RAMÓN BADARACCO
TOTOYA- VICTORIA ORTIZ MARRUFFO –LA SANTA MAESTRA DE
CUMANÁ
Y la iglesia de Santa Inés.
Cumaná 1997
AUTOR Tulio Ramón Badaracco
Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Copyright Ramón Badaracco. 2997
Primera edición
Hecho el depósito de ley
Título original:
TOTOYA. VICTORIA ORTIZ,
LA SANTA MAESTRA DE CUMANÁ
Primera edición
Puede ser reproducido
total o parcialmente.
Diseño de la
cubierta T. R. B. R.
Ilustración de la
cubierta T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
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Cel. 0416-8114374
INTROITO
Bella
la maestra
con
sus palabras de amor.
Nos
enseña cada día
cada
hora la lección:
Todos
los alumnos
devotos
la escuchamos,
veneramos
su sabia elocuencia,
su
intención.
Cada
consejo de ella
es
como un evangelio de Juan.
Nosotros
somos como Jesús niño
perdido en el templo;
nuestro
espíritu se eleva,
se enriquece con su ejemplo.
Somos árboles
sembrados
en el suelo fértil de Canaán.
Dulce
maestra de divino acento,
de
inmaculada presencia:
¿Eres
acaso un ángel del Señor,
enviado
para alumbrarnos
cuando
en camino largo
se
agoten nuestras pocas fuerzas?
Sabemos
que el mismo Dios
es
la palabra, que en tus labios
Se convierte en el pan eterno
inagotable de sabiduría.
La
palabra es maná
en
sus oraciones
!
¡Maestra amada!
Llena
nuestros corazones,
con tu fe.
Danos
siempre de tu pan.
EL TEMPLO ANTIGUO DE SANTA INÉS
La iglesia de Santa Inés ha
sido siempre teatro de la vida de nuestra amada ciudad, y allí reinaba Totoya;
a la iglesia concurrimos desde niños y formamos parte del rito; Cumaná es una
ciudad de viejos ritos. Recuerdo con devoción la gruta de la Virgen de Lourdes,
construida por el Padre Arteaga, cuando fue Párroco de nuestra iglesia en 1908.
Bendito salió de Cumaná, el otro Belén, donde se anunció por vez primera la
palabra de Dios, en el Nuevo Mundo; un álito divino lo anunciaba, y luego fue
cardenal Primado de La Habana.
Él viajó a Lourdes, y copió la gruta para eternizarla en Cumaná.
Veneramos esa imagen linda durante todo el mes de mayo, hasta que la veíamos
descender milagrosamente, por su escalera blanca, bordada de luces y flores; en
aquellos momentos conteníamos la respiración, nuestros ojos se llenaban de
asombro y nuestro corazón de gozo crístico. Ese era el momento de pedirle nuestros deseos
más fervientes, por supuesto, todos pedíamos salir bien en los exámenes; y
luego entrábamos en el convencimiento de que no habría fuerza capaz de
“rasparnos” (En 1998, tuve el privilegio de participar en la decisión de la
Comisión que presidía para la celebración del centenario de Andrés Eloy Blanco,
de ordenar y patrocinar, la reparación de esa imagen sagrada para nuestro
pueblo que se habia dañado en un
lamentable accidente, y luego traerla en procesión a su trono, y allí, le
dedique mis humilde palabras, como una
oración.
El hermoso panorama que forma la
iglesia, las viejas murallas de Santa María de la Cabeza, los enormes robles,
las trinitarias siempre florecidas, el olor de jazmines, lirios y azahares;
aquella gruta, réplica de Lourdes, la escalera y la enorme y misteriosa puerta
que da acceso al Castillo, todo ello hacían de nuestro teatro algo misterioso y
dramático.
