domingo, 2 de octubre de 2016

General en Jefe Antonio José de Sucre. En tres discursos

RAMÓN BADARACCO













General en Jefe ANTONIO JOSE DE SUCRE, Gran Mariscal de Ayacucho. Tres discursos de tres generaciones ¨Badaracco¨ de Cumaná.
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Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título de la obra:
General en Jefe 
ANTONIO JOSÉ DE SUCRE, Gran Mariscal de Ayacucho.
En tres discursos de tres generaciones ¨Badaracco¨ de Cumaná.

Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
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Impreso en Cumaná

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Cel. 0416-8114374






















Discurso del Dr. DOMINGO BADARACCO BERMUDEZ, en la culminación del programa de la conmemoración del Centenario de la batalla de Ayacucho. Al pie del edificio en construcción, del Museo “Gran Mariscal de Ayacucho”, el 9 de diciembre de 1924, en Cumaná.


Señores:

La Sociedad Patriótica Ayacucho, en nombre de la cual me cabe la honra de dirigiros la palabra, dispuso en solemne acuerdo  construir este monumento, donde guardar las reliquias históricas del Gran Mariscal Antonio José de Sucre o que a él se refieran; y consecuente con tal propósito dio principio a la obra, bien en el convencimiento, por lo breve del tiempo de no poder llevarla a término para este día aniversario de aquel otro en que el hijo más ilustre de Cumaná, al frente del Ejército Libertador, selló la emancipación del Continente, en la más trascendental función de armas que se haya librado en él.

         Cumple hoy en parte sus miras la SOCIEDAD PATRIOTICA, al exhibir, como número selecto de las fiestas del Centenario la porción de trabajo realizada; y se promete para dentro de poco la inauguración definitiva de la obra, tal como ésta ha sido ideada por el feliz ingenio de artistas nacionales.

         Frente al mar antillano sobre cuyas olas rodó un día, náufrago, nuestro héroe epónimo, cuando cruzado de la Libertad se encaminaba doliente al predio nativo, cercano a la histórica fortaleza de San Antonio cuyos muros encierran tantas leyendas de redención y de martirio; arrancado del propio sitio en donde otro gran oriental, épico adalid de la independencia, campeón de alto relieve en los fastos del heroísmo, terminó su gloriosa vida y en serena contemplación al infinito, se alzará en breve, a manera de atalaya, la artística pirámide, que dirá a los postreros como esa flor de epopeya que se llamó Sucre, cuyo nombre llena en estos momentos el ámbito inmenso de la América Hispana, ya tiene, en el suelo que arrullo su cuna, el monumento que la veneración y el cariño del ilustre pueblo cumanés ha consagrado a sus hechos inmortales.

         Plumas doctas han relatado en páginas de arte, de verdad y de justicia, la vida militar y política de aquel primado  de la gloria, que sin más émulo que el Libertador, ni otro escudo que la bandera de la Patria, realizó con las invictas falanges colombianas esa carrera de prodigios que, como recio huracán de gloria, se fue de triunfo en triunfo por las enhiestas cumbres de los Andes hasta el Potosí lejano, llevando en su mente de guerrero al igual del Padre de Colombia, no el ideal restricto de la liberación de unos pocos pueblos, sino la visión radiante de la América grande y una, faz a faz de esa otra América, formidable modelo de Libertad y fuerza.

         Pensadores profundos han elogiado su capacidad maravillosa de estadista, creador de pueblos y el mayor colaborador de Bolívar en esta obra de genio. Militares de escuela han estudiado sus planos de batalla, llevados al papel en horas turbulentas, en plena campaña. Artistas soberanos han fijado en el lienzo, en el mármol y en el bronce esa fisonomía austera que parece como animada por un espíritu doliente. Inspirados portaliras han descrito en estrofas que son flores de antología, poéticos gestos de su vida galante, escenas triunfantes de su vida de guerrero, o el lúgubre momento de su caída fatal. Su correspondencia, sus proclamas de guerra, sus mensajes, todo ha sido examinado a la luz de un nuevo criterio histórico, el cual va directamente al fondo de los hechos, para extraer de él en toda su pureza la verdad y dejar sin valor alguno los prejuicios y las leyendas… Y volviendo, y revolviendo al héroe como un fino diamante de impecables contornos, cada lado del Mariscal egregio emite brillo firme y sereno, que denuncia en su estructura la unidad real más perfecta.

         Analizando esa vida, que el plomo de Berruecos tronchó en flor, no es seguramente el heroísmo del gran cumanés lo que más nos arrebata, como no lo son tampoco su pericia indiscutida ni su sabiduría en el consejo: muchos de sus compañeros de armas poseían en grado eminente algunos de tan valiosos atributos. Lo que arroba el ánimo en la contemplación de esa vida, es la armonía perfecta de facultades, aquella lealtad caballeresca, aquella serenidad de juicio que ni en el pánico de las derrotas ni en la embriaguez de la gloria de los grandes triunfos, ni en los altos Senados que le tocó presidir lo abandonaron jamás. Si no tenía el don profético del genio, concedido solo al Libertador, en cambio penetraba fácilmente en el campo tenebroso de la realidad, hecho infranqueable por las ambiciones en lucha; y con su valor extraordinario el profundo conocimiento de su arte, y aquella piedad suya, que “no parecía humana”, sabia sobreponerse a los sucesos y arrancar la victoria de los brazos mismos de la anarquía o el crimen.

         Su modestia sin igual, que no era en él flor de estudio sino presea ingénita, como lo fue también su delicadeza, aquella delicadeza de Sucre que tanto impacientaba al Libertador, lo llevó en más de una ocasión a conceptuarse insuficiente para asumir la dirección de alguna vasta empresa militar; pero la disciplina, el amor a la Patria, su fe completa en el genio de Bolívar y en el entusiasmo y valor de los soldados de Colombia, le imponían como mandamiento categórico aceptar el mando y triunfar ¡Y Siempre triunfaba!  “Él hombre de la fortuna en la guerra”, fue llamado en sus días.

