RAMON BADARACCO
ANECDOTARIO CUMANÉS.
CUMANÁ 2013
Autor: Ramón
Badaracco
Tulio Ramón
Badaracco Rivero
Prólogo:
Hecho el
depósito de ley
Titulo
original: ANECDOTARIO CUMANES
Diseño de la
cubierta R. B.
Ilustración
de la cubierta R. B.
Depósito
legal
Impreso en
Cumaná
Tell.
0293-4324683 – cell. 0416-8114374
Ilustración 1. Ramón Badaracco.
2011. El autor.
Pág. 4.-
No.
1
DEDICATORIA.
DEDICO ESTE
LIBRO A MI MADRE,
María Providencia Rivero Morales de Badaracco.
LA AMADA DE MI
PADRE,
COMPAÑERA DE
TODA SU VIDA,
ELLA, QUE
SIEMPRE ME CONTABA
LOS CUENTOS DE
LA FAMILIA;
Y A LA QUE HE
AMADO MÁS,
DESPUÉS DE SU
PARTIDA DEFINITIVA;
CUÁNDO FUE
LLAMADA POR EL CRUCIFICADO,
AL QUE SIEMPRE
ADORÓ, PARA QUE TAMBIÉN
LE ALIVIE SUS
PENAS Y SUFRIMIENTOS,
CON SUS
CANCIONES Y SU MEMORIA PRODIGIOSA.
En el
milagro del río
El molino y
el cerezo
Te sentí mi
prisionera
En mis
pupilas
En el
cántaro rubí
Quebrado en
la cintura
De la negra
En el golpe
de agua tibia
Más allá de
la acequia
Del parral y
el nido
En el canto
tempranero
De la
paraulata
El vocerío y
el aljibe
Y el olor a
estiércol
Llegando a
los corales
Te sentí mi
prisionera.
Desde mi
nacimiento
Te tengo
prisionera
En mis
pupilas
Tú sabes que
fui goloso
Y en tu seno
bebí
Todo lo que
ahora te prolonga.
Te tengo
prisionera
Bajo las
uvas y almendrones,
En todo
tejado
En el musgo
de los rincones
En cada
grito
Que
pronuncia tu nombre
En cada
gesto
Que te
devuelve intacta.
Pág. 5.-
INTROITO.
Uno de los hombres más sabios de la
antigüedad renacentista fue sin lugar a dudas don Miguel de Montaigne, que
nació en 1533 en Francia, en el castillo de Montaigne, ubicado en un pueblecito
bordolés señalado por el rio Didoire. Este sabio me enseñó lo que significa
tener memoria, cosa de la que carezco por completo y que me ha ayudado mucho en
mi trabajo, ya que todo lo que siento y se me ocurre lo escribo.
En realidad, digo esto porque creo que
no soy el adecuado para escribir las anécdotas de los cumaneses; sin embargo,
he recogido en mis lecturas tantas anécdotas maravillosas que sería un
desperdicio ignorarlas y echarlas a la basura. En este convencimiento necesito
olvidar mi mala memoria y proceder a trascribir algunas e intentar sacar
provecho de mi poca memoria en otras, que tal vez no acierten en el tiempo ni
en los personajes, pero así las recuerdo y así las contaré.
Ustedes
se preguntarán… Bueno, y ¿Por qué Ramón Badaracco cita a Montaigne en este
libro, no les paree una pedantería? Muy sencillo, no se trata de eso, simplemente;
porque este extraordinario personaje, cuando escribe sobre los mentirosos, dice
que “No hay ningún hombre más desacertado que yo para hablar de memoria, pues
es tan escasa la que tengo que no creo que haya en el mundo nadie a quien falte
más que a mi esta facultad”.
Y pienso que ese alguien soy yo.
`Debo
aclarar, siguiendo al mismo autor, lo que piensa de la mentira y los mentirosos,
por lo cual seré señalado por aquellos inconformes, que lean mis anécdotas y me
llamarán mentiroso. Don Miguel dice al respeto:
” Bien sé que los retórico establecen
diferencia entre mentir y decir mentira; aseguran que decir mentira es decir
cosa falsa que se tomó por verdadera; y que la definición de la palabra mentir,
en latín, de donde nuestra lengua la ha tomado vale tanto como ir contra su
conciencia, y que, por consiguiente, eso no se relaciona sino con los que dicen
algo contrario a lo que saben a los
cuales me refiero. Ahora bien, estos o lo inventan todo a su guisa, o alteran y
trastornan aquello que es verdadero”.
Mis
queridos lectores ustedes, teniendo en cuenta estos principios podrán valorar
mejor mi trabajo.
Pág. 7.-
No. 3
EL MATRIMONIO ANECDÓTICO
DE PAPÁ Y MAMÁ.
Contaba Mamá,
que ella conoció a Papá siendo una niña; decía que lo vio por vez primera en el
balcón de los Aristeguieta, pasaba casualmente en compañía de su prima, Mariana
Rodríguez Morales, por el callejón Juncal o calle de La Matilde ; guardaba luto por
su novia recién fallecida, Alicia Bruzual; tendría Papá unos 30 años, y mamá
tal vez 13; entonces ella sintió que su corazón latía fuertemente con un
presentimiento de algo que la unía a aquel hombre hermoso y triste. Y así fue, tiempo después se conocieron en
una fiesta en la casa de don Benigno Rodríguez Bruzual y el amor y el destino
los juntó para siempre.
La familia de
Mamá consideraba que Papá era muy viejo y peligroso para su niña, e hizo todo
lo que pudo, lícitamente, para separarlos, por fin se la llevaron para Marigüitar.
En esos tiempos era bastante difícil ir a ese pequeño pueblo de pescadores, que
era un vergel, sitio de vacaciones y de los placeres y trenes de Pedro Elías
Aristeguieta; un verdadero paraíso. Lo habitaban no más de 300 laboriosas
familias, entre las cuales se destacaban los emigrantes árabes que se dedicaban
preferentemente al comercio, y allí establecieron sus hogares con el
beneplácito de la comunidad; todos en fin, disfrutaban de aquel bucólico
pueblecito, armoniosamente organizado:
sus casas blancas con techos de carata o tejas, jardines y patios empalizados, atravesados por un arroyito de aguas siempre
cristalinas, que discurría entre
haciendas de ubérrimas vegas, y entre cocales y veredas cultivadas de chirimoyas, mangos, catuches, mameyes,
nísperos; aquella prodigiosa
vegetación propia de las playas del golfo de Cariaco.
En esos tiempos era capitán de la lancha del resguardo, o guardacostas,
Don Laureano Frontado, amigo de Papá, y fue el primero que lo llevó a ver a su
María. A la familia de don Pancho Gómez, patriarca de la casa donde habían
internado a su María, no le gustó la idea, pero no se opuso a que se vieran los
dos enamorados, por supuesto le pusieron las condiciones de rigor, la tía
Concha, hermana mayor de mamá, sería la chaperona, y no se despegaría de Maria,
mientras estuviese en Marigüitar el pretendiente, y así fue, pero a Papá no le
importaba nada con tal de estar al lado de su María. Y tampoco le faltaron las
invitaciones para paseos al río y a las casas de campo, esos paseos en el campo
le sirvieron de inspiración para escribir su célebre cuento “Mariposa”, que
publicó en “El Cojo Ilustrado”
Papá, que en ese tiempo era el editor por excelencia de Cumaná, publicaba los bisemanarios “El Disco” y “El Sucre”, por supuesto, tenía
sus aliados en Cumaná y en el mismo
pueblo que le facilitaban sus viajes y permanencia, tales eran: Pedro
Elías Aristeguieta que lo llevaba en sus veloces balandras; el corresponsal de
sus periódicos, don Marcos Millán, su amigo;
y otro aliado importante era, don
Nicasio Vargas, que lo alojaba en su casa, y le presentó a Minuta, joven pescador que se convertiría en el mejor
auxiliar de Papá; era un joven muy fuerte, que conocía bien los vientos y las
corrientes del Golfo, y estaba dispuesto a correr la más larga y difícil aventura de su vida, cual era, buscar a Papá en Cumaná, todos los Viernes, en los fondeaderos de Caigüire, y conducirlo al fondeadero de la
playa del cocal de la familia Loaiza,
y regresarlo los días Lunes, navegando siempre en su pequeño tres puños “Virgen del
Valle”, una barquichuela de dos remos, muy marinera, para solo dos personas
–Minuta y Papá. Ese recorrido lograron hacerlo en una hora y 30 minutos,
después de duro entrenamiento, y durante mucho tiempo, entre 1920 y 1924, que
duró su noviazgo. Estos viajes se interrumpieron
solamente cuando su María venia a pasar algunos días con su tía Aguasanta
Rivero, en la casa del General Bermúdez Graü en la calle de El Medio.
Mamá se sintió fortalecida después que su confesor, fray Lorenzo de
Tejerina, disipó las dudas que habían creado alrededor del matrimonio. Fray
Lorenzo le preguntó ¿Tú amas a Marco Tulio? Y ella le respondió
inequívocamente: ¡Si lo amo! Entonces no hay más que hablar: ¡Cásate! Yo lo
conozco, es un caballero y te ama.
Se fijo la fecha, cursaron invitaciones, aunque nadie pensó que asistiría
tanta gente a la boda en Marigüitar. Pero el pueblo se declaró en fiesta y la
gente dijo: ¡No me la pierdo!
Cuando se extendió la noticia del suceso, hasta el gobierno se sintió
comprometido, se casaba el editor de la ciudad, algo tenían que hacer. La boda se pacto para el 13 de junio de 1924,
en la mañana se celebraría el matrimonio por lo civil y en la tarde, a las 6
pm. Se casarían por la iglesia Las costureras, los zapateros y los sastres no
cesaban, los hombres tenían que lucir su frac, era la primera vez que se vería
en Marigüitar tal acontecimiento. Las
damas usarían sus mejores trajes, casi todas usarían sombreros, puesto que no
había peluquerías. Vestir a la novia no fue ningún problema de eso se encargó
doña Gudula Martínez Picornell, famosa porque se había especializado en Nueva
York
A la vieja capilla colonial de Marigüitar la vistieron de colores y luces
de carburo, tanto, que el pueblo decía que parecía un Nacimiento; la adornaron
como jamás se había hecho, las muchachas del pueblo se encargaron de todo
porque anunciaron que vendría el obispo Monseñor Sixto Sosa, el Presidente del
Estado, General Juan Alberto Ramírez. Entonces tejieron Guirnaldas de
Margaritas con ramas florecidas de trinitarias; y trajeron de Caripe orquídeas
blancas y tulipanes; ramos de azahares de naranja y rosas de variados colores. Adornaron el
altar con manteles blancos de batista bordados por las betas del pueblo;
colocaron ramos de rosas y cintas azules en los bancos, la iglesia lucía como
un jardín del cielo. Los músicos del pueblo declararon una “Noche de Vela”
porque vendrían de Cumaná: el gran pianista Joaquín Silva Díaz, el joven y
laureado pianista José Antonio Ramos y don Benigno Rodríguez Bruzual, para un
recital en honor a los novios, y participar en la celebración.
El general Juan Alberto Ramírez y su inteligente secretario el Dr. Carlos
Febres Cordero, pusieron a la orden de los invitados el cómodo Guardacostas
“Gran Mariscal”. Más de cien invitados de Cumaná, hacían cola para abordar el
barco, en el simpático muelle de madera de Puerto Sucre; los marineros
asombrados veían el desfile de aquellos pasajeros vestidos de frac; y damas con
sus complicadas “toilettes”. De los recuerdos de Mamá, pude recoger los nombres
de algunas personas y familias que asistieron al matrimonio, muchos de los
cuales estaban emparentados o tenían
casas de playa o negocios en Marigüitar,
y se trasladaron con días de
anticipación, entre ellas estaba los Aristeguieta, Berrizbeitia,
Madriz Otero, Mago, Figueroa, Barrios, Fuentes, Otero Vizcarrondo, Silva Díaz,
Rivero Morales, Gómez Rivero,
Gómez Rodríguez, Rodríguez Morales,
Martínez Picornel, Martínez Centeno, Silva Sucre, Milá de La Roca , Almándoz,
Silva Zabala, Zajía, Tobías, Baduy, Saud, Dascoli, Inserny, y los Badaracco, pero la mayor parte hizo su cola en Puerto Sucre, para viajar a las 7 am., del mismo día 13 de Junio, en el
Guardacostas.
Entre los que abordaron la nave estaban las autoridades mencionadas, los
músicos, los testigos, el obispo Mons. Sixto Sosa, el Pbro. Lorenzo de
Tejerina, el Dr., Domingo Badaracco, el
general Bermúdez Grau, Ramón David León,
el Dr. Antonio Minguet Letteron, Dr.
Antonio Machado, Dr. Pedro Miguel Queremel,
don Adolfo Ortega Gómez, Coronel José María Forjonel, don Antonio
Jiménez Bianchi, Vivenciolo Díaz Boada,
don Francisco Manuel Gómez, los
poetas Juan Miguel Alarcón, Ramón Suárez, Tin Fernández, Rafael Bruzual
López, Humberto y Arturo Guevara, la poetisa Luisa del Valle
Silva, el historiador Alberto Sanabria y
el académico Santos Erminy Arismendi, el declamador Guillermo Román, el maestro
Silverio González Varela y Dionisio López Orihuela, los Drs. Luis Ramos
Sucre, Delfín Ponce Córdova, Gómez López, Gerónimo Sotillo, Ladislao
Iturriza, Rodríguez Valdivieso; Ramón
Madriz y sus hijos Ramón y Julio Madriz Sucre; Jesús y Antonio Miguel
Aristeguieta Badaracco, Francisco José
Berrizbeitia, Mauricio, Emilio y Santos Berrizbeitia; Pedro Nicacio Silva,
Marcel Patrolín, Francois Mariani, Antonio Ramos, Andrés y Luis Salvador
Bruzual Sanabria, Arturo Torres, Juan
Lares, Francisco de La Rosa , Juan José Acuña, Ubaldo
Figueroa, Miguelito Figueroa, Cruz Acuña
Montistruqui; las autoridades del municipio Mejía: Julio Barrios y el secretario,
Diego Morales, que fueron gentilmente invitados por los novios; además todas
sus esposas y todos los muchachos y muchachas, invitados y coleados de esas
familias, y por supuesto los amigos y amigas de Marigüitar, y la inmensa barra
popular que se formó desde tempranas horas de la tarde frente a la casa de don
Nicacio Vargas.
Algunos invitados viajaron en un camión “Junkers” pero esa es otra
historia, más bien es una aventura por las peripecias del viaje; y recordando
esta parte anecdótica, Mamá recuerda que el Guardacostas llegó a Marigüitar
como a las 10 am., de ese día 13 de junio,
se corrió la noticia de que en el
barco trajeron el hielo, y esa era la primera vez que al pueblo llegaba el
hielo; y contaba el Dr. Loaiza y corroboraba
el Dr. Iván Laquier, también de Marigüitar y a quien sus padres lo contaban;
que ese día todo el pueblo de Marigüitar
desfiló para conocerlo, tocarlo y paladearlo, tal cual lo cuenta Gabriel García
Márquez en “Cien Años de Soledad”. Decía el galeno, que su padre recordaba y le
contaba que el Guardacostas llegó al fondeadero del cocal de su familia, y se presentó una situación difícil para bajar
a las damas y a los caballeros, porque
no querían mojar sus vestidos, y la familia Loaiza, fue la que resolvió el asunto poniendo a
disposición de los viajeros varios
botes; y enseguida llegaron los
pescadores y gente de su familia, e improvisaron un muellecito con palos y
tablas, y fueron sacando a los viajeros
uno por uno. Fue un trabajo rápido y todo salió bien.
El hielo lo trajeron en sacos de yute, envuelto y protegido con
periódicos, en grandes bloques que llamaban “panelas”, y sucedió que cuando las
sacaban del barco algunas panelas se rompieron, y el pueblo aprovechó para
llevar piezas de hielo a sus casas.
Un famoso curioso, el maestro Zapata, cargó algunos trozos de hielo bien
envueltos en periódicos, y los llevó para su casa que quedaba bastante lejos,
con la infantil idea de mostrarlo a su mujer; la desilusión coronó su capricho,
pues cuando llegó solo encontró papel mojado.
Este hombre se hizo famoso por un suceso prodigioso, que él y sus amigos
contaban, decían que una vez los envolvió un huracán en medio del golfo; y a
punto de perecer, Zapata grito fuertemente, levantando los brazos al cielo, por
tres veces: “¡Jesús sálvanos!”, y de repente vino algo como un rayo que
envolvió la pequeña embarcación, en una como nube luminosa, y una fuerza
extraña llevó la barca hasta la orilla de Marigüitar y él y sus amigos se
salvaron milagrosamente.
Algunos pensamos que el Gabo conoció estas anécdotas, así como las del
famoso faquir Blacaman y Bouchester, el de la pomada, en sus tertulias con don
Ramón David León, Miguel Otero Silva y don Enrique Otero Vizcarrondo.
Volviendo al matrimonio, Mamá contaba que: también trajeron en el
Guardacostas, muchas cajas de champaña, ron, vino, whisky y otras cosas para el
festejo, y ese voluntariado del entusiasmo popular se encargó de cargarlo todo
y llevarlo a la casa donde se celebraría el matrimonio. Era una casa muy amplia
que quedaba en un recodo de la calle “La Mantuana ” con frente al mar, de grandes
corredores, muchas habitaciones que cercaban un patio cuadrado esmeradamente
cultivado con árboles frutales: frondosos castaños, cocos, chirimoyas y mangos.
Allí don Nicacio y Papá recibieron a los invitados con un abundoso desayuno
campestre, servido sobre mesones cubiertos con delicados manteles blancos, una
preciosa bajilla española y cubiertos alemanes de uso común en Cumaná.
Sirvieron un menú criollo: hervido de gallina, cochino frito, chorizo,
morcilla, arepas, casabe, aguacates, dulce de lechosa, café y leche de vaca
fresca, para todo el que quisiera. Esa gente comió hasta hartarse. Todo eso
amenizado por un conjunto musical de los hermanos Parejo: cuatro, furruco y maracas,
que interpretaban magistralmente el joropo estribillo, y acompañaron
admirablemente a los poetas Humberto Guevara, Ramón Suárez, Tin Fernández y a la
poetisa y declamadora Luisa Del Valle Silva, los que pusieron la nota de
aquella inolvidable mañana. Al mediodía algunos hombres tomaron vino y jugaron
dominó; los demás fueron a disfrutar de las pozas del río.
El matrimonio civil fue a las 7 de
la mañana en la casa de don Nicacio Vargas, antes de que llegaran los
invitados, en la mayor intimidad. A las 6 de la tarde Marco Tulio, acompañado
por el Presidente del Estado, el general Juan Alberto Ramírez, demás
autoridades y amigos, llegaron puntualmente a la iglesia. Marco Tulio, todo un
galán, vestido con un frac de levita azul oscuro, confeccionado por el famoso
sastre cumanés Pedro Montaño, se veía muy tranquilo; Llegó la novia llena de
gracia como el Ave María, su atavío confeccionado por Gudula Martínez, en traje
blanco como la nieve y un sencillo ramo de rosas y orquídeas. Sonreía
tímidamente, era verdaderamente bella.
La iglesia colonial reconstruida en 1867 se conservaba en muy buen
estado, la mampostería retaba el tiempo, sus tejados añosos recordaban a los
viejos sacerdotes del siglo XVIII: su primer párroco Fr. Marcos Calderón, a Fr. Manuel Santamaría, el
famoso Fr. Manuel de Matamoros, y el insuperable Fr. José Antonio Ramos
Martínez.
Los invitados plenaban la pequeña iglesia; Monseñor Sixto Sosa presidió
la ceremonia y bendijo a los recién esposados.
El padre Lorenzo de Tejerina, predicó, le dedicó a Mamá palabras de
aliento y confianza. Mamá a los 90 años recordaba sus palabras llenas de
ternura. Una alegría incontenible de todos los feligreses se expresó en
aplausos y vivas a los novios.
Al salir de la iglesia, Don Marcos
Millán, que los esperaba, condujo a los novios en su Ford descapotable,
acompañados por la bella declamadora Luisa del Vale Silva y el poeta Humberto
Guevara. Mamá nunca pudo olvidar los poemas que recitaron ellos esa noche
inigualable. Don Marcos Millan, les dio
un paseo por todo el pueblo, cuyos habitantes salieron a saludar al paso del
vehículo.
Los invitados fueron caminando hasta la casa de don Nicacio Vargas donde
los esperaban muchas sorpresas. El brindis se inició a las 8 PM. Los mesoneros
destaparon y sirvieron champaña francesa “La Viuda ”, demi sec para las damas; y las
“Bollinger” extra seco, y la “Imperial” Moet Chandon, brut natural, para los
caballeros. Corrió champaña como río desbordado, corrió la alegría y se inicio
el baile. Salieron las parejas al conjuro del conjunto musical del maestro don
Benigno Rodríguez Bruzual y sus hijos, que amenizaron la fiesta. El vals lo
iniciaron Marco Tulio y Maria, después todo mundo salió a bailar, la pista se
llenó; vinieron los pasodobles y merengues, los aplausos y se hizo interminable
la fiesta.
El tiempo alcanzó para todo: bebían, comían y bailaban. ¡Que fiesta
amigos! Nadie quería marcharse. En las mesas se sirvió cerveza, ron, vino y
Whisky a placer, con infinidad de delicados pasapalos para los fatigados
danzarines; no faltó nada dentro ni fuera de la casa, los mismos dueños estaban
asombrados.
Humberto Guevara, buen sommelier, tuvo la delicadeza de traer de regalo
para los novios una botella de vino “Conte di Cavour” y le dijo a Marco Tulio:
“Te traigo el más noble de los espumantes –barbero-, producido con excelentes
uvas Pinot, no hay nada que se le asemeje”. ¡Descórchalo! Exclamó Marco Tulio,
emocionado. Entonces se acercó María y los tres bebieron y brindaron con la
alegría contagiosa. “Buen Bouquet...
dijo Humberto. Es un vino, franco, agregó Marco Tulio... María lo saboreó y
dijo...Equilibrado.
Cuando se acercó a este grupo la poetisa Luisa del Valle Silva, Humberto
le improvisó unos versos que Mamá jamás olvidó, y dicen así:
“Para ti que eres blonda como un rayo de luna
Para ti, que eres suave como un olor de rosas
Para ti, la de todas las inefables cosas
Que tan contadamente concede la fortuna
El castillo encantado; la
canción oportuna
El amor apacible sin hieles venenosas
La campiña florida llena de mariposas
El azul imposible que no alcanzo ninguna.
Y a falta de los cantos y los
helenos mármoles
Que pudieran gloriarte en medio de los árboles
O en los templos, a modo de las antiguas diosas
El beso, la caricia leda de la
fortuna
Para ti, que eres blonda como un rayo de luna
Para ti, que eres suave como un olor de rosas.
“Algún amigo metió la mano”, decía Mamá nunca les encontró explicación a
tantas cosas. Años después comentaba: “Nunca supe de donde salió tantos
brindis, músicos y todo eso. “Pensaba en
una celebración modesta y se convirtió en una fiesta donde se derrochó de
todo”. “Había como dos torneos entre músicos y poetas, dentro y fuera de la
casa”. “Fue algo que sucedió sin que nadie lo preparara”. “Me imagino que fue
porque estaba el Presidente”. “Por todas partes se escuchaban los
aplausos”. “El poeta Ramón Suárez y el
declamador Guillermo Román, se encargaron de animar a las barras, se
confundieron con el pueblo e improvisaron con ellos galerones y fulías”.
Pero la fiesta llegó a su clímax cuando se anunció la presentación del inspirado pianista Joaquín Silva Díaz, epígono cumanés de fama internacional, que
elevó el entusiasmo del pueblo a grados superlativos -La gente decía que cuando
tocaba Joaquín se movilizaba todo oriente- Entonces abrieron las cuatro
ventanas de la sala de la casa que daban a la calle y
Joaquín, ceremonioso, pudo saludar a las barras, que por cierto disfrutaban una
ternera y abundante aguardiente que
brindó el propio Presidente; las barras fueron muy bien atendidas y
disfrutaron de su fiesta fuera de la casa.
Con las ventanas abiertas pudieron ver y escuchar al gran pianista, y
admirar también el magnífico y afinado piano, que el anfitrión guardaba como un
tesoro. Joaquín deleitó a los invitados
con seis piezas de su propia inspiración, entre ellas una que compuso para
Pablo Casal; después interpretó su favorita “Nostalgia”, siguió con “Adiós”,
“Canción de Cuna”, “Caraqueña”, y concluyó con su magnífico “Galerón”.
La fiesta no terminó ese día, la
gente no quería irse ni el pueblo quería que se fueran. Inventaron paseos y
romerías, los vinos espumantes, la cerveza y el ron, salieron a la calle y por
allí se fue a las fincas y casa de playa; hubo una especie de carnaval de
pueblo, se jugó con agua, azulillo, talco y perfumes. Fue algo contagioso, los
músicos de la banda “Libertad” se mezclaron con los componentes de los
conjuntos folclóricos del pueblo. Cuantas cosas pasaron, y tantas
desapercibidas. Qué lástima que Mamá ya no está para contarlas. Su memoria
prodigiosa nos las contaría con tantos detalles, y anécdotas.
Cuando cumplió 92, le dijo a
Diana: ¡Mijita, anoche no pude dormir! ¡Que le pasó doña María! Estuve muy
preocupada, muy preocupada. Pero... ¿Por qué? Niña, estuve pensando... ¿Donde
harían pipi todos esos hombres durante el matrimonio?
Pocos días después Papá le escribió este poema:
Cuando la última risa había transpuesto
El radioso dintel de la morada,
Y la quietud, en la noche, como un palio
Nuestro amor cobijaba…
Cuando solos, por fin, tu mano blanca
Estreché entre mis manos,
Y te dije las grandes ilusiones
Que tu amor me brindaba…
Cuando los azahares de tus sienes
Por la alfombra rodaron,
Y la estancia nupcial, con fina esencia
Devotos perfumaron…
Cuando del albo lirio de tu cuerpo
El traje fui quitando
Y se ofreció a mis ojos deslumbrados
Tú desnudes intáctil…
Imaginé el cariño que los dioses
Pusieron al crearte,
Y di gracias a Dios que me había dado
La firme fe de amarte.
Pág. 13.-
No. 4
ANECDOTAS
CONTADAS EN PITORREOS
POR
Marco Tulio Badaracco Bermúdez.
PASATIEMPO
Es noticia ya corriente
Entre la pícara gente,
Una cosa singular,
Que no daña ni encocora,
Porque advierto desde ahora:
No es motivo de rabiar.
El memorable tres de los corrientes,
Con motivo de los hidroaviones,
Aunque tanto fue el bululú de gentes,
Un notable episodio de bufones
Detalle resultó sobresaliente;
Dos árbitros, señores del buen gusto,
Sin saber dónde aprietan los zapatos,
Ni donde leva la existencia el gato,
Firmes y resueltos, nada de susto,
Manifestaron al piloto,
Vivos deseos de volar,
En el germánico coroto…
El musiú, receloso de la caña,
Y aunque notose en él, malicia o maña,
A preparar comenzó los hidroaviones,
Incontinente los temblores
De un frío glacial cundió e los huesos
De los dos pobres “gentlemans” de moda,
Por eso el musiú, en español novel
“Beber vigorona Whisky and
soda”
Escribió sonriendo en un papel.
PASATIEMPO
Con dos gentiles damas de este mundo
Elegante y social de Cumaná
Sostuve un tema, sobre el cual me fundo
Para decir, que no es tan vagabundo
Quien adora a las damas, de verdad.
Es tan grato el rencor de una mujer,
Por la propia dulzura que ella encierra,
Que hasta el mismo infierno en recia guerra
Con el demonio pelearía
Y en honor a las damas, yo vencer
Al mismo diablo lograría.
Con tanta ingenuidad, una de ellas
Así me preguntó:
“Por qué ha de usar el Disco tiranía
Promoviendo de las damas sus querellas
¿Sin la piedad del hombre ni de Dios?
-Tiranía! Eso
nunca, señorita;
Los señores de El Disco son amables
Con la fea y la bonita;
Y cuando en la sección de “Inaceptables”
Lanzar quieren su chinita---
Son consejos, nada más,
Advertencia de chismes perdonables
Por tratarse del bien de Cumaná.
PASATIEMPO
De esta urbe un notorio comerciante,
Cuyo nombre me callo por discreto,
Revelome un secreto,
Y de manera tal, asaz picante,
Que sin mala intención refiero el cuento.
No habrá porque alarmarse, mis lectores;
Es un chisme sin dolo ni aspaviento,
Pues
son viejos compinches los autores,
Y de viejos petuches comerciantes
Se trata de Don “Z”,
El de abdomen crecido, altisonante,
Anchos botines, blusa y franeleta,
Astutos espejuelos, y sin usar tirantes,
Aguántese quien hiera su lanceta.
Compraba este señor en el mercado
-serían ya las seis de la mañana-
Una sola empanada de a centavo,
Que en presencia de todos con cuidado
En el bolso del paltó guardara,
Cómo alguien con maña preguntara:
¿A tanta prole desayuno tanto?
“En la mesa coloco la empanada”
-el pródigo señor le respondió-
“luego voy con mi esposa al desayuno,
Y entre los dos, y sin disgusto alguno
Quien agarre primero la empanada,
Pues a ese le tocó”
PASATIEMPO
La novedad de una ocurrencia,
De las que no suceden con frecuencia,
Es otro tema, de los hebdomadarios
Que con diversos comentarios
En ascuas tiene la ciudad:
Uno es macabro: el del infanticidio
Con degüello y brutal ferocidad;
¡Horrible infanticidio! Muy horrible
¡Sin que quepa decirse nada más!
El otro es Baco-joco: el suicidio
Común, de dos buenos muchachos,
Quienes hartos del brandy -es increíble-
Y después de un hervido suculento,
Concibieron un triste pensamiento:
El chiste, no muy bueno de morir.
Y pensando en el ojo más opaco
De la calva señora calavera,
Sus propias muertes dieron a escribir;
Pero las gracias del amigo Baco,
Quine no juega chuscadas a la muerte,
Tuvieron, señores, tan triste suerte
Que hasta el brío probado de Aguilera
Se resintió por vez primera.
Suscrita por señores respetables
Doctores, comerciantes y chofferes
La auto-invitación,
Toda la población,
Se preparó a los misereres.
¿Quién no caer con tales memoriales
Que la tal rogatoria contenía,
Si hasta estaba señalado el día,
¿Y hora del entierro, el cementerio?
Pero se les quebró el serrucho,
Como quebrar se puede a muchos
Porque los auto-muertos comensales
Tuvieron nueva vida en el pulguero…
PASATIEMPO
De aquella la dulce languidez divina
De los hermosos ojos de la heroína
De este cuento sencillo, que os voy a echar
-que la niña, de cierto, ya lo adivina-
y del místico anhelo con que fascina,
su perdón espero si yo he de pecar:
Eran las cuatro en punto de la mañana,
Conforme
al anciano reloj de la iglesia,
Cuya campanada, locuaz y traviesa
Del sueño despierta a la neo espartana…
Salta ésta del lecho, apresuradamente,
¿Por qué tan inquieta? ¿Por qué tan de prisa?
Pregunta curiosa el lector imprudente;
Porque en la ternura de un amor ferviente,
A las seis debía, quizás en la misa
Cumplir su promesa por el novio ausente…
Sencilla se hizo su toilette la dama,
Y cosa muy rara, que hasta el vigorón
Usar olvidara, la Crema de Perla,
Polisoir, y liga, también el creyón.
Con dos amiguitas se fue para el templo,
Cuales tres vestales parecían ellas:
Trinidad de ensueño, luminar de estrella
Eran sus ojos, y de piedad ejemplo…
Ahora ya sigue, con toda prudencia
El chisme que digo, si no, me reviento;
Refiérolo en verso, con toda decencia.
Por Júpiter Tronante, que no es un invento:
Se viste la joven, quizás distraída,
Con el traje al revés –el caso es de pena;
Y haciendo la cosa aún más divertida,
En vez de llevar el bendito rosario,
De orol o de plata se llevó una cadena…
El cura oficiante cerró su breviario;
Por fin las amigas después de salir,
Ya fuera del templo pudieron reír…
Para colmo mayor de tantos errores,
Revelar vino el sol de aquella mañana
Ante los ojos de los espectadores:
Ver que dos medias de diversos colores
Mal puesta llevaba la neo-espartana…
Aunque tales cositas son perdonables
Siempre serian de las inaceptables
Que El Disco castiga, como es natural.
PASATIEMPO
Ya es cosa muy juzgada en esta tierra,
Que aquí toda troupe teatral fracasa,
Aunque venga del Japón o de Pompeya,
De Himalaya, los Alpes o Tarpeya;
Pues tenemos para el bombo, calabaza,
Y, cataplum…
cada quien para su casa.
Es pues visto que esta tierra no es propicia
Ni para dramas, maromas o comedias;
Si no viene preparado con malicia
El artista aquí encuentra su tragedia.
¿Pero cuál la malicia debe ser?
Sin pensarlo mucho tiempo es muy sencillo;
Dar gratis las funciones, pues un cuartillo
Que reclame por entrada, es para ver
Su esperanza de bohemio perecer.
De equilibristas la patria está repleta,
De cómicos, no se diga, mucho más,
Abundan fieras y payasos, el veleta
Es difícil encontrarlo pues jamás
Probar puede el mondongo o la chuleta…
Pág. 19
No. 5
LA ANÉCDOTA MÁS
ANTIGUA.
El Dominico Fray Pedro de Córdoba,
lideró la idea de la conquista pacífica de la tierra firme, y con este
propósito hizo tres expediciones para fundar Cumaná, la Primogénita , EL PRIMER
ENCLAVE ESPAÑOL DE LA TIERRA FIRME que iba a ser la ciudad evangelista. Pedro tenía el don de la santidad y su
predicamento tuvo multitud de seguidores tanto en España como en América.
Bartolomé de las Casas fue su discípulo, el Pablo que necesitaba aquella
jornada, y nos lo dio a conocer.
Copiaré, con algunas intervenciones,
de la colección Biblioteca de Autores Españoles Tomo CVI Obras escogidas de
Bartolomé de las Casas “Apologética”, págs. 378 y 379, una extraña anécdota, que
espero los distraiga de tanto barullo ruidoso y pervertido:
“En el valle del Chiribiche del reino
del Cacique Maragüey -Santa Fe– provincia de Nueva Andalucía –o Cumaná-, donde
el fraile había edificado un convento, queriendo probar los rumores sobre
ciertos espantos, y si era verdad lo que se decía de los piachas, viendo lo que
se podía hacer “(porque según certificaron los religiosos, en obra de tres
meses, Pedro, divinalmente más que por su industria, supo y penetró la lengua,
que por allí no es poco difícil)”.
“A tal efecto, puso por espías a
ciertos muchachos que tenían en el convento enseñándoles la divina doctrina,
para que cuando el piacha estuviese en aquella obra lo llamasen. Llamáronlo
cuando “el pythio” o “piacha” tenía el diablo en el cuerpo. El siervo de Dios,
armado primero de fe viva, toma otro religioso por compañero, y púsole una estola
al cuello, en la mano derecha un vaso de agua bendita con su hisopo, y en la
izquierda la cruz de Cristo. Entrando en
la casa escura manda a los indios que traigan lumbre o enciendan los tizones
que están amortiguados, porque siempre tienen fuego, y comienza por estas
palabras.
