba en ese oficio de la madrugada. Rompían la oscuridad desde el Norte, con intermitencia matemática, violentos relámpagos que corrían palpitantes por el fosco espacio y luminaban la soledad casi pasmada de la sabana. Llenaba la inmensidad, como imbuido en todas las cosas, el augusto y grandioso silencio de la Naturaleza en descanso y por sobre este enorme silencio flotaba en ondas el hálito lujurioso, robusto, fecundo de la tierra florecida.
Aspiró Juan con fuerza aquel soplo viril, se llenó el amplio tórax del bálsamo vivificador ambiente, y comenzó a entonar las viejas coplas que, tanto como él, se sabían de corazón todos los hijos de la comarca:
Es más torcido que un cacho
El amor de la mujer;
Y está lleno de traiciones
Como el llano al anochecer…
Su voz en ritmo fue un escándalo en la hora desprevenida, como una bandada de pájaros salvajes invadió la noche, subió en escalas por el éter adormecido vibrando en melodías imprevistas; se dispersó hacia los cuatro extremos del horizonte en vuelo acompasado, como ascensión ritual de mariposas musicales, tal vez azules,  por entre florestas  sensibles de montañas cromáticas, y la pampa extensa exhaló una queja inenarrable, cual si la voz al pasar sobre cada espiga produjera un desgarramiento doloroso; y las columnas de silencio que sostuvieran  la expectación de la noche, resonando, transformáronse de pronto en el cordaje  lírico del arpa pánida por entre cuyo hilos  corriera el eco clamoroso y soberbio.
Juan, alarmado, cortó brusco el canto y quedose atónito ante el solemne concierto del cual parecía ser el centro; y al rápido mutismo suyo percibió como se alejaba, perdiéndose en el círculo de lontananza, la armonía recóndita, conservando pura, aunque engrandecida y transportada, la última tonación de su voz; mas pareciole imposible que él produjera aquel divino fenómeno, y se le antojó que, desde el Norte, en cada relámpago, el verbo de Dios airado clamaba hacia la tierra…
Al apagarse la última vibración, cuando se sentía caer de nuevo como un manto, en pliegues densos el silencio lapidario. Juan entusiasmado llenose los pulmones de aire y produjo un grito largo, profundo, recio, que pareció herir al cielo como un rayo, cortar rápido el espacio y desgranarse en lluvia de notas sobre la pampa, o propagándose por los contornos cual si hubiera mil bocas prestas a repetirlo hasta lo infinito.
¡Que cosa mas rara! Exclamó, y riose con reír sonoro estrepitoso a francas carcajadas, y las impulsiones de su risa golpeaban el aire acústico con poder maravilloso, haciéndole reproducir, en forma gigantesca, multiplicados hasta lo incontable, los hiatos convulsivos; y cuando el joven pudo tener su júbilo extravagante y sincero, digiérase que el universo loco había roto en risas ante la pequeñez del hombre.
¡Eh! Vagabundo: ¿a que ríes ahí a estas horas? ¿No ves que amanece, canalla?
Precisamente, lo que más enrabiaba a Juan era esa manera torpe de tratarlo que tenían todos en la casa, desde el bruto del mayordomo hasta Julia, quien decía quererlo, demostraba el mismo desdén deprimente que lo sublevaba.
Había crecido entre ellos, por igual compartían los trabajos y como un pariente se le hacía partícipe de las intimidades de la familia y de las intrigas con el propietario; pero, mismo así, en tal comunidad de hacienda, en conciencia se quería levantar una cerca que los dividiera, uno como profundo foso que ni al brinco pudiera salvarse.  Y no se perdía ocasión para, a pleno grito, ponerlo al corriente de esa segunda intención… ¡Carrizo, sin vergüenza animal!  Por cualquiera de estas voces hirientes se le llamaba, jamás por su nombre fácil y triste.  Y la otra también como que gozara en maltratarlo, cual, si lo quisiera con rabia, y tras del amor ardiera el deseo de oscurecerlo, de negarlo, de cortarle el paso hacia su destino.