Como no recordar a las más bellas
muchachas de Cumaná, vestidas de blanco, luciendo sus mantillas españolas, y a
los muchachos, con sus mejores galas, que aprovechábamos la ocasión para
mirarnos, las más de las veces de lejos, vigilados por la tía, porque casi
todas las muchachas bonitas de Cumaná tenían su tía, que las cuidaba con más
rigor que la mamá. Entre rezo y rezo las miradas se encontraban y en el corazón
algo se quemaba entonces, entre el primer deseo y la esperanza del más bello
amor. En esa iglesia de cuentos de hadas, que levanta sus torres en el patio de
armas del más antiguo castillo colonial de Venezuela, y tal vez de toda
América, en esa casa de tantos varones verticales y mujeres santas, allí la vi
por vez primera allí conocí a Totoya, con su olor de santidad, el torrente de
su voz, su vitalidad y energía, con mi Diana, tímidamente agarradita de sus
manos, suspirado, viéndome a escondidas, con sus primeros sueños reflejados en
sus ojitos negros.
Era la época del padre Constantino, Camilo, Celso, Leonardo, el Lego, y
el eterno Tinoco; el catecismo, los primeros viernes, las misas de aguinaldo,
las procesiones, las correrías, las pandillas y los patines. ¿Quién no recuerda
a Chafardet, volando por las escalinatas, haciendo piruetas imposibles y
nosotros, boquiabiertas contándonos sus hazañas?
LA SANTA
MAESTRA
Victoria de la Cruz Ortiz Marruffo -Totoya-,
maestra de Primeras Letras, Quijote de la enseñanza, de sonrisa pura como el
Padre Nuestro, de palabra queda, de amor superior. Su vida fue ejemplo de
entrega y su cosecha, como la del buen sembrador, cayó en tierra propicia y,
hoy los árboles son fuertes y vigorosos.
Nuestra
generación la recuerda, a paso lento, vestida de medio luto, con su mantilla española,
reglando su sonrisa y su aliento, por las calles del Comercio y Sucre, yendo a
la misa de Santa Inés; todos los días, después de tomarse un cafecito en la bodega
de Lolito, saludar a los mismos alegres madrugadores de siempre, el Dr. Carlos
Sucre, Napoleón y Luis José Blanco, Daniel Vásquez, Felipe Valerio, Simón
García, Luis Millán, y otros, que la saludaban con efusión y mucho amor.
Ella heredó la escuela de otra gran
tutora cumanesa, Teresita Ortiz, maestra de las generaciones que nos
antecedieron, que ejercía su magisterio en la misma casita humilde de la calle
de Comercio o General Armario, como reza la nomenclatura municipal; recibía la
muchachada del vecindario y de otras áreas, donde su fama se acrisolaba; Los
hijos de Francisco José Berrizbeitia, Luis Núñez Morales, Luis Salvador
Bruzual, Eliso Silva Díaz, Arturo Torres, Luis José Silva, Octavio López, Mundo Figuera,
Bienvenido y Sergio Martínez Picornell, Luis Fuentes, y tantísimos más que mi
memoria ya no recuerda.
Para Totoya todos los muchachos iban a
ser Presidente de la República, y por eso no podían faltar a las buenas
costumbres. Exigía pulcritud en él vestir, aseo personal, modales, no aceptaba
groserías ni vulgaridades; pero su forma de corregir era inigualable, quería
parecerse al inigualable Maestro, San Juan Bosco. Con su palabra acariciante y el gesto manso, no había
malacrianza que pudiese resistir tanta bondad y dulzura.
Tenía una amplia formación humanística,
recuerdo sus constantes citas de sus personajes favoritos: El caballero de la
triste figura, Dulcinea, Sancho, Camacho, Padanfilando de la Fosca Vista; y los
evangelios, especialmente Mateo y las Epístolas de Pablo.
} Totoya se recreaba en los Libros
Sagrados, entre los cuales prefería a Isaías. También citaba y contaba
anécdotas de los grandes maestros de Cumaná, a los cuales conoció
personalmente: Silverio González Varela, Domingo Badaracco, Silverio Córdova, Eliso
Silva Díaz, Bartolomé Milá de La Roca, Juan Arcia, Napoleón Blanco, Luis
Beltrán Sanabria, Félix Ángel Losada, Don Lico Peñalver, El maestro Bolívar (Bolivita)
y tantos otros que valdría la pena nombrar.