“Si eres demonio el que a este hombre
atormenta, por la virtud de esta señal de la cruz de Jesucristo, la cual tú
bien conoces y has experimentado muchas veces, te conjuro que de aquí no te
vayas sin mi licencia, hasta que primero me respondas a lo que te preguntaré”.
Preguntole muchas cosas en latín,
otras en romance castellano, y también creo que en su misma lengua de los
indios. El demonio le respondió a cada cosa
de las que le preguntó, en la lengua del mismo piacha. Entre otras le mandó que
le dijese donde llevaba las ánimas de aquellos de Chiribiche; primero
mintiendo, que es su costumbre, dijo que a ciertos lugares amenos y deleitosos.
“¡Mientes, enemigo de la naturaleza
humana!”, dijo el santo.
Finalmente, constreñido con la virtud
de la cruz, confesó la verdad diciendo:
“Llévolos a los fuegos eternos, a
donde con nosotros padezcan las penas de sus abominables pecados”.
Mandó el santo a todos los indios que
estaban presentes que por toda la tierra lo publicasen. Y ordenó al diablo:
“Sal de este hombre espíritu
inmundo”.
La cual palabra dicha se levantó el
piacha como asombrado y ajeno de si mismo”.
Es cosa admirable que aquellos piachas
respondieran preguntas hechas en latín.
Pág. 20
No.
6
HUMBOLDTH y DON ANDRÉS LEVEL ALLEN.
Alejandro de
Humboldt, llegó a Cumana el 16 de julio de 1799, todo mundo sabe las peripecias
de su viaje, pero no saben cómo pudo en cuatro meses conocer todos los secretos
científicos que guardaba el pueblo Cumanés. Mi padre Marco Tulio Badaracco,
contaba una anécdota de la memoria oral, que yo he contado muchas veces, pero
nunca la habia escrito.
Decía papá que
Humboldt a los pocos días de estar en Cumaná preparó una expedición para
Cumanacoa, y tomó la antigua vía que se conoce como “Camino de los españoles”,
pasando por la Cruz del Maguellar. Este era un cruce de caminos en el cual, al
lado de la antigua Cruz, habia una pulpería, venta de refrescos, guarapo de
piña, de papelón, de caña; aguardiente y licores preparados: ron de culebra, de
berro, de ramas medicinales, de poncigué, etc.; donde paraban los arrieros, militares,
policías, soldados, trabajadores, campesinos, etc.
Ese día en que Humboldt llegó a la Santa Cruz,
acompañado por Amadeo Bompland y sus baquianos, estaba sentado sobre un saco de
caraotas negras, el viejo Andrés Level Allen, maestro, poliglota y sabio.
Contaba mi padre que Humboldt hablando en alta voz, en perfecto alemán, le
decía a Bompland, a la vez que observaba el panorama que se abría a sus ojos de
águila…
¡Dios mío…! ¡Amadeo! Qué maravilla sería encontrar un baquiano,
que supiese hablar en alemán, y nos pudiese hablar de tantas maravillas como
las que estamos viviendo en esta tierra desconocida…
Don Andrés que
lo escuchaba con simpatía, con un trago de ron de berro en las manos, se le
acercó y le dijo en perfecto alemán:
Yo creo que el indicado soy yo…
Señor… Le puedo decir todo lo que usted desee de esta tierra que no tiene
secretos para mí. Se lo que usted desea escribir y describir, desde la A hasta
la Z, y algo más…
Humboldt lo
escuchó sorprendido e impresionado, y lo atajó en medio de su discurso… Casi le
grito:
¡Pero…Usted habla alemán?
Don Andrés sin
inmutarse le respondió;
Alemán y cuatro lenguas más… muertas y vivas. Puedo
entenderme con usted en la lengua que quiera.
¡Pero…
¿cómo es posible que un hombre como usted esté aquí tomando ron a esta hora…?
A lo que don Andrés
respondió, riendo:
Ja. Ja. Lo que pasa es que, en esta tierra bendita de
Dios, a la sabiduría le dan con las patas.
Y… ¿usted podría acompañarnos en nuestra expedición?
Ordene usted y será gratificado… Puedo hacer por usted
muchas más cosas y diligencias para abreviarle el trabajo que tiene emprendido.
Desde ese
momento, don Andrés, se convirtió en la sombra de Humboldt y Amadeo Bompland.
Al otro día lo llevó a la casa del sabio cumanés don
José Sánchez y Alcalá, que era aventajado en astronomía y cosmografía, miembro
importante de la ilustre familia de don Vicente Sucre y Maria Manuela de Alcalá y Sánchez, la misma
casa donde el sabio sueco Pitor Löfling,
que llegó a Cumaná 10 años antes que Humboldt, vivió muchos años; y don José lo
trató como a un hermano, le sirvió de ayudante, y con él aprendió todo lo que sabía el ilustre maestro de las
ciencias de aquella época; y además,
conservaba los manuscritos del sabio, que los había dejado depositados en su
casa al partir para Guayana, los guardaba como tesoro; también le presentó al
sabio Dr. José María Vargas, tan apasionado como él de los manuscritos de
Löfling, y luego se les agregó, para completar aquella partida, don Carlos del
Pozo Sucre, que fabricaba en Cumana los mismos instrumentos que el sabio alemán
utilizaba para sus observaciones y experimentos, según el mismo dice.
De acuerdo con lo que
decía papá, casi todo lo que escribió Humboldt de Cumaná lo aprendió y escribió
en la casa de don José, conjuntamente con don Andrés, José Maria Vargas y
tantos más que dejaron en el espíritu de Humboldt el sabor inigualable de esta
tierra y de su pueblo, para toda su vida, de tal suerte que evocaba a Cumaná en
los últimos momentos de lucidez: “sigue tan limpio el cielo de Cumaná…” preguntaba.
Los científicos europeos
tuvieron muchas sorpresas con hombres eminentes en Cumaná. A Humboldt le pasó al
conocer al Capitán General don Vicente de Emparan y Orbe, se relacionó con Don
Carlos del Pozo Sucre, el Dr. José María Vargas, don Andrés Level Alén, a
Bartolomé Bello, Antonio Patricio de Alcalá, el educador Fr. Cristóbal de
Quesada y quedó maravillado de sus conocimientos científicas. Fueron de gran
ayuda para él. Todos se entendían en
francés.
“Me iré de Cumaná, cuando cesen las maravillas”. Decía el ilustre
viajero de la sabiduría...
Pág. 22
No.
7
DON
VICENTE DE SUCRE Y EL COMANDANTE ANSELMO. Contada por don Ángel Grisanti.
A éste
severo patriota, lo tengo y he llamado “Padre de la Emancipación de la Provincia
de Cumaná o Nueva Andalucía”. Nadie como él, merece este homenaje.
Corría el año
1822, la Provincia había sido liberada por el formidable arriete, el General en
Jefe, José Francisco Bermúdez Figuera, y los ejércitos patriotas.
“De los 150 esclavos puestos en libertad por su
amo, don Vicente, algunos se habían distinguido como soldados valerosos y otros
obteniendo grados relativamente altos en los ejércitos libertadores, en
regiones distantes, peleando en Guayana quizás a su propio lado o junto con
Antonio José y Jerónimo. Uno de estos valientes era Anselmo, quien regresó a
Cumaná como Segundo Jefe del Batallón Orinoco. Orgulloso y honrado, tan pronto
arribó a sus lares, Anselmo se dirigió a donde su antiguo amo, con una pequeña
y pesada bolsa en la mano. Se la entregó a don Vicente, sin decirle nada, e
inmediatamente se retiró: contenía el precio e su rescate: 300 pesos.
Don Vicente,
poco después convidó a comer y sentó a su mesa al Comandante Anselmo. Cuando el
antiguo paria levantó el plato, halló los 300 pesos de su rescate y un papel,
cuyo texto pudiera servir de leyenda al monumento que bien merece el
pundonoroso militar y padre del General Sucre, y que decía así:
“Un
libertador, un soldado de la
República , no puede ser esclavo. Eres mi compañero de armas”.
Así
de grande en obras y en pensamientos, era el señor don Vicente Sucre y García
Urbaneja, que rechazó el grado de Generalísimo que le ofreció el Ayuntamiento
Cumanés.
Pág. 22
No.
8
ANÉCDOTAS
DEL MARISCAL.
Contada por don Ángel Grisanti.
“En 1814, en
pleno y lúgubre apogeo de la
Guerra a Muerte, Sucre recorría el campo que había sido teatro
de la reciente y sangrienta batalla de Maturín.
De
pronto, bajo un frondoso árbol, encontró dos sujetos. Tenían los pies tan
hinchados que no podían dar un paso, y estaban tan cansados que ni se movían.
Eran
dos realistas derrotados: el capitán Palau y el sargento Rodríguez. Sucre los
animó a huir, y les advirtió que muy cerca venían los patriotas. Pero ellos le
pusieron entonces a la vista sus hinchadísimos pies, y la imposibilidad en que
se hallaban de fugarse. Y Palau, resignado, respondió: “Que vengan, que vengan,
que no pasaremos de aquí, como Cristo no pasó de la Cruz ”.
El Coronel
Sucre tuvo piedad de ellos. Hizo desmotar a su propia ordenanza, y los hizo
montar en el caballo de este. Luego, resuelto a disputarle aquellas vidas al
colérico General Bermúdez, de cuya División era Jefe de Estado Mayor, se
dirigió a la ciudad, acompañado por sus dos prisioneros.
Verlos el
General Bermúdez que, poco antes había pasado por el cruento dolor de saber el
asesinato de su hermano Bernardo, muy cerca de esos lugares, fue todo uno.
Pero
Sucre, el magnánimo, se encaró resueltamente a su violento jefe, y.… los dos
prisioneros fueron salvos.
Palau
murió mucho después de Alcaide de la
Cárcel de Cumaná;
Rodríguez, luchando como un león, dentro de las filas
patriotas, en la sangrienta batalla de Matará, en el Perú.
¿Que
palabras mágicas pronunció Sucre ante el General Bermúdez para realizar aquel
milagro, justamente en aquellos días en que Bermúdez rugía de desesperación, de
dolor y respiraba venganza por el crudelísimo suplicio de su hermano Bernardo?
Pues
estas: “Salvad el nombre de la
República y vuestro propio nombre, que es más glorioso que
ganar batallas y matar a los prisioneros rendidos”.
Pág. 23
No.
9
El
naufragio de Sucre. Contada por Pedro Elías Marcano.
Cuando las apacibles brisas del Golfo
Triste llevaron al apartado retiro de Sucre, en la isla de Trinidad, la noticia
de que el Libertador con su expedición de Los Callos había arribado a Carúpano
e invadido la costa de Paria, se apresuró a incorporarse a sus compañeros de
armas; y en efecto, en una piragua que consiguió al acaso, en medio de la
oscuridad de la noche se embarcó junto con el general Francisco Cedeño, Don
Manuel Antonio Pereira, Don José María Márquez, su padre Don Vicente de Sucre y
familia, Doña María Guerra de Sánchez e hija, la niña Petra Guerra, y otras
personas. Navegaban con rumbo al islote de Chacachacare y cuando habían logrado
felizmente a las Bocas de Navíos, como a las tres de la mañana, presentáronse
grandes bisontes del Noroeste, que hicieron zozobrar a la piragua, cayendo
todos, tripulación y pasajeros, en el Océano. Los náufragos, asidos del casco
del bajel, hacían esfuerzos por ganar la orilla. En tan conflictivos momentos,
Sucre confiado en habilidad de nadador, se separó de la embarcación al ver el
riesgo que corría su vida, sin tener en cuenta la violencia de las corrientes,
las cuales lo arrastraron hacia el Norte de las Bocas del Dragón, a media legua
de la costa, tropezándose con un remo de la misma piragua y apoyándose en él
logró sostenerse a flote.
Al amanecer puso asirse de un baúl que
flotaba sobre las olas y era del señor Márquez su tío político. Desembarazándose
de los pantalones, ató con ellos el remo en una de las argollas que tenía el
mueble en los costados y se puso a remar con dirección a tierra. Empeño inútil;
¡solo a la providencia le era dado salvarle! Cuando sintió agotadas sus
fuerzas, desengañado y sin esperanzas de vida, se dejó llevar fiado en Dios,
por el empuje de las olas. A Sucre y demás pasajeros los esperaba en
Chacachacare Francisco Javier Gómez, quien debía servirles de guía para tomar
el camino de Guirima, que era una hacienda de la madre del General Mariño en
Chacachacare, pero, habiendo sabido por unos pescadores que habitaban una choza
en los extremos del islote, que por la punta de este había una embarcación
náufraga, presumió fuera la de los que él esperaba, y dándose a prisa con un
moreno de nombre Santiago Calderón en un bote de don Santiago Carrí, encontró a
poco de navegar la mayor parte de los náufragos, agarrados a los peñascos de
arrecifes que aquellos mares abundan asomados a la superficie de las aguas.
Preguntando si habia menos algunos de sus compañeros, le contestó doña Maria
Guerra de Sánchez: “Falta mi hija, falta Antonio Sucre y otros más”. Entonces
Gómez, prometiéndoles volver pronto en su auxilio, se dirigió hacia el Norte, y
a las 8 am. Encontró a Sucre que nadaba sobre el baúl y ahogada la hija de la
señora Guerra de Sánchez. Regresó con las víctimas del naufragio a la casa de
la señora Concepción Mariño de Sanda, hermana de Mariño, en Chacachacare. El
júbilo que produjo la salvación de Sucre se trocó al instante en profundo duelo
a la vista del cadáver de la niña y saberse que el señor Márquez, tío político
de Sucre, había también perecido. Sucre sin reponerse completamente del
cansancio, se embarcó al día siguiente en el sitio de La Tinta, dirigiéndose al
cuartel general de Mariño, a la sazón en Guiria, donde se hizo cargo del mando
del batallón “Colombia” compuesto de orientales y que más tarde se hizo célebre
en la defensa de la independencia. Agosto de 1816.
Pág. 25
No.
10
EL
MARISCAL Y EL MAESTRO SIMÓN RODRÍGUEZ.
De la memoria oral.
Entre el
Mariscal Antonio José de Sucre y el maestro Simón Rodríguez, se produjeron
muchos contratiempos, algunos de ellos dignos de recogerse en crónicas. Cuentan que una vez, siendo el Mariscal,
Presidente de Bolivia, invitó al Maestro, que era Ministro de Educación, para
un almuerzo en Palacio; pero al maestro, lo que era común en él, se le olvidó.
Pocos días después, se le ocurrió visitar al Presidente en su despacho, y Sucre
lo recibió enojado, dándole la espalda.
El maestro buscaba una forma de iniciar una conversación, pero no lo
lograba. Entonces levantando la voz dijo:
“¡Me han dicho
que estabais enojado conmigo, peor aún, que vos me odiabais... pero, ya veo que
todo es falso!”.
Sucre sin
voltear, replicó: “¿! Y.…cómo me veis!
Entonces el
maestro, reconciliador, en tono mesurado, añadió: “Es muy sencillo... Usted me
vuelve la espalda... y se que nunca los valientes como vos, vuelven la espalda
al enemigo”.
Eso bastó para
reconciliar a aquellos dos caracteres indomables.
Pág. 26
No.
11
DEL
MARISCAL Y EL GENIAL ESPAÑOL JERÓNIMO VALDÉZ.
Antes de la
batalla de Ayacucho, el general español Jerónimo Valdéz, había derrotado al
general patriota Santa Cruz. Sucre dirigió su ejército hacia Arequipa, cuya
población era mayoritariamente realista. Cuando Sucre abandonaba la ciudad, una
distinguida dama, doña María del Rosario de Ofelán, le lanzó una cuerda al
héroe, y le gritó: “¡Zambillo Sucre, ahí te mando esa soga para que os ahorquéis!”.
Sucre recogió la soga y le respondió: “¡Gracias Señora, quien sabe que me tiene
reservado el destino!”. También un esclavo de la Doña , le lanzó una pedrada
que le dio con gran fuerza en el pecho. Pero Sucre, sin inmutarse continuó su
marcha hacia la victoria.
El general
Jerónimo Valdéz, ocupó luego la ciudad de Arequipa, a la salida de Sucre; y la
dama doña María del Rosario, visitó al gallardo español, y le contó lo
sucedido. Valdéz ordenó la detención del agresor de Sucre; lo interrogó, y
resultando cierto todo lo dicho por la dama, lo mando fusilar sumariamente. La
doña conoció solo la detención, y fue a reclamar su esclavo, exigió que se lo entregaran,
y así lo hizo Valdéz, ordenó que le entregaran el cadáver y díjole a la dama:
“Ese hombre atentó contra la vida del General Sucre, luego también atentará
contra la mía. Sucre es tan general como yo”. Así procedían aquellos grandes
contendientes.
Pág. 26
No.
12
ABIGAIL
y el MARISCAL.
El 3 de
diciembre de 1824, fue apresado un desertor de las filas patriotas que
marchaban hacia Ayacucho, en la llanura de Tambo-Cangallo. El desertor era un
joven solado, inexperto, casi un niño; pero se mantenía sereno, inmutable, ante
sus jueces, como si todo estuviese en paz. Subió al cadalso con esa serenidad
del que sabe que lo ha hecho mal y debe ser castigado. El capitán Piñares había
sido su defensor. Sus palabras hirieron
a los veteranos soldados que veían al efebo de faz tan dulce y reposada,
esperando el veredicto. El jurado mostraba signos de ansiedad. Al joven
sentenciado se le pidió que dijera sus últimas palabras. Solo dijo: “¡Soy
culpable!”. Se arrodillo, rezó en
silencio, como quien ofrenda su vida a la Patria... El jurado
presidido por el general Arturo Santander, lo sentenció a muerte y se ejecutó
de inmediato… Dicen que el General Sucre, no quería firmar y lloró, pero
confirmó la sentencia. No podía retroceder. Sus órdenes fueron muy precisas.
Los
cuerpos del ejercito principiaron a moverse para formar cuadro en el ameno
valle de Tambo Cangallo, donde debía tener efecto la ejecución, la escolta
fatal se puso en marcha, tocando el tambor a la sordina, y el padre Miguel
García capellán mayor del ejército, desolado corrió para donde Sucre, a hacerle
revelación del que el reo en articulo de muerte acababa de confiarle. Sucre no
podía dudar de la veracidad de aquel virtuoso levita. ¿Qué hacer?
Mandó que le trajeran su caballo, y con su Estado
Mayor General, tiró para la llanura.
Una vez en ella, y después de los
honores de ordenanza se puso a la cabeza del ejercito y mandó tocar “atención”,
luego por divisiones “doblar el fondo”, y los 5300 hombres de fuerza
disponible, según la situación de aquel día, formaron una masa gruesa y
compacta.
Teniente
Olmedilla -dijo, y arrendó su caballo, hacia la cabeza de la División “Lamar”, en la
cual formaban los cuerpos argentinos: - cuatro pasos al frente.
¡Señor
oficial!, -continuó con estentórea voz dirigiéndose al reo condenado a muerte.
“La deshonrada es una pobre niña seducida por usted. ¡Es preciso que la honre!
Y sobre el
mismo sitio donde debía tener efecto el fusilamiento, fray Miguel García, les
dio la bendición de desposados...
Nuestro
ejército, arma al hombro, mantúvose firme pero conmovido. Se sabe que los
esposos fueron felices.
Abigail
acompañó a su marido hasta Ayacucho y el Alto Apure, en donde dio a luz un
niño, a quien pusieron por nombre Antonio José.
La verdadera
causa de la deserción de Abigail, fue el estado en que se hallaba. Temió la
vergüenza para ella y el ridículo para su amante.
COP. Tomado del Semanario “Disco” No. 14.
Pág. 27
No.
13
DEL
MARISCAL Y LA LEY
Anécdota contada
por el historiador José M. Rey de Castro
“Entre las mil
beneficiosas ideas que pululaban en la mente del General Sucre al implantar las
mejoras que, en su deseo por la prosperidad de Bolivia, tenía concebidas para
elevarlas al más alto grado de progreso, entraba necesariamente las de remover
todo obstáculo que a ello pudiera oponerse.
Una y de gran importancia, fijaba preferentemente su atención: en la
supresión de conventos; medida que en su concepto era reclamada altamente por
la política y por las leyes eclesiásticas.
Con tal convicción y asistido de su entereza característica, acometió
resueltamente la empresa, a pesar de que las preocupaciones la hacían ardua y
difícil. Sin embargo, no cejó ante las dificultades; su esclarecido talento le
señaló la vía más expedita para dominar las antiguas impresiones del ánimo
adheridas fuertemente con la educación, y poder manifestar, junto con la conveniencia,
la pública utilidad de ese procedimiento del gobierno.
Después de
varias y detenidas conferencias con el señor Dean Gobernador eclesiástico del
arzobispado, y en tan perfecto acuerdo, que aseguró éste, por nota oficial,
“que juzgaba la medida de absoluta necesidad y muy conforme al espíritu de los
sagrados cánones”. Formuló un decreto reduciendo el número de conventos que en la República debían
subsistir, y disponiendo la traslación de los que en menor número se
encontrasen en cada convento; los cuales debían salir de la Capital en el plazo
señalado, para ir a formar comunidad con potros de su misma orden en los demás
departamentos.
Sometido el
Decreto a la Diputación
permanente, ésta lo aprobó en todos sus artículos, devolviéndolo al gobierno con
un luminosos y extenso informe. Su
publicación produjo, según era de esperarse, sensaciones de diversa índole, como
todo acontecimiento notable. Para unos, era una medida de alta política,
discurriendo sensatamente sobre los proficuos resultados que de la aplicación
de las rentas de los conventos supresos podía reportar la beneficencia pública,
pues se dotarían con ellas los hospitales, casas de huérfanos, hospicios para
pobres, colegios, escuelas y tantos otros establecimientos como tenía
decretados el gobierno. Para otros, era un avance de la potestad civil que
dejaba ver funestas trascendencias perturbadoras del sentimiento religioso y la
moral. Las beatas y muchas que no lo eran, creían ver con sobresalto en el
decreto asomar la cabeza disfrazada de la herejía; algunos frailes, por su
parte, fomentaban tan absurda idea.
Esto dio lugar a
un episodio, en que una vez más luciese la energía con que el General Sucre
celaba por el estricto cumplimiento de las leyes, decretos y órdenes de
cualquier género que fuesen. Profesando el principio de que nada era tan
pernicioso como la tolerancia del
desobedecimiento a ellas, puesto que no solamente desprestigiaban a la
autoridad de que emanaban, sino que minaba y corrompía la moral civil y social,
era severo en la aplicación del castigo.
Sucedió, pues,
que el día en que los franciscanos debían desalojar su convento, estalló allí
una conjuración monacal de resistencia con síntomas alarmantes. A las cuatro de
la tarde, y fuera de costumbre, sonaron las campanas en la torre: se abrió el
templo, que apareció iluminado y descubierta la Majestad. A los pocos
momentos iba llenándose de gente la iglesia, sorprendida por lo extraordinario
del acto. Era el tiempo oportuno para su plan, fundado en la esperanza, sin
duda, de que su designio sería apoyado por el pueblo. Subió al púlpito uno de los padres, que, si
bien no era en elocuencia un Massillón, no le faltaba resolución y
audacia. Con grave tono y vehemencia
comenzó a mover los afectos del auditorio, declamando contra la impiedad, que
decía haber desplegado su sacrílego estandarte contra los ministros del
Santuario, para derribar luego el altar. Apostrofando a los fieles, decíales
que había llegado la hora de imitar a los santos mártires que buscaban la muerte
en defensa de la Religión. “¡Cómo siendo cristianos permitiréis que ella sea
profanada y hollada en nuestro suelo!”
Dejábase ya
sentir alguna perturbación, especialmente en las mujeres; pero no faltó algún
hombre sensato que, impresionado por tan subversivo discurso, volase al
palacio, para dar cuenta de ello al gobierno.
Perfectamente enterado el General Sucre de los pormenores y
circunstancias del escandaloso abuso, llamó a un oficial y le dijo:
“Tome Ud.,
cuatro soldados armados, colóquelos en la puerta de la Iglesia de San Francisco,
suba Vd., al púlpito, donde está predicando un fraile contra revolucionario,
intímelo Vd., que baje inmediatamente; y si se resiste, made usted allí mismo
darle cuatro tiros.”
El Oficial, que
nada tenía de lerdo, fue al punto a cumplir, de buen grado, su comisión; se
dirigió al templo, y subiendo intimó al predicador: que de orden del Presidente
bajase en el acto. No fue obedecido, y continuaba fervorosamente con la
palabra: entonces poniéndose en pie y tirándole de la manga, le dijo con
fiereza:
“Padre, mire
Ud., a la puerta esos soldados le harán baja y callar a balazos, porque yo se
cumplir las órdenes que recibo” Entre el susto y el estupor, aquellas
fulminantes palabras produjeron su efecto.
Inmediatamente
descendió del púlpito, seguido del oficial quien le exigió que dispusiera se
cerrase la iglesia, previniéndole tuviese mucho cuidado en no promover nuevos
alborotos en el pueblo. Así se hizo, y todo quedó ejecutado, retirándose
tranquilamente las gentes que habían concurrido a la iglesia. Al día siguiente
recibieron los Padres orden de la policía para emprender el viaje al convento
que se les tenía indicado; y fue así puntualmente observada la ley. Como los franciscanos habían sido los últimos
que aun permanecían en la capital, quedó esta sin ninguna de las tres órdenes
que de tiempo inmemorial se habían en ella fundado. Era escandaloso ver, que
dos de esos conventos, la
Merced y San Agustín, apenas estuviesen habitados por el
religioso sacerdote que hacía de prelado, como lo asegura el mismo digno
gobernador eclesiástico.
Al recorrer la
historia del período de la administración militar primero, y discrecional
después, del general Sucre, registrará pocos actos que hagan resaltar más las
excelsas cualidades con que plugo a la Providencia dotar esa alma grande como
el de la siguiente “ley de olvido”, fruto de su siempre generoso y siempre
americano corazón”.
Cop. Tomado del bisemanario
“El Disco”.
Pág. 30
No.
12.-
EL
MARISCAL DESPUÉS DE PICHINCHA.
Anécdota contada por el
historiador carupanero Santos Erminy Arismendi.
“Los destellos alboréales del 24 de mayo de 1822
hicieron eclosión de apoteosis para las victoriosas armas del ejército patriota,
que en vuelo triunfal había escalado la ardiente cima del “Pichincha”, a cuyos
pies -como una virgen pagana- esplende la bulliciosa Quito. En su vértigo libertador, ni los ígneos
penachos del coloso amedrentaron a los mimados de la Gloria...
Los opresores, a cuya cabeza estaba
Aymerich, semejante osadía mirárosla como un soberbio reto que imprudentes
pretendieron castigar, no sabiendo que a
esa legión de héroes guiaba Sucre, el
ángel tutelar de la Victoria ; y mirando con altanero desdén las posiciones,
dieron comienzo a la lucha que tras
cruentos sacrificios dio a las armas
republicanas una colosal victoria y nimbó de glorias su camino hasta Quito, que irredenta sintió
el beso de la luz republicana y vio proyectado sobre su cielo azul, por vez
primera, el sol sublime de la libertad.
Aymerich, ostentoso y jaquetón, acostumbraba
-como un signo de desdén por las armas patriotas- tan pronto como sabía de la
aproximación del enemigo, mostrarse en una mula rucia, con cuya presencia decía
-temblaba el enemigo. Y era suficiente para llenarle de terror y
derrotarlo. Caído prisionero el
fanfarronudo Jefe, Mijares su asistente, a quien le tocaba el trabajo de
ensillar la rucia -a fuer de buen andaluz- no quiso perder la oportunidad de
chasquearla y hacerle así pagar las muchas veces que le molestó para
ensillarla, y, aprovechando la ocasión una vez que el General Sucre se paseaba
muy cerca de Aymerich, sacando la cabeza por una de las ventanas de la pila en que
hallábase éste, le dijo con burlesca inflexión: “¿Mi General, le ensillo la
mula rucia? Extrañado Sucre de semejante
pregunta y de la indignación que ello había causado a su huésped, pidió
explicaciones, obtenidas las cuales no pudo menos que soltar la risa y exclamar:
” Como es cierto que hasta en los grandes
trances no ha de faltar la nota cómica”.
Pág. 31
No. 13.-
LA QUEJA DEL ABUELO.
Anécdota de Bolívar y Sucre.
Anécdota
contada por don Ángel Grisanti.
“El
Libertador había manifestado siempre inusitado interés por todo lo que se
relacionaba con el más amado de sus Lugartenientes; el más digno General y la
cabeza mejor organizada de Colombia.
Y de este solícito interés o afecto
participó Mariana Carcelén, la esposa del héroe de Pichincha. Las veces que el
Libertador pasó por Quito fue a visitarla; antes de regresar Sucre de Bolivia
le escribió una carta de cumplimiento y relacionada seguramente, con los
acontecimientos de la época y la desgracia de que había sido victima el
Mariscal, cuando el motín de Chuquisaca.
Y en vísperas de dar a luz la
Marquesa, el Libertador se apresuró a cumplimentarla y a darle un nombre de
varón… para su nena.
Aspiraba el Libertador a la vez ser
el padrino del hijo de su hijo, el General Sucre, pero resultó doblemente
fallido en sus predicciones y filiales anhelos; el nieto resultó nieta, y otro
fue el compadre del más fiel de sus compañeros de armas.
“La cariñosa queja” del abuelo no se
hizo esperar, y con razón, con sobrada razón, reclamó al General Sucre sobre
aquella preferencia por el General Flores. ¡Con cuanta ufanía hubiera él, ¡el
Libertador, apadrinado a la unigénita de su unigénito, el Gran Mariscal de
Ayacucho! En esa oportunidad, repetimos, tuvo el Libertador sobrada razón de
quejarse.
Entonces Sucre le escribió:
“Agradezco sumamente su cariñosa queja sobre el compadrazgo. El día de Tarquí
dije a Flores, que no tenía una prenda de más fina amistad y afecto que darle,
que hacerlo compadre, y a la verdad que la creo la más fina. Estaba la cosa
hecha cuando usted vino al Sur, y por tanto no hay tal preferencia. Además,
Para qué esta nueva relación, cuando será imposible desmentir que todas las de
mi corazón están con Usted. Creo que toda mi carrera y mi vida están marcadas
por los testimonios del más sincero afecto por Usted y dudo mucho si a mi padre
he querido más que a usted. Mi mujer me ha dicho anoche que de a Ud., las gracias
por su cariño, y que lo estima sobremanera; ella con toda mi familia lo saluda
y felicita. Quito a 28 de junio de 1829).
Bolívar le contestó: “Acabo de
recibir en el correo la apreciable contestación de Usted fechada 28 a la carta
que 1le hice de Zamborondón. Doy a usted las gracias por sus felicitaciones,
por sus buenos propósitos, por su victoriosa disculpa a mi queja del compadrazgo, y, sobre todo,
por sus consejos y preciosas reflexiones y que me son infinitamente apreciables”.
El abuelo había quedado
aparentemente satisfecho, pero quizá no del todo. Si no había sido Padre,
quería por lo menos ser Padrino.
No puedo
dejar pasar esta oportunidad para contarles una anécdota poco conocida del
Libertador, veámosla:
Después de
la batalla de Junín, Bolívar sintió sed, y montó su caballo en dirección de una
casa de campo que se veía en la lejanía.
Una bella dama española lo atendió con presteza. El Libertador la
observa y no se atreve a decirle que tiene sed ni y mucho menos rogarle por un
vaso de agua. Pues entiende que la dama ya lo ha reconocido como un patriota
enemigo de España. Pero su sed era desesperante y debía hablar a la dama y explicarle
alguna manea su imperiosa necesidad, entonces le dice: Señora si no me equivoco
es usted española.
La dama le
responde: ¡española! por supuesto. Soy española
para servir a Ud.
Bolívar, haciendo
uso de su habitual galantería, pensando un poco, atina decirle:
De tal
manera, imagino que usted aborrecerá a los soldados patriotas
La rama
repuso con mohín benevolente: Patriotas somos todos los españoles. No puedo
amar a los que van contra mi Patria.
El
Libertador sonríe maliciosamente, y le replica:
Y a Simón Bolívar lo aborrece mucho más.
La hermosa
mujer con los ojos encendidos, dijo: ¡A Bolívar… pues, mucho más! y con mayor razón, puesto que es el principal
de los revolucionarios que están contra España.
El Libertador,
dueño ya de la situación le dice:
Pero si viera
usted como es de galante Bolívar, con las damas bellas como usted, tal vez
llegaría a amarlo.
La bella
española con otro mohín traicionero, lo interrumpió, y dijo:
Pero… por
favor, que lo trajo a Usted hasta mi casa.
El
Libertador tardo un poco en responderle, y al fin le dijo:
La sed
señorita, pero siendo usted española ….
Ella lo
interrumpió, y un poco sonrojada dulcemente, dijo:
Acaso… ¿no
permitirá Usted que una española le calme la sed?
Si, respondió
el Libertador, temo que usted me la niegue, sin embargo, la veo tan dulce y
amable, que, observándola, se calman tanto mis ardores y mis penas, que ya no tengo
sed…
La dama se
quedó pensativa, y mirándolo fijamente a los ojos, dijo:
Espere usted
un momento, se le ruego, no se vaya, no tardaré mucho.
La dama
tardo unos minutos, y le preparó una limonada. Entre tanto el Libertado le
escribió una esquelita, para lo cual siempre estaba preparado.
Vino la dama
con el refresco, y mientras conversaban y calmaba su ardiente sed, puso el
papel bajo la jarra, beso la mano de la bella dama, y galantemente se marchó.
La dama
apresuradamente, sonrojada y visiblemente emocionada, leyó la carta, que dice:
¨Señorita, usted no es española: sus cabellos representan el amarillo de mi
bandera, sus ojosa mi azul y su boca mi rojo. Yo soy Simón Bolívar. ¨
Cuentan que
la emoción de aquella dama fue indescriptible, guardó cuidadosamente la tasa,
en que calmó el Libertador la sed abrazadora de la pampa de Junín; y a sus
hijos, les encomendó el cuidado de aquella tasa, sagrada para ella, porque ¨en
ella calmó su sed el hombre más grande que han producido los siglos¨.
Pág. 33
No. 14.-
CUANDO SUCRE SE PERDIÓ EN AYACUCHO.
Contada por Laureano Villanueva
Cuenta Laureano Villanueva, que: Un día el General Sucre hizo como Julio
Cesar, indicó la ruta que cada División debía seguir, fijo el punto donde
debían reunirse
El ejército patriota, después de reposar y prepararse convenientemente
en Tambo Cagallo, arribó al valle y pueblo de Quinua, cerca de Ayacucho. Los
realistas se apostaron en los valles de Macachacra, atravesando el rio Pangora.
El ejército del Virrey Laserna se ubicaba así al poniente del ejército
de Sucre, en las laderas del alto e imponente Pacaicasa. El día 7 de diciembre
el ejército de Sucre en una jornada muy hábil entró por la parte baja en la
sabana de Ayacucho, en el Cundurcunca. En
cierto número de días, y desapareció. Consternados los Generales a los seis
días por no saber su paradero, y temiendo que pudiera haber caído prisionero en
manos de alguna partida realista, se congregaron, muy hondamente preocupados,
en una cañada para adoptar alguna resolución, considerándose perdidos entre
aquellos valles y alturas que no tenían término; y cuando iba a escoger a uno
de ellos para que guiara el ejército, se oyó el galope de un piquete de caballería.
