RAMÓN BADARACCO
LA GRAN CRÓNICA DE
AYACUCHO.
CUMANÁ. 2014
Autor: Tulio Ramón Badaracco Rivero
Que firma Ramón Badaracco
Título
de la obra:
GRAN CRÓNICA DE AYACUCHO
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
cronista40@hotmail .com
Cel. 0416-8114374
INTROITO
El Libertador en carta del 26 de noviembre de 1924,
faculta al General Antonio José de Sucre y Alcalá, para dirigir las operaciones
de la Campaña del Perú. Esta comunicación la lleva el propio Edecán Medina,
Entre tanto el Libertador se ocupaba del Callao con las tropas reunidas en
Lima.
Los rumores antes de la Batalla, debido a las acciones
de Sucre, que, con diligencia e inteligencia, iba sometiendo los pueblos
desocupados por las fuerzas de Canterac, rumbo al encuentro definitivo. Dicen
que los soldados de Sucre respondían a los rumores de que el ejército de Sucre
estaba dividido o cortado, respondían ‘’Mejor para nuestro ejército, porque
estamos ciertos de que nos esperan’’.
La actitud de Sucre contrastaba con la de Canterac
antes de Junín, porque llenó de respeto y confianza a sus soldados.
Los realistas se concentraban en Rajay Rajay en tanto
las divisiones de Sucre avanzaron disciplinadamente hasta Andahuaylas y Talavera,
a orillas del río Pampas, de amplios y cómodos valles, donde estaban más
cómodas y había suficientes mantenimientos; allí permanecieron desde el 14 al
19 de noviembre, preparándose intensamente para el combate. El 18 de noviembre
el ejército patriota atravesó el rio Pampas, destruyeron el puente y
sostuvieron un combate con fuerzas enemigas que trataban de impedirlo. Sucre
prosiguió su marcha victoriosa hasta Uripa, desde donde divisaron al ejército
de Canterac, en las alturas de Bombón.
El general Valdés, al frente de su División del
ejército español, se ubicó en la Concepción, cerca del valle del Pampas,
abandonado por el ejército patriota; pero Valdés, que no quería dar un paso en
falso, al observar desde ¨Bombón¨, y darse cuente de la cercanía del ejército
patriota, esguazó el río y se devolvió hacia ¨Pampas. Sucre no perdió tiempo¨,
y le ordenó atacar al general José Laurencio Silva, que de inmediato entró en
acción en Uripa, contra una compañía de caballería y otra de infantería, y los
derrotaron completamente. Era un espectáculo ver a los dos ejércitos formados
en el valle de Pomacochas atravesado por el río Pampas.
Sucre sacaba sólidos resultados de los encuentros con
¨las descubiertas¨, derrotándolas ¨al detal¨, eran fracciones del ejército
español ¨llamadas también Recorridas¨ - fueron notables los combates de los
días 21, 22 y 23 de noviembre- se
encontraban normalmente emboscadas. Siempre salía victorioso, usado su ingenio,
y crearon desconcierto y desconfianza en las tropas enemigas.
El 24 el ejército español dando muestras de cansancio
e impotencia emprendieron marcha hasta Carhuanca desandando el camino que los
habia llevado a tratar de cortar al ejército Libertador. Sucre aprovecha para
ocupar las alturas de Bombón, y acampa otra vez, hasta el día 30, en los
fértiles valles del Pampas, burlándose del enemigo. Luego de realizar una
inspección a todo el ejército le escribe el Libertador.
Frustrado Valdés busca unirse al Virrey Laserna en
Concepción y Ocrós, pero Sucre lo sigue muy de cerca. El 2 de diciembre, el
Virrey ubica sus fuerzas en la pampa de Matará y ocupa los altos de
Pomaccahuanca. Sucre no pierde tiempo y se organiza para una batalla; sin embargo,
las fuerzas reales no aceptan la batalla y se ubican en posiciones
inaccesibles.
Sucre mueve sus fuerzas hacia Tambo Cagallo, cayendo
en una emboscada el 4 de diciembre, en Collpahuayco, montada por Valdés, pero
antes de que llegase el grueso del ejército del Virrey. El general Valdés, tuvo
esa oportunidad, avanzando con la retaguardia ocupó la quebrada.
Las divisiones de Córdoba y La Mar, habían cruzado la
quebrada, pero faltaban por cruzarla otros batallones: Vargas, Vencedores y Rifles,
que entraron rezagadas a la profunda quebrada. Sucre al darse cuenta de la
ocurrencia, voló en auxilio de Lara, y en medio de horrendo fuego, ordenó a las
tropas subir las laderas de los cerros, que se cerraban sobre ellos; y
desplegándolos en guerrillas las animó al combate, y abrieron heroico y vivo
fuego sobre los atacantes, logrando, pese al ataque abrumador del enemigo, a
los estragos que producían, respondieron, crecidos en su honor y patriotismo,
neutralizando los efectos negativos de la emboscada.
Los generales Lara y Miller también concurrieron al
combate, dispuesto a dar la vida por sus hombres; y se destacaron en este
momento angustioso, ellos al frente de la caballería atacaron por el camino de
Chonta, y entre el fuego ensordecedor, respondieron como sabían hacerlo, con
valentía inigualable sobre el enemigo, y lograron dispersarlo.
Luego aquellos batallones, Vargas y Vencedor, bajo el
mando de Lara se ubicaron en la altura de la quebrada, desde donde sometieron y
silenciaron a los enemigos hasta tanto pasaba la quebrada el resto del
ejército.
Este encuentro
en Collpahuayco costó a los patriotas 300 hombres, una buena parte del parque
de la campaña y una pieza de artillería. Pero, valió al Perú su libertad, según
el decir de Sucre, porque obligó a los enemigos a empeñar la batalla definitiva
sin más dilación.
Engreídos los
españoles con la ventaja sacada en Collpahuayco, continuaron tras el ejército
patriota. Sucre sintiéndose más fuerte que nunca, con la soberbia del guerrero
inmune a la muerte, marchó hasta la gran llanura de Tambo Cangallo, provocando
a los españoles al combate. Pero los españoles buscaban otro sitio como
Collpahuayco en las montañas.
Sucre busco un
sitio de descanso, salió de Tambo Cagallo, paso la quebrada de Acroco y siguió
hasta le pueblo de Huaichao y de allí paso al pueblo de Acos Vinchos y de allí
supo que el realista estaba a la vista en Tambillo. El ejército patriota llego
a Quinua, cerca de Ayacucho. Los realistas se apostaron en Macachacra,
atravesando el rio Pangora.
PRÓLOGO PARA EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE AYACUCHO, TOMADO DEL
DISCURSO DE MARCO TULIO BADARACCO BERMUDEZ, PRONUNCIADO EN 1953.
Era en el Perú, la tierra
sagrada de los Incas, en el año 1824m después del fracaso de San Martín para
establecer la Independencia.
Desde Guayaquil hasta el
Altiplano, en los dominios del Titicaca, los pueblos conmovidos, permanecían
alertas, en inefable espera, porque Bolívar era el árbitro y en él se cifraba
la esperanza. Estaba en juego en ese año
la suerte de la guerra de liberación del Virreinato, y en peligro el éxito de
aquella heroica y extenuante lucha de catorce años por la libertad y la
soberanía de América.
Cierto que se había obtenido una
resonante victoria en la batalla de Junín, bajo la experta dirección del
Libertador, contra las fuerzas realistas al mando de Canterac que huía
destrozado; pero el español señoreaba todavía en grandes sectores del
Virreinato y estaba allá en el Cuzco, la antigua capital del Imperio Incaico,
la ciudad sagrada de Manco Capac, el Virrey La Serna con numerosa tropa. Presto
a enfrentarse a los libertadores. Bolívar, después de Junín, decretó una
actividad constructiva que impuso a todos, soldados y pueblo, con el propio
ejemplo, a objeto de reorganizar el ejército, de cuanto juzgaba apremiante para
acometer rápidamente la última hazaña y procurar el triunfo de la noble causa
americana. En tal momento, cuando la presencia de Bolívar se estima como insustituible al frente de las
fuerzas independientes, es cuando la política artera del hombre de leyes,
Señor de Bogotá, paraliza del golpe aleve al Profeta de
Pativilca, quien debe regresar a Lima, entregando el Comando a uno de sus
conmilitones, como si dijéramos: jugar la Última carta al destino Pero
no es a La Mar, ilustre Mariscal peruano, a quien elige, ni a Gamarra, tan
antiguo militar como el otro, ni a Santa Cruz, presuntuoso, que acaba de perder
un ejército, ni a tantos otros a quienes el valor, la pericia, la consagración
a la causa y cien títulos más hacían dignos de merecer esa confianza, sino a
Sucre, el más joven, a Sucre a quien hacía poco confió una acción de
retaguardia que, pese a que le dio cabal cumplimiento, hirió el pundonor del
digno hijo de Cumaná; porque Sucre no
era un anónimo, sino que ya su personalidad la aureolaban los éxitos de una
eficiente actividad política y los fulgores de hechos de armas le dieron
libertad al Ecuador; y también que “Sucre es uno de los mejores oficiales del
ejército, reúne a los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso
carácter de Briceño y el talento de Santander y la actividad de Salón, y él
estaba resuelto a sacarlo a luz…Sucre, ciertamente era dueño de una hoja de
servicios plena de notas brillantes desde sus primeras armas acá en Oriente como Jefe de Estado Mayor de
Bermúdez, cuando comienza a delinearse su egregia personalidad que se empina en
Pichincha como insigne guerrero y se hace notar en Lima como hábil diplomático,
siendo comisionado del Libertador ante aquellos pariguales Torre Tagle y Riva Agüero
a quienes supo evadir con inteligente sagacidad – En concepto de Sherwell,
reputado historiador norteamericano, a quien debemos una muy notable semblanza
de Sucre, este “era el hombre que más estrechamente se parecía a Bolívar en
genio y unidad de propósitos… Sus planes nunca dejaron de coincidir, porque
estos dos máximos generales jamás difirieron en puntos esenciales. Bolívar
confiaba en Sucre como en ningún otro guerrero de la Independencia.
Para
abril de 1824 dominada con la presencia de Bolívar en tierra peruana, la
Situación de impotencia creada por el alejamiento de San Martín, Sucre había
organizado un ejército de cuatro mil quinientos hombres de tropa y mil
doscientos de a caballo, de todo lo cual mantenía informado al Libertador.
Canterac, quien comandaba para ese momento el ejército realista, bien
organizado, advertido de los progresos de los patriotas se disponía a bajar de
la Cordillera al Valle de Jauja para batirlos y Bolívar, informado, ordenó a
Sucre cruzar los Andes y esperar sus órdenes para una batalla; pero Sucre le
había observado antes que: “nada es peor en la guerra que prefijar a gran
distancia la conducta que haya de observar un cuerpo de tropas, pues, apenas
puede indicarse el objeto y facultar al Jefe para llenarlo…” Ahora, con
solamente seis mil combatientes a su mando, teme que pueda resistir el embate
de ocho mil enemigos bien preparados y comunica a Bolívar sus temores,
conviniendo pese a ellos, en que debía liberarse la batalla, Bolívar le
contesta:
“Las
ideas de Usted me animan y hacen vacilar muchas veces mi resolución--- A pesar
de la languidez en que me ha dejado la enfermedad, me anima usted a dar Una
batalla, que realmente no se puede perder de modo alguno contra fuerzas iguales
y aun algo superiores”.
“El
espíritu de usted es fecundo en arbitrios, inagotable en medios cooperativos;
La eficacia, el celo y la actividad de usted no tienen límites. Emplee usted
todo eso y Algo más por conservar la libertad de América y el honor de
Colombia. El designio es grande y hermoso y por lo mismo digno de usted. He
aquí mi querido General, el Resumen de todas mis instrucciones. Yo espero mucho
del tiempo; su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados, y
los prodigios futuros deben ser superiores a los pretéritos”. “Véngase usted,
pues, volando a verme aquí, dejando antes todas sus órdenes dadas, para que
nada falte en la ejecución de las primeras y últimas disposiciones. Aquí
tendremos una conferencia extensa, profunda y tranquila. Usted hará el papel de
fiscal y yo de abogado de mi opinión. El destino dictará algunas líneas y bueno
será que la sabiduría lo aconseje: esta sabiduría debe traerla usted consigo…
Por lo mismo que la causa es de suprema importancia, me es indispensable un
consultor como usted, que reúna la parte liberativa a la ejecutiva, sin cuya
reunión no hay verdadera ciencia práctica”.
Otro historiador ilustre asienta: “Sucre forjó el rayo y lo
colocó en manos de Bolívar; El Libertador lo lanzó y los españoles quedaron
destruidos…” Se refiere, seguramente a la batalla de Junín, que barrió a los
dominadores peninsulares del territorio peruano.
Con tales antecedentes fue Sucre el designado para comandar
el ejército libertador después de Junín por alejamiento de Bolívar del campo de
las operaciones…Se avecinaba la batalla de Ayacucho, cuyos ciento veintinueve
aniversarios se cumplen hoy 9 de diciembre de 1953.
La campaña realizada por nuestro experto coterráneo contra
los enardecidos españoles, hasta su culminación en Ayacucho, ha sido estudiada
en todas sus fases por los más afamados estrategas, exaltada por cuantos
historiadores se han ocupado con la odisea vivida de la Independencia
americana, considerándola como la más hábil, la única posible para lograr el
triunfo en aquella situación difícil en que se encontraba el conductor
inspirado de las huestes libertadoras, porque fueron cientos de millas,
cambiando constantemente de posiciones, procurando Sucre infligir siempre
pérdidas al enemigo. Él se
multiplicaba, visitaba todos los cuerpos, animándolos en esta que podríamos
titular de huida triunfal. Y se refiere que en estas sisas de hazañas
desapareció una vez por seis días, y cuando su tropa lo daba por perdido y se
disponía a nombrar un nuevo Jefe, apareció él que había estado explorando personalmente
sin temor al riesgo, el campo enemigo y regresaba sabiendo cuanto era menester
de los planes y movimientos de su contrario.
EL PASO
DE LA QUEBRADA DE COLPAHUAICO.
El ejército realista atravesó el
Apurímac y por Cangallo llegaron a Huamanga. Sucre apuraba la ruta de
Andahuaylas por el río Pampas, llegando luego a Matará. Cerca de ese lugar, en
Colpahuayco, el 3 de diciembre de 1824, Sucre tuvo que soportar un ataque del
general realista Jerónimo Valdez. Fue dramático, como “”La Noche Triste” de Hernán
Cortés, que puso en peligro el éxito definitivo de aquella épica empresa: pero
en Colpahuaico estaba la paciente pericia de Sucre, que de inmediato organizó
la defensa que contó con la bravura de
fuego de Jacinto Lara, de Miller, de La Mar,
y si, ciertamente, con pérdidas sensibles para los patriotas, logró
salir airoso del taimado acecho, surgir gallardamente de ese piélago, para
encaminarse, altivo y firme, al campo de Ayacucho, iluminado hoy por el sol
perenne del heroísmo y de la gloria.
Y se aproxima la batalla: El 5 de diciembre de 1824 ambos
contendores se enfrentaban a la distancia, y vigilándose uno al otro avanzaban
en orden paralelo. El 6 recibió Sucre comunicación del Libertador por la que le
anunciaba que no debía esperar refuerzos de ninguna clase, porque el Perú ni
Colombia querían contribuir más. Quedaba, por lo tanto, limitado a sus
efectivos del momento y a eventuales recursos que pudiera obtener de las
poblaciones del tránsito, que podrían tenerse como nulos. El 8 por la tarde se
preparaban los dos ejércitos en el campo de Ayacucho para acometerse: Los
realistas sumaban cerca de diez mil hombres mandados por el Virrey, en persona,
y la Plana Mayor de las fuerzas realistas del Virreinato: Canterac, Carratalá,
Valdez, Monet, luchadores insignes, anhelosos del combate. Los patriotas no
llegaban a seis mil y los acaudillaba Sucre, el joven general hijo de Cumaná, y
con él se aprestaban a disputar el triunfo, compañeros aguerridos como: Lara,
Córdova, Miller, Valdés, La Mar, Cedeño, Calderón Torres, y toda aquella
pléyade de hombres acostumbrados a vencer, a los que arengó Sucre con palabras
arrebatadoras que ha recogido la historia:
“! ¡Soldados!... ¡De
los esfuerzos de hoy, pende la suerte de la América del Sur!”
“! ¡Otro día de Gloria, va a coronar vuestra admirable
constancia!”
Y mejor que describir nosotros, esa
heroica epopeya, que tanto se ha comentado por escritores y guerreros
meritísimos, es trasmitirles la carta de Sucre para el Libertador…
Excelentísimo
Señor:
El campo de batalla ha decidido. Seis
mil bravos del ejército Libertador, han destruido, en Ayacucho, los diez mil
soldados realistas que oprimían esta República, los últimos restos del poder
español en América han expirado el 9 de diciembre, en este campo afortunado.
Tres horas de un obstinado combate, han asegurado, para\siempre, los sagrados
intereses que V. E., se dignó confiar al Ejército Unido.
El Ejército Unido, siente inmensa
satisfacción al presentar, a V. E., el territorio completo del Perú, sometido a
la autoridad de V. E., antes de cinco meses de campaña. Todo el Ejército Real,
todas las provincias que éste ocupaba en la República, todas sus plazas, sus
parques, sus almacenes, y quince generales españoles, son trofeos que el
Ejército Unido, ofrece a V. E., como gajes que corresponde al ilustre salvador
del Perú, que, desde Junín, señaló al ejército, los campos de Ayacucho, para
completar las glorias de las armas libertadoras”. (fin).
Bien podemos figurarnos todavía, a la
distancia de 129 años, la sorpresa de esa victoria, que tan elocuentemente la
define el Libertador, cuando la tilda de “La desesperación de nuestros
enemigos…” Porque acá en Lima, en la
seductora Quinta La Magdalena, también la inquietud se apoderaba de Bolívar,
cuando casi terminaba diciembre y nada sabía de Sucre. Largos días eran pasados
desde que autorizó la batalla, entregando a ella la suerte de América, porque
Sucre temía la destrucción de sus fuerzas en encuentros inefectivos como el de
Corpahuaico. La desmoralización de la tropa, si continuaba aquella fiera
campaña; el relajamiento de la voluntad de vencer, que movía a sus hombres; y
él aceptó aquellas razones; pero concluía el año sin noticias del Sur…
¿Desesperado
sonreía, culpándose de haber confiado tanto, de haber depositado su fe en su
predilecto General, aquel que debería rivalizarlo… Rivalizarlo y cómo? ¿Acaso
había otro mundo que libertar? Cual habrá sido la suerte del ejército, es su
mayor preocupación; de aquella hueste colombiana, unidad perfecta de combatir,
legión de hombres recios, formados en el sufrimiento, quemados por todos los
soles de América, que victoriosos, bajo climas diversos, habían transpuesto las
más empinadas eminencias, guiados por su visión de grandeza para este Mundo
Nuevo…sufre Bolívar el peso de sus pensamientos, en un silencio lleno de
presagios…
Pero allí llega el emisario ”en
hilachas la ropa” ”apuesto el ademán” , al que recibe con rostro adusto,
buscando en la cara del militar, que respetuoso se le acerca, alguna emoción
que tradujera la nueva de que era portador; pero para esos guerreros componente
de la hueste colombiana, nada podía traducir su serenidad; y el Héroe,
impaciente, toma el sobre, lee y de súbito, resplandece su faz; salta de la
hamaca, grita emocionado y exalta hasta la gloria… a Sucre a quien llama hijo…
Locura fue ese momento, Bolívar no encontraba ditirambos, con los que apellidar
al Vencedor: honores que tributarle, prendas bastante valiosas con que
premiarlo. Sucre en cambio le escribe:
“Mi
General, está concluida la guerra, y completada la libertad del Perú. Estoy más
contento por haber llenado la comisión de usted, que por nada…”
La batalla de Ayacucho, proclama
Bolívar:
¨Es la cumbre de la gloria americana y la obra del General Sucre. La
disposición de ella ha sido perfecta y su ejecución Divina. Maniobras hábiles y
prontas desbarataron en una hora a los vencedores de catorce años, y a un
enemigo perfectamente constituido y hábilmente mandado. Ayacucho es la
desesperación de nuestros enemigos. Ayacucho semejante a Waterloo, que decidió
el destino de Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las
generaciones venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y
contemplarla, sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio
de sus derechos y el sagrado imperio de la naturaleza”.
¨El General Sucre es el Padre de
Ayacucho: Es el redentor de los hijos del Sol. Es el que ha roto las cadenas
con que envolvió Pizarro el Imperio de los Incas. La posteridad representará Sucre
con un pie en el Pichincha y otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna
de manco Capac, contemplando las cadenas rotas por su espada”
Así supo aquilatar Bolívar la victoria
de Ayacucho, y bastaría conocer la Biografía que él escribió sobre el Héroe,
para definir la impresión producida en Lima, por ese acaecimiento trascendental;
y cuanto conmovió el corazón del Libertador: porque esa victoria significaba la
cancelación de todos los temores, la extirpación de todas las dudas, el alba
radiante de la independencia americana, el día de la Gloria a plenitud y el
gesto singular de Sucre, nimbo tutelar de la victoria, de concluir el
tratado de paz en el campo mismo de la
batalla: como que hubiera contagiado de hidalguía y de insospechado
americanismo a los vencidos. El Virrey felicita a Sucre, Canterac escribe a
Bolívar… No hay hecho de armas que pueda equipararse a la victoria de Ayacucho,
en su ejecución y en sus consecuencias inmediatas, al fiar a perpetuidad la
libertad de un mundo.
