RAMÓN BADARACCO
General en Jefe ANTONIO JOSE DE SUCRE, Gran
Mariscal de Ayacucho. Tres discursos de tres generaciones ¨Badaracco¨ de
Cumaná.
Autor: Tulio Ramón
Badaracco Rivero
Que firma Ramón
Badaracco
Título de la obra:
General en Jefe
ANTONIO JOSÉ DE SUCRE, Gran Mariscal de Ayacucho.
En tres discursos de tres generaciones ¨Badaracco¨ de Cumaná.
ANTONIO JOSÉ DE SUCRE, Gran Mariscal de Ayacucho.
En tres discursos de tres generaciones ¨Badaracco¨ de Cumaná.
Diseño de la cubierta
R. B.
Ilustración de la cubierta
R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
cronista40@hotmail
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Cel. 0416-8114374
Discurso
del Dr. DOMINGO BADARACCO BERMUDEZ, en la culminación del programa de la
conmemoración del Centenario de la batalla de Ayacucho. Al pie del edificio en construcción,
del Museo “Gran Mariscal de Ayacucho”, el 9 de diciembre de 1924, en Cumaná.
Señores:
La Sociedad
Patriótica Ayacucho, en nombre de la cual me cabe la honra de dirigiros la
palabra, dispuso en solemne acuerdo
construir este monumento, donde guardar las reliquias históricas del
Gran Mariscal Antonio José de Sucre o que a él se refieran; y consecuente con
tal propósito dio principio a la obra, bien en el convencimiento, por lo breve
del tiempo de no poder llevarla a término para este día aniversario de aquel
otro en que el hijo más ilustre de Cumaná, al frente del Ejército Libertador,
selló la emancipación del Continente, en la más trascendental función de armas
que se haya librado en él.
Cumple
hoy en parte sus miras la SOCIEDAD PATRIOTICA, al exhibir, como número selecto
de las fiestas del Centenario la porción de trabajo realizada; y se promete
para dentro de poco la inauguración definitiva de la obra, tal como ésta ha
sido ideada por el feliz ingenio de artistas nacionales.
Frente
al mar antillano sobre cuyas olas rodó un día, náufrago, nuestro héroe epónimo,
cuando cruzado de la Libertad se encaminaba doliente al predio nativo, cercano
a la histórica fortaleza de San Antonio cuyos muros encierran tantas leyendas
de redención y de martirio; arrancado del propio sitio en donde otro gran
oriental, épico adalid de la independencia, campeón de alto relieve en los
fastos del heroísmo, terminó su gloriosa vida y en serena contemplación al
infinito, se alzará en breve, a manera de atalaya, la artística pirámide, que
dirá a los postreros como esa flor de epopeya que se llamó Sucre, cuyo nombre
llena en estos momentos el ámbito inmenso de la América Hispana, ya tiene, en
el suelo que arrullo su cuna, el monumento que la veneración y el cariño del
ilustre pueblo cumanés ha consagrado a sus hechos inmortales.
Plumas
doctas han relatado en páginas de arte, de verdad y de justicia, la vida
militar y política de aquel primado de
la gloria, que sin más émulo que el Libertador, ni otro escudo que la bandera
de la Patria, realizó con las invictas falanges colombianas esa carrera de
prodigios que, como recio huracán de gloria, se fue de triunfo en triunfo por
las enhiestas cumbres de los Andes hasta el Potosí lejano, llevando en su mente
de guerrero al igual del Padre de Colombia, no el ideal restricto de la
liberación de unos pocos pueblos, sino la visión radiante de la América grande
y una, faz a faz de esa otra América, formidable modelo de Libertad y fuerza.
Pensadores
profundos han elogiado su capacidad maravillosa de estadista, creador de
pueblos y el mayor colaborador de Bolívar en esta obra de genio. Militares de
escuela han estudiado sus planos de batalla, llevados al papel en horas
turbulentas, en plena campaña. Artistas soberanos han fijado en el lienzo, en
el mármol y en el bronce esa fisonomía austera que parece como animada por un
espíritu doliente. Inspirados portaliras han descrito en estrofas que son
flores de antología, poéticos gestos de su vida galante, escenas triunfantes de
su vida de guerrero, o el lúgubre momento de su caída fatal. Su
correspondencia, sus proclamas de guerra, sus mensajes, todo ha sido examinado
a la luz de un nuevo criterio histórico, el cual va directamente al fondo de
los hechos, para extraer de él en toda su pureza la verdad y dejar sin valor
alguno los prejuicios y las leyendas… Y volviendo, y revolviendo al héroe como
un fino diamante de impecables contornos, cada lado del Mariscal egregio emite
brillo firme y sereno, que denuncia en su estructura la unidad real más
perfecta.
Analizando
esa vida, que el plomo de Berruecos tronchó en flor, no es seguramente el
heroísmo del gran cumanés lo que más nos arrebata, como no lo son tampoco su
pericia indiscutida ni su sabiduría en el consejo: muchos de sus compañeros de
armas poseían en grado eminente algunos de tan valiosos atributos. Lo que
arroba el ánimo en la contemplación de esa vida, es la armonía perfecta de
facultades, aquella lealtad caballeresca, aquella serenidad de juicio que ni en
el pánico de las derrotas ni en la embriaguez de la gloria de los grandes
triunfos, ni en los altos Senados que le tocó presidir lo abandonaron jamás. Si
no tenía el don profético del genio, concedido solo al Libertador, en cambio
penetraba fácilmente en el campo tenebroso de la realidad, hecho infranqueable
por las ambiciones en lucha; y con su valor extraordinario el profundo
conocimiento de su arte, y aquella piedad suya, que “no parecía humana”, sabia
sobreponerse a los sucesos y arrancar la victoria de los brazos mismos de la
anarquía o el crimen.
