lunes, 31 de octubre de 2016

LOS FUNDADORES DE CUMANÁ. TOMO I




RAMÓN BADARACCO











LOS FUNDADORES DE CUMANÁ





TOMO I





                                     Cumaná   2009










Autor: TULIO RAMÓN BADARACCO RIVERO
QUE FIRMA Ramón Badaracco

LIBRO: LOS FUNDADORES DE CUMANÁ

Copyright Ramón Badaracco
Primera edición 2009
Correo y cel.
Cronista40@hotmail .com
0416-8114374
Derechos reservados.
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná








PRÓLOGO

Escribir un libro no resulta tarea fácil, mucho menos si dicho texto tiene que ver con aspectos históricos que tratan de justificar la génesis de una entidad, personajes o algo en particular.  El autor se debe a su propia formación espiritual pero más a la sociedad en la cual está inmerso. Debe buscar con el libro trascender en el espacio, modo y tiempo, trastocando de manera dinámica la realidad existente. He allí el aporte de este insigne intelectual cumanés, Dr. Tulio Ramón Badaracco Rivero con su libro “Los Fundadores de Cumaná”.

Con un lenguaje que nos traslada a la España caballeresca, el autor despierta el interés del lector al reivindicar la historia de la fundación de Cumaná y de los personajes que, arriesgando su vida tuvieron la suerte de fundar esta hermosa realidad en la “tierra de gracia”, y que por razones de la historiografía parecieran inadvertidos de la conciencia colectiva. Muchas obras se han escrito para explicar los orígenes de la ciudad primogénita. Vastísimos textos de estupendos intelectuales que ocupan hoy sitial de honor en los anales de la Academia Nacional de la Historia, pero ninguno de ellos ha desmenuzado la génesis fundacional de Cumaná y –por qué no del Continente Americano-  tal como la ha hecho el Dr. Badaracco, en su bien detallado libro. De manera que esa historia tradicional dominante tiene una gran deuda cultural con nuestro hermoso y bravío pueblo.

Como hijo de esta tierra me siento sumamente complacido, por cumplir esta tarea, o esta responsabilidad de escribir el prólogo de este libro que, sin lugar a dudas no solo cambiará los paradigmas sobre los antecedentes históricos de Cumaná, sino que se convertirá en una valiosa joya bibliográfica para la realización importantes trabajos de investigación en esta materia.  Pues queda evidenciado a lo largo de estas vibrantes páginas el fervor con que el autor narra las vivencias de personajes como Pedro de Córdoba y Antonio de Montesinos, cuyo valor, peregrinaje y constancia, convencieron a Don Fernando de Aragón (el monarca más poderoso de la tierra en esa época, tal como lo expresa el autor) para iniciar la misión evangelizadora en la tierra firme americana, que se inicia con la fundación de Cumaná.

El propio autor inicia su obra reconociendo que la misma recoge elementos nuevos de su anterior trabajo “La Fundación de Cumaná”, precisamente después de analizar los libros “Estudios de Historia Venezolana” de Demetrio Ramos y “La Evangelización del Oriente de Venezuela “de Álvaro Huerga.  Muchos historiadores, dice el autor, han llegado a conclusiones distintas sobre este campo, porque inician su objeto de estudio a partir de Jácome Castellón, Gonzalo de Ocampo, Francisco de Montesinos o Diego Fernández de Serpa, quienes tienen méritos suficientes para ser reconocidos fundadores de esta ciudad, no obstante, de ser así se estaría suprimiendo la verdadera historia fundacional de Cumaná.

Al igual que ha hecho en sus anteriores obras e interesantes escritos en periódicos de la región, el Dr. Badaracco reivindica a Pedro de Córdoba, fraile dominico, como el verdadero fundador de esta ciudad de Cumaná. Gracias a él, Pedro de Córdoba, se reconoce la primogenitura de Cumaná, en las páginas doradas de la historia americana. Apoyándose en Cédulas Reales, documentos y otros papeles de la época, el autor ratifica el trabajo del referido fraile a quien bautiza “Apóstol de la Conquista Evangélica de América”, y marca abierta diferencia con el resto de los historiadores que han versado sobre el tema.

Desnuda de manera diáfana el proceso evangelizador que sirvió de punto de partida para el principio de esta ciudad. En ello se destaca la perseverancia y tenacidad del insigne fraile para que se cristalizaran las leyes de Burgos de 1512, en defensa de los derechos de los indios, quienes eran maltratados por los conquistadores. Aunque estas leyes fueron vulneradas y no mejoró las condiciones de los indígenas, abrió caminos para que se produjeran una serie de leyes a futuro, que sirvieron para dignificar las condiciones de vida de esos pobladores. Por ejemplo, las leyes de Valladolid en 1513, aprobadas por el mismo Fernando de Aragón, llamado El Católico.

Con su peculiar estilo, Badaracco relata un interesante episodio entre el monarca y el fraile dominico, dando muestra de la finura y abnegación por resguardar cada palabra escrita. En esta obra el lector se deleita de esa magia literaria que nos traslada a Valladolid, en los preludios del Siglo XVI, cuando Pedro de Córdoba “cubierto por el polvo de tantas jornadas” se entrevistó con el monarca para convencerlo del proceso misionero en tierra firme. Narra el propio autor que el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mando luego que lo trajeran y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en las mejillas como un viejo amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. Luego en un tono sutil Pedro de Córdoba exclamó –“Perdonadme Su Majestad, estoy cansado" Y sus lágrimas corrían libremente al igual que el viejo monarca, quien sin saber por qué, su mente viajaba a su amada Isabel y no sabía a qué se debía aquel acceso de ternura” ¡Cuanta sabiduría en la pluma del Dr. Tulio Ramón Badaracco!  Un cronista con alma de trovador, encausado en su firme letra para resguardar un legado que ha de conservarse en los corazones de quiñes amamos a esta tierra de gracia.

Con este episodio el autor muestra el peso significativo de aquel encuentro entre el Monarca más poderoso del orbe y un fraile dominico que soñaba con liberar a los indios de la más terrible opresión de los conquistadores hispánicos. Jamás se imaginó Pedro de Córdoba, que esa loable empresa misionera, inscribiría su nombre en la historia universal como el verdadero fundador de Cumaná, producto de los interesantes episodios que libró en esta tierra, entre 1513 y 1516. Esta hazaña evangelizadora se convertiría en el punto de partida para el análisis del proceso de cristianización del Oriente de Venezuela y de la tierra firme. Tal como lo enfatiza el autor, “fue la empresa más gloriosa llevada a cabo por los españoles en tierras americanas. Un hecho que se produjo sobre la base de un proyecto presentado y discutido con el Rey Fernando, el más poderoso de la tierra en aquellos tiempos, en cuyos dominios no se ponía el sol”.

En este mismo sentido, en la primera parte del libro relata la vida, pasión y apostolado del fraile dominico y su filosofía en la defensa de los derechos indígenas, lo cual lo lleva a la fundación de la ciudad de Cumaná para convertirla en su base de operaciones y punta de lanza para ese gran legado evangelizador de la tierra firme. El autor refuerza sus estudios fundamentado en las crónicas y   relatos de Bartolomé de las Casas y las Cédulas Reales, construyendo una visión distinta al resto de las versiones que han tratado de explicar los acontecimientos fundacionales en América. A decir verdad, el Dr. Badaracco se inscribe dentro de la concepción crítica   de hacer la historia, a la que algunos intentan mofar llamándola Leyenda Negra, porque presenta los hechos mostrando el lado negativo de la conducta de los primeros colonizadores hispánicos; pero que, desde el punto de vista conceptual, encierra aportes significativos para los anales históricos de Cumaná a la que toda persona interesada tiene derecho a acceder. He allí porque el autor marca distancia con los demás historiadores tradicionales; un real cambio de paradigma, parafraseando a Tomás Kuhn en su obra “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, cuando la comunidad toma una nueva postura ante los hechos fundacionales de nuestra ciudad.

Lo demás es historia difundida pero muy poco analizada. A partir de Pedro de Córdoba tal como lo refiere el autor, se produce una serie de refundaciones de esta hermosa ciudad. De manera que la presente obra es un homenaje a los distintos personajes que refundaron a la ciudad primogénita. El autor refiere que hasta 1520 se mantuvo la paz en la misión de Cumaná.  En seis años de arduo trabajo se había consolidado un pueblo, no obstante, unos conjuntos de hechos hacían presagiar la amenaza de la guerra.  El autor destaca el crecimiento de Nueva Cádiz en la isla de Cubagua y la explotación indiscriminada de perlas, el tráfico de esclavos indios, la desenfrenada codicia de los conquistadores, la corrupción de muchos indígenas; todos ellos desencadenaron la rebelión de los indios de Macarapana, Santa Fe y Cumaná, comandados por los caciques Maraguey, Gil González y Don Diego.

Es así como el 21 de enero de 1521, la Real Audiencia de Santo Domingo envía al capitán Gonzalo de Ocampo para poner orden en esta parte del continente americano. Al llegar a esta ciudad la bautiza con el nombre de Nueva Toledo. Posteriormente, llega a mediados de ese mismo año –el autor señala entre julio y agosto- el fraile Bartolomé de Las Casas con miras a poblar y emprender y extender, al igual que Pedro de Córdoba, la fe cristiana entre los indios. Las Casas fracasa en ese loable intento y se marcha en 1522.  A partir de allí se vuelven a sublevar los indios y dan muerte a muchos piratas del mar y funcionarios de la Corona Española. Por eso es menester destacar que los orígenes de Cumaná encierran avasallamiento hispánico, misiones evangelizadoras y resistencia de los antiguos moradores. 

Más adelante el autor resume la presencia de otro fundador de Cumaná, Jácome Castellón, quien arriba a la ciudad a finales de 1522 para tomar represalias contra los indígenas. En 1523, este mismo genovés bautizó el asiento poblacional misionero con el nombre de Nueva Córdoba, en honor de su verdadero fundador, fray Pedro de Córdoba. Luego nos refiere el trabajo fundacional de fray Francisco de Montesinos, quien llega a Cumaná en 1562, tres décadas después de Castellón. Lo importante de este Montesinos, lo más interesantes es que el primero de febrero de ese mismo año, instala en el pueblo de la Nueva Córdoba, hoy Cumaná, su primer ayuntamiento. Se levanta acta donde se le otorga a la ciudad personalidad jurídica y representación oficial; por eso muchos historiadores creen que Montesinos en 1562 es quien funda a Cumaná, -entre ellos Guillermo Morón- y se habla definitivamente de la fundación oficial de la ciudad. A esta interpretación, Badaracco le sale al paso, señalando que la primera acta de 1515 es la que escribe Bartolomé de Las Casas en su obra “Historia de Las Indias”, donde reconoce el mérito fundacional de Pedro de Córdoba.

De igual manera el autor destaca la presencia de Francisco Fajardo, el famoso mestizo margariteño, hijo de la cacica Isabel, asesinado en la Nueva Córdoba, quien logra figurara en el Acta levantada por Montesinos en 1562, donde ocupa el cargo de Tesorero. El referido personaje deja muchísimas páginas a los anales históricos de la ciudad. Finalmente, Badaracco pone en escena a Diego Fernández de Serpa, quizá la figura que, como el propio autor destaca, se ha llevado la gloria de la fundación de Cumaná.  Hasta el propio cronista muestra preocupación porque los historiadores le han puesto una “z” en vez de “s” al nombre y al apellido de Serpa. De acuerdo con el autor, para esa época no existía la z en el idioma castellano. Esto es lo que enriquece sobremanera el aporte del valioso investigador y cronista como es el Dr. Tulio Ramón Badaracco Rivero ¡Mucha elocuencia en sus escritos!

 De tal forma que la presente obra si bien no intenta desconocer el papel de Fernández de Serpa en el proceso fundacional de Cumaná, pone cada cosa en su lugar asignándole a cada quien su papel en la historia. A lo largo de estas interesantes páginas se resume el proceso fundacional iniciado por Pedro de Córdoba desde 1513 y que permite a Cumaná ser reconocida como La Primogénita de América. No obstante, el autor reconoce en Diego Fernández de Serpa la autoría de la refundación definitiva de Cumaná. Tan conocido personaje es quien, mediante acta, le devuelve el nombre original de Cumaná a la ciudad bautizada por Córdoba.

En pocas palabras la obra “Los Fundadores de Cumaná”, nos presenta al Dr. Tulio Ramón Badaracco Rivero, mucho más consciente de su compromiso como cronista poeta e hijo de esta hermosa tierra. Busca con probados documentos, devolverles el verdadero sentido a los orígenes fundacionales de la ciudad y particularmente, el aporte que hiciera cada uno de sus personajes al repoblarla por distintas razones. De tal manera que esta obra constituye un aporte significativo para los futuros estudios que se hagan sobre este tópico. En ella se recoge la magia literaria, el buen humor y la fiel devoción cristiana del autor, al igual que su desesperada preocupación por respetar la autenticidad de los hechos históricos por el bien de las futuras generaciones.  

Sin lugar a dudas no me queda otra alternativa que sentirme satisfecho por presentar a los lectores de esta obra llena de realismo, misticismo y de un lenguaje que endulza al lector. Mis palabras adquieren mayor significado porque conozco personalmente al Dr. Badaracco, y se dé su espiritualidad y su radiante humildad, a pesar de su bien conservada y fructífera trayectoria como cronista, investigador, abogado y servidor público. No tengo temor de equivocarme, al considerar que es quizá uno de los más conspicuos intelectuales que ha parido esta hermosa región sucrense.

Como hijo de Cumaná, van mis palabras de aliento para que ésta obra perdure en el tiempo. Sé que el Dr. Badaracco, cronista, buen ciudadano, amigo y buen padre de familia, será recompensado por la historia. Dejo en sus manos, amigo lector, con bastante beneplácito esta joya bibliográfica ¡Que así sea!


                                                  JESÚS CASTILLO












Introducción

Este libro que parece una repetición de mi trabajo sobre la fundación de Cumaná, viene a incorporar elementos novedosos que tratan de complementar mis investigaciones sobre algunos aspectos del trabajo fundacional de los misioneros dominicos, franciscanos y todos los demás personajes que intervinieron en la fundación de Cumaná;  sobre todo después de haber analizado las obras de Demetrio Ramos, Fr. Vicente Rubio y  Álvaro Huerga: “Estudios de Historia Venezolana”,  “Los primeros mártires dominicos de América”,  y,  “Evangelización del Oriente de Venezuela”.
Pienso que la mayor parte de los estudiosos de este tema llegan a conclusiones distintas a las mías, porque no toman la historia desde el principio, o sea desde que Pedro de Córdoba inicia su proyecto de evangelización o de conquista evangélica y pacífica de la tierra firme como lo hace Bartolomé de Las Casas.  Es natural que se lleguen a conclusiones distintas si por ejemplo se inicia la historia fundacional en tierra firme por Jácome Castellón,  o Gonzalo de Ocampo,  Francisco de Montesinos -como lo hace Ricardo Ignacio Castillo Hidalgo, en su obra “Asentamiento español y articulación interétnica en Cumaná (1560-1620) sin darle ningún relieve a la obra de Fr. Pedro de Córdoba- y en fin, Diego Fernández de Serpa, que trajo una gran expedición y  nos dejó el Acta de Fundación, etc.,  porque cada uno de ellos tiene suficientes méritos para ser considerado el fundador de Cumaná, y por supuesto obtendrán, como resultado de sus investigaciones, borrar todo lo anterior; en mi caso he tenido la suerte de iniciar  mi historia por el principio, y apoyarme en cédulas, documentos, dibujos anteriores y posteriores  al terremoto de 1530, y planos de  la Nueva Córdoba de 1601, que todo eso está conservado y hace toda la historia de Cumaná, La ciudad Primogénita del Continente Americano en la evangelización y en la resistencia indígena.



LIBRO PRIMERO

PEDRO DE CORDOBA. APOSTOL DE LA CONQUISTA EVANGELICA DE AMERICA.

La vida y acción de Pedro de Córdoba está unida a la del obispo de Chiapas, Bartolomé de Las Casas o Casuas. El notable historiador don Demetrio Ramos, dice: “La autoridad que para Las Casas tenía el P. Córdoba se nos revela en la aceptación de un especial magisterio con el que su personalidad queda dibujada en la del clérigo”. (1)

Córdoba antigua capital del Califato, estrella de la cultura mudéjar, que fue la patria chica de Lucio Anneo Séneca y Luis De Góngora, por citar dos inmortales, también vio nacer a Pedro el 10 de septiembre de 1482, allí se educó y creció en el seno de una noble familia cristiana, que influyó en su determinación por la carrera eclesiástica, tomar la cruz y seguir el camino que le trazó el Señor. Fr. Pedro de Córdoba murió en Santo Domingo el 4 de mayo de 1521, víspera entonces de la festividad de Santa Catherina de Siena.

Dice Bartolomé de Las Casas que Fray Domingo de Mendoza, hermano de fray García de Loaiza, arzobispo de Sevilla y cardenal Presidente del Consejo de Indias, seleccionó a Pedro para que lo sustituyera en el mando de la avanzada dominica que vendría al Nuevo Mundo, y con él, tres sacerdotes muy calificados que emprenderían la empresa de sembrar la orden dominica en la capital de la risueña Quisqueya, la española, sede del imperio en América. 

Quisqueya, la isla descubierta por Colón el 5 de diciembre de 1492, a la cual llamó “La Española”, segunda isla en extensión territorial, de las Antillas mayores del océano atlántico, mar que conocemos como mar Caribe o de las Antillas, sufrió como ningún otro lugar el impacto de la conquista.  La isla inmensamente poblada en aquellos tiempos mide 1575 Km. cuadrados -hoy conforma el territorio de dos repúblicas, la República Dominicana y la Republica de Haití- se dividía en muchos reinos aborígenes perfectamente definidos por Las Casas, como luego veremos.

 Pedro de Córdoba, fue un sacerdote a quien Dios Nuestro Señor dotó de muchos dones, gracias corporales y espirituales, que fue elegido para una misión administrativa, si se quiere, pero él la convirtió en una empresa sin igual.  Los que lo conocían nunca imaginaron que podría lograrlo, tenía el inconveniente de sufrir un continuo dolor de cabeza que le impedía, en cierto grado, algunas actividades, por ello Las Casas dice:
“Y lo que se moderó en el estudio, acrecentolo en el rigor de la austeridad y penitencia todo el tiempo de su vida, cada y cuando las enfermedades le dieron lugar” (2).
Fue excelente predicador, ejemplo dentro del sacerdocio en virtud y penitencia, que lo elevaron siempre entre sus compañeros y feligreses.
Agrega Las Casas: “Tiénese por cierto que salió de esta vida tan limpio como su madre lo parió” (3).
Estudio en el colegio “San Esteban” de Salamanca, y probablemente, como dice Hernann González Oropeza, fue “formado espiritualmente por fray Juan Hurtado de Mendoza” (4), el formidable maestre de Salamanca; y se perfeccionó en Santo Tomás de Ávila, la casa mayor de la “Cristiandad” para ese entonces. Fue compañero de estudios de Antonio de Montesino, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos, y otros ilustres prelados, que luego fueron los seleccionados para acompañarlo en la empresa evangelizadora de América; esto por si solo basta para considerar las dotes que adornaban a este insigne conquistador del espíritu, cuya labor ilumina la terrible experiencia humana de la conquista del Continente, y disipa, aunque sea un poco, las oscuras nubes que denigran de la noble y heroica raza hispana.




LOS DOMINICOS EN SANTO DOMINGO

Fray Domingo de Mendoza, dice Las Casas, se encargó de todas las diligencias y trámites administrativos, relacionados con la impetración de la Orden Dominica en La Española, todo lo cual está debidamente soportado en el archivo vaticano.  Viajó entonces   a Roma a negociar con el Gaetano, Maestro General de la Orden Dominica, y resolvió, aunque con retardo, las complicadas negociaciones ante la Santa Sede. Estos detalles lo pasan por debajo de la mesa los que afirman que otras órdenes se establecieron antes que los dominicos en el continente, sin trámite alguno.

Pese a todo este esfuerzo y la premura, fray Domingo de Mendoza, no pudo viajar por entonces a La Española, razón por la cual, envió adelante a Pedro de Córdoba, con el carácter de Vicario General de Indias, como rezan las cédulas reales y otros documentos, cargo que desempeñó hasta que fray Domingo se incorporó a la misión en La Española. Hay muchas razones y cabos sueltos, como luego veremos, en relación con este asunto; pero se puede afirmar, definitivamente, que fueron estos religiosos los que trajeron la orden dominica a La Española en 1510.

Nada amilanó el espíritu de lucha de Pedro de Córdoba, y sus cofrades, ellos vinieron dispuestos a cambiar el rumbo de la historia de la conquista. Las Casas afirma que la situación encontrada en las colonias por los  frailes  era terrible; sin embargo trataron con  sus escasos medios de moderar la acción de los conquistadores, sobre todo, la guerra sin motivo, la acción brutal que ejercían  contra los indígenas, pero no pudieron controlarlo, y se decidieron a predicar enérgicamente contra la acción de los  criminales; y también con su ejemplo de justicia y santidad para aplacar la codicia, la sevicia de aquellas gentes insaciables, y entonces convocan a las fuerzas celestiales, las excomuniones y los tribunales eclesiásticos contra los tiranos.

Montesinos alza su palabra, “Ego sun vox calmantes in deserto” (6), la más ardiente que se escuchó entonces en el ámbito americano, e inicia la revisión del proceso colonizador.  Una bomba cayó en la Colonia, nace un conflicto que llega rápidamente a la Corte, se producen acusaciones y nutrida correspondencia en relación con las terribles denuncias de crímenes horrendos.  Pedro y la Orden son acusados y llamados a la Corte; Pedro envía a Fr. Antón de Montesinos con un memorial firmado por todos sus frailes para defenderse, y probar las denuncias y aberraciones de los españoles en Santo Domingo, Cuba y las otras islas ya colonizadas.

El historiador e investigador cubano José María Chacón y Calvo, en su ponencia “Criticismo y Colonización”, ante el XXVI Congreso Internacional de Americanistas, considera que Montesinos, Pedro de Córdoba y sus compañeros dominicos y franciscanos, son los pioneros de la Leyenda Negra o Criticismo. En las “Cartas Censorias”, publicadas y prologadas por este autor, están los argumentos que después utilizaron Francisco de Vitoria, Bartolomé de Las Casas y Suárez, en defensa de los indios y la dignidad humana. En este sentido el padre Retino, biógrafo de Vitoria, para explicar la influencia en sus doctrinas y lecciones, dice:

“Para conocer “los antecedentes de las doctrinas internacionalistas  del Maestro  no hay que acudir a las universidades de París y de Salamanca, donde profesó sus enseñanzas, sino al propio convento de San Esteban, a las celdas vecinas de sus compañeros y discípulos  que después de convivir con él las observancias monacales emigraron al Nuevo Mundo, e hicieron encarnar  en las nuevas y sometidas tierras costumbres  que él elevó a principios  con la fuerza  de los informes recibidos  en casa y con la alteza de su talento generalizador”. (6)

            Sin embargo, el historiador cubano no logra penetrar la personalidad y la importancia del Vicario de Indias, y la influencia que tuvo en la política imperial española, lo que veremos más adelante.

            Dice Las Casas, que Pedro era un hombre de “…grande autoridad y persona en sí, que fácilmente, quien quiera que lo vía y hablaba y oía hablar, conocía morar Dios en él y tener dentro de sí aforamiento y ejercicio de santidad, concibió de él grandísima estima y trastrábalo como a santo; y, cierto, el Rey no se engañaba” (7).
            Se necesitaba un hombre de su formación para la empresa: Pedro iba a preparar el camino a Cristo en el Nuevo Mundo… “Estudiante excepcional, su sabiduría en las cosas del espíritu no eran comunes entre iguales… (8) Tal vez su forma de vida, de hablar, de comunicarse; sus personalidades señalaban su santidad.  Tan solo con su presencia y sus ejercicios espirituales, causaba una impresión inquietante que enajenaba la voluntad de sus compañeros, lo amaban y acataban. (9).

            Dios lo colmó de atributos. En Santisteban, sabían que era santo antes de recibir los hábitos.  “Para él era fácil predicar la virtud, porque era tan limpio de cuerpo como de alma desde que su madre lo parió” (10).

 ANDANZAS Y LEYENDAS

El proyecto de Pedro no es otra cosa que la conquista pacífica y evangélica de la tierra firme americana, con lo cual pretendía cambiar el curso de la historia y dignificarla. Esta idea la acarició en su corazón cuando vivía en La Española. Vamos a seguirle los pasos, recrear y contar algunas anécdotas que le ocurrieron en sus andanzas en el desarrollo de su proyecto.  A vivir su filosofía, aquella experiencia inigualable, a construir la filosofía de Pedro de Córdoba, el verdadero apóstol de la evangelización americana; y lo haremos rápidamente en un corto relato.

Aquella mañana de febrero de 1510 había salido de Ávila, donde ejercía su ministerio, unido a un grupo de compañeros, rumbo a  Salamanca; seguro que se detuvieron en el viejo puente romano a la salida de las murallas, para ver desde el poniente las altas torres de la catedral y la serpiente de piedras que la rodea; un mar de trigo  se extendía frente a ellos; continuaron la marcha y  se detuvieron en otros dos pueblos: Aveinte  y Narros del Castillo, para cambiar  cabalgaduras; llegaron a Babilafuente, para tomar un baño caliente en sus famosas aguas termales.

Pedro confesó que una de sus pocas debilidades era la de sumergirse en aquellas aguas. Dijo entonces: ¡hermanos, he pasado toda mi vida en escuelas y conventos me siento feliz de ello, hay algunas cosas materiales que me gusta disfrutar, plugo a Dios que me permita hundir mi cuerpo en este pozo si en ello no hay pecado!
 
–No lo hay Pedro -dijo alguno de sus compañeros- que el propio Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, se sumergió en las aguas para que Juan lo bautizara.  

Continuaron el camino, siempre al lado del río, hasta llegar al pueblo de Santa Teresita, Alba de Tormes. Los caballos penetraron en el mar de trigo que se extiende en sus praderas, sembrados por orden de Isabel; un terreno ondulado donde el viento se distrae peinando las espigas, y los caballos trotan libremente.

 Por fin, entraron a Salamanca, la blanca, por una calle larga de grades edificios públicos e iglesias romanas, que termina en la Plaza Mayor; estancia armónicamente cuadrada cuyas avenidas se cierran en cada esquina sobre fuertes arcos de piedra. Debajo de esos arcos “vive” verdaderamente la ciudad; por cada esquina de esta plaza entran dos calles, y en la tarde un torrente de gentes entra en romería entre gritos y risas a divertirse, a conversar, tomar vino y cumplir con el rito del amor.

Pedro y sus camaradas también lo hicieron, bajaron de los caballos y se confundieron entre ellos y fueron a dar vueltas con alegría infantil, tropezar con las parejas enganchadas y recibir el soplo fugaz de la vida. La gente los extrañaba, pero con todo los saludaban con cariño.  Bastante tarde fueron a Santisteban donde los esperaban gozosos compañeros de Pedro que lo colmaron de alegrías y atenciones. Entonces, se acercó presuroso fray Antón de Montesinos y reclamó el retardo…

–Hombre Pedro… ¿dónde estabais?  Hace dos días que os esperamos.
Vaya hombre, pero ¿Cuál es la novedad? ¿Cuál la urgencia?
Es que acaso ¿No sabéis nada?
Si no me lo decís vos…
Habéis sido nombrado Vicario de Las Indias.
¡Yo…! y ¿Qué méritos tengo para tanto peso?
Todos…pero venid, que os esperan en catedral en la sala conciliar. Apenas os divisaron, la noticia corrió y ahora están reunidos vuestros compañeros y el Maestro General de la Orden, fray Domingo de Mendoza.

Pedro, apresuró el paso, se acercó al grupo y como era de su natural comportamiento se arrodilló ante fray Domingo, el cual lo tomó de la mano y lo levantó hasta que sus ojos quedaron parejos.

Pedro le dijo –ya sé a lo que habéis venido. Hágase en mi según lo tenéis mandado. Os ruego que no me deis explicaciones.
Bien, hijo mío, vuestras virtudes han salido con alas de estas paredes. El Arzobispo de Sevilla y Cardenal Presidente del Consejo de Indias, me ha ordenado comunicaros que habéis sido elegido “Vicario de Indias”, y que debéis partir cuanto antes con destino a “La Española”, cita en América; es una nación del Nuevo Mundo, tu nueva casa.
 
El Vicario también escogió allí mismo, a los compañeros de Pedro, sus amigos, cuya fama de santidad también está probada: Antonio de Montesinos, Tomás de Berlanga, Domingo de Betanzos y Bernardo de Santo Domingo, y les dijo:

“De luego irán otros a haceros compañía, los que sean necesarios para ayudaros en la infinita tarea que se os ha asignado. Sé que no defraudaréis las esperanzas puestas en vosotros”. El viaje a Santo Domingo se retrasó por enredos burocráticos hasta el 2 de agosto de ese mismo año de 1510, y también por los permisos que debía firmar el Papa, y otros requisitos para lograr la impetración de la orden dominica en el Nuevo Mundo.

Para el mes de junio de ese año, en Sevilla culminaron los trámites y preparativos para la expedición, que rubricaron cuando fray Domingo de Mendoza, autorizado por el provincial de la orden en España, fray Agulatín de Funes, en representación de Pedro de Córdoba, Vicario General de Indias, nombró procurador   a don Juan de Ojeda, lo que dejó a Pedro totalmente libre de sus obligaciones en el reino.  Aún se conserva en el Archivo de Indias una copia certificada del asiento, cuyos datos son: Oficio IV. Libro III. Escribano, Manuel Segura. Folio 1812. Sevilla, 14 de junio de 1510. Fdo. Domingo de Mendoza, Fdo. Agulatín de Funes. (11)

Debe tenerse en cuenta este documento a los efectos cronológicos, muy importantes para probanzas posteriores, 14 de junio de 1510.

Partieron de Sevilla, a los 6 días de agosto, como ya dije, en una carabela de 50 toneladas, y llegaron a La Española el 10 de setiembre de 1510 -34 días de viaje. Al parecer nadie sabía de la misión; surgieron al norte de la isla en un sitio desolado, La Isabela, pueblo fundado por el Almirante Cristóbal Colon en 1494; abatido a poco tiempo por un huracán. Había tres o cuatro casuchas ocupadas por un puñado de marineros que solo deseaban regresar y esperaban una oportunidad.
Ese día, Pedro cumplía 28 años, lo que quiere decir que Pedro nació el 10 de septiembre de 1482, y quiso festejarlos con ellos. Los consoló, ofició la santa misa, su primera oblación en aquella tierra bendita de Dios; partió el pan, cenó con ellos, leyó las sagradas escrituras y habló. Aquellas gentes sintieron muy cerca la presencia del Señor Jesús, por haberles mandado el auxilio espiritual y la conformidad deseada.

Los misioneros pasaron algunos días en Isabela, donde construyeron una iglesia de barro y palmas, e hicieron amistad con los aborígenes de quiñes aprendieron muchas palabras que luego servirían para comunicarse con ellos, sobre todo Pedro que tenía el don de lenguas. Pedro aprendía con gran facilidad de todas las cosas.

Cuenta el Cronista que: “En los primeros días de octubre de ese año de 1510, llegó a la española el almirante don Diego Colón, hijo del Visorey Cristóbal Colón, acompañado de su mujer doña María de Toledo, y se hospedó en la ciudad de “Concepción de La Vega”. En sabiéndolo Pedro nos dijo:
-Preparad los morrales que saldremos muy de madrugada para Concepción, a ver y hablar con el Almirante. Dejaremos a fray Antón encargado de todo nuestro hato para que luego lo lleve a donde asentaremos definitivamente.

Como no acostumbrábamos contradecirlo, hicimos tal como lo mandó, aunque no estábamos de acuerdo por múltiples razones, entre otras, la distancia que deberíamos recorrer no conocíamos el territorio infestado de indios peligrosos y amotinados, y, además, desconocíamos casi por completo sus lenguas. De todas formas, partimos. En la jornada solo comimos casaba, pescado salado, ají y berros, que nos dieron los indios además teníamos agua abundante de los arroyuelos y alguna que otras raíces, a las que ya estábamos acostumbrados. Encontramos muchos guerreros, pero ellos al ver y conocer a Pedro, abandonaban sus armas, lo saludaban como si lo conocieran de toda la vida; lo seguían, le hablaban en sus lenguas y él respondía y los bendecía. No se si lo entendían, pero sus demostraciones de afecto y acatamiento así lo daban a entender. En algún momento miraba a Pedro y veía más bien a Jesús, bendito sea su santo nombre, era un milagro.


PEDRO Y EL ALMIRANTE DON DIEGO COLON.