Era la media noche. El General Sucre conducido por buenos prácticos había
venido siguiendo por entre veredas la marcha de los cuerpos al mismo tiempo que
había reconocido al enemigo personalmente con el cuidado y atrevimiento de que
solo son capaces los expertos capitanes. Llega en breve se desmonta cae en los
brazos de sus generales y sin pensar en comer ni descansar, les da razón de las
posiciones, fuerzas y movimientos del enemigo; les hace saber que está a tres
leguas de distancia, les indica las precauciones que deben tomarse, y marca el
camino que han de seguirse inmediatamente, advirtiéndoles que habia que salvar
muchos malos pasos, por lo cual era menester prepararse para evitar un
encuentro en malas posiciones.
Los generales quedaron asombrados. Manifiéstenle sus inquietudes y
reanimados con su presencia les estrechan las manos sintiéndose satisfechos y
orgullosos de ser mandados por un caudillo como él ilustres por tan eminentes
aptitudes.
Pág. 34
No. 15.-
EL PERMISO
DEL MARISCAL
Anécdota
contada por Laureano Villanueva
Cuenta Laureano Villanueva que: Una escena patética tuvo lugar antes de
la batalla de Ayacucho, que merece consignarse en estas páginas. Unos dicen que
pasó en la tarde del día 8, otros que fue en la mañana del día 9. Sea ello como
fuere, es digno de contarse:
Se dice que fue el Mariscal Monet, del ejército español, amigo de
Córdova, del ejército patriota, que solicitó de Sucre, a través de un correo
oficial, permiso para tener una entrevista con su amigo el General Córdoba,
antes de la pelea. El permiso fue concedido, corrieron los dos valientes campo
traviesa a abrasarse enfrente de los dos ejércitos; lo mismo hicieron luego
muchos oficiales y soldados, amigos y parientes, que militaban hacía tiempo,
unos entre los patriotas y otros entre los realistas. La entrevista duró media
hora; y después de haberse estrechado los corazones y las manos, se fueron a
escape, buscando cada uno su campamento respectivo.
Hasta entonces tanto españoles como patriotas no habían obedecido sino a
la feroz ley de las Euménides, es decir la ley de la venganza. Ahora al final
de aquella sangrienta lucha de catorce años, inclinábanse uno y otros, a
ordenarse a la moderna ley de los sentimientos humanitarios, a ley de la
caridad de la clemencia de las santas amnistías.
Pág.
35
No.
16.-
POR
QUÉ BOLIVAR NO PARTICIPÓ EN AYACUCHO.
CONTADA POR DON ANIBAL DOMINGUEZ
La Batalla de Ayacucho consolidó el proceso liberador contra el Imperio Español,
con Simón Bolívar El Libertador, Padre de América, capitán invencible de las
fuerzas de la Libertad, levantadas contra los conquistadores, dueños por más de
300 años del territorio y de los pueblos del Continente, no estuvo presente en
la Batallan de Ayacucho.
Cómo no se ha explicado en forma clara la ausencia de Bolívar en la
Batalla de Ayacucho, abrimos este paréntesis que tal vez explique, en forma
simple, su ausencia en esta jornada gloriosa digna de su genio, pues nos vemos
en la necesidad de explicarlo como lo hace Don Aníbal Galindo, en su investigación
sobre la batalla de Ayacucho, publicada en 1888, cuando dice:
Que fue convocado el 15 de noviembre de 1824, en el campamento del
ejército Libertador en el Perú, un Consejo Superior de Guerra, presuntamente
sugerido por el General Lamar, y se produjo la reunión con la asistencia del
Libertador; y a la cual asistieron los generales Santa Cruz, Lara, Córdova,
Miller, Gamarra, O´Higgins, y el propio Lamar.
En este consejo se sometieron a la consideración del Libertador, las
preocupaciones, cavilaciones, conclusiones y las sugerencias, de tan altos
representantes del ejército Libertador, de lo cual copiamos una de las
preguntas que al parecer fue decisiva para lograr los fines concebidos, a
saber:
Señor, tenemos que emprender una campaña peligrosa en presencia de un
enemigo aguerrido y valiente, que cuenta con dos veces nuestros efectivos, que
combatiremos, pero no sabemos dónde ni en qué circunstancias. Si por desgracia
fuésemos derrotados, lo que no es probable, pero no imposible, ¿Quién, si
Vuestra Excelencia es derrotado, y cubriera también el deshonor de esta
derrota, quedaría en pie para llamar de nuevo a los pueblos a la guerra?
El Consejo es de la opinión, que el Libertador, debe retirarse de este
campamento, para servir de reserva a la América; y vuestra excelencia sabe, que
militarmente el mando de toda reserva se le confiere el día de la batalla, al
más digno y al más valiente.
Y Bolívar, más grande que en Carabobo, que, en Boyacá y Junín, obedeció
y se fue. Lo demás lo sabe todo mundo’’.
El Libertador en el Oficio del 26 de noviembre de 1924, facultó al
General Antonio José de Sucre y Alcalá, para dirigir las operaciones de la
Campaña del Perú. Esta comunicación la entregó en esa fecha el propio Edecán
del Libertador, Capitán Celedonio Medina.
Pág. 36
No. 17.-
ANECTODA PUBLICADA EN EL BISEMANRIO SUCRE No. 257, de fecha 20 de
ABRIL DE 1927.
De cómo un
nieto del General Flores vino a ser heredero del Gran Mariscal de Ayacucho.
El vencedor
de Ayacucho cuando conquistó un mundo para la libertad no había conquistado un
corazón para su amor: el héroe inmortal de la guerra del Sur de Colombia y del
Perú, contrajo matrimonio en Quito con Doña Mariana Carcelén y Larrea, marquesa
de Solanda. Tuvieron una hija llamada Teresa, que murió en Quito por el mes de
noviembre del año 1831, al año y medio después de haber muerto el Gran
mariscal.
Éste
antes de separarse de su casa para concurrir al Congreso de la Gran Colombia, y
noticioso de las acechanzas que le preparaban los envidiosos de Bogotá, hizo testamento
e instituyó su heredara universal a Teresita, su única hija.
Muerto
el Gran Mariscal pasaron sus bienes a ser propiedad de ésta, y muerta ella, pasaron
a ser propiedad de su señora madre la viuda del Gran Mariscal.
La
viuda se casó seis meses después del asesinato de su ilustre marido, con el
General y Doctor Isidoro Barriga, sustituyendo el glorioso nombre de Sucre, con
este otro prosaico, aunque distinguido en la alta sociedad de Quito y en la
vida política del País.
El General Barriga y la marquesa
tuvieron un hijo, Don Felipe, quién contrajo matrimonio con Doña Josefina
Flores Jijón, hija del General Juan José Flores, oriundo de Puerto Cabello, a
la sazón Presidente de la República.
Al morir la marquesa, la heredó su
hijo Don Felipe Barriga. Del matrimonio de Felipe con Josefina, nació un hijo
el cual más tarde vino a ser heredero del Gran Mariscal cuyos bienes no era
muchos, pero sí los más gloriosos que pueda haber tenido mortal alguno sobre la
faz de la tierra en el trascurso de los siglos: la espada de Ayacucho, rayo de
la guerra que dio libertad a un continente y Arco Iris de paz que se e34xtiende
sobre las altas cimas de los andes como un seguro testimonio de la
Independencia y la vida de diez naciones indoamericanas.
Firma N. E. S.
O.
Valera 1926.
Pág. 37
No. 18.-
LA NOTICIA DE LA VICTORIA DE AYACUCHO
Contada por Don Fernando
Poblete
El general
Antonio José de Sucre, desde que fue designado para conducir el ejército
patriota, había estado, permanentemente, en contacto, con el Libertador; esta
vez se apartó discretamente de sus oficiales que deliraban, y le escribió
escuetamente el parte de la victoria.
Al enterarse de
la noticia del triunfo, Bolívar, quien se hallaba en la Quinta de la Magdalena,
su residencia de descanso a pocas horas de Lima, no pudo contener la alegría.
Se despojó de su casaca y lanzándola al suelo, gritó eufórico:
“¡Nunca más vestiré un uniforme militar!". Entonces con voz emocionada ordenó que se
sirviera champaña a todos los presentes en la Quinta, incluyendo criados y
caleseros.
‘’Hasta la
apacible ‘’Magdalena’’ llegaba el eco lejano de los tañidos de las campanas de
las torres de Lima. Toda la ciudad capital del antiguo Virreinato del Perú, ésa
que Pizarro fundara el 18 de enero de 1535 con el nombre de "Ciudad de los
Reyes", era fiesta absoluta. El retrato del Libertador Bolívar era paseado
en procesión por toda la barroca ciudad, otrora poderoso bastión del dominio
español en América. El Congreso del Perú reunido en sesión extraordinaria le
concede al gran héroe de la jornada, general Antonio José de Sucre Alcalá, el
título de Mariscal de Ayacucho y Benemérito del Perú en Grado Eminente’’.
‘’Allí, en los
campos de Ayacucho sellose la independencia del Perú y de toda América, que
pendía de la derrota completa y absoluta del ejército español, en la misma
tierra del que fuera, junto con México, el más poderoso virreinato de América’’.
‘’En Ayacucho
derramaron su sangre, por igual, peruanos, venezolanos, colombianos,
ecuatorianos, bolivianos, chilenos, argentinos, mexicanos y aún españoles,
creyentes en la causa de nuestra común independencia. Gloria a todos ellos’’.
Pág. 38
No. 19.-
EL MARISCAL Y EL VIRREY.
“Ese mismo 9 de diciembre el Teniente
General de los Reales Ejércitos de su Majestad, José de Canterac “encargado del
mando superior por haber sido herido y
prisionero en la batalla de este día el Excelentísimo Señor Virrey don José de
la Serna, después de participar en una Junta de Generales, propone y ajusta con
el General de División de la República de Colombia y Comandante en Jefe del
Ejército Unido Libertador del Perú, Antonio José de Sucre, las condiciones de
una Capitulación, la cual no solamente es aceptada por el distinguido soldado
de Colombia sino que éste la robustece
con un gran corolario en la
cohesión dentro de su grandeza de alma y
espíritu. “Tan caballeresco a lo Bayardo el magnánimo regularizador de la
guerra a muerte “diría el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna.
Acudiría prestamente y aún caliente la sangre derramada en la escena de la
batalla, a defender la vida de cada uno de los vencidos y lideriza sus propios
sentimientos de hombre desprovisto de engreimientos y dado a su nobleza el
respeto incondicional del derrotado.
Es menester hacer alarde a este
respecto de un acontecimiento espectacular. El Virrey Laserna se encontraba en
situación apremiante y mal herido, entre otros muchos afectados, tanto
patriotas como realistas, dentro de la pequeña construcción que fungió de
hospital de emergencia.
Apunta el coronel Manuel Antonio López
en sus recuerdos históricos de la campaña del Perú por el Ejercito Unido
Libertador, que: Llegó a la puerta de la Iglesia el General Sucre, acompañado
de otros generales, Córdova entre ellos
Sucre preguntó por el Virrey, quien se puso
de pie al instante y saludándolo Sucre con afable respeto y expresándole la
´pena que le causaba verlo herido, le pidió permiso para trasladarlo a un
paraje menos incómodo que pudiera hallarse. Otro de los jefes dobló a punto el
brazo derecho y haciéndolo de la muñeca con la otra mano, dijo a los presentes:
“Llevémoslo en silla de mano.
Pág. 39
No. 20.-
ANECDOTAS DEL GENERAL EN JEFE JOSÉ FRANCISCO BERMÚDEZ FIGUERAS.
José
Francisco Bermúdez Figuera fue llamado “El Áyax” por su fuerza y valor a toda
prueba. Cuando a Cumaná llegó la noticia de la firma en Caracas del Acta revolucionaria
del 19 de abril de 1810, éste gigante de la historia de Cumaná, montado en
brioso caballo, se lanzó a las calles arrastrando a las multitudes al grito de “Independencia
ya”, y el pueblo lo siguió lleno de entusiasmo hasta el palacio del Ayuntamiento,
frente la plaza de la Catedral en construcción. Allí arengó al pueblo y el
pueblo permaneció en vela hasta que el Ayuntamiento se reunió a las 9 de la
mañana del 27 de abril de 1810, y declaró a Cumaná, libre y soberana. Después,
este nuevo héroe para la pluma de Virgilio, hizo de su vida de soldado, otro
Ayax épico, indetenible en la defensa de su pueblo, y su espada vengadora, no
descansó hasta lograr la plena libertad de su Cumaná amada.
Pág. 39
No. 21.-
BERMÚDEZ EN PUERTO DE LA MADERA.
Puerto
de la Madera a dos leguas de Cumaná, fue escenario de acciones temerarias del
émulo de aquel Ayax de la Eneida. En octubre de 1816, cuando los patriotas bajo
el mando del General en Jefe Santiago Mariño, intentaban liberar a Cumaná, los
oficiales decidieron darse un baño en las lagunas de Puerto de La Madera. Estas
lagunas que aún existen, formaban un sabroso remanso entre el bosque de guamas,
latales y árboles frutales en las orillas del río Manzanares. Por supuesto que
se bañaban desnudos.
Los
españoles que amanecieron de buen humor resolvieron divertirse con los
patriotas distraídos en el río, y los atacaron precisamente por el flaco donde
se encontraba Bermúdez. Atacan con furor matando algunos oficiales que estaban
cerca de la orilla del río; y siembran gran confusión en la tropa que se
dispersa en el bosque.
Bermúdez
que escucha los tiros, sale del rio toma su formidable y gigantesca espada y
salta sobre su caballo, que había dejado muy cerca; y al grito de ¡AQUÍ ESTA EL
GENERAL BERMUDEZ, CARAJO…! Arremete contra los atacantes, que, al solo oír el
nombre de Bermúdez, echan a correr y se dispersan por el bosque, donde son
tiroteados por las fuerzas patriotas, cobrando muchos heridos y pertrechos de
guerra.
Y
agrega el cronista: “En aquella guisa, caballo y él desnudos, pocas veces se da
tan perfecta la impresión del centauro…”
Pág. 40
No. 22.-
BERMÚDEZ LIBERTADOR
DEL LIBERTADOR.
En
1817, el General en Jefe Santiago Mariño, con un ejército poderoso, unido a
Bermúdez y con Sucre como Jefe del Estado Mayor, se acerca a Cumana. Bolívar esta en Barcelona desde el 1º de
enero, asediado por los españoles bajo
el mando del competente coronel español Juan Aldama, que no se andaba con chiquitas,
y ya saboreaba la vitoria por la posible derrota de Bolívar, al que duplicaba
en fuerzas. Entonces el Libertador, que siempre guardaba una baraja en la
manga, creyendo en el patriotismo de los jefes orientales, acude a Mariño, le
escribe, y para atraerlo le ofrece dos cosas que necesitaba el gran jefe
margariteño para completar su campaña libertadora: Mando y Municiones.
Sin embargo, Bolívar, sin esperar
respuesta a sus peticiones, enfrenta al detal a las fuerzas españoles, va con
todo lo que tiene contra el Brigadier Real, que está a cargo de las defensas de
la ciudad, lo ataca por varios frentes sin darle cuartel y lo mantiene a la
defensiva, mediante el sistema de ataques de desgaste bien dosificados, suficiente,
en la espera providente de Mariño, para batir a los españoles en una batalla
decisiva.
Doy por sabidas las desavenencias
entre Bolívar y Bermúdez, hasta el punto de la confrontación en Güiria, y lo difícil que imaginamos fue para Mariño
convencer al Bermúdez que nos pintan los cronistas de la guerra, para que lo
acompañara a salvar al Libertador, no se cuales fueron los argumentos que
utilizo, sin embargo conociendo a Mariño y a Bermúdez, y el alto grado de
responsabilidad que caracteriza su carrera, podemos intuir lo que ocurrió al
recibir el SOS del Libertador, pero no lo vamos a decir en esta anécdota.
Lo que si vamos a decir es lo que
les ocurrió a los españoles cuando supieron la cercanía de las fuerzas de
Mariño a Guanta, simplemente abandonaron la plaza. El coronel Juan Aldama, en vista de la
endeble oposición de las fuerzas del comandante Real en Guanta, donde fue
materialmente arrollado el ejército español, ordenó abandonar la plaza, de
Barcelona, liberando al Libertador del cerco mortal que habia impuesto, con el
agravante de que al Libertador ya no le quedaban recursos para la defensa de su
ejército. Las condiciones en que se encontraba el ejército libertador, cuando
entraron las fuerzas de Mariño, no daban para soportar ni una hora más… y solo
les quedaba la rendición honorable y una muerte segura.
Entonces Bolívar, libre del cerco y dueño
otra vez de la ciudad, sale con todos sus oficiales a recibir a los jefes
orientales, entre los cuales se distingue Bermúdez, por el porte imponente de
aquel guerrero y la majestad que emanaba de su personalidad. Bolívar,
conjuntamente con sus oficiales, los reciben y saludan cortésmente a los
guerreros que arriesgaron sus vidas para salvarlos, que corrieron sin descanso
tantas leguas que los separaban del teatro de las operaciones, pero cuando le
toca abrazar a Bermúdez, y sintió los poderosos brazos de aquel gigante sobre
su cuerpo, soltó las palabras que inmortalizaron y santificaron para siempre
aquel momento: “Sois el Libertador del Libertador”.
Bermúdez recibió aquellas palabras
en silencio, como un bautismo, una renovación. Guardó silencio, pero en su
corazón ardió y una nueva luz, se abrió a sus ojos de patriota y mártir de un
nuevo destino.
Desde
ese momento cambió por completo la conducta de Bermúdez hacia el hijo
providente de la Patria; pasa a la historia orgulloso de su nuevo destino como
“Libertador del Libertador”, y se dispuso a seguir las huellas del profeta de la
libertad, aunque en ello le fuese la vida.
Pág. 41
No. 23.-
BERNARDO Y JOSÉ FRANCISCO BERMÚDEZ FIGUERA.
La
venganza de José Francisco por la muerte de su hermano Bernardo en 1813, no ha
sido bien contada, pero se sabe que fue terrible porque José Francisco se
convirtió en una fiera insaciable de sangre. El respondió con guerra a muerte,
antes de que el Libertador la decretara.
En
una carta a sus sobrinos, escribe don Andrés Level de Goda, algunos extremos
interesantes que ustedes, mis lectores, podrán meditar y sacar conclusiones.
Dice
también don Andrés, que le contó el crimen al Rey Fernando VII. Veamos:
“Sabido
que fue por Zerveriz en Yaguaraparo, nuestra retirada, evacuó el punto haciendo
ejecutar a vuestro tío Bernardo, pero de un modo tan bárbaro que me abstengo de
referíroslo, porque se me estremece la memoria y no puedo hacerlo. Con mucha
dificultad y obligado lo referí a Fernando VII, en 1814, y se estremeció.
Bernardo fue apresado con dos negros, una hembra propia suya, que vendió
Zerveriz en la isla de Barbados, y un varón de vuestro tío José Francisco
Pueblo, General, que se adjudicó el mismo Zerveriz, para criado de mano y llevó
a Madrid.
El
negro allí se presentó al Rey, contándole con su mala explicación y peor
idioma, no ser esclavo de Zerveriz sino mío, porque a su amo lo habían matado,
y su otro amo estaba muy lejos. Con este motivo fui llamado a la presencia del
Rey, quien me exigió completa explicación y se la di de todo el acontecimiento
y de la verdadera propiedad del negro. El Rey le mandó dar la libertad.
El terrible Ayax jura la guerra a
muerte en venganza de su hermano y comienza a cumplirla implacablemente. En su
entrada a Cumaná con Mariño ese año de 1813, su espada vengadora también se
tiñó de sangre con los prisioneros.
Pág. 42
No. 24.-
ANÉCDOTAS DEL COMANDANTE MATUTE.
CONTADAS POR J. A. COVA.
Formidable
historiador Cumanés cuenta las aventuras y desventuras del Capitán Domingo
López Matute, más conocido como “Matute”. Dice José Antonio Cova: “En la ciudad
de Cochabamba encontrábase acuartelado el escuadrón de caballería llanera
“Granaderos de la Guardia”, que formaba parte de la División del General José
María Córdoba, que al mando del capitán Felipe Braun, se había ceñido los
laureles de Ayacucho.
Los
Granaderos de La Guardia tenían por capitán graduado al guariqueño Domingo
López Matute, uno de aquellos heroicos centauros de las pampas venezolanas que
con Leonardo Infante habían humillado al “mayor” Santander en los desfiladeros
de Pantano de Vargas, e igualmente habían llenado de asombro a Canterac con
José Laurencio Silva a la cabeza, en las épicas cargas de Junín.
Matute
y sus legionarios, tan venezolanos y tan llaneros como él, caracterizaban
admirablemente a ese tipo mestizo americano, con tanto híbrido, que el argentino
Carlos Octavio Bunge ha situado en una esfera que se ensancha entre dos polos
opuestos: el fatalismo y la venganza. Ebrios de triunfo sus primitivos
instintos habíanse despertado en medio de la trágica barbarie de la “guerra a
muerte”: por única ley tenían la lanza y por razón, la fuerza.
Concluida la guerra, sin teatro ya
para vivir nuevas hazañas, Matute y sus llaneros acogotados por la vida
sedentaria del cuartel, sentían en lo íntimo de sus conciencias rudimentarias,
la añoranza de la lucha, que para ellos era una constante obsesión.
En el mismo escuadrón de Matute,
militaba el teniente graduado Francisco Segovia, joven alto, blanco y bien
parecido”. El Mariscal Sucre, enemigo de la chabacanería, pasando sobre la
antigüedad y los servicios de Matute, ascendió a Segovia a capitán efectivo de
los “Granaderos”, humillación que el levantisco guariqueño no se resignó a
sufrir, pues si los ojos azules, decía él, constituían un concepto del Gran Mariscal,
suficientes credenciales para los ascensos, él se iría con sus hombres en
demanda de la justicia del Libertador.
Matute en la primera oportunidad
sublevó su escuadrón, y sin plan fijo determinado, y sin contar con ningún
arraigo en el elemento popular se puso en camino, con su gente, en busca del
Libertador. Pareciole que el camino más corto para llegar a Colombia, era el de
la Confederación Argentina y a fines de noviembre de 1826 se internó en los
confines de la provincia rioplatense de Salta.
Tan turbulentos parecían a Sucre los
legionarios de Matute, que destacó en su persecución, por distintas rutas a los
generales Córdova y Galindo y a los coroneles Braun y O´Connor y también a José
Escolástico Andrade. Matute y sus llaneros pusieron en jaque a sus
perseguidores, quienes llevaban consigna del mismo Sucre de fusilar a cuantos
fuesen cayendo en sus manos, con excepción de Matute, quien debía ser conducido
a Chuquisaca
El
Mismo O´Connor, narrador de las aventuras de Matute estuvo a punto de caer en
las redes que le había tendido el leyendario llanero.
Ya
en Salta, Matute púsose a las órdenes del General Arenales; pero bien pronto
Matute se comprometió contra él, siendo Matute y sus legionarios los que
destrozaron a su llamado “Ejército de Oriente”, del que solo quedaron como
supervivientes un soldado sano y otro mal herido.
Arenales,
fue derrotado con aquella gente de Matute, y desterrado luego a Bolivia donde
murió. En recompensa por sus servicios Matute recibió toda la hacienda del caudillo
vencido la que le fue adjudicada por la Junta de Gobierno de Salta. El llanero
guariqueño, por obra y gracia de su lanza se habia convertido, en prócer de la
Provincia.
Otro
general argentino, Gregorio de La Madrid, amenazado en Tucumán por las hordas
de Facundo Quiroga, solicitó los auxilios de los llaneros venezolanos. Matute y
sus centauros acudieron inmediatamente. El choque era de caballería. La Madrid
tomó el mando del ala izquierda dejando a Matute maniobrar a la derecha. Los
gauchos de Facundo rechazaron a La Madriz, en tanto que los granaderos de
Matute pusieron en fuga a la gauchada del salteador de la llanura. En su
derrota los gauchos gritaban que ellos eran “La verdadera Patria y los otros lo
Godos” cosa bastó para que Matute reorganizara su gente y se revolviera
inmediatamente contra las fuerzas La Madrid que fueron definitivamente aniquilados.
Tanta
admiración y confianza despertaron en los caudillos argentinos el valor y la
pujanza de aquellos inmortales granaderos venezolanos, que cierto día el
General La Madriz decía de sobremesa en Chuquisaca, al Gran Mariscal de
Ayacucho: “! ¡Ah!... Mi General, si me diera Ud., unos doscientos hombres como
esos que llevó Matute a Salta, yo le daría cuenta de toda la Confederación
Argentina…
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No. 25.-
ANÉCDOTA DEL
GENERAL PEDRO DUCHARNE, CONTADA POR RAMÓN DAVID LEON Y ESCRITA POR MI.
El
General José Eusebio Acosta derrotó al General Pedro Ducharne, caudillo
conservador, cerca de Guiria. Cuentan que después de la derrota, pasó tres días
deambulado herido por las serranías, y ya cansado llegó al campamento de las
fuerzas enemigas que lo habían derrotado, entonces se metió en la carpa del
propio General José Eusebio Acosta, como ustedes imaginaran fue un momento
difícil, sin embargo, conversaron, y Ducharne le dio algunas explicaciones
comprensibles entre caballeros, y le pidió asilo por una noche. Acosta, después
de saludarlo, cortésmente y atenderlo como acostumbraba, y aceptar la petición
de su enemigo, le dijo:
“Duerma
Ud. general, hasta las 6 de la mañana… Después de una hora voy por usted”.
Cuenta
Ramón David, que Pedro Ducherne, perseguido por Acosta muy de cerca, quedó
acorralado en Yaguaraparo, y allí esperaba su fin, sin embargo, se jugó la
última “parada”, se entablilló el brazo derecho, con su pistola lista para
disparar, y contrató pasaje al capitán de una flechera que salía hacia
Trinidad.
El
capitán y dos marineros, gente de Acosta, se dieron cuenta de quien se trataba
y se prepararon para apresarlo. Ducharne, se habia preparado también para esa
eventualidad, aparentemente dormía plácidamente sobre las gúmenas de la flechera,
precisamente por eso había escondido la pistola entre el yeso, previendo una
celada; cuando el capitán y los dos marineros se le acercaron sin tomar ninguna
precaución, creyéndolo inválido, Ducharne no les dio tiempo ni de hablar, y
disparó a quemarropa, dándole muerte a los dos marineros, y, de paso, obligó al
Capitán a llevarlo hasta Trinidad.
Ramón
David León, que me contó esa anécdota, decía, que Pedro era una fiera.
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No. 25.-
ANÉCDOTA
CONTADA POR DON ALEJANDRO VILLANUEVA
Cuenta
este personaje de la picaresca cumanesa un pasaje de la vida de una memorable
lavandera de su infancia; relato publicado en el periódico de don Federico Madriz
Otero, “La Constitución” No. 28 de fecha 23 de julio de 1908. Veamos:
“Allá
por los años mil ochocientos setenta y tantos, cincuenta y dos años de la
Independencia y ninguno de la Federación, porque aún se escuchaban las dianas
de los campamentos y el silbar de las balas de los combates de aquella magna y
sangrienta lucha, vivía e la arruinada calle de El Baño, hoy de Mariño, una
mujer a quién sus amistades llamaban Águeda la Gamboa, pero cuyo nombre de pila
y agua era Águeda Benítez.
Abro
un paréntesis. Mi madre me refería que la calle del Baño fue antes del aciago
terremoto del 15 de julio de 1853, el “rendes- bous” de la juventud de buen
tono de aquella época y de los hombres más notables en la política, las
ciencias y las leras. Digo esto para lamentar ahora como han cambiado los
tiempos: el terremoto primero y después el abandono y la indiferencia de todos,
han consumado la ruina de esta calle, por no decir de esta ciudad.
Cierro
el paréntesis, y va de cuento.
Conocí a Águeda: tenía yo de seis a
ocho años de edad y ella la friolera de sesenta y pico. Era una mulata alta y robusta,
de musculatura pronunciada y firme; tenía cara de pocos amigos, pero en el
fondo era afable y de buen corazón; su voz era un poco gangosa pero fuerte y
tonante; vestía regularmente de enaguas de cintura, unas veces glaucas y otra
polícromas, cuyas enaguas dejaban ver el escote de su túnica siempre intocada e
impoluta y bordad o entretejida a la moda de entonces. Su rosario engarzado y
su vistoso pañuelo de Madrás en la cabeza a manera de turbante no le faltaban
nunca.
Águeda era
lavandera, pero no de “tusa y pepitonas” como las de ahora, sino lavandera que
empuñaba el jabón y comprometía los puños para hacer buenas obras. Tenía dos
hijas; una llamada Adona y otra Petra, que aún vive. Esta gente eras toda muy
buena, y gozaba de general estimación entre sus amistades. Mi madre las
distinguía mucho, porque como ella era pobre, gozaba de simpatías en las filas
de los abatidos por la desgracia. No hay cosa que una más estrechamente los
corazones que la identidad en la pobreza y el infortunio.
Águeda visitaba diariamente a mi madre,
entre la una y las dos de la tarde cuando se dirigía al Manzanares. la veíamos
todos al entrar a nuestra modesta habitación a echar antes un párrafo. S esa
hora, mi madre ya acostumbrada a recibir tal visita, la esperaba sentada en un
ture muy cómodo que había en casa. Águeda llegaba, efectivamente, con la ropa
en una batea que cargaba en la cabeza. Luego
con un movimiento característico, colocaba la batea a su lado. Se arrellanaba a
la bartola en el suelo y comenzaba a dar rienda suelta a su acervo de noticias.
--¡Águeda!...
¿Cómo que traes muchas cosas nuevas? - Prorrumpía casi siempre mi madre.
--Pues,
has de saber, Rosa… Que es cierta la derrota del General Acosta en Río Caribe;
y el triunfo de Pedrito Vallenilla, y la muerte de Narvarte. Por eso… ¿Tú no oías esta mañana a la niña Carmelita
como echaba sapos y culebras contra las guaricongas del vecindario, y decía que
era necesario darles látigo? ¿Tú no
escuchabas a la niña Rosarito…? Y cuando Águeda consideraba que lo que iba a
decir podía considerarse algún perjuicio a ella o a su familia, suspendía su
narración y terminaba con esta frase que se hizo proverbial entre sus
amistades: “Cállate, boca, que después pagan Adona y Petra” …
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No. 26.-
ANÉCDOTA DE ANDRÉS ELOY BLANCO
En 1945
celebró Cumaná los 150 años del natalicio de Antonio José de Sucre. La fiesta
se llamó EL SESQUICENTENARIO. La ciudad se engalanó y vinieron en romería sus
hijos buenos, los amados, los que le dieron días de regocijo con sus actos, sus
trabajos y su vida toda: Entre ellos, también vino Andrés Eloy Blanco, el poeta
palabra, la palabra poesía, aquel que fue todo ternura, que llenaba las páginas
más de amor que de letras.
El bar Sport, era el sitio preferido para la tertulia en la Cumaná de entonces, allí se
reunían los individuos más interesantes de la ciudad. Don Francisco Pérez
Morao, su propietario y principal animador, le dio con su propia personalidad
un carácter distinguido, y todos respondían a esa situación de manera elegante.
A la entrada del bar había una tablilla que rezaba: “Si viene sin palto está
bien, pero si lo trae puesto es mejor”, otra decía: “Se reserva el derecho de
admisión”.
Para ese año de grandes acontecimientos, el bar Sport,
servía sus mesas en la Plaza
de la Retreta ,
que así se llamaba esta plaza que hoy se conoce con el nombre de La Gallera , y que por
supuesto, queda frente al Jardín Sport. Aquel día, desde muy temprano llegó
Andrés Eloy acompañado por Miguel Otero Silva, Humberto Guevara, Marco Tulio
Badaracco, mi padre, Mauricio Berrizbeitia, Jesús Ramón Villafañe, y Laureano
Frontado. Tomaron asiento y como siempre, Andrés Eloy, hablaba. Tenían un buen
rato de amena tertulia, cuando Jesús Ramón Villafañe vio venir al poeta
Sotillo. Era un hombre alto, atildado, vestía un liquilique blanco con un
sombrero de ala ancha, un hermoso Borsalino. Jesús Ramón se levantó y lo
saludo, luego acercándose a la mesa con el poeta lo presentó y dijo: -Andrés
Eloy, este es el poeta Sotillo, desde hace tiempo me dice que él quiere
versificar contigo, y quiero aprovechar esta oportunidad sin igual, ya que
además estás rodeado de poetas, para que le brindes esa oportunidad tan
deseada. Andrés Eloy se levantó y le dio ceremoniosamente la mano al poeta
Sotillo, y lo invitó a sentarse. Entre las personas que acompañaban al poeta
Sotillo estaba la bella pedagoga Francisca María Franceschi, y también le
hicieron un sitio al lado de Andrés Eloy. Era un mágico momento y se produjo un
largo y extraño silencio…
Andrés Eloy se puso un dedo en la mejilla y levantó los
ojos, de repente vio un cucarachero que revoloteaba entre las ramas, y dijo así:
-bueno poeta voy a darle el pie…
Pajarillo, pajarillo, qué te pasa
Por qué estás entristecido…
Se produjo otro largo silencio. Todos expectantes. El
poeta Sotillo estiró sus largas piernas, se acomodó el sombrero, luego se lo
quitó y un mechón de pelo rebelde se desparramó sobre su amplia frente, luego
sus ojos se iluminaron y dijo así:
Pajarillo, pajarillo, que te pasa
Por que estás entristecido,
Será porque está culeco,
Será porque no ha ponido…
Los contertulios celebraron eufóricamente la salida del
poeta Sotillo. Y luego de las risas, la bella Francisca María Franceschi, se
dirigió al poeta, envolviéndolo con una encantadora sonrisa, con estas palabras
–usted me ha piropeado y dice que soy bella, pues bien, hágame un poema. Andrés
Eloy, se sonrió, se la quedó mirando, la recorrió toda, quedó satisfecho,
murmuró unas palabras ininteligibles seguramente, y después en voz alta y
sonora, le dijo –verdaderamente eres bella de cuerpo y alma… Coja la pluma y
escriba:
Alma mía, tú que vuelas
Con cien alas de rosas
Intactas, sin el vicio
Del origen humano
Eres una mariposa
Que nació mariposa
Sin pasar por gusano.
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No. 27.-
ANDRÉS ELOY BLANCO Y MARÍA RIVERO DE BADARACCO, MI
MADRE
Mamá
disfrutaba de una memoria extraordinaria, y además recitaba con mucha gracia. Se
aprendía de memoria todos los poemas que le escribía papá y también la dio por
aprenderse los poemas de Andrés Eloy Blanco, desde que en 1924 papá publicó en
su bisemanario El Sucre, El Canto a España, poema con el cual, como todos
sabemos, el gran poeta cumanés ganó en España el premio internacional de poesía
castellana. En ese año se celebraron en
Cumana las fiestas del Centenario de la Batalla de Ayacucho, y por supuesto,
vino el poeta a Cumaná, y se le tributo un recibimiento multitudinario, Cumaná
llena de júbilo recibió a su amado poeta que tan alto puso el nombre de la
cultura nacional, pero esa es otra historia.