En
1945, con motivo del sesquicentenario del natalicio del Mariscal, Cumaná se
llenó de ilustres visitantes, entre ellos muchos poetas y poetisas, pues en
Cumaná la poesía siempre ha sido la reina de nuestras celebraciones; entonces: se
hospedaron en su casa, por antigua amistad, las hermanas Mayeya y Trina Márquez,
la excelsa poetisa Trina Márquez. Sin
embargo fue Totoya, la verdadera anfitriona de muchas noches de recitales en
los cuales no faltaron los poetas laureados: Andrés Eloy Blanco, Humberto
Guevara, Marco Tulio Badaracco, Eliso Silva Díaz y José Agustín Fernández; y las poetisas:
Luisa del Valle Silva, Rosa Alarcón Blanco, Inés Arias; y sus anfitrionas, Trina Marques y Totoya; y
algunos iniciados, como Rafael José Gómez, Luis Beltrán Mago y Julio Serpa, Andrés Eloy Blanco, como tenía que ser, fue el personaje más relevante de nuestra
intelectualidad, pero la santa maestra, tenía el poder de la convocatoria, y en
la calle del Comercio, en el humilde frente de su casa, se armaba todas las noches
la tertulia de los prominentes intelectuales. Soy testigo presencial de aquellos
inolvidables días.
Si hay una santa en Cumaná esa es
Totoya; pero ella era tan santa que pasó desapercibida, y su pueblo no lo
proclamó como ha debido, pero eso no importa, porque sus alumnos lo saben y es más
que suficiente; porque su magisterio quedó en la intimidad del suburbio.
Tenía una idea del mundo que penetraba en lo más hondo de la conciencia
del niño, mundo todo amor, toda paz; mundo de alegría sin límites; del
conocimiento, de la admiración permanente, de la santidad.
Totoya nació en Cumaná el 16 de noviembre de 1896, fueron sus padres
Don Juan Manuel Ortiz y doña Lorenza Marruffo.
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Su espíritu está integrado
a La Iglesia de Santa Inés, a sus cofrades de las Hermanas del Sagrario, ellas
saben de sus íntimos sentimiento, de su amor derramado, de su piedad desbordada,
de su mansedumbre, su entrega al amor del prójimo, su imitación de Cristo, su
caridad, su honestidad a toda prueba.
Para este año el nuevo templo tiene 129 años
congregando y sirviendo a nuestro pueblo; muchos santos sacerdotes y santos
fieles, han dicho y escuchado la palabra de Dios en sus bancos sagrados. Esta cátedra
del Crucificado, es el manantial de sabiduría y santidad de muchas generaciones
de cumaneses. Esta es la misma iglesia que congregó a fray Pedro de Córdoba con
nuestros indígenas desde 1515.
El templo de Santa Inés
sustituyó en todo al de la Virgen del
Carmen, destruido por el terremoto de 1853, en esa iglesia fue bautizado
Antonio José de Sucre. La construcción de la iglesia de Santa Inés, se inició
en 1862, sobre las ruinas del templo del Carmen, en época de penurias, y se le
debe al tesón del virtuoso padre José Antonio Ramos Martínez; agreguemos la
acción de algunos cruzados, como el Dr. Mauricio Berrizbeitia, Mayordomo de
Fabrica, y el Pbro. Onofre Mariano
Llompland, que lo secunda; el general
Rafael Adrián, y la Sociedad del Culto, constituida específicamente para el desarrollo de la obra.
El templo, bajo la
advocación de Santa Inés, Patrona de Cumaná,
se inauguró el 6 de octubre de 1866, siendo Presidente del Estado, que
estrenaba el nombre de Nueva Andalucía, don Antonio Rusián, gran colaborador en
el proyecto. Era un templo de bahareque
y mampostería, y sigue siéndolo en la mayor parte, en este año: con presbiterio,
sacristía, coro, dos torres, artesonado de madera y piso de mosaico, el altar
mayor de mármol blanco, donado por la señora Carmelita Berrizbeitia. La
Cofradía del Santísimo Sacramento, en 1874,
por propuesta del Dr. Andrés Eloy Meaño,
aportó su patrimonio, y lo pasó a la Tesorería de la Comisión de
Fabrica, con lo cual se pudo continuar y terminar la obra, más algunas
donaciones significativas, tanto del gobierno como de particulares.