         Si para penetrar mejor a ese hombre ilustre “Conjunto de hombres” como de Alcibíades dijo Platón, pasáramos a considerarlo en la triple faz con que se yergue su figura en la historia de la revolución, veríamos que Sucre guerrero se equipara en grandeza con Sucre diplomático y Sucre Magistrado. De un valor legendario son testimonio las difíciles circunstancias que tuvo que vencer en los principios de su carrera, junto con los héroes orientales que, al mando de Mariño, formaron la expedición del año trece. Y en ese grupo, digno de eterna fama, “Sucre siempre se distinguía por su infatigable actividad, por su inteligencia y por su valor”.
        
         En los célebres campos de Maturín y Cumaná se encontraba de ordinario al lado de los más audaces, rompiendo las filas enemigas, destrozando ejércitos contrarios con tres o cuatro compañías de voluntarios que componían todas nuestras fuerzas” Son palabras del Libertador. ¿A quién que conozca la historia patria puede sorprender el imponderable arrojo personal de Sucre cuando la insurrección de Chuquisaca?

         Sobre su tumba bien pudiera gravarse parafraseando para encuadrarlo en campo americano, el epitafio que para sí compuso el mayor trágico de la eterna Grecia: “Aquí esta Sucre. Los lúgubres llanos de La Puerta, Aragua y Urica, las triunfales alturas de Riobamba, Pichincha y Ayacucho, y el español altivo de indómito coraje, dirán si fue valiente. ¡Ellos lo vieron!

         Pero, aun así, la inscripción quedaría incompleta, porque ese carácter alcanzó para la causa de la Patria tantas victorias con la bondad y la clemencia como con su espada libertadora. Diplomático, su nombre fulgura al pie de tratados que son prendas del decoro humano y que en aquellos días difíciles contribuyeron eficazmente a detener las hondas calamidades engendradas por la guerra.

         Su actuación en Bolivia al frente del poder fue la tarea de un cíclope. Débil medio para hacerse respetar daba la Constitución bolivariana al Ejecutivo, como lo confiesa el mismo Sucre, y eso en medio, en que ambiciones y rivalidades vivían en perpetuo acecho. Admirable es ver, sin embargo, como pudo el Gran Mariscal llevar el orden a todos los ramos de la administración y de “aquella porción de hombres divididos entre asesinos y víctimas, entre esclavos y tiranos, devorados por los enconos y sedientos de venganza, forma un gran pueblo con leyes propias y señalar su gobierno por la clemencia, la tolerancia y la bondad”.

         Tan bien conocía Bolívar la férrea contextura de ese carácter y su absoluta consagración a la causa de la Independencia, que, en plena guerra civil, antes de Tarquí, le escribe aquellas palabras “Todos mis poderes, buenos y malos, los delego en Ud. Haga Ud. la guerra, haga Ud. la Paz; salve o pierda el Sur. Ud. es el árbitro de sus destinos y en Ud. he confiado todas mis esperanzas”. 

         Culminó su desprendimiento del mando en el Congreso Admirable, donde hizo esfuerzos supremos para sostener la unidad colombiana, ensueño heroico del Libertador, fracasado ya de hecho por la fuerza de la opinión separatista en las tres repúblicas y para el cual Senado formuló Sucre su célebre propuesta, que era como un llamamiento a las fuerzas pensantes de los pueblos recién libertados para que se encaminaran por vías civiles a regir sus destinos soberanos. Utopía para entonces, pero que de todos modos revela un criterio amplio y un valor cívico a toda prueba.

         Gran ciudadano del mundo, brillante caballero de la democracia, a lo largo de esa vida se agita un afán constante de orden, de cultura, de cordialidad, fuerzas estas  que después de Ayacucho toman en Sucre toda la persistencia de una obsesión  “Más patriota que ambicioso”, como le escribe a Flores, pensando siempre en Quito y Cumaná, en la familia y los amigos lejanos, quiere retirarse de la escena pública a llevar vida modesta de filósofo, y no emplear más su espada sino cuando haya algún peligro de invasión exterior. Pero era vacilante la vida de los pueblos recién venidos a la libertad, y muy alta la talla de aquel guerrero, para imaginar siquiera que pudiera desprenderse del ejército a sembrar coles, como Diocleciano, en el rincón de un huerto, o a lamentarse desde lejos del bien perdido como una doliente figura del Romancero. Hijo de la guerra debía morir combatiendo, y cayó al fin, en miserable emboscada, el patricio benemérito en toda la plenitud de su grandeza. ¡Afortunado fue en su muerte! Ese astro de primera magnitud en el cielo de América, no llegó a conocer la soledad glacial del ocaso; no presenció la ruina de Colombia ni sufrió las mordeduras llenas de hiel y cieno, que aceleraron el fin del Padre de la Patria. Afortunado fue en su muerte, pues como ya se ha dicho, y lo comprueban los anales del mundo, sobrevivir a su gloria es la mayor desgracia de un hombre ilustre.

