domingo, 23 de agosto de 2015

LA CASA ARGOS


RAMON BADARACCO






LA CASA ARGOS








A mi nieta Kira Maria Larrucea Badaracco
Y sus compañeritas del Santo Ángel  del 7° grado.

                    





                      Los sueños,  Señor,  dice Homero que son de
                        Júpiter y que él los envía y se han de creer.
                        Es así, cuando tocan en cosas importantes y
                        Piadosas o las sueñan reyes y grandes señores---                   
                                                                                                                                 Quevedo.






                                                                                            CUMANA 2007






















Autor: Ramón Badaracco
LIBRO: LA CASA ARGOS
Copyright Ramón Badaracco
Primera edición 1997
1500 ejemplares
Hecho el depósito de ley
Correo y cel.
Cronista40@hotmail .com
0416-8114374
Titulo original: LA CASA ARGOS
Segunda edición
Derechos reservados.

Diseño de la cubierta  R. B.
Ilustración de la cubierta  R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná










INTRODUCCIÓN.

Cumaná vino a ser por descarte, o selección natural, la primera ciudad fundada por españoles en la tierra firme y el barrio de San Francisco el más antiguo de nuestra ciudad primogénita.  Es un barrio calichozo que surgió alrededor del Convento de Nuestra Señora de las Aguas Santas, que así se llama este Convento, ahora en ruinas por efecto de los terremotos y guerras cíclicas.
            Su construcción se inició en tiempos remotos, cuando los misioneros franciscanos avanzaron por el río desde la desembocadura,   huyendo del acoso pirata que los atacaban en su primer asiento de la Nueva Córdoba. Lo que sí sabemos con seguridad es que su reconstrucción se inició en 1640, y que hoy solo quedan ruinas: algunas paredes de gruesas columnas romanas, paredes derruidas y su destartalado portón de madera.
El convento fue en una época el más importante y floreciente de la provincia de Nueva Andalucía;  por sus claustros pasaron valiosas generaciones de sacerdotes; sabios maestros enseñaron y escribieron paginas que hoy son sagradas; y en sus aulas maternales funcionó, en 1812 la Universidad de la Provincia de Nueva Andalucía y sus discípulos llenaron de sabiduría a muchos pueblos de la América Hispana. Probablemente este convento fue el primero de la tierra firme, y en último caso lo sustituyó.
Frente al Convento está la plaza Ribero, antes plaza de San Francisco, que tiene en el centro un busto del Dr. Domingo Badaracco Bermúdez, sabio y eminente ciudadano, cuya filantropía fue reconocida  por su pueblo, por cuya razón muchos cumaneses la llaman Plaza Badaracco; y también, frente a esta plaza, estuvo ubicado el tenebroso Palacio de la Inquisición, y a su lado esta la casa de los Badaracco, antiguo Palacio de las Conchas. Una casona inmensa con siete ventanas de hierro por el frente, que se construyó casi al mismo tiempo que el Convento, y en la cual se desarrolla esta historia…
El barrio de San Francisco durante el día es alegre y luminoso, pero por las noches es oscuro y silencioso. Sus calles solitarias están habitadas por fantasmas que las recorren, metiendo  frío en los huesos de aquellos trasnochadores que se atreven a deambular por ellas.   
El río va bordeando los patios de las viejas casonas de bahareque. En la mañana, el río es el paraíso de la chiquillería que lo llena de gritos con sus juegos, y a partir de las 6 de la tarde, desde el puerto de la dormidera hasta Ño Montes, nadie se atreve a pasar por sus orillas. Es la hora de los encantados del Río. A las ocho y media de la noche, desde el castillo de San Antonio  se escucha el toque de retiro y la gente del pueblo  se recoge en sus casas.
A las 9 pm.,  se escucha en todas partes la corneta solitaria  que toca silencio desde el Castillo de San Antonio; y así como la tropa va a la cama, todos los habitantes de Cumaná lo hacemos, como un rito. Era la hora  de contar cuentos de muertos y fantasmas: la llorona, el caballo sin cabeza, el duelo de  los esqueletos, el sapo,  los encantados del río y de las pozas, el tigre palenque, la bruja de la carretera,  la bruja del burro solitario, la luz en el patio de la casa de Hercilia Patiño,  el muerto de la casa de Eliodorito Bermúdez,   la mujer que se enamoró de un muerto, por eso no es raro que cuente esta historia.









































            MONOLOGO DE CARMEN CECILIA.

            La placita…con sus antiguos  guayacanes e inmensos robles…cobra esta tarde un aspecto salvaje… el río, al fondo, dulcifica, anima hasta lo indecible…sobre todo ahora que estoy sola... Hoy no he llorado  y he caminado sin detenerme hasta sentirme acompañada…una sensación de alivio  me abate…creo volverme gaviota… mi espíritu  abandona mi cuerpo material y es entonces cuando quedo poseída de ti…
            La primera vez que me visitaste y te sentí a mi lado, solo recuerdo la tristeza de tos ojos negros. Tu cabello crespo y despeinado, hacía cascada sobre tu frente. No recuerdo si me hablaste, te presentí,  pero desde ese instante supe que una esclavitud amada  se posesionó de mí…
            Cuantas veces desde entonces he venido a este paraje, a este mismo asiento frente al río, y he esperado día y noche tu regreso… ¡Cuánto te he amado desde entonces!... No creo que nadie haya amado  tanto como yo en silencio… sin que decaiga mi ánimo un solo instante… ¿Cuándo, cuándo volveré a verte? …-Sé que vendrás porque en tus ojos vi que me amas tiernamente…y yo te amo y te amaré con todo mi ser… ¡Soy tuya bien amado!  ¡Ven, ven por mi…te lo imploro!...
            Otra vez la noche…otra vez mis sueños…la embriaguez de tu recuerdo se esfuma…el perfume de tu presencia se disipa. Las campanas me llaman y vuelvo otra vez a ser sombra… Los seres a mí alrededor  me atormentan, me dicen palabras, palabras que no entiendo y nombres, nombres que no recuerdo, personas que no conozco,  que no he visto nunca  y otros que quiero olvidar,  me atormentan y reclaman  y veo rostros horribles y sus muecas me espantan… ¡Oh  Dios!... ¡Oh!... quisiera desaparecer en estas aguas tristes…en este río amigo que me canta…de él te he recibido tantas veces…

Oh mi poema…el poema que me escribiste…

Porque razón el viento ancla mi voz…
Porque siempre es tarde
Y la luz apaga mi poca sed…
Porque hay calor en la madrugada
Y no siento  mis manos
Crispadas bajo las sábanas
Porque presiento en mi boca
La extraña humedad de la luna…
Porque recurro a ti…


