Ramón badaracco
AVENTURAS
DE
GUARIGUARI Y BIKINI
Cumaná 2010.
Autor: Ramón Badaracco
Prólogo:
Copyright Ramón Badaracco
Primera
Hecho el depósito de ley
Cronista40@hotmail .com
Telf. 0293-4324683 – cel.
0416-8114374
Titulo original: AVENTURAS DE
GUARIGUARI
Publicado en el Periódico de
Sucre
Diseño de la cubierta R. B.
Ilustración de la
cubierta R. B.
Depósito legal
Impreso en Cumaná
BIKINI
PALABRAS PREVIAS.
Narrar las anécdotas y cuentos de mi infancia
siempre ha sido un propósito. Desde muy pequeño, ya imaginaba historias y
personajes. Mis padres, mis hermanos y mis tíos me sentaban en medio para que
les contara mis invenciones sobre un personaje estrafalario al que bauticé El
Corbatón, que hacia las delicias de
Manuel Isidro, casado con Inés, y López Méndez, hermano del afamado
pintor, casado con Luz, la más bella de
las hermanas de mi padre; y de Chucho,
Teodorita y Carmelita, que pagaba mis ocurrencias con maravillosos dulces de su
cocina netamente cumanesa.
Carmelita
decía que el lujo de nuestra cocina
eran los dulces –ahora los llaman postres-
especialmente el quesillo de piña y el bienmesabe de coco, y agregaba
con cierta ironía –A esos no los nombra Ramón David- Por mi parte puedo agregar
que nuestra repostería tiene muchos
secretos que deben ser develados.
Mis
hermanos Carlito y Marco Tulio, ya en la cama, antes de dormir, casi me
suplicaban por un capítulo más de nuestras imaginarias aventuras.
Cuantas
veces me recosté en el patio de nuestra casa de San Francisco, ahora en ruinas,
al pie de esa mata de Jovito sobreviviente, que se eleva como un obelisco
infinito y allá, en lo más alto, entre nubes, despliega su ramazón siempre verdetierno,
sumido en profundas cavilaciones sobre el Wilhelm Meister de que habla José
Antonio Ramos Sucre, y tratando de reconstruir la historia de mi infancia.
Ahora andando el tiempo bajo esta mata de cotoperí de mi nueva casa, acostado
en mi chinchorro de moriche, tejido por indios cariñas del sur de Anzoátegui,
con las manos cruzadas tras la nuca pienso en los muchachos de San Francisco y
de la placita Ribero, jugando trompos, pichas, policía librado; y las pandillas que se juntaban para ver pelear a los más guapos. Hay que ver los trucos que
usábamos para hacerlos pelear: la pajita en el hombro, el palito guatero, la
raya… Es entonces cuando me acuerdo de Guariguari y Bikini… Aquel carricito y
el perrito de Tulia… ¡Caray…! no se me pueden olvidar…
GUARIGUARI Y LA MUCHACHADA
DE LA PLACITA RIBERO
Cuando Guariguari llegó a la placita, intentó
hablar con los muchachos pero ellos no le pararon. Moisés Moi jugaba pichas y
arruchaba a los carajitos. Enrique Suárez jugaba trompos; lo enrollaba ritualmente,
luego lo lanzaba con absoluto dominio y precisión a un circulito que había
trazado en tierra al pié de un viejo roble, luego lo cogía en la uña, o lo
lanzaba por la espalda y lo recibía en la palma de la mano. Arturito Torres, sentado
en un banco con el bachiller Sanabria, le recitaba poemas de su prodigiosa memoria.
Jesús, su hermanito, se entretenía jugando con Bikini. Enrique Sanabria, el
conejo, limpiaba sus espejuelos y Elías
Bruzual, gritaba para hacerse oír. Enrique que era el único que usaba
espejuelos nos invitaba, e insistía, a
jugar pelota con limones. La placita se llenaba de gritos después de la salida
del colegio, toda la muchachada buscaba
acomodo.
Cheo
Garrapata, decía una y mil veces ¡A mi no me gana nadie…! Y era verdad.
Guariguari,
el novato, con sus ojitos extrávicos
trataba de seguirlos en sus juegos y carreras, pero no lograba enderezarlos,
sus ojos se movían de un lado a otro,
incontrolables. Los muchachos se fijaron en él y comenzaron a burlarse. Cheo le
dijo: Mira carajito eso lo haces
expresamente o es que tienes ojos de
luciérnaga.
Guariguari le respondió seriamente: No mano,
eso es de nacimiento.
No jo… entonces tu no puedes ver nada –ripostó
Cheo.
Guariguari se quedó pensativo, pero no
respondió. Sacó una picha del bolsillo la tiró al suelo, lejos de él; luego sacó otra picha, se agachó, se puso en
posición, se concentró, tomó puntería y
moviendo la cabeza de un lado para otro, hasta
fijar la mirada, con un certero
“finquiao” dio en el blanco.
Luis José Chópite, que era un manganzón, pero
pendiente siempre de los muchachos, tenía un corazón de oro; observaba a
Guariguari, y luego del tiro que dio en el blanco con bastante fuerza, saltó
hacia el muchacho, lo levantó en vilo y gritó -¡Carajito eres un campeón! …Guariguari reía feliz…
Los muchachos no podían creerlo… Desde ese día
Guariguari formó parte de la pandilla. A mí me cayó bien desde un principio, le
pregunté:
¡Oye Catire…! ¿Cómo te llamas?
Guariguari
¿Como…?
Guariguari
Pero… eso será un apodo
Ese es el que yo se
Pero… ¿Tú tienes otro nombre?
Ese es el que yo me se.
La verdad es que no era de extrañar que fuera
un apodo porque todos lo teníamos: el bachaco, Mamadeo, Conejo, Cataco,
Cristofué, Cholúa, Pichedulce, Lecheklin, Cucaracha Blanca, Borón, el Gordo
Minguet, Suela Espuma. A mi me llamaban Tarzán y a Jesús Torres, que siempre
estaba conmigo, lo llamaban Boy. Las
muchachas de San Francisco no tenían apodos: Tulia, Enmita, Lurdita, Ofelia,
Cecilia, Evelia, Ana Teresa, Gilda, Inés, Pirucha, Maria Teresa, Norita, Isabel
Teresa, Mery, Elsa Gracia, Norita, Rosanieves, Bety, Josefina, Marianela,
Martha, René, Tais, Dulce, Rosina, Rosario, Gilda, Sarogina, Dunia, y tantas
más, que se escapan de mi memoria.
Las
muchachas jugaban en la placita y en el río, pero aparte de los varones, muy
pocas de ellas se atrevían a jugar con nosotros, aunque en esa época los
varones no decíamos groserías ni les faltábamos el respeto.
Sin
embargo en algunos juegos si nos juntábamos, como en el Maremare, Doñana,
Matarile rile ron, el palito mantequillero, la candelita, el escondido, y en las veladas. Esos juegos los hacíamos en
la pilita que quedaba en todo el centro de la placita, donde había una fuente
con tres angelitos de bronce que siempre echaba agua por la boca. La pilita
estaba protegida con barandas de hierro que los muchachos usábamos como
asientos. La pilita era tan familiar, tan fresca, llena de lirios en permanente
floración. Su desmantelamiento fue un sacrilegio. Desapareció por la manía de
nuestros gobernantes de cambiarlo todo,
para ellos no vale la pena conservar antigüedades, no se como se han salvado
los dos castillos que nos quedan.
Bikini
era un perrito que teníamos en la casa, más bien le pertenecía a Tulia, un
foxterrier pelo de alambre, que le regaló su novio Eduardo Correa. Bikini era
una celebridad, jugaba con todos los muchachos de San Francisco, creo que es el
único perro que ha desarrollado esa particular habilidad. Bikini participaba de
todos los juegos de hembras y varones en la placita Ribero y en el río.
Perseguía a los muchachos que jugaban con él y cuando alcanzaba a los rezagados, los sujetaba con
aquella bocota, por la pantorrilla. Les daba como un aviso, si se movían los
mordía. Los muchachos lo entendían y se quedaban inmóviles, si no lo hacían
Bikini gruñía y apretaba las mandíbulas.
Cuando Bikini los atrapaba tenían que quedarse como muertos hasta que íbamos a rescatarlos,
y entonces, solo entonces los soltaba.
Guariguari
se hizo muy amigo de Bikini, desde que lo conoció siempre estaba con él, de tal
suerte que algunas noches, cuando Guariguari se iba a dormir, Bikini lo
acompañaba, y cuando se iba al río, se bañaba con él, formaban un perfecto
binomio. Guariguari también se ocupaba de la alimentación de Bikini, que comiera
a sus horas era muy importante, pero no
era capaz de llevárselo sin avisar, la ausencia del perrito nos preocupaba a
todos. Muchas veces Bikini se acostaba en la cama con nosotros, de repente se
sentía mal por haber pasado la noche fuera de su casa y venia como a
disculparse.
DE LOS BADARACCO.
El padre Alexader Castro me regaló un dibujo
del frente de la casa del año de 1737, que copió de los archivos coloniales,
dice que en esa época se llamaba el Palacio de Las Conchas, pero es mucho más
antigua. Mi padre nos contaba que la
casa estaba dividida en dos, después de haber sufrido muchos terremotos, y mi
bisabuelo, Domenico Badaracco Novella, capitán garibaldino, llegó a Cumaná y en
una fiesta se enamoró de mi bisabuela,
se casó en 1825 con ella, Sinforosa Rojas Estévez Ortiz de Aguilera, de
la familia de Pedro José Rojas, el poderoso ministro de Páez. Doménico, recién llegado de Italia, vendió todos sus bienes en Recco, y regresó
para esas nupcias que había concertado años antes con la bella cumanesa. Pues
bien, él adquirió las dos partes de la casa y las juntó nuevamente,
convirtiéndola en un emporio, la más
grande y atractiva de la ciudad. Mi bisabuelo controlaba el negocio del café y
fue un factor importante de la ciudad.
Nuestra casa de San Francisco, construida al
lado del convento, era muy grande, con un frente de 40 metros que daba a la
plaza de San Francisco hoy plaza Ribero, con un fondo de 50 metros que se metía en
el río. Por el frente tenía siete ventanas de hierro y una puerta de cedro
labrado como las de una iglesia. La mitad de esta puerta permanecía abierta,
porque la gente que venía de visita o
tenia por alguna razón que entrar a la casa, si se ponía a tocar la puerta por
más duro que golpeara no iba a recibir
respuesta, ya que el servicio y nosotros normalmente estábamos al fondo de la
casa a 50 metros
de distancia, y el resto de la familia eran demasiado viejos para ocuparse de
abrir la puerta. Era perder el tiempo, por eso la puerta permanecía abierta de día
y de noche. Además en ese tiempo no había ladrones en Cumaná. No recuerdo haber
oído jamás que se hubiesen robado
algo en nuestra casa.
Por
el zaguán se accedía a un gran patio central, como en casi todas las casas de la Cumaná de esa época. A este
patio de forma perfectamente cuadrada, convergían las aguas desde los infinitos
tejados en cuatro vertientes regulares construidos con el sistema de dos aguas.