         Hoy las cinco repúblicas que tanto contribuyó a libertar, y con ellas las demás naciones de Hispano América, unidas como en sus grades días nacionales, y protegidas por la ideal bandera de aquella como República continental que concibió Bolívar, celebran con el más intenso júbilo la gloria del 9 de diciembre, y la del capitán egregio, vencedor en esa jornada. Unidas como en sus grades días nacionales, tienden los brazos a la ciudad procera, ilustre entre las ilustres del Continente, la que recibió en su seno los primeros gérmenes de aquella civilización mediterránea traída por los iberos y que, siglos más tarde había de dar al Nuevo Mundo el varón privilegiado que afianzó su libertad en Ayacucho. En fantástica teoría parécenos ver a esas naciones acercarse a este monumento y bendecir el nombre de Sucre y así mismo nos parece que llegaran hasta nosotros en las ondas del aire como un eco lejano de aquellos días de gloria, las palabras proféticas del Padre de la Patria “La generación venidera esperan la victoria de Ayacucho para bendecir y contemplarla sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza”.

Esta fiesta, Señores, elevado exponente de patriotismo y cultura, no volverá para nosotros; pero la magnificencia de ella, los recuerdos que evoca, la gloria que exalta, la idea que representa, todo lo que en la religión de la Patria constituye el culto heroico de los pueblos vivirá en lo íntimo de nuestro ser, con la vida perdurable que llevan en si los acontecimientos trascendentes. Y en tan solemne momento rindamos a nuestro héroe epónimo el más vivo homenaje de gratitud: recordemos siempre cumaneses, sea cual fuere el puesto que la ciega fortuna nos asigne, alto o mediocre, desesperado o triunfal, recordemos siempre para honrarnos imitándolo, que ese espíritu selecto, de méritos auténticos y esclarecidas virtudes, no olvidó nunca ni aun en la cumbre del poder y de la gloria, a su tierra cumanesa. A ella consagró en todas las etapas de su agitada vida los recuerdos más acendrados, y para ella se quitó de las sienes y alejó de su mano la corona y la pluma de oro y perlas con que el Perú, ya libre, entre otros ricos presentes, exteriorizó su afecto al “redentor de los hijos del sol”.

Y para que nuestro homenaje sea digno coronamiento de esta apoteosis al valor, a la constancia y al mérito, hagamos al Padre de Ayacucho la ofrenda más valiosa que puede tributarle un pueblo ilustre: la de sostener y exaltar hasta lo heroico la patria que quisieron para nosotros, y así nos la legaron nuestros padres libertadores la Patria que quiso Sucre, libre, altiva y amable. La Patria libre, tal como en símbolo viviente está representada en el caballo volador de su escudo; la Patria altiva, como el samán de sus llanuras majestuosas; la Patria amable como los fértiles oasis, llenos de pompa y de verdor que sonríen al pie de sus abruptas cordilleras.

Señores: honroso encargo que me ha encomendado la sociedad organizadora de esta fiesta, y que cumplo con la mayor voluntad, es el de felicitar patrióticamente y dar las más cumplidas gracias al Señor Presidente Constitucional del Estado, General Juan Alberto Ramírez, por haber dispuesto en todo el territorio de su mando, la celebración solemne de estas fiestas centenarias, y concedido a la Sociedad, en el Programa Oficial, los números especiales que ella solicitó para contribuir al esplendor de esta apoteosis. Al honrar a Sucre en esta fecha clásica de la gloria americana, y en la propia cuna del héroe, ha conquistado el General Ramírez título valioso al respeto y consideración de los cumaneses. Hace extensiva la Sociedad Patriótica la expresión de su agradecimiento al Señor Secretario General de Gobierno, Doctor Pedro Miguel Queremel, brillante sostenedor de esta actualidad política; a la Ilustre Municipalidad del Distrito, al Ilustrísimo Señor Obispo Dr. Sixto Sosa, y al respetable clero de la Diócesis; a los señores Delegados del Gobierno Nacional y de los Estados de la Unión, a la prensa; a los institutos de enseñanza; a las gentiles hijas de Cumaná, conmovedor encanto de esta tierra soñadora, y en fin al pueblo cumanés aquí presente, abnegado siempre y heroico como en los magnos días de la lucha emancipadora; porque todos nos han estimulado en el propósito de formar con el gobierno regional, en estos días de verdadero regocijo, una como larga fiesta de familia, modesta y bella, como fue modesta y bella la vida pura Sucre.

Y suben respetuosamente los votos de gratitud de la Sociedad Patriótica hasta el señor Presidente Constitucional de la República, Benemérito General Juan Vicente Gómez; porque este gran ciudadano ha rendido en todo tiempo los más espontáneos elogios al vencedor en Pichincha y honrado la gran memoria del héroe con ricas obras de arte y utilidad pública diseminadas en el vasto territorio nacional. Al amparo del fuerte gobierno del General Gómez, ha habido en el país como un florecimiento de actividades debido a la paz sólida y al trabajo redentor, que son las fuerzas de su fecunda administración. Esa paz prolongada como no habíamos presenciado otra igual, al anular las antiguas banderías turbadoras del respeto público ha creado la unión efectiva de la gran familia venezolana. Y durante ese largo período de progreso y de orden, hemos visto realizarse actos como el presente, que son notas triunfales de civismo, y orgullo de buena ley para el fuerte conductor de la nueva Venezuela.

Señores todos.




Sucre en el discurso de Marco Tulio Badaracco Bermúdez, pronunciado el 9 -12- 1924 ante el retrato del Gran Mariscal, en el Club Alianza de Cumaná.


         Para la época de la colonia, al margen ya la guerra emancipadora, era Cumaná una ciudad floreciente, encanto de cuantos la visitaron. Bien lo pregonan así sus ruinas, que muchas nos cuentan del rango, comodidad y esplendidez de las nobles familias que las erigieron y habitaron.

 Esta madre fecunda, que así podría titularse Cumaná, fue a manera de surco en donde se arrojó la simiente para el cultivo de la multitud de distinguidos hogares que hoy pueblan la República. Casi la totalidad de los proceros apellidos que en la actualidad son gala de la sociedad venezolana tienen entronque en esta ciudad o podría comprobarse que de aquí han surgido.