Le habían cambiado el carácter y de aquel Juan manso, alegre, hablador, que una tarde pidió hospitalidad entre aquella gente, solo quedaba una vaga sombra en su recuerdo… Ahora era un hombre fuerte, ágil, parco hasta en el hablar, y odiaba. Día tras día fuéronle llenando el corazón de rencor y sentía necesidad de golpear, de herir, de maltratar… Por un simple epíteto, por la ofensa más leve, la rabia lo cegaba y los puños se le apretaban amenazantes, lo mejor era irse… Y lleno de cavilaciones, haciendo ademanes terribles, se encaminó al ganado.
Tiró con furia de la tranquera, haciendo correr rápidas las varas por las pasaderas y con gesto duro y la voz agria, entre injurias y maldiciones, comenzó a llamar a las vacas por sus nombres sonoros:
¡Mariposa, tintero, Flordemayo!  
Aproxímase la primera: una bestia robusta, alta, fina, con grandes manchas castañas sobre el fondo blanco del cuerpo; y en la frente, bajando de la raíz de los cuernos, en dos alas, hasta cubrirle los ojos, una espesa sombra negra en forma de mariposa. Era siempre la primera en ordeñarse, porque Juan la prefería entre todas y muchas veces se la encontraba en la puerta aguardándolo, erguida y nerviosa con sus ojos relampagueantes en la tiniebla como dos lámparas. Esta vez llegó arisca, desconociendo el acento alterado del joven, más al hallarse cerca detúvose dócil y comenzó a mugir.
Juan le dio tres palmadas en las ancas, pasándole cariciosa la mano por el lomo, agachose junto a la ubre por el lado derecho y ordeñó: ¡Ponte, ponte Mariposa!  La vaca adelantó un paso la pata izquierda y ofreció así fáciles, asibles, los pezones erectos, repletos como panales de vida
Pero, esta noche, todo deprecia. ¿La maldita risa me habrá enmabitado? ¡Ahorita llega otra vez a regañar el burro del mayordomo! ¡Y la bicha de Julia que no llega! ¡De seguro que todavía estará durmiendo! ¡Maldita sea el demonio, caray!
¿Qué tienes Juan? Inquirió, dulce, la muchacha a su espalda.
¡Gua!  ¿Ya viniste?  Acaba de abrirle el coral a los becerros esos.
Ida ella, entonces con voz avinagrada que trataba de hacerla melodiosa, empezó él en tono rimado, a gritar: Mariposa, Mariposa, Mariposa… Una sinfonía invariable elevada del bronco al agudo en tres tiempos y viceversa. Y de entre la manada que encerraba el chiquero salió gozoso, triscando, precisamente el hijo de la vaca que ordeñaba. 
Al regresar la muchacha, cuando estaba amantando el becerro y atado a una de las manos del animal, tomó ella el cántaro y arrodillose   blanda y amorosa pegada al ordeñador y enmudecidos, acaso llenos de anhelos, comenzaron la faena… Los dos chorros simultáneos de leche produjeron al principio un tintineo jocundo mas, luego colmado el envase, enmudeció igualmente…
Y saltó él de repente:
Me voy mañana, ¿Sabes?
¡Qué iba a saber! Del susto soltó Julia el cántaro de leche; fue como si la hubiesen empujado contra la vaca montones de manos invisibles, crueles, encendidas y por dentro le hubiesen sujetado el corazón, deteniéndolo y las carnes temblonas y frías quisieran caérsele de miedo.
-No, no puedes irte… -insinuó tímida, resuelta, fiera, toda angustiada.
¡¿Como que no pudo irme?! ¿Acaso estoy yo comprado aquí? ¿Te piensas tú que soy yo un esclavo? ¿Estarse uno doce años aguantando insultos, por una mujer, no es bastante? ¿Qué no puedo irme? ¡Ah! ¡ya veremos!
-No es eso, es que no piensas en mi, que voy a desesperar sola, es que no me quieres…
Disputaron: Ella dolida, sumisa, con voz untada de llanto. El, iracundo, tosco, con palabras hirientes como puñetazos.
En la seminoche parecían desconocerse, el idilio bárbaro se desgarraba, se rompía en jirones, albo y cálido, como la niebla que de la pampa subía en ondulaciones diáfanas cual velos nupciales… Así, en actitud hostil los sorprendió el día, y al mirarse ceñudos, los rostros convulsionados de pena, la misma emoción intensa los estrechó en un beso puro, largo como una quimera. Desde la línea del horizonte, el medio sol naciente los acechaba y su luz tibia los abrazó en una sola margen de oro y por la llanura cuajada de irisado rocío, riente y vivaz pareció difundirse un sueño.