Y, sin embargo, el olvido… va cayendo
lentamente sobre ese hecho portentoso, que alarga sus consecuencias hasta
nuestros días… sobre esa página inmortal de la historia americana. El polvo
letal de la indiferencia como que cobijara con su deterioro, los pliegos de
alabanza que se escribieron; y olvidara, adrede, las preces que se elevaron al
Todopoderoso, por la significación política y humana de esa fecha providencial
para la suerte indefinida del Continente.
El 9 de diciembre recibe ahora
manifestaciones apagadas, porque los pueblos se alejan de la tradición,
desdeñan los sacrificios que hicieron nuestros antepasados, para legarnos
Patria libre y soberana; esquivan aquella alta moral, aquellos iluminados
ideales de redención, aquella fe y voluntad de vencer, símbolos augustos que
los guiaba a la lucha y a la gloria.
BOLIVAR Y
SUCRE, EL CENTENARIO DE LA BATALLA DE AYACUCHO Y LA MADRE PATRIA.
La
gloriosa batalla de Ayacucho fue el término de la larga serie de episodios
asombrosos, principiados en el descubrimiento, conquista y dominación de España
y terminados en las faldas heladas del Condorcunca.
Allí
el Gran Mariscal de Ayacucho don Antonio José de Sucre, hizo soberanas a las
cinco hijas del Libertador Simón Bolívar, y con esa llave de oro esmaltada con
piedras preciosas aseguró la libertad de un continente; por esa razón lo que
hizo España y lo hicieron Bolívar y Sucre, no representa en su finalidad, ideas
antagónicas, lo segundo fue desarrollo lógico de lo primero.
Bien
puede sonreír desde su tumba el Libertador Simón Bolívar, en quien
reaparecieron por herencia las cualidades de los antiguos héroes españoles y el
que supo compendiar en sí, las grandezas de la nación soberana en cuyos
dominios no se ponía el sol.
Nuestra
independencia tiene mucho de parecido a la expulsión que hizo Isabel la
Católica reina de Granada en los dominios del suelo español a los moros,
después de haber sido dominada por ellos ocho siglos y medio.
Una
de las demostraciones de la encarnizada contienda de la independencia fue en la
que luchaban brava y terriblemente la
madre con los hijos, el león con sus leopardos americanos, la misma raza, la
misma sangre, los mismos instintos, el mismo heroísmo, la misma cultura,
aspiraciones y esperanzas sin que hasta hoy haya quien apostrofe a su origen y
envidie otra raza, no siendo sino algunos infelices apóstatas que no conocen la
historia y no saben discernir lo bueno de lo malo, ni lo profundo de lo
superficial. No todos los hombres han analizado y comprendido la libertad; pero
todos los hombres la sienten dentro de sí y la aman y la veneran como una
emanación de Dios; bien que el hombre la ame, la adore, es preciso algo más; es
necesario que la conozca para que la respete, la sirva y la santifique. La
libertad como el sol, como la luz, es para el hombre, para una familia, para un
pueblo, para una raza, para una nación, es para el mundo entero, es para todos
los que pueblan el planeta.
El
Perú y la antigua Colombia que son hoy enteramente libres, como resultado de
sus heroicos esfuerzos para la independencia, están constituidos bajo el amparo
del cristianismo, les toca desempañar un gran papel en el drama del mundo,
poniéndose al nivel de las que más figuran.
Poseedoras
estas cinco naciones de todo clima y de toda latitud, inmensas por su extensión,
ricas por sus incalculables tesoros, animadas de una inspiración sublime, por
la lozana heroicidad de sus luchas por
constituirse, felices en la contemplación de su porvenir, fuertes para todo por
el valor de sus hijos, grandes por predestinación divina, son un sol en el
cenit del universo, un puerto de esperanza y de fe para todos los náufragos de
las sociedades europeas, las que hoy contemplamos quebrantadas y confusas, y de
las que van arribando hacia nosotros con capitales o sin ellos, hora por hora,
instante por instante, unos en pos de otros, demandándonos el pan de la paz y
el estancamiento de sus lágrimas. Llenando tan importante destino vendremos a
completar así la gran evolución que ha ido efectuando la civilización que va
ensayando la humanidad; y cuando en el solemne día Dios extienda su mano
poderoso sobre el Universo para apagar la luz
y terminar la era de nuestra existencia, nosotros, nuestros países, le
ofrecerán generaciones de hombrees libres, quienes habían respetado los
arrebatos con que el Creador ha ennoblecido el género humano en el Padre
Universal , y ello será un testimonio de que el Perú, Ecuador, Venezuela,
Colombia y Bolivia, supieron ser libres
ejecutores de la justicia y sin haber expoliado a nadie por la ambición o envidiar
un pedazo de su manto.
Ayacucho
es el más glorioso campo de batalla de ambas Américas, y allí existen tumbas
con reliquias sagradas de nuestros próceres, por cuya razón es muy natural que
nuestra Madre España mande su embajada a unirse a nuestra patriótica romería e
ir juntos a humedecer con lágrimas aquellos lugares de eterna memoria y de
grandioso heroísmo.
No
podemos prescindir de recordar la proclama del Gran Mariscal, el que estimuló a
su ejército con las siguientes y sentenciosas palabras: “De los esfuerzos de
hoy pende la suerte de la América del Sur” así como las voces de mando del
joven General José María Córdova: “Armas a discreción y paso de vencedores”.
Este
centenario simboliza no solo la gratitud eterna de un continente, sino el principio
de la inalterable era de la nueva civilización y del progreso, que marchan a
pasos agigantados, así como desaparecerá aquel cargo ampuloso y hueco de los
tres siglos de esclavitud e ignorancia y de las cadenas opresoras, cuyo punto
me permito esclarecer por la lealtad y la justicia.
España
trajo de sus dominios todo cuanto en esa época se ponía en práctica y se
inventaba en Europa, fundó muchísimas poblaciones con suntuosas capitales y
majestuosos templos, conventos de ambos sexos, universidades, planteles de
educación, grandes bibliotecas, casas de beneficencia y de asilos y hospitales,
orfelinatos, municipalidades, correos, escuelas, observatorios astronómicos,
teatros y toda clase de estudios científicos;
en cuanto a las vías de comunicación, puentes y caminos y todo cuanto aún
existe y excita las fuerzas de la imaginación, y eleva el espíritu a contemplar
y a enumerar los hombres prominentes, orgullo y prez de nuestras naciones, así como la infinidad
de poetas, de oradores civiles y sagrados, de historiadores, que entre muchos
figura un contemporáneo nuestro el señor general don José Manuel Restrepo,
cuyas obras son solicitadas en Europa con especial ahínco.
Si
no hubiera existido tanta grandeza, tanta majestad, tanta valía, la independencia
no habría tenido el sublime mérito que tiene, porque no habría sido la libertad
para unos abyectos esclavos labradores de minas, nosotros nos avergonzaríamos
de descender de ese origen, y el Libertador Simón Bolívar, educado en los
nobles de Bergara, con Fernando VII, a quien jugando le botó la gorra de un
pelotazo, no habría sido el gigante de un gigante continente, que puesto en la
balanza pesa tanto como él con sus bosques, cordilleras, campos, volcanes y no
habríamos tenido el esclarecido número de padres el patria cuyo nombre
resplandecen en las páginas de la historia
Gregorio
Lozano
En el No. 28 publica un trabajo de ENRIQUE BERNARDO NÚÑEZ,
premiado en concurso del Nuevo Diario de Caracas, que ocupa toda la primera página
de “SUCRE”.
SUCRE
Sucre
tenía un carácter de excepción y al entrar en la vida encontró un campo para
distinguirse. Fue su fortuna; fue la fortuna de cuantos eran jóvenes en 1810.
Sucre es un héroe del Taso. Abriga en su pecho la fidelidad, la cortesía y el
valor, la generosidad de Tancredo y la altivez de Reinaldo. Su nombre y sus
hazañas hubieran resonado con las baladas de los trovadores en la soledad de
los castillos.
Una
sombra de melancolía y de ensueño flota en su frente. La licencia no llega
hasta su tienda ni los triunfos alcanzan a empañar su modestia. En el
infortunio demuestra esa misma fibra de estoico o mejor dicho de cristiano fecundo,
se quita su penacho de guerra en la noche de Ayacucho o en el Palacio de los
Presidentes de Bolivia. Solo en el campamento, donde vaga en el canto del
soldado un aire de la Patria, busca en el infinito la razón de la injusticia o
extrae de lo más hondo de su reflexión y de su alma el secreto de la victoria.
A
fuerza de méritos conquistó el aprecio de Bolívar. Niño se alistó en las
banderas de la República luciendo en los hombros las estrellas de alférez.
Miranda contempla en ese vástago de la casa de los Sucre, cuyo árbol hundía sus
raíces en tierras de Flandes. Luego cuando el Generalísimo es conducido a
España para morir en una prisión, Sucre exalta en el exilio la aspiración de
libertad que entonces calentaba los corazones. En 1813 emprende con Mariño la
reconquista. A las victorias suceden los
reveses de 1814. Sucre cubre la retirada
de las fuerzas de Oriente hacia Maturín, la espada al cinto, en los ojos el
destello de su bravura.
ENRIQUE
BERNARDO NUÑEZ
Magnanimidad y desprendimiento de Sucre.
Admiro en el Gran Mariscal
de Ayacucho a una de las más altas cumbre del arte militar: reverencio e Sucre,
hombre privado, el paradigma de las virtudes domésticas; si es el diplomático,
lo veo muy grande; si al magistrado, íntegro; si al amigo, circunspecto y leal.
Patriota genuino y de visión amplísima, en su cerebro esclarecido no halló
albergue jamás el ideal de la
Patria Chica. Como jefe desplegó carácter; subalterno,
tributó el respeto debido a la jerarquía sin vergonzosas complacencias, y
haciendo valer, cuando fue preciso, con firme modestia, sus gloriosos
merecimientos. Pero sobre ese cúmulo de eminentes cualidades, brillaron en todo
instante dos virtudes inmarcesibles: su desprendimiento y su magnanimidad.
En 1820 designado en unión
de Briceño Méndez y de José Gabriel Pérez, para celebrar con los españoles el
tratado de regularización de la guerra, comienza a irradiar gloria su grandeza
de alma. “Este tratado, dirá Bolívar un lustro después, es digno del alma de
Sucre; la benignidad, la clemencia, el genio de la beneficencia lo dictaron, el
será eterno como el más bello monumento de la piedad aplicada a la guerra; él
será eterno como el nombre del vencedor de Ayacucho.
Así durante toda la guerra
hasta que, en Ayacucho, sella espléndidamente la independencia sur-americana,
brindando con hidalguía sin par a los heroicos vencidos una capitulación por
todo extremo generosa.
Creada la República de
Bolivia, Sucre fue elegido su Presidente vitalicio, pero solo por dos años
aceptó y ejerció tan elevado cargo. No tardó mucho en ser víctima de un
atentado criminal. Valentín Matos, que así se llamaba el asesino, fue condenado
al último suplicio ¡Sentencia justa si las hay! Con todo, Sucre le salva la
vida, conmutándole la pena por destierro. Ni a esto se limitó, sino que le suministró
dineros para el viaje y a poco le suspendió el destierro.
Transcurre breve tiempo
cuando por obra de instigaciones peruanas nuevamente asorda el espacio ruido de
armas. El Gran Mariscal es herido. Restablecido el orden público, que una invasión
peruana había vuelto a interrumpir, el ilustre cumanés se aleja de Bolivia, no
sin antes decir con noble orgullo: “En medio de los partidos que se agitaron
quince años, y de la desolación del País, no he hecho gemir a ningún boliviano,
ninguna viuda, ningún huérfano, solloza por mi causa; he levantado del suplicio
porción de infelices condenados por la ley, y he señalado mi gobierno por la
clemencia, la tolerancia y la bondad. Se me culpará acaso de que esta
condescendencia es el origen de mis mismas heridas; pero estoy contento de
ellas, si mis sucesores con igual lenidad acostumbran al pueblo boliviano a
conducirse por las leyes, sin que sea necesario que el estrépito de las bayonetas
esté perennemente amenazando la vida del hombre y acechando la libertad…”
Todavía convaleciente de
sus heridas, tiene lugar la invasión del territorio de Colombia por las tropas
del gobierno peruano. Invasión injustificable. Sucre es nombrado primer jefe
del ejército colombiano; su segundo es el general Flore3s. Son 8000 los
peruanos, 4000 los colombianos. El Gran Mariscal destroza a los adversarios en
Tarquí. Y entonces quien podía estar justamente resentido de la perfidia
peruana a la par que, envanecido con la victoria, propone a los vencidos las
mismas estipulaciones que vanidosamente rechazaron cuando se disponían a la
lid. ¿Qué saben las almas vulgares de esta sublime voluptuosidad? Sucre exclama
lacónicamente: “La Justicia
de Colombia es la misma antes y después de la victoria” Expresión
incomparablemente bella, que tiene la diuturnidad del mármol y la sonoridad de
un himno a la justicia; palabras que retumbarán siempre, bajo el firmamento de
la América libre, al través de ciudades, bosques y desiertos, por encima de fronteras
y montañas, como fianza segura de redención y ejemplo de magnanimidad.
Presidente del “Congreso
Admirable” (1830), fue encargado con otros ciudadanos eminentes para tratar con
los comisionados de Venezuela sobre el porvenir de la Gran Colombia. Alejado
Bolívar del poder, y enfermo, además, era el Gran Mariscal la más conspicua
personalidad militar y política de la República : la opinión le miraba como el sucesor
probable del Libertador. Sin embargo en las entrevistas de los comisionados de
Páez, Sucre dio una vez más pruebas de
su desinterés republicano proponiendo que: “se admitiera y sostuviera la
base de que todos los Generales en Jefe,
y los de otra graduación que hubieran sido Presidentes o Vicepresidentes, Ministros, Consejeros de
Estado, y Jefes Superiores en cualquiera de los Estados de la futura federación, se tuvieran por
excluidos de los dos más elevados puestos
de la
Administración Ejecutiva durante un largo y determinado
período.” Esta proposición fue negada. Era natural.
Aquel enorme paladín de la
libertad era, verdaderamente “el más digno de los generales de Colombia”.
Era
en el Perú, la tierra sagrada de los Incas, en el año 1824, después del fracaso
de San Martín para establecer la Independencia.
Desde
Guayaquil hasta el Altiplano, en los dominios del Titicaca, los pueblos
conmovidos, permanecían alertas, en inefable espera, porque Bolívar era el
árbitro y en él se cifraba la esperanza.
Estaba en juego en ese año la suerte de la guerra de liberación del Virreinato,
y en peligro el éxito de aquella heroica y extenuante lucha de catorce años por
la libertad y la soberanía de América
Cierto
que se había obtenido una resonante victoria en la batalla de Junín, bajo la
experta dirección del Libertador, contra las fuerzas realistas al mando de
Canterac que huía destrozado; pero el español señoreaba todavía en grandes
sectores del Virreinato y estaba allá en el Cuzco, la antigua capital del
Imperio Incaico, la ciudad sagrada de Manco Capac, el Virrey La Serna con
numerosa tropa. Presto a enfrentarse a los libertadores. Bolívar, después de
Junín, decretó una actividad constructiva que impuso a todos, soldados y
pueblo, con el propio ejemplo, a objeto de reorganizar el ejército, de cuanto
juzgaba apremiante para acometer rápidamente la última hazaña y procurar el
triunfo de la noble causa americana. En tal momento, cuando la presencia de
Bolívar se estima como insustituible al
frente de las fuerzas independientes, es cuando la política artera del hombre
de leyes, Señor de Bogotá, paraliza del golpe aleve al Profeta de
Pativilca, quien debe regresar a Lima, entregando el Comando a uno de sus
conmilitones, como si dijéramos: jugar la Última carta al destino Pero
no es a La Mar, ilustre Mariscal peruano, a quien elige, ni a Gamarra, tan
antiguo militar como el otro, ni a Santa Cruz, presuntuoso, que acaba de perder
un ejército, ni a tantos otros a quienes el valor, la pericia, la consagración
a la causa y cien títulos más hacían dignos de merecer esa confianza, sino a
Sucre, el más joven, a Sucre a quien hacía poco confió una acción de
retaguardia que, pese a que le dio cabal cumplimiento, hirió el pundonor del
digno hijo de Cumaná; porque Sucre no
era un anónimo, sino que ya su personalidad la aureolaban los éxitos de una
eficiente actividad política y los fulgores de hechos de armas le dieron
libertad al Ecuador; y también que “Sucre es uno de los mejores oficiales del
ejército, reúne a los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso
carácter de Briceño y el talento de Santander y la actividad de Salón, y él
estaba resuelto a sacarlo a luz…Sucre, ciertamente era dueño de una hoja de
servicios plena de notas brillantes desde sus primeras armas acá en Oriente como Jefe de Estado Mayor de
Bermúdez, cuando comienza a delinearse su egregia personalidad que se empina en
Pichincha como insigne guerrero y se hace notar en Lima como hábil diplomático,
siendo comisionado del Libertador ante aquellos pariguales Torre Tagle y Riva
Agüero a quienes supo evadir con inteligente sagacidad – En concepto de Sherwell,
reputado historiador norteamericano, a quien debemos una muy notable semblanza
de Sucre, este “era el hombre que más estrechamente se parecía a Bolívar en
genio y unidad de propósitos… Sus planes nunca dejaron de coincidir, porque
estos dos máximos generales jamás difirieron en puntos esenciales. Bolívar
confiaba en Sucre como en ningún otro guerrero de la Independencia.
Para abril de 1824 dominada con la presencia de
Bolívar en tierra peruana, la Situación de impotencia creada por el alejamiento
de San Martín, Sucre había organizado un ejército de cuatro mil quinientos
hombres de tropa y mil doscientos de a caballo, de todo lo cual mantenía
informado al Libertador. Canterac, quien comandaba para ese momento el ejército
realista, bien organizado, advertido de los progresos de los patriotas se
disponía a bajar de la Cordillera al Valle de Jauja para batirlos y Bolívar,
informado, ordenó a Sucre cruzar los Andes y esperar sus órdenes para una
batalla; pero Sucre le había observado antes que: “nada es peor en la guerra
que prefijar a gran distancia la conducta que haya de observar un cuerpo de
tropas, pues, apenas puede indicarse el objeto y facultar al Jefe para
llenarlo…” Ahora, con solamente seis mil combatientes a su mando, teme que
pueda resistir el embate de ocho mil enemigos bien preparados y comunica a
Bolívar sus temores, conviniendo pese a ellos, en que debía liberarse la
batalla, Bolívar le contesta:
“Las ideas de Usted me animan y hacen vacilar muchas
veces mi resolución--- A pesar de la languidez en que me ha dejado la
enfermedad, me anima usted a dar Una batalla, que realmente no se puede perder
de modo alguno contra fuerzas iguales y aun algo superiores”.
“El espíritu de usted es fecundo en arbitrios,
inagotable en medios cooperativos; La eficacia, el celo y la actividad de usted
no tienen límites. Emplee usted todo eso y Algo más por conservar la libertad
de América y el honor de Colombia. El designio es grande y hermoso y por lo
mismo digno de usted. He aquí mi querido General, el Resumen de todas mis
instrucciones. Yo espero mucho del tiempo; su inmenso vientre contiene más
esperanzas que sucesos pasados, y los prodigios futuros deben ser superiores a
los pretéritos”.
“Véngase usted, pues, volando a verme aquí, dejando
antes todas sus órdenes dadas, para que nada falte en la ejecución de las
primeras y últimas disposiciones. Aquí tendremos una conferencia extensa,
profunda y tranquila. Usted hará el papel de fiscal y yo de abogado de mi
opinión. El destino dictará algunas líneas y bueno será que la sabiduría lo
aconseje: esta sabiduría debe traerla usted consigo… Por lo mismo que la causa
es de suprema importancia, me es indispensable un consultor como usted, que
reúna la parte liberativa a la ejecutiva, sin cuya reunión no hay verdadera ciencia
práctica”.
Otro historiador ilustre asienta: “Sucre forjó el
rayo y lo colocó en manos de Bolívar; El Libertador lo lanzó y los españoles
quedaron destruidos…” Se refiere, seguramente a la batalla de Junín, que barrió
a los dominadores peninsulares del territorio peruano.
Con tales antecedentes fue Sucre el designado para
comandar el ejército libertador después de Junín por alejamiento de Bolívar del
campo de las operaciones…Se avecinaba la batalla de Ayacucho, cuyos ciento
veintinueve aniversarios se cumplen hoy 9 de diciembre de 1953.
La campaña realizada por nuestro experto coterráneo
contra los enardecidos españoles, hasta su culminación en Ayacucho, ha sido
estudiada en todas sus fases por los más afamados estrategas, exaltada por
cuantos historiadores se han ocupado con la odisea vivida de la Independencia
americana, considerándola como la más hábil, la única posible para lograr el
triunfo en aquella situación difícil en que se encontraba el conductor
inspirado de las huestes libertadoras, porque fueron cientos de millas,
cambiando constantemente de posiciones, procurando Sucre infligir siempre
pérdidas al enemigo. Él se multiplicaba, visitaba
todos los cuerpos, animándolos en esta que podríamos titular de huida triunfal.
Y se refiere que en estas siscas de hazañas desapareció una vez por seis días,
y cuando su tropa lo daba por perdido y se disponía a nombrar un nuevo Jefe,
apareció él que había estado explorando personalmente sin temor al riesgo, el
campo enemigo y regresaba sabiendo cuanto era menester de los planes y
movimientos de su contrario.