         Un viajero francés calcula que Cumaná tenía para el año 1750 que él la visitó, alrededor de diez mil almas, contados únicamente los españoles, los extranjeros y los descendientes de ambos, ya que para esa oportunidad no constituían población los esclavos ni los indios. Que según Humboldt pasaban de 15 mil.  En alguna parte hemos leído que el número de catalanes se elevaba a los miles y que en la espantosa masacre que fue la Guerra a Muerte, perecieron los más y emigró el resto.

         Era Cumaná una población activa, laboriosa, emprendedora. Su situación privilegiada, abierta hacia todos los horizontes, propicia a recibir de las diversas direcciones del mundo cuantas luces quisieron llegar, la hizo apta, desde su fundación, para colocarse brevemente a la altura de cuantas ideas renuevan continuamente el ideal humano. De esta suerte el cumanés fue entonces, un tipo de individuo avanzado en sus anhelos, dispuesto a aceptar sin reservas y conscientemente, cualquier tendencia que envolviera en si un propósito de renovación social, de libertad o de progreso.

         Había aquí industrias prósperas, el azul de tonalidades diversas de nuestro cielo parecía hacerse tangible y beneficioso en esa hierbecilla fecunda que se denomina añil, los naranjos adornaban nuestros campos, el cocotero mecía sus cimeras por encima de la sabana verdeante, con mayor pompa, gallardía y frescura que lo hace ahora.
Humboldt el sabio inmortal que llevó tan hondo en su corazón hacia los países civilizados el nombre de Venezuela y con ella el de Cumaná, primera tierra que pisó en América en su viaje directo desde España, nos ha dejado una descripción feliz de la impresión que recibió al tomar puerto y divisar la cortina de palmeras que bordean el Manzanares. Este hombre universal, de universales y profundos conocimientos, encontró aquí personas ilustradas con quienes departir sin sonreír con malicia por el criterio disparatado de sus interlocutores, de quienes recogió multitud de observaciones que enriquecen sus obras.  
         Dice Michelet que la historia es una resurrección, y así sería en efecto si del fondo del pasado, de debajo de los vetustos escombros, pudiésemos desenterrar los movimientos, los ensueños, los proyectos varoniles, las intenciones de nuestros antepasados y ofrecer rediviva la actuación que correspondió a cada uno de ellos en los días genésicos de nuestra libertad y en la faena cruenta de erigir la soberanía con la conquista de la Independencia Nacional. Veríamos entonces resurrecta a Cumaná y gloriosa como nunca en esta ocasión en que se rinde homenaje de veneración al más hidalgo de sus hijos. 

         En este medio ambiente que he querido bosquejar sucintamente, nació en Cumaná, Antonio José de Sucre, séptimo hijo de Don Vicente de Sucre y doña María Manuela de Alcalá. Sus primeros años corrieron, sin duda, como la de muchos rapazuelos que pululaban en esta urbe privilegiada por la Madre Fecundidad. Correrías en los campos, natación en el río Manzanares, expediciones a las riveras marinas que circundan esta región, llamada alguna vez pomposamente: La Nueva Andalucía.

         Los primeros estudios de Sucre cursaron en la Escuela de Ingeniería del Colegio sito en el barrio de San Francisco. A los quince años de su edad se le encuentra en Barcelona. Haciendo sus primeros servicios militares. Algún historiador y el Libertador mismo lo sitúan al lado de Miranda, como oficial distinguido, cuando el desastre de Valencia.

         No hay un desmayo en su misión de Libertador, no desdice un solo momento del amor a su Patria y su consagración a la causa de América. De los tenientes de Bolívar fue Sucre el que mejor supo valorar el ideal máximo de aquel cerebro de maravillas, y por esa cabal apreciación fue el más leal, el de mayor pujanza y de más estupendos éxitos en la Guerra Emancipadora.

         La expedición de Chacachacare, en el año del 13, lo cuanta entre sus promotores. Para el año 16, viniendo de Trinidad, naufraga sobre el piélago del Paria, y a punto estuvo de que pereciera con él en las furiosas Bocas del Dragón colombiano el soldado que dio a nuestra guerra libertadora el toque de excelencia, el ejemplo más asombroso de serenidad en el vaivén de la tormenta y de piedad humana en la llamarada sangrienta de las pasiones. Cual nuevo Cesar sobre liviano esquife prueba fortuna y se salva, se salva para bien de la humanidad, porque es a él, a su magnanimidad mil veces puesto a prueba, a quien se debe la primera palabra de perdón en Trujillo y quien va a fijar luego la capitulación de Ayacucho que es albura de ala sobre negror de garra. 

         El sitio de Cartagena donde está indoblegable la valentía de Bermúdez, lo tiene entre sus tenientes estratégicos, y donde quiera que el cañón español abre una brecha allí comparece la figura de águila de este predestinado, esbelta y ágil, oponiéndole su genialidad militar como poderosa valla.

         Sale en Arauca al encuentro del Libertador y es allí el primer tropieza en que la diplomacia de pinceladas supremas del futuro Mariscal gana su primer accésit … Ante la dignidad herida del imberbe adalid, Bolívar doblega su acritud, rectifica, adivina el genio y le confía la delicada misión de comprar elementos de guerra en las Antillas. De modo satisfactorio ejecuta su comisión y queda desde luego ligado a la mente del semidiós para las grandes trayectorias que había de recorrer.

         Ido al Sur en la misión delicada de incluir Guayaquil a la Gran Colombia, su acierto, su seducción personal, su tacto político, le gana al minuto las más adversas voluntades y la feraz región queda de hecho como era justicia que así fuese, inclusa al Ecuador. Y fue allí Pichincha la que revela al militar de escuela en las altas estribaciones andinas, que dio liberación a Quito y preparó la expedición y el peldaño de Junín.

