RAMÓN
BADARACCO
LOS FUNDADORES DE CUMANÁ
TOMO I
Cumaná 2009
Autor: TULIO
RAMÓN BADARACCO RIVERO
QUE FIRMA Ramón Badaracco
LIBRO: LOS FUNDADORES DE CUMANÁ
Copyright
Ramón Badaracco
Primera
edición 2009
Correo y
cel.
Cronista40@hotmail
.com
0416-8114374
Derechos
reservados.
Diseño de la
cubierta R. B.
Ilustración
de la cubierta R. B.
Depósito
legal
Impreso en
Cumaná
PRÓLOGO
Escribir
un libro no resulta tarea fácil, mucho menos si dicho texto tiene que ver con
aspectos históricos que tratan de justificar la génesis de una entidad,
personajes o algo en particular. El
autor se debe a su propia formación espiritual pero más a la sociedad en la cual
está inmerso. Debe buscar con el libro trascender en el espacio, modo y tiempo,
trastocando de manera dinámica la realidad existente. He allí el aporte de este
insigne intelectual cumanés, Dr. Tulio Ramón Badaracco Rivero con su libro “Los
Fundadores de Cumaná”.
Con un
lenguaje que nos traslada a la
España caballeresca, el autor despierta el interés del lector
al reivindicar la historia de la fundación de Cumaná y de los personajes que,
arriesgando su vida tuvieron la suerte de fundar esta hermosa realidad en la
“tierra de gracia”, y que por razones de la historiografía parecieran
inadvertidos de la conciencia colectiva. Muchas obras se han escrito para
explicar los orígenes de la ciudad primogénita. Vastísimos textos de estupendos
intelectuales que ocupan hoy sitial de honor en los anales de la Academia Nacional
de la Historia ,
pero ninguno de ellos ha desmenuzado la génesis fundacional de Cumaná y –por
qué no del Continente Americano- tal
como la ha hecho el Dr. Badaracco, en su bien detallado libro. De manera que
esa historia tradicional dominante tiene una gran deuda cultural con nuestro
hermoso y bravío pueblo.
Como hijo
de esta tierra me siento sumamente complacido, por cumplir esta tarea, o esta
responsabilidad de escribir el prólogo de este libro que, sin lugar a dudas no
solo cambiará los paradigmas sobre los antecedentes históricos de Cumaná, sino
que se convertirá en una valiosa joya bibliográfica para la realización
importantes trabajos de investigación en esta materia. Pues queda evidenciado a lo largo de estas
vibrantes páginas el fervor con que el autor narra las vivencias de personajes
como Pedro de Córdoba y Antonio de Montesinos, cuyo valor, peregrinaje y
constancia, convencieron a Don Fernando de Aragón (el monarca más poderoso de
la tierra en esa época, tal como lo expresa el autor) para iniciar la misión
evangelizadora en la tierra firme americana, que se inicia con la fundación de
Cumaná.
El propio
autor inicia su obra reconociendo que la misma recoge elementos nuevos de su
anterior trabajo “La
Fundación de Cumaná”, precisamente después de analizar los libros
“Estudios de Historia Venezolana” de Demetrio Ramos y “La Evangelización del
Oriente de Venezuela “de Álvaro Huerga.
Muchos historiadores, dice el autor, han llegado a conclusiones
distintas sobre este campo, porque inician su objeto de estudio a partir de
Jácome Castellón, Gonzalo de Ocampo, Francisco de Montesinos o Diego Fernández
de Serpa, quienes tienen méritos suficientes para ser reconocidos fundadores de
esta ciudad, no obstante, de ser así se estaría suprimiendo la verdadera
historia fundacional de Cumaná.
Al igual
que ha hecho en sus anteriores obras e interesantes escritos en periódicos de
la región, el Dr. Badaracco reivindica a Pedro de Córdoba, fraile dominico,
como el verdadero fundador de esta ciudad de Cumaná. Gracias a él, Pedro de Córdoba,
se reconoce la primogenitura de Cumaná, en las páginas doradas de la historia
americana. Apoyándose en Cédulas Reales, documentos y otros papeles de la
época, el autor ratifica el trabajo del referido fraile a quien bautiza “Apóstol
de la Conquista
Evangélica de América”, y marca abierta diferencia con el
resto de los historiadores que han versado sobre el tema.
Desnuda de
manera diáfana el proceso evangelizador que sirvió de punto de partida para el
principio de esta ciudad. En ello se destaca la perseverancia y tenacidad del
insigne fraile para que se cristalizaran las leyes de Burgos de 1512, en
defensa de los derechos de los indios, quienes eran maltratados por los
conquistadores. Aunque estas leyes fueron vulneradas y no mejoró las
condiciones de los indígenas, abrió caminos para que se produjeran una serie de
leyes a futuro, que sirvieron para dignificar las condiciones de vida de esos
pobladores. Por ejemplo, las leyes de Valladolid en 1513, aprobadas por el
mismo Fernando de Aragón, llamado El Católico.
Con su
peculiar estilo, Badaracco relata un interesante episodio entre el monarca y el
fraile dominico, dando muestra de la finura y abnegación por resguardar cada
palabra escrita. En esta obra el lector se deleita de esa magia literaria que
nos traslada a Valladolid, en los preludios del Siglo XVI, cuando Pedro de
Córdoba “cubierto por el polvo de tantas jornadas” se entrevistó con el monarca
para convencerlo del proceso misionero en tierra firme. Narra el propio autor
que el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro,
porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mando luego que lo
trajeran y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en
las mejillas como un viejo amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a Dios
que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. Luego en un tono sutil
Pedro de Córdoba exclamó –“Perdonadme Su Majestad, estoy cansado" Y sus
lágrimas corrían libremente al igual que el viejo monarca, quien sin saber por
qué, su mente viajaba a su amada Isabel y no sabía a qué se debía aquel acceso
de ternura” ¡Cuanta sabiduría en la pluma del Dr. Tulio Ramón Badaracco! Un cronista con alma de trovador, encausado
en su firme letra para resguardar un legado que ha de conservarse en los
corazones de quiñes amamos a esta tierra de gracia.
Con este
episodio el autor muestra el peso significativo de aquel encuentro entre el
Monarca más poderoso del orbe y un fraile dominico que soñaba con liberar a los
indios de la más terrible opresión de los conquistadores hispánicos. Jamás se
imaginó Pedro de Córdoba, que esa loable empresa misionera, inscribiría su nombre
en la historia universal como el verdadero fundador de Cumaná, producto de los
interesantes episodios que libró en esta tierra, entre 1513 y 1516. Esta hazaña
evangelizadora se convertiría en el punto de partida para el análisis del
proceso de cristianización del Oriente de Venezuela y de la tierra firme. Tal
como lo enfatiza el autor, “fue la empresa más gloriosa llevada a cabo por los
españoles en tierras americanas. Un hecho que se produjo sobre la base de un
proyecto presentado y discutido con el Rey Fernando, el más poderoso de la
tierra en aquellos tiempos, en cuyos dominios no se ponía el sol”.
En este
mismo sentido, en la primera parte del libro relata la vida, pasión y
apostolado del fraile dominico y su filosofía en la defensa de los derechos
indígenas, lo cual lo lleva a la fundación de la ciudad de Cumaná para
convertirla en su base de operaciones y punta de lanza para ese gran legado evangelizador
de la tierra firme. El autor refuerza sus estudios fundamentado en las crónicas
y relatos de Bartolomé de las Casas y
las Cédulas Reales, construyendo una visión distinta al resto de las versiones
que han tratado de explicar los acontecimientos fundacionales en América. A
decir verdad, el Dr. Badaracco se inscribe dentro de la concepción crítica de hacer la historia, a la que algunos
intentan mofar llamándola Leyenda Negra, porque presenta los hechos mostrando
el lado negativo de la conducta de los primeros colonizadores hispánicos; pero
que, desde el punto de vista conceptual, encierra aportes significativos para
los anales históricos de Cumaná a la que toda persona interesada tiene derecho
a acceder. He allí porque el autor marca distancia con los demás historiadores
tradicionales; un real cambio de paradigma, parafraseando a Tomás Kuhn en su
obra “La Estructura
de las Revoluciones Científicas”, cuando la comunidad toma una nueva postura
ante los hechos fundacionales de nuestra ciudad.
Lo demás
es historia difundida pero muy poco analizada. A partir de Pedro de Córdoba tal
como lo refiere el autor, se produce una serie de refundaciones de esta hermosa
ciudad. De manera que la presente obra es un homenaje a los distintos
personajes que refundaron a la ciudad primogénita. El autor refiere que hasta
1520 se mantuvo la paz en la misión de Cumaná.
En seis años de arduo trabajo se había consolidado un pueblo, no obstante,
unos conjuntos de hechos hacían presagiar la amenaza de la guerra. El autor destaca el crecimiento de Nueva
Cádiz en la isla de Cubagua y la explotación indiscriminada de perlas, el
tráfico de esclavos indios, la desenfrenada codicia de los conquistadores, la
corrupción de muchos indígenas; todos ellos desencadenaron la rebelión de los
indios de Macarapana, Santa Fe y Cumaná, comandados por los caciques Maraguey,
Gil González y Don Diego.
Es así
como el 21 de enero de 1521, la Real Audiencia de Santo Domingo envía al capitán
Gonzalo de Ocampo para poner orden en esta parte del continente americano. Al
llegar a esta ciudad la bautiza con el nombre de Nueva Toledo. Posteriormente,
llega a mediados de ese mismo año –el autor señala entre julio y agosto- el
fraile Bartolomé de Las Casas con miras a poblar y emprender y extender, al
igual que Pedro de Córdoba, la fe cristiana entre los indios. Las Casas fracasa
en ese loable intento y se marcha en 1522.
A partir de allí se vuelven a sublevar los indios y dan muerte a muchos
piratas del mar y funcionarios de la Corona Española.
Por eso es menester destacar que los orígenes de Cumaná encierran
avasallamiento hispánico, misiones evangelizadoras y resistencia de los
antiguos moradores.
Más
adelante el autor resume la presencia de otro fundador de Cumaná, Jácome
Castellón, quien arriba a la ciudad a finales de 1522 para tomar represalias
contra los indígenas. En 1523, este mismo genovés bautizó el asiento
poblacional misionero con el nombre de Nueva Córdoba, en honor de su verdadero
fundador, fray Pedro de Córdoba. Luego nos refiere el trabajo fundacional de
fray Francisco de Montesinos, quien llega a Cumaná en 1562, tres décadas
después de Castellón. Lo importante de este Montesinos, lo más interesantes es
que el primero de febrero de ese mismo año, instala en el pueblo de la Nueva Córdoba , hoy
Cumaná, su primer ayuntamiento. Se levanta acta donde se le otorga a la ciudad
personalidad jurídica y representación oficial; por eso muchos historiadores
creen que Montesinos en 1562 es quien funda a Cumaná, -entre ellos Guillermo
Morón- y se habla definitivamente de la fundación oficial de la ciudad. A esta
interpretación, Badaracco le sale al paso, señalando que la primera acta de
1515 es la que escribe Bartolomé de Las Casas en su obra “Historia de Las
Indias”, donde reconoce el mérito fundacional de Pedro de Córdoba.
De igual
manera el autor destaca la presencia de Francisco Fajardo, el famoso mestizo
margariteño, hijo de la cacica Isabel, asesinado en la Nueva Córdoba, quien logra
figurara en el Acta levantada por Montesinos en 1562, donde ocupa el cargo de
Tesorero. El referido personaje deja muchísimas páginas a los anales históricos
de la ciudad. Finalmente, Badaracco pone en escena a Diego Fernández de Serpa,
quizá la figura que, como el propio autor destaca, se ha llevado la gloria de
la fundación de Cumaná. Hasta el propio
cronista muestra preocupación porque los historiadores le han puesto una “z” en
vez de “s” al nombre y al apellido de Serpa. De acuerdo con el autor, para esa
época no existía la z en el idioma castellano. Esto es lo que enriquece
sobremanera el aporte del valioso investigador y cronista como es el Dr. Tulio
Ramón Badaracco Rivero ¡Mucha elocuencia en sus escritos!
De tal forma que la presente obra si bien no
intenta desconocer el papel de Fernández de Serpa en el proceso fundacional de
Cumaná, pone cada cosa en su lugar asignándole a cada quien su papel en la
historia. A lo largo de estas interesantes páginas se resume el proceso
fundacional iniciado por Pedro de Córdoba desde 1513 y que permite a Cumaná ser
reconocida como La
Primogénita de América. No obstante, el autor reconoce en
Diego Fernández de Serpa la autoría de la refundación definitiva de Cumaná. Tan
conocido personaje es quien, mediante acta, le devuelve el nombre original de
Cumaná a la ciudad bautizada por Córdoba.
En pocas
palabras la obra “Los Fundadores de Cumaná”, nos presenta al Dr. Tulio Ramón
Badaracco Rivero, mucho más consciente de su compromiso como cronista poeta e
hijo de esta hermosa tierra. Busca con probados documentos, devolverles el
verdadero sentido a los orígenes fundacionales de la ciudad y particularmente,
el aporte que hiciera cada uno de sus personajes al repoblarla por distintas
razones. De tal manera que esta obra constituye un aporte significativo para
los futuros estudios que se hagan sobre este tópico. En ella se recoge la magia
literaria, el buen humor y la fiel devoción cristiana del autor, al igual que
su desesperada preocupación por respetar la autenticidad de los hechos
históricos por el bien de las futuras generaciones.
Sin lugar
a dudas no me queda otra alternativa que sentirme satisfecho por presentar a
los lectores de esta obra llena de realismo, misticismo y de un lenguaje que
endulza al lector. Mis palabras adquieren mayor significado porque conozco
personalmente al Dr. Badaracco, y se dé su espiritualidad y su radiante
humildad, a pesar de su bien conservada y fructífera trayectoria como cronista,
investigador, abogado y servidor público. No tengo temor de equivocarme, al
considerar que es quizá uno de los más conspicuos intelectuales que ha parido
esta hermosa región sucrense.
Como hijo
de Cumaná, van mis palabras de aliento para que ésta obra perdure en el tiempo.
Sé que el Dr. Badaracco, cronista, buen ciudadano, amigo y buen padre de
familia, será recompensado por la historia. Dejo en sus manos, amigo lector,
con bastante beneplácito esta joya bibliográfica ¡Que así sea!
JESÚS CASTILLO
Introducción
Este libro que parece una repetición de mi trabajo
sobre la fundación de Cumaná, viene a incorporar elementos novedosos que tratan
de complementar mis investigaciones sobre algunos aspectos del trabajo
fundacional de los misioneros dominicos, franciscanos y todos los demás
personajes que intervinieron en la fundación de Cumaná; sobre todo después de haber analizado las
obras de Demetrio Ramos, Fr. Vicente Rubio y
Álvaro Huerga: “Estudios de Historia Venezolana”, “Los primeros mártires dominicos de
América”, y, “Evangelización del Oriente de Venezuela”.
Pienso que la mayor parte de los estudiosos de
este tema llegan a conclusiones distintas a las mías, porque no toman la
historia desde el principio, o sea desde que Pedro de Córdoba inicia su
proyecto de evangelización o de conquista evangélica y pacífica de la tierra
firme como lo hace Bartolomé de Las Casas.
Es natural que se lleguen a conclusiones distintas si por ejemplo se
inicia la historia fundacional en tierra firme por Jácome Castellón, o Gonzalo de Ocampo, Francisco de Montesinos -como lo hace Ricardo
Ignacio Castillo Hidalgo, en su obra “Asentamiento español y articulación
interétnica en Cumaná (1560-1620) sin darle ningún relieve a la obra de Fr.
Pedro de Córdoba- y en fin, Diego Fernández de Serpa, que trajo una gran
expedición y nos dejó el Acta de
Fundación, etc., porque cada uno de
ellos tiene suficientes méritos para ser considerado el fundador de Cumaná, y
por supuesto obtendrán, como resultado de sus investigaciones, borrar todo lo
anterior; en mi caso he tenido la suerte de iniciar mi historia por el principio, y apoyarme en
cédulas, documentos, dibujos anteriores y posteriores al terremoto de 1530, y planos de la Nueva Córdoba de 1601, que todo eso está conservado
y hace toda la historia de Cumaná, La ciudad Primogénita del Continente
Americano en la evangelización y en la resistencia indígena.
LIBRO PRIMERO
PEDRO DE CORDOBA. APOSTOL DE LA CONQUISTA
EVANGELICA DE AMERICA.
La vida y acción de Pedro de Córdoba está unida a
la del obispo de Chiapas, Bartolomé de Las Casas o Casuas. El notable
historiador don Demetrio Ramos, dice: “La autoridad que para Las Casas tenía el
P. Córdoba se nos revela en la aceptación de un especial magisterio con el que
su personalidad queda dibujada en la del clérigo”. (1)
Córdoba antigua capital del Califato, estrella de
la cultura mudéjar, que fue la patria chica de Lucio Anneo Séneca y Luis De
Góngora, por citar dos inmortales, también vio nacer a Pedro el 10 de
septiembre de 1482, allí se educó y creció en el seno de una noble familia
cristiana, que influyó en su determinación por la carrera eclesiástica, tomar
la cruz y seguir el camino que le trazó el Señor. Fr. Pedro de Córdoba murió en
Santo Domingo el 4 de mayo de 1521, víspera entonces de la festividad de Santa
Catherina de Siena.
Dice Bartolomé de Las Casas que Fray Domingo de
Mendoza, hermano de fray García de Loaiza, arzobispo de Sevilla y cardenal
Presidente del Consejo de Indias, seleccionó a Pedro para que lo sustituyera en
el mando de la avanzada dominica que vendría al Nuevo Mundo, y con él, tres
sacerdotes muy calificados que emprenderían la empresa de sembrar la orden dominica
en la capital de la risueña Quisqueya, la española, sede del imperio en
América.
Quisqueya, la isla descubierta por Colón el 5 de
diciembre de 1492, a
la cual llamó “La Española ”,
segunda isla en extensión territorial, de las Antillas mayores del océano atlántico,
mar que conocemos como mar Caribe o de las Antillas, sufrió como ningún otro
lugar el impacto de la conquista. La
isla inmensamente poblada en aquellos tiempos mide 1575 Km . cuadrados -hoy
conforma el territorio de dos repúblicas, la República Dominicana y la Republica de Haití- se
dividía en muchos reinos aborígenes perfectamente definidos por Las Casas, como
luego veremos.
Pedro de
Córdoba, fue un sacerdote a quien Dios Nuestro Señor dotó de muchos dones,
gracias corporales y espirituales, que fue elegido para una misión
administrativa, si se quiere, pero él la convirtió en una empresa sin
igual. Los que lo conocían nunca
imaginaron que podría lograrlo, tenía el inconveniente de sufrir un continuo
dolor de cabeza que le impedía, en cierto grado, algunas actividades, por ello
Las Casas dice:
“Y lo que se moderó en el estudio, acrecentolo en
el rigor de la austeridad y penitencia todo el tiempo de su vida, cada y cuando
las enfermedades le dieron lugar” (2).
Fue excelente predicador, ejemplo dentro del
sacerdocio en virtud y penitencia, que lo elevaron siempre entre sus compañeros
y feligreses.
Agrega Las Casas: “Tiénese por cierto que salió de
esta vida tan limpio como su madre lo parió” (3).
Estudio en el colegio “San Esteban” de Salamanca,
y probablemente, como dice Hernann González Oropeza, fue “formado
espiritualmente por fray Juan Hurtado de Mendoza” (4), el formidable maestre de
Salamanca; y se perfeccionó en Santo Tomás de Ávila, la casa mayor de la
“Cristiandad” para ese entonces. Fue compañero de estudios de Antonio de
Montesino, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos, y otros ilustres prelados,
que luego fueron los seleccionados para acompañarlo en la empresa
evangelizadora de América; esto por si solo basta para considerar las dotes que
adornaban a este insigne conquistador del espíritu, cuya labor ilumina la terrible
experiencia humana de la conquista del Continente, y disipa, aunque sea un
poco, las oscuras nubes que denigran de la noble y heroica raza hispana.
LOS DOMINICOS EN SANTO DOMINGO
Fray Domingo de Mendoza, dice Las Casas, se encargó de todas las
diligencias y trámites administrativos, relacionados con la impetración de la Orden Dominica en
La Española, todo lo cual está debidamente soportado en el archivo vaticano. Viajó entonces a Roma a negociar con el Gaetano, Maestro
General de la Orden
Dominica , y resolvió, aunque con retardo, las complicadas
negociaciones ante la
Santa Sede. Estos detalles lo pasan por debajo de la mesa los
que afirman que otras órdenes se establecieron antes que los dominicos en el
continente, sin trámite alguno.
Pese a todo este esfuerzo y la premura, fray Domingo de Mendoza,
no pudo viajar por entonces a La
Española , razón por la cual, envió adelante a Pedro de
Córdoba, con el carácter de Vicario General de Indias, como rezan las cédulas
reales y otros documentos, cargo que desempeñó hasta que fray Domingo se
incorporó a la misión en La Española. Hay muchas razones y cabos sueltos, como
luego veremos, en relación con este asunto; pero se puede afirmar,
definitivamente, que fueron estos religiosos los que trajeron la orden dominica
a La Española
en 1510.
Nada amilanó el espíritu de lucha de Pedro de Córdoba, y sus
cofrades, ellos vinieron dispuestos a cambiar el rumbo de la historia de la
conquista. Las Casas afirma que la situación encontrada en las colonias por
los frailes era terrible; sin embargo trataron con sus escasos medios de moderar la acción de
los conquistadores, sobre todo, la guerra sin motivo, la acción brutal que
ejercían contra los indígenas, pero no
pudieron controlarlo, y se decidieron a predicar enérgicamente contra la acción
de los criminales; y también con su
ejemplo de justicia y santidad para aplacar la codicia, la sevicia de aquellas
gentes insaciables, y entonces convocan a las fuerzas celestiales, las excomuniones
y los tribunales eclesiásticos contra los tiranos.
Montesinos alza su palabra, “Ego sun vox calmantes in deserto”
(6), la más ardiente que se escuchó entonces en el ámbito americano, e inicia
la revisión del proceso colonizador. Una
bomba cayó en la Colonia ,
nace un conflicto que llega rápidamente a la Corte , se producen acusaciones y nutrida
correspondencia en relación con las terribles denuncias de crímenes
horrendos. Pedro y la Orden son acusados y
llamados a la Corte; Pedro envía a Fr. Antón de Montesinos con un memorial
firmado por todos sus frailes para defenderse, y probar las denuncias y
aberraciones de los españoles en Santo Domingo, Cuba y las otras islas ya
colonizadas.
El historiador e investigador cubano José María Chacón y Calvo, en
su ponencia “Criticismo y Colonización”, ante el XXVI Congreso Internacional de
Americanistas, considera que Montesinos, Pedro de Córdoba y sus compañeros
dominicos y franciscanos, son los pioneros de la Leyenda Negra o
Criticismo. En las “Cartas Censorias”, publicadas y prologadas por este autor,
están los argumentos que después utilizaron Francisco de Vitoria, Bartolomé de
Las Casas y Suárez, en defensa de los indios y la dignidad humana. En este
sentido el padre Retino, biógrafo de Vitoria, para explicar la influencia en
sus doctrinas y lecciones, dice:
“Para conocer “los antecedentes de las doctrinas
internacionalistas del Maestro no hay que acudir a las universidades de
París y de Salamanca, donde profesó sus enseñanzas, sino al propio convento de
San Esteban, a las celdas vecinas de sus compañeros y discípulos que después de convivir con él las
observancias monacales emigraron al Nuevo Mundo, e hicieron encarnar en las nuevas y sometidas tierras costumbres que él elevó a principios con la fuerza
de los informes recibidos en casa
y con la alteza de su talento generalizador”. (6)
Sin
embargo, el historiador cubano no logra penetrar la personalidad y la
importancia del Vicario de Indias, y la influencia que tuvo en la política
imperial española, lo que veremos más adelante.
Dice
Las Casas, que Pedro era un hombre de “…grande autoridad y persona en sí, que
fácilmente, quien quiera que lo vía y hablaba y oía hablar, conocía morar Dios
en él y tener dentro de sí aforamiento y ejercicio de santidad, concibió de él
grandísima estima y trastrábalo como a santo; y, cierto, el Rey no se engañaba”
(7).
Se
necesitaba un hombre de su formación para la empresa: Pedro iba a preparar el
camino a Cristo en el Nuevo Mundo… “Estudiante excepcional, su sabiduría en las
cosas del espíritu no eran comunes entre iguales… (8) Tal vez su forma de vida,
de hablar, de comunicarse; sus personalidades señalaban su santidad. Tan solo con su presencia y sus ejercicios
espirituales, causaba una impresión inquietante que enajenaba la voluntad de
sus compañeros, lo amaban y acataban. (9).
Dios
lo colmó de atributos. En Santisteban, sabían que era santo antes de recibir
los hábitos. “Para él era fácil predicar
la virtud, porque era tan limpio de cuerpo como de alma desde que su madre lo
parió” (10).
ANDANZAS Y LEYENDAS
El proyecto de Pedro no es otra cosa que la conquista pacífica y
evangélica de la tierra firme americana, con lo cual pretendía cambiar el curso
de la historia y dignificarla. Esta idea la acarició en su corazón cuando vivía
en La Española. Vamos a seguirle los pasos, recrear y contar algunas anécdotas
que le ocurrieron en sus andanzas en el desarrollo de su proyecto. A vivir su filosofía, aquella experiencia inigualable,
a construir la filosofía de Pedro de Córdoba, el verdadero apóstol de la
evangelización americana; y lo haremos rápidamente en un corto relato.
Aquella mañana de febrero de 1510 había salido de Ávila, donde
ejercía su ministerio, unido a un grupo de compañeros, rumbo a Salamanca; seguro que se detuvieron en el
viejo puente romano a la salida de las murallas, para ver desde el poniente las
altas torres de la catedral y la serpiente de piedras que la rodea; un mar de
trigo se extendía frente a ellos;
continuaron la marcha y se detuvieron en
otros dos pueblos: Aveinte y Narros del
Castillo, para cambiar cabalgaduras;
llegaron a Babilafuente, para tomar un baño caliente en sus famosas aguas
termales.
Pedro confesó que una de sus pocas debilidades era la de
sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi vida
en escuelas y conventos me siento feliz de ello, hay algunas cosas materiales
que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo en este
pozo si en ello no hay pecado!
–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus compañeros- que el propio
Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió en las aguas para que
Juan lo bautizara.
Continuaron el camino, siempre al lado del río, hasta llegar al
pueblo de Santa Teresita, Alba de Tormes. Los caballos penetraron en el mar de
trigo que se extiende en sus praderas, sembrados por orden de Isabel; un
terreno ondulado donde el viento se distrae peinando las espigas, y los
caballos trotan libremente.
Por fin, entraron a
Salamanca, la blanca, por una calle larga de grades edificios públicos e
iglesias romanas, que termina en la Plaza Mayor ; estancia armónicamente cuadrada
cuyas avenidas se cierran en cada esquina sobre fuertes arcos de piedra. Debajo
de esos arcos “vive” verdaderamente la ciudad; por cada esquina de esta plaza
entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes entra en romería entre
gritos y risas a divertirse, a conversar, tomar vino y cumplir con el rito del
amor.
Pedro y sus camaradas también lo hicieron, bajaron de los caballos
y se confundieron entre ellos y fueron a dar vueltas con alegría infantil,
tropezar con las parejas enganchadas y recibir el soplo fugaz de la vida. La
gente los extrañaba, pero con todo los saludaban con cariño. Bastante tarde fueron a Santisteban donde los
esperaban gozosos compañeros de Pedro que lo colmaron de alegrías y atenciones.
Entonces, se acercó presuroso fray Antón de Montesinos y reclamó el retardo…
–Hombre Pedro… ¿dónde estabais?
Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad? ¿Cuál la urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
¡Yo…! y ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
Todos…pero venid, que os esperan en catedral en la sala conciliar.
Apenas os divisaron, la noticia corrió y ahora están reunidos vuestros
compañeros y el Maestro General de la
Orden , fray Domingo de Mendoza.
Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo y como era de su
natural comportamiento se arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la
mano y lo levantó hasta que sus ojos quedaron parejos.
Pedro le dijo –ya sé a lo que habéis venido. Hágase en mi según lo
tenéis mandado. Os ruego que no me deis explicaciones.
Bien, hijo mío, vuestras virtudes han salido con alas de estas
paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente del Consejo de Indias,
me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido “Vicario de Indias”, y que
debéis partir cuanto antes con destino a “La Española”, cita en América; es una
nación del Nuevo Mundo, tu nueva casa.
El Vicario también escogió allí mismo, a los compañeros de Pedro,
sus amigos, cuya fama de santidad también está probada: Antonio de Montesinos,
Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:
“De
luego irán otros a haceros compañía, los que sean necesarios para ayudaros en
la infinita tarea que se os ha asignado. Sé que no defraudaréis las esperanzas
puestas en vosotros”. El viaje a Santo Domingo se retrasó por enredos
burocráticos hasta el 2 de agosto de ese mismo año de 1510, y también por los
permisos que debía firmar el Papa, y otros requisitos para lograr la
impetración de la orden dominica en el Nuevo Mundo.
Para el mes de junio de ese año, en Sevilla culminaron los
trámites y preparativos para la expedición, que rubricaron cuando fray Domingo
de Mendoza, autorizado por el provincial de la orden en España, fray Agulatín
de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de Indias,
nombró procurador a don Juan de Ojeda,
lo que dejó a Pedro totalmente libre de sus obligaciones en el reino. Aún se conserva en el Archivo de Indias una
copia certificada del asiento, cuyos datos son: Oficio IV. Libro III.
Escribano, Manuel Segura. Folio 1812. Sevilla, 14 de junio de 1510. Fdo.
Domingo de Mendoza, Fdo. Agulatín de Funes. (11)
Debe tenerse en cuenta este documento a los efectos cronológicos,
muy importantes para probanzas posteriores, 14 de junio de 1510.
Partieron de Sevilla, a los 6 días de agosto, como ya dije, en una
carabela de 50 toneladas, y llegaron a La Española el 10 de setiembre de 1510 -34 días de
viaje. Al parecer nadie sabía de la misión; surgieron al norte de la isla en un
sitio desolado, La Isabela ,
pueblo fundado por el Almirante Cristóbal Colon en 1494; abatido a poco tiempo
por un huracán. Había tres o cuatro casuchas ocupadas por un puñado de marineros
que solo deseaban regresar y esperaban una oportunidad.
Ese día, Pedro cumplía 28 años, lo que quiere decir que Pedro
nació el 10 de septiembre de 1482, y quiso festejarlos con ellos. Los consoló,
ofició la santa misa, su primera oblación en aquella tierra bendita de Dios;
partió el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras y habló. Aquellas
gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, por haberles mandado
el auxilio espiritual y la conformidad deseada.
Los misioneros pasaron algunos días en Isabela, donde construyeron
una iglesia de barro y palmas, e hicieron amistad con los aborígenes de quiñes
aprendieron muchas palabras que luego servirían para comunicarse con ellos,
sobre todo Pedro que tenía el don de lenguas. Pedro aprendía con gran facilidad
de todas las cosas.
Cuenta el Cronista que: “En los primeros días de octubre de ese
año de 1510, llegó a la española el almirante don Diego Colón, hijo del Visorey
Cristóbal Colón, acompañado de su mujer doña María de Toledo, y se hospedó en
la ciudad de “Concepción de La
Vega ”. En sabiéndolo Pedro nos dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de madrugada para
Concepción, a ver y hablar con el Almirante. Dejaremos a fray Antón encargado de
todo nuestro hato para que luego lo lleve a donde asentaremos definitivamente.