EPISODIOS RESTROSPECTIVOS.


En una de esas puntas de ganado que, hasta principios del presente siglo, con destino al beneficio cotidiano, se introducían tan frecuentemente a los pueblos con alarma del vecindario y alharaca de la chiquillería, llegaba una vez una becerrita despeada, desfalleciente, casi próxima a morir y el peón conductor, hombre rudo, incompasivo, la hostigaba para que el animalito fuese siempre pegado a la madre. La recién nacida caía, él la levantaba, trotaba un trecho, volvía a caer y el castigo y los ternos del guía en nada prestaban ayuda a la que no soportaba más el agotamiento y cansancio. Estábamos nosotros a la puerta de casa, curiosos también, viendo la entrada del ganado y mi papá intervino, comprado la becerrita por cinco bolívares, diez que para aprovechar el cuero...
Pero mamá se la llevó al patio de la casa, le proporcionó descanso, apiadándose del animalito  y le puso una camaza de leche, en tanto que nosotros  la examinábamos de todos lados: que si tenía una estrella blanca en  la frente; que si la mancha roja le cubría el pecho como dos alas; que si parecía de buena raza por lo fino de las patas y la cabeza bonita; que si debíamos llamarla mariposa, pintada, zángana, todo un aspaviento para que no la mataran, hasta que papá anuncio: Se llamará Barata y quedó así bautizada, salvándose. 
Teníamos una hermana enferma, muy delicada de salud, con desganos irremediables, desesperantes para nuestra madre. Nada para esa hermana era sabroso, nada le agradaba.  Las comidas por mejor preparadas, de verlas le producían nauseas, resultando un problema doloroso esa hija que se extinguía de inanición, de inapetencia; y ella también se acercó a Barata y sonrió manifestando complacencia por los cuidados a ese ser escuálido, tembloroso, inofensivo y tan débil como ella que le arrancó sonrisas y lágrimas. Nuestra hermana se llamaba Piedad...
Barata permaneció en casa de la familia señoreada del patio y hasta de la galería, malcriada por todos, reponiéndose rápidamente  con los mimos y el  alimento abundante y sano, hasta que se hizo ya imposible  retenerla en el hogar por lo crecida y traviesa y se la mandó al campo, con mil recomendaciones al mayordomo que era un margariteño  de nombre Santiago, hombre cabal, con años de servicio entre nosotros, gozando de una reputación de honestidad intachable, a más del general cariño  que le teníamos. Él tomó a pecho levantar a Barata, como expresaba, para hacer de ella un modelo envidiable. Le fabricó un corral junto a la casa de vivienda de la finca, para tenerla bajo su constante vigilancia y ordenó a la peonada traerle siempre de los mejores pastos. Al año, Barata se había transformado en una hermosa novilla esbelta, robusta, vivísima y Cachazudo el toro padrote, la contemplaba rezongando, mugiente, en un largo requerimiento amoroso, con ímpetus de brincar el corral, para disgusto de Santiago que celaba a la novilla como a una niña. Pero en la noche de Navidad salieron todos de farra, ávidos de fiesta, sin pensar en Barata, por lo que Cachazudo aprovechó la ocasión y en la mañana al regresar, medio achispados, los trasnochadores, los encontraron embelesados lamiéndose mutuamente, consagrada la unión que dejó a Barata en cinta...
La becerrita escuálida, hermoseándose con el embarazo, se convirtió luego en una vaca lechera de superior calidad y mi padre, mamá y nosotros, igual que la gente del campo, no nos cansábamos de alabarla haciendo lenguas de sus bondades; porque Barata fue, además, por años, la salvación de Piedad, que encariñada con ella iba al patio, adonde la traían cada tarde del campo para el ordeño matinal, y allí al pie de la vaca, se tomaba uno o dos vasos de leche fresca tibia y espumosa... Pero llegó la guerra civil, la revolución, como se dice en Venezuela, ese gran azote de la Patria, de divisas blancas y amarillas, uno, dos, tres años sometido el país a una depredación impresionante, inatajable. Campos desolados, pueblos saqueados, cadáveres insepultos, haciendas incendiadas, hatos liquidados hasta la última res, cruces y más cruces a la vera de los caminos, la soldadesca en fila india de hombres harapientos, casi desnudos, en marchas y contramarchas en persecución, bajo el sol y la lluvia, noche y día de un enemigo, su hermano, todavía en perores condiciones ... Los encuentros eran sangrientos, se combatía con saña, hasta la muerte, como gladiadores en el circo, con un odio inventado. La derrota correspondía al primero que agotara el parque y la persecución de hombres cansados, palúdicos, hambreados, se volvía una encarnizada matanza, reveladora de un odio furente, apagable en sangre... ¿Hermanos? ¿Compatriotas? ¿Supieron ellos nunca el ideal por el que luchaban con esa saña letal?  ¿Tuvieron alguna vez algo propio que defender en esas revueltas políticas, tramas de Camarillas Capitalinas, abortos en ambición de Poder de riquezas de creciente avaricia?
A las ciudades entraban las tropas como hordas de pretéritas épocas cuando el azote de Dios, en una avalancha humana cayó sobre la capital del mundo antiguo, destruyendo cuanto quiso oponérsele, hasta los símbolos sagrados, en un irrespeto inconsciente, entre hipos de embriaguez y carcajadas injuriantes... Y llegó el bloqueo extranjero con su cauda de penalidades. Los ahítos de todo, los explotadores y expoliadores de pueblos incipientes y débiles, confabuláronse para asaltar a mano armada al deudor empobrecido, insolvente, casi arruinado por cien guerras fratricidas que alzaban una bandera de regeneración, de restauración, de federación, toda mentira, ansiedad de mando, espurias ambiciones disfrazadas en promesas demagógicas.
Los navíos de guerra, rápidos, soberbios, enseñan sus cañones desafiantes a las playas desoladas que nos muestran su blanca dentadura de espumas en una risa sarcástica de desprecio y surcan nuestros mares con absoluto predominio, porque el gesto heroico del militar pundonoroso que no pudo soportar impasible, no la valentía épica, sino la cobardía cínica del marino rubio que quiso abordar el castillo, de nada le valió para detener la agresión.  El pueblo inerme ante el atentado en gavilla, sufre en silencio rencoroso la ofensa y cuantas iniquidades cometía ese gansterismo internacional.
El guaiquerí impotente vio atar su esquife pesquero en una cadena de eslabones de ese pobre implemento de su trabajo, para trasladarlos a un anclaje desconocido, quedando él y su pueblo ribereño sin medios para proporcionarse el diario sustento que le daba la pesca mañanera, porque, además, la guerra civil azotaba a su vez el campo y el labriego era el soldado... Se acentuó así el hambre, la queja de la madre, el llanto del niño, el rencor impotente del padre nada remediaban, y se impuso la requisa oficial de los alimentos, tocando a Barata ser de las primeras víctimas para raciones de la tropa. La soldadesca derribó la puerta del patio de nuestra casa, fusil en balance penetraron y se la llevaron, junto con Nevada la hija, la hija, blanca como una azucena.
Fue entonces cuando resonó el paso firme del intrépido Cazador del Norte y la voz poderosa del Dragón del Sur que alertaron la conciencia universal, para señalar nuevas vías legales y humanas a la sin razón de los Grandes de la tierra para saciar su sed de oro, que no de justicia. Rostros llenos de estupor y de lágrimas y Piedad desvanecida en brazos de mi madre, apagándose el soplo leve de su existencia en un rictus de profunda piedad, es el cuadro que llevo gravado en mis recuerdos de ese episodio retrospectivo de un tiempo bárbaro de nuestra vida nacional.
    