Papá y Mamá ya era novios. Entonces mamá le dijo a papá: “Yo me sé de
memoria todo el poema de Andrés Eloy Blanco”.
El Presidente
del Estado, General Juan Alberto Ramírez, invitó a una cena en su casa de
familia, a la cual asistieron las personalidades y las delegaciones presentes
en la ciudad, en esa época la casa quedaba donde está ahora el Restaurant El
Colmao; por supuesto que papá, que era el periodista de moda y su compañero
inseparable, el poeta Humberto Guevara, no podían faltar. Mamá se empeñó en ir,
aunque a papá no le gustaba mucho la idea. Después de la cena y de saborear los
esplendidos platos, salpicados con buenos vinos españoles y un plus café, buen
brandi Carlos I, papá tomó la palabra, y le dijo al poeta: “María dice que se
sabe de memoria tu poema Canto a España, y te lo quiere recitar”. Mamá
inmediatamente, dijo que eso no era verdad. “Yo no he dicho que lo voy a
recitar, son cosas de Marco Tulio”. Entonces tanto el poeta como el Presidente
del Estado, y la complicidad de los asistentes; le rogaron a mamá que recitara
el poema. Mama no tuvo más remedio que levantarse, tan bella como era, toda
vestida de blanco, como un ángel magnífico, y con su voz cálida y penetrante,
hizo reír y llorar al eximio poeta, que atinó decir finalmente, con su
inconfundible acento: “Yo no me la sé”. Fue un momento mágico.
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No.
28.-
CARLOS
DASCOLI, BETANCOURT, Y ANDRES ELOY.
Era Presidente del Estado Sucre don Ángel Fariñas
Salgado, en 1962, cuando nos visitó don Rómulo Betancourt, siendo aún
Presidente de la Republica. En el Hotel Cumanagoto se le rindieron los honores
correspondientes y como solía suceder y era costumbre, se brindó de todo en una
esplendorosa fiesta. Estábamos sentados en una mesa, muy alegre por cierto, un
grupo de cumaneses jóvenes y dicharacheros, entre los cuales estaban: el Ing.
Francisco Gómez Sánchez y su esposa, Reinaldo Marín Quijada, Luis Ramón Rosque,
las hermanas Bruzual: Remira, de la cual se enamoró don Rómulo, y la Nena Bruzual; mi esposa Diana y este
servidor, testigo presencial del evento; y, seguramente las carcajadas de las
muchachas llamaron la atención de Don Rómulo, el cual nos invitó a pasar a la
suite presidencial para departir un rato con nosotros, y escuchar opiniones. Por
cierto, no permitió a nadie más en la suite.
La verdad, el rato fue tan agradable que el mismo Rómulo se molestaba
cuando algún impertinente proponía la retirada, o mencionaba la hora; y más
bien solicitó a uno de los miembros de su comitiva que salieran a buscar
comida, para eso tenía a Carrasquelito, el cual complacía todas sus demandas,
porque él no quería perderse este momento de relax, en su agotador programa. De
todas las cosas que contó don Rómulo, recuerdo la anécdota del Dr. Carlos Dáscoli
y Andrés Eloy. Nos contó que, al llegar a la presidencia de la República, tenía
varios cumaneses, brillantes economistas, entre los cuales estaban José Antonio
Mayobre y el Dr. Carlos Dáscoli, éste tenía el defecto de que, cuando tomaba la
palabra, habia que tener mucha paciencia, y escucharlo durante varias horas.
Don Rómulo envió a don Carlos, a darse una vuelta por el mundo para ver los
sistemas económicos adecuados; es decir, estudiar los de países más
adelantados; y, en eso Carlos estuvo 60
días; cuando regresó, entró en una
reunión en la cual estaba el maestro Gallegos, y Andrés Eloy Blanco, el eximio
poeta, además de otras importantes personalidades del momento, y, don Carlos Dáscoli, recién llegado de
Francia, después de visitar hasta la China y Rusia, y los países más
importantes de Europa, donde fue muy bien recibido y atendido. Bueno…Don Carlos
tomó la palabra a eso de las siete de la noche, y ya estaba tocando las
campanas cerca de las 12 de la noche, y no paraba de contar, con los más
mínimos detalles, todo cuanto habia aprovechado y sabía de aquel estupendo
viaje; por fin, cerca de la una de la madrugada, llegó a la Guaira. Estaba
sentado a su lado, al borde de la desesperación, el poeta Andrés Eloy Blanco, y
ya creía que Don Carlos habia terminado, cuando de repente, don Carlos,
viéndole los ojos encendidos al poeta, dijo: ¡A se me olvidaba…! Entonces el
poeta Andrés Eloy, sacó un revólver y se lo puso en la frente a Don Carlos, y
le dijo: con un alarido siniestro… ¡Si te devuelves te mato…!
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No. 29.-
DEL POETA RAMÓN SUÁREZ.
Humberto
Guevara, el tercero en la jerarquía poética cumanesa y tal vez de Venezuela, en
el decir del estudioso poeta, crítico y escritor, Ramón Ordaz, fue un hombre
anecdótico, y todo mundo cuenta sus lances, sus ironías y pitorreos. Sin
embargo, son pocos los que recuerdan a Ramón Suárez. Un negrito al estilo de
Santos Barrios, de aguda inteligencia, un poco mordaz, pero a la usanza de
aquellos días, de finos modales y total adecuación al medio cultural de su
época.
Hace pocos días lo recordaba el poeta y abogado Rafael
José Gómez, en las crónicas que entrega al semanario Clarín, sustituto del
Semanario, premio nacional de periodismo, por el esfuerzo creador de Carmelo
Ríos, el cual revive todo el encanto de aquel en este nuevo modelo.
Contaba mi padre que, en la segunda década del siglo XX,
vino a Cumaná invitado por la Sociedad Patriótica Ayacucho, el poeta Otto de
Sola, que tenía porte alemán, era un catire de elevada estatura, cabellera
leonina, con un vozarrón que hacía temblar al público, y por supuesto no
necesitaba micrófono. El poeta inspirado le entregó a nuestra sociedad un
recital de antología en el Teatro González, todo mundo concurrió y lo aplaudió
a rabiar, leyó sus textos de “La Civilización ”, con acentuada voz, muchas veces
encendida y apasionada, y otra murmurante, como cascada de agua tibia. Fue un
éxito que se inscribió en los fastos de la historia.
Luego del recital el poeta fue asediado por los
periodistas, los principales entrevistadores de esa época eran Humberto Guevara
y Marco Tulio Badaracco Bermúdez, mi padre, que por supuesto me contó esta
anécdota. Además de los fablistanes se acercaron los intelectuales: Ramón David
León, Los Aristeguieta, Los Berrizbeitia, los hermanos Ramos Sucre, que estaban
en Cumaná, Dionisio López Orihuela, el Dr. Badaracco, el Dr. Ponce Córdova,
Joaquín, Agustín y Eliso Silva Díaz, y pare usted de contar.
Todo era cordialidad y risa, entonces De Sola, preguntó
por el poeta Ramón Suárez, y agregó, -siempre leo sus poemas, me agradan porque
tienen algo de mi estilo-. –Quisiera conocerlo, saludarlo y expresarle mis
sentimientos- Se produjo un silencio cómplice y alguien dijo –espere poeta, que
se lo voy a buscar- Al cabo de un rato, apareció Ramón Suárez, le abrieron paso
entre la concurrencia; y allí estaba, menudito, sonriente, sus ojos brillaban
de picardía, expresó con tímida voz –yo soy Ramón Suárez-. El poeta De Sola
tronó- ¡Usted es Ramón Suárez! –Sí, yo soy-, y regocijado, agregó- ¿Usted creyó
que iba a ver un catirote, no es verdad?
Todos celebraron aquel encuentro. De Sola abrazó a Ramón
Suárez, y luego recitó dos de sus bellos sonetos.
Entonces, Humberto Guevara, en tono jocoso dijo: Los
sonetos de Ramón Suárez, la copia de Lope de Vega. Ramón Suárez no se quedó atrás y le ripostó,
-y sí tú sigues con tus pitorreos, vas a escribir detrás de las rejas… Ellos
continuaron entre dimes y diretes y Humberto terminó la fiesta con estas
décimas, pesadas, pero entre poetas toda pasa.
Con tu peinado a lo eterno
Y tu color azabache
Te pareces a un remache
De las pailas del infierno
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No.
30.-
DEL
DR. DOMINGO BADARACCO BERMÚDEZ.
Mi tío Domingo,
contaba que a principios del siglo pasado había un cartero al que llamaban cariñosamente
Corderito, el cual estaba muy familiarizado con las recetas de nuestros
médicos, tenía gran habilidad y muy buena memoria para recordar las recetas de
los galenos, que en aquella época eran bastante complicadas, además de conocer
todas las hierbas, brebajes y sus propiedades, tal vez herencia de sus
antepasados piachas. Pues bien, el Dr. Badaracco, que acostumbraba visitar a
los enfermos todos los días, sobre todo en las emergencias de las pestes
endémicas, salía muy temprano en su quitrín, que era un coche de un solo
caballo, llegaba a las casas de sus pacientes, saludaba desde la puerta como se
acostumbraba en aquellos tiempos, en que las puertas se abrían hacia afuera y
no se cerraban casi nunca. El gritaba: ¡Buenos días! Pasaba a la sala, y antes de tratar al
enfermo preguntaba invariablemente: “¿Ya pasó por aquí Corderito?”, casi
siempre le respondían que si. Luego
preguntaba: ¿Vio al enfermo? ¡Si! ¿Y que
recetó? Los familiares del enfermo lo
enteraban de todos los pormenores de la enfermedad y del tratamiento de
Corderito; y el Dr. Badaracco, reconociendo las bondades de lo ordenado,
aconsejaba... ¡Muy bien, continúen ese tratamiento! ¡Pero… además! ...les voy a
dar estas recomendaciones y esta otra receta complementaria, para reforzar el
tratamiento. Jamás rechazaba, ni dudaba de
las sabias indicaciones del bondadoso empírico.
Pág. 51
No.
31.-
OTRA DEL DR.
DOMINGO BADARACCO Y EL MAESTRO SILVERITO
En 1924 se
publicó en el bisemanario “SUCRE” “El Canto a España” de Andrés Eloy Blanco,
que como se sabe fue la poesía ganadora en el concurso internacional
patrocinado por la Real
Academia de la lengua española. En esos tiempos casi todos
los poetas cumaneses eran “Modernistas” seducidos por la escuela rubendariana,
y por supuesto su mentor principal era el Maestro Silverio González Varela. Contaba
Papá, que, al día siguiente de la publicación, entró a la casa de los
Badaracco, el maestro Silverito, como lo llamaban cariñosamente, con el
periódico bajo el brazo, dando muestras de estar muy disgustado, a tomar el
cafecito preparado por Teodora, la hermana del Dr., Badaracco; y preguntó: ¡Dónde
está Domingo!”, ella le respondió: ¡Donde va a estar, Silverio... en su cuarto!
Silverito entró a la habitación. Domingo estaba viendo a un paciente. Silverito
lo saludó con la cortesía habitual, y poniendo el periódico sobre la mesa,
abierto en la página donde estaba publicado el poema, de Andrés Eloy, tapando
los elementos quirúrgicos del galeno, espetó: ¡Domingo, si eso es poesía, yo no
aprendí nada con mis maestros!”. Domingo calmadamente retiró el periódico, y le
replicó: “¡Silverio...! ¡Claro que eso es poesía...! Ya la leí, es poesía, y
premiada por los maestros en España. Nosotros creemos que solo es poesía lo que
nos dicta el Modernismo, pero esa es la Vanguardia , que está de moda. Acostúmbrate, que
la verás muy frecuentemente de ahora en adelante”. Silverio muy disgustado, le replicó: “Si tu
lo dices, y eres el que enseña a escribir, no se como vas a hacer”. Domingo,
pausadamente, respondió: “Ya encontraré la forma de explicarlo. Así como
pasamos del Clasicismo al Parnasianismo, pasaremos del Modernismo al
Vanguardismo. No te atormentes por eso”. Pero el maestro quedó inconforme y se
fue disgustado.
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52
No.
32.-
DEL MAESTRO SILVERIO GONZALEZ VARELA
Entre
los alumnos tremendos del maestro Silverito estaba Antonio José Silva,
personaje de la política muy conocido de principios del siglo pasado que luego
fue Presidente del Estado Sucre.
Un buen día el maestro iba para su casa frente
a la plaza Ribero, pasaba frente a la casa de Don Andrés Bruzual, y Antonio
José estaba recostado en la pared fumándose un largo guácharo de la tabaquería
Ayacucho, aparentemente descuidado; con un pie sobre el pretil, una mano en la
cadera y sus lentes oscuros caídos sobre la nariz, mirando por el rabito de los
ojos, cuando vio venir al maestro Silverito, impecablemente vestido de levita,
pumpá y bastón con empuñadura de plata. Al acercarse el maestro, Antonio José,
con una sonrisa que lo delataba, le cedió el paso con esmeradas muestras de
cortesía… ¡Pase Ud. maestro!... Silverito se revolvió como picado de culebra y
le propinó un bastonazo que lo echó a la calle; y reprendiéndolo le dijo:
¿Usted cree que soy tonto, un anciano, para que me ceda el paso con tanto
aspaviento? Aun le puedo enseñar cortesía… Necio… Antonio José desde el suelo,
donde había caído, atinó decir… Pero…maestro…Usted nos enseñó que siempre les
cediéramos el paso a los mayores... No hubo caso, el maestro siguió su camino
sin tomar en consideración sus alegatos. Varios días después se presentó la
misma situación; y cuando el maestro pasó por delante de él, Antonio José se
quedó como si nada, fumando su cigarro emboquillado, con su pie sobre la pared,
y lo que es peor le echó humo en la cara al Maestro. Antonio José no se lo
esperaba, pero el maestro le arreó otro bastonazo y espetó… “Sepa jovencito,
que estas cosas las comentaré con su padre, que es un hombre de bien” … Me
parece que Ud., no aprende nada, o no asistió a mis clases de Educación Cívica…
Acaso no le enseñé, entro otras cosas, a cederles el paso a sus mayores…
¡Estúpido!... Antonio José, desde el suelo donde cayó otra vez, no atinaba
decir J ni salir de su sombro…
Balbuceaba… “Usted dijo hace pocos días… ¡Cállese, ignorante, igualado, que le
puedo dar otro bastonazo!… Aprenda educación… Usted va a ser un vago…
presuntuoso…Pasaron otros días más y se presentó nuevamente
la misma situación… Antonio José tenía que hacer algo y rápido… Se separó de la
acera, tiró el cigarro, y en cuanto el maestro estuvo cerca… le gritó: Maestro…agáchese que lo voy a brincar…
Nota. - El maestro
Silverio González Varela, responsable de nuestra generación de oro, fue rector
del Colegio Nacional de Cumaná desde 1886 hasta su muerte en 1938.
Antonio José fue un personaje de la política,
estuvo encargado de la Presidencia del Estado Sucre.
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No.
33.-
OTRA
DEL MAESTRO SILVERIO CONTADA POR DIEGO CÓRDOBA
En un
cumpleaños de don Silverito ocurriósele a mi tía Ángela, que fue mujer generosísima
y buena repostera doméstica, enviarle de regalo y en mi nombre un “papo de la
Reina” delicioso y suculento pastel almibarado y muy cumanés, hecho por sus
manos. Al día siguiente de aquel regalo, como yo me equivocase al conjugar un
verbo en la clase de latín, mi maestro, irritadísimo me increpó con más o menos
estas frases: “No creas, imbécil, que por que ayer me enviaste un presente voy
a aceptar tus estupideces. Estudia o te repruebo. A mí no se me compra con
“papos de Reina” … Un poco más tarde. Don Silverito, ya reposado y paseándose,
chaparro en mano por el patio del colegio como era su costumbre, bromeó
cariñosamente conmigo: “el regalo estaba muy sabroso”, pero confieso que
aquella ofensa en presencia de mis compañeros de banca no he podido olvidarla,
tal vez porque heridas como esas, recibidas en la mocedad sensitiva, no
cicatrizan por completo.
Pago.
54
No.
34.-
OTRA
DEL MAESTRO
CONTADA
TAMBIÉN POR DIEGO CORDOVA
El otro episodio que reconstruyo porque tampoco he
podido olvidarlo, desarrollase en uno de los tibios y dorados atardeceres de mi
ciudad natal, cerca del colegio de don José Silverio Córdoba. Yo tendría 17
años y regresaba a mi casa, muy orondo, en la mano un ejemplar de “El
Oriflama”, periodiquillo que había fundado y dirigía con mi entrañable
coterráneo y amigo el poeta Agustín Silva Díaz y donde acababan de aparecer
unos versos míos. Encontrábame ofendido
por las calabazas que me había dado mi primera novia, una bella quinceañera,
hoy dama fundadora de honorable hogar, y en dichos versos, vehementes, lúbricos
y, desde luego, vulgares, entre otros denuestos románticos contra ella la
comparaba nada menos que con Mesalina. De pronto escuché a mis espaldas una voz
grave que me llamaba por mi nombre. Era
la voz rectora de Don José Silverio Córdoba. Entra hijo conmigo a mi casa
–Díjome paternalmente- quiero hablarte.
Ya sentado frete al él, el maestro me aconsejó:
He leído tus versos. No sé a qué señorita los dedicas,
pero lo cierto es que en ellos la ofendes en su honor.
Me sentí sorprendido, mientras don José Silverio
alargaba su reproche.
Desde joven el hombre debe aprender a respetar a la
sociedad en que vive y sobre todo a las damas.
En nuestra Cumaná, pueblo pequeño, donde todos nos
conocemos, esos versos tuyos son escandalosos, indignos de un joven como tú. Si
eres poeta por ese camino que tomas puedes llegar a ser mal ciudadano.
Quedé en silencio, sudorosamente avergonzado. El fino
maestro lo advirtió en seguida y, dorándome su sermón, terminó: Cuando tú leas
la vida de Sucre te enterarás de que no fue afortunado en su matrimonio. Casose
con una linda marquesa y ésta le fue desleal. Sin embargo, con todo y haber sido
el Gran Mariscal de Ayacucho, Sucre nunca expresó una queja pública contra la
esposa, porque antes que todo el hombre de bien debe ser caballero- Inolvidable
lección.
Pág.
55
No.
35.-
DE MANUEL BADARACCO ROJAS -TITO LICO.
Mi tío abuelo
Manuel Badaracco Rojas, más conocido como Tito Lico, era un ser amado por el
pueblo de casi todo el Estado Sucre, donde repartía su bondad y sus anécdotas.
Contaba Papá
que por las tardes se reunían en la puerta de la casa de mi familia en San
Francisco, muchos jóvenes admiradores del tío, para escuchar sus historias: Una
de esas veces contó Tito Lico, una de sus aventuras de cacería, dijo así:
“Un día me fui
para la otra costa a cazar venados, por los cerros “Brasil”, iba muy bien preparado, llevaba una escopeta
12, agua, comida y un ramo de cotoperies
maduros y jugosos, que me gustaban mucho; entré por Chiguana, por el
paso de Espín, el único sitio que aun usa las señales de humo; caminé y caminé hacia las montañas que llaman del Brasil,
llegué a los humedales del pie de monte, buscando un pozo de los que llaman
Jagüey; pasé muchas horas aguardando frente a ese pozo, muy bien camuflado con
ramas de guayacán, de los que aún quedaban de los tempos coloniales, que se los
llevaban todos; cuando se presentó un venado macho, yo nunca maté una hembra, un ejemplar muy hermoso, de gran tamaño, con una magnifica cornamenta; el animal no se
dio cuenta del mogote que se movía frente a él, y que pacientemente lo
acechaba.
El resto de la
anécdota el cuento yo.
Cuando Tito
Lico fue a disparar se encontró que no tenia municiones, se le habían quedado
en el bote; entonces, para no perder la ocasión que se le presentaba, atacó la
escopeta con semillas de Cotoperí. Tito
Lico, sin mucha convicción, lo apuntó a placer sobre la cruz de la frente y
disparó, seguro de acertar, vio al noble animal, dar un salto y caer, ni se
preocupó en ir a buscarlo, estaba seguro de que aquel animal era suyo; se
desbrozó de las ramas de Guayacán, y cuando se le antojó, fue seguro a buscar
su ejemplar. Llegó al sitio, lo buscó, siguió el rastro y se dio cuenta de que
el animal, aunque estaba herido se había perdido en el boscaje. Unos tres o cuatro años, o tal vez más,
volvió al mismo sitio del suceso, sin embargo, le pareció que algo había
cambiado, pues había un frondoso Cotoperí cerca del jagüey, que además estaba
cargado de ubérrimos racimos de frutos. Como pudo se trepó en el árbol, y se
sentó plácidamente en una de sus ramas a disfrutar de aquellas maravillas, que
sabían a las uvas moscatel de Cumaná de las cepas de Málaga; cuando de pronto
sintió que el árbol salió corriendo hacia el boscaje. Tito Lico, rápido y ágil
saltó a tierra, se apartó, del peligroso embate de las ramas, y se quedó
mirando como aquel árbol se perdía en la espesura. Era, indudablemente, decía
Tito Lico, el mismo venado al que le había disparado años antes. Le había
crecido la mata en la cabeza. Era un verdadero milagro; seguro que, en Cumaná,
van decir que es otro embuste de Tito Lico. Así terminaba siempre sus anécdotas.
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No.-
36.-
SEGUNDA DE TITO LICO.
En otra de sus
cacerías, por los lados de Tunantar; muy temprano arregló su burro zaino, cogió
una escopeta Winchester 16, cargó su bota con un buen vino Valdepeñas, tintorro
español embotellado en Cumaná por su hermano, mi abuelo Ramón, catador oficial
de mostos y vinos importados; 100 cargas de munición y demás macundales; y se
fue a disparar guaramas bajo las matas de dividivi de Tunantar; contaba Tito
Lico, que eran tantas, que en un solo disparo podían caer hasta 300 guaramas.
Así es que las recogía y las amarraba en el arnés del burro. Como a las dos
horas de cacería, tendría como cinco mil guaramas, se cansó de recogerlas, se
montó en su burro y ya iba de regreso para Cumaná, cuando se sintió suspendido
en el aire; las `palomas habían revivido, y salieron volando con el burro y su
jinete, Tito Lico, por supuesto. Todo mundo se alborotó por esas playas, viendo
el espectáculo del burro suspendido en el aire, con Tito Lico que no se daba
cuenta de lo que pasaba. Se salvó milagrosamente, dijo él, porque volaban
bajito sobre el golfo; y, como pudo, se lanzó de cabeza, y nadando más de dos
horas llegó hasta las playas de Cumaná, por los lados del Peñón, donde lo
esperaban Teodorita y Carmelita, sus hermanas, que dicen que lo vieron cuando
se lanzó al agua; y mucha gente de Cumaná, que vinieron expresamente en
diversos vehículos, para enterarse de lo que pasaba, tanto era el escándalo.
Tito Lico se atusaba el bigote y se reía socarronamente.
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No.
37.-
TERCERA
DE TITO LICO
En otra
oportunidad, Tito Lico, muy de madrugada salió de la casona de San Francisco,
montando su mula zaina, subió por el Sanjón que atraviesa la chara de los
Zabala, hoy calle Parejo; siguió por el camino antiguo que sube Cerro La Línea , hasta alcanzar “Bajo
Seco” y la vieja salida hacia la
Cruz del Maguellar y los fértiles valles de Cumanacoa, antiguo camino de los españoles;
y por ese camino continuó su viaje hasta
Gamero; fue a cazar conejos por la zona
de esos Ipures; se metió por las lagunas de Puerto de La Madera y la chara de los
Blondell. Allí almorzó, como a las dos de la tarde, con su amigo de cacería,
Antonio de La Cruz
Blondell , dueño de la chara, y cacique de la zona de Gamero;
por cierto, que ese día la mujer de Antonio, Liduvina, había preparado Conejo
al Salmorejo, y le dio el toque de gracia con vino de Valdepeñas y mucho
chirero del que llaman pinguita de perro, que con mucho placer le obsequió Tito
Lico.
Luego del suculento almuerzo, que Tito Lico repitió
como tres veces, porque, aunque era muy flaco tenia buen diente, acompañado con
arepas peladas de maíz pilado con plátano, y buen vino, como se acostumbraba en
esos tiempos; a él lo malcriaban porque era muy dadivoso; le acomodaron un
chinchorro de moriche en la horconadura de la casa; llevaron la mula al
abrevadero, y entre chistes, chismes y anécdotas, los dos amigos durmieron como
los ángeles. Bien entrada la tarde, a
eso de la cinco, se fueron a bañar al río en familia; Tito Lico decía que ese
baño fue toda una fiesta, las pozas estaban llenas; agua cristalina y fresca,
lo ayudaron a reponer sus fuerzas; en la
madrugada saldría a cazar conejos, y pensaba traer unos 100 ejemplares, a él le complacía
sobremanera llegar a Cumaná y repartir
entre sus amigos y familiares esas piezas de cacería, y luego visitarlos para
disfrutar las distintas formas de arte culinario que usaban las mejores
cocineras de la ciudad.
Salieron en
sus mulas los dos amigos, a eso de las cinco de la madrugada, se internaron por
las montañas, bañados del rocío de los bucares, cedros milenarios y apamatos, y
en un punto predeterminado se separaron para evitar herirse, cada uno por su
propio derrotero; de vez en cuando se escuchaban los tiros de las escopetas,
pero se distanciaron mucho, total que Tito Lico se perdió en las montañas.
Caminó y caminó, bajando entre riscos y ajetreos, con su carga de conejos,
hacia el río; buscó refugio en las laderas del río y las matas de mango;
cansado se recostó de un árbol y se quedó dormido. Entonces, cuenta Tito Lico, que
soñó, que unos duendecillos del bosque, lo habían cargado y llevado a un prado
donde había una patilla gigante, inmensa, como una casa; entonces los
duendecillos lo metieron dentro y desaparecieron. Cuando se despertó, después
de muchas horas, Tito Lico, en realidad, estaba dentro de una patilla gigante.
Se restregó los ojos, se pellizcó, cogió su cuchillo y cortó un pedazo de
patilla y se lo comió; se dio cuenta de que no estaba soñando. Salió de la
patilla, la miró, le dio la vuelta, la tocó, la midió con los ojos, se dijo:
“Esto no me lo creerá nadie... Mejor no digo nada en Cumaná, pero se lo contaré
a mi compadre, para ver que dice” ... Y ya era de día, había dormido mucho.
Cogió sus conejos y caminó hacia el río, luego siguió por la orilla, corriente
abajo, hasta que llegó a la casa de su compadre.
Antonio
de La Cruz , le
preguntó: ¿Que le pasó compadre? Usted
se me perdió, no pude orientarme, ni los fogonazos escuché. Tito Lico le contó
la extraña historia que le había ocurrido. Y Antonio de La Cruz , le dijo: ¡Usted siempre
con sus cuentos, Compadre! Por ahí no hay ninguna patilla gigante. Todo eso lo
soñó usted. ¡Tal vez!, fue la escueta
respuesta de Tito Lico. Se despidió, Recogió sus conejos y vino a repartirlos a
Cumaná. Pero nunca contó esta historia. Quedó en familia.
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No.
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CUARTA
DE TITO LICO.
Tito Lico, muy
temprano como acostumbraba, salía en su mula zaina, y se iba de cacería a
Puntergá, en las lagunas del Peñón. Allí acostumbraba cazar garzones, patos
canadienses y guaramas palomas, y de vez en cuando les tiraba a las cotúas, porque
en el Peñón tenía un amigo al que llamaban Maneto, que las preparaba guisadas
con vino tinto de el que siempre llevaba en su bota cordobesa. Pero ese día se le ocurrió matar muchas
cotúas, de un solo tiro, y para eso, le dijo a Maneto que le buscara un rollo
de hilo muy fino, y por supuesto Maneto le trajo un royo de hilo de huevito
fino y fuerte, y con mucha curiosidad le pregunto: Lico, ¿que vas a hacer tú
con este rollo de hilo?
Ya vas a ver
Maneto, es un experimento. Tu te has fijado que las cotúas vienen en fila india
hacia Puntergá, le voy a amarrar el hijo a este trozo de plomo y les dispararé
de frente, ya veras lo que sucede.
¡Carás Lico,
tu si tienes bolas!... Pero bueno, “amanecerá y veremos”.
Como a las
siete de la mañana, ya Tito Lico estaba preparado en una mata de mangle tomando
puntería, el sabía de memoria por donde venían las cotúas. Maneto no dejaba de
verlo, y se decía: “este Lico esta tostao”. Sin embargo, cuando se presentaron
las cotúas en fila india, y Lico calculó exactamente el disparo; Maneto estaba
entusiasmado. Tal como lo pensó Lico, sucedió. La bala arrastró el hilo, entró
la bala y el hilo por la boca de la primera cotúa, y siguió hasta la última,
eran como 30, y Lico rápidamente agarró el carrete de hilo de huevito, se lanzó
al agua, buscó la última cotúa, la cogió, le sacó la bala con el hilo y la
amarró, con el cabo del carrete formando un solo racimo, y con la ayuda de
Maneto, lo arrastró hasta la playa, luego Maneto trajo la zaina, y montaron su
carga de 30 cotúas, que habían quedado muertas y perfectamente empaquetadas.
Maneto, saltaba de alegría, no podía creerlo, y le confesó a su amigo Lico, que
el creía que estaba loco y si no lo hubiera visto, ni que se lo contara el
padre Arteaga, se lo creería. La noticia corrió como pólvora en el Peñón, y
todos los peñoneros salieron a celebrar la hazaña de Tito Lico.
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No.
39.-
DE
PIO BADARACCO ROJAS.
A quien llamaban, en familia, Tito Pío. Estas
anécdotas familiares las contaba Papá, Marco Tulio Badaracco Bermúdez. Tito Pío
comenzó a dar muestras de estar mal del coco en Cumanacoa, donde administraba
un almacén de la familia. Al parecer, eso lo denunció uno de los clientes, que
fue a comprar una pieza a de tela fina, y cuando le preguntó a Tito Pío, cuanto
costaba, le dijo que Diez Mil Bolívares, el cliente le replicó: ¡Caramba Tito
Pío, eso no es posible, ni una casa cuesta tanto dinero, y el tío, y que le
respondió: “¡Y tú la vas a pagar, pendejo! Tito Pío regaló casi toda la
existencia del almacén.
La familia
preocupada se lo trajo para Cumaná, para que lo viera el Dr. Badaracco. Aquí en
la casa lo atendieron muy bien, sobre todo Teodorita y Flor María, y mejoró mucho; pero pasados algunos meses
comenzó decir que tenia un gallo en la garganta, se levantaba muy temprano y
llamaba a sus hermanas Teodorita y a
Flor María, que eran mimosas con él, y les decía que el gallo lo despertaba y
no lo dejaba dormir; todos en la casa, comenzaron a preocuparse; Domingo el
sabio médico, más bueno que el pan, lo examinó, lo encontró bastante bien, tal
como se veía, y dijo que “tal vez con un purgante se le pasará la
culequera, tiene lombrices. Son muy peligrosas, sentenció; y, hay casos en los
cuales se le meten en el cerebro al que se descuida”; por supuesto, Teodora no
perdió tiempo, le dio su purgante de
Castor; y ciertamente Tito Pío evacuó tantas lombrices, que todos
dijeron: ¡Ya esta, ese era el mal, ahora hay que esperar una mejoría”; y, en
efecto, así fue, durante un tiempo Tito Pío se sintió bien, el mismo creyó que
el gallo había desaparecido, y
participaba, con la alegría de siempre en los eventos familiares; pero de repente, cuado mejor estaba volvió
con el asunto del gallo, y ésta vez en forma mas alarmante, pues se quejaba de
u continuo dolor de cabeza; y cogía un palo y se caía a golpes, para acallar el
gallo que tenía en la garganta, se metía en el río y pasaba minutos bajo el
agua, para ver si el gallo se iba, le decía Teodorita que le gritara e el oído
para espantarlo; era desesperante, pasaba las noches en vela recorriendo los
largos corredores como alma en pena; y mi Papá que lo quería tanto lo mimaba,
lo sacaba a pasear, lo llevaba a la chara, aprovechando que a Tito Pío le gustaba la cacería de
palomas; pero de nada valía.
Papá se dio
cuenta de que nada de eso era suficiente, tenía una idea luminosa, llegó a la
casa y se puso de acuerdo con Flor María. Flor tenemos que operar a Tito Pío,
habla con domingo y convéncelo, creo que esa es la salvación de nuestro querido
tío. Pero Marco, ¿Cómo lo vamos a
operar?, de eso se encarga Domingo, el es el médico. Fíjate bien..., cogemos un
gallo, lo matamos, lo empapamos en sangre, lo colocamos en una bandeja, y
convencemos al tío, de que se lo sacamos. Habla con Domingo, si está de
acuerdo, él verá como se hace, él sabe, esa es la única forma de salvarlo. Flor
habló con su hermano y este le dijo: Yo estoy dispuesto a probar lo que sea, y
si ese muchacho, tuvo esa idea, puede ser buena, vamos a hacerlo, pero como
Tito Pío, solo hace lo que le dice Marco Tulio, pues que se encargue de
convencerlo. Yo estoy dispuesto y tengo todo para hacerlo.
Inmediatamente
Marco Tulio fue a hablar con su tío, y le dijo: Tito Pío, escúchame con
atención, hablamos con Domingo sobre tu caso, él dice que tú no puedes seguir
con ese gallo en la garganta; que eso es de operación, pero que es muy sencilla
y no te dolerá, solo te hará un corte de unos diez o quince centímetros en el
cuello y por allí te sacará ese gallo; pero tiene que ser lo más pronto
posible, porque ahora ese es un gallo pequeño, pero puede crecer mucho y será
muy difícil sacarlo. “¡Y cuando me lo va
a sacar!”, fue la rápida respuesta del tío.
Marco Tulio se quedó estupefacto; y balbuceó: Bueno se lo preguntaré.
Marco Tulio, Flor y domingo, se pusieron de acuerdo. Hablaron y acordaron
guardar el secreto, porque de saberlo el resto de la familia hubiese ardido
Troya. Lo harían en la madrugada, Marco
Tulio buscaría unas luces de carburo y la operación la harían en el cuarto del
fondo de la casa, donde nadie iba a esas horas, porque había fantasmas.
Prepararon una cama alta, donde domingo pudiese trabajar sin problemas; como
tenía su instrumental de médico cirujano, no la faltó nada. Marco Tulio llevó a
Tito Pío, que lucía muy sereno. Domingo procedió con la anestesia, y enseguida
con su bisturí le hizo un corte perfecto de quince centímetros en el cuello,
desde el lóbulo de la oreja derecha hasta la glotis, la ensanchó con los dedos,
y luego procedió a cocerla. Entre tanto Flor María mató un gallo pequeño que le
trajeron de la chara, lo empapó en la sangre del mismo gallo, y lo colocó en
una bandeja, en una mesita puesta de propósito frente al paciente, de tal
suerte que cuando Tito Pío se despertara lo viera y conjuntamente con la herida
en el cuello no tuviese dudas de que había sido operado y que ciertamente le
habían sacado el gallo, y así fue. Solo balbució, bajo los efectos de la
anestesia: “Se los dije”, y volvió a dormirse. Lo cierto es que, durante diez
años, Tito Pío, lució cuerdo, y solo se sobresaltaba cuando los amigos le
recordaban lo del gallo, porque nadie sabía en Cumaná, que había sido operado,
nada menos que por el Dr. Badaracco, ya que el secreto quedó muy bien guardado.