Como no acostumbrábamos contradecirlo, hicimos tal como lo mandó,
aunque no estábamos de acuerdo por múltiples razones, entre otras, la distancia
que deberíamos recorrer no conocíamos el territorio infestado de indios
peligrosos y amotinados, y, además, desconocíamos casi por completo sus
lenguas. De todas formas, partimos. En la jornada solo comimos casaba, pescado
salado, ají y berros, que nos dieron los indios además teníamos agua abundante
de los arroyuelos y alguna que otras raíces, a las que ya estábamos
acostumbrados. Encontramos muchos guerreros, pero ellos al ver y conocer a
Pedro, abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la
vida; lo seguían, le hablaban en sus lenguas y él respondía y los bendecía. No
se si lo entendían, pero sus demostraciones de afecto y acatamiento así lo
daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a Jesús,
bendito sea su santo nombre, era un milagro.
PEDRO Y EL ALMIRANTE DON DIEGO
COLON.
Días después llegamos a presencia del almirante y su mujer, fuimos
recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se arrodilló ante él, pero este
tomándolo de la mano, le dijo –No lo haga, no soy digno ni de recibir su
bendición, soy un pecador –Pedro respondió– Todos somos pecadores, pero si vos
lo reconocéis, lo confesáis y estáis arrepentido yo en nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, os perdono los pecados de los cuales os habéis
arrepentido y de todo otro pecado que queráis confesar. Os doy la paz para
vuestro espíritu y no peques más. Que la paz del Señor entre en vuestro corazón
y permanezca en vos para siempre. Suplica al Señor que te proteja del poder que
todo lo corrompe y te de la fuerza necesaria para no caer en tentaciones, que
abra tu corazón al Espíritu Santo consolador.
El Almirante, se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y dijo en
alta voz – Me siento reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias, padre. Será
muy difícil mantenerme limpio, pero lo intentaré.
Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro, que escuchase su
confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde permanecieron
largo rato.
Cuando nos marchamos, aquella gente amaba a Pedro de todo corazón.
Pedro decidió que nos quedásemos en Concepción de La Vega , y el Almirante le cedió
un galpón medio abandonado, que servía de depósito de mercancías, ubicado fuera
del poblado. Allí acomodamos la primera iglesia de la Orden Dominica en
la española, y allí cantó la primera misa que se dio en la isla para los
indios, que vinieron de todas partes a ver y oír “al padrecito de los indios”,
que les hablaba en su propia lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray
Antón de Montesinos, segundo en el mando de la Orden, sobre todo en bondad,
laboriosidad, solidaridad, y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y
sacrificio. Un verdadero apóstol, como Pedro.
Esta misa le trajo a la
Orden muchos inconvenientes con los españoles, pero el
prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En poco tiempo sus filas
crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8 venidos de España; y algunos
frailes y legos que ya estaban en la española al servicio de otras órdenes, y
se vinieron a enriquecerla y cobijarse con el manto de los dominicos; pese a
que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran extremadamente
rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor Jesús, bendito
sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.
Nos vimos en la necesidad de construir otra iglesia en La Vega con ayuda de los indios,
y ya estaba terminada para mayo de 1511 cuando Pedro decidió partir para la
ciudad de Santo Domingo, dejando La
Vega a cargo de fray Tomás de Berlanga, y con él se quedaron
también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.
Pedro era incansable, apenas llegó a la ciudad de Santo Domingo,
la más antigua del Nuevo Mundo, fundada por Don Bartolomé Colón, hermano del
Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador Nicolás de Ovando en 1504 a las orillas del río
Ozama, donde la ciudad florecía, y ya era
verdaderamente señorial.
Pedro se empeñó en construir un monasterio e inició de inmediato
los trámites para la impetración de la
Orden , y todo se daba por la gracia de Dios. La construcción, con la única ayuda de los indios,
a los cuales se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si
hubiese vivido con ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración
de todo el pueblo que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales
aparecían como por arte de magia y teníamos que ahuyentar a los voluntarios, porque
a la hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos:
sin embargo, todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces.
Apenas le informaban a Pedro que faltaba algo, cuando se aparecía alguien a
quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de admirar.
Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen hombre
llamado Pedro de Lumbreras, el que nos ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar,
y se conformó, para no desairarlo, con tomar prestado el patio de la casa. Allí
acomodamos unos catres y una mesa, si es que podía llamarse así, para las cosas
e instrumentos sagrados. Mal que bien, nos acomodamos todos, pero al poco
tiempo nos mudamos para el monasterio.
En la octava de todos los santos de ese año de 1511, Pedro dio
misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo oyeron quedaron
prendados del. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos les pidió, que, al
llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo su autoridad. Fue
así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo, los indios oyeron la misa
y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.
FRAY DOMINGO DE MENDOZA EN SANTO
DOMINGO.
En diciembre de ese año llegó a la española, fray Domingo de
Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para Pedro verlo entrar
a la Iglesia. Cuando
ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio
de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que
nuestros cuerpos lo soportaron.
Con fray Domingo llegaron cuatro sacerdotes de la misma orden
Dominica: Juan de Tavira, Tomás de Santiago, Pablo de Trujillo y Pedro de la Magdalena. Por una
rara coincidencia se habían juntado 12 apóstoles por tercera vez en la
historia. Se repetía el milagro de Jesús, y de Francisco de Asís. Doce hombres
que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
La construcción de la
Iglesia se desarrollaba con rapidez, y con la llegada de los
refuerzos, se produjo el efecto multiplicador. Una vez terminada la obra se le
agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien
construida empalizada; y muy pronto fue hervidero de individuos de todas
clases, que llegaban llenos de fervor con gracia divina, tras el llamado de
Pedro. Aquel santo lugar se convirtió en refugio de arrepentidos. Sus frutos espirituales
no se hicieron esperar, pero también: la envidia, la codicia, la política,
confluyeron en un todo.
A nuestros oídos llegaban las
historias de las crueldades de Juan Ponce de León, del famoso perro
“Becerrillo”, a quien los indios temían más que a diez españoles juntos; las
maldades de Juan Cerón, de Moscoso, de Cristóbal de Mendoza, que practicaban la
captura y matanza de indios en la tierra firme. Las expediciones de Nicuesa y
Ojeda, que asolaron el pueblo de indios de “Calamar”, y de cómo los indios se
amotinaron en el sitio de “Turbaco”, e hicieron gran matanza de españoles, de
donde los que se salvaron regresaron luego con más fuerza, y tomando a los
indios desprevenidos, hicieron gran carnicería de mujeres y niños indefensos.
Las costumbres de los españoles de Santo Domingo se habían
relajado de tanta codicia y soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios,
de la caridad cristiana, se predicaba el odio contra los indios, se había
perdido el orden moral en aquella colectividad. Esos españoles olvidaron su
misión en aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.
Pedro reunió a los doce miembros de su comunidad eclesial, y
discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y acordaron, que tenían
el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que alteraba el orden
moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que predicaban.
Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don Diego Colón había
trasladado la sede de Gobierno a la ciudad de Santo Domingo, que había
prosperado admirablemente. Pedro consideró, que tocaba a él poner remedio a tal
conducta. Me dijo – Fernando mañana muy temprano iremos a ver al almirante; voy
a pedirle a Don Antón que nos acompañe, él sabrá expresarse mejor que yo…
Despachaba el Almirante, en una casa muy confortable, ubicada
frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor , en todo el centro de la ciudad, al
lado del convento de los Jerónimos, con quienes tenía magníficas relaciones.
Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por el Almirante,
inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien amueblada, pero
nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos que hizo el
Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir nuestros olores
a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos permanecer de pie, y el
Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le fue diciendo uno a uno
todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los españoles. Al final de
aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante dijo: -
Padre Santo… yo se lo que está ocurriendo y tengo despachos del
Rey para ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo.
Se necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por
tierra y por mar; sin embargo, os prometo hacer cuanto pueda… para contener y
castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra
mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las
distancias y el desconocimiento de estas ilimitadas fronteras. Por todas partes
aparecen los mercaderes de esclavos, los rescatadores, como ellos mismos se
titulan… Creo que a vuestros oídos ha llegado sobre castigos ejemplares que he
impuesto y decretado; me he visto obligado a ajusticiar a muchos ladrones y
esclavistas, sin embargo, proliferan… tanto aquí como en tierra firme… Solo me
puedo comprometer, a despecho de mi palabra con vos, a continuar… con las
escasas fuerzas que me dan las Cédulas Reales e otros instructivos, que me veo
obligado a cumplir… con esos bandidos que trafican con vidas humanas… Las
limitaciones que os ofrezco, no son obra mía, pero eso no me exculpa… sé que es
mi deber y debo agotar todas las medidas para impedir que continué la masacre,
e implementar otros castigos… para los culpables…
Hermano -lo interrumpió Pedro-
se lo que estáis sufriendo. No veo como podré ayudaros, sin embargo, el
Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, me inspirará para buscar un camino,
una forma para ayudaros. Por lo pronto
contad con todo lo que tenemos, que es muy poco, pero está a vuestras órdenes.
Dios os bendiga y que el Espíritu Santo permanezca en vos.
Nos marchamos contritos, en silencio; por nuestros espíritus pasaban
ideas, confusas, no brotaban las palabras. Meditábamos con absoluto
recogimiento, incapaces de formular una idea exponer algún razonamiento
equilibrado, ni siquiera una posible, pequeña alternativa. El drama era terrible y continuaría.
EL SERMON DE MONTESINOS.
Al otro día, después de la misa, Pedro invitó a todos los frailes
a una reunión para discutir la situación y el resultado de la entrevista con el
Almirante, y luego de largas deliberaciones, dijo: -Hermanos, tenemos que
acabar con este estado de cosas. No
podemos permitir que continúe esta guerra insólita, o estaremos incurriendo en
complicidad. El Señor, no nos perdonará. He decidido iniciar una campaña desde
el púlpito, vamos a denunciar la corrupción, a los corruptos, con nombres y apellidos,
vamos a atacar el mal con todas nuestras fuerzas, y las que nos dará el Señor
Jesús, bendito sea su santo nombre. Denunciaremos los crímenes que se han
cometido y aportaremos las pruebas y los testimonios que sean necesarios,
acudiremos a todas las instancias, iremos a la Corte si es necesario. Comenzaremos ya, y he elegido a fray Antón de
Montesinos, para que, en la homilía del domingo cuarto de adviento, haga las
denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes que se están cometiendo en
nombre de Dios.
Para 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento
infraoctavo de Navidad, se invitó a la misa de 8.30, en la iglesia mayor de
Santo Domingo, especialmente al Almirante Don Diego Colón, a los oficiales del
Rey, demás autoridades civiles y militares, letrados, ciudadanos notables, comerciantes, armadores y demás personalidades
de la ciudad. Todos halagados por la deferencia inusual. Llegada la hora, Antón
de Montesinos ocupó el púlpito, leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista,
que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox
clámate in deserto”, yo soy la voz que clama en el desierto. Al principio habló
con palabras moderadas, habló del adviento y de la esterilidad del desierto de
la conciencia de los españoles que viven en esta isla, y el peligro de la
condenación eterna. Luego elevando la voz enumeró los pecados que venían
cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno
denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad,
muchos de los cuales estaban allí presentes.
Para os lo dar a conocer –dijo- yo soy la voz de
Cristo que habla en el desierto de esta isla… Estas palabras serán las más
duras que jamás pensasteis oír – vosotros sois reos de excomunión…Su voz había
crecido, tenía un tono de autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y los
hombres se alborotaban; y él
continuaba: todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís, por la crueldad
y tiranía que usáis con estas criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho
tan detestable guerra? ¿Con cuál los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni
curarlos, que mueren de fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles todo
el oro sin proveer, tan siquiera, que sean bautizados y que conozcan la
doctrina de la iglesia? ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...
Terminada la misa, la mayor parte de los feligreses
se marchó en compañía del Almirante. Al
parecer decidieron de común y tácito acuerdo, reprender al predicador por
escandaloso y calumniador, para lo cual necesitaban el apoyo del jefe del
gobierno. Todo hace pensar que el
Almirante, en cuenta como estaba de la campaña que emprendieron los dominicos,
de alguna manera se desembarazó de aquellos sujetos. Otros
se quedaron en la iglesia y
pidieron hablar con fray Pedro de
Córdoba, que los recibió con dulzura, santa paciencia y los escuchó con
atención: muchos de ellos dijeron que tenían poco tiempo en Santo Domingo, no tenían nada que ver con los indios, no
eran encomenderos, ni “rescatadores”, ni
esclavistas, ni traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían
que el predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían
considerados y tratados como criminales.
Pedro, no se disculpó, sino que les dijo: -Aquel
que no tenga pecado que lance la primera piedra. Soy el único responsable de esa homilía.
Desde que llegue a esta nación, no escucho otra cosa que los crímenes
espantables que se cometen contra los indios. Es la hora de denunciarlos, no
vaya a ser cosa que el Señor, nos considere a nosotros cómplices de tantas
crueldades. Sin embargo, los invito para el próximo domingo, ya se verá lo que
se puede hacer, el Señor tendrá la última palabra. Id en paz.
Pedro les habló con tanta paz que la comitiva se
marchó pensando que habían logrado hacer recapacitar a la Vicaría , la institución
más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo Mundo por aquel
santo varón de hermosa presencia, todo amor y bondad.
La homilía del tercer domingo de adviento, también
le fue asignada a Montesinos. La iglesia estaba hasta los bordes, abarrotada de
feligreses dentro y fuera del tempo.
Llegado el momento leyó el evangelio y tomó la cita del santo Job, que
dice: “Tornaré a referir desde su principio mi ciencia y mi verdad” (12).
Comenzó luego, muy despacito y con voz apenas audible, a fundamentar la verdad
del domingo anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados, crueldades,
cometidos por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el dolor de
toda una raza…luego conmínalos a retractarse, a pedir perdón a los oprimidos, a
dejar en libertad a sus esclavos, a darles de comer y curarlos, a respetar sus
derechos, acatar las leyes de ellos conocidas, y si no el derecho natural de
gentes. Sabían que era ilegal, contra las leyes de Dios, y por lo tanto pecado
mortal. Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de hambre.
Aquellos que lo ha hecho y no se arrepienten, están excomulgados.
Luego que terminó la misa, un grupo de gente
influyente se quedó para hablar con Montesinos, pero este no los atendió, por
lo cual decidieron apelar a las autoridades y hasta la Corte , de ser necesario,
como lo fue, y el caso fue denunciado ante la Corte. Sabemos que
las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto muchos de los
principales jerarcas de la Corte ,
estaban involucrados en aquellas negociaciones esclavistas y en las
explotaciones mineras donde tantos indígenas morían de fatiga y de hambre. También
sabemos que el propio Monarca llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza,
Cardenal Presidente del Consejo de Indias y al Vicario de la Orden Dominica ,
fray Domingo de Mendoza, que menos mal, conocía muy bien las andanzas de los
revoltosos; y no solo al Rey escribieron los isleños, sino que confabularon
contra Pedro y sus compañeros, al propio Tesorero Real, Don Miguel de
Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella desgraciada empresa.
MONTESINOS Y LA CONSPIRACIÓN.
La conspiración de los isleños, tomó cuerpo, cuando lograron
involucrar a los franciscanos de Santo Domino, que llegaron a la isla
quisqueyana muchos años antes que los dominicos y convivían perfectamente bien
con aquel estado de cosas. Entre estos
estaba Alonso de Espinal, que era un hombre de oración, amable y caritativo,
pero cándido en extremo. A este convencieron para que viajara a la Corte y hablara en nombre
del pueblo de Santo Domingo, con el Rey, so pretexto del amotinamiento de los
indios con lo cual lo sedujeron. El buen padre aceptó el encargo más por
ignorancia que por maldad, y preparó su viaje. Con él enviaron cartas al Obispo
de Burgos, Don Juan de Fonseca, también al Secretario del Rey, Lope Conchillos;
al Camarero Real, Juan Cabrero, y, en fin, a todo el Consejo que se ocupaba a
de las cosas de Indias.
Pedro supo de toda esta conspiración y habló con Fr. Domingo de
Mendoza, para pedir su consejo. Fray
Domingo lo escuchó con tristeza, puso sus manos sobre los hombros de Pedro,
oraron largo rato y al cabo le dijo: -Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os esperan días
aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os reciban, tal
vez mucho tiempo, pero debéis defender vuestra causa, que es la causa de Jesús,
bendito sea su santo nombre. No podéis permitir que estos pecadores
esclavistas, inhumanos, terminen con lo que tanto os ha costado, a vos y a
todos los que os acompañamos.
Pedro decidió enviar a Montesinos a defender la causa, que ya se
llamaba y era conocida como la causa de los cristianos, porque conociéndolo,
sabía que hablaría con el propio Rey.
Así que partieron para España, por una parte, Alonso de Espinal, y por
la otra, Antonio de Montesinos.
Ya en la Corte, a Montesinos no lo recibieron, en cambio a fray
Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron con bombos y platillos, ya que los
caudillos de la Isla
le habían abonado el terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero, se
ingenió para introducirlo en el Despacho del Rey, y este lo sentó a su lado
para escucharlo, y lo trató como un santo, que en verdad se lo ganaba por su
modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras dulces y discretas.
Alonso de Espinal entrego al Monarca un memorial con las denuncias, y las
cartas que traía; y el Rey, que era Don Fernando el católico, las recibió con
harto placer. Era un informe
pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya
leído; pero por la deferencia que mostraban con él los esclavizadores y comerciantes
de perlas y minas de oro y plata, se da por seguro que el informe iba por esos
caminos, llenos de elogios para ellos y de mentiras contra los dominicos y sus
obras.
El pobre Montesinos, no podía dar cumplimiento a su misión y
desesperaba, porque se le oponían mil dificultades. Todos los días iba a las
puertas del Palacio y nadie se fijaba en él. Trataba inútilmente de ver al Rey
o a cualquier otra persona influyente, y nada adelantaba. Las cosas marchaban
de mal en peor.
El Provincial de Castilla escribió a Pedro, mientras el pobre
Montesinos sufría tantas calamidades, ordenándole que se retractase de las
cosas dichas en los sermones, porque había alarmado y perjudicado a personas
muy allegadas al Rey, y todo ello había creado una gran consternación en el
Reino. Sin embargo, al final de la carta,
el Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su superior
espiritual, y él lo entendía así.
Sin embargo, Montesinos no se daba por vencido en su empeño de ver
al Rey. Sucedió, que un día, estando Montesinos haciendo su “guardia”, el portero
que bien lo conocía y tenía orden de no dejarlo pasar por ningún motivo, se descuidó
o se hizo el descuidado, en el momento en que un fraile de servicio, entró al
Despacho del Rey y dejó abierta la puerta. Montesinos no esperó más, y entró
como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.
Don Fernando de Aragón, el monarca más poderoso de la tierra,
quedó estupefacto, pero rápidamente se repuso, y dijo: -Padre, ¿Qué os pasa,
porque entráis así? ¿Quién os persigue?
¿Qué buscáis? Y lo tomó de las manos y levántalo
hasta que sus ojos quedaron parejos.
“Solo quiero que me escuchéis… Quiero hablar con vos sobre cosas
que interesan a vuestros súbditos…y que de otra suerte no podré hacerlo…
Don Fernando comprendió cuantas dificultades habría pasado el buen
padre para llegar hasta él. Sentase en el trono y se dispuso a escucharlo. En
ese momento entraron varios dignatarios con el Cabrero al frente, para sacar a
Montesinos. El Rey les hizo una seña y todos salieron…y buscando los ojos de
Antón, dijo – Bien padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo que tengáis que
decirme, hablad…y plugo a Dios, porque no me hagáis perder el tiempo…
Montesinos llevaba consigo un pergamino en el cual había escrito
capitulo por capitulo, todos los pecados, maldades, vejaciones y crímenes,
cometidos por los españoles en la isla y en sus otros dominios; con nombres,
lugares, fechas y testigos de las denuncias que habían hecho los dominicos y
sus circunstancias, y sobre todo, suscritas, firmadas y refrendadas por fray
Pedro de Córdoba, su Vicario de las Indias; y al terminar de leer el pergamino,
preguntó a su majestad - ¿Vuestra Alteza
manda hacer y cometer estos crímenes…?
Fernando, levantándose respondió - ¡No por Dios, ni tal mandé en
mi vida…! Pues…no puedo yo responder por todos en mi reino…Pero comprendió la
magnitud de la denuncia y agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra
satisfacción. Luego dando unas palmadas, aparecieron dos sirvientes y les mando
–Llevad al padre y dadle alojamiento en palacio, desde hoy el será mi huésped,
atendedlo con diligencia.
LAS LEYES DE BURGOS
Es indudable que el Rey quedó impresionado con la personalidad de
Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de santidad que lo elevaba
sobre los demás. Al otro día, de esta intempestiva entrevista, el Rey convocó
un Consejo Extraordinario formado por el obispo de Palencia Don Juan Rodríguez
de Fonseca, Hernando de La Vega ,
hombre prudente y sabio; Luis Zapata, de iguales dones y que era conocido como
el Rey Chequito por la influencia que tenía en la Corte ; y el licenciado Mexica,
y el doctor Palacios Rubio, jurista ilustre y consejero de la Corte ; y el licenciado Sosa,
consejero perpetuo. También convocó El Rey,
a los frailes Tomás Duran, Pedro de Covarrubias y Matías de Paz, sabios
teólogos, catedráticos de Salamanca.
La primera reunión de este Consejo extraordinario se efectuó en
Burgos, y hasta allí se fue Montesinos, para ver de participar. Más otra vez
los esbirros se lo impedían. Entonces fue en busca de fray Alfonso de Espinal,
que ya estaba en Burgos con todas las prerrogativas. Fue al Convento que el
francisco tiene en esa ciudad y le halló en la puerta, en momentos en que salía
para el Consejo; allí mismo lo sermoneó con todas sus artes y conocimiento de la
cuestión que se iba a resolver. Al principio, el buen sacerdote se oponía y no
quería escucharlo, pero Montesinos estaba preparado para convencerlo, solo él,
en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó fuertemente por el brazo y
lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito desde la A hasta la Z , le dijo hasta del mal de que
iba a morir, y todo lo que tenía que decirle al buen padre. Le contó sobre el
memorial que le trajo al Rey, le habló de los crímenes, torturas, vejaciones,
que cometía los esclavistas, y se los enumeró un por uno, y le dijo: -Si vos
compartís esos delitos también compartirás el infierno; y el peor es el que
llevarás aquí en la tierra, cuando se conozcan todos los crímenes que se
cometen contra esas criaturas inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos
crímenes contra Jesús, bendito sea su santo nombre. Vos estudiasteis para hacer
el bien, para sacrificaros, para no pecar, para trasformar el odio en amor,
para llevar la paz, para no padecer de codicia. Pero ¿Qué vais a hacer con
vuestra vida? ¿Y peor aún, con vuestra alma? ¿Es que no podéis entenderlo? ¿Qué
clase de hombre sois?
En el corazón del buen padre operó la maravilla del Espíritu
Santo, y entre sollozos respondió –Padre sea por amor de Dios, la caridad que
me hace, de iluminarme en todo esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi culpa,
mi ignorancia, o tal vez mi vanidad y soberbia?
Hermano, si sois sincero, que Dios os perdone, y yo en nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os absuelvo de todos los pecados que
habéis cometido, pero en adelante no peques más, y apartaos de los malvados,
abriga en vuestro corazón solo amor. Dios tiene paciencia y perdona. Yo os
ayudaré a salir de esta emboscada que os ha tendido el Maligno. Busca en tu
vida material la senda del dolor y el sacrificio, el amor al prójimo, como nos
enseñó Jesús, bendito sea su santo nombre: entre los pobres, los que sufren,
los que lloran, los que no tiene nada, los enfermos, los afligidos, los
indiecitos de La Española ,
que esa es la senda en la cual encontrarás la paz y el auxilio para tu
espíritu. Solo tienes que arrepentirte y apartarte de la maldad, no permitas
que otra vez os utilicen, aunque en ello vaya vuestra vida. Id en paz.
Desde ese día Montesinos contó con la devoción del franciscano,
que lo amó tiernamente como era de su natural temperamento; tenía acceso al
Consejo y precisamente allí fue su mejor aliado pues le informaba de cada y
como iban los acontecimientos, y él los manejaba por los hilillos que le
dejaban.
Cuando el Consejo de Burgos aprobó la Ley , que fue la primera de Indias,
el de Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo: -Hermano, habéis obtenido
un triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo que esa ley os pertenecía,
que aspiraba que hiciese mucho bien para sus súbditos del Nuevo Mundo. Antón, no respondió inmediatamente, se
arrodilló y oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que
respetuosamente lo acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y
alabanzas al Señor. Luego Antón dijo: -Es cierto que merezco ese
reconocimiento, pero si mi superior no me hubiese enviado y fortalecido con sus
enseñanzas y ejemplo, no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo
comunitario que no me pertenece ni puede pertenecerme. Vos también tenéis buena
parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste vigilante, participando
activamente en las deliberaciones y en la aprobación definitiva de esas reglas.
Ahora decidme ¿cuáles son los aspectos que se trataron y aprobaron?
No puedo repetir todo el texto de la Ley , ya se verá publicada,
pero si os puedo informar sobre algunos aspectos, tratados y aprobados. Por
ejemplo, se aceptó que los indios son libres y deben ser instruidos en la fe;
que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza, que no atente contra la
dignidad de su persona, que deben trabajar en condiciones justas; que el
salario sea suficiente; que se les respete el descanso semanal. Ya las estudiaréis,
os procuraré una copia de la
Cédula Real que la promulgará, para que hagáis las
observaciones que quisieres.
Las leyes de Burgos abrieron el camino para otras leyes, cada vez más
acertadas; el Consejo trabajó desde entonces, incasablemente. A ese movimiento se le conoce como Capítulo
de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás de su Orden, como Los Cruzados de
Pedro de Córdoba. Así comenzó la gran batalla de aquellos dominicos, que
avanzaron en nombre de Jesús, bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos
se presentaron para iluminar el corazón del Imperio, pero con el desarrollo de
una actividad permanente, el sacrificio y las oraciones, contra todo un poder
constituido, la codicia, los intereses creados, se logró el tesoro
inextinguible de las Leyes de Indias.
Montesinos regresó a Santo Domingo; Pedro recibió de sus manos,
las leyes de Burgos, y no se conformó con ellas, aunque le pareció un paso
gigantesco, y sobre todo admiró y bendijo el trabajo de su comisionado, y
también justificó al bueno de Alfonso de Espinal, por su arrepentimiento y su
actitud valiente en defensa de los indios.
Desde entonces los dominicos y los franciscanos trabajaron juntos en la
cruzada evangelizadora.
Las leyes no surtieron el efecto que se esperaba. No mejoró en
nada la condición de los indígenas. Los encomenderos procuraron y lograron burlarse
de ellas, pese a que algunos fueron a la cárcel, casi de inmediato fueron
puestos en libertad por los jueces, la mayor parte comprometidos en el tráfico
de esclavos y en la explotación de las minas. Luego aquellos que fueron
enjuiciados arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los
mismos esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba
la ley.
LAS PERIPECIAS DE PEDRO Y LAS
LEYES DE VALLADOLID
Pedro no lo pensó más, decidió irse a La Corte , además tenía que
responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición formulada en su
misiva. Así fue como partió para España
en 1512. Se trasladó al puerto de Isabela, donde había un galeón a punto de
partir. La jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y peligrosa. Se fue
con algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no había otra forma de
ir hasta aquel puerto. Durante cuatro
días caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al descampado, se alimentaban
con algunas cosillas que encontraban en el camino, sobre todo frutos silvestres
que ya conocían, porque no quisieron llevar absolutamente nada de sus viandas
habituales, que les impidieran ir rápido y libremente, y también contaban con
muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si supiesen a
lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos.
En ningún momento hubo nada que lamentar del trato de los indios.
Llegaron a Isabela y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida
por los vientos, desde la vez anterior estaba abandonada; pero allí estaba el
galeón, el más hermoso que jamás habían visto.
Aun pasamos en La
Isabela diez días fondeados, haciendo algunos arreglos y
esperando bastimentos negociados con los indígenas, sobre todo casabe, maíz y
pescado salado.
El día de la partida desde
el puerto de Isabela, nos reunimos en la cabina del Capitán, y después de
acordarnos en varios asuntos despegamos a las seis de la mañana, del día de
Reyes, 5 de enero de 1512. Seguiríamos las cartas del Almirante del Mar Océano,
que Dios guarde en la gloria, buscando la isla de La Trinidad , donde
deberíamos surgir para tomar otras provisiones que harían falta, y así lo
hicimos. Tomamos dos días en puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros,
personas importantes que viajaban a España.
El día1 6 salimos para las Islas Canarias, al puerto de Las Palmas,
donde surgimos el 15 de febrero.
El 25 llegamos al Puerto de Barcelona, donde nos esperaba una
comitiva de la empresa naviera. El puerto queda en la desembocadura de “Las Ramblas”,
que es un lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de lluvia de la gran
ciudad. Salidos del barco, Pedro fue directamente
a la iglesia de Santa Catherine, que es la de su Orden, donde tenía amigos.
Esta Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral, fuera de sus
extendidas murallas. Habíamos subido Las Ramblas, caminamos casi toda la calle Hospital,
bordeamos la muralla, unas callejuelas que dan a la Plaza Nueva , y
llegamos a la iglesia. Me despedí y él se quedó varios días preparando su viaje
para Castilla.
PEDRO EN VALLADOLID
Llegó a Burgos el 10 de marzo, por la vía de Logroño, e allí le
informaron que el Rey estaba en Valladolid.
Se quedó varios días recabando información sobre el trabajo del Consejo
y de sus miembros, por ver si alguna de aquellas personalidades le podía ayudar
en su misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos salió a
pie, porque no pudo encontrar otro medio, y a él le complacía caminar. Sin embargo, en el camino siempre encontraba
gente amable que lo invitaba a cabalgar con ellos o montar en sus carretas; así
llegó a las puertas del Palacio Provincial en Valladolid a las 6 de la mañana
del día 19, y ya se sabía que venía, porque de inmediato le dejaron
entrar. Lo condujeron al comedor y le
brindaron un buen desayuno, un trozo de pan con queso manchego y un tarro de
leche de cabra. Luego van al salón, donde Pedro, como era su costumbre, se
mantuvo bastante rato de pie, hasta que vio un crucifijo en un altarcillo con
reclinatorio, muy bien dispuesto. Allí cayó de rodillas, oro y sumiese en
profunda meditación y adoración del Señor, sin percatarse del tiempo. Había
trascurrido más o menos una hora, cuando escuchó a su lado una tosecilla, se incorporó
presto para ver de dónde venía, y se encontró cara a cara con fray García de
Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, y con fray Agulatín de
Funes, Provincial de la
Orden Dominica en España.
Pedro se acercó preferentemente al Cardenal, se arrodilló según su
costumbre y esperó que le hablase. El Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo
que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise interrumpir vuestro diálogo
con el Santísimo, sé que es vuestro consuelo; y también sé que os escucha. He
oído muchas cosas vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid,
acompañadnos, caminemos un poco y hablemos. En este salón hay demasiados oídos.
Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho cuidado con lo que haces y
dices.
Qué alegría me da oírlo hablar así, Santo Padre –dijo Pedro, con
manifiesta complicidad- sin embargo lo
único que me preocupa cuidar, y es lo que temo perder, es mi alma; pero también
considero y creo, que mi Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, la tiene muy
protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el Pastor de un numeroso
rebaño, y si el Pastor se pierde, se pierde el rebaño.
El Cardenal insistió y dijo – Bien, Pedro, contadnos ¿Por qué os
persiguen en La Española ?
–
Los tres dignatarios se detuvieron en un jardincillo, cerrado
de parrales, y se acomodaron en un
banquillo de madera labrada bastante cómodo para los tres. -Pedro, les pidió
que lo perdonaran si el relato se hacía largo y tedioso; pero os lo voy a
referir con todos los detalles. Entonces
les contó con pelos y señales, todo lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre
todo lo que había visto y oído desde que llegó a La Española ; y las denuncias
que se había visto obligado a hacer por no parecer cómplice de tantos crímenes.