 Octubre de 1959.




Discurso leído en la sede del Rotary Club de Cumaná, el 6 de agosto de 1958.


Señores:

En la noche del 3 de junio próximo pasado de este año de 1958, presenté yo en este club Rotario por atenta invitación que se me hizo para asistir a aquella tenida, luego que El Doctor Arquímedes Fuentes pronunció su bella oración en merecida loa del extinto poeta Juan Ramón Jiménez, el Dr. J. M. Gómez, Presidente del Centro,  me insinuó su deseo de que diera yo una charla, o tal como define el diccionario la palabra “Charla”: “platicara por mero pasatiempo” ante ustedes sobre alguno de los tópicos gratos a esta honorable agrupación. Le prometí hacerlo y vengo a cumplir mi promesa.
Como un homenaje más a los tantos y tan notables que se le están dedicando en esos momentos al ilustre cumanés Andrés Eloy Blanco, elegí por tema: LA POESIA Y LOS POETAS, de propósito, además, para no desviarme de la línea trazada por el ilustrado amigo Dr. Fuetes a quien se le tributaron bien ganados   aplausos en aquella oportunidad.
A la sola mención de Poesía y Poetas parece evocarse un mundo aparte, un estado de ánimo singular, como envuelto en ilusiones de la fantasía y nos figuramos al portalira esclavo de sus sueños de belleza, de juventud, de amor, enamorado de la luz, de los colores, de las canciones, de cuanto es delicado, impresiona sus sentidos y excita en él la voluntad de crear que constituye su alegría de vivir. Y feliz fuera yo, si con el poder taumaturgo de aquellos magos de que nos da fe Serenada la ingeniosa protagonista de las MIL Y UNA NOCHES, pudiera trasportar a ustedes, por este instante, a ese país de encanto donde moran los poetas.
Del fondo de los siglos comparecen a esta cita las eminencias de la poesía; cumbres aisladas, rutilantes e el tiempo, como soles inapagables: Homero, el padre, el solitario, forjador de un mundo ético poblado de Héroes y Semidioses, en lucha de titanes por el rapto de una bella mujer.  Esquilo, el trágico, que supo encadenar a Prometeo; Hesíodo, el  deísta de los divinos ensueños; Píndaro, el metafórico, abundoso de atrevidas imágenes; Virgilio el latino, cantor de la naturaleza en sus famosas églogas; Lucrecia el materialista; Dante Alighieri forjador del Infierno, con todo el horror de sus castigos y así mismo del Paraíso donde Beatriz en su personalidad astral lo guía; Milton el visionario imponderable del Paraíso Perdido; Fray Luis de León, el inefable, el de la callada senda; Camoens, el descriptivo, el historiador de las Luisiadas; Lope de Vega, el monstruo, el fénix de los poetas, y miles que cansaría enumerar.
En poesía la voz humana alcanza su más armoniosa resonancia, y es el verso su expresión más acabada. David, Rey de Israel, el gran lírico del libro sagrado, se dirige en salmos a su Dios y Señor y dice: “El espíritu de Jehová habla por mi y su palabra estuvo en mi lengua”. El Corán de Mahoma, base de la religión del islam, e su original fue escrito en versos, y el Profeta imitando a David decía: “Yo no soy poeta, el Corán no es obra mía, son palabras de Alá que resuenan por mi boca”; el Rey Salomón, hijo de David, también se creyó inspirado por Dios y su Cantar de Cantares, patético idilio, es uno de los poemas más vivaces de más inefable fragancia que haya producido el ingenio humano. Podríamos, pues, pensar que la poesía es el lenguaje de los dioses. Ningún metal es tan indestructible como la poesía para resistir el embate de los siglos, ninguna piedra tan dura para soportar el corroer de los milenios. La esfinge de los faraones ese enigma de piedra al lento transcurrir de las edades ha desfigurado su faz y por contraste, la Ilíada y la Odisea de Homero, insuperables poemas épicos, tal vez sus contemporáneos, son hoy tan admirables, tan hermosos, tan frescos y sugerentes como cuando el Ciego Inmortal los iba cantando por las siete ciudades de la Hélade, igual que Troya, también desaparecidas. El célebre Talleyrand decía que quien no vivió en Francia e el Siglo de Oro de Luis XV no podía tener una noción completa de la cultura social. En los salones de París se hablaba en verso. En ese mundo aristocrático que él frecuentó y describe con tanto colorido, el epigrama era el arma de la intriga, como agudo dardo volaba de un labio empurpurado a otro, hiriente siempre, aunque velado en argentina risa.
La voz humana es tan natural que ni cuenta nos damos de ser poseedores de ese fino y milagroso instrumento, y la palabra, propiedad exclusiva del hombre, que debió sufrir un proceso de evos para alcanzar la perfección que hoy tiene, la empleamos en sus múltiples giros para traducir nuestras ideas, sin medir, las más de las veces el efecto que pueda producir.  Hay muchas conocidas anécdotas de Quevedo o a él atribuidas, en las que se pone de resalto el equívoco de muchos vocablos.  Don Francisco de Quevedo y Villegas, renombrado satírico español, uno de los grandes clásicos de la lengua, poeta insigne, en su vasta obra literaria dio vigencia a infinidad de léxicos de los que duermen archivados en el diccionario. Se advierte al leerlo, no el rebuscamiento de la voz precisa, sino el angustioso deseo de poder encerrar su pensamiento en una sola dicción.  Uno de sus críticos admira esta originalidad característica de Quevedo y dice que da la impresión de ir creando el lenguaje a medida que escribe.
Podríamos presumir, pues, que el poeta es un ser de privilegio: soñar, verter en estrofas su pensamiento, en voces escogidas y con acento rítmico, es su eminente misión, que no es dable a todos los que hablamos, ni habilidad usual en cuantos vivimos y pensamos.     Darle sonoridad al idioma, cadencia y consonancia a las expresiones para hacerlas gratas al oído y que el tema irradie armonía y se fije mejor en la memoria, es obra de poetas. Como el diamante ellos llevan en sí sus propios kilates y la virtud de sus fulgores en sus cantos. Exaltan la tradición, iluminan la leyenda, difunden la historia, aureolan la geografía cuando la musa se inspira en el azul mentiroso de la montaña distante, en la blanca ola rumorosa sobre el añil del mar, en la onda peregrina del río, que se desliza musical y cansado en su inacabable viaje al océano. La naturaleza va pasando en esa forma idealizada por el crisol de su imaginación ardiente, incansable y así los sucesos, los hombres, los símbolos, los héroes…