MÉDICO DE ALMAS

Hoy domingo en la placita, los chiquillos compran golosinas y danzan entre los matorrales.  Las parejas se apretujan impúdicamente. Un conjunto de muchachos  interpreta melodías populares y una joven morena canta folias mientras golpea el cuatro cadenciosamente…Seguí con la mirada el curso de siempre…todos son conocidos. Nada parecía perturbar la paz  de la tarde… Desde la calzada que da al río, pude ver el divino espectáculo de  colores en el cendal de nubes… las aves buscan refugio en lejanas lagunas bordeadas de manglares, y, lentamente, el manto de la noche  pone tonos oscuros en las copas de los árboles.  
            En un banco, un poco alejada, vi una mujer madura que no sé por qué me dolió. Una pena grande reflejaba en su rostro, sus lágrimas corrían indetenibles…Por un impulso gratificante me senté a su lado y le hablé quedamente, le dije:
            ¡Señora!… ¿Que le pasa?... ¿En que puedo ayudarla?...Dígame, téngame por amigo… ¿Quiere que la lleve a  su casa?...
            Me miró sorprendida, apretó sus manos y sin levantar los ojos  dijo con voz casi imperceptible:
 Caballero, por favor… ¿Qué quiere de mí? …¿Quién es usted?... ¡No, no quiero ir a mi casa!... Quiero estar sola… Quiero convertirme en piedra…
Insistí…Señora…por qué no confía en mi y me cuenta…muchas veces un mal sin remedio depende de una palabra…de alguna cosa insignificante que está al alcance de cualquiera, lo que pasa es que cuando todo se nos pone negro en nuestro corazón, no atinamos con el remedio, pero desde afuera se  puede encontrar con facilidad, se lo aseguro, soy médico de almas.
Su rostro,  de intensa ternura lleno, lentamente volteó hacia mí... Secó sus lágrimas, y haciendo un gran esfuerzo, dijo pausadamente…
¡Ay Señor! Usted no sabe…mi mal no tiene remedio en esta vida…-cerró los ojos, aspiró largamente, y continuó-  Pero, quiero realmente hablar, quiero confiar en alguien y creo… a lo mejor… en un desconocido como usted… Si, le contaré…Lo diré todo…No importa que no tenga remedio…


ELPOEMA DE RUBEN DARIO

Usted ve esta placita…forma parte íntima de mi vida…Aquí conocí a Carlos Alberto. Ese día me había vestido con mi traje blanco de torchón y encajes…ceñido al talle y a la cintura… con falda amplia…el mismo de mis quince años…apenas un camafeo de mi abuelita…una cinta de oro entrelazada en el cabello, que amarado en clinejas caían en cascada  por mi blanca espalda desnuda…Trenzada sobre mis piernas mis sandalias doradas…me sentía bella y feliz…  Si, estaba feliz, libre…porque mamá me dejó sola en el parque…¡Oh Dios!… ¿Usted no puede imaginar lo feliz que estaba?...tenia ganas de cantar, bailar ….y algo muy adentro me anunciaba un acontecimiento …sabía que iba a pasar algo increíble, y así fue…lo vi venir, por allí, por esa calle …con su sonrisa a flor de piel… inimitable… Se acercó como si me conociera de toda la vida… No dejaba de mirarme… me sentía poseída… no atinaba ningún movimiento. Una dicha interior me embriagaba y agitaba todo mi cuerpo… mi corazón latía sin compás, apasionadamente… luego tomó mi mano  y como una cascada de agua tibia   brotaron las palabras…

Eres como un cisne, cual labrado en nieve
Con el cuello en arco, bajo el aire leve,
Boga sobre el terso lago especular,
Y aunque no lo dice, va rimando un aria
Para la entreabierta rosa solitaria
Que abre el fresco cáliz a la luz lunar.

Y yo como hipnotizada continué el poema…

Albas margaritas, rosas escarlatas
No guardan memoria de las serenatas
Conque un tierno lírico os habló de amor…

Y los dos terminamos al unísono…

Conocéis la gama breve y cristalina
En que, enamorado, su canción divina
Con su bandolina trina el ruiseñor…


CARLOS ALBERTO

Y entonces me besó…después dijo mi nombre como quien reza… Carmen Cecilia…Yo soy Carlos Alberto…Lo dijo como si debiera conocerlo… no se… Desde este instante te amo… te amo como a la eternidad… más que a la eternidad… Siempre esperé por ti… ¿Cuanto más debo esperar?...
Quedé muda… No pude articular palabra… Usted no entiende, yo no puede entender…Me dijo que me amaba  y yo no sabía que significaba aquello… pero… yo lo amaba antes de conocerlo… lo esperaba todas las tardes… toda mi vida lo estuve esperando  y ahora no sabía… no comprendía la magnitud de sus palabras… ¿Qué debía hacer?... Bajé la mirada… sentí el leve roce de sus dedos… levantó mi cara y sus ojos negros estaban allí, frente a los míos… impávidos… hasta que me sentí desfallecer… sus labios, imperceptiblemente, tocaron los míos… no pude resistir más… cerré los ojos por largo rato, tanto que no recuerdo  cuanto, tal vez estuve inconsciente… Cuando desperté, se había ido. Solo me dejó su nombre Carlos Alberto… Por un instante creí que era una pesadilla; pero como pude me levanté y eché a caminar sin rumbo, cantando, riendo y bailando… la gente me miraba… sus miradas como dardos envenenados me aguijoneaban, pero no me importaba… Un muchacho me tomó de las manos y bailó conmigo una danza alocada… escuchaba música celestial, luego me soltó y corrí sin detenerme, hasta que caí y me quedé dormida al pie de un árbol, en no se que lugar… 
Al otro día regresé a la plaza. Esta vez me vestí con un traje color rosa vieja. Adorné mis cabellos con margaritas, me puse guirnaldas de flores en la falda y en el amplio escote mi camafeo de marfil. Pinté mis labios de rojo intenso…sabía que lo encontraría nuevamente.
Cuando llegué a la plaza, Carlos Alberto estaba allí esperándome,  de pie junto al banco… en este mismo sitio… La tarde ponía tonos  claros en su rostro, … de perfil, la mirada perdida, aguardando.  Me acerqué, lo tomé desprevenido… subí al banco… tapé sus ojos con mis manos, y él dijo: Carmen Cecilia… con aquella voz gutural, apenas audible… pero tierna y apasionada. Creí desmayarme… rápidamente me tomó por la cintura y comenzamos a dar vueltas como dos gorriones enamorados. Sentí sus labios en los míos y un sabor indefinible  pasó por mi garganta y me recorrió toda… estuve al borde del éxtasis…
Luego echamos a correr… nos detuvimos en un lugar apartado bajo un frondoso apamate que nos bañó de lilas  y cubrió cómplice con sus ramas… Allí estuvimos amándonos  hasta que el sol  me hirió con sus rayos perversos… pero Carlos Alberto se había ido… estaba sola y las flores golpeaban mi frente.
Me levanté… busqué por todas partes  a mi amado… y solo intuí sus últimas palabras… Me dijo… Sale el sol, tengo que marcharme… solo podrás verme en la tarde… ya te lo explicaré… pero recuerda… te amo… te amo más que a mi vida  y siempre estaré a tu lado…


LA CASA ARGOS.