Días después llegamos a presencia del almirante y su mujer, fuimos recibidos de inmediato. Pedro se adelantó y se arrodilló ante él, pero este tomándolo de la mano, le dijo –No lo haga, no soy digno ni de recibir su bendición, soy un pecador –Pedro respondió– Todos somos pecadores, pero si vos lo reconocéis, lo confesáis y estáis arrepentido yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os perdono los pecados de los cuales os habéis arrepentido y de todo otro pecado que queráis confesar. Os doy la paz para vuestro espíritu y no peques más. Que la paz del Señor entre en vuestro corazón y permanezca en vos para siempre. Suplica al Señor que te proteja del poder que todo lo corrompe y te de la fuerza necesaria para no caer en tentaciones, que abra tu corazón al Espíritu Santo consolador.

El Almirante, se arrodillo contrito, secó sus lágrimas, y dijo en alta voz – Me siento reconfortado. El Señor os ha enviado. Gracias, padre. Será muy difícil mantenerme limpio, pero lo intentaré. 
Doña María de Toledo, le suplicó a Pedro, que escuchase su confesión y lo llevó de la mano al interior de la casa, donde permanecieron largo rato.
Cuando nos marchamos, aquella gente amaba a Pedro de todo corazón.
Pedro decidió que nos quedásemos en Concepción de La Vega, y el Almirante le cedió un galpón medio abandonado, que servía de depósito de mercancías, ubicado fuera del poblado. Allí acomodamos la primera iglesia de la Orden Dominica en la española, y allí cantó la primera misa que se dio en la isla para los indios, que vinieron de todas partes a ver y oír “al padrecito de los indios”, que les hablaba en su propia lengua. En esta iglesia se destacó mucho fray Antón de Montesinos, segundo en el mando de la Orden, sobre todo en bondad, laboriosidad, solidaridad, y el que siempre estaba dispuesto al trabajo y sacrificio. Un verdadero apóstol, como Pedro.

Esta misa le trajo a la Orden muchos inconvenientes con los españoles, pero el prestigio de Pedro rebasaba cualquier dificultad. En poco tiempo sus filas crecieron. A los 5 que la iniciaron se le sumaron 8 venidos de España; y algunos frailes y legos que ya estaban en la española al servicio de otras órdenes, y se vinieron a enriquecerla y cobijarse con el manto de los dominicos; pese a que vivían en la mayor pobreza y las reglas de Pedro eran extremadamente rigurosas; sin embargo, milagrosamente todo sobraba, el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, nos auxiliaba de mil maneras.

Nos vimos en la necesidad de construir otra iglesia en La Vega con ayuda de los indios, y ya estaba terminada para mayo de 1511 cuando Pedro decidió partir para la ciudad de Santo Domingo, dejando La Vega a cargo de fray Tomás de Berlanga, y con él se quedaron también fray Jerónimo y Domingo de Betanzos.
Pedro era incansable, apenas llegó a la ciudad de Santo Domingo, la más antigua del Nuevo Mundo, fundada por Don Bartolomé Colón, hermano del Almirante, en 1496, trasladada por el gobernador Nicolás de Ovando en 1504 a las orillas del río Ozama, donde la ciudad florecía, y ya era   verdaderamente señorial.
Pedro se empeñó en construir un monasterio e inició de inmediato los trámites para la impetración de la Orden, y todo se daba por la gracia de Dios.  La construcción, con la única ayuda de los indios, a los cuales se ganó en muy poco tiempo, hablándoles en su idioma como si hubiese vivido con ellos largo tiempo, se adelantó tanto, que era la admiración de todo el pueblo que lo veía incrédulo. Fue algo inaudito, milagroso, los materiales aparecían como por arte de magia y teníamos que ahuyentar a los voluntarios, porque a la hora de comer había más de la cuenta, y parecía no alcanzar para todos: sin embargo, todos los días se repetía el milagro de los panes y los peces. Apenas le informaban a Pedro que faltaba algo, cuando se aparecía alguien a quien se le ocurrió llevarlo y donándolo era de admirar.
Al principio, todos dormíamos en el suelo, y fue un buen hombre llamado Pedro de Lumbreras, el que nos ofreció su casa; Pedro no quiso aceptar, y se conformó, para no desairarlo, con tomar prestado el patio de la casa. Allí acomodamos unos catres y una mesa, si es que podía llamarse así, para las cosas e instrumentos sagrados. Mal que bien, nos acomodamos todos, pero al poco tiempo nos mudamos para el monasterio.

En la octava de todos los santos de ese año de 1511, Pedro dio misa en el templo a medio concluir, y predicó. Los que lo oyeron quedaron prendados del. Muchos españoles fueron a la misa, y a ellos les pidió, que, al llegar a sus casas, enviaran a los indios que tuviesen bajo su autoridad. Fue así la primera vez que en la cuidad de Santo Domingo, los indios oyeron la misa y la palabra, y así lo hizo siempre que pudo.


FRAY DOMINGO DE MENDOZA EN SANTO DOMINGO.

En diciembre de ese año llegó a la española, fray Domingo de Mendoza, con varios sacerdotes dominicos. Fue una sorpresa para Pedro verlo entrar a la Iglesia. Cuando ellos se abrazaron, Jesús, bendito sea su nombre, estaba allí, doy testimonio de ello, caí de rodillas y adoramos al Señor durante muchas horas, hasta que nuestros cuerpos lo soportaron.
Con fray Domingo llegaron cuatro sacerdotes de la misma orden Dominica: Juan de Tavira, Tomás de Santiago, Pablo de Trujillo y Pedro de la Magdalena. Por una rara coincidencia se habían juntado 12 apóstoles por tercera vez en la historia. Se repetía el milagro de Jesús, y de Francisco de Asís. Doce hombres que debían intentar la conquista espiritual del Nuevo Mundo.
La construcción de la Iglesia se desarrollaba con rapidez, y con la llegada de los refuerzos, se produjo el efecto multiplicador. Una vez terminada la obra se le agregaron claustros, seminario, una huerta protegida por una fuerte y muy bien construida empalizada; y muy pronto fue hervidero de individuos de todas clases, que llegaban llenos de fervor con gracia divina, tras el llamado de Pedro. Aquel santo lugar se convirtió en refugio de arrepentidos. Sus frutos espirituales no se hicieron esperar, pero también: la envidia, la codicia, la política, confluyeron en un todo. 

A nuestros oídos llegaban las historias de las crueldades de Juan Ponce de León, del famoso perro “Becerrillo”, a quien los indios temían más que a diez españoles juntos; las maldades de Juan Cerón, de Moscoso, de Cristóbal de Mendoza, que practicaban la captura y matanza de indios en la tierra firme. Las expediciones de Nicuesa y Ojeda, que asolaron el pueblo de indios de “Calamar”, y de cómo los indios se amotinaron en el sitio de “Turbaco”, e hicieron gran matanza de españoles, de donde los que se salvaron regresaron luego con más fuerza, y tomando a los indios desprevenidos, hicieron gran carnicería de mujeres y niños indefensos.
Las costumbres de los españoles de Santo Domingo se habían relajado de tanta codicia y soberbia. Se olvidaron de Dios, de sus principios, de la caridad cristiana, se predicaba el odio contra los indios, se había perdido el orden moral en aquella colectividad. Esos españoles olvidaron su misión en aquellas tierras. Había llegado la hora de Pedro y Dios lo reclamaba.
Pedro reunió a los doce miembros de su comunidad eclesial, y discutió con ellos el tema indigenista, y concluyeron y acordaron, que tenían el deber moral de intervenir ante ese estado de cosas que alteraba el orden moral e iba contra la esencia misma de la doctrina que predicaban.
Hacía ya algún tiempo, que el Almirante Don Diego Colón había trasladado la sede de Gobierno a la ciudad de Santo Domingo, que había prosperado admirablemente. Pedro consideró, que tocaba a él poner remedio a tal conducta. Me dijo – Fernando mañana muy temprano iremos a ver al almirante; voy a pedirle a Don Antón que nos acompañe, él sabrá expresarse mejor que yo…
Despachaba el Almirante, en una casa muy confortable, ubicada frente a lo que daban en llamar la Plaza Mayor, en todo el centro de la ciudad, al lado del convento de los Jerónimos, con quienes tenía   magníficas relaciones.

Pedro, Montesinos y yo fuimos recibidos por el Almirante, inmediatamente. Nos trasladaron a una sala muy cómoda y bien amueblada, pero nosotros que vestíamos rudimentariamente, a pesar de los ruegos que hizo el Almirante, no quisimos sentarnos, por no ensuciar y transmitir nuestros olores a aquellos magníficos y decorados muebles. Preferimos permanecer de pie, y el Almirante así lo entendió. Pedro tomó la palabra y le fue diciendo uno a uno todos los crímenes y delitos que estaban cometiendo los españoles. Al final de aquel discurso, todos estábamos llorando, y el Almirante dijo: -
Padre Santo… yo se lo que está ocurriendo y tengo despachos del Rey para ponerle fin a tanta maldad, pero me siento impotente de poder hacerlo. Se necesitaría un ejército, que no tengo, para perseguir a los delincuentes por tierra y por mar; sin embargo, os prometo hacer cuanto pueda… para contener y castigar a los que abusan contra estos pueblos indefensos; pero atenta contra mis deseos, no solo la flojedad de nuestras fuerzas preventivas, sino las distancias y el desconocimiento de estas ilimitadas fronteras. Por todas partes aparecen los mercaderes de esclavos, los rescatadores, como ellos mismos se titulan… Creo que a vuestros oídos ha llegado sobre castigos ejemplares que he impuesto y decretado; me he visto obligado a ajusticiar a muchos ladrones y esclavistas, sin embargo, proliferan… tanto aquí como en tierra firme… Solo me puedo comprometer, a despecho de mi palabra con vos, a continuar… con las escasas fuerzas que me dan las Cédulas Reales e otros instructivos, que me veo obligado a cumplir… con esos bandidos que trafican con vidas humanas… Las limitaciones que os ofrezco, no son obra mía, pero eso no me exculpa… sé que es mi deber y debo agotar todas las medidas para impedir que continué la masacre, e implementar otros castigos… para los culpables…

Hermano -lo interrumpió Pedro-  se lo que estáis sufriendo. No veo como podré ayudaros, sin embargo, el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, me inspirará para buscar un camino, una forma para ayudaros.  Por lo pronto contad con todo lo que tenemos, que es muy poco, pero está a vuestras órdenes. Dios os bendiga y que el Espíritu Santo permanezca en vos.
Nos marchamos contritos, en silencio; por nuestros espíritus pasaban ideas, confusas, no brotaban las palabras. Meditábamos con absoluto recogimiento, incapaces de formular una idea exponer algún razonamiento equilibrado, ni siquiera una posible, pequeña alternativa.  El drama era terrible y continuaría.

EL SERMON DE MONTESINOS.

Al otro día, después de la misa, Pedro invitó a todos los frailes a una reunión para discutir la situación y el resultado de la entrevista con el Almirante, y luego de largas deliberaciones, dijo: -Hermanos, tenemos que acabar con este estado de cosas.  No podemos permitir que continúe esta guerra insólita, o estaremos incurriendo en complicidad. El Señor, no nos perdonará. He decidido iniciar una campaña desde el púlpito, vamos a denunciar la corrupción, a los corruptos, con nombres y apellidos, vamos a atacar el mal con todas nuestras fuerzas, y las que nos dará el Señor Jesús, bendito sea su santo nombre. Denunciaremos los crímenes que se han cometido y aportaremos las pruebas y los testimonios que sean necesarios, acudiremos a todas las instancias, iremos a la Corte si es necesario.  Comenzaremos ya, y he elegido a fray Antón de Montesinos, para que, en la homilía del domingo cuarto de adviento, haga las denuncias de las crueldades, vejámenes y crímenes que se están cometiendo en nombre de Dios. 

Para 21 de diciembre de 1511, cuarto domingo de adviento infraoctavo de Navidad, se invitó a la misa de 8.30, en la iglesia mayor de Santo Domingo, especialmente al Almirante Don Diego Colón, a los oficiales del Rey, demás autoridades civiles y militares, letrados, ciudadanos notables, comerciantes, armadores y demás personalidades de la ciudad. Todos halagados por la deferencia inusual. Llegada la hora, Antón de Montesinos ocupó el púlpito, leyó el evangelio sobre San Juan el Bautista, que se inicia con aquella advocación, hermosa pero ahora terrible: “Ego sun vox clámate in deserto”, yo soy la voz que clama en el desierto. Al principio habló con palabras moderadas, habló del adviento y de la esterilidad del desierto de la conciencia de los españoles que viven en esta isla, y el peligro de la condenación eterna. Luego elevando la voz enumeró los pecados que venían cometiendo y el castigo que les reservaba la justicia divina. Uno a uno denunció los crímenes y a los criminales, y sus artes de tortura e impiedad, muchos de los cuales estaban allí presentes.
Para os lo dar a conocer –dijo- yo soy la voz de Cristo que habla en el desierto de esta isla… Estas palabras serán las más duras que jamás pensasteis oír – vosotros sois reos de excomunión…Su voz había crecido, tenía un tono de autoridad inexplicable. Las mujeres lloraban y los hombres se alborotaban; y   él continuaba: todos estáis en pecado mortal, en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas criaturas. Decid ¿Con que autoridad habéis hecho tan detestable guerra? ¿Con cuál los tenéis oprimidos, sin darles de comer ni curarlos, que mueren de fatiga o enfermos, por vuestra codicia en sacarles todo el oro sin proveer, tan siquiera, que sean bautizados y que conozcan la doctrina de la iglesia? ¿Acaso estos no son hombres, no tienen alma?...
Terminada la misa, la mayor parte de los feligreses se marchó en compañía del Almirante.  Al parecer decidieron de común y tácito acuerdo, reprender al predicador por escandaloso y calumniador, para lo cual necesitaban el apoyo del jefe del gobierno.  Todo hace pensar que el Almirante, en cuenta como estaba de la campaña que emprendieron los dominicos, de alguna manera se desembarazó de aquellos sujetos.  Otros   se quedaron en la iglesia y  pidieron hablar con  fray Pedro de Córdoba, que los recibió con dulzura, santa paciencia y los escuchó con atención: muchos de ellos dijeron que tenían poco tiempo en Santo Domingo,  no tenían nada que ver con los indios, no eran encomenderos,  ni “rescatadores”, ni esclavistas, ni traficantes de indios, ni nada que se les pareciera, y exigían que el predicador se disculpara, porque después de ese sermón, ellos serían considerados  y tratados como criminales.
Pedro, no se disculpó, sino que les dijo: -Aquel que no tenga pecado que lance la primera piedra.  Soy el único responsable de esa homilía. Desde que llegue a esta nación, no escucho otra cosa que los crímenes espantables que se cometen contra los indios. Es la hora de denunciarlos, no vaya a ser cosa que el Señor, nos considere a nosotros cómplices de tantas crueldades. Sin embargo, los invito para el próximo domingo, ya se verá lo que se puede hacer, el Señor tendrá la última palabra. Id en paz.
Pedro les habló con tanta paz que la comitiva se marchó pensando que habían logrado hacer recapacitar a la Vicaría, la institución más poderosa de aquellos tiempos, representada en el Nuevo Mundo por aquel santo varón de hermosa presencia, todo amor y bondad.
La homilía del tercer domingo de adviento, también le fue asignada a Montesinos. La iglesia estaba hasta los bordes, abarrotada de feligreses dentro y fuera del tempo.  Llegado el momento leyó el evangelio y tomó la cita del santo Job, que dice: “Tornaré a referir desde su principio mi ciencia y mi verdad” (12). Comenzó luego, muy despacito y con voz apenas audible, a fundamentar la verdad del domingo anterior. Repasó todos los errores, crímenes, pecados, crueldades, cometidos por aquellos ciudadanos encumbrados sobre la sangre y el dolor de toda una raza…luego conmínalos a retractarse, a pedir perdón a los oprimidos, a dejar en libertad a sus esclavos, a darles de comer y curarlos, a respetar sus derechos, acatar las leyes de ellos conocidas, y si no el derecho natural de gentes. Sabían que era ilegal, contra las leyes de Dios, y por lo tanto pecado mortal. Comprar por esclavos a indios libres y dejarlos morir de hambre. Aquellos que lo ha hecho y no se arrepienten, están excomulgados.
Luego que terminó la misa, un grupo de gente influyente se quedó para hablar con Montesinos, pero este no los atendió, por lo cual decidieron apelar a las autoridades y hasta la Corte, de ser necesario, como lo fue, y el caso fue denunciado ante la Corte. Sabemos que las cartas enviadas al rey alborotaron a todo mundo, por cuanto muchos de los principales jerarcas de la Corte, estaban involucrados en aquellas negociaciones esclavistas y en las explotaciones mineras donde tantos indígenas morían de fatiga y de hambre. También sabemos que el propio Monarca llamó al Arzobispo de Sevilla, García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias y al Vicario de la Orden Dominica, fray Domingo de Mendoza, que menos mal, conocía muy bien las andanzas de los revoltosos; y no solo al Rey escribieron los isleños, sino que confabularon contra Pedro y sus compañeros, al propio Tesorero Real, Don Miguel de Pasamonte, que tenía sus intereses en aquella desgraciada empresa.



MONTESINOS Y LA CONSPIRACIÓN.

La conspiración de los isleños, tomó cuerpo, cuando lograron involucrar a los franciscanos de Santo Domino, que llegaron a la isla quisqueyana muchos años antes que los dominicos y convivían perfectamente bien con aquel estado de cosas.  Entre estos estaba Alonso de Espinal, que era un hombre de oración, amable y caritativo, pero cándido en extremo. A este convencieron para que viajara a la Corte y hablara en nombre del pueblo de Santo Domingo, con el Rey, so pretexto del amotinamiento de los indios con lo cual lo sedujeron. El buen padre aceptó el encargo más por ignorancia que por maldad, y preparó su viaje. Con él enviaron cartas al Obispo de Burgos, Don Juan de Fonseca, también al Secretario del Rey, Lope Conchillos; al Camarero Real, Juan Cabrero, y, en fin, a todo el Consejo que se ocupaba a de las cosas de Indias.
Pedro supo de toda esta conspiración y habló con Fr. Domingo de Mendoza, para pedir su consejo.  Fray Domingo lo escuchó con tristeza, puso sus manos sobre los hombros de Pedro, oraron largo rato y al cabo le dijo: -Hijo mío, vais a tener que viajar a la Corte. Os esperan días aciagos. Tendréis que velar a las puertas de Palacio para que os reciban, tal vez mucho tiempo, pero debéis defender vuestra causa, que es la causa de Jesús, bendito sea su santo nombre. No podéis permitir que estos pecadores esclavistas, inhumanos, terminen con lo que tanto os ha costado, a vos y a todos los que os acompañamos.
Pedro decidió enviar a Montesinos a defender la causa, que ya se llamaba y era conocida como la causa de los cristianos, porque conociéndolo, sabía que hablaría con el propio Rey.  Así que partieron para España, por una parte, Alonso de Espinal, y por la otra, Antonio de Montesinos.
Ya en la Corte, a Montesinos no lo recibieron, en cambio a fray Alfonso de Espinal, no solo lo recibieron con bombos y platillos, ya que los caudillos de la Isla le habían abonado el terreno. Apenas llegó a Palacio, el tal Juan Cabrero, se ingenió para introducirlo en el Despacho del Rey, y este lo sentó a su lado para escucharlo, y lo trató como un santo, que en verdad se lo ganaba por su modestia y la hermosura de su semblante, y sus maneras dulces y discretas. Alonso de Espinal entrego al Monarca un memorial con las denuncias, y las cartas que traía; y el Rey, que era Don Fernando el católico, las recibió con harto placer.  Era un informe pormenorizado, del cual no se tiene noticias ciertas, ni creo que nadie lo haya leído; pero por la deferencia que mostraban con él los esclavizadores y comerciantes de perlas y minas de oro y plata, se da por seguro que el informe iba por esos caminos, llenos de elogios para ellos y de mentiras contra los dominicos y sus obras.
El pobre Montesinos, no podía dar cumplimiento a su misión y desesperaba, porque se le oponían mil dificultades. Todos los días iba a las puertas del Palacio y nadie se fijaba en él. Trataba inútilmente de ver al Rey o a cualquier otra persona influyente, y nada adelantaba. Las cosas marchaban de mal en peor. 
El Provincial de Castilla escribió a Pedro, mientras el pobre Montesinos sufría tantas calamidades, ordenándole que se retractase de las cosas dichas en los sermones, porque había alarmado y perjudicado a personas muy allegadas al Rey, y todo ello había creado una gran consternación en el Reino.  Sin embargo, al final de la carta, el Provincial, que bien conocía a Pedro, suplicaba humildemente a su superior espiritual, y él lo entendía así.
Sin embargo, Montesinos no se daba por vencido en su empeño de ver al Rey. Sucedió, que un día, estando Montesinos haciendo su “guardia”, el portero que bien lo conocía y tenía orden de no dejarlo pasar por ningún motivo, se descuidó o se hizo el descuidado, en el momento en que un fraile de servicio, entró al Despacho del Rey y dejó abierta la puerta. Montesinos no esperó más, y entró como alma penante, y fue a caer de rodillas a los pies de Fernando.
Don Fernando de Aragón, el monarca más poderoso de la tierra, quedó estupefacto, pero rápidamente se repuso, y dijo: -Padre, ¿Qué os pasa, porque entráis así?  ¿Quién os persigue? ¿Qué buscáis?  Y lo tomó de las manos y levántalo hasta que sus ojos quedaron parejos. 

“Solo quiero que me escuchéis… Quiero hablar con vos sobre cosas que interesan a vuestros súbditos…y que de otra suerte no podré hacerlo…
Don Fernando comprendió cuantas dificultades habría pasado el buen padre para llegar hasta él. Sentase en el trono y se dispuso a escucharlo. En ese momento entraron varios dignatarios con el Cabrero al frente, para sacar a Montesinos. El Rey les hizo una seña y todos salieron…y buscando los ojos de Antón, dijo – Bien padre, os escucharé, soy todo oídos… todo lo que tengáis que decirme, hablad…y plugo a Dios, porque no me hagáis perder el tiempo…
Montesinos llevaba consigo un pergamino en el cual había escrito capitulo por capitulo, todos los pecados, maldades, vejaciones y crímenes, cometidos por los españoles en la isla y en sus otros dominios; con nombres, lugares, fechas y testigos de las denuncias que habían hecho los dominicos y sus circunstancias, y sobre todo, suscritas, firmadas y refrendadas por fray Pedro de Córdoba, su Vicario de las Indias; y al terminar de leer el pergamino, preguntó a su majestad  - ¿Vuestra Alteza manda hacer y cometer estos crímenes…?
Fernando, levantándose respondió - ¡No por Dios, ni tal mandé en mi vida…! Pues…no puedo yo responder por todos en mi reino…Pero comprendió la magnitud de la denuncia y agregó – Hijo proveeré que se resuelva a vuestra satisfacción. Luego dando unas palmadas, aparecieron dos sirvientes y les mando –Llevad al padre y dadle alojamiento en palacio, desde hoy el será mi huésped, atendedlo con diligencia.

LAS LEYES DE BURGOS

Es indudable que el Rey quedó impresionado con la personalidad de Montesinos, por su elocuencia, sus maneras y el halo de santidad que lo elevaba sobre los demás. Al otro día, de esta intempestiva entrevista, el Rey convocó un Consejo Extraordinario formado por el obispo de Palencia Don Juan Rodríguez de Fonseca, Hernando de La Vega, hombre prudente y sabio; Luis Zapata, de iguales dones y que era conocido como el Rey Chequito por la influencia que tenía en la Corte; y el licenciado Mexica, y el doctor Palacios Rubio, jurista ilustre y consejero de la Corte; y el licenciado Sosa, consejero perpetuo.  También convocó El Rey, a los frailes Tomás Duran, Pedro de Covarrubias y Matías de Paz, sabios teólogos, catedráticos de Salamanca.
La primera reunión de este Consejo extraordinario se efectuó en Burgos, y hasta allí se fue Montesinos, para ver de participar. Más otra vez los esbirros se lo impedían. Entonces fue en busca de fray Alfonso de Espinal, que ya estaba en Burgos con todas las prerrogativas. Fue al Convento que el francisco tiene en esa ciudad y le halló en la puerta, en momentos en que salía para el Consejo; allí mismo lo sermoneó con todas sus artes y conocimiento de la cuestión que se iba a resolver. Al principio, el buen sacerdote se oponía y no quería escucharlo, pero Montesinos estaba preparado para convencerlo, solo él, en aquellas circunstancias podía lograrlo. Lo tomó fuertemente por el brazo y lo inmovilizó para que lo escuchase, y le recito desde la A hasta la Z, le dijo hasta del mal de que iba a morir, y todo lo que tenía que decirle al buen padre. Le contó sobre el memorial que le trajo al Rey, le habló de los crímenes, torturas, vejaciones, que cometía los esclavistas, y se los enumeró un por uno, y le dijo: -Si vos compartís esos delitos también compartirás el infierno; y el peor es el que llevarás aquí en la tierra, cuando se conozcan todos los crímenes que se cometen contra esas criaturas inocentes. Vos no podéis ser cómplice de tantos crímenes contra Jesús, bendito sea su santo nombre. Vos estudiasteis para hacer el bien, para sacrificaros, para no pecar, para trasformar el odio en amor, para llevar la paz, para no padecer de codicia. Pero ¿Qué vais a hacer con vuestra vida? ¿Y peor aún, con vuestra alma? ¿Es que no podéis entenderlo? ¿Qué clase de hombre sois?
En el corazón del buen padre operó la maravilla del Espíritu Santo, y entre sollozos respondió –Padre sea por amor de Dios, la caridad que me hace, de iluminarme en todo esto, decidme, ¿Qué debo hacer para enmendar mi culpa, mi ignorancia, o tal vez mi vanidad y soberbia? 
Hermano, si sois sincero, que Dios os perdone, y yo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os absuelvo de todos los pecados que habéis cometido, pero en adelante no peques más, y apartaos de los malvados, abriga en vuestro corazón solo amor. Dios tiene paciencia y perdona. Yo os ayudaré a salir de esta emboscada que os ha tendido el Maligno. Busca en tu vida material la senda del dolor y el sacrificio, el amor al prójimo, como nos enseñó Jesús, bendito sea su santo nombre: entre los pobres, los que sufren, los que lloran, los que no tiene nada, los enfermos, los afligidos, los indiecitos de La Española, que esa es la senda en la cual encontrarás la paz y el auxilio para tu espíritu. Solo tienes que arrepentirte y apartarte de la maldad, no permitas que otra vez os utilicen, aunque en ello vaya vuestra vida. Id en paz.
Desde ese día Montesinos contó con la devoción del franciscano, que lo amó tiernamente como era de su natural temperamento; tenía acceso al Consejo y precisamente allí fue su mejor aliado pues le informaba de cada y como iban los acontecimientos, y él los manejaba por los hilillos que le dejaban.
Cuando el Consejo de Burgos aprobó la Ley, que fue la primera de Indias, el de Espinal voló en solicitud de Antón, y le dijo: -Hermano, habéis obtenido un triunfo inigualable, el mismo Rey Fernando, dijo que esa ley os pertenecía, que aspiraba que hiciese mucho bien para sus súbditos del Nuevo Mundo.  Antón, no respondió inmediatamente, se arrodilló y oró largo rato, tomado de la mano de Alfonso de Espinal, que respetuosamente lo acompañó en sus oraciones, y ambos dieron gracias y alabanzas al Señor. Luego Antón dijo: -Es cierto que merezco ese reconocimiento, pero si mi superior no me hubiese enviado y fortalecido con sus enseñanzas y ejemplo, no lo hubiese logrado. Esto es el resultado de un trabajo comunitario que no me pertenece ni puede pertenecerme. Vos también tenéis buena parte de ese triunfo de la virtud. Allí estuviste vigilante, participando activamente en las deliberaciones y en la aprobación definitiva de esas reglas. Ahora decidme ¿cuáles son los aspectos que se trataron y aprobaron?
No puedo repetir todo el texto de la Ley, ya se verá publicada, pero si os puedo informar sobre algunos aspectos, tratados y aprobados. Por ejemplo, se aceptó que los indios son libres y deben ser instruidos en la fe; que su trabajo debe ser remunerado y de tal naturaleza, que no atente contra la dignidad de su persona, que deben trabajar en condiciones justas; que el salario sea suficiente; que se les respete el descanso semanal. Ya las estudiaréis, os procuraré una copia de la Cédula Real que la promulgará, para que hagáis las observaciones que quisieres.  
Las leyes de Burgos abrieron el camino para otras leyes, cada vez más acertadas; el Consejo trabajó desde entonces, incasablemente.  A ese movimiento se le conoce como Capítulo de Pedro de Córdoba, y a Montesinos y demás de su Orden, como Los Cruzados de Pedro de Córdoba. Así comenzó la gran batalla de aquellos dominicos, que avanzaron en nombre de Jesús, bendito sea su santo nombre. No pocos obstáculos se presentaron para iluminar el corazón del Imperio, pero con el desarrollo de una actividad permanente, el sacrificio y las oraciones, contra todo un poder constituido, la codicia, los intereses creados, se logró el tesoro inextinguible de las Leyes de Indias.   
Montesinos regresó a Santo Domingo; Pedro recibió de sus manos, las leyes de Burgos, y no se conformó con ellas, aunque le pareció un paso gigantesco, y sobre todo admiró y bendijo el trabajo de su comisionado, y también justificó al bueno de Alfonso de Espinal, por su arrepentimiento y su actitud valiente en defensa de los indios.  Desde entonces los dominicos y los franciscanos trabajaron juntos en la cruzada evangelizadora.
Las leyes no surtieron el efecto que se esperaba. No mejoró en nada la condición de los indígenas. Los encomenderos procuraron y lograron burlarse de ellas, pese a que algunos fueron a la cárcel, casi de inmediato fueron puestos en libertad por los jueces, la mayor parte comprometidos en el tráfico de esclavos y en la explotación de las minas. Luego aquellos que fueron enjuiciados arremetieron y se vengaron de la persecución de la justicia, en los mismos esclavos y con más saña. Se aprovecharon de las rendijas que les dejaba la ley.


LAS PERIPECIAS DE PEDRO Y LAS LEYES DE VALLADOLID

Pedro no lo pensó más, decidió irse a La Corte, además tenía que responder al Provincial de su Orden, sobre la inquisición formulada en su misiva.   Así fue como partió para España en 1512. Se trasladó al puerto de Isabela, donde había un galeón a punto de partir. La jornada entre Santo Domingo e Isabela, fue larga y peligrosa. Se fue con algunos compañeros, salió de madrugada a pie, porque no había otra forma de ir hasta aquel puerto.  Durante cuatro días caminó por parajes inhóspitos, dormían poco y al descampado, se alimentaban con algunas cosillas que encontraban en el camino, sobre todo frutos silvestres que ya conocían, porque no quisieron llevar absolutamente nada de sus viandas habituales, que les impidieran ir rápido y libremente, y también contaban con muchas cosas de los naturales que los trataban con simpatía, como si supiesen a lo que iba aquel apóstol que sufría por ellos.   En ningún momento hubo nada que lamentar del trato de los indios. Llegaron a Isabela y la encontraron en peores condiciones, totalmente destruida por los vientos, desde la vez anterior estaba abandonada; pero allí estaba el galeón, el más hermoso que jamás habían visto.
Aun pasamos en La Isabela diez días fondeados, haciendo algunos arreglos y esperando bastimentos negociados con los indígenas, sobre todo casabe, maíz y pescado salado. 
 El día de la partida desde el puerto de Isabela, nos reunimos en la cabina del Capitán, y después de acordarnos en varios asuntos despegamos a las seis de la mañana, del día de Reyes, 5 de enero de 1512. Seguiríamos las cartas del Almirante del Mar Océano, que Dios guarde en la gloria, buscando la isla de La Trinidad, donde deberíamos surgir para tomar otras provisiones que harían falta, y así lo hicimos. Tomamos dos días en puerto Colón, donde admitimos seis pasajeros, personas importantes que viajaban a España.  El día1 6 salimos para las Islas Canarias, al puerto de Las Palmas, donde surgimos el 15 de febrero. 
El 25 llegamos al Puerto de Barcelona, donde nos esperaba una comitiva de la empresa naviera. El puerto queda en la desembocadura de “Las Ramblas”, que es un lecho grande de arenas por donde pasan las aguas de lluvia de la gran ciudad.  Salidos del barco, Pedro fue directamente a la iglesia de Santa Catherine, que es la de su Orden, donde tenía amigos. Esta Iglesia, bastante modesta, queda cerca de la Catedral, fuera de sus extendidas murallas. Habíamos subido Las Ramblas, caminamos casi toda la calle Hospital, bordeamos la muralla, unas callejuelas que dan a la Plaza Nueva, y llegamos a la iglesia. Me despedí y él se quedó varios días preparando su viaje para Castilla.