“Cuando creyeron quizá,
que se cansaba su brazo
hizo en la América un trazo
y volando, casi loco,
con aguas del Orinoco
fue a regar el Chimborazo…”

Es el lenguaje emblemático del poeta, la cristalización de la imagen, y ¿Quién de nosotros no descubre a Bolívar en esa síntesis histórica de Potentini el que fue notable músico y poeta barcelonés? ¿Quién no se va con su imaginación tras ese meteoro genial que fue Bolívar y lo contempla a caballo, “volando casi loco” por las cumbres de América llevando en sus manos la enseña victoriosa de la libertad, el MANTO DE IRIS como el mismo nombró nuestra bandera?

El Mariscal subía la dorada escalera,
Radiante la mirada, seguro el caminar,
En su brazo una dama se engarzaba ligera
Sus cabellos el oro, sus pupilas el mar…

De súbito en un giro, la rubia cabellera
Rompió sus ligaduras con dulce resbalar
Y el oro de la trenza y el de la charretera
Juntaron sus fulgores en un fulgor solar.

Los bucles se agitaron con emoción extraña
Más dulce que la arenga febril de la campaña
Sintió toda la gloria la faz del Mariscal…
Ella insinuó un murmullo de tímidos asombros
Y el Héroe dijo raudo: Jamás sobre mis hombros
Cayó, Señora, el peso de un homenaje igual…

¿Habrá que nombrara a Sucre para conocer quien es el personaje retratado en ese poema? El héroe de Pichincha toda galantería para la mujer, caballero y galante siempre dentro de su atuendo militar, pese a su carácter férreo, capaz de los mayores heroísmos, de la más exaltada bravura y de tan hidalgas, generosa virtud jamás desmintió el temple y pureza de su alma. Así lo describe Andrés Eloy en ese clásico soneto, rutilante y perfecto como una diadema.
Andrés Eloy que fue un ameno charlista, orador elocuente, escritor de personal estilo, diarista destacado, en su extraordinaria obra de poeta probó todos los ritmos, los múltiples metros del verso; su inspiración desbordada, fluía ligera, fácil y hay momentos en que parece salirse de la métrica como si en el golpe de su imaginación creadora una rima se adelantara a otra, disonando:

Los cuatro que aquí estamos,
Nacimos en la pura tierra de Venezuela,
La del signo del éxodo, la madre de Bolívar
Y de Sucre, y de Bello y de Urdaneta
Y de Gual y de Vargas y de un millón de grandes
         Más poblada en la gloria que en la tierra,
         La que algo tiene y no se sabe donde,
         Si en la leche, en la sangre o la placenta,
         Que el hijo vil se le eterniza adentro
         Y el hijo grande se le muere afuera…