            Con mi amado pasé muchas tardes y noches de intensa felicidad… una vez me dijo… Carmen Cecilia… sabes que te quiero  con todas las fuerzas  de mi alma… debemos casarnos… formar una familia inspirada en el amor… Ven, te llevaré a mi casa… te presentaré a mis padres, ellos te querrán tanto como yo.  Me tomó de la mano y por esa calle penumbrosa, que lucía el nombre de San Carlos en una lápida antigua bajo un farol que apenas alumbraba. Esa calle que usted ve, y echamos a andar. Se detuvo ante un muro indescifrable, creí que estaba frente a las ruinas del Convento de San Francisco o cerca de él, pero no,  lo que me pareció extraño, inaccesible… Tocó con sus nudillos una puerta que jamás había visto en ese sitio, jamás la había notado. Era una gran puerta de madera, labrada, de color dorado,  en la cual se leía claramente el nombre de ARGOS; sobre ese nombre,  en metal brillante, también dorado, e iluminada por una luz oculta, tenía una media luna y un lucero encendido, y en la profundidad, por encima y a los lados, una especie de nebulosa, una neblina, o algo misterioso, que imaginé divino y recóndito… La puerta se abrió ante mis ojos atónitos… y transpuesto el umbral… entramos a un extraño y hermoso jardín de rosas, fantasías y colores. Una rosaleda como jamás había visto… rosas de todos los colores y tamaños jugaban a las formas… un manantial de aguas cristalinas discurría entre piedras blancas, azules y negras,  de características inverosímiles… miríadas de pececillos… y pájaros y otras aves hermosas… indescriptibles… y niños alegres, limpios, bulliciosos que corrían y jugaban y reían.
¡Que alegría invadió mi espíritu!... Me sostuve fuertemente de Carlos Alberto… él sonreía… me subyugaba… Su mano pasó por mis cabellos y bajó por mi espalda y un escalofrío me turbó. El se jugaba así… creo que probaba mi confianza.
Ven… no temas… -dijo- todo esto será tuyo muy pronto… cuando nos casemos… y acentuó de manera muy extraña estas palabras. Continuamos caminando  tomados de la mano, en total abandono, entre arboledas de diferentes frutos y flores,  que me proporcionaron una deleitosa emoción… y al final del sendero vi la casa… Algo dentro de mi se rompió y no sé por qué, rompí a llorar… claro de felicidad, no esperaba aquella sorpresa, era más fuerte que yo, la emoción me abatía… Aquella casa, flanqueada   por arabescos y esculturas griegas en románticas poses – náyades y duendecillos- entre vaporosas neblinas y grandes columnas corintias;   y,  aquella puerta como para entrar al cielo. ¡Dios mío! Todo blanco lejano, como de nubes inconquistables.
Me detuve… Carlos Alberto me empujó suavemente… me dejé llevar  sin convicción, parecía que volaba… Incrédula,  llegué a pensar que estaba soñando, pero no, él estaba a mi lado. Cortó rosas, me las dio y sentí en mis manos el escozor de las espinas y olí su perfume… Volví a estrecharme con mi amado y sentí su calor y escuché los latidos en su pecho… Más tranquila seguí adelante.
Llegamos a la casa. En el dintel de la inmensa puerta aparecieron los padres de Carlos Alberto. Era un hombre de color cobrizo, de barba blanca, de porte majestuoso, de voz metálica pero suave. La mujer, también alta, delgada, de voz afable… Ambos sonreían.
Carmen Cecilia -dijo el viejo- te esperábamos…Ven hija mía –me tomó del brazo familiarmente- esta es tu madre María,  mi esposa –se acercó a mí y me besó larga y  tiernamente, yo estaba tan nerviosa que no se si le devolví el beso; luego ambos se colocaron a mi lado. Carlos Alberto tomo a su mamá por el brazo, se adelantó y tras él todos los demás, eran muchos pero no lo había notado,   y entramos a la casa.
Accedimos a un gran salón que recordaba viejos castillos medioevales. Por sus ventanales entraba la luz mortecina de la tarde. La decoración me pareció bastante sencilla. Se destacaban los muebles Luis XV tapizados en terciopelo azul con incrustaciones de oro. Grandes lámparas de cristal de roca quebraban la luz en haces de brillantes colores, y al final del salón un piano de cola… Me acerque al piano, lo abrí como cumpliendo un rito;  entonces Carlos Alberto, que me seguía de cerca, me dijo:
Este antiguo piano se lo regaló mi abuelo paterno  a mi madre, ella es la única que lo ha tocado. Anda, siéntate, pon tus manos en el teclado… ya verás.
 Impulsada por ansiedad irresistible, me senté frente al piano y tendí mis manos hacia el teclado, pulse las teclas y, una melodía celestial inundó el salón. Pensé en algo así como,  el Claro de Luna,  y mis manos arrancaban las conmovedoras notas con increíble facilidad. Cuando me levanté habían transcurrido muchas horas… me sentí exhausta… El padre de Carlos Alberto hizo una seña a uno de los sirvientes, y este se apresuró a servirme una copa de champaña, me dijo:
Don Perigón, magnífica cosecha… tómela… le hará bien …
Los invitados tenían sus copas levantadas… me percaté y levanté la mía. Carlos Alberto a mi lado, en voz baja me dijo: Brindemos… y dirigiéndose a sus padres, en voz alta repitió… Brindemos… por esta felicidad  que nunca imaginé… Padres… acepten a esta mujer  a la que amo  y he escogido por compañera, y que muy pronto vendrá a vivir con nosotros  y se quedará  para siempre…
Todos levantaron sus copas y bebieron. Yo también bebí mi champaña, y sentí la embriaguez de las burbujas y el embotamiento instantáneo de mis sentidos… la enajenación total  de mi vida en aquella copa  y en aquel rito… Todos Estaban conmovidos  y eufóricos. Se sentía,  se palpaba el amor que profesaban a Carlos Alberto, y lo que él amaba era amado por ellos.
También se sentían orgullosos y complacidos conmigo… Sí, sé que me amaron desde que me conocieron… No podían ocultarlo… La Señora María Buenaventura me besó tantas veces, tomó mis manos y las apretó cálidamente y me dijo, como en complicidad conmigo:
Eres muy bella… ese vestido rosa té queda lindo, y, las margaritas son un detalle encantador… Cuando vengas a vivir con nosotros me ayudarás a escoger mis vestidos… verás lo feliz que seremos… a mi hijo le gustan las fiestas y los viajes… y todos los que están aquí lo acompañamos… tenemos casas en países lejanos… no sé los nombres, pero son hermosos… Que bueno que mi hijo se enamoró de ti, eres tan dulce…
Ven, vamos a la cocina… te mostraré el lugar más importante de la casa… tu sabes que los hombres son golosos… se llenan el ojo antes que la barriga… si quieres que Carlos Alberto te adore, ocúpate sobre todo de la cocina… Mira a Marcos Evangelista, no le interesa ninguna otra mujer porque tengo este secreto…
María Buenaventura hablaba más de la cuenta, yo solo sonreía y aprendía. Hablando llegamos a la cocina que estaba cerrada, ella sacó una llavecita, que siempre llevaba atada al cuello y abrió la puerta.  Lo que vi sobrepasaba  toda expectativa: grandes mesones con todo tipo de manjares listos para trasladarlos a las mesas. El personal, perfectamente adiestrado y engalanado, se afanaba para tener todo preparado para servir inmediatamente que recibieran la orden de María Buenaventura.
Cocineros, maestresala, camareras, mesoneros;  cientos de platos; bebidas de todas clases;  licores, pasteles, dulces, helados. Dios mío, es imposible enumerar lo que allí había… Aquello era insólito…
El aroma de la comida me abrió el apetito, se me hizo agua la boca. La Señora María me miraba con satisfacción… realmente armonizamos… lo sentía en lo más profundo del corazón… Me dijo: Vamos niña, no tengas pena, toma lo que quieras… y me empujó suavemente. Me decidí por los crepes, delicados y sutiles, luego tomé uvas moscatel de Málaga, y cerezas españolas. Luego regresamos al salón y sorprendí a Carlos Alberto, al señor Marcos Evangelista y otros invitados, en animada charla.  Sus risas indicaban que la conversación era picante, cuando me acerqué observé  rubor en las mejillas de mi amado. Discretamente iba a retirarme, pero me detuvo, y me quedé con ellos complacida, de verdad me sentí el centro de sus miradas y cuidados.