11-
El Libertador, después de Junín, decretó una actividad constructiva, que impuso
a todos: soldados y pueblo, con el propio ejemplo, a objeto de reorganizar un
ejército poderoso, dotado de cuanto juzgaba apremiante para acometer
rápidamente la última hazaña y procurar el triunfo de la noble causa
americana.
12- En tal momento, cuando la presencia de Bolívar
se estima insustituible al frente de las fuerzas independientes, es cuando la
política artera del hombre de leyes, Santander, Señor de Bogotá, paraliza, de golpe aleve, al
Profeta de Pativilca, quien debe regresar a Lima, entregando el Comando del
Ejército, a su más amado, a su hijo espiritual, el General Sucre, como si
dijéramos: jugar su ¨Última
Carta¨, al destino…
13- Y no es a La Mar, ilustre Mariscal peruano, a
quien elige, ni a Gamarra, tan antiguo militar como el otro, ni a Santa Cruz,
presuntuoso, que acaba de perder un ejército, ni a tantos otros a quienes el
valor, la pericia, la consagración a la causa y cien títulos más, hacían dignos
de merecer esa confianza; sino a Sucre,
el más joven; Sucre, a quien hacía poco confió una acción de retaguardia, que,
pese a que le dio cabal cumplimiento, hirió el pundonor del digno hijo de
Cumaná; porque Sucre no era un anónimo,
sino que ya, su personalidad la aureolaban los éxitos de una eficiente
actividad política y los fulgores de hechos de armas que le dieron libertad al
Ecuador; y porque también: “Sucre es uno de los mejores oficiales del ejército,
reúne a los conocimientos profesionales de Soublette, el bondadoso carácter de
Briceño y el talento de Santander y la actividad de Salón…¨. Y él estaba
resuelto a sacarlo a luz…
El general Sucre, ciertamente era dueño de una hoja
de servicios plena de notas brillantes, desde sus primeras armas acá en Oriente, como
Jefe de Estado Mayor de Bermúdez, y fue en 1813, el héroe de Maturín, bajo las banderas de Mariño
y Piar, cuando comienza a delinearse su egregia personalidad, que se empina en
Pichincha, como insigne
conductor de tropas y como guerrero: y se hace notar en Lima, como hábil
diplomático, siendo comisionado del Libertador ante aquellos pariguales: Torre
Tagle y Riva Agüero, a quienes supo
evadir con inteligente sagacidad – En concepto de Sherwerl, reputado
historiador norteamericano, a quien debemos una muy notable semblanza de Sucre,
piensa que: “era el hombre que más
estrechamente se parecía a Bolívar, en genio y unidad de propósitos…
Sus planes nunca dejaron de coincidir, porque estos dos
máximos generales jamás difirieron en puntos esenciales. Bolívar confiaba en
Sucre como en ningún otro guerrero de la Independencia.
Para abril de 1824, controlada, con la presencia de
Bolívar en tierra peruana, la situación de impotencia creada por el alejamiento
de San Martín, sobresale Sucre, ya que había logrado organizar un ejército de
cuatro mil quinientos hombres de tropa, y mil doscientos de a caballo; de todo
lo cual mantenía informado al Libertador.
Por su parte Canterac, quien comandaba, para ese
momento, el ejército realista, advertido de los progresos
de los patriotas, se disponía a bajar
de la Cordillera al Valle de Jauja para batirlos.
Bolívar,
informado de todas estas circunstancias, ordenó a Sucre cruzar los Andes y
esperar sus órdenes para una batalla; Sucre, le había observado antes que:
“nada es peor en la guerra que
prefijar a gran distancia la conducta que haya de observar un cuerpo de tropas
pues, apenas puede indicarse el objeto y facultar al Jefe para llenarlo…”
Ahora, con solamente seis mil combatientes a su mando,
teme que pueda resistir el embate de ocho mil enemigos bien preparados; y comunica a Bolívar sus temores,
conviniendo pese a ellos, en que
debía liberarse la batalla, Bolívar le contesta:
“Las ideas de Usted me animan y hacen vacilar muchas
veces mi resolución---
Sucre le responde: ¨A pesar de la languidez en que
me ha dejado la enfermedad, me anima usted a dar una batalla, que realmente no
se puede perder de modo alguno contra fuerzas iguales y aun algo superiores”.
Bolívar: “El espíritu de usted es fecundo en
arbitrios, inagotable en medios cooperativos;
La eficacia, el celo y la actividad de
usted no tienen límites. Emplee usted todo eso y algo más por conservar la libertad de América y el honor de Colombia. El
designio es grande y hermoso y
por lo mismo digno de usted. He aquí mi querido General, el resumen de todas mis instrucciones. Yo espero mucho
del tiempo; su inmenso vientre contiene más esperanzas que sucesos pasados, y
los prodigios futuros deben ser superiores a los pretéritos”.
“Véngase usted, pues, volando a verme aquí, dejando
antes todas sus órdenes dadas, para que nada falte en la ejecución de las primeras y últimas
disposiciones. Aquí tendremos una conferencia extensa, profunda y tranquila.
Usted hará el papel De fiscal y yo de abogado de mi opinión. El destino dictará
algunas líneas y bueno será que la sabiduría lo aconseje: esta sabiduría debe
traerla usted consigo… Por lo Mismo
que la causa es de suprema importancia, me es indispensable un consultor como
usted, que reúna la parte liberativa a la ejecutiva, sin cuya reunión no hay
verdadera ciencia práctica”.
La historia nos dice que: “Sucre forjó el rayo y lo
colocó en manos de Bolívar; El Libertador lo lanzó y los españoles quedaron destruidos…” Se
refiere, seguramente a la batalla de Junín, que barrió a los dominadores
peninsulares del territorio peruano.
-Con tales antecedentes fue Sucre el designado para
comandar el Ejército Libertador después de Junín, por alejamiento de Bolívar del
campo de las operaciones…Se avecinaba la batalla de Ayacucho, cuyos ciento
veintinueve aniversarios se cumplen hoy 9 de diciembre de 1953.
La campaña realizada por nuestro experto coterráneo
contra los enardecidos Españoles, hasta su culminación en Ayacucho, ha sido
estudiada en todas sus fases por los más afamados estrategas, exaltada por
cuantos historiadores se han ocupado con la odisea vivida de la Independencia
americana, considerándola como la más hábil, la única posible para lograr el
triunfo en aquella situación difícil en que se encontraba el conductor
inspirado de las huestes libertadoras, porque fueron cientos de millas,
cambiando constantemente de posiciones, procurando Sucre infligir siempre
pérdidas al enemigo. Él se multiplicaba, visitaba todos los cuerpos,
animándolos en esta que podríamos titular de huida triunfal. Y se refiere que
en este zigzag de hazañas desapareció una vez por seis días, y cuando su tropa
lo daba por perdido y se disponía a nombrar un nuevo Jefe, apareció él que había
estado explorando personalmente sin temor al riesgo, el campo enemigo y
regresaba sabiendo cuanto era menester de los planes y movimientos de su
contrario.
Era
en el Perú, la tierra sagrada de los Incas, en el año 1824, después del fracaso
de San Martín para establecer la Independencia.
Desde
Guayaquil hasta el Altiplano, en los dominios del Titicaca, los pueblos
conmovidos permanecían alertas, en inefable espera, porque Bolívar, árbitro de
la guerra, en el que se cifraba la esperanza de libertad, había decidido
cumplir el designio de los dioses protectores del Perú.
Y
en verdad, estaba en juego, en ese año, la suerte de la guerra de liberación de
aquel Virreinato, y de todos los pueblos de la América, por tanto, en peligro
el éxito de aquella heroica y extenuante lucha de catorce años, y la soberanía
de todos nuestros pueblos.
Cierto
que se habían obtenido, resonantes victorias en las batallas de Junín y
Pichincha, bajo la experta dirección del Libertador y Sucre, contra las fuerzas
realistas al mando de Canterac y Aymerich; pero el español señoreaba todavía en
grandes sectores del Virreinato, y estaba allá en el Cuzco, la antigua capital
del Imperio Incaico, la ciudad sagrada de Manco Cápac, con el todopoderoso el
Virrey La Serna, con numerosa tropa; presto a enfrentarse a los libertadores.
Observaciones introductorias
El
nombre de AYACUCHO, en la República del Perú, Provincia de Huamanga, lo lleva
hoy, tanto la montaña donde se dio la épica contienda, como la ciudad capital
del Departamento Ayacucho, emplazada a 2.761 metros de altura, con 50 mil
habitantes, es sede episcopal, tiene una universidad pública. Esta ciudad del
Imperio Incaico se llamó Huamanga. Está ubicada a mitad de camino en la ruta de
Lima al Cuzco.
Antes
de entrar a nuestra meta, cual es la batalla, veamos que pasaba en el
Virreinato del Perú en los momentos en que el General Antonio José de Sucre, se
preparaba para acometer su empresa.
Nos
lo dice Rafael Ramón Castellanos, en su obra cumbre: La Dimensión Internacional
del Gran Mariscal de Ayacucho.
Dice
que: “La crisis política, militar, económica y de comandos en el ejército era
en el Perú, en esos momentos, de carácter inenarrable. Tres cuartas partes de
su territorio estaban en poder de las fuerzas españolas al mando del Virrey Don
José de La Serna.
El
Mariscal José de La Riva Agüero, Presidente de la República del Perú, separado
del cargo por el Congreso, había constituido un gobierno separatista en la
ciudad de Trujillo, y se comprometía sigilosamente en acuerdos con los
realistas.
El
Marqués de Torre Tagle, que lo sustituyó en la Presidencia, era ahora el Jefe del Gobierno legítimo; y el
General Sucre, enviado por el Libertador, con su beneplácito, quedó al mando de
los ejércitos leales; pero
políticamente, aunque le disgustaba, se
movía hábilmente, dentro de un mundo donde mandaban las ambiciones y
personalismos, siempre dentro de un mar de fondo, pero Sucre supo manejar esas
dificultades “estaba lleno de habilidad y malicia”, respetando siempre un
principio que lo animaba como extranjero: no podía mezclarse en los asuntos
políticos de los peruanos.
Dentro
de tal motivación y ante un pueblo que oraba por su independencia, y musitaba
plegarias al Libertador, fue muy oportuna la llegada de Bolívar a El Callao: el
Presidente de la Gran Colombia, cuya sola presencia acallaba las voces, y
llenaba de ilusiones a los pueblos que amaban la libertad; y entre el relampaguear del choque de las
espadas y el decoro civilista que pregonaba la cita latina ‘’Si vis pacem cole
justia’’ (Si quieres paz cultiva la justicia), lo reciben con arcos y banderas
de triunfo, acatando el protocolo, como al Jefe de Estado de un país amigo, el
hombre que complementaría la obra que Sucre
venía realizando, y pondría cada cosa en su lugar, en él cifraron la
consolidación de la independencia en el denuedo y la imperturbable majestad del
Ejército de Colombia”.
El
Perú, se despertó con Bolívar, el camino de la libertad se despejaba, un nuevo
clarín anunciaba la victoria de Ayacucho, en el “Rincón de los Muertos” que ya
no representaría un día luctuoso, como indica su nombre, y lo tildaron los
Incas; porque como se sabe que, en esa meseta del Cóndor Kanki, a 3.500 metros de
altura, se libró una terrible batalla, 300 años antes, de la batalla de la
Libertad de América, entre gurreros indígenas y los conquistadores españoles.
Lidiaron entonces, las huestes conquistadoras de Pizarro contra los ejércitos
de Atahualpa, y el campo quedó lleno de cadáveres.
La
Batalla de Ayacucho, cumbre de la épica americana, consolidó el proceso
liberador, bajo el mando de Simón Bolívar, el Padre de América, capitán
invencible de las fuerzas de la Libertad, levantadas contra los conquistadores
del Imperio más poderoso de la Tierra, los dueños, por más de 300 años, del
territorio y de los pueblos del Continente; pero ¡Ah fatalidad!... El Libertador no estuvo presente en esa
batalla, el Primero, el más luminoso guerrero de la historia universal, no
participó en la gloriosa síntesis de la epopeya libertadora, la Jornada de
Ayacucho. Ç
Cómo
no se ha explicado en forma clara y contundente, la ausencia de Bolívar en la
coronación de sus sueños y desvelos, por la libertad de toda la América, la
gran Batalla de Ayacucho, la encrucijada de nuestra historia, abrimos este
paréntesis, que tal vez explique, en forma simple pero verdadera, anónima tal
vez, discreta, guardada como un secreto de estado, la razón que explique la misteriosa ausencia del Libertador, en esta jornada gloriosa, inmarcesible, digna
de su genio; pues nos vemos en la
necesidad de explicarlo, como lo hace Don Aníbal Galindo, en su investigación
sobre la batalla de Ayacucho, donde nos explica el suceso de un Consejo de
generales patriotas, antes de la
batalla, investigación publicada en 1888, cuando se dice, con alguna adiciones
mías:
Que
este Consejo fue convocado el 15 de noviembre de 1824, en el campamento del
ejército Libertador, en el Perú, fue un Consejo Superior de Guerra,
presuntamente sugerido por el General La Mar, y se produjo la reunión de los
generales comprometidos, con la asistencia del Libertador; y a la cual
asistieron los generales Santa Cruz, Jacinto Lara, José María Córdova,
Guillermo Miller, Agustín Gamarra, Bernardo de O´Higgins, y el propio José de
La Mar.
Y
en este Consejo, después de hablar sobre la batalla que se avecinaba, se
sometieron a la consideración del Libertador, las preocupaciones, cavilaciones,
conclusiones y las sugerencias, de tan altos representantes del ejército
Libertador, de lo cual copiamos un de sus partes, que al parecer fue decisiva
para lograr los fines concebidos, a saber:
Se
le dijo, después de las jaculatorias imprescindibles:
‘’Excelencia,
tenemos que emprender ahora mismo, una campaña peligrosa en presencia de un
enemigo aguerrido y valiente, que cuenta con dos veces nuestros efectivos, que
combatiremos, pero no sabemos dónde ni en qué circunstancias’’.
“Si
por desgracia fuésemos derrotados, lo que no es probable, pero no imposible…
Respóndanos Señor… ¿Si Vuestra Excelencia resultara derrotado, y cubriera
también… el deshonor de esta derrota…?
¡¿Quién quedaría en pie para llamar de nuevo a los pueblos a la guerra?!
‘’El
Consejo es de la opinión, que el Libertador, debe retirarse de este campamento
para servir de reserva a la América; y vuestra excelencia sabe que,
militarmente el mando de toda reserva se le confiere, el día de la batalla, al
más digno y al más valiente…
¡Y…
¡Bolívar, más grande que en Carabobo, que, en Boyacá y Junín, obedeció y se
fue! Lo demás, lo sabe todo
mundo’’.
Sin
embargo, todos sabemos que el Libertador le escribió Sucre, el 24 de octubre de
1824,
“Que ha decidido dejar el mando del Ejército
de la Gran Colombia auxiliar del Perú, a causa de haber sido revocadas por el
Congreso de Bogotá el de 28 de Julio, las facultades extraordinarias que le
habían sido conferidas para hacer la guerra”; y, Sucre y sus generales penaron
por eso. La correspondencia cruzada entre los dos guerreros, explica todo el
drama, que encerraba aquel suceso.
Después el Libertador le gira las
instrucciones que debe seguir y le da también el beneplácito de considerarlo el
más afortunado guerrero de la historia; y como un padre, un maestro, le
recuerda la cartilla de la prudencia, que resume en dos artículos, a saber:
1º.-
Que, de la suerte del cuerpo de su mando, depende la suerte del Perú tal vez
para siempre, y la de América entera, tal vez por algunos años.
2º.-
Que, como consecuencia de esto, tenga presente que, cuando en una
batalla se hallan comprometidos tanto y tan grades intereses como los
indicados, los principios y la prudencia, y aún el amor mismo a los inmensos
bienes de que nos puede privar una desgracia, prescriben una extremada
circunspección y un tino sumo, en las operaciones, para no librarlas a la
suerte incierta de las armas, sin una plena y absoluta seguridad de un suceso”.
El
Libertador esperó hasta los últimos días del inicio de la larga campaña del
Perú, para enviar el Oficio del 26 de noviembre de 1924, por el cual facultó al
General Antonio José de Sucre y Alcalá, para dirigir las operaciones de la
Campaña del Perú. Ésta comunicación la entregó en esa fecha, su propio Edecán,
el Capitán Celedonio Medina.
La
historia de Ayacucho tiene de todo, es tan maravillosa, tan rica que podríamos
pasar años estudiándola y entreteniéndonos con ella. Cada hecho, cada pueblo
cada personaje cada centímetro de tierra, respondería la necesidad de
investigarla, de conocerla.
Entre
las cosas interesantes, que he encontrado, muchas veces llevado por hado
invisible, en papeles viejos, en el simpático cotilleo y en la salsa popular,
allí encontré este tesoro que ahora escribo, eso de las anécdotas y rumores que
corrían por los pueblos de Ecuador y Perú, y que los historiadores, como
veremos, tomaron buena cuenta de ellos, para no perderlos y dejar constancia,
del antes y el después de la epopeya. Veamos:
Dicen
que, tanto en Quito como en Lima, todos sus habitantes, sin distingos de estado
social, celebraban los dichos, chistes y anécdotas, motivados por las
habilidades de Sucre, para moverse en medio de aquella formidable campaña,
experto como era en preparar trincheras, barricadas, puentes, celadas y
escaramuzas, que a veces mortificaban, pero que también eran causa de
hilaridad, y en las cuales siempre salía victorioso.
Al
respecto Sucre le dice al Libertador en su carta del 10 de diciembre, en la
cual le da la noticia de la victoria, que: “…en la retirada de las
inmediaciones del Cusco hasta Huamanga al frente del enemigo y teniendo que
presentar un combate cada día” …
Viene
a cuento, “la diligencia” que acostumbraba Sucre, que tanto admiraba el
Libertador; pues iba derrotando las acometidas realistas, con tanta gracia y
astucia, que el común deliraba en los corrillos y mentideros de aquellas
ciudades. La verdad es que Sucre se crecía investigando al enemigo,
diagnosticándolo; y también, adiestrando sus tropas, organizando hospitales,
ocupándose de la logística, preparando emboscadas. ataques sorpresivos;
sometiendo y organizando los pueblos desocupados por las fuerzas de los
generales Canterac y Valdés, formando tropas, alistando reclutas, ganándose la
admiración, el respeto, luego escribiéndolo todo, hasta ganándose las simpatías
del enemigo, que luego marchaba paralelamente, como bailando al son del joven
general, con notables incidencias hasta el encuentro definitivo, en el cual se
imponía irremediablemente.
Veamos algunas de esas cosas que se han
publicado:
Cuenta
que antes de la batalla de Ayacucho, el reconocido y honorable general español
Jerónimo Valdés, que había derrotado al general patriota Andrés de Santa Cruz,
entró a la ciudad de Arequipa, de donde el General Sucre, salió días antes, y
supo que había ocurrido un insólito episodio.
El
General Sucre estuvo con su ejército en Arequipa, cuya población era mayoritariamente
realista. Cuando abandonaba la ciudad, una distinguida dama, doña María del
Rosario de Ofelán, desde el balcón de su casa, le lanzó una cuerda al héroe, y
le gritó:
“¡Zambillo
Sucre, ahí te mando esa soga para que os ahorquéis!”.
Sucre
recogió la soga y le respondió:
“¡Gracias Señora, quien sabe que me tiene reservado el destino!”.
También
un esclavo de la Doña, le lanzó una pedrada que le dio con gran fuerza en el
pecho, pero Sucre, sin inmutarse continuó su marcha hacia la victoria.
El
general Jerónimo Valdés, ocupó luego esa ciudad, a la salida del General Sucre;
y la dama, doña María del Rosario, visitó al gallardo español, y le contó lo
sucedido. Valdés ordenó la detención del agresor de Sucre; lo interrogó, y
resultando cierto todo lo dicho por la dama, lo mandó sumariamente a fusilar.
La doña conoció solo la detención, y fue a reclamar su esclavo, exigió que se
lo entregaran, y así lo hizo el General Valdés: ordenó que le entregaran el
cadáver del esclavo, y, díjole a la dama:
“Ese
hombre atentó contra la vida del General Sucre, luego también atentará contra
la mía. Sucre es tan general como yo”. Así procedían aquellos grandes soldados,
orgullosos honorables contendientes.
Y esta otra anécdota que se hizo famosa en el
poema de Andrés Eloy Blanco.
Abigail.
Cuentan
que el 3 de diciembre de 1824, fue apresado un desertor de las filas patriotas
que marchaban hacia Ayacucho, en la llanura de Tambo-Cangallo. El desertor era
un joven solado, inexperto, casi un niño; pero se mantenía sereno, inmutable,
ante sus jueces, como si todo estuviese en paz. Subió al cadalso con esa
serenidad del que sabe que lo ha hecho mal y debe ser castigado.
El
capitán Piñares había sido su defensor.
Sus palabras hirieron a los veteranos soldados que veían al efebo de faz
tan dulce y reposada, esperando el veredicto. El jurado mostraba signos de
ansiedad. Al joven sentenciado se le pidió que dijera sus últimas palabras.
Solo dijo: “¡Soy culpable!”. Se arrodillo,
rezó en silencio, como quien ofrenda su vida a la Patria...
El
jurado presidido por el general Arturo Santander, lo sentenció a muerte y se
inició el proceso de ejecución de inmediato… Dicen que el General Sucre, no
quería firmar y lloró, pero confirmó la sentencia. No podía retroceder. Sus
órdenes fueron muy precisas.