En su poesía integraba él su alma, con inteligente y sentida interpretación de su amor profundo de la humanidad y de la Patria, la alteza de su espíritu, la inefable generosidad de su corazón. En “LAS UVAS DEL TIEMPO” recuerda a Cumaná, el hogar de sus padres en sugestiva añoranza del amado terruño, y en el SONETO A DIEGO CORDOBA da la última pincelada, el toque final a ese cuadro patético de su evocadora nostalgia:

Desde que al corazón le dolió un ala
La usó e volar a la ciudad porteña,
La de la luna con que el sueño sueña
La del río de amor con que resbala.
Del mar al pan de miel con que la desala,
Desde el golfo a la chara ribereña,
Cruzo sin pasaporte o contraseña
La ciudad marinera y mariscala.
Tu ciudad, mi ciudad, la ciudad nuestra
Donde busco al varón e cuya diestra
La espada es flor y la bondad capullo.

Y allí con él digo tu nombre, Diego,
Y al corazón del Mariscal entrego,
Tu corazón tan bueno como el suyo

Son obras sublimes del genio, las que podríamos titular parabólicamente de dibujos rítmicos, porque son como pinturas de motivos y cada una encierra una perspectiva, un momento de emoción o de vida del autor.  Y muy bien pudo ser ese el sentimiento que movió a Andrés Mata, el romántico y sensitivo bardo carupanero cuando al evocar la figura del pintor Arturo Michelena, el que plasmó PENTESILEA y tantos cuadros famosos, para elogiarlo,  exclamó e un momento de incontenible sinceridad en esa queja de profunda alabanza: “Cambiaría los acordes de mi lira, por un solo color de su paleta” y precisa decir que Andrés Mata  es uno de nuestros mas exquisitos y celebrados poetas, acogidas sus endechas con entusiasmo en el folklore popular para entonarlas en la copla callejera al pie de la celosía de la novia en el expectante conticinio, a más de periodista, fundador del UNIVERSAL  de Caracas, escritor galano, literato de peso en las letras de la República. Bien conocidas son sus ARIAS SENTIMENTALES, IDILIO TRAGICO, PENTELICAS y su pluma sabe describir con gráficas y seguras pinceladas:

            Orillaba la abrupta serranía
            El tren con rudo trepidar, sonoro,
         Y sobre el verde campesino, el oro
         De la tarde otoñal, languidecía…

Es como una sutil acuarela tomada de improviso del viaje en ferrocarril, sobre el antiguo camino de hierro de la Guaira a Caracas, a lomos del empinado Ávila.
Venezuela ha producido poetas de superior inspiración como Don Andrés Bello en su “Silva a la Zona Tórrida”,  su “Oración por todos”,  Pérez Bonalde, el vate peregrino, en su famosa elegía: “LA VUELTA A LA PATRIA; Abigail Lozano, quien sin alcanzar la cumbre gloriosa de esos grandes maestros, nos ha dejado su invocación a “Dios” de altilocuente entonación, acogida en muchos textos de lectura escolar y en toda antología venezolana como una composición ejemplar, pese que Menéndez y Pelayo, ese fenomenal polígrafo español, lo tilda de hueco y rimbombante:

¡SEÑOR! En el murmullo lejano de los mares
Vibrar oí tu acento con noble majestad;
Oídlo susurrando del monte en los pinares

Oídlo en el desierto cual ronca tempestad.
Tu voz cruza en la brisa y en el perfume leve
Que brota en los columpios de la silvestre flor;

Tu sombra entre las aguas magnífica se mueve,
¡Tú sombra que es tan solo la inmensidad, SEÑOR!

Y Lazo Martí el magnífico citarela de el Guárico, en su SILVA CRIOLLA esa originalísima creación poética, ha recogido EL LLANO, comprimiéndolo en estrofas de singular lirismo, que trasuntan devoción, éxtasis ante el panorama imponente de la extensión ilímite, verdeante al frescor matinal, o trasformada en mortificante espejismo bajo la llama calcinante del sol estival, y lo ha guardado e ese cofre mágico de sus églogas para embelezarnos:

“Como en aquellos días
Del venturoso tiempo ya lejano
En pos de mis pasadas alegrías
Vuelvo a tener mi vista sobre el llano.
Caído en la remota lontananza
Sin su manto de gloria
El moribundo sol parece un cirio
Que alumbrase una cámara mortuoria.
El viento, sin rumor, apenas risa
La silente laguna, en cuyo espejo
Invisible dolor vertió ceniza,
Y con vuelo despacio,
De la tarde a los pálidos reflejos
Las garzas que se van, que se van lejos
Pueblan de cruces blancas el espacio…”

Son muchísimos los poetas venezolanos de elocuente númen, quienes han enriquecido nuestro parnaso con sus magistrales producciones, y así como nuestros libertadores ganaron con sus armas, fuera de nuestras fronteras, la gloria única que cabe a Venezuela en la libertad de América, así ellos con sus poesías y su arte ha subido a expectable altura el nombre de la Patria, nuestra cultura, nuestras letras, la contribución fecunda de los venezolanos en la obra civilizadora del Continente.