EL MISTERIO DEL TULIPAN.

  La noche avanzaba, la placita se iba quedando sola,  nosotros permanecíamos frente al viejo y ruinoso convento. El cuento de la Señora me tenía prisionero, no lograba desprenderme de aquel banquito ahora solitario. 
La señora guardó discreto silencio… la miraba entre crédulo, dolido, un no sé que de sentimientos encontrados. No me salían las palabras… La miraba y trataba de escrutar aquel misterio. Era una mujer madura de unos cincuenta años, pero en su rostro había tal fascinación, que aunque no pueda creerse, la devolvía a sus 15 años. Aquella mujer estaba viviendo  su amor de quince años con todas las fuerzas de su corazón;  e inclusive su voz era  de una niña: sus gestos, su llanto, su risa, todo de una niña… Estaba anonadado, no atinaba una explicación, inclusive no me atrevía a interrumpir  aquel estado sagrado e insomne… Carmen Cecilia no estaba en ese cuerpo.

     Luego de aquella pausa, me miró, como quien regresa de un letargo, y dijo: Perdone, continuaré mi relato, por un momento creí escuchar la voz de Carlos Alberto… creo que me equivoqué… Si, mi amado me presentó a los invitados, aunque yo no tenía vida sino para él, recuerdo que se trataba de gente aristocrática  de modales refinados. Eran damas y caballeros hermosos, como nunca había visto: atentos,  corteses; su lenguaje y ademanes, indudablemente, productos de una buena educación.  Me reconfortaba el trato de aquella gente…
Ella sollozaba, quedaba en el vacío, respiraba con dificultad, y me miraba como pidiendo un milagro. Luego continuaba –Las mujeres, como de costumbre, nos separamos de los caballeros. Había en especial una joven rubia de ojos azules, podrá decir, coqueta, pero muy simpática. Me preguntó tantas  cosas íntimas y embarazosas… y luego las magnificaba con gracia irresistible; me hacia sonrojar y reír de buena gana. Me preguntaba y se respondía, no me daba chance de contestarle:… Carmen Cecilia, dime… ¿cómo conociste a Carlos Alberto?...Sabrás que me lo quitaste… Siempre creí que él se enamoraría de mí… Que guapo es…  Oye… ¿qué tal es como amante?... Debe ser adorable… Mi novio también es bello… se llama Etéreo… Es tan distinguido… Míralo, es el del vestido de terciopelo azul… Esta casa parece un pedazo de cielo… y,… Etéreo un ángel… Decía las cosas con tanta gracia, y tomaba mis manos con tanto amor… ¡Qué mujer más hermosa!... se llama Nieves… Ella me regaló este pequeño tulipán que trajo de Holanda, y sabes… me dijo que nunca se marchitaría.
Carmen Cecilia me dio el tulipán… Yo lo tomé hasta con cierto temor; fue una de las sorpresas más enigmáticas que he tenido en mi vida. Se lo quitó del pecho, donde lo tenía prendido. Era una pequeña flor, evidentemente un tulipán europeo, Se conservaba perfectamente fresco, es más parecía un renuevo recién cortado… Lo tomé en mis manos y como si fuera algo sagrado  se lo devolví instintivamente… y Carmen Cecilia lo colocó nuevamente en su pecho…Luego se quedó mirándome lánguidamente… Guardó silencio por largo rato… yo no me atrevía a preguntarle, no se me ocurría nada, me quedé  excitado, entre curioso y apenado… pero la contemplaba reverente, sin atreverme a romper su silencio… por fin continuó el relato…
Perdone, interrumpí el relato por esa cosa tan banal, le decía que Nieves llamó a Etéreo, alzó la voz, que me pareció un eco celestial, un murmullo, cuando decía… Etéreo, Etéreo… por favor… ven aquí… El se acercó… por cierto que no sé si caminaba o flotaba… debe ser mi imaginación… Ella continuó… Etéreo ven, te quiero presentar  a Carmen Cecilia, la novia de Carlos Alberto…
Etéreo contrastaba con Carlos Alberto; era rubio, muy pálido, alto… caminaba con pasos largos, lentos y suaves. Su sonrisa dejaba ver su dentadura perfecta… el cabello era  rubio,  mas bien dorado, como espigas de trigo… me agradó mucho, podría decir que me cautivó, pero no se vaya a equivocar, me refiero a un sentimiento de amistad, de confianza, yo soy muy expresiva y temo confundirlo… Etéreo me tendió la mano y se inclinó… suspiró profundo… tomó mi mano y la beso… sentí su calor y probablemente me sonrojé, porque dijo:
Carmen Cecilia… de verdad esperaba este momento… pero no quiero perturbarte… sé que usted es tímida, como debe ser toda mujer enamorada. Su corazón y su cuerpo no le permiten otra presencia, otra instancia… pero créame, usted y su novio son sagrados para mí… igualmente soy su más humilde y leal servidor…
Ante aquel discurso sentí un suave “relax”, cobré dominio sobre mí  y desapareció todo signo de perturbación… y le dije… Creo conocerte, te he visto en alguna parte, pero no sé si fue en realidad o en sueños… ¿Dime quien eres en verdad? … ¿de donde eres? …Etéreo sonreía… se quedó meditando y dijo: voy a contestar tus preguntas parodiando a Erasmo… No soy de la isla de Delfos como Apolo, ni nací sobre las olas del mar como Venus, ni en las islas Afortunadas, donde el suelo mana leche, no hay vejez, ni enfermedades, donde crece el loto en las charcas, la Artemisa, el jacinto y la rosa, y no tengo que envidiar a Júpiter la cabra  que le sirvió de nodriza… Por favor perdóname… soy de este sitio que no tiene que envidiarle  nada al Paraíso…
Quedé anonadada… Etéreo con una sonrisa, y una pequeña inclinación fue a sentarse al lado de Nieves, y yo desesperaba por la tardanza de Carlos Alberto. Sin embargo la charla continuo animada y discreta.  Me sentí bien de todas maneras, sobre todo escuchando las anécdotas de Etéreo, al parecer erudito en cultura griega.