Pero, como todo tiene su pero, su1cedió que Flor María creció en edad y hermosura,
y a veces, por la noche se quedaba con sus amigas y amigos, llegaba tarde a la casa, y Tito Pío, que la
quería mucho, le disgustaba, la recriminaba, y Flor María siempre peleado con
él; en un de esos atraques, Tito Pío la llamó puta y desgraciada, y ésta le
respondió: “y tú que no eres mas que un
loco, que te inventaste un gallo, y yo,
estúpida de mi, fui la que inventó que simuláramos una operación para que se te
pasara la locura, estúpido, entrometido, tu no eres mi Papá, tu no sirves para
nada, etc., etc. El pobre Tito Pío, nunca más reaccionó ante el descubrimiento
de la farsa, y murió con su gallo en el cuello.
Nota. Debo
advertir que estas anécdotas de Tito Lico y Tito Pío, son del siglo XIX, y son
originales, los que las han copiado son posteriores. En Venezuela se las han
adaptado a otros personajes, inclusive en Cumaná.
Pág. 60
No. 40.-
DE DOÑA JUANA SERPA.
De la memoria oral.
En el fragor
de las luchas partidistas del año 1946, en la plaza Roja, fabricaron un judas
para quemarlo en Semana Santa, rubricado con una boina marrón. Los urredistas,
que eran mayoría en Cumaná, montaron una sanpablera, alegando que era una burla contra el maestro Jóvito Villalba.
Se reunió rápidamente el Estado Mayor del partido con el Dr. Arquímedes Fuentes
a la cabeza, y obligaron a Juana Serpa, que era la organizadora del evento, a
quitarle la boina marrón al Judas. Doña Juana accedió y la cambió por una roja,
que era la única que tenía, y sin mala intención, por supuesto. Pero el chisme se lo llevaron a Federico
Rondón, jefe indiscutido de la Plaza Roja, el cual, montando en cólera, dijo
¡esa vaina no! Formó una brigada con banderas rojas,
tambores, y gran alharaca, y se fueron a la casa de Juana Serpa y la obligaron
a quitarle la boina roja al Judas. Juana no tuvo más remedio que hacer lo que
le pedían por la fuerza, además, ella no tenia mala intención, pero los
acontecimientos se escapaban de sus manos.
Mandó, sin pensarlo, que le pusieran una pañoleta blanca al Judas. Allí
mismo ardió Troya. Los canarios, que nunca faltan, corrieron con el chisme a la
casa de Eulogito González Maneiro, este fue a buscar a Moisés Blanco y a
Celestino Córdova, y los tres, llenos de santa indignación como jefes del
partido y del poder, fueron a buscar al Dr. Simón Gómez Malaret, Presidente del
Estado. Y vino éste a la Plaza ,
dio un discurso en contra de los copeyanos, creyendo que Juana era de esa
divisa. Dijo que eran los mantuanos que siempre se habían aprovechado del poder;
y además que no podían reclamar, porque eran una minoría absoluta. Al final el
orador propuso que le cambiaran la pañoleta blanca por una verde, que era lo
mejor para la democracia y así se desmarcaban de la oligarquía cumanesa. Así
quedaban las cosas, pe buscaron una pañoleta verde y como no la había, la
hicieron de papel y el Judas quedó hecho una birria. Juana dijo que ella no lo quería ver porque
ya eso era un mamarracho., pero todo aquí es político.
Cuando
todo parecía resuelto y cada quien se iba para su cuartel general, se presentó
en la plaza nada menos que monseñor Jesús María Pibernat, párroco de la iglesia
de Altagracia, que había sido avisado de aquel atropello a la dignidad de su
amigo Rafael Caldera, y venía a ver lo que pasaba con sus propios ojos. Una vez enterado de todo lo ocurrido, y la
intervención del gobernador, Monseñor, con sal y pimienta, les mandó decir a
los dirigentes políticos, y a los organizadores de la “Quema de Judas”, que, si
no le quitaban el papelucho verde al Judas, no cantaría “El Gloria” en la misa de
Altagracia; y así fue, Pibernat detuvo la misa hasta que le informaron que le
habían quitado el papelucho verde al Judas. Dicen que luego de la misa el
prelado dijo: ¡Esos sinvergüenzas estaban pensando que en este pueblo nadie
defendería los colores el Dr. Caldera!
Pág. 61
No.
41.-
DE
DON MARIO CASTRO.
Don Mario no
se graduó de abogado, sin embargo, fue en su tiempo uno de los mejores litigantes
que hemos tenido. En los periódicos de Cumaná se publicaron muchos de sus
escritos y comentarios jurídicos. Cuando don Alejandro Villanueva, Juez de
instancia en esta ciudad, se iba de vacaciones, quedaba siempre a cargo del Tribunal
el anecdótico don Mario Castro, y siempre pasaban cosas curiosas.
En las
cercanías de la plaza Bermúdez vivía por esos tiempos una mujer muy bien dotada
por la sabia naturaleza a quien todos llamaban cariñosamente Barbarita. Cierta
vez un oficial de la policía tuvo un altercado con la bella damita y esta sin
más reparos, le volvió la espalda y se levantó la falda dejando al descubierto
todos sus atributos ante los ojos asombrados del ofendido oficial. El agraviado
se presentó al tribunal e interpuso la correspondiente denuncia ante Don Mario. Este abrió la averiguación y
mando citar a Barbarita, la puso en autos, y en tono conciliador la reconvino
por su falta a la decencia pública.
Barbarita sin inmutarse le respondió: “¡Gua! No faltaba más... Me parece
que un caballero no debe ver ni decir esas cosas, simplemente me agaché a
recoger a mi perrito, que es muy chiquito, y el oficial vio lo que no debía”.
¡Aja! Buena defensa... Comentó Don Mario; y con la sabiduría que lo
caracterizaba, agregó: “Menos mal, Barbarita, que el perrito va a crecer y el
oficial no volverá a ver... eso... (Esta última palabra la pronunció acompañada
de un gesto despectivo de los labios). Y sentenció: Vamos a dejar esto así por
esta vez.
Pág.
62
No.
42.-
DEL
DR. GERMAN GUAIMARE.
El Dr. Germán
Guaimare, fue uno de nuestros mejores abogados litigantes, y por su carácter
festivo se ganó la simpatía de todo mundo en esta su ciudad natal. Ya sus
padres y hermanos se habían encargado de colocar ese apellido en un buen lugar
en el aprecio del colectivo, pero vamos a la anécdota.
Germán
acostumbraba tomar su cafecito tempranero en “El Consulado”, la famosa
cafetería del gallego Arturo Prego; llegaba muy temprano todos los días, entre
7 y 8 de la mañana al “chismebar” del gallego, donde se reunía con el
odontólogo Felipe Valerio, el médico Daniel Vásquez, el laboratorista Armando
Correa, el abogado Claudio Figuera, el abogado y escritor Jesús Torres Rivero, y
otros; a tomar su cafecito y oír los chismes y el cotilleo del gallego.
En
una de esas sesiones interminables, recuerdo que Germán se achacó una vieja
anécdota, que no por conocida desmerece; y la contó así:
“Una
vez llegué a un bar en ciudad de México, y me encontré con unos amigos que me
invitaron a sentarme en su mesa, donde paladeaban buenos tequilas guasqueños.
En la barra había un mexicano grandote, parecido a Luis Aguilar, vestido de charro,
con un sombrerote ranchero que sostenía entre las manos y lo apretaba como
suelen hacerlo en sus películas.
El tipo, desde
que llegó, no me quitó la vista de encima, me miraba y me miraba y sonreía,
hasta que exploté, no lo soportaba más, y le dije: “¡Oiga amigo...! ¿Qué le pasa a usted, por qué me mira así, se
le perdió uno parecido o le debo algo? El hombre con la misma sonrisa en la
comisura de los labios, me respondió pausadamente sin dejar de mirarme: “Pos no.…
pero si... Lo estoy mirando... Mire... usted es venezolano... Yo conozco varios
venezolanos... Allí mismo, donde esta usted sentado, estuvo Andrés Eloy, el
poeta, que era bien feo... y, Luis Beltrán Prieto, el maestro, que era más
feo... -El mexicano iba a continuar con
esa letanía, y lo atajé, le dije un poco alterado: “¡Bueno, Bueno! ¿Y que tiene eso que ver conmigo? ... Pos
mucho... -me respondió el mexicano...
“¡Es que usted abusa… sabe!”
Se atusó el
bigote, dio media vuelta y calmadamente se tomó su tequila. No tuvimos más remedio que reírnos de la
ocurrencia, y comentar: “Ese es el sentido del humor del mexicano”.
Pág. 63
No. 43.-
Del
Dr. Villalba y el Dr. Berrizbeitia.
El Dr. Miguel Eduardo Berrizbeitia, fue
durante muchos años, Juez de Primera Instancia en lo Penal de Cumaná. Todos
sabemos la calidad humana de este eminente ciudadano, cuyo pasatiempo favorito
son los pájaros. Sin embargo, a la hora
de sentenciar no se le ablandaba el corazón y aplicaba la ley, como el Mariscal
Sucre. Había un sujeto, por los lados de Cantarrana, que se apellidaba Fuentes
y él le agregaba “El Fuerte”, Fuentes el Fuerte era hombre de muchas y muy malas
pulgas. Se contaba de él, que una vez
mató a un policía de un puñetazo, y se escondió por esas montañas de Pantanillo
y el Imposible, donde nadie pudo encontrarlo en 20 años. Pero un buen día cayó en manos de la
justicia, y le tocó sentenciar al Dr. Berrizbeitia. Se le acusaba de haber
violado a una niña y encima, matar al padre de la niña. El juicio fue muy
comentado, y al Dr. Berrizbeitia le llegaron a tocar la puerta algunos padrinos
que inclusive lo amenazaron; pero bueno, llegada la hora de la sentencia, el
Dr. Berrizbeitia condenó al tal Fuentes el Fuerte a 15 años de cárcel. El hombre se puso rojo de ira, y le dijo al
Dr. Berrizbeitia: “mire doctorcito, yo salgo algún día de ésta, y si me he
muerto en la cárcel, usted me la paga, aunque sea en el infierno”.
El Dr. Berrizbeitia sin inmutarse le replicó: “No tenga usted cuidado
señor Fuetes el Fuerte, porque en el infierno, yo también seré juez, y lo
sentenciaré a 15 años más” ...
Pág. 64
No. 44.-
OTRA DEL DR. VILLALBA,
En el barrio
de San Francisco, los amigos del Dr. Villalba, se chanceaban con el tratándolo
de pichirre, pero todos sabían que su empleo de Juez no le permitían el
parrandeo y las chanzas acostumbradas en el barrio.
Entre los
personajes más conocidos de San Francisco de ésta época, están: Armando
Badaracco, costurero, repentista y anecdótico; Luis José Chópite, sempiterno
secretario del Juzgado del Municipio; Ramón Esteves, anecdótico, gallero,
yerbatero y sobador, con secretos para todos los huesos del esqueleto humano,
como él mismo decía.
Un buen día
andaba por las calles de San Francisco el Dr. Jesús Torres Rivero, preguntando
por el Dr. Villalba; le dijeron que iba por La Luneta , y hacía rato que había
entrado a la casa de Ramón Estévez.
Armando
Badaracco, como de costumbre, estaba sentado en la puerta de su casa de la calle
La Luneta, cociendo un traje; el Dr. Jesús Torres, se le acercó y le pregunto:
¿Armando tú has visto al Dr. Domingo José Villalba, que necesito urgentemente
hablar con él? Armando, sin levantar la
vista le respondió: “Si, él está en la casa de Ramón Estévez, sobándose el codo”.
Pág. 64
No. 45.-
DEL POETA JOSÉ ANTONIO RAMOS SUCRE.
Mi padre recordaba siempre en sus
tertulias, al poeta, con el cual mantuvo sincera y larga amistad. Ellos
compartieron una habitación en una pensión de Caracas y contaba que, cierta
vez, dos estudiantes de medicina que ocupaban una habitación contigua a la de
ellos, la dieron por estudiar en voz alta, durante toda una noche, los huesos
del pié. Repetían y repetían los difíciles nombres y siempre se equivocaban. Al
otro día, a la hora del desayuno, los jóvenes ocuparon una mesa cercana a la
que ellos ocupaban, y los jóvenes volvieron con el tema, pero no lograban
recordar los nombres en orden; entonces José Antonio, que como de costumbre
había pasado la noche en vela, se acercó y les dijo: “Jóvenes, ustedes
continúan equivocándose, yo estuve anoche oyéndolos y los puedo ayudar” …Los
jóvenes se mostraron interesados y José Antonio le repitió la lección al pie de
la letra. Mi padre decía que la poesía
de José Antonio tiene mucho de su memoria, resume textos de miles de libros y
poemas.
Pág. 65
No. 46.-
DE DIEGO DAMAS
BLANCO.
Intelectual y exitoso dramaturgo
cumanés, en 1924 fue aclamado en el teatro González, y dijo elocuentes
palabras, de las cuales trascribimos este texto.
“...Cumaná, la tierra de mis caras
dilecciones y de mis ideales sublimes, la Atenas sufrida en la historia de los grandes
acontecimientos, de donde ha brotado el talento, silvestre como el musgo de los
campos, la que cantaron inspirados
poetas y glorificaron famosos capitanes,
la tierra hermosa del heroísmo, por órgano de un grupo de jóvenes intelectuales, mis compatriotas, acaban de
colocar sobre mi pecho una medalla de honor, premiando así los triunfos indiscutibles
de mi reconocido talento. “No haya alarma, dijo el maestro, los fueros
de la modestia quedan incólumes”.
Nota. - Nos dejó varias obras entre las cuales recordamos
“Política Lugareña” y “Hasta Los Bordes”, que se exhibieron en 1924 en nuestro
teatro “González.
Pág. 65
No. 47.-
DE TOMÁS IGNACIO POTENTINI.
Fue uno de los poetas más celebrado de la
generación de oro del Edo. Anzoátegui, nació en Píritu, en 1859. Sus andanzas
fueron recreadas, inventadas e historiadas por los corillos y peñas literarias
de toda Venezuela; sin embargo la crítica no ha sido benévola con el aeda piriteño y, cuando más se podría
mencionar a favor, lo que Pedro Parés Espino se atrevió a decir, sutilmente,
sobre el poeta: “Por su complejidad y riqueza en sustancia vital y romántica, es
como una preciosa y olvidada cantera que brinda al crítico desapasionado y
limpio de prejuicios, veneros de inquietud y belleza, en su múltiple
individualidad de poeta, orador, político, epigramático y hombre de
acción”. Para mi no hay duda, Tomás
Ignacio fue un poeta, lamentablemente su producción se perdió y solo dejó sus
huellas, pero esas son imborrables. De
su vida humorística solo la memoria oral lo absuelve; y muchas de sus andanzas
y dichos han pasado a la voz anónima del pueblo. Recordemos su anécdota con el
indio González Nieto, cuando se debeló el monumental bronce de Bolívar en
Caracas. Corrían los tiempos de Guzmán,
frente a la plaza estaba la célebre cervecería del afamado indígena, que era un
hombre de muy mal carácter. El poeta acostumbraba chacearse con el indio que
siempre estaba enfuruñado. Ese día, estaba tomándose unas cervezas con sus
amigos de siempre en la barra, en plena inauguración de la inmensa estatua
ecuestre del Libertador, entonces el poeta se inspira y pide papel, el indio
obsequios se lo trae, luego lee el poema en alta voz:
Bolívar con
disimulo
Y sin faltarle
el respeto
Al indio
González Nieto
Impávido le
volvió el culo.
Se formó la algarabía. El indio se enfureció, y le
dijo amenazante al poeta: ¡O cambias esas décimas, o te vas y no vuelves por
aquí!
El poeta, para complacer al indio y a la barra, dijo:
“Esta bien devuélvanme el lápiz y el papel”; y enseguida corrigió, y leyó:
Bolívar con
disipeto
Y sin faltarle
el resmulo
Al indio
González Culo
Impávido le
volvió el Nieto.
Pág. 66
No. 48.-
ANÉCDOTA DEL POETA JUAN MIGUEL ALARCÓN. -
Contaba el poeta Luis
Yépez, que una hermosa tarde caraqueña, cuando libaban unos traguitos de
aguardiente, el poeta Juan Miguel Alarcón, leyó un soneto dedicado al Gran
Mariscal. Entonces el poeta Juan Santaella, se levantó e improvisó un elogioso
discurso sobre el soneto. Ha medida que hablaba Juan Miguel enrojecía, y con
aire angustiado, le dijo al poeta Santaella:
¡Querido Juan, te lo suplico, no lo eches a perder!
Santaella se indigno, se pasó las manos por sobre la
solapa del paltó, infló el pecho, y ripostó:
¿De tan mala arcilla es ese soneto?
Pasaron
algunos días de este incidente, y se encontraron nuevamente Luis Yépez y Juan
Miguel, entonces este susurró al oído de Yépez:
Me desagradó la osadía de ese poeta
menor… Pero ya pasó todo.
EL POEMA.
AL
GRAN MARISCAL
Dijo
en su orgullo el César: - “¿logra ponerse acaso el
sol en
los dominios que me legó el Señor…?
como
acatando el dicho del fiero Emperador.
Y
el sol languidecía: América, su vaso
de
claridad y fuerza, de virtud y amor,
crispándose
en sus cruces miraba el triste ocaso,
de
aquella luz que al Inca lo exalta en su fervor
Tres
siglos… Pero surge de la extensión airada
-el
rayo de Bolívar vibrándole en la espada-
un
hombre a quien los triunfos escoltan en tropel.
Y el
Sol, ante el asombro del fulgurante día
de
Sucre en Ayacucho, como el cenit subía,
agrandó
la pupila, para fijarla en Él.
Pág. 67
No. 49.-
OTRA DE JUAN MIGUEL ALARCÓN. -
Mi
padre contaba, que Juan Miguel Alarcón pasó mucho tiempo fuera de Cumaná
disfrutando su vida bohemia. Cuando partió para Caracas era un joven
distinguido, bien preparado, buen orador, de estatura más que mediana, muy
delgado, atildado y hermoso, que se había ganado la simpatía general de su
pueblo. Cuando regresó, muchos años después, vino muy gordo, abatido y
desaliñado. En su casa paterna aún vivía Patricia, una mujer que había sido su
segunda madre. Juan Miguel se bajó trabajosamente del automóvil, entró a la
casa paterna, y allí estaba ella esperándolo. Al verlo, al punto rompió a
llorar… y le dijo:
- ¡Juan Miguel… mijito!
¡Estás gordo como un cochino!
Juan Miguel la tomó entre
sus brazos y sollozando, atinó decirle:
- ¡No seas prosaica
Patricia!... dime: ¡Estás gordo como Honorato de Balzac!
Considero suficiente esta anécdota, para que se advierta
la cumanecidad de aquella hermosa personalidad, que nunca cambió su estilo ni
negoció su gentilicio. Poeta Cumanés por excelencia, autor de las “Rimas de
Oro”, en su dimensión humana poeta universal por el don de la palabra y la
escritura. Le debemos el bronce ejemplificador en “El Paseo de los Poetas”,
donde deben darse la mano los mil nombres que ha consagrado la fama.
Pág.
68
No.
50.-
DON JULIO
MADRIZ SUCRE Y VICENTE GILIBERTI GÓMEZ.
Don Julio
Madriz Fue un hombre perspicaz, uno de esos cumaneses anecdótico por
excelencia, repentista, afable y parlanchín; su recuerdo vive permanentemente
en todos los que tuvimos la dicha de conocerlo. Cuentan que una vez viajo con
Vicente Giliberti Gómez, a Caracas; este es otro personaje al que debemos un
agradable recuerdo. En esos tiempos Vicente, especie de héroe de muchas
aventuras; era un hombre anecdótico, deportista, en fin, un tipazo. Sobresaliente
sobre todo en el volante de su magnífico “Ford” con el cual volaba por las
carreteras polvorientas de aquella Venezuela que despertaba en la riqueza
petrolera.
Vicente
tenía viaje para Caracas y don julio le pidió la cola, le dijo que le gustaría
acompañarlo. A Vicente no le gustó la idea, pero...Una vez acordado el viaje en
sus detalles, salieron a las 6 am., del otro día; y, como era de esperarse,
Vicente salió a tantos kilómetros por hora; allí comenzó don Julio a padecer. Tomaron
la carretera de Cumaná a Puerto La
Cruz , recién construida, Vicente aceleraba e las curvas, y
Julio gritaba ¡Cuidado! Vicente lo veía de reojo. El carro chirriaba y se acercaba
peligrosamente los precipicios, entonces don Julio musitaba: “Pío, pío” ...
después de muchas veces de repetir “Pío, pío”, Vicente se dio cuenta del
asunto, esperó llegar a la recta de Santa Fe, recortó la velocidad, y preguntó:
¿Don Julio, hágame el favor, por qué usted dice, cada vez que cojo una curva, “¿Pío,
pío”? Julio más calmado, le respondió “Oye Vicente, disculpa, pero no quiero
que digan en Cumaná, que Julio Madriz, se murió sin decir ni Pío”.
Pág.
68
No.
51.-
OTRA
DE DON JULIO CON ANTONIO CARVAJAL
Era un personaje muy unido a mi padre por lazos
familiares, de vocación y de trabajo; a quien conocí desde pequeño, admiré y
quise entrañablemente; fue como ya dije en otra oportunidad, un personaje
anecdótico.
Por esas cosas
del comercio trabó amistad con Don Antonio Carvajal, patricio cumanacoero, buen
amigo y mejor conversador; querido y recordado en su pueblo donde supo cultivar
la amistad de todos los que tuvimos la dicha de conocerlo y tratarlo. Era un hombre de elevada estatura, cálculo “a
ojo de buen Jubero”, un metro noventa; en cambio don julio, era más bien de
baja estatura. Era como Bolívar, lo que le faltaba de estatura le sobraba en
talento e ingenio.
Cuando Don
Antonio caminaba al lado de julio, lo hacía por la calle y julio por la acera;
le decía: “Antonio, sigue por la calle, que la gente se aprovecha de la ventaja
para hablar pendejadas; además así podemos hablar sin necesidad de levantar la
voz.
Un día don
Antonio llegó al negocio de don julio, en la esquina del parque Ayacucho... Muy
circunspecto, como de costumbre. “Bueno
días don Julio. ¿Cómo está usted?” Muy bien, Antonio, ¿Qué se te ofrece?
... Estoy buscando unas canales de once
metros... ¡Canales de once metros...! ¿Para tu casa? Si hombre, para el centro
de la casa, esas que se usan para recoger el agua de la lluvia, que me tiene
fastidiado... ¡Claro hombre, se cuales son! Lo que pasa es que de esa medida no
las tengo, pero te las puedo mandar a fabricar con Manuel Godeliet. Aquí mismo,
en el callejón del Alacrán. ¡A bueno, Julio...! hazme ese favor, mándame a
hacer esas cuatro canales de once metros que luego vendré a recogerlas. Se
dieron la mano, y negocio hecho. Pasaron seis meses y al parecer, a Don Antonio
se le olvidó el encargo. Un buen día, pasado ese tiempo, don Antonio venia muy
orondo por la plaza Miranda y se encontró de frente con Julio. Este, al verlo,
se le acercó como si nada hubieses pasado, y le dijo: ¡Oye Antonio, tengo un
buen negocio para proponerte! Antonio
intrigado preguntó: ¿Qué será don julio?
¡Ven a mi oficina y te lo explicaré! Los dos se encaminaron muy sonreídos
hacia la oficina. Tomaron asiento, Julio
lo invitó a tomar un cafecito, y después las consabidas congratulaciones, los
recuerdos familiares, las infaltables anécdotas, las bolas, los chismes del
día, etc. etc. Julio se arrellanó en su
butaca y mirando a los ojos de Antonio, díjole: Antonio, te ofrezco un buen
negocio, y se que no lo vas a despreciar -Y sobre la marcha sin tomar aliento,
señalando con el dedo índice, dos retratos cuerpo entero de su abuelo y su
abuela, que estaban colgados en la pared, al lado derecho del escritorio, le
dijo: ¿Te vendo esos dos retratos cuerpo entero de mi abuelo y de mi abuela; te
los doy a buen precio ¿Qué te parece? Antonio abrió los ojos, se levantó de la
silla cuan alto era, y exclamó: ¡Pero Julio...! ¿Tú te has vuelto loco? ¿Qué
voy a hacer yo con esos dos retratos, de tu abuelo y de tu abuela? Entonces
Julio se paró de la butaca de un salto, y le gritó: “¡Lo mismo que hago yo con
tus cuatro canales de once metros!”.
Pág. 69
No. 52.-
Anécdota de Marco Tulio Badaracco
y don Julio Madriz.
Ese día estábamos de visita en la casa de don Laureano Frontado, detrás
de la Iglesia Catedral de Cumaná, el cual conversaba animadamente con Julio
Madriz, de la fabricación de grandes mecates con fibra de coco, para amarre de barcos,
en un telar muy práctico, inventado o mejorado por él. Papá se interesó tanto
en el asunto que Julio lo invitó para que lo viera. Papá trato de excusarse,
pero Julio insistió tanto, que al fin lo convenció; además, apenas distaba una
cuadra desde la casa de Don Laureano, la ubicación de las instalaciones; que
por cierto estaban en los grades depósitos de los antiguos telares de Cumaná,
que don Julio habia adquirido.
Así es que todos - incluyo a mis hermanos que lo acompañábamos- nos entusiasmamos y fuimos a ver el telar.
Después que Don Julio, nos enseñó minuciosamente, y con cuantas
explicaciones requirieron, tanto mi padre como don Laureano, nos condujo al
patio, que quedaba al cabo de largas galerías, para asombro de los que no
conocían esas edificaciones, como mis hermanos y yo; donde don Julio, tenía
cerros de conchas de coco, y las gruesas gúmenas que ya habia fabricado,
tendidas en los secaderos, que verdaderamente nos asombraron.
Papá, un poco escéptico, le preguntó por el mercadeo de aquel material,
a lo que Julio le respondió.
Yo sabía que no se te escaparía esa pregunta. Porque no basta producir,
lo importante es vender-
Bueno yo estoy aplicando los cuatro principios que aplica Henry Ford, y
los cuales lo han convertido en el hombre más rico del mundo.
¡Carajo! Exclamó mi
padre.
Bueno… Julio, y… ¿cuáles son esos principios?
Julio, como era su costumbre, se
rascó por detrás del pantalón, y reposadamente explicó de qué se trataba.
Ya sabía yo… que tú no los conoces.
Por eso pierdes de ganar mucho dinero con tus negocios de tipografía;
pero si te los voy a decir, porque hemos sido socios toda la vida de una u otra
forma.
Todo se trata del más cuatro y el menos cuatro. Todos lo escuchamos
atentamente.
El menos cuatro son: a) Las reducciones periódicas de personal; b) La
disminución del tiempo de producción; c) La disminución de los tipos o modelos
a producir, y d) La aplicación del principio de alcanzar la mayor producción en
el menos tiempo, para la disminución del precio.
Y en cuanto el más cuatro, que ya lo estoy aplicando, se refiere a) Al
aumento de las maquinarias de un mismo modelo, para aumentar la producción sin
desmejorar la calidad, y a reducción de la mano de obra, sustituyéndola por
maquinarias, porque es lo más costoso y complejo, sobre todo, en estos tiempos
de sindicatos y demás yerbas,
b) El aumento de la producción, como corolario del punto a), porque lo
que no se consume en el país, se exporta, que es el objetivo fundamental de
esta empresa.
c) La perfección del producto, el mejoramiento, buscar la excelencia,
que en este caso hemos logrado porque la fibra de coco no se corrompe en el
agua de mar, más bien logra mayor ductilidad y durabilidad.
Y d) Propender al aumento de los jornales de los más competentes y
laboriosos. Con premios y honores.
Julio nos miró con aquel aire entre humilde y socarrón, que tanto gustaba
a sus amigos, que eran todos, porque a Julio todo mundo lo amaba.
Papá comento en voz alta: “Con razón mi querido Julio, estás por encima
de todos lo que conozco. Eres el Henry Ford de Cumaná”.
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No. 53.-
Anécdota de Don Julio y el Dr.
Domingo Villalba
Don Julio era un hombre de grandes amistades, y mejores ocurrencias. Un
buen día nos contó lo que le paso en el viaje a Caracas con Domingo José
Villalba, sempiterno juez de Primera Instancia de la Cumaná de antier.
Domingo aceptó llevarlo como
copiloto en su flamante FORD nuevecito comprado de contado en la Casa Prosperi
de Cumaná, y a las 7.30 am. Arturo Prego, dueño del Consulado, la cafetaria de
moda de esos tiempos, les sirvió un buen
desayuno con arepitas rellenas con jamón y queso de mano de lo mejor fabricado
en Chiguana, y un sabroso café molido en la máquina de lujo “Gagia”, la novedad
en Cumaná, y Don Julio caballerosamente pagó la cuenta, y salieron rumbo a la
capital; pero antes en la Avenida
Universidad, se detuvieron en la Bomba El Águila, frente la UDO, unidad de Cerro Colorado, para llenar
el tanque de gasolina y le faltaba un litro de aceite, además se le hizo la
revisión del radiador y de aire de los cauchos y por supuesto todo lo pagó don
Julio. Siguieron su rumbo hacia Puerto la Cruz, la conversación animadísima y
chispeante, en la cual no faltó la crítica a los pichirres, hubo carcajadas
recordando a Correíta, Daniel, Simón y Felipe. En Puerto La Cruz, se detuvieron
para tomar café, pero Domingo se antojó de comprar unos chocolates para regalar
en Caracas, y todo eso lo pago don Julio. Almorzaron en Boca de Uchire, la
famosa paella y la fabada del gallego Ramón, que según dijo don Julio, él hacia
ese viaje pensando siempre en ese almuerzo, y todo amenizado con sus polarcitas
bien frías. También pagó Don Julio. Total, que llegaron a Caracas a eso de las
3.30 pm. Al Hotel “Clinton”, que por cierto era de los Clinton Badaracco, y los
cumaneses eran muy aficionados a ese reposorio. Julio se adelantó pidió dos
habitaciones y pago adelantado los dos días que iban a pasar en el Hotel,
también corrió con los gastos de comidas y bebidas, porque Domingo a pesar de
que muy poco consumía bebidas espirituosas, en esta oportunidad la dio por
tomarse algunas cervezas y hasta dos Wiskis 12 años Old Par, que era su
preferido. Pero Julio con esa largueza que lo caracterizaba, no le daba
oportunidad a Domingo, para manifestarse, sino que más bien se retardaba más de
lo necesario. Igual paso a regreso, todo gasto, todo lo pagó religiosamente Don
Julio. Salieron otra vez a las 7.30 y toaron el café en el Hotel. Hicieron el
mismo recorrido ya las mismas horas hasta llegar a Cumana, y a eso de las 3, 30
pm se bajaron en el Consulado. Entraron y saludaron efusivamente al gallego,
que los recibió como de costumbre con una amplia sonrisa, y pregunto: ¡¿Que les
sirvo? Don Julio se adelantó y dijo: A mí me sirves un café igualito al que me
serviste hace dos días; y, Domingo, asertivo, también pidió lo mismo. Se
sentaron en la mesa de siempre, se tomaron el café, y al terminar, Domino se
paró y sacó un bolívar y lo puso en la mesa. Entonces, Don Julio, tapó el
bolívar con la mano izquierda y sacó un bolívar con la derecha y con una
sonrisa triunfal, dijo en alta voz… ¡Que
va, ¡Domingo, de éste zapatero no me salva nadie!... ¿
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No. 54.-
ANÉCDOTA
DEL DR. ANTONIO MINGUET LETTERON.
Contaba don
Santos Emilio Berrizbeitia, que el general José Garbi, Presidente del Estado
para esa época –1931--, era un apasionado jugador de dominó; y los domingos por
la tarde, a eso de las cuatro, armaba una partida frente a un bar que quedaba
en la subida del cementerio, precisamente en lo que hoy se llama bar “El
Descanso”; El General José Garbi, el Dr. Minguet –médico e ingeniero- Santos
Emilio y Marco Tulio Badaracco, formaban la partida ese día. Decía don Santos, que Dios tenga en su seno,
que mientras jugaban y se tomaban sus cervecitas y también sus roncitos, en lo
más emocionante del juego, se presentó uno de esos mirones pedigüeños, que
nunca faltan en las mesas de dominó, y mucho menos en las cercanías de los
bares; este sujeto después de ver la partida y molestar a gusto, bajo el
embrujo del ron, dijo en voz alta: “Bueno Señores (hip) quien de ustedes me va
a regalar un fuerte (hip), yo también tengo derecho (hip)... Nadie respondió.
El impertinente volvió a repetir y a repetir su pregunta, y entonces el Dr.
Minguet, a quien injustamente se le daba fama de pichirre, se metió la mano en
el bolsillo de la chaqueta, sacó un fuerte y se lo entregó al pedigüeño, el
cual se fue dando traspiés, hacia el bar.
Terminó el juego, y todos se marchaban, cuando don Santos, jaló por brazo
al Dr. Minguet y le dijo: “Oye, Antonio... ¿Parece que estabas borracho? ¿Yo, y
por qué? Ripostó el Dr. Minguet. “Bueno, le diste a ese borrachín, un
fuerte”. Te metiste la mano en el
bolsillo, sacaste un fuerte y se lo disté, yo lo vi. “No, no Santos Emilio, yo no estaba borracho,
yo lo que estoy es loco, definitivamente loco. Respondió disgustado el Dr.
Minguet.
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No. 55.-
DEL DR. GUSTAVO MINGUET BARRIOS.
Una de las obras de las que el gobierno
regional puede ufanarse, es la reurbanización de El Peñón: ¡Que paisaje tan
hermoso y familiar puede verse desde la carretera…! Este suburbio muy querido
por todo mundo debe sentirse feliz después de tanta espera. Más de 300 familias tendrán acomodo en un
ambiente sin par.
Guardo
en mi corazón gratos recuerdos de juventud pasados en compañía de Juan Antonio
Bermúdez y Luis Velásquez (El Chino) También visitaba con frecuencia a mi amigo,
el Dr. Gustavo Minguet Barios y su inseparable compañera Nieves Ojeda de
Minguet, que alquilaron una casa de Carlos Gómez y Morela Malavé de Gómez.
Muchas veces me he solazado contado una anécdota de mi amigo, que no me puedo
privar el gusto de contarla otra vez…
Al lado de
esta casa habitaba “Maneto”, un hombre analfabeto pero muy sabio. Cierta vez,
Gustavo, en la puerta de la casa de Maneto, alumbrados por la Luna, hablaba del
vuelo del “Apolo”, y Maneto lo interrumpió.
“¡Doctor!...
¿no me diga… que usted cree eso del viaje a la launa, que dizque hicieron los
americanos?