Su
modestia sin igual, que no era en él flor de estudio sino presea ingénita, como
lo fue también su delicadeza, aquella delicadeza de Sucre que tanto
impacientaba al Libertador, lo llevó en más de una ocasión a conceptuarse
insuficiente para asumir la dirección de alguna vasta empresa militar; pero la
disciplina, el amor a la Patria, su fe completa en el genio de Bolívar y en el
entusiasmo y valor de los soldados de Colombia, le imponían como mandamiento
categórico aceptar el mando y triunfar ¡Y Siempre triunfaba! “Él hombre de la fortuna en la guerra”, fue
llamado en sus días.
Si
para penetrar mejor a ese hombre ilustre “Conjunto de hombres” como de
Alcibíades dijo Platón, pasáramos a considerarlo en la triple faz con que se
yergue su figura en la historia de la revolución, veríamos que Sucre guerrero
se equipara en grandeza con Sucre diplomático y Sucre Magistrado. De un valor
legendario son testimonio las difíciles circunstancias que tuvo que vencer en
los principios de su carrera, junto con los héroes orientales que, al mando de
Mariño, formaron la expedición del año trece. Y en ese grupo, digno de eterna
fama, “Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su
inteligencia y por su valor”.
En
los célebres campos de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de
los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios
con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras
fuerzas” Son palabras del Libertador. ¿A quién que conozca la historia patria
puede sorprender el imponderable arrojo personal de Sucre cuando la
insurrección de Chuquisaca?
Sobre
su tumba bien pudiera gravarse parafraseando para encuadrarlo en campo
americano, el epitafio que para sí compuso el mayor trágico de la eterna
Grecia: “Aquí esta Sucre. Los lúgubres llanos de La Puerta, Aragua y Urica, las
triunfales alturas de Riobamba, Pichincha y Ayacucho, y el español altivo de
indómito coraje, dirán si fue valiente. ¡Ellos lo vieron!
Pero,
aun así, la inscripción quedaría incompleta, porque ese carácter alcanzó para
la causa de la Patria tantas victorias con la bondad y la clemencia como con su
espada libertadora. Diplomático, su nombre fulgura al pie de tratados que son
prendas del decoro humano y que en aquellos días difíciles contribuyeron
eficazmente a detener las hondas calamidades engendradas por la guerra.
Su
actuación en Bolivia al frente del poder fue la tarea de un cíclope. Débil
medio para hacerse respetar daba la Constitución bolivariana al Ejecutivo, como
lo confiesa el mismo Sucre, y eso en medio, en que ambiciones y rivalidades
vivían en perpetuo acecho. Admirable es ver, sin embargo, como pudo el Gran
Mariscal llevar el orden a todos los ramos de la administración y de “aquella
porción de hombres divididos entre asesinos y víctimas, entre esclavos y
tiranos, devorados por los enconos y sedientos de venganza, forma un gran
pueblo con leyes propias y señalar su gobierno por la clemencia, la tolerancia
y la bondad”.
Tan
bien conocía Bolívar la férrea contextura de ese carácter y su absoluta
consagración a la causa de la Independencia, que, en plena guerra civil, antes
de Tarquí, le escribe aquellas palabras “Todos mis poderes, buenos y malos, los
delego en Ud. Haga Ud. la guerra, haga Ud. la Paz; salve o pierda el Sur. Ud.
es el árbitro de sus destinos y en Ud. he confiado todas mis esperanzas”.
Culminó
su desprendimiento del mando en el Congreso Admirable, donde hizo esfuerzos
supremos para sostener la unidad colombiana, ensueño heroico del Libertador,
fracasado ya de hecho por la fuerza de la opinión separatista en las tres
repúblicas y para el cual Senado formuló Sucre su célebre propuesta, que era
como un llamamiento a las fuerzas pensantes de los pueblos recién libertados
para que se encaminaran por vías civiles a regir sus destinos soberanos. Utopía
para entonces, pero que de todos modos revela un criterio amplio y un valor
cívico a toda prueba.
Gran
ciudadano del mundo, brillante caballero de la democracia, a lo largo de esa
vida se agita un afán constante de orden, de cultura, de cordialidad, fuerzas
estas que después de Ayacucho toman en
Sucre toda la persistencia de una obsesión
“Más patriota que ambicioso”, como le escribe a Flores, pensando siempre
en Quito y Cumaná, en la familia y los amigos lejanos, quiere retirarse de la
escena pública a llevar vida modesta de filósofo, y no emplear más su espada sino
cuando haya algún peligro de invasión exterior. Pero era vacilante la vida de
los pueblos recién venidos a la libertad, y muy alta la talla de aquel
guerrero, para imaginar siquiera que pudiera desprenderse del ejército a
sembrar coles, como Diocleciano, en el rincón de un huerto, o a lamentarse
desde lejos del bien perdido como una doliente figura del Romancero. Hijo de la
guerra debía morir combatiendo, y cayó al fin, en miserable emboscada, el
patricio benemérito en toda la plenitud de su grandeza. ¡Afortunado fue en su
muerte! Ese astro de primera magnitud en el cielo de América, no llegó a
conocer la soledad glacial del ocaso; no presenció la ruina de Colombia ni
sufrió las mordeduras llenas de hiel y cieno, que aceleraron el fin del Padre
de la Patria. Afortunado fue en su muerte, pues como ya se ha dicho, y lo
comprueban los anales del mundo, sobrevivir a su gloria es la mayor desgracia
de un hombre ilustre.