Díjole- cuando llegaron
nuestros hermanos a la española, había cinco provincias ordenadas y densamente
pobladas; con sus familias y gobernantes, que son los que llaman Caciques. Hoy
todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega , que se extiende de Norte
a Sur, que conozco muy bien porque la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas
españolas, tiene altas montañas y ríos navegables como el Ebro, Duero o
Guadalquivir, es la provincia o reino del cacique Guarines, de quien
seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una
servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde
están las minas de oro más ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada
uno de sus súbditos llenar de oro un cuenco hecho de cuero de cascabel para
obsequiar a su Alteza Real, a condición de que no obligaran a su pueblo a
buscar más oro porque no sabían hacerlo en las minas; que su pueblo si podía
trabajar labranzas desde Isabela hasta Santo Domingo, si se lo mandase su
Alteza Real. No fue escuchado, fue perseguido hasta la provincia de Caguayo,
donde mataron a sus defensores, lo tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla
con una gran carga de oro que se perdió en el mar, junto con sus captores.
Aquellos dos hombres lloraban, sus lágrimas corrían libremente,
pero el Cardenal le dijo a Pedro –Continúa hijo mío, sabes que soy un viejo muy
tonto- Y Pedro continuó… En otra parte
de la española, esta una provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando
con La Vega o
Cibao, que fue totalmente destruida; era el territorio del cacique Guacanagarí,
Provincia de Marién, con más superficie que le Reino de Portugal. Los señores
de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El cacique
fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de presentes y
atenciones, en su primer viaje en 1492, y el premio que se le dio fue la
persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda; para su familia, todo su
pueblo y con toda saña, para él. El cacique se internó en las montañas y allí
murió. ¡Solo Dios sabe cómo!
El Cardenal se llevó las manos al rostro y exclamó: ¡Apiádate de
mi Santo Padre, no soporto más oír tantas crueldades! ¡¿Es posible que el
hombre sea capaz de tanta crueldad, sin ningún motivo?!
Señor. Creo que vuestra
excelencia conoce la historia de Canoabo, porque se han contado tantas
versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El cacique era de la
provincia de Maguana, que sirvió al reino más y mejor que ningún otro súbdito
en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo encadenaron en uno de
seis navíos que se perdieron en medio de terrible tormenta, frente al puerto de
santo Domingo. Luego persiguieron y
mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran testigos. Y del cacique
Behechio y su hermana la hermosa princesa Anacaona, del reino de Xaraguá, que,
junto con otros personajes de su Corte, fueron perseguidos sin ningún motivo,
apresados y encadenados. Luego los encerraron en una casa grande y le
prendieron fuego, menos a la bella princesa que ajusticiaron en medio de
torturas espantosas y burlas inenarrables. La ahorcaron junto a su madre la
anciana reina Higuanama, de la provincia de Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi
exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una visión sutil de lo que
verdaderamente está ocurriendo.
El Cardenal lo escuchaba con el corazón a punto de estallarle, pero
lo alentó a continuar en su cruzada, más le dijo: -Hijo mío, en esto te va la
vida, vais a luchar no solo contra esos criminales, sino contra sus intereses,
que valen para ellos más que sus propias vidas y sus ánimas. Vais a luchar
contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo, pues se dé cierto, que
el católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y tratará de ponerle
remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o serán burladas con sutiles
artimañas.
Pedro lo escuchó con devoción, y sus lágrimas corrían por sus
mejillas por comprender lo imposible de aplacar los crímenes que se cometían y
continuarían cometiéndose con aquellos pobrecillos indefensos, que ya quería y
amaba como si fueran sus verdaderos hijos. Entonces recordaba sus ojillos
llenos de espanto y no sabía que podía hacer; pero volvería a procurar de
hacerlo. Cristo, bendito sea su santo nombre, debería ver por él y darle el
valor y la sabiduría necesarias para proceder más conforme con su misión.
Vi a Pedro tantas veces arrodillado ante el Santísimo, pidiéndole
a la Virgen Purísima ,
nuestra Santa Madre, que intercediera ante el Padre Eterno, en nombre de su
hijo Jesús Cristo, para que le diera el valor y la inteligencia necesaria para
afrontar su compromiso con los más débiles. Entonces lloraba mansamente durante
días y noches enteras. Mortificaba su cuerpo hasta que iban a sacarlo y
alimentarlo, porque caía sin sentido.
En Valladolid le informaron sobre las peripecias de Montesinos, y
esa fue una de sus pocas alegrías que celebró con una sonrisa y una
oración. De las leyes aprobadas para
favorecer a los indígenas de toda la América Española ,
lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que significaba y el destino provisor
que de ello se derivaría para el futuro, y pese a todo lo que continuaría en
esta generación. Sin embargo, la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a
formular objeciones a esas leyes para perfeccionarlas. No había quedado conforme porque había muchas
maneras de violarlas dentro de la legitimidad porque no señalaban castigos para
los infractores, más bien se les respetan sus privilegios, y decidió
planteárselos al Monarca, para ponerlo al tanto de sus preocupaciones, y así se
lo manifestó al Cardenal, por lo cual pidió con respeto y acatamiento, el
permiso necesario y la solicitud de una audiencia con El Católico.
La audiencia se le concedió inmediatamente, no solo por lo
importante del asunto, sino que el Rey deseaba conocerlo. Y fue ante él, solo
con su gran amor en el corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino.
Se detuvo frente al portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don
Fernando me espera, anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo
miró de abajo arriba, sonrió, y no se movió. Pedro se hizo el desentendido,
sacó la carta del Rey y se la entregó. El hombre entre incrédulo y curioso, vio
la carta de la audiencia, se encogió de hombros y le dijo: ¿Pues ve, si os
reciben con esa facha? ¡Que el diablo me coja!
Así mismo se presentó ante Fernando, cubierto con el polvo de
tantas jornadas; pero el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los
ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mandó
luego que lo trajeran y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y
lo besó en las mejillas como a un viejo amigo. Pedro se arrodilló para dar
gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. De luego
el rey le ruega que se ponga de pie y porfía que no debe hacerlo ante él por no
ser digno de ello, más Pedro no lo escuchaba, estaba en intima comunión con
Jesús y así lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se levantara y saliera
de aquel estado de arrobamiento.
Perdonadme Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas corrían libremente
y también al viejo monarca se le saltaba las lágrimas y su mente, sin saber
porque viajaba a su amada Isabel sin saber a qué se debía aquel acceso de
ternura. Luego más calmado, Pedro comenzó a explicarle el propósito que lo
llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el corazón del Monarca,
que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba por aquella santa
boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española , habló de las
cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores;
de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por
saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si
los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad
que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba
gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc., interesados en mantener sus
encomiendas y “rescates”. A todo ello respondió Pedro sencillamente: -Esos
hombres y sus familias han vivido en sus naciones tantos siglos como nosotros
en la nuestra, y nunca necesitaron que fuésemos a darles de comer. Ahora en
cautiverio, pues, si no comen se mueren-
El Rey no preguntó otra cosa, sino que le demandó que se hiciese
cargo del gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar los males
que él no podía hacer. Mas Pedro se
rehusó, y le respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión meterme en
negocios tan arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico que no me lo
mandéis; pero si quiero pediros un gran servicio. -De que se trata- inquirió el
Rey. Quiero proponer algunas
modificaciones a las leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para
mejorar el trato que se da a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas
de vuestra Majestad; y creo que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre, no
las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas por gente
interesada en no modificar el orden establecido con su secuela de crueldad,
especulación y codicia.
Oyolo atónito el Rey; creía haber hecho todo lo más, ordenado a
sus mejores consejeros que hiciesen una ley humanitaria para aquellos pueblos,
y venía uno solo que le decía que había mandado mal y así parecía que era. Al
Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y no pudo entender como soportaba a
Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio explicaciones y razones que a nadie
podía dar, ni que lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas
para Cristo, tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará.
Convocaré un nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os
será consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán
retenidas.
Así fue que el Rey más poderoso del Orbe, convocó en Valladolid,
un nuevo Consejo, formado por los anteriores dignatarios que formaron el
Consejo de Burgos, ahora reforzados por otras personas destacadas, como el
licenciado Santiago, Don Juan de Fonseca y los teólogos de Salamanca, fray
Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo.
De seguro Pedro asistió a esas sesiones como crítico y consejero,
aunque no aparece entre los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en
Palacio, pese a la invitación del Rey, eso no era de su habitual
comportamiento. La casa donde se alojó, estaba muy cerca de Palacio, pertenecía a
una dama muy respetada a quien apodaban María La Brava , que aún se conserva y
es patrimonio histórico de la ciudad de
Valladolid; que se la ofreció la propia dama a Pedro, por haber oído del
Rey, que era un caballero de gran autoridad, y
persona en sí que fácilmente,
quien quiera que lo veía y hablaba y oía, conocía morar Dios en él y tener dentro de si adoramiento y ejercicio de santidad, y que
él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo como santo.
Las leyes de Valladolid, después de amplias discusiones con la
intervención de juristas y teólogos, fueron firmadas por Tomás de Matienzo,
Alonso de Bustillos, Lic. Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió
burlado, pero se conformó con la inclusión de algunas reglas, a pesar de saber
que eran insuficientes, y que le aguardaba una larga lucha y no pararía de
hacerla en toda su vida.
ENUNCIADO DEL PROYECTO DE
EVANGELIZACIÓN
Pedro se quedó en Valladolid un tiempo más y trabó muy buenas relaciones
con el Rey, de tal suerte que enviaban de la Corte a por él, y el Rey le consultaba hasta en
cosas familiares que debía decidir, e inclusive de política que a veces se veía
obligado a suscribir y aplicar. También porfiaba casi siempre, que Pedro debía
aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día Pedro le dijo:
_Alteza, he pensado en un modo de volver a las Indias. El Rey le dijo-Muy bien, os escucho.
–Quiero ir a la tierra firme en parte donde españoles no vayan.
Solo con la cruz de Cristo y unos pocos misioneros, para evangelizar a los
indios en la paz de Cristo, porque ya en La Española , el mal ha crecido tato que no se podrá
erradicar, sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes,
ni por la fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y
trabajadores, así lo quiero, si vos me lo ordenáis.
Fernando que había soñado con aquel acontecimiento, y que días
antes, el 14 de mayo de 1513, había consultado con sus consejeros sobre la
posibilidad de mandar, a Tierra firme, una expedición para iniciar la
colonización de aquellas provincias; y ¡Dios bendito! El propio Pedro, a quien tanto amaba, se lo
pedía. ¿Qué más podía desear? Le dijo
–Os lo prometo, iréis este mismo año a tierra firme, con todo lo
que queráis. Hacedme de inmediato un memorial detallado de lo que necesitéis, y
ya está concedido.
La noticia corrió como pólvora encendida por los corrediles del palacio;
no se hablaba de otra cosa. Aquellos que antes se atrevían contra él, fueron
los más sumisos y sus mejores consejeros. Desde ese momento, Pedro fue asediado
por decenas de personas interesadas en el proyecto, no le dejaron descanso.
Para el 10 de abril salieron los primeros despachos reales: dos cédulas
dirigidas a los oficiales de la
Casa de la
Contratación de las Indias en Sevilla, y otra para el Dr.
Sancho de Matienzo, tesorero de la dicha casa, para que se le diera pasaje y
mantenimiento vía La Española, a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes más, que le
acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo contenido en el
memorial que os presentará, y así me serviréis.
Pedro se trasladó a Sevilla con su comitiva, presentó las catas
credenciales a los oficiales, y al Dr. Sancho de Matienzo, que de inmediato le
dio cabida y procedió con la mayor diligencia, según la orden de su Majestad,
en preparación de la expedición. Se gastaron, según Don Sancho, más de 400 mil
maravedíes. Se ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del
Imperio, no se regateó en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió
en abundancia, en especial las imágenes de la Virgen y del Crucificado, y para la construcción
de iglesias y todo lo relacionado con la albañilería, fue de primera
importancia: ladrillos, ornamentos, clavos, las herramientas, todo supervisado por
Pedro. El 14 de junio partió la expedición desde Sevilla, en un gran navío de
150 toneladas con rumbo a La
Española , bien equipado, con 50 tripulantes y 250 pasajeros,
y lego a puerto el 18 de julio a Sto. Domingo.
Pedro daba la misa en la cubierta del navío todos los días a las
7 de la mañana, la buena noticia era el
principal alimento esperado por todos a bordo, la paz de Pedro confortaba a los
viajeros, la mayor parte asustados ante la inmensidad del océano. Muchos se le
acercaban para buscar alivio a sus tormentos y frustraciones y de verdad lo
encontraban. Pedro se recostaba luego en la cuaderna y allí lo rodeaban, él
confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de los santos y
parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas.
Cierta vez, Pedro les hablaba sobre su propia filosofía, y decía
que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas, nuevos credos,
muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de amar a Dios,
eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo. La iglesia instituida es la católica, y ahora
tiene 1500 años estudiando la mejor manera de amar a Dios. Los doctores de la
iglesia se han esmerado en perfeccionar el acto amatorio que debemos al
Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera dentro de la liturgia católica,
entonces ¿Cómo será dentro de estas sustituciones imperfectas? Si no creemos en
los sacerdotes católicos que pasan la vida estudiando la forma de acercarse a
Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha ido
avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del tronco
común del conocimiento de Dios, en ramas que a la vez también se han dividido y
el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una meta común
-Estos conceptos y otros se encuentran en el Apéndice de esta Obra.
34 días después, sorteando algunos contratiempos, llegamos al
puerto de Santo Domingo, en La
Española el 18 de julio. Las autoridades, de la isla el Lic.
Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo, el Vicario Domingo de Mendoza y
los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de Ortiz, y los franciscanos Alfonso
de Espinal y Francisco de Córdoba, nos esperaban en el puerto. Pedro entregó
las cartas reales y pidió que lo condujeran a presencia del Almirante Diego
Colón, para entregarle personalmente los despachos y la carta del católico. Y así
fue conducido ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en los que
se daba cuenta de la misión que se le había encomendado.
Don Diego se mostró muy preocupado, y le dijo a Pedro: -Padre,
sabéis a lo que os exponéis, en ello os va la vida. Vos no conocéis esas tierras ni esas gentes. Sé
que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona que os ama, tomad las
precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta. No me sobran hombres,
sin embargo, puedo disponer de por lo menos 10 hombres diestros en el trato con
los indios. Están a vuestras órdenes.
¡No Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que sirva de
intérprete. No quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas sagradas son imprescindibles,
y los bastimentos que están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar
casabi en la Isla
de la Mona , lo
demás lo tenemos en abundancia. Más vos tenéis razón en cuanto a las
precauciones que debo tomar, y mientras preparamos la expedición definitiva
para asentarnos en un buen lugar en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis
cuidado; enviaremos exploradores, para ver donde pararemos. Todo saldrá bien,
Dios de por medio.
Citas.
1.-Demetrio Ramos. Estudios de
Historia Venezolana. 1976.
2.-Bartolomé de Las Casas.
Historia de las Indias.
3.-Ibidem.
4.-Boletín del Chiev.
5.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
6.-Ibidem.
7.-Ibidem.
8.-Ramón Badaracco- Colección de
El Periódico de Sucre, y otras investigaciones.
9.-Ibidem.
10.-Bartolomé de Las Casas.
Ibidem.
11.-Ibidem
12.-Ibidem.
LIBRO SEGUNDO
“El capítulo de Córdoba será la piedra miliar luminosa, a la que
hay que mirar, y de la que hay que partir, para el análisis de los inicios de
la evangelización del Oriente de Venezuela”.
Álvaro Huerga. (13)
En mi opinión, la fundación de Cumaná fue la empresa humanitaria
más luminosa y gloriosa llevada a cabo por españoles en tierras americanas. Fue
un hecho que se produjo en base al proyecto presentado y discutido por Pedro de
Córdoba con Fernando de Aragón, el católico, Rey del Imperio Español, el más
poderoso de la tierra en aquellos tiempos, en cuyos dominios “no se ponía el
sol”.
Este humilde fraile dominico con su prédica a favor de los indios,
conmovió los cimientos políticos, jurídicos y filosóficos que regían la
conquista del Continente Americano, y
obligó al Soberano Fernando “El Católico”, a promulgar leyes
humanitarias para las colonias – las leyes de Burgos y Valladolid, que son las
primeras que se dictan, por orden del Rey al Consejo Real convocado al efecto,
para dignificar el trato con los súbditos americanos. Las leyes de Indias
constituyen un monumento jurídico dejado por España, en el cual se pueden
estudiar muchos aspectos del proceso colonizador: desde la estructura jurídica,
política, social y religiosa, hasta los actos más resaltantes del proceso
colonizador: planificación, ejecución y ejecutores.
La fundación de Cumaná está
íntimamente ligada a la vida y la obra de fray Pedro de Córdoba; porque el
escogió el lugar para iniciar la gran hazaña, y ese lugar fue en los pueblos de
Cumaná y Chiribiche, su base de operaciones.
Pedro programó y ejecutó tres expediciones para fundarlos estas
fueron calificadas por el historiador SJ. Hernann González Oropeza, de Expediciones
Fundantes, y antes que él no hubo ningún otro autorizado por el Rey o el
Vaticano, para fundar pueblos en la provincia de Nueva Andalucía; para
historiarlas y hacer nuestro trabajo, seguiremos al más autorizado cronista de
Indias, que fue Fray Bartolomé de Las Casas, o Casuas, en su OBRA “La Historia de las Indias”
versión original, publicada en la colección Rivadeneira, Biblioteca de Autores
Españoles. Obras Escogidas. Bartolomé de Las Casas, Tomo XCVI, págs. 133 y ss., y tomo CX, págs. 161 y 162; y nos apoyaremos
también en las Cédulas Reales y en documentos, cartas y nutrida bibliografía,
para tratar de establecer la verdad de los hechos fundacionales que nos atañen.
Bartolomé de las Casas, en la obra citada, narra todo lo
relacionado con la preparación de la primera expedición fundante, dice:
“Ya dijimos en el capítulo XIX, como el siervo de Dios, padre fray
Pedro de Córdoba, que trujo de Santo Domingo primariamente a esta isla, fue a
Castilla, y lo que allá hizo y el
crédito que el Rey Católico le dio y en
la veneración en que lo tuvo, y como,
viendo que la perdición de los indios creciendo iba por la ceguedad de los que aconsejaban al
rey, letrados, teólogos y juristas, y conociendo juntamente, que donde hubiese
españoles no era posible haber predicación, doctrina, ni conversión de los
indios, suplicó al rey que le diese licencia
para se ir con cierta compañía de religiosos de su orden a tierra firme,
la de Paria, y por allí abajo, donde españoles no tractaban ni había, y el rey,
como católico, se holgó mucho dello y le mandó prever de todo lo necesario para
su viaje y estada en tierra firme a los oficiales desta isla. Conviene agora tratar
de como tornó el venerable padre con sus provisiones a esta isla y como puso
por obra su pasada a tierra firme.
Presentadas las provisiones reales a los oficiales del rey, luego
las obedecieron, y, cuanto al cumplimiento, se ofrecieron de buena voluntad,
cada y cuando que quisiese, a complillas. Y entre tanto que se aparejaba,
despacho él todos los religiosos que habían de ir, los bastimentos y aparejos
para edificar la casa y todo lo demás que habían de llevar y dónde y cómo
habían de poblar; deliberó el siervo de
Dios enviar primero tres religiosos a tierra firme, como verdaderos apóstoles,
para que solos entre los indios de la parte donde los echasen, comenzasen a
predicar y tomasen muestras de la gente y de la tierra, para que de todo
avisasen y sobre la relación que aquellos hiciesen lo demás ordenar. Pidió, pues, a los oficiales del rey el dicho
padre que mandasen ir un navío a echar a aquellos tres religiosos en la tierra
firme, la más cercana de esta isla española, y los dejasen allá, y después, a
cabo de seis meses o un año, tornase un navío a los visitar y saber lo que
había sido de ellos. Los oficiales lo pusieron luego por obra, y mandaron
aparejar un navío que los llevase; dista de esta isla aquella parte de tierra
firme 200 leguas. Nombró el siervo de Dios para este apostolado, e impuso, en
virtud de santa obediencia y remisión de sus pecados, (al padre fray Antón
Montesino, de quien arriba hemos hablado, que predicó primero contra la tiranía
que se usaba con los indios y anduvo en
la corte, como queda declarado), y aun religioso llamado fray Francisco de
Córdoba, presentado en teología y gran siervo de Dios, natural de Córdoba, y
que el padre fray Pedro mucho quería; dioles por compañero al fraile lego Juan
Garcés, de quien dijimos arriba, en el Cap. 3, que siendo seglar en esta isla
fue uno de los matadores y asoladores della; tambien había muerto a su mujer;
el cual, después que recibió el hábito, había probado en la religión muy bien y
hecho voluntaria gran penitencia. Todos tres, muy contentos y alegres,
dispuestos y ofrecidos a todos los trabajos y peligros que se les pudiesen por Cristo ofrecer, porque confiados y seguros por la virtud de la obediencia, que
de parte de Dios les era impuesta (que ninguna otra mayor seguridad el religioso
en esta vida puede tener para ser cierto
que hace lo que debe y que todo lo que le sucediere ha de ser para su bien), recibida la
bendición del santo padre, se partieron;
llegados a la isla de San Juan, el padre fray Antón Montesino enfermó
allí, o por el camino, de peligrosa enfermedad, de manera que pareció haber de
padecer riesgo su vida, si adelante con aquella indisposición pasaba, por lo
cual acordaron que se quedase allí hasta que convaleciese. El presentado y
padre fray Francisco de Córdoba, y el hermano Juan Garcés, lego, fueron su
viaje, (y díjose que con alegría iban cantando aquello de David: Montes Gelboe
nec ros nec pluvia cadat super vos, ubi ceciderunt fortes Israel) y llegados a
tierra firme, salieron en cierto pueblo, que por mi inadvertencia no procuré
saber, cuando pudiera, como se llamaba; él debía ser, según imagino, la costa
de Cumaná abajo. Los indios los recibieron con alegría y les dieron de comer y
buen hospedaje, a ellos y a los marineros que los llevaron, y después que los
marineros descansaron, tornárnosle a esta isla, de donde los oficiales del rey
los habían enviado.
Pasados algunos días y quizá meses, como ya comenzaba a bullir en
los españoles la codicia de las perlas que por allí se pescaban cerca, vino por
allí un navío a rescatar perlas y a robar también indios, si pudiera, porque ya
lo mismo se comenzaba o quería comenzar por allí otra vendimia, como en las
islas de los yucayos los españoles habían hecho, de que abajo se dirá, si Dios
quisiere”. (14).
Así se fraguó y realizó la primera expedición enviada por Pedro de
Córdoba a Cumaná. Los primeros expedicionarios escogidos por Pedro, fueron
Antonio de Montesinos, su mano derecha, dominico que iría al frente de la
expedición; Francisco Fernández de Córdoba, fraile presentado en teología, de
los franciscanos que siempre estuvieron con él y participaron en sus objetivos;
y el lego Juan Garcés. Se dispuso de un buen navío que pusieron a su orden los
oficiales del Rey en La
Española ; partieron posiblemente en setiembre de 1513 o 1514,
según Las Casas, aunque hay detalles que justifican dudas relacionadas con esta
fecha, pero no hay dudas sobre el rumbo, y el objetivo que es el pueblo de
Cumaná, a 7 días de navegación,
200 leguas, desde Santo Domingo, cuyo trayecto ya era conocido y
estudiado por las Cartas del Almirante, y desde los viajes cortos de Colón y
otros viajeros, hasta donde se estaba
construyendo el fuerte de Santa Cruz de La Vista , y
Garcés lo había visitado y trabajado en esas costas.
El pueblo pacífico, el río navegable, aguas limpias,
transparentes, el lugar más adecuado de toda la costa de Paria, un Paraíso
terrenal. El río, el golfo de Cariaco con el puerto de Hostia, los cerritos en
la orilla, un remanso apropiado con la punta de Araya, que facilita la entrada
a la boca del río por el golfo; el viento noreste del amanecer favorable
durante todo el año; todo ello y el cerro Bergantín como un faro. Cumaná fue ideal para los primeros
aventureros. Ellos llegaron aquí no hay duda y pacificaron a las tribus en más
de diez leguas inglesas que podían recorrer sin peligro.
Se dice que Pedro se quedó en Santo Domingo, aunque no me convence
esta versión, no me imagino a Pedro dejando a sus hombres solos con tamaña
responsabilidad, sobre todo dada la envergadura de la expedición y lo costoso
del matalotaje, más bien creo que Pedro
estuvo en esa expedición al puerto de Cumaná en 1514, y luego que dejó muy bien
instalados y protegidos a los misioneros, volvió a Santo Domingo, a cumplir con sus obligaciones de Vicario de
las Indias, por eso nada más, sin embargo la más aceptada es que se quedó en Santo Domingo porque todos sus
camaradas se lo pidieron, temían quedar solos y él lo entendió así; y entonces,
decidió enviar a Antón de Montesinos, su
mano derecha, capitán dominico de una expedición dominica, junto al
franciscano Francisco Fernández de
Córdoba, y el lego Juan Garcés, de larga
experiencia en el trato con los indígenas, como jefes de la primera expedición evangelizadora de la
tierra firme, con todo lo que trajo de España y probablemente muy bien
protegidos para el éxito esperado; que
fue, como puede constatarse, la primera
expedición de los dominicos, como lo narra con lujo de detalles Las
Casas; por lo tanto, en esa época, no hubo ninguna otra expedición dominica ni
franciscana como pretenden algunos historiadores, a la
Costa de las Perlas ni a Píritu o Maracapana, sino en la
imaginación, simplemente porque no están documentadas, no están permisadas por
El Papa ni el Rey, no existen las Cédulas Reales imprescindibles, no hay
cartas, no hay informes no hay nada que pueda sostenerlas, por eso las crónicas
de Las Casas cobran cada día más fuerza porque él estuvo aquí; no podían los franciscanos venir a Cumaná sin
Pedro de Córdoba, y asentarse sin
autorización del Rey, del Papa, de su Orden,
sin barcos, sin capitanes, sin bastimentos, sin dejar huellas, es
explicable su presencia solo a través de Pedro de Córdoba, el Vicario de Las
Indias, único autorizado para hacerlo. Solo estas expediciones de Pedro a
Cumaná están documentadas, exaltadas e historiadas, y probadas con todos los
soportes que exigen los hechos históricos. Antes de esta expedición preparada y
dirigida por Pedro de Córdoba con representación franciscana, según lo dice
Bartolomé de Las Casas y corroboran las cédulas reales, que son los únicos
instrumentos probatorios que dan fe de
aquellos hechos fundacionales de las misiones dominicas y franciscanas, no hay
ninguna otra expedición misionera, no hubo ninguna otra de carácter fundacional
hacia la provincia de Nueva Andalucía; para probar este aserto copiaremos la
Cédula Real del
12 de mayo de 1513:
DOCUMENTOS PROBATORIOS
El Rey: “Yo hablé acá con
el venerable y devoto padre fray
Alonso de Loayssa, provincial de la Orden de Santo Domingo, e
con acuerdo e parecer e mandamiento, por mucho zelo que el devoto padre fray Pedro de Córdoba,
vicario de la dicha Orden en esa dicha isla
(la Española ),
tiene de servir a Nuestro Señor a
aceptado ir, e va con determinación de pasar él en persona con algunos de su Orden a la dicha Tierra firme e procurar de
doctrinar e enseñar las cosas de Nuestra Santa fe a los indios della” 10-06-1512. (15)
Y la Cédula de 10 de junio de
1513, que dice
El Rey. Oficiales de la
Casa de Contratación de Sevilla. Porque el devoto fray Pedro de Córdoba, vicario de Santo
Domingo de la isla Española, va a la dicha isla con voluntad de pasar a la Tierra Firme a llevar
consigo los más religiosos que pudiera, como por el despacho que para ello lleva veréis, el cual se ha de
asentar en los libros de esa dicha casa, pero ende yo vos mando que deis al
dicho fray Pedro de Córdoba a los frailes que consigo llevare, que sean fasta el número de 15 el pasaje e mantenimiento que oviere menester fasta llegar a la dicha
isla Española, y así mismo daréis al
dicho fray Pedro e a los dichos frailes que consigo llevare hasta dicho número
de 15, las almocalas e mantas que
hubieren menester para e que duerman, asimismo los aréis dar o señalar dos personas seglares, para que los sirvan
por la mar fasta llegar a la dicha isla
Española, como lo soléis acer y
proveer otras veces que os e enviado e mandar lo susodicho, etc. (16)
CEDULA REAL DE 28 DE MAYO DE 1513
Y otra Cédula de ese año de 1513, que entregó Pedro de Córdoba al
Almirante Don Diego Colon, que dice:
“El Rey. Don Diego Colón,
nuestro Almirante Visorey, etc. a nuestros jueces e oficiales, etc. Ya sabéis
como el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario del Orden de Santo Domingo
en la Española ,
va con cierto número de frailes a tierra firme, y (en) el despacho que para su
ida se les dio vos mandé que dentro de un año después que fuesen idos
embiásedes a saber dellos, y que
truxiesen dos frailes para me informar de lo que allá se supiese, como más largo
en el despacho que para lo susodicho mandé dar se contiene; e porque al tiempo
que fueren a saber de los dichos frailes ternán necesidad de alguna harina para
hacer hostias e vino para decir misa, yo
vos mando que cuando enbiáredes a saber dellos, les enviéis diez arrobas de
vino, e otras diez de harina muy cernida, e les deis pasaje e flete por ellas
fasta que se lo entregar a los dichos
frailes que allá estubieren, e mando al nuestro tesorero que es o fuere que de
cualquier maravedíes u oro de su cargo compre lo susodicho que con carta de
pago de las personas que lo
llevaren que con esta mi cédula mando
que les sea recibido en quenta lo que lo susodicho costare sin otro recaudo
alguno, e mando que se tome la razón desde mi cédula, etc. fechada en
Valladolid, a XXVIII días del mes de mayo de mil quinientos treze. Yo El Rey.
Por mandado de su Alteza, Lope Conchillos, señalada del Obispo. (17)
Estas mismas Cédulas Reales, sirven para probar que la primera
misa DOCUMENTADA en la tierra firme de que se tenga noticia la ofició en
Cumaná, fray Francisco de Córdoba, primer sacerdote católico en la tierra
firme, por el simple hecho de estar obligado a hacerlo por ser sacerdote y
tener “vino y harina para hacer hostias”,
además de ser el fraile
franciscano que quedó al mando de aquella primera expedición, porque el
dominico Montesinos se quedó en Quisqueya Isla de Puerto Rico, gravemente
enfermo. No se puede dudar de estos hechos narrados por Las Casas,
comprobados en documentos y cartas que lo corroboran letra por letra.