¡Claro Maneto,
yo lo vi todo por televisión…! Esos astronautas son los nuevos colones. ¡Es
grandioso…! ¡Es una aventura sin precedentes…!
“Pero… -lo interrumpió Maneto-, ¿usted cree de verdá, verdá... que esos
hombres llegaron a la luna?
Gustavo, sin
titubear le respondió: ¡Claro que, si lo creo, como todo mundo…!
A lo que
Maneto, mostrando gran consternación, dijo:
¡Pues…! Le puedo asegurar una cosa: ellos podrán
haber llegado a –señalando despectivamente con la mano- esa luna, pero… a la
Luna Luna… no llega nadie…
-Él se refería
seguramente a una entidad espiritual, inalcanzable…
Gustavo era un
ser muy especial, era un Quijote, o un santo. Cierta vez lo encontré
repartiéndole comida a unos perros callejeros, y me dijo: “Ramón ya yo me gané
el cielo”.
¿Cómo es eso?
inquirí.
Me respondió:
“Bueno, los santos
reparten limosna a los hombres, yo lo hago a los perros, que también van al
cielo”. El amaba a los perros como
nadie, que conozca, desde muy niño sintió una verdadera pasión por esos
animalitos, sobre todo los callejeros, a los cuales llamaba Cacri –criollo
callejero- Recogía por las calles y plazas a los perros abandonados o enfermos
y se los llevaba a su casa, allí los curaba y alimentaba. Muchas personas,
cuando sabían de un caso de un pero abandonado, lo llamaban por teléfono, y el
acudía a buscarlo. Yo lo llamaba Santa
Teresa de los Perros.
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No.
56.-
DEL POETA SANTOS BARRIOS.
El poeta era
hombre precavido, cuentan que escribió
discursos para todas las fechas patrias, y salía airoso y rápido de sus
compromisos como Director de Cultura de la Gobernación del Estado
Sucre; cierta vez, durante el gobierno del Ing. Aníbal Alarcón, se celebró con
toda pompa el Día de la Raza ,
y había sido invitado para decir el Discurso de Orden, nada menos que el Dr.
Jóvito Villalba, el cual a última hora se excusó “por compromisos ineludibles
en la capital de la
República ”, según reza el telegrama recibido horas antes del
acto. Todo estaba montado, y el ingeniero, llamó a Santos Barrios, y le dijo:
“Lea ese
telegrama y proceda en consecuencia. De
ello depende su salario”.
Santos
Barrios, le respondió: -No hay tiempo de nombrar otro orador, tendré que
hacerlo yo.
-Pues manos a
la obra, no pierda tiempo, porque todo mundo, está esperando.
Santos Barrios
acusó el golpe bajo, y llamó a uno de sus auxiliares, Luis Amadeo Ciliberto, y
le dijo:
-Ve a mi
oficina lo más rápido que puedas y busca en mi escritorio, el discurso que
dice: Cristóbal Colon. Día de la
Raza , y me lo traes inmediatamente, que hoy le toca. Luis
Amadeo salió disparado y regresó a los pocos minutos, corrió hacia Santos
Barrios que ya estaba instalado en la Tribuna , y Meaño Silva, lo presentaba y leía su
currículum. Santos Barrios apenas pudo leer en la carpeta que le entregó Luis
Amadeo, el nombre del discurso que decía “Cristóbal Colón”, y sobre la marcha
comenzó a leer. Se trataba de la vida del Navegante. Al principio tuvo serias
dudas, cuando en la primera parte se refería a los errores que cometían los
historiadores sobre la patria chica del Gran Navegante; pero se percató del error
cuando ya tenía 15 minutos leyendo la vida y la obra del Ligur, entonces se
detuvo y dijo: Señores, disculpen, me equivoque de discurso. Ya se iba del presídium cuando oyó una
atronadora ovación, que le pedía que continuara leyendo su maravillosa pieza
sobre la vida y la obra de Don Cristóforo Colombo, el genovés inmortal, como lo
llamó al final de la pieza.
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No. 57.-
DE ESEQUIEL
FREITES.
Nuestra ciudad aún vive con las cosas y los recuerdos del
pasado. Aún viven hombres de la generación que nos antecede y ellos son los
testigos solemnes de la
Historia pequeña que forma el alma de nuestro pueblo.
Recuerdo al viejo molinero, era un hombre callado, siempre lleno de grasa, con
la barba a medio rasurar, de ojos profundos y voz ronca: Se llamaba Ezequiel
Freites, el mejor mecánico de su tiempo. El molino estaba al fondo de la casa
del Dr. Minguet Letteron, al lado de un frondoso datilero que siempre estaba
cargado de apretados racimos amarillos. El molino chupaba con sus grandes
pitillos el agua dulce y cristalina del río. También recuerdo los grandes
filtros cilíndricos que construía Luis Daniel Beauperthuy el viejo, en un
solar, que creo es el que hoy ocupa el Banco de Fomento y de la Construcción de
Oriente. El antiguo oficio, hoy olvidado, de constructor de filtros, es una
creación poética del aquel ingenioso cumanés. Para construirlos trían piedras
de Manicuare, piedras de destilador, así las llamaban. Se unían dos factores
telúricos: El río y la piedra. Creo que no existen en parte alguna del planeta,
un río como el Manzanares de mi época con sus aguas cristalinas y dulces,
buenas para el baño y para la sed. En aquél río pasamos nuestra infancia; en él
jugamos y en él hicimos nuestros amigos de toda la vida; aprendimos a
defendernos, nos hicimos hombres en las competencias contra la corriente,
contra los ”burros de agua”, los remolinos; atravesándolo en las mayores
crecidas, alcanzando cocos y guamas, jugando queséele, tira la piedra y no la
des, guataco por las orejas, policía librado, panchojolo; jugando cocos,
luchando, nadamos, ejercitando resuellos, y tantos juegos hoy olvidados; de él
vino nuestra fuerza y nuestro sentido telúrico.
Cumaná toda se bañaba en el río: El Puerto de las mujeres
y el de los hombres, y un rito, los muchachos y las mujeres eran dueños del
río; los hombres se bañaban en la tarde, después de la caída del sol; había
puertos con nombres propios como “ño Montes”, “El Puerto de la Madera ”; también hablábamos
del “Puerto de Juan Lara” o el de los “Telegrafistas”; el de la “Ceiba” y la
”Dormidera”; pero estos nombres no estaban consagrados, los usábamos cuando
íbamos nadando y decíamos: “Llegamos hasta el puerto de “Juan Lara”, o también:
“Vamos al otro lado”, formaban parte de nuestro mundo infantil.
Nosotros, una pandilla de muchachos de San Francisco, nos
metíamos en el taller del Molinero a robar dátiles, sobre todo por la tarde,
cuando generalmente no estaba el viejo gruñón de Ezequiel Freites. Le teníamos
miedo. Cuando oíamos su voz salíamos precipitadamente y nos tirábamos al río.
Un día nos sorprendió robando. Escuchamos su voz: “¡Quién anda por ahí!”. Los
muchachos volaron, pero yo me quedé petrificado, paralizado, no pude moverme; y
lo veía acercarse. No pude pensar en nada y temblaba. Tendría unos siete años,
pero era pequeñito y flaquito. Ezequiel se me acercó sin decir palabra, me tomó
en sus brazos, me besó tiernamente, y luego se acercó al datilero; con una
lata, tumbó de los apretados racimos los dátiles maduros que se desgranaron
sobre la tierra húmeda. Luego los recogió y me los dio, me quedó mirando y me
dijo: “No tengas miedo, son tuyos”. Los muchachos habían vuelto a buscarme y se
quedaron perplejos al verme salir con las manos llenas. Luego me volví para
mirar al viejo gruñón y por vez primera lo vi sonreír.
Ramón David León recuerda a Ezequiel Freytes, como un
compañero de correrías campestres, camarada insustituible de expediciones
cinegéticas. Estaba dotado de una sabiduría práctica en las artes mecánicas. Mi
padre me contaba que el montaje de los telares de Cumaná sufrió un retraso
debido a que los ingenieros alemanes no pudieron venir a Cumaná, por causa de
la guerra mundial, entonces tuvieron que llamar a Ezequiel, a regañadientes.
Nadie creía que pudiese hacer el montaje de aquellos complicados mecanismos,
sin embargo, con los planos en la mano, fue desentrañando el complejo asunto
hasta que lo puso a funcionar. Para nosotros era el relojero de Santa Inés, de
allí salieron sus mejores anécdotas, en otra oportunidad se las contaré.
Ezequiel era capaz de arreglar cualquier mecanismo por complicado que fuese, él
decía, que era cuestión de inspiración.
Pág. 76
No. 58.
OTRA DE ESEQUIEL FREITES
Ezequiel
fue un hombre anecdótico, mecánico creativo, podríamos decir intuitivo. Podía
reinventar cualquier mecanismo por complicado que pareciese.
Los famosos Telares de Cumaná, que
tanto bienestar produjo a nuestro pueblo, y para lo cual fueron construidas en
la calle Cedeño, las extraordinarias edificaciones que aún se conservan, y dan
una idea bastante cercana de lo que fue, y
cuyas maquinarias fueron adquiridas en Alemania, y hubo de resolver
grandes problemas, y fue toda una epopeya su construcción y su funcionamiento y
todo lo que se relacionó con esa maravillosa realidad, y en aquellos tiempos de
principios de siglo XX. Pero vamos a lo anecdótico.
Cuando iban a
instalar las maquinarias de esos telares de Cumaná, los ingenieros alemanes que
deberían hacerlo, no pudieron venir por causa de la guerra mundial del 18,
entones, el gerente de Los Telares, Sr. Francisco Braschi, y el gerente Tomás
Llamosas, inducidos por don Eulogio González Maneiro, Jefe de Almacenes,
llamaron a Ezequiel Freites, hablaron con él, aceptaron sus condiciones y le
entregaron los planos; nadie creía que pudiera hacerlo, pero era la única
esperanza. Ezequiel se encerró en la oficina, y al otro día dijo: “Si puedo”.
Puso otras condiciones, y también se las aceptaron, no les quedaba otro
remedio. Estuvo trabajando con dos ayudantes
de su confianza, y varios obreros durante 30 días y muchas noches, y al
terminar, llamó a los dueños y les dijo. Aprieten ese botón y todo comenzará a
marchar, desde ese momento fue el único mecánico que tocó aquella maquinaria
maravillosa.
Después de
publicar esta anécdota supe que fueron, mi padre Marco Tulio Badaracco Bermúdez
y Don Víctor Silva Bermúdez, los que presentaron a Ezequiel al Señor Francisco
Braschi.
Lo mismo hizo, poco tiempo después, con el
reloj de Santa Inés. Yo publiqué una nota sobre este reloj, en 1997, dice
así:
El reloj de
Santa Inés cumplió el 7 de mayo próximo pasado, 112 años. Fue diseñado y
construido por la Casa G.
Borrel de París, por encargo de don Emilio Berrizbeitia Bermúdez, excelente
caballero, Cumanés, protector del sagrado templo inesino. Cuando se produjo el
terremoto del 17 de enero de 1929, las agujas de tres esferas del reloj
quedaron paralizadas a las 7.32 minutos de la mañana, como para señalar la hora
exacta del seísmo. Ese reloj sufrió desperfectos durante la guerra mundial, y
como la Casa G.
Borrel no pudo enviar técnicos para repararlo, se le encargó el delicado
trabajo al intuitivo y famoso mecánico cumanés Ezequiel Freites, el cual
inventó y fabricó los repuestos necesarios para ponerlo en marcha. Así era el
ingenioso Ezequiel.
Después de la
muerte de Ezequiel, el popular sacristán Tinoco, y después de él, Angito
Esparragoza, se han encargado de repararlo con bastante solvencia
Pág. 78
No.
59.
LA TERCERA DE
EZEQUIEL FREITES.
Ezequiel
fue un hombre anecdótico, mecánico creativo, podríamos decir, intuitivo. Podía
reinventar cualquier mecanismo por complicado que pareciese. Se hizo famoso
fabricando y reparando escopetas, después fue un experto armero. Cuando iban a
instalar los telares de Cumaná, los ingenieros alemanes no pudieron venir por
causa de la guerra mundial del 18, los
directivos y accionistas no encontraban como resolver el tremendo problema;
entones, el Presidente de la firma, Sr. Francisco Braschi, y el gerente Tomás Llamosas, inducidos por
don Eulogio González Maneiro, Jefe de Almacenes, llamaron al empírico Ezequiel,
lo presentaron a la
Junta Directiva , hablaron,
él les dijo que tal vez podía hacerlo;
le entregaron los planos, nadie creía que pudiera hacerlo, pero era la
única esperanza.
Ezequiel se encerró en la oficina, y
al otro día dijo: “Si puedo”. Puso sus condiciones, se las aceptaron, no les
quedaba otro remedio, estuvo trabajando con dos ayudantes de su confianza
durante 30 días, y al terminar llamó a los gerentes y les dijo. Aprieten ese
botón y todo comenzará a marchar, desde ese momento fue el único mecánico que
tocó aquella maquinaria maravillosa. Lo mismo hizo con el reloj de Santa Inés.
Yo publiqué una nota sobre este reloj, en 1997, dice así:
El reloj de
Santa Inés cumplió el 7 de mayo de 1997, ciento doce -112- años. Fue diseñado y
construido por la Casa G.
Borrel de París, por encargo de don Emilio Berrizbeitia Bermúdez, excelente
caballero, Cumanés, protector del sagrado templo inesino. Cuando se produjo el
terremoto del 17 de enero de 1929, las agujas de tres esferas del reloj
quedaron paralizadas a las 7.32 minutos de la mañana, como para señalar la hora
exacta del seísmo. Ese reloj sufrió desperfectos durante la guerra mundial, y
como la Casa G.
Borrel no pudo enviar técnicos para repararlo, se le encargó el delicado
trabajo al intuitivo y famoso mecánico cumanés Ezequiel Freites, el cual
inventó y fabricó los repuestos necesarios para ponerlo en marcha. Después de
la muerte de Ezequiel, el popular sacristán Tinoco, y después de él, Ángel Esparragoza,
se han encargado de repararlo con bastante solvencia.
Pág.
78
No.
60.-
ANÉCDOTAS DE CARMELO RIOS.
En Cumaná
circulan muchas anécdotas de este buen gobernador, y he tratado de recoger las
más conocidas, veamos:
Cuando Carmelo
Ríos fue nombrado Gobernador del Estado Sucre, después de tomar las riendas del
gobierno, nombrar su tren ejecutivo y resolver las cuestiones preliminares, en
los primeros días de mandato se trasladó a Río Caribe, su pueblo natal; allí lo
recibieron con bombos y platillos: organizaron una fiesta y por supuesto, un
acto en la plaza Bolívar, donde Carmelo diría unas palabras. Todo mundo acudió
al acto. En la tribuna estaba la plana mayor de COPEI en el Estado Sucre,
algunos invitados del Comité Nacional, y el flamante y nuevo tren ejecutivo.
Varios líderes copeyanos tomaron la palabra para festejar el triunfo del Dr.
Luis Herrera Campins, que arrasó en el Estado Sucre. El Dr. Eudoro González,
carupanero ilustre, abrió el acto con ideas emotivas y doctrinarias, le siguieron
el Lic. Chilo Cordero y el Prof. Rafael
Álvarez. Le tocó el turno a Carmelo,
para la clausura, y después de saludar, sobriamente a su pueblo, dijo: “Vendrán
tiempos mejores para Río Caribe, le haremos el acueducto... entonces un tipo
que estaba sentado en la tribuna, lo interrumpió, y levantando la voz dijo:
“¡Eso no va!” -Carmelo se hizo el
desentendido, y continuó, con voz más alta- “Lo primero que voy a hacer, es
ampliar y terminar la carretera de Carúpano a Río Caribe, que... otra vez el
tipo lo interrumpió, y con voz estentórea, dijo: “Eso no va... Carmelo, muy
molesto llamó al Prefecto, cargo que desempeñaba provisoriamente el Prof.
Gustavo Imery, que estaba en la tribuna, y le dijo: “Hazme el favor, saca a ese
tipo de aquí... -Gustavo, sin inmutarse, le respondió: “Carmelo, no puedo... El
gobernador insistió: “Pero ese sujeto no me deja hablar, llama a dos policías
que se encarguen de eso... El Prefecto negó con la cabeza, y repitió: “No puedo
sacarlo, ese tipo es loco. Es de
Maturín, y vino para Río Caribe, a hacer un pos grado.
Pág. 79
No.
61.-
ANECDOTAS DE JOSÉ JESÚS MADRIZ,
José Jesús Madriz Salmerón a quien todo mundo conoce
en Cumana por el apodo de “Mosquito” y a él no le importa que lo llamen por su
apodo, es todo un señor, un hombre culto, anecdótico y popular, que se ha
ganado una posición social por su trabajo Y su talento.
Contada por Alberto Yégres Mago, en su libro
“Remembranzas”.
Ese sábado se
había celebrado en el estadio de Cumaná un partido de béisbol entre el club Magallanes
y una selección local. Los Navegantes, como era de esperarse obtuvieron una
victoria apabullante frente al improvisado equipo cumanés. Sin embargo, el
héroe de la jornada fue “Mosquito” Madriz, quien ponchó, a la altura del
séptimo inning, a la estrella del béisbol nacional, Luis “Camaleón” García.
Madriz
después de lanzar el tercer strike que dejó al recio pelotero del Magallanes
con el bate en el hombro, colocó el guante y la pelota en el montículo y juró
no jugar más béisbol. La hazaña que acababa de realizar debía quedar en la historia
del deporte local como la gran proeza de los “caimaneras” de Boca de Sabana y
de Caigüire.
Cumaná
celebró la proeza de Mosquito, y lo convirtió en héroe del deporte de la
ciudad. No volvió a jugar nunca más béisbol, pero pasó a ser la figura
ontológica del deporte de nuestro pueblo.
Pág. 80.
No. 62.-
ANÉCDOTA. - DEL
POETA HUMBERTO GUEVARA.
Cumaná
es una ciudad de hermosos ritos. Unos han sido olvidados, otros existen y otros
se van creando con el devenir. Uno de estos ritos extinguidos, lo constituía la
ronda en la Plaza
Bolívar. Todas las tardes, y especialmente los domingos,
durante la retreta, los caballeros y las damas iban a dar vueltas a la Plaza Bolívar. En
un hermoso ritual, las damas daban vuelas a la izquierda y los caballeros a la
derecha. Allí se producía, bajo la intensidad de las miradas, la discreción de
los gestos, la velocidad de los pasos, toda la trama de la amistad y el amor. La Plaza Bolívar era el
lugar de cita de los conocidos y enamorados. Se lucían entonces, las mejores
galas, se escuchaban los más dulces y audaces piropos; se observaba el candor
de las niñas, la coquetería de la mujer, la galantería del caballero; el rubor
y la sonrisa conquistadora, la señal invisible para la cita; el beso disimulado
pero apasionado, el beso imposible del enamorado desconocido o burlado; el
adiós del que no tiene esperanza y la alegría del triunfador. Nuestra Plaza Bolívar era algo más que un santuario
patriota, era el corazón abierto de la ciudad.
Durante el día servía de tribuna para la
charla filosófica, para el encuentro de los intelectuales, para las
transacciones mercantiles, para la discusión política y tantas otras cosas
importantes en la vida de nuestro pueblo. Precisamente en este marco viene el
recuerdo del poeta Humberto Guevara. Este extraordinario cumanés, escritor de
fina ironía, que firmaba con famosos seudónimos, como “Barón de Escarpia,
Satán, Héctor Galán”, tema siempre de acaloradas discusiones, escribió páginas
hermosas de elevado numen en el periodismo de nuestra ciudad, por lo cual
saboreó el almíbar y los laureles de la gloria.
Este intelectual de basta cultura, agudo
ingenio, de pluma penetrante como
estilete, de repentismos oportunos, de métrica intachable, se encontró,
cierto día, con sus amigos Marcel
Patrolín, francés que adoptó nuestra nacionalidad e idiosincrasia, Humberto
Dáscoli, malogrado hermano del ilustre senador cumanés Dr. Carlos Dáscoli; don
Arturo Torres, don Luis Salvador Bruzual y don Francisco Pérez, que charlaban con el Dr. Pierre Bougrat,
famoso escapista de la colonia penitenciaria francesa, el temible penal de
“Cayena”. Bougrat venía precedido de
fama mundial, era un sabio médico, cuyo caso ha sido comparado con el del
Capitán Dreyfus. Cumaná lo acogió con simpatía y casó en Margarita con una
cumanesa de nuestra parentela.
Humberto se acercó a los contertulios;
fue recibido alegremente, y después de los saludos de rigor, lo presentaron con
el eminente galeno. Como era costumbre
continuaron la misma conversación que mantenían; Humberto, informado
debidamente, se integró al grupo. Hablaban de París. Del París de Bougrat, que
muy bien conocían Marcel Patrolín y Humberto Dáscoli. El poeta los escuchaba
embelesado, y de repente comenzó a hablar de París en perfecto francés. De la
antigua Lutecia, de su historia, de los poetas, pintores, políticos; de las
callejas: Montparnasse, el barrio latino, Montmartre, los Campos Elíseos, el
Gran Boulevard, los bosques de Bolonia, El Sena, La Isla de San Luis, el Louvre,
los ventorrillos del Sagrado Corazón, el Lido, el Molino Rojo; también
habló de Víctor Hugo, Dumas, Zolá, Balzac, Baudelaire, Valery, Ezrra Paund,
Monet, Renoir, Cezanne, Dominique Ingres, Francois Boucher, Delacroix, Corot,
etc. y decía: “En la calle del Pavo Real,
había un café con una trastienda
a la cual no se permitía el
paso sino a los personajes más
importantes de la Revolución , y cuando la Revolución estaba
amenazada por todas partes, se produjo
una reunión entre Dantón, Robespierre, y Marat. Al parecer alguien escuchó tras la
puerta, parte de la acalorada discusión. Robespierre decía que los enemigos de
la Revolución se encontraban dentro de Francia, y argumentaba, elocuentemente,
con nombres y señales; Dantón, aprovechó un paréntesis para recriminarlo y
argumentar, que los enemigos de la Revolución estaban en el exterior, que en ese
instante se organizaban una coalición contra Francia, apadrinada por Inglaterra
y Prusia. Y, entonces Marat, se levantó colérico, y dijo: Los enemigos de la Revolución
se encuentran en los cafés de Paris. En el café Choiseul, se reúnen los
jacobinos; en el café Pantín se reúnen los realistas, en el Rende Vouz, se
complota contra la Guardia ;
en el Teatro se defiende a Voltaire y en la Rotonda están contra todos. Allí sé esta minando la Revolución.
Horas después se despidió Humberto
Guevara, se alejó con su paso imperial, su flor roja en el ojal, su sombrero diplomático,
y su inigualable sonrisa.
Entonces,
Bougrat se dirigió a Marcel, y le preguntó:
¿Cuánto tiempo
vivió ese señor en Paris?
Nunca –fue la
lacónica respuesta.
Ese hombre
conoce a Paris mejor que yo- observó Bougrat.
Pág. 81
No. 63.-
BOVES Y LANDAETA EN CUMANÁ.
ANÉCDOTA CONTADA POR EL PBRO. J. M. GUEVARA CARRERA.
El ALMA DE VENEZUELA.
Los
himnos nacionales inspiran siempre en los buenos patriotas un profundo
sentimiento de respeto. Unas veces son, como la dulce voz de la madre, capaz de
mitigar los más grandes dolores, otras como el grito angustioso con que ella
advierte a sus hijos encontrarse en peligro, y siempre, un acento de la patria que
va rectamente al corazón.
Cuando
en un país extranjero llegan a nuestros oídos los primeros acordes de nuestro
Himno Nacional, parece que nos tocase una corriente eléctrica que pone en
conmoción todas las más delicadas fibras del sentimiento.
El Autor de nuestro
Gloria al Bravo Pueblo, tiene su historia y es bueno hacerla popular. Corría el
año 1814, los patriotas huían espantados ante el asombroso José Tomás Boves,
ángel o demonio, dominador y exterminador, y fue entonces cuando el caraqueño Juan
Landaeta, compuso su épica e inspirada canción.
La canción
inspiró a los patriotas, v tras ella fueron a derramar su sangre por la patria
que nacía en nuestros corazones. Y con ella en los labios vinieron los vítores
de la victoria. Con ella Bolívar, Mariño, Bermúdez y Sucre, derrotaron a Boves
y al Mariscal Juan Manuel Cajigal, en Bocachica y en Carabobo.
Pero en La
Puerta se esfumaron los laureles del triunfo y vino la derrota y el derrotero.
Boves ocupó todos los rincones de la Patria, y se estableció la barbarie.
Landaeta
envuelto en el vértigo de pavor de aquellos días, fue a buscar refugio a
Cumaná, junto con otros músicos compañeros suyos: pero Cumaná cayó también bajo
el mando militar del sanguinario José Tomás Boves; éste conocía la música de
Landaeta, y promovió un baile, que tenía gusto, dijo, “la tocase la orquesta
caraqueña”.
Esta orquesta
fue de Monteverde y los patriotas la capturaron en Maturín. Con ella entró Mariño a Cumana en 1813, y,
Landaeta vino con la emigración liderada por el Libertador.
Empezada la
fiesta corrió el rumor de que Boves abrigaba intenciones siniestras y mientas algunos
pudieron ponerse a salvo, Landaeta fue hecho prisionero y condenado a muerte.
Boves
mandó copiar la canción “Gloria al Bravo Pueblo”, en una hoja de papel que,
atada a la cabeza de Landaeta, le servía de mofa, una especie de ridículo adorno
o capirote, que lucía cuándo iba hacia el patíbulo entre la insolente
muchedumbre realista que se había congregado para festejar la criminal hazaña
del bárbaro caudillo; así iba, arrastrado por la brutal soldadesca.
El patíbulo
lucía su siniestra imagen frente a la Iglesia del Carmen, hoy Santa Inés, y es
allí, donde debemos colocar una placa con letras de oro, que lo recuerde y rinda
honor permanente al excelso músico, que nos llama a la vigilia patriótica, y
nos inflama de amor y enardece a nuestro pueblo.
Esta anécdota
es cierta y fue contada por el mismo capellán de Boves, el Padre Llamozas; y
así fue la muerte de éste caraqueño eternizado por el pueblo venezolano y
admirado por el mundo entero, y, también es cierto que derramó su sangre por la
patria en Cumaná en 1814, aunque otros autores lo cuentan para sus pueblos.
Juan
Landaeta merece contarse entre los Padres de la Patria, pues en los acordes que
han inmortalizado su nombre supo encerrar el alma de Venezuela.
Pág. 83
No. 64.
TOROS EN
CUMANÁ en la anécdota.
Yo
tuve la fortuna de ser amigo de Don Alejandro Arratia Oses, taurómaco
relevante, la mejor voz que conocí y de quien aprendí lo que sé de ese arte
viril, en el cual el hombre reta la muerte en todos los tercios de la fiesta.
Cuando viví en España, desde 1956 hasta 1958, forzado por la dictadura del General
Pérez Jiménez, fui a varias corridas en compañía del Dr. Juan Crisóstomo Bermúdez Salazar, mi fraterno
amigo de toda la vida, y tuve la
oportunidad de ver al César de Venezuela, lidiar con Don Antonio Bienvenida 6
toros miuras, y al Curro lo vi en su última corrida como novillero y en la
alternativa; Juan Crisóstomo fue en sus tiempos mozos, el famoso torero El
Estudiante, de gratísimo recuerdo para los amantes de la fiesta. Pues bien,
desde hace bastante tiempo estoy tentado a escribir una crónica sobre la fiesta
de los toros de Cumaná, ya que en esta tierra brilló mucho la torería, porque
la sangre española está casada con este arte sin parangón.
El 4 de mayo de 1926, fue un día de toros en la Cumaná,
se presentó el matador “Granero de Caracas”, Cruz Duque, y el gran banderillero
Baquero. La afición taurina en nuestro patio tiene historia brava y hermosa, la
fiesta de los toros se cultivó desde tiempos coloniales, y de allí quedó un
conocimiento del arte, que podemos apreciar en la crónica de P. Pito, publicada
en el “Sucre” del 5 de mayo de 1926.
Es bueno recordar que en Cumaná se presentaban los
mejores toreros de la época, aquí estuvo el inmenso Rubito y el maestro Lorenzo
Mendoza, además es bueno que sepan que en la provincia de Cumaná se criaba toros
de lidia. El coso era el Coliseo, que quedaba al lado de la plaza Ayacucho.
Andrés Eloy como Lorca, le dejó a la fiesta sus coplas
inmortales, cuando ya no había coso y se mataban toros en el Cedral de Manuel
Fuentes:
Vaya
una plaza torera,
Con viento
que la toree,
La
pampa entre Veladero
¡Y el
cedral de Manuel Fuentes!
Ni
Madrid ni Barcelona
Tienen
un coso como este,
Con
patio de matadores
Y
ruedos de arena verde,
Barreras
de azul marino
Tendidos
de azul celeste,
Juntos
los pies en los medios
Que se
mece y no se mece,
La
palma rehiletera
Rebosando
rehiletes.
Burladeros
de apamates,
Divisas
de araguaneyes
Y en el
bucare encendido
El
palco del Presidente.
Corre,
corre, viento de oro,
Corre,
que te coge el toro
Y en el
bucare encendido
El
palco del Presidente.
Corre,
corre, viento de oro,
Corre,
que te coge el toro.
De este año, 1926, escogimos lo que sigue:
El periódico “Sucre” anunciaba la fiesta con
tronío…
“Este
que ves aquí, lector, es sencilla y tranquilamente, el ciudadano Cruz Duque, torerito
de postín, que gasta el prestigioso remoquete de “Granero de Caracas” … (Adorna
el pregón una foto en traje de luces, del noble matador). Y en la crónica
taurina, hacha con arraigado conocimiento, resalta la terminología de la
tauromaquia, que utiliza P. Pito, con maestría y precisión. Casi toda la
corrida, las distintas suertes, la temeridad y el arrojo con la cual el matador
abre la plaza y en la cual tiende la capa multicolor sobre la arena, en una
especie de danza maravillosa que cubre al toro y al torero en un torbellino de
colores y gracia ilimitada; y la inicia sostenida la capa con las dos manos,
reta al toro que tiene toda su fuerza y bravura, y en el quite despliega la
capa, y se llena de toro… y la suerte de las banderillas, colocadas en todo lo
alto por Baquero, salpica de sangre y coraje el traje de luces, el hombre que
reta la muerte y hace el delirio de las barras, porque como dice González
Climent, en el prefacio de la obra poética de Federico García Lorca, “en toda
la liturgia de los toros auténtico drama religioso donde de la misma manera que
en la misa, se adora y sacrifica un Dios”… Aquí está la crónica.
“Por fin la afición cumanesa pudo lograr una corrida de
toros en la que sobraron todos los ingredientes para que resultara un festejo
de lujo, o sea, toros grandes, bravos y poderosos, y toreros artistas y
valientes.
El debut de “Granero de Caracas” resultó lo que no
esperaba el público: un éxito formidable, a todos los toros que pisaron el
ruedo. Cruz Duque, con el capote y con la muleta, les hizo cosas maravillosas.
En el primero, ya el público se dio cuenta de que había todo un torero en la
plaza cuando vieron dibujar aquella serie de verónicas, templando y mandando
como un verdadero maestro, y puso fin a esta faena con dos medias verónicas de
marca “AS” y una larga afarolada, canela fina; el ruedo se llenó de sombreros y
la charanga dejó oír sus sones en honor del valiente torero caraqueño.
El último toro fue lidiado por gaoneras y verónicas
magistralmente; al cambiar el tercio, coge “Granero” un par de los de seis
pulgadas y citando al toro, cerca y valiente, coloca un par en todo lo alto,
que le valió una gran ovación. La muerte de este toro la brinda a nuestro culto
Primer Magistrado e inauguró la faena con un paso por alto con las dos rodillas
en tierra, luego un natural y uno de pecho que le conquistaron una gran
ovación: sigue con molinetes, pases de pitón, y se adorna agarrándole las
orejas a su enemigo. Ovación de las grandes, sombreros; iguala y entrando como
mandan los cánones, agarra una estocada buena, luego otra y finiquita con una
soberbia estocada en todo lo alto.
Párrafo aparte merece el consciente banderillero
“Barquero”, quién toda la tarde estuvo oportuno e incansable; en el primero
puso tres pares de banderillas por la que, merecidamente, le tributaron tres
ovaciones, y en el segundo y el tercero, dos de la misma marca, que resultaron
sencillamente monumentales.
Resumen, se presentaron en Cumaná dos toreros modestos,
sin pretensiones de fenómenos y en menos de una hora, a fuerza de voluntad se
hicieron los amos de la afición. “Granero de Caracas” quedó consagrado como un
verdadero artista que domina todas las suertes del toreo, y la Empresa probó y seguirá
probando que en Cumaná hay ganado de lidia.
El domingo matará Cruz Duque dos toros… P. Pito.
Los periódicos de Cumana anunciaban en grandes titulares.
FIESTA GRANDE DE TOROS EN
CUMANÁ.
El gran torero, ELEAZAR SANANES, llamado Rubito, fue el
primer gran torero venezolano que triunfó en España y México. Cumaná, plaza
torera de tronío, por donde pasaban los mejores toreros del mundo, también
recibió en grande al gran Rubito. Veamos el comentario de la época.
TOROS EN
CUMANA. Plaza de gran tronío fue ésta en la
época dorada de ELEAZAR SANANES –Rubito.
Para verlo torear se construyó el Nuevo Circo de Cumaná. En lo que es
hoy la Urb. Santa Catalina. Él fue el gran torero venezolano de los años 20 del
siglo pasado. Rubito, después de triunfar en Venezuela, paseó triunfal sus
arreos por México, Colombia y España. Por Cumaná pasaron los grandes toreros de
esa época como el gran Julio Mendoza.
El bisemanario
“Sucre” saludó a Rubito, a su paso por esta ciudad, el 11 de julio de 1925, en
estos términos: “SANANES” De paso para Ciudad Bolívar, a donde va a cumplir un
contrato por tres corridas, fue nuestro huésped por breves horas, el valiente
as de la torería de postín, Eleazar Sananes, torero de alternativa de la plaza
de Madrid. Saludamos al simpático diestro venezolano, quien ha ofrecido torear
dentro de poco en esta urbe.
“Eleazar
Sananes, matador de toros, saluda atentamente al Señor Director del ilustrado
Bisemanario “Sucre”, y le agradecería saludar en su nombre a la afición de este
simpático pueblo y manifestarle su agradecimiento por la simpática manifestación
con que lo ha recibido a su paso para Ciudad Bolívar. Anticipa a Ud. las
gracias y mande como quiera a su SS. S.
Como en efecto
Rubito se presentó en Cumana el 29 de agosto del mismo año, y el cronista Q.
Chares, con aquella gracia andaluza que lo caracterizaba, publica la crónica
taurina del encierro que le tocó al
valiente Matador, dice entre otras cosas: “19 toros, pero no “sutes” ni
“mautes”, son toros de verdad, con unos cuernos horrendos; gordos como el
premio de Navidad de la lotería de Madrid; grandes como rascacielos de
Neoyorquinos; descansados, reposados, como capitalistas que almacenan café
varios años para venderlo a mejor precio; bravos como un chino sin arroz por
una semana o como un ciego prendiendo un cohete.