Pero se erigen monumentos a los Héroes Guerreros para destacarlos a la admiración de la posteridad y se olvidan de esos artífices del civismo, creadores de la moral, de la fe del carácter y de la ilusión de nuestro pueblo, preclaras sombras luminosas que se alejan a la inmortalidad, por la ruta del Olimpo. Cierto que el guerrero  es también artista, si crea la victoria… Bolívar cuando traza en las estribaciones de los Andes peruanos en aquella tarde afortunada para el Ejército Independiente, a los escasos resplandores de un sol declinante, el cuadro imperecedero de la Batalla de Junín, aureola de su máxima gloria;  Sucre al fijar en el lienzo de la historia con pinceladas de fuego, la estrategia decisiva de Ayacucho, culminación de su fama y apoteosis de la guerra emancipadora; Páez, al grabar en las riberas del Apure con tonos de valor increíble el prodigio de LAS QUESERAS DEL MEDIO, hecho de armas que subió su nombre a la celebridad y lo purifica ante la historia; José Félix Ribas que enrojece las calles de la Victoria con sangre de niños-héroes,  en aquel portentoso duelo  del valor temerario contra el torrente invasor y salvaje de las hordas de Boves y las contiene; Piar cuando anuncia en el campo victorioso de San Félix la hora inicial de la fortuna para las armas de la libertad, y desgraciadamente alza la cruz de su calvario…
Nuestra tierra, Cumaná, a sido pródiga en hijos dotados del estro poético y cuando se les nombra, se acostumbra citar únicamente a los de más elevado númen como Andrés Eloy Blanco, Jacinto Gutiérrez Coll,  Miguel Sánchez Pesquera, Marco Antonio Saluzzo,  el parnasiano Juan E. Arcia, el delicado Cruz Maria Salmerón Acosta, el ultra romántico Juan Miguel Alarcón, el atormentado José María Milá de la Roca Díaz  y pasan inadvertidos tantos otros que también ha contribuido a ganar para este meritorio solar nuestro el prestigio que trasmite la dedicación a las bellas letras,  el cultivo de la poesía, nombres que se pronunciaron con elogio en su época como los de Juan Manuel González Varela, Pedro Antonio Lara,  Rafael Bruzual López, Juan N. Freites,  Humberto Guevara, José Fernando Núñez y tantos otros ya difuntos y con ellos Ramón Suárez seguramente desconocido por la mayoría de ustedes, hijo de modesta cuna, bohemio, descuidado pero de indudable inspiración. En los periódicos locales de su tiempo aparece publicada su labor literaria, y voy a leerles su soneto a Sucre para hacerles llegar, en tan breve canto algo de su estilo:  

Fue una página blanca en la roja contienda
Y su nombre, viajando en la humana memoria,
Es un ramo de lirios. Un sabor de leyenda
Destilan los cien robles inmensos de su gloria.

Su diestra que sabía del óleo de la venda
Salvaba muchedumbres. Señor de la victoria
Pretendió que los pueblos adoraran su ofrenda
Y trazó con su espada una cruz en la historia.

Un mensaje bordado para la bella esposa
Es la gran humareda de la grande tormenta.
Era un paje galante del clavel y la rosa.

Mucho más con su muerte su gloria se agiganta
Porque a pesar de todo, “Berruecos” complementa
El pedestal de mundos que Ayacucho levanta.

Sin una esmerada educación, es él por eso precisamente el más señalado y por tal lo he preferido, para confirmar ese cognomento que tiene Cumaná de ser tierra de poetas, como que ella diera de sí el portalira.

He querido definir ante ustedes mi concepto sobre la poesía y los poetas con este sincero tributo a Andrés Eloy; pero el juicio de ustedes será el que valga. Si la charla, conforme al diccionario es una simple plática por mero pasatiempo, yo creo que mis palabras han hecho perder a ustedes mucho tiempo y voy a terminar pidiéndoles excusas.  Señores: He dicho. 

“Rotary Club” de Cumaná el 6 de agosto de 1958



VARIOS POEMAS.



TITANIA A MARIA

En noches que la luna y las estrellas
Se ocultan tras las nubes en el cielo
Cuando amenazan ráfagas de viento
Llevase cuanto encuentran en su vuelo.

Cuando la lluvia fría y fastidiosa
A todos nos detiene en el hogar
El spleenk se apodera de mi cuerpo
Y amenaza en el alma penetrar

¡Siento miedo! Diríjome a la sala
Agarro la cabeza entre mis manos
Me bullen mil ideas, cual si fueran
En un fresco cadáver los gusanos.

¡Qué horror! He soñado una tumba...
Cuatro amigos cargaban mi ataúd,
Lleváronme a la iglesia y del coro
Se desprendían las notas de un laúd.

Después miré una fosa muy oscura
Sentí que me bajaban lentamente
Luego sentí un golpe, un ruido sordo,
Era la tierra que caía a torrentes.

Grité, nada, no oían, era en vano,
Mi voz en la garganta se atrasaba
Perdí el juicio y desespereme tanto
Que con furia mi pecho destrozaba.
Luego unos golpes sordos me anunciaron
Que ya el sepulturero terminaba
Era que aquel demonio ya mi fosa
Con sus pies de granito la apretaba.