PEDRO EN VALLADOLID

Llegó a Burgos el 10 de marzo, por la vía de Logroño, e allí le informaron que el Rey estaba en Valladolid.  Se quedó varios días recabando información sobre el trabajo del Consejo y de sus miembros, por ver si alguna de aquellas personalidades le podía ayudar en su misión, pero todos habían partido con la Corte. De Burgos salió a pie, porque no pudo encontrar otro medio, y a él le complacía caminar.  Sin embargo, en el camino siempre encontraba gente amable que lo invitaba a cabalgar con ellos o montar en sus carretas; así llegó a las puertas del Palacio Provincial en Valladolid a las 6 de la mañana del día 19, y ya se sabía que venía, porque de inmediato le dejaron entrar.  Lo condujeron al comedor y le brindaron un buen desayuno, un trozo de pan con queso manchego y un tarro de leche de cabra. Luego van al salón, donde Pedro, como era su costumbre, se mantuvo bastante rato de pie, hasta que vio un crucifijo en un altarcillo con reclinatorio, muy bien dispuesto. Allí cayó de rodillas, oro y sumiese en profunda meditación y adoración del Señor, sin percatarse del tiempo. Había trascurrido más o menos una hora, cuando escuchó a su lado una tosecilla, se incorporó presto para ver de dónde venía, y se encontró cara a cara con fray García de Loaiza, Cardenal Presidente del Consejo de Indias, y con fray Agulatín de Funes, Provincial de la Orden Dominica en España.  Pedro se acercó preferentemente al Cardenal, se arrodilló según su costumbre y esperó que le hablase. El Cardenal le dijo dulcemente –Hace mucho tiempo que espero veros, hijo mío; pero venid, no quise interrumpir vuestro diálogo con el Santísimo, sé que es vuestro consuelo; y también sé que os escucha. He oído muchas cosas vuestras y todas son admirables a los ojos de Dios. Venid, acompañadnos, caminemos un poco y hablemos. En este salón hay demasiados oídos. Todos espían nuestros pasos, debes tener mucho cuidado con lo que haces y dices.

Qué alegría me da oírlo hablar así, Santo Padre –dijo Pedro, con manifiesta complicidad-   sin embargo lo único que me preocupa cuidar, y es lo que temo perder, es mi alma; pero también considero y creo, que mi Señor Jesús, bendito sea su santo nombre, la tiene muy protegida. Usted si tiene que cuidarse, porque es el Pastor de un numeroso rebaño, y si el Pastor se pierde, se pierde el rebaño.
El Cardenal insistió y dijo – Bien, Pedro, contadnos ¿Por qué os persiguen en La Española? –
Los tres dignatarios se detuvieron en un jardincillo, cerrado de   parrales, y se acomodaron en un banquillo de madera labrada bastante cómodo para los tres. -Pedro, les pidió que lo perdonaran si el relato se hacía largo y tedioso; pero os lo voy a referir con todos los detalles.  Entonces les contó con pelos y señales, todo lo que sucedía en el Nuevo Mundo, y sobre todo lo que había visto y oído desde que llegó a La Española; y las denuncias que se había visto obligado a hacer por no parecer cómplice de tantos crímenes.
Díjole-   cuando llegaron nuestros hermanos a la española, había cinco provincias ordenadas y densamente pobladas; con sus familias y gobernantes, que son los que llaman Caciques. Hoy todo ha desaparecido. Había una provincia que ahora se llama La Vega, que se extiende de Norte a Sur, que conozco muy bien porque la he recorrido dos veces. Ocupa diez leguas españolas, tiene altas montañas y ríos navegables como el Ebro, Duero o Guadalquivir, es la provincia o reino del cacique Guarines, de quien seguramente habéis oído hablar por su riqueza; es fama que tenía una servidumbre de diez y seis mil hombres en la sola provincia del Cibao, donde están las minas de oro más ricas que puedan imaginar. Este Rey ordenó a cada uno de sus súbditos llenar de oro un cuenco hecho de cuero de cascabel para obsequiar a su Alteza Real, a condición de que no obligaran a su pueblo a buscar más oro porque no sabían hacerlo en las minas; que su pueblo si podía trabajar labranzas desde Isabela hasta Santo Domingo, si se lo mandase su Alteza Real. No fue escuchado, fue perseguido hasta la provincia de Caguayo, donde mataron a sus defensores, lo tomaron prisionero y lo enviaron a Castilla con una gran carga de oro que se perdió en el mar, junto con sus captores.   
Aquellos dos hombres lloraban, sus lágrimas corrían libremente, pero el Cardenal le dijo a Pedro –Continúa hijo mío, sabes que soy un viejo muy tonto-    Y Pedro continuó… En otra parte de la española, esta una provincia que dimos en llamar Puerto Real, lindando con La Vega o Cibao, que fue totalmente destruida; era el territorio del cacique Guacanagarí, Provincia de Marién, con más superficie que le Reino de Portugal. Los señores de esta tierra eran harto ricos; los conozco, traté mucho con ellos. El cacique fue quien recibió al Almirante Cristóbal Colón, y lo colmó de presentes y atenciones, en su primer viaje en 1492, y el premio que se le dio fue la persecución más infame y odiosa que imaginarse pueda; para su familia, todo su pueblo y con toda saña, para él. El cacique se internó en las montañas y allí murió. ¡Solo Dios sabe cómo!
El Cardenal se llevó las manos al rostro y exclamó: ¡Apiádate de mi Santo Padre, no soporto más oír tantas crueldades! ¡¿Es posible que el hombre sea capaz de tanta crueldad, sin ningún motivo?!
  Señor. Creo que vuestra excelencia conoce la historia de Canoabo, porque se han contado tantas versiones temerarias y complacientes, acerca de su muerte. El cacique era de la provincia de Maguana, que sirvió al reino más y mejor que ningún otro súbdito en aquellas provincias ultramarinas. Lo tomaron preso y lo encadenaron en uno de seis navíos que se perdieron en medio de terrible tormenta, frente al puerto de santo Domingo.  Luego persiguieron y mataron a sus cuatro hermanos, para que no quedaran testigos. Y del cacique Behechio y su hermana la hermosa princesa Anacaona, del reino de Xaraguá, que, junto con otros personajes de su Corte, fueron perseguidos sin ningún motivo, apresados y encadenados. Luego los encerraron en una casa grande y le prendieron fuego, menos a la bella princesa que ajusticiaron en medio de torturas espantosas y burlas inenarrables. La ahorcaron junto a su madre la anciana reina Higuanama, de la provincia de Higuey. ¡Oh Señor!, yo vi exterminar a estos pueblos. Lo que os relato es una visión sutil de lo que verdaderamente está ocurriendo.
El Cardenal lo escuchaba con el corazón a punto de estallarle, pero lo alentó a continuar en su cruzada, más le dijo: -Hijo mío, en esto te va la vida, vais a luchar no solo contra esos criminales, sino contra sus intereses, que valen para ellos más que sus propias vidas y sus ánimas. Vais a luchar contra la distancia, que creo es vuestro peor enemigo, pues se dé cierto, que el católico, os escuchará cuantas veces quisiéredes, y tratará de ponerle remedio, pero sus órdenes no serán oídas, ni acatadas o serán burladas con sutiles artimañas.
Pedro lo escuchó con devoción, y sus lágrimas corrían por sus mejillas por comprender lo imposible de aplacar los crímenes que se cometían y continuarían cometiéndose con aquellos pobrecillos indefensos, que ya quería y amaba como si fueran sus verdaderos hijos. Entonces recordaba sus ojillos llenos de espanto y no sabía que podía hacer; pero volvería a procurar de hacerlo. Cristo, bendito sea su santo nombre, debería ver por él y darle el valor y la sabiduría necesarias para proceder más conforme con su misión.
Vi a Pedro tantas veces arrodillado ante el Santísimo, pidiéndole a la Virgen Purísima, nuestra Santa Madre, que intercediera ante el Padre Eterno, en nombre de su hijo Jesús Cristo, para que le diera el valor y la inteligencia necesaria para afrontar su compromiso con los más débiles. Entonces lloraba mansamente durante días y noches enteras. Mortificaba su cuerpo hasta que iban a sacarlo y alimentarlo, porque caía sin sentido.

En Valladolid le informaron sobre las peripecias de Montesinos, y esa fue una de sus pocas alegrías que celebró con una sonrisa y una oración.   De las leyes aprobadas para favorecer a los indígenas de toda la América Española, lo que Pedro agradeció, por el esfuerzo que significaba y el destino provisor que de ello se derivaría para el futuro, y pese a todo lo que continuaría en esta generación. Sin embargo, la lucha de él apenas comenzaba, y ya iba a formular objeciones a esas leyes para perfeccionarlas.  No había quedado conforme porque había muchas maneras de violarlas dentro de la legitimidad porque no señalaban castigos para los infractores, más bien se les respetan sus privilegios, y decidió planteárselos al Monarca, para ponerlo al tanto de sus preocupaciones, y así se lo manifestó al Cardenal, por lo cual pidió con respeto y acatamiento, el permiso necesario y la solicitud de una audiencia con El Católico.
La audiencia se le concedió inmediatamente, no solo por lo importante del asunto, sino que el Rey deseaba conocerlo. Y fue ante él, solo con su gran amor en el corazón, con el mismo vestido que trajo para el camino. Se detuvo frente al portero del Palacio, y le dijo tan solo: -Hijo mío, Don Fernando me espera, anda y dile que Pedro está aquí. El portero sorprendido, lo miró de abajo arriba, sonrió, y no se movió. Pedro se hizo el desentendido, sacó la carta del Rey y se la entregó. El hombre entre incrédulo y curioso, vio la carta de la audiencia, se encogió de hombros y le dijo: ¿Pues ve, si os reciben con esa facha? ¡Que el diablo me coja!
Así mismo se presentó ante Fernando, cubierto con el polvo de tantas jornadas; pero el Rey, que Dios bendiga, no se fijó en eso, sino en los ojos de Pedro, porque casi lo esperaba y cuando supo que era llegado, mandó luego que lo trajeran y cuando lo tuvo en su presencia lo tomó de los brazos y lo besó en las mejillas como a un viejo amigo. Pedro se arrodilló para dar gracias a Dios que había escuchado sus plegarias y así se manifestaba. De luego el rey le ruega que se ponga de pie y porfía que no debe hacerlo ante él por no ser digno de ello, más Pedro no lo escuchaba, estaba en intima comunión con Jesús y así lo supo el Rey y aguardó pacientemente que se levantara y saliera de aquel estado de arrobamiento.
Perdonadme Majestad, estoy cansado, y sus lágrimas corrían libremente y también al viejo monarca se le saltaba las lágrimas y su mente, sin saber porque viajaba a su amada Isabel sin saber a qué se debía aquel acceso de ternura. Luego más calmado, Pedro comenzó a explicarle el propósito que lo llevaba. Habló mucho tiempo. Sus palabras taladraban el corazón del Monarca, que escuchaba prendado al espíritu de Cristo, que hablaba por aquella santa boca. Pedro historió desde que fue nombrado y enviado a La Española, habló de las cosas que había conocido y de las que había hecho junto con sus colaboradores; de las maravillas del Nuevo Mundo, de su gente, de sus naciones. El Rey, por saber algo de los indios, le preguntó sobre algo que había escuchado, sobre si los indios eran bárbaros, antropófagos, haraganes, borrachos, y si es verdad que había que darles de comer como a incapaces, y otras consejas que le contaba gente como Lope Conchillos, Fonseca, etc., interesados en mantener sus encomiendas y “rescates”. A todo ello respondió Pedro sencillamente: -Esos hombres y sus familias han vivido en sus naciones tantos siglos como nosotros en la nuestra, y nunca necesitaron que fuésemos a darles de comer. Ahora en cautiverio, pues, si no comen se mueren-
El Rey no preguntó otra cosa, sino que le demandó que se hiciese cargo del gobierno de las Indias, como las llamaba, a ver de remediar los males que él no podía hacer.  Mas Pedro se rehusó, y le respondió humildemente: -Alteza, no es de mi profesión meterme en negocios tan arduos, cada uno a su responsabilidad; os suplico que no me lo mandéis; pero si quiero pediros un gran servicio. -De que se trata- inquirió el Rey.  Quiero proponer algunas modificaciones a las leyes de Burgos, por cuanto no son suficientes para mejorar el trato que se da a los naturales de las Indias, y tampoco son dignas de vuestra Majestad; y creo que Cristo Jesús, bendito sea su santo nombre, no las tomará por venidas de vos y de vuestra sabiduría, sino impuestas por gente interesada en no modificar el orden establecido con su secuela de crueldad, especulación y codicia.
Oyolo atónito el Rey; creía haber hecho todo lo más, ordenado a sus mejores consejeros que hiciesen una ley humanitaria para aquellos pueblos, y venía uno solo que le decía que había mandado mal y así parecía que era. Al Rey le dolió mucho la cabeza aquel día y no pudo entender como soportaba a Pedro, y sin embargo así fue y hasta le dio explicaciones y razones que a nadie podía dar, ni que lo obligasen. Entonces dijo a Pedro: -Bien, si no son buenas para Cristo, tampoco son buenas para mí y se deben modificar, y así se hará. Convocaré un nuevo Consejo, y vos le explicaréis lo que deseas. El resultado os será consultado y cuando sean buenas, serán promulgadas y si son malas, serán retenidas.
Así fue que el Rey más poderoso del Orbe, convocó en Valladolid, un nuevo Consejo, formado por los anteriores dignatarios que formaron el Consejo de Burgos, ahora reforzados por otras personas destacadas, como el licenciado Santiago, Don Juan de Fonseca y los teólogos de Salamanca, fray Tomás de Matienzo y Alonso Bustillo. 

De seguro Pedro asistió a esas sesiones como crítico y consejero, aunque no aparece entre los firmantes de esas leyes. Tampoco se quedó en Palacio, pese a la invitación del Rey, eso no era de su habitual comportamiento. La casa donde se alojó, estaba muy cerca de Palacio,  pertenecía a  una dama muy respetada a quien apodaban María La Brava, que aún se conserva y es patrimonio histórico de la ciudad de  Valladolid; que se la ofreció la propia dama a Pedro, por haber oído del Rey, que era un caballero de gran autoridad, y  persona en sí  que fácilmente, quien quiera que lo veía y hablaba y oía, conocía morar Dios en él  y tener dentro de si  adoramiento y ejercicio de santidad, y que él, el Rey, concibió grandísima estima y tractábalo como santo.

Las leyes de Valladolid, después de amplias discusiones con la intervención de juristas y teólogos, fueron firmadas por Tomás de Matienzo, Alonso de Bustillos, Lic. Santiago y Dr. Palacios Rubio. Pedro se sintió burlado, pero se conformó con la inclusión de algunas reglas, a pesar de saber que eran insuficientes, y que le aguardaba una larga lucha y no pararía de hacerla en toda su vida.

ENUNCIADO DEL PROYECTO DE EVANGELIZACIÓN

Pedro se quedó en Valladolid un tiempo más y trabó muy buenas relaciones con el Rey, de tal suerte que enviaban de la Corte a por él, y el Rey le consultaba hasta en cosas familiares que debía decidir, e inclusive de política que a veces se veía obligado a suscribir y aplicar. También porfiaba casi siempre, que Pedro debía aceptar el gobierno de las Indias, hasta que un día Pedro le dijo:
_Alteza, he pensado en un modo de volver a las Indias.  El Rey le dijo-Muy bien, os escucho.
–Quiero ir a la tierra firme en parte donde españoles no vayan. Solo con la cruz de Cristo y unos pocos misioneros, para evangelizar a los indios en la paz de Cristo, porque ya en La Española, el mal ha crecido tato que no se podrá erradicar, sino a un costo muy alto, y Alteza, no podréis aplacarlo con leyes, ni por la fuerza. Pero un proyecto nuevo, con misioneros honrados y trabajadores, así lo quiero, si vos me lo ordenáis. 
Fernando que había soñado con aquel acontecimiento, y que días antes, el 14 de mayo de 1513, había consultado con sus consejeros sobre la posibilidad de mandar, a Tierra firme, una expedición para iniciar la colonización de aquellas provincias; y ¡Dios bendito!  El propio Pedro, a quien tanto amaba, se lo pedía. ¿Qué más podía desear? Le dijo
–Os lo prometo, iréis este mismo año a tierra firme, con todo lo que queráis. Hacedme de inmediato un memorial detallado de lo que necesitéis, y ya está concedido.

La noticia corrió como pólvora encendida por los corrediles del palacio; no se hablaba de otra cosa. Aquellos que antes se atrevían contra él, fueron los más sumisos y sus mejores consejeros. Desde ese momento, Pedro fue asediado por decenas de personas interesadas en el proyecto, no le dejaron descanso. Para el 10 de abril salieron los primeros despachos reales: dos cédulas dirigidas a los oficiales de la Casa de la Contratación de las Indias en Sevilla, y otra para el Dr. Sancho de Matienzo, tesorero de la dicha casa, para que se le diera pasaje y mantenimiento vía La Española, a fray Pedro de Córdoba y 15 frailes más, que le acompañan, y así mismo lo proveáis a su contentamiento de lo contenido en el memorial que os presentará, y así me serviréis.  

Pedro se trasladó a Sevilla con su comitiva, presentó las catas credenciales a los oficiales, y al Dr. Sancho de Matienzo, que de inmediato le dio cabida y procedió con la mayor diligencia, según la orden de su Majestad, en preparación de la expedición. Se gastaron, según Don Sancho, más de 400 mil maravedíes. Se ofrecieron y fueron contratados los mejores artesanos del Imperio, no se regateó en el matalotaje ni bagatelas, sino que todo se adquirió en abundancia, en especial las imágenes de la Virgen y del Crucificado, y para la construcción de iglesias y todo lo relacionado con la albañilería, fue de primera importancia: ladrillos, ornamentos, clavos, las herramientas, todo supervisado por Pedro. El 14 de junio partió la expedición desde Sevilla, en un gran navío de 150 toneladas con rumbo a La Española, bien equipado, con 50 tripulantes y 250 pasajeros, y lego a puerto el 18 de julio a Sto. Domingo.

Pedro daba la misa en la cubierta del navío todos los días a las 7   de la mañana, la buena noticia era el principal alimento esperado por todos a bordo, la paz de Pedro confortaba a los viajeros, la mayor parte asustados ante la inmensidad del océano. Muchos se le acercaban para buscar alivio a sus tormentos y frustraciones y de verdad lo encontraban. Pedro se recostaba luego en la cuaderna y allí lo rodeaban, él confesaba y daba la paz de su palabra. Les contaba anécdotas de los santos y parábolas nuevas, que servía de modelo para sus vidas.
Cierta vez, Pedro les hablaba sobre su propia filosofía, y decía que los hombres inventaban nuevas religiones, creaban sectas, nuevos credos, muchas muy bellas y bien intencionadas, pero que esos modos de amar a Dios, eran simples sustituciones de la verdadera iglesia de Cristo.  La iglesia instituida es la católica, y ahora tiene 1500 años estudiando la mejor manera de amar a Dios. Los doctores de la iglesia se han esmerado en perfeccionar el acto amatorio que debemos al Creador. No es fácil llegar a Dios, ni siquiera dentro de la liturgia católica, entonces ¿Cómo será dentro de estas sustituciones imperfectas? Si no creemos en los sacerdotes católicos que pasan la vida estudiando la forma de acercarse a Dios, ¿Cómo lo pueden lograr otras formas menos perfectas? La filosofía ha ido avanzando y dispersándose mediante el sistema de las sustituciones del tronco común del conocimiento de Dios, en ramas que a la vez también se han dividido y el hombre se pierde entre tantas ramas diversas, aunque tengan una meta común -Estos conceptos y otros se encuentran en el Apéndice de esta Obra. 

34 días después, sorteando algunos contratiempos, llegamos al puerto de Santo Domingo, en La Española el 18 de julio. Las autoridades, de la isla el Lic. Marcelo de Villalobos y Juan Ortiz de Matienzo, el Vicario Domingo de Mendoza y los dominicos: Montesinos, Betanzos, Tomas de Ortiz, y los franciscanos Alfonso de Espinal y Francisco de Córdoba, nos esperaban en el puerto. Pedro entregó las cartas reales y pidió que lo condujeran a presencia del Almirante Diego Colón, para entregarle personalmente los despachos y la carta del católico. Y así fue conducido ante él, y le entregó la carta y los despachos reales, en los que se daba cuenta de la misión que se le había encomendado.

Don Diego se mostró muy preocupado, y le dijo a Pedro: -Padre, sabéis a lo que os exponéis, en ello os va la vida.  Vos no conocéis esas tierras ni esas gentes. Sé que no teméis, pero, atended un ruego de esta persona que os ama, tomad las precauciones necesarias. Deseo que llevéis una escolta. No me sobran hombres, sin embargo, puedo disponer de por lo menos 10 hombres diestros en el trato con los indios.   Están a vuestras órdenes.

¡No Alteza!, solo necesito un hombre o mujer que sirva de intérprete. No quiero hombres armados a mi lado, solo las cosas sagradas son imprescindibles, y los bastimentos que están en el navío. Necesito una orden vuestra para cargar casabi en la Isla de la Mona, lo demás lo tenemos en abundancia. Más vos tenéis razón en cuanto a las precauciones que debo tomar, y mientras preparamos la expedición definitiva para asentarnos en un buen lugar en la tierra firme, las tomaremos, no tengáis cuidado; enviaremos exploradores, para ver donde pararemos. Todo saldrá bien, Dios de por medio.





Citas.

1.-Demetrio Ramos. Estudios de Historia Venezolana. 1976.
2.-Bartolomé de Las Casas. Historia de las Indias.
3.-Ibidem.
4.-Boletín del Chiev.
5.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
6.-Ibidem.
7.-Ibidem.
8.-Ramón Badaracco- Colección de El Periódico de Sucre, y otras investigaciones.
9.-Ibidem.
10.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
11.-Ibidem
12.-Ibidem.


LIBRO SEGUNDO

LA FUNDACION DE CUMANA

“El capítulo de Córdoba será la piedra miliar luminosa, a la que hay que mirar, y de la que hay que partir, para el análisis de los inicios de la evangelización del Oriente de Venezuela”.  Álvaro Huerga. (13)

En mi opinión, la fundación de Cumaná fue la empresa humanitaria más luminosa y gloriosa llevada a cabo por españoles en tierras americanas. Fue un hecho que se produjo en base al proyecto presentado y discutido por Pedro de Córdoba con Fernando de Aragón, el católico, Rey del Imperio Español, el más poderoso de la tierra en aquellos tiempos, en cuyos dominios “no se ponía el sol”.

Este humilde fraile dominico con su prédica a favor de los indios, conmovió los cimientos políticos, jurídicos y filosóficos que regían la conquista del Continente Americano, y   obligó al Soberano Fernando “El Católico”, a promulgar leyes humanitarias para las colonias – las leyes de Burgos y Valladolid, que son las primeras que se dictan, por orden del Rey al Consejo Real convocado al efecto, para dignificar el trato con los súbditos americanos. Las leyes de Indias constituyen un monumento jurídico dejado por España, en el cual se pueden estudiar muchos aspectos del proceso colonizador: desde la estructura jurídica, política, social y religiosa, hasta los actos más resaltantes del proceso colonizador: planificación, ejecución y ejecutores.

 La fundación de Cumaná está íntimamente ligada a la vida y la obra de fray Pedro de Córdoba; porque el escogió el lugar para iniciar la gran hazaña, y ese lugar fue en los pueblos de Cumaná y Chiribiche, su base de operaciones.

Pedro programó y ejecutó tres expediciones para fundarlos estas fueron calificadas por el historiador SJ. Hernann González Oropeza, de Expediciones Fundantes, y antes que él no hubo ningún otro autorizado por el Rey o el Vaticano, para fundar pueblos en la provincia de Nueva Andalucía; para historiarlas y hacer nuestro trabajo, seguiremos al más autorizado cronista de Indias, que fue Fray Bartolomé de Las Casas, o Casuas, en su OBRA “La Historia de las Indias” versión original, publicada en la colección Rivadeneira, Biblioteca de Autores Españoles. Obras Escogidas. Bartolomé de Las Casas, Tomo XCVI, págs.  133 y ss., y tomo CX, págs. 161 y 162; y nos apoyaremos también en las Cédulas Reales y en documentos, cartas y nutrida bibliografía, para tratar de establecer la verdad de los hechos fundacionales que nos atañen.

LA PRIMERA EXPEDICION FUNDANTE

Bartolomé de las Casas, en la obra citada, narra todo lo relacionado con la preparación de la primera expedición fundante, dice:

“Ya dijimos en el capítulo XIX, como el siervo de Dios, padre fray Pedro de Córdoba, que trujo de Santo Domingo primariamente a esta isla, fue a Castilla, y lo que allá hizo  y el crédito que el  Rey Católico le dio y en la veneración en que lo tuvo, y como,  viendo que la perdición de los indios creciendo  iba por la ceguedad de los que aconsejaban al rey, letrados, teólogos y juristas, y conociendo juntamente, que donde hubiese españoles no era posible haber predicación, doctrina, ni conversión de los indios, suplicó al rey que le diese licencia  para se ir con cierta compañía de religiosos de su orden a tierra firme, la de Paria, y por allí abajo, donde españoles no tractaban ni había, y el rey, como católico, se holgó mucho dello y le mandó prever de todo lo necesario para su viaje y estada en tierra firme a los oficiales desta isla. Conviene agora tratar de como tornó el venerable padre con sus provisiones a esta isla y como puso por obra su pasada a tierra firme.
Presentadas las provisiones reales a los oficiales del rey, luego las obedecieron, y, cuanto al cumplimiento, se ofrecieron de buena voluntad, cada y cuando que quisiese, a complillas. Y entre tanto que se aparejaba, despacho él todos los religiosos que habían de ir, los bastimentos y aparejos para edificar la casa y todo lo demás que habían de llevar y dónde y cómo habían de poblar; deliberó  el siervo de Dios enviar primero tres religiosos a tierra firme, como verdaderos apóstoles, para que solos entre los indios de la parte donde los echasen, comenzasen a predicar y tomasen muestras de la gente y de la tierra, para que de todo avisasen y sobre la relación que aquellos hiciesen lo demás ordenar.  Pidió, pues, a los oficiales del rey el dicho padre que mandasen ir un navío a echar a aquellos tres religiosos en la tierra firme, la más cercana de esta isla española, y los dejasen allá, y después, a cabo de seis meses o un año, tornase un navío a los visitar y saber lo que había sido de ellos. Los oficiales lo pusieron luego por obra, y mandaron aparejar un navío que los llevase; dista de esta isla aquella parte de tierra firme 200 leguas. Nombró el siervo de Dios para este apostolado, e impuso, en virtud de santa obediencia y remisión de sus pecados, (al padre fray Antón Montesino, de quien arriba hemos hablado, que predicó primero contra la tiranía que se usaba con los indios  y anduvo en la corte, como queda declarado), y aun religioso llamado fray Francisco de Córdoba, presentado en teología y gran siervo de Dios, natural de Córdoba, y que el padre fray Pedro mucho quería; dioles por compañero al fraile lego Juan Garcés, de quien dijimos arriba, en el Cap. 3, que siendo seglar en esta isla fue uno de los matadores y asoladores della; tambien había muerto a su mujer; el cual, después que recibió el hábito, había probado en la religión muy bien y hecho voluntaria gran penitencia. Todos tres, muy contentos y alegres, dispuestos y ofrecidos a todos los trabajos y peligros que se les pudiesen  por Cristo ofrecer, porque confiados  y seguros por la virtud de la obediencia, que de parte de Dios les era impuesta (que ninguna otra mayor seguridad el religioso en esta vida puede tener  para ser cierto que hace lo que debe y que todo lo que le sucediere  ha de ser para su bien), recibida la bendición del santo padre, se partieron;  llegados a la isla de San Juan, el padre fray Antón Montesino enfermó allí, o por el camino, de peligrosa enfermedad, de manera que pareció haber de padecer riesgo su vida, si adelante con aquella indisposición pasaba, por lo cual acordaron que se quedase allí hasta que convaleciese. El presentado y padre fray Francisco de Córdoba, y el hermano Juan Garcés, lego, fueron su viaje, (y díjose que con alegría iban cantando aquello de David: Montes Gelboe nec ros nec pluvia cadat super vos, ubi ceciderunt fortes Israel) y llegados a tierra firme, salieron en cierto pueblo, que por mi inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se llamaba; él debía ser, según imagino, la costa de Cumaná abajo. Los indios los recibieron con alegría y les dieron de comer y buen hospedaje, a ellos y a los marineros que los llevaron, y después que los marineros descansaron, tornárnosle a esta isla, de donde los oficiales del rey los habían enviado.
Pasados algunos días y quizá meses, como ya comenzaba a bullir en los españoles la codicia de las perlas que por allí se pescaban cerca, vino por allí un navío a rescatar perlas y a robar también indios, si pudiera, porque ya lo mismo se comenzaba o quería comenzar por allí otra vendimia, como en las islas de los yucayos los españoles habían hecho, de que abajo se dirá, si Dios quisiere”. (14).

Así se fraguó y realizó la primera expedición enviada por Pedro de Córdoba a Cumaná. Los primeros expedicionarios escogidos por Pedro, fueron Antonio de Montesinos, su mano derecha, dominico que iría al frente de la expedición; Francisco Fernández de Córdoba, fraile presentado en teología, de los franciscanos que siempre estuvieron con él y participaron en sus objetivos; y el lego Juan Garcés. Se dispuso de un buen navío que pusieron a su orden los oficiales del Rey en La Española; partieron posiblemente en setiembre de 1513 o 1514, según Las Casas, aunque hay detalles que justifican dudas relacionadas con esta fecha, pero no hay dudas sobre el rumbo, y el objetivo que es  el pueblo de  Cumaná, a 7 días de navegación,  200 leguas, desde Santo Domingo, cuyo trayecto ya era conocido y estudiado por las Cartas del Almirante, y desde los viajes cortos de Colón y otros viajeros,  hasta donde se estaba construyendo el fuerte de Santa Cruz de La Vista,  y Garcés lo había visitado y trabajado en esas costas.
El pueblo pacífico, el río navegable, aguas limpias, transparentes, el lugar más adecuado de toda la costa de Paria, un Paraíso terrenal. El río, el golfo de Cariaco con el puerto de Hostia, los cerritos en la orilla, un remanso apropiado con la punta de Araya, que facilita la entrada a la boca del río por el golfo; el viento noreste del amanecer favorable durante todo el año; todo ello y el cerro Bergantín como un faro.  Cumaná fue ideal para los primeros aventureros. Ellos llegaron aquí no hay duda y pacificaron a las tribus en más de diez leguas inglesas que podían recorrer sin peligro. 