Durante las lluvias podíamos observar la maravilla de aquella construcción, y
como el agua se iba juntando en gruesas torrenteras para caer en el patio
central por sus cuatro lados, entonces todos nos bañábamos y gozábamos un
mundo, no había de esas horribles canales, sino que se formaban cortinas
maravillosas de agua que caían libremente desde el tejado; en el patio central
no se acumulaba el agua, porque por el medio pasaba un subterráneo que drenaba
todo el caudal sin ningún problema.
Alrededor
del patio hacia el frente, y vistos de allí,
había dos grandes salones: el del tío Domingo a la izquierda y el de
papá a la derecha, y a los lados muchas habitaciones ocupadas por la familia,
indudablemente éramos una familia romana, y papá, después de la muerte de tío
Domingo, era el páter familia. El comedor estaba ubicado al fondo del
corredor del centro, su piso era de madera y debajo de él quedaba el falso, una
especie de habitación, a la cual se
bajaba por una misteriosa escalera de ladrillos, que a la vez comunicaba con el
subterráneo que atravesaba toda la casa, iba desde la entrada hasta el río, servía de canal para las agua
de lluvia que venían desde la calle y recogía
las aguas del jardín por cuatro grandes bocas que a la vez servían para
ventilarlo. El falso se usaba como
desván para guardar cuanto cacharro había, pero tiempo atrás, fue una especie
de cava en la cual, el abuelo Ramón, que era catador oficial de vinos, guardaba
los toneles importados de España, y la
charcutería fabricada por un cocinero italiano
que trabajaba para la familia.
La
casa se comunicaba con el segundo patio, o sea el del fondo, por dos sombrías
escalinatas interiores que bajaban por ambos lados de la casa. El patio era
espacioso y poblado de inmensas matas de maco (mamón) jovito, coco, tamarindo,
mango, almendrón, catuche (guanábana), una mata de copey, chirimoya, aguacate,
guayaba… y también un rosal sembrado y cuidado con infinita devoción por mamá.
La cocina y los baños estaban en ese patio. Mamá improvisó frente a la cocina
un comedor para facilitar el servicio de la comida, porque llevarla hasta el
comedor principal le pareció un despropósito, y allí, indudablemente era menos
complicado y éramos tantos comensales de la familia y de todo el que llegaba.
Además este era el sitio predilecto de mamá, allí se sentaba ella todos los
días con su Singer para hacernos los vestidos, era la mejor y más bella
costurera del mundo.
En
esta casa vivían varias ramas de nuestra familia. Nosotros ocupábamos la parte
más importante, porque después del terremoto de 1929, papá se encargó de
reconstruirla e invirtió en ella una fuerte suma de dinero. En esa
reconstrucción la casa perdió todo su segundo piso que quedaba en su ala
central.
En
el lado derecho, vista desde el frente, para mi época, vivían los hijos de
Domingo Badaracco Rojas hermano de mi abuelo Ramón: Domingo el médico bueno
había muerto, quedaban: tío Chucho, Teodorita, Carmelita, Flor María y Rosa
Dolores; los hijos de Sebastián: Manuel Isidro casado con mi tía Inés, y
Domingo Antonio. Papá y mamá, Tulia María, Marco Tulio, Carlo Tulio, Rosanieves
y yo. Con nosotros vivía Humberta Palomo, era como una segunda madre, se
ocupaba de todo, su ayuda para mamá era un regalo de Dios, como ella solía
decir. Pero en la casa siempre había gente que llegaba, pasaba una temporada,
se iba y regresaba. La llamaban la
casa del pueblo.
EL MISTERIOSO
GUARIGUARI
Era
todo un misterio. No estudiaba, no trabajaba, no tenía mamá ni papá, siempre
estaba solito. Lo encontrábamos a cada rato haciendo las cosas más increíbles:
en la orilla del río pescando camarones con un filete que el mismo había hecho
con un saco de yute de esos que usan para cargar café, y luego que había
llenado una perola desvencijada de leche “Klin”, los asaba en una pana vieja
que tenía escondida entre los guamales
de la quinta de María Zavala; con eso almorzaba como un príncipe y luego ahíto se tiraba en la hierba bajo las
matas de coco hasta que se dormía. Otras veces pescaba con una vara a la cual había sacado una filosa punta con
su navajita; se zambullía en la poza que queda al pie de la mata de Ceiba en la
otra banda del río, en la chara de los Gómez Rubio. Era capaz de pasar más de
un minuto bajo el agua, se movía como un pez y cuando salía, traía ensartado en
su improvisado arpón un hermoso róbalo que luego preparaba con esmerado buen
gusto. Había que verlo con su navajita abriéndolo y sacándole las agallas y las
tripas, y luego con que rapidez lo tasajeaba y condimentaba. Entraba a la
cocina de mamá y Polonia le daba la sal, cebolla, los ajos y las arepas. Después lo ponía sobre las brazas y el aroma
nos atraía. A él no le importaba compartir su comida con los que quisieran,
había bastante decía. Muchas veces comí
con él y mamá se disgustaba, ella no sabía lo sabroso que era comer en la
orilla del río aquellos platillos de Guariguari.
Nadie sabe quien lo enseñó a cocinar, pescar,
preparar el pescado, todo, a
fabricar un arpón y a usarlo con tanta
maestría, con tanta naturalidad como si hubiese nacido con aquella habilidad.
Reunía tres piedras grandes, recogía ramas secas, conchas de coco, palitos,
parece fácil, pero hay que ponerse en ello para saber la dificultad, el secreto
eran los rastrojos y la forma de colocarlos; y con un fosforito encendía la
candela, y cuando solo quedaban las brasas colocaba sobre las piedras un pedazo
de maya de hierro que tenía escondida, en ella colocaba el róbalo y lo iba
volteando cada minuto hasta que consideraba
que estaba bien asado; lo bajaba, lo colocaba en un plato de peltre y lo dejaba enfriar. Entonces iba sacando con
sus dedos la carne del pescado y con las arepas que le daba Polonia se daba
tremendo banquete. Después saboreaba frutas como guayabas, mangos, mameyes, chirimoyas, coco
tierno, y cuantas delicias había en los prados del río, eso era todos los días,
verdaderamente inolvidable. Bikini lo acompañaba en esos menesteres, y
mientras comía, pero no probaba
nada, camarones, frutas ni nada de eso del arte culinario de
Guariguari. Veía esa comida como gallina que mira sal. Nadie disfrutó nunca del río como él…
BIKINI, TABU Y EL RÍO
De verdad Bikini era algo muy especial en la
placita del barrio de San Francisco: valiente y apuesto, y a pesar de que era
un perro pequeño, los otros lo respetaban por su bocota. Gustavo Minguet, cuyo
amor por los perros todo mundo conoce,
tenía uno llamado Tabú, era un hermoso y noble animal, blanco con
manchas negras y muy buen porte, era
mayor y más grande que Bikini, pero Tabú le temía y buscaba una
oportunidad para atacarlo desprevenido.
Había un pozo que se había formado con
las aguas de lluvia, en la esquina que forman las calles Sucre y Urica, frente a la bodega de Don Pablo Aristimuño.
Bikini como acostumbraba, fue a tomar agua del pozo. Tabú lo observaba desde la puerta de la casa de los Minguet,
como a 30 metros
de distancia; desde allí lo estaba cazando. Los muchachos, que sabíamos lo que
estaba pasando, nos reunimos en la bodega, atentos a cuanto ocurría. Cuando
Tabú creyó que Bikini estaba descuidado se abalanzó sobre él. Bikini lo vio en
el aire por el rabillo del ojo, y cuando
Tabú estaba casi sobre él, rápida y estratégicamente se apartó… Todos vimos el
chapuzón al caer Tabú en el pozo cuan largo era y Bikini, como si no fuera con
él, se retiró olímpicamente.
Había que ver a Bikini lanzarse al río desde el
puerto de la
Dormidera. Guariguari lo enseño a jugar Panchojolo:
¡Panchojolo. Jolo yo. Tiro la piedra… Y la cojo… Yooo…! Y salía uno de los
muchachos con la piedra en la mano para
volverla a lanzar. Apenas oía gritar
Panchojolo, Bikini corría como loco y se lanzaba al río, y como no podía
bucear, se ponía furioso y tiraba a morder a los muchachos; pero eso era parte
del juego.
El río tenía sus variantes no siempre estaba disponible para los chicos. Los más grandes eran los
héroes en las crecientes, cuando el río
cobraba fuerzas después de las lluvias, entonces acostumbraban atravesarlo a
nado contra la corriente. El río
bramaba, se transformaba, lo arrastraba todo a su paso, formaba lo que
llamábamos “Burros de Agua” inmensos remolinos capaces de tragarse un árbol y
vomitarlo cientos de metros más abajo.
La gente decía –Está de banda a banda- indudablemente se referían a las dos
parroquias divididas por el río. Era
entonces cuando se hacían competencias
entre los grandes nadadores a ver quien cogía más cocos o llegaba más
lejos, era la oportunidad de Luis José Chópite, Rafael Villalba, Juan Miguel
Lares, Aquiles Minguet, mi hermano Marco Tulio, por nombrar algunos, eran los
nadadores de San Francisco, una especie de equipo.
En una de esas crecientes observamos a Bikini y
a Tabú, nadando juntos desde la
Dormidera hasta el puerto de las mujeres, en perfecta
armonía. Al parecer decidieron hacer las paces.
Entre este puerto de la Dormidera y el de las
mujeres, que recibía este nombre porque allí llegaban las lavanderas con sus
cestas de ropa y las tendían entre las piedras y en una especie de calzada, muy
antigua, que fue tal vez parte de un muelle. Mi padre decía que alguna vez fue
un puerto al cual llegaban embarcaciones
de regular calado, a cargar café que luego llevaban a Puerto Sucre, para ser
enviado al exterior u otros mercados nacionales; en esa época mi familia tenía
el monopolio del café en Cumaná.
BIKINI LISIADO
Cumaná era una ciudad de pocas calles y pocos
habitantes, comenzaba y terminaba en el Convento de San Francisco. La placita
Ribero era un rinconcito entre el río y el cerro de la Línea , por supuesto era muy
difícil que pasara un carro por sus calles, aunque el autobús de Luis Oque,
iniciaba su recorrido dando la vuelta a la placita; Marcos López tenía su camioneta casi siempre
parada en uno de sus lados, Chuo Aristeguieta paraba un Lasalle de doce
cilindros frente a nuestra casa y Ramoncito Madriz su Plymouth azul frente a su
casa de la calle Sucre, pero a nadie se le ocurrió que un carro pudiese
atropellar a alguna persona o a nuestro perrito en nuestro barrio.
Ese día
aciago un carro atropelló a Bikini frente a nuestra casa y le quebró la patica
trasera izquierda. Yacía en un charco de sangre y se quejaba lastimeramente.
Los muchachos que estaban en la placita corrieron a socorrerlo. Bikini gemía
inconsolable… pero nunca perdió la lucidez ni el valor que derrochaba en
ocasiones como esa… Gustavo Minguet lo tomó cuidadosamente en sus brazos sin
importarle mucho la camisa blanca que se manchó de sangre. Le dijo a Cheché
Torres que nos llamara, y Tulia, Marco Tulio, Carlitos, Rosanieves, Guariguari
y yo nos apresuramos para atender a Bikini. Gustavo detuvo a un chofer amigo, que pasaba por casualidad, para que
nos llevara al Hospital Cumaná, que quedaba en la Avenida Bermúdez.