El templo abrió su portal
sin las torres, pero se continuó su construcción que concluyó en 1878 después
del triunfo de la Revolución Reivindicadora, siendo Presidente del gran Estado
Bermúdez, el general Nicolás Coraspe,
con cuyo nombre sustituyó el de Nueva Andalucía; el general Nicolás
Coraspe, también fue un colaborador decidido de la obra, de grato recuerdo, por
cierto.
La iglesia del Carmen se
levantaba airosa al lado de las murallas
de la plaza de armas del castillo de Santa María de La Cabeza, el proyecto era
una construcción de estilo gótico, que emergía como un castillo encantado en
las frescas mañanas arboladas de la plaza de Santa Inés; pero alguien corrigió
a los arquitectos de la colonia, modificaron el proyecto para el nuevo
templo, y le construyeron las célebres
escalinatas que ocultan buena parte del fuerte. La obra la ordenó el propio
presidente de la república, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, y el ingeniero
constructor fue Juan de Dios Monserrate.
El artesonado, las columnas, todo en cedro,
decorado y embellecido por el pintor cumanés José Luis Betancourt; la dotación y todos los trabajos del interior
y exterior del templo concluyeron, en sus más exigentes detalles para 1896, de
tal forma que para la creación del Estado Sucre, en 1898, el templo lucía en todo su
esplendor; y el general Nicolás Rolando vino a Cumaná para asistir al más
solemne y fastuoso Tedeum que recuerda nuestra historia eclesiástica. Poco
tiempo después triunfa la revolución Liberal, y en la misma iglesia, el General Manuel Morales, año de 1900,
celebró pomposamente la creación del Estado Cumaná.
El
piso de mosaico italiano, que luce el
templo, se adquirió en 1901, siendo cura párroco el padre Manuel Arteaga
Betancourt, que andando el tiempo fuera
Cardenal Primado de la Habana-Cuba, y por ende Príncipe de la Iglesia Católica.
El padre Arteaga también puso la primera piedra de la histórica Gruta de
Lourdes, que da ese toque de infinita gracia
al patio interior del templo. La Gruta de Santa Inés es una copia fiel y
exacta de la francesa, el padre Arteaga la visitó en Francia y la copió para hacerla en Cumaná, ella es el
producto de un acto de amor y devoción.
Como
la iglesia de Santa Inés está edificada en el patio de armas del castillo de
Santa Maria de la Cabeza, que aún conserva la estructura colonial, forma parte
indivisible del formidable complejo arquitectónico; y en la parte superior de
ella, donde estuvo la casa del Gobernador y las oficinas del Tesoro, don Santos Berrizbeitia construyó la capilla
para la veneración de la imagen preciosa
e histórica de la virgen del Carmen, y
si bien es cierto que esta capilla estuvo arruinada por muchos años,
parcialmente destruida por el terremoto de 1929, también es cierto que fue,
conjuntamente con todo el templo, que sufrió daños de consideración,
reconstruida por el Presidente del Estado, Dr. Carlos Álamo, siendo el maestro
constructor don Martín Pascual; posteriormente
volvió a quedar en ruinas y esta
vez, 2005, fue levantada por orden del
gobernador Dr. Ramón Martínez, aunque aún le faltan detalles.
Las
torres y los antiguos campanarios fueron sustituidos, por encargo del gobierno
del Dr. José Salazar Domínguez –1954-1958- al ing. Fernando Aristeguieta, por
las dos torres majestuosas de hormigón que ahora la engalanan; y sus famosos
relojes, fueron donados por don Emilio
Berrizbeitia. La iglesia de Santa Inés guarda muchos tesoros, tangibles e
intangibles; guarda celosamente los archivos de la provincia y muchas joyas
donadas por ilustres hijos de Cumaná.
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