Este hermoso encierro sería digno lote
para el califa Rodolfo Gaona, y representa para la empresa la no despreciable
suma de CUATRO MIL BOLÍVARES...”
¡Qué tiempos
aquellos!
Y al ruedo Q. Chares, lo vio así: “sale
el primero. Negro como cualquier boxeador criollo: nerviosos de cascos;
apretado de carnes y dos desarrolladas agujas en la cabeza, por supuesto. Los
peones le dan sus carreritas de entrenamiento. Eleazar abre el percal y oye los
primeros aplausos con una media verónica, dos pases valentísimos y remata con
un vistoso recorte. Tocan a rehiletear. Manforte, después de una artística
preparación, prende dos zarcillos monumentales. Aplausos. Rubio chico pleno de
fervoroso estímulo, clava un par soberbio. El clarín ululaba el último tercio y
el catire desplegando la flámula roja, se va hacia el toro y le propina, con
bastante salsa torera, dos pases por lo alto y otros por lo bajo. El bicho se
torna goloso y achuchó de cerca al matador. Manforte, oportuno, hace un quite
magistral. Cuadra al astado, y el josefino alarga el brazo y deja una estocada
hasta la cruz, que tumba.”
Esta trascripción de una página del
pasado es más que una crónica de lo que era una tarde de toros en el “Cedral de
Manuel Fuentes” como lo llamó Andrés Eloy,
Pág.
87
No. 65.-
EL DUELO ENTRE CHALBAUD Y EMILIO FERNÁNDEZ.
EL
FALKE. La novela de moda en Venezuela, ha batido record de ventas, nos trae una
versión discutible de la participación de Pedro Elías Aristeguieta en la
ejecución de los planes de la invasión, sin embargo, este asunto lo trataré en
otra oportunidad.
Aun
muchas personas continúan hablando y escribiendo sobre el reto a muerte que
habrían escenificado, en el puente Guzmán Blanco, en medio de la refriega, los
generales Emilio Fernández y Román Delgado Chalbaud, en el cual ambos murieron,
el 11 de agosto de 1929, a
las 5 AM.
Según versión de Tranquilino Saud, cronista de
Cumanacoa, a Fernández lo mató un teniente de apellido Castro, que avanzaba al
lado del general Doroteo Flores; y a Chalbaud, lo mató un indio Guaiquerí que
le disparó desde un frondoso samán, desde el cual vigilaba sus pasos, al otro
lado del río.
En
la noche del 10 de agosto el general Emilio Fernández, le habría dicho al
bachiller Ángel Bustillo, según su propio testimonio, que los expedicionarios
desembarcarían por Puerto Sucre al otro día, avanzarían por la avenida
Bermúdez, y él los esperaría bien apertrechado, de este lado del puente.
Le agradecería que lo buscara a esa hora
frente a la farmacia de Giral, frente el Tamarindo. Allí estaría con 40 hombres
bajo el mando del General Tobardía para derrotar a los insurgentes. Agrega
Bustillo, que se retrasó un poco y al llegar al sitio indicado no encontró al
general Fernández, pero lo buscó en medio de la refriega y lo vio sentado al
lado de la muralla frente al viejo mercado.
El general le
dijo: “Doctorcito, cósame este botón que me prendieron”. El general no se percataba
de la gravedad de la herida, porque exteriormente no veía nada, sino una
pequeña mancha de sangre sobre la camisa, cuando Bustillo lo examinó se dio
cuenta enseguida del daño que le había causado el disparo. Varias personas,
entre ellas la Srta. María
Salas Gómez, según contaba ella misma, y en su vestido había manchas de sangre,
lo llevaron en una camilla a la casa de su compadre, don Manuel José Malaret,
en la calle Cantaura, donde falleció ipsofacto. Los cuerpos de Delgado
Chalbaud, Armando Zuloaga Blanco, y 50 hombres de ambos bandos, permanecieron muchas
horas a la intemperie, los heridos fueron a las casas vecinas, donde recibieron
atención por parte de los médicos y de las familias cumanesas. Pedro Elías
llegó a Cumaná a las 11 AM.; ya no había nada que hacer allí, no se ha podido
explicar los motivos del error; pero el día 13 de agosto unido a Pánfilo
Castro, derrotó a Tobardía en la plaza Ayacucho y tomó la ciudad.
Pág. 88
No. 66.-
DON ALEJANDRO VILLANUEVA
Cuenta este ilustre personaje de la
picaresca cumanesa, un pasaje de la vida de una memorable lavandera de su infancia;
relato publicado en el periódico de don Federico Madriz Otero, “La Constitución”
No. 28 de fecha 23 de julio de 1908.
Veamos:
“Allá por los años mil ochocientos
setenta y tantos, cincuenta y dos años de la Independencia y ninguno de la
Federación, porque aún se escuchaban las dianas de los campamentos y el silbar
de las balas de los combates de aquella magna y sangrienta lucha, vivía en la
arruinada calle de El Baño, hoy de Mariño, una mujer a quién sus amistades
llamaban Águeda la Gamboa, pero cuyo nombre de pila y agua era Águeda Benítez.
Abro un paréntesis. Mi madre me
refería que la calle del Baño fue antes del aciago terremoto del 15 de julio de
1853, el “rendes- bous” de la juventud de buen tono de aquella época y de los
hombres más notables en la política, las ciencias y las leras. Digo esto para
lamentar ahora como han cambiado los tiempos: el terremoto primero y después el
abandono y la indiferencia de todos, han consumado la ruina de esta calle, por
no decir de esta ciudad.
Cierro el paréntesis, y va de cuento.
Conocí a
Águeda: tenía yo de seis a ocho años de edad y ella la friolera de sesenta y
pico. Era una mulata alta y robusta, de musculatura pronunciada y firme; tenía
cara de pocos amigos, pero en el fondo era afable y de buen corazón; su voz era
un poco gangosa pero fuerte y tonante; vestía regularmente de enaguas de
cintura, unas veces glaucas y otra polícromas, cuyas enaguas dejaban ver el
escote de su túnica siempre intocada e impoluta y bordad o entretejida a la
moda de entonces. Su rosario engarzado y su vistoso pañuelo de Madrás en la
cabeza a manera de turbante no le faltaban nunca.
Águeda era lavandera, pero no de “tusa y pepitonas” como
las de ahora, sino lavandera que empuñaba el jabón y comprometía los puños para
hacer buenas obras. Tenía dos hijas; una llamada Adona y otra Petra, que aún
vive. Esta gente eras toda muy buena, y gozaba de general estimación entre sus
amistades. Mi madre las distinguía mucho, porque como ella era pobre, gozaba de
simpatías en las filas de los abatidos por la desgracia. No hay cosa que una más
estrechamente los corazones que la identidad en la pobreza y el infortunio.
Águeda
visitaba diariamente a mi madre, entre la una y las dos de la tarde cuando se
dirigía al Manzanares. la veíamos todos al entrar a nuestra modesta habitación
a echar antes un párrafo. S esa hora, mi madre ya acostumbrada a recibir tal
visita, la esperaba sentada en un ture muy cómodo que había en casa. Águeda llegaba, efectivamente, con la ropa
en una batea que cargaba en la cabeza. Luego con un movimiento característico,
colocaba la batea a su lado. Se arrellanaba a la bartola en el suelo y
comenzaba a dar rienda suelta a su acervo de noticias.
--¡Águeda!... ¿Cómo que traes muchas
cosas nuevas? - Prorrumpía casi siempre mi madre.
--Pues, has de saber, Rosa… Que es
cierta la derrota del General Acosta en Río Caribe; y el triunfo de Pedrito
Vallenilla, y la muerte de Narvarte. Por eso…
¿Tú no oías esta mañana a la niña Carmelita como echaba sapos y culebras
contra las guaricongas del vecindario, y decía que era necesario darles
látigo? ¿Tú no escuchabas a la niña
Rosarito…? Y cuando Águeda consideraba que lo que iba a decir podía considerarse
algún perjuicio a ella o a su familia, suspendía su narración y terminaba con
esta frase que se hizo proverbial entre sus amistades: “Cállate, boca, que
después pagan Adona y Petra” …
Pág. 89
No. 67.-
ANÉCDOTA
CONTADA POR LUIS GERARDO GONZALEZ,
ENVIADA
POR ANICK LÓPEZ.
En efecto la fotografía de una ballena que se varó y murió en el Bajío que existe frente a la enlatadora ¨La Gaviota¨ de Cumaná, propiedad de José Camino, hermano de Alí Camino (personaje de a picaresca cumanesa).
Esa fotografía la tomó Gerardo González -padre- el año
1959, después de la caída del General Marcos Pérez Jiménez, Presidente de la
República de Venezuela; y era, en ese entonces, gobernador del Estado Sucre, el
ilustre y famoso jurista, Eloy Lares Martínez.
Como aquello era un episodio inusual y una atracción. El pueblo
acudió en tropel y quería verla, mas no podían por lo distante que estaban de
la orilla de la playa; entonces, José Camino, se puso de acuerdo con el
gobernador, para que remolcaran la ballena, y la llevarán hasta Puerto Sucre,
en donde podía ser exhibida.
Alí Camino, dice Luis Gerardo, me contó, que la ballena fue remolcada con una lancha de la compañía, y el animal quedó ubicado en la punta del muelle de Puerto Sucre. Ese día anunciaron, que el gran cetáceo, estaba siendo expuesto al público, para que lo viera todo el pueblo. en Puerto Sucre.
La convocatoria fue de un éxito total, al extremo, que la gente se aglomeró en el extremo del muelle y prácticamente no dejó espacio ni para hacer una buena fotografía donde saliera el gobernador; y por supuesto, las personas que habían colaborado, para llevar al animal hasta ese sitio; y al que estaba representando a la gaviota Alí Camino.
El fotógrafo era Félix Moreno, a quien llamaban “Turrón Volado”, Moreno utilizaba como casi todos los fotógrafos de aquella época, una cámara con el visor por encima de la misma, una 6 x 6, siendo una de las más famosas la
Alí Camino, dice Luis Gerardo, me contó, que la ballena fue remolcada con una lancha de la compañía, y el animal quedó ubicado en la punta del muelle de Puerto Sucre. Ese día anunciaron, que el gran cetáceo, estaba siendo expuesto al público, para que lo viera todo el pueblo. en Puerto Sucre.
La convocatoria fue de un éxito total, al extremo, que la gente se aglomeró en el extremo del muelle y prácticamente no dejó espacio ni para hacer una buena fotografía donde saliera el gobernador; y por supuesto, las personas que habían colaborado, para llevar al animal hasta ese sitio; y al que estaba representando a la gaviota Alí Camino.
El fotógrafo era Félix Moreno, a quien llamaban “Turrón Volado”, Moreno utilizaba como casi todos los fotógrafos de aquella época, una cámara con el visor por encima de la misma, una 6 x 6, siendo una de las más famosas la
Roleiflex.
A la ahora de hacer la fotografía, Alí Camino, con voz estentórea, le pidió al pueblo, allí aglomerado: que si querían retratarse junto al gobernador, que se acercaran y así lo hicieran, ante aquel llamado a la multitud, que corrió prácticamente, en estampida; buscando el puesto más cercano al gobernador para salir en la imagen, y aquel momento fue de tanta locura y desenfreno que prácticamente se convirtió en una turba, y empujaron al gobernador, junto con Alí Camino y otras personas, cayeron al agua desde lo alto del muelle, junto con aquella cantidad de personas, e incluso, algunos cayeron sobre la ballena, la cual comenzaba a despedir desagradables
A la ahora de hacer la fotografía, Alí Camino, con voz estentórea, le pidió al pueblo, allí aglomerado: que si querían retratarse junto al gobernador, que se acercaran y así lo hicieran, ante aquel llamado a la multitud, que corrió prácticamente, en estampida; buscando el puesto más cercano al gobernador para salir en la imagen, y aquel momento fue de tanta locura y desenfreno que prácticamente se convirtió en una turba, y empujaron al gobernador, junto con Alí Camino y otras personas, cayeron al agua desde lo alto del muelle, junto con aquella cantidad de personas, e incluso, algunos cayeron sobre la ballena, la cual comenzaba a despedir desagradables
olores.
De inmediato se iniciaron las labores de rescate, para volver a encaramar o trepar, por cualquier medio, a las personas desde el mar para arriba del muelle; y mientras subían al gobernador, quien para la ocasión vestía un hermoso traje de lino blanco, y su respectivo sombrero. Cuando Alí camino vio cómo trataban de levantarlo, chorreando agua; y aquel sombrero totalmente empapado, pues, lo único que se le ocurrió, fue soltar una carcajada y comenzarse a reír sin parar, y de igual manera los que habían caído al agua junto con el gobernador.
De inmediato se iniciaron las labores de rescate, para volver a encaramar o trepar, por cualquier medio, a las personas desde el mar para arriba del muelle; y mientras subían al gobernador, quien para la ocasión vestía un hermoso traje de lino blanco, y su respectivo sombrero. Cuando Alí camino vio cómo trataban de levantarlo, chorreando agua; y aquel sombrero totalmente empapado, pues, lo único que se le ocurrió, fue soltar una carcajada y comenzarse a reír sin parar, y de igual manera los que habían caído al agua junto con el gobernador.
El gobernador se calentó y mandó a meter preso a don Alí, junto con otros graciosos, quienes con sus carcajadas le habían ofendido en su honor. A las pocas horas fueron puesto en libertad, por supuesto por la mediación de José Camino, mientras que las imágenes del fotógrafo Moreno, hubiesen quedado para la historia si no se le hubieran confiscado.
Pág. 90
No. 68.-
ANÉCDOTA DE DON ARISTIDES ROJAS
EL
PRIM4EER BUQUE DE VAPOR EN LAS COSTAS DE PARIA
Cuenta Don Aristides Rojas en su obra “Leyendas Históricas
de Venezuela que “Corrían los días en que Bolívar después de prolongados años
de sacrificio y de desventuras por la emancipación de Venezuela alcanzaba
triunfos brillantes en las pampas del Apure y del Arauca. En este entonces
fines de 1818 llega a las costas de la isla Inglesa de Trinidad, frente al
Golfo de Paria, el primer bote de vapor que iba a recibir los saludos del
Continente Americano en las costas orientales de Venezuela El primer ensayo de
Fulton en las costas de la América española no podía efectuarse sino en el
delta del Orinoco en el célebre golfo que vio zozobrar la carabela de Colon y
donde la tierra y aguas y papas y cordilleras soles y estrellas cantaron
“hosanna” al descubridor del Nuevo Mundo
El gobierno revolucionario de Angostura se ofreció a
secundar esta primera empresa de comunicación rápida entre el Orinoco y las
costas de Trinidad empresa que por el pronto solo exigía veinte novillos gordos
y baratos como carga y el combustible necesario para alimento de la maquina El
bote de seis millas y media por hora salvando en tres la distancia que antes exigía
nueve suceso que hubo de llamar la atención de toda la comarca Refiérese a esta
época el hecho de que cuando el Gobernador de la Trinidad Señor Wooffor paseaba
en el bote de vapor las aguas de Paria y salía de Rio Caribe una goleta con
pasajeros que iban a la vecina isla los tripulantes al encontrarse con el
monstruo flotante como llamaron los guaiqueríes y parias al bote y ver las
ruedas que cortaban las olas y la chimenea de la cual salían en confusión
espesas bocanadas de humo gritan se desesperan claman misericordia. Los unos
acuden en su dolor a la Virgen de su Devoción otros a los penantes protectores
de los marinos y creyéndose perdidos se lanzan al agua y con rapidez ganan a nado
la costa no dejando a bordo sino a un pobre cojo que por no poder huir se
resigna a ser víctima del monstruo marino El gobernador Wooffor testigo del
suceso tan imprevisto viendo abandonada la goleta la hace remolcar por el bote
y la conduce a la casa consignataria de Trinidad. Refería el cojo que cuando la tripulación de
la goleta vio de cerca el monstruo fue tanto el pavor que este le infundiera
que el mismo olvidándose de su conjera iba a lanzarse al agua cuando cayó y no
pudo levantarse; tal fue la impresión que entre los descendientes de los
primitivos parias produjera el primer bote de vapor en las costas de la América
del Sud.
Pág.
91
No. 68.-
MARCO TULIO
BADARACCO BERMÚDEZ
Contaba mi padre que,
en la segunda década del siglo XX, vino a Cumaná invitado por la Sociedad
Patriótica Ayacucho, el poeta Otto de Sola, el último parnasiano que tenía
porte alemán, era un catire de elevada estatura, cabellera leonina, con un
vozarrón que hacía temblar al público, y por supuesto no necesitaba micrófono.
El poeta inspirado le entregó a nuestra sociedad un recital de antología en el
Teatro González, todo mundo concurrió y lo aplaudió a rabiar, leyó sus textos
de “La Civilización”, con acentuada voz, muchas veces encendida y apasionada, y
otra murmurante, como cascada de agua tibia. Fue un éxito que se inscribió en
los fastos de la historia.
Luego del recital el
poeta fue asediado por los periodistas, los principales entrevistadores de esa
época eran Humberto Guevara y Marco Tulio Badaracco Bermúdez, mi padre, que por
supuesto me contó esta anécdota. Además de los fablistanes se acercaron los
intelectuales: Ramón David León, Los Aristeguieta, Los Berrizbeitia, los
hermanos Ramos Sucre, que estaban en Cumaná, Dionisio López Orihuela, el Dr.
Badaracco, el Dr. Ponce Córdova, Joaquín, Agustín y Eliso Silva Díaz, y pare
usted de contar.
Todo era cordialidad y
risa, entonces De Sola, preguntó por el poeta Ramón Suárez, y agregó, -siempre
leo sus poemas, me agradan, porque tienen algo de mi estilo: –Quisiera conocerlo,
saludarlo y expresarle mis sentimientos-
Se produjo un silencio cómplice y alguien dijo
–Espere poeta, que se lo voy a buscar- Al cabo de un rato, apareció Ramón
Suárez, le abrieron paso entre la concurrencia; y allí estaba, menudito,
sonriente, sus ojos brillaban de picardía, expresó con tímida voz –yo soy Ramón
Suárez-. El poeta De Sola tronó- ¡Usted es Ramón Suárez! –Sí, yo soy-, y
regocijado, agregó- ¿Usted creyó que iba a ver un catirote, no es verdad?
Todos celebraron aquel
encuentro. De Sola abrazó a Ramón Suárez, y luego recitó dos de sus bellos
sonetos, con aquella voz solemne de barítono:
Me obsesiona lo bello, lo artístico y pagano
Los ricos terciopelos, el oro, los brillantes’
Yo hubiera sido conde o príncipe africano
De haber nacido un siglo, o medio siglo antes.
Amo las; pompas regias; amo el gesto galano
De dos lirios de carne, escondidos en guantes;
Al torero que deja, con la capa en la mano,
La emoción en las almas, los senos palpitantes.
Mis anhelos de lujo los realiza cualquiera
Que resista el mordisco, si lo muerde la espera,
Que atesora en la mente un millón de ilusiones.
Yo tengo el alma siempre a la espera atenta,
Y si este afán de galas no lo suple mi renta,
Me hago en cualquier día Capitán de Ladrones.
Entonces, Humberto Guevara,
en tono jocoso dijo: Los sonetos de Ramón Suárez, la copia de Lope de
Vega.
Ramón Suárez no se quedó atrás y le ripostó, -y
sí tú sigues con tus pitorreos, vas a escribir detrás de las rejas… Ellos
continuaron entre dimes y diretes y Humberto terminó la fiesta con estas
décimas, pesadas, pero entre poetas todo pasa.
Con tu peinado a lo
eterno
Y tu color azabache
Te pareces a
un remache
De las
pailas del infierno.
Todo
terminó en una fiesta ofrecida por el general José Garbi a la sazón presidente
del Estado.
Pág. 93
No. 69.-
Publicada
por el DR JOSÉ MERCEDES GÓMEZ CRONISTA DE CUMANÁ (Publicada por Cayetano de Carrocera en
“Historia de la Nueva Andalucía”)
El suceso que tiene ribetes
de comedia fue el siguiente: Se encontraba, para la fecha mencionada (1766), residenciado en
Cumaná el médico francés Francisco Cabrillac de Fontaine.
Su presencia hubo de ser
muy apreciada en la ciudad puesto que fue recibido muy bien en los círculos de
la aristocracia criolla y frecuentemente solicitado para consultas
profesionales. En medio
de este ambiente elitesco conoció a una bella criolla hija de uno de los más
connotados representantes de esa aristocracia provincial. Don Luis Beltrán García de Urbaneja. La señorita Urbaneja, de nombre María
Rosario y el médico francés se enamoraron, con gran disgusto del aristócrata criollo, quien se opuso
tenazmente al matrimonio aduciendo que la profesión de médico, no era digna de
personas nobles, a pesar de la intervención de algunos cumaneses
amigos, incluyendo
al Pbro. Alcalá
Por esos días llegó a
Cumaná el Obispo Martí, quien de Puerto Rico iniciaba su visita pastoral
a los Anejos Ultramarinos, nombre
con el cual se designaban las posesiones de tierra firme dependientes en lo
religioso del Obispado de Puerto Rico En conocimiento del Obispo Martí de lo
que estaba sucediendo, y de
acuerdo con la primera autoridad eclesiástica de la ciudad, el padre Antonio Patricio de Alcalá, decidieron realizar
el matrimonio a escondidas del señor García de Urbaneja En efecto, por la noche, la novia en conocimiento y aceptación de lo
tramado, extendió
su mano por entre los barrotes de una ventana que daba hacia el callejón, que separaba su casa, del convento de Santo Domingo. Tomó la mano del
novio y sujetándola fuertemente, luego el Obispo Martí les impartió su bendición, figurando como
testigo el Pbro. Alcalá. Gracias a este bondadoso sacerdote pudo
realizarse el matrimonio.
Impuesto en la mañana
siguiente el padre de Dona Maria del Rosario Urbaneja de Cabrillac de Fontaine, acudió a protestar
ante las autoridades eclesiásticas El Obispo, le respondió tranquilizándolo, según el precepto
evangélico, lo
que Dios une en la tierra no puede deshacerse jamás.
ANECDOTAS DE
CARÚPANO
Pág. 94
No.70
ANECDOTAS TRADICIONALES CONTADAS POR RAQUEL BRITO DE GODOY
1º.- LA DONA PIANGENTE
Como sabemos y lo dice la autora estas
anécdotas se repiten casi al dedo en todas partes del mundo como son La Llorona
El Caballo sin Cabeza El Ahorcado El Sapo El Encantado o Los Encantados del Rio
que es el título del primer libro del poeta Jesús Torres Rivero todas estas anécdotas
con agregados particulares en cada pueblo como veremos en la versión de la encantadora
carupanera Doña Raquel Brito de Godoy en su libro “Evocaciones de Carúpano”
Veamos
“Es verdaderamente sorprendente como los mitos
y las creencias populares se suceden y trasmiten por casi todos partes del
mundo y aunque tengan diferentes calificativos en ellos casi siempre aparecen
los mismos personajes.
Cuando
yo vivía en Italia tuve una cuoca (Cocinera) a la que le fascinaba relatar e
inventar historias y para hacerlas más creíbles eran corroboradas por otra
empleada quien juraba que era cierto lo contado por la Julia que así se llamaba
la cuoca
Ella contaba que la “Dona piangente”
(equivalente a nuestra Llorona o Chigüira) salía en las noches en que no habia
luna llena y recorría todo el pueblo llorando a un hijo que ella misma habia
asesinado Como castigo a tan infame delito Dios la habia condenado a llorar su
hijo y a deambular por el mundo a través de los siglos decía además que otras
personas que circulaban por una carretera cercana a Roma también habían visto a
una mujer alta de traje blanco que lloraba lastimosamente y que cuando se
detenían a averiguar que le sucedía a esa mujer esta mostraba el rostro en
llamas o simplemente se esfumaba sin dejar huella alguna. Los viajeros daban fe
de la extraña figura que habían visto y erran presa de un miedo aterrador. Esa
misma historia se repetía en todo aquel país También en España oí lo mismo pero
contado en una versión distinta.
Resulta entonces que aquí en Venezuela el
cuento de la Llorona ha recorrido todo el territorio, pues es un personaje al
que se le reconoce y menciona en todas las regiones como son los Andes, los
Llanos, el Centro y el Oriente
Personalmente nunca tuve esa experiencia, pero los mayores nos decían
que después de las 9 de la noche no se debía permanecer en la calle, pues la
Llorona podía aparecer de repente y quemarnos con su candela.
También
nos contaban acerca de la presencia que recorría las calles de la ciudad
arrastrando unas cadenas, las cuales hacían bastante ruido. Así mismo habia
otra historia muy singular, bastante bien difundida en aquellos tiempos, que
llevaba por nombre “El Ahorcado del Maco de Macarapana”. Ese Maco era un
robusto árbol de grueso tronco y alta copa, quizás centenario, un impresionante
y admirable guardián de nuestro querido e inolvidable Rio Chuare, que creció en
una de sus márgenes, en un vado muy cercano a la población de Macarapana. Por
su robustez y edad el nombre de este árbol era utilizado como punto de
referencia para cualquier orientación.
Así
pues, resulta que existía una versión popular mediante la cual se contaba que
un señor de la región que era aficionado al juego, habia apostado mujer y
hacienda, en una jugada, resultado perdedor. Cuando los ganadores de la partida
fueron a cobrarle no pudieron pasar del Maco, porque de una de sus ramas pendía
el cuerpo sin vida del infortunado jugador. La noticia de tal suceso se
extendió de inmediato, mucho más allá del pueblo; y la gente humilde, que lo
habia conocido, acostumbraba acercarse al pie del árbol al caer la noche, y le
prendían velas que llevaban al efecto. Como este espectáculo no era muy
agradable, la gente del lugar restringió el paso por aquel lugar a partir del
momento en que empezaba a anochecer. Con el tiempo esta historia se fue
extendiendo poco a poco, de boca en boca y al final, casi se convirtió en una
novela”
2º.- DE LA MISMA CARUPANERA
ALGUNOS PERSONAJES POPULARES DE CARUPANO.
En todas partes del mundo sobre todo en los
pueblos interioranos siempre existen personajes singulares que la gente toma
como modelo para inventar cualquier chiste y achacarlo a dichos personajes,
pero sin ánimo de ofenderlos
Estos personajes son por lo general individuos
inofensivos que por los escasos recursos económicos de sus familias o alguno
que otro defecto congénito no pudieron gozar de los privilegios de otras
personas a quienes la naturaleza creo completamente normales Por tal razón
sintiéndose una carga para la familia optan por salir a la calle a pedir
cualquier cosa sin ser agresivos Recuerdo el caso del loco Chelo un personaje
que visitaba diariamente el templo de Santa Rosa y estaba pendiente de las
procesiones para prestar su ayuda cargando las imágenes era seguro encontrarlo
hablando en su “media lengua” con la imagen de Jesús Nazareno Sin duda era un ferviente católico y jamás
hizo daño a alguien
También recodamos a Pedro Picón este si era
una persona normal que cuidaba las plazas, pero a veces actuaba agresivamente
contra los muchachos y siempre cargaba los bolsillos llenos de piedras
destinadas a quien los llamara “Pedro Picón” No sabemos a ciencia cierta cuál
era su apellido siempre andaba vestido de traje limpio y cargaba su sombrero
Algunas veces reaccionaba furiosamente contra las personas de quien sospechaba
que lo iban a llamar Pedro Picón
Una debilidad si tenía y eran las niñas él se
ubicaba casi siempre a las puertas del templo de Santa Rosa y cuando veía venir
algunos muchachos se escondida tras la puerta mayor y las llamaba para
ensenarles un pajarito pero el tal pajarito eran sus partes íntimas pero como
ya se conocían sus manías las señoras mayores entre ellas Belén Guerra Lolita Lyon Matilde Capdeviela
nos alertaban sobre su presencia Así es que cuando veíamos al señor Pedro Picón
entrabamos por la puerta contraria a la de donde él se encontraba y cuando nos
hacía señas no le hacíamos caso sintiéndose ignorado se alejaba
No. 71.-
ANÉCDOTA DE CAYETANO MARTINEZ
Otro personaje popular en Carúpano en esa
época era el señor Cayetano Martínez más conocido como “Tatano” quien
pertenecía a una distinguida familia pero monto tienda aparte y formo la suya
Se distinguió por su bien educada voz de tenor y se lucia con su canto en las
procesiones religiosas acompañado siempre por los músicos Él tenía una manía
muy peculiar pues siempre andaba vendiendo alguna cosa por ejemplo ofrecía una
prenda por Bs 200 o 100 y terminaba vendiéndola por Bs 5 o 10 Realmente era muy
educado (Nota mía Si no le regateaban el precio no la vendía)
No. 72.- DOS ANÉCDOTAS DE NICHO BELLORIN
El personaje más conocido y popular de esa
misma época era Nicho Bellorin a quien apodaban “Nicho Tibiera” porque de nada
se picaba y además era un hombre sumamente impaciente Hay cientos de chistes
atribuidos a él los cuales causan hilaridad a quienes lo conocieron y a los que
los leen o escuchan, sin embargo en el fondo fue un hombre muy servicial y leal.
Este señor era muy trabajador y hacia cualquier cosa con tal de ganarse el pan.
Los jóvenes cercanos a él conociendo el
carácter irascible de Nicho se las ingeniaban para molestarlo y luego reírse a su
costa. Un día Nicho resolvió vender “Snow ball” (raspado o cepillado) como le
dicen en Carúpano. Hizo su mesa buscó sus botellas; preparó jarabes dulces de
cinco especies y sabores, perro no preparó jarabe de tamarindo.
Muy orondo cargo con toda su logística y montó
su negocio en una esquina muy conocida de la ciudad, esperanzado en vender todo
el producto; pero ya los muchachos de la pandillita, conjurados, estaban
avisados del negocio de Nicho, y le montaron guardia. Primero mandaron un
emisario para que tomara nota de los sabores que Nicho iba a vender. Supieron que tenía de coco con papelón con
azúcar, frambuesa, guanábana, limón, níspero; pero no tenía tamarindo.
Pasado un rato, llegó el primer cliente y el
segundo, y pidieron su Snow Ball y fueron servidos; y Nicho, contento porque habia comenzado bien;
pero luego los clientes se fueron
distanciando, y ya Nicho daba muestras de impaciencia. Después de observar la
actitud del vendedor, la cuerdita de muchachos, reclutaron algunos dispuestos a
respaldarlos en su travesura, para que fueran donde el raspadero y le ordenaran
un raspado de Snow Ball de tamarindo. Así lo hicieron como cuatro veces y Nicho,
muy molesto, ofrecía de mal humor, lo que tenía, y argumentaba agritos destemplados: “!Bueno!… Es que están preñaos, lo que quieren tomar es tamarindo? Pues no hay….Aquí hay de todo: Níspero, coco, frambuesa… de todo… ¡ah!... pero quieren tamarindo, pues no hay”
Así pasó como hora y media, y habían pasado cinco
personas pidiendo tamarindo. La paciencia de Nicho no soportaba más. La
calentura iba a estallar. Así pués,
cuando llegó el siguiente cliente y pidió tamarindo, cogió las botellas
de jarabe y las lanzó contra el suelo, el hielo lo zumbo con rabia, y a la mesa
y el
carrito, les dio de puntapiés,
los desbarató, y luego sacó una navaja
“pico e loro” y grito, que habia una
conspiración contra, él y que dieran la cara como hombres, como machos; y no se
escondieran como gallinas. La
muchachada salió corriendo y se perdió en la lejanía
Un día Nicho se puso a hacer una silla bien
bonita Corto su madera la lijo encolo y
pinto su silla al fin iba a ver su
trabajo terminado ya era tiempo porque la sillita se las traía Cuando la silla estuvo lista Nicho saco la cuenta de lo que habia gastado
y llego a la conclusión de que le hubiera salido más barata si la hubiera
comprado hecha pero bueno ya estaba lista
Cogió su silla y con un poco de rabia por lo
que habia gastado la llevo a la salita de su casa y se sentó en ella para
estrenarla ¡mala suerte! La silla cojeaban
y Nicho pensó ¡Lo que faltaba!
Cogió la silla la volteo le midió las cuatro
patas y serrucho la pata que echaba bromas luego volvió a voltearla y se sentó
nuevamente y de nuevo la silla cojeaba Nicho un poco impaciente pero pensando
que era cosa de medir bien volvió a medir la silla serrucho de nuevo y se
volvió a sentar en ella y nuevamente cojeaba pero del otro lado ya con rabia
respiro hondo y cogió la silla la voltio midió y serruchó otra vez A estas
alturas la silla se fue achicando y ya solo servía para un niño Cuando Nicho
voltio la silla para probarla nuevamente la silla cojeaba de las cuatro patas y
además era muy chica para el entonces monto en cólera y cogió un machete y
convirtió su obra de arte en Lena para el fogón de su cocina y luego viéndola
arder le dijo ¡Cojea ahora cono de tu madre!
No. 73.- ANÉCDOTAS DE RÍO CARIBE
CONTADAS POR SU CRONISTA OFICIAL JESÚS MILLÁN PAZOS.
Las tres lochas
¡Cómo
me gustaba escuchar los chismes que diariamente se contaban las vecinas que a
las seis de la mañana se reunían en la cocina de mi abuela! Yo, hasta me metía
en un cestón de ropa lavá, pa’escuchá la conversa.
Un
día escucho que una de ellas dice:
¡Mijitas! saben lo de Carmen María.
Las otras dicen ¡No mijita! ¡Cuéntanos!
Responde. ‘’Resulta que anoche, como a las
siete, la encontraron con Pachico en la boca del río… Y parece que perdió las
tres lochas…
Yo, un muchachito todo inocente, salgo de mi
escondite y les digo. ¡Bueno!… En esa oscurana y en ese arenero a cualquiera a
se le pierden tres lochas.
No bien había terminado de hablar cuando me
cancharon un tremendo correazo por asomao.
Pero ese día, también se presentó la señora
Chica, la mamá de Carmen María, paseándose en la cocina de mi abuela como
buscando pelea. Decía:
‘’Que van a decir ahora ciertas personas, de que mi hija no tenía las tres
lochas… y mañana se casa con Gervasio el de Loña.
Yo volví a salir de mi escondite y le dije: ¡Señora Chica!... Las tres lochas de
Carmen María las tiene Pachico… Lo que tiene que hacer es pedirle que se las
regrese.
Esta vez no fue un solo correazo sino tres.
Ahora resulta que Carmen María se casó con Gervasio
y en la madrugada, la regresó porque no tenía las tres lochas.
Yo dije en voz baja si por no tener las tres
lochas la regresa, si faltara un bolívar la mata…. Menos mal que nadie me
escuchó
No conforme con el lio de las tres lochas de
Carmen María, quise investigar más profundamente lo de ‘’las tres lochas’’ y me
siento en la acera de la casa de mi abuela a meditar. En eso veo que viene la
señora Teodomira con su batea llena de frutas en la cabeza. Se acercó a mí cariñosamente
y me dio una banana madura y me preguntó: ¿Tu may está ahí? Sí, le respondí, pero enseguida le pregunto a esa pobre
madre de ocho hijos:
¿Señora Teodomira, usted tiene las tres lochas todavía? Teodomira se volteó, me quitó la banana de las
manos y me dijo:
Pregúntale a tu madre… Ella tiene las tres lochas de ella…
Yo me quedé en el sitio…
No.74.- OTRA DE JESÚS MILLÁN PAZOS.