El Dr. Luis José Blanco, el mejor cirujano del mundo, y otros médicos que al
principio no nos pararon, pero cuando le vieron la carita a Guariguari, y
aquellos ojitos llenos de lágrimas, se esmeraron en atender al perrito; y lo operaron con
todas las de la Ley. Lo
durmieron, le acomodaron sus huesitos, lo suturaron, lo enyesaron y nos lo
entregaron dormido, pero sano y salvo. ¡Que alegría indescriptible nos invadió
entonces! Saltábamos de gozo, reíamos y llorábamos a la vez. El Dr. Blanco nos
dio las indicaciones, y recalcó:
“Este es el único perro que ha entrado a un
quirófano. Deberán seguirlas al píe de la letra, no quiero volver a verlos por
aquí”.
Bikini estuvo muchos meses en recuperación; esa
patica le quedaría lisiada para toda la vida, sin embargo muy poca cosa hubo
que lamentar. Bikini con tras patas era igualito a Bikini con cuatro patas, él
superó todos los pronósticos; corría como cualquiera y tal vez mucho más, era
increíble, no perdió su alegría ni su talante, se integró a la comunidad como
si nada hubiese pasado, hasta le permitía a los muchachos jugarse con su
patica, no le importaba.
BIKINI Y GUARIGUARI EN EL GALLINERO.
Nuestra casa de San Francisco era muy grande,
las habitaciones y los patios guardaban muchos secretos para nosotros cuando
éramos niños. Las cosas antiguas que devastábamos nos atraían como la miel a
las abejas. Había dos pianos en el traspatio, que desarmábamos para jugar
policías y ladrones con sus piezas; en el falso, una especie de túnel con una
habitación bajo el comedor, al cual se
bajaba por una misteriosa escalera de piedras, que antiguamente se usaba para
guardar vinos y embutidos, no se cuantos
cachivaches descubríamos.
Guariguari se la pasaba en el patio, como casi
todos los muchachos del barrio de San Francisco, que iban a bañarse al río y a
coger cerezas blancas, grosellas como también son conocidas. Era una mata muy
vieja y grande que estaba al final del patio sobre el gallinero, cubierto por
su ramazón, henchida de racimos; y era la mejor diversión…¡Chópite era un
fanático de esa mata!
En las mañanas, y como un rito, Guariguari
llamaba a Bikini y lo bañaba en la fuente, o lo que quedaba de ella, ya que al
parecer antes del terremoto del 29 había
sido un ángel de bronce traído de Italia por mis abuelos, que adornaba el patio
central de la casona; ahora era un tubo dentro de un trípode con una llave
redonda de bronce, la verdad muy artística… Desentonaba con las ruinas de la
pretendida fuente… ¡muy rara por cierto…!
En ese patio central había dos parrales uno de
uvas blancas y otro de uvas moradas, que daban tres o cuatro cosechas al año,
dulces como la miel; una antigua mata de cerezas rojas, dos matas de naranjas
cajeras; una mata de higos, una de anón, otra de granadas y otra de chirimoyas.
Bueno aquello era un verdadero vergel con cantidades de rosas, cayenas,
coquetas, girasoles, lirios, capachos, jaulas de pájaros, y, la cotorrita…
había que oírla cantando pasodobles por la mañana, con el radio de Chucho
prendido a todo volumen. En ese jardín
siempre estaba Guariguari jugando con Bikini. Creo que ese perrito era su único
y verdadero amigo.
Mamá tenía su gallinero en el fondo de la casa;
era un área grande cercada con alambre pajarero, donde normalmente había entre
20 y 30 gallinas, un gallo tococo y javao, hermoso pero de muy mal carácter,
que cuidaba a sus hembras con mucho celo, de tal suerte que era difícil entrar
al patio de las gallinas, porque apenas tocaban la puerta de entrada al corral,
el tococo atacaba al intruso; pero con Guariguari era distinto, cuando el
javao lo veía entrar, se quedaba
tranquilo, como si nada. Mamá siempre mandaba a Guariguari a coger gallinas o
huevos, el entraba al patio, el tococo se aparejaba con una gallina y él hacía
su trabajo.
Un domingo por la mañana cuando yo estaba en el
traspatio preparándome para ir al río, mamá le dijo al carricito: -Guariguari,
anda y cógeme una gallina gorda para preparar un sancocho bien sabroso… que yo
te guardaré tu parte… ¡anda, anda!
No terminó muy bien de oír el mandado, cuando
Guariguari miró a Bikini, se entendió
con él en su código secreto, para la pequeña aventura y su estrategia.
“Vamos Bikini, vamos a coger una gallina gorda
para doña María” –Bikini comprendió perfectamente el mensaje, movió el
toconcito de cola que le quedaba, y que en esos casos se le paraba al mismo
tiempo que las orejitas, y todo el cuerpo tomaba esa actitud característica de
los terrier mostrando su interés, y al iniciar sus movimientos, para demostrara
su interés, saltaba sobre Guariguari que tenia que apaciguarlo, le decía: _ ¡quédate
quieto Bikini… no me dejas caminar, suéltame…!
Se metieron en el corral -Para ese momento yo
estaba con Marco Tulio y Carlito, bajo la inmensa mata de almendrón observando
el suceso- Como de costumbre las gallinas cacarearon de lo lindo, formaron la
consabida algazara, volando y corriendo por todos vericuetos del corral, y ese
era el punto que esperaba Bikini; rápido como un rayo atrapó con su bocota a la primera gallina que se descuidó. Bikini
no mordía a las gallinas, solo las apretaba con sus dientes por el espinazo; la gallina muy asustada,
esperaba jadeante, agachadita bajo la presión de los dientes del perrito, pero
inmovilizada hasta que Guariguari se acercaba y la cogía, solo entonces Bikini
la soltaba, lentamente, para que no escapara, iba aflojando la presión; pero
esa no era una gallina gorda, entonces Guariguari gritó a Bikini
-¡Esa no Bikini, esa está muy flaca Doña María
quiere la más gorda…!
Es increíble, pero Bikini entendió palabra por
palabra el mandado, de inmediato soltó
la gallina y volvió a corretear, y las gallinas continuaron su algazara
brevemente interrumpida, y a esconderse entre los palos y volar por todo el
gallinero; el tococo observaba impávido
todo esto con cierta satisfacción, no intervenía, ni movía un músculo para
defender a ninguna de las gallinas. Me imagino que lo consideraba parte del
rito de la vida. Hasta que Bikini atrapó a la más gorda y hermosa, entonces el
tococo se pavoneó, inició el rito de apareamiento, se acercó ceremonioso; esa
especie de danza amorosa del gallo estirando las alas hasta el piso,
demostrando su fuerza y sus ganas antes
del apareamiento; trato de pisar a la
gallina aun en las manos de Guariguari, él se la dejó como un acto final de
amor; luego lo espantó con una rama de tamarindo que tomó del suelo. El tococo
no le tuvo miedo y le tiró sus picotazos; parece que esa gallina era muy
apreciada por el tococo. Guariguari huyó con la gallina entre sus brazos,
Bikini lo siguió a la defensiva perseguido por el tococo. Guariguari abrió la puerta
del coral y salió dejándolo muy disgustado. El tococo entonaba su canto de
guerra, que era como un gorgoreo, con ciertos gestos chinescos, si, de los
actores de las óperas chinas.
Guariguari gritaba alegremente ¡Esta si es
Bikini, esta si es! Bikini ladraba para festejarlo y daba saltos alrededor de
Guariguari.
Nosotros, colocados bajo los grandes árboles de
maco y almendrón; disfrutábamos del episodio,
aplaudíamos y reíamos por la graciosa faena, sobre todo por la
perspicacia y picardía del perrito. Mamá satisfecha, también sonreía desde la
puerta de la cocina, y le decía a Guariguari: ¡Tráemela para acá, niño,
trémela!- Papá, que en ese preciso
momento bajaba por la escalera que da al traspatio; venía a tomar café, y
estuvo pendiente de las últimas incidencias de la acción, se reía con ganas,
mientras lustraba sus lentes, y decía:
“Ese muchacho es muy vivo...” Tulia y Rosanieves, la negra Polonia, y las muchachas del servicio aplaudían y vitoreaban
a los pequeños héroes. Tal fue el
alboroto, que las tías Carmelita y Teodorita, mayores de 80, años vinieron a
ver que pasaba, y cuando les contaron la faena de Guariguari y Bikini, y
también del tococo, rieron a gusto. Toda
la familia, entonces, celebró la ocurrencia ¡Que maravilla poder recordar estas
cosas!
BIKINI Y LA IGUANA
En la mata de almendrón, un día se trepó una
iguana muy grande que el perrito venía
persiguiendo desde el río. Nosotros la vimos y realmente no le dimos
importancia porque eso era natural, en nuestra época había iguanas por todas
partes; claro que esta iguana era mucho más grande de lo normal; pero pasaron
los días y nos habíamos olvidado de la iguana. Esa mata de almendrón siempre
estaba cargada, sus frutos maduros eran deliciosos y sobre todo apreciábamos
las almendras alojadas en sus semillas,
con las que preparábamos turrones.
De tiempo en tiempo, acostumbrábamos montarnos
en el techo y con un palo de escoba, que
pasábamos por las canales del tejado, echábamos las semillas secas al patio
para sacarles las almendras. El principal instigador de este juego era nuestro
primo Fernando Lares, que era un maestro preparando un arroz con coco y estos
turrones. Guariguari también participaba de este pasatiempo, y por supuesto
Bikini, que no se separaba de él. Ellos
eran muy felices cuando inventábamos este tipo de juegos.
Aquel día Bikini venía por las escalinatas que
daban acceso al patio y al llegar a la rosaleda vio a la iguana que bajaba por
el tronco de la mata de almendrón. Entonces se echó al lado de una pequeña mata de ají chirero y
una vieja piedra de destilador que le
servía a mamá de matero, donde tenía sembradas unas malangas traídas de
Cumanacoa por Humberta Palomo. Allí estaba mimetizado el vagabundo. La iguana
bajaba sin darse cuenta del peligro. Bikini la dejó llegar al patio y caminar
hacia la tumba de mi abuela Rosalía, que quedaba justo frente a la cocina.
Bikini se arrastró sigilosamente hacia la iguana, parecía un soldado
norteamericano de la película “Guadalcanal”, cuando estuvo bastante cerca, la atacó
y trató de paralizarla como siempre hacía, pero falló en el primer intento y
solo logró morderla por la cola . La iguana se defendió valientemente y Bikini
retrocedió, pero la iguana cometió el error de tratar de escapar dándole la espalda, y entonces Bikini
aprovechó para clavarle sus colmillos demoledores en la propia cabeza. La iguana se revolvió
herida de muerte, pero Bikini no la soltaba, cuando lo hizo la iguana estaba
muerta. Nosotros no esperábamos ese desenlace, fue tan rápido que no pudimos
intervenir. Recogimos el hermoso ejemplar y se lo mostramos a mamá. Ella dijo:
¡Caramba… es una buena cacería…!