Los
cuerpos del ejército principiaron a moverse para formar cuadro en el ameno
valle de Tambo Cangallo, donde debía tener efecto la ejecución, escolta fatal
se puso en marcha, tocando el tambor a la sordina, y el padre Miguel García
capellán mayor del ejército, desolado corrió para donde Sucre, a hacerle una
revelación, de que el reo en artículo de muerte, acababa de confiarle…
Sucre
no podía dudar de la veracidad de aquel virtuoso levita… ¿Qué hacer?
Mandó
que le trajeran su caballo, y con su Estado Mayor General, tiró para la
llanura.
Una
vez en ella, y después de los honores de ordenanza se puso a la cabeza del
ejército y mandó tocar “atención”, luego por divisiones “doblar el fondo”, y
los 5300 hombres de la fuerza disponible, según la situación de aquel día,
formaron una masa gruesa y compacta.
Sucre,
vestido de gala, su figura gallarda, y su voz crecida como un rio, un Jordán
pisado por Cristo, se oyó en toda la llanura:
¡Teniente
Olmedilla!...
-Y
arrendó su caballo, hacia la cabeza de la División “De Caballería”, en la cual
formaban los cuerpos argentinos:
¡Cuatro
pasos al frente!¡Señor oficial!, -continuó, con su estentórea voz, dirigiéndose
al reo condenado a muerte.
“!
¡La deshonrada es una pobre niña seducida por usted!... ¡Es preciso que la
honre!...
Se
hizo el silencio que acompaña los milagros… Trajeron a la niña, casi desmayada
de dolor…Y sobre el mismo sitio donde debía tener efecto el fusilamiento, fray
Miguel García, les dio la bendición de desposados...Nuestro ejército, armas al
hombro, mantúvose firme pero conmovido. De repente un grito de amor y alegría
estremeció al ejército. Rompieron filas y alborozados se acercaron al patíbulo,
que ahora resplandecía de gozo con los dos jóvenes abrazados y felices. Abigail
acompañó a su marido hasta Ayacucho y el Alto Apure, en donde dio a luz un
niño, a quien pusieron por nombre Antonio José.
La verdadera causa de la deserción del joven oficial, fue el estado en
que se hallaba su novia. Temió la vergüenza para ella y el ridículo para él, su
amante.
COP.
Tomado del Semanario “Disco” No. 14.
Cumaná 1923.
AYACUCHO. LA GRAN
MARCHA
Ayacucho
es, como ya dijimos, una meseta que baja, según los historiadores que he
consultadlo, del Condorcunca o Cóndor Kanki, como aparece en algunos planos. En
relación con este nombre de la alta montaña, tengo tantas dudas como otros autores que lo denominan
Cundurcunca o Condorcunqui, o algo parecido, porque no aparece en el Atlas
BARSA, entre las montañas del Perú, y ni
siquiera en Internet, que lo sabe todo; en verdad creo que no existe este
nombre, ninguna montaña que se llame así, solo he encontrado en un plano que
trae la Gran Enciclopedia Larousse pag.887 del Tomo 2, el nombre de Cóndor
Kanki, que mide 5780, metros, y forma
parte de la cordillera de Vilcabamba, y allí es donde está la meseta de
Ayacucho, con la Pampilla de Ayacucho entre los dos ejércitos. Es una sábana de
un kilómetro de largo y seiscientos de ancho; reposa como un gran reptil, en un
escalón de la grandiosa montaña, con el inconveniente para la batalla, de las
quebradas que la limitan por el Norte y por el Sur; además de un profundo y
peligroso barranco que la atraviesa de Sur a Norte, por la banda izquierda del
ejército Libertador. Tiene la conveniencia de estar muy cerca del pueblo de
Quinua, donde acampó el General Sucre, con sus divisiones, antes de la batalla;
y a dos leguas del acogedor pueblo y valle de la ciudad de Huamanga.
Pues
bien, avanzaban los ejércitos por montañas infinitas, entre precipicios y
peligros incontables, y escaramuzas todos los días. Sucre conocía los planes
españoles como si fuesen los mismos de él.
El 22 de octubre cruza el río Pachachaca y se
instala en sus orillas cerca de la ciudad de Lambrana. El Virrey ve la
oportunidad de avanzar y cortar al ejército patriota. De inmediato Sucre se
moviliza y se produce su celebra escapada o jornada en la cual conduce su
ejército hasta la aldea de Quínua o Quinua.
En
esta marcha observa Guillermo Sherwell: … “traspuso las montañas, siguiendo
veredas que aún hoy parecen intransitables. A veces dividía su ejército en
pequeñas partidas para unirlas de nuevo en el punto preciso. Se le suponía en
un lugar y aparecía en otro. Daba la idea de que ni dormía ni descansaba”.
El
14 de noviembre de 1824, cerca de la meseta de Ayacucho, los realistas que
habían salido del Cuzco, con 13 mil hombres, seguían de cerca al ejército
patriota y se concentraron en Rajay Rajay;
en tanto las divisiones del General Sucre, avanzaron disciplinadamente
hasta Andahuaylas, y luego a Talavera, a orillas del río Pampas: con amplios
valles, donde las tropas estaban más cómodas, y había suficientes
mantenimientos; allí permanecieron desde del 14 al 19 de noviembre,
preparándose intensamente para el combate.
Los
hispanos se mantenían siempre detrás del ejército patriota. En esta campaña marchaba el Mariscal de Campo Don Gerónimo
Valdés, al frente de su división, y se ubicó en
‘’Concepción´´, en el valle del río Pampas, del lado izquierdo,
precisamente en el campamento abandonado por el ejército patriota; pero Valdés,
que no quería dar un paso en falso, o sea, entrar en batalla con el ejército
patriota, en desventaja numérica, al observar desde las alturas del cerro ‘’Bombón’’, se dio cuenta de la cercanía del
ejército patriota, y, rápidamente
esguazó el río con todo su ejército, y se devolvió hacia la vertiente derecha del Pampas, evitando un combate desfavorable.
El
General Sucre, al parecer no le dio importancia a la actitud de Don Jerónimo, y
prosiguió limpiando el territorio de partidas realistas que molestaban su
marcha victoriosa hasta el sitio de ‘’Uripa’’; donde sí, Sucre ordenó un ataque
sobre algunas partidas de la división del Brigadier Don José de Canterac.
Dice
don Vicente Lecuna: ‘’El General Sucre, convencido de una fácil victoria, no
perdió tiempo y ordenó atacarlo con un batallón, bajo el mando del aguerrido
General José Laurencio Silva, que de inmediato entró en acción en Uripa, contra
las fuerzas rezagadas, fue una escaramuza rápida de caballería con apoyo de una
partida de infantería, y le causaron mucho daño, desbandaron completamente a
los reales que optaron por integrarse a su ejército’’.
Esta
acción fue el 18 de noviembre, Don Vicente Lecuna, dice que el ejército patriota
atravesó cómodamente por el único puente que existía en el extenso valle que
forma el rio Pampas, y luego que pasó todo su ejército, Sucre ordenó la
destrucción del puente, para impedir un ataque masivo del ejército de Valdés;
y, por supuesto los realistas le opusieron tenaz resistencia.
Uripa
fue toda una batalla con una parte del ejército de Don Jerónimo Valdés, fue un
rudo combate de infantería y caballería de las fuerzas enemigas que trataron de
impedirlo.
Imagino
el espectáculo de los dos ejércitos, formados y desfilando paralelamente en el
deleitoso valle de Pomacochas, atravesado por el río Pampas, en esas alturas
glaciales.
Los
patriotas sacaron ventajas y resultados concretos de las persecuciones y los
encuentros con las descubiertas enemigas: entonces atacaban y mermaban al detal
al ejército español, que escapaba desconcertado del asedio del ejército
patriota. Eran verdaderos combates, sobre todo los que protagonizaron los días
21, 22 y 23 de noviembre de 1824, que fueron destinados a crear desconcierto y
desconfianza en el enemigo.
El
24 de ese mismo mes, esa parte del ejército español, dando muestras de
cansancio, o tal vez era su estrategia, para desgastar a los patriotas, porque
retrocedieron hasta Carhuanca, desandando el camino que los había llevado a
tratar de cortar al ejército Libertador.
En
cambio, el General Sucre aprovechó para ocupar las alturas del ‘’Bombón’’,
desde donde pudo observar a la División del General Jerónimo Valdés, sus
batallones, su estructura, su poder, sus movimientos, y entonces, con absoluta
confianza, acampó otra vez, hasta el día 30, en los fértiles valles del Pampas,
burlándose del enemigo. En esa fecha, luego de realizar una inspección a todo
el ejército, le escribe al Libertador.
’Frustrado Valdés busca unirse al Virrey
Laserna en Ocrós o en Concepción’’. El 2 de diciembre, el Virrey Don José de La
Serna, ubica sus fuerzas en la pampa de Matará y ocupa los altos de
Pomaccahuanca.
Sucre
tiene conocimiento de que la División de Valdés no se había unido al Virrey,
entonces lanzo una ofensiva con varios cuerpos para insinuar una batalla, pero
el Virrey no aceptó el reto. El Virrey tuvo que evitar la confrontación, se
ubicó en lugares inaccesibles para esperar a Valdés.
En
realidad, el General Antonio José de Sucre, consideró la posibilidad de dar la
batalla de inmediato en “Matará”, y a tales efectos dio las órdenes
pertinentes, pero los españoles estaban jugándose la carta de una emboscada,
como veremos luego.
Sucre
le escribió al Libertador desde este punto contándole el suceso, y este le
respondió previniéndole, que cualesquiera que fuere su posición y la del
enemigo, aventurase la acción bajo el concepto de que no debía reparar en el
mayor número, ni en el atrincheramiento si los había, y que en todo caso debía
buscarlo para batirlo.
Por
eso Sucre, en su marcha victoriosa, pensaba descansar en Huancavelica, pero
resolvió buscar la batalla lo más pronto, y, la ruta que señalaba su destino
fue la meseta de Ayacucho.
Pero
el destino jugó sus cartas, faltaba la nota trágica; el bautizo de sangre y de
terror. El temible General Jerónimo Valdés, al que creía buscando unirse al
Virrey en Matará, venía a la saga del ejército patriota, informado por sus
baquianos sobre su ruta, e inteligentemente ordenó emboscarlo, y ocupa con sus
fuerzas el escabroso barranco que forma el río Collpahuayco. Este nombre
también tiene problemas al parecer el nombre es Corpa Guayas.
LA EMBOSCADA DE COLLAPAHUAICO o CORPA GUAYAS.
¿Acaso fue una derrota?
Sucre,
incansable buscando la batalla, como venimos observando, en las intrincadas
montañas, mueve sus fuerzas hacia Tambo Cagallo, por una ruta demasiado
transitada y descubierta, cayendo en una emboscada, el 4 de diciembre.
Nadie
ha dicho que Sucre se probó así mismo, en esta terrible jornada, pero de sus
declaraciones posteriores podríamos llegar a esa conclusión.
La
trampa fue montada hábilmente por el General Jerónimo Valdés y su División, que
se adelantó y sigilosamente tomó la quebrada de Collpahuayco o Corpahuayco o
Corpa Guayas, paso obligado del ejército patriota, pero con un error, no lo
hizo con la fuerza suficiente, o sea se apresuró y atacó, antes de unirse al
grueso del ejército del Virrey.
El
paso no ofrecía dudas ni inconvenientes imprevistos, porque el ejército
realista estaba lejos, en las montañas aledañas; pero al bajar por la quebrada
de Collpahuayco, por donde decidieron pasar sin siquiera presentir algún
peligro, y en efecto, pasaron varios cuerpos del ejército; pero, no bien hubo
bajado el Ejército del Perú, bajo el mando del imponderable General La Mar, fue
bruscamente atacado por batallones ocultos en el boscaje en lo más escabroso
del desfiladero.
Toda
la División Peruana, se estremeció, pero reponiéndose del primer impacto,
aunque fue terrible; iniciaron la resistencia, siguiendo órdenes de Jefe Don
José de Lamar, el cual, batiéndose valerosamente, pasó buena parte de sus
batallones, en perfecto orden, en medio de la balacera; y pudo alcanzar la
orilla opuesta de la quebrada, habiendo dejado con mucho dolor más de 300
hombres en el barranco. Algunos heridos
fueron salvados; pues heroicamente sus compañeros los sacaron y se los llevaron
en hombros. Para el momento del ataque algunos batallones de las divisiones de
Córdoba y del propio La Mar, habían cruzado como ya dijimos, pero faltaban por
cruzarla otros batallones: Vargas, Vencedores y Rifles, que entraron rezagados
a la profunda quebrada, y esos fueron los que sufrieron en Collpahuayco, la
estratégica emboscada del General español Don Jerónimo Valdés.
Sucre,
participó activamente en la defensa de sus batallones, al darse cuenta de la
ocurrencias, atento a todo, se puso al frente de la Guardia, además tomó dos batallones de la División
del General Jacinto Lara, y entonces voló en auxilio de sus soldados, y, en
medio del horrendo fuego a que estaban sometidos, calmó y ordenó a sus tropas, abrirse en
guerrillas y, subir por las laderas de los cerros y limpiarlos de los
francotiradores que se cerraban sobre ellos; y luego, sin pérdida de tiempo,
fue desplegándolos por el escenario de la emboscada, animándolos a vencer,
ejerciendo a la vez su especialidad y experiencia como artillero, con su propia actividad en el combate,
entrando el mismo a los sitios de más peligro, como siempre lo hacía. Los
soldados sobreponiéndose, abrieron heroico y vivo fuego sobre los atacantes,
logrando, pese al fuego abrumador del enemigo, y a los estragos que producían,
responder, crecidos en su honor y patriotismo, dispuestos a entregar su vida de
ser necesario, neutralizando los efectos negativos de la emboscada.
Laureano
Villanueva, al referirse a la actuación de Sucre, dice: ‘’Entonces con una
impetuosidad imponderable se puso a la cabeza del ejército, como Bonaparte en
el puente de Arcole, y como lo han hecho siempre los grandes capitanes en los
lances supremos en que ha sido necesario rendir y encadenar la fortuna con
operaciones insólitas, audaces y fascinadoras. Manda enseguida a sus batallones
a desfilar a la derecha, bajar a la quebrada con prontitud, y atravesar
intrépidamente aquel paso horroroso que le recordaba el desfiladero de las
Termópilas’’.
‘’Preséntanse
a veces estas azarosas situaciones en la guerra, como si la suerte se empeñara
en probar a un caudillo a todas horas y, de todos modos, para que arrebatado al
fin de excelso numen pueda llevar a cabo grandes designios’’.
Sucre
sabía que, en aquella honda quebrada, de barrancos escarpados, cubiertos de
bosques, podía encontrarse comprometido su ejército en una lid desventajosa de
la cual no podía salirse sino a fuerza de serenidad y valor, por eso le dijo a
Bolívar, en todas sus cartas:
‘’Nunca
he dudado de la victoria, y donde quiera que se paren los enemigos, cuente que
serán derrotados’’.
Con
el sable desenvainado Sucre pasó a la cabeza de la División del General
Córdova, y sin tropiezo distribuyó convenientemente sus compañías de cazadores,
y, como era su costumbre, se fue por las lomas para observar al enemigo y
vencerlo. En este momento se me ocurre exclamar: Como Carlos Paz García.
¡Como
Bayardo, encarnación de las más austeras virtudes guerreras, merecía ostentar
la divisa de caballero sin miedo y sin tacha sobre dorada armadura, símbolo del
temple de su alma!
El
fuego se encendió vivamente de uno otro lado, pues al ver Sucre comprometido el
resto de su ejército, tomo posiciones en la parte opuesta del barranco, y
empeñó sus batallones contra los de Valdés, que porfiaban desplazarlos y
ascender a las alturas, uniendo sus fuerzas a las que ya estaban apostadas y
disparaban desde la espesura, y de las cuales veían caer al fondo de los
despeñaderos los muertos o heridos de ambos bandos.
Quien
no era capaz de ir al infierno y sobrevivir, no merece un Ayacucho. Cristo bajó
al infierno durante tres días ante de la resurrección.
Laureano
Villanueva cuenta, que el General Lara, tan cavilosos como valiente, alertado
por el General Miller, penetró con su
División por un pasaje, por el cual podía esquivar la maldita quebrada, para
salvar el parque, sin el cual todo esfuerzo sería inútil, y guiado por un baquiano providencial, apoyado con los mil cien caballos del General
Miller, pudo salvar la vida de los soldados de su división y desviarse de la
emboscada en la quebrada, más abajo, por un paso descubierto por aquel
batallador ingles tan brioso como noble amigo de Colombia.
Luego
los generales Lara y Miller que ya había pasado la quebrada, volvieron al
combate, dispuesto a dar la vida por sus hombres; y se destacaron en este
momento angustioso, ellos al frente de la caballería atacaron por el camino de
Chonta, y entre el fuego ensordecedor, respondieron como sabían hacerlo, con
arrojo y valentía inigualable, y cayeron sobre el enemigo logrando dispersarlo.
Guillermo
Sherwell, dice “Pero Lara se empinó sobre las alturas del heroísmo y peleó como
los hombres épicos de Grecia. El batallón Rifles, comandado por el bizarro
irlandés Arturo Sandes, aguantó el ímpetu de la batalla. Resistió sin cejar el
ataque realista, los hombres caían unos tras otros, pero el batallón se mantuvo
a pie firme. Era necesario salvar el resto de la División y el Rifles lo logró,
como aquel puñado de espartanos que salvó a Grecia del ejército persa.
Fueron
momentos dramáticos aquellos, que ameritan una mejor investigación, porque: por
una parte, tuvieron que sacar a los heridos, y por la otra, salvar los
bastimentos y los pertrechos de guerra.
Tan
pronto terminó de pasar la División Peruana, se descubrió la emboscada en el
paso de la quebrada de Colpahuaico, ocupada por la División del General
Jerónimo Valdés. Sucre cayó en la trampa
entre toda su masa de fuerza; suficiente para partir en dos el ejército de Sucre;
una trampa urdida por el Virrey. Collpahuayco costó, entre muertos y heridos,
300 valientes patriotas, una buena parte del parque de campaña y una pieza de
artillería; pero, valió al Perú su libertad, según el decir del General Antonio
José de Sucre, porque alentó a los enemigos a empeñar la batalla definitiva,
sin más dilación. No se supo nunca cuántos realistas salieron heridos.
Quien
no era capaz de ir al infierno y sobrevivir, no merece un Ayacucho. Cristo bajo
al infierno durante tres días ante de la resurrección. Engreídos pues, con la ventaja sacada en
Corpa Guayas, continuó el ejército realista tras el patriota. Sucre,
sintiéndose más poderoso que nunca, con la soberbia del guerrero, inmune a la
muerte, marchó impertérrito hasta la gran llanura de Tambo Cangallo, provocando
temor con su larga marcha triunfal, paralela al enemigo, empujándolos al
combate; pero los enemigos buscaban otro sitio como Collpahuayco, en las
montañas.
Cuenta
Guillermo Sherwell, que el Virrey Laserna, en la creencia de que Sucre quería
escapársele hizo una agotadora marcha con el objeto de salirle adelante, y
cortar la unidad del ejército patriota para vencerlo al detal, pero fue una
tarea imposible.
En
la tarde del día 7 de diciembre los fatigados realistas llegaron a situarse
entre las ciudades de Huamanga y Huata, Ilusionado el Virrey, alimentaba su
ego, pensando que habían de lograr cortar el ejército patriota, vencerlo y
cortar su retirada.
Sucre
sacó positivas conclusiones de la emboscada de Corpa Guayas, de la fuerza,
nobleza y patriotismo de sus soldados, pero no podía permanecer allí, y buscó
un sitio más amplio para el descanso de su tropa, salió de Tambo Cagallo, pasó
la quebrada de Acroco y siguió hasta el pueblo de Huaichao, de allí pasó al
pueblo de Accos Vinchos, donde descubrió que el ejército realista estaba a la
vista en el pueblo de Tambillo, y decidió inspeccionarlo personalmente.
La
verdad es que el ejército patriota, después de reposar y prepararse
convenientemente en el valle de Tambo Cagallo, arribó al pueblo de Quinua o
Quínoa, cerca de la meseta de Ayacucho en el Cundurcunca; y a su vez los
realistas, avanzaron por el camino da la ciudad imperial del Cuzco, antípoda en
relación con el ejército patriota, y se apostaron en los valles de Macachacra,
atravesando el rio Pangora. El ejército del Virrey Laserna se ubicaba así, al
poniente del ejército de Sucre, en las laderas del alto e imponente Pacaicasa
paralelo del Cóndor Kanki.
El
día 7 de diciembre el ejército de Sucre en una jornada muy hábil entró
fácilmente por la parte baja, de lo que se conoce como la sabana o meseta de
Ayacucho, a 3.500 metros de altura, en un escalón de la inmensa montaña.
Sucre
ya habia jugado sus cartas como solía hacerlo en todas las batallas en las que
intervino; y conocía todos los secretos que guardaba celosamente el Virrey.
Para eso habia desaparecido por seis días. Laureano Villanueva nos cuenta que: ‘’Estaban
consternados los Generales a los seis días por no saber su paradero, y temiendo
que pudiera haber caído prisionero en manos de alguna partida realista, se
congregaron, muy hondamente preocupados, en una cañada para adoptar alguna
resolución, considerándose perdidos entre aquellos valles y alturas que no
tenían término; y cuando iban a escoger a uno de ellos para que guiara el
ejército, se oyó el galope de un piquete de caballería.