CEDULA REAL DE 13 DE SETIEMBRE DE 1516
Y la Cédula
Real , fechada en Madrid, l3 de setiembre de 1516, donde se
deja constancia de la consumación de la expedición:
“Por cuanto el Rey, nuestro
señor, que haya gloria, deseando que los indios de la Costa de las Perlas, que es la provincia de Cumaná,
que se declara desde Cariaco hasta Cuquibacoa, que es en tierra firme, fuesen
los indios criados y enseñados en las
cosas de nuestra santa fe católica, mandó hacer todas las diligencias necesarias
y porque pareció que lo más conveniente
y provechoso, era enviar personas religiosas y de muy buena vida a predicar y
enseñar a los dichos indios sin otra gente ni manera de fuerza alguna, y para
que lo susodicho se pudiese poner
en obra, habló con el devoto padre Alonso de Loaiza,
provincial que a la sazón era de la
Orden de Santo Domingo, y con su acuerdo y parecer y
mandamiento, y por voluntad del devoto fray Pedro de Córdoba, vicario de dicha
Orden en la Isla
Española , que aceptó de pasar en persona con algunos
religiosos de su Orden a la dicha Costa y Provincia de las Perlas a procurar doctrinar y enseñar
las cosas de la fe a los indios de ella, y viendo el dicho Rey, la voluntad y
celo con que dicho fray Pedro de Córdoba se movía para ir a lo dicho, mandó al
Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española que diesen al dicho fray Pedro de Córdoba una nao en que fuesen él y los frailes que
consigo llevase, y que mandasen a los maestres y marineros de tal navío que los
llevasen a la parte y lugar que dicho
fray Pedro de Córdoba les señalase en la Tierra firme y les diesen
los mantenimientos que hubiese menester
y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese
en la dicha isla Española, y que dende un año que el dicho fray Pedro y los otros frailes fuesen llagados a la
dicha tierra firme, el dicho Almirante y jueces y oficiales tuviesen a cargo y cuidado de enviar a saber de ellos, y que
mandasen a la persona que fuese a saber de ellos que trajesen uno o dos frailes
acá, para que informasen de todo lo que
en dicha tierra y provincia y Costa de las Perlas hubiesen hallado y
sabido”. El Rey. (18)
Otra Cédula de esa misma fecha es más específica, dice: “La Reina y El Rey. Por cuanto
el Rey nuestro Señor y padre y abuelo, que haya santa gloria, deseando que los
indios de la costa de las Perlas, que
está en Tierra Firme, fuesen instruidos y doctrinados en las cosas de la fe, y
para esto probaron todas las maneras que allá se pudiesen hallar por donde ellos
pusiesen ser mejores cristianos, mandó hacer todas las diligencias necesarias,
y porque pareció que la más
conveniente y provechosa, y con los
dichos indios más presto venían en
conocimiento de las cosas de nuestra
santa fe, era enviar personas religiosas
y de muy buena vida a predicar y
enseñar a los dichos indios, sin otra
gente ni manera de fuerza alguna, como vieron han hecho los apóstoles
que lo susodicho se pudiese poner en obra, el dicho Rey nuestro Señor habló con el devoto Fray Alonso de Loayza, provincial que a la sazón
era de la orden de Santo Domingo, y con
su acuerdo y parecer, y nuestro, y con voluntad del devoto Padre Fray Pedro de
Córdoba, vicario de la orden de la isla
Española, acordó de pasar en persona con algunos religiosos a la dicha costa de
las Perlas a procurar doctrinar y
enseñar las cosas de la fe a los indios
de ella, y viendo el rey nuestro Señor
con la voluntad y el celo que el dicho
Fray Pedro de Córdoba se movía para ir a
lo susodicho, mandó por una Cédula al
Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española que diesen al dicho Fray Pedro una nao con
que fuese él y los frailes que consigo
llevase, y que mandase a los maestros y marineros que los llevasen a la
parte que el dicho fray Pedro de Córdoba
le señalase en la Tierra firme, y les diesen
los mantenimientos que hubiese menester,
y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese,
y donde en un año que el dicho fray Pedro
y los otros frailes fuesen llegados a la dicha Tierra Firme, tuviesen
cuidado de enviar a saber de ellos el dicho Almirante y jueces y oficiales, y
que mandasen a la persona que fuese a saber de ellos que trajese uno o dos frailes acá por que informasen de todo lo que en dicha tierra y costa de las
Perlas hubiesen hallado, y sabiendo (sic) , como más largo en la carta que para lo susodicho se dio se contenía, por virtud de la cual el dicho fray Pedro de Córdoba dice que fue a
la provincia de Cumaná, que es en la dicha costa de las perlas, donde al
presente están, envió en su nombre ante Nos a fray Antón de Montesinos de la dicha isla Española, a hacernos
relación por parte de fray Pedro de
Córdoba diciendo que a causa de haber
ido a la dicha provincia de Cumaná y
Costa de las Perlas donde el dicho fray Pedro residía convirtiendo y atrayendo
los dichos indios de ella en conocimiento de nuestra santa fe católica, cierta
armada que algunos vecinos de la dicha
isla Española habían enviado a la dicha provincia y costa, había sido causa que los dichos indios se alzasen y rebelasen y matasen, como dicen que mataron, dos
religiosos que había (sic) enviado el
dicho fray Pedro de Córdoba adelante, por el mal tratamiento y escándalo
que la dicha armada y los que en
ella iban habían hecho a los dichos indios, y por traer hurtados ciertos indios contra el vedamiento
que estaba puesto, con otros excesos y males que dice que hicieron, y que si lo
susodicho no se remediaba mandando volver a los dichos indios e indias
que así habían traído a la dicha
provincia y costa, y que de aquí en
adelante ninguna ni algunas personas no fuesen osados de armar
ni enviar a dicha provincia y
costa de las Perlas, donde el dicho fray Pedro de Córdoba estaba, nunca los dichos indios se podrían convertir ni atraer en conocimiento de nuestra santa fe
católica, ni menos podríamos (ser) aprovechados del fruto de aquella tierra; y
porque la intención del dicho Rey nuestro Señor, padre y abuelo, que haya santa
gloria, y la nuestra, siempre ha sido y será procurar con mucho cuidado y
vigilancia la conversión de los dichos indios
y su muy buen tratamiento, visto por algunos del nuestro Consejo, y
consultado con los procuradores de estos nuestros reinos, fue acordado que
debíamos mandar esta nuestra carta sobre la dicha razón, por lo cual queremos y mandamos y expresamente defendemos que ahora ni de aquí en adelante en cuanto nuestra merced y voluntad fuere, ninguna de algunas personas de cualquier estado o condición, preeminencia o dignidad que sean,
así de nuestros reinos como de las dichas islas Españolas y San Juan y Cuba y Jamaica y Tierra Firme y otras cualesquiera no
conocidas, de evitar armada ni ir persona ni personas algunas a la dicha
provincia de Cumaná; y Costa de las Perlas donde el dicho fray Pedro de Córdoba está, juntamente con otros
religiosos de la orden de San Francisco
que allí están entendiendo en la
conversión y doctrina de los indios salvo sin no fuere con nuestra licencia o
expreso mandamiento, so pena que cualquier persona que fuere o enviare desde el día
que ésta nuestra Cédula o su
traslado signado de escribano
público fuere publicada y
pregonada en la ciudad de Sevilla e isla Española y San Juan y Cuba y Jamaica y
Tierra Firme, en adelante, caiga e incurra por la primera vez que fuere o
enviare, en perdimiento del navío o carabela o barco, y perlas y aljófar y
guanines y oro y esclavos y otra cosa
que llevare o trajere en ellos… y por la segunda vez pierden lo susodicho, y
más la mitad de todos sus bienes; y por la tercera vez pierden todos sus
bienes, y más los dichos navíos… y sea la mitad para nuestra Cámara y la otra
mitad para la obra de los
monasterios e iglesias que en la dicha provincia y costa de las Perlas los dichos frailes han de hacer … Fecha en
Madrid a 3 días del mes de setiembre año
de MDXVI. Cardinalis Hispaniarum. - Aldeanus (sic, por Adrianus) Ambasator, por
mandado de la Reina
y del Rey su hijo Nuestros señores, los gobernadores en su nombre.
Pues bien, con estas pruebas indubitables, continuaremos nuestra
historia. Ya tenemos conformada la primera expedición a tierra firme, y
repetimos, como lo narra Las Casas y otros cronistas de indias; veamos pues,
como nos lo cuenta Las Casas, en un texto que ha traído por los pelos a los historiadores,
y que, para mí, forma parte de los documentos insoslayables de la fundación de
Cumaná:
“Llegados a la tierra firme, salieron en cierto pueblo que por mi
inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se llamaba; él debía ser,
según imagino, la costa de Cumaná abajo”. Debemos advertir en relación con este
relato, que el río tenía dos grandes bocas, una desembocaba en el golfo de
Cariaco, y otra que podría llamar Las Casas “...la costa de Cumaná abajo” que
desembocaba hacia el Oeste.
“Los indios los recibieron
con alegría y les dieron de comer y buen hospedaje, a ellos y a los marineros
que los llevaron y después que los marineros descansaron, tornáronse a esta
isla, de donde los oficiales del rey los habían enviado”.
Meses después de este episodio, cuando los primeros misioneros
llegan a tierra firme y se
establecieron en la desembocadura del río Cumaná en el golfo de Cariaco, llegó
un navío a “rescatar” perlas, que dice Hernann González Oropeza que lo toma de
Jiménez Fernández, lo capitaneaba un armador de apellido Gómez de Rivera.
Acierta el investigador, sin embargo, hubo muchas aventuras parecidas que traen
confusión. Las Casas no lo menciona. Desembarcan en el puerto de Cumaná, el
Capitán y sus marineros, y se encuentran con los misioneros establecidos en los
cerritos a un tiro de ballesta de la orilla del mar; haciendo su labor,
enseñando el evangelio de Cristo, construyendo su iglesia y una escuela donde
había más de 40 niños indígenas, producto de varios meses de duro trabajo. Este fue el inicio del pueblo o la ciudad de la Nueva Córdoba ,
llamada desde un principio la misión de Córdoba, o sea Cumaná.
Percibieron los piratas la hospitalidad y confianza de los indios
y el afecto que había nacido entre ellos y los misioneros y decidieron
aprovecharse de esa circunstancia. También se dieron cuenta de la admiración
que provocaba a los indios la espléndida nave, y valiéndose de la camaradería
reinante, insinuaron la invitación para que la visitaran y
conocieran; y los indios desapercibidos de la maldad que encerraba aquella invitación, accedieron gustosos;
desde el mismo cacique Don Alonso, indudablemente cacique de Cumaná, su mujer,
sus hijos y unos 17 acompañantes, subieron a bordo, donde los recibieron los
marineros ya aleccionados; sacaron las espadas y los llevaron a las bodegas,
los encerraron y zarparon con su botín. Hay otra versión que va en el apéndice.
En este sencillo relato se inscribe la tragedia aborigen; así
actuaban los tratantes de esclavos en la tierra firme, la simulación era su
arma más contundente, y dejaban a las familias huérfanas, con solo el dolor y
el llanto, y en este caso, comprometieron sin aprensión, sin ningún sentimiento,
la vida de los misioneros que luego son ejecutados por los indios.
Los historiadores y cronistas de indias, han dado diferentes
versiones de estos acontecimientos, alejándose del relato de los propios reyes de España, y de Las
Casas que a su vez lo escuchó en Cumaná de los frailes franciscanos y de los
indios -confirmado por las Cédulas Reales, como hemos visto; sin embargo
hasta el mismo Arístides Rojas, que
habla de dos expediciones de los dominicos y los franciscanos, en esa época,
una a Cumaná y otra a Manjar, cerca de Píritu, no permisada y como si fuese tan
fácil; hasta Enrique Otte, el mejor
informado, según dicen, que desmiente a
Bartolomé de Las Casas, y afirma que los primeros mártires murieron cuando se
internaron en el territorio para evangelizar a los Caribes y estos los mataron;
y otros que dicen que los primeros misioneros llegaron a Píritu o a Maracapana
confundiendo las fechas, las misiones y
las expediciones. Pues no era tan sencillo para las órdenes misioneras
establecerse en el Nuevo Mundo, ni hacer expediciones y asentarse, como creen
algunos historiadores.
Las Casas estuvo en Tierra Firme, vivió esas experiencias,
investigó, escribió sus vivencias, y esto desde el punto de vista histórico y
filosófico tiene más valor testimonial; y las escribió apasionadamente como
nadie lo hizo después. Sobre todo, que sus relatos coinciden con los documentos
que aún existen y son indubitables, las cédulas reales; y no existe ningún otro
documento, ninguna cédula real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse
seriamente las opiniones contrarias a Las Casas. Las únicas cédulas que se promulgaron y que
existen y hablan de esta tragedia, se refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná,
Costa de las Perlas o la
Tierra Firme conocida y explorada, que es lo mismo. Y Las
Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo contaron los
indios allí en Cumaná. Alonso de Cumaná, era el cacique de los chaimas
cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en Píritu o en Santa Fe; y yo
afirmo y digo que muchas de las crónicas de esta época, que trascribe Las
Casas, las escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos picardos
que vinieron con Pedro de Córdoba, es decir son testimoniales, como puede
constatarse con una simple lectura de esas páginas, donde Las Casas aparece en tercera persona. Por
supuesto que también sucedieron algunos percances parecidos a éste de la
primera expedición que no han sido bien tratados, y el mismo Pedro de Córdoba
denuncia uno ellos en su carta de 1517.
Don Arístides Rojas, también se confunde con esta expedición
exploratoria y la de los dominicos y franciscanos de 1515, que como veremos fue
una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada, auspiciada y
dirigida por Pedro de Córdoba, como lo han admitido los mejores investigadores
de esta época.
A manera de síntesis y grandes
rasgos, podemos decir y que quede muy
claro, que la primera expedición de 1513 llegó al puerto del río Chiribichi en
el golfo de Cariaco, donde después se fundó la Nueva Córdoba , y el
martirio del misionero dominico, Fr. Francisco Fernández de Córdoba, y el lego Juan Garcés, fue de los expedicionarios de Pedro de Córdoba, que salieron bajo el
mando de Montesinos, mano derecha de Pedro de Córdoba, y llegaron a ese puerto, tierra del cacique
Don Alonso de Cumaná, como fue bautizado en Santo Domingo, al mismo sitio que
luego fue ocupado por los
franciscanos de Juan Garceto, en 1515,
en la desembocadura del río en el golfo; donde se establecieron a un tiro de
ballesta desde la orilla del mar; que
son los mismos que vinieron con Pedro de
Córdoba en su misma nave, bajo su autoridad, porque la autoridad y el
territorio le fue concedido por el Rey a él y a ninguno otro más, en esa
oportunidad; y después de fundar la
misión de Cumaná, en la misma expedición de 1515, es la primera vez que Pedro y
sus misioneros llegan a Chiripichí o Chiribiche, y ya habían sacrificado a los
dos primeros adelantados.
Bartolomé de Las Casas conoce esta historia contada por sus
protagonistas, con los cuales convivió y a los cuales amó ingenuamente. Pedro
de Córdoba fue su maestro, su modelo y ductor, nadie como él para contar su
historia. Sin embargo la tesis según la cual esta expedición, la primera de
1513 , llegó a Chiribichí, sostenida por Fr. Vicente Rubio O. P. en su obra
“Los primeros Mártires Dominicos de América” que se fundamenta en el Informe de
Fr. Reginaldo Montesinos O. P. escrito en España, con todos los errores de
distancia y tiempo, y que se encuentra original en el Archivo General de Indias
en Sevilla, no puede ser descartado, pero a mi modo de ver, R. Montesinos desde
España no podía, de ningún modo, ser más exacto que Las Casas, y los frailes
franciscanos y dominicos que le informaron de todos los detalles, y que él
mismo conoció y comprobó en Cumaná. A
todo evento, su obra la reproduzco en el Apéndice, para los que le buscan las
cinco patas al gato se den gusto, por ser indudablemente un extraordinario
abogado de la corriente contraria, y tengan un argumento más sólido. (19)
FRACASO DE LA SEGUNDA EXPEDICIÓN
FUNDANTE.
La muerte de sus compañeros, aunque afectó grandemente a Pedro, no
disminuyó su ánimo más bien lo acrecentó, y de inmediato procedió a la
preparación de una segunda expedición.
Cuenta Las Casas, que el año de 1515, se trasladó de Cuba, donde
residía, a la ciudad de Santo Domingo en La Española , para rendir cuentas al “egregio” padre
Pedro de Córdoba, y se encontró que se había embarcado en un navío con otros
religiosos de su orden y también religiosos de Picardía, para ir a predicar a
los indígenas de tierra firme. Pero sucedió que, encontrándose en alta mar, una
gran tormenta los obligó a volver al puerto, con riesgo de sus vidas, a causa
del huracán de San Laureano, el 4 de julio de ese año.
Debo considerar que esta segunda expedición, aunque frustrada,
tuvo resultado propiciatorio, ya que se encontraron en Santo Domingo, Bartolomé
de Las Casas y Pedro de Córdoba, los líderes jurados e indiscutibles de la
conquista evangélica y pacífica de la tierra firme. De este encuentro, que los
historiadores han pasado por debajo de la mesa, surgen hechos de gran
trascendencia que aun hoy tienen importancia en la historia de la humanidad. La
amistad y el trabajo de Pedro y Bartolomé, trasciende y se acrisola en la lucha
en defensa de toda una cultura, de una raza, una civilización. A estos dos maestros,
los historiadores comprometidos, tratan de olvidar u obviar, así como de sus
luchas y filosofía que ha sido llamada despectivamente “Criticismo o Leyenda
Negra”, por que presentan el lado
negativo de la conducta humana en los primeros tiempos de la conquista; sin embargo esa historia es para Cumaná, de
mucha importancia; sobre todo
esta expedición fracasada, que revela la determinación y el coraje de Pedro de
Córdoba, en lograr su propósito de imponer un nuevo código de colonización, que
no se logró de inmediato, pero que con
la fuerza y coraje de Bartolomé cobraría un nuevo y gran impulso. Sus resultados no se observaron
de inmediato, es cierto, pero a fuerza de leyes y hombres más y mejor dotados
se fue estableciendo poco a poco otro régimen y otros propósitos, en la medida
en que avanzó el control del imperio sobre sus colonias;
En esa expedición venían los picardos de Juan Garceto, que son
probablemente los que escriben esta crónica, ya que en los textos
estudiados dicen, por ejemplo: que a
Pedro tenían que hablarle en latín,
porque no entendía
su lengua, que era probablemente Francés o alguna otra lengua romance,
así puede comprobarse en este texto trascrito de la obra citada, “Historia de las Indias”: “Estando en este peligro, dijo el padre fray
Pedro al principal de los frailes franciscanos -(Juan Garceto)- en latín,
porque no entendía nuestro romance: Páter, hodie oportet nos hic mori pro Christo. Respondió el buen religioso
francisco: Sit nomen Domini benedictus”.
Las Casas no lo hubiese podido decir así. Es indudable que Las Casas
incorporó el texto a su obra. (20)
En este encuentro, Bartolomé informa a Pedro, de sus luchas en
Cuba, y se obliga a continuar la obra de Pedro. Irá a Castilla a denunciar la
conducta criminal de los conquistadores. A Pedro le causa buena impresión la
determinación del clérigo, y se sintió recompensado en sus luchas; y le dijo a Bartolomé,
que “no se perderán vuestros trabajos porque Dios tendrá buena cuenta de ellos,
pero estando en lo cierto que mientras viva el Rey, no habremos de hacer nada,
sobre nuestros propósitos” (21). Se refería indudablemente a la influencia del
Obispo de Burgos, Lope Conchillos, que auspiciaba y aprobaba los negocios de
los colonos en las islas y no daba crédito a la prédica de los dominicos.
Bartolomé respondió, “Padre yo probaré todas las vías, y espero que Nuestro
Señor me ayude” (22).
Tiempo después de estos hechos, en 1521, Bartolomé de Las Casas,
llegaría a Cumaná, es recibido por los misioneros franciscanos, cuyo vicario
era Juan Garceto, francés de picardía, en el mismo sitio y misión, que
iniciaron Francisco de Córdoba y Juan Garcés en los cerritos, a la
desembocadura del río; y allí los indios también le cuentan, la tragedia de los
misioneros, y por ese relato es que la historia conoce la verdad de aquellos
hechos dolorosos. Los indios le cuentan, con todos sus datos, el sacrificio de
los primeros mártires cristianos de la tierra firme y él los trasmite. Dice el
Cronista: “Supimos después, de algunos indios, que primero mataron al fraile
lego (Juan Garcés), estando el presentado fray Francisco de Córdoba atado y
viéndolo matar, en lo cual parece haber proveído la bondad divina a la flaqueza
del fraile lego, que pudiera en la fe y virtud desmayar, dejando para postre al
que, como más ejercitado en la virtud y religión y también en letras, debía
tener mayor constancia”. Solo Las Casas
pudo investigar estos detalles del martirio. (23)
Nada podrá cambiar este relato porque el Cronista conoció los
hechos en Cumaná donde, estuvo cuatro meses, construyó una casa –atarazana-
dice el mismo Cronista. Participó y congenió con los franciscanos y con los
indios, e inició o continuó las obras del fuerte o Castillo de la Nueva Córdoba , Santa
Cruz de la Vista ,
que después terminó Jácome Castellón en 1523; lo que oyó y escribió, del
martirio en ese pueblo, son hechos recientes que estaban frescos en la memoria,
y aun vivían los protagonistas, es lo que sabemos de ese episodio, ya que aún
estaban patentes las pruebas y los detalles del sacrificio de los misioneros,
nadie puede cambiarlos. Son los mismos indígenas, los familiares de Alonso, los
que participaron en el sacrificio, en el mismo sitio de los acontecimientos,
ellos mismos se lo contaron a Bartolomé, como podemos apreciar de ese relato; y
no pudo haber ocurrido en otro lugar distante, al cual el cronista nunca
fue. Es posible que luego hayan pasado
hechos similares en la larga costa de la provincia, y por eso se confunden los
historiadores en el tiempo, las fechas y los nombres de los actores, de los
pueblos, de los caciques, etc., los testigos amañados en los procesos, y los
cuentos de los marineros, como afirma el gran historiador Juan Manzano Manzano,
de otros eventos. No es lo mismo “vivir” un acontecimiento y referirlo después,
que investigarlo con datos equivocados y a veces amañados por intereses, o por repetir
e interpretar lo que escriben oficiantes de escritorio; Las Casas los vivió y
convivió con sus actores ¿Cómo pueden ubicar al cacique de Cumaná en Píritu? ¿A
quién vamos a creer? ¿Qué otra fuente
puede ser más confiable?
TERCERA EXPEDICIÓN FUNDANTE
Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con
Pedro, el 4 de julio: “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para
Sevilla, en compañía de fray Antón de Montesinos, y que una vez en aquel
puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y fray Antón,
fue a su Monasterio”.
Antón de Montesinos informó al Arzobispo de Sevilla, fray García
de Loaiza, sobre Bartolomé de Las Casas y de su comportamiento en defensa de
los indios, causa en la cual estaba comprometido, y también sobre los demás
frailes de Santo Domingo y de sus prédicas y mortificaciones, ya que fue el
primero que había predicado en La Española, denunciado las tropelías de los
colonizadores. Luego llevó a Bartolomé a
la presencia del Arzobispo, el cual lo recibió con entusiasmo y le dio cartas
para el Rey Don Fernando, acreditando su persona y negocio, y suplicándole que
lo recibiese y escuchase. También mandó cartas para otros funcionarios reales
de su confianza con el mismo propósito, sobre todo para trasladarse al Nuevo
Mundo a continuar su lucha.
Veamos el texto original de la Tercera Expedición
Fundante, que trae Bartolomé de Las Casas en su obra tantas veces citada, dice
así:
PRIMERA ACTA DE FUNDACION DE
CUMANA
De los textos y documentos que insertamos en este trabajo, se
deduce que el primer nombre que se le dio a
Cumaná en Cédulas Reales fue “Puerto de Las Perlas” inserto en “Costa de
Las Perlas” o “Tierra Firme”, como también la nombra Reginaldo Montesinos en la carta que va en la obra de Vicente Rubio, pero bien,
continua Bartolomé de Las Casas, en su obra tantas veces citada, diciendo:
“Salidos de aquesta isla el padre dicho y el clérigo –Montesinos y Las Casas-
el padre fray Pedro de Córdoba prosiguió su viaje –al parecer se refiere al mes
de setiembre de 1515, sin embargo por algunas circunstancias que luego
analizaremos, la expedición salió para tierra firme en noviembre de ese año-
con cuatro o cinco religiosos de su orden, muy buenos sacerdotes, y un fraile
lego, también con los de San Francisco, los cuales puestos en tierra firme, a
la puna de Araya, cuasi frontero de La Margarita , desembarcároslos con todo su hato y
dejároslos allí los marineros. Los franciscanos y dominicos hicieron muchas y
muy afectuosas oraciones y ayunos y disciplinas, para que nuestro Señor les
alumbrase donde pararían o asentarían; y finalmente, los franciscanos asentaron
en el pueblo de Cumaná, la última aguda, y los dominicos fueron a asentar diez
leguas abajo, al pueblo de Chiribichí, la penúltima luenga, al cual nombramos
Santa Fe”. (24)
Este texto lo he considerado como la primera Acta de Fundación de
Cumaná, puesto que reúne todos los elementos narrativos de la fundación de un
pueblo español en el Nuevo Mundo, como la hacían los cronistas de indias; se
puede comparar con textos similares de fundaciones de otros pueblos, como Santa
María del Antigua, Nombre de Dios, Coro, Santo Domingo, La Habana , Panamá y Veracruz,
etc. la única diferencia que se podría alegar, en estos textos
fundacionales, está en el estilo o
método de redacción, unos lo hacían por el pretendido derecho de conquista y
otros por el derecho a la evangelización cristiana, cual es la fundación
misional más utilizado en la tierra firme americana.
De estos textos, podemos colegir que Pedro, siguiendo su proyecto,
parte de Santo Domingo, después de
setiembre de 1515 en una nave – capitaneada por Juan Hernández de Cimeta, que
así lo testificó, según el acucioso historiador patrio Hernann González Oropeza; en la cual viajaron
los dominicos y franciscanos actuando conjunta, fraternal y solidariamente, en
seguimiento del proyecto y bajo el mando jerárquico de Pedro, obligado a fundar
pueblos, y a iniciar el proceso evangelizador en la tierra firme. Las Casas dice que dejó a los franciscanos en
Araya bajo el mando de Juan Garceto, lo cual no parece lógico, y aunque es una
opinión generalizada, creo que lo más
probables es que los haya dejado confortablemente establecidos en Cumaná
donde estaban las misiones dominicos que él ya había establecido y había dejado
allí cuando fue a Cumana a investigar ; los dejó con todo su hato, para
construir una casa y una iglesia, por cierto un hato impresionante de acuerdo con
lo embarcado en Sevilla; y con órdenes muy precisas para la conducción de la
misión que estaba bajo su gobierno; se puede admitir, de acuerdo con documentos
de la Audiencia
de Santo Domingo, que estos franciscanos viniesen a reforzar a las misiones que
quedaron de la primera expedición de 1513 o 1514; estas son conjeturas, pero es lo que
considero más lógico y así se deduce de los documentos de Gonzalo de Ocampo,
etc., que más adelante transcribimos, porque
Pedro vino a fundar pueblos misioneros, y mantenerlos; así lo hizo y
perduraron, hay que traer a colación esos documentos de 1521, que nos dicen que
hacía más de 6 años estaban los franciscanos en Cumaná a orillas del río, y a
esos dominicos y franciscanos, que estaban en tierra firme, los trajo Pedro, en
la primera expedición, y luego en los
viajes de reconocimiento, porque él era el único que podía hacerlo.
Pero bien, Pedro deja a Juan Garceto con los franciscos en Cumaná,
dice Las Casas, probablemente en Punta Araya,
“frontero con La
Margarita ”, que luego
fueron a parar, definitivamente, en el
pueblo de Cumaná; y Pedro continúa su
expedición, con los dominicos, hasta Chiribichí (Pedro lo llama Chiribiche), y
bautiza con el nombre de Santa Fe, que fue su consigna, constancia, valor y fe,
donde se asienta y continúa la evangelización y procede a la construcción de un
monasterio, deja encargado de la misión a fray Diego de Velásquez, como en
Cumaná dejó a Garceto, y vuelve a Santo
Domingo; pero por ser el Vicario de Indias con sede en esa ciudad, mantuvo su patrocinio y autoridad sobre estos
asentamientos hasta su muerte.
José Mercedes Gómez, en su libro citado, dice: “La llegada de los
primeros franciscanos a Cumaná debió suceder a finales del mes de noviembre de
año de 1515. El reverendo padre y
notable historiador Nectario María
confirma lo historiado por Las Casas, cuando escribe: “Por los datos que he
podido reunir consta que en noviembre de 1515, en el mismo barco llegaron a las
costas de Cumaná, religiosos franciscanos y dominicos: los primeros se
establecieron cerca de la desembocadura del río de este nombre y los segundos
junto a una aldea indígena llamada Chiribichí,
de allí el nombre de Santa Fe de Chiribichí, dado a este asiento misionero” Lo
que no se le ocurre, ni menciona, al formidable polígrafo que fue el hermano Nectario María, porque no
le da importancia al descomunal trabajo realizado, es que esa expedición que trajo a los franciscanos
y dominicos, fue preparada en todos sus detalles por fray Pedro de Córdoba, y
como ustedes pueden ver si leen estas páginas, le costó muchos sacrificios y en
ello empeñó su vida. Pedro fundó las dos misiones y les nombró sus vicarios,
como suelen hacer los obispos o vicarios y las alentó hasta su muerte. (25)
Entonces, Juan
Garceto y sus misioneros franciscanos, que vienen trabajando con Pedro en
seguimiento de su proyecto, se establecieron en la boca del río; el río tenía
dos grandes bocas distantes una de otra varias leguas, por eso hay ciertas
discrepancias, pero insistimos en el mismo sitio al cual llegaron Francisco
Fernández de Córdoba y Juan Garcés, y seguramente como muchos otros misioneros,
probablemente entre 1513 y 1514, y se
asentaron en los Cerritos, el sitio más seguro donde venían los españoles de
Cubagua y donde se construía el fuerte de Santa Cruz de La Vista , como puede verse en dibujos y planos de
aquellos tiempos, a un tiro de ballesta
de la orilla del mar, en sitio cómodo y protegido de la desembocadura del río
Cumaná por el Golfo de Cariaco, que hoy conocemos como “El Barbudo”, donde se
desarrolló el pueblo de La
Nueva Córdoba , nombre dado en honor a su fundador; y de seguidas veremos cómo se consolidó este
asiento misional que se convierte luego en una población próspera. Existen
dibujos conservados en el Archivo de Indias del puerto y del pueblo de Nueva
Córdoba, pintados u ordenados pintar por Jácome Castellón, de antes y después
del terremoto de 1530, tambien hay planos de la Nueva Córdoba de
1600.
Rápidamente se juntaron en la misión con Juan Garceto y sus
compañeros picardos y de otras nacionalidades: fray Juan Fleming (flamenco),
fray Ricardo Gani de Manupresa (inglés), fray Jacobo Hermigi, fray Ramgio de
Faulx, fray Jacobo Escoto (escocés), fray Juan de Guadalajara, y fray Nicolás
Desiderio, continúan el trabajo iniciado por sus predecesores mártires;
refundan la escuela para los niños
indígenas, construyen un monasterio, reconstruyen una iglesia que había sido
destruida por los indios, e inician y terminan otra iglesia, todo ello puede verse
en dibujos y planos de esa época.
De ese trabajo fundacional, Arístides Rojas, poéticamente nos dice:
“Bajo la sombra de las acacias y las palmeras en la capilla del
Monasterio, o en la huerta donde los
misioneros cultivaban la tierra, recibían los neófitos Cumanagotos, las
primeras lecciones de lectura y aprendían del coro la oración dominical que en
la infancia de las sociedades cristianas es el aliento espiritual de la joven
familia” (26).
José Mercedes Gómez, Cronista de Cumaná hasta 1994, en su opúsculo
“Orígenes de la Ciudad
de Cumaná, dice: “Al Parecer pacíficamente trascurrieron los años. Para el año
de 1516 había nueve frailes, incluyendo al superior Fr. Juan Garceto y
funcionaba por lo menos una escuela con unos 50 alumnos indígenas”. (27) Es el embrión de la ciudad de Cumaná.
Sin embargo, no era tan pacífica la vida de los misioneros, Pedro
de Córdoba escribía a Montesinos una carta que nunca llegó a su destino, fechada el 26 de
diciembre de 1517, esta carta es un venero de información contrastable, y un
testimonio de la mortificación y vigilancia que ejercía en sus misiones, pese
al dejo de desconfianza que se adivina en sus reclamos; he aquí el texto de la
carta, resumida y dividida en segmentos
por Álvaro Huerga – y glosada por mí-
en su obra citada “La
Evangelización del Oriente de Venezuela”:
1.- Le ha escrito muchas veces y no sabe si recibió los mensajes;
vuelve a hacerlo para contarle las nuevas que hay y el deseo que regrese
pronto.