Hoy
las cinco repúblicas que tanto contribuyó a libertar, y con ellas las demás
naciones de Hispano América, unidas como en sus grades días nacionales, y
protegidas por la ideal bandera de aquella como República continental que
concibió Bolívar, celebran con el más intenso júbilo la gloria del 9 de diciembre,
y la del capitán egregio, vencedor en esa jornada. Unidas como en sus grades
días nacionales, tienden los brazos a la ciudad procera, ilustre entre las
ilustres del Continente, la que recibió en su seno los primeros gérmenes de
aquella civilización mediterránea traída por los iberos y que, siglos más tarde
había de dar al Nuevo Mundo el varón privilegiado que afianzó su libertad en
Ayacucho. En fantástica teoría parécenos ver a esas naciones acercarse a este
monumento y bendecir el nombre de Sucre y así mismo nos parece que llegaran
hasta nosotros en las ondas del aire como un eco lejano de aquellos días de
gloria, las palabras proféticas del Padre de la Patria “La generación venidera
esperan la victoria de Ayacucho para bendecir y contemplarla sentada en el
trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y
el sagrado imperio de la naturaleza”.
Esta fiesta,
Señores, elevado exponente de patriotismo y cultura, no volverá para nosotros;
pero la magnificencia de ella, los recuerdos que evoca, la gloria que exalta,
la idea que representa, todo lo que en la religión de la Patria constituye el
culto heroico de los pueblos vivirá en lo íntimo de nuestro ser, con la vida
perdurable que llevan en si los acontecimientos trascendentes. Y en tan solemne
momento rindamos a nuestro héroe epónimo el más vivo homenaje de gratitud:
recordemos siempre cumaneses, sea cual fuere el puesto que la ciega fortuna nos
asigne, alto o mediocre, desesperado o triunfal, recordemos siempre para
honrarnos imitándolo, que ese espíritu selecto, de méritos auténticos y
esclarecidas virtudes, no olvidó nunca ni aun en la cumbre del poder y de la
gloria, a su tierra cumanesa. A ella consagró en todas las etapas de su agitada
vida los recuerdos más acendrados, y para ella se quitó de las sienes y alejó
de su mano la corona y la pluma de oro y perlas con que el Perú, ya libre,
entre otros ricos presentes, exteriorizó su afecto al “redentor de los hijos
del sol”.
Y para que nuestro
homenaje sea digno coronamiento de esta apoteosis al valor, a la constancia y
al mérito, hagamos al Padre de Ayacucho la ofrenda más valiosa que puede tributarle
un pueblo ilustre: la de sostener y exaltar hasta lo heroico la patria que
quisieron para nosotros, y así nos la legaron nuestros padres libertadores la
Patria que quiso Sucre, libre, altiva y amable. La Patria libre, tal como en
símbolo viviente está representada en el caballo volador de su escudo; la
Patria altiva, como el samán de sus llanuras majestuosas; la Patria amable como
los fértiles oasis, llenos de pompa y de verdor que sonríen al pie de sus
abruptas cordilleras.
Señores: honroso
encargo que me ha encomendado la sociedad organizadora de esta fiesta, y que
cumplo con la mayor voluntad, es el de felicitar patrióticamente y dar las más
cumplidas gracias al Señor Presidente Constitucional del Estado, General Juan
Alberto Ramírez, por haber dispuesto en todo el territorio de su mando, la
celebración solemne de estas fiestas centenarias, y concedido a la Sociedad, en
el Programa Oficial, los números especiales que ella solicitó para contribuir
al esplendor de esta apoteosis. Al honrar a Sucre en esta fecha clásica de la
gloria americana, y en la propia cuna del héroe, ha conquistado el General
Ramírez título valioso al respeto y consideración de los cumaneses. Hace
extensiva la Sociedad Patriótica la expresión de su agradecimiento al Señor
Secretario General de Gobierno, Doctor Pedro Miguel Queremel, brillante
sostenedor de esta actualidad política; a la Ilustre Municipalidad del
Distrito, al Ilustrísimo Señor Obispo Dr. Sixto Sosa, y al respetable clero de
la Diócesis; a los señores Delegados del Gobierno Nacional y de los Estados de
la Unión, a la prensa; a los institutos de enseñanza; a las gentiles hijas de
Cumaná, conmovedor encanto de esta tierra soñadora, y en fin al pueblo cumanés
aquí presente, abnegado siempre y heroico como en los magnos días de la lucha
emancipadora; porque todos nos han estimulado en el propósito de formar con el
gobierno regional, en estos días de verdadero regocijo, una como larga fiesta
de familia, modesta y bella, como fue modesta y bella la vida pura Sucre.
Y suben
respetuosamente los votos de gratitud de la Sociedad Patriótica hasta el señor
Presidente Constitucional de la República, Benemérito General Juan Vicente
Gómez; porque este gran ciudadano ha rendido en todo tiempo los más espontáneos
elogios al vencedor en Pichincha y honrado la gran memoria del héroe con ricas
obras de arte y utilidad pública diseminadas en el vasto territorio nacional.
Al amparo del fuerte gobierno del General Gómez, ha habido en el país como un
florecimiento de actividades debido a la paz sólida y al trabajo redentor, que
son las fuerzas de su fecunda administración. Esa paz prolongada como no
habíamos presenciado otra igual, al anular las antiguas banderías turbadoras
del respeto público ha creado la unión efectiva de la gran familia venezolana.
Y durante ese largo período de progreso y de orden, hemos visto realizarse
actos como el presente, que son notas triunfales de civismo, y orgullo de buena
ley para el fuerte conductor de la nueva Venezuela.
Señores todos.
Sucre
en el discurso de Marco Tulio Badaracco Bermúdez, pronunciado el 9 -12- 1924
ante el retrato del Gran Mariscal, en el Club Alianza de Cumaná.
Para
la época de la colonia, al margen ya la guerra emancipadora, era Cumaná una
ciudad floreciente, encanto de cuantos la visitaron. Bien lo pregonan así sus
ruinas, que muchas nos cuentan del rango, comodidad y esplendidez de las nobles
familias que las erigieron y habitaron.
Esta madre fecunda, que así podría titularse
Cumaná, fue a manera de surco en donde se arrojó la simiente para el cultivo de
la multitud de distinguidos hogares que hoy pueblan la República. Casi la
totalidad de los proceros apellidos que en la actualidad son gala de la
sociedad venezolana tienen entronque en esta ciudad o podría comprobarse que de
aquí han surgido.