EL POEMA DE CARLOS ALBERTO.

Por fin llegó mi amado y me rescató… con aire ceremonioso y festivo, me dijo: Tenemos que hablar… vamos al jardín… -Ya era de noche; la luna sustituía al sol  con ventaja. La tranquilidad del cosmos, el fresco de marzo, él y yo… todo era maravilloso. La silueta de los cocoteros meciendo sus palmas… la Cruz del Sur, Betelgeuse la reina de Orión brillaba como nunca, la Osa tocando casi el filo de las montañas plomizas…Las constelaciones pasaban lentamente… semejan luces de una gran ciudad construida en el cielo… una ruta interminable hacia el infinito… un torbellino inexplicable pero vivo, palpable… Un anuncio luminoso, inmenso, multicolor,  inextricable,  donde solo puede habitar Dios… Si, estábamos en su presencia en el altar de la noche oficiando la más hermosa misa, el amor… El amor que es lo único divino que tiene el hombre, y allí estábamos nosotros, amándonos apasionadamente…
  Cada instante de ese amor era para mi más importante que la vida, no hubiese renunciado un solo segundo de ese amor,  y no quiero vivir ni un segundo  sin él, prefiero morir mil muertes, que mi carne sea torturada, aniquilada, destruida pedazo a pedazo hasta que no quede nada de mí, si no tengo su amor… Soy toda yo, mucho mas que yo. Nuestro amor pertenece al infinito.
Entonces Carlos Alberto, me dijo; hice un poema para ti, y quiero decírtelo… y sin dejarme tomar aliento me recitó este poema, que creo que es lo más bello que me ha regalado:
 Lo recitó a mi oído muy bajito:


Al atardecer
Cuando la luna se disipa
Entre sombras evanescentes
Cuando florecen los cactus
Cuando se iluminan
Los cendales del viento
Allí estás

Al atardecer
Estirada como sombra
Sobre la magia incandescente
De la arena y el mar
Tomando de mis labios
De mi cuerpo
La fuerza mágica
El dolor y el llanto
Allí estás

Al atardecer
Caracolas en tu pelo
Sucia de algas
Tocada de arenas
Salpicada de sal
Confundida de alientos
Allí estás

Al atardecer
Desde tu dedo
Recorriendo tu piel
Sin una palabra
Sin una queja
En el tardo bostezo de la sombra
En el solo suspiro de la luna
En el único latido de la ola
Allí estás

Al atardecer
Sin aves, sin testigos
Sobre la duna estéril
Con la gracia de la
Palabra libélula
Sinuosa como raíz de mangle
Viva de nacencias
Allí estás

Al atardecer
Como vuelo de gaviotas
Hacia ignotos enclaves
Salpicada de sal
Confundida de alientos
Hasta perderte
Hasta perdernos
Hasta siempre
Allí estás

Al atardecer…
Desde tu dedo
Recorriendo tu piel
Sin una palabra
Sin una queja
En el tardo bostezo de la sombra
En el solo suspiro de la luna
En el único latido de la ola
Allí estás

Al atardecer
Sin aves, sin testigos
Sobre la duna estéril
Con la gracia de la
Palabra libélula
Sinuosa como raíz de mangle
Viva de nacencias
Como vuelo de gaviotas
Hacia ignotos enclaves
Hasta perderte
Hasta perdernos
Hasta siempre
Pero al atardecer.











No pude articular palabras… quedé muda, sin aliento. Mi corazón palpitó con tanta fuerza que Carlos Alberto se asustó y dijo: Calma amor mío…  todo esta bien…


EL RECUERDO

Mas tarde, Carlos Alberto me dijo otra vez al oído, muy quedo…- ¿En verdad no me recuerdas… de antes… del pasado… de cuando éramos niños… Carmen Cecilia?...
¿De que hablas? … No, no te recuerdo…
¿No recuerdas cuando eras pequeña? vivías en esta misma calle… éramos vecinos… recuerdas aquel niño que te llevaba las cerezas que tanto te gustaban… el que te acompañaba a la escuela… íbamos siempre agarrados de las manos… ¿Es imposible que no me recuerdes? ¿No recuerdas aquella canción que aprendimos juntos?
Tú eres la luna
Yo soy el sol
Tú eres la rosa
Yo el girasol…
¿Recuerdas?

Mi espíritu se trasladó a mi infancia. El colegio Santa Teresa. Los muchachos del San José… mi uniforme blanco, impecable siempre… mis cabellos recogidos en dos clinejas. Aquel Día, mamá me dio la bendición…
Dios te bendiga mihijita linda… ten mucho cuidado cuando atravieses la calle, mira que tú eres muy descuidada… persígnate cuando pases frente a Santa Inés… no te juntes con muchachos mayores que tú,  y no digas malas palabras.
Todos los días me decía la misma cantaleta… En la esquina me encontré con Carlito, como todos los días… echamos a correr… me caí y me rompí la rodilla… me salió mucha sangre, me asusté mucho… Carlito me limpió con su pañuelo, lo besó  y me lo amarró, con eso se me quitó el dolor…
Mis maestras amadas: la señoritas: Cruz Almandoz, María Josefa Castro, María Josefa Aristeguieta, la señora Elba de Morazani… ellas vinieron a consolarme… Sin embargo mi maestra Aída me regañó porque había manchado  el vestido y me dijo, en tono severo, que hablaría con mamá… entonces lloré mucho. Me recriminaba… ¿Acaso no te han dicho que no corras por las calles, que es muy peligroso?... ¡A ver… dame el peine!... entonces me peinaba con tanta dulzura… creo que amaba mis cabellos… los alisaba con ternura… y entre  tanto me enseñaban historia sagrada, urbanidad, disciplina… ¡Oh Dios! Todos los recuerdos se agolpaban en mi mente. Mis compañeras de San Francisco… las travesuras… las escapadas para bañarme en el río… y los juegos en la placita Ribero… los cantos, los bailes, las retretas…
Donde están las llaves matarile lire lire
Donde están las llaves matarile lire ron
En el fondo del mar matarile lire lire
En el fondo del mar matarile lire ron
Quien las va a buscar matarile lire lire
Quien las va a buscar matarile lire ron