Era
la media noche. El General Sucre conducido por buenos prácticos había venido
siguiendo por entre veredas la marcha de los cuerpos al mismo tiempo que había
reconocido al enemigo personalmente con el cuidado y atrevimiento de que solo
son capaces los expertos capitanes. Llega en breve se desmonta cae en los
brazos de sus generales y sin pensar en comer ni descansar, les da razón de las
posiciones, fuerzas y movimientos del enemigo; les hace saber que está a tres
leguas de distancia, les indica las precauciones que deben tomarse, y marca el
camino que han de seguirse inmediatamente, advirtiéndoles que había que salvar
muchos malos pasos, por lo cual era menester prepararse para evitar un
encuentro en malas posiciones.
Los
generales quedaron asombrados. En medio de alegría incontenible manifiéstenle
sus inquietudes, y, reanimados con su presencia alborozada se estrechan las
manos y se abrazan, sintiéndose satisfechos y orgullosos de ser mandados por un
caudillo como él, ilustre, por tan eminentes aptitudes’’.
Mientras
que los independientes reposaban en el pequeño villorrio de Quínua,
ejercitándose, procurado obtener la forma física y mental completa para enfrentar al enemigo, el Virrey al
frente del ejército unido, festejaba antes de tiempo la victoria, con disparos
a discreción, alentado por gritos de guerra, convencidos del éxito, sonaban los
tambores y se escuchaban las canciones; la música de las bandas daban el tono
de una fiesta campestre; los mariscales y generales con el Virrey, era tan
elocuente; todos trajeados con sus condecoraciones y sus arreos de guerra, un espectáculo.
Cuando
el ejército patriota entró a la meseta también sonó la música, por orden de
Sucre, y en su campamento hubo fiesta, y celebraron, pero hay que decirlo, con
mucha mesura, porque a Sucre no le gustaba en estos graves asuntos, las distracciones
que podrían sobrevenir por ello, sin embargo, en este caso hubo más licencia
que en otras oportunidades.
A
Sucre, al parecer, no le gustó, cuando el soldado Juan Pinto, contradiciendo
una orden suya, de silencio, declamó la famosa copla que aún se canta en
Cumaná, en el merengue Manzanares: veamos cómo lo cuenta nuestro J. A. Cova, con pequeños retoques míos:
‘En
la embriaguez jocunda de aquel momento decisivo en que se va a jugar la suerte
del continente, Sucre después de formadas sus tropas en orden de batalla,
recorre a caballo todos los cuerpos y los arenga. Viste levita azul cerrada,
con una simple hilera de botones dorados, sin banda ni medallas: pantalón azul,
charreteras de oro y espada al cinto…’’
La
copla melancólica de un sargento cumanés, que lo acompañó desde 1813, reclutado
en Irapa, lanzada al aire, le trae ahora la evocación de la tierra nativa,
primero los acordes del cuatro y luego la voz larga y jovial, como saeta
andaluza, de Juan Pito:
‘’A
Cumaná quién te viera, si por tus calles pasara, y a san Francisco fuera, a
misa de madrugada’’.
El
rostro del joven héroe se ha iluminado de júbilo, y una lágrima traidora rueda
por sus mejillas, con el recuerdo de sus primeros combates… y, galopando en su
caballo castaño arenga a sus tropas con su mirada perdida hacia lo alto de la
montaña”.
Dice
Laureano Villanueva: ‘’Al Este de Ayacucho se eleva el cerro Cunduncurqui, (así
lo escribe don Laureano) tronco nudoso de los Andes cuyas escabrosas y heladas
cimas dominan aquel campo’’.
Allí
está la histórica meseta de Ayacucho, donde la vegetación es de paja menuda y
de escasos arbustos de Quínua.
La
meseta está separada del Cundurcunca por una quebrada que baja de la formidable
montaña, formando un ángulo obtuso. Del otro lado de la quebrada se veían casas
y algunos árboles. Dista 12 kilómetros de la ciudad de Huamanga, bella ciudad
asentada en un valle primaveral abundante en trigo, pastos y ganado.
El
ejército real entrando por la parte alta del campo, en un movimiento continuo y
envolvente, pero discreto y solemne. Tomó posiciones dominantes. De tal manera
que tenía todo un arco alrededor del ejército patriota, con la conveniencia de
estar a un paso del rio Pampas, y, por lo tanto, como dije sobre el camino
hacia la ciudad de Cuzco, lo que le permitía en caso de necesidad la salida de
sus fuerzas. Ocupaba pues, la parte alta de la meseta al pie del Cóndor Kanki,
una posición inigualable para triunfar, en la batalla más importante de la
historia de América.
También
se dice, y sabemos de cierto que lo hizo,
que Sucre en solitario, hizo todos sus cálculos subido a la parte alta
de la meseta, o sea dentro del lado ocupado por los españoles, desde donde
dominaba todo el valle y por supuesto, al ejército español, al cual, con su mirada
de águila, con su perspicacia, experiencia
y sapiencia, descubría sus debilidades y fortalezas, con el fin de
abatirlos al detal, como en efecto lo hizo; desplegó varias compañías durante
la noche y les ordenó mantener fuego vivo sobre los puestos avanzados, así los
mantenía despiertos y retirados de los sitios donde podrían penetrar y causar
daño; además les causaba muchas bajas. Los españoles confiados no insistieron,
y no se movieron de sus posiciones donde se sentían inmunes.
Por
la forma y la posición de la meseta se puede apreciar lo difícil que fue la
batalla, sobre todo para el ejército real, obligado a iniciar las acciones, ya
que no podía bajar a la meseta sino de frente al enemigo, por el poco espacio
libre, y lo que es peor, a través del barranco que se formaba como un
precipicio del lado del cerro; tenía que atacar obligatoriamente por la
izquierda del ejército patriota, donde Sucre, a cubierta, apostaría sus mejores
batallones, porque esperaría el ataque atrincherado en los repliegues del
terreno. Era una de sus tácticas preferidas e infalibles en aquellos tiempos.
El
Virrey hizo desfilar sus fuerzas con toda la pompa, imaginando las desventajas
de las posiciones del ejército patriota en la parte baja de la meseta. Sus
legiones escogieron la parte alta, allí se sentía en el Olimpo, las bandas
musicales de los batallones, entonaban himnos elegíacos, cuál era su estrategia, para eso marcharon por la vía del Cuzco, la ciudad
imperial, segura tanto para entrar como para salir, y alcanzaría, como lo
había previsto, una posición
privilegiada, por eso adelantó el paso y logró establecerse el día 7, en el
espléndido valle de Huamanguilla, en el pueblo de Bambilla cerca de Quínua,
donde reposaron sus tropas; y, al día 9, al tener conocimiento de la ubicación
del ejército patriota en la sabana de Ayacucho, se dirigió en perfecta
formación y, dignamente, sin ningún
inconveniente al encuentro con su contrincante; se podría
pensar, como veremos por el trato y los resultados, con la complacencia de
Sucre.
En Corpahuaico estaba la bravura de Fuego de Jacinto
Lara y sí, ciertamente con pérdidas sensibles para los patriotas, logró salir
airoso del taimado acecho, surgir gallardamente de ese piélago, para
encaminarse, altivo y firme, al campo de Ayacucho, iluminado hoy por el sol
perenne del heroísmo y de la gloria.
Y se aproxima la batalla: El 5 de diciembre de 1824
ambos contendores se enfrentaban a la distancia, y vigilándose uno al otro
avanzaban en orden paralelo. El 6 recibió Sucre comunicación del Libertador por
la que le anunciaba que no debía esperar refuerzos de ninguna clase, porque el
Perú ni Colombia querían contribuir más. Quedaba, por lo tanto, limitado a sus
efectivos del momento y a eventuales recursos que pudiera obtener de las poblaciones
del tránsito, que podrían tenerse como nulos.
El 8 por la tarde se preparaban los dos ejércitos en
el campo de Ayacucho para acometerse: Los realistas sumaban cerca de diez mil
hombres mandados por el Virrey, en persona, y la Plana Mayor de las fuerzas
realistas del Virreinato: Canterac, Carratalá, Valdez, Monet, luchadores
insignes, anhelosos del combate. Los patriotas no llegaban a seis mil y los
acaudillaba Sucre, el joven general hijo de Cumaná, y con él se aprestaban a
disputar el triunfo compañeros aguerridos como Lara, Córdova, La Mar, Miller,
Valdés, el patriota, y aquella pléyade de hombres acostumbrados a vencer, a Los
que arengó Sucre con palabras arrebatadoras que ha recogido la historia:
“Soldados ¡De los esfuerzos de hoy pende la suerte
de la América del Sur” “Otro día de Gloria va a coronar vuestra admirable
constancia!”
Batalla de Ayacucho
Desde el día 4 de diciembre, ambos
ejércitos marcharon separados por un abismo. Los patriotas pasaron por Huaychao
el día 5, y el 6 llegaron sus avanzadas un poco más al norte de La Quinua. Los
realistas tomaron la ruta de Huanta, por Paccaiccasa. El día 6 acamparon en
Huamanguilla; la idea del virrey era cortar todo repliegue a Sucre. El 7 de
diciembre, cada ejército hizo los aprestos para la batalla, tratando de
encontrar la mejor ubicación. El día 8 hubo algunos choques entre las
patrullas. Los realistas pasaron a las faldas del cerro Condorcunca y los
patriotas quedaron en la Pampa de la Quinua.
Esta pampa se ubica a doce kilómetros
de la ciudad de Huamanga, conocida como Ayacucho. Es un área de suave declive
que prolonga las faldas del cerro Condorcunca, montaña que se destaca en el
Ande de esa región. Descendiendo de las faldas de este cerro de este a oeste y
continuando por la pampa, que tiene una longitud de 1.600 metros, se llega al
pueblo de artesanos de La Quinua, situado al término de la pendiente. En la
parte más ancha, la pampa tiene 600 metros y se encuentra limitada al norte por
un barranco y al sur por una abrupta quebrada. En la época de la batalla, y a
mitad de la pampa, existían enormes piedras, producto de avalanchas o
“Lloclla”, que cortaban el campo de norte a sur.
El día 9 de diciembre de 1824, a las
09H00, se inició la Batalla de Ayacucho. A las 13:00, Canterac, informado de
que el virrey La Serna había sido hecho prisionero por la valerosa acción del
sargento Barahona, y herido de arma blanca, tomó el mando del ejército realista
y convocó a Consejo de Guerra para evaluar la situación militar de la batalla.
Las conclusiones de ese Consejo fueron que: La batalla estaba siendo ganada por
los patriotas. Existía desbande en sus tropas.
A pesar de los informes, el Consejo de
Guerra decidió el repliegue del ejército realista al Alto Perú para apoyar al
general Olañeta, pero las tropas realistas ya no tenían fuerzas ni ganas de
obedecer a sus jefes. La tropa realista, al recibir esa orden, se amotinó y se
produjeron rendiciones y huidas. El Mariscal del Perú, don José de La Mar, con
un ayudante, instó a la rendición a los jefes realistas, “asegurando que el
general Sucre estaba dispuesto a conceder a los vencidos una capitulación tan
amplia como sus altas facultades permitiesen, a fin de que cesaran del todo las
desgracias en el Perú”. Ante su situación militar calamitosa y ya sin tropas
por el amotinamiento, el general Canterac aceptó la rendición.
Es de destacar que, en los campos de
Ayacucho, junto a las armas regulares del ejército patriota, brilló el accionar
de los montoneros de Carreño, ya que cortaron el avance de las tropas de
Valdez, en un momento de peligro para las tropas del general La Mar.
ACCIONES
MILITARES DE LA BATALLA DE AYACUCHO. –
En la gesta de Simón Bolívar se
describe esa famosa batalla en los siguientes términos: “Poco antes de
iniciarse la gran batalla de Ayacucho, el general Antonio José de Sucre dijo a
sus tropas:
“¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy
depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra
admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador
del Perú!”.
Sucre comenzó a disponer sus tropas. El
general peruano Agustín Gamarra era su jefe de Estado Mayor. A la derecha se
situó la división colombiana, bajo las órdenes del impetuoso general José María
Córdoba; en el centro, en reserva, el general Lara, también con efectivos
colombianos; y a la izquierda, los peruanos, con el general La Mar. Por su
parte, la caballería comandada por el general Miller e integrada por los
Húsares del Perú, Granaderos de Colombia, Húsares de Colombia y un escuadrón de
Granaderos a Caballo argentinos, se ubicó en retaguardia, al centro. Pero no
sólo combatirían en Ayacucho efectivos de estas nacionalidades, sino que
participaron también alrededor de 300 soldados y numerosos oficiales chilenos,
distribuidos entre el Batallón Vargas, el Batallón Istmo y los Húsares de
Colombia. La Serna por su parte, ultimó los preparativos para la batalla
disponiendo el plan de ataque realista de la siguiente manera:
La división de Valdez, que formaba su
ala derecha, debería iniciar un formidable ataque al ala izquierda patriota,
que comandaba el general La Mar. La división de su izquierda del general
González Villalobos, debería proteger en primer lugar a su artillería mientras
descendía del Condorcunca y se situaba en posición de fuego. Como segundo
objetivo, debía apoyar a la división Valdez, encargada de arrollar a La Mar y
flanquear el resto de las posiciones patriotas. La división de Monet y la
caballería, situadas a retaguardia y en el centro, también deberían secundar el
movimiento de Valdez.
Sucre, entre tanto, se apresuró a
colocar la división de La Mar, enfrentando a la de Valdez; la de Córdoba frente
a la de González Villalobos; y como reserva, mantuvo a la de Lara y a la
caballería de Miller. A las 11:00 del 9 de diciembre de 1824, y casi
simultáneamente, sonaron los clarines de ataque en ambas líneas. Valdez, con su
intrepidez característica, atacó con ímpetu por su sector, haciendo retroceder
a los patriotas. Sucre percibió el peligro y dispuso que la caballería de Miller
procurara restablecer la situación, mientras llegaban en auxilio de La Mar los
batallones “Vencedor” y “Vargas”, de la reserva de Lara.
En el campo realista, la crítica situación
producida por la embestida de Valdez en las tropas peruanas de La Mar fue
tomada como el inicio de la derrota de los patriotas. Visto lo cual, el coronel
Rubín de Celis, de la división de González Villalobos, se lanzó al ataque sobre
La Mar. Sucre, entonces, arriesgando todo, arrebató la iniciativa a los
realistas, ordenando de inmediato el avance de su ala derecha.
El impetuoso general José María
Córdoba, de las filas patriotas, al recibir la orden de avance, desmontó de su
caballo con la mayor sangre fría y lo mató, arguyendo que no quería tener
medios para huir. Luego, en voz alta, dio una orden que la historia ha hecho
célebre: “¡Soldados, adelante; armas a discreción; paso de vencedores!”. Sin
disparar un tiro, toda la división de Córdoba se aproximó a las líneas
enemigas, recibiendo un mortífero fuego de la infantería y artillería realista.
Esta actitud causó honda impresión en las líneas realistas, que pronto se
vieron superadas en un encarnizado cuerpo a cuerpo y empezaron a perder
terreno. La Serna trató de restablecer la situación ordenando un fuerte ataque
de su poderosa caballería y de toda la división de Monet contra el ataque de
Córdoba, pero los cuerpos de caballería de Miller resistieron la embestida
realista sin ceder un palmo, con sus lanzas en ristre y afincadas en sus
monturas.
Canterac en persona tomó el mando de
los selectos batallones de Gerona, pero nada pudo hacer, porque en esos
momentos se había producido el desbande de las fuerzas de Rubín de Celis y, con
ello, de toda el ala izquierda realista. En medio de esta confusión, fue herido
varias veces el virrey La Serna, que quedó prisionero de la caballería
patriota. Cuando se produjo la derrota de las divisiones del general González
Villalobos y de Monet, el general Valdez, que se consideraba victorioso,
comprendió que pronto quedaría envuelto y pensó retirarse en orden, lo cual no
le fue posible, pues pronto cundió el pánico y el sentimiento de derrota en sus
soldados. El valeroso Valdez bajó de su caballo, y se sentó sobre un peñasco,
de donde fue retirado casi a viva fuerza, por uno de sus coroneles. Los restos
del ejército realista, con sus generales y jefes, se replegaron hacia el
Condorcunca, estrechamente perseguidos por la reserva de Lara. Antes de las
13:00 horas, el ejército realista había tenido 1.800 muertos y los patriotas,
309. Los heridos del bando español sumaban 700, contra 670 de los patriotas.
Estas cifras revelan que, en menos de dos horas de lucha, ambos contendores
habían sufrido un 26% de bajas en sus efectivos. A las 14:00, llegó al campo
realista un parlamentario de La Mar, ofreciendo al enemigo una capitulación
honrosa. Canterac reunió en conferencia a los generales y, después de larga
deliberación sobre su real situación, acordaron capitular, fundados en que
“sólo les quedaban 400 hombres organizados, en la necesidad de amparar a los oficiales
americanos realistas y en la conveniencia de poner a cubierto de futuras
persecuciones a los españoles residentes en el Perú…”.
Allí, en los campos de Ayacucho se
selló la independencia del Perú y la de toda América que pendía de la derrota
completa y absoluta del ejército español en la tierra misma del que fuera junto
con Nueva España (México), el más poderoso virreinato de América. En Ayacucho
derramaron su sangre, por igual, peruanos, venezolanos, colombianos,
ecuatorianos, bolivianos, chilenos, argentinos, mexicanos y aún españoles
creyentes en la causa de nuestra común independencia.
Al enterarse de la noticia de la
victoria final, Bolívar, quien se hallaba en la Quinta de la Magdalena, su
residencia de descanso a pocas horas de Lima, no pudo contener la alegría. Se
despojó de su casaca y lanzándola al suelo, gritó eufórico:
“! ¡Nunca más vestiré un uniforme
militar!".
Ordenó que se sirviera champaña a todos
los presentes en la Quinta, incluyendo criados y caleseros. Hasta la apacible
Magdalena llegaba el eco lejano de los tañidos de las campanas de las torres de
Lima. Toda la ciudad capital del antiguo Virreinato del Perú, ésa que Pizarro
fundara el 18 de enero de 1535 con el nombre de "Ciudad de los
Reyes", era fiesta absoluta. El retrato del Libertador Bolívar era paseado
en procesión por toda la barroca ciudad, otrora poderoso bastión del dominio
español en América. El Congreso del Perú reunido en sesión extraordinaria le
concede al gran héroe de la jornada, general Antonio José de Sucre Alcalá, el
título de Mariscal de Ayacucho y Benemérito del Perú en Grado Eminente.
Y mejor que describir
nosotros esa heroica lucha, que tanto se ha comentado por escritores y guerreros meritísimos, es
citar la carta de Sucre para el Libertador…
Excelentísimo Señor:
El campo de batalla ha decidido. Seis mil bravos del ejército Libertador
han ddestruido en
Ayacucho los diez mil soldados realistas que oprimían esta República. Los
últimos restos del poder español en América han expirado el 9 de diciembre en este campo afortunado. Tres
horas de un obstinado combate han asegurado para siempre los sagrados intereses
que V. E. se dignó confiar al ejército unido.
El ejército unido siente
inmensa satisfacción al presentar a V. E. el territorio completo del Perú sometido
a la autoridad de V. E., antes de cinco meses de campaña. Todo el ejército
real, todas las provincias que éste ocupaba en la República, todas sus plazas, sus parques, sus
almacenes, y quince generales españoles son trofeos que el ejército unido ofrece
a V. E. como gajes que corresponden al
ilustre salvador del Perú, que desde Junín señaló al ejército los campos de Ayacucho para completar
las glorias de las armas libertadoras”.
Bien podemos figurarnos
todavía a la distancia de 129 años la sorpresa de Esa victoria, que tan
elocuentemente la define el Libertador cuando la tilda de “La desesperación de
nuestros enemigos…” Porque acá en Lima,
en la seductora Quinta La Magdalena, también la inquietud se apoderaba de
Bolívar cuando casi terminaba diciembre y nada sabía de Sucre. Largos días eran
pasados desde que autorizó la batalla, entregando a ella la suerte de América,
porque Sucre temía la destrucción de sus fuerzas en encuentros inefectivos como
el de Corpahuaico: la
desmoralización de la tropa, si continuaba aquella fiera campaña; el
relajamiento de la voluntad
de vencer que movía a sus hombres y él aceptó aquellas razones, pero concluía
el año sin noticias del Sur…
¿Desesperado sonreía,
culpándose de haber confiado tanto, de haber depositado su fe en su predilecto
General, aquel que debería rivalizarlo… Rivalizarlo y cómo? ¿Acaso había otro
mundo que libertar? Cual habrá sido la suerte del ejército es su mayor
preocupación, de aquella hueste colombiana, unidad perfecta de combatir legión
de hombres recios, formados en el sufrimiento, quemados por todos los soles de
América, que victoriosos, bajo climas diversos, habían transpuesto las más
empinadas eminencias, guiados por su visión de grandeza para este Mundo
Nuevo…Sufre Bolívar el peso de sus pensamientos, en un silencio lleno de
presagios; pero allí llega el emisario
”en hilachas la ropa” ”apuesto el ademán” , al que recibe con rostro adusto,
buscando en la cara del militar que respetuoso se le acerca, alguna emoción que
tradujera la nueva de que era portador; pero para esos guerreros componente de
la hueste colombiana nada podía traducir su serenidad y el Héroe, impaciente, toma el sobre,
lee y de súbito resplandece su faz, salta de la hamaca, grita emocionado y
exalta hasta la gloria a Sucre a quien llama hijo… Locura fue ese momento,
Bolívar no encontraba ditirambos con los que apellidar al vencedor, honores que tributarle,
prendas bastante valiosas con que premiarlo, Sucre en cambio le escribe:
” Mi General, está concluida
la guerra, y completada la libertad del Perú. Estoy más contento por haber
llenado la comisión de usted, que por nada…”
La batalla de Ayacucho,
proclama Bolívar, es la cumbre de la gloria americana, y la obra del General Sucre. La disposición de
ella ha sido perfecta y su ejecución divina. Maniobras hábiles y prontas desbarataron en una hora a los
vencedores de Catorce Años, y a un enemigo perfectamente constituido y
hábilmente mandado.