Glosa.- Montesinos partió, como dijimos, para
Castilla con Bartolomé de las Casas en setiembre de 1515 y no había regresado a Santo Domingo
para 1517, sin embargo, de las noticias que tenemos, estaba en Santo
Domingo cuando se produjo el secuestro
del cacique de Cumaná, castellanizado
Don Alonso, y su familia, en el año de 1513 o 1514; cuando don Alonso, su familia y sirvientes
fueron “resgatados” y vendidos como esclavos; y Montesinos, al parecer, hizo
con Pedro de Córdoba, diligencias para
que fuesen devueltos a su tierra, al parecer con cierto éxito. Del texto de la Cédula de 1516, se
desprende que Pedro lo envió a Madrid ante el Rey.
2.- “Agora de fresco han venido dos navíos de la Costa de las Perlas: el uno es una carabela del Rey, la cual
enviaron estos padres de San Jerónimo luego que aquí vinieron, la cual trajo
cuasi cien marcos de perlas; trajo así mismo ciento cincuenta y cinco muchachos
y mujeres rescatados allí, de Cumaná y Chiribiche y de Paria; venido aquí, yo
hablé a estos padres y les dije que no permitiesen que se vendiesen, porque ya
los tenían en la plaza vendiéndolos en pública almoneda”.
Glosa. - Esto quiere decir que
ya para ese año existía Cumaná, y cuando habla de La Costa de las Perlas, trata
solamente de Cubagua. Pedro se refiere a dos expediciones de los propios
Jerónimos, no tomadas en cuenta por Las
Casas, ni otro cronista, que tal vez no
se atrevían a denunciarlos, sobre “resgates” o secuestros de personas y destrucción de pueblos en las
costas de Cumaná y Chiribiche de Paria, entre 1516 y 1517, bajo la
responsabilidad de Pedro; no puede referirse al rapto de Don Alonso y su
familia, que ocurrió durante la primera expedición, 1513 o 14, porque estos son hechos acaecidos
después de fundadas las misiones de 1515, y antes del sacrificio de los
dominicos en Chiribiche en 1521. Nótese
que Pedro no dice Chiribichí, sino Chiribiche.
3.- Los mismos indios, con codicia de las cosas que los cristianos
llevan, los venden, incluso a sus hijos y parientes.
Glosa. - Fue una conducta aberrante de nuestros indígenas que no
exculpa a los colonizadores, que se supone más civilizados.
4.- Les dije a los
comisarios que los volviesen a sus tierras, porque se están despoblando: “han
traído muchos y Agora volverá otra carabela que enviaron después que yo vine, y
traerá otros tantos; de aquesta manera la tierra se despuebla y están en vano
allí los frailes”.
5.- “De nuestros frailes no trajeron cartas, no se si porque no
las quisieron traer, o porque las tomaron y las rasgaron” –por si contenían
algo en su contra.
6, “Si con los navíos del Rey no nos escribimos de allá acá y de
acá allá, no yendo otros, no se sabrá lo que allá pasa y es vida desesperada.
7.- “Mientras yo fui a Castilla” hicieron una entrada en
Chiribiche, fundado en 1515, y quemaron un pueblo o dos y trajeron cautivos a
los que vendieron como esclavos: la armada que fue allá era del Factor de La Española.
Glosa. - Este detalle confunde mucho, el viaje a Castilla, del
cual conocemos, se produjo desde Santo Domingo antes de la fundación de Santa
Fe de Chiribiche o Chiribichí, que data de 1515. Pedro fue a Castilla –Burgos y
Valladolid- en 1512. Denuncia, las
constantes expediciones de los tratantes que tanto confunden a los historiadores.
El viaje a Castilla de que habla en 1517, es indudablemente otro viaje que hizo
Pedro a finales de 1516 o en el mismo 1517, porque él lideró todos los
episodios que se desarrollaron en Cumaná y Santa Fe, entre 1513 y 1516, eso
está probado con Cédulas Reales, expedientes, cartas, planos y multitud de
documentos. Pedro dice: “Mientras yo fui a Castilla”, y no puede referirse al
viaje de 1512, luego de la homilía de Montesinos, porque para esa fecha aún no
había fundado las misiones. La ignorancia de detalles como este y la carencia
de información con respecto a los movimientos de Pedro, es lo que produce las
contradicciones de los historiadores y cronistas sobre lugares y fechas de las
fechorías de los tratantes de esclavos, pero con los elementos que tenemos lo
podemos subsanar.
8.- Junto a la carabela del
Rey, vino otra que había ido con permiso de los jerónimos, y trajo de la isla
de Trinidad ciento veinte o ciento treinta personas, guatiaos, a traición, lo
mismo que había hecho el año pasado Juan Bono: “hincheron el navío”, y vendieron
la mitad en San Juan y la otra mitad la trajeron acá para venderlos
también.
Glosa. - Esto quiere decir que la expedición de Juan Bono, de la que
tanto se habla, fue en 1516 o 17, nunca en 1514.
9.- En vista de esto,
“prediqué el domingo pasado y dije: así que después de bien mojados y no bien
bautizados, véndelos por ahí. Avisoos
que los indios traídos de las Perlas y los de Paria y los de la Trinidad y los lucayos
que no son esclavos ni pueden ser vendidos. Bien creo que los padres (jerónimos)
no consentirán que se vendan, porque ya están avisados. Más si acaeciere,
guardad vuestros dineros y vuestras almas, que son libres y no pueden ser
vendidos por esclavos, aunque más procesos se hagan y más informaciones se
tomen. Haec dixit (esto dije)”.
10.- Algunos fueron a
quejarse a los gobernadores, en especial por los esclavos que trajeron de
Trinidad: el Rey Don Fernando, dijeron, había dado permiso, y no es verdad,
porque yo vi la real provisión, y dice los caribes de la Trinidad , y por tanto
síguese que no los que no son caribes,
máxime que añade que traigan de las islas que no son útiles ni se pueden allí
enseñar indios: “más ellos no curan de ver
si son útiles o no, sino arrebañarlo todo y traerlos, no para ser
enseñados, sino para ser vendidos”.
11.- Quizás envíen a la Corte informaciones en otro
sentido; sin embargo, estoy obligado a decir lo que debo, pase lo que pase
(quicquid inde eveniat) “: “nunca tan asentada tuve la materia de los indios
como el día de hoy, ni nunca tan grades males vi en ella como ahora: todo es un
pedazo de codicia cuanto acá hay, y será un pedazo de infierno”.
12.- “acá por muy cierto se dice que el rey, don Carlos I, sea ya
venido a Castilla”: si así fuere, pídanle que se prosiga la limosna que daba el
rey don Fernando para que se continúe la obra de la iglesia, que está parada,
“ni tenemos blanca para ella, ni aun para comer ni para otra cosa que necesario
sea”. (28). Fin de la carta de Pedro.
DOCUMENTOS DE LA NUEVA CORDOBA
El Rey Carlos I, autorizaba
a la Casa de
Contratación en mayo de 1519 que “Hemos mandado proveer que además de las dos
iglesias y casa de San Francisco que
están en la costa de Cumaná, que es la de tierra firme del mar-océano, se
edifiquen otras cinco iglesias y casas en aquella costa, en que se celebre el
culto divino y que puedan morar cuatro religiosos de dicho orden y debían
proveerse escuelas; iglesias y conventos de todos los materiales y útiles,
necesarios para la enseñanza al culto y
al trabajo agrícola”.
En este texto se puede advertir, sin mayor esfuerzo, que el Rey
afirma, sin ninguna duda, que existían un monasterio y dos iglesias que están
en la costa de Cumaná. Declaración que
debe ser irrefutable para los que confunden o niegan la permanencia de este trabajo fundacional,
porque es la palabra del Rey; y para aquellos que mantienen que ese trabajo desapareció, porque
fue atacado e incendiado muchas veces,
podemos alegar con lujo de detalles y los argumentos que
esgrimimos, que siempre fue reconstruido
y mejorado hasta nuestros días; y para aquellos que aun así, lo continúan negado bastará, con que vean los dibujos de las defensas y el
fuerte de Jácome Castellón de 1523, el
plano de la ciudad de 1601 y las Cédulas
Reales, tantas veces publicadas y que, entre otros documentos, van en el
apéndice de esta obra.
PEDRO EN CHIRIBICHE
Pedro de Córdoba entre tanto, se ganaba el amor de los indígenas;
hay una página de la obra escrita por Bartolomé de Las Casas, sobre las muchas
cosas que, hacia Pedro en la misión de Santa Fe, que ejemplariza su trabajo, lo
trascribimos:
“Y esto sabemos ser cierto que acaeció en la Tierra Firme , en la
provincia de Cumaná, que decían la costa de las Perlas, en el pueblo de
Chiribiche, que los religiosos de Santo Domingo nombraron Santa Fe, cuatro o
cinco leguas la costa abajo del río de Cumaná, el año de mil quinientos diez y
ocho o diez y nueve, lo cual acaeció
así: que el venerable padre y siervo de
Dios fray Pedro de Córdoba, de la orden de Santo Domingo, el cual la trujo el
primero a esta isla Española desde Castilla, y fue el primer vicario de ella;
estando en el dicho pueblo de Chiribiche o de Santa Fe y habiendo aprendido y
sabido la lengua de aquella tierra cuasi por milagro divino, teniendo
espías sobre cuando venía el demonio de
noche y se revestía dentro del cuerpo de un indio que debía ser sacerdote o
mago o hechicero, profeta dellos, o adevino, dentro del cual y por boca del
les predicaba sus falsedades y engaños, con que los tenía en su culto y
honor engañados y perdidos, avisado una noche por los espías, que eran ciertos
indios que tenía convertidos, que ya era
venido el espíritu maligno, como solía, entró en la casa donde estaba y hizo
encender lumbre, porque siempre mandaba el demonio que se apagasen las lumbres
cuando venía, y conjurolo haciendo los exorcismos que la Iglesia tiene ordenados;
constriñióle a hablar y responder a muchas cosas que le preguntó, y
entre otras díjole que ¿Por qué tenía
engañadas aquellas gentes haciéndoles entender que después de muertos los llevaba a unos campos y lugares
deleitosos, donde siempre vivían contentos en alegría y sin pesar? Y al cabo mandóle de parte de Dios que
declarase y manifestase a los indios presentes como los llevaba a los fuegos infernales. Y así comepellido por la virtud de Dios,
alcanzada por la fe y devoción de su siervo, respondió en lengua de los indios
a todo lo que preguntaba, y principalmente a donde después de esta vida llevaba
las ánimas. Y esto es así verdad, según supimos del compañero del mismo padre
que aquella noche fue con él y estuvo con él presente a esta obra que se
llamaba fray Diego de Velásquez”. En otra versión del mismo Las Casas, dice que
el padre santo lo interrogó en latín y otras lenguas indígenas, y el piacha
respondía a todo, pero en su lengua. Esta versión de la anécdota cursa en el
Tomo CV, página 340 Ob.cit. Historia
de las Indias. (29)
PRIMERA DIOCESIS. PEDRO BARBIRIO
Tanta importancia le dio La Corona Española a
estos los primeros pueblos en la tierra
firme, y tal su preponderancia, que para el año de 1519, el Rey
Don Fernando de Aragón, pidió al Papa y se le concedió, la creación de
la diócesis de Paria, la segunda en la tierra firme, después de Santa María del
Antigua, y 12 años antes que la de
Venezuela con sede en la benemérita ciudad de Coro; y se otorga con fundamento
en la importancia que habían adquirido las misiones en la provincia y pueblos
de Cumaná y Santa Fe; así se creó la diócesis de Paria con sede en Cumaná, y se
nombró a su primer obispo, Pierre Barbier, más conocido en España, como Pedro
Barbirio, fraile de fuerte y avasalladora personalidad, que venía prestando
servicios a España desde el reinado de Felipe el Hermoso y Juana la Loca ; y para 1516 se destacaba en la cancillería que dirigía con mano férrea
Jean de Sauvage de la corte de Carlos I de España y V de Alemania, el heredero del más poderoso imperio de
aquellos tiempos. Lamentablemente este obispo nunca llegó a Cumaná y la
diócesis quedó solo en los papeles.
Para el nombramiento de Pedro Barbirio, el Rey, Carlos V, escribe
a Don Juan Manuel, su Embajador en Roma, en estos términos: “El Rey. Don Juan
Manuel, pariente, del mi Consejo y Embajador en la Corte de Roma. En días
pasados yo envié a suplicar a mi Santo Padre le pluguiese mandar erigir una
iglesia catedral en la provincia llamada de Paria, que es en Tierra firme del
mar océano, y provea de la dicha
iglesia al maestro Pedro Barbirio, mi
capellán, en cuyas letras y méritos cabe
esto y mayor cosa, y porque yo deseo que la dicha erección y provisión haya
efecto, la cual hasta agora diz que se ha diferido por n haber podido proveer el dicho
maestro Pedro de los derechos de la
expedición de las bulas para ello
necesarias, los cuales él ha dejado de pagar a causa de su pobreza y de las
necesidades que tiene de algunas expensas
que ha de hacer en ir a la dicha
tierra firme, que es de mucha distancia,
por cuyo respecto S. S. diz que le
remitió los derechos que le pertenecían, y agora él provee de los otros que tocan
a los oficiales por cuya mano se han de despachar las dichas bulas, y yo
escribo a S.S. sobre la expedición de
ellas mi carta de creencia, a vos remitida, que va con esta. Por ende,
yo os encargo y mando que, luego
que la deis y supliquéis de mi parte le plega mandar luego hacer
la dicha erección y provisión y hacer gracia de los dichos derechos que de ello le pertenecen al dicho maestro Pedro, así por las causas susodichas como por no
tener la presente la dicha iglesia ningunos frutos ni rentas, y
para al que fuere necesario el procurador del dicho maestro Pedro, satisfará
los derechos que haya de llevar
los dichos oficiales, y haréis en hacer la concesión de lo susodicho y expedición
de las dichas bulas la instancia necesaria, por manera que haya breve efecto, porque mi voluntad es el de enviar al dicho
maestro Pedro a la dicha provincia en
uno con otras personas que vayan proveídas a aquellas partes para servir a Dios y entender en la
conversión y buena doctrina de los
pobladores.
Y aprovecharos heis en lo que para ello fuere menester de los muy
reverendos cardenales Sancta Cruz y Medici, a los cuales así mismo escribo mis
cartas de creencia, a vos remitidas, que van con esta. Y para más particular información vuestra va
con la presente relación de lo que toca a este caso, firmada de Joan de Samano,
de lo cual usaréis en lo que fuere necesario, que en ello me haréis placer y
servicio. De la Coruña ,
a 17 de mayo de 1520. (30)
Hasta 1520 se mantuvo la paz en la misión de Cumaná; en 6 años de
duro trabajo se había consolidado un pueblo, sin embargo, todo hacía presagiar
el peligro de la guerra. El crecimiento de la ciudad de Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua, la
explotación desenfrenada de la riqueza perlera, el tráfico de esclavos indios y
la codicia, fueron los detonantes de la guerra.
Las Casas cuenta el primer episodio de esta guerra. Un tratante de
esclavos de nombre Alonso de Ojeda, capturó en Maracapana, muy cerca de
Chiribiche, a 15 leguas del pueblo de Cumaná, a un grupo de indios Tagares para
venderlos en Nueva Cádiz. Los caciques de la zona: Maragüey, Pasamonte,
Toronoima y Diego, juraron vengarse, y el 3 de octubre de ese año de 1520,
asaltaron el convento de Santa Fe de Chiribiche, y mataron a dos misioneros dominicos,
y luego vinieron sobre Cumaná y destruyeron el monasterio y las iglesias, y
todo cuanto aquí había. El pueblo opuso tenaz resistencia, muriendo en la
refriega los capitanes Ojeda, Villafañe, Gregorio Ocampo y 26 soldados que
componían la defensa de la ciudad, pero los frailes y la gran mayoría de los
habitantes de la ciudad pudieron huir hacia la Nueva Cádiz y la Margarita.
José Mercedes Gómez en su obra citada, dice que “Estos hechos
corroboran, además del acto criminal de Ojeda y la represalia indígena dos
cosas: primero, que la misión de Cumaná, era más importante que la de Santa Fe
pues tenía mayor número de frailes y segundo que para el año de 1520 habitaban
en Cumaná españoles provenientes de Cubagua asentados en la costa firme, la cual,
por razones de clima, seguridad y alimentación, les era más propicia que la
vecina isla…” (31).
GONZALO DE OCAMPO ACTAS Y
DOCUMENTOS
No se hizo esperar la reacción del Imperio, ante la destrucción de
los pueblos españoles de Cumaná y Santa Fe, y la muerte de los misioneros y
soldados; el 21 de enero de 1521 la Real Audiencia de Santo Domingo, envió una
expedición punitiva bajo el mando del Capitán Gonzalo de Ocampo, formada por
tres carabelas y 200 hombres de armas, con la orden expresa de castigar a los
insurrectos. Veamos el informe presentado por el Capitán Gonzalo de Ocampo:
“Muy altos y poderosos señores: A V. A., se ha hecho reclamación
como el Lcdo. Rodrigo de Figueroa, por comisión de V. A. hizo cierta declaración de las partes y
provincias de las islas y Tierra Firme de donde se podían traer por esclavos los indios caribes que comen
carne humana, y las otras partes donde declaró
ser guatiaos y defendió que no se
les hiciese guerra, de los cuales guatiaos las principales partes y más
pacíficas y usadas por los dichos españoles eran en la dicha costa de Tierra
Firme, desde la provincia de Cariaco hasta la provincia de Maracapana, en que podrá haber de costa al
luengo 15 leguas, no embargante que más
al poniente y al occidente había y hay indios guatiaos que tienen amistad y contratación con los españoles; desde dicho
Cariaco hasta la dicha Maracapana es lo que cae más en contra de la isla de
Cubagua donde pescan y rescatan las
perlas y donde vienen los indios más generalmente a la pesquería.
En esa dicha Costa entra una provincia que se dice Cumaná, que es
donde los religiosos de San Francisco tenían más había de seis años un
monasterio con ciertos frailes de su Orden; cinco leguas por la dicha costa más
al occidente esta la provincia de Chiribichí, que agora se llama Santafé, en la
cual los religiosos de la Orden
de Santo Domingo tenían otro monasterio, otras cinco leguas más abajo cabe
dicha provincia de Maracapana, en que esta un pueblo de indios.
Después de la dicha
declaración por un tomador de las licencias que el dicho Lcdo. Figueroa
dio, y con ciertas instrucciones de que
él habrá enviado el traslado a V. A.,
han ido así de esta isla como de la de San Juan a la dicha costa de
Tierra Firme a rescate de perlas y guanines y esclavos, y se ha multiplicado
tanto el trato a causa de esta
negociación que certificamos a V. A., la
perdición de esta isla si esto no hubiera, que ha dado en que entender a todos generalmente esta isla estuviera
harto más perdida y no hubiera casi
trato ninguno.
Agora hacemos saber a V. A., que, estando este trato y negociación
pacífica y muy más acrecentada que nunca estuvo, un domingo, que se contaron tres días del mes de
septiembre pasado, habiendo los religiosos dominicos tañido a misa, como los
tenía de costumbre, y estando vestido el uno de ellos para la decir, vino a la dicha un cacique de la dicha provincia, que se llama Maragüey,
que era vecino muy cercano al dicho monasterio y a quien los frailes
hacía mejor tratamiento que a los otros y le había curado y hecho muchos
beneficios, según nos certificó el
viceprovincial de la dicha Orden que aquí está y otros religiosos: el cual
dicho cacique trajo consigo otros indios, así de la dicha provincia como de
otras provincias cercanas de allí, que se dicen los Tagares, y entraron al
dicho monasterio, so color que iban a misa, y mataron dos frailes que allí
hallaron, porque los otros dos estaban
en la isla de Cubagua a la sazón que aquello pasó, diciendo misa al alcalde
mayor y a los otros españoles que allí residen; mataron así mismo otras nueve personas que estaban en el dicho
monasterio, entre los cuales era un indio
de la misma provincia que era lengua con que los dichos religiosos les
predicaban nuestra santa fe católica; y
robaron y quemaron el dicho monasterio sin les quedar cosa alguna, y matárosles
hasta un caballo y un perro y un carnero que allí tenían los dichos frailes, y, según lo que el viceprovincial nos dice,
valía lo que les quemaron de ornamentos y otras cosas mil pesos de oro; solamente se escapó un indio natural de esta
isla que servía a los frailes, el cual
llevó la nueva a la dicha isla de Cubagua a Antonio Flores, alcalde mayor que
allí está, el cual dicho alcalde mayor luego que se enteró, proveyó de cinco barcos con 40 hombres que pudo haber
en la dicha isla y los envió con los religiosos que allí
estaban, y envió un teniente suyo,
porque a la sazón estaba enfermo; los cuales fueron a la dicha provincia de
Santafé y hallaron hecho todo el dicho
desbarato, y además hallaron un bergantín que había llegado allí con cinco españoles, que lo enviaba Hojeda,
capitán de una armada, desde dos leguas más abajo, lo habían tomado y
desfondado los mismos indios, y muerto los cuatro de ellos, a los cuales tenían
ahorcados, y al otro hallaron escondido en una ciénaga junto a la mar, el cual
les dijo lo que había pasado en este artículo del bergantín, y como los indios
los habían muerto estando en paz rescatando con ellos.
Desde la dicha provincia de Santafé, sabido lo susodicho, la dicha
gente con los dichos barcos bajaron a la provincia de Maracapana, que es cinco
leguas de allí, por saber lo que había sucedido del dicho capitán Hojeda, y
llegado que llegaron cerca del dicho capitán, que estaba en tierra en la playa, un cuarto de legua de su carabela con once
españoles, como los indios vieran la
dicha gente en los dichos barcos, conociendo que venían en socorro del dicho
capitán arremetieron con el dicho capitán y gente, y los mataron, que solamente
se escaparon dos de ellos que se acogieron a los barcos, el uno herido, que murió dende a dos días, lo cual visto por
la gente de los dichos barcos, fueron a la dicha carabela que estaba sola y la
tomaron, y recogieron en sí más de 150
marcos de perlas que tenía dentro, y la llevaron a la dicha isla de Cubagua.
A este capitán Hojeda había acaecido un caso, y es que el mismo
domingo que fue la muerte de los
religiosos dominicos en la tarde,
estando el en la provincia de Guanta, que es dos leguas más debajo de do
está el dicho monasterio, él hizo un exceso que fue que había enviado por la
tierra adentro a rescatar maíz, y
trajeron el dicho maíz con ciertos indios que alquilaron para se lo traer hasta
la carabela, y llegados a ella, hizo por fuerza a 31 de los dichos indios
entrar en la barca, y los llevó por la costa abajo hasta Maracapana, adonde los
mataron como dicho es. Los cuales dichos
31 indios el dicho alcalde mayor los tomó en sí y no sabiendo que hacer de
ellos por lo que había sucedido, nos los envió a este puerto con la misma carabela,
para que viésemos lo que de ellos se había de hacer, los cuales pusimos e
depósito de ciertas personas que les dan de comer.
El mismo día que dicho alcalde mayor supo en la dicha isla de
Cubagua de la muerte de dichos dominicos, temiendo no hiciesen otro tanto a los
frailes franciscos, proveyó de enviar gente en ciertos barcos a la provincia de
Cumaná a hacérselo saber y avisarles de lo que había acaecido para que, si
quisiesen venir a aquella isla, lo hiciesen hasta ver en qué paraba el alboroto de los dichos indios: lo cual sabido por los
dichos frailes, temerosos no hiciesen con ellos lo mismo que con los otros, se
recogieron con todo lo más que pudieron y se fueron a la dicha isla de Cubagua
de donde juntamente con los otros dos frailes dominicos que habían escapado, se vinieron a esta isla:
todo lo cual, como arriba decimos, pasó desde el dicho domingo 3 de septiembre
hasta seis días siguientes.
Después de lo cual, dende a diez días, sucedió que una carabela, que había partido
de esta isla armada para rescatar por la dicha costa, llegó a la dicha
provincia de Maracapana, que es donde mataron al dicho Hojeda, y no sabiendo
cosa ninguna de lo que allí había pasado, saltaron a tierra a contratar con los
dichos indios, como lo hacían en otros viajes; y los mismos indios, los más
principales de ellos, entraron en la carabela a comer y a beber de lo que
traían, fingiendo con ellos mucha paz y convidándolos que saliesen a tierra,
que tenía mucho que rescatar, y que no llevasen armas, porque los indios no se
escandalicen, pues eran tan sus amigos: lo cual hicieron así, y salieron en la
barca el capitán de la dicha carabela con nueve hombres, y no acabaron de
desembarcar cuando los mataron a todos e
incontinenti con sus canoas y piraguas fueron a la dicha carabela por la tomar,
y los que en ella estaban, visto lo susodicho, cortaron los cables y se
salieron huyendo a la vela y se fueron a la dicha isla de Cubagua.
Dende ocho días que lo sobredicho pasó, llegó a la dicha provincia
de Maracapana, donde lo susodicho había acaecido, otra carabela de armada de
esta isla, que iba a rescatar por la misma costa, y no sabiendo casa alguna de
lo que allí había pasado, saltó en tierra en el mismo puerto con la gente: de
la cual los dichos indios hicieron lo mismo que con la carabela pasada,
entrándose en ella a comer y beber, y convidándolos a rescate, e hicieron que
todos salieran en tierra, y después que los tuvieron todos juntos, mataron 23
hombres de ellos, que solamente escapó el capitán que había quedado en la carabela
con otros cuatro hombres, que la trajeron a este puerto, de lo cual por todos
generalmente en esta isla se ha recibido
mucha tristeza, principalmente por la muerte de los dichos religiosos
españoles, y además por el daño que se
sigue en cesar al presente el dicho
trato y contratación, que, como arriba decimos, era lo que principalmente
sostenía esta isla.
Luego que la dicha nueva vino, nos juntamos los jueces y oficiales
de V. M., y, platicando sobre el remedio de ello, acordamos ser muy necesario
el socorro que dicho alcalde pedía, y para ello determinados que, en nombre de
V. M., se hiciese una armada para la dicha costa de Tierra Firme.
Estando despachando la dicha armada, tornó a escribir el dicho
alcalde porque los dichos indios habían puesto en les defender el agua, y
habían quemado el monasterio de los frailes franciscos, que hasta entonces no
le habían quemado, y había cesado el dicho rescate: lo cual sabido, tornamos a
platicar en el dicho negocio y acordamos enviar las dichas tres carabelas, y en
otra, si fuere necesario, hasta doscientos hombres para que allí se haga lo que
conviene a esta negociación, que consiste en tres cosas: la una, socorrer los
que allí están en tanto riesgo y peligro, la otra, castigar a los dichos indios
que ha hecho los dichos maleficios tan traidora y alevosamente, porque cuando
mataron a los dichos frailes dominicos y les robaron y quemaron el monasterio
no había acaecido lo que el capitán Hojeda había hecho la costa abajo, ni aunque hubiera acaecido había de ser
bastante para tan gran mal, antes dice el viceprovincial y los otros frailes
que ellos temían que había de acaecer así mismo; la otra, procurar pacificar la
dicha costa porque no cese el trato y procurar el agua en Cubagua, sin la cual
allá no se puede estar, la cual pacificación no se podría buenamente hacer sin
que ellos conozcan que los españoles, cuando quieren, tienen fuerza para les
castigar y subjetar, porque hasta aquí, con los haber tratado muy blandamente,
sin hacerles mal, por no quebrar los mandamientos de su V. M., los tienen en
poco a los españoles, y dicen que somos mujeres y gallinas.
En el cual castigo nos ha parecido que se debe trabajar como se
hallan los principales de aquellas provincias que fueron en hacer los dichos
delitos, y en ellos ejecutar las penas que merecen, y de los demás que con
ellos fueron en los delitos prenderlos y cautivar los que pudieren y traerlos a
esta isla y hecho esto, tomar a enviar allá los 31 indios que injustamente
fueron traídos, y hacer mucha honra a los guatiaos que son en paz: con lo cual,
y con el dicho castigo, creemos que la dicha costa quedará pacífica como de
antes, no embargante, todavía nos parece que V. M., debe mandar hacer una
fortaleza en la dicha provincia de Cumaná, junto al agua, así para que no
impidan el tomar de ella, para su seguridad de los españoles”. (32)
Es bastante lo que se puede decir de este capitán Gonzalo de
Ocampo, pero en los documentos que estamos trascribiendo se puede constatar
mucho más, y al detalle, sobre la personalidad del capitán y la realidad de los
hechos en los cuales participó, y que estudiamos. El oficio emanado de la Real Audiencia de
Santo Domingo de fecha 20 de enero de 1521, para Gonzalo de Ocampo, dice:
“A vos capitán Gonzalo de Ocampo cometemos el castigo de los
indios de las provincias de Cumaná, Santa Fe, los Tagares, Maracapana, a cuyos caciques
é especialmente a los llamados Maraguey, Don Diego, Gil González e Pasamonte e
otros con sus indios, se había procurado dar doctrina e regalar para que se
convirtiesen. E ellos lejos de agradecerlo, habrá un año que andando
contratando con ellos ciertos capitanes españoles, los mataron con 40 hombres,
e habrá cuatro meses mataron también a los dos frailes dominicos, el uno revestido
para decir misa, &, luego mataron al capitán Hernando Ibáñez con cinco
españoles. Los de Maracapana mataron al capitán Hojeda e a sus compañeros alevosamente,
e del mismo modo a los capitanes Villafañe e Gregorio de Ocaña con 46 hombres,
e quemaron el monasterio de los franciscanos de Cumaná. Después hecha una gran
junta con gran alboroto, e tañido de
cornetas, armados con sus arcos y flechas, defendieron el agua a los de Cubagua
en el río de Cumaná e queriendo tomarla en la isla Margarita, fueron a
defendérsela también con muchas canoas; echaron ponzoña al agua, causas solas
que obligaron al alcalde mayor e gente a desamparar a Cubagua dejando sus casa
e copia de bastimentos, rescates, &,
para remedio de este, iréis vos el
capitán Gonzalo de Ocampo con esa flota directamente a Santa Fe; procuraréis
prender a Maragüey e a su hermano e a cuantos caciques e indios de esa
provincia pudiéredes, pues todos fueron concentrados en matar los dominicos o
enviarlos heis acá para que se haga
justicia. Hacerles, si se resisten, cruda guerra, e captivarlos e pacificad la
tierra. Lo mismo haréis con los Tagares, que fueron en favorecer a los de Santa
Fe. En Maracapana requerid que os entreguen los caciques Gil González e Don
Diego e cuantos fueron en la muerte de dichos capitanes. En Cariaco, Cumaná e
La Margarita, aunque inducidos por los otros, ayudaron también, decid que los
perdonamos, pero que entiendan que se les tratará con rigor si reinciden. En
Cumaná especialmente haced que les hable el Padre Fr. Juan Garceto, que con vos
llevéis, pues sabe la lengua e que van en paz. Generalmente lo dejaréis todo
pacífico para que pueda volver la contratación como antes, e los religiosos
puedan ir a les doctrinar, bautizar, &, como antes hacían sin riesgo. Para todo vos damos poder cumplido, &,
Santo Domingo a 20 de enero de 1521”
(33).
Hemos visto en estos
documentos, que no se pueden modificar, como fue nombrado por la Audiencia de Santo
Domingo el capitán Gonzalo de Ocampo, jefe de la expedición de tres carabelas y
doscientos hombres, que vinieran a pacificar
por las costas de Cumaná, que eran pueblos de misión; sin embargo muchos
historiadores, al contar estos hechos cambian todos los términos, por ejemplo
el más luminoso de ellos, Arístides Rojas, dice que la Audiencia mandó alistar
una escuadra de cinco navíos tripulados con 300 hombres, y que al pasar por
Cubagua dejó tres carabelas para no
alarmar a los indios, y concluye con un panorama de desolación que incluye la
desaparición de la misión de los franciscanos, cuando el mismo dice y así
consta en los documentos que acabamos de transcribir, que los franciscanos
volvieron con el mismo Gonzalo de Ocampo en esa expedición y que en ese mismo
año reciben en ella a Bartolomé de las
Casas, y que Ocampo reconstruye lo que los indios habían destruido en Cumaná
(Nueva Córdoba) donde llegó con orden de perdonar a los indios de esta
provincia, y funda, con ellos, media legua del río arriba, un pueblo al cual
bautiza Nueva Toledo, tal como aparece en mapas de 1601 que van en el apéndice
de esta obra.