En nuestra casa jamás habíamos cocinado
iguanas; pero mamá viendo aquel hermoso ejemplar, y sabiendo que se trataba de una magnífica
pieza de cacería, repitió: “Se la voy a guisar a Bikini”
Nadie podrá creer que el perrito iba a entender
lo que dijo mamá, pero yo estoy seguro que lo entendió, porque desde que mamá
lo dijo no se separó de su lado. Mamá
decía a cada rato, mientras preparaba la iguana: -Esto parece conejo- Esta carne es muy delicada- Le voy a poner de
todo para que quede bien sabrosa y la voy a probar-
Mamá se esmeró en el guiso. Le puso alcaparras,
aceitunas, vino tinto y los otros ingredientes habituales de su inimitable cocina.
Cuando estuvo el guiso e su punto, Bikini no la dejaba en paz, ella le decía:
-espera Bikini, esta muy caliente, no la vas a poder comer así. Pero el
hambriento y desesperado perrito, ladraba y saltaba y no lo quería entender,
Esa comida era de él y se la tenían que dar. Quería su parte ya. Y mamá tuvo que acceder, le sirvió un poquito
viendo su desesperación, para que se le enfriara rápido y pudiese saborearla, y en efecto al tratar
de comer se quemó la lengua y se puso furioso. Nosotros lo auxiliamos echándole
aire al plato humeante con la tapa de una paila y al fin Bikini pudo
saborearlo. Creo que se sentía muy orgulloso y satisfecho. Aparte mamá le
sirvió una porción satisfactoria que el tendría que esperar que se enfriara,
Por mi parte me serví un buen plato con arroz blanco y me pareció exquisito, es
la única vez en mi vida que comí iguana, pero reconozco que es una delicadeza.
Mamá llamó a Guariguari y le sirvió su plato,
pero lo vio como gallina que mira sal. Dijo por lo bajito –A otro perro con ese
hueso- Mamá le dijo –Mira muchacho necio
ve a Ramoncito con el gusto que se lo come-
Hasta papá comió y con su proverbial sonrisa, dijo: “Desde que era muchacho, cuando cazaba
en la chara con mi revolver, en compañía
de Ramón David León y Ezequiel Freites, no la había comido, y menos guisada de
esta forma tan deliciosa. Vamos a tener que llevar a Bikini de cacería para que podamos comer otra vez de
esta guisa.
Papá tuvo fama de disparar muy bien con el
revolver, el contaba que un a vez estando
con el general González, presidente del Estado, le disparaba a unos cocos y no daba en el blanco; papá le pidió el
revolver y tumbó los cocos apuntando a
los tallitos que los unen al racimo. Entonces el general González le regaló el
revolver.
Bikini terminó su banquete comiéndose todo lo
que sobró, que era de verdad una buena cantidad.
GUARIGUARI
REMONTA VOLADORES
Recuerdo tantas cosas de Guariguari y Bikini…
Para Semana Santa todos los muchachos de San Francisco hacíamos voladores para
disfrutar la semana de asueto y aprovechar los fuertes vientos de cuaresma.
Ahora a los voladores los llaman papagayos.
Hacíamos una expedición a Cerro
Blanco al lado del castillo de San Antonio para remontarlos. Mamá reunía los
retazos de tela de sus costuras, siempre
estaba sentada frente a la Singer. Muchas
veces cantaba… ¡Con una voz tan dulce…!
Canciones de amor que ella misma le componía a papá.
Con los
retazos de tela que sobraban nos hacía los rabos para los voladores. Nosotros
sacábamos veras de un latal que estaba a la orilla del río en la chara de Don
Andrés León, par armar los voladores. Esperábamos la época de verano,
precisamente en marzo, cuando bajaba el nivel de aguas, subíamos en pandilla por el río,
corriente arriba y llegábamos a la chara de don Andrés para seleccionar las
veras. Nunca nos regañaron ni reprendieron, más bien nos ayudaban a escoger las
mejores. También sacábamos las venas a
las hojas de coco para hacer los arcos y el cuadro del volador, luego comprábamos papel de color
en la librería de Ramón y Francisco de Paula Gómez, en la plaza Miranda...
Fabricábamos los voladores con resonadores y
rabo e’capa –llamábamos así a los rabos que intercalaban simétricamente pedazos
de tela con predominio de colores azul y blanco- era los mejores, los más
vistosos de San Francisco y sus alrededores. Marco Tulio y Pedrito Mandarria
eran los artesanos de esa especialidad.
En aquellos días, antes de Semana Santa,
Guariguari rondaba tras ellos, como alma en pena, pidiéndole un volador, porque el quería ir con nosotros a remontar al Cerro Blanco,
pero no tenía dinero ni siquiera para
comprar el material. Eso si, el trajo las veras
del río, buscó y encontró hilo y almidón para la pega… es decir lo
necesario. Tanto dio que Marco Tulio no tuvo más remedio, le fabricó su
voladorsote hermosísimo, y mamá le regaló la cola que era “rabo e’capa” de cinco metros, como él lo
soñaba; de lujo, muy bien hecho de dos colores, blanco y azul, bien cosido,
parejito, y cocido en la Singer ,
y para completar, Carlito le prestó su carrete de hilo de guevito, le dijo:
-Oye Guariguari, llévate el carrete de hilo que
yo no voy a remontar“.
No vale yo tengo el royo que sobró de los
pasteles.
Ese no sirve para ese volador, tiene mucho
peso, se va a perder. Anda, coge el carrete.
Bueno… ojalá que no se me pierda…
Era pura mentira, él si iba, lo que pasaba era
que también quería complacer a Guariguari. Todos lo supimos, lo intuimos
inmediatamente. Guariguari cogió el carrete y por temor a perderlo, enrolló he
hilo de guevito en un palito de guayacán que él mismo había labrado y pulido y dominaba mucho mejor que el
carrete.
Llegó el día de subir Cerro Blanco, Viernes
Santo, no teníamos clases. El tiempo era espléndido. Salimos en pandilla, muy
temprano, como a las siete de la mañana después de un frugal desayuno. Bikini señaló el camino, al ver los voladores
ya sabía la ruta. Eran como las 8 de la
mañana cuando llegamos a Cerro Blanco, porque nos metimos por el Chispero,
subimos por Miramar, recorrimos todo el cerro hasta el Antillano, buscando u
mejor sitio, pero después de tanto caminar
y ver, decidimos seguir el rumbo hasta Cerro Blanco, siguiéndonos por el
muro del cementerio, subiendo luego por el lado del Castillo que da frente al
edificio de la Cárcel.
Desde el Castillo, empezamos a bajar al sitio
escogido, una loma bastante amplia en el propio Cerro Blanco, allí estaban
instalados los temibles muchachos de la calle de La Ermita y de la Plaza Bolívar : Luis
y Hernán Pérez, Alfredo Rodríguez, Ricardo Hernández, Ramón Delgado, Domingo
Mariani, Carlucho Losada, Luis Alfredo Sucre y Alejandro Blanca… tenían
voladores armados.
Era la primera vez que Bikini subía el cerro,
no sabía lo que eran los guazábanos y por estar olfateando donde no debía, se
le pegó una espina en la nariz. Empezó a gemir hasta que Guariguari se la
quitó, pero siempre siguió son sus travesuras persiguiendo guaripetes y enguazabanándose. Guariguari no podía
contenerlo y perdía mucho tiempo quitándole las espinas.
Nosotros nos preparamos para elevar nuestros
voladores. Algunos tronaban en el espacio cuando Carlitos cogió el volador de
Guariguari y se alejó como a 10 metros , lo llamó
y le dijo: “Coge con fuerza el hilo, yo soltaré el volador, en cuanto
coja viento le sueltas bastante hilo… El volador se elevó, Guariguari mantuvo
firme el cabo, el palito de guayacán en el cual había enrollado el hilo. Había
buen viento del norte, el volador se elevó majestuosamente y cantaba a su
manera para alegría del muchacho.
¡Guariguari -le grito Marco Tulio- suéltale más
hilo...!
Le fue soltado hilo y el hermoso volador, como
una gaviota se posesionó de su espacio y
de nosotros… Bikini no cesaba de ladrar y saltar, él tambien festejaba la
hazaña de su amigo. Marco Tulio se le
acercó y le fue explicando y enseñando los secretos y las maniobras de aquel arte, inventado y
practicado por los niños: Como hacerlo entrar en picada; dejarlo caer,
cambiarlo de rumbo, mantenerlo fijo, atacar y defenderse de un volador armado.
Luego todos lanzamos nuestros voladores y el cielo se llenó de colores y
sonidos.
Un
volador muy grande y hermoso que roncaba como ningún otro pasó rasante al lado del volador de
Guariguari, y con su rabo armado lo cortó… el volador de Guariguari se perdió entre
las nubes mientras el pegaba un grito y
lloraba inconsolable. Marco Tulio lo llamó y le dijo:
¡Vamos Guariguari! no llores por eso, mañana te
hago otro, lo importante es que conserves el hilo, anda recógelo… Nadie te va a
robar este rato que estamos pasando…
Guariguari se apresuró a recoger el hilo y
continuamos remontando los voladores… yo le presté el mío y nuevamente volvió
la sonrisa a aquella carita pícara y pecosa
Una vez Guariguari tuvo que pelear en la
placita con un muchacho que vino de Caripe del Guácharo; en esa época venían
muchos estudiantes de esa zona a estudiar en Cumaná, la mayor parte de ellos
venían en calidad de internos del
Colegio San José de los padres paules; otros tenían familia en Cumaná y
llegaban pensionados a esas casas.
Recuerdo que un sábado por la mañana, estábamos
jugando pichas, ahora en también se les dice metras como en Caracas, la radio y
la televisión nos ha cambiado muchas palabras, bueno es igual. Hicimos un
círculo sobre la tierra y colocamos doce
pichas, éramos 6 y cada uno colocó dos pichas, en una raya en medio del
círculo y comenzamos a tirar desde
cuatro pasos de distancia, el que acertaba y sacaba la picha del círculo se la
quedaba y volvía a tirar. Valía todo: uñita, dedo doblado, finquiao, guilpicher
desde el suelo o desde la rodilla, de cualquier forma pero a cuatro pasos,
donde tambien pintamos una raya. Después
que comenzamos a tirar llegó el muchacho de Caripe, era un catire casi albino,
al cual desde que apareció por la placita lo bautizaron Lecheklin, se acercó a
Guariguari y le dijo en tono retador:
¡Yo quiero jugar…!
Guariguari lo vio de reojo, y le preguntó
¡Y tú tienes pichas…!
Claro que si –respondió Enrique, que así se
llamaba- y agregó- Cada picha mía vale por dos de esas…
Aquí todas las pichas valen igual… Pon dos en
el círculo y espera tu turno.
¡Nooo…! Si yo pongo mis pichas me toca tirar
primero.
Aquí no se juega así, el que llega de último le
toca tirar de último –rezongó Guariguari.