Ayacucho es la desesperación
de nuestros enemigos. Ayacucho semejante a Waterloo, que decidió el destino de
Europa, ha fijado la suerte de las naciones americanas. Las generaciones
venideras esperan la victoria de Ayacucho para bendecirla y contemplarla
sentada en el trono de la libertad, dictando a los americanos el ejercicio de sus derechos
y el sagrado imperio de la naturaleza”.
El General Sucre es el Padre
de Ayacucho: Es el redentor de los hijos del Sol Es el que ha roto las cadenas con que envolvió
Pizarro el Imperio de los Incas. La posteridad representará Sucre con un pie en el Pichincha y otro en el
Potosí, llevando en sus manos la cuna de manco Cápac, contemplando las cadenas
rotas por su espada”
Así supo aquilatar Bolívar
la victoria de Ayacucho, y bastaría conocer la Biografía que él escribió sobre el Héroe para
definir la impresión producida en Lima. Por ese acaecimiento trascendental, y cuanto
conmovió el corazón del Libertador; porque esa victoria significaba la cancelación de todos los temores, la
extirpación de todas las dudas, el alba radiante de la independencia americana,
el día de la Gloria a plenitud y el gesto singular de Sucre, nimbo tutelar de
la victoria, de concluir el Tratado de Paz,
en el campo mismo de la batalla, como que hubiera contagiado de hidalguía y de
insospechado americanismo a los vencidos: El Virrey felicita a Sucre, Canterac
escribe a Bolívar… En el mundo no hay hecho de armas que pueda equipararse a la victoria de Ayacucho, en
sus consecuencias inmediatas, al fiar a perpetuidad la libertad de un mundo. Y, sin embargo, el olvido va cayendo
lentamente sobre ese hecho que alarga sus consecuencias hasta nuestros días, sobre esa página inmortal de la
historia americana; el
polvo letal de la indiferencia como que cobijara con su deterioro los pliegos de alabanza que se
escribieron y olvidara adrede las preces que se elevaron al Todopoderoso, por
la significación política y humana de esa fecha providencial para la suerte
indefinida del Continente.
El 9 de diciembre recibe
ahora manifestaciones apagadas, porque los pueblos se alejan de la tradición,
desdeñan los sacrificios que hicieron nuestros ante-pasados para legarnos
Patria libre y soberana; esquivan aquella alta moral, aquellos iluminados
ideales de redención, aquella fe y voluntad de vencer, símbolos augustos que
los guiaba a la lucha y a la gloria.
OTRA VERSIÓN DE LA BATALLA DE AYACUCHO
9 DE DICIEMBRE DE 1824.
‘’Todo
en Sucre es armónico: Su perfil, su mirada, su carácter, como que su persona
compartiera y reflejara la serenidad inmensa de su elevado espíritu. Raros son
los ejemplos de hombres que con la actuación guerrera de Sucre hayan logrado
como él tener en cada momento la plena posesión de sí mismos.
Desde
niño su voz se impone en los Concejos por los aciertos y sabiduría de sus
opiniones así se le ve pensar en Ayacucho solamente en los reclamos de la
bondad, en Tarquí en los reclamos de la justicia y en Chuquisaca cuando doce
hermosas quieren arrastrar su carroza, surge inmediatamente el gentil- hombre y
coloca la espada vencedora en cien combates para que sea conducida por las
albas manos proceras, ya que él se juzga indigno de tan extremoso y divino
homenaje’’.
Marco
Tulio Badaracco Bermúdez, discurso. Bisemanario ‘’Sucre’’ 9 de diciembre de
1924. Poco antes,
Bolívar le había escrito- «Expóngase usted, general, a todas las contingencias
de una batalla antes que a los peligros de una retirada».
J.A. Cova
dice que la Batalla de Ayacucho «no es solamente una épica acción de armas en
cuanto a técnica y pericia militar. Es más: la creación de un gran artista, de
un supremo artífice que ha vivido soñando con su obra maestra y finalmente la
ve realizada con todos los contornos de la obra perfecta.
En
Ayacucho nada faltó para dar majestad y carácter a la suprema concepción de
Sucre».
La Batalla.
Presenta en
Ayacucho al León Ibero
el Cóndor de los
Andes, gran batalla,
y bregan dos
ejércitos de talla,
colombiano-peruano
es el primero.
Y el segundo
español, casi extranjero.
Glorioso es
el combate; la metralla
hiende el
heroico campo, donde estalla
i enciende la
sangre del guerrero.
¿Y quién ha de
vencer? Dejando el llano,
Con el arrojo
del valor triunfante,
Trepa el león
inexpugnable altura.
Mas superando
al heroísmo hispano,
Vuela el
bravo Cóndor, y en breve instante
Baja el león
vencida la llanura.
Dr. Pedro
Aristeguieta Sucre.
El
ejército Libertador que comandaba el General Antonio José de Sucre, estaba
formado por CINCO MIL SETECIENTOS OCHENTA (5.780) hombres de guerra. Sin contar
sus bandas musicales, ni el ejército paralelo de mujeres que siempre lo
acompañaban y muchas de ellas tomaban el fusil y disparaban y morían en el
campo de batalla como cualquier soldado.
Sucre
dividió su ejército en tres divisiones de infantería, una de caballería y su
guardia personal. La Primera División bajo el mando del General Jacinto Lara,
con los batallones: ‘’Rifles’’, bajo el mando del Coronel Arturo Sandes;
‘’Vencedor’’, bajo el mando del Coronel Alejandro Luque; y ‘’Vargas’’, bajo el
mando del Coronel Trinidad Morán. La Segunda División, bajo el mando de General
José de La Mar, con los batallones: ‘’Legión Peruana’’, bajo el mando del
Coronel Ambrosio Plaza, con los Batallones 1º, 2º, y 3º. y la Terra División, bajo el mando de del
General José María Córdoba, con cuatro batallones: ‘’Bogotá’’, bajo el mando
del coronel Galindo; ‘’Voltígeros’’ bajo el mando del coronel Guas; y
‘’Pichincha’’, bajo el mando del coronel cumanés José Leal. El General Miller
mandaba la caballería, con los ‘’Granaderos de Colombia’’ bajo el mando del
Comandante Lucas Carvajal; ‘’Húsares de Colombia’’, bajo el mano de del coronel
José Laurencio Silva; ‘’Húsares de Junín’’, bajo el mando del coronel Suárez, y
los comandantes Olavarría y Blanco; y los Granaderos a caballo de los Andes
bajo el mando del comandante Bogado.
Jefe
de Estado Mayor el General Gamarra.
El
Virrey Don José de Laserna Hinojosa, comandaba un ejército que creía imbatible,
de nueve mil trescientos diez hombres, debidamente entrenados, formados e
invictos en 14 años de servicio al Imperio Español.
El
Virrey, Comandante General del Ejercito de España, conjuntamente con el
Teniente General Don José de Canterac, Segundo Jefe del Ejército y Jefe del
Estado Mayor; y el Mariscal de Campo don José de Carratalá, Sub Jefe del Estado
Mayor, habían ordenado su ejército de tal forma que creían haber asegurado una
victoria fulminante.
Para
el amanecer del día 9 de diciembre de 1824, en la abrupta sabana de Ayacucho,
en las faldas del portentoso CóndorKanki, pudo observarse y plasmarse en
planos, la disposición de aquel ejército.
El
Virrey, ubicó por su ala derecha, la División del valiente y pundonoroso,
General Jerónimo Valdés, con otro campeón de la soberbia española, el General
Don Martín de Somocurcio, apoyados con cuatro batallones: ‘’Cantabria’’,
reforzado con dos escuadrones de húsares de Fernando VII, y cuatro cañones, con
los cuales deberían pulverizar a los enemigos de España. Por el centro ubicó al
afamado General Don Juan Antonio Monet, del cual era segundo jefe, su tocayo el
Coronel Juan Antonio Pardo, apoyado con los mejores batallones: Burgos,
Infante, Victoria, Guías y Segundo del Primer Regimiento.
Para
la Segunda División, designó al invicto Mariscal de Campo Don Alejandro
González Villalobos, Inspector del Ejército Real; sirviéndole de segundo el
Brigadier Don Manuel Ramírez de Arellano, apoyados con cinco batallones: 1º y
2º de Gerona, 2º Imperial, 1º del Primer Regimiento y el de Fernandinos.
Para
la Caballería designó al Brigadier General Don Valentín Ferrer, con dos
brigadas a cuyo mando estaban el Brigadier Don Andrés García y el Brigadier Don
Ramón Gómez de Bedoya.
Para
Comandante General de Ingenieros nombró al Brigadier Don Miguel Atero, y para
la artillería nombró al experimentado, probado en tantas batallas memorables, a
Don Alonso Cacho.
Por
el ala izquierda ubicó al Mariscal de Campo
Villalobos, en el cual estaba toda la confianza del Virrey para entrar
al territorio del enemigo.
La
caballería la dejó en la retaguardia, para el remate de la faena, si fuere
necesario, y allí también él se ubicó con su Guardia de Corpus.
Sucre
nunca tuvo descanso en esta campaña. Durante la tarde y la noche del día 8,
mantuvo a fuego vivo sobre los puestos avanzados del ejército Real. Se propuso
impedir que los Reales ubicaran fuerzas cercanas a sus avanzadas. Además,
durante toda la noche mantuvo a las bandas militares tocando música y las
tropas hacían fuego para molestar al enemigo.
Cuenta
Laureano Villanueva que: Una escena patética tuvo lugar antes de la batalla,
que merece consignarse en estas páginas. Unos dicen que pasó en la tarde del
día 8, otros que fue en la mañana del día 9. Sea ello como fuere, es digno de
contarse:
Se
dice que fue el Mariscal Monet, del ejército español, amigo de Córdova, del
ejército patriota, que solicitó de Sucre, a través de un correo oficial,
permiso para tener una entrevista con su amigo el General Córdoba, antes de la
pelea. El permiso fue concedido, corrieron los dos valientes campo traviesa a
abrasarse en la Pampita de Ayacucho, enfrente de los dos ejércitos; lo mismo hicieron
luego muchos oficiales y soldados, amigos y parientes, que militaban hacía
tiempo, unos entre los patriotas y otros entre los realistas. Se vivieron
verdaderas escenas de amistad, muchas veces dolorosas. La entrevista duró media hora; y después de haberse
estrechado los corazones y las manos, se fueron a escape, buscando cada uno su
campamento respectivo.
Hasta
entonces, tanto españoles como patriotas, no habían obedecido sino a la feroz
ley de las Euménides, es decir la ley de la venganza. Ahora al final de aquella
sangrienta lucha de catorce años, inclinábamos uno y otros, a ordenarse a la
moderna ley de los sentimientos humanitarios, a ley de la caridad de la
clemencia de la santa amnistía. Cuyo campeón era otra vez Sucre.
El
9 de diciembre de 1824 al amanecer, sonaron las dianas de ambas fuerzas, y a
manera de saludo hicieron fuegos de cazadores y tiros de cañón. Sucre con
conocimiento absoluto del desarrollo de la batalla, reforzó el lado izquierdo,
sobre el barranco, por donde bajaría, con mucha dificultad, la infantería de
aquel ejército real, arrastrando cuatro cañones y los pertrechos, en fila
india, tal vez confiados en que Sucre no los atacaría hasta que sus fuerzas
estuviesen en la explanada. Pero se equivocaron, tuvieron que soportar no solo
el ataque permanente de los tiradores, sino las infinitas dificultades del
terreno.
Los
batallones patriotas, siguiendo las órdenes de Sucre, se colocaron en ángulo,
protegidos por los desniveles del terreno, a corta distancia del barranco sobre
la quebrada de su lado izquierdo. Luego ordenó
sus batallones para batir rápidamente al enemigo, como siempre lo hizo, después
de cuantificarlos, y estudiar cautelosamente su ubicación en el campo de
batalla.
Al
amanecer del día 9, como se diera cuenta del avance de algunas partidas
españolas, y como era su costumbre, inventó un ataque sorpresa, en medio de una
bulla o algazara con todas las bandas de música de que disponía distribuidas
por toda la línea de ataque, al tiempo que hacían fuego contra el enemigo, de
tal forma que los realistas creyeron que era un ataque frontal y varios de sus
cuerpos se desordenaron y se produjeron entre ellos varios muertos y heridos.
Luego observó satisfecho el efecto que produjo y ordenó el regreso a sus
posiciones.
Nuestra
línea de batalla quedó formada en ángulo. A la derecha, los batallones: Bogotá, Voltígeros, Pichincha y Caracas,
bajo el mando del General José María Córdoba. A la izquierda: La legión peruana y los batallones 1, 2, y 3,
del Perú, bajo el mando del General Lamar; y al Centro, los Granaderos y
Húsares de Colombia, bajo el mando del general Guillermo Miller. En la reserva
quedó la División del General Jacinto Lara, con los batallones: Rifles,
Vencedor, Vargas, Los Húsares de Junín y el pequeño escuadrón de Granaderos de
los Andes. Sucre, su Estado Mayor, y la Guardia, se ubicaron en una meseta
desde la cual dominaban todo el campo de batalla.
En
el lado realista, todo era movimiento, la sorpresa sería a las 8 de la mañana,
porque a las 9 am, tras una breve conferencia entre los jefes de sus
divisiones, el Virrey ordenó un cañoneo que duró 30 minutos, y después de
varias escaramuzas de tanteo, las compañías de infantería intentaron penetrar
las defensas patriotas y fueron castigadas y perseguidas.
En
realidad, no fue nada serio, acometían y regresaban a sus puestos. Estos
cuerpos de ataque en el campo realista muy bien orquestados respondían a los
juegos que uso Sucre en las primeras horas de la mañana. Como diciéndole
nosotros también sabemos jugar.
A
las 10 am. Los dos ejércitos se fueron acercando y quedaron ubicados a media
milla el uno del otro. El General Sucre cabalgaba serenamente, espléndido y victorioso,
sobre su caballo de batalla frente a sus soldados. Saludaba con su sombrero de
guerra, y dejaba escuchar sus ardientes palabras a cada batallón: Veamos
algunos detalles, como lo dice, en su obra ¨Recuerdos Históricos¨ el coronel
Manuel Antonio López:
¨
¡A eso de las diez y media, el general Monet se presentó de nuevo en la línea
espléndidamente uniformado, y llamando al general Córdoba le dijo: ¨! General,
vamos a dar la batalla¨ ¨Vamos¨ le contestó Córdoba – y se devolvió a
participárselo al general Sucre, quien estaba en observación situado al centro
de la sabaneta, treinta o cuarenta varas detrás de la división de vanguardia,
que era la de aquel jefe. Rodeábanlo su secretario el teniente coronel neivano
Juan Agustín Gerardino, antiguo oficial patriota condenado a servir en el
Numancia, y sus otros edecanes: Andrade, el oficial N. García, de Guayaquil, el
capitán Pedro Alarcón, de Cumaná, y dos o tres más que ahora no recuerdo.
Sucre
picó en el acto su caballo castaño oscuro, para recorrer los cuerpos de su
ejército, y deteniéndose en frente de cada uno les dirigió una breve arenga, en
términos oportunos y cultos, como todo lo que salía de la boca de tan perfecto
caballero.
Empezando
por la derecha, arengó primero al regimiento de Granaderos, dijo:
¨Estoy viendo las lanzas del Diamante de
Apure, las de Mucuritas, Queseras del Medio y Calabozo, las del Pantano de
Vargas y Boyacá, las de Carabobo, las de Ibarra y Junín ¿Qué podré temer?
¿Quién supo nunca resistirles? Desde Junín ya sabéis que allí (señalando- el
cerro al frente, donde estaba los españoles) no hay jinetes, allí no hay hombres
para vosotros, sino unos mil dos mil soberbios caballos, con los que pronto
remudaréis los vuestros. Sonó la hora de ir a tomarlos. Obedientes a vuestros
jefes caed sobre esas columnas y deshacedlas como centellas del cielo. ¡Lanza
al que ose afrentaros! ¡Corazón de amigos y hermanos para los rendidos! ¡Viva
el llanero invencible! ¡Viva la libertad!
Al Bogotá:
¨
¡Heroico Bogotá! Vuestro nombre tiene que llevaros siempre a la cabeza de la
redentora Colombia; el Perú no ignora que Nariño y Ricaurte, son soldados
vuestros; y hoy, no solo el Perú, sino toda la América, os contempla y espera
milagros de vosotros. Esas son las bayonetas de los irresistibles cazadores de
vanguardia de la epopeya clásica de Boyacá. Esa es la bandera de Bomboná, la
que el español recogió de entre centenares de cadáveres para devolvérsela
asombrado de vuestro heroísmo. La tiranía (señalando al campo español) no tiene
derecho a estar más alta que vosotros. Pronto ocuparéis su puesto. ¡Viva
Bogotá! ¡Viva la América redimida!
Al Voltígeros:
¨!
Voltígeros! Harto sabe el Perú que nadie aborrece tanto como vosotros el
despotismo y que nadie tiene tanto que cobrarle. No contentos con hacernos
esclavos a todos, quiso hacer de vosotros nuestros verdugos, los verdugos de la
patria y de la libertad. Pero él mismo honró vuestro valor con el nombre de
Numancia, el más heroico que España ha conocido, porque quizá no encontró
peninsulares que pudieran honrarlo más que vosotros. ¡He aquí el día de nuestra
noble venganza! Cinco años de sonrojo, cinco años de ira, estallarán hoy contra
ella en vuestros corazones y en vuestros fusiles. ¡Sucumba el despotismo! ¡Viva
la libertad!
Al Pichincha:
¨!
¡Ilustre Pichincha! ¡Esta tarde podréis llamaros Ayacucho! Quito os debe su
libertad y vuestro general su gloria.
Los tiranos del Perú no creen nada de cuanto hicimos, y están riéndose
de nosotros. Pronto los haremos creer, echándoles encima el peso del Pichincha,
del Chimborazo, del Cotopaxi, de toda esa cordillera, testigo de vuestro valor
y ardiente enemiga de la tiranía que hoy por última vez (señalando al campo
español) osan profanar con sus plantas… ¡Viva la América libre! …
Al Caracas:
¡Caracas!
¡Guirnalda de reliquias beneméritas (del Caracas, el Zulia y el Occidente) que
recordáis tantas victorias cuantas cicatrices adornan el pecho de vuestros
veteranos! Ayer asombrasteis al remoto Atlántico en Maracaibo y Coro, hoy los
Andes del Perú se humillarán a vuestra intrepidez. Vuestro nombre os manda a
todos ser héroes. Es el de la Patria del Libertador, el de la ciudad sagrada
que macha con él al frente de la América. ¡Viva la causa de la Libertad!
A la Legión No. 21 del Perú, le dijo:
Me
acompañasteis en Quito, vencisteis en Pichincha y disteis libertad a Colombia.
Hoy me acompañáis en Ayacucho, también venceréis y daréis la libertad al Perú,
asegurando para siempre la Independencia de América.
A otra Legión Peruana, le dijo:
Si
fuisteis desgraciadas en Torata y Moquegua, salisteis con gloria y probasteis
al enemigo vuestro valor y disciplina. Hoy triunfareis y habréis dado la
libertad a vuestra Patria y a la América.
Y
luego, situándose en un punto céntrico en medio de las tropas, a todo pulmón,
dice un testigo presencial, ¨Potenciando su voz¨ ¨lleno de emoción, con un tono
que parecía inspirado, lanza su proclama de combate, que será eternamente
célebre en la historia militar de América:
les dijo: ¨
¡Soldados! De los esfuerzos de hoy, pende la
suerte de América del Sur¨.
Y con el brazo extendido hacia el Cundurcunca,
grita: ¨Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia¨.
TEATRO DE OPERACIONES:
La
meseta de 600 metros de ancho, 3.500 metros en la parte alta, donde se ubicó el
Virrey; y a 3000 metros de altura en la parte baja, donde se ubicó Sucre. Tal
es el sitio que va a servir de escenario para la batalla, tiene el
inconveniente de estar atravesada por una quebrada de Norte a Sur, y limitada
por un barranco del lado derecho del ejército realista, por donde solo puede
moverse la infantería; y aunque se ha definido como una meseta, es más bien una
sábana de montaña que tiene un gran desnivel, porque viene bajando desde los
3000 metros, cerca de mil metros al pie de la sabana, del imponente Cundurcunca.
Sucre
desde muy temprano, ubico sus fuerzas en la parte baja de la meseta, formando
un ángulo: la derecha y el centro de sus fuerzas quedan mirando al Este, hacia
el cerro Cundurcunca, y la izquierda de sus fuerzas mirando al Norte, lo que es
una prueba de que los dos ejércitos no estaba uno frente al otro, de esta forma
Sucre impedía que la caballería enemiga pudiese obrar de modo uniforme, y
además tenía protegidos sus flancos por el barranco. El ejército realista lo
encontraría muy bien protegido. Sin
embargo, el día de la batalla, el día 9, desde muy temprano la división de
Valdés inició el descenso de sus tropas, una legua más o menos, bajando por las
laderas a su derecha, y colocó algunos batallones a tiro de fusil, al borde del
barranco
A
las diez de la mañana, pese al fuego patriota, el Virrey Laserna, ubicó cinco
piezas de artillería al comienzo de la meseta, con la División de Monet en el
centro. Había dejado en la parte alta de
la meseta, los batallones 1º y 2º de Gerona, 2º Imperial, 1º del Primer Regimiento,
el de Fernandinos y el de Alabarderos del Virrey.
