viernes, 7 de octubre de 2016

TOTOYA- VICTORIA ORTIZ MARRUFFO



RAMÓN BADARACCO






TOTOYA- VICTORIA ORTIZ MARRUFFO –LA SANTA MAESTRA DE CUMANÁ

Y la iglesia de Santa Inés.











Cumaná 1997






AUTOR Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Copyright Ramón Badaracco. 2997
Primera edición
Hecho el depósito de ley
Título original:
TOTOYA. VICTORIA ORTIZ, LA SANTA MAESTRA DE CUMANÁ
Primera edición
Puede ser reproducido total o parcialmente.
Diseño de la cubierta  T. R. B. R.
Ilustración de la cubierta  T. R. B. R.
Impreso en Cumaná
Telf. 0293-4324683
Cel. 0416-8114374







INTROITO

Bella la maestra
con sus palabras de amor.
Nos enseña cada día
cada hora la lección:
Todos los alumnos
devotos la escuchamos,
veneramos su sabia elocuencia,
su intención.
Cada consejo de  ella
es como un evangelio de Juan.

Nosotros somos como Jesús niño
 perdido en el templo;
nuestro espíritu se eleva,
 se enriquece con su ejemplo.
Somos  árboles
sembrados en el suelo fértil de Canaán.
Dulce maestra de divino acento,
de inmaculada presencia:

¿Eres acaso un ángel del Señor,
enviado para alumbrarnos
cuando en camino largo
se agoten nuestras pocas fuerzas?

Sabemos que el mismo Dios
es la palabra, que en tus labios
Se convierte en el  pan eterno
 inagotable de sabiduría.
La palabra es maná 
en sus oraciones
! ¡Maestra amada!

Llena nuestros corazones,
 con tu fe. 
Danos siempre de tu pan.


EL TEMPLO ANTIGUO DE SANTA INÉS



                   La iglesia de Santa Inés ha sido siempre teatro de la vida de nuestra amada ciudad, y allí reinaba Totoya; a la iglesia concurrimos desde niños y formamos parte del rito; Cumaná es una ciudad de viejos ritos. Recuerdo con devoción la gruta de la Virgen de Lourdes, construida por el Padre Arteaga, cuando fue Párroco de nuestra iglesia en 1908. Bendito salió de Cumaná, el otro Belén, donde se anunció por vez primera la palabra de Dios, en el Nuevo Mundo; un álito divino lo anunciaba, y luego fue cardenal Primado de La Habana.

Él viajó a Lourdes, y copió la gruta para eternizarla en Cumaná. Veneramos esa imagen linda durante todo el mes de mayo, hasta que la veíamos descender milagrosamente, por su escalera blanca, bordada de luces y flores; en aquellos momentos conteníamos la respiración, nuestros ojos se llenaban de asombro y nuestro corazón de gozo crístico.  Ese era el momento de pedirle nuestros deseos más fervientes, por supuesto, todos pedíamos salir bien en los exámenes; y luego entrábamos en el convencimiento de que no habría fuerza capaz de “rasparnos” (En 1998, tuve el privilegio de participar en la decisión de la Comisión que presidía para la celebración del centenario de Andrés Eloy Blanco, de ordenar y patrocinar, la reparación de esa imagen sagrada para nuestro pueblo que se habia dañado  en un lamentable accidente, y luego traerla en procesión a su trono, y allí, le dedique mis humilde palabras,  como una oración.   

         El hermoso panorama que forma la iglesia, las viejas murallas de Santa María de la Cabeza, los enormes robles, las trinitarias siempre florecidas, el olor de jazmines, lirios y azahares; aquella gruta, réplica de Lourdes, la escalera y la enorme y misteriosa puerta que da acceso al Castillo, todo ello hacían de nuestro teatro algo misterioso y dramático.