         Enviado al Perú se destaca y desenvuelve allá en el tumulto de los partidos, por encima de las intrigas y los odios, su magnífica personalidad. Realiza prodigios de civil estrategia la férrea ductilidad de su carácter y se sobrepone y destruye la urdimbre de felonías de los enemigos de la libertad y de la soberanía de América. ” Preparad el comino del Señor, enderezad sus sendas…”  Y así fue él, nuevo Bautista, quien trilló la vía de sucesos inmortales que había de recorrer Bolívar, entre loores de los que aprendían entonces a ir sin cadenas por las calles embanderadas con la enseña de Miranda, el Precursor.

         Confiádole que le fue el Ejército del Sur, verifica la campaña del Perú, perfecta en sus trazos y gana la batalla Ayacucho, éxito éste que quizá otro que no él, hubiese mancillado con venganzas exterminadoras, pero que él levantó a la más dignificante gloria humana, concediendo la Capitulación que se llamó Tratado de Quinua

La Batalla de Ayacucho señores libra a la América del tutelaje colonial y si es cierto que la Madre Patria trajo al Continente su idioma, su religión, sus costumbres, sus instituciones, sus ideales, su heroísmo, todo cuanto poseía de grade y civilizado, no es menos cierto que no hay bien para el hombre como la libertad ni honra para los pueblos como la soberanía.

          Un glorificador de Sucre, el Dr. Sherwell dice:” Ayacucho tiene un significado más comprensivo: es el último capítulo de las guerras de independencia en América y la consagración definitiva del principio de que América pertenece a sus hijos y que a sus hijos solamente toca determinar cuáles han de ser sus destinos”
 
         Todo en Sucre es armónico: Su perfil, su mirada, su carácter, como que su persona compartiera y reflejara la serenidad inmensa de su elevado espíritu. Raros son los ejemplos de hombres que con la actuación guerrera de Sucre hayan logrado como él tener en cada momento la plena posesión de sí mismos. Desde niño su voz se impone en los Concejos por los aciertos y sabiduría de sus opiniones así se le ve pensar en Ayacucho solamente en los reclamos de la bondad, en Tarquí en los reclamos de la justicia y en Chuquisaca cuando doce hermosas quieren arrastrar su carroza, surge inmediatamente el gentil- hombre y coloca la espada vencedora en cien combates para que sea conducida por las albas manos proceras, ya que él se juzga indigno de tan extremoso y divino homenaje.

         Gentilísimas damas:  El denodado Sucre, este tipo de selección de la estirpe américo-española, enigma histórico que aún está por estudiar en su carácter y en su genio, el militar severo de indoblegable voluntad, tuvo dos grandes pasiones que aparecen en multitud de instantes de su preclara existencia: fueron ellas, su amor por Cumaná y su amor a una mujer… Su amor a Cumaná constituido de sus tiernos recuerdos de la infancia, del cariño al lar nativo en donde muchos de los suyos fueron mártires del culto a la Patria; y el amor a aquella ingrata mujer ante quien rindió ferviente y galante sus preseas, su personalidad, su fama esplendorosa, su vida toda serenidad, toda consagración al deber, a los reclamos de sus hermanos de opresión y a la emancipación y grandeza de América.

                                                                                    Señores


SEGUNDA PARTE




El retrato de Sucre lo dibuja en multitud de observaciones el propio Libertador.

“El espíritu de Ud. es fecundo en arbitrios, inagotable en medios cooperativos, la eficacia, el celo, y la actividad de Ud. sin límites. Emplee Ud.  todo esto y algo más para conservar la libertad de la América y el honor de Colombia. El designio es grande y hermoso, y, por lo mismo, digno de Ud.”  Bolívar.

Diego Benalcázar, pintó a Sucre en Quito en 1827, no se sabe si Sucre posó para este retrato, sin embargo, él lo conservaba. Es el retrato civil de un hombre joven enfundado en un traje de la época, tal vez un frac: chaleco blanco, bufanda y camisa blancas; su rostro sereno, denota carácter firme. La tez blanca, ojos tristes pero bondadosos, llenos de infinita ternura; la nariz perfilada un poco combada; boca sensual, labios perfectos, cabello abundante y ensortijado, las patillas cubren gran parte de las mejillas por ambos lados; la frente amplia y elocuente. Este retrato, sin lugar a dudas, sirvió de modelo a Tovar y Tovar. Es indudable, a mi modo de ver, que lo identifica cual ningún otro, y se puede corroborar en los rasgos de la descendencia de esa familia; creo que Sucre lo mandó a hacer, “el mismo” para su novia, Mariana de Carcelén.

          J. A. Cova lo pinta mucho mejor, dice: “el aspecto de Antonio José de Sucre, estaba en perfecta armonía con el equilibrio de su espíritu. La severidad de su talante, -admirable en el lienzo de Tovar y Tovar- encajaba perfectamente dentro de la firme contextura psicológica del “redentor de los hijos del sol":

“De estatura regular, delgado,  sin ser enjuto, de cabeza simétrica y sin prominencias: la frente vasta,  con pronunciadas entradas; el pelo negro, ensortijado y recio; la piel blanca, pero curtida por la intemperie de 14 años de guerra; cejas delgadas y perfectas; ojos castaños, expresivos y dulces; la nariz larga y ligeramente combada; la boca de labios finos y salientes; la barba redonda; las mejillas tersas y apenas sombreadas por estrecha y corta patilla; el entrecejo ligeramente marcado  y rara vez se acentuaba para mostrar el rostro ceñudo. Una suave expresión de dulzura animaba el rostro dentro de su marcialidad característica. La sonrisa frecuente dejaba ver los dientes blancos y bien cuidados. No era hombre de temperamento proclive a ruidosas carcajadas; reía momentáneamente y pasajeramente y por una educación esmerada y un admirable control de sus nervios dominaba las ruidosas demostraciones de alegría, del pesar o de la cólera”. (17)

SUCRE, fue la mano derecha de Bolívar en la emancipación de América. Soldado ejemplar, sabio, prudente, símbolo del heroísmo, mártir de la libertad. Hijo epónimo del Estado Sucre. Gobernador sin tacha de Bolivia. Padre del Derecho Humanitario Internacional. En él se sintetizan las virtudes humanas, que se concentraron en grado de excelencia. 