La
batalla se inició entre, los batallones patriotas 1º, 2º, y 3º de la División
Peruana, bajo el Mando del General Don José de Lamar, que atacaron a los
españoles cuando intentaban establecerse en la parte baja de la meseta, a tiro
de fusil de las fuerzas patriotas; esas avanzadas pertenecían a los Guías de
España, reforzados con los batallones Rifles y Tiradores. La artillería
española, que había sido ubicada convenientemente, hizo estragos en nuestras
filas, rápidamente auxiliadas, muy a tiempo, por el batallón ¨Vencedores¨ de la
reserva. Sin embargo, nuestros batallones fueron arrollados.
Fue
entonces cuando Sucre, mostró lo previsto:
subió a una altura apropiada, desde donde dominaba el escenario, que
llaman ¨La Sabaneta¨; muy nervioso por el estrago que, hacia la artillería
española, constante de 14 piezas bien dispuestas. Fue entonces cuando llamó al
coronel Carbajal (Tigre Encaramado), y le dio la orden de romper las baterías
españolas.
Carbajal,
reclamó y preguntó: ¿General, y como se toman baterías con caballos? A lo que Sucre respondió: Muy fácil, cargue
Ud., al galope, sin hacer caso del fuego, y una vez sobre los cañones, salte
del caballo, y lancee a los enemigos… Carbajal atónito, apenas logró decir:
¡Caramba…! No me había dado cuenta de lo sencillo que es el asunto. Y juntando
otros valientes, salió a galope tendido, y fue obra de pocos momentos la
destrucción de la artillería española.
Al
lado de Carbajal estaba Manuel Chacón, el valiente negro barcelonés que tampoco
conocía el miedo. Este hecho insólito le dio una gran ventaja al futuro
Mariscal.
Repuestos
del desastre de la artillería, el Mariscal Villalobos, cumpliendo las órdenes
precisas del Virrey, forma sus
batallones para el ataque, al frente del batallón Primero del Primer Regimiento
del Cuzco, precisamente el batallón del distinguido e impetuoso Coronel Joaquín
Rubín de Celis, avanzando por la difícil y única vía, la derecha de su ejército, paralela al gran
barranco de la meseta, que era la única
forma de entrar al campo de batalla y enfrentarse al formidable campeón
peruano, el General José de Lamar, que esperaba impaciente, con sus hombres
bien colocados y dispuesto a vencer o morir, según lo dispuesto por Sucre. Lamar, como nunca, impertérrito,
recibiendo todo el fuego, pero bien parados, soportando todo lo que era capaz
el ejército español. Sucre lo observaba,
y cuando lo creyó prudente, dio la orden de atacar y morir, si era necesario; y
el batallón de Lamar, solo una fuerza espiritual irresistible de patriotismo,
puede explicar ese ataque. El encuentro
fue terrible, buena parte de los españoles cayeron al barranco y otra parte fue
desbandada. Canterac, sorprendido ante tal embestida, de inmediato ordenó al
batallón ¨San Carlos, reforzado con la reserva, entrar en batalla. para superar
la sorpresa de la contundente acción de Lamar; con lo cual, en ese extremo de
la meseta, se concentró el combate, ya que la posesión de esa entrada daba la
victoria. Fue tan terrible ese inicio de
la batalla, que Valdés mandó en auxilio a la caballería, que entró en tropel al
difícil campo, donde no podía maniobrar, y le costó la vida a la mayor parte de
los jinetes que entraron bajo el mando del coronel Manuel Canal
,
que no pudo evitar el empuje de las fuerzas patriotas. Sin embargo, los
españoles superiores en número lograron equilibrar las acciones y colocaron
varias piezas más de artillería. En la parte Norte de la Meseta, un poco
alejado del barranco, el General Valdés, apoyado también por la artillería,
rompía fuegos contra las fuerzas de Lamar, y movilizando el batallón
‘’Centro’’, bajo el mando del General Felipe Rivero, pudo entrar en acción.
El
plan de Canterac fue entonces el de formar un semicírculo frente a los
patriotas, confiado en su numeroso ejército, apoyado por las divisiones de
Valdés y Villalobos; y, una vez cercados por las puntas, enviar sobre ellos a
Monet, con su División, reforzada con caballería, y por si fuese necesario,
incorporar la Guardia del Virrey, o sea, los cinco batallones de reserva.
En
teoría era perfecto y posible, si todo salía según lo previsto, pero en la
ejecución de este plan, el Estado Mayor Español no tomó en cuenta el
territorio, el escenario de aquella batalla donde nada estaba escrito, y solo
el valor, la inteligencia y el heroísmo daban la victoria.
Desde
muy temprano, como hemos visto, los
batallones de infantería de la División
del General Jerónimo Valdés
iniciaron sus movimientos por la derecha, marcados por el barranco, les fue
bien en ese movimiento, pero se les
hacía difícil sus movimientos, sin embargo Valdés, empecinado en desbaratar al
enemigo, logró ubicar muy bien algunas partidas de soldados dentro del campo
patriota, con las cuales hizo ejercicios
de distracción y algunas escaramuzas, según lo previsto, pero para la gran
batalla que pensaba, va a encontrarse del lado del barranco más peligroso de lo
previsto, y sobren todo teniendo de frente al portentoso Sucre, que seguía cada
uno de sus movimientos, y movía con
destreza con la división de Lamar, que se ubicó en la loma, que dominaba el
barranco y por ende, dominaba las fuerzas desplegadas por Valdés; y Sucre muy
cuidadoso, quedaba muy bien resguardado, en los repliegues del terreno, tal
como lo pensó y aprovechó el Mariscal.
Valdés,
por supuesto, va avanzando y acumulando sus fuerzas, bajando con mucha
dificultad hacia la meseta, con la idea de posesionarse de ella, y desplazar o
aniquilar a la división del General Lamar, que impaciente esperaba la orden de
Sucre, para atacar al detal, es decir en la medida en que iban bajando los
realistas, por la senda de la derecha al lado del barranco.
Lo
cierto es que todo aparentemente iba saliéndole bien a los españoles, Valdés
desesperaba también por la tardanza de
la orden de Canterac, para terminar de pasar sus fuerzas, cuando de improviso
el valeroso coronel Rubín de Celis,
impaciente se adelanta con el batallón 1º del Regimiento, al parecer cumpliendo órdenes de Canterac, y
logra pasar por la incómoda ruta, lo cual ya es un heroísmo, porque en algunos
pasos tenían que ir en fila india, al
borde del barranco para atacar a La Mar en la Meseta.
Este
movimiento imprudente al parecer no fue ordenado por el Mariscal Villalobos,
que busca a Rubín de Celis, y le pide explicaciones, pero hubo de consentirlo,
cuando Rubín le explica, que habia sido ordenado por Canterac, Jefe Superior de
ese ejército, tal vez desesperado por la lentitud de la División de Valdés, que
no terminaba de pasar aquella incómoda vía.
Rubín de Celis, según los cronistas de la
batalla, arrastra con él, al batallón
2º Imperial y a las guerrillas
dispersas, que estaban causando daño a los patriotas; y con toda esa masa, se
arrojó, más bien se inmola, con un valor
extraordinario, pero más bien, un momento de locura, contra los batallones de la Segunda División
del Ejército Patriota, bajo el inviolable mando del General José María Córdova,
que avanza arrollando al ejército realista, sin que nadie se atrevieran a
enfrentarlo y detenerlo. Fue un momento dramático e intenso de la batalla. Córdova, que se dio cuenta de la maniobra
de Canterac, tiende sus fuerzas y acorrala al atrevido Rubín de Celis, y con
fuego nutridísimo, luego lo fulmina a punta de bayonetas. Todo el batallón realista
sucumbe en ese insensato ataque, y el Coronel Rubín de Celis, pierde la vida,
cuando se da cuenta de la tragedia a la cual ha llevado a sus soldados, y se
lanza espada en mano, en un ataque ciego y mortal contra el propia General
Córdoba, al cual no pudo llegar, al ser destrozado a bayonetazos ante la mirada
atónita de los impotentes soldados de sus batallones. Canterac avergonzado se
retira y busca al Virrey en las alturas de la meseta al pie del Cundurcunca.
Valdés,
sin embargo, cosechaba éxitos contra la división del General Lamar, una vez
montadas las baterías atacó y causó muertos y heridos en la división peruana.
Lamar al frente del batallón ‘’Número Uno’’ resiste la acometida, y como un
león se mueve contra Valdés, pero éste ataca sin pausa y casi arrolla a los
peruanos, y La Mar, tienen que retroceder.
Sucre, pendiente de todo, se da cuenta de lo
que sucede, sabe que la batalla puede irse por ese lado, y decide entrar en
acción personal con batallones frescos de la retaguardia, a cuyo frente estaba
el General Jacinto Lara. Y logran detener al enemigo. Lamar, que venía pidiendo auxilio, recompone
sus tropas y vuelve al ataque, conjuntamente con los refuerzos.
A la vez Canterac, se ve muy comprometido por
el desastre del coronel Rubín de Celis, pero vuelve al encarnizado combate en
el barranco, apoyado por la División de Monet, a la cual le es difícil entrar
en combate porque el campo de batalla estaba lleno de cadáveres y heridos, por
la inmolación del batallón San Carlos.
Sin
embargo, Canterac insiste unido con Monet, no se había jugado todas sus cartas.
Monet, que no tenía otra alternativa, que entrar por el barranco con la
caballería, sabiendo que era un suicidio, cumple la orden, la cual fue fatal
para los realistas, que se atropellaron de manera torpe e irremediable.
Este
es el gran momento de Sucre, y de inmediato, percibe la oportunidad del
triunfo. Se da cuenta de lo difícil que será para la división de Monet, superar
el barranco, y, sobre todo, porque la batalla se está dando allí, y esa
división de Monet les va a complicar aún más el movimiento y la acción de
conjunto a los batallones frescos de los españoles.
Entonces
el águila que vive en Sucre, vuela donde esta Córdova, y le ordena atacar a
Monet, con todas sus fuerzas, tanto en el barranco como en la meseta; y al
mismo tiempo ordena a Miller, manteniéndose alerta, atacar con la caballería en
la propia quebrada, por donde tienen que pasar los batallones de la División
que lidera el General Monet. Tenemos que diferenciar la quebrada, del barranco:
la quebrada pasaba por todo el centro de la meseta, y el barranco, estaba a la
izquierda del ejército patriota. Este detalle importantísimo puede verse en los
planos de la batalla.
Era
la hora suprema, los jefes españoles confiaban demasiado en la superioridad
numérica; y Sucre, en su estrategia, cual era derrotarlos al detal. En todo el
campo de batalla, se enfrentaban los gladiadores a la par, los batallones se
sucedían unos a otros. Los que flaqueaban eran sustituidos o reforzados de
inmediato. Los estados mayores de ambos bandos median sus estrategias, y daban
las órdenes necesarias a tales circunstancias.
Ambos
bandos estaban totalmente empeñados en la batalla. Pero sucedió algo inesperado
y sublime… El apolíneo General José María Córdova, desde su cabalgadura, se da
cuenta del peligro que corre la libertad de la América Hispana; y, cuando no se
vislumbraba un triunfador, y la responsabilidad que le tocaba a él,
respondiendo a la orden de Sucre, que lo mandaba a una muerte segura, en el
momento decisivo: cuando le dijo:
La
batalla está en sus manos, de Ud. depende la libertad del Perú y de Colombia.
Entonces
decide afrontar el reto: y toma la decisión trascendental de entregar la vida
por la Patria, y en un gesto, que supera todos sus cálculos; desmonta, saca su
pistola y mata su caballo de un tiro, para evitar retroceder y manchar su honor…
Y a pie, magnífico de heroísmo, con la espada en alto, resonante la voz que
atruena el aire, con la sublime orden de combate, nunca jamás oída en ningún
campo de batalla, con un grito desesperado, que sale de su garganta…
¡colombianos!
… ¡Armas a discreción…De frente… Paso de
vencedores!
Y
aquel batallón, como un solo hombre desmonta y lo sigue, y van a entregar la
vida por la Patria; pero antes tendrán que pagar con su sangre la violación del
territorio sagrado de la América inmortal. Su marcha arrolladora fue la cumbre
de la batalla, que continuaba desarrollándose, sin entender aquel movimiento
victorioso que avanzaba como un incendio, en medio del campo de batalla.
El
impetuosa Miller, que observa la maniobra, también pasa con sus escuadrones a
la quebrada, en embestida arrolladora, en acción relámpago, coadyuvando con su empuje
irracional, abriendo una brecha a Córdova, y enfrenta a los batallones
comandados por don José de Carretal, que trataba de frenar a Córdoba: … ¨romperlos
fue todo uno¨.
El
ala izquierda del Mariscal Villalobos, que no pudo detenerlo, en consecuencia,
quedó destruida, y así cada uno de los cuadros realistas que no pudieron
resistir las lanzas de los llaneros colombianos, se desbandaron y huyeron.
En
esta división estaba toda la confianza del Virrey, para entrar al territorio
enemigo; para ello se empleó inútilmente también, toda la caballería que estaba
en la retaguardia.
Antes de las 13:00 horas, el ejército
realista había tenido 1.800 muertos y los patriotas, 309. Los heridos del bando
español sumaban 700, contra 670 de los patriotas. Estas cifras revelan que, en
menos de dos horas de lucha, ambos contendores habían sufrido un 26% de bajas
en sus efectivos. A las 14:00, llegó al campo realista un parlamentario enviado
por Sucre, ofreciendo al enemigo una capitulación honrosa.
Canterac, reunió en conferencia a sus
generales y, después de larga deliberación sobre su real situación, acordaron
capitular, fundados en que “sólo les quedaban 400 hombres organizados, y en la
necesidad de amparar a los oficiales americanos realistas; y en la conveniencia
de poner a cubierto de futuras persecuciones a los españoles residentes en el
Perú…”.
RESUMEN
El General
Jerónimo Valdez, viniendo por su derecha al borde del farallón, atacó a la
división comandada por el honorable General La Mar, y lo hizo con tal ímpetu,
que la obligó a retroceder perdiendo muchos hombres. En el acto Sucre, que
mostraba seguridad en sus decisiones y serenidad inalterable desde un punto
llamado ‘’La Sabaneta’’, ordenó al General José María Córdova, comandante de la
Segunda División de su Ejército, dar la vida de ser necesario para salvar al
Continente. Córdova, decidido a morir en
el intento, carga sobre el centro del enemigo, mientras Sucre, en persona,
resuelve entrar en la batalla con dos batallones de la división de Jacinto
Lara.
Pero
sucedió algo inesperado, lo sublime… el apolíneo General José María Córdova,
desde su cabalgadura se da cuenta del peligro que corre la libertad de la
América independiente, cuando no se vislumbra un triunfador, y la
responsabilidad que le tocaba a él, en lo decisivo de sus movimientos. Entonces
decide afrontarlo con su propia vida.
Toma una decisión trascendental que supera todos sus cálculos. Desmonta,
mata su caballo de un pistoletazo, para evitar retroceder y manchar su honor. Y
a pie, magnifico de heroísmo, con la espada en alto, resonante la voz que
atruena el aire, con la sublime orden de combate, nunca jamás oída en ningún
campo de batalla. Un grito desesperado sale de su garganta… ¡colombianos!
… ¡Armas a discreción…De frente… Paso de
vencedores! Y aquel ejército como un solo hombre desmonta y lo sigue, y van a
entregar la vida por la Patria, pero antes tendrán que pagar con su sangre la
violación del territorio sagrado de la América inmortal.
Monet corrió
con su división en ayuda de Villalobos; pero Córdova la desbarató también. En
breves instantes, Monet estaba herido, varios jefes habían perecido, y los
soldados se dispersaban con pavor. Dos batallones quisieron formarse, pero
Córdova no les dio tiempo...
Al frente de
la caballería colombiana estaba el General José Laurencio Silva. ¿Podrían los
realistas sufrir su terrible choque? herido gravemente desde el principio,
vertiendo sangre, era irresistible. No pensaba en la muerte, sino en la
libertad y en la gloria, y se entraba furioso por las lanzas castellanas. –
‘’Un
combatiente escribió: ¨La acción se empeñó entre los batallones 1º, 2º, y 3º,
de nuestras fuerzas y los Guías españoles reforzados por Rifles y Tiradores. La
artillería enemiga hizo estragos en nuestras filas, cuyas bajas fueron
cubiertas con el ‘’Vencedor’’, de la reserva. Por cuatro horas la lucha se
mantuvo con furor los hombres caían como frutas maduras de un árbol que mueve
el viento¨.
El enemigo
que no habia empeñado, sino sus fuerzas de la derecha, resolvió comprometer sus
columnas del centro y de la izquierda y mandó cargar en toda la línea. Los
nuestros fueron arrollados. La División española avanzó hasta la Sabaneta. Allí
estaba Córdoba’’. Lo demás todos lo sabemos.
Atónito el
Virrey, ordenó adelantar la reserva que mandaba Canterac, con la intimación
expresa de hacer el último y más desesperado esfuerzo. ¡Todo fue en vano!
Nuestros soldados (señaladamente los colombianos) eran hombres a toda prueba,
regidos por capitanes valerosísimos, ganosos todos de honra, fieles a los
intereses de la independencia y determinados a perder la vida o reconquistar la
libertad de la América: ¿qué triunfo podía obtenerse contra estos hombres?
Al principio
el combate había sido infeliz en nuestra izquierda; pero muy luego se
restableció la pelea, y nada pudo resistir la embestida simultánea de nuestras
tropas. La derrota se hizo general entre los realistas, y como dice el parte
oficial: ¨la derrota fue completa y absoluta¨.
Jacinto Lara
persiguió a los vencidos atravesando profundas y escabrosas cañadas que se le
interponían. - Córdova trepó con sus batallones las ásperas faldas del Cundurcunca
e hizo prisionero al Virrey. Lara marchó por el centro y continuó la
persecución. Los españoles se vieron cortados en todas direcciones. El triunfo
fue nuestro, alcanzado a impulsos del valor y del heroísmo.
Contra el
doble de sus fuerzas pelearon nuestros soldados; y en la tarde de aquel
espléndido y venturoso día, nuestros depósitos contaban más prisioneros que
tropas para custodiarlos. ¿Qué arbitrio quedaba a los realistas? - Morir o
entregarse. ¡Ellos se entregaron! –
Como Ayacucho
es un triunfo de Cumaná, es nuestro deber destacar la actuación de algunos
cumaneses, tales como el General José Leal, imprescindible en toda la campaña
del Perú, especialmente a la cabeza del batallón Pichincha, que condujo con
arrojo en la fatídica emboscada de Corpa
Guayas, contraatacando a los realistas, salvado sus tropas y luego crecido en
la estima del General Sucre, en la
batalla final de Ayacucho, donde resistió imperturbable una carga tremenda de
los realistas, de la cual resulto herido, pero victorioso. Recibió el aplauso
de sus compañeros y fue ascendido a Coronel en el mismo campo de batalla.
De él
escribió Sucre a Bolívar: He sentido sobremanera la muerte del coronel Leal.
Colombia ha hecho en este excelente jefe una verdadera pérdida. El Libertador
le otorgó las preseas de General en 1827.
El General en Jefe José Alcalá Ramírez, este guerrero participó en las
grandes batallas del Libertador y de Sucre. Se distinguió n Boyacá, Bomboná, Junín
y Ayacucho.
Luego de la
Guerra de Independencia, lleno de prestigio y honores, el Presidente José
Antonio Páez, lo ascendió a General de Brigada, y más tarde el Mariscal Juan
Crisóstomo Falcón, le concedió el rango de General en Jefe, tal era su
prestigio. El Coronel Pedro José Alarcón, ayudante y camarada de Sucre, de
muchos años, desde 1817 hasta 1827, hasta hacerse imprescindible. Murió a los
32 años. En una nota necrológica, dice: se halló en las principales batallas
que dieron libertad a Colombia y al Perú. Fue primer edecán de Sucre, de quien
recibió los mejores elogios.
Capitán
Carlos Herrera Acuña, desde 1810 entró al servicio de su Patria. Fue un gran
guerrero, sirvió bajo el mando de los comandantes: Arismendi, Ribero, Montes,
Urdaneta y Antonio Díaz. Estuvo en Pampatar, Juan Griego y la toma del
bergantín “Guatemala” cerca de Margarita; también peleó en Cariaco y en el
Juncal y salió con vida de la trágica acción sobre la Casa Fuerte de Barcelona.
Acompañó a Urdaneta en Cumaná y sobresalió en la toma del fuerte de Aguasanta y
Puerto de la Madera. Bajo el mando del Libertador estuvo en Carabobo en 1821.
Ese mismo año se destacó bajo el mando del Coronel Carlos Castelli, y luego en
Maracaibo lo encontramos peleando bajo el mando del coronel Manuel Manrique,
pero, sobre todo, sobresale en Ayacucho, donde recibió la cuarta herida de su
carrera prodigiosa y se ganó el grado de Capitán.