 Yo saltaba, bailaba y Carlitos siempre a mi lado. ¡Era tan lindo! Se metía en la casa de los Badaracco y se trepaba como mono en la mata de cerezas blancas que daba para el río y me traía montones de cerezas que tanto me gustaban…
Y el día aquel… el más terrible de mi vida… la mamá de Carlitos salió en su camioneta muy tempranito  para el mercado y compró tantas cosas… Carlitos salió para ayudarla a cargar los corotos… se puso a jugar dentro de la camioneta… cerró los vidrios y también la mamá se metió dentro del carro… todo fue tan repentino… empezaron a gritar… el carro se incendiaba… yo gritaba… los muchachos en la placita gritaban y nadie pudo hacer nada… ¡Dios mío!... todos se quemaron dentro del carro… nadie pudo hacer nada…
Después vino el entierro… todo el barrio, todos los niños con sus uniformes de gala… los maestros… los señores… vinieron del colegio San José y de las Carmelitas y de la Santa Teresa… aquello fue terrible… todos llorábamos… pero yo tenia un dolor en el pecho que aun no se me ha quitado… el papá de Carlitos con la camisa desgarrada, se aferraba al féretro, ya no-tenia fuerzas para llorar… los niños… los niños incrédulos con sus ojitos llenos de lágrimas… no entendía nada… Los amigos trataban de despegarlo… pero no podían… y el volvía a llorar… se abrazaba a la urna… cayó desmayado… tal vez no entendía lo que pasaba… se lo llevaron para una habitación… yo no se que otro suceso pasó… no lo recuerdo… solo sabia que no vería nunca más a Carlitos…
¡Dios mío, que tormento! …¿Qué tiene que ver… si soy tan feliz? ¿Por qué sufro tanto con estos recuerdos? …¡Virgencita ayúdame!...  Aparta de mí estos pensamientos tan terribles…
Por fin pude decir algo a Carlos Alberto… me salió de muy adentro… No, no recuerdo de nada… ¿cual es el chiste?  ¿Te burlas de mí? …-y él tomó mis manos… y dijo como un susurro- Pues… siempre te he amado… He esperado por ti… sé que recordarás porque tu también me has amado toda la vida… ha llegado la hora de unirnos para siempre…
Recordé… claro que recordé… pero no podía ser, deseché ese recuerdo horrible. Si, era una familia, habían muerto en el incendio del vehículo…aquí en la placita…había un niño que  yo amaba…lo lloré incansablemente… Pero eso no tenía nada que ver con mi Carlos Alerto… No,  no,  no es posible… ¡Dios mío!...
No, Carlos Alberto, tú debes estar soñando… no recuerdo haberte conocido …si te hubiera conocido antes ... No te hubiese dejado nunca, te amaría por siempre… porque te he presentido y esperado cada día, cada noche de mi vida…
Entenderás muy pronto, cálmate, todo se aclarará para ti, y te sentirás dichosa de entender, de comprender este milagro del amor… pero ahora solo deseo pedirte una cosa… guarda nuestro secreto… de lo nuestro no debe saber nadie más… ninguna persona, entiendes… nadie pude saber nuestro secreto. El día que alguien se entere de nuestras relaciones, este amor y todo lo que se te ha permitido ver, desaparecerá… Será difícil, muy difícil que volvamos a vernos. Así es que tendrás que guardar silencio sobre nosotros… No lo digas a nadie… te lo suplico.
Me repitió hasta el cansancio… No lo digas a nadie… hasta que nos casemos… Júrame que no lo dirás, es muy importante, por favor Carmen Cecilia, júramelo…
Realmente estaba impresionada. Era inaudito lo que estaba pasando. No entendía nada y no podía pedirle a mi amado explicaciones… de que se trataba… Por qué no podía predicar mi felicidad… Indudablemente Carlos Alberto temía que algo se interpusiera entre nosotros… Claro, eso tenía que ser… recelaba de la gente… los chismosos de siempre… los enemigos de la felicidad de las parejas… se interpondrían, vendrían cosas desagradables para que nuestra unión se resintiera… Eso era, él sabía que inventarían cosas, y sus padres … y toda esa gente que sabía de nuestro compromiso… pero… ellos no conocían a mi familia ni a ninguno de mis amigos… ¿Cómo podría esta gente alternar con ellos?. Creo que Carlos Alberto es muy suspicaz… pero… a  mí que me importa, si mi vida le pertenece… quiere que jure… pues juro sobre la Biblia… no diré nada a nadie… Este será un secreto para mí, porque él no lo guarda, él lo proclama ante su gente… y, creo que tiene razón, mi gente no es igual a esta, son: groseros, mentirosos, calumniadores… es cierto… hay una gran diferencia y él se ha dado cuenta… Si, él tiene razón… claro que tiene razón…
¿Por quien quieres que jure Carlos Alberto?… le pregunté con solemnidad, mirándolo fijamente a los ojos.
Jura por Dios… Di, -yo repetí cada palabra-  juro por Dios que no le diré a nadie, a ninguna persona viva, el secreto de mi amor con Carlos Alberto;  sobre los proyectos que tenemos,   los momentos que he vivido,  los padres de Carlos Alberto,  sus amigos, su casa, jardines,  decoraciones,  comidas,  conversaciones, la música, el piano,  canciones y poemas que hemos recitado, y en fin, sobre ninguna otra cosa que tenga que ver con nuestro secreto, y los guardaré hasta el día de mi matrimonio.
Juré con toda sinceridad, con absoluta convicción… él me besó apasionadamente como acostumbraba. En cada beso sentía que le entregaba mi vida y un desfallecimiento dulce me conmovía hasta el éxtasis.
Pasaron días interminables… Dias de fiestas: paseos, viajes, visitas a familiares. Cada día  inventábamos nuevas aventuras para nuestro idilio… ¡Éramos tan felices!...

LA ORACION.