Sucre se formó física y espiritualmente para asumir su destino; desde muy pequeño conoció el uso de las armas, la equitación, la cacería, la natación y el rudo trabajo del campo.  Ningún investigador o historiador ha negado que Sucre tuvo una educación esmerada, se expresaba bien en español, francés e inglés, y su caligrafía era impecable; en lo que, si hay dudas, es en donde y como la recibió; por mi parte no dudo que la recibió en Cumaná, dentro del seno de una familia pudiente y del sistema existente para la época.  No vamos a defender  el proceso educativo en la ciudad, ni la aptitud del niño para aprender, baste decir que era la capital de la Provincia de Nueva Andalucía, y que por lo tanto tenia los mismos elementos e instituciones, no más,  y con los mismos inconvenientes de otras capitales de  provincias y ciudades de su mismo rango y época; existen pruebas y resultados; y, con detalles, que pueden ilustrarlo, porque no se duda de la existencia de  fray Cristóbal de Quezada,  educado en Cumaná, maestro de Andrés Bello, Príncipe de las letras americanas; y los maestros, que no viene al caso mencionar,  de la misma generación; no hay dudas sobre la tía de María Manuela de Alcalá, Doña  María de Alcalá, ejemplar mujer que fundó la primera escuela para niños pobres en Venezuela; y que aquí se formaron y predicaron los más de 300 clérigos cuyos nombres y ejecutorias son señalados en la obra



“Memorias para la Historia de Cumaná y Nueva Andalucía” del fraile José Antonio Ramos Martínez (12), eximio cronista “ex oficio” de Cumaná. La educación de ellos adquirió fama en todo el Continente, y fueron muchos los que nos precedieron en distintas ramas del saber, en todas las épocas, que brillaron y brillan en Cumaná y en otras metrópolis americanas. 

La idea sobre la educación de Sucre, como la de Bolívar, se ha generalizado que estuvo a cargo de preceptores, costumbre de esa época. Sin embargo, hay algunos datos que podemos conjugar, para entender el desarrollo cultural del Mariscal. Sabemos que su educación tuvo mucho que ver con su padrino y tutor el ilustre fraile Antonio Patricio de Alcalá, con su tío José Manuel de Sucre y el ejemplo de Doña María de Alcalá, que quisieron y le dieron a Antonio José, una educación a la medida posible en esa época, inducida por sus excepcionales cualidades, sobresalientes sobre todo en matemáticas, raro espécimen en aquellos tiempos; además educado dentro de una familia y entorno culto. También tiene que ver con los esfuerzos que se hicieron en la ciudad para mejorar las instituciones educativas que dio tan buenos resultados, como la creación de las clases de teología y filosofía, que inicio el padre y maestro Blas de Rivera en 1775, y fueron autorizadas por Cédula Real de 20 -09- de 1782 -(13). Jon P. Hoover, en su obra “Sucre, soldado y revolucionario”, dice: “El gobierno mantenía una escuela primaria y dos profesores de educación secundaria uno de latín y otro de filosofía y teología moral”. Fueron los padres del General en Jefe Antonio José de Sucre, don Vicente de Sucre García y Urbaneja y doña María Manuela de Alcalá y Sánchez. Estudió en Cumaná gramática y latín, en el Convento de San Francisco, y después de pasar por la escuela superior de matemáticas del ing., español José Joaquín Pineda, en Cumaná, continuó sus estudios en la escuela de ingeniería militar del capitán José de Mires y Correa, en Caracas, donde salió con el grado militar de

Subteniente. También estudió ingles en Trinidad, idioma en el cual se expresaba con soltura.

         Inició su carrera militar como cadete de la compañía de Húsares Nobles de Fernando VII, en Cumaná, en 1809. Sirvió bajo las órdenes de Francisco de Miranda en 1811-12, fue comandante de la artillería en Barcelona en 1812. Al capitular Francisco de Miranda, va a Trinidad. En 1813, participa en la campaña comandada por Santiago Mariño, forma parte del grupo invasor de Chacachacare. En 1814 mueren, a manos de Boves, sus hermanos Pedro, Vicente y Magdalena. En 1815, emigra a Cartagena. En 1817 es comandante de la provincia de Cumaná. Se une a Bolívar en Guayana. En agosto de 1819 fue ascendido a general de brigada. Participó y es autor de los tratados de Trujillo de armisticio y regularización de la guerra. En 1821 está en Guayaquil, y gana la batalla de Yaguachi. Triunfa en mayo de 1822 en la batalla de Pichincha. Intendente del departamento de Quito. En 1823 dirige la campaña del Perú, y obtiene la resonante victoria de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, que sella la independencia de la América del Sur. Bolívar escribe: “El general Sucre es el padre de Ayacucho... La posteridad representará a Sucre con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco-Cápac y contemplando las cadenas del Perú, rotas por su espada”. En 1825, los representantes de las provincias del Alto Perú aprueban la creación de Bolivia, con Sucre como su primer Presidente. A poco, renuncia. Se casa con Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de Solanda, y se establece en Quito. En 1829 triunfa en la batalla de Tarquí. Es Presidente del Congreso Admirable (Bogotá, 1830), e integra una misión conciliatoria que viaja a Venezuela para evitar la desintegración de la Gran Colombia. De vuelta a Quito, es asesinado en la montaña de Berruecos. Sucre participo en 19 campañas de guerra y 31 batallas.