Se dice que Pedro se quedó en Santo Domingo, aunque no me convence esta versión, no me imagino a Pedro dejando a sus hombres solos con tamaña responsabilidad, sobre todo dada la envergadura de la expedición y lo costoso del matalotaje,  más bien creo que Pedro estuvo en esa expedición al puerto de Cumaná en 1514, y luego que dejó muy bien instalados y protegidos a los misioneros, volvió a Santo Domingo,  a cumplir con sus obligaciones de Vicario de las Indias, por eso nada más, sin embargo la más aceptada es que  se quedó en Santo Domingo porque todos sus camaradas se lo pidieron, temían quedar solos y él lo entendió así; y entonces, decidió  enviar a Antón de Montesinos, su mano derecha, capitán dominico de una expedición dominica, junto al franciscano  Francisco Fernández de Córdoba,  y el lego Juan Garcés, de larga experiencia en el trato con los indígenas, como jefes de  la primera expedición evangelizadora de la tierra firme, con todo lo que trajo de España y probablemente muy bien protegidos para el éxito esperado;  que fue, como puede constatarse, la primera  expedición de los dominicos, como lo narra con lujo de detalles Las Casas; por lo tanto, en esa época, no hubo ninguna otra expedición dominica ni franciscana como pretenden algunos historiadores,  a la Costa de las Perlas ni a Píritu o Maracapana, sino en la imaginación, simplemente porque no están documentadas, no están permisadas por El Papa ni el Rey, no existen las Cédulas Reales imprescindibles, no hay cartas, no hay informes no hay nada que pueda sostenerlas, por eso las crónicas de Las Casas cobran cada día más fuerza porque él estuvo aquí; no  podían los franciscanos venir a Cumaná sin Pedro de Córdoba,  y asentarse sin autorización del Rey, del Papa, de su Orden,  sin barcos, sin capitanes, sin bastimentos, sin dejar huellas, es explicable su presencia solo a través de Pedro de Córdoba, el Vicario de Las Indias, único autorizado para hacerlo. Solo estas expediciones de Pedro a Cumaná están documentadas, exaltadas e historiadas, y probadas con todos los soportes que exigen los hechos históricos. Antes de esta expedición preparada y dirigida por Pedro de Córdoba con representación franciscana, según lo dice Bartolomé de Las Casas y corroboran las cédulas reales, que son los únicos instrumentos probatorios que  dan fe de aquellos hechos fundacionales de las misiones dominicas y franciscanas, no hay ninguna otra expedición misionera, no hubo ninguna otra de carácter fundacional hacia la provincia de Nueva Andalucía; para probar este aserto  copiaremos la  Cédula Real  del 12 de mayo de 1513:


DOCUMENTOS PROBATORIOS

 El Rey: “Yo hablé acá con el venerable y devoto  padre fray Alonso  de Loayssa,  provincial de la Orden de Santo Domingo, e con acuerdo e parecer e mandamiento, por mucho zelo  que el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario de la dicha Orden en esa dicha isla  (la Española), tiene de servir a Nuestro Señor  a aceptado  ir,  e va con determinación de pasar él  en persona con algunos de su Orden  a la dicha Tierra firme e procurar de doctrinar  e enseñar las cosas  de Nuestra Santa fe a los indios della”  10-06-1512. (15)


Y la Cédula de 10 de junio de 1513, que dice

El Rey. Oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla. Porque el devoto  fray Pedro de Córdoba, vicario de Santo Domingo de la isla Española, va a la dicha isla con voluntad de pasar a la Tierra Firme a llevar consigo  los más religiosos que  pudiera, como por el despacho  que para ello lleva veréis, el cual se ha de asentar en los libros de esa dicha casa, pero ende yo vos mando que deis al dicho fray Pedro de Córdoba a los frailes que consigo llevare, que sean  fasta el número de 15  el pasaje e mantenimiento  que oviere menester fasta llegar a la dicha isla Española,  y así mismo daréis al dicho fray Pedro e a los dichos frailes que consigo llevare hasta dicho número de 15,  las almocalas e mantas que hubieren menester para e que duerman, asimismo los aréis dar o señalar  dos personas seglares, para que los sirvan por la mar  fasta llegar a la dicha isla Española, como lo soléis acer  y proveer  otras veces que os e enviado  e mandar lo susodicho, etc. (16)


CEDULA REAL DE 28 DE MAYO DE 1513

Y otra Cédula de ese año de 1513, que entregó Pedro de Córdoba al Almirante Don Diego Colon, que dice:

 “El Rey. Don Diego Colón, nuestro Almirante Visorey, etc. a nuestros jueces e oficiales, etc. Ya sabéis como el devoto padre fray Pedro de Córdoba, vicario del Orden de Santo Domingo en la Española, va con cierto número de frailes a tierra firme, y (en) el despacho que para su ida se les dio vos mandé que dentro de un año después que fuesen idos embiásedes a saber dellos,  y que truxiesen dos frailes para me informar de lo que allá se supiese, como más largo en el despacho que para lo susodicho mandé dar se contiene; e porque al tiempo que fueren a saber de los dichos frailes ternán necesidad de alguna harina para hacer  hostias e vino para decir misa, yo vos mando que cuando enbiáredes a saber dellos, les enviéis diez arrobas de vino, e otras diez de harina muy cernida, e les deis pasaje e flete por ellas fasta que se lo entregar  a los dichos frailes que allá estubieren, e mando al nuestro tesorero que es o fuere que de cualquier maravedíes u oro de su cargo compre lo susodicho que con carta de pago  de las personas que lo llevaren  que con esta mi cédula mando que les sea recibido en quenta lo que lo susodicho costare sin otro recaudo alguno, e mando que se tome la razón desde mi cédula, etc. fechada en Valladolid, a XXVIII días del mes de mayo de mil quinientos treze. Yo El Rey. Por mandado de su Alteza, Lope Conchillos, señalada del Obispo. (17)

Estas mismas Cédulas Reales, sirven para probar que la primera misa DOCUMENTADA en la tierra firme de que se tenga noticia la ofició en Cumaná, fray Francisco de Córdoba, primer sacerdote católico en la tierra firme, por el simple hecho de estar obligado a hacerlo por ser sacerdote y tener “vino y harina para hacer hostias”,  además de ser el fraile  franciscano que quedó al mando de aquella primera expedición, porque el dominico Montesinos se quedó en Quisqueya Isla de Puerto Rico,  gravemente  enfermo. No se puede dudar de estos hechos narrados por Las Casas, comprobados en documentos y cartas que lo corroboran letra por letra.

CEDULA REAL DE 13 DE SETIEMBRE DE 1516

Y la Cédula Real, fechada en Madrid, l3 de setiembre de 1516, donde se deja constancia de la consumación de la expedición:

 “Por cuanto el Rey, nuestro señor, que haya gloria, deseando que los indios de la Costa de  las Perlas, que es la provincia de Cumaná, que se declara desde Cariaco hasta Cuquibacoa, que es en tierra firme, fuesen los indios criados  y enseñados en las cosas de nuestra santa fe católica, mandó hacer todas las diligencias necesarias y porque pareció  que lo más conveniente y provechoso, era enviar personas religiosas y de muy buena vida a predicar y enseñar a los dichos indios sin otra gente ni manera de fuerza alguna, y para que lo susodicho se pudiese poner   en  obra,  habló con el devoto padre Alonso de Loaiza, provincial que a la sazón era de la Orden de Santo Domingo, y con su acuerdo y parecer y mandamiento, y por voluntad del devoto fray Pedro de Córdoba, vicario de dicha Orden en la Isla Española, que aceptó de pasar en persona con algunos religiosos de su Orden a la dicha Costa y Provincia  de las Perlas a procurar doctrinar y enseñar las cosas de la fe a los indios de ella, y viendo el dicho Rey, la voluntad y celo con que dicho fray Pedro de Córdoba se movía para ir a lo dicho, mandó al Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española que diesen  al dicho fray Pedro de Córdoba  una nao en que fuesen él y los frailes que consigo llevase, y que mandasen a los maestres y marineros de tal navío que los llevasen a la parte y lugar que dicho  fray Pedro de Córdoba les señalase en la Tierra firme y les diesen los mantenimientos  que hubiese menester y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese en la dicha isla Española, y que dende un año que el dicho fray Pedro  y los otros frailes fuesen llagados a la dicha tierra firme, el dicho Almirante y jueces y oficiales  tuviesen a cargo  y cuidado de enviar a saber de ellos, y que mandasen a la persona que fuese a saber de ellos que trajesen uno o dos frailes acá, para que informasen de todo lo que  en dicha tierra y provincia y Costa de las Perlas hubiesen hallado y sabido”. El Rey. (18)  

Otra Cédula de esa misma fecha es más específica, dice: “La Reina y El Rey. Por cuanto el Rey nuestro Señor y padre y abuelo, que haya santa gloria, deseando que los indios  de la costa de las Perlas, que está en Tierra Firme, fuesen instruidos y doctrinados en las cosas de la fe, y para esto probaron todas las maneras que allá se pudiesen hallar por donde ellos pusiesen ser mejores cristianos, mandó hacer todas las diligencias necesarias, y porque pareció  que la más conveniente  y provechosa, y con los dichos indios  más presto venían en conocimiento de las cosas  de nuestra santa fe, era enviar personas religiosas  y de muy buena vida  a predicar y enseñar   a los dichos indios, sin otra gente ni manera  de fuerza alguna,  como vieron han hecho  los apóstoles  que lo susodicho  se pudiese poner  en obra, el dicho Rey nuestro Señor  habló con el devoto Fray  Alonso de Loayza, provincial que a la sazón era  de la orden de Santo Domingo, y con su acuerdo y parecer, y nuestro, y con voluntad del devoto Padre Fray Pedro de Córdoba, vicario de la orden  de la isla Española, acordó de pasar en persona con algunos religiosos a la dicha costa de las Perlas a procurar doctrinar  y enseñar   las cosas de la fe a los indios de ella, y viendo el rey  nuestro Señor con la voluntad y el celo  que el dicho Fray Pedro de Córdoba se movía para ir  a lo susodicho, mandó por una Cédula  al Almirante y jueces y oficiales de la dicha isla Española  que diesen al dicho Fray Pedro una nao con que fuese él y los frailes que consigo  llevase, y que mandase a los maestros y marineros que los llevasen a la parte  que el dicho fray Pedro de Córdoba le señalase  en la Tierra firme, y les diesen los mantenimientos  que hubiese menester, y ciertos indios para lenguas, cuales el dicho fray Pedro de Córdoba escogiese, y donde en un año que el dicho fray Pedro  y los otros frailes fuesen llegados a la dicha Tierra Firme, tuviesen cuidado de enviar a saber de ellos el dicho Almirante y jueces y oficiales, y que mandasen a la persona que fuese a saber de ellos  que trajese uno o dos frailes  acá por que informasen  de todo lo que en dicha tierra y costa de las Perlas hubiesen hallado, y sabiendo (sic) , como más largo en la carta  que para lo susodicho  se dio se contenía, por virtud de la cual  el dicho fray Pedro de Córdoba dice que fue a la provincia de Cumaná, que es en la dicha costa de las perlas, donde al presente están, envió en su nombre ante Nos a fray Antón de Montesinos  de la dicha isla Española, a hacernos relación  por parte de fray Pedro de Córdoba  diciendo que a causa de haber ido a la dicha provincia de Cumaná  y Costa de las Perlas donde el dicho fray Pedro residía convirtiendo y atrayendo los dichos indios de ella en conocimiento de nuestra santa fe católica, cierta armada que algunos vecinos  de la dicha isla  Española habían enviado  a la dicha provincia y costa, había sido causa  que los dichos indios  se alzasen y rebelasen  y matasen, como dicen que mataron, dos religiosos que había (sic) enviado  el dicho fray Pedro de Córdoba adelante, por el mal tratamiento  y escándalo  que la dicha armada  y los que en ella iban habían hecho a los dichos indios, y por traer  hurtados ciertos indios contra el vedamiento que estaba puesto, con otros excesos y males que dice que hicieron, y que si lo susodicho no se remediaba mandando volver a los dichos indios  e indias  que así habían traído  a la dicha provincia  y costa, y que de aquí en adelante ninguna ni algunas personas no fuesen osados  de armar  ni enviar a dicha provincia  y costa de las Perlas, donde el dicho fray Pedro de Córdoba  estaba, nunca los dichos indios  se podrían convertir  ni atraer en conocimiento de nuestra santa fe católica, ni menos podríamos (ser) aprovechados del fruto de aquella tierra; y porque la intención del dicho Rey nuestro Señor, padre y abuelo, que haya santa gloria, y la nuestra, siempre ha sido y será procurar con mucho cuidado y vigilancia la conversión de los dichos indios  y su muy buen tratamiento, visto por algunos del nuestro Consejo, y consultado con los procuradores de estos nuestros reinos, fue acordado que debíamos  mandar esta nuestra carta  sobre la dicha razón, por lo cual  queremos y mandamos  y expresamente  defendemos que ahora ni de aquí en adelante  en cuanto nuestra merced  y voluntad fuere, ninguna de algunas  personas de cualquier estado  o condición, preeminencia o dignidad que sean, así  de nuestros reinos  como de las dichas islas Españolas  y San Juan y Cuba y Jamaica  y Tierra Firme y otras cualesquiera no conocidas, de evitar armada ni ir persona ni personas algunas a la dicha provincia de Cumaná; y Costa de las Perlas donde el dicho fray Pedro  de Córdoba está, juntamente con otros religiosos de la orden de San Francisco  que allí están  entendiendo en la conversión  y doctrina de los indios  salvo sin no fuere con nuestra licencia o expreso mandamiento, so pena que cualquier persona  que fuere o enviare  desde el día  que ésta nuestra Cédula  o su traslado signado de escribano  público  fuere publicada y pregonada  en la ciudad de Sevilla  e isla Española y San Juan y Cuba y Jamaica y Tierra Firme, en adelante, caiga e incurra por la primera vez que fuere o enviare, en perdimiento del navío o carabela o barco, y perlas y aljófar y guanines y oro  y esclavos y otra cosa que llevare o trajere en ellos… y por la segunda vez pierden lo susodicho, y más la mitad de todos sus bienes; y por la tercera vez pierden todos sus bienes, y más los dichos navíos… y sea la mitad para nuestra Cámara y la otra mitad  para la obra de los monasterios  e iglesias  que en la dicha provincia  y costa de las Perlas  los dichos frailes han de hacer … Fecha en Madrid a 3 días del mes de setiembre  año de MDXVI. Cardinalis Hispaniarum. - Aldeanus (sic, por Adrianus) Ambasator, por mandado de la Reina y del Rey su hijo Nuestros señores, los gobernadores en su nombre.


Pues bien, con estas pruebas indubitables, continuaremos nuestra historia. Ya tenemos conformada la primera expedición a tierra firme, y repetimos, como lo narra Las Casas y otros cronistas de indias; veamos pues, como nos lo cuenta Las Casas, en un texto que ha traído por los pelos a los historiadores, y que, para mí, forma parte de los documentos insoslayables de la fundación de Cumaná:    

“Llegados a la tierra firme, salieron en cierto pueblo que por mi inadvertencia no procuré saber, cuando pudiera, como se llamaba; él debía ser, según imagino, la costa de Cumaná abajo”. Debemos advertir en relación con este relato, que el río tenía dos grandes bocas, una desembocaba en el golfo de Cariaco, y otra que podría llamar Las Casas “...la costa de Cumaná abajo” que desembocaba hacia el Oeste.
 “Los indios los recibieron con alegría y les dieron de comer y buen hospedaje, a ellos y a los marineros que los llevaron y después que los marineros descansaron, tornáronse a esta isla, de donde los oficiales del rey los habían enviado”.

Meses después de este episodio, cuando los primeros misioneros llegan a tierra firme   y se establecieron en la desembocadura del río Cumaná en el golfo de Cariaco, llegó un navío a “rescatar” perlas, que dice Hernann González Oropeza que lo toma de Jiménez Fernández, lo capitaneaba un armador de apellido Gómez de Rivera. Acierta el investigador, sin embargo, hubo muchas aventuras parecidas que traen confusión. Las Casas no lo menciona. Desembarcan en el puerto de Cumaná, el Capitán y sus marineros, y se encuentran con los misioneros establecidos en los cerritos a un tiro de ballesta de la orilla del mar; haciendo su labor, enseñando el evangelio de Cristo, construyendo su iglesia y una escuela donde había más de 40 niños indígenas, producto de varios meses de duro trabajo.  Este fue el inicio del pueblo o la ciudad de la Nueva Córdoba, llamada desde un principio la misión de Córdoba, o sea Cumaná.

Percibieron los piratas la hospitalidad y confianza de los indios y el afecto que había nacido entre ellos y los misioneros y decidieron aprovecharse de esa circunstancia. También se dieron cuenta de la admiración que provocaba a los indios la espléndida nave, y valiéndose de la camaradería reinante,  insinuaron la  invitación para que la visitaran y conocieran; y los indios desapercibidos de la maldad que encerraba  aquella invitación, accedieron gustosos; desde el mismo cacique Don Alonso, indudablemente cacique de Cumaná, su mujer, sus hijos y unos 17 acompañantes, subieron a bordo, donde los recibieron los marineros ya aleccionados; sacaron las espadas y los llevaron a las bodegas, los encerraron y zarparon con su botín.  Hay otra versión que va en el apéndice.

En este sencillo relato se inscribe la tragedia aborigen; así actuaban los tratantes de esclavos en la tierra firme, la simulación era su arma más contundente, y dejaban a las familias huérfanas, con solo el dolor y el llanto, y en este caso, comprometieron sin aprensión, sin ningún sentimiento, la vida de los misioneros que luego son ejecutados por los indios.

Los historiadores y cronistas de indias, han dado diferentes versiones de estos acontecimientos, alejándose del relato  de los propios reyes de España, y de Las Casas que a su vez lo escuchó en Cumaná de los frailes franciscanos y de los indios -confirmado por las Cédulas Reales, como hemos visto; sin embargo hasta  el mismo Arístides Rojas, que habla de dos expediciones de los dominicos y los franciscanos, en esa época, una a Cumaná y otra a Manjar, cerca de Píritu, no permisada y como si fuese tan fácil;  hasta Enrique Otte, el mejor informado, según dicen, que  desmiente a Bartolomé de Las Casas, y afirma que los primeros mártires murieron cuando se internaron en el territorio para evangelizar a los Caribes y estos los mataron; y otros que dicen que los primeros misioneros llegaron a Píritu o a Maracapana confundiendo las fechas, las misiones  y las expediciones. Pues no era tan sencillo para las órdenes misioneras establecerse en el Nuevo Mundo, ni hacer expediciones y asentarse, como creen algunos historiadores.  
Las Casas estuvo en Tierra Firme, vivió esas experiencias, investigó, escribió sus vivencias, y esto desde el punto de vista histórico y filosófico tiene más valor testimonial; y las escribió apasionadamente como nadie lo hizo después. Sobre todo, que sus relatos coinciden con los documentos que aún existen y son indubitables, las cédulas reales; y no existe ningún otro documento, ninguna cédula real, ningún nombre, en que puedan fundamentarse seriamente las opiniones contrarias a Las Casas.  Las únicas cédulas que se promulgaron y que existen y hablan de esta tragedia, se refieren a Pedro de Córdoba, a Cumaná, Costa de las Perlas o la Tierra Firme conocida y explorada, que es lo mismo. Y Las Casas cuando lo escribe, muchos años después, dice que se lo contaron los indios allí en Cumaná. Alonso de Cumaná, era el cacique de los chaimas cumaneses, y es imposible que haya sido capturado en Píritu o en Santa Fe; y yo afirmo y digo que muchas de las crónicas de esta época, que trascribe Las Casas, las escribieron los mismos misioneros dominicos y franciscanos picardos que vinieron con Pedro de Córdoba, es decir son testimoniales, como puede constatarse con una simple lectura de esas páginas, donde Las Casas aparece en tercera persona. Por supuesto que también sucedieron algunos percances parecidos a éste de la primera expedición que no han sido bien tratados, y el mismo Pedro de Córdoba denuncia uno ellos en su carta de 1517.  Don Arístides Rojas, también se confunde con esta expedición exploratoria y la de los dominicos y franciscanos de 1515, que como veremos fue una expedición conjunta de las dos órdenes religiosas, organizada, auspiciada y dirigida por Pedro de Córdoba, como lo han admitido los mejores investigadores de esta época.

A manera de  síntesis y grandes rasgos, podemos decir y   que quede muy claro, que la primera expedición de 1513 llegó al puerto del río Chiribichi en el golfo de Cariaco, donde después se fundó la Nueva Córdoba, y el martirio del misionero dominico, Fr. Francisco Fernández de Córdoba,  y el lego Juan Garcés,  fue de los expedicionarios  de Pedro de Córdoba, que salieron bajo el mando de Montesinos, mano derecha de Pedro de Córdoba,  y llegaron a ese puerto, tierra del cacique Don Alonso de Cumaná, como fue bautizado en Santo Domingo, al mismo sitio que luego fue  ocupado por los franciscanos  de Juan Garceto, en 1515, en la desembocadura del río en el golfo; donde se establecieron a un tiro de ballesta desde la orilla del mar;  que son los mismos que  vinieron con Pedro de Córdoba en su misma nave, bajo su autoridad, porque la autoridad y el territorio le fue concedido por el Rey a él y a ninguno otro más, en esa oportunidad; y  después de fundar la misión de Cumaná, en la misma expedición de 1515, es la primera vez que Pedro y sus misioneros llegan a Chiripichí o Chiribiche, y ya habían sacrificado a los dos primeros adelantados. 
Bartolomé de Las Casas conoce esta historia contada por sus protagonistas, con los cuales convivió y a los cuales amó ingenuamente. Pedro de Córdoba fue su maestro, su modelo y ductor, nadie como él para contar su historia. Sin embargo la tesis según la cual esta expedición, la primera de 1513 , llegó a Chiribichí, sostenida por Fr. Vicente Rubio O. P. en su obra “Los primeros Mártires Dominicos de América” que se fundamenta en el Informe de Fr. Reginaldo Montesinos O. P. escrito en España, con todos los errores de distancia y tiempo, y que se encuentra original en el Archivo General de Indias en Sevilla, no puede ser descartado, pero a mi modo de ver, R. Montesinos desde España no podía, de ningún modo, ser más exacto que Las Casas, y los frailes franciscanos y dominicos que le informaron de todos los detalles, y que él mismo  conoció y comprobó en Cumaná. A todo evento, su obra la reproduzco en el Apéndice, para los que le buscan las cinco patas al gato se den gusto, por ser indudablemente un extraordinario abogado de la corriente contraria, y tengan un argumento más sólido. (19) 

FRACASO DE LA SEGUNDA EXPEDICIÓN FUNDANTE.

La muerte de sus compañeros, aunque afectó grandemente a Pedro, no disminuyó su ánimo más bien lo acrecentó, y de inmediato procedió a la preparación de una segunda expedición.  

Cuenta Las Casas, que el año de 1515, se trasladó de Cuba, donde residía, a la ciudad de Santo Domingo en La Española, para rendir cuentas al “egregio” padre Pedro de Córdoba, y se encontró que se había embarcado en un navío con otros religiosos de su orden y también religiosos de Picardía, para ir a predicar a los indígenas de tierra firme. Pero sucedió que, encontrándose en alta mar, una gran tormenta los obligó a volver al puerto, con riesgo de sus vidas, a causa del huracán de San Laureano, el 4 de julio de ese año. 

Debo considerar que esta segunda expedición, aunque frustrada, tuvo resultado propiciatorio, ya que se encontraron en Santo Domingo, Bartolomé de Las Casas y Pedro de Córdoba, los líderes jurados e indiscutibles de la conquista evangélica y pacífica de la tierra firme. De este encuentro, que los historiadores han pasado por debajo de la mesa, surgen hechos de gran trascendencia que aun hoy tienen importancia en la historia de la humanidad. La amistad y el trabajo de Pedro y Bartolomé, trasciende y se acrisola en la lucha en defensa de toda una cultura, de una raza, una civilización. A estos dos maestros, los historiadores comprometidos, tratan de olvidar u obviar, así como de sus luchas y filosofía que ha sido llamada despectivamente “Criticismo o Leyenda Negra”,  por que presentan el lado negativo de la conducta humana en los primeros tiempos de la conquista;  sin embargo esa historia es para  Cumaná, de  mucha importancia;  sobre todo esta expedición fracasada, que revela la determinación y el coraje de Pedro de Córdoba, en lograr su propósito de imponer un nuevo código de colonización, que no se logró de inmediato, pero que  con la fuerza y coraje de Bartolomé cobraría un nuevo y  gran impulso. Sus resultados no se observaron de inmediato, es cierto, pero a fuerza de leyes y hombres más y mejor dotados se fue estableciendo poco a poco otro régimen y otros propósitos, en la medida en que avanzó el control del imperio sobre sus colonias;

En esa expedición venían los picardos de Juan Garceto, que son probablemente los que escriben esta crónica, ya que en los textos estudiados  dicen, por ejemplo: que a Pedro tenían que hablarle  en latín, porque  no  entendía  su lengua, que era probablemente Francés o alguna otra lengua romance, así puede comprobarse  en  este texto trascrito  de la obra citada, “Historia de las Indias”:   “Estando en este peligro, dijo el padre fray Pedro al principal de los frailes franciscanos -(Juan Garceto)- en latín, porque no entendía nuestro romance: Páter, hodie oportet nos hic  mori pro Christo. Respondió el buen religioso francisco: Sit nomen Domini benedictus”.   Las Casas no lo hubiese podido decir así. Es indudable que Las Casas incorporó el texto a su obra. (20)

En este encuentro, Bartolomé informa a Pedro, de sus luchas en Cuba, y se obliga a continuar la obra de Pedro. Irá a Castilla a denunciar la conducta criminal de los conquistadores. A Pedro le causa buena impresión la determinación del clérigo, y se sintió recompensado en sus luchas; y le dijo a Bartolomé, que “no se perderán vuestros trabajos porque Dios tendrá buena cuenta de ellos, pero estando en lo cierto que mientras viva el Rey, no habremos de hacer nada, sobre nuestros propósitos” (21). Se refería indudablemente a la influencia del Obispo de Burgos, Lope Conchillos, que auspiciaba y aprobaba los negocios de los colonos en las islas y no daba crédito a la prédica de los dominicos. Bartolomé respondió, “Padre yo probaré todas las vías, y espero que Nuestro Señor me ayude” (22).  

Tiempo después de estos hechos, en 1521, Bartolomé de Las Casas, llegaría a Cumaná, es recibido por los misioneros franciscanos, cuyo vicario era Juan Garceto, francés de picardía, en el mismo sitio y misión, que iniciaron Francisco de Córdoba y Juan Garcés en los cerritos, a la desembocadura del río; y allí los indios también le cuentan, la tragedia de los misioneros, y por ese relato es que la historia conoce la verdad de aquellos hechos dolorosos. Los indios le cuentan, con todos sus datos, el sacrificio de los primeros mártires cristianos de la tierra firme y él los trasmite. Dice el Cronista: “Supimos después, de algunos indios, que primero mataron al fraile lego (Juan Garcés), estando el presentado fray Francisco de Córdoba atado y viéndolo matar, en lo cual parece haber proveído la bondad divina a la flaqueza del fraile lego, que pudiera en la fe y virtud desmayar, dejando para postre al que, como más ejercitado en la virtud y religión y también en letras, debía tener mayor constancia”.  Solo Las Casas pudo investigar estos detalles del martirio. (23)

Nada podrá cambiar este relato porque el Cronista conoció los hechos en Cumaná donde, estuvo cuatro meses, construyó una casa –atarazana- dice el mismo Cronista. Participó y congenió con los franciscanos y con los indios, e inició o continuó las obras del fuerte o Castillo de la Nueva Córdoba, Santa Cruz de la Vista, que después terminó Jácome Castellón en 1523; lo que oyó y escribió, del martirio en ese pueblo, son hechos recientes que estaban frescos en la memoria, y aun vivían los protagonistas, es lo que sabemos de ese episodio, ya que aún estaban patentes las pruebas y los detalles del sacrificio de los misioneros, nadie puede cambiarlos. Son los mismos indígenas, los familiares de Alonso, los que participaron en el sacrificio, en el mismo sitio de los acontecimientos, ellos mismos se lo contaron a Bartolomé, como podemos apreciar de ese relato; y no pudo haber ocurrido en otro lugar distante, al cual el cronista nunca fue.  Es posible que luego hayan pasado hechos similares en la larga costa de la provincia, y por eso se confunden los historiadores en el tiempo, las fechas y los nombres de los actores, de los pueblos, de los caciques, etc., los testigos amañados en los procesos, y los cuentos de los marineros, como afirma el gran historiador Juan Manzano Manzano, de otros eventos. No es lo mismo “vivir” un acontecimiento y referirlo después, que investigarlo con datos equivocados y a veces amañados por intereses, o por repetir e interpretar lo que escriben oficiantes de escritorio; Las Casas los vivió y convivió con sus actores ¿Cómo pueden ubicar al cacique de Cumaná en Píritu? ¿A quién vamos a creer?  ¿Qué otra fuente puede ser más confiable?



TERCERA EXPEDICIÓN FUNDANTE

Dice Bartolomé de Las Casas, que después de la entrevista con Pedro, el 4 de julio: “…en el mes de setiembre de 1515, se embarcó para Sevilla, en compañía de fray Antón de Montesinos, y que una vez en aquel puerto, se fue a su casa de familia, “por ser de allí natural” y fray Antón, fue a su Monasterio”.

Antón de Montesinos informó al Arzobispo de Sevilla, fray García de Loaiza, sobre Bartolomé de Las Casas y de su comportamiento en defensa de los indios, causa en la cual estaba comprometido, y también sobre los demás frailes de Santo Domingo y de sus prédicas y mortificaciones, ya que fue el primero que había predicado en La Española, denunciado las tropelías de los colonizadores.  Luego llevó a Bartolomé a la presencia del Arzobispo, el cual lo recibió con entusiasmo y le dio cartas para el Rey Don Fernando, acreditando su persona y negocio, y suplicándole que lo recibiese y escuchase. También mandó cartas para otros funcionarios reales de su confianza con el mismo propósito, sobre todo para trasladarse al Nuevo Mundo a continuar su lucha.

Veamos el texto original de la Tercera Expedición Fundante, que trae Bartolomé de Las Casas en su obra tantas veces citada, dice así:

PRIMERA ACTA DE FUNDACION DE CUMANA

De los textos y documentos que insertamos en este trabajo, se deduce que el primer nombre que se le dio a  Cumaná en Cédulas Reales fue “Puerto de Las Perlas” inserto en “Costa de Las Perlas” o “Tierra Firme”, como también la nombra Reginaldo Montesinos  en la carta que va  en la obra de Vicente Rubio, pero bien, continua Bartolomé de Las Casas, en su obra tantas veces citada, diciendo: “Salidos de aquesta isla el padre dicho y el clérigo –Montesinos y Las Casas- el padre fray Pedro de Córdoba prosiguió su viaje –al parecer se refiere al mes de setiembre de 1515, sin embargo por algunas circunstancias que luego analizaremos, la expedición salió para tierra firme en noviembre de ese año- con cuatro o cinco religiosos de su orden, muy buenos sacerdotes, y un fraile lego, también con los de San Francisco, los cuales puestos en tierra firme, a la puna de Araya, cuasi frontero de La Margarita, desembarcároslos con todo su hato y dejároslos allí los marineros. Los franciscanos y dominicos hicieron muchas y muy afectuosas oraciones y ayunos y disciplinas, para que nuestro Señor les alumbrase donde pararían o asentarían; y finalmente, los franciscanos asentaron en el pueblo de Cumaná, la última aguda, y los dominicos fueron a asentar diez leguas abajo, al pueblo de Chiribichí, la penúltima luenga, al cual nombramos Santa Fe”. (24)

Este texto lo he considerado como la primera Acta de Fundación de Cumaná, puesto que reúne todos los elementos narrativos de la fundación de un pueblo español en el Nuevo Mundo, como la hacían los cronistas de indias; se puede comparar con textos similares de fundaciones de otros pueblos, como Santa María del Antigua, Nombre de Dios, Coro, Santo Domingo, La Habana, Panamá y Veracruz, etc. la única diferencia que se podría alegar, en estos textos fundacionales,  está en el estilo o método de redacción, unos lo hacían por el pretendido derecho de conquista y otros por el derecho a la evangelización cristiana, cual es la fundación misional más utilizado en la tierra firme americana.  

De estos textos, podemos colegir que Pedro, siguiendo su proyecto, parte de Santo Domingo,  después de setiembre de 1515 en una nave – capitaneada por Juan Hernández de Cimeta, que así lo testificó, según el acucioso historiador patrio  Hernann González Oropeza; en la cual viajaron los dominicos y franciscanos actuando conjunta, fraternal y solidariamente, en seguimiento del proyecto y bajo el mando jerárquico de Pedro, obligado a fundar pueblos, y a iniciar el proceso evangelizador en la tierra firme.  Las Casas dice que dejó a los franciscanos en Araya bajo el mando de Juan Garceto, lo cual no parece lógico, y aunque es una opinión generalizada, creo que lo más  probables es que los haya dejado confortablemente establecidos en Cumaná donde estaban las misiones dominicos que él ya había establecido y había dejado allí cuando fue a Cumana a investigar ; los dejó con todo su hato, para construir una casa y una iglesia, por cierto un hato impresionante de acuerdo con lo embarcado en Sevilla; y con órdenes muy precisas para la conducción de la misión que estaba bajo su gobierno; se puede admitir, de acuerdo con documentos de la Audiencia de Santo Domingo, que estos franciscanos viniesen a reforzar a las misiones que quedaron de la primera expedición de 1513 o 1514;  estas son conjeturas, pero es lo que considero más lógico y así se deduce de los documentos de Gonzalo de Ocampo, etc.,  que más adelante transcribimos, porque Pedro vino a fundar pueblos misioneros, y mantenerlos; así lo hizo y perduraron, hay que traer a colación esos documentos de 1521, que nos dicen que hacía más de 6 años estaban los franciscanos en Cumaná a orillas del río, y a esos dominicos y franciscanos, que estaban en tierra firme, los trajo Pedro, en la primera expedición,  y luego en los viajes de reconocimiento, porque él era el único que podía hacerlo.
 
Pero bien, Pedro deja a Juan Garceto con los franciscos en Cumaná, dice Las Casas, probablemente en Punta Araya,  “frontero con La Margarita”,  que luego fueron a parar,  definitivamente, en el pueblo de Cumaná;  y Pedro continúa su expedición, con los dominicos, hasta Chiribichí (Pedro lo llama Chiribiche), y bautiza con el nombre de Santa Fe, que fue su consigna, constancia, valor y fe, donde se asienta y continúa la evangelización y procede a la construcción de un monasterio, deja encargado de la misión a fray Diego de Velásquez, como en Cumaná dejó a Garceto,  y vuelve a Santo Domingo; pero por ser el Vicario de Indias con sede en esa ciudad,  mantuvo su patrocinio y autoridad sobre estos asentamientos hasta su muerte. 