El Chivo
Los
Riocariberos tenemos la mala costumbre de cambiar el nombre a las cosas por lo
que muchas veces se mete uno en unos enredos de padre y señor mío. Vean un
ejemplo de ello. Siendo yo un inocente muchachito escuchaba que las señoritas
de la casa y en general las mujeres vecinas decían: Ya fulana se desarrolló, le llegó el chivo. O si no decían, zutana tiene el chivo. Yo
observaba que cuando decían eso la que tenía el chivo presentaba los siguientes
síntomas: dolores
como de barriga, se la pasaba acostá, no se podía serená, no se podía bañá, no podía
come lechosa, patilla, piña y mucho menos aguacate porque se le ponía hedionda,
le ponían la hoja ‘’Quita Dolor’’ con aceite alcanforado caliente y no podía poner
los pies en el suelo.
Un
día observo yo que una de mis tías presentaba todos esos síntomas y estando
sentado solito en la sala de la casa llegó el novio de ella y me pregunta:
Chuchú donde está tu tía Santana?
Le respondo displicente ¡Está acostada!
Aquel hombre molesto y con cara de
preocupación, casi me grita…
¡Qué pasa!… ¿Está enferma?
Le respondí. ¡Bueno!… ¡Yo creo
que ella tiene el chivo!...
Más vale que no hubiese hablado. ¡Mi tía que llegaba!!El
pellizco que me dio, todavía
me duele!
Entonces decidí por mí mismo investigar qué
era eso del chivo. Me fui a la casa de la señora Jerónima que vivía a la subida
del cerro ‘’El Toro’’, donde
tenía muchos chivos.
De sopetón le pregunté
¡Señora Jerónima!... ¿A
usted le llega el chivo?
La señora amablemente me respondió:
¡Ay si mijito… Yo los llamo tempranito y ellos
me llegan todos…
Yo le repliqué… ¡No señora!... Yo me refiero
al chivo, que enferma a las
mujeres…
La señora se puso roja y me cogió con fuerza por
el brazo y furiosa me dio una nalgada. Me dijo: ‘’A tu abuela Pita Pita se lo voy a decir’’. Y efectivamente
al otro día fue con el cuento y se lo dijo a mi abuela y también me dio otra
nalgada, pero muerta de la risa.
Tambien había otro detalle que me interesó y
era que las mujeres que tenían el chivo, bueno, muchas de ellas se amarraban un
trapo en la cabeza, por eso me confundí con un señor que vivía cerca de la casa
y que decían que era maluco. Felipe se llamaba, ese día tenía un trapo amarrado
en la cabeza, se quejaba de dolores de barriga, tenía unas hojas de quita dolor
(hojas de Salvia) amarradas con aceite alcanforado en la cabeza, estaba acostado
en una camita de la sala de su casa. Pasaba pensando en el asunto y cuando lo
vi así entré y le pregunté:
¡Señor Felipe!... ¿Usted tiene el chivo?
Ese señor era muy grosero, se paró como picado
de avispa y entre palabrotas me dijo:
¡Mira muchacho asqueroso!… ¡Cómo se te ocurre
que a mí me llegue esa porquería!… ¡Esa desgracia les llega solo a las mujeres!…
Yo, tímidamente le repliqué: ¡Es que usted parece que tuviera el chivo!...
Me contestó más caliente todavía: ¡Quién tiene el chivo es tu May! ¡Anda pa’llá
carajito!… ¡Dile que te enseñe a respetar!…
Otra vez salió a relucir la pobre Maricé por
culpa mía.
Pero no quedó así la cosa. Una vecina nuestra,
que llamábamos Pepa, señora ya mayor a quien quisimos muchísimo se presentó en
la casa para ayudar a pilar el maíz, con la cabeza amarrada con un paño de mota
y las infaltables hojas de ‘’Quita Dolor’’ calentadas con alcanfor y por
supuesto quejándose de dolores de barriga.
Cuando la miro, indiscreto como siempre, le
dije:
¡Pepa!... ¡Yo sé lo que tú tienes!...
Y ¿Qué tengo yo Chuchú?
Le respondí: ¡El chivo!...
Esa mujer se volvió el Diablo. La mano pesada que
tenía la Pepa de tanto darle al pilón me la descargó completica en las nalgas.
Me sacó un grito que tenía en el trasfondo de mis miedos y me dejó aturdido,
pero más interesado en el chivo.
Encima para despedirse la Pepa le dijo a mamá: ‘’Este niño necesita un escarmiento’’…
Posteriormente me mandaron para Trinidad a
estudiar y me instalaron en la casa de mi tía Chucha, allí residían seis
señoritas estudiantes y en la casa de mi tía María Luisa residían otras cuatro,
más mis primas Teresa y Lucía. Empiezo a observar que esas señoritas se bañaban
todos los días, comían piña, lechosa, patilla y aguacate todo el tiempo, se
serenaban todos los días, no se amarraban la cabeza y no usaban la hoja quita
dolor ni tenían dolores como de barriga. Pensé, será que aquí no hay chivo. En
ese afán le pregunté a mi prima Teresa,
que no hablaba inglés y se le había olvidado
nuestra lengua:
¡Teresa!… ¿A ti no te llega el chivo?
Me responde esquiva: ¡No Chuchú!… ¡Aquí no haber chivo!...
Pero no me quedé con esa… Inquiero otra vez y vuelvo
y le digo: Tere…
Yo me refiero al chivo de mujer...
Teresa me respondió. ¡Oh sí!... El chivo mujer,
ser igual al chivo hombre, pero
el chivo mujer… Tener tetas.
No pude averiguar nada hasta hoy… y miren que
lo he intentado…
No.75.- OTRA DE JESÚS MILLÁN PAZOS.
La Confesión de Faño
Cuentan los viejos maestros en el cotilleo
pueblerino de Rio Caribe, que por allá por el año 1919 llegó al pueblo
un nuevo Jefe del Resguardo a quien se le conoció por nombre de El Capitán
Tomás, que era admirado por hombres y mujeres del pueblo.
En el pueblo y en esos tiempos vivía también
un personaje al que llamaban cariñosamente Faño, muy querido por que prestaba importantes
servicios con un carro de mulas de su propiedad. Este Señor Faño también se
ganó en poco tiempo la confianza del Capitán Tomás, porque lo atendía de todo
lo que necesitaba, le hacia el mercado, le reparaba todas las averías de la
casa y se daba el lujo de compartir la comidan y el café, en la intimidad de la
familia.
Cierto día, el Capitán Tomás le confesó a Faño,
que no todo en su casa era felicidad, que entre él y su bella esposa no todo
marchaba bien, por cuanto en siete años no había tenido hijos. Faño lo animó lo más que pudo y le dijo que él
conocía una señora famosa en el cercano pueblo de ‘’Catuaro’’, que le podía
resolver ese problema. Entonces el Capitán, que estaba desesperado, lo autorizó
para tratar con la hechicera y le pagó para hacer las diligencias que fueren
necesarias para curar a su mujer, porque peor era no hacer nada.
Anda amigo, le dijo, que grande será tu
recompensa, ve a ver a la hechicera. Faño diligentemente salió de inmediato
para ‘’Catuaro’’ y buscó a ‘’La Sacerdotisa de la Luna’’ que así se hacía
llamar y esta lo atendió amablemente. Faño le contó todo lo que sabía de la
bella esposa del Capitán Tomás y ella le
pidió algo que el Capitán hubiese tocado y Faño le entregó unas monedas. La
mujer las empuñó y al cabo de un rato le dijo a Faño ‘’El hombre no puede tener
hijos’’.
Después le vendió una botella y le explicó el
tratamiento.
Faño se apareció al otro día en Río Caribe con
la botella y sus instrucciones. Faño le explico al Capitán, con lujo de
detalles, todas las diligencias que hizo y su resultado. Traía las
instrucciones escritas la botella que contenía un bebedizo, compuesto con ramas
de distintas matas medicinales y otras sustancias secretas que solo la
hechicera conocía; y también trajo una
cinta de color morado.
Todo lo entregó al Capitán como le dijo la
bruja, y debía, le dijo que al cantar el gallo que tenía en el corral, a la
media noche, él Faño procedería a amarrar la cinta morada en la cabeza de la
señora, y acto seguido prendía una vela rezaba, el Credo Católico, le daba una
cucharada de la pócima, le retiraba la cinta y la tiraba al mar, cuya orilla
estaba cerca, tenía que tirar la cinta de espaldas al mar y sin mirar hacia
atrás. Eso si el marido no podía estar presente, y volvería a acostarse con la
señora, como una hora después de la operación.
Todo el pueblo estaba informado hasta de los
más mínimos detalles de este proceso. Efectivamente dos meses después de
iniciado el tratamiento la señora salió preñada, lo que fue un acontecimiento
intensamente esperado en el pueblo, pero las malas lenguas… ¡Dios mío! que
nunca faltan en nuestro pueblo, comenzaron a murmurar, criticar y burlarse del Capitán;
y decir abiertamente que la barriga de
la señora era de Faño.
El capitán sabía todo, pero se molestó, perdió
el buen juicio cuando a su paso unos muchachos se pusieron los puños en la
frente con los índices levantados. Entonces se decidió a enfrentar a Faño.
Al otro día en la mañana el Capitán le pidió a
Faño que lo acompañara a la playa de ‘’Cacaito’’, porque le habían denunciado
que ahí habia un contrabando escondido y Faño sin sospechar de su amigo lo
acompañó.
Cuando llegaron a ‘’Cacaito’’ el Capitán desenfundó
su revolver 38 Samih & Wilson cañón largo, y le dijo a Faño: ¡Ajá… ahora
usted me va a confesar si mi esposa está preñada de usted!
Faño temblando le juro, le rogó, y juró y
perjuró que no tenía nada que ver con eso; y le dijo, por su madre, que esas eran
habladurías de las gentes, hasta que le ablandó el corazón al Capitán… y como
ese día era Jueves Santo, el Capitán le creyó; pero le hizo jurar por el Nazareno,
y Faño juró; de tal suerte, que el Capitán avergonzado a modo de
arrepentimiento le dijo: Está bien
discúlpame, me he dejado llevar de la
gente. Ahora si te creo.
Y emprendieron juntos el camino de regreso
para Rio Caribe Al llegar al poblado el Capitán vuelve y le dice: perdóneme Faño
por dudar de Usted y tendré que pedirle perdón también a mi mujercita, una mujer
tan digna, tan linda, tan aseada y yo dudando de ella.
Faño aprovechó el momento para decir: Si es verdad mi Capitán lo único malo es que a
ella le hiede mucho el sobaco. El Capitán sorprendido le contesta: cónchale Faño si es verdad y que será bueno
para eso.
La respuesta de Faño fue: ‘’Yo le echo a ella los cogollos de guayaba
tierna. El Capitán se revolvió como picado de culebra, iba a sacar el revólver,
pero Faño dándose cuenta de lo que dijo,
y se había delatado, arrancó a
correr cerro arriba y no apareció en Rio Caribe sino cinco meses después, cuando
al capitán lo cambiaron para La Guaira, Riocaribero tenía que ser.
No.76.- OTRAS DE
LA LA CHISPA RIOCARIBERA
No 1 -
Hace algún tiempo vivía en Rio Caribe un
telegrafista de aquella generación en la cual estos competían la jerarquía
social con los maestros el señor Ramón Gutiérrez ciudadano muy atildado quién
en sus conversaciones cotidianas le gustaba mucho adjetivar, y así utilizaba
con frecuencia ‘’el susodicho’’, ‘’el mencionado’’, ‘’el referido’’
En una oportunidad en que un hijo suyo tuvo un
pequeño altercado con otro joven, pidió que llamasen al representante de éste
ante el Jefe Civil para resolver el caso. En
presencia de la Señora Madre del otro joven, expuso el caso en la siguiente
manera: Mire
señor Jefe Civil, mi hijo estaba ayer domingo paseando por la plaza Bolívar y
sin querer tropezó con el hijo de la Señora aquí presente, de repente el
susodicho hijo de la mencionada señora le dio un puñetazo a mi referido hijo en
la sobreentendida plaza.
El Jefe Civil, le preguntó a la señora
demandada si tenía algo que decir, y la señora respondió:
Si tengo. Ipsofacto el Jefe Civil le concedió el derecho de palabra.
Ella dijo con rabia: ‘’fíjese usted Señor Jefe Civil que el señor
aquí ‘’de cuerpo presente’’ sigue ofendiendo a mi hijo llamándolo ‘’el
mencionado’’ y yo tengo que decir aquí que mi hijo tampoco es ‘’el susodicho’’ sino que es mi hijo
legítimo y tiene su nombre propio si es hijo mío porque yo lo parí, pero el
hijo del señor ‘’de cuerpo presente’’ que si es un ‘’mencionado’’, es un ‘’huevo
cambiao’’ porque ‘’la susodicha’’ esposa del ‘’sobreentendido’’ telegrafista, le
da cacho con un ‘’susodicho’’ que no es ‘’susodicho’’ sino que es Pablo Fermín.
. Ahí mismo se armó la Sampablera.
Al
final los dos quedaron presos por falta de respeto a la autoridad.
No 2 –
El humorista más celebrado de Río Caribe, en
su tiempo fue el señor Luis Vicente Caraballo, al que todo mundo conocía por el
sobrenombre de ‘’Desnudo’’.
Cierto
día, el señor Vicente Caraballo fue citado por la
Jefatura Civil por cuanto la señora Ana Fuentes, vecina de populoso suburbio de Rio Caribe, lo acusó de haber matado una puerca de su propiedad,
atropellándola con un camión, que según afirmaba
manejaba el mismo señor Luis Vicente Caraballo alias ‘’Desnudo’’.
El
día de la audiencia, abierto el acto por el
jefe Civil, se les informó a las partes los pormenores del
procedimiento.
Que resumimos así
Se
escuchó primero a la señora Ana Fuentes, la cual expuso brevemente
la violación de su derecho, que consistía en lo mismo
que ya habia denunciado, o sea, que el Señor Desnudo que
está aquí presente, con su camión,
mató una puerca de mi propiedad, y vengo a reclamar el
pago de la puerca sin incluir los danos y perjuicios que también me
corresponderían.
Una
vez escuchada la demanda, el Jefe Civil
dirigiéndose al acusado, lo interpeló de la
siguiente manera diga el Señor Vicente Caraballo alias Desnudo si se declara
culpable o inocente.
Se produjo un largo silencio
Entonces
el acusado, señor Caraballo alias Desnudo,
se puso de pie se quitó el sombrero de cogollo y dijo
Con
la venia de la sala, si tengo algo que decir
Bueno, yo si
estoy dispuesto a pagarle a la Señora Ana su puerca pero le voy a referir como
sucedieron los hechos por que la
señora Ana no dijo nada Resulta pues que
yo venía por la calle Guate Cochino con mi camión cargado hasta los
tequeteques y tiro la vista para el
corral de la señora Ana y veo aquella hermosa puerca amarrada al pie de una
mata echadita ella y me provocó pasarle por encima Entonces agarré el camión lo
conduje hacia la puerta de la casa de la señora Ana salí por el patio y le pasé
por encima a la puerca y la dejé muertecita.
El
Jefe civil que estaba a atento al discurso le dice a Desnudo ‘’Páramelo ahí eso
no lo creo yo sería que la puerca andaba realenga por la calle y usted la
pisó’’.
Desnudo
que esperaba esa reacción ripostó:
Señor
Jefe Civil eso lo dice usted no yo.
El
Jefe civil dándose cuenta que había decidido el caso le dio un regaño a la
señora Ana por querer manipular la justicia y la condenó a pagar la multa por
tener animales realengos en la calle lo que estaba prohibido por la Ordenanza
Municipal.
Y
después ya para despedirse les dijo a los contendientes vayan y arreglen sus
asuntos en su casa y no vuelvan más por aquí.
No.130.79.- ANÉCDOTA CONTADA POR EL
PROFESOR ANDRÉS VELÁSQUEZ.
Reportado por: Luis Alfredo Rapozo
EL MUERTO DE MARIGUITAR.
En esa temporada de
descanso, llegó el poeta Aquiles Nazoa manejando su Volkswagen recorriendo las
carreteras del estado Sucre, para ver con su alma y su mirada absorbente el
azul intenso de las aguas del Golfo de Cariaco y la belleza natural de la
península de Araya. Cuando llegó a Marigüitar se hinchó de un sentimiento
profundo-como lo dijo luego en su programa de TV, por el canal 5-, al respirar
el aire oriental, envolvente de la vida arrullada sobre las orillas bañadas por
las olas. Vio como los pequeños botes multicolores con nombres femeninos
pintados en la proa, zarpaban en la noche, llenos del jolgorio de los hombres
que buscaban el corocoro; el carite, la lisa… para alimentar a las humildes
mujeres que criaban a sus muchachos dentro de una casa de bahareque con techo
de caña amarga. Conoció el río Marigüitar bordeado de árboles frutales y
también los ríos Golindano y Petare. Se sentó al pie de un cocotero frente al
mar y allí tomó notas en su libreta para construir estrofas perfectas, llenas
de costumbrismos amenos, que captaban el día a día de la gente. También comió
pescado frito; gofio, probó la dulce agua de coco y se alegró con ron Florida.
Y muchos dicen que fumó tabaco cumanés mientras fijaba su mirada en el
horizonte azul. Tan solo un hecho doloroso lo despertó de su letargo observador
al encontrarse una mañana con hombres y mujeres de luto, que llegaban de
caseríos cercanos para asistir a la despedida de Juan Salazar hasta el
cementerio: Era Juan un humilde pescador que dejó su vida entre las aguas del
Golfo durante una tragedia en faena de pesca, cuando la Virgen del Valle estaba
ausente. Así fue como se enteró que a Juan lo velaban en su humilde morada y
pudo ver el cajón sencillo que guardaba sus restos, cosa que seguramente le
llamó la atención. Los dolientes del muerto le lloraban inconsolablemente y
también ancianas venidas de caseríos extendidos por la costa que no dejaban de
verter su llanto y sus rezos de madres postizas. Adentro estaba Juan vestido
con su franela multicolor de rayas horizontales, la cual usaba en sus noches de
galerones y parrandas, bajo la luna, en rondas de pescadores mojados de ron:
Solo esperaba su baile hasta el campo santo. Cuenta el poeta Aquiles Nazoa que
cuatro pescadores fueron los que llevaron sobre sus hombros al compañero y que
se podía escuchar un canto de dolor como galerón no escrito. Metido entre la
multitud, caminando con su sensibilidad solidaria de hombre de espíritu
comprometido con la vida, Aquiles llegó a escuchar de boca de sus compañeros, “que
Juan esa noche estaba muy contento e incluso cantaba décimas palpitantes del
sentimiento oriental” y también le decían “¿Quién iba a imaginar que lo
perderíamos en pocas horas de una manera tan inesperada y aguas adentro?”
Alguien llegó a decir “que la Virgen se lo había llevado”. El poeta estuvo allí
entre la muchedumbre viviendo el suceso doloroso para los lugareños y nos dejó
ese hermoso poema, que luego tuvo música y es un estandarte del folclore
nacional.
No.80.- ANÉCDOTA DEL LIBERTADOR Y EL PADRE DE GIRARDOT…
En el mismo número publicó una anécdota
que más bien es un evangelio. Fue publicado en el periódico peruano “El
Telégrafo”, fundado en 1764 por Francisco Cabello y Mesa, y enviado a Cumaná
con motivo del Centenario de Ayacucho.
La
escena sucede en el Cuartel General del Libertador. Un anciano de aspecto
noble, cabellos blancos, mirada chispeante, andar penoso y ya un poco inclinado
por la inclemencia de los años, se desliza pensativo por aquellas galerías
olorosas a pólvora y a rifles.
Lleva de
la mano a un jovencito de pocos años que apenas podrá sostener un fusil. Y mientras los ojos del anciano parecen
escrutar las interioridades de una pieza algo distante, los ojos del imberbe se
pasean por aquellos corredores con una curiosidad verdaderamente infantil.
Al
encuentro de estos dos polos opuestos de la vida, se adelanta un edecán, el
cual los interroga de esta manera.
¿Qué dicen ustedes?
Deseo hablar con el Libertador –responden el anciano.
Por ahora no se puede. El Libertador está ocupado.
Una palabra me basta ¡Hágame usted el favor... se lo
suplico!
El
Edecán animado por un presentimiento algo extraño. Se dirige entonces a la pieza del Libertador
y le dice:
Un
anciano que trae de la mano un jovencito, dice que quiere hablar, aunque sea una
palabra con su Excelencia.
Que
entre -contesta el Libertador desde su escritorio, y soltando la pluma se pone
de pies; se cruza de brazos, su actitud característica, y repite ligeramente;
¡Un anciano! ¡Un Jovencito! ...
Inmediatamente
debió impresionarlo el aviso del Edecán. Bolívar veneraba la ancianidad y la
niñez. Un anciano siempre tenía para él un destello de gloria. En un niño creía
siempre adivinar sus esperanzas....
Los
hombres privilegiados han tenido especial predilección por los seres que se hallan
en estos extremos “vejez”, “niñez”.
Y
mientras el pensamiento de Bolívar, más veloz que un relámpago meditaba quien sabe
cuántas cosas, aquel anciano venerable, de cabellos y mirada luminosa, seguido
de un pequeño adolescente, se coloca frente al genio y le dice:
General Bolívar
aquí le traigo el último hijo que me queda porque todos han muerto por la
Patria. Este es el único apoyo de mi familia y de mi vejez; pero la libertad lo
necesita y es preciso que le siga a usted en el camino de la gloria.
¿Y quién
es usted? Preguntó Bolívar
Soy el
padre de Atanasio Girardot
El
Libertador no pudo hablar, y dícese que en ese instante el Padre de la Patria y
el padre de los héroes se abrazaron y que de los ojos de ambos se escaparon
algunas lágrimas.
Poco
después circuló el siguiente oficio:
Ciudadano
Secretario de la Guerra del Gobierno General.
Cuartel
General de Santa Fe, enero 2 de 1815
Los
servicios del Coronel Girardot no han quedado bien recompensados. Toda la Nueva
Granada y Venezuela lloran su muerte y veneran su memoria; mas las concesiones
que se hicieron en favor de su familia han sido renunciadas generosamente en
bien de la Patria.
Su
padre, a quien la pérdida de dos hijos podría hacer desear la conservación del
resto de su familia, me ha presentado luego que llegué al único varón que le
quedaba con la esperanza de que este jovencito pueda imitar sus virtudes y
remplazo
He
aprendido la generosa oblación de este padre patriota y para manifestarle la
consideración a que se ha hecho acreedora su ilustre familia, he dado el grado
de Subteniente al joven Girardot y lo he mandado agregar al invicto Batallón de
Barlovento. Confío en que, aprobándolo
el Gobierno General, se permita descargar así una deuda de la Patria.
Dios
guarde a V. S. muchos años.
SIMON
BOLIVAR.
No.81.- ANÉCDOTA CONTADA POR HUMBOLDT. LA HOSPITALIDAD DE LOS CUMANECES.
Hicimos bajar nuestros instrumentos
por la tarde, y tuvimos la satisfacción de hallar que ninguno había sido
estropeado. Alquilamos una casa espaciosa cuya orientación era favorable para
las observaciones astronómicas. Gozábase en ella de un fresco agradable cuando
soplaba la brisa; estaban desprovistas de vidrios las ventanas, y aun de esos
cuadros de papel que las más de las veces remplazan los vidrios en Cumaná.
Todos los pasajeros del “Pizarro” abandonaron el barco; pero la convalecencia
de los que habían sido atacados de la fiebre maligna era muy lenta. De ellos
vimos que, al cabo de un mes, a despecho de los cuidados que les habían
dispensado sus compatriotas, mantenían una debilidad y flacura temerosas. Tal
es la hospitalidad en las colonias españolas, que un europeo recién llegado,
sin recomendación y sin recursos pecuniarios, está casi seguro de hallar
socorro si desembarca en un puerto cualquiera por motivo de enfermedad. Los catalanes,
los gallegos, los Vizcaínos, tienen las relaciones más frecuentes con la
América. Forman allí como tres corporaciones distintas que ejercen una
influencia notable en las costumbres, la industria y el comercio colonial. El
habitante más pobre de Sitges o de Vigo está seguro de ser recibido en la casa
de un Pulpero (Comerciante por menor) catalán o gallego ya llegué a Chile o
México, ya a las Filipinas. He visto los casos más conmovedores de estas
atenciones prestadas a desconocidos durante años enteros y siempre sin quejarse
de ello. Se ha dicho que la hospitalidad era fácil de ejercer en un clima feliz
donde es abundante la alimentación, donde los vegetales indígenas suministran
remedios saludables, y donde el enfermo, acostado en su hamaca, encuentra en un
cobertizo el abrigo que ha menester. ¿No se tendrá, sin embargo, en nada el
estorbo motivado en una familia con la llegada de un extranjero cuyo carácter
se ignora? ¿Será permitido olvidar esos testimonios de dulce compasión, esos
cuidados afectuosos de las mujeres, y esa paciencia que no se cansa en una
larga y penosa convalecencia? Se ha notado que, con excepción de algunas
ciudades muy populosas, no ha disminuido todavía la hospitalidad de una manera
sensible desde el primer establecimiento de los colonos españoles en el nuevo
mundo. Aflige pensar que ese cambio llegará cuando la población y la industria
colonial hagan más rápidos progresos, y cuando ese estado de la sociedad, que
se ha convenido en designar como civilización avanzada, haya desterrado poco a
poco "La vieja “franqueza castellana”.
Entre los enfermos que desembarcaron
en Cumaná había un negro que pocos días después de nuestra llegada cayó en la
demencia. Murió en este estado deplorable, aunque su amo, anciano casi
septuagenario, que había dejado la Europa buscando modos de establecerse en San
Blas, a la entrada del golfo de California, le hubiese prodigado todos los
auxilios imaginables. Cito este hecho para probar que a veces ocurre que
individuos nacidos bajo la zona tórrida experimentan los perniciosos efectos
del calor de los trópicos después de haber habitado en los climas templados. El
negro era un joven de diez y ocho años, robustísimo y nacido en la costa de
Guinea. Una permanencia de algunos años en la altiplanicie de las Castillas
había comunicado a su organización ese grado de excitabilidad que hace a los
miasmas de la zona tórrida tan peligrosos para los habitantes de los países
septentrionales.
No.82.- OTRA DE HUMBOLDT Y DON VICENTE DE EMPARAN Y
ORBE.
Fuimos conducidos por el capitán del
Pizarro a casa del gobernador de la provincia, Don Vicente de Emparan, para
presentarle los pasaportes que nos había dado la primera Secretaria de Estado. Recibió
nos con la franqueza y
noble sencillez que en todo tiempo han caracterizado a la nación vascongada.
Antes de haber sido gobernador de Portobello y de Cumaná, habíase distinguido
como capitán de navío en la marina real. Recuerda su nombre uno de los
acontecimientos más extraordinarios y pesarosos que presenta la historia de las
guerras marítimas. Cuando el último
rompimiento entre España e Inglaterra dos hermanos del Sr. Emparan se atacaron
durante la noche, a la vista del puerto de Cádiz, tomando el uno el buque del
otro como embarcación enemiga. Tan terrible fue el combate, que los dos navíos
se fueron a pique casi a un mismo tiempo. Fue salvada una parte muy reducida de
las tripulaciones, y los dos hermanos tuvieron la desdicha de reconocerse poco
antes de su muerte.
El gobernador de Cumaná nos manifestó
su mucha satisfacción con motivo de la resolución que habíamos tomado de
permanecer algún tiempo en la Nueva Andalucía, cuyo nombre, en aquella época,
era casi desconocido en Europa, y que encierra un gran número de objetos dignos
de merecer la atención de los naturalistas en sus montañas y a la orilla de sus
numerosos ríos. El Señor de Emparan nos mostró algodones teñidos con plantas
indígenas, y hermosos muebles en que se había empleado exclusivamente maderas
del país. Se interesó vivamente en todo lo que se relacionaba con la física, y
preguntó, con gran admiración nuestra, si pensábamos que bajo el hermoso cielo
de los trópicos contenía la atmósfera menos nitrógeno (azotico) que, en España,
o si la rapidez con que se oxida el hierro en estos climas era únicamente
efecto de la mayor humedad indicada por el higrómetro de cabello.
El nombre de la Patria pronunciado en
una lejana costa, no hubiera sido más agradable al oído de un viajero que lo
fueron para nosotros las palabras nitrógeno, óxido de hierro, e higrómetro.
Sabíamos que a pesar de las órdenes de la Corte y las recomendaciones de un
ministro poderoso nuestra permanencia en las colonias españolas nos expondría a
innumerables desagrados, si no lográbamos inspirar un interés particular a los
que gobiernan esas vastas comarcas. Demasiado amaba las ciencias el Sr. Emparan
para que encontrase extraño que de tan lejos viniésemos a recoger plantas y a
determinar la posición de algunos lugares por medios astronómicos. No atribuyó
otros motivos a nuestro viaje que los que estaban enunciados en nuestros
pasaportes, y a las públicas señales de consideración que nos dio durante una
larga estada en su gobernación contribuyeron mucho a procurarnos una acogida
favorable en todos los territorios de la América meridional.
No. 83.- ANECDOTAS DEL LIBERTADOR.
Simón Bolívar amó a los animales, con la misma pasó con
que amó a la naturaleza y la libertad, o eso decretó la arborización en gran
escala, protegió las cuencas de los ríos, prohibió la exportación de caballos y
otros animales. Hoy lo calificaríamos como conservacionista. Él decía ¨Lo que
se destruye es inútil para todos¨
Sabemos por sus cartas y demás documentos, que el
Libertador recorrió más de cien mil kilómetros a lo largo de sus campañas, de
los cuales veintitrés mil los hizo a caballo, de tal suerte que se le formaron
dos callos terribles en las posaderas, que se clavaban en la silla de montar, lo
que le permitía dormir plácidamente, durante esos largos recorridos, por todos
los pueblos en los que predicaba, reclutaba y formaba sus ejércitos.
Desde su tierna infancia datan algunas anécdotas
relacionadas con sus caballos como aquella con el Licenciado Don Miguel José Sanz,
que fue uno de sus maestros. Mientras cabalgaban, Don Miguel regañaba a
Simoncito porque se retrasaba, y este, mostrando su genio, le replicó: ¡Maestro…!
¡Ud. ¡Me reprende porque me retraso…! ¿Acaso se da cuenta de que Ud., va en un
caballo y yo en un borrico…?
Al parecer la negra Matea fue la que lo enseñó a montar,
y tal vez lo acompañaba en sus entrenamientos; pero la tradición la ubica como
su entrenadora. No lo pongo en duda; pero lo que es obvio, y no deja dudas, es
su maestría como jinete, el más soberbio de todos los tiempos.
Cuentan que, cuando Simón tenía siete años, se organizó
uno de los viajes para San Mateo, porque su madre, María de la Concepción
Palacios y Blanco, dueña de haciendas de caña de azúcar, del célebre ingenio de
ese nombre, además de la peonada, tenía la obligación de rendir cuentas
periódicas. Entonces toda la familia participaba, e iba pendiente de las
posibles travesuras de Simoncito; y como era de esperarse, pudieron verlo en
una alocada carrera protagonizada por Matea y Simoncito, que se colocaron al
frente de la caravana, para consternación de todos, y muy especialmente de Doña
María.
El Libertador, ciertamente, tuvo muchos caballos; pero
sus preferidos fueron Palomo y Pastor. Cuentan que el Libertador, yendo por la
vía de Tunja, en Colombia la Grande, entrando a Santa Rosa de Viterbo, montando
una mula que daba muestras de cansancio, se vio en la necesidad de cambiar o
remontar, como se dice en su código, mirando los caballos que tenía el dueño de
una posada, lo impresionó una yegua que pasía en uno de sus patios. Entró luego
en tratos con el posadero, pero este lo eludió y más bien se excusó hábilmente,
alegando: que la yegua esperaba un potrillo, y que ese potrillo estaba
destinado a un egregio general, como él lo había soñado. Al llegar a Tunja y
ver el recibimiento que aquel pueblo tributó al Libertador; el posadero se
percató que el hombre con el que soñaba su esposa, era precisamente Bolívar, El
Libertador. Por eso, llegado el tiempo, ya la yegua había parido, y criado el
potro, supo el hombre que el libertador estaba en pleno combate cerca de Tunja,
tomó el potro y se llevó para entregarlo en plena pelea, hizo que lo llevaran
al cuartelillo del estado mayor, y llamándolo por su nombre le dijo general Bolívar
aquí está su potro, se lo manda Casilda. Bolívar no salía de su asombro, un
caballo blanco el más bello ejemplar que habían visto sus ojos. Bolívar tomó las riendas y de inmediato con
esos repentismos que solo él solía plasmar como sello indeleble, dijo; ¡Se llamará
Palomo…! No solo por su blancura y belleza, sino que volara como el viento en
los campos de batalla.
Palomo es el caballo blanco del Libertador.
No. 84.- UN REGALO AL FINAL
LEYENDA CONTADA POR
BARTOLOMÉ TAVERA ACOSTA
Esta
anécdota al sur de la Guayana de la antigua Provincia de Cumaná la he traído a
mi anecdotario por toda la sabiduría que encierra y el ascendiente cultural de
nuestros indígenas- Veamos “En épocas muy remotas hubo en la población de Mane, en las orillas del Acqui,
un niño llamado Pur-anga, cuya sabiduría a la par de su bondad sin límites,
fueron puestas en evidencia desde que vió la luz primera. Este niño peregrino era como un protector de
la tribu la cual lo veneraba, y al mismo tiempo progresaba en todo sentido,
gracias al influjo bienhechor de sus consejos. Pero vecino a esta vivía otra
tribu muy envidiosa, cuyo jefe llamado Yepuri-pari, genio del mal, morador del
Alto Uainía, viendo la miseria en que él y sus familias se hallaban habia
jurado exterminar a Pur-anga.
De varios ardides se habia ya valido sin alcanzar empero ningún
resultado que satisficiese sus malvadas intenciones, hasta que una noche en que
el niño abstraído en medio de la selva leía el misterioso arcano de las estrellas,
que cariñosamente cintilaban en la altura. Yepuri-pari, revistiendo la figura
de una serpiente se le acercó cautelosamente y le mordió en el corazón. Al día
siguiente viendo que Pur-anga no aparecía por ninguna parte, todos los de la
tribu, grandes y chicos, salieron a buscarle, hasta que el más anciano de ellos
junto con la infeliz madre, hallaron su cadáver, con la faz sonriente y con la
serena luz de la vida aun brillando dulcemente en las pupilas. Ante aquel
cuerpo, símbolo de la bondad, el viejo piachi hizo sus oraciones y dijo que
para bien de los moradores de Mane y sus contornos debía extraer los ojos de
Pur-anga y sembrarlos Y dicho y hecho, así fue, Pero inmediatamente y con gran
sorpresa de toda la tribu de aquellas humanas simientes brotó la planta
generosa de la cupana, que es medicina y alimento y todo para el indio.
La “Cupana” es una planta que para los indígenas de Rio Negro tiene
valor extraordinario, es como un alimento divino. Las propiedades de su fruto
además de sus extraordinarios valores alimenticios también tiene propiedades
curativas, tanto, que rivaliza con la “Coca” del Perú y Bolivia.
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