Durante la guerra de independencia de América participó en 19 campañas militares, 31 acciones de guerra, y centenares de escaramuzas.
                            












RAMÓN BADARACCO
DISCURSO PRONUNCIADO EN LA PLAZA AYACUCHO DE CUMANÁ.
Cumaná 3 de febrero de 2004.

Señor Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.
Señor Gobernador del Estado Sucre. Dr. Ramón Martínez Abdenour-
Ciudadanos todos…
         Para mí, hablar en este acto, en presencia del campeón del pueblo venezolano, es un privilegio, el más grande honor que se me ha podido conceder.
         Toda mi vida la he dedicado al estudio de la historia de mi pueblo, de sus habitantes, y he recibido en pago muchos honores, algunos merecidos y otros por simple afinidad. Durante más de 30 años he sido miembro de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, he sido presidente del Centro Correspondiente del Estado Sucre y Primero y Segundo Vicepresidente en la Nacional. Soy miembro correspondiente de las academias de Ciencias Políticas y Sociales y de la Academia de la Historia, y he recibido las más honrosas condecoraciones a que puede aspirar un venezolano, entre ellas La Orden del Libertador en grado de Comendador; sin embargo, este acto es para mi espíritu, más que un privilegio una bendición. Muchas gracias Dr. Ramón Martínez, por este gesto tan suyo para este humilde servidor.
Mucho he hablado y trabajado para divulgar el pensamiento y la acción del Padre de la Patria y de su más apasionado subalterno, el General en Jefe Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho.  
         Hablar de Sucre parece tarea fácil, pero son tantos los oradores que se inspiran en él, que resulta difícil escoger las palabras y los temas para abordarlo. Es indudable que del acto vivencial del Mariscal, surgen hechos, mitos y leyendas que nos convocan para convertirlos en temas de interés. Precisamente acabo de culminar un estudio que he titulado SUCRE MITO Y SANTIDAD, en el que recojo buena parte de la literatura escrita sobre el Mariscal, y que he traído esta tarde para entregarla al Dr. Ramón Martínez, por si acaso considera conveniente su publicación; y otro ejemplar para el comandante Hugo Rafael Chávez Frías, nuestro Presidente.  En este libro recojo lo que se sabe de la formación del portentoso guerrero. Es una biografía que abarca desde el nacimiento hasta 1820, pero solo hasta la fecha del Tratado de Regularización de la guerra. Su etapa venezolana.

         En esos años Sucre sobresale en hechos y anécdotas que lo enaltecen y lo elevan espiritualmente sobre sus compañeros de armas tanto como para crear el mito de la Santidad: amor en abundancia, sabiduría manifiesta, valor a toda prueba, desprendimiento,  idea certera de la justicia en todos sus actos, infinita capacidad de perdonar cuando se le injuria, agradecimiento memorioso, conducta impecable, honor emblemático, humildad en ejercicio del poder, ponderación, clemencia, bondad, magnanimidad, todos esos tesoros de la virtud se unen en un solo espíritu forjado como se forja la santidad.
         Para 1817, a los 22 años, siendo Sucre jefe del estado mayor de la división del General Bermúdez domiciliada en Cumanacoa, ya los poetas notaban las cualidades sobresalientes del guerrero inmortal, y le cataban los trovadores anónimos en premonitorias décimas:

“De vuestra dulce afluencia
He llegado a conocer
El buen fin que ha de tener
Nuestra reñida pendencia
En un equilibro son:
Que de amable discreción,
Llaneza, afabilidad,
Se duda en vos, con verdad
Cual es mayor perfección”.


Se adelantaban los poetas, como siempre, al destino del héroe.
         Sucre fue un soldado todo corazón. Su sabiduría superaba todo cuanto podían aspirar de él sus superiores jerárquicos, y andando el tiempo los fue superando a todos menos a Bolívar, porque como dice Don Laureano Villanueva: “Bolívar no cabe en los moldes de la humanidad. Los demás hombres pueden ser juzgados y comparados entre sí; desde Sucre hasta Washington, desde Miranda hasta San Martín, desde Santander hasta Páez; El no; él es único, incomparable, magnífico de fuerza sobrenatural por encima de los hombres y de la historia, como los astros por encima de todas las cumbres de la tierra y por encima de todas las nubes del espacio. Bolívar ocupa un reino aparte entre los hombres y Dios”.

         En fin, después de luchas increíbles e infatigables, de sacrificios y duelos, todo lo que rebozaba el corazón de Sucre, se concretó en el Tratado de Regularización de la Guerra, del cual  dijo el mismo Bolívar: “La benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron. El será eterno como el más bello monumento a la piedad aplicada a la guerra; él será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho”.
Esos preceptos que conforman el Tratado,   forman parte de su propia filosofía, los aplica en todos los actos y acciones, tanto políticas como particulares, de su vida. Veamos dos casos que se nos vienen a la mente:
Cuando el insensato Valentín Morales Matos, trata de asesinarlo en Chuquisaca el 17 de setiembre de 1826, y fue condenado a muerte, Sucre le perdona la vida, le conmuta la pena por el destierro a petición de la inconsolable madre del magnicida, y le suministra 200 pesos de su propio peculio, y lo hace en forma tan discreta, como quien no quiere ofender el orgullo de su enemigo.
Esa misma filosofía la podemos detectar en el Tratado de Girón. Sucre, por todos los medios persuasivos trató de impedir la guerra entre Perú y La Gran Colombia, sin embargo se ve obligado a defenderla contra nuestros hermanos peruanos. Con 4000 soldados veteranos de Ayacucho, derrota en el Portete de Tarquí, a las fuerzas peruanas de 8000 hombres bajo las banderas del General Lamar y el General Gamarra, que invadieron a la Gran Colombia y se apoderaron de la provincia de Guayaquil. Sucre después de la victoria no toma represalias contra los vencidos, más bien les ofrece las mismas condiciones que venían discutiéndose antes de la guerra, y asienta su doctrina: “La justicia de Colombia es la misma antes y después de la victoria” y “En las contiendas entre hermanos la victoria no da derechos”.