Un
viajero francés calcula que Cumaná tenía para el año 1750 que él la visitó,
alrededor de diez mil almas, contados únicamente los españoles, los extranjeros
y los descendientes de ambos, ya que para esa oportunidad no constituían población
los esclavos ni los indios. Que según Humboldt pasaban de 15 mil. En alguna parte hemos leído que el número de
catalanes se elevaba a los miles y que en la espantosa masacre que fue la
Guerra a Muerte, perecieron los más y emigró el resto.
Era
Cumaná una población activa, laboriosa, emprendedora. Su situación
privilegiada, abierta hacia todos los horizontes, propicia a recibir de las
diversas direcciones del mundo cuantas luces quisieron llegar, la hizo apta,
desde su fundación, para colocarse brevemente a la altura de cuantas ideas
renuevan continuamente el ideal humano. De esta suerte el cumanés fue entonces,
un tipo de individuo avanzado en sus anhelos, dispuesto a aceptar sin reservas
y conscientemente, cualquier tendencia que envolviera en si un propósito de
renovación social, de libertad o de progreso.
Había
aquí industrias prósperas, el azul de tonalidades diversas de nuestro cielo
parecía hacerse tangible y beneficioso en esa hierbecilla fecunda que se
denomina añil, los naranjos adornaban nuestros campos, el cocotero mecía sus cimeras
por encima de la sabana verdeante, con mayor pompa, gallardía y frescura que lo
hace ahora.
Humboldt el sabio
inmortal que llevó tan hondo en su corazón hacia los países civilizados el
nombre de Venezuela y con ella el de Cumaná, primera tierra que pisó en América
en su viaje directo desde España, nos ha dejado una descripción feliz de la
impresión que recibió al tomar puerto y divisar la cortina de palmeras que
bordean el Manzanares. Este hombre universal, de universales y profundos
conocimientos, encontró aquí personas ilustradas con quienes departir sin
sonreír con malicia por el criterio disparatado de sus interlocutores, de
quienes recogió multitud de observaciones que enriquecen sus obras.
Dice
Michelet que la historia es una resurrección, y así sería en efecto si del
fondo del pasado, de debajo de los vetustos escombros, pudiésemos desenterrar
los movimientos, los ensueños, los proyectos varoniles, las intenciones de
nuestros antepasados y ofrecer rediviva la actuación que correspondió a cada
uno de ellos en los días genésicos de nuestra libertad y en la faena cruenta de
erigir la soberanía con la conquista de la Independencia Nacional. Veríamos
entonces resurrecta a Cumaná y gloriosa como nunca en esta ocasión en que se
rinde homenaje de veneración al más hidalgo de sus hijos.
En
este medio ambiente que he querido bosquejar sucintamente, nació en Cumaná,
Antonio José de Sucre, séptimo hijo de Don Vicente de Sucre y doña María
Manuela de Alcalá. Sus primeros años corrieron, sin duda, como la de muchos
rapazuelos que pululaban en esta urbe privilegiada por la Madre Fecundidad.
Correrías en los campos, natación en el río Manzanares, expediciones a las
riveras marinas que circundan esta región, llamada alguna vez pomposamente: La
Nueva Andalucía.
Los
primeros estudios de Sucre cursaron en la Escuela de Ingeniería del Colegio
sito en el barrio de San Francisco. A los quince años de su edad se le
encuentra en Barcelona. Haciendo sus primeros servicios militares. Algún
historiador y el Libertador mismo lo sitúan al lado de Miranda, como oficial
distinguido, cuando el desastre de Valencia.
No
hay un desmayo en su misión de Libertador, no desdice un solo momento del amor
a su Patria y su consagración a la causa de América. De los tenientes de Bolívar
fue Sucre el que mejor supo valorar el ideal máximo de aquel cerebro de
maravillas, y por esa cabal apreciación fue el más leal, el de mayor pujanza y
de más estupendos éxitos en la Guerra Emancipadora.
La
expedición de Chacachacare, en el año del 13, lo cuanta entre sus promotores.
Para el año 16, viniendo de Trinidad, naufraga sobre el piélago del Paria, y a
punto estuvo de que pereciera con él en las furiosas Bocas del Dragón
colombiano el soldado que dio a nuestra guerra libertadora el toque de
excelencia, el ejemplo más asombroso de serenidad en el vaivén de la tormenta y
de piedad humana en la llamarada sangrienta de las pasiones. Cual nuevo Cesar
sobre liviano esquife prueba fortuna y se salva, se salva para bien de la
humanidad, porque es a él, a su magnanimidad mil veces puesto a prueba, a quien
se debe la primera palabra de perdón en Trujillo y quien va a fijar luego la
capitulación de Ayacucho que es albura de ala sobre negror de garra.
El
sitio de Cartagena donde está indoblegable la valentía de Bermúdez, lo tiene
entre sus tenientes estratégicos, y donde quiera que el cañón español abre una
brecha allí comparece la figura de águila de este predestinado, esbelta y ágil,
oponiéndole su genialidad militar como poderosa valla.
Sale
en Arauca al encuentro del Libertador y es allí el primer tropieza en que la
diplomacia de pinceladas supremas del futuro Mariscal gana su primer accésit …
Ante la dignidad herida del imberbe adalid, Bolívar doblega su acritud,
rectifica, adivina el genio y le confía la delicada misión de comprar elementos
de guerra en las Antillas. De modo satisfactorio ejecuta su comisión y queda
desde luego ligado a la mente del semidiós para las grandes trayectorias que
había de recorrer.
Ido
al Sur en la misión delicada de incluir Guayaquil a la Gran Colombia, su
acierto, su seducción personal, su tacto político, le gana al minuto las más
adversas voluntades y la feraz región queda de hecho como era justicia que así
fuese, inclusa al Ecuador. Y fue allí Pichincha la que revela al militar de
escuela en las altas estribaciones andinas, que dio liberación a Quito y
preparó la expedición y el peldaño de Junín.