Los ánimos se caldeaban y Bikini estaba atento
a los que estaba sucediendo, con mucha preocupación. Levantó las orejas y el
rabo, se acercó al caripero, lo olfateó
y gruño, dando a entender que no le gustaba la cosa. Pero el caripero no le paró,
más bien se le acercó a Guariguari y le dijo en
voz bajita.
¿Tú eres guapo, quieres pelear…?
Yo no, pero no te tengo miedo…
Ahí mismo se paró Luis Amadeo, que no estaba
jugando pero estaba atento, era un experto en peleas de esa índole;
enseguida cogió una ramita de guayacán y
trazó una raya en el suelo, y dijo a los
contrincantes:
Oigan muchachos…Vamos a hacer las cosas
legales. Tú Caripe, colócate de este lado de la raya señalándole el lado
derecho, y tu Guariguari, ponte del otro lado. Les voy a decir las reglas de la
pelea… Es a puño limpio, no se aceptan patadas, ni golpes en las bolas,
mordiscos, ni zancadillas, ni se pueden meter los dedos en los ojos, es decir
solo se pueden usar los puños cerrados y la pelea no puede pasar de tres
minutos. El referí será Chópite. El que
viole las reglas se llevará un cogotazo. Bueno que empiece la pelea… crucen la
raya y cáiganse a golpes.
Caripe cruzó la raya y Guariguari le tiró le
primer golpe, pero como no veía bien no se lo pegó, sino que con el
impulso cayó al suelo, Caripe se volvió
como una fiera y ya le iba a dar una patada cuando Bikini que estaba pendiente
lo atacó y lo agarró por el pantalón a la altura de la nalga derecha, cuando
Caripe sintió los dientes de Bikini se paralizó; y Luis Amadeo, poniéndole la
mano en el hombro, le advirtió:
No te muevas Caripe, si te mueves te clava los
dietes en la nalga, lo que puede ser muy doloroso.
Caripe no se movió, estaba apunto de llorar de
la ira, pero aceptó todo lo que le dijo Luis Amadeo.
Me salvé de cuivita -dijo Guariguari- ese tipo
me iba a patear en el estómago.
No Guariguari- dijo Luis Amadeo- Chópite
estaba pendiente.
La pelea había terminado pero Bikini no soltó a
Caripe, entonces Chópite le dijo a Bikini – Suéltalo Bikini que esta pelea es
legal, entre amigos-
Pero Bikini no lo soltaba y Caripe, rojo como
un tomate, se mantenía mudo e inmóvil;
hasta que Guariguari, con gran trabajo le abrió la bocota a Bikini y Caripe se
safó de sus fauces… Estaba muy asustado, no era para menos, él le veía aquella
bocota al perrito… cualquier niño se asustaba.
Sin embargo no salía de su asombro, porque a pesar de presionarlo con
los dientes no hubo penetración de los colmillos, no hubo sangre… eso lo
calmaba; había sido una travesura más del perrito.
Todo terminó porque llegaron los más grandes,
controlaron la situación y los carricitos, como siempre pasaba, después de la tempestad llegó la
calma y pronto se nos olvido la pelea; sin rencor, más bien celebrando las
cosas de Bikini, continuamos jugando con la camaradería de siempre; pero Bikini
receloso olfateaba a Caripe y le gruñía. Después supimos que su apellido era
Tepedino y fue uno más de la
pandilla.
BIKINI Y EL GATO NEGRO
El tío Chucho, para la época en que se
desarrollaban estos eventos, tenía como 80 años, era un anciano venerable al
cual todos amábamos en la casa, y muy particularmente por su prodigiosa
memoria. Había sido durante muchos años Registrador Principal de Cumaná, cargo
que heredó de su hermano Domingo, el médico bueno. Entre sus extraordinarias facultades estaba
la de recordar la fecha de nacimiento de todos los habitantes de ciudad. A las
6 de la mañana se sentaba en una mecedora de pardillo, de las que fabricaba
Andrés Felipe Alarcón, frente a su radio
Philco, ojo mágico, sintonizaba Radio Difusora Venezuela para escuchar las
canciones de Andrés Cisneros y el Reporter Esso. Allí se acercaba todo mundo a
preguntarle por la fecha de su
nacimiento o la de sus parientes, para luego ir al registro en solicitud de la Partida de Nacimiento.
Nosotros tambien nos sentábamos en derredor suyo para oír las primeras novelas
de la radio venezolana: Tanané, el Derecho de Nacer, el Dr. Balcur, El Misterio
de las Tres Torres, etc.
Tío Chucho tenía un gato barcino que era su
debilidad, al que había bautizado con el nombre de Juan Vicente, para burlarse
del general Gómez, o tal vez para tenerlo siempre presente. Apenas salía el
sol, Juan Vicente se encaramaba en el mullido sofá que estaba al lado de la
mecedora y del radio Philco, ojo mágico Tío Chucho se sentaba, arrimaba la
mecedora y el gato maullaba, por la costumbre
de tomar una taza de leche tibia, que reclamaba con urgencia. Tío
Chucho, inveteradamente llamaba a su hermana Teodorita para que le trajera la leche para el gato, y
para él, su cafecito negro calentito. Teodorita se apuraba un tanto a
regañadientes, pero cumplía con el rito con absoluta precisión. Mi tía Teodora
era insomne, a las 5 de la mañana ya estaba regando las matas de rosas y
cayenas, que eran su debilidad, y ponía a hervir el café; a las 6.30 la
cotorrita, Margarita, en la mata de
cerezas rojas, “cantaba” pasodobles; los canarios en sus jaulas, las paraulatas y cucaracheros en el parral,
con sus trinos, anunciaban la mañana; y papá se afeitaba bajo la mata de anón,
donde había improvisado su toilete, colgando un espejito en uno de los pilares
del corredor buscando más luz. Inventó un artilugio con un tubito de cobre por
el cual salía agua para la jofaina, y
podía colgar en él: jabón, navaja y
brocha, para utilizarlos más
cómodamente; él se colocaba de espaldas
a la exuberante mata de anón, y
como en un rito, comenzaba a afeitarse.
Por lo menos yo, no puedo olvidarlo en esos
menesteres. Puedo recordar su piel desde que la tenía lozana hasta cuando le
era difícil rasurarse entre las arrugas.
Todos los días Teodorita le preguntaba:
Marco Tulio, ¿Quieres un cafecito negro recién
coladito?
Papá respondía invariablemente:
Si, Teodora tráeme el cafecito, pero tú sabes
que no me gusta café viejo ni frío.
Este está acabadito de hacer… replicaba Teodorita.
Servía el café en una casi transparente tacita
de porcelana china. Lo traía en una jarita de plata martillada de la época
de oro de la familia, y después se iba
refunfuñando con su pasito apurado. Ella
fue una virtuosa pianista en el siglo de oro de Cumaná. Es muy gratificante
recordar su figura menudita entre las flores del jardín.
Aquel día tío Chucho, que estaba oyendo su
radio, gritó – ¡Dios mío! ¡Mataron a Manolote…! ¡Era el número 17…! ¡Esto me
traerá mala suerte!
El tío Chucho llevaba una contabilidad mental
de todos los toreros, los identificaba
y clasificaba por números. Cuando un
torero moría, tenía que sacarlo de la lista, y la tarea mental consistía en que
al sacar al número 17, este número le correspondía al siguiente y así sucesivamente;
porque era analista de toreros vivos, un trabajo mental muy doloroso para él;
entraba en un mutismo inexorable que podía durar varios días, hasta que
terminaba la nueva clasificación y entonces, muy satisfecho, lo comunicaba a sus hermanas y demás
familiares. Durante esos días todos nos preocupábamos por su salud, pero no
podíamos interrumpir su estado de
“suspensión onírica”, así lo llamaba Domingo Antonio irónicamente; ya
que si alguien lo perturbaba e interrumpía su trabajo, tenía que comenzar de
nuevo, lo que devenía en tragedia.
Muchas personas que lo apreciaban, daban testimonio de su preocupación,
hablaban en voz baja por los corredores y en las habitaciones o en los patios,
pero lejos de tío Chucho.
Recuerdo que una vez me dijo: Ramoncito tengo
una lista, aquí en la cabeza, de 70 toreros vivos. Yo no le daba mucha
importancia a este detalle, porque sus juegos de memoria me tenían acostumbrado
a esas cosas.
Eso significaba que conocía los nombres de 70
toreros vivos de todo el mundo, especialmente de España, México y Venezuela. A
quines le seguía su trayectoria por radio y por la prensa, sabía casi todo lo
que se podía saber de un torero en esa época. Cada uno de ellos tenía su
número. Si le preguntaba: Tío Chucho, ¿Cuál es el número 50?
Respondía rápidamente: Diamante Negro.
Y saben cual era el número uno, Eleazar
Sanánes, el gran Rubito. Tal vez viéndolo torear en Cumaná, inició esa larga
lista. Antonio Ordóñez era el número 42 y Luis Miguel Dominguín, el 64.
Ese aciago día apareció por la casa una gatica
muy linda y coqueta; Juan Vicente no
perdió tiempo y la cortejó entusiasmado,
era evidente que la gatica venía a por él.
Por las noches Juan Vicente se paseaba por el
inmenso tejado con su gatica, y nosotros desde nuestras camas, en el gran salón de la casa, escuchábamos las
súplicas de amor y los quejidos de la
pareja. No tardó en aparecer en escena un inmenso gato negro, seguramente del
vecindario, tal vez de la casa de nuestro vecino don Bartolomé Inserny, donde
mataban cochino todos los sábados y los
animales eran gordísimos. Este gato negro envidioso del romance de la parejita gatuna, trato al principio,
por medios pacíficos, de enamorar a la gatica, y así, separar a la parejita;
pero en vista de que no logró su propósito por la buenas, atacó a Juan Vicente
que, aunque se defendió valientemente en aquella lucha desigual, durante varias
horas, no pudo resistir la furia ni la fuerza de aquel animal, un gladiador poderoso, entrenado y dispuesto
a matar. Juan Vicente, herido de muerte,
bajó en la noche del tejado sin
que nos diésemos cuenta de nada, y en la mañana siguiente lo encontramos casi
muerto en el sofá. Cuado tío Chucho se le acercó, aun respiraba y pudo lamer
unas gotitas de leche tibia antes de morir. Tío Chucho lloró a su compañero,
sufrió mucho y nos pidió que lo enterrásemos en el jardín, donde solía dormir
en las mañanas, al pie de las matas de cayena de Teodorita. Tres días después
encontramos tambien el cadáver de la gatica, a la cual el gato negro trato de seducir y violar, pero ella, tal vez le opuso
resistencia y la mató. Nadie se había
percatado de la tragedia, pero Bikini si la había seguido paso a paso, nosotros
lo sentimos muchas veces gruñendo por
las noches, corriendo por el patio, dando vueltas como un loquito, viendo hacia
el tejado, tenso, impotente. Juan Vicente y Bikini fueron buenos amigos, desde
pequeño Bikini jugaba con Juan Vicente, y muchas veces dormía la siesta en el
jardín acurrucado entre las patas del
gato. Bikini escuchaba el maullido y
sabía que su amigo corría peligro, entonces se levantaba como un resorte, se
paraba entre las matas del jardín y ladraba, pero nosotros ni pendiente, no nos percatábamos de lo que estaba
ocurriendo.