         Como no recordar a las más bellas muchachas de Cumaná, vestidas de blanco, luciendo sus mantillas españolas, y a los muchachos, con sus mejores galas, que aprovechábamos la ocasión para mirarnos, las más de las veces de lejos, vigilados por la tía, porque casi todas las muchachas bonitas de Cumaná tenían su tía, que las cuidaba con más rigor que la mamá. Entre rezo y rezo las miradas se encontraban y en el corazón algo se quemaba entonces, entre el primer deseo y la esperanza del más bello amor. En esa iglesia de cuentos de hadas, que levanta sus torres en el patio de armas del más antiguo castillo colonial de Venezuela, y tal vez de toda América, en esa casa de tantos varones verticales y mujeres santas, allí la vi por vez primera allí conocí a Totoya, con su olor de santidad, el torrente de su voz, su vitalidad y energía, con mi Diana, tímidamente agarradita de sus manos, suspirado, viéndome a escondidas, con sus primeros sueños reflejados en sus ojitos negros.   

Era la época del padre Constantino, Camilo, Celso, Leonardo, el Lego, y el eterno Tinoco; el catecismo, los primeros viernes, las misas de aguinaldo, las procesiones, las correrías, las pandillas y los patines. ¿Quién no recuerda a Chafardet, volando por las escalinatas, haciendo piruetas imposibles y nosotros, boquiabiertas contándonos sus hazañas?

LA SANTA  MAESTRA

         Victoria de la Cruz Ortiz Marruffo -Totoya-, maestra de Primeras Letras, Quijote de la enseñanza, de sonrisa pura como el Padre Nuestro, de palabra queda, de amor superior. Su vida fue ejemplo de entrega y su cosecha, como la del buen sembrador, cayó en tierra propicia y, hoy los árboles son fuertes y vigorosos.

Nuestra generación la recuerda, a paso lento, vestida de medio luto, con su mantilla española, reglando su sonrisa y su aliento, por las calles del Comercio y Sucre, yendo a la misa de Santa Inés; todos los días, después de tomarse un cafecito en la bodega de Lolito, saludar a los mismos alegres madrugadores de siempre, el Dr. Carlos Sucre, Napoleón y Luis José Blanco, Daniel Vásquez, Felipe Valerio, Simón García, Luis Millán, y otros, que la saludaban con efusión y mucho amor.

         Ella heredó la escuela de otra gran tutora cumanesa, Teresita Ortiz, maestra de las generaciones que nos antecedieron, que ejercía su magisterio en la misma casita humilde de la calle de Comercio o General Armario, como reza la nomenclatura municipal; recibía la muchachada del vecindario y de otras áreas, donde su fama se acrisolaba; Los hijos de Francisco José Berrizbeitia, Luis Núñez Morales, Luis Salvador Bruzual, Eliso Silva Díaz, Arturo Torres,  Luis José Silva, Octavio López, Mundo Figuera, Bienvenido y Sergio Martínez Picornell, Luis Fuentes, y tantísimos más que mi memoria ya  no recuerda.

         Para Totoya todos los muchachos iban a ser Presidente de la República, y por eso no podían faltar a las buenas costumbres. Exigía pulcritud en él vestir, aseo personal, modales, no aceptaba groserías ni vulgaridades; pero su forma de corregir era inigualable, quería parecerse al inigualable Maestro, San Juan Bosco.  Con su  palabra acariciante y el gesto manso, no había malacrianza que pudiese resistir tanta bondad y dulzura.

         Tenía una amplia formación humanística, recuerdo sus constantes citas de sus personajes favoritos: El caballero de la triste figura, Dulcinea, Sancho, Camacho, Padanfilando de la Fosca Vista; y los evangelios, especialmente Mateo y las Epístolas de Pablo.

}        Totoya se recreaba en los Libros Sagrados, entre los cuales prefería a Isaías. También citaba y contaba anécdotas de los grandes maestros de Cumaná, a los cuales conoció personalmente: Silverio González Varela, Domingo Badaracco, Silverio Córdova, Eliso Silva Díaz, Bartolomé Milá de La Roca, Juan Arcia, Napoleón Blanco, Luis Beltrán Sanabria, Félix Ángel Losada, Don Lico Peñalver, El maestro Bolívar (Bolivita) y tantos otros que valdría la pena nombrar.