Enviado
al Perú se destaca y desenvuelve allá en el tumulto de los partidos, por encima
de las intrigas y los odios, su magnífica personalidad. Realiza prodigios de
civil estrategia la férrea ductilidad de su carácter y se sobrepone y destruye
la urdimbre de felonías de los enemigos de la libertad y de la soberanía de América.
” Preparad el comino del Señor, enderezad sus sendas…” Y así fue él, nuevo Bautista, quien trilló la
vía de sucesos inmortales que había de recorrer Bolívar, entre loores de los
que aprendían entonces a ir sin cadenas por las calles embanderadas con la
enseña de Miranda, el Precursor.
Confiádole
que le fue el Ejército del Sur, verifica la campaña del Perú, perfecta en sus
trazos y gana la batalla Ayacucho, éxito éste que quizá otro que no él, hubiese
mancillado con venganzas exterminadoras, pero que él levantó a la más
dignificante gloria humana, concediendo la Capitulación que se llamó Tratado de
Quinua
La Batalla de Ayacucho
señores libra a la América del tutelaje colonial y si es cierto que la Madre
Patria trajo al Continente su idioma, su religión, sus costumbres, sus
instituciones, sus ideales, su heroísmo, todo cuanto poseía de grade y
civilizado, no es menos cierto que no hay bien para el hombre como la libertad
ni honra para los pueblos como la soberanía.
Un glorificador de Sucre, el Dr. Sherwell dice:”
Ayacucho tiene un significado más comprensivo: es el último capítulo de las
guerras de independencia en América y la consagración definitiva del principio
de que América pertenece a sus hijos y que a sus hijos solamente toca
determinar cuáles han de ser sus destinos”
Todo
en Sucre es armónico: Su perfil, su mirada, su carácter, como que su persona
compartiera y reflejara la serenidad inmensa de su elevado espíritu. Raros son
los ejemplos de hombres que con la actuación guerrera de Sucre hayan logrado
como él tener en cada momento la plena posesión de sí mismos. Desde niño su voz
se impone en los Concejos por los aciertos y sabiduría de sus opiniones así se
le ve pensar en Ayacucho solamente en los reclamos de la bondad, en Tarquí en
los reclamos de la justicia y en Chuquisaca cuando doce hermosas quieren arrastrar
su carroza, surge inmediatamente el gentil- hombre y coloca la espada vencedora
en cien combates para que sea conducida por las albas manos proceras, ya que él
se juzga indigno de tan extremoso y divino homenaje.
Gentilísimas
damas: El denodado Sucre, este tipo de
selección de la estirpe américo-española, enigma histórico que aún está por
estudiar en su carácter y en su genio, el militar severo de indoblegable
voluntad, tuvo dos grandes pasiones que aparecen en multitud de instantes de su
preclara existencia: fueron ellas, su amor por Cumaná y su amor a una mujer… Su
amor a Cumaná constituido de sus tiernos recuerdos de la infancia, del cariño
al lar nativo en donde muchos de los suyos fueron mártires del culto a la
Patria; y el amor a aquella ingrata mujer ante quien rindió ferviente y galante
sus preseas, su personalidad, su fama esplendorosa, su vida toda serenidad,
toda consagración al deber, a los reclamos de sus hermanos de opresión y a la
emancipación y grandeza de América.
Señores
SEGUNDA PARTE
El retrato de Sucre lo dibuja en multitud de
observaciones el propio Libertador.
“El espíritu de Ud.
es fecundo en arbitrios, inagotable en medios cooperativos, la eficacia, el
celo, y la actividad de Ud. sin límites. Emplee Ud. todo esto y algo más para conservar la
libertad de la América y el honor de Colombia. El designio es grande y hermoso,
y, por lo mismo, digno de Ud.” Bolívar.
Diego Benalcázar,
pintó a Sucre en Quito en 1827, no se sabe si Sucre posó para este retrato, sin
embargo, él lo conservaba. Es el retrato civil de un hombre joven enfundado en
un traje de la época, tal vez un frac: chaleco blanco, bufanda y camisa
blancas; su rostro sereno, denota carácter firme. La tez blanca, ojos tristes
pero bondadosos, llenos de infinita ternura; la nariz perfilada un poco
combada; boca sensual, labios perfectos, cabello abundante y ensortijado, las patillas
cubren gran parte de las mejillas por ambos lados; la frente amplia y
elocuente. Este retrato, sin lugar a dudas, sirvió de modelo a Tovar y Tovar.
Es indudable, a mi modo de ver, que lo identifica cual ningún otro, y se puede
corroborar en los rasgos de la descendencia de esa familia; creo que Sucre lo
mandó a hacer, “el mismo” para su novia, Mariana de Carcelén.
J. A. Cova lo pinta mucho mejor, dice: “el
aspecto de Antonio José de Sucre, estaba en perfecta armonía con el equilibrio
de su espíritu. La severidad de su talante, -admirable en el lienzo de Tovar y
Tovar- encajaba perfectamente dentro de la firme contextura psicológica del
“redentor de los hijos del sol":
“De estatura regular,
delgado, sin ser enjuto, de cabeza
simétrica y sin prominencias: la frente vasta,
con pronunciadas entradas; el pelo negro, ensortijado y recio; la piel
blanca, pero curtida por la intemperie de 14 años de guerra; cejas delgadas y
perfectas; ojos castaños, expresivos y dulces; la nariz larga y ligeramente
combada; la boca de labios finos y salientes; la barba redonda; las mejillas
tersas y apenas sombreadas por estrecha y corta patilla; el entrecejo
ligeramente marcado y rara vez se
acentuaba para mostrar el rostro ceñudo. Una suave expresión de dulzura animaba
el rostro dentro de su marcialidad característica. La sonrisa frecuente dejaba
ver los dientes blancos y bien cuidados. No era hombre de temperamento proclive
a ruidosas carcajadas; reía momentáneamente y pasajeramente y por una educación
esmerada y un admirable control de sus nervios dominaba las ruidosas
demostraciones de alegría, del pesar o de la cólera”. (17)
SUCRE, fue la mano derecha de Bolívar en la emancipación de
América. Soldado ejemplar, sabio, prudente, símbolo del heroísmo, mártir de la
libertad. Hijo epónimo del Estado Sucre. Gobernador sin tacha de Bolivia. Padre
del Derecho Humanitario Internacional. En él se sintetizan las virtudes humanas,
que se concentraron en grado de excelencia.