Al terminar
los combates, las cinco y media de la tarde, se presentó en nuestro campo el
Comandante Mediavilla, ayudante de campo del General Jerónimo Valdés,
solicitando al General en Jefe Antonio José de Sucre, para proponer una
Capitulación. Sucre, sorprendido, sopesó la petición y la admitió. Luego
vinieron los Generales Canterac y Carratalá, y ajustaron con el General Sucre
las condiciones de aquel tratado, que se firmó en el poblado de Quinua.
TEXTO
DE LA CAPITULACIÓN.
D José de Canterac Teniente Gral. De los Rs. Ejércitos de S M C encargado del
mando Superior del Perú por haber sido herido y prisionero en la batalla de
este día el Excmo. S. Virrey D. José de Laserna, habiendo oído a los S. S.
Generales y Jefes q. se reunieron después q. el Ejército Español
llenando en todos sentidos cuanto ha exigido la reputación de sus armas en la
sangrienta jornada de Ayacucho y en toda la guerra del Perú ha tenido que ceder
el campo a las tropas independientes y debiendo conciliar a un tiempo. el honor
de los restos de esta fuerza con la disminución de los males del País, he
creído conveniente proponer y ajustar con el S. General de División de la
República de Colombia Antonio José de Sucre, Comandante en Jefe del Ejército
Unido Libertador del Perú las condiciones que contienen los artículos
siguientes.
Y estando
concluidos y ratificados como de hecho se aprueban y ratifican estos convenios
se formarán cuatro ejemplares de los cuales dos quedarán en poder de cada una
de las partes contratantes para los usos que les convengan.
Dados firmados
de nuestras manos en el campo de Ayacucho a nueve de diciembre de mil
ochocientos veinticuatro.
José Canterac
Antonio José de Sucre
Notas al finalizar
Al enterarse de la noticia de la victoria
final, Bolívar, quien se hallaba en la Quinta de la Magdalena, su residencia de
descanso a pocas horas de Lima, no pudo contener la alegría. Se despojó de su
casaca y lanzándola al suelo, gritó eufórico:
"Nunca más vestiré un uniforme
militar". Y en seguida ‘’Ordenó que
se sirviera champaña a todos los presentes en la Quinta, incluyendo criados y
caleseros.
LA CELEBRCIÓN
Hasta la apacible ‘’Magdalena’’ llegaba
el eco lejano de los tañidos de las campanas de las torres de Lima. Toda la
ciudad capital del antiguo Virreinato del Perú, ésa que Pizarro fundara el 18
de enero de 1535, con el nombre de "Ciudad de los Reyes", era fiesta
absoluta. El retrato del Libertador Bolívar era paseado en procesión por toda
la barroca ciudad, otrora poderoso bastión del dominio español en América. El
Congreso del Perú, reunido en sesión extraordinaria, le concede al gran héroe
de la jornada, general Antonio José de Sucre Alcalá, el título de Mariscal de
Ayacucho y Benemérito del Perú en Grado Eminente’’.
Allí, en los campos de Ayacucho,
sellose la independencia del Perú y de toda América; que pendía de la derrota
completa y absoluta del ejército español, en la misma tierra del que fuera,
junto con México, el más poderoso virreinato de América.
En Ayacucho derramaron su sangre, por
igual, peruanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, bolivianos, chilenos,
argentinos, mexicanos y aún españoles, creyentes en la causa de nuestra común
independencia. Gloria a todos ellos’’.
Pensamiento de Don Fernando Poblete.
Los términos
de este tratado, fueron:
1°. Que
serían transportados a costa de la República todos los individuos del ejército
español que quisieran regresar a su patria, socorriéndoles entre tanto con
media paga, y que se admitirían en el Perú en su mismo empleo a los que
prefiriesen continuar sirviendo en este país;
2º. Que
ninguna persona sería incomodada por sus opiniones y servicios prestados a la
causa del Rey, y que se permitiría salir del Perú y disponer dentro de tres
años de sus propiedades a todas las personas que quisieran ejecutarlo;
3º. Que los
Generales, Jefes y Oficiales prisioneros en la batalla y en la campaña anterior
quedarían en libertad, conservando todos los capitulados el uso de sus espadas
y uniformes, y la más completa seguridad para reunir sus intereses y familias,
trasladándose al efecto a los lugares que escogieran; más no podrían volver a
tomar las armas contra la América en la guerra de independencia, ni trasladarse
a punto alguno ocupado por las armas de la metrópoli;
4º. Que se
entregaría él Ejército Unido, Libertados los restos del español y todo el
territorio que dominaban las tropas reales hasta el Desaguadero, junto con las
guarniciones, parques, maestranza, almacenes militares y los demás objetos
correspondientes al Gobierno de la Península. Debía comprenderse la plaza del
Callao, que se entregaría al Libertador, permitiéndose a los buques españoles
de guerra y los mercantes hacer víveres en los puertos del Perú, por el término
de seis meses, y aprestarse para su largo viaje, a cuyo efecto se les
franquearían los correspondientes pasaportes para salir con seguridad del
Pacífico y seguir a los puertos de Europa.
RESULTADO.
Por efecto de
este convenio quedaron en nuestro poder, como prisioneros de guerra los
Generales Laserna, Canterac, Valdez, Carratalá, Monet, Villalobos, Ferraz,
Bedoya, Somocurcio, Atero, Cacho, Landázuri
García Camba,
Pardo, Vigil y Tur, 16 coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 ofíciales y toda
la tropa.
Las fuerzas
realistas disponibles en Ayacucho alcanzaron a nueve mil trescientos diez
(9.310) efectivos, que fueron derrotados por cinco mil setecientos ochenta
(5.780) lidiadores patriotas, los realistas perdieron además de los dos mil
cuatrocientos (2.400) efectivos, entre heridos y muertos, muchos soldados que
abandonaron la batalla y se escaparon furtivamente.
En esta
batalla. que consolidó la independencia americana, el comportamiento de
nuestras tropas fue brillante y laudatorio en extremo; pero fue sin duda, por
su ardimiento, el que se glorificó cual Apolo, el General Antonio José de
Sucre, que además de comandar el ejército, y la batalla; estuvo entre los más
valientes, el más notable; fue la chispa que inició el incendio, él logró el
milagro, embriagó a su División, y destrozó la mayor parte del ejército
español.
«Sucre, dice
el General Miller, en sus Memorias, expuesto durante la acción a todos
los peligros, porque se halló donde quiera que su presencia fue necesaria, hizo
pruebas de la mayor sangre fría, su ejemplo produjo el mejor efecto.
El General La
Mar, se destacó por su pudor, estuvo en la acción junto a sus soldados,
desplegó las mismas cualidades, y con enérgica elocuencia condujo los cuerpos
al ataque y los conservó en formación.
El General
Jacinto Lara, estuvo brillante, desplegó inusitada actividad en todos los
frentes, se multiplicó y logró mantener sus soldados victoriosos y activos.
Otros que lo dieron todo por esta victoria, fueron: el General Agustín
Gamarra; los coroneles Francisco Burdett
O'Connor y Ambrosio Plaza; los oficiales:
José Laurencio Silva, Felipe Braun, Blanco, Suarez, Carvajal, Medina,
Olavarría, y muchos más, que hicieron alarde de inteligencia y valor; también debemos mencionar aparte, por
su actividad y valor en la batalla, al coronel Guillermo Miller, no podemos pasar
por alto en Ayacucho, en toda la campaña,
como también debemos recordarlo
a la cabeza del regimiento de Húsares de
Junín, secundado al Libertador, se comportó con una inteligencia y un valor
sereno, tenemos que perdonarle sus
bravatas.
José María Córdova,
merece un capítulo aparte, fue ascendido a General de División, en el mismo
campo de batalla. Apenas contaba veinte y cinco años de edad.
Veamos
este comentario: ‘’No menos que invencible parecía el hispano poderío, que
acababa de hacer sentir en Bailén, al dominador de la Europa, el peso todavía
de su pujanza de los tiempos de San Quintín y de Lepanto; pero en América lo
contrarrestaba el titán del numen y la acción, Bolívar el irresistible, que
todo en hombres y cosas lo hacía surgir al servicio de sus planes, el ejército
de Venezuela, siempre por base, en tres lustros de campañas de eterna
celebridad del Orinoco al Potosí, hasta que el primero de sus tenientes, el
ínclito General Antonio José de Sucre, manejando en el Perú la espada que había
centelleado en Pichincha, y Libertado al Ecuador, dio término a la colosal
contienda por la Batalla de Ayacucho, con la que dejó consagrada la Patria de
los Incas, como tierra también de otro Sol: el de la libertad, que del famoso
campo se elevó esplendente a iluminar los horizontes de una hermosísima porción
de nuestro hemisferio.
No
en vano había prestado Bolívar a Sucre, por segunda vez, su rayo de Júpiter de
Colombia, que dice el cantor de Junín, Ayacucho realizó el magnífico ideal del
equilibrio del Universo, porque sus resultados se extendieron a la
independencia de todas las regiones americanas subyugadas por España, y
completaron así, el Nuevo Mundo, como asiento de los principios políticos
opuestos a los del antiguo. Estaba cumplido el alto fin providencial para el
que, al imán del genio de Colón, había la América surgido milagrosa de las
densas nieblas de los Océanos’’. M. Silva Medina
Veamos cómo ve Rafael Ramón Castellanos
(0b.cit) el fin de la batalla de Ayacucho: “Ese mismo 9 de diciembre el Teniente
General de los Reales Ejércitos de su Majestad, José de Canterac, “encargado
del mando superior, por haber sido
herido y prisionero en la batalla de este día el Excelentísimo Señor Virrey don
José de la Serna, después de participar en una Junta de Generales, propone y
ajusta con el General de División de la República de Colombia y Comandante en
Jefe del Ejército Unido Libertador del Perú, Antonio José de Sucre, las
condiciones de una Capitulación, la cual no solamente es aceptada por el
distinguido soldado de Colombia sino que
éste la robustece con un gran corolario
en la cohesión dentro de su
grandeza de alma y espíritu. “Tan caballeresco a lo Bayardo el magnánimo
regularizador de la guerra a muerte “diría el historiador chileno Benjamín
Vicuña Mackenna. Acudiría prestamente y aún caliente la sangre derramada en la
escena de la batalla, a defender la vida de cada uno de los vencidos y lideriza
sus propios sentimientos de hombre desprovisto de engreimientos y dado a su
nobleza el respeto incondicional del derrotado.
Es menester hacer alarde a este
respecto de un acontecimiento espectacular. El Virrey Laserna se encontraba en
situación apremiante y mal herido, entre otros muchos afectados, tanto
patriotas como realistas, dentro de la pequeña construcción que fungió de
hospital de emergencia.
Apunta el coronel Manuel Antonio López
en sus recuerdos históricos de la campaña del Perú por el Ejercito Unido
Libertador, que: Llegó a la puerta de la Iglesia el General Sucre, acompañado
de otros generales, Córdova entre ellos.
Sucre preguntó por el Virrey, quien se
puso de pie al instante y saludándolo Sucre con afable respeto y expresándole
la pena que le causaba verlo herido, le pidió permiso para trasladarlo a un
paraje menos incómodo que pudiera hallarse. Otro de los jefes dobló a punto el
brazo derecho y haciéndolo de la muñeca con la otra mano, dijo a los presentes:
“Llevémoslo en silla de mano’’.
José
Félix Díaz Bermúdez en su obra Sucre, Gran Mariscal de América, dice:
“Ayacucho es la gloria en la guerra y la
virtud en la paz. En ambas circunstancias, en ambos hechos, en ambos
resultados, Sucre ha vencido” …
Perfil
biográfico de Don José de Laserna Martínez de Hinojosa.
Don José de la Serna nació en Jerez de la Frontera, España fueron
sus padres don Álvaro de La Serna y dona Nicolasa Martínez de Hinojosa Estudio
en el Real Colegio de Artillería de Segovia
Fue un militar y administrador
colonial español que fue nombrado por el Imperio virrey de Perú funciones que
ejerció entre 1821 y 1824, año en que fue derrotado en Ayacucho por el General
Sucre frente a las fuerzas independentistas de Bolívar lo que supuso la caída
del virreinato y el fin del colonialismo español en Sudamérica.
José de la Serna cursó la carrera
militar y desempeñó un destacado papel en la Guerra de Independencia Española.
Su actuación contra los franceses le valió el ascenso a teniente general, y en
1815 fue destinado a las colonias americanas como general en jefe del ejército
del Alto Perú.
Este territorio se había convertido,
gracias a la actuación del virrey Abascal, en un reducto realista casi
inexpugnable durante todo el período de las guerras emancipadoras americanas.
Abascal ocupó militarmente el Alto Perú, sofocó la insurrección de Chile e
incrementó su virreinato con la audiencia de Quito.
En 1816, el ejército de José de la
Serna conquistó Salta, pero abandonó este territorio al recibir noticias de la
caída de Chile, después de que el ejército mandado por el general José de San Martín cruzara la cordillera de los Andes desde las Provincias Unidas del
Río de la Plata. En 1821, a raíz del pronunciamiento militar de Aznapuquio que
culminó con la destitución del virrey Pezuela, José de la Serna fue designado
virrey del Perú, título que más tarde fue confirmado oficialmente.
Un año antes, José de San Martín,
tras desembarcar en Paracas, se había dirigido al norte y proclamado la
independencia peruana en Ica. Constituyó también un primer Reglamento Provisional,
pero José de la Serna no aceptó la independencia del país y se enfrentó a las
fuerzas del general argentino. En 1821 llegó a un pacto con San Martín que, sin
embargo, no dio ningún resultado; meses más tarde, Lima fue ocupada por los
independentistas y San Martín se proclamó protector.
Una
vez que Laserna tomó el poder entró en conversaciones con el General San
Martín, pero no logró que se retirase del Perú que era su propósito y cuando
las fuerzas de San Martín se acercaron a Lima se retiró al Cuzco desde donde
ejerce el control de gran parte del Perú y además obtuvo varias victorias
contra las fuerzas libertadoras de San Martín Triunfó en Machacona en Torata y
Moquegua y también triunfa contra las fuerzas de Rivas Agüero en la campaña de
Talón.
Los españoles en esta batalla,
concibieron y comenzaron a ejecutar un plan corriente, bueno contra un
enemigo inmóvil, pero Sucre, sin dejarlos
tomar actitud imponente; entrando en
masa a la pampa o meseta, desbarató con la división Córdova, y la soberbia
caballería de Colombia, sucesivamente la izquierda y el centro de los
españoles, y enseguida abrumó con la división Lara, y la caballería del Perú, a
la División Valdés,, triunfante hasta ese momento de la División de Lamar,
arrollada en parte hacia la aldea de Quínua.
Copiamos de Sucre el final de la
batalla: ¨El general Córdova trepa con sus batallones las alturas del
Cundurcunca, donde toma prisioneros al Virrey y los oficiales que lo
acompañaban. Entre tanto el general Córdova y el General Lara, avanzando por el
centro de la meseta, aseguran la victoria.
Dice Sucre: Aunque la posición del
enemigo podía reducirse a una entrega discrecional, creí digno de la
generosidad americana conceder algunos honores a los rendidos que vencieron 14
años en el Perú, y la estipulación fue ajustada sobre el campo de batalla. Por
él se han entregado todos los restos del ejército español, todo el territorio
del Perú ocupado por sus armas, todas las guarniciones, los parques, almacenes
militares y la plaza del Callao con sus existencias.
Se hallan por consecuencia de este
momento, en poder del ejército Libertador, los tenientes generales La Serna y
Canterac, los mariscales Valdés, Carratalá, Monet y Villalobos, y los generales
de brigada Bedoya, Ferraz, Camba, Somocurcio, Cacho, Atero, Landázuri, Vigil,
Pardo y Tur, con diez coroneles, 68 tenientes coroneles, 484 mayores y
oficiales, más 2000 plazas.
TRATADO DE PAZ
1º El territorio que guarnecen las
tropas españolas en el Perú será entregado a las armas del Ejercito Unido
Libertador hasta el Desaguadero con los parques, maestranzas y todos los almacenes militares existentes.
1º Concedido
y también serán entregados los restos del Ejército español, los bagajes y
caballos de tropas, las guarniciones que se hallen en todo el territorio y
demás fuerzas y objetos pertenecientes al Gobierno Español.
2º Todo
individuo del ejército español podrá libremente regresar a su País y será de
cuenta del Estado del Perú costearle el pasaje guardándole entre tanto la
debida consideración y socorriéndole a lo menos con la mitad de la paga que
corresponda mensualmente a su empleo ínterin permanezca en el territorio.
2º Concedido pero el Gobierno del Perú
solo abonará las medias pagas mientras proporcione transporte. Los que marchen
a España no podrán tomar las armas contra la América mientras dure la guerra de
la Independencia y ningún individuo podrá ir a punto alguno de la América que
este ocupado por las armas españolas.
3º Cualquier individuo de los que
componen el Ejército Español será admitido en el Perú en su propio empleo, si lo quiere
3º Concedido
´
4º Ninguna
persona será incomodada por sus opiniones anteriores aun cuando haya hecho
servicios señalados a favor de la causa del Rey, ni los conocidos por pasados,
en éste concepto tendrán derecho a todos los artículos de este tratado.
4º
Concedido si su conducta no turbare el orden público y fuere conforme a
las leyes.
5º
Cualquier habitante del Perú sea europeo o americano, Eclesiástico o Comerciante, propietario o empleado que le acomode
trasladarse a otro país podrá verificarlo en virtud de este convenio, llevando
consigo su familia y propiedades, prestándole el Estado protección hasta su
salida, y si eligiere vivir en el País será considerado como los demás
peruanos.
5º Concedido respecto a los habitantes
existentes en el país que se entregan y bajo las condiciones del artículo
anterior.
6º El Estado del Perú respetará igualmente las
propiedades de los individuos españoles que se hallaren fuera del territorio,
de las cuales serán libres de disponer en el territorio en el término de tres
años debiendo considerarse en igual caso las de los americanos que no quieran
trasladarse a la Península, y tenga allí intereses de su pertenencia.
6º Concedido como el artículo anterior si la
conducta de estos individuos no fuere de ningún modo hostil a la causa de la
libertad y de la Independencia de la América, y en caso contrario el gobierno
del Perú obrara libre y discrecionalmente.
7º Se concederá el término de un año para
que todo interesado pueda usar el art 5º y no se le exigirá más derechos que
los acostumbrados de extracción siendo libres de todo derecho las propiedades
de los individuos del Ejército.
7º Concedido.
8º El Estado del Perú reconocerá la
deuda contraída hasta hoy por la hacienda del Gobierno Español en el
territorio.
8º El Congreso del Perú resolverá sobre
este artículo lo que más convenga a los intereses de la República.
9º Todos los empleados quedarán
confirmados en sus respectivos destinos si quieren continuar en ellos y si
alguno o algunos no lo fueren o prefirieren trasladarse a otro país serán
comprendidos en los artículos 2º y 5º.
9º Continuarán en sus destinos los empleados
que el gobierno guste confirmar según su comportamiento.
10º Todo individuo del Ejército o empleado que
prefiera separarse del servicio y quedarse en el país lo podrá verificar. Y en
este caso su persona y propiedades serán sagradamente respetadas.
10º Concedido.
11º La Plaza de Callao será entregada al
Ejercito Unido Libertador y su guarnición será comprendida en los artículos de
este tratado.
11º Concedido. Pero La Plaza de Callao con
todos sus enseres y existencias será entregada a disposición de su excelencia
el Libertador dentro de veinte días.
12º Se envían Jefes de los Ejércitos Español y
Unido Libertador a las provincias para que los unos reciban y los otros
entreguen los archivos almacenes y existencias y las tropas de las
guarniciones.
12º
Concedido. Comprendiendo las mismas formalidades en la entrega del Callao. Las
provincias estarán del todo entregadas a los jefes independientes en quince
días y los pueblos más lejanos en todo el presente mes.
13º Se permitirá a los buques en guerra y
mercantes españoles hacer víveres en los puertos del Perú por el término de
seis meses después de la notificación de este convenio para habilitarse y salir
del mar pacífico.
13º
Concedido. Pero los buques de guerra solo se emplearán en sus aprestos para
marcharse sin cometer ninguna hostilidad ni tampoco a su salida del pacífico
siendo obligados a salir de todos los mares de América y no pudiendo tocar en
Chiloé ni en ningún punto de América ocupado por los españoles.
14º Se dará
pasavante a los buques en guerra y mercantes españoles para que puedan salir
del Pacífico hasta los puertos de Europa. çç14º
Concedido según el artículo anterior.
15º Todos los jefes y oficiales prisioneros en
la batalla de este día quedarán desde luego en libertad y lo mismo en los
hechos en anteriores acciones por uno y otro ejército.
15º
Concedido. Y los heridos se asistirán por cuenta del erario del Perú hasta que
completamente restablecidos dispongan de sus personas.
16º Los
Generales Jefes y Oficiales conservarán el uso de sus uniformes y espadas y
podrán tener consigo o a su servicio los asistentes correspondientes a su clase
y los criados que tuvieren.
16º Concedido. Pero mientras duren en el
territorio estarán sujetos a las leyes del País.
17º Los
individuos del ejército así que resolvieren sobre su futuro destino en virtud
de este convenio se les permitirá reunir sus familias intereses y trasladarse
al punto que elijan facilitándoles pasaportes amplios para que sus personas no
sea embarazadas por ningún estado independiente hasta llegar a su destino.
17º Concedido.
18º Toda duda que se ofreciere sobre alguno de
los artículos de presente tratado se interpretará a favor de los individuos del
ejército español.
18º
Concedido. Esta estipulación reposará sobre la buena fe de los contratantes.
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