En 1945, con motivo del sesquicentenario del natalicio del Mariscal, Cumaná se llenó de ilustres visitantes, entre ellos muchos poetas y poetisas, pues en Cumaná la poesía siempre ha sido la reina de nuestras celebraciones; entonces: se hospedaron en su casa, por antigua amistad, las hermanas Mayeya y Trina Márquez, la excelsa poetisa Trina Márquez.  Sin embargo fue Totoya, la verdadera anfitriona de muchas noches de recitales en los cuales no faltaron los poetas laureados: Andrés Eloy Blanco, Humberto Guevara, Marco Tulio Badaracco, Eliso Silva Díaz  y José Agustín Fernández; y las poetisas: Luisa del Valle Silva, Rosa Alarcón Blanco, Inés Arias;  y sus anfitrionas, Trina Marques y Totoya; y algunos  iniciados, como  Rafael José Gómez, Luis Beltrán Mago y  Julio Serpa,  Andrés Eloy Blanco, como tenía que ser,  fue el personaje más relevante de nuestra intelectualidad, pero la santa maestra, tenía el poder de la convocatoria, y en la calle del Comercio, en el humilde frente de su casa, se armaba todas las noches la tertulia de los prominentes intelectuales. Soy testigo presencial de aquellos inolvidables días.    

         Si hay una santa en Cumaná esa es Totoya; pero ella era tan santa que pasó desapercibida, y su pueblo no lo proclamó como ha debido, pero eso no importa, porque sus alumnos lo saben y es más que suficiente; porque su magisterio quedó en la intimidad del suburbio.

Tenía una idea del mundo que penetraba en lo más hondo de la conciencia del niño, mundo todo amor, toda paz; mundo de alegría sin límites; del conocimiento, de la admiración permanente, de la santidad.

Totoya nació en Cumaná el 16 de noviembre de 1896, fueron sus padres Don Juan Manuel Ortiz y doña Lorenza Marruffo.


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Su espíritu está integrado a La Iglesia de Santa Inés, a sus cofrades de las Hermanas del Sagrario, ellas saben de sus íntimos sentimiento, de su amor derramado, de su piedad desbordada, de su mansedumbre, su entrega al amor del prójimo, su imitación de Cristo, su caridad, su honestidad a toda prueba.  

 Para este año el nuevo templo tiene 129 años congregando y sirviendo a nuestro pueblo; muchos santos sacerdotes y santos fieles, han dicho y escuchado la palabra de Dios en sus bancos sagrados. Esta cátedra del Crucificado, es el manantial de sabiduría y santidad de muchas generaciones de cumaneses. Esta es la misma iglesia que congregó a fray Pedro de Córdoba con nuestros indígenas desde 1515.  

El templo de Santa Inés sustituyó en todo al de la Virgen del  Carmen, destruido por el terremoto de 1853, en esa iglesia fue bautizado Antonio José de Sucre. La construcción de la iglesia de Santa Inés, se inició en 1862, sobre las ruinas del templo del Carmen, en época de penurias, y se le debe al tesón del virtuoso padre José Antonio Ramos Martínez; agreguemos la acción de algunos cruzados, como el Dr. Mauricio Berrizbeitia, Mayordomo de Fabrica, y el Pbro.  Onofre Mariano Llompland, que lo secunda;  el general Rafael Adrián, y la Sociedad del Culto, constituida específicamente  para el desarrollo de la obra.
  
El templo, bajo la advocación de Santa Inés, Patrona de Cumaná,  se inauguró el 6 de octubre de 1866, siendo Presidente del Estado, que estrenaba el nombre de Nueva Andalucía, don Antonio Rusián, gran colaborador en el proyecto. Era  un templo de bahareque y mampostería, y sigue siéndolo en la mayor parte, en este año: con presbiterio, sacristía, coro, dos torres, artesonado de madera y piso de mosaico, el altar mayor de mármol blanco, donado por la señora Carmelita Berrizbeitia. La Cofradía del Santísimo Sacramento, en 1874,  por propuesta del Dr. Andrés Eloy Meaño,  aportó su patrimonio, y lo pasó a la Tesorería de la Comisión de Fabrica, con lo cual se pudo continuar y terminar la obra, más algunas donaciones significativas, tanto del gobierno como de particulares.    