El gato negro, después de su crimen, se
pavoneaba por el tejado y muchas veces bajaba, se escondía tras las matas de
petunia, capachos y astromelias, y se
enfrentaba a Bikini, que ya era su enemigo mortal, y cuando se sentía
acorralado, con gran habilidad se
escabullía, saltaba sobre la mata de anón y se iba por el tejado, y desde allá
maullaba irónicamente; y Bikini se enojaba mucho y corría ladrando impotente por los largos
corredores de la casa, como buscando una
vía para subir al tejado.
Nosotros creíamos que Bikini estaba loco. Un
buen día, en que papá se estaba afeitando, como de costumbre en el espejo del
pilar, al lado de la mata de anón, y el gato negro rondaba por el jardín, bajo
la mata de cerezas rojas; había un raro silencio: los pájaros dejaron de
cantar; y a esa hora, en que la cotorrita Margarita, en lo más alto de la mata,
entonaba su pasodoble favorito “Silverio Pérez”, se mantenía también extrañamente silenciosa, algo pasaba.
Bikini se había colocado estratégicamente detrás de las matas de petunia, capachos y lirios que hacía un seto
frondoso e impenetrable. Nosotros que acabábamos de llegar del conuco, de
nuestro paseo mañanero al cerro de Miramar, instintivamente nos detuvimos
delante de la escalera que da al patio,
y guardamos un silencio cómplice con el perro. El gato cayó en la
trampa, se movía despacio hacia la mata de anón. Buscó a Bikini con el rabo del
ojo, pero no se apresuró creyéndolo burlado. Se había percatado de la peligrosa
presencia de Bikini, aunque estoy seguro de que no lo veía, estaba confiado en su habilidad. La mata de
anón tenía en el tallo un lomo que permitía el acceso fácil al ramaje principal
que se abría en “Y” como a dos metros de
alto y una de sus ramas daba al tejado; el gato daba un salto hacia ese lomo,
subía veloz hasta la rama que daba al
tejado y quedaba salvo de cualquier
intento de Bikini por atraparlo, como ya lo había logrado tantas veces. Esta
vez Bikini lo tenía controlado, medía la distancia y se acercaba cada vez más,
mimetizado entre las matas; y el gato se demoraba en el salto. Ya estaba cerca
de la mata, intuyendo el peligro flexionaba sus músculos, miraba hacia los
lados con movimientos instintivos, pero no saltaba, estaba confiado, sin tomar en cuanta las
circunstancias eventuales; Bikini no estaba seguro pero se aprestaba al ataque,
así que, cuando el gato intentó saltar a la mata de anón, papá que tenia la
navaja en la mano derecha, hizo un movimiento involuntario con la mano hacia
abajo, y el gato se paralizó por
milésimas de segundo, ese segundo fue el que aprovechó Bikini para lanzarse
vertiginosamente, y cuando el gato
saltó, Bikini tambien lo hizo. Los que estábamos allí pudimos ver plasmada la
venganza de Bikini… atrapó en el salto la cabeza del gato entre sus poderosas mandíbulas… Fue terrible…
escuchamos el sonido característico de
los huesos cuando son triturados… Crac...Crac…El gato negro y Bikini rodaron
por el suelo... no se oyó ni un lamento… el gato estaba muerto… Bikini soltó su
presa y se quedó observándolo fríamente, en guardia, atento a cualquier
movimiento. Nosotros acudimos para auxiliar al gato, no había caso, no sabíamos
que estaba pasando. Reprendimos a Bikini. El sabía que había cometido un
desafuero. Creo que lloró, se retiró avergonzado; pero, en el fondo de su
corazón sabía que había hecho justicia, una justicia que nadie más podía hacer.
Luego supimos de varias víctimas de aquel gato
negro en circunstancias parecidas al drama de la muerte de Juan Vicente y su
gatica.
El gato negro era un gato rábula y pendenciero, y ese fue su justo final. Poco
a poco fuimos armando esta historia.
GUARIGUARI SE VISTE DE NAZARENO.
Mamá fue muy devota del Nazareno de Santa Inés,
y había hecho la promesa de vestir a uno de nosotros de Nazareno todos los
Miércoles Santos, sin embargo no lo había logrado, porque ninguno asumió esa
promesa como propia.
Un día, siendo Guariguari el más pequeñito,
mamá se lo quedó mirando con gran dulzura, yo diría más bien, “una santa
dulzura”, y se le ocurrió que el carricito la sacaría de ese apuro, entonces lo
llamó y le dijo:
Guariguari mijito ven acá… tu sabes que yo te
quiero como si fueses mi hijo de verdá verdá…
El carricito se revolvió como picado de
culebra, no respondió, pero al parecer se dio cuenta de que lo que venia no
podía ser muy bueno, porque mamá no era
mujer contemporizadora, no era ninguna mansa paloma. Se quedó calladito y
esperó.
Mira
mijito, yo le prometí al Nazareno de
Santa Inés. Tu sabes…Dios… que iba a vestir a un hijo mío con su sotana
sagrada… y no lo he podido lograr… esos hijos míos son unos safios… Yo quiero
que tú mijito, cumplas esa promesa y me
des esa alegría…
Y sin dejarlo respirar, cogió la sotana morada,
que ya tenía preparada y a la mano, en
un perchero del cuarto de arriba, la cogió y se la “encasquetó” al muchacho,
diciéndole:
Te fijas mijo, te queda “que ni pintada”, a la
medida, “ni mandada a hacer…” a tu medida…si señor…ven a verte en el espejo…
Decía mamá muy contenta.
Así mismo actuaba cuando nos vestía a nosotros
con trajes de terciopelo rojo. Ella tenia un espejo grade, muy antiguo. Agarró al muchachito por el brazo, y lo llevó hasta el espejo; y
el muchacho de mala gana, se vio su balandrán morado, y aunque no quedó del
todo satisfecho, no dijo nada. Se quedó “boquiabierto” frete al espejo.
Guariguari no respiraba, porque sabía que ya estaba comprometido con doña María, y eso le iba a traer muchos
inconvenientes; es más, el sabía que “lo tenían en la mira”, desde que el padre
Camilo le mandó a decir con Tinoco que fuera a la Iglesia para ayudarlo, y
él se escabulló por el río donde se creía a salvo; pero siempre lo encontraban
y tenía que fajarse a limpiar la iglesia con el lego. Lo único que no le
gustaba a del lego era que le daba palos a los perros, pero con él, era bueno.
Así sería otra vez, pero además ¿Cómo le decía que no a doña María, cuando
ella le daba de todo?
Desde aquel día se sucedieron muchas semanas
santas y Guariguari cumplió, pero ya
estaba en la edad de “echarse la cola”. Estaba “canilluíto” y seguía con pantalones cortos. Tenía trece
años, y llegó la Semana
Santa , y Guariguari a duras penas se vistió de Nazareno, salió para la placita
y los muchachos y Bikini lo observaron “como gallina que mira sal”, pero no
dijeron “ni pío”, ni siquiera se
burlaron, pero a la hora de la procesión todos se fueron tras él. Ernestico y
Chuchito, Enrique Suárez, Aquiles, Luis Amadeo, Cheche y Chuchú, Moisés Moi,
Elías y Andrés, Enrique Sanabria, Francisco José, y nosotros. Guariguari iba delante de la pandilla
marchando, y Bikini y los demás tras él en “fila india”. Todo lo que hacía
Guariguari, lo imitaban igualito, pero
la verdad, muy serios. Si volteaba para verlos ellos también volteaban,
circunspectos menos en las risitas que se cruzaban, y que Guariguari no
soportaba. Ese año todo pasó de lo mejor, fuera de esa “mamadera de gallo” de
la fila india.
Pasó el año y llegó otra vez la Semana Santa. Esta
vez Guariguari opuso tenaz resistencia, y dijo que la sotana le quedaba
“brincapozo”, y, que los muchachos la iban a coger con él… y él se iba a
agarrar con ellos. Doña María lo oyó y
no le hizo caso.
Llegó el Miércoles Santo, había más gente que
nunca en Cumaná, y Guariguari se escabulló, no apareció “vivo ni muerto”, por
ninguna parte. Eran las tres de la tarde, y mamá se impacientaba, salió a la
puerta de la calle y gritó:
¡Guariguari, son las tres de la tarde…ven a
vestirte…!
Los muchachos gritaron lo mismo por la puerta
que daba al río.
Lo repitieron varias veces sin resultado.
Bikini ladraba. Luis Amadeo decía: -Este sabe
algo. Vamos a seguirlo… Anda Bikini llévanos a buscar a Guariguari.
Entonces, con Bikini por delante, salieron por
la puerta del río y lo fueron a buscar a la quinta de doña Maria Zavala, y no
estaba. La procesión era a las cinco pm., y ya eran las tres y media. Como el nivel del río estaba bajito,
decidieron atravesarlo y buscarlo en la chara de los Gómez Rubio, por fin
Bikini lo encontró montado en una mata
de mango.
Ernestico gritó ¡Aquí está…! Y para allá se fue
toda la pandilla. Guariguari no se quería bajar de la mata. Y Ernestico lo
amenazó con echarle picapica, y le dijo: tía María te está llamando hace rato,
porque ya son cerca de las 4 de la tarde y tienes que vestirte.
Guariguari respondió temeroso –Pero ella no me
ha dicho nada-
“No seas bruto -le gritaron todos- eso es todos
los años… Anda… Bájate… Déjate d’ eso… todos estamos esperando porque vamos
contigo para la procesión, y tú tienes que vestirte de Nazareno como todos los
años ¿Cómo vamos a ir si tu no te vistes?
Guariguari les respondió –Y, ¿porque ustedes no
se visten de Nazarenos como yo?
Ernestico le dijo: A nosotros no nos dijo nada,
sino a ti. Tienes que venir porque si no, no hay procesión…
Tanto le dieron que Guariguari tuvo que ir “a
regaña dientes”. Lo trajeron entre todos, agarrado por los brazos en son de
broma, y él se dejaba y reía de buena gana; pero en el fondo estaba furioso.
Bikini no estaba muy orgulloso de lo que hizo a su amigo, y de lo que estaban haciendo sus compinches,
con su mejor amigo, pero se plegaba a la mayoría. De todas formas así se lo
llevaron a mamá como un trofeo.
Mamá los reprendía: Déjenlo quieto… ¿Que pasa
con ustedes? Vayan…vayan…necios… el sabe que tiene que cumplir, con Dios no se
juega…
Guariguari
se puso la sotana de mala gana y le quedó brincapozo.
Verdaderamente Guariguari se veía muy mal con
aquella sotana morada que le caía por debajo de las rodillas, unos zapatos
viejos de color dudoso que le regaló
Marco Tulio, que además le
quedaban grandes, y las piernas peludas y peladas.