Ramos Martínez dice: “Cuando a principios de 1521 vino a Cumaná el
capitán Gonzalo de Ocampo a castigar y pacificar a los indios sublevados,
regresaron los franciscanos a su destruido convento con el P. Fr. Juan Garceto,
su prelado, el mismo que ya antes había tenido igual cargo y que sabía la lengua
de los naturales.
El Capitán llega más
arriba, río arriba, de la Nueva Córdoba , donde
estaba la misión franciscana de Cumaná hacía más de seis años, en los cerritos
que estaban en la boca del río, con
pocas casas como la pinta Castellón; su monasterio, escuela y sus dos iglesias,
donde continuó la obra civilizadora de los misioneros como veremos más
adelante; y de ese pueblo que fundó Ocampo, media legua del río arriba, e
insisto en ello, porque en este punto también se ha creado confusión, sobre
todo por lo difícil que se advertía que pudiese poblarse, como lo manifestaba Las Casas, que dijo “Ni
que lo llamase Sevilla, lo han de poblar”,
esta expresión se debe interpretar, según lo difícil que había sido
hacerlo en la Nueva
Córdoba , que quedaba en un puerto seguro a la boca del
río, bien defendida; fundar otro pueblo
más adentro del territorio, sumamente poblado de indios indómitos, lo
consideraba imposible. Sin embargo,
estos dos pueblos inician una etapa de desarrollo, protegidos por Castellón,
como podemos apreciar en los documentos y mapas citados y otros que van en el
apéndice. Luego estos dos polos se unen y forman la ciudad de Cumaná.
De Gonzalo de Ocampo se han escrito muchas cosas que más
bien suenan a la magnificación de una gesta que fue despreciable, y la mayor
parte inventada por gente interesada en el tráfico de perlas y esclavos. Se
dice que, con una de sus naves, entró
por Maracapana, tierra del valiente cacique Toronoima, castellanizado “Gil González”, al cual Ocampo tiende una
celada; lo invita a la nave, a la cual va pacíficamente con otros hombres que
lo acompañaban, y súbitamente, un marinero, tal vez entrenado en el arte de
matar, armado con un puñal, se lanza en
pos del cacique, y en una lucha desigual, en las aguas virginales, le da muerte
al guerrero indómito, que había derrotado a los españoles en varias
ocasiones. Ocampo entra luego al pueblo
de Maracapana a sangre y fuego, sacrifica a la mayor parte de sus moradores,
que habían acudido a recibirlo como acostumbraban, y a los que no asesinó los
embarcó para Cubagua, para venderlos como esclavos. Esa fue una de sus proezas.
Arístides Rojas
dice en relación con esta onda destructiva, que: “Pacifica toda la comarca,
cubierta, puede decirse, de funeral desolación, talados los campos, en ruina
los poblados, en fuga los moradores, y en escombros los monasterios todavía
humeantes” (34). En realidad es un
visión fugaz de lo que pasó; porque
también Ocampo, hace la paz con los indígenas de Cumaná, reconstruye la misión
de los franciscanos y funda un pueblo con la ayuda de Don Diego cacique de
Maracapana; a cuyo pueblo nombra Nueva Toledo, fundado media legua del
río Cumaná arriba, como ya dijimos, no
en otra parte como sugieren muchos
historiadores y cronistas, tal como puede comprobarse en el mapa de 1601, que
va en el apéndice; construyó 21 casas y
un fuerte donde pensaba gobernar y permanecer algún tiempo, y lo hubiese hecho,
de no ser por la llegada a Cumaná de fray Bartolomé de Las Casas, con Cédulas Reales que revocaban su mandato, como luego veremos.
BARTOLOME DE LAS CASAS
En aquesta sazón que voy diciendo,
Hubo por estas partes y regiones
Un clérigo bendito, reverendo,
Testigo de muy grandes sinrazones;
A quien Dios levantó, según entiendo,
Por favorecedor de estas naciones;
Bartolomé Casaos se decía,
Padre desta moderna monarquía;
Cuyo nombre merece ser eterno
Y no cubrirse con oscuro velo,
Pues procuró de dar tan buen gobierno
A los conquistadores de este suelo,
Que sacó muchas almas del infierno
A
la contemplación del alto cielo.
Aqueste
pareció tal cual lo pinto
Ante
la majestad de Carlos Quinto.
………………………………………..
La
ge quien descubrió la gran solapa
De
males hechos en aquesta gente
Defensa
fuerte, protector y capa
De
los bárbaros indios de Occidente;
Siendo
después obispo de Chiapa,
Acabó
su carrera santamente;
Y
en indias el protervo y el sencillo
Tienen
justa razón en bendecirlo.
JUAN DE CASTELLANOS. (35)
PERFIL BIOGRAFICO
DE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS
Este bienhechor de la humanidad nació en Sevilla
el 11 de setiembre de 1484 (fecha probable), del matrimonio de Don Pedro de Las
Casas y de Doña Isabel Sosa, ambos de ascendencia judía. Tenía 8 años cuando
los Reyes Católicos liberan Granada, unifican el imperio y expulsan a los
judíos. La familia de Bartolomé no sufrió los rigores de la diáspora porque sus
padres se habían convertido al cristianismo muchos años antes de estos
acontecimientos. Sus estudios correspondientes a la primaria los hizo en la
escuela de la Catedral
de San Miguel y el bachillerato o latín en la academia, ambos en Sevilla.
Escribió varias obras, que aún son herméticas, y que son imprescindibles para
una mejor comprensión de su tiempo: La Destrucción de las Indias”, publicada en 1552;
“Historia de las Indias” que vino a publicarse en 1875; “Apologética - Historia
de las Indias” que viene a publicarse en 1909; “De Único Vocationis Modo” el
último en publicarse en 1975.
Al parecer, el padre de Bartolomé, acompañó a
Colón en su segundo viaje al Continente Americano y económicamente le fue bien,
o simplemente su carácter aventurero le señaló ese camino, por eso lo
encontramos con su hijo en la expedición, que parte de Sevilla, bajo el mando
de Francisco de Bobadilla, el 13 de febrero de 1502 y llega a Santo Domingo el
15 de abril de ese mismo año.
En esa época los colonizadores españoles en las
islas caribeñas, sometían a los indios por la fuerza; la conquista se convierte
en una guerra a muerte, sobre todo desde que se descubren las minas de oro en
Santo Domingo. Bartolomé es un joven “con mucho futuro” y Ponce de León, le
asigna un repartimiento en Concepción de la Vega ; entre tanto Ovando persigue, somete y
sacrifica a los indígenas, y muy a su pesar Bartolomé participa en esos crueles
sucesos. En 1506 Las Casas viaja a Roma, recibe allí, las órdenes Mayores,
regresa a Santo Domingo, investido de sacerdote, y se establece en la provincia
de Cibao.
Ovando es destituido por su salvajismo y Diego
Colon, hijo del Almirante Cristóbal Colón, es designado Virrey de las tierras
descubiertas en el Nuevo Mundo.
En 1510 llega a Santo Domingo la Orden Dominica con
Pedro de Córdoba a la cabeza. Se percatan de la guerra injustificada que
imponen a los colonizadores a los indígenas y se baten contra ellos desde el
púlpito. La predica de los dominicos se esparce como pólvora encendida y
Bartolomé se acerca a ellos, conoce a Pedro de Córdoba, a Montesinos, Berlanga,
etc. y los escucha, ellos le hablan de
su propia fe.
Sin embargo,
Bartolomé continúa su mismo derrotero, se une a la expedición que va a la isla
de Cuba, con el cargo de Capellán, bajo el mando de Diego Velásquez de Cuellar.
Participa en actos de insólita crueldad como la matanza de Canoabo, donde
asesinan toda una tribu y a la princesa Anacaona. Este episodio lo llena de
espanto y es una de las páginas más angustiosas que le toca escribir. A finales de 1512, renuncia a todos sus
privilegios, devuelve sus esclavos e inicia su apostolado en el pueblo de
Trinidad, fundado por Velásquez, donde predica a los soldados, asqueado de
aquella política implacable, de la que participaba, contra un pueblo
indefenso.
Bartolomé, que ya conocía a Pedro de Córdoba, se
traslada a la isla y ciudad de Santo Domingo, y llega, precisamente, el día en
que el dominico sale con una expedición para Tierra Firme, en continuación de
su proyecto pacifista. Sin embargo, Dios está de su lado, la expedición tiene
que volver a tierra como hemos dicho antes, y Bartolomé tiene la satisfacción
de entrevistarse con Pedro y narrarle, con lujo de detalles, buena parte de su
vida, sus reflexiones y su determinación de dedicar todas sus fuerzas a la
defensa y protección de los indígenas.
En 1515, a los 31 años,
Bartolomé se va a España con Antonio de Montesinos y mediante la intersección
del Arzobispo de Sevilla y fray Tomás de Matienzo, se entrevista con Fernando
el Católico, el 23 de diciembre de ese año, un mes antes de la muerte del
Monarca, por lo cual sus esperanzas y su diligencia resultaron de poco
provecho. Pero de mucho deben haber valido los trabajos y las denuncias de
estos espíritus elevados, porque quedó en la Regencia del Imperio, el
Cardenal Cisneros, que lo primero que hizo fue destituir a Fonseca y a Lope
Conchillos, e incauta los tesoros de la
Casa de la
Contratación de Sevilla, de donde se mantenían los pillos; y
nombra una comisión para que estudie las propuestas de Las Casas, contenidas en
un largo memorial, presentado a los cardenales Adriano y Cisneros, en marzo de
1516.
EL MEMORIAL DE LAS
CASAS
Las
Casas propuso dos clases de remedio, unos generales para todas las colonias; y
otros para algunas colonias en particular. Vamos a ver solo una síntesis de los
generales de donde se verá toda su doctrina y su empresa.
Generales:
1.- que se ordene suspender el régimen de
encomiendas que se aplica en las colonias. -
2.- Que se
mande constituir a los indios en comunidades en las cuales convivan indios y
españoles y trabajen por igual, tanto en el campo como en las minas, se pague
el quinto real y se repartan el producto en provecho de todos.
3.- Que se
mande ir a cada villa o ciudad, 40 labradores según la disposición de cada
lugar, con sus mujeres e hijos de cuantos en estos reinos hay sobrados, y que
den a cada uno 5 indios con sus mujeres e hijos, para que sean compañeros de
trabajo.
4.- Que se mande pregonar estas medidas y se llame
a los indios para que trabajen en paz con los españoles.
5.- Que mande a poner en cada villa un sacerdote,
celoso de Dios, que cuide de los indios e imponga justicia sin restricciones de
ninguna índole.
6.- Que no
se envíen otras autoridades que puedan alterar el orden establecido por ese
único juez.
7.- Que no
se nombren para ejercer de jueces a ninguno de los que hasta ahora ha tenido
que ver con la justicia en las islas.
8.- Que
ninguno de los de Castilla tenga nada que ver con los indios de las islas.
9.- Que
se deroguen las leyes promulgadas por cuanto no se tomó el parecer de los que
viven en las indias, sin embargo, las últimas cuatro leyes que los favorecen
que son justas y santas, las mande guardar.
10.- Que
las penas de los peones que echan los españoles por sus delitos, que suelen
pagar los indios, que no las echen, y que si las echaren sean los peones españoles
a quien se lo paguen los tales delincuentes.
11.- Que
su alteza no tenga indios señalados ni por señalar e las comunidades ni parte
alguna, porque no haya ocasión de corromperse, porque alegando muchos el
servicio de su Alteza, en ello tienen excusa para forzar el trabajo de los
indios, y con ello su muerte segura.
12.- Que
no sea admitido clérigo sino fuere letrado, para enseñanza de los indios; y que
no se mande nunca uno solo sino dos, para ver de confesarse y no dar misas en
pecado.
13.- Que
no se permita sacar indios de un sitio para enviarlos a otro bajo ningún
pretexto, sino que los de cada isla estén en ella para su mejor
protección.
14,- Que
mande a publicar las obras del Dr. Palacios Rubio y el maestro Matías de Paz,
para que se sepa como los indios son hombres libres y han de ser tratados como
libres. (36)
De este memorial podemos deducir la calidad humana
de Bartolomé de Las Casas, y comprender mejor su lucha por la libertad de los
indígenas americanos. Son varios los memoriales que envía Las Casas a Cisneros
en 1516, de ese mismo tenor, después de la muerte de Fernando el Católico; y en
1518 se los envía también al Emperador
Carlos V, a quien le dice: “Ha ya dos años y medio que ando en esta corte” y
más adelante le dice “Ha diez y seis años que en aquellas tierras estoy”, lo
que confirma paso a paso nuestra investigación.
En 1519 Las Casas propone al Canciller, la
capitulación de la Tierra
Firme , que es un documento fundamental, para entender la obra
del Protector de los Indios.
De la capitulación, por ser un texto muy largo,
hemos resumido algunos aspectos:
En la introducción dice Las Casas “Lo primero que
supliqué a vuesa Señoría, que se considere, el otorgamiento de mil leguas de
tierras, que por ellas daría cincuenta mil ducados de renta a los tres años, a
los seis años daría cien mil, etc.; y me comprometía a hacer diez pueblos de
cristianos. El Consejo de Indias redujo las mil leguas a 600 y trastornó todo
el planteamiento.
Otras consideraciones de Las Casas dentro del
texto:
1.- que en las tierras que se le señalaron no hay
oro, sino en las provincias del Cenú y Santa Marta, que no entran en su
jurisdicción;
2.- que se
le negó la costa de las perlas que está en Paria, con lo cual estuvo conforme,
pese al daño que sufría el negocio;
3.- que los
cristianos que llevará a Tierra Firme, deben ser hidalgos caballeros y personas
de merecimiento, que van a trabajar en comunas y poner los gastos de su propio
peculio, y van a sacrificar sus vidas por amor de Cristo.
4.- que es necesario que los frailes dominicos y
franciscanos, le ayuden con lo que tenga
que llevar y por hacer, con los indios de su cargo, porque tienen mucho crédito
(esta es una de las muchas razones que tuvo Bartolomé para venir a Cumaná), por
lo cual “le conviene ir a desembarcar
allí, porque toda la otra gente de la otra tierra está muy alterada e muy
dañada de los escándalos que los cristianos han puesto, e desde allí de la dicha Paria, tengo de comenzar a hacer las paces con toda otra gente”.
5.- que se
le otorgue la provincia del Cené, donde había oro, y que se le dio a Lope de
Sosa, y el cual a su modo de ver era incompetente para manejarla “E querer
poner esta provincia del Cenú en aquella aventura de perderse, estorbarme a mí
que ya no la remedie e la gane para su alteza, paréceme que de ninguna manera
se debía de consentir”. (37)
SINTESIS DE LA PROPUESTA DE LAS
CASAS
1.- que se
me otorgue la provincia del Cenú entre las tierras que se me señalen, que con
ello remediaré lo de las gentes que vengan conmigo; que para el caso de que no
se me otorgue la provincia, que se parta y se me den 20 o 30 leguas por la
costa de la mar, e que se le prohíba escandalizar entre los indios.
2.- que los
límites sean desde el río Dulce, que está arriba de Paria hacia el Oriente,
porque entren los religiosos que allí están, e yo me vaya a desembarcar allí,
porque ellos lo desean tanto como yo, e con ellos y con los religiosos que
tengo que llevar tengo de hacer mucho más que con todos los seglares.
3.- Si no
se me concede la provincia del Cenú, mande quitar los 50 mil ducados y los diez
pueblos que había de hacer. Pero termina diciendo: “De todas maneras “soy
contento que se quite o ponga o modere, como más e mejor al servicio de Dios e
de S. M. pareciere” (38).
Leyendo
estos documentos se conoce mejor a Bartolomé de Las Casas, que de todas las
cosas que se ha dicho o se puedan decir de él.
El 16 de setiembre de 1516 el Cardenal Cisneros,
regente del Imperio, nombra a Las Casas “Procurador de los Indios”, en el Nuevo
Mundo, lo inicia una lucha palaciega entre la poderosa Orden de Los Jerónimos y
Las Casas.
El Clérigo vuelve a Santo Domingo con su empresa y
no puede hacer nada con los Jerónimos, pues estos tienen un criterio distinto y
apoyan a los colonizadores con los cuales tienen jugosos negocios. El comercio de esclavos se acrecienta, las
entradas y “rescates” de tratantes como
Juan Bono, Ojeda, etc., en tierras prohibidas, inclusive en Cumaná,
Maracapana y Chiribichí, santuario de Pedro de Córdoba.
En abril de 1517, llega el Supervisor Don Alonso
Zuazo. Las Casas somete estos crímenes a su autoridad, y los dominicos
presentan un memorial, redactado por fray Bernardo de Santo Domingo, en el cual
se hace relación de todas las expediciones esclavistas; enumera los crímenes
contra los indígenas de la forma más cruda, las violaciones a las Leyes, la
falta de los jueces en juzgar a los delincuentes y la culpabilidad de los
jerónimos, directa e indirectamente.
Ante la poca efectividad de la justicia en Santo
Domingo, Las Casas vuelve a España y a la Corte , con cartas de los dominicos; pero los
Jerónimos se le habían adelantado, logrando socavar la fe y la voluntad de
Cisneros mediante probanzas levantadas en las islas contra Las Casas, que es
destituido; sin embargo, Las Casas logra entrevistarlo antes de su muerte
acaecida el 8 de noviembre de 1517. Se traslada a Valladolid, para recibir al
joven monarca, Carlos V de España y I de Alemania, que llega el 13 de noviembre
de ese mismo año. Bartolomé obtuvo
audiencia del Consejo de Indias, leyó un memorial el 11 de diciembre de 1517,
en él informaba e imponía de todas sus observaciones, peticiones y
proposiciones sobre las provincias del Nuevo Mundo. El memorial fue rechazado, pero al parecer
este percance era parte de su plan, para llegar directamente el Monarca.
Los picardos tienen contacto con Guillermo de
Croy, conocido como el Alter Rex, al cual le hacen ver lo importante que puede
ser que Bartolomé se entreviste con el Rey, porque se conocía que la corte del
Carlos V no se llevaba muy bien con los españoles. Por allí fue la sagacidad de
Las Casas, el memorial que presenta ante Carlos V es a favor del reino y contra
la codicia de los españoles de indias. Pronto se vio el ascenso de Las Casas,
de burlado pasó a burlador, los asuntos de los españoles de indias no
prosperaban se les volteó la brújula.
Interviene en varios negocios que perjudicaban a la Corona y los resuelve
sabiamente, y ello le vale otro ascenso.
Sin embargo, empinado como estaba cometió el error de su vida, le dio el
visto bueno a la trata de esclavos negros, cuando fue consultado sobre este
delicado asunto, inducido por su amor a los indios o llevado por la cultura
esclavista de la época, error inexcusable para quien entregó su vida por la
libertad y dignidad de los indios.
A principios de 1519 Las Casas recibió carta de
Pedro de Córdoba denunciado a los jerónimos de horrendos crímenes por omisión,
a la vez que relata las incursiones de los esclavistas en los pueblos fundados
por él y los franciscanos en la costa de las perlas; también le dice que trate
de obtener una concesión de 100 leguas o más en esta costa, incluida Cumaná
donde españoles no entren.
Las Casas
recibió una braza que le quemaba el cuerpo y el alma, por ello se enfrenta
al poderoso obispo Fonseca y después de
muchos meses de enfrentamiento en las cortes y consejos reales, logra vencerlo
por la intermediación del Cardenal Adriano, que aboga por la conquista pacífica
y evangélica de la tierra firme, según predicaban Pedro de Córdoba y Las Casas; y Carlos I
firma la Capitulación
de La Coruña
el 15 de mayo de 1520, mediante la cual
se le conceden a Las Casas 260 leguas de tierras en la región del río de Cumaná,
entre Paria y Santa Marta para el servicio de dominicos y franciscanos,
con énfasis en que en esas tierras no habrá encomiendas, encomenderos ni otros
tipo de intervenciones; ni entrarán conquistadores o colonos sin la
autorización de Las Casas.
En diciembre de ese año parte su expedición con
rumbo a la isla de Borinquén desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda, lo
acompañan 120 colonos y un grupo de frailes entre los cuales estaba el
infatigable fray Vicenta. La expedición llegó al puerto de San Germán en la
isla de Puerto Rico.
En La
Historia de Las Indias, encontramos este pasaje: “Tornando a
nuestro negocio del Clérigo, diéronle luego dos navíos en esta ciudad y puerto
de Santo Domingo, ambos bien amarinerados y cargados de vinos, aceite y vinagre,
y mucha cantidad de quesos de las Canarias y muchas otras cosas y municiones, y
licencia para tomar en la isla de la
Mona , mil y cien cargas de pan casabi de lo que el Rey allí
tenía…” (39)
LAS CASAS EN CUMANA
Las Casas desembarca a fines julio o principios de
agosto de 1521 en el puerto del río Cumaná, Puerto de Las Perlas, donde tenían,
hacía más de 6 años, los franciscos una misión y un monasterio; ubicados a la
distancia de un tiro de ballesta desde la orilla del mar, en aquella costa
virgen más conocida por el nombre de “Costa de las Perlas” como gustaba
llamarla al mismo fraile Las Casas. Él
es el primero que les da este nombre, al parecer para inflamar la codicia de
los flamencos de Carlos I.
En esa época ese nombre se reducía a las costas cercanas
a la isla de Cubagua y Cumaná, y tal vez las 15 leguas de que habla Gonzalo de
Ocampo, pero poco tiempo después, con ese mismo nombre, se conoce toda la costa
que va desde Paria hasta el Golfo de Venezuela. La Corona se había reservado
este extenso territorio desde la disputa con el Almirante Cristóbal Colón y
ahora se la entregaba al más apropiado después de Pedro de Córdoba, Bartolomé
de Las Casas.
Cuando surge Las Casas, toda la costa de las
perlas está convulsionada y Gonzalo de Ocampo la sometía a sangre y fuego.
Había comenzado a formar un pueblo media legua del río Cumaná arriba al que
llamó Villa de Toledo. Girolano Benzzoni, el notable autor de Historia del
Nuevo Mundo, publicado en 1565, que estuvo en Cumaná en 1541, lo corrobora,
dice que Gonzalo de Ocampo “Mandó a construir 25 casas a orillas del río y
llamó este pueblo Villa de Toledo”, (40) también puede observarse en el mapa de
1601, que reproducimos en esta obra.
Noten que dice a “a orillas del río”, debe entenderse y él estuvo aquí,
en la orilla del río Cumaná, media legua del río arriba como lo dice Las Casas,
a buen entendedor pocas palabras bastan. Muchos cronistas inclusive cumaneses,
ubican la Villa
de Toledo, en diferentes sitios.
Todo hace pensar que Las Casas se encuentra con
Ocampo en esta Villa de Toledo, sin embargo, hay razones fundadas para creer
que Las Casas esperó a Gonzalo de Ocampo en Puerto Rico; así se desprende de
una carta firmada por Antonio de Gama, a S. M. que lo dice: “En 8 del presente
llegó a San Germán una armada que el Almirante (Diego Colón) y jueces envían a Paria
a castigar los que mataron los frailes. Bartolomé de Las Casas, capellán de V.
M., llegó en este medio tiempo, con el despacho para poblar dicha provincia y
sus comarcas. Háyase muy confuso. San Juan, 15 de febrero de 1521” . (41)
La armada de Ocampo, que fue autorizada por la Real Audiencia de
Santo Domingo el 14 noviembre de 1520, llegó al Puerto de San Germán el 8 de
febrero de 1521, en el mismo mes que lo hace la expedición de Las Casas, que
partió de Sanlúcar en diciembre de 1520. Un barco de aquellos tiempos, tardaba
desde cualquier puerto de España, hasta Puerto Rico, Santo Domingo o Cuba, un
promedio de 40 días, y, por lo tanto, si la expedición de Ocampo, llegó al
puerto de San Germán el 8 de febrero, si es posible el encuentro de Las Casas y
Ocampo en ese puerto, como afirman muchos historiadores y cronistas; y luego de
la entrevista, Ocampo partió hacia el pueblo de Maracapana para iniciar su
campaña de terror.
Las Casas
es recibido en Nueva Córdoba por
los franciscanos el 15 de agosto de 1521, con muestras de alegría, cantando el
“Te Deán Laudamus”: “Benedictus qui venit in domine Domine”, según texto del
mismo Las Casas, en el cual agrega: “Tenían una casa y monasterio de madera y
paja y una muy buena huerta adonde había naranjos de maravillosas naranjas (un
naranjo tarda seis o siete años en
producir frutos) y un pedazo de viña y hortalizas y melones muy finos y otras
cosas agradables; todo esto habían puesto
y edificado los religiosos de la misma orden que fueron al principio,
cuando el padre Pedro de Córdoba con sus dominicos como en el Capítulo 54 de la parte II, queda declarado. Estaba esta
casa y esta huerta a un tiro de ballesta de la costa del mar, junto a la ribera
del río que llama Cumaná, de donde aquella tierra se nombra Cumaná”. (42)
Este texto no tiene desperdicio, confirma en todo
lo que hemos venido exponiendo. En la desembocadura del río Cumaná por el Golfo
de Cariaco, donde ya existía “Puerto de Las Perlas”, en el sitio llamado Los
Cerritos, encontró Bartolomé de Las Casas la misión de los Franciscanos que
trajo Pedro de Córdoba, hacia 6 o 7 años, o sea entre 1513 y 1514; tenían una
casa grande y un monasterio, y por supuesto ese monasterio no solo era para
holgar los frailes, sino que servían a una comunidad heterogénea, que dio
comienzo a la primera ciudad fundada por españoles en América.
El detalle de los naranjos que tardaban en
producir frutos, 6 o 7 años –por supuesto, en aquellos tiempos- es muy significativo para el cálculo de la
fecha de los primeros asentamientos.
Bartolomé
de Las Casas se asienta cerca de la misión, construye una casa grande, él dice
como una “atarazana”, es decir, un galpón de dos aguas de barro y paja -bahareque-
con techos de caña –lata-, amarrada con bejuco –mamure- y hojas de palmera
–carata, moriche, etc.-, que usaban los indios para construir sus bohíos o
churuatas. Construcciones livianas y antisísmicas, que muy pronto los españoles
aprendieron a construir y mejorar.
Todo marchaba, pese a las circunstancias, en las
misiones dominicas y franciscanas de Cumaná y Chiribichí (Chiribiche para Pedro
de Córdoba); la iglesia y la escuela, funcionaban como puede comprobarse
cronológicamente en las Cédulas Reales despachadas para atenderlas. En 1516
envían misioneros de refuerzo, desde España; y en 1519 envían 20 misioneros más
para Cumaná, la diócesis era prácticamente un hecho; también mandan ornamentos
para cinco iglesias, y se proveían zapatos, camisas y mantas para los
estudiantes; con todo ello crecía y fortalecía el asentamiento. En 1516 ordenan
que se les pague salarios y en 1519 se
nombra el obispo de Paria con sede en Cumaná, porque aun Nueva Cádiz no era ni
siquiera pueblo y se ordenan ornamentos para las cinco iglesias de la diócesis;
en 1523 se nombra veedor de rescates y veedor de la armada “como solían”; de ese mismo año son las cédulas de
Castellón, y hasta 1591 hay cédulas para el convento de la Nueva Córdoba y las
iglesias de Cumaná, porque los dos pueblos crecieron juntos hasta que se
fundieron en uno solo, la
Cumaná de Diego Fernández de Serpa de 1569; todo está probado, todo ello consta con sello real, es indubitable. A los que no lo
entienden les queda el derecho de pataleo y el sofisma, muy bueno para lograr
esquivar los hechos y las escrituras. La
relación entre las dos culturas funcionaba, los jefes de familias enviaron a
sus hijos a la escuela y aprendían la religión católica. Los indios también
enseñaron a los españoles muchas cosas del Nuevo Mundo: fabricar casabe, que
fue un elemento indispensable para expedicionar, y la arepa, el mejor pan
americano; les enseñaron su idioma, el uso de sus armas, la caza y la pesca,
los frutos, las platas comestibles, la fabricación de los utensilios para el hogar,
y sobre todo las plantas medicinales. Ellos entre tanto aprendieron a vestirse,
calzarse, comer alimentos europeos, la religión, y pese a que eran buenos
constructores de barcos, aprendieron las técnicas europeas, que eran más
avanzadas.
Las Casas no llegó solo a la misión, sino con
muchos colonos y protección militar bajo el mando de Soto, decidido a
conquistar Tierra Firme; y con bastante poder, como puede colegirse del trabajo
que adelantó en el tiempo que estuvo en Cumaná, ya que no solo construyó su casa,
sino que emprendió o continuó la construcción del fuerte de Santa Cruz de la Vista , en la boca del río Cumaná,
con bloques de piedra, de las canteras explotadas en Araya. Debemos meditar
sobre el trabajo que ello significó, aunque Las Casas no lo comenta. Las y muchas gentes trabajaron en ese
proyecto, a menos que fuese mandado por el Rey directamente, lo que resultaría
muy raro, ya que estaba comprometido a hacerlo. Las canteras, al parecer,
estaban en producción desde 1504. La explotación de las canteras de Araya ya
eran viejas cuando llegó Las Casas a Cumaná; y así, sin magia, podemos
entender, porque algunos historiadores
obvian estos detalles, sobre la construcción
del fuerte; una mole de piedra como aparece en el dibujo de Castellón,
en la boca del río, cuyo propósito
principal era proteger al pueblo de
Cumaná y al de la Nueva Cádiz , cuyo poder
aumentaba en forma vertiginosa, y
competía ventajosamente con el pueblo de
Pedro de Córdoba, unido a los franciscanos de Garceto, que se quedaron en
Cumaná y que siempre estuvieron bajo su mando.
Siempre fue
importante el fuerte, para
proteger a los negociantes de Nueva
Cádiz, que venían en busca de sal y el preciado líquido, entre ellos Castellón,
sin el cual Cubagua se moría porque es una tierra yerma, y el agua de Cumaná
era de muy buena calidad; no creo, como
afirman algunos historiadores, que los de Cubagua se opusieron a la
construcción del fuerte, porque ellos eran los beneficiados, y fue un comerciante
de la Nueva Cádiz ,
Jácome Castellón, quien lo concluye y se lleva todo el mérito. El padre Álvaro
Huerga, en su obra citada, refiriéndose a Las Casas, nos dice: “No logró poner
el ramo en lo alto de la torre”, es decir no pudo terminarla, y da a entender
que la inició y casi la concluyó, y agrega: “A poco de llegar esperanzado y
esforzado, la fortuna le volvió la espalda, todo le rodaba mal, por culpa de
los perleros y rescatadores; iba y venía, no daba paz a los pies y a la pluma,
reclamaba a unos y a otros, con las reales cédulas en las manos. Pero nadie le hacía caso. Decidió ir a Santo
Domingo en busca del respaldo de los representantes de la Corona , y dejó como
lugarteniente a Francisco de Soto, al mando de su empresa. Y estando aun en
Cubagua, atareado en buscar apoyo, los indios arrasaron la atarazana del
clérigo y el convento de los franciscanos: en una canoa que tenían en el estero
de la huerta huyeron los religiosos, a excepción de uno, fray Dionisio, que los
indios mataron a macanazos; Francisco de Soto, herido por una flecha
envenenada, muere también” (43).
El Padre Huerga, como buen español, se burla del
fracaso de Las Casas, y lo refiere a sus críticos: López de Gómara y Fernández
de Oviedo, que también se burlaron de él, por las mismas razones nacionalistas;
pero de la obra de la que no pueden hacer sorna, y es la más grande que
cronista alguno ha dejado; de ese castillo para la investigación, no dicen nada
los críticos de Las Casas; la obra
monumental que escribe, y que es el
estudio pormenorizado de las naciones indígenas, testimonio que legó a la
humanidad, porque no solo se ocupó de historiar la crueldad de los españoles en
la conquista, sino que se ocupó de toda
la cultura indígena con la minuciosidad que solo un sabio inspirado como él
podía penetrar. En cualquiera de los tomos de sus Opúsculos, Cartas y
memoriales; en La Historia
de las Indias; sus estudios sobre la Isla Española , México, la provincia de Paria: sus
animales, hierbas y plantas; sus habitantes, su gobierno, alimentación,
trabajos y cultivos, etc. Sus obras son hoy en día imprescindibles para
entender y estudiar la etnohistoria americana.