El templo abrió su portal sin las torres, pero se continuó su construcción que concluyó en 1878 después del triunfo de la Revolución Reivindicadora, siendo Presidente del gran Estado Bermúdez, el general Nicolás Coraspe,  con cuyo nombre sustituyó el de Nueva Andalucía; el general Nicolás Coraspe, también fue un colaborador decidido de la obra, de grato recuerdo, por cierto.

La iglesia del Carmen se levantaba airosa al lado  de las murallas de la plaza de armas del castillo de Santa María de La Cabeza, el proyecto era una construcción de estilo gótico, que emergía como un castillo encantado en las frescas mañanas arboladas de la plaza de Santa Inés; pero alguien corrigió a los arquitectos de la colonia, modificaron el proyecto para el nuevo templo,  y le construyeron las célebres escalinatas que ocultan buena parte del fuerte. La obra la ordenó el propio presidente de la república, Dr. Juan Pablo Rojas Paúl, y el ingeniero constructor  fue Juan de Dios Monserrate.

          El artesonado, las columnas, todo en cedro, decorado y embellecido por el pintor cumanés José Luis Betancourt;  la dotación y todos los trabajos del interior y exterior del templo concluyeron, en sus más exigentes detalles para 1896, de tal forma que para la creación del Estado Sucre,  en 1898, el templo lucía en todo su esplendor; y el general Nicolás Rolando vino a Cumaná para asistir al más solemne y fastuoso Tedeum que recuerda nuestra historia eclesiástica. Poco tiempo después triunfa la revolución Liberal, y en la misma iglesia,  el General Manuel Morales, año de 1900, celebró pomposamente la creación del Estado Cumaná.

         El piso de mosaico italiano,  que luce el templo, se adquirió en 1901, siendo cura párroco el padre Manuel Arteaga Betancourt,   que andando el tiempo fuera Cardenal Primado de la Habana-Cuba, y por ende Príncipe de la Iglesia Católica. El padre Arteaga también puso la primera piedra de la histórica Gruta de Lourdes, que da ese toque de infinita gracia  al patio interior del templo. La Gruta de Santa Inés es una copia fiel y exacta de la francesa, el padre Arteaga la visitó en Francia  y la copió para hacerla en Cumaná, ella es el producto de  un acto de amor y devoción.

         Como la iglesia de Santa Inés está edificada en el patio de armas del castillo de Santa Maria de la Cabeza, que aún conserva la estructura colonial, forma parte indivisible del formidable complejo arquitectónico; y en la parte superior de ella, donde estuvo la casa del Gobernador y las oficinas del Tesoro,  don Santos Berrizbeitia construyó la capilla para la veneración de la imagen  preciosa e histórica de la virgen del Carmen,  y si bien es cierto que esta capilla estuvo arruinada por muchos años, parcialmente destruida por el terremoto de 1929, también es cierto que fue, conjuntamente con todo el templo, que sufrió daños de consideración, reconstruida por el Presidente del Estado, Dr. Carlos Álamo, siendo el maestro constructor don Martín Pascual; posteriormente   volvió  a quedar en ruinas y esta vez, 2005,  fue levantada por orden del gobernador Dr. Ramón Martínez, aunque aún le faltan detalles.   

         Las torres y los antiguos campanarios fueron sustituidos, por encargo del gobierno del Dr. José Salazar Domínguez –1954-1958- al ing. Fernando Aristeguieta, por las dos torres majestuosas de hormigón que ahora la engalanan; y sus famosos relojes, fueron donados  por don Emilio Berrizbeitia. La iglesia de Santa Inés guarda muchos tesoros, tangibles e intangibles; guarda celosamente los archivos de la provincia y muchas joyas donadas por ilustres hijos de Cumaná.



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