¡Usted ve señora María…! Todos se van a burlar
de mí y yo me voy a agarrar con ellos…
Eso
no importa mijito, lo importante es pagar la promesa… No se pueden desobedecer
los designios del Señor… Imagínate… un
sacrificio, que sabes tu d’eso, comparado con lo que hacen en México en
la iglesia de la Virgen
de Guadalupe. Tu no sabes lo que hace la gente que cumple de verdad, este es un pequeño
sacrificio…y tú ahí… quejándote…
Algunos se rieron y a Guariguari no le gustó la
broma, y dijo: -Bueno si se van a reír no voy…
Todos
dijeron: -Está bien, no nos vamos a reír, pero apúrate… -Y salieron todos tras
él, pero al llegar a la placita, unos muchachos que no era de la pandilla,
comenzaron a gritarle: ¡Brincapozo…! ¡Brincapozo…!
Guariguari
se estremeció de la rabia, les enseñó el puño y les grito cuantas groserías se
sabía. Bikini los persiguió hasta la puerta de la calle, donde se guarecían, y
Guariguari aprovechó para hacerles un avance de piedras; gracias a Dios no pasó
nada que lamentar; fueron a buscar a la
señora María y se apaciguaron los ánimos. Mamá ya estaba a su lado, lo
reconvino en tono severo, le dijo:
Guariguari compórtate… No les hagas caso… esos
son muchachos de la calle… no saben nada de lo que significa una promesa, ni del sacrificio que hay que hacer… Si
no cumplo Dios me va a castigar…
Pero
yo no tuve nada que ver con esa promesa – replicó tímidamente Guariguari.
Déjate
d’eso muchacho majadero… Vamos… que llegaremos tarde…
Guariguari
se rindió ¿Qué podía hacer? Era la señora María. Pero a modo de protesta, recogió la sotana y se la amarró en la
cintura. Sus camaradas, ni Bikini, que se le colgó de la sotana, aprobaron esta
estratagema, estaban pendientes de todo lo que hacía y enseguida se lo dijeron a mamá, y esta
nuevamente lo reprendió.
Que es eso niño, como te vas a amarrar la sotana…
suéltala…además es muy bonita y debes lucirla y no llevarla arrugada…
Pero
me queda brincapozo –insistió- usted no oye a los muchachos…
Esos son unos necios…que voy a estar oyéndolos
“a palabras necias oídos sordos”… te vas a fijar en las cosas que dicen, ya vas
a ver como hay bastante gente, decente… -acentuaba esta palabra- vestidas de
Nazareno en la procesión.
Yo
no creo que ninguno sea de mi tamaño, esos son chiquitos… además doña María
usted debería ser la que se vista de Nazareno, la promesa es suya…
Cállate
niño, tu no sabes lo que dices, como vas a decir eso… ¿Tú has visto a una mujer
de mi edad vestida de Nazareno?
Así
caminaban y discutían… hasta Bikini se
metía, lo haló por la sotana y no lo
dejaba caminar…
Bueno,
por fin salió la procesión y Guariguari iba de primerito en la fila de
nazarenitos, porque era el más grande; y
detrás iban todos los chiquillos de la placita Ribero con la chercha.
Guariguari se volteaba y les enseñaba el puño cerrado, les gritaba todas las
groserías de su vocabulario –las hijas de María se tapaban los oídos- y les
decía: Mira Cheché… ya vas a ver… me las vas a pagar. Y tú Nestico… espérame
en la placita, te voy a romper la boca.
El
padre Camilo no entendía lo que pasaba.
Luisa Rosario y Macheché se persignaban. Mamá lo pellizcaba, y hacía
muecas para que se callara, y todas las miradas estaban puestas en ella, porque
sabían que ese muchacho era su
responsabilidad, y… ¡Que pena pasaba la pobre mamá!
Esa
fue la última vez que Guariguari se vistió de Nazareno.
GUARIGUARI LIMPIABOTAS
Una Vez Gustavo Minguet le regaló a Guariguari
una caja de limpiar zapatos, preparada con todos los útiles que se usan e ese
antiguo oficio. El betún o crema de limpiar zapatos, en nuestro argot, marrón y negro; el cepilló
de lustrar, los trapos, un frasquito con alcohol para pulir, dos cepillos de
dientes usados. Después Gustavo nos confesó que eran de su papá, el Dr. Antonio
Minguet Letteron –ingeniero y médico, bueno en ambas profesiones. La caja se la
había regalado a Gustavo Don Andrés Bruzual, a quien llamábamos cariñosamente
Popó, que era el dueño de la fabrica de jabones Las Espadas, que para esa época
ocupaba las ruinas del Convento de San Francisco.
Gustavo le dijo a Guariguari: Mira carricito,
los niños que no tienen familia, tienen que trabajar, porque lo más feo que hay
es estar pidiendo por las calles, dando lástima. Coge esta caja, ahí tienes de
todo para ganar dinero. Cobra medio por la limpiada, y cuando aprendas a pulir
cobras un real.
Guariguari se quedó viendo a Gustavo con los
ojitos anegados en llanto, con la cajita en las manos sin poder decir nada. El
soñaba con esa cajita, soñaba con trabajar y producir, pensaba en eso y lo había hablado con su mamita que está en el
cielo. Desde ese día Guariguari abandonó el río, salía con su caja de limpiar
zapatos hacia el mercado. Lo vi. muchas veces haciendo su trabajo y creo que lo
hacía bien, porque la gente lo trataba con mucho cariño; pero algunos días no
conseguía clientes y se le notaba triste, porque no tenía para comprar su
comida. Entonces se quedaba frente al negocio de la turca Aurora, donde hacían
unas arepitas rellenas con queso,
chorizo, chicharrón, morcilla. ¡Bueno…! A Guariguari se le hacía agua la boca.
Hasta que Aurora se daba cuenta que el
muchacho no tenia con que pagar su arepa
y lo llamaba:
Ven Guariguari, cómete tu arepita que mañana me
la pagas…
Esa turca si era buena gente. Entonce4s a
Guariguari se le alegraban los ojitos y cogía su arepa con chorizo, y decía, con aquella gracia que
Dios le dio:
Muchas gracias señora Aurora, mañana le pago.
Bueno mijito ve… anda a trabajar, si quieres
otra me lo dices sin pena, tu eres muy buen cliente. Yo se que me pagarás, no
te preocupes por eso.
Pero él se conformaba con cualquier cosa, era
de poco comer y aguantaba hambre estoicamente.
Cierta vez, por la tarde cuando el sol se
retiraba y la noche envolvía a la ciudad, lo seguí. Subía por la calle
Badaracco hacia el castillo de San Antonio. Lo vi subir el cerro y meterse en una
cueva que el mismo había construido, esa
era su casa y nadie lo sabía. Estaba medio oculta tras una mata de cuica y una cerca de
cardones. Ya estaba oscuro y la luna se
empinaba por detrás del cerro Pan de Azúcar. En el portal de la cueva
Guariguari se arrodilló, juntó sus manos
y mirando el esplendor de la luna e asenso, dijo:
Mamita, otra vez vienes a visitarme. Sabes que
he seguido tus consejos… Estoy trabajando, tengo en mi bolsillo cinco
bolívares… Mañana tempranito compraré empanadas en la casa de la señora Manuela
Guerra, después me voy a bañar al río y
después voy al mercado a trabajar… pero estaré muy triste porque no me admiten
en la escuela. Estuve en la casa de la señora Ñeñé. Ella me quiere mucho, pero
yo no puedo leer ni escribir, así es que ella me aconsejó, me dijo:
Guariguari, no todos los niños sirven para
doctores, también pueden ser muy felices trabajando, cada uno en lo que Dios
manda. Yo creo que Dios me mandó a mí para hacer lo que hago y nada más. La
señora María lee cuentos y yo estoy allí con los muchachos y aprendo lo que ellos aprenden. Y el señor
Manuel Isidro, lee un libro grandote que él llama el Quijote, dice que el que se aprende lo que
dice ese libro, puede llegar a ser un gran hombre... Bueno mamita, te prometo
que siempre estaré allí para ser un gran
hombre.
EL HOMBRE DE LA CULEBRA
Un día que Guariguari estaba paradito frente a
la taguara de la turca Aurora vio a un
hombre alto y flaco con una culebra enrollada en el cuello. Guariguari se paro
frente al él y el hombre le clavó los ojos, bajó la cabeza y le dijo con voz ronca pero amable – Oye
niño, quieres trabajar conmigo –
¿Trabajar con usted, en que?
Deja esa caja de limpiar zapatos… vente conmigo
y ganarás mucho dinero.
Guariguari del susto que tenía no dijo, ni esta
boca es mía. Después de un rato, cogió la caja y se la entregó a su amiga la
turca Aurora, y balbuceando susurró –Guárdamela ahí… después vengo a buscarla…
tengo otro negocio…
Si mijo… anda… busca tu tesoro… levanta esa
lápida… no tengas miedo.
El señor Bouchester, que así se llamaba el
hombre de la culebra, le dio a Guariguari una bolsa que llevaba, por cierto
bastante grande y pesada…
Anda niño sígueme…lleva esa bolsa con mucho
cuidado…
Guariguari se echó la bolsa al hombre y lo siguió.
El señor Bouchester, al que desde ese momento
lo llamarían en Cumaná “La
Culebra ”, caminó hasta el hermoso árbol de cotoperí que
siempre ha estado frente al restaurante “Polo Norte”, en la Plaza Miranda ; y era
el sitio de mayor movimiento humano en la Cumaná de entonces. Sacó de la bolsa una cajita, la mostró a la
gente y a voz en cuello, comenzó a vocear mostrando la cajita: ¡Esta pomada
contiene aceite de culebra y otras sustancias curativas…! quita todos los
dolores… cura el reumatismo y la artritis…
La gente se arremolinaba frente a él. Algunos
curiosos y otros con intención de adquirirla, como en efecto la compraban. El seguía gritando ¡Esta pomada
es una fórmula secreta del gran Hipócrates, padre de la medicina!; fue refinada por el misterioso Balmes… Los
egipcios tenían criaderos de culebras venenosas… la pomada era de uso común en
el imperio egipcio… Tambien la usó Paracelso y
todos los alquimistas de la edad media…
Aun me parece oír su voz cuando decía: “Esta
pomada contiene… “, mencionaba nombres
en latín o en otro idioma misterioso. Bouchester estuvo muchos meses vendiendo
su célebre pomada en la plaza Miranda; y
Guariguari se ganaba un fuerte todos los días
como su ayudante.
Cuando Bouchester vendió toda su mercancía, le
dijo a Guariguari
Bueno hijo mío, me gustaría que te quedaras
conmigo trabajando, voy a alquilar un local aquí mismo para montar una
heladería, la mejor de Cumaná. Yo hago el mejor helado del mundo, nos haremos
ricos… ¿Qué me dices?
Guariguari se lo quedó mirando, buscando con sus ojitos extrávicos los ojos del
hombre, pero como no pudo vérselos le
respondió- Lo pensaré… Cuando usted tenga su heladería volveré, ya veremos.
Guariguari se alejó muy contento sonando sus bolívares en el bolsillo. Llegó a
la tahúra de la turca Aurora.
¡Señora Aurora…! Vengo a buscar la cajita de
limpiar zapatos, ya termine mi negocio con el señor de la culebra… Mire cuantos
bolívares me gané… Dígame cuanto le debo…
Que vas a deberme nada muchacho… Ven cuando quieras con centavo o
sin centavo, para eso somos amigos. El se acercaba a la señora Aurora y ella le
pasaba la mano por la cabeza.