Me resigné a morir; creció un ruido,
Era mis compañeros de la vida,
Era un pueblo feliz que se alejaba
Y me daba la eterna despedida.

Después faltome el aire, me asfixiaba
De la muerte sentí las convulsiones
Y traté de gritar, y despertarme...
¡Que loca alegría! ¡Oh ilusiones!

Encontrarme en la sala envuelto en luz
De María herido por las notas,
Oh como viertes en el piano
tu genio, como el rocío sus gotas.

Que feliz, la tumba era el hastío
Que devorando estaba el alma mía...
Mas ya era realidad y en el piano
Resbalando sus manos vi a María.

Escrito a los 18 años, el 6 de noviembre de 1901



LIBERTAD

Libertad pidió un pueblo en su agonía
¡Libertad!  dijo un hombre providente
Y el mundo creyó que era un demente
Porque juró cortar la mano impía.

Y se lanzó a la guerra en su manía
Aquel loco, aquel genio, aquel gigante;
Y nos dio libertad, y en su frente
El mal no se posó un solo día.

Después creó sus leyes, dio derechos
Al pueblo, y las impías manos
De magistrados de ambiciosos pechos

De protervos y bárbaros tiranos
Sus leyes, y sus glorias y sus hechos,
Todo lo han profanado, ¡inhumanos!

7 de noviembre de 1901.




AMANECER DE CUMANA

Entre fulgores rompe alba la mañana
Con brochazos de oro dora el día
En el cielo los cirros se iluminan
Es de la luz radiosa epifanía.

Un haz recorre la lejana cumbre
Traza formas de extraña fantasía
Penetra en el boscaje, despertando
Las aves con ruidosa algarabía…

De Norte a Sur, con vuelo acompasado,
Cruzan los alcatraces la bahía
La cotúa, ingeniero del espacio
Vuela en arcos de sabia geometría.

El gavilán da giros en el aire,
Busca su presa en la maraña umbría
La remonta en su garra, es una sierpe
Que se retuerce en vano en su agonía.

La gaviota se mece perezosa
Arriba en el azul que desafía
Las alas extendidas, ojo alerta
Rauda se lanza al mar en pesquería.

La garza blanca, el cucharón rosado
La roja sidra, el cuervo, la tirria,
La claya, el tigüitigüe, la tigana,
El caraván todos en romería.

Al pasar hacia el mar en sus afanes
Dan al amanecer grata armonía
Es Cumaná, su golfo, sus colinas
Su río de ensueño, toda poesía.

El despertar feliz, el aire puro
Tibia la luz de la mañana fría
Los florecidos árboles difunden
Su fragancia, con mezcla de ambrosía…

El Guaikerí tiende su red afanosa
La arrastra plena, en bronca gritería
Se rebosa la playa, es la abundancia
La brinda el mar salud y alegría.

Da comienzo a su tráfago diuturno
La ciudad, soñolienta todavía
Se abren los almacenes y la calle
Toma un moderno aspecto de Gran día.

1909.



AL PASAR.

¿Qué pensará?  me digo cuando acierto,
Al pasar, encontrarte en la ventana;
Escudriñando el callejón desierto,
Esquivo del fulgor de la mañana.

Te saludo: tu voz es un concierto
Inimitable, de tu labio grana,
Fluye apagada, como el eco incierto
Que el aura trae de música lejana,

Me detengo á mirarte: tus pupilas
Cándidas como un cielo é intranquilas
Me hablan de insomnios, de perdida calma;

Y adivinando un drama de acechanza,
Quiero verter mi alma entre tu alma,
Como un óleo de olvido y esperanza...

1900



MASCARADA

Sigamos juntos la mascarada,
No te acongojes, no sufras más;
Yo te aseguro que has de atraerlo,
Estás preciosa con tu disfraz.
Todos admiran tus formas gráciles,
Aunque de vieja fingiendo vas:
Los vivos soles de tus pupilas
Queman la seda del antifaz.
No te apresures que ya no puedo
Ir tan de prisa, y esa inquietud,
Mohín gracioso de gentileza,
Va pregonando tu juventud,
Dame tu brazo, ya soy tan viejo,
Y estoy cansado, tú me guiarás;
Llévame al parque ya abandonado,
Y allí tus cuitas me contarás.
Pon fe en tu gracia, luego en el baile
Habrá remedio para tu mal:
¡Si así pudiera dejar mis penas
¡Entre el bullicio del carnaval!
Los años vierten nieve en las almas…
Oye, apartemos el antifaz;
Quiero que al rostro libre nos besen
Los rayos de oro del sol fugaz.
No te acobardes si como sabes
El es ingrato, cruel y falaz:
Dejando pronto la cortesana
Ante tus gracias se rendirá.
¿Más por qué juzgas mal de los hombres?
¡Cuántos pesares sufren también!
Vamos, quitémonos las cartetas…

¿Tú Margarita? ¡Fausto, mi bien!

Se muere el día, como un radiante
Vívido ensueño que se nos va
Y cual pupilas de novias blondas
Fulge en la noche la luz del gas.

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