Sucre se formó física
y espiritualmente para asumir su destino; desde muy pequeño conoció el uso de
las armas, la equitación, la cacería, la natación y el rudo trabajo del
campo. Ningún investigador o historiador
ha negado que Sucre tuvo una educación esmerada, se expresaba bien en español,
francés e inglés, y su caligrafía era impecable; en lo que, si hay dudas, es en
donde y como la recibió; por mi parte no dudo que la recibió en Cumaná, dentro
del seno de una familia pudiente y del sistema existente para la época. No vamos a defender el proceso educativo en la ciudad, ni la
aptitud del niño para aprender, baste decir que era la capital de la Provincia
de Nueva Andalucía, y que por lo tanto tenia los mismos elementos e
instituciones, no más, y con los mismos
inconvenientes de otras capitales de
provincias y ciudades de su mismo rango y época; existen pruebas y
resultados; y, con detalles, que pueden ilustrarlo, porque no se duda de la
existencia de fray Cristóbal de
Quezada, educado en Cumaná, maestro de
Andrés Bello, Príncipe de las letras americanas; y los maestros, que no viene
al caso mencionar, de la misma
generación; no hay dudas sobre la tía de María Manuela de Alcalá, Doña María de Alcalá, ejemplar mujer que fundó la
primera escuela para niños pobres en Venezuela; y que aquí se formaron y
predicaron los más de 300 clérigos cuyos nombres y ejecutorias son señalados en
la obra
“Memorias para la
Historia de Cumaná y Nueva Andalucía” del fraile José Antonio Ramos Martínez
(12), eximio cronista “ex oficio” de Cumaná. La educación de ellos adquirió
fama en todo el Continente, y fueron muchos los que nos precedieron en
distintas ramas del saber, en todas las épocas, que brillaron y brillan en
Cumaná y en otras metrópolis americanas.
La idea sobre la
educación de Sucre, como la de Bolívar, se ha generalizado que estuvo a cargo
de preceptores, costumbre de esa época. Sin embargo, hay algunos datos que
podemos conjugar, para entender el desarrollo cultural del Mariscal. Sabemos
que su educación tuvo mucho que ver con su padrino y tutor el ilustre fraile
Antonio Patricio de Alcalá, con su tío José Manuel de Sucre y el ejemplo de
Doña María de Alcalá, que quisieron y le dieron a Antonio José, una educación a
la medida posible en esa época, inducida por sus excepcionales cualidades,
sobresalientes sobre todo en matemáticas, raro espécimen en aquellos tiempos;
además educado dentro de una familia y entorno culto. También tiene que ver con
los esfuerzos que se hicieron en la ciudad para mejorar las instituciones educativas
que dio tan buenos resultados, como la creación de las clases de teología y
filosofía, que inicio el padre y maestro Blas de Rivera en 1775, y fueron autorizadas
por Cédula Real de 20 -09- de 1782 -(13). Jon P. Hoover, en su obra “Sucre,
soldado y revolucionario”, dice: “El gobierno mantenía una escuela primaria y
dos profesores de educación secundaria uno de latín y otro de filosofía y
teología moral”. Fueron los padres
del General en Jefe Antonio José de Sucre, don Vicente de Sucre García y
Urbaneja y doña María Manuela de Alcalá y Sánchez. Estudió en Cumaná gramática
y latín, en el Convento de San Francisco, y después de pasar por la escuela
superior de matemáticas del ing., español José Joaquín Pineda, en Cumaná,
continuó sus estudios en la escuela de ingeniería militar del capitán José de
Mires y Correa, en Caracas, donde salió con el grado militar de
Subteniente. También estudió ingles en Trinidad, idioma en
el cual se expresaba con soltura.
Inició su carrera militar como cadete de la compañía de
Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, en 1809. Sirvió bajo las órdenes de
Francisco de Miranda en 1811-12, fue comandante de la artillería en Barcelona
en 1812. Al capitular Francisco de Miranda, va a Trinidad. En 1813, participa
en la campaña comandada por Santiago Mariño, forma parte del grupo invasor de
Chacachacare. En 1814 mueren, a manos de Boves, sus hermanos Pedro, Vicente y
Magdalena. En 1815, emigra a Cartagena. En 1817 es comandante de la provincia
de Cumaná. Se une a Bolívar en Guayana. En agosto de 1819 fue ascendido a
general de brigada. Participó y es autor de los tratados de Trujillo de
armisticio y regularización de la guerra. En 1821 está en Guayaquil, y gana la
batalla de Yaguachi. Triunfa en mayo de 1822 en la batalla de Pichincha.
Intendente del departamento de Quito. En 1823 dirige la campaña del Perú, y
obtiene la resonante victoria de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, que sella
la independencia de la América del Sur. Bolívar escribe: “El general Sucre es
el padre de Ayacucho... La posteridad representará a Sucre con un pie en el
Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Cápac
y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada”. En 1825, los
representantes de las provincias del Alto Perú aprueban la creación de Bolivia,
con Sucre como su primer Presidente. A poco, renuncia. Se casa con Mariana
Carcelén y Larrea, marquesa de Solanda, y se establece en Quito. En 1829
triunfa en la batalla de Tarquí. Es Presidente del Congreso Admirable (Bogotá,
1830), e integra una misión conciliatoria que viaja a Venezuela para evitar la
desintegración de la Gran Colombia. De vuelta a Quito, es asesinado en la
montaña de Berruecos. Sucre participo en 19 campañas de guerra y 31 batallas.