LA NUEVA CORDOBA

José Mercedes Gómez, en su libro citado, dice: “La llegada de los primeros franciscanos a Cumaná debió suceder a finales del mes de noviembre de año de 1515.  El reverendo padre y notable  historiador Nectario María confirma lo historiado por Las Casas, cuando escribe: “Por los datos que he podido reunir consta que en noviembre de 1515, en el mismo barco llegaron a las costas de Cumaná, religiosos franciscanos y dominicos: los primeros se establecieron cerca de la desembocadura del río de este nombre y los segundos junto a una aldea  indígena llamada Chiribichí, de allí el nombre de Santa Fe de Chiribichí, dado a este asiento misionero” Lo que no se le ocurre, ni menciona, al formidable polígrafo  que fue el hermano Nectario María, porque no le da importancia al descomunal trabajo realizado,  es que esa expedición que trajo a los franciscanos y dominicos, fue preparada en todos sus detalles por fray Pedro de Córdoba, y como ustedes pueden ver si leen estas páginas, le costó muchos sacrificios y en ello empeñó su vida. Pedro fundó las dos misiones y les nombró sus vicarios, como suelen hacer los obispos o vicarios y las alentó hasta su muerte.  (25)

            Entonces, Juan Garceto y sus misioneros franciscanos, que vienen trabajando con Pedro en seguimiento de su proyecto, se establecieron en la boca del río; el río tenía dos grandes bocas distantes una de otra varias leguas, por eso hay ciertas discrepancias, pero insistimos en el mismo sitio al cual llegaron Francisco Fernández de Córdoba y Juan Garcés, y seguramente como muchos otros misioneros, probablemente entre 1513 y 1514, y  se asentaron en los Cerritos, el sitio más seguro donde venían los españoles de Cubagua y donde se construía el fuerte de Santa Cruz de La Vista,  como puede verse en dibujos y planos de aquellos tiempos,  a un tiro de ballesta de la orilla del mar, en sitio cómodo y protegido de la desembocadura del río Cumaná por el Golfo de Cariaco, que hoy conocemos como “El Barbudo”, donde se desarrolló el pueblo de La Nueva Córdoba, nombre dado en honor a su fundador;  y de seguidas veremos cómo se consolidó este asiento misional que se convierte luego en una población próspera. Existen dibujos conservados en el Archivo de Indias del puerto y del pueblo de Nueva Córdoba, pintados u ordenados pintar por Jácome Castellón, de antes y después del terremoto de 1530, tambien hay planos de la Nueva Córdoba de 1600.  

Rápidamente se juntaron en la misión con Juan Garceto y sus compañeros picardos y de otras nacionalidades: fray Juan Fleming (flamenco), fray Ricardo Gani de Manupresa (inglés), fray Jacobo Hermigi, fray Ramgio de Faulx, fray Jacobo Escoto (escocés), fray Juan de Guadalajara, y fray Nicolás Desiderio, continúan el trabajo iniciado por sus predecesores mártires; refundan  la escuela para los niños indígenas, construyen un monasterio, reconstruyen una iglesia que había sido destruida por los indios, e inician y terminan otra iglesia, todo ello puede verse en dibujos y planos de esa época.

De ese trabajo fundacional, Arístides Rojas, poéticamente nos dice:

“Bajo la sombra de las acacias y las palmeras en la capilla del Monasterio, o en la huerta   donde los misioneros cultivaban la tierra, recibían los neófitos Cumanagotos, las primeras lecciones de lectura y aprendían del coro la oración dominical que en la infancia de las sociedades cristianas es el aliento espiritual de la joven familia” (26).

José Mercedes Gómez, Cronista de Cumaná hasta 1994, en su opúsculo “Orígenes de la Ciudad de Cumaná, dice: “Al Parecer pacíficamente trascurrieron los años. Para el año de 1516 había nueve frailes, incluyendo al superior Fr. Juan Garceto y funcionaba por lo menos una escuela con unos 50 alumnos indígenas”. (27)  Es el embrión de la ciudad de Cumaná.



LA CARTA DE PEDRO DE CORDOBA

Sin embargo, no era tan pacífica la vida de los misioneros, Pedro de Córdoba escribía a Montesinos una carta que nunca  llegó a su destino, fechada el 26 de diciembre de 1517, esta carta es un venero de información contrastable, y un testimonio de la mortificación y vigilancia que ejercía en sus misiones, pese al dejo de desconfianza que se adivina en sus reclamos; he aquí el texto de la carta, resumida y dividida en segmentos  por Álvaro Huerga – y glosada por mí-  en su obra citada “La Evangelización del Oriente de Venezuela”:

1.- Le ha escrito muchas veces y no sabe si recibió los mensajes; vuelve a hacerlo para contarle las nuevas que hay y el deseo que regrese pronto.
Glosa.- Montesinos partió, como dijimos,  para  Castilla con Bartolomé de las Casas en setiembre de  1515 y no había regresado a Santo Domingo para 1517, sin embargo, de las noticias que tenemos, estaba en Santo Domingo  cuando se produjo el secuestro del cacique de  Cumaná, castellanizado Don Alonso, y su familia, en el año de 1513 o 1514;  cuando don Alonso, su familia y sirvientes fueron “resgatados” y vendidos como esclavos; y Montesinos, al parecer, hizo con Pedro de Córdoba,  diligencias para que fuesen devueltos a su tierra, al parecer con cierto éxito. Del texto de la Cédula de 1516, se desprende que Pedro lo envió a Madrid ante el Rey.

2.- “Agora de fresco han venido dos navíos de la Costa de las Perlas:  el uno es una carabela del Rey, la cual enviaron estos padres de San Jerónimo luego que aquí vinieron, la cual trajo cuasi cien marcos de perlas; trajo así mismo ciento cincuenta y cinco muchachos y mujeres rescatados allí, de Cumaná y Chiribiche y de Paria; venido aquí, yo hablé a estos padres y les dije que no permitiesen que se vendiesen, porque ya los tenían en la plaza vendiéndolos en pública almoneda”.

Glosa. -  Esto quiere decir que ya para ese año existía Cumaná, y cuando habla de La Costa de las Perlas, trata solamente de Cubagua. Pedro se refiere a dos expediciones de los propios Jerónimos,  no tomadas en cuenta por Las Casas, ni  otro cronista, que tal vez no se atrevían a denunciarlos, sobre “resgates” o secuestros  de personas y destrucción de pueblos en las costas de Cumaná y Chiribiche de Paria, entre 1516 y 1517, bajo la responsabilidad de Pedro; no puede referirse al rapto de Don Alonso y su familia, que ocurrió durante la primera expedición,  1513 o 14, porque estos son hechos acaecidos después de fundadas las misiones de 1515, y antes del sacrificio de los dominicos en Chiribiche en 1521.  Nótese que Pedro no dice Chiribichí, sino Chiribiche.

3.- Los mismos indios, con codicia de las cosas que los cristianos llevan, los venden, incluso a sus hijos y parientes.

Glosa. - Fue una conducta aberrante de nuestros indígenas que no exculpa a los colonizadores, que se supone más civilizados.

4.-  Les dije a los comisarios que los volviesen a sus tierras, porque se están despoblando: “han traído muchos y Agora volverá otra carabela que enviaron después que yo vine, y traerá otros tantos; de aquesta manera la tierra se despuebla y están en vano allí los frailes”.

5.- “De nuestros frailes no trajeron cartas, no se si porque no las quisieron traer, o porque las tomaron y las rasgaron” –por si contenían algo en su contra.

6, “Si con los navíos del Rey no nos escribimos de allá acá y de acá allá, no yendo otros, no se sabrá lo que allá pasa y es vida desesperada.

7.- “Mientras yo fui a Castilla” hicieron una entrada en Chiribiche, fundado en 1515, y quemaron un pueblo o dos y trajeron cautivos a los que vendieron como esclavos: la armada que fue allá era del Factor de La Española.
 
Glosa. - Este detalle confunde mucho, el viaje a Castilla, del cual conocemos, se produjo desde Santo Domingo antes de la fundación de Santa Fe de Chiribiche o Chiribichí, que data de 1515. Pedro fue a Castilla –Burgos y Valladolid- en 1512.    Denuncia, las constantes expediciones de los tratantes que tanto confunden a los historiadores. El viaje a Castilla de que habla en 1517, es indudablemente otro viaje que hizo Pedro a finales de 1516 o en el mismo 1517, porque él lideró todos los episodios que se desarrollaron en Cumaná y Santa Fe, entre 1513 y 1516, eso está probado con Cédulas Reales, expedientes, cartas, planos y multitud de documentos. Pedro dice: “Mientras yo fui a Castilla”, y no puede referirse al viaje de 1512, luego de la homilía de Montesinos, porque para esa fecha aún no había fundado las misiones. La ignorancia de detalles como este y la carencia de información con respecto a los movimientos de Pedro, es lo que produce las contradicciones de los historiadores y cronistas sobre lugares y fechas de las fechorías de los tratantes de esclavos, pero con los elementos que tenemos lo podemos subsanar.
  
8.-  Junto a la carabela del Rey, vino otra que había ido con permiso de los jerónimos, y trajo de la isla de Trinidad ciento veinte o ciento treinta personas, guatiaos, a traición, lo mismo que había hecho el año pasado Juan Bono: “hincheron el navío”, y vendieron la mitad en San Juan y la otra mitad la trajeron acá para venderlos también. 

Glosa. - Esto quiere decir que la expedición de Juan Bono, de la que tanto se habla, fue en 1516 o 17, nunca en 1514.

9.-  En vista de esto, “prediqué el domingo pasado y dije: así que después de bien mojados y no bien bautizados, véndelos por ahí.  Avisoos que los indios traídos de las Perlas y los de Paria y los de la Trinidad y los lucayos que no son esclavos ni pueden ser vendidos. Bien creo que los padres (jerónimos) no consentirán que se vendan, porque ya están avisados. Más si acaeciere, guardad vuestros dineros y vuestras almas, que son libres y no pueden ser vendidos por esclavos, aunque más procesos se hagan y más informaciones se tomen. Haec dixit (esto dije)”.

10.-  Algunos fueron a quejarse a los gobernadores, en especial por los esclavos que trajeron de Trinidad: el Rey Don Fernando, dijeron, había dado permiso, y no es verdad, porque yo vi la real provisión, y dice los caribes de la Trinidad, y por tanto síguese  que no los que no son caribes, máxime que añade que traigan de las islas que no son útiles ni se pueden allí enseñar indios: “más ellos no curan de ver  si son útiles o no, sino arrebañarlo todo y traerlos, no para ser enseñados, sino para ser vendidos”.

11.-  Quizás envíen a la Corte informaciones en otro sentido; sin embargo, estoy obligado a decir lo que debo, pase lo que pase (quicquid inde eveniat) “: “nunca tan asentada tuve la materia de los indios como el día de hoy, ni nunca tan grades males vi en ella como ahora: todo es un pedazo de codicia cuanto acá hay, y será un pedazo de infierno”.

12.- “acá por muy cierto se dice que el rey, don Carlos I, sea ya venido a Castilla”: si así fuere, pídanle que se prosiga la limosna que daba el rey don Fernando para que se continúe la obra de la iglesia, que está parada, “ni tenemos blanca para ella, ni aun para comer ni para otra cosa que necesario sea”. (28). Fin de la carta de Pedro.

DOCUMENTOS DE LA NUEVA CORDOBA

El Rey Carlos I,  autorizaba a la Casa de Contratación en mayo de 1519 que “Hemos mandado proveer que además de las dos iglesias y casa de San Francisco  que están en la costa de Cumaná, que es la de tierra firme del mar-océano, se edifiquen otras cinco iglesias y casas en aquella costa, en que se celebre el culto divino y que puedan morar cuatro religiosos de dicho orden y debían proveerse escuelas; iglesias y conventos de todos los materiales y útiles, necesarios para la enseñanza  al culto y al trabajo agrícola”.

En este texto se puede advertir, sin mayor esfuerzo, que el Rey afirma, sin ninguna duda, que existían un monasterio y dos iglesias que están en la costa de Cumaná. Declaración  que debe ser irrefutable para los que confunden o niegan  la permanencia de este trabajo fundacional, porque es la palabra del Rey; y para aquellos que  mantienen que ese trabajo desapareció,  porque  fue atacado e incendiado muchas veces,  podemos alegar con lujo de detalles y los argumentos que esgrimimos,  que siempre fue reconstruido y mejorado hasta nuestros días; y para aquellos que aun así,  lo continúan negado bastará, con  que vean los dibujos de las defensas y el fuerte de Jácome Castellón de 1523,  el plano de la ciudad  de 1601 y las Cédulas Reales, tantas veces publicadas y que, entre otros documentos, van en el apéndice de esta obra.



PEDRO EN CHIRIBICHE

Pedro de Córdoba entre tanto, se ganaba el amor de los indígenas; hay una página de la obra escrita por Bartolomé de Las Casas, sobre las muchas cosas que, hacia Pedro en la misión de Santa Fe, que ejemplariza su trabajo, lo trascribimos:

“Y esto sabemos ser cierto que acaeció en la Tierra Firme, en la provincia de Cumaná, que decían la costa de las Perlas, en el pueblo de Chiribiche, que los religiosos de Santo Domingo nombraron Santa Fe, cuatro o cinco leguas la costa abajo del río de Cumaná, el año de mil quinientos diez y ocho  o diez y nueve, lo cual acaeció así:  que el venerable padre y siervo de Dios fray Pedro de Córdoba, de la orden de Santo Domingo, el cual la trujo el primero a esta isla Española desde Castilla, y fue el primer vicario de ella; estando en el dicho pueblo de Chiribiche o de Santa Fe y habiendo aprendido y sabido la lengua de aquella tierra cuasi por milagro divino, teniendo espías  sobre cuando venía el demonio de noche y se revestía dentro del cuerpo de un indio que debía ser sacerdote o mago o hechicero, profeta dellos, o adevino, dentro del cual y por boca  del  les predicaba sus falsedades y engaños, con que los tenía en su culto y honor engañados y perdidos, avisado una noche por los espías, que eran ciertos indios  que tenía convertidos, que ya era venido el espíritu maligno, como solía, entró en la casa donde estaba y hizo encender lumbre, porque siempre mandaba el demonio que se apagasen las lumbres cuando venía, y conjurolo haciendo los exorcismos que la Iglesia tiene ordenados; constriñióle  a hablar  y responder a muchas cosas que le preguntó, y entre otras díjole  que ¿Por qué tenía engañadas aquellas gentes haciéndoles entender que después de muertos  los llevaba a unos campos y lugares deleitosos, donde siempre vivían contentos en alegría y sin pesar?  Y al cabo mandóle de parte de Dios que declarase y manifestase a los indios presentes como los llevaba a los fuegos infernales.  Y así comepellido por la virtud de Dios, alcanzada por la fe y devoción de su siervo, respondió en lengua de los indios a todo lo que preguntaba, y principalmente a donde después de esta vida llevaba las ánimas. Y esto es así verdad, según supimos del compañero del mismo padre que aquella noche fue con él y estuvo con él presente a esta obra que se llamaba fray Diego de Velásquez”. En otra versión del mismo Las Casas, dice que el padre santo lo interrogó en latín y otras lenguas indígenas, y el piacha respondía a todo, pero en su lengua. Esta versión de la anécdota cursa en el Tomo CV, página 340    Ob.cit. Historia de las Indias. (29)

PRIMERA DIOCESIS. PEDRO BARBIRIO

Tanta importancia le dio La Corona Española a estos los primeros pueblos  en la tierra firme, y tal su preponderancia, que para el año de 1519,  el Rey  Don Fernando de Aragón, pidió al Papa y se le concedió, la creación de la diócesis de Paria, la segunda en la tierra firme, después de Santa María del Antigua, y  12 años antes que la de Venezuela con sede en la benemérita ciudad de Coro; y se otorga con fundamento en la importancia que habían adquirido las misiones en la provincia y pueblos de Cumaná y Santa Fe; así se creó la diócesis de Paria con sede en Cumaná, y se nombró a su primer obispo, Pierre Barbier, más conocido en España, como Pedro Barbirio, fraile de fuerte y avasalladora personalidad, que venía prestando servicios a España desde el reinado de Felipe el Hermoso y Juana la Loca;  y para 1516 se destacaba  en la cancillería que dirigía con mano férrea Jean de Sauvage de la corte de Carlos I de España y V de Alemania,  el heredero del más poderoso imperio de aquellos tiempos. Lamentablemente este obispo nunca llegó a Cumaná y la diócesis quedó solo en los papeles.

Para el nombramiento de Pedro Barbirio, el Rey, Carlos V, escribe a Don Juan Manuel, su Embajador en Roma, en estos términos: “El Rey. Don Juan Manuel, pariente, del mi Consejo y Embajador en la Corte de Roma. En días pasados yo envié a suplicar a mi Santo Padre le pluguiese mandar erigir una iglesia catedral en la provincia llamada de Paria, que es en Tierra firme del mar océano,  y provea de la dicha iglesia  al maestro Pedro Barbirio, mi capellán,  en cuyas letras y méritos cabe esto y mayor cosa, y porque yo deseo que la dicha erección y provisión haya efecto, la cual hasta agora diz que se ha diferido  por n haber podido proveer el dicho maestro  Pedro de los derechos de la expedición de las bulas  para ello necesarias, los cuales él ha dejado de pagar a causa de su pobreza y de las necesidades que tiene de algunas expensas  que ha de hacer  en ir a la dicha tierra firme,  que es de mucha distancia, por cuyo respecto S. S.  diz que le remitió los derechos que le pertenecían, y agora él provee de los otros que tocan a los oficiales por cuya mano se han de despachar las dichas bulas, y yo escribo a S.S.  sobre la expedición de ellas mi carta de creencia, a vos remitida, que va con esta.  Por ende,  yo os encargo y mando que,  luego que la deis y supliquéis de mi parte le plega mandar  luego hacer  la dicha erección y provisión y hacer gracia de los dichos  derechos que de ello le pertenecen  al dicho maestro Pedro,  así por las causas susodichas como por no tener  la presente  la dicha iglesia ningunos frutos ni rentas, y para al que fuere necesario el procurador del dicho  maestro Pedro,  satisfará  los derechos que haya de llevar  los dichos oficiales, y haréis en hacer la concesión  de lo susodicho  y expedición  de las dichas bulas la instancia necesaria, por manera que  haya breve efecto,  porque mi voluntad es el de enviar al dicho maestro Pedro  a la dicha provincia en uno  con otras personas  que vayan proveídas  a aquellas partes  para servir a Dios y entender en la conversión  y buena doctrina de los pobladores.
Y aprovecharos heis en lo que para ello fuere menester de los muy reverendos cardenales Sancta Cruz y Medici, a los cuales así mismo escribo mis cartas de creencia, a vos remitidas, que van con esta.  Y para más particular información vuestra va con la presente relación de lo que toca a este caso, firmada de Joan de Samano, de lo cual usaréis en lo que fuere necesario, que en ello me haréis placer y servicio. De la Coruña, a 17 de mayo de 1520. (30)


LA REBELION DE LOS INDIGENAS DE CUMANA.


Hasta 1520 se mantuvo la paz en la misión de Cumaná; en 6 años de duro trabajo se había consolidado un pueblo, sin embargo, todo hacía presagiar el peligro de la guerra. El crecimiento de la ciudad de Nueva Cádiz en la Isla de Cubagua, la explotación desenfrenada de la riqueza perlera, el tráfico de esclavos indios y la codicia, fueron los detonantes de la guerra. 
Las Casas cuenta el primer episodio de esta guerra. Un tratante de esclavos de nombre Alonso de Ojeda, capturó en Maracapana, muy cerca de Chiribiche, a 15 leguas del pueblo de Cumaná, a un grupo de indios Tagares para venderlos en Nueva Cádiz. Los caciques de la zona: Maragüey, Pasamonte, Toronoima y Diego, juraron vengarse, y el 3 de octubre de ese año de 1520, asaltaron el convento de Santa Fe de Chiribiche, y mataron a dos misioneros dominicos, y luego vinieron sobre Cumaná y destruyeron el monasterio y las iglesias, y todo cuanto aquí había. El pueblo opuso tenaz resistencia, muriendo en la refriega los capitanes Ojeda, Villafañe, Gregorio Ocampo y 26 soldados que componían la defensa de la ciudad, pero los frailes y la gran mayoría de los habitantes de la ciudad pudieron huir hacia la Nueva Cádiz y la Margarita.  

José Mercedes Gómez en su obra citada, dice que “Estos hechos corroboran, además del acto criminal de Ojeda y la represalia indígena dos cosas: primero, que la misión de Cumaná, era más importante que la de Santa Fe pues tenía mayor número de frailes y segundo que para el año de 1520 habitaban en Cumaná españoles provenientes de Cubagua asentados en la costa firme, la cual, por razones de clima, seguridad y alimentación, les era más propicia que la vecina isla…”  (31).


GONZALO DE OCAMPO ACTAS Y DOCUMENTOS

No se hizo esperar la reacción del Imperio, ante la destrucción de los pueblos españoles de Cumaná y Santa Fe, y la muerte de los misioneros y soldados; el 21 de enero de 1521 la Real Audiencia de Santo Domingo, envió una expedición punitiva bajo el mando del Capitán Gonzalo de Ocampo, formada por tres carabelas y 200 hombres de armas, con la orden expresa de castigar a los insurrectos. Veamos el informe presentado por el Capitán Gonzalo de Ocampo:

“Muy altos y poderosos señores: A V. A., se ha hecho reclamación como el Lcdo. Rodrigo de Figueroa, por comisión de V. A.  hizo cierta declaración de las partes y provincias de las islas y Tierra Firme de donde se podían traer  por esclavos los indios caribes que comen carne humana, y las otras partes donde declaró  ser guatiaos y defendió  que no se les hiciese guerra, de los cuales guatiaos las principales partes y más pacíficas y usadas por los dichos españoles eran en la dicha costa de Tierra Firme, desde la provincia de Cariaco hasta la provincia de  Maracapana, en que podrá haber de costa al luengo  15 leguas, no embargante que más al poniente y al occidente había y hay indios guatiaos que tienen amistad  y contratación con los españoles; desde dicho Cariaco hasta la dicha Maracapana es lo que cae más en contra de la isla de Cubagua donde pescan y rescatan  las perlas y donde vienen los indios más generalmente  a la pesquería.
En esa dicha Costa entra una provincia que se dice Cumaná, que es donde los religiosos de San Francisco tenían más había de seis años un monasterio con ciertos frailes de su Orden; cinco leguas por la dicha costa más al occidente esta la provincia de Chiribichí, que agora se llama Santafé, en la cual los religiosos de la Orden de Santo Domingo tenían otro monasterio, otras cinco leguas más abajo cabe dicha provincia de Maracapana, en que esta un pueblo de indios.
Después  de la dicha declaración por un tomador de las licencias que el dicho Lcdo. Figueroa dio,  y con ciertas instrucciones de que él habrá enviado el traslado a V. A.,  han ido así de esta isla como de la de San Juan a la dicha costa de Tierra Firme a rescate de perlas y guanines y esclavos, y se ha multiplicado tanto  el trato a causa de esta negociación que certificamos a V. A.,  la perdición de esta isla si esto no hubiera, que ha dado en que entender  a todos generalmente esta isla estuviera harto más perdida y no hubiera casi  trato ninguno.
Agora hacemos saber a V. A., que, estando este trato y negociación pacífica y muy más acrecentada que nunca estuvo, un domingo,  que se contaron tres días del mes de septiembre pasado, habiendo los religiosos dominicos tañido a misa, como los tenía de costumbre, y estando vestido el uno de ellos para la decir,  vino a la dicha un cacique  de la dicha provincia, que se llama Maragüey, que era vecino  muy cercano  al dicho monasterio y a quien los frailes hacía mejor tratamiento que a los otros y le había curado y hecho muchos beneficios, según  nos certificó el viceprovincial de la dicha Orden que aquí está y otros religiosos: el cual dicho cacique trajo consigo otros indios, así de la dicha provincia como de otras provincias cercanas de allí, que se dicen los Tagares, y entraron al dicho monasterio, so color que iban a misa, y mataron dos frailes que allí hallaron, porque los otros dos  estaban en la isla de Cubagua a la sazón que aquello pasó, diciendo misa al alcalde mayor y a los otros españoles que allí residen; mataron así mismo  otras nueve personas que estaban en el dicho monasterio, entre los cuales era un indio  de la misma provincia que era lengua con que los dichos religiosos les predicaban nuestra santa fe católica;  y robaron y quemaron el dicho monasterio sin les quedar cosa alguna, y matárosles hasta un caballo y un perro y un carnero que allí tenían los dichos frailes, y, según lo que el viceprovincial nos dice, valía lo que les quemaron de ornamentos y otras cosas mil pesos de oro;  solamente se escapó un indio natural de esta isla que servía  a los frailes, el cual llevó la nueva a la dicha isla de Cubagua a Antonio Flores, alcalde mayor que allí está, el cual dicho alcalde mayor luego que se enteró, proveyó  de cinco barcos con 40 hombres que pudo haber en  la dicha isla y  los envió con los religiosos que allí estaban, y envió  un teniente suyo, porque a la sazón estaba enfermo; los cuales fueron a la dicha provincia de Santafé y hallaron hecho todo  el dicho desbarato, y además hallaron un bergantín que había llegado allí  con cinco españoles, que lo enviaba Hojeda, capitán de una armada, desde dos leguas más abajo, lo habían tomado y desfondado los mismos indios, y muerto los cuatro de ellos, a los cuales tenían ahorcados, y al otro hallaron escondido en una ciénaga junto a la mar, el cual les dijo lo que había pasado en este artículo del bergantín, y como los indios los habían muerto estando en paz rescatando con ellos.
Desde la dicha provincia de Santafé, sabido lo susodicho, la dicha gente con los dichos barcos bajaron a la provincia de Maracapana, que es cinco leguas de allí, por saber lo que había sucedido del dicho capitán Hojeda, y llegado que llegaron cerca del dicho capitán, que estaba en tierra en la playa,  un cuarto de legua de su carabela con once españoles, como los indios vieran  la dicha gente en los dichos barcos, conociendo que venían en socorro del dicho capitán arremetieron con el dicho capitán y gente, y los mataron, que solamente se escaparon dos de ellos que se acogieron a los barcos, el uno herido,  que murió dende a dos días, lo cual visto por la gente de los dichos barcos, fueron a la dicha carabela que estaba sola y la tomaron, y recogieron en sí  más de 150 marcos de perlas que tenía dentro, y la llevaron a la dicha isla de Cubagua.
A este capitán Hojeda había acaecido un caso, y es que el mismo domingo  que fue la muerte de los religiosos dominicos en la tarde,  estando el en la provincia de Guanta, que es dos leguas más debajo de do está el dicho monasterio, él hizo un exceso que fue que había enviado por la tierra adentro a rescatar maíz,  y trajeron el dicho maíz con ciertos indios que alquilaron para se lo traer hasta la carabela, y llegados a ella, hizo por fuerza a 31 de los dichos indios entrar en la barca, y los llevó por la costa abajo hasta Maracapana, adonde los mataron como dicho es.  Los cuales dichos 31 indios el dicho alcalde mayor los tomó en sí y no sabiendo que hacer de ellos por lo que había sucedido, nos los envió a este puerto con la misma carabela, para que viésemos lo que de ellos se había de hacer, los cuales pusimos e depósito de ciertas personas que les dan de comer.
El mismo día que dicho alcalde mayor supo en la dicha isla de Cubagua de la muerte de dichos dominicos, temiendo no hiciesen otro tanto a los frailes franciscos, proveyó de enviar gente en ciertos barcos a la provincia de Cumaná a hacérselo saber y avisarles de lo que había acaecido para que, si quisiesen venir a aquella isla, lo hiciesen hasta ver en qué paraba el alboroto  de los dichos indios: lo cual sabido por los dichos frailes, temerosos no hiciesen con ellos lo mismo que con los otros, se recogieron con todo lo más que pudieron y se fueron a la dicha isla de Cubagua de donde juntamente con los otros dos frailes dominicos  que habían escapado, se vinieron a esta isla: todo lo cual, como arriba decimos, pasó desde el dicho domingo 3 de septiembre hasta seis días siguientes.
Después de lo cual, dende a diez días,  sucedió que una carabela, que había partido de esta isla armada para rescatar por la dicha costa, llegó a la dicha provincia de Maracapana, que es donde mataron al dicho Hojeda, y no sabiendo cosa ninguna de lo que allí había pasado, saltaron a tierra a contratar con los dichos indios, como lo hacían en otros viajes; y los mismos indios, los más principales de ellos, entraron en la carabela a comer y a beber de lo que traían, fingiendo con ellos mucha paz y convidándolos que saliesen a tierra, que tenía mucho que rescatar, y que no llevasen armas, porque los indios no se escandalicen, pues eran tan sus amigos: lo cual hicieron así, y salieron en la barca el capitán de la dicha carabela con nueve hombres, y no acabaron de desembarcar  cuando los mataron a todos e incontinenti con sus canoas y piraguas fueron a la dicha carabela por la tomar, y los que en ella estaban, visto lo susodicho, cortaron los cables y se salieron huyendo a la vela y se fueron a la dicha isla de Cubagua.
Dende ocho días que lo sobredicho pasó, llegó a la dicha provincia de Maracapana, donde lo susodicho había acaecido, otra carabela de armada de esta isla, que iba a rescatar por la misma costa, y no sabiendo casa alguna de lo que allí había pasado, saltó en tierra en el mismo puerto con la gente: de la cual los dichos indios hicieron lo mismo que con la carabela pasada, entrándose en ella a comer y beber, y convidándolos a rescate, e hicieron que todos salieran en tierra, y después que los tuvieron todos juntos, mataron 23 hombres de ellos, que solamente escapó el capitán que había quedado en la carabela con otros cuatro hombres, que la trajeron a este puerto, de lo cual por todos generalmente en esta isla  se ha recibido mucha tristeza, principalmente por la muerte de los dichos religiosos españoles, y además por el daño  que se sigue  en cesar al presente el dicho trato y contratación, que, como arriba decimos, era lo que principalmente sostenía esta isla.