Las Casas, después de sus luchas en Cumaná, triste
y endeudado, va a Santo Domingo y se recoge en el convento de sus amigos los Dominicos,
viste su hábito y permanece con ellos hasta 1526, cuando se traslada a Puerto
de Plata, en la misma isla, donde construye una iglesia e inicia la escritura
de su obra la “Historia de las Indias”.
Muere Pedro de Córdoba en mayo de 1525, víspera de
santa Catherina, y lo sucede en el mando su compañero de siempre fray Tomás de
Berlanga, que obtuvo en 1530 la autonomía de la Orden en el Nuevo Mundo, con
todos los conventos fundados por ellos en las islas y en la tierra firme.
Domingo de
Betanzos en México, en un convento formado por él, recibió novicios indígenas
por vez primera en América, en lo cual tuvo éxito, sin embargo había una gran
corrupción en el trato para los indios, y los pocos frailes comprometidos que
habían en México, no podían controlar la corrupción de frailes, Oidores y demás autoridades, que
permitían el tráfico de esclavos; fue
entonces que los obispos de México y Tlascala,
Juan de Zumárraga y Julián Garcés decidieron llamar a Bartolomé de Las Casas para reformar y corregir los
desafueros de aquellas autoridades y frailes.
Bartolomé inicia su campaña de saneamiento; somete a los delincuentes,
apresa muchas autoridades y frailes, los somete a juicio y logra normalizar la
situación.
A Fray Tomás de Berlanga, Vicario de los
Dominicos, lo nombran obispo de Panamá, y envía adelante a Bartolomé y otros
dominicos, que pierden el rumbo y paran en Nicaragua. Allí después de mucho
trabajo, Bartolomé expone al Gobernador Rodrigo de Contreras, la idea de
atravesar el istmo de Panamá, a través del río Desaguadero y la laguna de
Nicaragua, o sea nada menos que el Canal
de Panamá; sin embargo este Gobernador no solo lo excluye de la expedición
preparada al efecto, sino que lo persigue, y tiene que huir y refugiarse en
Guatemala, donde el obispo Don Francisco de Marroquín, lo nombra Protector de los Indios en 1536, y
en 1537 lo deja encargado de su diócesis cuando
es promovido a obispo en México.
ANTONIO FLORES Y
JACOME CASTELLON
Después de la partida de Las Casas las naciones
indígenas de la Costa
de las Perlas, se pusieron en pie de
guerra, matando y destruyendo la obra de los conquistadores: las tribus
chaimas, arawacas, cumanagotos,
guaiqueríes, tagares, chacopatas,
cacheimes, parias, caribes, pariagotos;
con sus caciques: Maraguay, Toronoima, Diego,
Cariaco, Cayaurima, Melchor, Sacana, Niscoto, Querecrepe, Cuserú, Querequepana,
Doña Isabel, Queneriqueima, Juan
Cavare, Manoa, Maicana, Zapata, Tucupabera,
Uriapari, Omeguas, y muchos otros.
La noticia de la revuelta indígena
sorprendió y corrió por Cubagua y Santo Domingo; sobre todo Cubagua que
recordaba el asalto de los cumaneses y la cobarde huida del alcalde Flores.
Antonio Flores, Alcalde de La Nueva Cádiz , es
importante en nuestra historia porque fue juez territorial de tierra firme,
había arribado a la isla de las perlas con la expedición de Rodrigo de
Figueroa, que fue Juez de Residencia en La Española , y lo nombró Juez Territorial de la Nueva Andalucía , siendo
el primero en ese cargo. Luego Flores
fue también Alcalde Mayor de las Islas y Tierra Firme con domicilio en Cubagua.
Antonio Flores se destaca en la trata de indios,
connotado perlero e importador de mercancías para Cubagua. Este hombre que
había martirizado al valiente cacique Melchor, del Golfo de Cariaco, soltando
sus lebreles para acorralarlo y después matarlo despiadadamente con un certero
disparo de lombarda, huyó cobardemente de Cubagua, dejándola indefensa cuando
los indios de la costa de Cumaná, la invadieron en 1521. Por eso fue destituido y apresado por Gonzalo
de Ovalle.
Para
controlar la revuelta indígena, el Cabido de Cubagua, a cuyo frente estaba Don
Francisco de Vallejo, ordenó a Jácome Castellón, traficante de esclavos y
conocedor como ninguno del territorio y sus jefes indígenas, armar una
expedición para pacificar la
Costa Firme ; el cual, al frente de una flota punitiva, partió
a cumplir su cometido.
Jácome Castiglione Suárez –Castellón- marino
genovés residenciado en Cubagua, hijo de Bernardo Castiglione y la española
doña Irene de Suárez, fue uno de los fundadores de Cumaná, la Nueva Córdoba , sede
de las misiones franciscanas ubicadas en Los Cerritos por donde desembocaba el
río Cumaná, que es hoy, el barrio “El Barbudo”. Conocía muy bien las costas,
comerciaba con los indios casabe y maíz, era también tratante de esclavos y
sobre todo explotador de las salinas de Araya, de donde proveía su riqueza.
Sabemos que, en 1522, después de la partida de Las
Casas desde Cumaná, los indios vuelven a
sublevarse y dan muerte a varios piratas, algunos colonos, al capitán
Soto, que se había dedicado al pillaje, a fray Dionisio que se había escondido
en la huerta contigua al convento, y también prenden fuego a la iglesia, las
casas y la huerta.
En
represalia Castellón desembarca con su armada por Maracapana, por vez primera
traen caballos a la tierra firme, para mayor aflicción de los indefensos pobladores;
ordena la captura y ejecución inmisericorde de los guerreros y caciques,
culpables o inocentes, destruye los caseríos, con sus bohíos, janocos, chozas,
cuanto había edificado; y también “resgata” muchos hombres, mujeres y niños,
para venderlos como esclavos, cuál era el objetivo principal de su expedición.
Sin embargo, Castellón tuvo mucho cuidado con los
pobladores indígenas de Cumaná; por eso López de Gómara dice que “Perdía mucho
el Rey con perderse Cumaná porque cesaba la pesca y trato de las perlas de
Cubagua” (44); y entonces Castellón hizo aquí, el papel de pacificador.
Casi todos los cronistas de la época están
contestes en acreditar la importancia que había adquirido la misión franciscana
de Cumaná, que “florecía” como dice Oviedo, y daba muy buenos frutos. La mejor
demostración de ello es que el Vaticano en 1519 nombró para Paria, con sede
indudablemente en Cumaná por que la Nueva Cádiz aun no era nada, el primer obispo de
la tierra firme, Pedro Barbirio.
Castellón
se instala en la misión franciscana de Cumaná, que ya era el pueblo y puerto de
Córdoba, como podemos verlo en dibujos y mapas de 1601, ubicado en Los Cerritos a la desembocadura del río;
allí establece su cuartel general,
bautiza el poblado con el nombre con el que era conocido, de Misión
de Córdoba, en honor a su verdadero
fundador, Nueva Córdoba, se dedica a la reconstrucción de todo lo que había
sido destruido unos días antes, y
concluye la fábrica de la fortaleza, en la propia boca del río, como reconoce
Las Casas en “La
Historia de Las Indias”:
“Edificó Jácome Castellón una fortaleza a la boca
del río de Cumaná, donde el clérigo Las Casas la quería edificar, para tener
segura la cogida del agua, sin la cual, como está dicho no podían vivir los de
la isleta de Cubagua” (45). Fácilmente se puede advertir que esta cita no fue
escrita por Las Casas, fue incluida en su obra por hábiles manos, como muchas
otras que aparecen en sus libros.
Y aunque esta cita fuese suya, creemos que algo
hizo en el fuerte de Santa Cruz de la
Vista , porque era uno de sus objetivos; y estuvo en Cumaná
cuatro meses, desde el 15 de agosto hasta el 15 de diciembre de 1521; además,
porque dudamos, es imposible, que
Castellón haya podido construir la fortaleza en dos meses, que hay entre su
arribo a Cumaná, a fines de noviembre de 1522 y el 23 de enero de 1523, como lo
canta Castellanos:
La cual concluyó muy a provecho
Año de veintitrés y un mes corrido,
Nombrose por Alcaide de lo hecho
y Capitán Mayor deste partido. (46)
El juglar se cuida de decir, construyó, emplea más
bien el término “concluyó”.
Castellón bautizó el asiento poblacional, ya lo
dijimos, con el nombre de Nueva Córdoba, en honor del verdadero fundador fray
Pedro de Córdoba, seguramente a petición de los franciscos que lo acompañaron
en su campaña; de lo cual da parte a la Real Audiencia de La Española , y de haber
construido y terminado la fortaleza en el mes de enero de 1523, y anexa su “figura
e traza”, es decir sus planos, mapas y una pintura, todo lo cual se
conserva.
Nosotros creemos que esta fortaleza es más
antigua, tenía tiempo en construcción, como puede advertirse en los dibujos del
mismo Castellón, donde se observa la antigüedad de sus muros, nos parece que solo
faltaba ponerlo en servicio, que fue lo que hizo Castellón, y colocar la “rama
de olivo”, como dice uno de los biógrafos de Bartolomé de Las Casas. Es
absolutamente imposible haber puesto en servicio las canteras de piedra de
Araya y fabricado el fuerte de Santa Cruz de la Vista , en dos meses, y
además Castellón tuvo que pacificar a los indígenas y reconstruir la misión.
Nuestro cronista, Dr. José Mercedes Gómez, al
referirse al temible conquistador, dice: “Jácome de Castellón cumple papel
importante en la génesis de la
Historia de Cumaná. Es él sin duda, el personaje que más
sobresale en los albores de su nacimiento. Impuesto por una serie de circunstancias
y sucesos coyunturales a desempeñar su función de castigador de indios
rebeldes, asume esa función y con vivencia del futuro, no deja el cargo de
Capitán de la expedición punitiva, sino que asume también el de consolidar el
poblado misional franciscano y proyectar más allá del reducido ámbito lugareño
la importancia, que, como sede de un gobierno militar, en lo defensivo y
ofensivo, podía cumplir en la conquista y dominio de toda la costa oriental”.
(47)
En fin, aunque a nuestro antiguo Cronista, Dr.
José Mercedes Gómez, no le queda ninguna duda en relación con la autoría de la
construcción del fuerte de Santa Cruz,
producto de sus inapreciables investigaciones sobre documentos y registros del constructor, Bernaldo
Dinarte, a nosotros si nos queda esa
duda; y es que Castellón si construyó la torre en la parte superior del fuerte,
como se puede apreciar en sus dibujos, pero no todo el fuerte que es más
antiguo, aunque estamos totalmente de acuerdo con él en todo lo demás.
Y surge algo importante que nos proponemos investigar,
que ahora solo intuimos, y salta de los mismos documentos examinados por
nuestro antiguo Cronista, a quien tal vez no se le escapó; y es que al nombrar, la Real Audiencia de
Santo Domingo, un Alcalde para el fuerte que a la vez lo fue de La Nueva Córdoba,
tuvo que nombrar también el primer ayuntamiento de la tierra firme, el primero
de setiembre de 1523. Teniendo, como
tengo, los dibujos y mapas de la Nueva Córdoba de esa época, no puedo concebir a
Castellón solo, es decir autoridad única: construyendo y gobernando un fuerte,
reconstruyendo lo dañado, poblando, manteniendo el orden, “resgatando”,
explotando las canteras y las salinas de Araya, las pesquerías; defendiendo las
misiones y sus iglesias, la escuela, el convento, organizando a los indios,
viajando. No es posible todo eso sin autoridades legítimas; el necesitó y tuvo
que nombrar un Ayuntamiento, porque así se lo exigían las Leyes de Indias y las
Cédulas Reales, así lo creo, aunque no tengo la evidencia ni los nombres de los ediles de aquel tiempo. Seguiremos
indagando.
Castellón participó al Rey la culminación de los
trabajos del fuerte de Santa Cruz de La Vista , y pidió que se le concediera Escudo de
Amas para él y sus descendientes. Todo le fue concedido, la carta del Rey es
muy explícita, dice:
DOCUMENTOS DEL REY
PARA CASTELLON, RELATIVOS AL FUERTE DE CUMANÁ
“El Rey. Jácome de Castellón, vecino de la ciudad
de Santo Domingo de la isla
Española nuestro Alcaide de la fortaleza
de Cumaná, que es en la costa firme
llamada de Castilla del Oro, nos hiciste relación que vos, con deseos de
nos servir, pasaste a aquellas partes, e que estando vos en la dicha isla, los
indios naturales de la dicha costa se
revelaron e alzaron la obediencia que nos debían, y quemaron y robaron los
monasterios uno de Santo Domingo e otro de San Francisco, que en la dicha
provincia habían mandado fundar para la conversión de los naturales a nuestra Fe Católica, e que el nombre de
Nuestro Señor entre ellos fuese ensalzado e predicado e que además de
quemar dichos monasterios, mataron todos
los frailes que en ellos había e a los españoles que en la dicha tierra pudieren haber, de manera que ninguno dejaron, e defendieron a los cristianaos
españoles que en dicha isla de Cubagua residían en la pesquería e granjerías de
las perlas, que no tomasen agua en aquella costa para su sustentación, y que para castigar y
remediar lo susodicho, fueron enviados
en nuestro nombre dos capitanes con armas y gentes y mucho gasto, los cuales diz no hicieron cosa ninguna, e que vos con deseo de nos
servir aventuraste vuestra persona y hacienda, e fuiste por capitán de la misma
empresa e que mediante la ayuda de Nuestro Señor, con vuestra diligencia e ánimo entraste e la dicha provincia, que
así estaba rebelada e que por fuerza sojuzgaste, e pusiste la dicha tierra en nuestro servicio, castigando a los
delincuentes e culpables en la dicha rebelión
e quema de los dichos monasterios e muerte de los dichos religiosos e
cristianos españoles, e hiciste la dicha fortaleza a la boca del río de Cumaná,
mediante la cual en ningún tiempo los
indios de la dicha provincia se pudiesen
alzar ni rebelar como antes lo habían
fecho, e que para que los pobladores de
la dicha isla de Cubagua tuviesen segura
el agua de dicho río, lo cual todo hicisteis
en mucha costa de vuestra
hacienda e trabajo e peligro de vuestra
persona, e de los que con vos iban, lo cual hicisteis por nos servir con tan
justa e buena empresa, y edificar la primera fortaleza que se hizo en la Tierra firme con cuyo amparo y seguridad
se ha poblado la dicha isla de
Cubagua, de que tanto servicio se nos ha
seguido y espera seguir, y nos
suplicaste, e pediste por merced, que además de las armas que vos tenéis de vuestros antecesores, vos dispensamos por armas
la dicha fortaleza e torre que en
ella hicisteis, puesta en costa de mar, e campo verde, e a un lado de ella el dicho río de Cumaná e
al pie de ella un yugo de oro en señal de la sujeción que en la dicha
fortaleza tiene toda aquella tierra, e
cuatro cabezas de indios principales, capitanes
de que hicisteis justicia al pie della, e por orla ocho llaves de color de plata en campo colorado, en significación del
oficio de nuestro Alcaide de la dicha fortaleza, e como la nuestra
merced fuese…Dado en Toledo, a catorce
de noviembre de mil quinientos veinte y
ocho . Yo El Rey. (48)
Como puede
constatarse, esta Cédula Real, pese a algunos errores comprensibles, confirma
paso a paso las crónicas de Bartolomé de Las Casas, que las escribe de su
propia vivencia o la copia de los protagonistas.
Después de Castellón el puerto de Cumaná, adquirió
gran importancia, y el mismo Guillermo Morón dice que a partir de 1534
desembarcan por él, todas las expediciones que vienen a tierra firme, y se
conservan las listas de pasajeros, que Guillermo publica, en detalles, en su
monumental Historia de Venezuela.
FRAY FRANCISCO DE
MONTESINOS
Entre Castellón y Montesinos, hay un largo período
de 30 años, por cierto, muy interesante del poblamiento de Cumaná, o mejor
dicho de la Nueva
Córdoba. Fray
Francisco de Montesinos, persona distinta de Antón o Antonio de Montesinos, es
un cura de armas tomar, llega a Cumaná en 1562, precedido de largo historial
habido de buena ley en su vida aventurera, después de haberle dado mucho que
hacer al tirano López de Aguirre.
Según Miguel Elías Dao, Cronista Oficial de Puerto
Cabello, en su libro “BORBURATA 450 años, génesis de un pueblo”, nos dice que Montesinos era, por esos
días, prior de Macarapana, y al saber
que López de Aguirre se dirigía a Borburata, va a ese pueblo y denuncia la
cadena de crímenes que lo atan a la justicia: “Presagios de muerte, desolación
y ruinas afectaron la pequeña ciudad
levantada frente al mar…Relatos de espantosos crímenes…” (49) El padre
Montesinos desde el púlpito dramatizó
los relatos…” Sin embargo, López
de Aguirre envió un mensaje con el alcalde de Borburata Benito Chávez: “No ha
venido a Borburata a dañar a nadie ni vidas ni bienes como lo han hecho piratas
y otras alimañas que incursionaron en este territorio. Solo quiere cabalgaduras
que pagará con buen oro, pero abriendo su corazón como rosa sangrienta,
advierte que está en misión de paz, pero dispuesto a castigar severamente a
todos aquellos que desafíen sus órdenes”. (50)
Pero, López
de Aguirre, apenas piso tierras de Borburata colgó de un cedro a un soldado
portugués Antón Farías, ingresado en Margarita. Este episodio marcó el
principio del fin del caudillo. El padre
Contreras, cura párroco, se encerró en la iglesia y toco a muertos, el pueblo
comprendió el peligro y huyó hacia las montañas. Borburata quedo sola. El
caudillo enloquecía, rumiaba en soledad: ¡Canallas...!, bellacos y cobardes, yo
les ofrezco un reino y ustedes se esconden como mujeres amparándose en la solidaridad
de los fantasmas…!
José Mercedes Gómez, en su libro Historia de los
orígenes de Cumaná, dice que Montesinos llegó a América por el año de 1553 en
la expedición de los dominicos que organizó Fr. Gregorio de Beteta; luego
participo en la evangelización de los Aruacas en la isla de Margarita. Fray
Gregorio tuvo que regresar a España y dejó encargado de la Orden a Montesinos. Muere Beteta
y Montesinos viaja a España donde se le
ratifican sus fueros como evangelizador de los Aruacas. Uno de sus biógrafos,
escribe J. M. Gómez en su obra, al referirse a este sacerdote, dice: “Hombre
docto y famoso predicador. Misionero
muchos años en la costa del Caribe, y en las islas de Barlovento y costa de las
Perlas, más apto para la guerra que para el altar” (51). A mí me parece que
funde en este personaje a los dos Montesinos.
En 1560 regresa por Santo Domingo en compañía de
doce dominicos, vuelve a Margarita a pedir apoyo para su empresa, pero no los
consigue. Pretende reeditar el trabajo de Pedro de Córdoba en la provincia de
Cumaná y Maracapana. Lo cierto es que
expedicionó sobre nuestras costas y se asentó en Maracapana donde construyó una
iglesia que llamó de San Juan, que no debe ser el pueblo de San Juan de
Macarapana, que conocemos hoy porque quedaba sobre la costa.
López de Aguirre había tenido un encuentro o escaramuza con la expedición de Montesinos, y no estaba para
nada satisfecho de los resultados, ni con la actuación del tremendo sacerdote;
y sabiendo que había arribado a Maracapana, y tenía un buen barco, decidió
capturarlo, para lo cual preparó una partida con sus mejores hombres y los
envió bajo el mando de su lugarteniente el capitán Pedro Monguia.
Miguel Elías Dao nos lo cuanta en su estilo: “De
repente, la mala noticia perdida en las jarcias de un velero, se espació como
sombras funestas a lo largo de una costa preñada de cujíes, cardones y miedo.
El fraile Francisco Montesinos desde Maracapana arribó al puerto de Borburata a
bordo de un bergantín capitaneado por Pedro de Monguia. El sacerdote,
Provincial de la Orden
de Predicadores de los Padres Dominicanos, en Margarita hizo tímidamente frente
a Lope de Aguirre, pero las circunstancias fueron adversas al Prior, a pesar de
haber logrado atraer a sus filas varios sujetos compañeros del tirano en su
accidentada travesía desde el Amazonas a la isla Mártir” (52).
Libre Montesinos de López de Aguirre, ajusticiado
por mano de sus propios compañeros,
según testimonios del gobernador Pablo Collado en el Tocuyo, el 17 de noviembre
de 1561, ratificados por testigos de su cuenta, se dedica con renovados bríos a
su trabajo evangelizador.
José Mercedes Gómez, nos trae una página
documentada de la obra fundacional de Montesinos, dice:
“A su
regreso de Santo Domingo supo Montesinos la muerte de Aguirre y se dirigió con
la nueva que traía, al pueblo de San Juan. Los que allí quedaron se habían embarcado
en la nave de Monguia y se dirigieron costa arriba al llegar frente a Cumaná,
según unos su punto de destino, según otros su meta era proseguir hasta Trinidad,
encalló la nave frente al río y obligados fueron a desembarcar. Sin duda esto
fue una rebelión a la cual estuvo ajeno Fr. Álvaro de Castro, protagonizada por
los soldados de Montesinos y residentes del poblado. Conocía muy bien el fraile Castro el carácter
de su provincial para desobedecer sus instrucciones.
Cuando Montesinos llegó a San Juan, supo la
noticia de la huida de los pobladores e inició su persecución. Topó con ellos
en Cumaná, ya perdida la nave de Monguia. Los responsables de la revuelta
fueron hechos prisioneros. “Hizo justicia” dice Ojer. Se supone, conocida la
violencia de Montesinos y su irascibilidad, que hubo muertos” (53).
Es indudable que Montesinos revolucionó el pequeño
pueblo de la Nueva
Córdoba. Entró tras sus hombres y de alguna manera los
apresó, sometió y juzgó, y de esa acción surgió la idea de organizar el
gobierno, nombrar las autoridades, darle forma jurídica al primer asiento español
en la tierra firme.
Ojer, citado por Gómez, escribe: “Este hecho marca
una nueva etapa en la historia de Cumaná, la etapa definitiva como República y
Ayuntamiento. Primero había sido Cumaná como ensayo de república aborigen con
los misioneros franciscanos. Más tarde, con Castellón, se levantó con el ceño
adusto de una fortaleza. El ensayo de Las Casas no llegó a cristalizar como
pueblo de labradores pacíficos” (53). En cambio, con Montesinos, añade Gómez,
adquiere personalidad jurídica y representación oficial; y entones nos trae el
Acta de Fundación de Cumaná levantada por Montesinos, para mí la primera Acta
la escribe el propio Bartolomé de Las Casas en su obra Historia de las Indias,
en 1515, como lo hemos dicho antes, por lo cual esta será la segunda Acta, que
copiamos de inmediato del Archivo General de Indias de Santo Domingo. Legajo
No. 71:
SEGUNDA ACTA DE
FUNDACION DE CUMANA.
“En primero de febrero de mil quinientos sesenta y
dos, estando juntos a “campana tañida” los vecinos y moradores
que al presente se hallaron en este pueblo de Córdoba, los que vinieron
con él muy reverendo padre fray Francisco de Montesinos de la Orden de Santo Domingo que
al presente es de la
Provincia de Santa Cruz (en Cubagua) juntamente con otros religiosos de su
orden los cuales son los siguientes: El
capitán Diego Hernández (probablemente el mismo Diego Fernández de Serpa),
Alcalde Mayor al presente; Bartolomé López, con su mujer, hijos y casa; Francisco Fajardo, casado; Maestre Antonio, casado con mujer, hijos y
casa; Hernán González, con mujer,
hijos y casa; Sebastián Gaspar, con mujer y
casa; Pero Vez, con mujer, hijos
y casa; Francisco Hernández, con mujer y casa; Juan Núñez , casado; Juan
Almodóvar, casado y casa; Juan Dana con
mujer, hijos y casa; Pero
Sánchez, casado y casa; y Juan Rodríguez de San Román , casado; Pero Hernández y Juana García de Porras; Andrés del Valle y Juan del Valle, Antonio
Hernández, Diego de Rojas, todos estos españoles, vecinos y moradores, estando
presentes en este dicho pueblo de los naturales casados, con sus mujeres, hijos
y casas, cristianos indios: Hernando el alto, Hernando Botellón, Martín, Alonso,
Diego Guerra, Juan Paipái, Juan Garrido,
Simón, Alonso, todos los cuales
de sus nombrados, estando en su
Ayuntamiento, como dicho es, todos de
consuno y de una sola voluntad y parecer, queriendo gozar de las preeminencias
y merced que su majestad el Rey, Nuestro Señor les hace, de poder elegir
cada año, un alcalde, dos regidores, un escribano, un Alguacil Mayor y
los demás oficios conforme a la Cédula y
las Provisiones Reales, que el
susodicho padre Provincial trae para
los pobladores que en esta provincias
con él vinieron, e han venido para la
población e pacificación y
conversión de los naturales de estas dichas partes, que más largamente en las dichas
cédulas y provisiones reales se contienen, dijeron que para la dicha elección y
nombramiento de los susodichos alcalde
ordinario, dos regidores, alguacil, escribano y los demás oficiales del dicho
pueblo cometían sus veces, y comprometían todos en él para que el nombrase y señalase todos los
susodichos lo que tenían por bien e obedecían
e pasarían por ello y que contra
ello no irían ni pasarían so pena de
aleves y de incurrir en las penas
en que incurren los
semejantes e ansí lo juraron
sobre un crucifijo y un libro misal
que abierto estaba para esto
sobre una mesa en una casa y bohío el cual dicho juramento hicieron los susodichos como dicho es, ante
Juan de Valle, escribano de este pueblo
de presente so cargo del habiendo
todos uno por uno puesto su mano derecha sobre dicho crucifijo y libro
misal prometieron ser leales vasallos de su Majestad Real del Rey don
Felipe, nuestro Señor mientras vivieren
y en todo harán cumplir y guardar
como buenos cristianos y leales servidores del contenido y de sus justicias y de no ir y venir contra él
en cosa alguna por ninguna vía so
pena de ser perjuros o traidores e infames, y caer en cosa de menos valor y por la validación dello los que sabían escribir lo firmaron
de sus nombres en presencia de mí
el dicho escribano, Diego Hernández,
Bartolomé López, Francisco
Fajardo, Hernán González, Bastián
Gaspar, Francisco Fernández, Juan Núñez,
Andrés del Valle de Haro, Juan Dana, Juan García de Porras, Pero Basa, Juan de Almodóvar, Pero
Sánchez, ante mi Juan del Valle
escribano”. (54)
Esta es una copia fiel del Acta levanta en el
pueblo de la Nueva Córdoba, el primero de febrero de 1562, por fray Francisco
de Montesinos. Este texto está lleno de datos históricos que han pasado por
alto los historiadores, entre ellos mi amigo Guillermo Morón y ahora mismo el padre
Álvaro Huerga. Lo primero que salta a la
vista, es eso, que se levantó el acta de fundación en el pueblo de la Nueva Córdoba , es
decir que no estaba despoblado, y que en él vivían muchas familias españolas en
perfecta armonía, con familias indígenas cristianizadas; que además ese pueblo
tenía su Alcalde y su escribano, probablemente algún Justicia Mayor, que lo fue
en ese mismo año Alonso Cobos, el hombre que embosca a Francisco Fajardo y lo
asesina cobardemente.
Estaba en el mismo sitio donde la tuvo que
levantar Jácome de Castellón en 1523, cuando fue Alcaide de ese pueblo nombrado
con toda solemnidad por El Rey, e hizo lo que ya dijimos que hizo. También, por simple deducción lógica, porque
no se podía ejercer el cargo de Alcalde de un pueblo sin autoridades
constituidas.
FRANCISCO FAJARDO
El famoso mestizo margariteño, hijo de la cacica
Isabel, sobrina del cacique Naiguatá, y del español Don Francisco de Fajardo. Nació
hacia 1524, y vivió con fama de ser el primer conquistador criollo de Venezuela. “Vinicio Romero en Multimedia, 2000 y un tema
de Historia de Venezuela”, trae una cita de Santos Rodulfo Cortés, especialista
en Heráldica, sobre la importancia de los mestizos, hijos de indios y blancos
españoles, que se explica y aplica muy bien al biografiado: “Los descendientes
de caciques casados con personas blancas, dice la cita, recibieron el
tratamiento protocolar y heráldico que correspondía como si fueran de la corte.
Tenían la opción de heredar todos los honores y fortunas alcanzadas por sus
padres. Fueron excluidos de las listas de castas y tenían el pleno derecho de
ingresar al sacerdocio, universidades, colegios militares, milicias,
profesiones nobles y ascender en sus carreras sin objeción alguna” (55).
Este personaje novelesco que para mí es el mismo
que figura en el acta de Montesinos, porque es difícil que ambos personajes
ocupen un mismo espacio en la historia sin más explicaciones, se convierte en
una de las figuras épicas más importares de los primeros tiempos de la
provincia de Cumaná. Mitad historia y
mitad leyenda; guerrero indómito al que se le atribuyen incontables aventuras y
expediciones, entre las cuales sobresalen
las fundaciones de Borburata y la Villa del Rosario, que da inicio a la ciudad de
Caracas. Enfrentose en batallas desiguales en cuanto a los combatientes, y en
varias oportunidades, con el indómito Guaicaipuro, y fue derrotado y perseguido
por él. Murió asesinado en 1564, víctima de la perfidia del Justicia Mayor de
Cumaná, Don Alonso Cobos.
Porque creemos que este personaje fue un elemento
clave en la fundación y poblamiento de nuestra Primogénita, hemos hilvanado
estas notas biográficas, que es lo menos que podemos hacer en beneficio del
esclarecimiento de la génesis, o proceso fundacional de la Primogénita de
América.
Fajardo, incuestionablemente, fue un gran líder,
venerado en todas las provincias de Venezuela y Nueva Andalucía, que por sus
propios medios e industria, se había ganado el título de Don, lo que constituía
un reto para un mestizo; sabemos muy poco o mejor será decir que no sabemos
nada acerca de su formación cultural, ni de sus primeros años en Margarita y
Cumaná, pero si hay noticias de sus acciones y de los honores que le fueron
concediditos por la Corona ,
y de la promesa de concederle el
gobierno perpetuo de todo territorio que
conquistase y poblase, otorgado por el rey Felipe II, y que no llegó a
disfrutar, porque los despachos y cédulas reales llegaron después de su muerte.
Veamos pues, lo que sabemos de este mitológico
personaje. Héctor Bencomo Barrios, nos cuenta escuetamente la acción de
Panecillo, en la cual acciona Fajardo. Había fundado con españoles e indios
Píritus y Guaiqueríes, un pueblo, la Villa del Rosario, lo que al parecer
agradó a los naturales de la comarca por el buen trato que recibían de los
colonizadores. Pero, por alguna circunstancia no aclarada, los indios se
declararon en rebeldía en junta de caciques. Al parecer, en esa junta el
cacique Guaicamacuto, opinaba a favor de firmar un pacto con los españoles, mientras
que el cacique Paisana se declaró en abierta rebeldía. Fajardo, sabiendo las
intenciones de Paisana, se replegó y fortaleció en el poblado que había fundado
y organizado; allí lo sitió Paisana con numeroso ejército. Fajardo se defendió
apoyado en aguerridos Píritus y Guaiqueríes, que lo seguían ciegamente. Fajardo
venció a Paisana y lo condenó a morir en la horca. En represalia los indios envenenaron las
aguas y no cesaron de perseguirlo hasta que se vio obligado a abandonar las
tierras de los aguerridos Teques y Caracas, cuyo líder era Guaicaipuro.