Pero no había boda…todas las tardes nos encontrábamos en este mismo sitio. Muchas veces mi madre me acompañaba y me acosaba a preguntas, entonces, Carlos Alberto pasaba de largo, yo no podía hacer nada para detenerlo,  le rogaba a mamá que me dejara sola, pero ella no me hacía caso… para mí eran momentos difíciles… yo amaba a mi madre tanto como a Carlos Alberto… eran amores distintos… algo me retenía a su lado, y sobre todo porque Carlos Alberto no se disgustaba, al parecer también amaba a mi madre, la respetaba,  pero no quería que ella supiera nuestro secreto, tampoco querría ofenderla ni menospreciarla, yo sabía cuales eran sus sentimientos, pero el tendría sus razones que yo no compartía pero acataba.  
Cuando mamá insistía, yo sonreía, aunque un poco triste, porque no le podía contar mi secreto, mi felicidad, yo sé que ella se sentiría muy feliz sabiéndome dichosa; sin embargo, no podía revelarle mi secreto, lo había jurado, no podía faltar a mi juramento. No sabe cuantas veces estuve tentada de contárselo todo, hablarle como se le habla a una madre a la que se ama tanto como yo la amaba a ella, y lo incómodo que era para mí, que nunca le había ocultado nada, siempre le abrí mi corazón, ella sabia todo sobre mi, y yo era transparente para ella, como agua cristalina…
Un día de esos, estando en la iglesia de Santa Inés,  me dijo… Carmen Cecilia tu me ocultas algo, lo sé porque hace tiempo estas alejada de Dios… Sé que vas a misa como siempre, pero no te confiesas…¿Por qué no confías en mi… en tu madre que te ama más que a todo en esta vida? ¿Crees acaso que soy mala? Hija, la madre es lo más grande que tenemos y si no confiamos en ella Dios no nos recibirá en su seno… Estás en pecado mortal… pídele a la Virgen que te proteja, que te cubra con su manto… Mira, si tu imploras a la Virgen, que pida a Dios en nombre de su hijo Jesucristo, ten la seguridad  que te escuchará…  Ven mi amor, si no puedes confiar en mi confía en ella…
Madre, no me creas mala, pronto te diré todo… te contaré lo que me pasa y sé que me perdonarás, pero ahora no puedo decirte nada… juré que no lo diría… ya llegará el momento…
Sin embargo al otro día volví a la iglesia más temprano, antes de ver a Carlos Alberto, a la hora acostumbrada.
A esa hora la iglesia cobra un halo  de misterio. Los muros del castillo de Santa María de la Cabeza parecen más altos  e impenetrables. La gruta de la Virgen de Lourdes, bella pero solitaria, más bien me asusta. Los grandes robles parecen fantasmas. Me sentí acosada por  muchachos invisibles… sentí miedo… las campanas en las inmensas torres me aturdían, repicaban solitarias como si algún duende las pulsara  y proyectara su sombra de bruja que marca pasos silentes en pos de los míos… Las mismas escalinatas, por las cuales subía casi todos los días,  las encontré demasiado altas, no se, tal vez había neblina, pero no se… Las mismas rejas, los lirios, los aromas, todo me impresionó, no sabia ya… que hacía allí… mi corazón exaltado… las lágrimas saltaban de mis ojos y corrían por mis mejillas… no se que me pasaba… algo me impedía el paso… la iglesia me pareció un castillo inexpugnable… sus torres construidas en el patio de armas del castillo colonial… sus muros coloniales… las piedras… los fantasmas del pasado me asaltaban… estaba cansada.  Por fin hice un último esfuerzo y entré a la iglesia… Las amplias galerías, las luces y los altares sosegaron mi espíritu. Me arrodillé frente al Nazareno, recé unas oraciones, me levanté y continué, pase frente a la puerta que da a la gruta, sentí el fresco gratificante y el olor de jazmines que trae el aire  que viene de Quetepe;  las trinitarias que adornan la imagen de la Virgen en la parte superior de la gruta me devolvieron a la realidad, la bella realidad de la iglesia, con el dulzor de corazón y la tranquilidad de mi espíritu… Llegué ante la imagen de la Virgen de Coromoto, me arrodillé y no sé por qué lloré… le pedí como me dijo mamá… ”Madrecita mía del cielo, intercede por mi ante Dios, pídele en nombre de tu hijo Jesucristo…que me proteja. Que proteja mi amor… Que proteja a Carlos Alberto… Virgencita yo sé que no merezco tanta felicidad, pero mándame la muerte si… Cuando iba a continuar alguien se me acerco por detrás… era Carlos Alberto… se arrodilló a mi lado… sentí su calor, su protección… y su voz…
Carmen Cecilia, que bueno que viniste aquí. Si aquí quiero jurarte que mi amor por ti es como un manantial, nunca se termina… infinito en el tiempo… no esta sometido a las leyes humanas. No te has dado cuenta que es indestructible… pero no importa… dile a esa bella mujer que pida a nuestro Dios… ella tiene derechos y poderes incalculables y ella te oye, porque tú estás mas allá del bien y el mal… Tu alma niña, tu voz de pájaro herido, llega hasta lo más profundo de su alma y ten la seguridad que ella escogerá lo mejor para ti… lo más conveniente… buscará una salida  para que nuestro matrimonio sea lo antes posible, porque ya estoy desesperado de tenerte conmigo… te quiero a mi lado para siempre y pronto… y así será… pídele mi amor… pídele que nos una pronto…
Y nos quedamos allí  rezando. El pasó su brazo sobre mis hombros y recostó su cabeza en la mía.  Pasamos mucho tiempo arrodillados en el altar de la virgen de Coromoto…
           