Luego que la dicha nueva vino, nos juntamos los jueces y oficiales de V. M., y, platicando sobre el remedio de ello, acordamos ser muy necesario el socorro que dicho alcalde pedía, y para ello determinados que, en nombre de V. M., se hiciese una armada para la dicha costa de Tierra Firme.
Estando despachando la dicha armada, tornó a escribir el dicho alcalde porque los dichos indios habían puesto en les defender el agua, y habían quemado el monasterio de los frailes franciscos, que hasta entonces no le habían quemado, y había cesado el dicho rescate: lo cual sabido, tornamos a platicar en el dicho negocio y acordamos enviar las dichas tres carabelas, y en otra, si fuere necesario, hasta doscientos hombres para que allí se haga lo que conviene a esta negociación, que consiste en tres cosas: la una, socorrer los que allí están en tanto riesgo y peligro, la otra, castigar a los dichos indios que ha hecho los dichos maleficios tan traidora y alevosamente, porque cuando mataron a los dichos frailes dominicos y les robaron y quemaron el monasterio no había acaecido lo que el capitán Hojeda había hecho la costa abajo,  ni aunque hubiera acaecido había de ser bastante para tan gran mal, antes dice el viceprovincial y los otros frailes que ellos temían que había de acaecer así mismo; la otra, procurar pacificar la dicha costa porque no cese el trato y procurar el agua en Cubagua, sin la cual allá no se puede estar, la cual pacificación no se podría buenamente hacer sin que ellos conozcan que los españoles, cuando quieren, tienen fuerza para les castigar y subjetar, porque hasta aquí, con los haber tratado muy blandamente, sin hacerles mal, por no quebrar los mandamientos de su V. M., los tienen en poco a los españoles, y dicen que somos mujeres y gallinas.
En el cual castigo nos ha parecido que se debe trabajar como se hallan los principales de aquellas provincias que fueron en hacer los dichos delitos, y en ellos ejecutar las penas que merecen, y de los demás que con ellos fueron en los delitos prenderlos y cautivar los que pudieren y traerlos a esta isla y hecho esto, tomar a enviar allá los 31 indios que injustamente fueron traídos, y hacer mucha honra a los guatiaos que son en paz: con lo cual, y con el dicho castigo, creemos que la dicha costa quedará pacífica como de antes, no embargante, todavía nos parece que V. M., debe mandar hacer una fortaleza en la dicha provincia de Cumaná, junto al agua, así para que no impidan el tomar de ella, para su seguridad de los españoles”. (32)

Es bastante lo que se puede decir de este capitán Gonzalo de Ocampo, pero en los documentos que estamos trascribiendo se puede constatar mucho más, y al detalle, sobre la personalidad del capitán y la realidad de los hechos en los cuales participó, y que estudiamos. El oficio emanado de la Real Audiencia de Santo Domingo de fecha 20 de enero de 1521, para Gonzalo de Ocampo, dice:
“A vos capitán Gonzalo de Ocampo cometemos el castigo de los indios de las provincias de Cumaná, Santa Fe, los Tagares, Maracapana, a cuyos caciques é especialmente a los llamados Maraguey, Don Diego, Gil González e Pasamonte e otros con sus indios, se había procurado dar doctrina e regalar para que se convirtiesen. E ellos lejos de agradecerlo, habrá un año que andando contratando con ellos ciertos capitanes españoles, los mataron con 40 hombres, e habrá cuatro meses mataron también a los dos frailes dominicos, el uno revestido para decir misa, &, luego mataron al capitán Hernando Ibáñez con cinco españoles. Los de Maracapana mataron al capitán Hojeda e a sus compañeros alevosamente, e del mismo modo a los capitanes Villafañe e Gregorio de Ocaña con 46 hombres, e quemaron el monasterio de los franciscanos de Cumaná. Después hecha una gran junta  con gran alboroto, e tañido de cornetas, armados con sus arcos y flechas, defendieron el agua a los de Cubagua en el río de Cumaná e queriendo tomarla en la isla Margarita, fueron a defendérsela también con muchas canoas; echaron ponzoña al agua, causas solas que obligaron al alcalde mayor e gente a desamparar a Cubagua dejando sus casa e copia de  bastimentos, rescates, &, para remedio de este, iréis vos  el capitán Gonzalo de Ocampo con esa flota directamente a Santa Fe; procuraréis prender a Maragüey e a su hermano e a cuantos caciques e indios de esa provincia pudiéredes, pues todos fueron concentrados en matar los dominicos o enviarlos heis  acá para que se haga justicia. Hacerles, si se resisten, cruda guerra, e captivarlos e pacificad la tierra. Lo mismo haréis con los Tagares, que fueron en favorecer a los de Santa Fe. En Maracapana requerid que os entreguen los caciques Gil González e Don Diego e cuantos fueron en la muerte de dichos capitanes. En Cariaco, Cumaná e La Margarita, aunque inducidos por los otros, ayudaron también, decid que los perdonamos, pero que entiendan que se les tratará con rigor si reinciden. En Cumaná especialmente haced que les hable el Padre Fr. Juan Garceto, que con vos llevéis, pues sabe la lengua e que van en paz. Generalmente lo dejaréis todo pacífico para que pueda volver la contratación como antes, e los religiosos puedan ir a les doctrinar, bautizar, &, como antes hacían sin riesgo.  Para todo vos damos poder cumplido, &, Santo Domingo a 20 de enero de 1521” (33).

 Hemos visto en estos documentos, que no se pueden modificar, como fue nombrado por la Audiencia de Santo Domingo el capitán Gonzalo de Ocampo, jefe de la expedición de tres carabelas y doscientos hombres, que vinieran a  pacificar por las costas de Cumaná, que eran pueblos de misión; sin embargo muchos historiadores, al contar estos hechos cambian todos los términos, por ejemplo el más luminoso de ellos, Arístides Rojas, dice que la Audiencia mandó alistar una escuadra de cinco navíos tripulados con 300 hombres, y que al pasar por Cubagua  dejó tres carabelas para no alarmar a los indios, y concluye con un panorama de desolación que incluye la desaparición de la misión de los franciscanos, cuando el mismo dice y así consta en los documentos que acabamos de transcribir, que los franciscanos volvieron con el mismo Gonzalo de Ocampo en esa expedición y que en ese mismo año reciben  en ella a Bartolomé de las Casas, y que Ocampo reconstruye lo que los indios habían destruido en Cumaná (Nueva Córdoba) donde llegó con orden de perdonar a los indios de esta provincia, y funda, con ellos, media legua del río arriba, un pueblo al cual bautiza Nueva Toledo, tal como aparece en mapas de 1601 que van en el apéndice de esta obra.
Ramos Martínez dice: “Cuando a principios de 1521 vino a Cumaná el capitán Gonzalo de Ocampo a castigar y pacificar a los indios sublevados, regresaron los franciscanos a su destruido convento con el P. Fr. Juan Garceto, su prelado, el mismo que ya antes había tenido igual cargo y que sabía la lengua de los naturales.
 El Capitán llega más arriba, río arriba,  de la Nueva Córdoba, donde estaba la misión franciscana de Cumaná hacía más de seis años, en los cerritos que estaban en  la boca del río, con pocas casas como la pinta Castellón; su monasterio, escuela y sus dos iglesias, donde continuó la obra civilizadora de los misioneros como veremos más adelante; y de ese pueblo que fundó Ocampo, media legua del río arriba, e insisto en ello, porque en este punto también se ha creado confusión, sobre todo por lo difícil que se advertía que pudiese poblarse,  como lo manifestaba Las Casas, que dijo “Ni que lo llamase Sevilla, lo han de poblar”,  esta expresión se debe interpretar, según lo difícil que había sido hacerlo en  la Nueva Córdoba, que quedaba en un puerto seguro a la boca del río, bien defendida;  fundar otro pueblo más adentro del territorio, sumamente poblado de indios indómitos, lo consideraba imposible.  Sin embargo, estos dos pueblos inician una etapa de desarrollo, protegidos por Castellón, como podemos apreciar en los documentos y mapas citados y otros que van en el apéndice. Luego estos dos polos se unen y forman la ciudad de Cumaná.     

            De Gonzalo de Ocampo se han escrito muchas cosas que más bien suenan a la magnificación de una gesta que fue despreciable, y la mayor parte inventada por gente interesada en el tráfico de perlas y esclavos. Se dice que,  con una de sus naves, entró por Maracapana, tierra del valiente cacique Toronoima, castellanizado  “Gil González”, al cual Ocampo tiende una celada; lo invita a la nave, a la cual va pacíficamente con otros hombres que lo acompañaban, y súbitamente, un marinero, tal vez entrenado en el arte de matar,  armado con un puñal, se lanza en pos del cacique, y en una lucha desigual, en las aguas virginales, le da muerte al guerrero indómito, que había derrotado a los españoles en varias ocasiones.  Ocampo entra luego al pueblo de Maracapana a sangre y fuego, sacrifica a la mayor parte de sus moradores, que habían acudido a recibirlo como acostumbraban, y a los que no asesinó los embarcó para Cubagua, para venderlos como esclavos. Esa fue una de sus proezas.

            Arístides Rojas dice en relación con esta onda destructiva, que: “Pacifica toda la comarca, cubierta, puede decirse, de funeral desolación, talados los campos, en ruina los poblados, en fuga los moradores, y en escombros los monasterios todavía humeantes” (34).  En realidad es un visión fugaz  de lo que pasó; porque también Ocampo, hace la paz con los indígenas de Cumaná, reconstruye la misión de los franciscanos y funda un pueblo con la ayuda de Don Diego cacique de Maracapana;  a cuyo pueblo  nombra Nueva Toledo, fundado media legua del río Cumaná arriba, como ya dijimos,  no en otra parte como sugieren  muchos historiadores y cronistas, tal como puede comprobarse en el mapa de 1601, que va en el apéndice;   construyó 21 casas y un fuerte donde pensaba gobernar y permanecer algún tiempo, y lo hubiese hecho, de no ser por la llegada a Cumaná de fray Bartolomé de Las Casas, con  Cédulas Reales que revocaban su mandato,  como luego veremos. 

BARTOLOME DE LAS CASAS

En aquesta sazón que voy diciendo,
Hubo por estas partes y regiones
Un clérigo bendito, reverendo,
Testigo de muy grandes sinrazones;
A quien Dios levantó, según entiendo,
Por favorecedor de estas naciones;
Bartolomé Casaos se decía,
Padre desta moderna monarquía;
Cuyo nombre merece ser eterno
Y no cubrirse con oscuro velo,
Pues procuró de dar tan buen gobierno
A los conquistadores de este suelo,
Que sacó muchas almas del infierno
            A la contemplación del alto cielo.
            Aqueste pareció tal cual lo pinto
            Ante la majestad de Carlos Quinto.
       ………………………………………..
            La ge quien descubrió la gran solapa
            De males hechos en aquesta gente
            Defensa fuerte, protector y capa
            De los bárbaros indios de Occidente;
            Siendo después obispo de Chiapa,
            Acabó su carrera santamente;
            Y en indias el protervo y el sencillo
            Tienen justa razón en bendecirlo.
         
JUAN DE CASTELLANOS.  (35)


PERFIL BIOGRAFICO DE BARTOLOMÉ DE LAS CASAS

Este bienhechor de la humanidad nació en Sevilla el 11 de setiembre de 1484 (fecha probable), del matrimonio de Don Pedro de Las Casas y de Doña Isabel Sosa, ambos de ascendencia judía. Tenía 8 años cuando los Reyes Católicos liberan Granada, unifican el imperio y expulsan a los judíos. La familia de Bartolomé no sufrió los rigores de la diáspora porque sus padres se habían convertido al cristianismo muchos años antes de estos acontecimientos. Sus estudios correspondientes a la primaria los hizo en la escuela de la Catedral de San Miguel y el bachillerato o latín en la academia, ambos en Sevilla. Escribió varias obras, que aún son herméticas, y que son imprescindibles para una mejor comprensión de su tiempo: La Destrucción de las Indias”, publicada en 1552; “Historia de las Indias” que vino a publicarse en 1875; “Apologética - Historia de las Indias” que viene a publicarse en 1909; “De Único Vocationis Modo” el último en publicarse en 1975. 

Al parecer, el padre de Bartolomé, acompañó a Colón en su segundo viaje al Continente Americano y económicamente le fue bien, o simplemente su carácter aventurero le señaló ese camino, por eso lo encontramos con su hijo en la expedición, que parte de Sevilla, bajo el mando de Francisco de Bobadilla, el 13 de febrero de 1502 y llega a Santo Domingo el 15 de abril de ese mismo año.
En esa época los colonizadores españoles en las islas caribeñas, sometían a los indios por la fuerza; la conquista se convierte en una guerra a muerte, sobre todo desde que se descubren las minas de oro en Santo Domingo. Bartolomé es un joven “con mucho futuro” y Ponce de León, le asigna un repartimiento en Concepción de la Vega; entre tanto Ovando persigue, somete y sacrifica a los indígenas, y muy a su pesar Bartolomé participa en esos crueles sucesos. En 1506 Las Casas viaja a Roma, recibe allí, las órdenes Mayores, regresa a Santo Domingo, investido de sacerdote, y se establece en la provincia de Cibao.

Ovando es destituido por su salvajismo y Diego Colon, hijo del Almirante Cristóbal Colón, es designado Virrey de las tierras descubiertas en el Nuevo Mundo.  
En 1510 llega a Santo Domingo la Orden Dominica con Pedro de Córdoba a la cabeza. Se percatan de la guerra injustificada que imponen a los colonizadores a los indígenas y se baten contra ellos desde el púlpito. La predica de los dominicos se esparce como pólvora encendida y Bartolomé se acerca a ellos, conoce a Pedro de Córdoba, a Montesinos, Berlanga, etc.  y los escucha, ellos le hablan de su propia fe.     
 
 Sin embargo, Bartolomé continúa su mismo derrotero, se une a la expedición que va a la isla de Cuba, con el cargo de Capellán, bajo el mando de Diego Velásquez de Cuellar. Participa en actos de insólita crueldad como la matanza de Canoabo, donde asesinan toda una tribu y a la princesa Anacaona. Este episodio lo llena de espanto y es una de las páginas más angustiosas que le toca escribir.  A finales de 1512, renuncia a todos sus privilegios, devuelve sus esclavos e inicia su apostolado en el pueblo de Trinidad, fundado por Velásquez, donde predica a los soldados, asqueado de aquella política implacable, de la que participaba, contra un pueblo indefenso. 
Bartolomé, que ya conocía a Pedro de Córdoba, se traslada a la isla y ciudad de Santo Domingo, y llega, precisamente, el día en que el dominico sale con una expedición para Tierra Firme, en continuación de su proyecto pacifista. Sin embargo, Dios está de su lado, la expedición tiene que volver a tierra como hemos dicho antes, y Bartolomé tiene la satisfacción de entrevistarse con Pedro y narrarle, con lujo de detalles, buena parte de su vida, sus reflexiones y su determinación de dedicar todas sus fuerzas a la defensa y protección de los indígenas.

         En 1515, a los 31 años, Bartolomé se va a España con Antonio de Montesinos y mediante la intersección del Arzobispo de Sevilla y fray Tomás de Matienzo, se entrevista con Fernando el Católico, el 23 de diciembre de ese año, un mes antes de la muerte del Monarca, por lo cual sus esperanzas y su diligencia resultaron de poco provecho. Pero de mucho deben haber valido los trabajos y las denuncias de estos espíritus elevados, porque quedó en la Regencia del Imperio, el Cardenal Cisneros, que lo primero que hizo fue destituir a Fonseca y a Lope Conchillos, e incauta los tesoros de la Casa de la Contratación de Sevilla, de donde se mantenían los pillos; y nombra una comisión para que estudie las propuestas de Las Casas, contenidas en un largo memorial, presentado a los cardenales Adriano y Cisneros, en marzo de 1516.

EL MEMORIAL DE LAS CASAS

         Las Casas propuso dos clases de remedio, unos generales para todas las colonias; y otros para algunas colonias en particular. Vamos a ver solo una síntesis de los generales de donde se verá toda su doctrina y su empresa.
  
Generales:
1.- que se ordene suspender el régimen de encomiendas que se aplica en las colonias. -
2.-  Que se mande constituir a los indios en comunidades en las cuales convivan indios y españoles y trabajen por igual, tanto en el campo como en las minas, se pague el quinto real y se repartan el producto en provecho de todos.
3.-  Que se mande ir a cada villa o ciudad, 40 labradores según la disposición de cada lugar, con sus mujeres e hijos de cuantos en estos reinos hay sobrados, y que den a cada uno 5 indios con sus mujeres e hijos, para que sean compañeros de trabajo.
4.- Que se mande pregonar estas medidas y se llame a los indios para que trabajen en paz con los españoles.
5.- Que mande a poner en cada villa un sacerdote, celoso de Dios, que cuide de los indios e imponga justicia sin restricciones de ninguna índole.
6.-  Que no se envíen otras autoridades que puedan alterar el orden establecido por ese único juez.
7.-   Que no se nombren para ejercer de jueces a ninguno de los que hasta ahora ha tenido que ver con la justicia en las islas.
8.-   Que ninguno de los de Castilla tenga nada que ver con los indios de las islas.
9.-    Que se deroguen las leyes promulgadas por cuanto no se tomó el parecer de los que viven en las indias, sin embargo, las últimas cuatro leyes que los favorecen que son justas y santas, las mande guardar.
10.-    Que las penas de los peones que echan los españoles por sus delitos, que suelen pagar los indios, que no las echen, y que si las echaren sean los peones españoles a quien se lo paguen los tales delincuentes.
11.-     Que su alteza no tenga indios señalados ni por señalar e las comunidades ni parte alguna, porque no haya ocasión de corromperse, porque alegando muchos el servicio de su Alteza, en ello tienen excusa para forzar el trabajo de los indios, y con ello su muerte segura.
12.-    Que no sea admitido clérigo sino fuere letrado, para enseñanza de los indios; y que no se mande nunca uno solo sino dos, para ver de confesarse y no dar misas en pecado.
13.-     Que no se permita sacar indios de un sitio para enviarlos a otro bajo ningún pretexto, sino que los de cada isla estén en ella para su mejor protección.   
14,-     Que mande a publicar las obras del Dr. Palacios Rubio y el maestro Matías de Paz, para que se sepa como los indios son hombres libres y han de ser tratados como libres. (36)

De este memorial podemos deducir la calidad humana de Bartolomé de Las Casas, y comprender mejor su lucha por la libertad de los indígenas americanos. Son varios los memoriales que envía Las Casas a Cisneros en 1516, de ese mismo tenor, después de la muerte de Fernando el Católico; y en 1518 se los   envía también al Emperador Carlos V, a quien le dice: “Ha ya dos años y medio que ando en esta corte” y más adelante le dice “Ha diez y seis años que en aquellas tierras estoy”, lo que confirma paso a paso nuestra investigación.

En 1519 Las Casas propone al Canciller, la capitulación de la Tierra Firme, que es un documento fundamental, para entender la obra del Protector de los Indios.
De la capitulación, por ser un texto muy largo, hemos resumido algunos aspectos: 
En la introducción dice Las Casas “Lo primero que supliqué a vuesa Señoría, que se considere, el otorgamiento de mil leguas de tierras, que por ellas daría cincuenta mil ducados de renta a los tres años, a los seis años daría cien mil, etc.; y me comprometía a hacer diez pueblos de cristianos. El Consejo de Indias redujo las mil leguas a 600 y trastornó todo el planteamiento.
 
Otras consideraciones de Las Casas dentro del texto:
1.- que en las tierras que se le señalaron no hay oro, sino en las provincias del Cenú y Santa Marta, que no entran en su jurisdicción;
2.-  que se le negó la costa de las perlas que está en Paria, con lo cual estuvo conforme, pese al daño que sufría el negocio;
3.-  que los cristianos que llevará a Tierra Firme, deben ser hidalgos caballeros y personas de merecimiento, que van a trabajar en comunas y poner los gastos de su propio peculio, y van a sacrificar sus vidas por amor de Cristo. 
4.- que es necesario que los frailes dominicos y franciscanos, le ayuden  con lo que tenga que llevar y por hacer, con los indios de su cargo, porque tienen mucho crédito (esta es una de las muchas razones que tuvo Bartolomé para venir a Cumaná), por lo cual “le conviene  ir a desembarcar allí, porque toda la otra gente de la otra tierra está muy alterada e muy dañada de los escándalos que los cristianos han puesto, e desde allí  de la dicha Paria, tengo de comenzar  a hacer las paces con toda otra gente”.
5.-  que se le otorgue la provincia del Cené, donde había oro, y que se le dio a Lope de Sosa, y el cual a su modo de ver era incompetente para manejarla “E querer poner esta provincia del Cenú en aquella aventura de perderse, estorbarme a mí que ya no la remedie e la gane para su alteza, paréceme que de ninguna manera se debía de consentir”.  (37)


SINTESIS DE LA PROPUESTA DE LAS CASAS

  1.- que se me otorgue la provincia del Cenú entre las tierras que se me señalen, que con ello remediaré lo de las gentes que vengan conmigo; que para el caso de que no se me otorgue la provincia, que se parta y se me den 20 o 30 leguas por la costa de la mar, e que se le prohíba escandalizar entre los indios.
2.-  que los límites sean desde el río Dulce, que está arriba de Paria hacia el Oriente, porque entren los religiosos que allí están, e yo me vaya a desembarcar allí, porque ellos lo desean tanto como yo, e con ellos y con los religiosos que tengo que llevar tengo de hacer mucho más que con todos los seglares.
3.-   Si no se me concede la provincia del Cenú, mande quitar los 50 mil ducados y los diez pueblos que había de hacer. Pero termina diciendo: “De todas maneras “soy contento que se quite o ponga o modere, como más e mejor al servicio de Dios e de S. M. pareciere” (38). 
 Leyendo estos documentos se conoce mejor a Bartolomé de Las Casas, que de todas las cosas que se ha dicho o se puedan decir de él. 
El 16 de setiembre de 1516 el Cardenal Cisneros, regente del Imperio, nombra a Las Casas “Procurador de los Indios”, en el Nuevo Mundo, lo inicia una lucha palaciega entre la poderosa Orden de Los Jerónimos y Las Casas. 

El Clérigo vuelve a Santo Domingo con su empresa y no puede hacer nada con los Jerónimos, pues estos tienen un criterio distinto y apoyan a los colonizadores con los cuales tienen jugosos negocios.  El comercio de esclavos se acrecienta, las entradas y “rescates” de tratantes como   Juan Bono, Ojeda, etc., en tierras prohibidas, inclusive en Cumaná, Maracapana y Chiribichí, santuario de Pedro de Córdoba. 
En abril de 1517, llega el Supervisor Don Alonso Zuazo. Las Casas somete estos crímenes a su autoridad, y los dominicos presentan un memorial, redactado por fray Bernardo de Santo Domingo, en el cual se hace relación de todas las expediciones esclavistas; enumera los crímenes contra los indígenas de la forma más cruda, las violaciones a las Leyes, la falta de los jueces en juzgar a los delincuentes y la culpabilidad de los jerónimos, directa e indirectamente.
Ante la poca efectividad de la justicia en Santo Domingo, Las Casas vuelve a España y a la Corte, con cartas de los dominicos; pero los Jerónimos se le habían adelantado, logrando socavar la fe y la voluntad de Cisneros mediante probanzas levantadas en las islas contra Las Casas, que es destituido; sin embargo, Las Casas logra entrevistarlo antes de su muerte acaecida el 8 de noviembre de 1517. Se traslada a Valladolid, para recibir al joven monarca, Carlos V de España y I de Alemania, que llega el 13 de noviembre de ese mismo año.  Bartolomé obtuvo audiencia del Consejo de Indias, leyó un memorial el 11 de diciembre de 1517, en él informaba e imponía de todas sus observaciones, peticiones y proposiciones sobre las provincias del Nuevo Mundo.  El memorial fue rechazado, pero al parecer este percance era parte de su plan, para llegar directamente el Monarca.
Los picardos tienen contacto con Guillermo de Croy, conocido como el Alter Rex, al cual le hacen ver lo importante que puede ser que Bartolomé se entreviste con el Rey, porque se conocía que la corte del Carlos V no se llevaba muy bien con los españoles. Por allí fue la sagacidad de Las Casas, el memorial que presenta ante Carlos V es a favor del reino y contra la codicia de los españoles de indias. Pronto se vio el ascenso de Las Casas, de burlado pasó a burlador, los asuntos de los españoles de indias no prosperaban se les volteó la brújula.
Interviene en varios negocios que perjudicaban a la Corona y los resuelve sabiamente, y ello le vale otro ascenso.  Sin embargo, empinado como estaba cometió el error de su vida, le dio el visto bueno a la trata de esclavos negros, cuando fue consultado sobre este delicado asunto, inducido por su amor a los indios o llevado por la cultura esclavista de la época, error inexcusable para quien entregó su vida por la libertad y dignidad de los indios.
A principios de 1519 Las Casas recibió carta de Pedro de Córdoba denunciado a los jerónimos de horrendos crímenes por omisión, a la vez que relata las incursiones de los esclavistas en los pueblos fundados por él y los franciscanos en la costa de las perlas; también le dice que trate de obtener una concesión de 100 leguas o más en esta costa, incluida Cumaná donde españoles no entren.

 Las Casas recibió una braza que le  quemaba  el cuerpo y el alma, por ello se enfrenta al  poderoso obispo Fonseca y después de muchos meses de enfrentamiento en las cortes y consejos reales, logra vencerlo por la intermediación del Cardenal Adriano, que aboga por la conquista pacífica y evangélica de la tierra firme, según predicaban  Pedro de Córdoba y Las Casas; y Carlos I firma la Capitulación de La Coruña el 15 de mayo de 1520,  mediante la cual se le conceden a Las Casas 260 leguas de tierras en la región del río de  Cumaná,  entre Paria y Santa Marta para el servicio de dominicos y franciscanos, con énfasis en que en esas tierras no habrá encomiendas, encomenderos ni otros tipo de intervenciones; ni entrarán conquistadores o colonos sin la autorización de Las Casas.

En diciembre de ese año parte su expedición con rumbo a la isla de Borinquén desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda, lo acompañan 120 colonos y un grupo de frailes entre los cuales estaba el infatigable fray Vicenta. La expedición llegó al puerto de San Germán en la isla de Puerto Rico.

En La Historia de Las Indias, encontramos este pasaje: “Tornando a nuestro negocio del Clérigo, diéronle luego dos navíos en esta ciudad y puerto de Santo Domingo, ambos bien amarinerados y cargados de vinos, aceite y vinagre, y mucha cantidad de quesos de las Canarias y muchas otras cosas y municiones, y licencia para tomar en la isla de la Mona, mil y cien cargas de pan casabi de lo que el Rey allí tenía…” (39)

LAS CASAS EN CUMANA

Las Casas desembarca a fines julio o principios de agosto de 1521 en el puerto del río Cumaná, Puerto de Las Perlas, donde tenían, hacía más de 6 años, los franciscos una misión y un monasterio; ubicados a la distancia de un tiro de ballesta desde la orilla del mar, en aquella costa virgen más conocida por el nombre de “Costa de las Perlas” como gustaba llamarla al mismo fraile Las Casas.  Él es el primero que les da este nombre, al parecer para inflamar la codicia de los flamencos de Carlos I.

En esa época ese nombre se reducía a las costas cercanas a la isla de Cubagua y Cumaná, y tal vez las 15 leguas de que habla Gonzalo de Ocampo, pero poco tiempo después, con ese mismo nombre, se conoce toda la costa que va desde Paria hasta el Golfo de Venezuela. La Corona se había reservado este extenso territorio desde la disputa con el Almirante Cristóbal Colón y ahora se la entregaba al más apropiado después de Pedro de Córdoba, Bartolomé de Las Casas.

Cuando surge Las Casas, toda la costa de las perlas está convulsionada y Gonzalo de Ocampo la sometía a sangre y fuego. Había comenzado a formar un pueblo media legua del río Cumaná arriba al que llamó Villa de Toledo. Girolano Benzzoni, el notable autor de Historia del Nuevo Mundo, publicado en 1565, que estuvo en Cumaná en 1541, lo corrobora, dice que Gonzalo de Ocampo “Mandó a construir 25 casas a orillas del río y llamó este pueblo Villa de Toledo”, (40) también puede observarse en el mapa de 1601, que reproducimos en esta obra.  Noten que dice a “a orillas del río”, debe entenderse y él estuvo aquí, en la orilla del río Cumaná, media legua del río arriba como lo dice Las Casas, a buen entendedor pocas palabras bastan. Muchos cronistas inclusive cumaneses, ubican la Villa de Toledo, en diferentes sitios.

Todo hace pensar que Las Casas se encuentra con Ocampo en esta Villa de Toledo, sin embargo, hay razones fundadas para creer que Las Casas esperó a Gonzalo de Ocampo en Puerto Rico; así se desprende de una carta firmada por Antonio de Gama, a S. M. que lo dice: “En 8 del presente llegó a San Germán una armada que el Almirante (Diego Colón) y jueces envían a Paria a castigar los que mataron los frailes. Bartolomé de Las Casas, capellán de V. M., llegó en este medio tiempo, con el despacho para poblar dicha provincia y sus comarcas. Háyase muy confuso. San Juan, 15 de febrero de 1521”. (41)
       
La armada de Ocampo, que fue autorizada por la Real Audiencia de Santo Domingo el 14 noviembre de 1520, llegó al Puerto de San Germán el 8 de febrero de 1521, en el mismo mes que lo hace la expedición de Las Casas, que partió de Sanlúcar en diciembre de 1520. Un barco de aquellos tiempos, tardaba desde cualquier puerto de España, hasta Puerto Rico, Santo Domingo o Cuba, un promedio de 40 días, y, por lo tanto, si la expedición de Ocampo, llegó al puerto de San Germán el 8 de febrero, si es posible el encuentro de Las Casas y Ocampo en ese puerto, como afirman muchos historiadores y cronistas; y luego de la entrevista, Ocampo partió hacia el pueblo de Maracapana para iniciar su campaña de terror.
Las Casas  es recibido en Nueva Córdoba  por los franciscanos el 15 de agosto de 1521, con muestras de alegría, cantando el “Te Deán Laudamus”: “Benedictus qui venit in domine Domine”, según texto del mismo Las Casas, en el cual agrega: “Tenían una casa y monasterio de madera y paja y una muy buena huerta adonde había naranjos de maravillosas naranjas (un naranjo tarda seis o siete  años en producir frutos) y un pedazo de viña y hortalizas y melones muy finos y otras cosas agradables; todo esto habían puesto  y edificado los religiosos de la misma orden que fueron al principio, cuando el padre Pedro de Córdoba con sus dominicos como en el Capítulo 54  de la parte II, queda declarado. Estaba esta casa y esta huerta a un tiro de ballesta de la costa del mar, junto a la ribera del río que llama Cumaná, de donde aquella tierra se nombra Cumaná”. (42)

Este texto no tiene desperdicio, confirma en todo lo que hemos venido exponiendo. En la desembocadura del río Cumaná por el Golfo de Cariaco, donde ya existía “Puerto de Las Perlas”, en el sitio llamado Los Cerritos, encontró Bartolomé de Las Casas la misión de los Franciscanos que trajo Pedro de Córdoba, hacia 6 o 7 años, o sea entre 1513 y 1514; tenían una casa grande y un monasterio, y por supuesto ese monasterio no solo era para holgar los frailes, sino que servían a una comunidad heterogénea, que dio comienzo a la primera ciudad fundada por españoles en América.

El detalle de los naranjos que tardaban en producir frutos, 6 o 7 años –por supuesto, en aquellos tiempos-   es muy significativo para el cálculo de la fecha de los primeros asentamientos.
  Bartolomé de Las Casas se asienta cerca de la misión, construye una casa grande, él dice como una “atarazana”, es decir, un galpón de dos aguas de barro y paja -bahareque- con techos de caña –lata-, amarrada con bejuco –mamure- y hojas de palmera –carata, moriche, etc.-, que usaban los indios para construir sus bohíos o churuatas. Construcciones livianas y antisísmicas, que muy pronto los españoles aprendieron a construir y mejorar.
 
Todo marchaba, pese a las circunstancias, en las misiones dominicas y franciscanas de Cumaná y Chiribichí (Chiribiche para Pedro de Córdoba); la iglesia y la escuela, funcionaban como puede comprobarse cronológicamente en las Cédulas Reales despachadas para atenderlas. En 1516 envían misioneros de refuerzo, desde España; y en 1519 envían 20 misioneros más para Cumaná, la diócesis era prácticamente un hecho; también mandan ornamentos para cinco iglesias, y se proveían zapatos, camisas y mantas para los estudiantes; con todo ello crecía y fortalecía el asentamiento. En 1516 ordenan que se les pague salarios y en  1519 se nombra el obispo de Paria con sede en Cumaná, porque aun Nueva Cádiz no era ni siquiera pueblo y se ordenan ornamentos para las cinco iglesias de la diócesis; en 1523 se nombra veedor de rescates y veedor de la armada “como solían”;  de ese mismo año son las cédulas de Castellón, y hasta 1591 hay cédulas para el convento de la Nueva Córdoba y las iglesias de Cumaná, porque los dos pueblos crecieron juntos hasta que se fundieron en uno solo, la Cumaná de Diego Fernández de Serpa de 1569;  todo está probado, todo ello consta con  sello real, es indubitable. A los que no lo entienden les queda el derecho de pataleo y el sofisma, muy bueno para lograr esquivar los hechos y las escrituras.    La relación entre las dos culturas funcionaba, los jefes de familias enviaron a sus hijos a la escuela y aprendían la religión católica. Los indios también enseñaron a los españoles muchas cosas del Nuevo Mundo: fabricar casabe, que fue un elemento indispensable para expedicionar, y la arepa, el mejor pan americano; les enseñaron su idioma, el uso de sus armas, la caza y la pesca, los frutos, las platas comestibles, la fabricación de los utensilios para el hogar, y sobre todo las plantas medicinales. Ellos entre tanto aprendieron a vestirse, calzarse, comer alimentos europeos, la religión, y pese a que eran buenos constructores de barcos, aprendieron las técnicas europeas, que eran más avanzadas.