Así es el Mariscal Cumanés, faro de luz que nos ilumina para la eternidad.
Hoy El Genio de la Beneficencia, como lo proclamó Bolívar, está presente en todos los tratados humanitarios entre las gentes y las naciones.
En relación con los tratados de paz, firmados entre España y la República de Venezuela, auspiciados por el Libertador, dice Rafael Ramón Castellanos, en su obra “La Dimensión Internacional del Gran Mariscal de Ayacucho”: El meollo, la filosofía de los tratados de paz, suspensión de hostilidades, armisticio y coexistencia pacífica, parten todos, de la docencia del Mariscal de Ayacucho.
Y agrega textualmente Castellanos: “Remonta la historia hasta asociarse a nuevas disposiciones estampadas sobre la realidad americana desde los Tratados de Armisticio y Regularización de la Guerra de Trujillo, 1820; de las misiones de entendimiento en Guayaquil y Lima, 1821 y 1823; de las capitulaciones de Pichincha y Ayacucho, 1822 y 1824, y de la Coordinación sublime para lograr el reconocimiento de la República de Bolivia por los estados vecinos y otras repúblicas del Continente”. Fin de la cita.
La doctrina implementada entonces por el Mariscal de Ayacucho, ha sido acogida con entusiasmo por distintos organismos internacionales, y especialmente por las naciones del Continente Americano.
Ejemplo de ello lo tenemos en la Carta de la Organización de Estados Americanos OEA, que en su primera parte, Capitulo II, Subtitulo “Propósitos” artículo 5°, recoge en lo esencial  el pensamiento de Sucre, ya que nace del  principio proclamado por    Sucre:  “La victoria no da derechos”, la Carta de la OEA lo ensancha y privilegia, y por eso en el párrafo “E” de la Carta, dice “Los estados americanos condenan la guerra de agresión: La victoria no da derechos. Copia textualmente a Sucre. Pero además en todos los siguientes capítulos, la norma se desarrolla y permanece activa en el pensamiento de los legisladores y en su filosofía.
Esta doctrina fue recogida en la Novena Conferencia Interamericana de Bogotá en 1948, de cuyo seno salió la OEA y el Pacto de Bogotá, para las soluciones pacíficas de los problemas entre nuestras naciones.
También se aplicó la doctrina Sucre en la primera conferencia de La Haya, del 29 de julio de 1899 para resolver los conflictos internacionales. Y sirvió de fundamento filosófico y ético para el Convenio sobre Prisioneros de Guerra, suscrito en la Conferencia de la Cruz Roja Internacional en Ginebra el 27 de julio de 1929.
El conflicto armado entre Colombia y Perú sirvió para consolidar la doctrina Sucre, cuando trató de evitar la guerra fratricida de 1829, y después para conducir el camino de la paz. Todos los intentos amistosos fracasaron, resultaron vanos ante la actitud provocadora de los generales peruanos, sobre todo de los generales Lamar y Gamarra, envalentonados por la ocupación del territorio colombiano, en la provincia de Guayaquil y el respaldo de un ejército de 8000 hombres bien pertrechados. Sucre los derrota en el Portete de Tarquí con solo 4000 soldados veteranos de Ayacucho, en batalla brutal aunque aleccionadora. Sucre ofreció entonces a Lamar, una rendición honorable, en los mismos términos con que había procurado evitar la guerra y con la idea de salvar el honor del Perú.
Del Acta de rendición nace buena parte de la doctrina acogida por el derecho internacional, y es ya un postulado de la humanidad: “La victoria no genera derechos para el vencedor, pero tampoco para el vencido”.

         El 28 de febrero de 1829 se firmó el Tratado de Girón, que restableció la paz entre La Gran Colombia y el Perú.  Entonces Sucre dijo: “Cuando el General Lamar pidió conocer las condiciones de rendición sobre los cuales Colombia consentiría en la paz, juzgué indecoroso humillar al Perú después de una derrota, con mayores imposiciones que las pedidas por ellos, cuando el adversario tenía el ejército doble en número que el nuestro”.
La esencia del pensamiento de Sucre, el insigne cumanés, es faro de luz permanente para este pueblo y el mundo. Para él fue filosofía de vida y para nosotros un libro abierto donde formarnos dentro del pacto gregario de la sociedad y entre nuestras naciones.
Para terminar estas palabras traigo una cita del Dr. Domingo Badaracco Bermúdez: “Lo que más admiro de Sucre, es aquella armonía perfecta de sus facultades, aquella lealtad caballeresca, aquella serenidad de juicios que ni en el pánico de las derrotas, ni en la embriaguez de la gloria de los grandes triunfos, ni en los altos senados que le tocó presidir lo abandonaron jamás. Si no tenía el don profético del genio, concedido solo al Libertador, en cambio penetraba fácilmente en el campo tenebroso de la realidad, hecho infranqueable por las ambiciones en lucha; y con su valor extraordinario, el profundo conocimiento de su arte, y aquella piedad suya que “no parecía humana”, sabía sobreponerse a los sucesos y arrancar la victoria de los brazos mismos de la anarquía o el crimen.

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