Oviedo, el
conspicuo historiador, que narra con lujo de detalles, las batallas de Fajardo,
dice: que después de varias derrotas que le infringió Guaicaipuro, cacique de los Teques y Caracas, el más
valiente y sabio entre los que se enfrentaron con los españoles en tierras
americanas, volvió a sus tierras en el
oriente; Guaicaipuro lo derrotó
definitivamente en el sitio de El
Collado; el pertinaz guerrero también
fue perseguido y derrotado por los caciques Paraima y Guaicamacuto, lo que lo obligó a retirarse al oriente, a sus tierras, con la idea de formar un nuevo ejército bien pertrechado, para buscar nuevamente fortuna en las ricas y
espléndidas provincias donde reinaba el invencible Guaicaipuro.
Del asesinato de Fajardo conocemos la versión de
Oviedo, y es de esta narración de donde podemos sacar conclusiones sobre su
vida y su obra; dice Oviedo: que Fajardo, después de su derrota, vuelve a sus
tierras y logra reunir considerable fuerza; desembarca en Cumaná en 1564,
establece su cuartel general a orillas del río Tacar o Bordones, como lo
bautizaron los españoles, e inicia el adiestramiento de sus tropas para
enfrentar a Guaicaipuro. Lejos estaba el
guerrero de imaginar el odio que le profesaba el Justicia mayor de Cumaná,
Alonso Cobos, y menos que pretendiera arruinar su carrera, ya que se trataba de
un compañero en el gobierno de la Nueva Córdoba , donde fungía de Tesorero nombrado
por Montesinos, según el Acta de fecha primero de febrero de 1562.
Los movimientos de Fajardo eran vigilados por
Cobos, que envidiaba la popularidad y el respeto que había ganado por su valor
en las expediciones fundadoras y en la lucha contra los más famosos caciques de
Venezuela. Cobos odiaba todo lo que tenía que ver con Fajardo. Odiaba sus
andanzas, sus anécdotas e historias y los prodigios de valor que se le
atribuían. Cobos urdió y planificó
fríamente el asesinato de Fajardo; puso en práctica toda su astucia para atraerlo
hasta su guarida, le envió emisarios con regalos y la oferta de
pertrecharlo. Invitó a Marcos Gómez,
lugarteniente del intrépido guerrero, que ingenuamente cayó en el lazo, ganado
por el halago, y convenció a Fajardo que aceptó entrevistarse con Cobos,
después de mucha resistencia. Fajardo entró al pueblo de Nueva Córdoba, en los
cerritos que hoy se denomina El Barbudo, ubicada en la desembocadura del río
Cumaná por el Golfo de Cariaco; la historia dice que fue solo, lo que
contradice una serie de hechos que aparecen en el expediente. Al parecer Cobos lo recibió en la casa del
Ayuntamiento, donde conversaron y comieron en aparente camaradería, ya que
Cobos se le insinuaba, y lo animaba a la narración de sus acciones, con base a
los comentarios de las gentes. Entrada la noche, cuando Fajardo estaba
desprevenido, salieron varios hombres armados, y aunque Fajardo se defendió
como una fiera, lo dominaron y engrillaron, alegando que actuaban por orden y
en nombre del Ayuntamiento de la Nueva Córdoba. Cobos ordenó colocar a Fajardo en
un cepo, que consistía en dos rústicos maderos asegurados con pernos a la
altura de su garganta, y luego de una larga pantomima, hizo traer un escribano,
Fernando López Pedroza, por cierto que
fue el primer escribano de la
Nueva Córdoba , citado por Oviedo, y que luego fue afamado
alcaide, nombrado por Fernández de Serpa, y es el encargado de escribir el
sumario dictado por Cobos, en el cual resulta Fajardo reo de traición contra
sus compañeros de armas en la conquista de Caracas, y es condenado a muerte por garrote vil.
Fajardo trato de ganar tiempo, mediante largo parlamento, a ver si su gente se enteraba de los que sucedía y
lo rescataban, entonces, cuenta Oviedo, que Cobos se percató de la jugada, y
apuró el proceso, el mismo enlazó a Fajardo y ordenó que lo mataran a estacazos
en su presencia, y fue tal su vehemencia
que el mismo lo remató con un estacazo; luego, al otro día, llevado al colmo de
la infamia, hizo amarrar el cadáver a la
cola de un caballo, y ordenó que lo arrastraran
por las calles del pueblo de la Nueva Córdoba , que contempló horrorizado el
espectáculo, y al final de la jornada colgó el cadáver en un patíbulo que
estaba a la orilla del río, para escarnecer aún más al ídolo de aquellos
pueblos.
Al conocerse la noticia entre los hombres de
Fajardo formados a orillas del río Tacar y en Margarita, se organizó una
expedición conjunta, e invadieron el pueblo de Nueva Córdoba, entrando por las
sabanas del salado y por la vía que luego y para siempre, se llamó, de Los
Margariteños, hoy boulevard o calle Arismendi, y tomaron el poblado de la Nueva Córdoba por
asalto; apresaron a Cobos y a sus cómplices, y los sentenciaron a muerte. Esta
sentencia fue ratificada por la
Audiencia de Santo Domingo, y ejecutada en la ciudad de la Asunción , siguiendo paso
a paso el tormento infringido a Fajardo; y el cobarde Cobos, pagó con la vida
su horrible delito.
A nosotros nos sirve la historia y el expediente
de Fajardo y su martirologio, para constatar algunos cabos sueltos, en relación
con el poblamiento de la
Nueva Córdoba , sus autoridades, su desarrollo socioeconómico;
y así como lo hicimos con el fundador Pedro de Córdoba, y el capitán Gonzalo de
Ocampo, Bartolomé de Las Casas, Jácome Castellón, Francisco de Montesinos, lo
haremos con Fajardo. Es decir, este
relato sirve para comprobar que la Nueva Córdoba se desarrollaba normalmente, que
estaba habitada, tenía sus autoridades, sus calles, sus iglesias, que existía
como pueblo, y también existía para la historia viva y documental, y es en las
páginas de los archivos de Indias, que se conoce todo el proceso de Fajardo, y,
por ende, la existencia de la ciudad y sus instituciones (56).
DIEGO FERNANDEZ DE
SERPA.
Natural de la Villa de Palos, de noble linaje, sus padres y su
parentela figuraban en la Corte
y cumplieron honrosos empleos en el reino de Castilla y Aragón, donde fueron
gobernadores y alcaldes. Su abuelo,
Diego Fernández de Palos de Moguer, desempeñó la alcaldía de Villafranca en
Extremadura, por lo cual tenía méritos en la Corte de Felipe II.
Este es el personaje que se ha llevado hasta
ahora, toda la gloria de la fundación de Cumaná, Don Diego Fernández de Serpa,
ambos nombre y apellido con “s” porque para aquellos tiempos no existía la “z”,
que le han cambiado los historiadores, traductores, trovadores y
cronistas. De este hijodalgo se ha
escrito mucho en prosa y verso, y no soy yo el que va a torcer su historia, más bien voy a
copiar de los viejos cronistas e historiadores lo que se sabe de él, ya que la historia no
puede cambiarse y es mejor repetir sus páginas que torcerlas, pero eso sí,
vamos a sacar conclusiones importantes que conjuntamente con todo lo que
llevamos, constituyen pruebas contundentes de la fundación y permanencia del
pueblo de la Nueva
Córdoba después Cumaná,
y del proceso fundacional iniciado en 1513, que son válidas para promocionar su título de
Primogénita; por ello comenzaré este trabajo con el Acta de Refundación de
Cumaná, que es un poco larga,
actualizada y castellanizada por
el Presbítero Don Antonio Patricio de Alcalá, y publicada por Pedro Elías Marcano en su
obra El Consectario de Cumaná, y que conviene transcribir en este libro, para
uso de los investigadores y otros interesados; veremos pues el Acta de
Refundación de Cumaná, publicada, como
dije, por Don Pedro Elías Marcano en su obra
“Consectario de Cumaná” (Ob.cit), veamos:
Lope de las Varillas, hace una crónica sobre las
acciones de Serpa en Cumaná, que es recogida por Ramos Martínez y Armas Chitty,
según la cual Serpa surge en la Nueva Córdoba el 13 de octubre de 1568 después de
un accidentado viaje, donde lo menos que le pasó fue haber caído preso en
Cádiz, por incumplimiento de los términos de la Capitulación del 15
de mayo de ese mismo año.
Serpa convoca a los caciques cumaneses y les
informa sobre su plan de conquista “pacífica y evangélica”, capitulada con el
Rey. Los indígenas se sometieron y convinieron en surtirlo de bastimentos. Lope
de las Varillas, dice que “Poblase en ocho días la Nueva Córdoba de
ciento cincuenta casas cubiertas de paja o caña…trazose la iglesia, plaza,
calles…
Serpa envía al Capitán Pedro de Ayala con 100
hombres a recorrer el golfo de Cariaco, y regresa colmado de regalos,
caracuries, águilas de oro y perlas.
También envió al capitán Francisco de Álava a recorrer la sierra de
Bergantín, en su recorrido entró al reino de Maracapana, tierras del cacique
Guantar, y Lope de las Varillas da a entender que Álava despojó al Cacique de
un gran tesoro: caracuries, águilas de oro y piedras verdes, probablemente
esmeraldas, muy raras por cierto en esos parajes. Serpa pago todos los gastos
de la expedición con sal y pescado salado. Todo salía a pedir de boca. Estas cosas eran buenos augurios, sin embargo,
no se conformaba, su espíritu lo llevaba a otras aventuras.
Serpa señaló tierras para la ganadería,
agricultura y ejidos, más de 36 leguas de su gobernación de la Nueva Andalucía ,
entre Cariaco y el río Neverí, “que tendría 300 leguas de longitud y latitud el
Río arriba del Vichada por la altura y más el girón de tierras donde está el
puerto que es del dicho río Biapari hasta el Morro de Unare, costa de Cumaná y
Perito” (57).
Serpa se enemistó con el Capitán Juan de Salas, y
lo hizo preso. Es uno de los hombres de
Diego de Losada, de los más influyentes en la zona, con vínculos muy fuertes
con los caciques Chacopatas y Cumanagotos. Salas se fuga y se dedica a
complotar. Serpa funda un pueblo en el Morro de Barcelona, a orillas del
Neverí, lo bautiza con el nombre de Santiago de los Caballeros.
Serpa sabe de las andanzas de Salas y Montaño su
lugarteniente, y decide dirigirse hacia Píritu, pero mal orientado toma el
camino de la Quebrada de Hoces, donde lo espera la muerte, como lo asegura Ojer
citando el testimonio del alcalde de Santiago de los Caballeros, Don Juan Caro
Guillen; sin embargo, Caulin, fija el sitio de la muerte de Serpa en el cerro
de la Paraulata ,
al norte del estado Anzoátegui.
TERCERA ACTA DE
FUNDACION DE CUMANÁ POR DIEGO FERNANDES DE SERPA
“En el nombre de la Santísima Trinidad ,
Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la
gloriosa Virgen María su bendita Madre y Señora nuestra, del glorioso apóstol
Señor Santiago y de todos los santos y santas de la Corte celestial. El muy
ilustre Señor Diego Fernández de Serpa, Gobernador y Capitán General y
conquistador de las provincias de la Nueva Andalucía , por la Majestad Real del
Rey Don Felipe Nuestro Señor, segundo de este nombre, en presencia de mí,
Hernán Pardo de Lago, Escribano de su Majestad y Secretario de la dicha
Gobernación, dijo: que por cuanto Su
Majestad le ha encargado la conquista, población y descubrimiento de las dichas
provincias, y conversión de los indios
naturales de ellas, según más largo consta, y parece por el título y provisión Real que de ello se le ha
entregado, firmado de su real nombre y
refrendado de Francisco de Eraso su Secretario,
librado de los señores del Concejo Real
de las Indias, cuyo tenor es el siguiente: Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de
Castilla, de Aragón, de las dos
Sicilias, de Jerusalén, de Navarra, de
Granada, de Toledo, de Valencia, de
Galicia, de Menoría, de Mallorca, de
Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba,
de Córcega, de Murcia, de Jaen,
de los Agarbes de Algeciras, de
Gibraltar, de las Indias, Islas y tierra
firme, del mar Océano, Conde de
Flandes, y Tirol, = Por cuanto Nos
mandamos tomar cierto asiento y capitulación con vos el Capitán Diego Fernández
de Serpa, sobre qué os habéis ofrecido a llevar a las costas y provincias de Guayana,
el Caura y las demás provincias que
entran en la
Gobernación que ha de ser intitulada la Nueva Andalucía ,
cuatro navíos armados y aderezados; dos de ellos de a doscientas toneladas, y los
otros dos, de a ciento; quinientos
hombres en ellos, los ciento de ellos casados y los demás gente del mar y
guerra, todos con sus armas, arcabuces y municiones, y las demás ofensivas y
defensivas que os parecieren; y que
iréis a las dichas provincias de la Nueva Andalucía con todo ello, y las descubriréis y poblaréis, y haréis
otras cosas contenidas en el dicho asiento y capitulación, todo ello a vuestra
costa y mención, sin que Nos, ni los Reyes que después de Nos vinieren, seamos
obligados a vos pagar ni satisfacer los gastos que en ello hubiere, en el cual
dicho asiento hay un capítulo del tenor siguiente: = Y os hacemos merced que
seáis nuestro Gobernador y Capitán
General de la dicha tierra y población por vuestra vida, y por la vida
de otro hijo y heredero vuestro que nombráredes, con dos mil ducados de
quitación, con el dicho cargo; los
cuales habéis de cobrar y os han de ser pagados de los frutos y rentas que en
las dichas tierras nos pertenecieren, porque no los habiendo, no somos
obligados a pagarlo de otra nuestra Real Hacienda.” Por ende, guardando y
cumpliendo el dicho asiento y capítulo que de suso va incorporado, por la
presente es nuestra voluntad, que ahora, y de aquí adelante para toda vuestra
vida, seáis Gobernador y Capitán General de la dicha costa y tierra de la Nueva Andalucía , y
de los demás pueblos que en ella poblaréis; y hagáis y tengáis la nuestra
justicia que en la dicha tierra y costa y población hubiere. Y por esta nuestra
carta mandamos a los Concejos, Justicias, Regidores, Caballeros, Escuderos,
Oficiales y hombres buenos de todas las ciudades, villas y lugares que en la
dicha tierra, costa y población hubiere y se poblare, y a los nuestros
oficiales, y otras personas que en ellas
residieren, y a cada uno de ellos,
que luego que con ella fueren requeridos, sin otra larga ni tardanza
alguna, y sin más requerir, ni
consultar, ni esperar, ni atender otras cartas, ni mandamientos, segunda ni
tercera fusión, tomen y reciban de vos
el dicho capitán Diego Fernández de Serpa el juramento y solemnidad que en tal
caso se requiere y debe hacer, el cual hecho por vos, os hayan, reciban, y tengan por nuestro Gobernador y Capitán
General de la dicha tierra, costa
población por todos los días de vuestra vida, y vos dejen libremente usar y
ejercer los dichos oficios y por vuestros Lugares-Tenientes de Gobernador y
Capitán General y oficios a la dicha gobernación anexos y
concernientes, los cuales podéis poner y pongáis y podáis quitar y remover, cada y
cuando que a nuestro servicio, y a la ejecución de nuestra justicia, cumpla, o
poner o subrogar otros en su lugar, é oír y librar y determinar todos los
pleitos y causas, así civiles como
criminales, que en la dicha tierra, costa y pueblos que poblasen, y hubieren
poblado, así entre la gente que la fuere a poblar como entre los naturales de
ella, hubiere y naciere; y que podéis
vos y los dichos vuestros Alcaldes y Tenientes llevar los derechos a los dichos
oficios anexos y pertenecientes, é hacer cualesquiera pesquisas en los casos
de derecho premisas, y todas las otras
cosas a los dichos oficios anexos y concernientes; y que vos y vuestros Tenientes entendáis en
lo que a nuestro servicio y a la
ejecución de nuestra justicia y población y gobernación de la dicha tierra y pueblos que poblaréis, convenga; y que para usar y ejercer los dichos oficios,
cumplir y ejecutar la nuestra justicia, todos se conformen con vos, con sus
personas y bienes, y vos den y hagan dar
todo favor y ayuda que les pidiereis y
menester hubiereis, y en todo vos acaten y obedezcan y cumplan vuestros mandamientos o de vuestros
Lugares-Tenientes, y que en ello ni en
parte de ello embargo ni contradicción vos opongan, ni consientan oponer. E Nos
por la presente vos recibimos y habemos por recibido a los dichos oficios, y al
uso y ejercicio de ellos; y vos damos poder y facultad para usar y ejercer,
cumplir y ejecutar la dicha nuestra justicia en la dicha tierra, costa y
lugares que pobláreis, y en las ciudades, villas y lugares de la dicha costa y
tierra y de sus términos, por vos o vuestros Lugares Tenientes, como dicho es,
caso que, para ellos, o para alguno de ellos, no se han recibido. Y por esta nuestra carta mandamos a
cualquiera persona o personas que tienen, o tuvieren las varas de nuestra
justicia en los pueblos de dicha tierra, que luego que por vos, el dicho
Capitán Diego Fernández de Serpa fuesen
requeridos, vos les den y entreguen, y
no usen de ellas sin vuestra licencia, so las penas en que caen o incurren las personas privadas que usen
oficios públicos para que no tienen
poder ni facultad, que nos los suspendemos
y habemos por suspendidos: y
otrosí, que las penas pertenecientes a
nuestra Cámara y Fisco, en que vos y vuestros Alcaldes o Lugares Tenientes
condenasen, las ejecutéis, y hagáis
ejecutar, dar y entregar a nuestro Tesorero de la dicha costa; Otrosí
mandamos, que si vos el dicho Capitán
Diego Fernández de Serpa, entendiereis ser cumplido a nuestro servicio y a la ejecución de nuestra justicia, que
cualesquiera personas de las que ahora
están o que estuvieren en la dicha costa
y tierra salgan y no entren ni estén en, y se venga a presentar ante Nos, se lo
podéis mandar de nuestra parte, y los hagáis de ella salir, conforme a la
pragmática que sobre ello habla, dándole a la persona que así desterrareis, la
causa por que le desterráis, y si os pareciere que conviene que sea secreta,
dársela cerrada y sellada; y vos por vuestra parte dársela heis y enviarnos
heis otra tal, por manera que seamos informados de ello; pero habéis de estar
advertidos, que cuando vos hubieseis de desterrar a alguno , no sea sin muy
gran causa. Por lo cual dicho es, para
usar los dichos oficios de nuestro Gobernador y Capitán General de la dicha
tierra y costa y pueblos que pobláreis, y cumplir y ejecutar nuestra justicia
en ella, os damos poder cumplido, por esta nuestra carta, con todas sus
incidencias y dependencias, emergencias, anexidades y conexidades. Y es nuestra
merced, y mandamos, que hayáis y llevéis de salario en cada un año, con los
dichos oficios, dos mil ducados, que monta a seiscientos y cincuenta mil
maravedíes, de los cuales habéis de gozar
desde el día que os hicieseis a la vela
para seguir vuestro viaje en el puerto de Sanlúcar de Barrameda o
Bahía de Cádiz en adelante, todo el
tiempo que tuvieseis la dicha Gobernación, y no los habiendo en el dicho tiempo no seamos obligados así a pagar cosa
alguna de ello; y que tomen vuestra
carta de pago, con la cual, y con el
traslado de esta nuestra provisión signada de Escribano, mandamos que vos sean
recibidos y pagados en cuenta; y los
unos y los otros, no fagades ni pagan en
desleal, pena de nuestra merced y de mil castellanos para nuestra Cámara y
Fisco. Dado e Aranjuez a veintisiete de mayo de 1568 años. = Yo El Rey – Yo
Francisco de Eraso, Secretario de su Majestad Real, lo fice escribir por su mandado.
- El Dr. Vásquez. - El Licenciado Don Gómez Zapata. - Licenciado Salas de Torre Guejeda. Licenciado Francisco de Villafañe. - Registrada - Ochoa de Libando. - Canciller- Matías de Ramón.
-
Asentase esta provisión Real de su Majestad en los
Libros de la Casa
de la Contratación
de las Indias en Sevilla, a veinticinco días del mes de febrero de mil
quinientos sesenta y nueve, para que se guarde y cumpla como su Majestad por
ella manda. - Ortega de Melgaos. - Juan Gutiérrez Tello. - Dr. Antonio Manríquez.
Por ende, en cumplimiento de dicho título y
provisión Real que de suso va inserta e incorporada, y en prosecución de lo que
S. M. por él ordena y manda, ha venido a estas dichas provincias, y está al
presente en esta población que se intitula la ciudad “Nueva Córdoba” la cual, como está
situada y fundada en parte no cómoda ni conveniente a la salud y conservación
de los pobladores de ella; y como estas dichas provincias se intitulan la Nueva Andalucía ”,
las ciudades que en ella se situaron y
poblaron en su intención que tomen y tengan nuevos nombres y por estar esta
ciudad de “Nueva Córdoba” , situada en las riberas del Río Cumaná, de cuya
derivación puede tomar nombre la dicha ciudad. Por lo cual en nombre de S. M.
Real y en virtud de sus reales poderes y provisiones y por su corona y
patrimonio real, la nombraba y nombro, mandaba y mando, que de aquí en adelante
para todo tiempo jamás, se nombre y llame la “Ciudad de Cumaná” y así en el
nombre de S. M. la llama y nombra del dicho apellido y nombre de la “Ciudad de
Cumaná”. Y porque él no halló en esta población casas formadas, ni traza de
pueblos, ni vecindad ordenada, le ha
parecido reedificarla y poblarla, dejando y señalando en ella cuarenta vecinos
españoles casados y con sus mujeres e
hijos, que es número conveniente para dicha ciudad y población de ella, y que
se podrán sustentar y defender de enemigos y luteranos, que de ordinario vienen
a esta dicha ciudad y puerto de ella, en
los cuales podrían partirse los indios naturales y comarcanos a la dicha ciudad
para que los cautiven y aprovechen y atiendan en la conversión de dichos
naturales; de los cales dichos cuarenta vecinos, los veintitrés de los que trajo en su armada de los Reinos
de España y los demás halló en esta población que todos son los siguientes:
Miguel Reinoso,
Melchor de Losada, Francisco Domínguez,
Melchor Nuñes, Pedro Gomes Castilla,
Bartolomé Morales, Miguel Sanches Duran, Juan Domínguez, Gonsalo Lopes
Pedrosa, Hernán Lopes Pedrosa, Andrés Dias, Martín Lopes, Alonso Bárcenas,
Melchor Hernandes, Juan de Isasi, Juan
de Arcia, Miguel Sanches Rendón, Tomás de Barahona, Maestre Jorge, Bartolomé
de Acevedo, Juan Gallegos, Pedro Hernandes, George Suares, Pedro Gutierres de Morillas, Juan Rengel, Álvaro Merchán, Alonso Elías
Coello, Juan Ruis Cobos y su padre Juan Ruis,
Juan Ortega Martines Castellanos, Gonzalo Hernández, Pedro Alonso, Juan
Real, Juan Ortega de Utrera, Pascual de Gobeo,
Mencia Álvares y sus hijos,
Santiago de Medellín, Felipe de
los Reyes, Bernal Hernandes Granados y
Cristóbal Carrillo.
Y para que la dicha ciudad y vecinos de ella sean gobernados y
mantenidos en justicia, en nombre de su Majestad Real nombro por alcaldes
ordinarios a Hernan Lopes de Pedrosa y a
Juan Rengel y por regidores a Melchor Nuñes, a Miguel Sanches Rendón, a Juan
Domínguez a Álvaro Merchán, y Procurador
General a Pedro Alonso y por
Mayordomo a Bernal Hernandes Granados, a los cuales dichos alcaldes y regidores, Procurador General, y demás oficiales de suso declarados, el dicho señor Gobernador mandó que usen de
los dichos oficios en esta ciudad de Cumaná y su término y jurisdicción, lo que
resta de este presente año de mil quinientos sesenta y nueve y por todo el año
que viene de mil quinientos y setenta
hasta el fin de él; y en virtud de los dichos reales poderes, en nombre de su
Majestad Real, les dio a cada uno de ellos poder cumplido, cuan bastante se requiere de derecho, para
usar y ejercer los dichos oficios y lo á ellos anexo y dependiente; a los
cuales mandó hagan el juramento y solemnidad
que en el caso se acostumbra y
requiere, de que bien y fielmente usarán
los dichos oficios, y cumplido el tiempo
no usen más de ellos, so las penas en derecho establecidas; y para el
año siguiente nombrarán y elegirán otros en su lugar por la orden y forma que
adelante se les dará. Y así lo proveyó mandó y firmó de su nombre, que es fecha
en la ciudad de Cumaná, a veinticuatro días del mes de noviembre del año del
Señor de mil quinientos sesenta y nueve. Diego Fernández de Serpa. Por mandado
de su Señoría - Fernando Pardo de Lago”. (fin de la cita). (57)
El
sabio presbítero Antonio Patricio de
Alcalá, nos dice que no solo las personas nombradas en el Acta de Fundación,
antes transcrita, vivían en Cumaná para la fecha de su fundación, sino que
otros nombres, habría que añadir a esos 40 cabezas de familia, de las que vinieron en la misma armada del
caudillo español y otras que luego vinieron
y quisieron establecerse en nuestro pueblo, y cuyos datos tenemos
porque luego se distinguieron en las
luchas contra los flamencos y otros
enemigos que invadieron muchas veces el
primitivo asiento, lo cual el sabio sacerdote recogió de las ruinas y de los libros de las iglesias, y atesoró
para generaciones sin fin. En ese
tesoro hay partes de la gobernación de Diego Fernández de Serpa, de quien se
dice que gobernó esta provincia de la Nueva Andalucía
conjuntamente con la de Guayana y el Caura.
Diego Fernández de Serpa, como Gobernador y Capitán General, permaneció
muy poco tiempo en la Nueva Córdoba -Cumaná-, decidió recorrer el territorio
que se le había asignado, dejando el gobierno a un sobrino suyo García Fernández
de Serpa, que vivió en Cumaná toda su vida, legándonos su vigorosa estirpe.
Con el mapa de 1601 que acompañamos a este
capítulo, podemos asegurar que la ciudad de Nueva Córdoba continuaba su
vigoroso ritmo de crecimiento
demográfico durante este periodo, era la sede del gobierno y no fue mudada como
se hace constar en el Acta. Todo hace pensar que la ciudad de Nueva Córdoba fue
destruida en 1654 por piratas franceses.
Después que Diego Fernández de Serpa capituló con
el Rey Felipe II, el 15 de mayo de 1568, la conquista del Sur del Orinoco,
exigió que se le otorgase lo que llamaba “un girón de tierras” que se le habían
cedido antes al frustrado Diego de Ordaz, y que comprendía un frente de costas
que se extendían desde Río Salado (Rió San Juan) en Paria, hasta el Unare; por
lo que escribió Juan López de Velásquez, que había sido Serpa “uno de la
expedición de Ordaz”, como ha resultado veraz.
Otros más interesados en la vida y cronologías de Serpa, dicen que en 1524 arribó a la isla de Cubagua, en pleno esplendor la Nueva Cádiz y se dedicó con éxito al comercio de
perlas y sal de las minas de Araya;
Serpa se establece en la
Nueva Córdoba , donde ejerció cargos en el cabildo, allí lo
encuentra Montesinos en calidad de Alcalde; Serpa era un hombre de armas tomar,
se sabe que acompañó a Diego de Ordaz,
en la desastrosa expedición por el Orinoco de 1532, salva milagrosamente la vida y vuelve a la Nueva Córdoba ; en
1549, pasó de Cumaná a Santo Domingo, donde capituló la conquista de las
provincias al sur del Orinoco; pasó luego a España en 1550, y después de duro
batallar capitula con el Rey la conquista de Guayana y el Caura, y regresa otra
vez a Cumaná, al parecer domicilio permanente de su familia; esta vez
al frente de una expedición muy
bien concebida y ejecutada, que arribó a Nueva Córdoba el 13 de octubre de
1569, trajo entonces muchas familias, soldados bien dotados; caballos, esclavos
negros y toda clase de pertrechos. Con 17 familias que vivían en la Nueva Córdoba y 23
que vinieron con él, como dice el Acta fundacional, puebla la “ciudad”, no la
muda de sitio como dicen muchos historiadores, sino que la repobló y la bautizo
“para siempre jamás”, con el nombre de Cumaná, nombre tomado de su río;
proclamó un nuevo Ayuntamiento, donde confirmó algunas autoridades; quedó
instalado el 24 de noviembre de 1569. Serpa expedicionó para las regiones del
río Neverí y cerca de sus orillas, en el lugar denominado El Salado, fundó con
mujeres y niños que lo acompañaban, una ciudad que bautizo con el nombre de
Santiago de los Caballeros. Luego internándose para proseguir la conquista de
aquel territorio hasta Guayana, fue atacado por los indios Chacopatas y Cumanagotos,
el 10 de mayo de 1570, en el sitio de Cemeruco, a 16 leguas del mar; en cuya
acción cayó herido mortalmente. Allí perecieron casi todos sus hombres, regresando
a duras penas, algunos soldados a la ciudad de Cumaná para llevar la infausta
noticia. Quedó al mando su hijo, García Fernández
de Serpa, que gobernó hasta 1585.
Nuestro Cronista José Mercedes Gómez, dice en su libro “Génesis,
evolución y decadencia de la gobernación
de Cumaná”, que la consternación por la
muerte de Fernández de Serpa, produjo pánico entre los moradores de Cumaná, los
cuales optaron por huir en diferentes rumbos, entre ellos su mujer Constanza y
su hijo, que salieron con destino a Cartagena donde tenían familia; y el gobierno de Cumaná lo asumen
los alcaldes: Juan López de Pedroza y
Juan Rengel; cuatro años más tarde regresaría García Fernández de Serpa que murió el 21 de enero de 1572, día de
Santa Inés, luchando contra los indígenas. (58)
Citas.
13.-Bartolomé de
Las Casas. Obras escogidas. Historia de las Indias. Biblioteca de Autores
Españoles. 1958.
14.-Cedulario
Venezolano
15.-Ibidem.
16.-Ibidem.
17.-Ibidem.
18.-Bartolomé de
Las Casas. Ibidem.
19.-Fr. Vicente
Rubio O. P. Los primeros mártires dominicos de América.
20.-Ibidem.
21.-Ibidem.
22.-Ibidem.
23.-José Mercedes
Gómez. Orígenes de Cumaná.
24.-Arístides
Rojas. Orígenes Venezolanos. 1972.
25.-J. M.
Gómez. Ibidem.
26.-Álvaro Huerga.
Evangelización del Oriente de Venezuela. 1996.
27.-Bartolomé de
Las Casas
28.-Álvaro Huerga.
Ibidem
·
29.-Las Casas. Ibidem.
·
30.-Álvaro Huerga. Ibidem.
·
31.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·
32.-Documento de la Audiencia de Santo
Domingo. Informe de Gonzalo de Ocampo.
·
33.-Documento de La Audiencia de Santo
Domingo. Instrucciones para Gonzalo de Ocampo.
·
34.-Arístides Rojas. Ibidem.
·
35.-Juan de Castellanos.
·
36.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
·
37.-Ibidem.
·
38.-Ibidem.
·
39.-Ibidem.
·
40.-Ibidem.
·
41.-Álvaro Huerga. Ibidem.
·
42.-Las Casas. Ibidem.
·
43.-Juan de Castellanos.
·
44.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·
45.-Cedulario.
·
46.-Miguel Elías Dao. Borburata 450 años,
génesis de un pueblo.
·
47.-Ibidem.
·
48.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·
49.-Ibidem.
·
50.-Documento de la Audiencia de Santo
Domingo.
·
51.-Vinicio Romero. Multimedia 2000 y un tema de
Historia de Venezuela.
·
52.-Ramón Badaracco. Tierra de Frijoles.
Crónicas de Cumaná.
·
53.-Pedro Elías Marcano. Consectario de Cumaná.
1945.
·
54.-Acta de la fundación de Cumaná.
·
55.-Ibidem
·
56.-Ibidem
·
57.-Ibidem
·
58.-Ibidem
·
·
·
FIN DEL TOMO I
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