Las Casas no llegó solo a la misión, sino con muchos colonos y protección militar bajo el mando de Soto, decidido a conquistar Tierra Firme; y con bastante poder, como puede colegirse del trabajo que adelantó en el tiempo que estuvo en Cumaná, ya que no solo construyó su casa, sino que emprendió o continuó la construcción del fuerte de Santa Cruz de la Vista, en la boca del río Cumaná, con bloques de piedra, de las canteras explotadas en Araya. Debemos meditar sobre el trabajo que ello significó, aunque Las Casas no lo comenta.  Las y muchas gentes trabajaron en ese proyecto, a menos que fuese mandado por el Rey directamente, lo que resultaría muy raro, ya que estaba comprometido a hacerlo. Las canteras, al parecer, estaban en producción desde 1504. La explotación de las canteras de Araya ya eran viejas cuando llegó Las Casas a Cumaná; y así, sin magia, podemos entender, porque  algunos historiadores obvian estos detalles, sobre la construcción  del fuerte; una mole de piedra como aparece en el dibujo de Castellón, en  la boca del río, cuyo propósito principal era  proteger al pueblo de Cumaná y al de la  Nueva Cádiz, cuyo poder aumentaba  en forma vertiginosa, y competía ventajosamente con el pueblo  de Pedro de Córdoba, unido a los franciscanos de Garceto, que se quedaron en Cumaná y que siempre estuvieron bajo su mando.
Siempre fue  importante el fuerte,  para proteger  a los negociantes de Nueva Cádiz, que venían en busca de sal y el preciado líquido, entre ellos Castellón, sin el cual Cubagua se moría porque es una tierra yerma, y el agua de Cumaná era de muy buena calidad;  no creo, como afirman algunos historiadores, que los de Cubagua se opusieron a la construcción del fuerte, porque ellos eran los beneficiados, y fue un comerciante de la Nueva Cádiz, Jácome Castellón, quien lo concluye y se lleva todo el mérito. El padre Álvaro Huerga, en su obra citada, refiriéndose a Las Casas, nos dice: “No logró poner el ramo en lo alto de la torre”, es decir no pudo terminarla, y da a entender que la inició y casi la concluyó, y agrega: “A poco de llegar esperanzado y esforzado, la fortuna le volvió la espalda, todo le rodaba mal, por culpa de los perleros y rescatadores; iba y venía, no daba paz a los pies y a la pluma, reclamaba a unos y a otros, con las reales cédulas en las manos.  Pero nadie le hacía caso. Decidió ir a Santo Domingo en busca del respaldo de los representantes de la Corona, y dejó como lugarteniente a Francisco de Soto, al mando de su empresa. Y estando aun en Cubagua, atareado en buscar apoyo, los indios arrasaron la atarazana del clérigo y el convento de los franciscanos: en una canoa que tenían en el estero de la huerta huyeron los religiosos, a excepción de uno, fray Dionisio, que los indios mataron a macanazos; Francisco de Soto, herido por una flecha envenenada, muere también” (43).

El Padre Huerga, como buen español, se burla del fracaso de Las Casas, y lo refiere a sus críticos: López de Gómara y Fernández de Oviedo, que también se burlaron de él, por las mismas razones nacionalistas; pero de la obra de la que no pueden hacer sorna, y es la más grande que cronista alguno ha dejado; de ese castillo para la investigación, no dicen nada los críticos de Las Casas;  la obra monumental que escribe, y que  es el estudio pormenorizado de las naciones indígenas, testimonio que legó a la humanidad, porque no solo se ocupó de historiar la crueldad de los españoles en la conquista, sino que se ocupó  de toda la cultura indígena con la minuciosidad que solo un sabio inspirado como él podía penetrar. En cualquiera de los tomos de sus Opúsculos, Cartas y memoriales; en La Historia de las Indias; sus estudios sobre la Isla Española, México, la provincia de Paria: sus animales, hierbas y plantas; sus habitantes, su gobierno, alimentación, trabajos y cultivos, etc. Sus obras son hoy en día imprescindibles para entender y estudiar la etnohistoria americana.
   
Las Casas, después de sus luchas en Cumaná, triste y endeudado, va a Santo Domingo y se recoge en el convento de sus amigos los Dominicos, viste su hábito y permanece con ellos hasta 1526, cuando se traslada a Puerto de Plata, en la misma isla, donde construye una iglesia e inicia la escritura de su obra la “Historia de las Indias”.
Muere Pedro de Córdoba en mayo de 1525, víspera de santa Catherina, y lo sucede en el mando su compañero de siempre fray Tomás de Berlanga, que obtuvo en 1530 la autonomía de la Orden en el Nuevo Mundo, con todos los conventos fundados por ellos en las islas y en la tierra firme.

 Domingo de Betanzos en México, en un convento formado por él, recibió novicios indígenas por vez primera en América, en lo cual tuvo éxito, sin embargo había una gran corrupción en el trato para los indios, y los pocos frailes comprometidos que habían en México, no podían controlar la corrupción de  frailes, Oidores y demás autoridades, que permitían el tráfico de esclavos;  fue entonces que los obispos de México y Tlascala,  Juan de Zumárraga y Julián Garcés decidieron llamar a Bartolomé de  Las Casas para reformar y corregir los desafueros de aquellas autoridades y frailes.  Bartolomé inicia su campaña de saneamiento; somete a los delincuentes, apresa muchas autoridades y frailes, los somete a juicio y logra normalizar la situación.
A Fray Tomás de Berlanga, Vicario de los Dominicos, lo nombran obispo de Panamá, y envía adelante a Bartolomé y otros dominicos, que pierden el rumbo y paran en Nicaragua. Allí después de mucho trabajo, Bartolomé expone al Gobernador Rodrigo de Contreras, la idea de atravesar el istmo de Panamá, a través del río Desaguadero y la laguna de Nicaragua, o sea  nada menos que el Canal de Panamá; sin embargo este Gobernador no solo lo excluye de la expedición preparada al efecto, sino que lo persigue, y tiene que huir y refugiarse en Guatemala, donde el obispo Don Francisco de Marroquín,  lo nombra Protector de los Indios en 1536, y en 1537 lo deja encargado de su diócesis cuando  es promovido a obispo en México.   


ANTONIO FLORES Y JACOME CASTELLON

Después de la partida de Las Casas las naciones indígenas de la Costa de las Perlas, se pusieron  en pie de guerra, matando y destruyendo la obra de los conquistadores: las tribus chaimas, arawacas,  cumanagotos, guaiqueríes,  tagares, chacopatas, cacheimes, parias, caribes,  pariagotos; con sus caciques: Maraguay, Toronoima, Diego,  Cariaco, Cayaurima, Melchor, Sacana, Niscoto, Querecrepe, Cuserú,  Querequepana,  Doña Isabel, Queneriqueima,  Juan Cavare, Manoa, Maicana,  Zapata,  Tucupabera,  Uriapari,    Omeguas,  y muchos otros.

         La noticia de la revuelta indígena sorprendió y corrió por Cubagua y Santo Domingo; sobre todo Cubagua que recordaba el asalto de los cumaneses y la cobarde huida del alcalde Flores.

Antonio Flores, Alcalde de La Nueva Cádiz, es importante en nuestra historia porque fue juez territorial de tierra firme, había arribado a la isla de las perlas con la expedición de Rodrigo de Figueroa, que fue Juez de Residencia en La Española, y lo nombró Juez Territorial de la Nueva Andalucía, siendo el primero en ese cargo.  Luego Flores fue también Alcalde Mayor de las Islas y Tierra Firme con domicilio en Cubagua.
Antonio Flores se destaca en la trata de indios, connotado perlero e importador de mercancías para Cubagua. Este hombre que había martirizado al valiente cacique Melchor, del Golfo de Cariaco, soltando sus lebreles para acorralarlo y después matarlo despiadadamente con un certero disparo de lombarda, huyó cobardemente de Cubagua, dejándola indefensa cuando los indios de la costa de Cumaná, la invadieron en 1521.  Por eso fue destituido y apresado por Gonzalo de Ovalle.

 Para controlar la revuelta indígena, el Cabido de Cubagua, a cuyo frente estaba Don Francisco de Vallejo, ordenó a Jácome Castellón, traficante de esclavos y conocedor como ninguno del territorio y sus jefes indígenas, armar una expedición para pacificar la Costa Firme; el cual, al frente de una flota punitiva, partió a cumplir su cometido. 

Jácome Castiglione Suárez –Castellón- marino genovés residenciado en Cubagua, hijo de Bernardo Castiglione y la española doña Irene de Suárez, fue uno de los fundadores de Cumaná, la Nueva Córdoba, sede de las misiones franciscanas ubicadas en Los Cerritos por donde desembocaba el río Cumaná, que es hoy, el barrio “El Barbudo”. Conocía muy bien las costas, comerciaba con los indios casabe y maíz, era también tratante de esclavos y sobre todo explotador de las salinas de Araya, de donde proveía su riqueza.

Sabemos que, en 1522, después de la partida de Las Casas desde Cumaná, los indios vuelven a   sublevarse y dan muerte a varios piratas, algunos colonos, al capitán Soto, que se había dedicado al pillaje, a fray Dionisio que se había escondido en la huerta contigua al convento, y también prenden fuego a la iglesia, las casas y la huerta.

 En represalia Castellón desembarca con su armada por Maracapana, por vez primera traen caballos a la tierra firme, para mayor aflicción de los indefensos pobladores; ordena la captura y ejecución inmisericorde de los guerreros y caciques, culpables o inocentes, destruye los caseríos, con sus bohíos, janocos, chozas, cuanto había edificado; y también “resgata” muchos hombres, mujeres y niños, para venderlos como esclavos, cuál era el objetivo principal de su expedición.

Sin embargo, Castellón tuvo mucho cuidado con los pobladores indígenas de Cumaná; por eso López de Gómara dice que “Perdía mucho el Rey con perderse Cumaná porque cesaba la pesca y trato de las perlas de Cubagua” (44); y entonces Castellón hizo aquí, el papel de pacificador.

Casi todos los cronistas de la época están contestes en acreditar la importancia que había adquirido la misión franciscana de Cumaná, que “florecía” como dice Oviedo, y daba muy buenos frutos. La mejor demostración de ello es que el Vaticano en 1519 nombró para Paria, con sede indudablemente en Cumaná por que la Nueva Cádiz aun no era nada, el primer obispo de la tierra firme, Pedro Barbirio.

 Castellón se instala en la misión franciscana de Cumaná, que ya era el pueblo y puerto de Córdoba, como podemos verlo en dibujos y mapas de 1601, ubicado  en Los Cerritos a la desembocadura del río; allí establece su cuartel general,  bautiza el poblado con el nombre con el que era conocido, de Misión de  Córdoba, en honor a su verdadero fundador, Nueva Córdoba, se dedica a la reconstrucción de todo lo que había sido destruido  unos días antes, y concluye la fábrica de la fortaleza, en la propia boca del río, como  reconoce  Las Casas en “La Historia de Las Indias”:

“Edificó Jácome Castellón una fortaleza a la boca del río de Cumaná, donde el clérigo Las Casas la quería edificar, para tener segura la cogida del agua, sin la cual, como está dicho no podían vivir los de la isleta de Cubagua” (45). Fácilmente se puede advertir que esta cita no fue escrita por Las Casas, fue incluida en su obra por hábiles manos, como muchas otras que aparecen en sus libros.
 
Y aunque esta cita fuese suya, creemos que algo hizo en el fuerte de Santa Cruz de la Vista, porque era uno de sus objetivos; y estuvo en Cumaná cuatro meses, desde el 15 de agosto hasta el 15 de diciembre de 1521; además, porque   dudamos, es imposible, que Castellón haya podido construir la fortaleza en dos meses, que hay entre su arribo a Cumaná, a fines de noviembre de 1522 y el 23 de enero de 1523, como lo canta Castellanos:

La cual concluyó muy a provecho
Año de veintitrés y un mes corrido,
Nombrose por Alcaide de lo hecho
y Capitán Mayor deste partido. (46)

El juglar se cuida de decir, construyó, emplea más bien el término “concluyó”.

Castellón bautizó el asiento poblacional, ya lo dijimos, con el nombre de Nueva Córdoba, en honor del verdadero fundador fray Pedro de Córdoba, seguramente a petición de los franciscos que lo acompañaron en su campaña; de lo cual da parte a la Real Audiencia de La Española, y de haber construido y terminado la fortaleza en el mes de enero de 1523, y anexa su “figura e traza”, es decir sus planos, mapas y una pintura, todo lo cual se conserva. 

Nosotros creemos que esta fortaleza es más antigua, tenía tiempo en construcción, como puede advertirse en los dibujos del mismo Castellón, donde se observa la antigüedad de sus muros, nos parece que solo faltaba ponerlo en servicio, que fue lo que hizo Castellón, y colocar la “rama de olivo”, como dice uno de los biógrafos de Bartolomé de Las Casas. Es absolutamente imposible haber puesto en servicio las canteras de piedra de Araya y fabricado el fuerte de Santa Cruz de la Vista, en dos meses, y además Castellón tuvo que pacificar a los indígenas y reconstruir la misión.

Nuestro cronista, Dr. José Mercedes Gómez, al referirse al temible conquistador, dice: “Jácome de Castellón cumple papel importante en la génesis de la Historia de Cumaná. Es él sin duda, el personaje que más sobresale en los albores de su nacimiento. Impuesto por una serie de circunstancias y sucesos coyunturales a desempeñar su función de castigador de indios rebeldes, asume esa función y con vivencia del futuro, no deja el cargo de Capitán de la expedición punitiva, sino que asume también el de consolidar el poblado misional franciscano y proyectar más allá del reducido ámbito lugareño la importancia, que, como sede de un gobierno militar, en lo defensivo y ofensivo, podía cumplir en la conquista y dominio de toda la costa oriental”. (47)

En fin, aunque a nuestro antiguo Cronista, Dr. José Mercedes Gómez, no le queda ninguna duda en relación con la autoría de la construcción del fuerte de Santa Cruz,   producto de sus inapreciables investigaciones  sobre documentos y  registros del constructor, Bernaldo Dinarte,   a nosotros si nos queda esa duda; y es que Castellón si construyó la torre en la parte superior del fuerte, como se puede apreciar en sus dibujos, pero no todo el fuerte que es más antiguo, aunque estamos totalmente de acuerdo con él en todo lo demás. 

Y surge algo importante que nos proponemos investigar, que ahora solo intuimos, y salta de los mismos documentos examinados por nuestro antiguo Cronista, a quien tal vez no se le escapó; y es que   al nombrar, la Real Audiencia de Santo Domingo, un Alcalde para el fuerte que a la vez lo fue de La Nueva Córdoba, tuvo que nombrar también el primer ayuntamiento de la tierra firme, el primero de setiembre de 1523.  Teniendo, como tengo, los dibujos y mapas de la Nueva Córdoba de esa época, no puedo concebir a Castellón solo, es decir autoridad única: construyendo y gobernando un fuerte, reconstruyendo lo dañado, poblando, manteniendo el orden, “resgatando”, explotando las canteras y las salinas de Araya, las pesquerías; defendiendo las misiones y sus iglesias, la escuela, el convento, organizando a los indios, viajando. No es posible todo eso sin autoridades legítimas; el necesitó y tuvo que nombrar un Ayuntamiento, porque así se lo exigían las Leyes de Indias y las Cédulas Reales, así lo creo, aunque no tengo la evidencia ni los nombres   de los ediles de aquel tiempo. Seguiremos indagando.

Castellón participó al Rey la culminación de los trabajos del fuerte de Santa Cruz de La Vista, y pidió que se le concediera Escudo de Amas para él y sus descendientes. Todo le fue concedido, la carta del Rey es muy explícita, dice:

DOCUMENTOS DEL REY PARA CASTELLON, RELATIVOS AL FUERTE DE CUMANÁ

“El Rey. Jácome de Castellón, vecino de la ciudad de Santo Domingo  de la isla Española  nuestro Alcaide de la fortaleza de Cumaná, que es en la costa firme  llamada de Castilla del Oro, nos hiciste relación que vos, con deseos de nos servir, pasaste a aquellas partes, e que estando vos en la dicha isla, los indios naturales de la  dicha costa se revelaron e alzaron la obediencia que nos debían, y quemaron y robaron los monasterios  uno de Santo Domingo  e otro de San Francisco, que en la dicha provincia  habían mandado fundar  para la conversión de los naturales  a nuestra Fe Católica, e que el nombre de Nuestro Señor entre ellos fuese ensalzado e predicado e que además de quemar  dichos monasterios, mataron todos los frailes que en ellos había e a los españoles que en la dicha tierra  pudieren haber, de manera que ninguno  dejaron, e defendieron a los cristianaos españoles que en dicha isla de Cubagua residían en la pesquería e granjerías de las perlas, que no tomasen agua en aquella costa  para su sustentación, y que para castigar y remediar  lo susodicho, fueron enviados en nuestro nombre dos capitanes con armas y gentes y mucho gasto,  los cuales diz no hicieron  cosa ninguna, e que vos con deseo de nos servir aventuraste vuestra persona y hacienda, e fuiste por capitán de la misma empresa  e que mediante la ayuda  de Nuestro Señor,  con vuestra diligencia  e ánimo entraste e la dicha provincia, que así estaba rebelada e que por fuerza sojuzgaste, e pusiste la dicha tierra  en nuestro servicio, castigando a los delincuentes e culpables en la dicha rebelión  e quema de los dichos monasterios e muerte de los dichos religiosos e cristianos españoles, e hiciste la dicha fortaleza a la boca del río de Cumaná, mediante la cual en ningún tiempo  los indios de la dicha provincia  se pudiesen alzar  ni rebelar como antes lo habían fecho, e que para que los pobladores  de la dicha isla  de Cubagua tuviesen segura el agua de dicho río, lo cual todo hicisteis  en mucha costa  de vuestra hacienda  e trabajo e peligro de vuestra persona, e de los que con vos  iban,  lo cual hicisteis por nos servir con tan justa e buena empresa, y edificar la primera fortaleza  que se hizo en la Tierra firme   con cuyo amparo  y seguridad  se ha poblado  la dicha isla de Cubagua, de que tanto servicio  se nos ha seguido   y espera seguir, y nos suplicaste, e pediste por merced, que además de las armas  que vos tenéis  de vuestros antecesores, vos dispensamos  por armas  la dicha fortaleza  e torre que en ella hicisteis, puesta en costa de mar, e campo verde,  e a un lado de ella el dicho río de Cumaná e al pie de ella un yugo de oro en señal de la sujeción que en la dicha fortaleza  tiene toda aquella tierra, e cuatro cabezas de indios principales, capitanes  de que hicisteis justicia al pie della, e por orla ocho llaves  de color de plata  en campo colorado, en significación del oficio  de nuestro Alcaide  de la dicha fortaleza, e como la nuestra merced  fuese…Dado en Toledo, a catorce de noviembre de mil quinientos  veinte y ocho . Yo El Rey. (48)

 Como puede constatarse, esta Cédula Real, pese a algunos errores comprensibles, confirma paso a paso las crónicas de Bartolomé de Las Casas, que las escribe de su propia vivencia o la copia de los protagonistas.

Después de Castellón el puerto de Cumaná, adquirió gran importancia, y el mismo Guillermo Morón dice que a partir de 1534 desembarcan por él, todas las expediciones que vienen a tierra firme, y se conservan las listas de pasajeros, que Guillermo publica, en detalles, en su monumental Historia de Venezuela.

FRAY FRANCISCO DE MONTESINOS 

Entre Castellón y Montesinos, hay un largo período de 30 años, por cierto, muy interesante del poblamiento de Cumaná, o mejor dicho de la Nueva Córdoba.  Fray Francisco de Montesinos, persona distinta de Antón o Antonio de Montesinos, es un cura de armas tomar, llega a Cumaná en 1562, precedido de largo historial habido de buena ley en su vida aventurera, después de haberle dado mucho que hacer al tirano López de Aguirre.

Según Miguel Elías Dao, Cronista Oficial de Puerto Cabello, en su libro “BORBURATA 450 años, génesis de un pueblo”,  nos dice que Montesinos era, por esos días,   prior de Macarapana, y al saber que López de Aguirre se dirigía a Borburata, va a ese pueblo y denuncia la cadena de crímenes que lo atan a la justicia: “Presagios de muerte, desolación y ruinas afectaron la pequeña ciudad  levantada frente al mar…Relatos de espantosos crímenes…” (49) El padre Montesinos desde el púlpito dramatizó  los relatos…”  Sin embargo, López de Aguirre envió un mensaje con el alcalde de Borburata Benito Chávez: “No ha venido a Borburata a dañar a nadie ni vidas ni bienes como lo han hecho piratas y otras alimañas que incursionaron en este territorio. Solo quiere cabalgaduras que pagará con buen oro, pero abriendo su corazón como rosa sangrienta, advierte que está en misión de paz, pero dispuesto a castigar severamente a todos aquellos que desafíen sus órdenes”. (50)

 Pero, López de Aguirre, apenas piso tierras de Borburata colgó de un cedro a un soldado portugués Antón Farías, ingresado en Margarita. Este episodio marcó el principio del fin del caudillo.  El padre Contreras, cura párroco, se encerró en la iglesia y toco a muertos, el pueblo comprendió el peligro y huyó hacia las montañas. Borburata quedo sola. El caudillo enloquecía, rumiaba en soledad: ¡Canallas...!, bellacos y cobardes, yo les ofrezco un reino y ustedes se esconden como mujeres amparándose en la solidaridad de los fantasmas…!
José Mercedes Gómez, en su libro Historia de los orígenes de Cumaná, dice que Montesinos llegó a América por el año de 1553 en la expedición de los dominicos que organizó Fr. Gregorio de Beteta; luego participo en la evangelización de los Aruacas en la isla de Margarita. Fray Gregorio tuvo que regresar a España y dejó encargado de la Orden a Montesinos. Muere Beteta y Montesinos viaja a España   donde se le ratifican sus fueros como evangelizador de los Aruacas. Uno de sus biógrafos, escribe J. M. Gómez en su obra, al referirse a este sacerdote, dice: “Hombre docto y famoso predicador.  Misionero muchos años en la costa del Caribe, y en las islas de Barlovento y costa de las Perlas, más apto para la guerra que para el altar” (51). A mí me parece que funde en este personaje a los dos Montesinos. 
En 1560 regresa por Santo Domingo en compañía de doce dominicos, vuelve a Margarita a pedir apoyo para su empresa, pero no los consigue. Pretende reeditar el trabajo de Pedro de Córdoba en la provincia de Cumaná y Maracapana.  Lo cierto es que expedicionó sobre nuestras costas y se asentó en Maracapana donde construyó una iglesia que llamó de San Juan, que no debe ser el pueblo de San Juan de Macarapana, que conocemos hoy porque quedaba sobre la costa. 

López de Aguirre había tenido un encuentro o escaramuza con la expedición de Montesinos, y no estaba para nada satisfecho de los resultados, ni con la actuación del tremendo sacerdote; y sabiendo que había arribado a Maracapana, y tenía un buen barco, decidió capturarlo, para lo cual preparó una partida con sus mejores hombres y los envió bajo el mando de su lugarteniente el capitán Pedro Monguia. 

Miguel Elías Dao nos lo cuanta en su estilo: “De repente, la mala noticia perdida en las jarcias de un velero, se espació como sombras funestas a lo largo de una costa preñada de cujíes, cardones y miedo. El fraile Francisco Montesinos desde Maracapana arribó al puerto de Borburata a bordo de un bergantín capitaneado por Pedro de Monguia. El sacerdote, Provincial de la Orden de Predicadores de los Padres Dominicanos, en Margarita hizo tímidamente frente a Lope de Aguirre, pero las circunstancias fueron adversas al Prior, a pesar de haber logrado atraer a sus filas varios sujetos compañeros del tirano en su accidentada travesía desde el Amazonas a la isla Mártir” (52).

Libre Montesinos de López de Aguirre, ajusticiado por   mano de sus propios compañeros, según testimonios del gobernador Pablo Collado en el Tocuyo, el 17 de noviembre de 1561, ratificados por testigos de su cuenta, se dedica con renovados bríos a su trabajo evangelizador.

José Mercedes Gómez, nos trae una página documentada de la obra fundacional de Montesinos, dice:
  “A su regreso de Santo Domingo supo Montesinos la muerte de Aguirre y se dirigió con la nueva que traía, al pueblo de San Juan. Los que allí quedaron se habían embarcado en la nave de Monguia y se dirigieron costa arriba al llegar frente a Cumaná, según unos su punto de destino, según otros su meta era proseguir hasta Trinidad, encalló la nave frente al río y obligados fueron a desembarcar. Sin duda esto fue una rebelión a la cual estuvo ajeno Fr. Álvaro de Castro, protagonizada por los soldados de Montesinos y residentes del poblado.  Conocía muy bien el fraile Castro el carácter de su provincial para desobedecer sus instrucciones.
Cuando Montesinos llegó a San Juan, supo la noticia de la huida de los pobladores e inició su persecución. Topó con ellos en Cumaná, ya perdida la nave de Monguia. Los responsables de la revuelta fueron hechos prisioneros. “Hizo justicia” dice Ojer. Se supone, conocida la violencia de Montesinos y su irascibilidad, que hubo muertos” (53).

Es indudable que Montesinos revolucionó el pequeño pueblo de la Nueva Córdoba. Entró tras sus hombres y de alguna manera los apresó, sometió y juzgó, y de esa acción surgió la idea de organizar el gobierno, nombrar las autoridades, darle forma jurídica al primer asiento español en la tierra firme.

Ojer, citado por Gómez, escribe: “Este hecho marca una nueva etapa en la historia de Cumaná, la etapa definitiva como República y Ayuntamiento. Primero había sido Cumaná como ensayo de república aborigen con los misioneros franciscanos. Más tarde, con Castellón, se levantó con el ceño adusto de una fortaleza. El ensayo de Las Casas no llegó a cristalizar como pueblo de labradores pacíficos” (53). En cambio, con Montesinos, añade Gómez, adquiere personalidad jurídica y representación oficial; y entones nos trae el Acta de Fundación de Cumaná levantada por Montesinos, para mí la primera Acta la escribe el propio Bartolomé de Las Casas en su obra Historia de las Indias, en 1515, como lo hemos dicho antes, por lo cual esta será la segunda Acta, que copiamos de inmediato del Archivo General de Indias de Santo Domingo. Legajo No. 71:

SEGUNDA ACTA DE FUNDACION DE CUMANA.

“En primero de febrero de mil quinientos sesenta y dos, estando juntos a “campana tañida” los vecinos  y moradores  que al presente se hallaron en este pueblo de Córdoba, los que vinieron con él muy reverendo padre fray Francisco de Montesinos de la Orden de Santo Domingo que al presente es de la Provincia de Santa Cruz (en Cubagua)  juntamente con otros religiosos de su orden  los cuales son los siguientes: El capitán Diego Hernández (probablemente el mismo Diego Fernández de Serpa), Alcalde Mayor  al presente;  Bartolomé López,  con su mujer, hijos   y casa; Francisco Fajardo, casado;  Maestre Antonio, casado con mujer, hijos y casa;  Hernán González, con mujer, hijos  y casa; Sebastián Gaspar,  con mujer y  casa; Pero Vez, con  mujer, hijos y casa; Francisco Hernández, con mujer y casa; Juan Núñez , casado; Juan Almodóvar, casado y casa; Juan Dana con  mujer, hijos y casa;  Pero Sánchez, casado y casa;  y  Juan Rodríguez de San Román , casado;  Pero Hernández y Juana García de Porras;  Andrés del Valle y Juan del Valle, Antonio Hernández, Diego de Rojas, todos estos españoles, vecinos y moradores, estando presentes en este dicho pueblo de los naturales casados, con sus mujeres, hijos y casas, cristianos indios: Hernando el alto, Hernando Botellón, Martín, Alonso, Diego Guerra, Juan Paipái, Juan Garrido,   Simón, Alonso,  todos los cuales de sus nombrados,  estando en su Ayuntamiento, como dicho es,  todos de consuno y de una sola voluntad y parecer, queriendo gozar de las preeminencias y merced que su majestad el Rey, Nuestro Señor les hace, de poder  elegir  cada año, un alcalde, dos regidores, un escribano, un Alguacil Mayor y los demás oficios  conforme  a la Cédula  y las Provisiones Reales,  que el susodicho  padre Provincial trae para los  pobladores que en esta provincias con él vinieron, e han venido  para la población e pacificación  y conversión  de los naturales  de estas dichas partes,   que más largamente en las dichas cédulas  y provisiones reales  se contienen, dijeron  que para la dicha elección y nombramiento  de los susodichos alcalde ordinario, dos regidores, alguacil, escribano y los demás oficiales del dicho pueblo  cometían sus veces,  y comprometían  todos en él para que  el nombrase y señalase todos los susodichos  lo que tenían por bien  e obedecían  e pasarían por ello  y que contra ello no irían ni pasarían  so pena de aleves  y de incurrir  en las penas  en que incurren  los semejantes  e ansí  lo juraron  sobre un crucifijo y un libro misal  que abierto estaba  para esto sobre una mesa  en una casa y bohío  el cual dicho juramento  hicieron los susodichos como dicho es, ante Juan de Valle, escribano de este pueblo  de presente so cargo  del habiendo todos uno por uno  puesto su mano  derecha sobre dicho crucifijo y libro misal  prometieron ser leales  vasallos de su Majestad Real del Rey don Felipe, nuestro Señor mientras vivieren  y en todo harán cumplir  y guardar como buenos cristianos y leales servidores del contenido  y de sus justicias y de no ir y venir  contra él  en cosa alguna  por ninguna vía so pena de ser perjuros  o traidores  e infames, y caer en cosa de menos valor  y por la validación dello  los que sabían escribir  lo firmaron  de sus nombres en presencia  de mí el dicho escribano, Diego Hernández,  Bartolomé López,  Francisco Fajardo, Hernán González,  Bastián Gaspar, Francisco Fernández,  Juan Núñez, Andrés del Valle de Haro, Juan Dana, Juan García de Porras,  Pero Basa, Juan de Almodóvar, Pero Sánchez,  ante mi Juan del Valle escribano”. (54)

Esta es una copia fiel del Acta levanta en el pueblo de la Nueva Córdoba, el primero de febrero de 1562, por fray Francisco de Montesinos. Este texto está lleno de datos históricos que han pasado por alto los historiadores, entre ellos mi amigo Guillermo Morón y ahora mismo el padre Álvaro Huerga.  Lo primero que salta a la vista, es eso, que se levantó el acta de fundación en el pueblo de la Nueva Córdoba, es decir que no estaba despoblado, y que en él vivían muchas familias españolas en perfecta armonía, con familias indígenas cristianizadas; que además ese pueblo tenía su Alcalde y su escribano, probablemente algún Justicia Mayor, que lo fue en ese mismo año Alonso Cobos, el hombre que embosca a Francisco Fajardo y lo asesina cobardemente. 

Estaba en el mismo sitio donde la tuvo que levantar Jácome de Castellón en 1523, cuando fue Alcaide de ese pueblo nombrado con toda solemnidad por El Rey, e hizo lo que ya dijimos que hizo.  También, por simple deducción lógica, porque no se podía ejercer el cargo de Alcalde de un pueblo sin autoridades constituidas.

FRANCISCO FAJARDO

El famoso mestizo margariteño, hijo de la cacica Isabel, sobrina del cacique Naiguatá, y del español Don Francisco de Fajardo. Nació hacia 1524, y vivió con fama de ser el primer conquistador criollo de Venezuela.  “Vinicio Romero en Multimedia, 2000 y un tema de Historia de Venezuela”, trae una cita de Santos Rodulfo Cortés, especialista en Heráldica, sobre la importancia de los mestizos, hijos de indios y blancos españoles, que se explica y aplica muy bien al biografiado: “Los descendientes de caciques casados con personas blancas, dice la cita, recibieron el tratamiento protocolar y heráldico que correspondía como si fueran de la corte. Tenían la opción de heredar todos los honores y fortunas alcanzadas por sus padres. Fueron excluidos de las listas de castas y tenían el pleno derecho de ingresar al sacerdocio, universidades, colegios militares, milicias, profesiones nobles y ascender en sus carreras sin objeción alguna” (55).

Este personaje novelesco que para mí es el mismo que figura en el acta de Montesinos, porque es difícil que ambos personajes ocupen un mismo espacio en la historia sin más explicaciones, se convierte en una de las figuras épicas más importares de los primeros tiempos de la provincia de Cumaná.  Mitad historia y mitad leyenda; guerrero indómito al que se le atribuyen incontables aventuras y expediciones, entre las cuales sobresalen   las fundaciones de Borburata y la Villa del Rosario, que da inicio a la ciudad de Caracas. Enfrentose en batallas desiguales en cuanto a los combatientes, y en varias oportunidades, con el indómito Guaicaipuro, y fue derrotado y perseguido por él. Murió asesinado en 1564, víctima de la perfidia del Justicia Mayor de Cumaná, Don Alonso Cobos.
Porque creemos que este personaje fue un elemento clave en la fundación y poblamiento de nuestra Primogénita, hemos hilvanado estas notas biográficas, que es lo menos que podemos hacer en beneficio del esclarecimiento de la génesis, o proceso fundacional de la Primogénita de América. 
Fajardo, incuestionablemente, fue un gran líder, venerado en todas las provincias de Venezuela y Nueva Andalucía, que por sus propios medios e industria, se había ganado el título de Don, lo que constituía un reto para un mestizo; sabemos muy poco o mejor será decir que no sabemos nada acerca de su formación cultural, ni de sus primeros años en Margarita y Cumaná, pero si hay noticias de sus acciones y de los honores que le fueron concediditos por la Corona, y de la promesa de concederle   el gobierno perpetuo  de todo territorio que conquistase y poblase, otorgado por el rey Felipe II, y que no llegó a disfrutar, porque los despachos y cédulas reales llegaron  después de su muerte.