Durante la guerra de independencia de América participó en 19 campañas
militares, 31 acciones de guerra, y centenares de escaramuzas.
RAMÓN BADARACCO
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA PLAZA AYACUCHO DE CUMANÁ.
Cumaná 3 de febrero de 2004.
Señor Presidente de
la República Bolivariana de Venezuela, Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.
Señor Gobernador del
Estado Sucre. Dr. Ramón Martínez Abdenour-
Ciudadanos todos…
Para mí, hablar en este acto, en
presencia del campeón del pueblo venezolano, es un privilegio, el más grande
honor que se me ha podido conceder.
Toda mi vida la he dedicado al estudio
de la historia de mi pueblo, de sus habitantes, y he recibido en pago muchos
honores, algunos merecidos y otros por simple afinidad. Durante más de 30 años
he sido miembro de la
Sociedad Bolivariana de Venezuela, he sido presidente del
Centro Correspondiente del Estado Sucre y Primero y Segundo Vicepresidente en la Nacional. Soy
miembro correspondiente de las academias de Ciencias Políticas y Sociales y de la Academia de la Historia , y he recibido
las más honrosas condecoraciones a que puede aspirar un venezolano, entre ellas
La Orden del
Libertador en grado de Comendador; sin embargo, este acto es para mi espíritu,
más que un privilegio una bendición. Muchas gracias Dr. Ramón Martínez, por
este gesto tan suyo para este humilde servidor.
Mucho he hablado y trabajado para divulgar el pensamiento y la acción
del Padre de la Patria
y de su más apasionado subalterno, el General en Jefe Antonio José de Sucre,
Gran Mariscal de Ayacucho.
Hablar de Sucre parece tarea fácil,
pero son tantos los oradores que se inspiran en él, que resulta difícil escoger
las palabras y los temas para abordarlo. Es indudable que del acto vivencial
del Mariscal, surgen hechos, mitos y leyendas que nos convocan para
convertirlos en temas de interés. Precisamente acabo de culminar un estudio que
he titulado SUCRE MITO Y SANTIDAD, en el que recojo buena parte de la
literatura escrita sobre el Mariscal, y que he traído esta tarde para
entregarla al Dr. Ramón Martínez, por si acaso considera conveniente su
publicación; y otro ejemplar para el comandante Hugo Rafael Chávez Frías,
nuestro Presidente. En este libro recojo
lo que se sabe de la formación del portentoso guerrero. Es una biografía que
abarca desde el nacimiento hasta 1820, pero solo hasta la fecha del Tratado de
Regularización de la guerra. Su etapa venezolana.
En esos años Sucre sobresale en hechos
y anécdotas que lo enaltecen y lo elevan espiritualmente sobre sus compañeros
de armas tanto como para crear el mito de la Santidad : amor en
abundancia, sabiduría manifiesta, valor a toda prueba, desprendimiento, idea certera de la justicia en todos sus
actos, infinita capacidad de perdonar cuando se le injuria, agradecimiento
memorioso, conducta impecable, honor emblemático, humildad en ejercicio del
poder, ponderación, clemencia, bondad, magnanimidad, todos esos tesoros de la
virtud se unen en un solo espíritu forjado como se forja la santidad.
Para 1817, a los 22 años, siendo
Sucre jefe del estado mayor de la división del General Bermúdez domiciliada en
Cumanacoa, ya los poetas notaban las cualidades sobresalientes del guerrero
inmortal, y le cataban los trovadores anónimos en premonitorias décimas:
“De vuestra dulce afluencia
He llegado a conocer
El buen fin que ha de tener
Nuestra reñida pendencia
En un equilibro son:
Que de amable discreción,
Llaneza, afabilidad,
Se duda en vos, con verdad
Cual es mayor perfección”.
Se adelantaban los
poetas, como siempre, al destino del héroe.
Sucre fue un soldado todo corazón. Su
sabiduría superaba todo cuanto podían aspirar de él sus superiores jerárquicos,
y andando el tiempo los fue superando a todos menos a Bolívar, porque como dice
Don Laureano Villanueva: “Bolívar no cabe en los moldes de la humanidad. Los
demás hombres pueden ser juzgados y comparados entre sí; desde Sucre hasta
Washington, desde Miranda hasta San Martín, desde Santander hasta Páez; El no;
él es único, incomparable, magnífico de fuerza sobrenatural por encima de los
hombres y de la historia, como los astros por encima de todas las cumbres de la
tierra y por encima de todas las nubes del espacio. Bolívar ocupa un reino
aparte entre los hombres y Dios”.
En fin, después de luchas increíbles e
infatigables, de sacrificios y duelos, todo lo que rebozaba el corazón de
Sucre, se concretó en el Tratado de Regularización de la Guerra , del cual dijo el mismo Bolívar: “La benignidad, la
clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron. El será eterno como el más
bello monumento a la piedad aplicada a la guerra; él será eterno como el nombre
del vencedor de Ayacucho”.
Esos preceptos que conforman el Tratado, forman parte de su propia filosofía, los
aplica en todos los actos y acciones, tanto políticas como particulares, de su
vida. Veamos dos casos que se nos vienen a la mente:
Cuando el insensato Valentín Morales Matos, trata de asesinarlo en
Chuquisaca el 17 de setiembre de 1826, y fue condenado a muerte, Sucre le
perdona la vida, le conmuta la pena por el destierro a petición de la
inconsolable madre del magnicida, y le suministra 200 pesos de su propio
peculio, y lo hace en forma tan discreta, como quien no quiere ofender el
orgullo de su enemigo.