MUERTE Y RESURRECCION
            Realmente cuando Carlos Alberto me hablaba así me desconcertaba. Si yo estaba siempre con él, porque decía esas cosas…No podía entenderlo…
            Ayer era nuestro compromiso… Carlos Alberto me pidió que no invitara a nadie… pero… como iba comprometerme en matrimonio sin decírselo a mi madre, sin invitarla… eso era imposible y no estaba bien. Pensé que eso no molestaría a Carlos Alberto. Mi madre es una mujer culta, es una mujer santa… En la iglesia todo mundo la quiere y respeta… es discreta, educada… pensé… Carlos Alberto se disgustará conmigo un momento… en esto no esta a prueba nuestro amor, porque él dice que nuestro amor no esta sujeto a las cosas humanas, y por lo tanto es indestructible… Se lo diré a mamá…si, le diré a mamá que voy a comprometerme. Que quiero que me acompañe a la casa de los padres de mi novio para que la conozcan… y disfrute de la fiesta que darán en nuestro honor los padres de Carlos Alberto –esto lo pensé sin convicción-  pero ella debe acompañarme  a la fiesta de compromiso… es lo más conveniente, así debe ser… me voy a casar públicamente, sin misterios, sin escondidas… como debe ser… como lo hace todo mundo… y además será una boda elegante que saldrá en los periódicos… hasta en el Nacional y el Universal en la página social… y le dedicarán páginas enteras  porque esta es una gente muy importante… y mamá debe salir en las fotografías a mi lado… esto tiene que ser así …no es que quiera presumir pero así son las cosas de los ricos  y esta familia es muy rica y poderosa… Encargaré un traje de novia… iré Caracas para comprarlo, le preguntaré a Nieves, ella sabe de estas cosas… no importa lo que cueste, tengo mis ahorros… Además, tengo que hablar con el párroco de Santa Inés… y Carlos Alberto sabe que tengo que hacerlo, supongo… y, ¿cómo lo haré si no pudo hablar de eso…? Sé que juré que no lo haría… él tendrá que explicármelo…Y así fue que le conté todo a mamá… ella no me creyó nada… Me dijo que estaba loca… que, ¿cómo era eso de que iba a comprometerme para casarme…? ¿De que novio me hablas…? que sino me daba cuenta de que ese tiempo ya pasó, que debería hacerme monja  y olvidarme de esos cuentos… pero yo no me disgusté con ella, me reía, y ella insistía en que estaba loca mientras me vestía. Un vestido rosado bellísimo, ajustado a la cintura, como le gusta a Carlos Alberto y a María Buenaventura: falda amplia con armadores, bordada con encaje blanco,  adornada con guirnaldas de margaritas,  un gran lazo de seda rojo en la cintura, y todos discretamente combinados con cartera y zapatos del mismo tono.
            Mi madre insistía… pero Carmen yo no creo nada de esto… me voy a vestir para acompañarte pero no creo nada… donde queda la casa de tu novio… quien es esa gente que yo no se nada de ellos… nunca he oído nada parecido a lo que me has contado… toda la vida e vivido aquí y no hay ningún palacio como el que describes… Yo le replicaba… mamá está tapado con una vieja pared…Por eso no sabes donde es… ya verás… apúrate y vístete… ¿Que ropa te vas a poner?…
            No, esa no… ¿Cómo vas a creer que puedes  ir vestida así para esa casa?
            Pero Carmen… ésta es mi ropa nueva… es la ropa con la que voy a la iglesia…
            No mamá, ponte otro vestido… busca una ropa de color suave… esa gente no se viste de negro… son gente distinguida… Con razón Carlos Alberto no quiere que lleve a nadie  a su casa. Allí todo es distinto… es un ambiente elegante, aristocrático… Mira, ponte este traje que aún no lo he estrenado…
            Y le di un taller de lino azul  claro. Ella se lo puso y le quedó a la medida… Mamá y yo tenemos el  mismo porte… Lucía maravillosamente  bien y, por supuesto quedó encantada…
            No sabe cuanto tuve que discutir para que mamá me acompañara… lo lamento tanto… No se veía feliz, más bien contrariada… de mal humor… pensé que tal vez hubiese sido mejor que no le contara nada… estaba arrepentida… y recordé las terribles palabras de Carlos Alberto… Enseguida pedí a la virgencita: Por favor madrecita mía,  aparta de mí estos presentimientos, acompáñame y protégeme…
            Salimos de la casa… bajamos la calle Urica… atravesamos la placita Ribero y llegamos  a este banco, donde siempre me encuentro con Carlos Alberto… lo aguardamos más de una hora… mamá se impacientaba y molestaba… me dijo: Ese novio tuyo es muy impuntual, no me gusta… No  dije nada… pero pensé… Mejor le doy una sorpresa… es hasta mejor… porque así no podrá reclamarme por haber invitado a mamá… Claro lo sorprenderé…
            Entonces le dije: Mamá, vamos nosotras a la casa de Carlos Alerto…
            Pero Carmen… vamos a esperar un poquito más… cual es el apuro… tu sabes como son los jóvenes de ahora… también van a la peluquería, se entretienen por cualquier cosa. No es igual que antes. Los hombres esperaban  hasta la hora que fuera y no desmayaban… esos si era hombres caballerosos… y tan adulantes…
            No  -dije- se hace tarde y ya debería estar aquí… Sentí un estremecimiento… me pareció  que Carlos Alberto estaba allí y no podía verlo… algo raro pasaba… me sentía intranquila.
            Cogí a mamá por el brazo y nos dirigimos a la calle Sucre, hacia el viejo convento y la casa de los Badaracco… la calle estaba oscura, las hojas, arrastradas por la ventisca  hacían un ruido extraño. No había luz en los faroles… todo perdió de pronto su luminosidad, su alegría… el barrio todo se veía y sentía lejano, solitario, silencioso, lúgubre, descuidado… Sin embargo ese era el camino… todos los días lo llenaba con mis pasos, rápidos, confiados, alegres, vitales… pero ahora, era tan distinto… vacilaba, me sentía cansada… mi cuerpo no me obedecía… pero fui… con mamá a rastras… caminé como pude… sí, arrastré a mamá, que se negaba, se resistía…
            Mira mamá… ves aquel paredón… esa es la entrada… allí hay una puerta y el nombre de ARGOS, tienes que verlo… es luminoso…
            Claro que  veo –respondió- es la casa de los Badaracco que esta en ruinas y más allá esta el convento de los franciscanos… hace mucho que está abandonado.
            Te digo que es allí… no me discutas, porque yo voy todas las noches allí…
            Carmen,  mi amor… tu no estás bien… allí no hay ninguna casa… yo conozco muy bien ese lugar… y creo que tu también…
            Sin embargo me acompañó… llegué a la pared, busque la puerta dorada, la constelación…el nombre de ARGOS, y no pude encontrarlos… En el sitio en que estaban, que me sabía de memoria, allí solo había un muro ruinoso… Metí mis manos  donde tantas veces toque la media luna… y me las corté con las aristas de las toscas piedras… Di golpes con los puños… la sangre y el dolor fue la muda respuesta… Mi traje blanco se llenó de polvo y sangre… todo me pareció tétrico y sucio… todo el encanto desapareció de mi vista y se mostraba cruel y doloroso… Envejecí medio siglo, de repente… Mis manos se arrugaron… y mi cuerpo siempre ágil y derecho,  se encorvó… así como usted me ve… y esta noche es mi compromiso… allá deben estar esperándome… perdóneme que no pueda refrenar mi llanto…
            Y la mujer rompió a llorar nuevamente y con más ánimo… De repente se irguió… salió corriendo como impulsada por una fuerza sobrenatural… gritando desesperadamente el nombre de su amado…
¡Carlos Alberto… Carlos Alberto!...
            La contemplé atónito… Se irguió delante de mí  y su cuerpo comenzó a metamorfosearse… y como sale de la oruga la mariposa, apareció una mujer joven y bella… y antes de que pudiera detenerla, gritando el nombre de su amado, al cual parecía ver, se lanzó a toda carrera por la plaza… Yo le advertí… le grité… ¡Carmen Cecilia… deténgase!... ¡Cuidado!... Pero ella no me escuchaba… al atravesar la calle hacia la casa de los Badaracco… un camión que iba a exceso de velocidad la arrolló y lanzó a varios metros de distancia, matándola en el acto. Su cuerpo cayó sobre la calzada, al lado de ese árbol de chicas que hace esquina con la calle Urica… Corrí hasta ella… pero lo que pasó entonces no me lo puedo explicar…
            Carmen Cecilia… trató de levantarse y un joven moreno, indudablemente Carlos Alberto… la tomó de la mano… le pasó el brazo por debajo de la cintura… la levantó, la estrechó contra su pecho, la besó tiernamente en los labios y le dijo:   
            Ahora estaremos juntos para siempre…
            Escuché… sé que escuché esas palabras… pero no puedo asegurar que eran palabras… quedé profundamente turbado… los seguí… echaron a correr… y yo detrás de ellos sin poder explicármelo… algo me obligaba… una fuerza extraña me obligaba a seguirlos… volví a llamarla… a gritarle… ¡Carmen Cecilia!… ¡Carmen Cecilia!... no vayas… tenga cuidado… Llegaron al muro y los vi penetrar… Si, entraron a través de la pared, y ante mi sorpresa… Carmen Cecilia se devolvió… salió del muro… y con una sonrisa inolvidable, me regaló este tulipán que nunca se marchita… Fin.
           


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