Pórtate siempre bien y lo tendrás todo
Guariguari. Al hombre honrado nunca le falta nada. Dios lo protege de todo mal
y peligro. Todas las puertas se abrirán a tu paso. A lo mejor no tendrás
dinero, pero serás muy feliz. El hombre honrado con o sin dinero lo tiene todo,
pero no se puede negar que el dinero
ayuda ¿No es verdad Guariguari?
Si señora Aurora, a veces hace mucha falta.
PAPA Y GUARIGUARI.
Una de las costumbres más simpáticas de Cumaná
y de muchos otros pueblos provincianos
de Venezuela, que aun pervive en sus
barrios es la tertulia familiar de la tarde en las puertas de las casas hacia
la calle. En nuestra casona de San Francisco, Papá, el Dr. Minguet, el Br.
Sanabria y su primo Don Alberto Sanabria, Laureano Frontado, Don Francisco De La Rosa , Don Andrés Bruzual, Don
Arturo Torres, Don Ramón Madriz, Manuel Isidro Badaracco, el Br. Guerra
Olivieri, y otros, se reunían todas las tardes en animada tertulia. Los
muchachos nos sentábamos en la acera y ellos en cómodas mecedoras, en plena calle frente a la plaza. Esas tertulias fueron en gran parte una escuela
para nosotros; allí escuchábamos
las historias y anécdotas de
ellos y de nuestros antepasados, sobre todo de las revueltas en las que ellos
participaron; por supuesto que Guariguari no se perdía detalle, y luego
emocionado repetía de la “a” hasta la “z” todas las historias tal cual las oía.
No se pelaba ni en las fechas.
Aquella noche, después que los contertulios se
habían retirado a sus casas, Guariguari interpeló a papá.
Señor Marco
-que así le decían todos- puedo
hacerle una pregunta.
Claro Guariguari, puedes hacerme una o las que
tú quieras.
Guariguari le contó todo lo que le había
ocurrido con el señor Bouchester, y la proposición que le había hecho. Papá se
lo quedó mirando, ser rascó la cabeza y luego de medir sus palabras le
respondió –Ese señor Bouchester, al parecer es un hombre sabio, y también te
tomó cariño… Bueno… si monta la heladería y te paga tu salario semanalmente, como lo ha hecho hasta ahora,
no me parece un mal negocio para ti, sobre todo porque vas a aprender un
oficio, que es lo que más vale en esta vida. Toda persona debe aprender un
oficio, y por humilde que sea le servirá para vivir por el resto de de la vida.
Tú estas en la edad de aprender. Un hombre debe aprender aunque sea a pegar
tachuelas, y con eso puede vivir. Mira…
ahí va Morocho Cambao, sabe más historia que yo, de tanto oírlas, pero su oficio
es llevar ese carrito de mano y hacer mandados, todo mundo lo busca, él está
conforme y es, en cierta forma, muy feliz. Aprende algo, te paras en una
esquina y te ofreces, ya llegará alguien que te necesite y te pague bien…
Lamentablemente, te será muy difícil aprender a leer y escribir, sin embargo no
dejes de intentarlo.
Señor Marcos, muchas gracias, pero yo creo que
no sirvo para eso de los helados.
Bueno Guariguari, espera a ver que pasa, si ese
señor monta su heladería, y te enseña, tal vez necesita solamente una persona
honrada a su lado. El habrá visto cualidades en ti que a lo mejor otras
personas no ven, ni tu mismo. Date un tiempo, pero no eches la oferta en la
basura, anda por su casa y ayúdalo, acércate a ese hombre que es un hombre de
empresa, tiene ideas, tiene esa magia de la cual la mayor parte de las personas
carece.
¿Cual magia señor Marco?
¡Mijito…! la de hacer dinero. Esa es magia, sobre todo en este pueblo donde no hay
muchas cosas que hacer.
Caramba, señor Marco, yo conozco mucha gente
rica aquí.
Que tú crees que son ricos. Aquí no hay ricos,
todos somos unos limpios. Apenas hay un hombre que cantó millón.
Si… ese fue el señor Luis Núñez, dicen que
cantó millón por el negocio de la gasolina.
Así es… ha trabajado muy bien y honradamente. Eso tiene gran mérito.
Yo creí que ese hombre era solo jugador de
pelotas.
No repitas eso… Eso para él es una diversión…
Pero lo ha hecho más famoso que la plata que tiene…
Bueno Guariguari, espera que te llegue el
momento y entonces verás que partido escogerás. No te apresures a decir que no,
para eso tienes todo el tiempo del mundo.
Pasó el tiempo, en realidad Bouchester montó su
negocio y ganó mucho dinero. Pero Guariguari perdió interés en el trabajo que
le ofrecía y no fue a buscarlo. A él le gustaba la calle, el río, sentirse libre como los muchachos de la
placita Ribero. Brizna de paja en el viento, golondrina…
GUARIGUIARI LA LUNA Y EL PERRO-
Pasó el tiempo, vinieron días malos, Guariguari
estaba muy enfermo, el creía que la luna era su mamá, una señora muy bella que
se tapaba la cara con sus cabellos para que el no la viera llorar, y que se
había ido para el cielo y de noche lo iluminaba. Aquel día malo habló dolorosamente con ella que explendía en el cielo.
Mamita linda estoy muy triste, muy solo, solito
mamita... Yo quisiera que bajaras y me
hablaras, me enseñaras. No se hacer nada, no se escribir, no puedo leer… además
estoy muy débil… Cómo crees que puedo ir mañana a trabajar, si no he comido
nada… he debido ir al río… pero no sé porque no fui… hubiese pescado un róbalo
y no tendría este dolor en la barriga…Ay mamita, esta mañana cuando baje del
castillo, le pedí una empanada a la señora Juana y me dijo con indiferencia:
Vete a hacer algo… Como si yo no fuera todos los días a trabajar… Que culpa
tengo yo que nadie se quiera limpiar los zapatos… pero Juana no me quiere…
aunque ella tiene tantos hijos, que tal vez tenga razón en no darme a mi
nada porque yo no soy nada de ella… pero
me ha podido preguntar si tenia hambre… eso lo hace todo mundo y yo soy un
niño… no es justo… también ha podido mandarme a que le hiciera un mandado y se
lo hubiese hecho y me hubiese pagado con una empanada..- ¡Caramba!... bueno
mañana será otro día.
Pero fue un invierno muy crudo. Llovía y llovía
a cántaros y Guariguari seguía enfermo… Sin embargo ese día bajo a jugar con
nosotros en la placita y de pronto dijo:
Me
voy porque tengo catarro…
Se fue, y Bikini intuyendo el peligro, se fue
tras él. Subió por la calle Urica. Macheché lo llamó para un mandado y le dijo
que no, que estaba enfermo. El profesor Sanabria le puso la mano en el hombro y
le preguntó: ¿Qué te pasa Guariguari, que estás tan triste? El respondió Nada…
que me va a pasar, tengo gripe. Subió por la calle Urica, cruzó por la Santa María , luego siguió por la Badaracco , y lo agarró
el chaparrón subiendo el cerro del Castillo, cuando llegó a su guarimba
secreta, estaba empapado… tiritaba. Se acurrucó sobre un colchón de hojas de cambur, abrazó a Bikini y se quedó
profundamente dormido. La fiebre le subió a 40 grados, y deliraba. Se le
apareció la luna, más bella que nunca antes, y lo acariciaba y lo mimaba, él le
decía. Por fin estas conmigo mamita linda, no me dejes más, quédate juntito a
mi. Y Guariguari vio que la luna tenía una lágrima escondida.
Entonces se despertó o creyó despertarse y se
encontró solo, muy solo. Era de día y seguía lloviendo, no había comido nada
desde el día anterior, no tenía fuerzas, y, pensó que lo mejor era bajar del
cerro porque se iba a morir de hambre y mejor era morirse con la barriguita
llena. Entonces le dijo a Bikini: Vamos Bikini a buscar algo de comer, ya me
siento mejor.
No era verdad, tosía y tosía, y estaba
asustado, se sentía como embriagado, mareado, con nauseas.
Guariguari bajando del Castillo se pedió, no
sabía donde estaba. Pasó frente a la
Cárcel , se metió por Mundo Nuevo, todo le parecía extraño. No
reconocía esa parte de Cumaná, tal vez nunca había pasado por allí. Se
preguntaba: Dónde esta la placita y los muchachos… Deambuló mucho tiempo, Bikini
le ladraba como para advertirle el peligro. Lo cogió la noche por una calle
cercana al Estadium, bajando por el Puipuí, caminó por otra que le pareció
interminable, y por allí se quedó dormido en el jardín de una casa grande.
Cuando despertó era de noche, tocó la puerta y salió un hombre malhumorado que
lo contempló con enojo, y rezongó:
Vete muchacho, no quiero verte más por mi casa…
Guariguari balbuceó, sin fuerzas, sin convicción: Señor estoy enfermo, tengo
hambre. El hombre estaba de mal humor, definitivamente. Salió y lo empujo hacia
la calle. Desde adentro de la casa alguien gritó. ¡Juan Antonio… Quien es…! ¡No
es nadie… Un muchacho…! Respondió con aprensión.
Ya Guariguari no aguantaba más. Su cuerpecito
estaba aniquilado: el hambre, la sed, la fiebre. Cayó boca arriba con los
bracitos en cruz. De repente un rayo de luna lo iluminó. De su cuerpecito
desnudo brotaban dos rayos de luz. La
luna se había abierto paso entre los
oscuros nubarrones. Allí estaba ella y Guariguari podía verla, era su mamita
que venía a socorrerlo. Trató de incorporarse. Levantó sus bracitos, pero cayó
exánime. Sin embargo algo anormal pasaba. El hombre iba a cerrar la puerta, pero, la extraña luz le
llamó la atención, era algo sobrenatural. Si, no podía entenderlo, él no creía en apariciones, pero el niño
sonreía, levantaba sus brazos y otros
brazos lo rodeaban y acariciaban. Una túnica blanca y luminosa y tibia,
cobijaba al niño, que balbuceaba algo inaudible. Hablaba con alguien que él no
podía ver claramente. Evidentemente el cuerpo exánime del niño estaba allí tendido en el suelo,
aparentemente sin vida; pero el otro cuerpo luminoso, hermoso, sonriente se
levantaba, se evadía del cuerpo del niño. El hombre no salía de su asombro, no
entendía nada, miraba el cuerpo en el
piso húmedo y luego, que se levantaba, y el perro tras el niño y ladraba y ladraba. Luego el niño o su
espíritu, se fueron caminando, iba muy contento tomado de la mano de una bella mujer, ataviada de sedas luminosas color de cielo limpio. Iba camino del cerro, hacia la
guarimba que el mismo había construido con sus propias manos, y tras él, Bikini
que saltaba y ladraba.
Años más tarde Guariguari nos contaba. Que él
despertó en el Hospital. Tal vez el mismo hombre… Pero él recordaba a su mamá,
que lo llevaba de la mano.
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