Veamos pues, lo que sabemos de este mitológico personaje. Héctor Bencomo Barrios, nos cuenta escuetamente la acción de Panecillo, en la cual acciona Fajardo. Había fundado con españoles e indios Píritus y Guaiqueríes, un pueblo, la Villa del Rosario, lo que al parecer agradó a los naturales de la comarca por el buen trato que recibían de los colonizadores. Pero, por alguna circunstancia no aclarada, los indios se declararon en rebeldía en junta de caciques. Al parecer, en esa junta el cacique Guaicamacuto, opinaba a favor de firmar un pacto con los españoles, mientras que el cacique Paisana se declaró en abierta rebeldía. Fajardo, sabiendo las intenciones de Paisana, se replegó y fortaleció en el poblado que había fundado y organizado; allí lo sitió Paisana con numeroso ejército. Fajardo se defendió apoyado en aguerridos Píritus y Guaiqueríes, que lo seguían ciegamente. Fajardo venció a Paisana y lo condenó a morir en la horca.  En represalia los indios envenenaron las aguas y no cesaron de perseguirlo hasta que se vio obligado a abandonar las tierras de los aguerridos Teques y Caracas, cuyo líder era Guaicaipuro. 
 Oviedo, el conspicuo historiador, que narra con lujo de detalles, las batallas de Fajardo, dice: que después de varias derrotas que le infringió Guaicaipuro,  cacique de los Teques y Caracas, el más valiente y sabio entre los que se enfrentaron con los españoles en tierras americanas,  volvió a sus tierras en el oriente; Guaicaipuro  lo derrotó definitivamente en el sitio de  El Collado;   el pertinaz guerrero también fue perseguido y derrotado por los caciques Paraima y Guaicamacuto,  lo que lo obligó a retirarse al oriente,  a sus tierras,  con la idea de formar un nuevo ejército  bien pertrechado, para  buscar nuevamente fortuna en las ricas y espléndidas provincias donde reinaba el invencible Guaicaipuro. 

Del asesinato de Fajardo conocemos la versión de Oviedo, y es de esta narración de donde podemos sacar conclusiones sobre su vida y su obra; dice Oviedo: que Fajardo, después de su derrota, vuelve a sus tierras y logra reunir considerable fuerza; desembarca en Cumaná en 1564, establece su cuartel general a orillas del río Tacar o Bordones, como lo bautizaron los españoles, e inicia el adiestramiento de sus tropas para enfrentar a Guaicaipuro.  Lejos estaba el guerrero de imaginar el odio que le profesaba el Justicia mayor de Cumaná, Alonso Cobos, y menos que pretendiera arruinar su carrera, ya que se trataba de un compañero en el gobierno de la Nueva Córdoba, donde fungía de Tesorero nombrado por Montesinos, según el Acta de fecha primero de febrero de 1562.
Los movimientos de Fajardo eran vigilados por Cobos, que envidiaba la popularidad y el respeto que había ganado por su valor en las expediciones fundadoras y en la lucha contra los más famosos caciques de Venezuela. Cobos odiaba todo lo que tenía que ver con Fajardo. Odiaba sus andanzas, sus anécdotas e historias y los prodigios de valor que se le atribuían.  Cobos urdió y planificó fríamente el asesinato de Fajardo; puso en práctica toda su astucia para atraerlo hasta su guarida, le envió emisarios con regalos y la oferta de pertrecharlo.  Invitó a Marcos Gómez, lugarteniente del intrépido guerrero, que ingenuamente cayó en el lazo, ganado por el halago, y convenció a Fajardo que aceptó entrevistarse con Cobos, después de mucha resistencia. Fajardo entró al pueblo de Nueva Córdoba, en los cerritos que hoy se denomina El Barbudo, ubicada en la desembocadura del río Cumaná por el Golfo de Cariaco; la historia dice que fue solo, lo que contradice una serie de hechos que aparecen en el expediente.  Al parecer Cobos lo recibió en la casa del Ayuntamiento, donde conversaron y comieron en aparente camaradería, ya que Cobos se le insinuaba, y lo animaba a la narración de sus acciones, con base a los comentarios de las gentes. Entrada la noche, cuando Fajardo estaba desprevenido, salieron varios hombres armados, y aunque Fajardo se defendió como una fiera, lo dominaron y engrillaron, alegando que actuaban por orden y en nombre del Ayuntamiento de la Nueva Córdoba. Cobos ordenó colocar a Fajardo en un cepo, que consistía en dos rústicos maderos asegurados con pernos a la altura de su garganta, y luego de una larga pantomima, hizo traer un escribano, Fernando López Pedroza, por cierto  que fue el primer escribano de la Nueva Córdoba, citado por Oviedo, y que luego fue afamado alcaide, nombrado por Fernández de Serpa, y es el encargado de escribir el sumario dictado por Cobos, en el cual resulta Fajardo reo de traición contra sus compañeros de armas en la conquista de Caracas,  y es condenado a muerte por garrote vil.
Fajardo trato de ganar tiempo, mediante  largo parlamento, a ver  si su gente se enteraba de los que sucedía y lo rescataban, entonces, cuenta Oviedo, que Cobos se percató de la jugada, y apuró el proceso, el mismo enlazó a Fajardo y ordenó que lo mataran a estacazos en su presencia, y  fue tal su vehemencia que el mismo lo remató con un estacazo; luego, al otro día, llevado al colmo de la infamia,  hizo amarrar el cadáver a la cola de un caballo, y ordenó que lo arrastraran  por las calles del pueblo de la Nueva Córdoba, que contempló horrorizado el espectáculo, y al final de la jornada colgó el cadáver en un patíbulo que estaba a la orilla del río, para escarnecer aún más al ídolo de aquellos pueblos.
Al conocerse la noticia entre los hombres de Fajardo formados a orillas del río Tacar y en Margarita, se organizó una expedición conjunta, e invadieron el pueblo de Nueva Córdoba, entrando por las sabanas del salado y por la vía que luego y para siempre, se llamó, de Los Margariteños, hoy boulevard o calle Arismendi, y tomaron el poblado de la Nueva Córdoba por asalto; apresaron a Cobos y a sus cómplices, y los sentenciaron a muerte. Esta sentencia fue ratificada por la Audiencia de Santo Domingo, y ejecutada en la ciudad de la Asunción, siguiendo paso a paso el tormento infringido a Fajardo; y el cobarde Cobos, pagó con la vida su horrible delito.

A nosotros nos sirve la historia y el expediente de Fajardo y su martirologio, para constatar algunos cabos sueltos, en relación con el poblamiento de la Nueva Córdoba, sus autoridades, su desarrollo socioeconómico; y así como lo hicimos con el fundador Pedro de Córdoba, y el capitán Gonzalo de Ocampo, Bartolomé de Las Casas, Jácome Castellón, Francisco de Montesinos, lo haremos con Fajardo.  Es decir, este relato sirve para comprobar que la Nueva Córdoba se desarrollaba normalmente, que estaba habitada, tenía sus autoridades, sus calles, sus iglesias, que existía como pueblo, y también existía para la historia viva y documental, y es en las páginas de los archivos de Indias, que se conoce todo el proceso de Fajardo, y, por ende, la existencia de la ciudad y sus instituciones (56).



DIEGO FERNANDEZ DE SERPA.

Natural de la Villa de Palos, de noble linaje, sus padres y su parentela figuraban en la Corte y cumplieron honrosos empleos en el reino de Castilla y Aragón, donde fueron gobernadores y alcaldes.  Su abuelo, Diego Fernández de Palos de Moguer, desempeñó la alcaldía de Villafranca en Extremadura, por lo cual tenía méritos en la Corte de Felipe II.

Este es el personaje que se ha llevado hasta ahora, toda la gloria de la fundación de Cumaná, Don Diego Fernández de Serpa, ambos nombre y apellido con “s” porque para aquellos tiempos no existía la “z”, que le han cambiado los historiadores, traductores, trovadores y cronistas.  De este hijodalgo se ha escrito mucho en prosa y verso, y no soy yo el que  va a torcer su historia, más bien voy a copiar de los viejos cronistas e historiadores lo  que se sabe de él, ya que la historia no puede cambiarse y es mejor repetir sus páginas que torcerlas, pero eso sí, vamos a sacar conclusiones importantes que conjuntamente con todo lo que llevamos, constituyen pruebas contundentes de la fundación y permanencia del pueblo de la Nueva Córdoba después Cumaná,  y del proceso fundacional iniciado en 1513,  que son válidas para promocionar su título de Primogénita; por ello comenzaré este trabajo con el Acta de Refundación de Cumaná, que es un poco larga,  actualizada y castellanizada por  el Presbítero Don Antonio Patricio de Alcalá,  y publicada por Pedro Elías Marcano en su obra El Consectario de Cumaná, y que conviene transcribir en este libro, para uso de los investigadores y otros interesados; veremos pues el Acta de Refundación de  Cumaná, publicada, como dije, por Don Pedro Elías Marcano en su obra   “Consectario de Cumaná” (Ob.cit), veamos:

Lope de las Varillas, hace una crónica sobre las acciones de Serpa en Cumaná, que es recogida por Ramos Martínez y Armas Chitty, según la cual Serpa surge en la Nueva Córdoba el 13 de octubre de 1568 después de un accidentado viaje, donde lo menos que le pasó fue haber caído preso en Cádiz, por incumplimiento de los términos de la Capitulación del 15 de mayo de ese mismo año.

Serpa convoca a los caciques cumaneses y les informa sobre su plan de conquista “pacífica y evangélica”, capitulada con el Rey. Los indígenas se sometieron y convinieron en surtirlo de bastimentos. Lope de las Varillas, dice que “Poblase en ocho días la Nueva Córdoba de ciento cincuenta casas cubiertas de paja o caña…trazose la iglesia, plaza, calles…

Serpa envía al Capitán Pedro de Ayala con 100 hombres a recorrer el golfo de Cariaco, y regresa colmado de regalos, caracuries, águilas de oro y perlas.  También envió al capitán Francisco de Álava a recorrer la sierra de Bergantín, en su recorrido entró al reino de Maracapana, tierras del cacique Guantar, y Lope de las Varillas da a entender que Álava despojó al Cacique de un gran tesoro: caracuries, águilas de oro y piedras verdes, probablemente esmeraldas, muy raras por cierto en esos parajes. Serpa pago todos los gastos de la expedición con sal y pescado salado. Todo salía a pedir de boca.  Estas cosas eran buenos augurios, sin embargo, no se conformaba, su espíritu lo llevaba a otras aventuras.

Serpa señaló tierras para la ganadería, agricultura y ejidos, más de 36 leguas de su gobernación de la Nueva Andalucía, entre Cariaco y el río Neverí, “que tendría 300 leguas de longitud y latitud el Río arriba del Vichada por la altura y más el girón de tierras donde está el puerto que es del dicho río Biapari hasta el Morro de Unare, costa de Cumaná y Perito” (57).

Serpa se enemistó con el Capitán Juan de Salas, y lo hizo preso. Es   uno de los hombres de Diego de Losada, de los más influyentes en la zona, con vínculos muy fuertes con los caciques Chacopatas y Cumanagotos. Salas se fuga y se dedica a complotar. Serpa funda un pueblo en el Morro de Barcelona, a orillas del Neverí, lo bautiza con el nombre de Santiago de los Caballeros.

Serpa sabe de las andanzas de Salas y Montaño su lugarteniente, y decide dirigirse hacia Píritu, pero mal orientado toma el camino de la Quebrada de Hoces, donde lo espera la muerte, como lo asegura Ojer citando el testimonio del alcalde de Santiago de los Caballeros, Don Juan Caro Guillen; sin embargo, Caulin, fija el sitio de la muerte de Serpa en el cerro de la Paraulata, al norte del estado Anzoátegui.


TERCERA ACTA DE FUNDACION DE CUMANÁ POR DIEGO FERNANDES DE SERPA

“En el nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, y de la gloriosa Virgen María su bendita Madre y Señora nuestra, del glorioso apóstol Señor Santiago y de todos los santos y santas de la Corte celestial. El muy ilustre Señor Diego Fernández de Serpa, Gobernador y Capitán General y conquistador de las provincias de la Nueva Andalucía, por la Majestad Real del Rey Don Felipe Nuestro Señor, segundo de este nombre, en presencia de mí, Hernán Pardo de Lago, Escribano de su Majestad y Secretario de la dicha Gobernación, dijo:  que por cuanto Su Majestad le ha encargado la conquista, población y descubrimiento de las dichas provincias, y conversión de los indios  naturales de ellas, según más largo consta, y parece por el título  y provisión Real que de ello se le ha entregado, firmado de su real nombre  y refrendado de Francisco de Eraso su Secretario,  librado de los señores del Concejo Real  de las Indias, cuyo tenor es el siguiente:  Don Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Castilla, de Aragón, de las  dos Sicilias, de Jerusalén, de Navarra,  de Granada, de Toledo, de Valencia,  de Galicia,  de Menoría, de Mallorca, de Sevilla,  de Cerdeña,  de Córdoba,  de Córcega,  de Murcia, de Jaen, de los Agarbes de Algeciras,  de Gibraltar, de las Indias,  Islas y tierra firme,  del mar Océano, Conde de Flandes,  y Tirol, = Por cuanto Nos mandamos tomar cierto asiento y capitulación con vos el Capitán Diego Fernández de Serpa, sobre qué os habéis ofrecido a llevar a las costas y provincias de Guayana, el Caura y las demás provincias que  entran en la Gobernación que ha de ser intitulada la Nueva Andalucía, cuatro navíos armados  y aderezados;  dos de ellos de a doscientas toneladas, y los otros dos,  de a ciento; quinientos hombres en ellos, los ciento de ellos casados y los demás gente del mar y guerra, todos con sus armas, arcabuces y municiones, y las demás ofensivas y defensivas que os parecieren;  y que iréis a las dichas provincias de la Nueva Andalucía con todo ello,  y las descubriréis y poblaréis, y haréis otras cosas contenidas en el dicho asiento y capitulación, todo ello a vuestra costa y mención, sin que Nos, ni los Reyes que después de Nos vinieren, seamos obligados a vos pagar ni satisfacer los gastos que en ello hubiere, en el cual dicho asiento hay un capítulo del tenor siguiente: = Y os hacemos merced que seáis nuestro Gobernador y Capitán  General de la dicha tierra y población por vuestra vida, y por la vida de otro hijo y heredero vuestro que nombráredes, con dos mil ducados de quitación, con el dicho cargo;  los cuales habéis de cobrar y os han de ser pagados de los frutos y rentas que en las dichas tierras nos pertenecieren, porque no los habiendo, no somos obligados a pagarlo de otra nuestra Real Hacienda.” Por ende, guardando y cumpliendo el dicho asiento y capítulo que de suso va incorporado, por la presente es nuestra voluntad, que ahora, y de aquí adelante para toda vuestra vida, seáis Gobernador y Capitán General de la dicha costa y tierra de la Nueva Andalucía, y de los demás pueblos que en ella poblaréis; y hagáis y tengáis la nuestra justicia que en la dicha tierra y costa y población hubiere. Y por esta nuestra carta mandamos a los Concejos, Justicias, Regidores, Caballeros, Escuderos, Oficiales y hombres buenos de todas las ciudades, villas y lugares que en la dicha tierra, costa y población hubiere y se poblare, y a los nuestros oficiales, y otras personas que en ellas  residieren, y a cada uno de ellos,  que luego que con ella fueren requeridos, sin otra larga ni tardanza alguna, y sin  más requerir, ni consultar, ni esperar, ni atender otras cartas, ni mandamientos, segunda ni tercera  fusión, tomen y reciban de vos el dicho capitán Diego Fernández de Serpa el juramento y solemnidad que en tal caso se requiere y debe hacer, el cual hecho por vos, os hayan, reciban,  y tengan por nuestro Gobernador y Capitán General  de la dicha tierra, costa población por todos los días de vuestra vida, y vos dejen libremente usar y ejercer los dichos oficios y por vuestros Lugares-Tenientes de Gobernador y Capitán General  y oficios  a la dicha gobernación anexos y concernientes,  los cuales podéis poner  y pongáis y podáis quitar y remover, cada y cuando que a nuestro servicio, y a la ejecución de nuestra justicia, cumpla, o poner o subrogar otros en su lugar, é oír y librar y determinar todos los pleitos y causas,  así civiles como criminales,  que en la dicha tierra,  costa y pueblos que poblasen, y hubieren poblado, así entre la gente que la fuere a poblar como entre los naturales de ella, hubiere y naciere;  y que podéis vos y los dichos vuestros Alcaldes y Tenientes llevar los derechos a los dichos oficios  anexos y pertenecientes,  é hacer cualesquiera pesquisas en los casos de derecho premisas,  y todas las otras cosas a los dichos oficios anexos y concernientes;  y que vos y vuestros Tenientes entendáis en lo que a nuestro servicio  y a la ejecución de nuestra justicia y población y gobernación de la dicha tierra  y pueblos que poblaréis, convenga;  y que para usar y ejercer los dichos oficios, cumplir y ejecutar la nuestra justicia, todos se conformen con vos, con sus personas y bienes, y vos den  y hagan dar todo favor y ayuda  que les pidiereis y menester hubiereis, y en todo vos acaten y obedezcan y cumplan  vuestros mandamientos o de vuestros Lugares-Tenientes, y  que en ello ni en parte de ello embargo ni contradicción vos opongan, ni consientan oponer. E Nos por la presente vos recibimos y habemos por recibido a los dichos oficios, y al uso y ejercicio de ellos; y vos damos poder y facultad para usar y ejercer, cumplir y ejecutar la dicha nuestra justicia en la dicha tierra, costa y lugares que pobláreis, y en las ciudades, villas y lugares de la dicha costa y tierra y de sus términos, por vos o vuestros Lugares Tenientes, como dicho es, caso que, para ellos, o para alguno de ellos, no se han recibido.  Y por esta nuestra carta mandamos a cualquiera persona o personas que tienen, o tuvieren las varas de nuestra justicia en los pueblos de dicha tierra, que luego que por vos, el dicho Capitán Diego Fernández de Serpa  fuesen requeridos,  vos les den y entreguen, y no usen de ellas sin vuestra licencia, so las penas en que caen  o incurren las personas privadas que usen oficios  públicos para que no tienen poder ni facultad, que nos los suspendemos  y habemos por suspendidos:  y otrosí,  que las penas pertenecientes a nuestra Cámara y Fisco, en que vos y vuestros Alcaldes o Lugares Tenientes condenasen,  las ejecutéis, y hagáis ejecutar, dar y entregar a nuestro Tesorero de la dicha costa; Otrosí mandamos,  que si vos el dicho Capitán Diego Fernández de Serpa, entendiereis ser cumplido a nuestro servicio  y a la ejecución de nuestra justicia, que cualesquiera personas de las que  ahora están o que estuvieren  en la dicha costa y tierra salgan y no entren ni estén en, y se venga a presentar ante Nos, se lo podéis mandar de nuestra parte, y los hagáis de ella salir, conforme a la pragmática que sobre ello habla, dándole a la persona que así desterrareis, la causa por que le desterráis, y si os pareciere que conviene que sea secreta, dársela cerrada y sellada; y vos por vuestra parte dársela heis y enviarnos heis otra tal, por manera que seamos informados de ello; pero habéis de estar advertidos, que cuando vos hubieseis de desterrar a alguno , no sea sin muy gran causa.  Por lo cual dicho es, para usar los dichos oficios de nuestro Gobernador y Capitán General de la dicha tierra y costa y pueblos que pobláreis, y cumplir y ejecutar nuestra justicia en ella, os damos poder cumplido, por esta nuestra carta, con todas sus incidencias y dependencias, emergencias, anexidades y conexidades. Y es nuestra merced, y mandamos, que hayáis y llevéis de salario en cada un año, con los dichos oficios, dos mil ducados, que monta a seiscientos y cincuenta mil maravedíes, de los cuales habéis de gozar  desde el día que os hicieseis a la vela  para seguir vuestro viaje en el puerto de Sanlúcar de Barrameda o Bahía  de Cádiz en adelante, todo el tiempo que tuvieseis la dicha Gobernación, y no los habiendo  en el dicho tiempo  no seamos obligados así a pagar cosa alguna  de ello; y que tomen vuestra carta de pago, con la cual,  y con el traslado de esta nuestra  provisión  signada de Escribano, mandamos que vos sean recibidos y pagados en cuenta;  y los unos y los otros, no fagades ni pagan  en desleal, pena de nuestra merced y de mil castellanos para nuestra Cámara y Fisco. Dado e Aranjuez a veintisiete de mayo de 1568 años. = Yo El Rey – Yo Francisco de Eraso, Secretario de su Majestad Real, lo fice escribir por su mandado. - El Dr. Vásquez. - El Licenciado Don Gómez Zapata. -  Licenciado Salas de Torre Guejeda.  Licenciado Francisco de Villafañe. -    Registrada -  Ochoa de Libando. - Canciller- Matías de Ramón. -

Asentase esta provisión Real de su Majestad en los Libros de la Casa de la Contratación de las Indias en Sevilla, a veinticinco días del mes de febrero de mil quinientos sesenta y nueve, para que se guarde y cumpla como su Majestad por ella manda. - Ortega de Melgaos. - Juan Gutiérrez Tello. - Dr. Antonio Manríquez.

Por ende, en cumplimiento de dicho título y provisión Real que de suso va inserta e incorporada, y en prosecución de lo que S. M. por él ordena y manda, ha venido a estas dichas provincias, y está al presente en esta población  que se intitula  la ciudad “Nueva Córdoba” la cual, como está situada y fundada en parte no cómoda ni conveniente a la salud y conservación de los pobladores de ella; y como estas dichas provincias se intitulan la Nueva Andalucía”, las ciudades que en ella se situaron  y poblaron en su intención que tomen y tengan nuevos nombres y por estar esta ciudad de “Nueva Córdoba” , situada en las riberas del Río Cumaná, de cuya derivación puede tomar nombre la dicha ciudad. Por lo cual en nombre de S. M. Real y en virtud de sus reales poderes y provisiones y por su corona y patrimonio real, la nombraba y nombro, mandaba y mando, que de aquí en adelante para todo tiempo jamás, se nombre y llame la “Ciudad de Cumaná” y así en el nombre de S. M. la llama y nombra del dicho apellido y nombre de la “Ciudad de Cumaná”. Y porque él no halló en esta población casas formadas, ni traza de pueblos,  ni vecindad ordenada, le ha parecido reedificarla y poblarla, dejando y señalando en ella cuarenta vecinos españoles  casados y con sus mujeres e hijos, que es número conveniente para dicha ciudad y población de ella, y que se podrán sustentar y defender de enemigos y luteranos, que de ordinario vienen a esta dicha ciudad y puerto  de ella, en los cuales podrían partirse los indios naturales y comarcanos a la dicha ciudad para que los cautiven y aprovechen y atiendan en la conversión de dichos naturales; de los cales dichos cuarenta vecinos, los veintitrés  de los que trajo en su armada de los Reinos de España y los demás halló en esta población que todos son los siguientes:

Miguel Reinoso,  Melchor de Losada,  Francisco Domínguez, Melchor Nuñes, Pedro Gomes Castilla,  Bartolomé Morales, Miguel Sanches Duran, Juan Domínguez, Gonsalo Lopes Pedrosa,  Hernán Lopes Pedrosa,  Andrés Dias, Martín Lopes, Alonso Bárcenas, Melchor Hernandes,  Juan de Isasi, Juan de Arcia,  Miguel Sanches Rendón,  Tomás de Barahona, Maestre Jorge, Bartolomé de Acevedo,  Juan Gallegos,  Pedro Hernandes, George Suares,  Pedro Gutierres de Morillas,  Juan Rengel, Álvaro Merchán, Alonso Elías Coello, Juan Ruis Cobos y su padre Juan Ruis,  Juan Ortega Martines Castellanos, Gonzalo Hernández, Pedro Alonso, Juan Real, Juan Ortega de Utrera, Pascual de Gobeo,  Mencia Álvares y sus hijos,  Santiago de Medellín,  Felipe de los Reyes, Bernal Hernandes Granados y  Cristóbal Carrillo.

Y para que la dicha ciudad  y vecinos de ella sean gobernados y mantenidos en justicia, en nombre de su Majestad Real nombro por alcaldes ordinarios  a Hernan Lopes de Pedrosa y a Juan Rengel y por regidores a Melchor Nuñes, a Miguel Sanches Rendón, a Juan Domínguez a Álvaro Merchán, y Procurador  General  a Pedro Alonso y por Mayordomo a Bernal Hernandes Granados, a los cuales dichos alcaldes  y regidores, Procurador General,  y demás oficiales de suso declarados,  el dicho señor Gobernador mandó que usen de los dichos oficios  en esta ciudad  de Cumaná y su término y jurisdicción, lo que resta de este presente año de mil quinientos sesenta y nueve y por todo el año que viene  de mil quinientos y setenta hasta el fin de él; y en virtud de los dichos reales poderes, en nombre de su Majestad Real, les dio a cada uno de ellos poder cumplido,  cuan bastante se requiere de derecho, para usar y ejercer  los dichos oficios  y lo á ellos anexo y dependiente; a los cuales mandó hagan el juramento y solemnidad  que en el caso se acostumbra  y requiere,  de que bien y fielmente usarán los dichos oficios, y cumplido el tiempo  no usen más de ellos, so las penas en derecho establecidas; y para el año siguiente nombrarán y elegirán otros en su lugar por la orden y forma que adelante se les dará. Y así lo proveyó mandó y firmó de su nombre, que es fecha en la ciudad de Cumaná, a veinticuatro días del mes de noviembre del año del Señor de mil quinientos sesenta y nueve. Diego Fernández de Serpa. Por mandado de su Señoría - Fernando Pardo de Lago”. (fin de la cita).  (57)

         El sabio presbítero Antonio Patricio  de Alcalá, nos dice que no solo las personas nombradas en el Acta de Fundación, antes transcrita, vivían en Cumaná para la fecha de su fundación, sino que otros nombres, habría que añadir a esos 40 cabezas de familia,  de las que vinieron en la misma armada del caudillo español y otras que luego vinieron  y quisieron establecerse en nuestro pueblo, y cuyos datos tenemos porque  luego se distinguieron en las luchas contra los flamencos  y otros enemigos que  invadieron muchas veces el primitivo asiento, lo cual el sabio sacerdote recogió de las ruinas y de  los libros de las iglesias,  y atesoró  para  generaciones sin fin. En ese tesoro hay partes de la gobernación de Diego Fernández de Serpa, de quien se dice que gobernó esta provincia de la Nueva Andalucía conjuntamente con la de Guayana y el Caura.  Diego Fernández de Serpa, como Gobernador y Capitán General, permaneció muy poco tiempo en la Nueva Córdoba -Cumaná-, decidió recorrer el territorio que se le había asignado, dejando el gobierno a un sobrino suyo García Fernández de Serpa, que vivió en Cumaná toda su vida, legándonos su vigorosa estirpe.

Con el mapa de 1601 que acompañamos a este capítulo, podemos asegurar que la ciudad de Nueva Córdoba continuaba su vigoroso ritmo   de crecimiento demográfico durante este periodo, era la sede del gobierno y no fue mudada como se hace constar en el Acta. Todo hace pensar que la ciudad de Nueva Córdoba fue destruida en 1654 por piratas franceses.

Después que Diego Fernández de Serpa capituló con el Rey Felipe II, el 15 de mayo de 1568, la conquista del Sur del Orinoco, exigió que se le otorgase lo que llamaba “un girón de tierras” que se le habían cedido antes al frustrado Diego de Ordaz, y que comprendía un frente de costas que se extendían desde Río Salado (Rió San Juan) en Paria, hasta el Unare; por lo que escribió Juan López de Velásquez, que había sido Serpa “uno de la expedición de Ordaz”, como ha resultado veraz.  Otros más interesados en la vida y cronologías de Serpa, dicen que  en 1524 arribó a la isla de Cubagua, en  pleno esplendor  la Nueva Cádiz y se dedicó con éxito al comercio de perlas y  sal de las minas de Araya; Serpa se establece en la Nueva Córdoba, donde ejerció cargos en el cabildo, allí lo encuentra Montesinos en calidad de Alcalde; Serpa era un hombre de armas tomar, se sabe que acompañó a Diego de Ordaz,  en la desastrosa  expedición  por el Orinoco de  1532, salva milagrosamente la vida  y vuelve a la Nueva Córdoba; en 1549, pasó de Cumaná a Santo Domingo, donde capituló la conquista de las provincias al sur del Orinoco; pasó luego a España en 1550, y después de duro batallar capitula con el Rey la conquista de Guayana y el Caura, y regresa otra vez a Cumaná, al parecer domicilio permanente de su familia;  esta vez  al frente de una  expedición muy bien concebida y ejecutada, que arribó a Nueva Córdoba el 13 de octubre de 1569, trajo entonces muchas familias, soldados bien dotados; caballos, esclavos negros y toda clase de pertrechos. Con 17 familias que vivían en la Nueva Córdoba y 23 que vinieron con él, como dice el Acta fundacional, puebla la “ciudad”, no la muda de sitio como dicen muchos historiadores, sino que la repobló y la bautizo “para siempre jamás”, con el nombre de Cumaná, nombre tomado de su río; proclamó un nuevo Ayuntamiento, donde confirmó algunas autoridades; quedó instalado el 24 de noviembre de 1569. Serpa expedicionó para las regiones del río Neverí y cerca de sus orillas, en el lugar denominado El Salado, fundó con mujeres y niños que lo acompañaban, una ciudad que bautizo con el nombre de Santiago de los Caballeros. Luego internándose para proseguir la conquista de aquel territorio hasta Guayana, fue atacado por los indios Chacopatas y Cumanagotos, el 10 de mayo de 1570, en el sitio de Cemeruco, a 16 leguas del mar; en cuya acción cayó herido mortalmente. Allí perecieron casi todos sus hombres, regresando a duras penas, algunos soldados a la ciudad de Cumaná para llevar la infausta noticia.  Quedó al mando su hijo, García Fernández de Serpa, que gobernó hasta 1585.  Nuestro Cronista José Mercedes Gómez, dice en su libro “Génesis, evolución y decadencia  de la gobernación de Cumaná”,  que la consternación por la muerte de Fernández de Serpa, produjo pánico entre los moradores de Cumaná, los cuales optaron por huir en diferentes rumbos, entre ellos su mujer Constanza y su hijo, que salieron con destino a Cartagena donde tenían  familia; y el gobierno de Cumaná lo asumen los alcaldes: Juan López de Pedroza  y Juan Rengel; cuatro años más tarde regresaría García Fernández de Serpa  que murió el 21 de enero de 1572, día de Santa Inés, luchando contra los indígenas. (58)


Citas.

13.-Bartolomé de Las Casas. Obras escogidas. Historia de las Indias. Biblioteca de Autores Españoles. 1958.
14.-Cedulario Venezolano
15.-Ibidem.
16.-Ibidem.
17.-Ibidem.
18.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
19.-Fr. Vicente Rubio O. P. Los primeros mártires dominicos de América.
20.-Ibidem.
21.-Ibidem.
22.-Ibidem.
23.-José Mercedes Gómez. Orígenes de Cumaná.
24.-Arístides Rojas. Orígenes Venezolanos. 1972.
25.-J. M. Gómez.  Ibidem.
26.-Álvaro Huerga. Evangelización del Oriente de Venezuela. 1996.
27.-Bartolomé de Las Casas
28.-Álvaro Huerga. Ibidem
·                   29.-Las Casas. Ibidem.
·                   30.-Álvaro Huerga. Ibidem.
·                   31.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·                   32.-Documento de la Audiencia de Santo Domingo. Informe de Gonzalo de Ocampo.
·                   33.-Documento de La Audiencia de Santo Domingo. Instrucciones para Gonzalo de Ocampo.
·                   34.-Arístides Rojas. Ibidem.
·                   35.-Juan de Castellanos.
·                   36.-Bartolomé de Las Casas. Ibidem.
·                   37.-Ibidem.
·                   38.-Ibidem.
·                   39.-Ibidem.
·                   40.-Ibidem.
·                   41.-Álvaro Huerga. Ibidem.
·                   42.-Las Casas. Ibidem.
·                   43.-Juan de Castellanos.
·                   44.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·                   45.-Cedulario.
·                   46.-Miguel Elías Dao. Borburata 450 años, génesis de un pueblo.
·                   47.-Ibidem.
·                   48.-José Mercedes Gómez. Ibidem.
·                   49.-Ibidem.
·                   50.-Documento de la Audiencia de Santo Domingo.
·                   51.-Vinicio Romero. Multimedia 2000 y un tema de Historia de Venezuela.
·                   52.-Ramón Badaracco. Tierra de Frijoles. Crónicas de Cumaná. 
·                   53.-Pedro Elías Marcano. Consectario de Cumaná. 1945.
·                   54.-Acta de la fundación de Cumaná.
·                   55.-Ibidem
·                   56.-Ibidem
·                   57.-Ibidem
·                   58.-Ibidem
·                    
·                    
·                    


FIN DEL TOMO I

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