Esa misma filosofía la podemos detectar en el Tratado de Girón. Sucre,
por todos los medios persuasivos trató de impedir la guerra entre Perú y La Gran Colombia , sin
embargo se ve obligado a defenderla contra nuestros hermanos peruanos. Con 4000
soldados veteranos de Ayacucho, derrota en el Portete de Tarquí, a las fuerzas
peruanas de 8000 hombres bajo las banderas del General Lamar y el General
Gamarra, que invadieron a la
Gran Colombia y se apoderaron de la provincia de Guayaquil.
Sucre después de la victoria no toma represalias contra los vencidos, más bien
les ofrece las mismas condiciones que venían discutiéndose antes de la guerra,
y asienta su doctrina: “La justicia de Colombia es la misma antes y después de
la victoria” y “En las contiendas entre hermanos la victoria no da derechos”.
Así es el Mariscal Cumanés, faro de luz que nos ilumina para la
eternidad.
Hoy El Genio de la
Beneficencia , como lo proclamó Bolívar, está presente en
todos los tratados humanitarios entre las gentes y las naciones.
En relación con los tratados de paz, firmados entre España y la
República de Venezuela, auspiciados por el Libertador, dice Rafael Ramón
Castellanos, en su obra “La Dimensión Internacional del Gran Mariscal de
Ayacucho”: El meollo, la filosofía de los tratados de paz, suspensión de
hostilidades, armisticio y coexistencia pacífica, parten todos, de la docencia
del Mariscal de Ayacucho.
Y agrega textualmente Castellanos: “Remonta la historia hasta asociarse
a nuevas disposiciones estampadas sobre la realidad americana desde los
Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra de Trujillo, 1820; de las misiones de
entendimiento en Guayaquil y Lima, 1821 y 1823; de las capitulaciones de
Pichincha y Ayacucho, 1822 y 1824, y de la Coordinación sublime
para lograr el reconocimiento de la República de Bolivia por los estados vecinos y
otras repúblicas del Continente”. Fin de la cita.
La doctrina
implementada entonces por el Mariscal de Ayacucho, ha sido acogida con
entusiasmo por distintos organismos internacionales, y especialmente por las
naciones del Continente Americano.
Ejemplo de ello lo tenemos en la Carta de la Organización de
Estados Americanos OEA, que en su primera parte, Capitulo II, Subtitulo
“Propósitos” artículo 5°, recoge en lo esencial
el pensamiento de Sucre, ya que nace del
principio proclamado por
Sucre: “La victoria no da
derechos”, la Carta
de la OEA lo
ensancha y privilegia, y por eso en el párrafo “E” de la Carta , dice “Los estados
americanos condenan la guerra de agresión: La victoria no da derechos. Copia
textualmente a Sucre. Pero además en todos los siguientes capítulos, la norma
se desarrolla y permanece activa en el pensamiento de los legisladores y en su
filosofía.
Esta doctrina fue recogida en la Novena Conferencia
Interamericana de Bogotá en 1948, de cuyo seno salió la OEA y el Pacto de Bogotá, para
las soluciones pacíficas de los problemas entre nuestras naciones.
También se aplicó la doctrina Sucre en la primera conferencia de La Haya , del 29 de julio de 1899
para resolver los conflictos internacionales. Y sirvió de fundamento filosófico
y ético para el Convenio sobre Prisioneros de Guerra, suscrito en la Conferencia de la Cruz Roja Internacional
en Ginebra el 27 de julio de 1929.
El conflicto armado entre Colombia y Perú sirvió para consolidar la
doctrina Sucre, cuando trató de evitar la guerra fratricida de 1829, y después
para conducir el camino de la paz. Todos los intentos amistosos fracasaron,
resultaron vanos ante la actitud provocadora de los generales peruanos, sobre
todo de los generales Lamar y Gamarra, envalentonados por la ocupación del
territorio colombiano, en la provincia de Guayaquil y el respaldo de un
ejército de 8000 hombres bien pertrechados. Sucre los derrota en el Portete de
Tarquí con solo 4000 soldados veteranos de Ayacucho, en batalla brutal aunque
aleccionadora. Sucre ofreció entonces a Lamar, una rendición honorable, en los
mismos términos con que había procurado evitar la guerra y con la idea de
salvar el honor del Perú.
Del Acta de rendición nace buena parte de la doctrina acogida por el
derecho internacional, y es ya un postulado de la humanidad: “La victoria no
genera derechos para el vencedor, pero tampoco para el vencido”.
El 28 de febrero de 1829 se firmó el
Tratado de Girón, que restableció la paz entre La Gran Colombia y el
Perú. Entonces Sucre dijo: “Cuando el
General Lamar pidió conocer las condiciones de rendición sobre los cuales
Colombia consentiría en la paz, juzgué indecoroso humillar al Perú después de
una derrota, con mayores imposiciones que las pedidas por ellos, cuando el
adversario tenía el ejército doble en número que el nuestro”.
La esencia del pensamiento de Sucre, el insigne cumanés, es faro de luz
permanente para este pueblo y el mundo. Para él fue filosofía de vida y para
nosotros un libro abierto donde formarnos dentro del pacto gregario de la
sociedad y entre nuestras naciones.
Para terminar estas palabras traigo una cita del Dr. Domingo Badaracco
Bermúdez: “Lo que más admiro de Sucre, es aquella armonía perfecta de sus
facultades, aquella lealtad caballeresca, aquella serenidad de juicios que ni
en el pánico de las derrotas, ni en la embriaguez de la gloria de los grandes
triunfos, ni en los altos senados que le tocó presidir lo abandonaron jamás. Si
no tenía el don profético del genio, concedido solo al Libertador, en cambio
penetraba fácilmente en el campo tenebroso de la realidad, hecho infranqueable
por las ambiciones en lucha; y con su valor extraordinario, el profundo
conocimiento de su arte, y aquella piedad suya que “no parecía humana”, sabía
sobreponerse a los sucesos y arrancar la victoria de los brazos mismos de la anarquía
o el crimen.
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